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Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuenta
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Muérdeme
Una relación sensual y fascinante, narrada con talento
por Sienna Lloyd en un libro perturbador e inquietante,
a medio camino entre Crepúsculo y Cincuenta sombras
de Grey.

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Tessa Bergen
MULTIMILLONARIA
Y SEDUCTORA
Volumen 1
1.Víctima de la moda

– Norah, ¿no es así?

Me sobresalto y aparto la vista de mi computadora,


sorprendida.

– Todavía no he tenido el gusto de presentarme. Lucilla


Conti.

La mujer que se dirige a mí es de una belleza que te


deja sin aliento. Su tez destaca las líneas de expresión,
como esculpidas, e ilumina la línea penetrante de sus ojos
verdes, mientras gruesos rizos castaños caen sobre sus
hombros con una gracia falsamente descuidada. Sé quién
es ella. Incluso sin haberla visto antes, aquí todo el mundo
sabe quién es.

– Marie me habló de usted. A decir verdad, se ha


mostrado muy satisfecha con su trabajo últimamente.
¿Desde cuándo está usted aquí? ¿Tres semanas?

Asiento silenciosamente. Mi corazón late con fuerza.


– He leído su reseña del último desfile Lanvin, así
como su artículo del acontecimiento. Tiene usted un
talento innegable para la escritura. Su manera de percibir
las cosas es interesante, original. Me gustaría que se
ocupara de la página editorial del próximo número. Marie
le dará la pauta y los detalles, pero debe tenerla para el
lunes.
– Sí, por supuesto. Entendido. Le agradezco mucho
darme esta oportunidad…
– Muy bien. Ánimo.

Me sonríe y enseguida se aleja, sus tacones altos


golpean en el suelo. Permanezco unos momentos
sumergida en mis pensamientos, como atontada.

Dios mío, esto es increíble… ¡Lucilla Conti vino en


persona para felicitarme!

Desde el comienzo de mi pasantía, sólo he podido ver


a lo lejos a la famosa directora ejecutiva, considerada
inaccesible. Marie, la jefa de redacción, se ha hecho
cargo de mi formación al darme órdenes. Por supuesto, en
una revista tan prestigiosa como Fashionable, los becarios
son los últimos en conocer a la sacerdotisa del gran lujo y
de la moda.

Me lo han contado, he visto su foto varias veces y me


la he topado algunas veces por los pasillos, pero nunca
me la hubiera imaginado tan simpática, dotada de tan
buena presencia. Alrededor de ella, el aire parece
cargado de electricidad. Lucilla despliega una confianza
increíble, como si el mundo le perteneciera…

¡Ponte a trabajar, Norah, contrólate! No es el momento


de dormirse en los laureles…

Sin embargo, no puedo disipar la entrevista de mi


mente. Finalmente Simon, el asistente de web que
comparte conmigo la oficina, me saca de mis
pensamientos.

– ¡Así que algo le has provocado! No te aproveches


para presumirlo, ¿eh?
– Vale, Simon.

Mascullo, pero mi confusión todavía es palpable.

– Tendrás que asegurarte entonces, porque si te pasas


por la editorial…
– ¡Vale, Simon!
– La firmeza con que se lo digo, le hace callar
bruscamente.
– Pero, ¿qué me pasa? Sólo está celoso… no hay por
qué alterarse. Debo calmarme realmente.
***

Cuando Marie me convoca en su oficina, unos minutos


más tarde, trato de recobrar la compostura.

– Norah, vi a Lucilla. Está bien que te encargues de la


página editorial de septiembre. Tendrás que dirigir tu
crónica hacia la Fashion Week de Nueva York, aludiendo
entre otras cosas, su labor de emisario. Tal vez con una
sesión informativa sobre Ralph Lauren. Te dejo que veas.
Cualquier cosa que se distinga respecto de la temporada
pasada, de alrededor de un millar de caracteres. Te envío
por mail los resúmenes que añadiremos al final de la
página y el sumario. ¿Te parece?
– Sí, por supuesto. Tomo nota. ¿Te lo entrego el lunes?
– No. Lucilla lo espera el lunes. Envíaselo
directamente.
– OK

Trato de sonreír, pero mi rostro queda congelado por


la preocupación.

Simon tiene razón; ¡más vale que me asegure, no puedo


equivocarme!

– Ven a verme si tienes dudas. Por supuesto, puedes


inspirarte en números de años anteriores. Te aconsejo que
descanses esta noche, podrás echar un vistazo mañana…
– De acuerdo Marie, te lo agradezco. Buenas noches.

***

Al salir del boulevard Haussman para llegar al barrio


de Belleville, me dejo arrullar por el ajetreo parisino. La
gente empieza a reunirse en las terrazas de cafés para
disfrutar de la cálida tarde. El aire tibio en mi cara calma
un poco mis nervios y me hace sentir segura en el
ambiente bondadoso de la capital. Cuando entro en mi
pequeño estudio lleno de cajas, Rémi ya me espera.

– ¿Todo bien, cariño?

Se apresura a besarme y parece feliz de verme. Desde


nuestra mudanza, aún no me acostumbro a su presencia
cotidiana; siempre he sido independiente, pero esta noche,
volver a verle me tranquiliza.

– Todo bien. Hoy me dieron una tarea importante. Me


encargaron redactar la editorial del próximo número.
– ¡Genial! Es una gran noticia, reconocen tu capacidad.

Yo sonrío. Rémi siempre ha alentado mis proyectos; es


él quien me animó a postularme en diversos diarios unos
más prestigiosos que otros, entre ellos, Fashionable, y
nunca ha dejado de respaldar mi talento para escribir.

– Sí, pero es bastante estresante. Tengo que encontrar


rápidamente un tema y escribirlo antes del lunes, ¡ya
conoces mis limitaciones en materia de moda!
– No te preocupes, aún puedes documentarte en cuatro
días.
– De cualquier manera, no adivinarías jamás quién
vino a anunciármelo en persona… ¡Lucilla Conti!
– ¿Quién? Pregunta con indiferencia mientras destapa
dos cervezas.
– Conti… ¿no te da una pista?
– ¡Oh! Espera… ¿La gran jefa? ¡Qué honor! ¿Ahora se
encarga de los becarios?
– Creo que se encarga de todo un poco… ya sabes,
Marie debe aprobar cada detalle antes de hacer la
impresión.
– ¿Y es tan bella como en las fotos?
– Sí… eso creo…

Su pregunta me incomoda de manera inexplicable.


Recuerdo la sonrisa de Lucilla, la intensidad de su
mirada, apenas resaltada con un leve maquillaje, la
delicadeza de su cuello.

Es hermosa, sí, por supuesto, incluso grandiosa; pero


no quiero que lo sepas. ¿Quizá estoy celosa de saber que
la hallarías más bella que yo?

De repente, irritada por la conversación, prefiero


cambiar de tema.

– ¿Y tú? ¿Has podido trabajar?


– Abrí el libro de civilización, pero lo dejé por la
lingüística. Principalmente repasé las memorias de
postulación y también hice los cursos. Por el contrario, no
pude meterle mano a la licuadora. A propósito, no estaría
mal que terminemos de desempacar las cajas este fin de
semana, ¿no?

Con la cerveza en la mano, asiento sin interés,


dejándome caer lentamente sobre el sofá. La mitad de mis
cajas sigue hacinada a lo largo de la pared, invadiendo el
espacio vital hasta el cuarto de baño. Debería hacerme
cargo, sin embargo, me ha faltado siempre el valor para
sumergirme en esta mezcla de baratijas y recuerdos de
todo tipo, que resumen los veintiún años de mi vida. Las
cosas de Rémi, casi todas, han encontrado su lugar en el
armario y los estantes. Siempre ha sido más ordenado que
yo. Pero tampoco deseo lo contrario.

– Sí, tienes razón, terminaremos el domingo.


– ¿Quieres pedir comida china esta noche?
– Si quieres, sí… ¿Te encargas? Me voy a dar una
ducha mientras esperamos. Regresé caminando y estoy
empapada de sudor.

