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Introducción

En este libro nos damos cuenta de que el indio viene de último. Se había rezagado en alguna
parte, y aun al acordarnos de él se nos aparece desdibujado, empequeñecido, desprovisto.
Como los criollos vivían del trabajo de los indios estos tenían que ser, en una u otra forma la
preocupación cardinal del gran testimonio criollo que es la Recordación. Los criollos querían
disimular la verdadera procedencia de su bienestar y su riqueza, y ese móvil los llevaba a
negarle méritos a los indios, a borrar la gran importancia de su trabajo, agigantando sus
posibles deficiencias, ocultando el origen económico de las mismas inventando muchas otras y
socavando por todos los medios del prestigio de los nativos.
En este aporte nos habla sobre la diferencia entre indio como servidor, ladino como dueño, el
indio como soldado, y el ladino como comandante en otras, en donde la gente aún no sabe que
significa Guatemala, en donde el Criollo es el hijo de Españoles nacido en Guatemala, llamado
Ladino, en donde el Mestizo es el hijo de Españoles con indígenas, Autóctonos y donde los
indígenas responden al nombre de Indios, que a su vez es sinónimo de ignorante, iletrado o
analfabeta.
"La patria del criollo interpretación de la realidad colonial guatemalteca" de Severo Martínez
Peláez
"La patria del criollo: Ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca" de Severo
Martínez Peláez (Quetzaltenango 1925-Puebla 1998).
Publicado originalmente en 1970, es el mayor intento de interpretación social sobre Guatemala
hasta la fecha. Además, ha sido uno de los libros más leídos y que más polémica ha causado.
"La patria del criollo" se divide en 7 capítulos: Los criollos, Las dos Españas I y
II, Tierra milagrosa, El indio, El mestizaje y las capas medias, Pueblos de indios y La colonia y
nosotros.

A pesar de todos los enormes esfuerzos hechos para ocultarlo, es cosa bien sabida que el
problema primordial de las sociedades centroamericanas es la mala distribución de la tierra,
que se haya concentrada en pocas manos, mientras carece de ella la gran mayoría de
la población. Esta realidad ha sido posible, en buena medida, por los principios que orientan
duramente la colonia la política agraria. Estos principios, son los siguientes:
Primero. El principio fundamental de la política indiana en lo relativo a la tierra se encuentra en
la teoría del señorío que ejercía el Rey de España, por derecho de conquista, sobre las tierras
conquistadas en su nombre. Este principio es la expresión legal de la toma de posesión de la
tierra y constituye el punto de partida del régimen de tierra colonial. La conquista significó
fundamentalmente una apropiación que abolía automáticamente a los nativos sobre sus
tierras. Pero no se lo daba automáticamente a los conquistadores. Unos y otros, conquistadores
y conquistados, sólo podían recibir tierras de su verdadero propietario, el rey, pues en su
nombre habían venido los primeros a arrebatarle sus dominios a los segundos.
Inmediatamente después de consumada la conquista, toda propiedad sobre la tierra provenía,
directamente o indirectamente, de una concesión real. El reparto de tierras que hacían los
capitanes entre sus soldados, lo hacían en nombre del monarca y con autorización de él, y la
plena propiedad de aquellos repartos estaba sujeta a confirmación real.
Consiguientemente, cualquier tierra que el rey no hubiera cedido a un particular o a
una comunidad, pueblo, convento, etc., era tierra realenga, que pertenecía al rey y que no
podía usarse sin incurrir en delito de usurpación. El principio de señorío tiene dos vertientes:
por un lado, únicamente el rey cede la tierra y por otro, no hay tierra sin dueño; nadie puede
introducirse en tierra que el rey no le ha cedido. La corona cede tierra cuando y a quien le
conviene, y también la niega cuando ello le reporta algún beneficio.
Segundo. Con base en el principio anterior, España desarrolló un segundo principio de su
política agraria: el principio de la tierra como aliciente. La corona, imposibilitada para sufragar
las expediciones de conquista como empresa del estado, las estimuló como empresas privadas
con el aliciente de ofrecerles a los conquistadores una serie de ventajas económicas en las
provincias que conquistasen. Ceder tierras e indios fue el principal aliciente empleado.
