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LA DEMOCRACIA COLOMBIANA: UNA HISTORIA SUPEDITADA A LA

CATEGORÍA DEL ENEMIGO.


Por: Asuil
Desde la independencia de España, hasta nuestros días, la historia política de Colombia ha
estado caracterizada por una tradición de violencia y crimen que la ha sumido en la lógica
del enemigo y la ha llevado a negar el antagonismo constitutivo de la Democracia. Al realizar
un recorrido y una exégesis por y de dicha historia, saltan a la vista las evidencias que nos
permiten comprender el hecho de que hemos caminado de la mano con la lógica del enemigo
y al mismo tiempo, hemos sido incapaces de pensar políticamente. Así mismo hemos
intentado fallidamente, vivir y convivir bajo una verdadera democracia pluralista y nos
hemos dedicado más bien, a deslegitimar las visiones políticas del otro, erradicándolo,
invisivilizándolo y asesinándolo.
Generalmente en Colombia, tanto los representantes del pueblo, como el pueblo mismo –
aunque el pueblo en una mayor medida- conciben la política y lo político como una totalidad,
es decir, no se establece una clara diferencia entre ambas, lo que sin duda causa, una gran
confusión a la hora de ejercer la política y concebir lo político. Establecer las diferencias
entre ambos, es una tarea que se debe emprender con prontitud y exactitud si se quiere
participar plena y verdaderamente de la vida política, ya que, de dichas concepciones, derivan
las formas en cómo, como ciudadanos, ejercemos nuestra vida política en la polis; además,
de las nociones que se tengan de ambos términos y de cómo se ejerzan, también dependen
las nociones de Democracia, pluralismo y Democracia pluralista que en nuestro caso puntual
como país, hacen parte de la constitución política.
Para hablar de la diferencia entre estos dos términos retomaremos los planteamientos de la
politóloga y filósofa Chantal Mouffe, quien, precisamente, insiste que en la democracia
pluralista moderna, existe una imposibilidad para pensar en lo político y en la democracia
pluralista debido a que tendemos a rechazar el conflicto. De un lado, Mouffe nos plantea que
lo político se encuentra en el orden de la esencia y, siguiendo a Heidegger, pertenece al nivel
ontológico, es decir, lo político no nos remite a la práxis de la vida política, sino más bien, si
se quiere, al ser de dicha praxis, de dónde vienen y a la manera misma en que se instituye la
sociedad; lo político pues, está ligado a la dimensión de antagonismo y de hostilidad que
existe en las relaciones humanas. Hemos llegado a un punto importante: de un lado tenemos
que la manera en que se instituye la sociedad, es decir, lo político, se funda en la hostilidad
que existe en las relaciones humanas y, dicha hostilidad, existe gracias a la diversidad de
pensamientos y planteamientos que pueden surgir a partir de la visión que cada mente de
cada ser humano tiene del mundo, y cuando estas visiones se expresan en la colectividad,
pueden colisionar y no concordar con las ideas y planteamientos de los otros; de ahí que,esa
hostilidad se constituya en un antagonismo que generalmente tiende a establecer relaciones
de tipo amigo/enemigo entre los individuos y colectivos. El problema reside entonces en que
siempre el conflicto tiende a verse de una manera hostil y negativa que precisamente
desencadena la relación de amigo/enemigo entre los individuos y colectivos. Sin embrago,
según Mouffe, es imposible pensarse lo político fuera de esta dimensión antagónica ya que
el conflicto es su condición misma de existencia: el conflicto da pie al pluralismo
posibilitando así, la democracia pluralista.
De otro lado tenemos que la política está relacionada con los hechos de la misma y que está
atravesada inminentemente por lo político, es decir, por la hostilidad y la conflictividad que
son constitutivas de la humanidad. Ahora bien, siguiendo a Heidegger la política ya no se
situaría en un nivel ontológico que hay que escudriñar, sino más bien desde un nivel más
superficial y visible: el óntico. Así pues, la política nos remite a la multitud de prácticas o
instituciones de la misma que apuntan a establecer un orden para organizar la coexistencia
humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues están atravesadas por lo político,
como se mencionó anteriormente.
En este sentido, ha existido durante nuestra historia colombiana, una praxis política
democrática, situada por lo tanto, en el nivel óntico. Pero es la falta de comprensión de lo
político en el nivelo ontológico, lo que ha originado nuestra incapacidad para pensar de un
modo político, involucrando pugnas de índoles religiosas, sociales, étnicas y económicas, en
vez de relaciones conflictuales legítimas.

