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Uso y cambio de uso de edificios históricos:

notas sobre su pasado y su presente


J. García-Gutiérrez Mosteiro
Catedrático de la Escuela Técnica Superioi- de Arquitectura de Madrid. Director del
máster universitario en "Conservación y restauración del patrimonio arquitectónico"
(Universidad Politécnica de Madrid)

Tratar acerca de conceptos como "reúso", "reutilización", "rehabilitación" de edi-


ficios históricos supone referirse a matices semánticos que pueden tener distintas
connotaciones. Y ello, con el riesgo añadido (como pasa con otras voces relativas
al patrimonio -la italiana "restauro", por ejemplo-) de no acotar precisamente el
mismo concepto en las distintas lenguas. Sea como fuere, cuando hablamos en espa-
ñol de "reúso" ("re-uso" se podría haber escrito hasta hace muy poco) nos referimos
convencionalmente a un concepto -desde luego amplio- que, en nuestras lenguas
vecinas, es utilizado de modo similar aplicado al patrimonio arquitectónico (Reich-
lin & Pedretti 2011); y es frecuente que recientes contribuciones al caso adjetiven
o determinen con más precisión el concepto, y se hable, así, de "adaptive reuse"
(Austin 1988; Rabun 2000) y de "creative re-use" (Latham 2000).Además de otros
posibles significados relativos al aprovechamiento material de las construcciones
heredadas, caben dos acepciones fundamentales en lo que toca a la propia funciona-
lidad del edificio: la de recuperación de un uso perdido; y la de dotar al edificio de
un uso distinto al original (Robert 1989; Smeallie & Smith 1989; Greer 1998). Este
último sentido, que explícitamente denotamos co~o "cambio de uso", es el que nos
interesa tratar en estas notas. En cualquier caso, estamos hablando de conservación
del patrimonio: el mantenimiento en uso de los edificios -el uso original o el so-
brevenido- es condición propicia -si no necesaria- para su conservación; y así ha sido
demostrado largamente por la historia. El Partenón llegó casi intacto hasta finales
del siglo XVII, gracias a que fue convertido en iglesia cristiana; y, más tarde, en
mezquita. Y semejantes peripecias experimentaron muchos de los edificios que nos
han llegado desde la Antigüedad (incluso aquellos en los que el uso no resultaba tan
compatible como en la continuidad de un uso sacro).La historia de la arquitectura es
inseparable de la historia de las intervenciones habidas en los edificios; y, por tanto,
del uso -o de los usos sucesivos- que éstos han contenido. Conocer un edificio como
bien patrimonial es conocer su "biografia": es conocer la razón de ser -utilitas-para
la que fue concebido; pero también, las actividades y funciones que han podido ir
desarrollándose en él y que -adaptándose en mayor o menor medida- ha llegado a
albergar. Ambas consideraciones son necesarias a la hora de conservar, intervenir o
restaurar un edificio histórico; y, desde luego, a la hora de tener que proponer, en
su . c~so, un nuevo uso compatible con él. Si la segunda consideración -el llegar a
caracterizar qué funciones se han dado en la vida del edificio- no es siempre tarea
a la que se pueda dar fácil expediente, la primera -llegar a comprender con rigor
su función original- puede presentar también puntos de dificultad: por un lado, la

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complejidad de la función per se en organismos de tan complejo mecanismo como


un gran monasterio medieval, por poner un ejemplo; de otro lado, el hecho de que
la construcción de los edificios antiguos -a menudo, lenta- podía sufrir considerables
cambios del programa de usos (que deben ser tenidos en cuenta aunque la obra pu-
eda parecer unitaria) (De Angelis d'Ossat 1978, 54)
La arquitectura histórica ha demostrado una reveladora flexibilidad para acoger
nuevas funciones (ganando en esto a la determinación funcionalista de buena parte
de la arquitectura del siglo XX). Estas logradas alianzas con usos para los que no
estaba destinada (reparemos, por caso, en las arquitecturas que albergan no pocos
de los grandes museos europeos) se llevó a cabo con naturalidad en muchos casos,
puntualmente y sin que supusieran propuestas de cambio de uso a gran escala; pero
nos centraremos, en lo que sigue, en muy otros casos: la "avalancha" de cambios de
uso tras la Revolución Francesa; y las que, desde bien distintos presupuestos, con-
templamos en nuestros días.

