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Expuesto esto así, a modo de justificación de lo que voy a tratar de contar, creo que más

que otra cosa, lo que podemos plantearnos es la siguiente cuestión estética: qué
economía sensible se deja ver o se abre a través de esa poesía escrita por aquellos
nacidos en los ochenta. Con economía sensible (expresión que puede sonar a oxímoron)
me refiero en primer lugar, a los modos desde los cuales estos poetas tratan de dibujar
una cartografía diferente del hecho poético, o mejor, a la forma en la que estos poetas
administran y ordenan el lugar desde el cual escriben, es decir, el espacio que ellos y su
poesía ocupan, y por otro lado, si hablamos de economía sensible, es evidente que
igualmente hemos de referirnos a las temporalidades diferentes que introducen. Por lo
tanto: el espacio y el tiempo que tratan de modificar. O, mejor: el espacio y el tiempo
que pretenden hacer ver desde su poesía define toda una más amplia economía sensible.

   Desde mi punto de vista todo poeta que escribe se enfrenta inicialmente con un
problema radical: el tiempo. O mejor dicho, el ahora. Esto incluye a su vez dos
problemas: escribir ahora, y escribir el ahora. Partiendo de este eje podemos comenzar
nuestra lectura de los poetas nacidos en los ochenta. ¿Escribir en 2015 es escribir el
2015?

No obstante, escribir el ahora es también escribir el tiempo que se condensa en ese


ahora. Una de las características de estos poetas es su mirada hacia el pasado no
exactamente como un juego de nostalgias o elegías (como solía ser en la poesía de la
experiencia, esto me parece esencial para entender el cambio) sino como un pasado que
sigue actuando en el presente, sin moralejas, sin intenciones de universalidad.

Y fracaso es otra de esas palabras clave. La propia poeta nos avisa: “la palabra / fracasa
más y mejor. // la palabra / palabra / fracasa más y mejor” (26). Hay una distancia
enorme entre los hechos, o la experiencia de los hechos, y las palabras que sirven para
ordenar y sistematizar una experiencia. En esa distancia entre hechos y palabras se
construye el poema, que siempre tendrá dentro de sí la conciencia del fracaso. O dicho
de otra forma: el fracaso a la hora de narrar la relación entre el yo y el paso del tiempo,
este fracaso en el intento de narrarse, es lo que nutre la propia escritura del poema, y es
lo que lo hace importante.

Este libro de García Faet nos puede servir como forma de acercarnos a una de las
cuestiones que aparecen obsesivamente en la poesía de los poetas nacidos en los
ochenta: el retorno de un yo al poema en constante fracaso a la hora de nombrarse,

A pesar de que el modo de enfrentarse a esta relación lenguaje-fracaso-tiempo difiere de


la forma con la que lo afronta García Faet, Elena Medel coincide en esa misma tensión
sensible que podemos denominar fracaso del lenguaje / lenguaje del fracaso. Leemos:
“Madurar / era esto: no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la
piel / igual que un fruto antiguo. / Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua
contra los dientes una y otra vez que se tambalean en la boca / años / del sentido
incorrecto” (169).

Recuerdo que fue Mario Perniola quien decía aquello de que “la vida cotidiana es objeto
de una degradación continua porque es el lugar de todas las verdaderas posibilidades
que han fracasado”. Podríamos pensar que esta poesía trata de salir de esa degradación a
través de la toma de conciencia de ese fracaso.

            Otra de las formas de afrontar estas cuestiones es la de un modo de entender la


escritura del yo como ejercicio retroactivo, como forma de reescribir el pasado tanto
histórico como familiar. Entender el pasado como una especie de subconsciente
histórico/ colectivo que actúa, incansablemente, sobre el presente y la escritura.

Posiblemente no haya una búsqueda consciente de vía unitiva con Dios, como buscaban
los místicos, pero sí una búsqueda de vía unitiva con el lenguaje y con la realidad.
Libros como los de María Ramos o el de Berta García Faet pueden ser leídos en clave
de algo que podemos denominar lógica mística. Se trata de vaciarse en un lenguaje
(siempre frágil, destinado al fracaso) que no es capaz de traducir todas y cada una de las
experiencias sufridas en el viaje interior. Este impulso místico lo hallamos tanto en estos
poetas, como en el caso de poetas como López Carballo o Morales Sillas. En los
primeros hablaríamos de una mística de lo lleno, es decir, tratan de vaciarse para poder
llenarse de realidad. Mientras que en estos segundos hallamos una mística del vacío, en
la que pretenden hacer ver el sentido hueco, vacío de lo real y de ese lenguaje.

En realidad, la teología negativa de toda deconstrucción.

Ernesto Castro: Conocemos muchos casos de gente de nuestra generación que son como
perpetuas promesas que quizá no lleguen a consumar por esta consagración preliteraria.
Ernesto Castro 20:30.