Para que ese estímulo diera los resultados apetecidos, la corona tenía que mostrar mucha
magnanimidad para ceder las tierras, pues hubiera sido desastroso que se propagara la noticia
de que los conquistadores no estaban siendo debidamente premiados por su inversión, ni los
primeros pobladores por su decisión de trasladarse a las colonias recientes. Esto condiciona la
brutalidad de la primera etapa de la conquista y el principio del latifundio en las colonias: el rey
ofrecía y cedía una riqueza que no había poseído antes del momento de cederla. Los
conquistadores salían a conquistar unas tierras con autorización, en nombre y bajo el control de
la monarquía: y la monarquía los premiaba cediéndoles trozos de esas mismas tierras y sus
habitantes. Les pagaba, pues, con lo que ellos arrebataban a los nativos y con los nativos
mismos.
Tercero. Ya afianzado el imperio por obra de la colonización y de la toma efectiva
del poder local por las autoridades peninsulares, el principio político de la tierra como aliciente
perdió su sentido original y siguió actuando en forma atenuada. Una generación de
colonizadores españoles había echado raíces en las colonias: habían erigido ciudades, tenían
tierras en abundancia, disponían del trabajo forzado de los indios -el nuevo repartimiento
comenzaba a funcionar-, muchos de ellos tenían encomiendas, habían fundado familias y
tenían descendientes. A todo con esta nueva situación, la monarquía se halló en condiciones de
aplicar un nuevo principio: la tierra como fuente de ingresos para las arcas reales, bajo
el procedimiento de la composición de tierras.
La incitación del periodo anterior a pedir y obtener tierras había dado lugar a muchas
extralimitaciones. En aquel periodo convenía tolerarlas, pero medio siglo más tarde se convirtió
en motivo de reclamaciones y de "composiciones": la corona comenzó a dictar órdenes
encaminadas a que todos los propietarios de tierras presentaran sus títulos. Las propiedades
rusticas serian medidas para comprobar si se ajustaban a las dimensiones autorizadas en
aquellos títulos. En todo caso en que comprobara que había habido usurpación de tierras
realengas, el rey se avenía a cederlas legalmente, siempre que los usurpadores se avinieran a
pagar una suma de dinero por concepto de composición. En caso contrario, era preciso
desalojarlas para que el rey pudiera disponer de ellas.
Dicho de otro modo la usurpación de tierras se practicó desde el siglo XVI con base en
la libertad de las concesiones y en el descontrol de la primera etapa de colonizadora. En la
última década de ese siglo fue un sistema de composiciones, que no vino a frenar la usurpación,
sino a convertirla en un procedimiento para adquirir tierras y ensanchar los latifundios con
desembolsos moderados. Al normar la composición, las leyes sistematizaron la usurpación de
tierras estuvo causándole ingresos a la Corana durante todo el período colonial hasta el día
anterior a la independencia.
Cuarto. La legislación colonial de tierras expresa, de manera insistente y clarísima, el interés de
la monarquía de que los pueblos de indios tuvieran tierras suficientes. Los pueblos deben tener
suficientes tierras comunes para sus siembras, deben tener sus ejidos -territorios también
comunes de pastoreo y para otros menesteres distintos de la siembra-; a los indios que en lo
particular quieran adquirir tierras por composición debe dárseles trato preferencial, y en ningún
caso debe admitirse a composición a quien haya dado usurpado tierras de indios, se trate de
tierras comunales -de sementera y ejidos- o de propiedad de algunos indios en particular.
La preservación de las tierras de indios fue un principio básico de la política agraria colonial. Y
no es extraño, porque la organización del pueblo de indios, como pieza clave de
la estructura de la sociedad colonial, exigía la existencia de unas tierras en que los indígenas
pudieran trabajar para sustentarse, para tributar, y para estar en condiciones de ir a trabajar en
forma casi gratuita a las haciendas y labores y a otras empresas de los grupos dominantes. Se
trata, pues, de un principio permanente y fundamental de la política agraria de la colonia, que
lo fue porque enraizaba en un interés económico también fundamental y permanente de la
monarquía. Para que los indios permanecieran en los pueblos, y fuera posible controlarlos para
la tributación, era indispensable que tuvieran allí unas tierras suficientes; que no tuvieran que ir
a buscarlas a otra parte.
El quinto principio no se desprende de las leyes, pero es conocido por hechos importantes
consignados en otros documentos: el bloqueo de los mestizos.
