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Historia de La Biblia. Un Pueblo Cuenta PDF
Historia de La Biblia. Un Pueblo Cuenta PDF
L
a trama de la Biblia está constituida por un relato épico que describe la
aparición del pueblo de Israel y su continua relación con Dios. A
diferencia de las mitologías del Medio Oriente, como las narraciones
egipcias de Osiris, Isis y Horus o la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, la
Biblia está firmemente cimentada en una historia terrena. Y, a diferencia de
las crónicas monárquicas de otras naciones antiguas de la misma región, no
se limita a celebrar el poder de la las dinastías reinantes, sino que nos ofrece
una visión, muchas veces crítica, de cómo se ha desarrollado la historia para
Israel en relación a unas pautas referidas a exigencias y promesas de Dios. El
comportamiento de Israel, su adhesión a los mandamientos de Dios, deter-
minan, según la narración bíblica, la dirección de su la historia.
Serán precisamente dos acontecimientos trágicos los que llevarán a los
redactores bíblicos a interpretar críticamente la situación ruinosa de la na-
ción como una amonestación divina, como el llamado a un cambio de orien-
tación en el camino de la historia del pueblo. Con motivo de la devastación de
las ciudades del reino del Israel por parte del poderoso imperio asirio (721
aEC) y el posterior incendio de Jerusalén y deportación de muchos de sus
habitantes a la capital del brutal imperio babilónico (587 aEC), el relato bíbli-
co se aparta una vez más del modelo normal de la épica religiosa antigua. En
muchos de esos relatos, la derrota de un dios frente a un ejército rival signifi-
caba, asimismo, el final de su culto. Pero en la Biblia, el poder del Dios de
Israel se consideró incluso mayor tras la caída de Judá y el exilio de la pobla-
ción. Lejos de ser humillado por la destrucción de su Templo, el Dios de Israel
fue visto como una divinidad de insuperable poder. Porque había manejado
a asirios y babilonios para castigar a Israel por su infidelidad.
En adelante, tras el regreso de algunos exiliados a Jerusalén y la re-
construcción del Templo, Israel no sería ya una monarquía local más, sino
una comunidad regida por una ley religiosa y dedicada a la exacta obser-
vancia de los ritos prescritos en sus textos sagrados. Y lo que determinaría
el curso de la futura historia de Israel sería la decisión libre de hombres y
mujeres de cumplir aquel orden ético-cultual, a diferencia del comporta-
miento de los reyes del pasado y al margen de la caída de los grandes
imperios de la historia.
La gran fuerza de la Biblia residió en esa extraordinaria insistencia en
la responsabilidad humana. Otras epopeyas antiguas se desvanecieron
con el tiempo. En cambio, la influencia de la narración bíblica sobre la
civilización occidental no haría sino ir en aumento.
En las siguientes páginas trataremos de rastrear las huellas del proce-
so de redacción de esta importante literatura.
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¿Qué es la Biblia?
L
a Biblia hebrea es la Escritura fundamental del judaismo, la primera
parte del Canon cristiano y una abundante fuente de alusiones y
enseñanzas éticas del Islam trasmitidas a través del texto del Corán.
Se trata de una recopilación de textos narrativos, legales, poéticos y proféti-
cos, escrita en su mayor parte en hebreo. Tradicionalmente, la Biblia hebrea
se ha dividido en tres partes principales:
PROFETAS
ANTERIORES Los PROFETAS, en su Primera Parte, cuentan la
Josué historia del pueblo desde el paso del Jordán y la
Jueces conquista de Canaán hasta su derrota y exilio a
Samuel manos de los asirios y babilonios, pasando por
Reyes el auge y la caída de los reinos de Israel y Judá.
POSTERIORES
Isaías La Segunda Parte contiene los oráculos, doctri-
Jeremías
nas sociales, condenas y expectativas mesiáni-
Ezequiel
Los Doce (Oseas, Joel, Amos, cas de un variado grupo de individuos inspirados
Abdías, Jonás, Miqueas, que abarcan un periodo desde mediados del
Naúm, Habacuc, Sofonías, siglo VIII hasta el final del siglo V aEC.
Ageo, Zacarías, Malaquías)
2
¿Quién escribió la Biblia? ¿En
qué epoca?
