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OPINIÓN

TRIBUNA ›

Es más complicado
La solución de la mayoría de los problemas exigen sacrificios enormes,
pero los políticos prefieren ofrecer la Luna y aparentar que todo se
resuelve con un decreto ley, un tuit o una pose para los informativos
ANTONIO CAÑO

8 DIC 2018 - 00:00 CET

Una de las peores calamidades traídas


por el nacionalpopulismo que, de una u
otra forma, se abre paso en todas
partes es la imposición de la idea de
que los problemas, hasta los más
complejos, tienen fácil solución. Para
los charlatanes al mando, basta
voluntad política, audacia suficiente y
una pequeña dosis de un indefinido
diálogo para hacer frente a desafíos
como la emigración, el cambio
climático, el envejecimiento de la
población, la desigualdad económica o
la equiparación de géneros.

La realidad es bien diferente. La


EDUARDO ESTRADA mayoría de esos retos exigen
planificación a largo plazo, trabajo
sistemático y proyectos pactados en
difíciles negociaciones que obligan a
OTROS ARTÍCULOS DEL
renuncias dolorosas. Pero los políticos
AUTOR
de hoy prefieren ofrecer la Luna y
aparentar que todo se resuelve Por qué ganó Trump

sencillamente con un decreto ley, un Lo que nos separa


tuit o una bonita pose para los
El ‘caso Kavanaugh’ y las políticas
informativos. Todo a corto plazo. Todo de identidad
con rapidez. Es más cómodo eso que
explicar a los ciudadanos que la
solución de la mayoría de los
problemas actuales exigen sacrificios enormes, que muchos de ellos solo pueden
resolverse parcialmente y que algunos simplemente no tienen solución.

Se entiende la desesperación de muchas personas que sufrieron


extraordinariamente por la crisis de 2008 y que todavía no logran recuperarse.
Se comprende la incertidumbre y la angustia por el futuro, que son factores que
definen nuestra época. Se comparte incluso la indignación de tanta gente que
salió a las calles en los últimos años en busca de respuestas y de atención. Pero
muchas de las soluciones que obtuvieron y obtienen de los nuevos políticos —y
de otros viejos políticos que se acomodaron a los tiempos— tienen más el
propósito de regalarles el oído y ganar votos que de encontrar sinceramente un
arreglo. Se avecina una mayor frustración.

El pasado 21 de noviembre, Donald Trump emitió un comunicado sobre la política


exterior de su Gobierno a propósito del asesinado de Jamal Khashoggi y sus
repercusiones en las relaciones con Arabia Saudí, Irán y todo Oriente Próximo.
Asunto complejo donde lo haya, pero el comunicado terminaba así: “Es muy
simple, se llama América Primero”.

Trump, que unos días antes había manifestado en un acto público que le gusta
definirse como “un nacionalista”, ha conseguido convencer a muchos de sus
compatriotas de que basta con poner los intereses nacionales por delante de los
demás para resolver temas del calibre del déficit comercial con China, la
globalización de los mercados de trabajo o la responsabilidad de la
Administración norteamericana en la seguridad mundial.
Fronteras y emigración es uno de los
Fronteras y emigración,
un tema que compromete asuntos que más compromete nuestro
el futuro, ha sido tratado futuro y que de forma más superficial
de forma muy superficial ha sido tratado. Sigamos con el
ejemplo de EE UU, donde Trump
decidió que la única forma de impedir
la inmigración ilegal era construir un
muro y militarizar la frontera. El muro no será construido jamás y los militares
que están en la frontera se quejan a sus jefes por su inactividad y están
reclamando cuanto antes el regreso a una misión digna. Un fracaso, puro
exhibicionismo. Frente a ello, el Partido Demócrata expone protestas y nada más.
No hay un solo plan riguroso y verosímil sobre la mesa. Se queja de ello en una
columna en The New York Times Sonia Nazario, autora del libro Enrique’s
Journey y experta en la materia: “A los conservadores no les gusta mi
llamamiento a tratar de forma humanitaria a los buscadores de asilo. La
izquierda odia que les diga que les debemos dar poder y fondos a los
responsables fronterizos para que detengan y deporten al 100% de aquellos que,
tras un proceso justo, pierdan su demanda de asilo. Los republicanos necesitan
un plan compasivo; los demócratas necesitan un plan”.

