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La reina de Egipto

Por: William Ospina

SIEMPRE ME EXTRAÑÓ QUE LA MÁS hermosa obra del arte egipcio estuviera en Berlín. Uno
asocia a Egipto con Israel, con Grecia, con Roma, con Francia, hasta con Inglaterra, pero no con
Alemania, aunque supongo que si nos sentáramos media hora a hablar con Diana Uribe, nos
enteraríamos de los mil lazos que unen a esas dos naciones. Diana, por un raro milagro de la
pasión y del estudio, tiene en su mente y en su corazón los reinos y los siglos.

Egipto es el más asombroso caso de fertilidad estética y cultural, y aunque ello parezca explicado
por su antigüedad, casi todos los territorios del mundo nacieron al mismo tiempo, aunque en ellos
se establecieron dioses distintos. Egipto no es sólo de los más fértiles, sino de los más saqueados.

Uno entra al Museo del Louvre y allí está todo Egipto. Terracotas y bronces y papiros y piedras y
jeroglíficos y frisos y monumentos en abundancia impresionante. Años después de visitar sus
galerías, algunos de sus escribas de barro todavía nos siguen mirando.

Ahora bien, cuando uno creía haber visto toda esa cultura, basta entrar al Museo Vaticano y, otra
vez, allí está todo Egipto. Ánforas, textos, estatuas de piedra, momias y sarcófagos y miles y miles
de ofrendas de metal con las efigies de Amon y de Anubis, de Horus y de Osiris, a veces
amontonadas y casi superpuestas como mercancías en una feria. Quién no se siente satisfecho de
su familiaridad con el mundo faraónico pero, de pronto, si la suerte lo lleva al Museo Metropolitano
de Nueva York, allí está Egipto. Otra vez dioses y escribas y faraones, gansos y toros y halcones y
frisos y estelas, incluso un templo enorme de varios milenios.

Y si un día la vida nos lleva a Londres y entramos al Museo Británico, allí está todo Egipto. Nadie
había visto a Egipto todavía. Cántaros y vasos y papiros, y piedras cargadas de armoniosa
escritura, y vitrinas y vitrinas llenas de objetos, no lejos de donde siguen sangrando acribilladas de
flechas las leonas asirias, y sarcófagos que han salido de otros sarcófagos, como muñecas rusas.
Nos conmueve su ritualidad y su refinamiento, la antigüedad de los inventos y la increíble
perfección de los diseños: en el ya anticuado mobiliario inglés del siglo XIX, aquel mundo
antiquísimo, aquel hormiguero de creaciones, es sobriamente actual, es eterno.

Y un día, por bendición de los dioses, uno va a Egipto, convencido de que sólo en aquel país
saqueado, salvo por las pacientes pirámides que no fue posible llevarse, y por la pensativa esfinge
que ve pasar los siglos con forma de arena, no encontrará más joyas del mundo faraónico. Pero
¡qué va!, allá está todo Egipto, y más copioso y más grande, las columnas enormes jaspeadas de
signos, y río abajo ciudades de columnas que se abren arriba como lotos, y estatuas
monumentales sentadas que siguen gobernando reinos que ya no existen, contemplando
multitudes que ya son arena, y estatuas descomunales derribadas en una suerte de sueño lúcido,
con los ojos abiertos, alargados por trazos rituales, faraones hieráticos rigiendo trigales y
bandadas, y barcas ceremoniales al pie de las tumbas, y más pirámides erizando el desierto, sin
contar las que todavía no emergen, y muros que cuentan historias.

En el Museo del Cairo, por fin hay un muerto rodeado por las joyas que a los otros les robaron los
siglos. El adolescente Tutankamon, entre sudarios llenos de conjuros, rezos de colores que le
cubrían hasta las plantas de los pies; y en los catafalcos de papiro los de madera, y adentro los de
oro, y las joyas de plata y de piedras, escarabajos y aves y serpientes. Pero más allá, entre un
círculo de yacentes horribles, reposa hace tres mil quinientos años Ramsés II; el rostro
apergaminado, las facciones intactas de un dios oscuro, un mechón todavía en la frente, un diente
asomando de los finos labios entreabiertos. Uno se inclina y piensa: “Cuando hace dos mil años
Cristo niño llegó a este país huyendo con sus padres y buscando asilo, tú ya llevabas mil
quinientos años dormido”.