D
urante siglos se aceptó como algo natural que los primero cinco
libros de la Biblia (conocidos como la Torah, en el judaísmo, y
como el Pentateuco, a partir de la traducción griega) habían sido
escritos por el propio Moisés poco antes de su muerte en el monte Nebo,
según se cuenta en el libro del Deuteronomio. Los libros siguientes habrían
sido redactados por Josué, Samuel y el profeta Jeremías sucesivamente. De
la misma manera, el rey David habría compuesto los Salmos que se canta-
ban en el Templo, y el rey Salomón habría pronunciado los Proverbios y
entonado el Cantar de los Cantares.
Esta convicción tradicional se formó a partir de algunas expresiones
del texto bíblico que mostraban a Moisés como escritor. Él habría escrito por
orden de Dios la narración del triunfo en una batalla: «YHWH dijo Moisés:
«Escribe esto en un libro para que sirva de recuerdo, y haz saber a Josué que
yo borraré por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos» (Ex
17,14). También el contenido de la Alianza del Sinaí: «Entonces escribió
Moisés todas las palabras de YHWH; y, levantándose de mañana, alzó al
pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel» (Ex 24,4).
Hasta la marcha por el desierto: «Moisés, por orden de Yahveh, escribió los
puntos de donde partían, etapa por etapa» (Nm 33,2).
Sin embargo, eruditos dedicados a un minucioso estudio literario y
lingüístico de la Biblia comenzaron a plantear algunas preguntas acerca
de esta atribución mosaica, que parecía tan obvia. Abraham ibn Ezra (s.XII)
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lo hace de forma indirecta y enigmática, probablemente para no ser conde-
nado; mientras que Baruc Spinoza (1632-1677) rechaza explícitamente la
autoría de Mosés (cf. Tratado teológico-político c.8).
Las principales objeciones a la atribución tradicional son los anacro-
nismos, que reflejan que el autor escribe en una época diversa de la de
Moisés. Moisés no pudo haber escrito: «Por entonces estaban los cananeos
en el país» (Gn 12,6; 13,7). Porque en tiempos de Moisés los cananeos aún
estaban viviendo en el país. Es decir, el texto fue escrito en una época pos-
terior a Josué y los Jueces, quienes todavía siguieron luchando contra los
cananeos. Moisés tampoco pudo escribir algunos textos que mencionan a
los filisteos (Gn 21,34; 26,14.15.18; Ex 13,17). Porque este pueblo llegaría a
la región bastante después de la muerte de Moisés. El autor de Gn 36,31ss
escribe sabiendo cuándo comenzó la época monáquica en Israel, que es
ciertamente posterior a Moisés.
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Por otro lado existen en el Pentateuco duplicados y triplicados con
notables diferencias, que serían una incoherencia si hubieran sido escritos
por el mismo autor. Hay dos relatos de la creación (Gn 1,1 - 2,4a; 2,4b - 24);
dos descendencias de Adán (Gn 4 y 5); tres relatos sobre la esposa en
peligro (Gn 12,10-20; 20,1-18; 26,1-11); dos pactos de Dios con Abraham
(Gn 15 y 17); dos relatos de la vocación de Moisés (Ex 3 y 6); dos promulga-
ciones del Decálogo (Ex 20 y Dt 5).
En el Pentateuco se nombra a Dios de dos formas distintas: Elohim y
YHWH. Lo mismo ocurre con el nombre de la montaña donde Dios se
revela, llamada a veces Sinaí, y otras veces Horeb. El suegro de Moisés se
llama Ragüel en Ex 2,18 y Jetró en Ex 3,1; 18,1.2.6.12. A los habitantes del
país donde vivirán los israelitas se los llama genéricamente cananeos,
pero otra veces también amorreos.