Las leyes de las indias sobre la tierra no hacen discriminación de la gente mestiza -las "castas",
los ladinos-, sino más bien ofrecen puntos de apoyo legal para que ellos también la puedan
obtener. Sin embargo, dado que los mestizos eran un contingente humano en crecimiento y de
escasos recursos económicos, era de esperarse que el gobierno colonial, tomara provincias
necesarias para proporcionarles tierras, considerándolos como un grupo económicamente
diferenciado y muy necesitado de aquel recurso fundamental. Si los indios, como clase, vivían
en sus pueblos, tenían sus tierras y gozaban de un fuero especial, los mestizos, como grupo
emergente en la sociedad colonial, no ubicada y carente de medios de producción, debieron ser
objeto de la creación de centros especiales para ellos, dotados de tierras para trabajar. Esto,
que se hizo en otras colonias, y que los mestizos del reino de Guatemala solicitaron en diversas
formas, fue sistemáticamente evitado por las autoridades del reino.
La política de negación de tierras a los mestizos pobres en constante aumento demográfico, fue
un factor que estimulo el crecimiento de los latifundios, porque la población mestiza o ladina
pobre se vio obligada a desplazarse a las haciendas y a vivir y trabajar en ellas a cambio de
tierra en usufructo. Se volvieron necesariamente arrendatarios.
Al igual que con la tierra, para con los indígenas se aplicaron un conjunto de principios y
mecanismos de dominación que propiciaron la, hasta el momento, inferioridad indígena. Entre
esos principios y mecanismos podemos señalar:
La encomienda y el repartimiento, pese a que fueron verdaderos ejes del sistema colonial, se
conocen poco, y lo que de ellas se sabe aparece generalmente en definiciones muertas.
Repartimiento y encomienda fueron instituciones que nacieron unidas, entrelazadas, y así
permanecieron durante su primera etapa. Las implantó Cristóbal Colon en las Antillas, y en su
forma primitiva pasaron al continente. El repartimiento tenía dos aspectos, pues consistía en
repartir tierras y también indios para trabajarlas; y como este segundo aspecto se justificaba
diciendo que los indígenas eran entregados para que el favorecido velase por su cristianización
-le eran encomendados para ello-, repartir indios y encomendarlos fue, en esa primera etapa,
una misma cosa. La encomienda primitiva era en realidad un pretexto para repartirse los indios
y explotarlos y como ninguna instancia superior controlada lo que se hacía con ellos, vinieron a
estar, de hecho, esclavizados. Nos hayamos en la etapa primitiva de la colonia. La corona de
España no aprueba los vejámenes que se cometen en su nombre, pero tiene que tolerarlos,
porque la despiadada explotación de los indígenas es el acicate de la conquista y el pago de la
implantación del imperio.
La encomienda primitiva fue una manera de disminuir, bajo el pretexto de que se entregaba a
los indios para cristianizarlos, el hecho de que se los repartía para explotarlos. La esclavitud que
se escondía tras el repartimiento y la economía primitivos no estaba legalmente autorizada, era
esclavitud virtual.
Sin embargo, hubo también en este sangriento periodo, justo a la esclavitud virtual, una
esclavitud autorizada y legal. En su afán de enriquecerse a toda prisa, los conquistadores se las
arreglaron para obtener permiso de esclavizar, con base legal, a aquellos indígenas que
presentaran una tercera parte resistencia armada. Este truco se complementó con el célebre
Requerimiento de Palacios Rubios, instrumento jurídico que bebía leerse a los indios para
llamarlos a aceptar pacíficamente la soberanía del monarca español.
Se les explicaba en él la existencia de los Papas como vicarios del Dios verdadero en la tierra, y
que el último Papa había donado los territorios indianos a los reyes de España. En tal virtud, se
invitaba -requería- a los indios a aceptar la nueva situación. Se les hacía saber que, si
rechazaban el requerimiento, "tomaremos vuestras personas, y a vuestras mujeres e hijos, y los
haremos esclavos, como tales venderemos, y dispondremos de ellos…" Esta última amenaza era
la verdadera razón de ser del requerimiento, porque servía para justificar la esclavización de los
indios y el robo de sus bienes. El documento fue elaborado para que los indios lo aceptaran y
evitar así la guerra, sino precisamente contando con lo que no sería aceptado y daría una base
legal a la esclavitud de guerra y al despojo de los nativos. Así lo prueba el uso de él se hizo. El
requerimiento se convirtió en parte integrante del equipo que todo conquistador había de
llevar consigo a América.
