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Manual Samurai PDF
Manual Samurai PDF
EL INICIO
Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre
había prometido concederle el mayor de los tesoros. Una
espada de Samurai.
Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la
de su padre, sería una sencilla espada katana. Lo demás
habría de ganárselo por si mismo. Era un inmenso honor el
que le hacía su padre. A partir de ahora dejaba de ser un niño
para convertirse en todo un aprendiz de Samurai. Un brillante
futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a
aprender y a trabajar. Y Kan lo estaba desde lo más profundo
de su corazón.
Kan lanzó un tajo curvo y cortante que hizo saltar unas astillas
del tronco, a continuación lanzó otro en dirección opuesta que
hizo que casi la mitad del tronco se dispersara por el suelo.
Animado repitió la operación y unos instantes después el
grueso tronco reposaba en el suelo, partido en dos pedazos y
un montón de astillas.
- No entiendo padre.
- Pues has tenido éxito mi querido Kan, aun sin saber trabajar
correctamente. Acuérdate de la historia de los pescadores de
ostras, Stauros para conseguir sus siete ostras con perla
necesitó pescar cien ostras. Así, para conseguir a tus Siete
Samurais tendrás que hablar con más de cien personas.
- Sí, tiene lógica lo que dices joven - dijo al fin - pero dime, yo
miro a todos esos seres vivos y presupongo que serán más
sabios que yo... pues ellos están vivos. ¿Tú crees que ellos
quieren ser felices o que quieren sufrir?
- Estoy seguro que quieren ser felices - contestó rápidamente
Kan.
- Entonces... - dijo el anciano - ¿Por qué crees que plantan
zarzas junto al trigo? ¿Por qué crees que utilizan un puñado
de trigo y otro de zarzas? ¿Por qué crees que son algunas
veces felices y otras sufren? ¿Por qué crees que no plantan
siempre Trigo para ser siempre felices?
Kan respiró profundo, era una de las pocas cosas que podía
seguir haciendo, no sabía si realmente respiraba o si era sólo
un hábito adquirido, pero lo cierto es que era relajante.
- Es cierto anciano - así lo hice - Tienes toda la razón, actué
como un Imbécil y reconozco mi error.
El anciano frunció el ceño.
- ¿Reconoces tu error? ¿Qué error? - pregunto extrañado.
- Mi deber - explico - mi deber supremo como Samurai, era
sembrar las semillas del trigo en mi alma, si así lo hubiera
hecho, nunca habría abandonado, y justamente todo lo
contrario, habría triunfado.
"" Ese fue mi error.
- Ese, jovenzuelo, es el error de todos los seres humanos
vivos, el plantar en su alma las semillas de las zarzas del
sufrimiento.
- Explícamelo - dijo simplemente el exjoven samurai.
Kan sabía que gracias a este secreto que hoy había aprendido,
llegaría a ser el más grande de los Samurais. Una total Fe
inundó su corazón sobre este hecho. Y juró sobre lo más
sagrado, que a partir de ese mismo momento, sólo cultivaría
el dorado trigo de la felicidad en su alma.
La Entrenadora
Khan estaba ansioso por saber más sobre este tema, pues
sentía que era una revelación suprema para él, sus intereses y
su vida. Pero la información y la revelación estaba siendo tan
enorme, que decidió guardar silencio durante casi cuarenta
minutos para dejar que sus hombros se adaptaran a la nueva
carga que portaban, una que siembre habían llevado pero que
sólo ahora reconocían como suya.
Isis era Paciente, además de Hermosa, y mientras el joven
aceptaba el control de su vida, ella decidió disfrutar del
momento y fue feliz simplemente mirando como se ponía el
Sol sitiendo la suave textura de la fresca hierba bajo su piel.
El Viejo Sabio
Era una joven sólo un poco mayor que él, tenía el pelo más
bonito que nunca había visto. Era negro como la noche, y
cuando el sol se reflejaba en sus largos cabellos parecía que
cientos de pequeñas estrellas brillaran resaltando su
hermosura.
- Mis padres murieron hace seis meses, una peste mató a toda
mi familia y a todos mis parientes... - Por las mejillas del niño
caía una solitaria lágrima - yo enfermé también, pero un día
desperté curado en una habitación llena de cadáveres... los
aldeanos creían que estaba muerto y me tiraron junto a los
demás. Yo conseguí salir... y escapé hasta aquí temiendo que
me volvieran a encerrar en esa habitación. - Y después de
tomar aire añadió - Desde entonces vivo de lo que puedo... mi
padre era un mago, un malabarista, me enseñó muchos
trucos... como sacar una moneda de una bolsa atada a un
cinturón! Sin embargo no me gusta hacerlo si no es en un
espectáculo de magia, mi padre me advirtió que hacerlo en la
calle está mal y que es robar... - y mirando al suelo terminó
por decir - pero mi estómago...
- ¿Y si yo te diera uno?
- Este niño tan mono pregunta por ti Kan - dijo la mujer - dice
ser tu guardaespaldas - añadió acariciando el pelo de Pio.
- ¡Qué chico más raro! - susurró Escila a Kan que apenas podía
contener la risa.
Por única respuesta Kan empezó a comer con una gran sonrisa
en su boca, conocía el genio de la joven y lo mejor era
obedecerla y no replicar... no fuera que le llenase el plato de
guindillas como a Omius. Ella le devolvió la sonrisa y se
marchó caminando tranquilamente hasta la cocina, no antes
sin susurrarle al oído que quería verle detrás de la cocina
después de comer.
- ¡Muy buen truco Kan! - Dijo Omius una vez que la joven se
hubo alejado lo bastante - Una aparición sin necesidad de
humos... ¿Cómo lo has hecho?