Según la RAE, la Democracia es la forma de gobierno en la que el poder político es ejercido


por los ciudadanos; es una doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo,
que ejerce el poder directamente o por medio de representantes y, también, es una forma de
sociedad que practica la igualdad de derechos individuales con independencia de etnias,
sexos, credos religiosos etc. Si nos detenemos por un momento en las definiciones que nos
brinda la RAE – que naturalmente se corresponden con lo que se intenta realizar en Colombia
con relación a la democracia – encontramos que el lexema “igualdad”, según esta misma
fuente, nos remite a significaciones como: “correspondencia y proporción que resulta de
muchas partes que uniformemente componen un todo” y “Equivalencia de dos cantidades o
expresiones”, es decir que, cuando decimos igualdad, damos por sentado que aún,
independientemente de las diferencias –que claramente exigen tratamientos diferenciados-
debe existir unanimidad de derechos y libertades, así como un consenso en términos de
pensamiento político y que además, esas partes componen un todo que sería lo
verdaderamente importante según esta definición de democracia. Ahora bien, el pluralismo
nos remite a la idea de que se aceptan y reconocen la multiplicidad de doctrinas y/o
pensamientos, lo que resulta bastante contradictorio en un sistema democrático como el
nuestro que además sostiene en su carta magna al pluralismo como uno de sus principios, si
decimos que debe existir un consenso y unanimidad según la igualdad – y no equidad- en los
derechos y libertades; es como si tratásemos a toda costa superar y erradicar la contradicción
nosotros/ ellos que es constitutiva del antagonismo, y entonces, estaríamos negando nuestra
naturaleza conflictiva y poniendo dicha oposición en una perspectiva amigo/enemigo donde
mi contrario que piensa diferente debe abandonar sus concepciones para adherirse a las de
una mayoría; si esto no sucede, entonces entramos en la lógica de dominación/eliminación
del otro, entramos en la lógica de la guerra, como veremos más adelante. Lo que hacemos
entonces, como país, es que cada vez que existe una diferencia de pensamiento, eliminamos
al otro y sólo después de miles de pérdidas humanas, naturales y económicas, tratamos de
llegar un consenso por las vías de “una democracia pluralista” en la cual lo importante es que
exista la victoria de una línea de pensamiento, pero sin reconocer al otro que piensa diferente
como adversario, sin legitimarlo, sin ofrecerle espacios para el disenso. Cabe preguntarnos
entonces ¿Acaso la democracia consiste en llegar a consensos sin disensos? ¿De qué manera
vemos y solucionamos el conflicto? ¿La democracia nos sirve pues para imaginarnos y crear
un mundo “feliz” donde erradiquemos el conflicto? ¿No cabe el conflicto en la democracia?
¿Cómo vemos al conflicto dentro de la democracia?
Colombia ha tenido una larga tradición de conflicto, violencia y crimen: “La historia
colombiana es vista como una sucesión constante de guerras civiles nacionales y de conflictos
regionales y locales” que comienza con la guerra de la independencia y que hoy continúa
vigente.
A partir del surgimiento de liberales y conservadores, como movimientos políticos, empieza
la guerra: Colombia se veía sumida en una lucha constante entre los líderes y seguidores de
un partido y otro, lo que a lo largo de los años ocasionó polarizaciones en la opinión pública
y popular y una ciega lucha de ideales políticos que casi siempre, terminó con la muerte de
cientos de personas.
Ahora bien, dicha polarización producto de la confrontación ideológica desencadenó lo
que conocemos como “la guerra de los mil días”, una de las más desastrosas en términos de
pérdida económica y humana hasta ese momento de la historia del país y la cual, trajo consigo
el surgimiento de grupos paramilitares y guerrilleros al margen de la ley que empezaron a
“discutir políticamente” a través de las armas, situándose así en la lógica del antagonismo
con una relación de amigo/enemigo: las demandas realizadas por diferentes sectores sociales
que ahora hacían parte de grupos insurgentes y que fueron desatendidas por parte de los
diferentes gobiernos en los años sucesivos, que solo proponían como salida, el exterminio
armado de los campesinos, fortaleció la resistencia que poco a poco fue creciendo hasta
conformar los grupos alzados en armas que hoy conocemos como las FARC y el ELN. Como
respuesta de contención a estas guerrillas surgieron los grupos paramilitares, auspiciados
muchas veces por el Estado, convirtiendo gran parte de territorio nacional en un verdadero
campo de batalla que ha dejado tras su paso abusos sexuales, extorsiones, desplazamientos,
secuestros y miles de muertos que han caído en medio de las balas.
Así mismo, durante el periodo de 1810 hasta nuestros días, otros acontecimientos importantes
y desastrosos han tenido lugar en la historia democrática, social y económica de Colombia,
que como los anteriores, son clara muestra de que siempre nos hemos encontrado bajo la
lógica del enemigo. Dice chantal Mouffe que La distinción amigo/enemigo y la naturaleza
conflictual de la política constituyen el punto de partida necesario para concebir los objetivos
de la política democrática.(…)La democracia, en realidad, no consiste en cómo negociar un
compromiso entre intereses en conflicto y tampoco en cómo alcanzar un consenso “racional”
(inclusivo), sin ninguna exclusión. La especificidad de la política democrática no es la
superación de la oposición nosotros/ellos sino el modo diferente en el que ella se establece.
Lo que requiere la democracia es trazar la distinción nosotros/ellos de modo que sea
compatible con el reconocimiento del pluralismo “ y para ello es necesario repensarse la
relación de nosotros/ellos que se da comúnmente, desde el antagonismo como
amigo/enemigo y volcarla hacia una nueva relación que dé cabida al pluralismo y al
reconocimiento del otro. Esa nueva relación que la autora nos propone es la que se
fundamenta en la categoría del adversario y a la cual denomina agonismo. Aquí, la forma de
relación de nosotros/ ellos es la de adversario: “para que el conflicto sea legítimo debe
adoptar una forma que no destruya la asociación política. Esta relación admite que no hay
una forma racional en la que las dos partes en conflicto lleguen a un concenso, pero reconocen
la legitimidad de sus oponentes. “Esto significa que aunque en conflicto, se perciben a sí
mismos como parte de la misma asociación política compartiendo un espacio simbólico
común dentro del cual tiene lugar el conflicto” (Mouffe, P. 27) y no como un enemigo a
destruir.. El modelo adversarial entonces, es el que permite transformar el antagonismo en
agonismo y para ello deben existir canales políticos agonistas que permitan que las voces en
disenso sean escuchadas.