A través de estos mecanismos, cabe destacar que una de las señas

de los poetas nacidos en torno a 1980 es que la poesía no tiene un esquema discursivo previo ni

unas condiciones de recepción preestablecidas. (Nuevas formas de ruptura)

Ante los nuevos tiempos, en los que la lírica queda relegada a un género menor, la

desacralización de la escritura y de la figura del poeta no solo responde a una escasa confianza
en
el valor de lo literario en plena sociedad de consumo, sino también a una actitud burlesca frente
a

tal situación. Entonces, la ironía, la parodia y la ruptura de las expectativas del lector se prestan

como la mejor armadura para el combate. (nuevas formas de ruptura).

Dice Jordi Doce que el concepto de antología, tal como se ha ido


conformando en los
últimos años, se inserta en una concepción de la lectura equivalente
a la comida rápida y
preparada (Doce, 2005: 297), una suerte de zapping, como
irónicamente lo ha definido Miguel
Casado (Doce, 2005: 297), relacionado en la inmensa mayoría de las
ocasiones con la legitimación
de una determinada corriente o grupo poético. Ambos hablan desde
la clara constatación de que
la práctica antológica se ha visto modificada por la profusión de
publicaciones a lo largo de las
últimas décadas, un aumento que podemos explicar a partir de las
estrategias del mercado
capitalista fundamentadas en el auge de lo publicitario (Talens,
1989) y en la voluntad de
acumulación de “capital simbólico” y “económico” (utilizando la
terminología de Bourdieu,
1995); en la aceleración y el presentismo que articulan la vida diaria
de las sociedades actuales, tal y
como los comprendían Virilio (1999) y Hartog (2007)
respectivamente; y en la necesidad
mercantilista del etiquetado, que “tiende a sustituir a la lectura, la
inercia al movimiento, la fuerza
centrípeta al descentramiento” (Méndez Rubio, 2004a: 130), y que
tanta relevancia ha tenido en el
campo poético español de las últimas décadas como herramienta
identificadora y legitimadora de
las diferentes y sucesivas generaciones poéticas, que ya no se
constituyen cada quince años, como
indicara Ortega y Gasset, sino cada quince meses (Doce, 2005: 295)
1. Al cabo, son ejemplos
todos ellos de que vivimos en una cultura de lo fragmentario en la
cual quien no aparece en las
antologías corre el peligro de no existir (González Moreno, 2016: 17).
(Antologuemos)

Tenían veinte años y estaban locos recoge a veintisiete poetas que “luchan en la calle,
en la red y
en el papel con la poesía como estandarte” (Miguel, 2011: 10) en un momento histórico
de
profunda crisis en España que generó (y continúa haciéndolo) un estado de shock
neoliberal
(Klein, 2012). En consonancia con las ideas de Ángela Martínez Fernández, que analiza
esta
antología a partir de las citadas teorías de Naomi Klein, en estas páginas se aúnan “la
emergencia
no solo de nuevas subjetividades, sino también de movimientos sociales y luchas
contestatarias
que, en algunos casos, llegan hasta el terreno artístico” (Martínez Fernández, 2014:
392).

En esta
situación de miedo colectivo “el sujeto escribe desde un estado de
shock producido por la crisis
económica de España (violencia del capitalismo y privatizaciones), de
manera que construye
voces poéticas que tienen los efectos de ese trauma” (Martínez
Fernández, 2014: 396).
Reformulando a Ben Clark (2006: 15-16), estos veintisiete jóvenes
fueron (fuimos), es cierto,
“hijos de la bonanza” que no conocieron ni la hambruna ni las
agudas larvas de estridencia, que
simplemente intentaron ir viviendo, haciendo caso omiso a los
escrúpulos hasta que al fin seencontraron de bruces, como sucede al
leer el poema de Ben Clark, con la manifiesta realidad:
ciertamente somos los herederos de todos los despojos. El poeta
ibicenco no formó parte del
elenco seleccionado por Luna Miguel, aunque poco importa, pues la
impronta de esos versos es
un resumen muy certero del sentimiento de toda una generación de
jóvenes que, de alguna
forma, late en el prólogo de esa “locura poemática” (Martínez
Fernández, 2014: 413) que es la
antología: “en estos días que corren tan difíciles para la juventud,
minados por la desconfianza
política, la incertidumbre y la indagación, solo la literatura y solo su
literatura parecen traer un
poco de esperanza a nuestros ojos” (Miguel, 2011: 9-10). Estos
poetas hacen bien suya la máxima
del Bolaño de Los perros románticos ya en el propio título y cabalgan,
si cabe, más allá: “En aquel
tiempo yo tenía veinte años / y estaba loco. / Había perdido un país /
pero había ganado un
sueño” (Bolaño, 2006: 13). Y es este punto, creo, este espacio
concreto de la falta, también tras la
senda de Ángela Martínez, uno de los nexos principales con respecto
a las condiciones materiales
en las que se enmarca Tenían veinte años: “Es precisamente esa
pérdida de país uno de los
sentimientos generalizados que surgen a raíz de la crisis española: la
privatización de los servicios
públicos hace que los ciudadanos sientan una pérdida de los
derechos de asistencia básicos que, a
su vez, se suman a las cifras ascendentes de emigración entre la
juventud” (Martínez Fernández,
2014: 413).

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