Existen cortes y tropiezos en algunas narraciones, que hace pensar en
dos escritos mezclados. Por ejemplo, en Gn 7,6ss se repite el comienzo del
diluvio y la entrada de Noé al arca. En Gn 37,28 los madianitas encuentran
Fundamentalismo bíblico
«El fundamentalismo rehuye la relación estrecha de lo divino y de lo hu-
mano en las relaciones con Dios. Rechaza admitir que la Palabra de Dios
inspirada se ha expresado en lenguaje humano y que ha sido escrita,
bajo la inspiración divina, por autores humanos cuyas capacidades y po-
sibilidades eran limitadas. Por esto, tiende a tratar el texto bíblico como si
hubiera sido dictado palabra por palabra por el Espíritu, y no llega a reco-
nocer que la Palabra de Dios ha sido formulada en un lenguaje y en una
fraseología condicionados por tal o cual época. No concede ninguna aten-
ción a las formas literarias, y a los modos humanos de pensar presentes
en los textos bíblicos, muchos de los cuales son el fruto de una elabora-
ción que se ha extendido por largos períodos de tiempo, y lleva la marca
de situaciones históricas bastante diversas.
El fundamentalismo insiste también, de un modo indebido, sobre la
inerrancia de los detalles en los textos bíblicos, especialmente en materia
de hechos históricos, o de pretendidas verdades científicas. Frecuente-
mente considera como histórico lo que no tenía pretensión de historici-
dad, porque incluye en tal categoría cuanto es referido o narrado con
verbos en pretérito, sin la atención necesaria a la posibilidad de un sen-
tido simbólico o figurativo».
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a José y lo sacan del pozo, y se lo venden a los ismaelitas. En 37,36 José es
vendido en Egipto ¡por los madianitas! Sin embargo, en 39,1 el mismo egip-
cio de quien se dijo que lo compró a los madianitas, se lo está comprando a
los ismaelitas. En Ex 19,25 Moisés baja del monte y le habla al pueblo... En
el versículo siguiente Moisés está otra vez en el monte escuchando la pro-
mulgación del Decálogo (20,1).
A veces más que cortes, se trata de ideas muy distintas. En Gn 1 Dios
crea al mismo tiempo al varón y a la mujer; pero en Gn 2 Dios crea al
hombre, luego a los animales y, buscando una compañía apropiada, final-
mente crea a la mujer. En Ex 33,7 la Tienda del encuentro se dice que debe
ser levantada fuera del campamento, pero en Nm 2,2 se levanta el campa-
mento alrededor de la Tienda. En Ex 16,14-35 el maná que alimenta a los
israelitas es enviado milagrosamente por Dios; pero en Nm 11,6-9 llega
como un fenómeno natural. La duración de la fiesta de las Tiendas es de
siete días según Dt 16,15 y de ocho según Lv 23,36.
Todas estas observaciones permiten comprender no sólo que Moisés
no pudo haber escrito esta obra (pues algunos pasajes son claramente de
una época posterior), sino también que el Pentateuco es una composición
bastante heterogénea, imposible de atribuir a un único autor. Pero es mu-
cho más difícil explicar cómo y cuándo los diversos autores fueron apor-
tando su trabajo a la conformación definitiva del texto.
Algunos estudiosos sostienen que los textos fueron compuestos y edi-
tados durante la existencia de la monarquía de Judá e Israel (c. 1000-587
aEC), mientras que otros insisten en que se trata de composiciones posterio-
res, recopiladas y editadas por sacerdotes y escribas durante el exilio babi-
lónico y la restauración (en los siglos VI y V aEC). Todos, no obstante, están
de acuerdo en que el Pentateuco no es una composición única y sin costura,
sino un mosaico de fuentes diversas escritas cada una de ellas en circuns-
tancias históricas distintas para expresar diferentes puntos de vista reli-
giosos o políticos.
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Hacia el final del siglo VII aEC, durante unas cuantas décadas de ebu-
llición espiritual y agitación política, un grupo de funcionarios de la corte,
escribas, sacerdotes y profetas judaítas, se unió en torno a un movimiento
de renovación nacional. El mismo se apoyó en un relato compuesto de
memorias, narraciones populares, cantos y profecías. Aquella obra maes-
tra de literatura sería objeto de un posterior trabajo editorial, hasta conver-
tirse en una referencia espiritual, no sólo para los descendientes del pueblo
de Judá, sino también para comunidades extendidas por todo el mundo.