Acostumbrados como estamos a pensar la conquista desde el lado de los conquistadores,
olvidamos reflexionar sobre la que realmente significó para los conquistados. Imaginemos la
sorpresa de los indios al recibir o escuchar el requerimiento: Unos otros hombres venidos del
otro lado del mundo, cubierto el rostro con abundante pelambre y el cuerpo con amenazantes
atavíos de guerra, precedidos denla alarma y el terror de las matanzas y despojos que vienen
realizando en su recorrido, se plantan con un texto en la mano y con las armas y las bestias
listas para entrar en combate. Supongamos que se le traduce el documento a su idioma y que
se les da el plazo de cuatro o cinco días para deliberar y decidirse. En ese plazo tendrían los
indígenas, según las exigencias del requerimiento, que abandonaran a sus divinidades y
convencerse de que el Dios verdadero había venido al mundo en tiempo remoto y en país
desconocido, habría que echar por tierra las creencias heredadas por siglos, y comenzar a
rendirle culto a una pequeña figura humana fijada sobre dos maderillas en cruzadas, que
presentaba además el aspecto de los propios conquistadores: tez pálida y luengas barbas. En
unos pocos días habrá que renunciar al dominio de las tierras y aceptar la soberanía de un Rey
desconocido y lejano. Y peor de todo: se sabe que se les exige inmediatamente pago de
pesados tributos, la entrega de metales preciosos, y que todos los pueblos que quisieron ser
pacíficos tuvieron que sublevarse a la vuelta de poco. Los indios deben haber comprendido que
el requerimiento era un truco, y que todas esas loas de un Papa y un Rey repartiéndose el
mundo no tiene otra finalidad que provocar el rechaza, justificar la guerra y darle bases legales
a la esclavización y al despojo. Es difícil pensar que no lo entendieran.
La esclavitud y esta forma de encomienda fueron suprimidas con las Leyes Nuevas, que
convirtieron a los indios en vasallos libres, obligados a tributar al Rey. Con estas Leyes, la
encomienda pasa a ser una concesión liberadora por el rey a un español con méritos de
conquista o colonización, consistente en percibir los tributos de un conglomerado indígena. Esa
fue la encomienda que se prolongó prácticamente durante toda la época de la colonia.
Pero mucho más importante que la nueva encomienda fue el nuevo repartimiento de indios:
sistema que obligaba a los nativos a trabajar por temporadas en las haciendas, retornando con
estricta regularidad a sus pueblos para trabajar en su propio sustento y en la producción de
atributos. Esta última institución fue la pieza clave para del sistema económico de la colonia, y
puede afirmarse que será imposible integrar una visión científica de la sociedad colonial
centroamericana (superando las limitaciones de la tradicional "historia de hechos", así como
el carácter fragmentario y des articulador de las monografías históricas) mientras no se
reconozca que la base de aquella estructura social fue su régimen de trabajo: el repartimiento
de indios, el trabajo obligatorio de los nativos, el riguroso control de los indígenas en sus
pueblos, desde los cuales eran enviados periódicamente a trabajar a las haciendas y labores de
los españoles y de sus descendientes a lo largo de los tres siglos coloniales. Ese régimen le
imprimió desde las bases un determinado carácter a la sociedad colonial centroamericana y
condicionó de manera decisiva las luchas sociales, las ideologías, las formas del trato social y
demás manifestaciones de la vida de aquella sociedad.
Estos procesos de colonización no hubieran sido posibles sin esa enorme labor que se llamó
reducción de indios. Éste fue, en definitiva, el remate de la gran transformación ocurrida en las
colonias a mediados del siglo XVI. Y los pueblos de indios, las reducciones de indios, vinieron a
ser el punto de apoyo de todo el sistema económico que se estructuro a partir de aquel
período. La reducción garantizo el cobro regular de los tributos de los encomenderos y la
disponibilidad de mana de obra para los terratenientes.