Momentos más tarde, de cuclillas en la bañera, me dejo


llevar por el flujo abundante de la ducha. El agua fría
sobre mi cuerpo, se mezcla con jabón de fragancia
vainilla, me hace sentir con una piel nueva. Desde que
comparto el apartamento con Rémi, estos momentos de
soledad se han vuelto aún más valiosos, y aprovecho para
que mi mente divague. De este modo, pienso en las cajas
que me quedan por desempacar y en el artículo que me
espera mañana.

Necesito un ángulo de ataque innovador. ¡Y pensar que


no sabía nada de la Fashion Week! Aunque aún restan dos
semanas. ¿Cómo hacer para no pasar por una aficionada y
hacer el ridículo ante Lucilla Conti?

A pesar de mí misma, mi corazón se acelera de nuevo,


entré en el mundo de la moda por casualidad, mientras que
yo estaba buscando una primera experiencia como
columnista para terminar mis estudios de periodismo. Y
ahora que la célebre Lucilla puso sus ojos sobre mí, me
aterra la idea de no estar a su altura.

La voz de Rémi a través de la puerta interrumpe mis


reflexiones.
– Cariño, no te comenté, mi madre llamó. Quería saber
si vendrías el 26, a la fiesta de cumpleaños de mi tío. Le
dije que sí. ¿Te enfada?
– Ya que preguntas mi opinión…
– Y lo que es mejor aún, está contenta. Va a preparar
chuletas.

Bajo el chorro, aprieto los puños y abro la boca hasta


que se llena de agua. La familia de Rémi se ha mostrado
muy afectuosa conmigo desde el comienzo de nuestra
relación, desde que aún éramos estudiantes de secundaria.
Pero a veces me pregunto si no están muy presentes en la
vida de su hijo, y… en la mía. En el plan familiar, mi
madre me basta y sobra, pero sé que cuentan conmigo y no
quiero defraudar a Rémi fallándole.

Cuando por fin salgo del baño, mojada, envuelta en una


toalla, sus brazos vienen de repente y me abraza por
detrás.

– El repartidor de la comida llega en treinta minutos,


me susurra al oído en voz baja.
– Eso es bueno, confirmo, fingiendo no entender sus
intenciones.

Dibuja mi hombro desnudo con la punta del dedo.


– Te sienta bien el olor a vainilla, me susurra, mientras
me besa el cuello. Me pone a mil.

Siento su pene endurecerse contra mi espalda y su


mano busca mis muslos húmedos. Sonriendo, cosquilleada
por su barba, termino por dejarme llevar hacia el sofá.
2. Perturbaciones atmosféricas

– Definitivamente, nunca te había visto tan


concentrada… ¡Hasta te olvidas del teléfono!

La reflexión de Simon me hace levantar la nariz y me


percato de que efectivamente el auricular suena desde
hace unos segundos sin que me haya dado cuenta,
demasiado ocupada por la montaña de mails que me falta
por revisar. Mientras descuelgo rumiando una excusa, la
voz de Lucilla resuena.

– Norah, por favor, venga a verme un segundo.

Yo permanezco petrificada.

¿Qué desea? Si me pide la editorial ahora, estoy frita.


Es viernes por la tarde y no he tenido tiempo de nada.

Toco a la puerta de su oficina, ¡es la primera vez que


entro en su reino! Detrás de la puerta entreabierta,
descubro una pieza al mismo tiempo espaciosa y sobria,
majestuosamente iluminada por un ventanal que domina
todo París. Lucilla parece no haberme escuchado,
absorbida por los documentos, ella no se endereza de
inmediato. Su cabello recogido al lado de un moño
torcido, del cual escapan algunos rizos rebeldes, realzan
la gracia de su rostro.

Esta mujer tiene todo, reflexiono. ¿Qué o quién puede


resistírsele?

Los ojos, sigo la línea de sus labios y la curvatura


infinita de sus pestañas, cuando ella levanta de repente la
cabeza, cruzando su mirada con la mía.

– Siéntese, me dice señalando el sillón frente a ella.

Lo hago con una sonrisa dócil.

– Quizás Marie ya le ha contado: Se prevé una


entrevista con Lucy Hoffman el miércoles. Sin contar que
es la nueva ninfa de Dior, también es una gran amiga,
razón por la cual ella nos ha hecho el favor de la
exclusiva. Le vamos a brindar cuatro páginas en
septiembre. Esta entrevista es un gran reto.

A cada uno de sus movimientos, los diamantes en sus


orejas cintilan. Los aromas envolventes de su perfume me
bañan y me penetran en olas tibias.

– Me gustaría que se ocupe de ello.


– ¿Yo? Exclamo, llevada por mi torpeza.
– Sí, tengo ganas de probarle en el terreno. Además,
mis cronistas estarán dispersas entre Nueva York, Roma y
Londres la semana próxima. ¿Tiene algún inconveniente?

Yo tartamudeo, confundida.

– No, en fin… es que no tengo experiencia aún…


– Eh, este es el momento. Está a quince horas. Le
enviaré los detalles a principio de la semana. ¿Entendido?
– ¡Desde luego que sí! Es formidable. Le agradezco
mucho.

Regreso a mi casa todavía aturdida por la noticia.


Bruscamente me da la impresión de que las oportunidades
se precipitan, atizando en mi tanto excitación como
angustia, y el sentimiento incómodo de tener que
arrojarme en vida.

***

El fin de semana pasa locamente de prisa. Cuando no


tenemos la nariz metida en la alacena, clasificando y
desempacando, paso el tiempo pizcando en Internet
informaciones concernientes a la Semana de la Moda
próxima, o a desmenuzar las páginas editoriales de
números anteriores de Fashionable. Pero el esfuerzo vale
la pena, cuando llega el domingo, mi artículo está escrito
y únicamente faltan tres cajas por abrir.

– ¡Mira, un álbum de fotos! Exclama Remi,


deshaciéndose de un grueso volumen de mis cacharros. Es
divertido, nunca te he visto de niña.
– El álbum estaba en la recámara de mi madre, lo
reconozco. Lo recuperé al partir. ¡Te das cuenta!

Él ya está hojeando las páginas. Las observo de lejos


con diversión, sin nostalgia. En los primeros retratos, mi
padre aparece puntualmente, pero tengo un recuerdo tan
débil de su rostro que esos retratos de familia me parecen
casi ajenos.

– ¿Quién es este hombre? Me pregunta Rémi


extendiéndome el álbum.
– ¿Quién?
– Aquí, aquí contigo, ahí con tu madre, y ahí una vez
más.

Escrutinio el rostro que apunta con el dedo.


Efectivamente, un hombre moreno, reconocible por su
bigote y su sombrero, figura en las fotos repetidas veces,
hasta mis cinco o seis años antes de desaparecer
totalmente del álbum.
– Es raro, digo a media voz. No tengo idea. No me
acuerdo de él. ¿Un amigo de mi madre, quizá?

Pronuncio aquello sin convicción. No solamente


conozco a todos los amigos de mi madre, para haber
estado en el centro de su vida durante veintiún años, sino
además porque el hombre del bigote parece muy cercano a
nosotras, tomando a mi madre por la espalda o
llevándome sobre sus rodillas.

Si no es íntimo de la familia, ¿podría ser que mi madre


tuviera un amante?

La sola idea me hiela la sangre.

– Le preguntaré a mi madre, le digo a Rémi tratando de


parecer lo más desenfadada posible, a pesar de que las
dudas siento que se infiltran en mí. Bien, eso no es todo,
pero es un progreso. Hay que ir al fondo de este lío…

Con estas palabras, le arrebato el álbum de las manos


para ir a meterlo al fondo de la cómoda de la entrada.
Pero siento que el mal ya está hecho. Como si un
desconocido de bigote hubiera brutalmente pasado el
umbral de mi puerta para inmiscuirse en la intimidad de
mi existencia…
***

Después de haber enviado mi artículo a Lucilla desde


mi llegada a la oficina, paso mi lunes entero con los ojos
pegados al ordenador y al teléfono, a la espera de su
reacción… pero nada. Ni mail ni llamada.

