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Todas las discusiones sobre lo romántico, de hecho, pueden ser entendidas como debates en
torno a lo moderno y acerca del valor de la novedad; e incluso podría afirmarse que, mucho
antes de que el concepto de modernidad entrase en circulación, el de romanticismo sirvió
para que los hispanoamericanos reflexionasen acerca de ella –si admitimos que, además de
una categoría analítica, la modernidad es un hecho y un período histórico–. 226, 211.
Lo moderno prometía una ruptura con el pasado y, por lo tanto, una liberación. Lo nuevo en
literatura, para los hispanoamericanos, funciona dentro de un entramado de ideas ilustradas
de progreso con las que fomentar la liberación de la sociedad. En este sentido, el
romanticismo hispanoamericano, según Goldgel, está más interesado en la función social y
racional del romanticismo, que en adentrarse en las cualidades inconmensurables del
individuo, como lo hace el romanticismo europeo.
“El artista romántico tal vez fuese un individuo excepcional, un visionario, pero en las letras
hispánicas estas cualidades lo ubicaban antes que nada en la posición del vate que debía guiar
a su sociedad en la construcción de su futuro” 228, 212-213.
Es esta particular inclinación hacia el futuro lo que hace que, comparado con el contexto
europeo, el período romántico hispanoamericano parezca desconcertante. Si puede hablarse
de una postura central en los mares de bibliografía sobre los romanticismos europeos, esta es
la que los define en términos de una reacción ante la Ilustración o ante los cambios que
experimenta el mundo a partir de la revolución industrial y las revoluciones burguesas,
reacción caracterizada por una fuerte revalorización del pasado (Löwy y Sayre). ¿Cómo
entender entonces el hecho de que los escritores hispanoamericanos del período romántico
expresen una perspectiva inversa?
Goldgel lo explica desde la idea de “ruptura”, que puede funcionar de diferentes maneras.
Para liberarse del racionalismo, el materialismo y la Ilustración en el caso europeo, para
romper con “las rémoras que la colonización española había dejado en el continente” en el
caso hispanoamericano.
“[L]a apelación al pasado propia de los escritores europeos contrasta con la crítica abierta
hacia él de los hispanoamericanos, pero ambas posturas pueden ser entendidas como
reacciones ante el presente” 213, 228-229.
Naturaleza posicional del romanticismo: fueron las diversas coyunturas políticas las que
determinaron su mayor o menor carga revolucionaria.
Considerar que el romanticismo emana de la interioridad del Nuevo Mundo, de la del yo o de
la moderna Europa del Norte, de cuyos reflejos se habrían alimentado los hispanoamericanos,
supone pasar por alto que los términos con los que los grupos humanos se identifican unos a
otros para darles sentido a situaciones culturales determinadas (por ejemplo, “románticos”)
suelen responder a una lógica coyuntural, que no define tanto orígenes o esencias como
conflictos ideológicos y posiciones de sujeto. 218-219, 234.