Kan quedó paralizado por la vista, a sus ojos era como si una
diosa se hubiera presentado ante él, los reflejos del fogoso
astro en el vestido de la joven creaban la ilusión de que una
auoreora divina rodease su joven y hermosa figura.
El beso fue rápido, inocente y puro, pero para Kan fue lo más
importante que le había pasado en su vida, aún más que su
reciente condecoración Samurai... ¿Cuál había sido?
¿Comandante, General, Aprendiz??? No le importaba, en ese
momento había descubierto una nueva dimensión, había
aprendido algo que ningún sabio o anciano podría haberle
explicado... que la felicidad no sólo consistía en el éxito
profesional, que había algo mucho más importante que todas
las condecoraciones y técnicas del mundo... ¡El Amor!
La muchacha miró para atrás justo para ver como Kan lanzaba
su segundo shuriken hacia unos arbustos, un grito ahogado le
informó de que Kan no había fallado su primer blanco... ni el
segundo.
- ¡Pues menos mal que fue sin querer! Si llega a ser queriendo
te cargas la cocina entera - Y depués de mirar a su superior
otra vez añadió - ¿Pero cómo narices lo hiciste? ¡No es tan
sencilo! ¿Sabes? ¡Dudo que yo mismo pudiera! - y marcando
uno de sus poderosos músculos añadió - y me parece que soy
varias veces más fuerte que tú! ¡Si apenas eres un brazo mio!
La mirada del joven estaba fijada en ella, así que era obvio
que no se había perdido nada del "espectáculo", la joven no
pudo menos que ruborizarse, tímida por naturaleza no pudo
pronunciar ninguna palabra aunque hubiera deseado decir
algo...
- ¿Por qué?
- Yo creía que eso era algo que gustaba a los hombres - dijo
interesada la joven sin darse cuenta de que se había abrazado
a la espalda de Kan para susurrarle al oído y escucharle mejor.
Kan miró una gran bañera de bronce que había sido situada en
una esquina de la habitación junto a una mesita repleta de
hierbas, se fustigó mentalmente por no haberla advertido, de
haber sido un enemigo los habría matado a los dos. Sólo
entonces se dio cuenta de lo mucho que había relajado su
defensa en los últimos minutos.
Kan pataleó y tiró hasta que al final sacó la cabeza del agua,
no había podido tomar aire e instintivamente había tragado un
buen bocado de agua.
En ese mismo momento Kan supo que algo iba mal. Esa tierra
Nunca había estado batida, siempre había estado aplastada
por el frecuente tráfico de palacio. Un segundo antes de caer
torció la cabeza en el aire y gritó:
- Gui ¡Actúa! - eso fue todo lo que pudo decir antes de tocar el
suelo. Instantáneamente una red le redeó surgiendo del
mismo suelo.
Gui reaccionó como el rayo, instantáneamente alzó su capa
tapando a la joven... un parpadeo después el lugar ya estaba
vacío. Kan sabía que Rosana ya estaba a salvo, miró para
arriba y vio como dos Samurais Oscuros tiraban de unas
cuerdas casi invisibles acercándole a una velocidad increíble.
Kan no sabía que hacer, Chang estaba tirado a sus pies, loco,
retorciéndose en extraños movimientos hasta que al fin se
levantó.
Kan tragó saliva, el viaje había sido algo horrible y las últimas
horas habían sido agotadoras para él. Intentó despejar su
mente y midió el estado de sus músculos. En ese momento
agradeció infinitamente los cuidados de Rosana, gracias a
ellos tenía los músculos totalmente descansados y en forma,
su agotamiento sólo era mental, con tres minutos de
relajación estaría perfecto.
Kan viendo que las cosas iban cada vez peor dejó que su
mente inconsciente buscara una solución. Todo ataque hacia
su armadura sería inútil, razonó, y de seguir frenando sus
golpes moriría al primer fallo. Una gota de sudor bajó por su
frente acercándose peligrosamente a uno de sus ojos, de dejar
de ver no podría frenar los ataques de su enemigo y estaría a
su merced. Parpadeó enérgicamente y se libró de la gota...
dando, sin querer, una idea a su enemigo. Kan en el último
momento, en vez de frenar un ataque giró su cuerpo hacia un
lado esquivando el tajo, era un movimiento muy arriesgado, la
Katana le pasó a menos de un centímetro de su cuerpo
cortando el aire con una precisión aterradora, sin embargo el
joven no se dejó distraer, aprovechando su oportunidad lanzó
un ataque... ¡Hacia la empuñadura de la Katana!
Aplicó otra vez la daga, por la otra cara, contra la herida, esta
vez más rápidamente y la herida cortante había desaparecido,
en su lugar había una fea quemadura que duraría mucho
tiempo y le causaría graves dolores a la bella Samurai, pero
sin duda viviría..
- Toma - ordenó - con ese dinero podrás vivir una vida cómoda
sin pasar jamás necesidad - aseguró - compra unas tierras y
adminístralas bien y podrás doblarlo.
Kan pensó que debía dolerle horrores para que Escila, famosa
por su dulzura, tuviera el lenguaje de un borracho de taberna.
Después recordó que durante mucho tiempo la Samurai había
sido camarera en tabernas algo dudosas.
- Con toda esa sangre, dudo que se te quite sólo por el agua -
contestó ella desde la orilla divertida.
""No hay nada que haga tan feliz como estar al lado de la
persona amada. Eso tiene un valor infinitamente más grande
que las riquezas, el poder o cualquiera de los placeres que
nadie pueda ofrecerme, incluido Chang.