¿Quiere decir que la he disgustado? ¿Que el texto no le


convence? Dios mío, ¡debe haberme tomado por estúpida,
y ahora debe estar preguntándose cómo es que me
encomendó la entrevista el miércoles!

Afligida, permanezco incapaz de concentrarme,


echando vistazos nerviosos hacia el pasillo a fin de
acechar los pasajes eventuales de la directora ejecutiva.
El martes, aún estoy sin noticias. Al fin de la mañana,
mientras Marie revisa conmigo la maqueta del próximo
número, me arriesgo al fin a preguntarle:

– ¿Lucilla no te ha dicho que piensa de mi texto para la


página editorial? Ella no me ha hecho ningún comentario y
no sé más…
– ¡Oh, no te preocupes! Debe haber tenido miles de
cosas qué hacer, sonríe con un aire tranquilizador. No te
quiebres el coco.

Quebrado o no, sus palabras no alcanzan para


aliviarme, sin embargo le reconozco el intento y le
agradezco con una sonrisa. Marie es una mujer dulce,
condescendiente, con quien trabajar es siempre un placer.
Nunca la he visto cambiar de humor y ella sabe afirmar
las cosas serenamente, sin pasión ni cólera.

Salgo de su oficina y me encuentro frente a frente con


Lucilla, que no me mira siquiera.

– Buenos días, le digo tímidamente.


– Buenos días, Norah.

Su respuesta estalla, distante, y Lucilla me pasa sin


decir nada más, antes de que haya tenido tiempo de
preguntarle cualquier cosa. Su frialdad me desconcierta.

¿Qué hice para enfadarla tanto?

Me dispongo a rendirme, cuando por la tarde me hace


venir a su oficina.

– ¡Norah! Exclama al verme entrar. Su artículo es


perfecto. Acabo de añadirle dos o tres adverbios, pero
usted ha comprendido plenamente lo que quería y lo ha
mantenido tal cual.
– ¿De verdad? Creía que usted… en fin que no le…
– ¡Confía un poco en ti misma! Y mañana, Lucy te
espera. Sé puntual.

Asiento y me dispongo a dejar su oficina, pero su voz


me llama de nuevo, me obliga a desviar el rostro. Lucilla
está de pie, a un paso de mí. Más alta que yo por media
cabeza. Su cuerpo, súbitamente tan cerca de mí, me
provoca extrañamente.

– Norah, dice ella dulcemente. Todo el mundo se tutea


aquí. Creo que deberíamos hacerlo también, ¿no? Después
de todo, trabajamos juntas.

Su aliento sobre mi piel, mezclado con su perfume, me


llena de escalofríos. Me siento de repente paralizada,
vacía de toda voluntad.

– De acuerdo, acierto a articular antes de huir,


vacilante.

Debo calmarme. Lucilla me impresiona demasiado. Me


vuelve vulnerable y nerviosa.

El resto del día, un tanto extraviada por todas las


emociones, intento concentrarme para no pensar en nada
que no sea la entrevista de mañana. Y regreso a casa con
el corazón palpitante.

***
Lucy Hoffman tiene apenas dos años más que yo, y una
fortuna que yo no tendría jamás. Esbelta, elegante y
luminosa, me recibe con finura y delicadeza en medio de
sus muebles Luis XVI, y responde a mis preguntas con una
naturalidad enternecedora. No puedo evitar envidiarla.
Todo parece tan fácil en ella, tan accesible y evidente. A
medida que me confía su destino extraordinario, yo me
suavizo.

– ¡Eres electrizante en este momento! No hace falta


reprochar a Rémi al despertar.

Tiene razón, estoy súper nerviosa. Espero aprovechar


nuestro fin de semana en Angers en casa de sus padres,
para respirar un poco.

Cuando Lucy concluye la entrevista, tengo dieciséis


páginas de notas que trazan la mayoría de su trayectoria,
hasta su arribo a los desfiles de Dior. Nos despedimos
afectuosamente, no sin antes prometer a la top model que
pasaré algunos días en su villa de Cap Ferret el mes
próximo. Estoy sobre una nube… ¡da igual que sepa que
las invitaciones en ese medio son frases al aire! ¡Me
provoca un gran placer!

– ¿Te das cuenta? Le digo a Rémi unas horas más tarde.


Una casa con piscina privada a la orilla del mar. ¡Esta
chica lo tiene todo! Si vieras su apartamento de Sèvres-
Babylone… ¡Y cuando uno piensa que fue descubierta a
los quince años cuando no cobraba nada mal por la moda!
En serio, es verdad que es increíble… digo, ¿me
escuchas?
– Discúlpame, me responde tirado sobre el sofá, con
los párpados a medio cerrar. He revisado todo el día de
hoy. Y he tenido que ver esta conferencia sobre los
concursos, tan desmoralizante como sea posible. Y no nos
dejan expresarnos.

Es casi como que nos desaconsejaran no enseñar.

– Lo lamento, querido…

Quizá haría mejor en ir de pronto a buscar la titulación


en Inglaterra. Un amigo me ha puesto en contacto con uno
de sus ex profesores de Oxford. Comienzo a afrontar
nuestra mudanza…

Yo me levanto bruscamente del sofá.

– ¿Oxford? ¿De qué hablas?


– Es solo para no descartar nada. Más vale afrontar
todas las hipótesis… Después de todo, tendría
probablemente miles de veces más de oportunidades de
hacer carrera allá que aquí.
– ¿Pero sin decirme? ¿Ahora que acabamos de
regresar?
– Norah, busco solamente no descartar ningún
escenario posible, es todo. Nada ha pasado, tranquilízate.
De hecho, ¿has comentado con tu madre lo de las fotos?
– No, no he comentado con mi madre, le digo mientras
me encierro en el baño, furiosa.

¿Pero cómo puede pensar en abandonar todo sin antes


preguntar mi opinión?

El agua sofoca poco a poco mi rabia. Detesto las


confrontaciones. Después de todo, ¿no estaba dispuesta a
cualquier cosa? No lo sé en verdad… La vida con Rémi
es fácil, a todas luces, pero es como si nada sorprendente
me pasara. Como si todo estuviera predeterminado.

Finalmente, quizá sea yo la del problema. Lo hubiera


reconocido desde antes. No estuve muy disponible en esas
ocasiones. Pero amo mi trabajo. La entrevista ha sido
fascinante. Lucilla me motiva, ella provoca cosas nuevas
en mí. Y no deseo que eso se detenga...
3. Aperitivos

Los dedos de Lucilla se acercan a mi mejilla para


descender delicadamente hacia la curva de mi cuello y
hasta el hombro. Contengo la respiración. Su caricia es
fugaz y ardiente, propaga su calor hasta mi vientre. No
hablamos; su mirada esmeralda se fija en mí y se ancla al
fondo. A través de su corpiño blanco su pecho se eleva a
un ritmo agitado. Yo me siento como anestesiada.

No lo vi venir. Dos segundos después, ella me felicita


por mi entrevista, luego de acercar dulcemente su mano a
mi rostro.

¿Y ahora? Esta situación está completamente fuera de


lugar, ¿por qué soy incapaz de detener su acción?

Termino por salir de mi estupor y doy un paso atrás,


con las mejillas encendidas.

Eres sorprendente, murmura Lucilla con naturalidad,


sonriente, antes de regresar a sentarse en su escritorio y
hundirse en los papeles, como si nada hubiera pasado.
Me voy sin decir una palabra y atravieso el pasillo
delante para recoger mis cosas, bajo los ojos atónitos de
Simon.

– ¿A dónde vas? Aún no da la hora…


– Voy a casa, estoy enferma.

Y azoto la puerta detrás de mí. En el camino, con la


sangre agolpándose violentamente en mis sienes.
Recuerdo la escena una y otra vez, la mirada de Lucilla,
su mano a lo largo de mi cuello desnudo. Su dulzura. Los
escalofríos.