La Revolución Francesa: un hito en el cambio de uso de edificios históricos


Con la Revolución Francesa, cuyas consecuencias originaron el sentido propia-
mente contemporáneo de patrimonio (Rücker 1913), se propició a una escala im-
ponente -nunca contemplada hasta el momento- la cuestión del cambio de uso de
edificios históricos. Ello conllevó problemas que tampoco habían sido planteados
hasta ese momento crucial.
La incautación de las cuantiosas propiedades inmuebles de la Iglesia, de la corona
y de la nobleza se produjo entre las primeras acciones revolucionarias. En octubre
de 1789, la Asamblea Constituyente aprobaba que los bienes eclesiásticos pasaran "a
disposición de la nación"; e inmediatamente siguieron los otras incautaciones. Esta
abrumadora y súbita aportación de propiedades tuvo efectos de primer orden: desde
la conformación de la idea de propiedad colectiva de ese patrimonio por parte de
la ciudadanía (idea esencial para nuestra actual conciencia de salvaguardia) hasta la
cuestión práctica de qué hacer con ese inopinado legado.
A esta última cuestión se dio expediente por medio de una disyuntiva absoluta:
o vender esos bienes inmuebles a particulares o dotarlos de nuevos usos. Evidente-
mente, la primera opción ocasionó una serie de pérdidas patrimoniales de primer
orden (el caso de la abadía de Cluny, entre otros tantos, es bien significativo); la
segunda vía, si bien produjo irreparables daños -fundamentalmente en los bienes
muebles y artes aplicadas-, aseguró en muchos casos la conservación -más o menos
relativa- de los edificios. Esta práctica era, desde luego, más difícil que la primera:
se trataba "de adaptar -al menor costo- los nuevos bienes nacionales a sus nuevos
usuarios y descubrirles nuevas funciones" (Choay 1992, 89) y exigía ideas claras,
creativas, capacidad de gestión. ·
La cuestión de proponer nuevos usos para edificios que habían perdido la fun-
ción para la que fueron concebidos se mostró entonces en toda su compleja -a
menudo, traumática- realidad. Había que encontrar un uso "compatible" con el

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carácter del edificio; pero esta labor no podía ser fácil.