El núcleo histórico de la Biblia nació en el bullicio de las calles de
Jerusalén, en los patios del palacio de la dinastía davídica y en el Templo
del Dios de Israel. En fuerte contraste con otros pueblos del Medio Oriente,
dispuestos a mantener relaciones internacionales mediante la veneración
de las divinidades de sus aliados, los dirigentes judaítas del siglo VII, enca-
bezados por el rey Josías (descendiente del rey David en la decimosexta
generación), declararon anatema cualquier rastro de culto extranjero, por
considerarlo, de hecho, causa de las calamidades que afectaban al país por
aquel tiempo. Y emprendieron también una vigorosa campaña de unifica-
ción religiosa, ordenando la destrucción de los santuarios de las zonas
rurales. A partir de ese momento, el Templo de Jerusalén, sería reconocido
como el único lugar legítimo de culto para el pueblo de Israel (2 Re 23,4-20).
¿Cómo podemos advertir que fue en esa época cuando se comenzó a
llevar a cabo la compilación de las antiguas tradiciones que integran la
narración bíblica? Por un lado, hay referencias sobre el trabajo editorial que
se realizaba en el palacio de Jerusalén durante el reinado de Ezequías (fin
del siglo VIII aEC): «También estos son proverbios de Salomón, transcritos
por los hombres de Ezequías, rey de Judá» (Prv 25,1). Pero, por otro lado, el
texto bíblico revela algunas claves que pueden delimitar el momento de la
composición final de antiguas tradiciones orales, como los relatos de los
Patriarcas. Por ejemplo, las repetidas alusiones a los camellos. Las investi-
gaciones arqueológicas informan que los camellos no fueron domesticados
para servir como animales de carga antes del final del segundo milenio, y
no se utilizaron ampliamente para ese fin en el antiguo Oriente Próximo
hasta bastante después del año 1000 aEC (la época de los reyes de Israel).
La caravana de camellos que en la historia de José transporta «goma, bálsa-
mo y resina», revela una evidente familiaridad con los principales produc-
tos del lucrativo comercio árabe, floreciente en los siglos VIII-VII aEC bajo la
supervisión del imperio asirio. Hasta entonces, los camellos no habían
sido un elemento del paisaje lo bastante común como para incluirlos como
detalle en una narración literaria.
En los relatos de los Patriarcas también se narra el encuentro de Isaac con
«Abimelec, rey de los filisteos», en la ciudad de Guerar (Génesis 26,1). Sin
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embargo los filisteos, un grupo emigrado del Egeo o del Mediterráneo orien-
tal, no habían establecido sus asentamientos a lo largo de la llanura costera
de Canaán hasta algo después del 1200 aEC (la época de Josué y los Jueces).
Sus ciudades prosperaron en los siglos XI y X y siguieron dominando la
zona hasta bien entrado el periodo asirio. La mención de Guerar como ciu-
dad filistea en las narraciones sobre Isaac y la mención de la ciudad (sin
atribuirla a los filisteos) en las historias sobre Abraham (Gn 20,1) dan a
entender que tenía una importancia especial, o que al menos era muy conoci-
da, en el momento de la redacción de las narraciones de los Patriarcas. Las
excavaciones realizadas allí (hoy Tel Haror) han demostrado que en la fase
temprana de la historia filistea (Edad del Bronce I) no era más que un pueblo
pequeño y bastante insignificante. Pero, a finales del siglo VIII y en el siglo VII
aEC, se había convertido en un bastión poderosamente fortificado de la ad-
ministración asiría. Es un evidente punto de referencia temporal.
Estos detalles apuntan hacia una fecha de composición de los relatos
posterior en muchos siglos a la época en que, según la Biblia, vivieron los
Patriarcas. Éstos y otros anacronismos sugieren un periodo intenso de redac-
ción de las antiguas tradiciones en los siglos VIII y VII aEC.
Detalle de las puertas de bronce de Balawat (cerca del 800 aEC), que muestra a un
camello de carga guiado por soldados asirios.
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En la encrucijada de los grandes imperios
Las tierras bíblicas se hallan en uno de los cuernos de lo que se ha llamado la «media luna
fértil». Se trata de una amplia zona del occidente asiático constituida por un conjunto de
países relativamente fértiles, y en cuya concavidad se encuentra una de las regiones más
ásperas y desoladas del planeta, el inmenso Desierto siro-arábigo.
El cuerno oriental de esta media luna llega hasta el Gólfo Pérsico, y el occidental hasta el
valle del Nilo. La parte central del creciente lo constituyen las altas cuencas del Eufrates y
del Tigris, que se reparten entre los actuales países de Siria, Turquía e Irak.