Esto no está bien, no está bien, me repito sin parar.


Entonces, ¿qué debí haber hecho? ¿Retirar su brazo…? ¿Y
qué quería decir ella con «sorprendente»? ¡Ni siquiera sé
si eso es un cumplido o una crítica!

Cierro los ojos al caminar, pero las imágenes son aún


más vívidas. Su perfume me eriza la piel.

Rémi se sorprende de verme regresar tan pronto; le


pongo el pretexto de una faringitis sin siquiera pensar. La
verdad, es que sólo deseo una cosa: Estar sola. La excusa
funciona y, a pesar de su mal escondida decepción, Rémi
parte a casa de sus padres sin mí por el fin de semana.
Quisiera distraerme. Olvidar mi furor, no pensar más
en mi malestar ni temer mi próximo encuentro con Lucilla.
Quisiera que me dijeran que todo aquello es banal en el
medio de la moda, sin ambigüedad. Y sin embargo,
rechazo pensar que no tenga ninguna importancia. La
emoción es demasiado fuerte en mí.

Al día siguiente, Clémentine, mi compañera de


siempre, se reúne conmigo para tomar una copa. Ardo por
pedirle consejo, pero doy rodeos antes de contarle la
escena, por temor a parecer rara o ridícula.

Después de todo, quizá sea yo quien tenga alguna


anormalidad por turbarme ante un evento tan anodino…

Entre dos tragos de Cosmopolitan, Clémentine cuenta


su vida, como es su costumbre, con alegría y ligereza: Su
compañero de cuarto en el Quartier Lain, su pareja, sus
estudios de arqueología. En compañía suya, tengo al fin el
sentimiento de hallar de nuevo una aparente paz interior.

Esa misma tarde, decido aprovechar que estoy sola


para llamar a mi madre. Pero apenas le menciono las fotos
familiares y la siento incómoda al otro lado de la línea.

– ¿De qué hablas, Norah?


– Te lo juro, mamá, ese hombre aparece en muchas
fotos y parece muy cercano a nosotros. Sin embargo, no
tengo ningún recuerdo de él…
– No veo el por qué… Debía ser un amigo de tu padre.
– Pero no, piensa… ¡Con bigote y sombrero!
– Escucha, ¡no sé nada! ¡Ya veremos cuando vaya
contigo! ¡Cuéntame más de tu pasantía!
– Mi pasantía va muy bien, mamá.

Y la conversación continua como si no hubiera nunca


mencionado al hombre del bigote… Es raro que mi madre
ponga tan poca atención en ese detalle. ¡Le haré la
pregunta cuando esté más dispuesta a hablarme! ¡Aquello
le inquieta obviamente!

¿Me ocultaría mi querida mamá algo de su pasado?


¿De nuestro pasado? Más que el adulterio, la sola idea de
que pueda haber un eventual secreto de familia me llena
de miedo.

***

Rémi regresa de Angers bronceado y relajado. Lo miro


en el umbral de la puerta, alto, bruno, con su perfil griego
y sus anchos hombros. Me flechó desde el liceo. Sin
embargo, esperé seis meses a que el viniera a dirigirme la
palabra. Fue mi primer novio y hoy, es mi equilibrio.
Incluso si mí día a día me parece monótono, no sé
contemplar mi porvenir sin él.

Una vez en la sala, se lanza sobre mí y me arroja al


sofá. Su lengua me busca, sus manos ávidas se apropian
de mis senos debajo de la camiseta.

– Te extrañé, susurra él entre mis cabellos, mientras me


despoja del sostén.

Me estremezco al contacto de su miembro erecto contra


mi sexo. Nos desnudamos frenéticamente y lo atraigo
hacia mí, sujetando su cintura entre mis piernas. Él, de
rodillas ante mí, me levanta por la espalda para hacerme
ir y venir sobre su miembro hinchado. Me lleva
lentamente al inicio, después cada vez con más fuerza,
mientras que siento crecer aún más su sexo dentro de mí,
se hace enorme, hasta llenarme por completo. Me levanto
y empiezo a gemir bajo los golpes repetidos. Su dedo
meñique va y viene entre mis labios húmedos mientras me
penetra, despertando cada una de mis zonas sensibles.

De pronto, bajo mis párpados cerrados, es Lucilla


quien se me figura. Lucilla, más bella que nunca, el pelo
suelto sobre los hombros, Lucilla, que se inclina sobre mí
para lamer mis senos con la punta de la lengua, mientras
que Rémi sigue acometiéndome, con su bajo vientre
pegado a mi sexo.
– Sí, así, imploro en un resuello.

Entonces, Rémi acelera sus movimientos sujetándome


por la cadera. Enervada por el deseo, veo a Lucilla
recorrerme con la lengua, a lo largo de mis senos, chupar
mis pezones y luego mi ombligo. Devorarme
lánguidamente apretando su pecho con fuerza, desnudo,
contra mi piel. El sexo duro de Rémi expande sus
movimientos y traza círculos mientras me penetra. Jadea y
siento que se contiene al borde del éxtasis, para prolongar
mi placer. Aprieto los muslos para aumentar la fricción.
Esto es increíblemente bueno. Disfruto de unos segundos
más, ensimismada.

***

Los días pasan sin que Lucilla me dé la menor señal.


Acabo casi por creer que nada ha pasado más que
relaciones afectuosas entre colegas. Después de todo, no
estoy acostumbrada al mundo profesional.

Pero el enigma de las fotos comienza a rondarme. Dos


noches consecutivas, sueño que el desconocido bigotón
está entre mis cosas. No tengo familia, y como mi madre
rehúsa evidentemente abordar el tema, no tengo ninguna
manera de hallar la verdad.
Termino por confiarme a Clementine. Incluso si no
tengo ganas de hablar, Clémentine siempre ha tenido el
don de hacerme soltar la sopa.

– Entiendo, me asegura, de manera empática. Tienes


necesidad de saber, se trata de tu infancia. Y no tienes a
nadie de parte de tu padre, ¿quién podría ayudarte?
– No, nadie. Sus padres están muertos, y a mi entender
no tenía familiares.
– Habrá que ser paciente. Y que le exijas la verdad a tu
madre.
– Sí, sin dudarlo…

Permanezco pensativa.

¿Cómo hacerlo? Mi madre es más terca que una mula.

– Nora, ¿hay algo más? Me pareces ausente


últimamente.

La Mirada preocupada de mi amiga me hace ceder. Le


cuento de mi fantasía con Lucilla, pero guardo el resto
para no pasar por demasiado ridícula.

– ¿Y es lo que te preocupa? Exclama ella mientras ríe.


¿Nunca habías fantaseado antes con un trío?
– Si… pero siempre de manera irreal. Ahora se trata
de la directora ejecutiva de Fashionable: ¡trabajo con
ella!
– Entonces… ¿ha sido mejor que de costumbre?
– Eh… sí, mucho más de hecho. En fin…

Me ruborizo.

– Lo acepto, lo disfruté enseguida.


– Ah, ¡ya lo ves! ¡Nunca he probado con una chica,
pero forma parte de las cosas que uno tiene que probar al
menos una vez en la vida! Y si tu jefa es excitante…
¿cuándo me la presentas?
– ¡Clém!
– Vamos, Norah, no seas aguafiestas. Tu fantaseas con
una mujer más realizada… ¡ya lo sabemos! Eso no quiere
decir que la desees realmente. Y si eso puede condimentar
tu vida sexual…

La fustigo con la mirada, pero en el fondo, las palabras


de Clémentine suenan como una revelación.

Eso es, ¡es evidente! Fui solamente presa de


fascinación por una de las mujeres más bellas y ricas de
París. Nada excepcional ni muy original…

***
Enseguida de esta conversación, todo me parece claro.
Pero las semanas pasan sin que vea nuevamente a Lucilla
y no puedo evitar mirarla desde mi escritorio. Me gusta
trabajar con ella. Me gusta su modo de estimularme, la
emoción que inspira, el brillo que de ella emana.