En lo que toca a la arquitectura religiosa (que constituía una ingente parte de la
incautación llevada a cabo), la cuestión del nuevo uso era particularmente compro-
metida. Muchas iglesias -y aun catedrales- se destinaron a usos variopintos e indig-
nos; muchos conventos y monasterios se convirtieron en cuarteles y cárceles .. . En los
grandes edificios religiosos, fundamentalmente en los góticos, esa compatibilidad de
uso era dificilmente asequible. Así, la SaÍnte-Chapelle de París fue convertida por el
Directorio (1797) en archivo de la administración (de modo qu e sus vidrieras fueron
ocultadas por las grandes estanterías de archivos -y así, paradójicamente, preservadas
del vandalismo-).
Con el caso de un edificio del valor simbólico de Notre Dame de París el prob-
lema era aún más arduo. Para la catedral, desposeída de su condición, se ideó el uso
forzado de "Templo de la Razón" (1793), no sin haber sido utilizada también como
depósito y almacén de provisiones Qokilehto 1999, 70), y así permaneció hasta la
restauración al culto católico (1802). Otras grandes catedral es góticas (como la de
Estrasburgo) fueron también destinadas al "culte de la Raison" o -como se daría en
llamar en seguida- al "culte de l'Étre Supreme''.
Muy distinto -también en París- fu e el devenir de la iglesia de Santa Genoveva
(entre otras razones, porque el lenguaje clásico del grandioso proyecto de Soufflot
encajaba con el espíritu revolucionario mucho mejor que el ideal gótico). En 1791,
con la iglesia ya concluida pero no consagrada aún como templo católico, la Asam-
blea Nacio nal decidió cambiar el destino del edificio para (ateniéndose al ejemplo
de Westminster) dedicarlo a Panteón N acional de hombres ilustres: "Que le nouvel
édifice de Sainte-Genevieve soit destiné a recevoir les cendres des grands hommes,
adater de l'époque de notre liberté"; y así -transformado entre esa fecha y 1793 por
O!Jatremere de Qüncy- ha llegado al presente (no sin curiosos y sucesivos cambios
de usos, entre lo laico y lo religioso).
Otro gran proyecto neoclásico en París, la iglesi a de La Madelein e, tuvo signifi-
cativas propuestas de nuevos usos durante la Revolución. Cuando ésta se produjo el
templo estaba en construcción (según el proyecto clasicista de Couture), surgiendo
el debate acerca del nuevo uso que se podía dar al edificio: biblioteca, mercado, sala
de baile ... ; incluso hubo alguna tentativa (Kersaint 1792) para su adaptación para
Asamblea N acional. Cuando Napoleón emprendió la continuación de las obras,
con su definitiva forma exterior de templo griego, decidió dedicarlo a la Gloria de
"la Grande Armée" (1806); no volvería a ser igles ia católica hasta 1842.
Lo que la Revolución había producido en Francia, en materia de cambio de usos
en edificios históricos -y en la conformación de una conciencia de patrimonio-,
tuvo reflejo en otros países (como España, donde décadas después, con los procesos
desamortizadores, el cambio de usos de edificios incautados alcanzaría una escala de
gran dimensión e incidencia urbana).

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Los 'ínonumentos vivos" y el valor de uso


La cuestión del uso y cambio de uso de los edificios se vio alimentada, en el XIX,
con el ya planteado debate entre el concepto de "monumentos muertos" y "monu-
mentos vivos" (Bourassé 1845); y ello, en paralelo con los criterios de con.servación e
intervención en cada caso. Si los primeros correspondían a un "capítulo cerrado" de
la historia (la Antigüedad clásica, en concreto), y debían ser preservados en su instan-
cia documental, los segundos (muy expresivamente, las iglesias y edificios religiosos
desde el Medioevo) debían ser considerados como una tradición viva y, por tanto,
ser conservados o restaurados para garantizar, precisamente, su uso.
Son significativas, en este sentido, las reflexiones de Viollet-le-Duc y Mérimée
en su "Instruction pour la conservation, l' entretien et la restauration des édifices
diocésains et particulierement des cathédrales" (Mérimée & Viollet-le-Duc 1849); y
más aún, las que el primero -ya individualmente- haría más tarde en su Dictionnaire,
afirmando la importancia que para la conservación del edificio tiene el encontrar un
uso compatible: "D' ailleurs le meilleur moyen pour conserver un édifice, c' est de lui
trouver une destination, et de satisfaire si bien a taus les besoins que commande cette
destination, qu'il n'y ait pas lieu d'y faire des changements" (Viollet-le-Duc 1868, 31).
También Boito contempló la cuestión del uso, al referirse a los distintos tipos
de intervención según las edades de los edificios; pero fue Riegl, con la brillante
contribución de su Der modern Denkmalkultus, dirimiendo las compatibilidades y
contradicciones de los distintos valores que la conciencia contemporánea encuentra
en los edificios históricos, quien llegó a centrar con precisión la cuestión.
Cuando trata de los valores de contemporaneidad en relación con el culto a los
monumentos, diseca los posibles conflictos entre el valor de uso -Gebrauchswert- y
otros valores apreciables de los edificios históricos, entre ellos, el valor de antigüe-
dad -Alterswert-. Enfocando, desde un nuevo y muy ágil punto de vista, la cuestión
histórica de los "monumentos muertos" -los que desde hace mucho tiempo han
dejado de ser usados de manera práctica- y los "monumentos vivos", en los que "el
culto al valor de antigüedad" hará concesiones para que el uso del edificio quede
garantizado (y con ello, también, su conservación): "La posibilidad de un conflicto
entre valor de antigüedad y valor instrumental se da sobre todo en aquellos monu-
mentos que se encuentran en la línea divisoria que separa a los utilizables de los no
utilizables (.. .) En estos casos se llevará la victoria generalmente aquel valor cuyos
postulados se vean apoyados por los postulados paralelos de otros valores" (Riegl
1903, 77).
La sistematización axiológica de Riegl -tan vigente hoy en tantos aspectos- dejaba
planteada la cuestión en términos objetivos; y lo hacía en los mismos principios de
un siglo que iba a tener que contemplar la realidad del cambio de uso de los edificios
a una escala -cuantitativa y cualitativa- nunca vista hasta entonces en la historia, y
que, consecuentemente, iba a tener que revisar no pocos de los criterios de conserva-
ción implícitos en las teorías hasta entonces formuladas.