Otro asunto de los que exigen planificación y prudencia. El pasado mes de


octubre, un grupo conservador, Alliance Defending Freedom, presentó una
denuncia en apoyo de una chica que dice haber sido atacada en el baño de su
colegio por un compañero nacido hombre pero que ahora se identifica como
“sexo fluido” y que, de acuerdo con una ley aprobada en 2016, tiene derecho a
entrar en el baño del género con el que se considere más identificado.

No se trata de un episodio que ocurra con frecuencia, pero basta un caso aislado
para justificar ante algunos la pretensión del presidente Trump de determinar
por ley la existencia única de dos sexos: hombre y mujer. La primera inclinación
de cualquier persona defensora de la libertad y los derechos humanos ante una
iniciativa así es la de que no se puede obligar a nadie por ley a ser de un sexo en
el que no se reconoce ni se puede condenar a la marginación a decenas de miles
de transexuales. Pero es mucho más complicado responder a la pregunta de si el
Estado tiene algún papel que jugar en la definición de los sexos y de si deben
existir límites en esa definición. En última instancia, no por razones morales, sino
porque existen múltiples actividades regidas por el Estado, desde las prisiones a
los hospitales, que están organizadas en función del sexo de sus usuarios.

Continuando en EE UU, ¿quién es

Nuestras sociedades capaz de defender hoy la segregación


están asediadas por la racial en la escuela? Por supuesto,
injusticia y la desigualdad nadie. Pero es innegable que el
entre clases, razas, credos rendimiento escolar de los negros es
y sexos inferior al de los blancos, y resulta
demasiado sencillo atribuir ese déficit
únicamente a las desventajas
económicas. Un colegio caro y
progresista de Manhattan, Little Red School House, empezó el año pasado un
proyecto arriesgado que agrupaba durante algunas horas y ciertos eventos de la
semana a los estudiantes en función de su origen cultural y racial. La escuela
defiende que lo hizo con el propósito de estimular mediante el contacto personal
a grupos culturales que normalmente van por detrás académicamente. El
proyecto duró solo un año porque, como era de esperar, encontró inmediata
resistencia de parte de políticos y autoridades escolares que lo consideraban un
retroceso inaceptable.

De nuevo, no es un tema tan simple como aparenta. Beverly Daniel Tatum, una
escritora afroamericana que en 1997 publicó un polémico libro titulado Why Are
All the Black Kids Sitting Together in the Cafeteria, ha manifestado que muchos
chicos negros identifican el buen comportamiento escolar como una
característica de los blancos, y se resisten o temen la sanción social de su
entorno por imitar ese comportamiento; es decir, no estudian para no parecer
blancos.

Lo cierto es que ni los responsables de Little Red School House ni Beverly Daniel
Tatum están defendiendo el regreso a la segregación en la escuela porque,
incluso aunque se demostrase más eficaz desde el punto de vista educativo, es
uno de esos asuntos de principios sobre los que no puede haber discusión, como
la libertad de pensamiento o la igualdad ante la ley. Lo que trataban de hacer es
demostrar que no basta con impedir la segregación para resolver el gravísimo
problema de que la comunidad afroamericana se está quedando rezagada, y que
no bastan solo bonitas declaraciones para hacerla avanzar.

Como no bastan para resolver ninguno de los verdaderos problemas actuales. Es


relativamente sencillo identificar qué es lo que no funciona en nuestras
sociedades. Todos sabemos que nos asedia la injusticia y la desigualdad entre
clases, razas, credos y sexos. Cualquiera de nosotros afronta dificultades
cotidianas que comparte con miles de personas en su entorno y millones más en
todo el mundo. Y todos tienen el legítimo derecho a reclamar una solución cuanto
antes. Nadie tiene por qué resignarse a que su vida sea peor que la de sus
padres. Pero ese derecho está acompañado de la responsabilidad de implicarse
en la búsqueda de la mejor solución compartida, entendiendo que es tarea de
todos y que no será fácil. Es más complicado de lo que nos dicen.

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