En cualquier caso, la tierra de Canaán fue siempre en la antigüedad lugar de paso entre el
poderoso imperio egipcio y los otros imperios de Oriente.
Los HITITAS dan su nombre al país de Hatti, dominando Los SUMERIOS fundan el primer
con su imperio la región de Anatolia (actual Turquía) y gran imperio de Oriente, despla-
disputando con Egipto en el siglo XIII el país de Canaán. zados luego por los ACADIOS
Sucumbirán ante los Pueblos del Mar en el siglo XII. en 2350 aEC.
ANATOLIA
Assur
HATTI AK
KA
D
MAR Babilonia
MEDITERRANEO Susa
SUMER
Jerusalen Persepolis
Ur
Menfis
EGIPTO comienza su expansión En el siglo X los ASIRIOS co- Los PERSAS extien-
hacia el Oriente después de ha- mienzan una expansión que lle- den sus conquistas
ber sufrido la invasión de los asiá- gará hasta dominar a Egipto, hasta Egipto a partir
ticos, que lo dominaron entre los ralizando grandes deportacio- del siglo VI, hasta
siglos XVIII y XVI. Recuperada la nes de los pueblos sometidos. que Alejandro Magno
soberanía, persiguió a los inva- Después de su ocaso en el si- se impone en todo el
sores hacia Oriente y conquistó glo VII, los BABILONIOS here- Oriente.
las ciudades cananeas. dan su imperio.
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Los antepasados de Israel
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a presencia de ciertos detalles en los relatos de los orígenes de Israel
lleva a pensar que éstos fueron escritos mucho después de los acon-
tecimientos que narran. No se puede dejar de reconocer que hay
detrás de ellos un complicado desarrollo literario y que fueron redactados
desde la óptica histórica de un Israel ya constituido como pueblo en el país
de Canaán, y desde la perspectiva religiosa de un yahwismo plenamente
desarrollado.
Sin embargo no se puede excluir sin más que para la redacción se utili-
zaran documentos ya existentes, o se recogieran unas tradiciones orales
muy antiguas. Las tradiciones particulares de cada tribu se habrían combi-
nado hasta llegar a ser las tradiciones de «todo Israel». Se las pudo aumen-
tar o retocar para dar cuenta de situaciones más recientes; se las pudo
modificar al ser recitadas en los santuarios o con vistas a su empleo en el
culto. Pero aún así, detrás de esas tradiciones retocadas, es posible todavía
advertir recuerdos auténticos sobre unos tiempos muy remotos.
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Herencia y adopción en el antiguo Oriente
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Pintura en una tumba en Beni - Hasam, Sinuhé entre los
perteneciente a Khnem - Hotep,
funcionario egipcio durante la XII seminómadas
dinastía (siglo XIX aEC). La escena
completa retrata a un grupo de 36 «Me puse en pie después de haber
nómadas, compuesto de hombres, oído el mugido del ganado y divisado a
mujeres y niños, que ingresan los Setyu. Un jefe que se encontraba
pacíficamente en el país con sus
allí y que había estado en Egipto me
animales y con obsequios para el
príncipe. Ibsha, el líder del grupo lleva reconoció. Entonces me dio agua, me
un nombre semita y ostenta el título de hizo cocer leche, fui con él a su tribu y
hikau khasut (dominador de un país ellos me trataron bien... Pasé numero-
extranjero). sos años; mis hijos se habían conver-
tido en guerreros, cada uno de ellos
dirigiendo su propia tribu. El mensaje-
La Historia de Sinhué narra las ro que descendía o subía hacia la Cor-
andanzas de un funcionario egipcio te se paraba a mi lado, pues yo hacía
entre los habitantes de Retenu parar a todo el mundo. Yo daba agua al
(actual Israel y Siria) después de huir sediento, ponía en camino a aquel que
de la corte del faraón. Allí encontró
se había extraviado, socorría a quien
hospitalidad entre unos seminómadas
(cf. Ex 2,21) que lo habían conocido había sido robado.
en anteriores visitas a Egipto. Cuando los Setyu iniciaron las hostili-
La población del país aparece en el dades contra los jefes de los países
texto como compuesta de: extranjeros, yo aconsejaba sus movi-
mientos, pues el príncipe de Retenu
nómadas (los corredores de arena), hizo que yo pasara muchos años como
seminómadas (los Setyu) comandante de su ejército. Yo atacaba
y sedentarios (los Aamu).