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J. Garcia-Guitiérrez Mosteiro
El desbordamiento patrimonial del siglo XX' y su incidencia en el cambio de uso
de los edificios
El siglo XX, en especial tras el nuevo orden mundial originado con la II Guerra
Mundial (bien reflejado en la Carta de Venecia de 1964), ha supuesto lo que podría-
mos considerar un claro "desbordamiento" de los límites y cauces previstos para la
determinación de edificios objeto de preservación patrimonial. Se han producido
relevantes ampliaciones -en extensión y en concepto- de la propia idea de patri-
monio arquitectónico: cronológicas, tipológicas, de entorno .... Cada una de estas
ampliaciones ha conllevado revisiones de criterios y experiencias de intervención; y
casi todas ellas han tenido conexiones directas -y muy explícitas- en la práctica del
cambio de uso de edificios.
La incorporación de nuevos tipos arquitectónicos al conjunto de los valores pat-
rimoniales ofrece un amplio campo en esta materia. A la custodia de los monu-
mentos históricos tradicionales, o preindustriales, se han ido sumando con rapidez
otros -muy disímiles- tipos de edificios, industrias, estaciones ferroviarias, mercados,
fábricas, estructuras ... La cuestión del "patrimonio arquitectónico industrial", de tan
gran actualidad, es especialmente relevante. En gran parte, estos edificios -concebidos
para usos muy específicos- han cumplido el papel para el que estaban destinados y
presentan ahora la dificultad de encontrar un uso compatible: no hay fácil solución
para la conservación de estos grandes "contenedores" vacíos, a menudo con serios
problemas de mantenimiento; y el recurso a espacios museísticos y culturales (del
museo del Qyai d'Orsay a las intervenciones de Herzog y de Meuron en centrales
eléctricas en Londres y Madrid, por citar algunos casos) no siempre es posible.
La cuestión es muy amplia; no se limita al campo -enormemente vasto y di-
verso- de la arquitectura industrial. Un ejemplo que merece ser aportado es el de
las grandes salas de cine: éstas contribuyeron de una manera muy destacada a la
definición de un tipo arquitectónico específico del siglo XX; pero -con afortunadas
excepciones- están siendo desmanteladas (al menos en su espacio interior: lo que, en
este caso, es decir mucho) para ser reutilizadas como espacios comerciales.
Otra significativa ampliación en el concepto actual de patrimonio arquitectóni-
co es la arquitectura vernácula; y cabe también en este caso hablar de un uso y
cambio de uso, con directas consecuencias -en pro o en contra- para la conservación
de los valores patrimoniales de esos conjuntos históricos: desde la transformación
del tejido de vivienda habitual al de vivienda ocasional hasta el uso explícitamente
turístico.
Posiblemente, la más concluyente ampliación del concepto de patrimonio acae-
cida en la segunda mitad del siglo XX, y que comporta un apreciable e inopinado
"cambio de uso" de los edificios históricos, sea la aparición del fenómeno del turis-
mo de masas. El rendimiento del patrimonio -también en el sentido económico- va
exigiendo una cada vez más cómoda, inmediata, abierta accesibilidad a un fluir creci-
ente de visitantes (Choay 1992, 199); éstos, por otro lado, requieren una siempre más
fácil comprensión del objeto patrimonial. Ello conduce a esa radical mutación de