La esclavitud había causado una dispersión que era grave obstáculo para la reorganización de la
colonia. Muchos indios vivían en las haciendas de sus amos, otros andaban huyendo, retirados
en montañas y lugares remotos, y otros permanecían en la sede de los antiguos poblados
prehispánicos. Ese alto grado de dispersión y desorganización fue resultado de una peculiar
suma de factores: la esclavitud arrastró indios a las haciendas y ahuyentó indios a los montes,
pero esto vino a operar sobre un cuadro de dispersión ya existente. Los indígenas, antes de la
conquista, no vivían predominantemente en centros de población, sino en chozas y caseríos
dispersos junto a los sembrados, constituyendo grandes áreas poblados. Los centros urbanos
de que dan noticia los conquistadores eran solamente los núcleos de áreas habitadas mucho
más amplias. A esos núcleos concurría toda la población en días determinados, con fines
comerciales, religiosos y de administración, pero no eran la morada permanente de la gran
mayoría de la gran mayoría de la población.
La dispersión anárquica adoptada por los indios como recurso de defensa frente a la conquista,
se desarrolló a partir de un cuadro de dispersión orgánica existente con autoridad. Esta
situación era contraria al plan colonial de las Leyes Nuevas, que exigía, como requisito
indispensable, que los indios vinieran a vivir, todos sin excepción, en poblados perfectamente
organizados y estables. Los indígenas no podían pasar a ser efectivamente vasallos tributarios
del rey, ni este podría ceder parte de la tributación (encomienda), ni sería posible suministrar a
las haciendas periódicamente mano de obra indígena (repartimiento), mientras no hubiera
centros de población perfectamente establecidos y controlados por autoridad.
El repartimiento va perdurar incluso después de la independencia, aunque con distinto nombre.
A medida que avanzaba la colonia, se llamó indistintamente mandamiento y repartimiento al
envío de indios a las labores y haciendas para realizar trabajo obligatorio por semanas o
temporadas. Sin embargo, puede observarse la tendencia a llamar mandamiento al envió de
indios a lugares lejanos a sus pueblos y por temporadas mayores que una semana, reservando
el nombre de repartimiento al régimen de envíos para seis días a lugares cercanos. A eso se
debe, muy probablemente, que desde casi el mismo inicio de la Independencia hasta mucho
tiempo después, bajo las dictaduras cafetaleras (1871 - 1944) se llamara mandamiento, y no
repartimiento, el envío forzoso de indios a las fincas, pues eran envíos desde grandes distancias
y por temporadas largas.
Así pues, hablar de repartimiento y de mandamientos es hablar de un mecanismo de
explotación que ha permanecido hasta épocas muy recientes. Aún está fresca en la memoria de
algunos las silenciosas hileras de indios, escoltadas siempre, atados a veces, que pasaban por
pueblos y ciudades en su largo y forzoso recorrido, a pie, desde sus pueblos hasta las fincas.
Comentario
En este libro se analizan los sorprendentes momentos en que el cronista, alterando su posición
fundamental de negación del indio, parece adoptar de pronto actitudes de apoyo y defensa de
los indígenas. En todos estos momentos puede comprobarse que ocurre uno de estos dos
fenómenos: lo más frecuente es que este considerando a los nativos, en su llana relación con
los criollos, sino en sus relaciones con los españoles y que la aparente defensa no sea otra cosa
que la negación de la negación que aquellos hacían del indio.
Los indígenas no adoptaron plena y exclusivamente las creencias de la indoctrinación católica,
sino las combinaron con creencias suyas y desarrollaron una religión mixta, fue observado por
todos los cronistas coloniales. Hay que buscar aquellas causas, por supuesto, en el bajo nivel
cultural en que fueron mantenidos los indígenas durante la colonia. Tiene que haber sido un
factor de primer orden, también la tendencia de los indios a mantener vivas sus tradiciones: no
por inercia, sino dentro de un esfuerzo enderezado a no aceptar plena y pasivamente las
creencias introducidas por sus dominadores y enemigos de clase.
Concluyamos, la supervivencia del paganismo y el rechazo del catolicismo eran fenómenos
derivados del odio que los indios sentían hacia sus dominadores y explotadores. No podían
éstos últimos, por lo tanto, ver con tranquila indiferencia las pruebas de que la conciencia del
indio no estaba plenamente conquistada.
La esencia de la Reforma de Guatemala, fue una ampliación de la clase criolla en el poder, sobre
todo la base de una ampliación de la disponibilidad de los indios en situación de siervos, y una
ampliación muy notable del número de empresas agrícolas latifundistas
Conclusiones
 La conquista significó una apropiación que abolía todo derecho de propiedad de los
nativos.
 La composición de tierras aportó grandes ingresos a la corona durante todo el periodo
colonial.
 La preservación de las tierras de indios fue arma de doble filo al servicio de la corona.