Un día, escucho su voz al otro lado del pasillo; sin


pensar, cojo el primer pretexto para ir al escritorio de
Marie y hallarla en su camino. Hela aquí, en plena
conversación con una chica que nunca había visto, muy
seductora, y pasa cerca de mí sin mirarme, absorta por su
interlocutora. Sus risas restallan.

Tengo que burlarme de mi misma, mi corazón se


acongoja dolorosamente.

¿Quién es la chica que la acompaña…? De seguro ella


tampoco me vio, ¿cómo pude creer que podría atraer su
atención? No soy más que una practicante cualquiera.

Para obligarme a permanecer concentrada, me hundo en


las cartas de los lectores y la redacción de boletines. Pero
conforme pasan los días, no puedo más que continuar
escrutando el teléfono a hurtadillas.

Al fin, una mañana, desde mi llegada a la oficina,


Simon me anuncia con un tono desenfadado:
– La sacerdotisa se levantó. Para invitarte a almorzar,
yo creo.

Yo palidezco.

– ¿Qué? ¿Lucilla? Pero… ¿lo crees o estás seguro?


– Vamos, relájate. Aún sé tomar mensajes… es para
hoy. Ella quiere tu respuesta ahora.
– Sí… claro que sí… Gracias.

Me siento y me apuro a confirmarle por email mi


asistencia, sin ser capaz de pensar en nada más. A las
12:18, recibo el mensaje: «Puedes bajar. El taxi nos
espera».

Cuando arribo a la parada del taxi, ella ya está ahí,


hablando al teléfono en italiano. Me saluda con una
sonrisa. Su voz es muy animada, pero no conozco ni una
sola palabra en esa lengua, y no consigo descifrar si se
trata de cólera o de entusiasmo. Me dejo llevar entonces
sin tener la menor idea de nuestro destino.

Dios mío, ¡vaya que es hermosa!

Su proximidad en el taxi me vuelve loca. La cintura


estrecha de Lucilla resalta por un traje sastre Chloé
marrón pálido, el cual realza a la perfección la piel
bronceada de su rostro, de su pecho y sus brazos. En
italiano, su voz es tan cálida, tan tierna. Su perfume ámbar
a algunos centímetros de mi me penetra por todos los
poros de la piel.

Al hablar, su dedo anular toquetea nerviosamente el


teléfono y me percato entonces de un anillo tan brillante
como elegante, formado de tres lazos de oro y cubiertos
de diamantes. Una duda me asalta súbitamente.

¿Estará casada?

Mi corazón se acongoja. Nunca la he imaginado


viviendo con alguien ni llevar una vida tradicional en
familia. Y si bien ignoro el por qué, la idea de Lucilla
como esposa gentil y decente me es desagradable, incluso
dolorosa. La miro una vez más. La seguridad de sus
gestos, la gracia de su cuerpo…

No, Lucilla no puede pertenecer a nadie. Ella no puede


pertenecer a nadie.

Cierro los ojos y me dejo llevar, afianzada por todas


mis fuerzas a este pensamiento. El taxi termina por
alinearse en doble fila y simultáneamente Lucilla cuelga
su teléfono.
– Hemos llegado, me susurra al oído, posando
fugazmente su mano en mi muslo.

Así sea breve, su caricia me provoca vértigo.

– Gracias, Colin, le dice al chofer. ¿Puede regresar en


una hora?

El chofer asiente con una sonrisa antes de abrirnos la


puerta por turnos. Aquella familiaridad entre ellos me
preocupa.

¿Acaso Lucilla tendrá un taxi personal?

Estoy un poco aturdida por este mundo de lujo que


comienzo a vislumbrar alrededor de ella, pero no me
atrevo a hacer ni el menor cuestionamiento, demasiado
temerosa de desvelar mi torpeza.

Ella me hace entrar en la cervecería de Lutetia, de la


cual conozco únicamente su reputación. Al cruzar la
puerta, los destellos multiplicados en los enormes espejos
me deslumbran. Estoy impresionada, absorta de hallarme
de pronto en uno de los lugares más elegantes de París con
Lucilla Conti.

Nos dejamos conducir a una mesa pequeña. Frente a la


mirada rutilante de Lucilla, mi respiración se acelera. Ella
toma espontáneamente la palabra y dirige la conversación.

– Quería conocerte antes que nada, Norah. Trabajar


contigo me ha dado ganas de pasar tiempo en tu compañía.

¿Cómo es esto posible? Tengo la impresión de estar


soñando…

Hablamos de nuestros gustos, de la música, del teatro,


mientras paladeamos un magnífico plato de mariscos.
Lucilla habla mucho, con dulzura y vivacidad. Nos
descubrimos al natural, sin tener en cuenta los temas
íntimos de nuestras vidas. Entre más conversamos más la
hallo deslumbrante. Parece poseer todo y haber construido
su imperio con las manos desnudas.

¿Qué edad puede tener? ¡Lo que ha logrado debió


llevarle años, y sin embargo parece tan joven!

El tiempo pasa sin que me dé cuenta. Hasta el último


momento, espero que ella me pida cualquier cosa de
orden profesional, pero hasta el momento del postre, ni
evocamos ni en una ocasión el trabajo.

– Hay que partir, me dice finalmente con una voz triste.


Colin nos espera afuera. Tengo una cita en la Opera,
haremos una escala en la oficina para dejarte ahí.

Yo asiento. Todo ha sido tan rápido que tengo una


sensación extraña, más que agradable, de flotar por
encima de mi cuerpo, llevada por un torbellino. Mientras
camino por la cervecería sobre sus pasos para reunirnos a
la salida, le digo:

– ¡Gracias, Lucilla!

Ella voltea, fijando sus ojos en mí. Yo trastabillo, las


palabras confundidas bruscamente en mi cabeza.

– El almuerzo estuvo… maravilloso.

¿Maravilloso? ¡Qué importa! Va a tomarme por una


completa ridícula ahora.

Pero Lucilla no parece burlarse. Su rostro permanece


impasible, casi serio, y no me deja de mirar. Ella se
aproxima. Se lanza. Me besa en medio de toda esa gente.
Sus labios me queman.

– Gracias a ti, murmura sobre mi boca.

Apenas tengo tiempo de comprender qué me sucede


cuando ella ya ha franqueado los escasos metros que nos
separan de la salida.
4. Diamantes sobre el sofá

– ¡Francamente, no te reconozco en este momento!


¿Qué te pasa, Norah? Sé que estás estresada por tu
trabajo, pero no puedo quedar siempre al último.
Reacciona un poco.

Rémi está fuera de sí. Nunca me ha hablado de esa


manera. Furiosa de estar arrinconada en mi trinchera,
ignoro su pregunta y me encierro en el cuarto de baño.

¿Qué me pasa? Desafortunadamente no tengo la menor


idea. No comprendo nada de lo que me pasa. Es como si
todo aquello que creía estable fuera puesto en entredicho.
Al principio, mi madre mintiéndome, después, mi jefa que
me besa… Mi vida se ha convertido de un día a otro un
verdadero campo de batalla.

Escucho a Rémi farfullar al otro lado de la puerta,


intentando calmarse quizá.

Rémi… no quiero perderlo. No puedo hablarle del


beso, el no comprendería.
¿Cómo explicarle cualquier cosa que no comprenda yo
misma? Y luego, no ha sido realmente mi culpa. Un beso
con una mujer, eso no cuenta, es un juego, no tiene ninguna
importancia. Me gustan los hombres, siempre me han
gustado los hombres. Me gusta Rémi.

Finalmente regreso a la sala, apesadumbrada.

– Discúlpame… Estoy preocupada en este momento. El


trabajo, la historia de esas fotos malditas… Te prometo
que te pondré más atención.

Él me atrae hacia sí y me pasa suavemente los dedos


entre el cabello. Mi respiración se apacigua, me siento
nuevamente toda una chiquilla.