victoriosamente cada país contra el que
La descripción de los Setyu es partía, de manera que era despojado
bastante similar a la que el libro del de sus pastos y de sus pozos; captura-
Génesis hace de los patriarcas ba su ganado, llevaba conmigo a sus
bíblicos, quienes también practican la habitantes, tomaba su comida, masa-
hospitalidad (18,1ss), viajan a Egipto craba a sus gentes que estaban allí,
(12,10ss), socorren a los que son por mi fuerte brazo, mi arco, mis ma-
saqueados (14,12ss) y luchan por niobras y mis excelentes consejos».
los pozos de agua (26,20ss).
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El episodio de violencia que tiene como protagonistas a las tribus de
Simeón y Leví y a los habitantes de Siquem, lugar de culto cananeo consa-
grado al dios El-Berit (EL de la Alianza; Jue 9,46), podría ser el recuerdo de un
intento de estos grupos por establecerse en la región. Ambas tribus se asen-
tarán más tarde en el sur. Simeón será absorbida por una tribu más podero-
sa: «su heredad estaba en medio de la heredad de los hijos de Judá» (Jos
19,1). Leví subsistirá sin territorio como tribu sacerdotal: «YHWH es su
heredad» (Dt 10,9).
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El dios El, el Padre del hombre
En 1929 cerca de Rash-Samra, en la actual
Siria, se descubrieron las ruinas de la anti-
gua Ugarit. El abundante material hallado, tan-
to imágenes como textos, constituye la ma-
yor parte de la documentación que permite
conocer la antigua cultura cananea.
Presidía el panteón EL, el padre de todos los
dioses y de los hombres, el creador sabio,
bueno y justo. En la imagen recibe en su tro-
no una ofrenda del rey de la ciudad (Ugarit,
siglo XIV aEC. Museo de Alepo).
Es interesante el siguiente texto de la Epope-
ya de Kirta (s. XIV), donde el héroe, ante las
promesas divinas, pide que el dios le conce-
da descendencia (cf. Gn 15,2).
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fue revelado recién en tiempos de Moisés: «Me aparecí a Abraham, a Isaac
y a Jacob como El-Shadday; pero mi nombre de YHWH no se lo di a cono-
cer» (Ex 6,2). «Cuando Abram tenía noventa y nueve años, se le apareció
YHWH y le dijo: «Yo soy El-Shadday, anda en mi presencia y sé perfecto»
(Gn 17,1). El culto de los antepasados de Israel era, por tanto, un culto pre-
yahwista.
La divinidad de aquellos antiguos grupos no estaba ligada a un deter-
minado lugar, como era el caso de los dioses cananeos, y no habitaba en un
templo. Estaba, en cambio, relacionada al antepasado del grupo, de quien
tomaba su nombre. Así, se habla de «el Dios de mi padre» (Gn 31,5):
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La organización tribal
La tribu es un grupo autónomo de familias que se consideran descendientes
de un mismo antepasado. Pero, también otros elementos pueden intervenir
en la constitución de una tribu. Elementos débiles son absorbidos por un
grupo vecino más fuerte, o bien varios grupos débiles se juntan para formar
una unidad capaz de permanecer autónoma, es decir, con capacidad para
resistir a los diversos ataques.
Puede suceder también que un grupo, demasiado numeroso para poder
convivir y utilizar los mismos pastos, se divida y forme dos grupos, que viven
independientemente. De esta manera se separaron Abraham y Lot (Gen 13,5-
13). Sin embargo, la solidaridad subsiste y, cuando Lot es llevado cautivo por
los cuatro reyes victoriosos, Abraham corre en su auxilio (Gen 14,12-16).
Una tribu, en lugar de crecer, puede sencillamente ir disminuyendo y por fin
desaparecer. Así sucedió con Simeón, cuyos restos fueron muy pronto absor-
bidos por Judá (Jos 19,1-9), pues ya no se la nombra en las bendiciones de
Moisés (Dt 33).
La tribu tiene una organización interna, fundada también en los vínculos de la
sangre. La «casa paterna» es la familia, que comprende no sólo al padre, a la
esposa o esposas y a sus hijos no casados, sino también a los hijos casa-
dos, con sus esposas e hijos, y a la servidumbre.