 La encomienda primitiva fue pretexto para repartirse los indios y explotarlos hasta
esclavizarlos.
 El orden político y el religioso dieron bases legales a la esclavización y al despojo de los
indios.
 La reducción de los indios garantizaba el trabajo obligatorio de los nativos y su control.
 Este sistema de esclavitud arrastró indios a las haciendas y ahuyentó indios a los
montes, como recurso de defensa frente a la conquista.

Guatemala: la patria del criollo y CODECA


En el pasado siglo, Severo Martínez Peláez, escribió el clásico libro titulado La Patria del Criollo,
en el que, con registros bibliográficos y evidencias contemporáneas, constata que Guatemala
no es República, ni Estado de Derecho, mucho menos una nación, según los criterios
elementales de la filosofía política occidental, sino la materialización de los vicios y deseos
institucionalizados de los descendientes de quienes descendieron de los barcos españoles.
En este sentido, toda la simbología y las prácticas socioculturales hegemónicas
institucionalizadas fueron y son esencialmente herramientas de dominación (bien calibradas)
de los criollos sobre los no criollos.
Los primeros establecieron sus colores en los símbolos patrios (azul=macho, blanco=criollo), en
detrimento de la Guatemala policromática. Impusieron a los corruptos, criminales y violadores
blancos como próceres y héroes nacionales. Mediante el uso de la violencia como castigo
impusieron sus caprichos como leyes de cumplimiento obligatorio sobre los no criollos.
Instauraron su democracia representativa para evitar cualquier mecanismo de control/sanción
política por parte de sus electores.
En esa patria del criollo, sólo los criollos estaban cualificados como ciudadanos (con derechos,
oportunidades y libertades para robar/matar). Los no criollos, estaban condenados a subsistir
como los NO ciudadanos (en los hechos, sin derechos, ni oportunidades, ni libertades).
Al igual que la Colonia, la patria del criollo se sostenía gracias al esfuerzo que hacían los
mestizos e indígenas para ser “aceptados o permitidos” por el criollo. A cambio, vendían sus
almas y sacrificaban su conciencia a los intereses sanguinarios del patrón. A éstos se los
denominó “los permitidos”, en tanto eran útiles para el criollo. Y así fue, y tristemente aún lo
es.
La patria del criollo, tanto en su método, como en sus objetivos, fue y es esencialmente
corrupto y corruptor. El incumplir las leyes, el robar impunemente, las “mordidas”, la
administración pública como botín, etc., fueron y son vicios del criollo imitados/practicados por
los “permitidos”, y descendiente de los criollos, como virtudes sublimes (tanto en la vida
pública, como en la privada).
El criollo y “los permitidos” necesariamente tenían y tienen que ser corruptos y corruptores
para subsistir. La honestidad los mata a ambos.
En otras palabras, para robar impunemente, y ser rico, uno debía y debe ser ciudadano en la
patria del criollo.
El actual colapso estrepitoso del aparente bicentenario Estado nación criollo, y la usurpación
(constitucional) de las estructuras estatales remanentes por criminales organizados (electos), es
una consecuencia inevitable de los males congénitos de la patria del criollo.
En los casi dos siglos de la República criolla chapina, la corrupción y la impunidad fueron y son
los valores morales más deseados y menos confesados públicamente.
Quizá por eso, ahora, muchos mestizos e indígenas, quienes tanto detestan y protestan en las
plazas contra los diputados corruptos, aspiran ser diputados. Sueñan con la inmunidad. Siempre
en los cánones de la patria criolla restaurada mediante reformas.
Pero, también se observa con esperanza, que dos siglos de República criolla (como método y
objetivo) no logró adoctrinar por completo a los NO ciudadanos de Guatemala.
Estos NO ciudadanos, ahora, sin banderas, ni himnos, ni héroes, sin medios corporativos de
información, sin selfies, se organizan y movilizan en las calles y plazas proclamándose como
pueblos sin Estado.
Y en consecuencia, desafían a la oligarquía, a los acostumbrados a la patria del criollo, y a los
indiferentes, a sumarse al camino del proceso constituyente emprendido por los pueblos y
sectores, y no por notables, como plantea Thelma Cabrera, una de las defensoras principales
del Comité de Desarrollo Campesino (CODECA).
Al parecer los sin bandera, los NO ciudadanos, están pujando para redimir a la bicentenaria
Guatemala de la maldición del criollo.

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