A su lado, la vida me ha parecido tan simple…

Sus dedos descienden a lo largo de mi cuello y se


hunden lentamente en mi escote. Súbitamente, su mano se
afianza en mi pecho, lo acaricia, después lo presiona con
fuerza.

– No por ahora, le susurro, mientras detengo su mano.

Alterado, Rémi se levanta brutalmente.

– ¡Muy bien, entonces voy a salir!


La puerta de entrada se azota detrás de él. Me siento
terrible. Tengo la impresión de tener que hacer algo.

***

Regreso al trabajo con aprehensión.

Tengo que ver a Lucilla. Que hablemos de lo ocurrido


y me explique por qué me besó. A ser posible, como
deseo. Todo aquello me parece completamente irreal.

En el taxi de regreso, después, continuamos charlando


de cosas banales, como si nada y nos hemos despedido
cordialmente.

Tiene que explicarme.

Pero desde que llego a la oficina, Marie me convoca.

– Norah, Sophie está de vacaciones y habrá que


verificar por completo la maqueta del número de agosto
antes de imprimirlo. ¿Quieres revisarlo hoy? Hay que
controlar todo, textos, fotos, encuadres, alineación…
– Sí, seguro, me ocupo de ello enseguida.
– Genial, subraya los errores con rojo, le daré un
vistazo por la tarde. He padecido el infierno esta semana,
¡estoy exhausta! Con Lucilla en Londres…
Mi sangre se agolpa.

– ¿Lucilla está en Londres?


– Sí, ¿no te ha dicho? Tiene una cita con Christopher
Kane. Debe reunirse con numerosos creadores antes de la
Fashion Week y no vendrá antes de la semana próxima.
Tenemos trabajo que hacer para completar la revista esta
semana.

Me esfuerzo por sonreír, con el rostro desencajado.

¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Me besa y después se


va?

La cólera me abruma.

– Norah, escucha, no quiero parecer indiscreta… Pero


no tienes buen aspecto, me has parecido estresada estos
días recientes… ¿es por el trabajo?
– No, ¡para nada!
– Escucha, voy por un café, ¿vienes conmigo? Podemos
discutirlo cinco minutos…

La sigo a la sala de relajación. En el transcurso de la


conversación, Marie me parece de pronto amigable, como
si nos conociéramos desde hace mucho tiempo.
– Estoy realmente a gusto aquí, le afirmo con un tono lo
más convincente posible. Es sólo un poco de fatiga…

Le cuento acerca de mi mudanza con Rémi, intentando


al mismo tiempo convencerme que tengo la vida más
insulsa del mundo.

– Mucho mejor, responde Marie, sonriente. Temo un


poco… Ya sabes, trabajo para Lucilla desde hace cinco
años. Sé que es algo formidable… Pero puede ser tan
absorbente, de cualquier manera. No quisiera que tenga
sobre ti un efecto nefasto.

¿Qué es lo que quiere decir con ello?

Siento cómo mis mejillas se ruborizan.

– No, no, ¡para nada! Todo está bien con Lucilla. No


tengo ninguna preocupación en el trabajo.

La puesta a la defensiva extraña de Marie, continúa


turbándome todo el día.

Lucilla es casi imposible de definir. Cuando uno cree


que empieza a conocerla, se hace aún más impenetrable.
De ser así, solo se está burlando de mi candidez,
buscando desestabilizarme.
***

Por la tarde, decido darle una sorpresa a Rémi


improvisando un picnic en Buttes Chaumont. Me esfuerzo
por no pensar en nada, sino en lo que me cuenta. Pero
mientras el sol se oculta delante de nosotros y Rémi me
habla de sus revisiones, mis pensamientos regresan al
beso de Lucila. Sus labios prendidos a los míos con tanta
dulzura y firmeza, como para recoger un fruto. Nunca fui
besada así. Su boca entreabrió la mía, tan solo para pasar
fugazmente la punta de su lengua entre mis labios. Aquel
momento era de tal sensualidad que una cálida emoción
palpita en mi bajo vientre cada vez que lo rememoro.

¡Es suficiente, debo dejar de pensar en ello!

Las palabras de Marie vuelven a mi mente.

Y todo aquello no me preocupa. ¡Estoy con el hombre


de mi vida y estoy feliz!

***

Algunos días más tarde, al pie del ascensor de cristal


que llega hasta nuestra oficina, me cruzo con Marie
fumando nerviosamente.

– ¿Todo está bien?


– Nada terrible, me responde mientras juega con su
flequillo. Va a estar bien, qué amable eres en preocuparte.
– ¿Qué ocurre? Oh, perdón, no quería ser indiscreta…
– No, no es nada… Una pena de amor…

Estoy avergonzada, pero contenta de que Marie se


revele un poco. La dejo continuar

– Es una historia idiota... Estoy loca de amor. Desde la


primera vez que la vi, sentí algo. Sus ojos magníficos, su
boca… Ayer la vi de nuevo, y me volvió loca. No pegué
el ojo en toda la noche. Debido a que, evidentemente, ella
no está libre.
– ¿Ella?

Me sorprendo en silencio.

No tenía idea de que Marie era lesbiana. ¡Realmente no


lo parecía!

– Siempre me masturbo con situaciones imposibles,


continúa ella. He aquí que es la mujer de mi mejor amigo.
Si supieras cómo me avergüenza. Pero no puedo
impedirlo. Ella me acosa. ¡Y absolutamente debo sacarla
de mi cabeza!

Me siento tocada por el secreto de Marie. Esta mujer


siempre me ha parecido simpática y quisiera ser digna de
su confianza.

– Lo lamento, le digo con toda la sinceridad del mundo.


Sabes que si tienes ganas de hablar, ahí estoy.

Sin embargo, esta conversación me hace pensar. Nunca


antes había estado al lado de lesbianas, y muy en el fondo,
seguía reducida a estereotipos.

¿Podría ser que Lucilla sea homosexual también?

Así lo fuera, aquella cuestión nunca estaría clara en mi


mente.

***

Cuando Lucilla regresa de Londres, nos ignoramos


completamente, ni ella ni yo tomamos la iniciativa de
contactar con la otra. Tan solo sé que está de regreso por
haberla percibido una o dos veces al fondo de un pasillo.
Quisiera ser capaz de odiarla.

Ella termina, sin embargo, por hablarme, una tarde, a


mi oficina.

– Lucy Hoffman organiza una recepción por su partida


a Miami, mañana por la tarde. ¿Quisieras acompañarme?
Ella te ha apreciado desde su encuentro.
– ¿Mañana por la tarde? No sé si…
– Norah, me interrumpe ella.

Su voz no es más que un susurro.

– Nuestro almuerzo del otro día fue muy breve.


Demasiado breve… Me gustaría verte mañana.
– De acuerdo, termino por ceder.

Me maldigo internamente por ser incapaz de resistirla.


Pero encuentro una buena razón.

¡Después de todo, Lucy Hoffman no es alguien a quien


rechazarle una invitación!

***

La tarde del día siguiente, me pongo un vestido sin


tirantes azul oscuro y me dispongo por horas, rezando por
no errar en medio de la alta sociedad parisina. Me reúno
directamente con Lucilla en Sèvres-Babylone, delante de
la puerta de casa de Lucy. Entramos juntas. No puedo
evitar indagar alrededor mío aquellas mujeres con
vestidos deslumbrantes, que se hablan al oído o se rozan
con la punta del dedo. El ambiente es cerrado, íntimo.

Muchas personas llegan a acosar a Lucilla, quien les


saluda gentilmente o les procura algunas palabras sin
abandonarme jamás a la chusma. Nunca la he visto tan
colmada, radiante de elegancia. Divinamente bella.

– Estás particularmente seductora esta tarde, me confía


ella extendiéndome una copa de champaña.

Sus ojos pasan sobre mí lentamente.

¿Qué estoy haciendo?

Bajo su mirada verde plantada en la mía, siento que el


pánico me invade.