Varias familias componen un «clan», que vive ordinariamente en el mismo
lugar o, por lo menos se reúne para fiestas religiosas comunes y comidas
sacrificiales (1 Sam 20,6.29). Lo rigen los cabezas de familia o «ancianos».
En tiempo de guerra, suministra un contingente, evaluado teóricamente en
mil hombres, que está a las órdenes de un «jefe» (1 Sam 8,12). El conjunto
de los clanes constituye la tribu. La tribu congrega a todos los que obedecen
al mismo líder, llamado «príncipe» o «principal» (Num 7,2).
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Varias familias agrupadas forman un
clan, regido por los cabezas de familia.
En la guerra lo dirige un «jefe».
FAMILIAS
CLANES
Príncipe de la TRIBU.
FAMILIAS
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Seguidores de un Dios errante
S
ociólogos y etnólogos han verificado entre los beduinos árabes actitu-
des que se remontan a tiempos muy remotos. Una de ellas se da cuan-
do elementos débiles son absorbidos por un grupo más numeroso. En
ese caso se considera que los pequeños grupos se afilian (se hacen hijos) a
otro mayor. En otros casos dos grupos pequeños se unen para fortalecerse.
Entonces se considera que estos grupos parejos se hacen hermanos entre sí. Y
así las relaciones comerciales, sociales y religiosas que los grupos fueron
estableciendo a lo largo del tiempo se expresa en términos de parentesco.
Respecto a los antepasados de Israel se pueden advertir dos grupos de
tradiciones patriarcales, a partir de los lugares mencionados en los relatos de
cada personaje: uno en el sur, con Abraham e Isaac, y otro en el norte, con
Jacob e Israel. Los clanes portadores de estas tradiciones se habrían asentan-
do en el país de Canaán en épocas diversas, relacionándose entre sí hasta
reconocerse en una misma identidad cultural. A la vez, estas tradiciones,
que eran particulares de cada grupo, se habrían entrelazado y armonizando
a medida que éstos se fueron asociando. Entonces el antepasado de cada
clan llegó a ser considerado como miembro de una única familia.
De este modo los hijos de Jacob se afiliarían a Isaac, como resultado del
continuo intercambio de tradiciones entre la norteña Betel y la sureña Beer-
sheba, a través de los peregrinos y de las caravanas que se dirigían a Egip-
to, como se hacía todavía en el siglo VIII aEC (Am 5,5). Por otro lado el
predominio de la tribu de Judá, radicada en torno Hebrón y portadora de
las tradiciones de Abraham, sobre los clanes establecidos en Beersheba,
pudo llevar a que el grupo transmisor de la tradición de Isaac se reconocie-
ra como afiliado a los abrahamitas.
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nes del patriarca tal como las leemos hoy en el Pentateuco: «En el seno mater-
no suplantó a su hermano, y de mayor luchó con Dios. Luchó con el ángel y
le pudo, lloró y le imploró gracia. En Betel le encontró y allí habló con noso-
tros» (Os 12,4-5). De modo que al menos en la primera mitad del siglo VIII ya
se vinculaba con Jacob a las tribus del norte, como Efraím, y de sur, como
Judá (Os 10,11); y los relatos patriarcales contaban ya con una forma fijada.
Sin embargo las primeras menciones de Abraham las encontraremos
recién dos siglos más tarde, durante el destierro en Babilonia. A comienzos
del siglo VI aEC el profeta Ezequiel critica las pretensiones de los supervi-
vientes de Jerusalén, que ponen sus expectativas en su antepasado: «Uno
solo era Abraham y obtuvo en posesión esta tierra. Nosotros somos mu-
chos; a nosotros se nos ha dado esta tierra en posesión» (Ez 33,24). Al
contrario, otro profeta hacia el final del destierro apela al recuerdo del Pa-
triarca para afianzar la esperanza de los exiliados: «Reparad en Abraham
vuestro padre, y en Sara, que os dio a luz; pues uno solo era cuando le
llamé, pero le bendije y le multipliqué» (Is 51,2). La tradición de Abraham,
localizada en torno a Hebrón, la primera capital de David, activó la espe-
ranza de retorno a la tierra cuando el reino davídico había desaparecido.