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la correspondencia del hombre con el monumento arquitectónico que hizo que ya


Ceschi formulara la oportuna pregunta: "Il restauro turístico?" (Ceschi 1970, 132).
Hay una gran oportunidad en la gestión del patrimonio que contemple el uso
tw1stico del edificio; pero hay que atender también al riesgo para la propia conserva-
ción patrimonial que puede ejercer la presión turística y lo que ésta conlleva: desde
la erosión del objeto patrimonial y su entorno hasta la banalización comercial del
propio objeto o conjunto. El progresivo y -en general- descontrolado cambio de uso
d~ edificios y locales comerciales que propicia la marea turística en los p~·incipales
1t111eranos de relevantes centros históricos, marcando un "estilo" reconooble mter-
nacionalmente y ajeno a la realidad urbana de esos lugares, entra en permanente
conflicto con la propia conservación de su valor patrimonial.
Muy al contrario, una adecuada gestión turística del patrimonio puede llevar
a acciones de compromiso entre una y otra variable. España, potencia turística Y
patrimonial, ha privilegiado tantas veces el valor turístico frente al patrimonio ar-
quitectónico (y, como sabemos, frente al patrimonio natural); pero ha sido también
promotora de buenas prácticas en este sentido. A destacar, la desarrollada desde
la administración en la red de Paradores de Turismo: una larga experiencia -no
siempre con similares criterios- en dotar de uso hotelero a edificios históricos que
habían quedado sin fünción; particularmente destacable, en el caso de castillos Y
otros elementos de arquitectura defensiva, cuyo perdido uso inicial no facilita la
compatibilidad con el uso hotelero en igual medida que otros tipos arquitectónicos
utilizados más próximos a la categoría residencial (monasterios, palacios ... ) (Rodrí-
guez Pérez 2012).
La reutilización y cambio de uso de los edificios históricos, una práctica que
recorre la historia y que -con sus luces y sus sombras- ha hecho posible, tantas
veces, que los bienes arquitectónicos hayan podido llegar a nuestros días, presenta
hoy caracteres peculiares y de enorme extensión. Hay, por esto, una gran ocasión
-y responsabilidad- ante nosotros: mantener en uso, propiciar usos compatibles que
favorezcan la conservación del patrimonio arquitectónico. Esta vía es, a la larga,
más operativa que la de una "conservación" pasiva. Es oportuno, por ello, aplicar al
patrimonio arquitectónico algunos términos (y, por tanto, sensibilidades) aplicadas
comúnmente al patrimonio natural. Si en este campo, voces como "preservación"
Y "sustentabilidad" tiene un sentido más restrictivo y proteccionista que las cor-
relativas "conservación" y "sostenibilidacl", abiertas a la adecuada articulación entre
la necesidad de conservar los bienes naturales y la de incorporarlos a los sistemas
de desarrollo de la sociedad, también en nuestro campo, y muy específicamente en
lo que t_oca a mantenimiento y cambio de usos en edificios, conviene procurar el
eqmhbno -no siempre estable- entre qué "preservar" y qué "conservar" dotándolo
de apropiado uso.

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Congreso Internacional sobre Documentaci ón, Conservación y Reutilización del Patrimonio Arquitectónico
J. Garcia-Guitiérrez Mosteiro
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