Tengo que regresar. Ahora…

Lucilla me toma bruscamente por la cintura.

– Sígueme.

Sin esperar, ella se abre camino a través de los


invitados y me conduce a una especie de tocador en el
primer piso. Desde que entramos, ella me arroja contra la
puerta, su cuerpo pegado al mío. Quisiera tener la fuerza
de sustraerme a su apretón, pero su perfume me abruma y
me aletarga por completo.

Felina, me susurra al cuello:


– ¿Qué juego juegas conmigo?

Su aliento me llena de escalofríos. No siento nada más,


solo su mano oprimiendo mi cadera y los movimientos
espasmódicos de su pecho contra mí.

¿Yo, un juego? Yo soy tu presa…

Sus labios púrpuras brillan a algunos milímetros de los


míos. Me es imposible resistir, estoy completamente a su
merced.

Como si hubiera comprendido. Sus dedos juguetean al


borde de mi corpiño, después, lentamente, bajan la
cremallera haciendo deslizar mi vestido hasta la cintura.
Uno de sus muslos se desliza entre mis piernas,
descubriendo su trasero. Yo suspiro.

– No haré nada que no quieras, Norah. Nada que no


hayas deseado ya en lo profundo de ti.

Con esas palabras, ella separa mi sostén y se sujeta a


mis senos pasando lánguidamente su lengua sobre mis
labios.

Es tan delicioso. Lucilla…

Cierro los ojos bajo la embriaguez del deseo,


derrotada. Llevada a ella en cuerpo y alma.

Luego, ella me devuelve contra la puerta. Su boca


recorre mi nuca, se desliza en mi espalda mientras separa
la parte inferior de mi vestido. El primer dedo que pone
en mis bragas húmedas me arranca un grito.

– Calla… me susurra al oído. Podrían escucharnos.

Sus labios ávidos continúan bajando, besa mi espalda,


mordisquea mi cintura. Con ternura desliza mis bragas a
lo largo de mis muslos. Me deshago entre sus dedos.

– Voltéate, me ordena.

Su voz es dulce, pero firme… Me siento derretir


literalmente. Pero tengo ganas de obedecerle.

Y ser suya, toda la vida…

Ella está de rodillas delante de mí. Sus pechos


redondos, erguidos y desnudos se desbordan de su gran
escote. Todos sus movimientos se apresuran, urgentes,
imperiosos. Con pasión junta mi pelvis contra la puerta,
me separa las piernas y hunde su lengua en mí,
penetrándome en un vigoroso vaivén. El placer es tan
violento que me muerdo para no dejar escapar ni un
sonido. La punta de su lengua se aprovecha de mí hasta lo
más profundo con emoción, recorre mis labios hinchados,
se detiene, acelera, me bebe y entra de nuevo hasta el
éxtasis, hasta conducirme al borde del desmayo. Me
sofoco, vencida.

¡Oh! Continúa, continúa, te lo suplico…

Apenas me acaricia con el índice y llego al paroxismo


del placer, invadida por espasmos deliciosos, al borde de
las lágrimas.
5. El precio del deseo

¡Engañé a Rémi!

Desde que desperté, este pensamiento me acosa


incesante.

Engañé a Rémi con una mujer.

Todo aquello es completamente ridículo. Tuve un


momento de falsa ilusión, quizá era una necesidad de
experimentar la novedad, para romper la rutina. Después
de todo, nunca conocí a nadie más que Rémi… Pero está
hecho. No soy lesbiana. Y no puedo esperar nada de
Lucilla.

Salgo al trabajo por la mañana, mientras que Rémi


duerme todavía, y me apuro para enviar un email a
Lucilla.

«Necesito hablarte»
«Ven», me responde casi instantáneamente.

Llego a su oficina con las piernas temblando. Ella me


recibe con una dulce sonrisa inquisitiva y se levanta para
venir hacia mí. Doy un paso vacilante hacia atrás. Ella
comprende y se detiene inmediatamente, esperando que
hable.

– Lucilla, lo que pasó ayer… Vivo con un chico. No sé


lo que signifique para ti, pero tengo una vida hecha y me
gusta tal como es.

Ella me escucha silenciosa, y se sienta tranquilamente


detrás del escritorio, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Al hablar, la admiro aún más.

Decir que hice el amor con una mujer tan suntuosa…

– Estoy feliz de trabajar contigo, y me siento halagada


por tus atenciones, pero no podemos ir más lejos. Lo
siento si te permití creer lo contrario…
– Entendido, me dice ella asintiendo. No te preocupes,
no es nada.

Estoy un poco aturdida por la indiferencia de su


respuesta. Temía herirla, pero ella manifiesta por el
contrario una total indiferencia.

¡Entonces no era otra cosa que una conquista más para


ella!
Con esta prueba, mi corazón se endurece. Sin embargo,
regreso a casa aliviada, con la impresión de haber
cerrado un paréntesis absurdo de manera radical y
definitiva.

Pero debo saber que todo aquello quedó atrás, me daña


mentirle a Rémi. Nunca le había escondido nada. Intento
reencontrar con el toda nuestra complicidad, desgastada
en las últimas semanas, sin embargo nada me parece
natural entre nosotros. Como si todo sonara falso. Me
aburro. Sus frecuentes miradas inquisidoras me
incomodan, y esquivo los momentos de confrontación con
él, prefiero escapar a beber una copa con Clémentine,
deambular por París o incluso trabajar hasta tarde en la
oficina.

Para complicar las cosas, mi madre me acosa por


teléfono desde hace días. Me rehúso a responderle, aún
molesta por nuestra última conversación, y cada una de
sus llamadas recientes me suenan a traición.

¿Cómo puedo confiar en ella cuando sabe algo que se


niega a descubrir?

La cuestión me da vueltas en la cabeza y llego a una


sola conclusión: ya sea que el hombre de las fotos fuera su
amante mientras estaba casada, ya sea que éste tuviera que
ver con la muerte de mi padre, dado que es curioso que
los dos hayan desaparecido de las fotos en la misma
época. Lo que haya sido, la verdad parece terrible, y no
puedo afrontarla sola si mi madre se muestra incapaz de
apoyarme.

***

A la mañana del día siguiente, Rémi viene a buscarme.

– Escucha, tenemos qué hablar. Cada día, siento que te


alejas.
– No, ¡para nada! Es solo que estoy fatigada…
– ¡Norah, deja de negarlo! No se trata solo de tu
trabajo o la historia de tu pasado. Hay algo más acerca de
nosotros. No estoy ciego. Todo el tiempo tienes la cabeza
en otra parte, ya no compartimos nada. ¡No me dejas
siquiera tocarte! Necesito entender… ¿Qué pasa? ¿Hice
algo? ¿O quizá amas a otro?

Me ruborizo.

– No, nada de eso. Te lo aseguro. Es a ti a quien amo.


Vivo contigo y quiero pasar contigo el resto de mis días.

Al decir estas palabras, siento sin embargo que busco


tanto convencer a Rémi como a mí misma.
¿Por qué tengo necesidad de poner en riesgo todo de
esa manera, de poner en peligro mi felicidad con Rémi?
Dios, ¿qué me estoy buscando?

***

– La extraño, termino por confesarle a Clémentine al


cabo de algunas semanas.
– ¿A quién?
– Lucilla Conti. Me acosté con ella.

Clémentine, quien bebe su cóctel, casi se ahoga.

– ¿Qué? ¿Te acostaste con la presidenta de


Fashionable? ¿La gran sacerdotisa de la moda? ¡Bromeas!
– No. Y desde entonces mi vida es un infierno.
– Espera, ¡vaya revelación! ¡Serás una celebridad! ¿Es
un buen tiro?
– Clémentine… no soy lesbiana.
– No he dicho eso. Pero, ¿la extrañas?
– Sí.
– ¿Y vas a recomenzar?
– No, no, por supuesto que no. No hay razón para ello.
Vivo con Rémi y soy muy feliz.
– Sí, ¡vaya que lo pareces! Se burla mi amiga.

