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Le Monde Diplomatic
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La creciente hegemonía de los recetarios neoliberales sobre la crisis del Estado Benefactor introdujo, a
partir de los años ’80, visiones cuyo acento principal, más allá de la invocación a mejorar el desempeño,
se puso en reducir de modo drástico las funciones y el tamaño del Estado, recortando gastos y personal.
La euforia neoliberal abrió el camino para el surgimiento de diversas respuestas al clásico problema de la
acción estatal. El núcleo central de estas perspectivas era una concepción dogmáticamente anti-estatista
que propiciaba una profunda reestructuración del sector público vía privatizaciones, desregulación y
descentralización. En países donde el neoliberalismo encarnó con más fuerza, como Gran Bretaña,
Australia y Nueva Zelandia, emergieron nuevos paradigmas, englobados bajo el término “Nueva
Gerencia Pública” (New Public Management). Se refieren a un conjunto de ideas administrativas, que
algunos analistas han separado en dos líneas: la Escogencia Pública (Public Choice) y el Gerencialismo.
En líneas generales, están fuertemente basados en los principios de la empresa privada y forman parte
flexibles y direccionados hacia la calidad, para satisfacer las demandas de los ciudadanos entendidos
como consumidores. Pero es preciso subrayar que en ninguno de estos países se encaró en forma
concreta y permanente la posición minimizadora, defendida a ultranza solo en los tratados de los
En la primera mitad de los noventa, los consultores estadounidenses David Osborne y Ted Gaebler se
Gore, que la adoptó como eslogan para impulsar cambios en la administración pública. Estos autores
alta calidad, orientados hacia los “clientes” a la manera empresarial, que supone para la gestión de
organizaciones públicas la prescripción de técnicas del sector privado, tales como la reingeniería, la
medida en que pueda proveer liderazgos lo suficientemente sólidos como para encarar las reformas
reputadas imprescindibles en el sector público, subyace en todos ellos una fe casi absoluta en las
bondades del mercado para resolver los dilemas básicos del orden social y un correlativo rechazo por el
espacio estatal en tanto articulador de diversos intereses sociales. Así, se piensa al Estado como aparato
chico, que gaste poco y que resulte funcional a la implementación de un puñado básico de políticas pro-
mercado. Se cuestiona fuertemente el lugar de la “política” como campo para la definición de objetivos
sociales, cualesquiera que estos pudieran resultar del libre juego democrático. El reino del mercado
requiere, en cambio, una administración unívoca y eficaz, junto con la restricción sistemática de otros
intereses sociales que no sean los que dominan en el mercado. Se produce así un debate clave entre
Estado y mercado, traducido como política vs. economía. Porque la única política admitida y legítima,
según la visión neoliberal, es la que asume con firmeza los valores de la economía de mercado.
Los países de América Latina en general y Argentina en particular no han quedado al margen de la
influencia de tales paradigmas. En 1997, el Banco Mundial (BM) presentó un Informe llamado "El Estado
Estado remanente tras los ajustes recomendados en los primeros ’90. Para ello, se promovía un
conjunto de medidas basadas en ideas provenientes del management, cuya legitimidad para aplicarlas al
Así, el BM, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
comenzaron por fomentar la implantación de un nuevo vocabulario, que fue rápidamente adoptado por
los gobiernos latinoamericanos a instancias de los expertos o consultores entronizados como “gurúes”
del cambio administrativo. Términos tales como “gestión por resultados”, "mejora continua de la
calidad”, “satisfacción al cliente” o “gerencia de contratos” comenzaron a poblar los nuevos programas
de “reforma estatal de segunda generación”, como condición necesaria para recibir los créditos de los
Pero más allá de la retórica, el resultado concreto de la aplicación de estas recetas con pretensión de
innovadoras (o, en muchos casos, de “moda”) tuvo mucha menor difusión. En efecto, los propagadores
del New Public Management se muestran menos proclives a considerar que aquellos países como Gran
Bretaña, Nueva Zelandia y Australia fueron liderados por partidos neoconservadores, cuyo propósito era
políticamente neutral– que ha pretendido darse a este recetario del “buen gerenciador público” y que
pone en cuestión su pretendida utilización como manual práctico adoptable en todo tiempo y lugar. De
hecho, pese a las largas décadas transcurridas desde que estas ideas cobraron fuerza, no se conocen
experiencias de éxito relevante como para justificar su persistente difusión (el estruendoso fracaso de la
privatización de los ferrocarriles ingleses es ejemplar en este sentido). Menos aun en América Latina,
principal y reconocido obstáculo para introducir cualquier receta reformadora que presuponga un modelo
de gestión ya implantado.
Mabel, Thwaites Rey. “Qué Estado para qué proyecto de país”, Le Monde
Diplomatic, edición Cono Sur, Buenos Aires, Nº 50, agosto de 2003.