La historia política de Colombia ha sido protagonizada entonces por pugnas entre el


liberalismo y el conservadurismo, pugnas, en las que sus actores, han sido incapaces de
pensar políticamente en su totalidad, ya que sus discusiones se han desplazado a terrenos
morales donde se ven involucradas cuestiones religiosas, económicas y étnicas y donde
claramente se ha violado el pluralismo que dice existir en nuestro país, conduciéndolo por el
firme camino de la lógica del enemigo y el conflicto como algo hostil y negativo.

Finalmente, es menester decir que sólo en el momento en que nos desplacemos a un agonismo
político, tendremos una verdadera democracia pluralista. Aunque es innegable que a partir
de la constitución del 91 Colombia ha dado grandes pasos para hacer un alto en el camino y
tomar otras rutas políticas y actualmente está tratando de superar un conflicto armado que
lleva más de 50 años, y trata de salir por las vías de la democracia y el pluralismo,
continuamos con la imposibilidad de pensar políticamente, de pensar en el adversario; el
bipartidismo y la polarización continúan, la política no es ejercida y atravesada por lo
político, por lo ontológico; no vemos adversarios, vemos enemigos; el conflicto no posibilita
soluciones y debates sanos donde el otro que piensa diferente es legítimo, sino que más bien
nos quedamos en lo óntico, en el ente, en las acciones encaminadas a la eliminación del
enemigo y a la erradicación del conflicto, conduciéndonos siempre, hacia una democracia
vacía.

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