Clémentine es diabólica a veces.


Regreso a degustar mi cóctel fingiendo que no escucho.

***

Sigo pasando horas extras en la oficina, tanto por


escapar a mis problemas de pareja como para implicarme
en un trabajo más gratificante cada día. Mi estadía
representa hoy mi único refugio.

Una noche, inmersa en la redacción de un artículo, no


veo pasar las horas. Simon se ha ido de la oficina desde
hace mucho, Marie ya ha pasado a desearme buenas
noches; todo parece silencioso cuando un ruido de tacones
se aproxima por el pasillo desierto y me hace voltear.
Lucilla aparece en el dintel de la puerta.

– ¿Qué haces aquí todavía? Ya no hay nadie.


– Tenía algo qué concluir.
– Son más de las nueve… ¿Tu novio no está
preocupado?

Intento sondear la parte irónica en su voz. Pero no dudo


siquiera que sea tan tarde.

Efectivamente, ¡Rémi debe estar muerto de inquietud!

No lo he previsto y siempre corto la comunicación


desde el teléfono en la oficina.
– Ven, te llevo. Soy mi propio chofer esta noche, dice
ella con astucia, haciendo girar las llaves de su auto en la
punta de su dedo índice.
– No sé, yo…
– ¡Vamos, no seas bestia! Tomas tus cosas.

Después de todo, no hacemos nada mal. No tengo


motivos para rechazarle.

Bajamos al estacionamiento y me subo a su Porsche de


vidrios polarizados.

¡Guau! Nunca me había subido a un Porsche.

Lucilla me acompaña sin que intercambiemos una sola


palabra. Al interior, su perfume inunda los asientos de
cuero. Un elixir excitante. Con el rabillo del ojo, la
observo conducir; al volante, sus manos están cubiertas
por finos guantes blancos que le dan un aspecto de Audrey
Hepburn. El amplio escote de su blusa deja ver el
nacimiento de sus senos, y alcanzo a ver, tiritando, sus
pezones marrones apuntando bajo la tela. Recuerdo el
gusto electrizante de su lengua. Todos mis sentidos
despiertan, tengo el corazón suspendido entre sus labios, a
la espera de algo que no me atrevo a confesar.
Ella se estaciona a una cuadra de mi casa. La calle es
oscura, estrecha, sin nadie alrededor, comienzo a temblar
como una hoja, me siento presa indefensa y, sin embargo,
¡es realmente delicioso! Anhelo…

– Benarrivata a casa, principessa, me dice sin girar la


cabeza.
– Lucilla…

Espontáneamente, poso mi mano en su brazo. No


pienso más. Ella hunde al fin sus ojos en los míos,
cruzando con mi mirada implorante, y todo ocurre muy
rápido. Su boca que se entreabre. Su mano que nos
deshoja por turnos, mientras que la otra desabotona mis
jeans. Ella se deshace de sus guantes con delicadeza. Pasa
la punta de sus dedos sobre mis labios antes de bajar y
separar mis bragas. Siento su boca, su lengua, sus dientes
al borde de mi pecho henchido de deseo. Su dedo que me
penetra, que me coge, como un resplandor. Las
sensaciones crecen por la fricción de la silla de cuero
contra mi sexo. Estoy sudando. Ella aumenta la potencia
de sus movimientos dentro de mí. Me enciendo desde lo
más profundo de mí misma, todo mi cuerpo trémulo por
olas crepitantes. Los muslos desnudos, abiertos,
abandonados a los dedos expertos de Lucilla.

Cuando me siente completamente mojada, introduce


simultáneamente el medio y el anular. Bajo su vaivén
intenso, poderoso, mi cuerpo se eleva y se sacude contra
la carpeta. Lo disfruto por gran rato, inundada de placer.
Enseguida permanezco varios segundos para estar
consciente, jadeando, la cabeza apoyada contra el vidrio
polarizado. Lucilla al fin me viste de nuevo con dulzura
posando sus besos a lo largo de mi cuerpo.

– Te dejo regresar a casa, me susurra mientras que sus


labios me mordisquean la oreja. Con la única condición
de que vuelvas a mí.

No digo una sola palabra. Mi mirada languidece por


mí.

Aún estoy aturdida cuando entro. Rémi está de pie en la


sala, con el móvil en la mano. Su cólera explota desde que
abro la puerta.

– ¡No es verdad! ¿Dónde estuviste? ¡Un burdel, Norah!


¡Estaba loco de desesperación! ¿No podías prevenirlo?
– N… no, tartamudeo, completamente aturdida.
– ¡Ah! ¿En verdad? Grita él.

Cierro los puños y dejo caer mi bolso a mis pies. Lo


contemplo fijamente, todavía en el umbral, después
comento, al borde de la crisis cardíaca:
– Rémi, te he engañado. No quiero estar más contigo.
Se acabó.

Sus labios se amoratan, temblorosos, pero no emite


ningún sonido. Permanecemos escudriñándonos algunos
minutos, con rabia e incomprensión. El mundo alrededor
nuestro ha dejado de existir bruscamente. No hay más que
esta verdad fría, implacable: acabo de desvanecer una
relación de cuatro años y todos nuestros proyectos para el
futuro.

Rémi está petrificado. Me mira de pies a cabeza, como


si intentara reconocerme. Termina por abandonar el
apartamento azotando la puerta sin proferir una sola
palabra.

Paso la noche acostada sobre el sofá, las pupilas


dilatadas mirando la pantalla luminosa del reloj,
intentando darme cuenta lo que acaba de producirse. Por
la madrugada, Rémi aún no ha llegado.

***

Marie es la primera persona con quien me hallo en la


máquina de café esa misma mañana. Su presencia me
alivia, como un paréntesis amigable en el caos de mi vida.
– ¿Te sientes mejor desde el otro día?
– Es difícil, dice. Estoy liada. ¿Has sentido que una
persona fuera tu alma gemela?
– No realmente, murmuro mientras que Rémi me viene
a la cabeza.
– Con Cerise hay esta certeza. Puede parecer una
locura, pero lo siento en mis entrañas. Renunciar a ella, es
renunciar a todo.
– ¿Pero está casada con tu mejor amigo? Quiero decir,
no es…
– ¿Lesbiana?

Ella alza los hombros.

– Nunca ha sido tan claro. No sé si ella haya tenido


mujeres en su vida anterior, pero lo percibo en ella. De
cualquier manera, ¿qué importa? Yo no acabaría su
matrimonio con Nathan.

En definitiva, aún no termino por descubrir cómo las


relaciones amorosas pueden ser complejas…

– Pero, dime, ¿tú siempre lo adviertes, cuando una


mujer prefiere a otras mujeres?
– A menudo. No siempre. Sería muy simple de otra
manera, dice ella riendo. Por ejemplo, nunca hubiera
pensado que la novia de Lucilla lo fuera.
– ¿Qué?

El grito se me escapa de manera sorpresiva, pero


Marie parece no prestarle atención.

– Sí, es una fotógrafa célebre. La conocí antes de que


estuviera con Lucilla, hace muchos años, y no lo habría
adivinado definitivamente.

¿La novia de Lucilla?

Mi corazón se desboca. La sala da vueltas. Presa de


pánico, me escapo al cuarto de baño para enviar un texto a
Clémentin, a punto de las lágrimas:

« ¿Puedes reunirte conmigo para almorzar, por favor?


Necesito ayuda. »

Casi instantáneamente, mi teléfono vibra y muestra un


número desconocido. Abro el mensaje del destinatario
misterioso.

« Cita esta noche a las 20 hrs. En Bristol. Es tiempo


que sepas la verdad acerca de ti misma. »

¿Qué es este delirio? ¿Quién puede enviarme eso?


¿Qué quiere decir?
Tengo la impresión horrible que el hombre de las fotos
acaba de surgir bruscamente sobre mi teléfono. Mi vista
se nubla. Mi corazón se detiene. Tengo miedo.

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