Finalmente, en torno al siglo V aEC se encontraría ya concluido un
brillante relato tanto familiar como nacional. La fusión de las tradiciones
de los distintos clanes dio como resultado una historia de salvación, que se
volvería muy actual para los integrantes de la tribu de Judá, que estaban
regresando desde Babilonia a una tierra en la que habían vivido sus pa-
dres. Servía para recordar algo fundamental: «Mi padre era un arameo
errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún,
pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa...» (Dt 26,5). Se expresa-
ba así algo que se consideraba como una nota de la historia remota del
pueblo, pero que podía ser motivo de gran esperanza para el futuro incierto
que por entonces se planteaba: una vez Israel se había afincado en un
territorio y había establecido allí su patria. La historia se podría renovar...
Las historias de los patriarcas no fueron transmitidas, entonces, sim-
plemente para informar cuanto ocurrió en tiempo remotos. En estas tradi-
ciones se fue acumulando la experiencia religiosa de muchas generaciones
en torno a una convicción central: Dios hizo una promesa a los antepasados de
Israel. Por eso, mientras que otras culturas sedentarias habían olvidado
casi por completo su primitivo origen errante, Israel siguió teniendo siem-
pre una conciencia viva de sus orígenes. Y así el Dios de Israel conservó en
gran parte los rasgos del dios de los nómadas, del Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob. Ese Dios siguió siendo un Dios errante y peregrino. Y por eso la fe
del pueblo se mantuvo incluso fuera de la tierra patria. Dios marchó siem-
pre a donde los avatares de la historia llevaron a Israel.
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Los narradores e historiadores de Israel
«Quizá fue una noche de frío, junto al fuego, cuando comenzó a contarse
la historia de Israel. Primero los ancianos, que recordaban las andanzas
de antepasados famosos. Llegaron más tarde los grupos del desierto,
relatando y exagerando las penalidades sufridas en Egipto, la terrible
marcha hacia la tierra prometida, la revelación concedida por el Señor a
Moisés. Vendrían luego los poetas populares, cantores de gestas realiza-
das contra los filisteos, que cambiaban batallas y ejércitos por una buena
comida antes de seguir su viaje. No faltaban sacerdotes que, en las pere-
grinaciones anuales a los santuarios, relataban al pueblo cómo se apa-
reció Dios en aquel lugar sagrado.
Así, de boca en boca, transmitidas oralmente, comenzaron a conser-
varse y enriquecerse las tradiciones históricas de Israel. Hasta que sur-
gió una clase más culta, en torno a la corte de Jerusalén, en el siglo X a.C.
También le interesaban otros datos: la lista de los gobernadores de Salo-
món, los distritos en que dividió su reino, el lento proceso de construcción
del templo de Jerusalén y del palacio, con sus numerosos objetos de
culto o de adorno. Todos ellos comienzan a usar la escritura. No quieren
que datos tan importantes se pierdan con el paso del tiempo.
Por último, dentro de esta tradición escrita, surgen verdaderos genios,
que recopilan con enorme esfuerzo los relatos antiguos y los unen en una
historia continua del pueblo. Algunos se concentraron en los orígenes.
Otros se limitaron a acontecimientos fundamentales de su época, como
la subida de David al trono o las terribles intrigas que provocó su suce-
sión. Incluso hubo un grupo que emprendió la tremenda tarea de recopi-
lar las tradiciones que iban desde la conquista de la tierra (siglo XIII) hasta
la deportación a Babilonia, componiendo lo que conocemos como «His-
toria deuteronomista» (Josué, Jueces, Samuel, Reyes).
Pero, siglos más tarde, se produce un hecho curioso. Un autor vuelve
a contar la historia de la monarquía. Para ello, coge los libros de Samuel
y Reyes y los copia al pie de la letra, pero suprimiendo lo que no concuer-
da con su punto de vista y añadiendo otras tradiciones. Surge así la «His-
toria cronista» (1 y 2 Crónicas). También en el siglo II a.C, dos autores
distintos contarán la historia de la rebelión macabea. De este modo, siglo
tras siglo, incansablemente, el pueblo de Israel puso en práctica la con-
signa de Goethe de que «cada generación debe escribir de nuevo la
historia».
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