Todo llegó y se fue, Alejandro y César, Persépolis y Roma, Cleopatra y Octavia, Bizancio y
Córdoba, Mahomet y los Cátaros, Carlomagno y Merlín, y Francisco de Asís y Tomás de Aquino, y
Colón y las carabelas y tropas de rapiña oscureciendo el mundo, y Carlos V y Shakespeare y
Sancho Panza, y el Rey Sol y la Reina Luna y ejércitos coronados como estrellas, y Napoleón y
Bolívar y Whitman y Hitler y dos guerras mundiales, el mundo se ha acabado cientos de veces y tú
mientras tanto impasible, midiendo con tu sueño la eternidad. Uno está visitando el reloj que roe las
estrellas.

Sin embargo, algo falta en Egipto. Y es ella. La esposa del primer hombre que concibió la idea
extraña de un solo Dios. Sus artistas instauraron el realismo en el arte, la mirada que se enamora
de lo visible, y fue ella el modelo de ese busto de piedra caliza donde acaso por primera vez se
reprodujo un rostro verdadero.

Y es en Berlín donde está Nefertiti. Y esta semana vinimos a enterarnos de que no salió de su
tierra por la vía de la guerra como los obeliscos de Napoleón, sino por medio del engaño erudito.
Un arqueólogo astuto mintió que era un trozo de yeso sin valor, y la llevó a Berlín, sabiendo bien
que llevaba un tesoro. Entrecerrando los ojos ante ella, uno tiene la sensación de que en ese rostro
están todos los rostros femeninos del mundo, los que andan hoy por las calles y también los de
ayer, y los de mañana.

Egipto puede estar en todas partes, pero ella, es indudable, debería estar en Egipto.
La mata que mata
Por: Alfredo Molano Bravo

SE OYE POR RADIO LA ALMIBARADA voz de una niñita que habla de la mata que mata y de
los ríos de sangre que corren en el país.

Los publicistas usan medios perversos como la utilización de voces infantiles —tiernas,
consentidas, pegajosas— para crear en sus audiencias determinadas imágenes. Los niños que
oyen esta abusiva propaganda de la Dirección de Estupefacientes —seguramente pagada con
dineros de la DEA— tienen que imaginarse el país como una gran carnicería. Y a quienes cultivan
la marihuana y la coca, campesinos, colonos e indígenas, como unos monstruosos asesinos con
las manos untadas de sangre. Los niños tenderán a generalizar esta imagen y a mirar a cualquier
pobre como un criminal.

Pero, además, Estupefacientes pone a los niños a decir mentiras y a creérselas, porque ninguna
mata, mata. Y los pone a mentir en materia grave: la guerra. ¿No es esta una manera cínica de
meter a la niñez en los campos de batalla? Unicef, especializada en gritos de fariseos, no dice ni
mu, y hasta con cierta razón, porque teme el papirotazo de su excelencia.

No hay ninguna mata que mate, o por lo menos que mate por contacto directo. Ni siquiera el
borrachero, arboloco, cacao sabanero o floripondio mata a la gente. No hay ninguna mata a la que
se le pueda echar la culpa de la guerra. Sólo en las mentes del Presidente y de algunos militares
cabe la tesis de que hay “matas de cocaína”, que es como decir que hay árboles de aspirina.
Desde hace miles de años, la coca es un arbusto sagrado para la mayoría de comunidades
indígenas; lo cultivan las mujeres, y sus hojas secas, mezcladas con hojas de yarumo tostadas o
con conchitas molidas, son consumidas en forma ritual por los hombres adultos.

Sin la coca los indígenas no habrían resistido la salvaje invasión europea. Las hojas de coca no
sólo no matan, sino que son de los alimentos más nutritivos que existen. La propaganda de la
niñita a media lengua que llama a criminalizar a sus cultivadores hace parte de hecho, de la ola
que legitima las masacres contra los pueblos kankuamo, emberas-chami, awá, y nasa, para hablar
sólo de los grupos golpeados este año. La propaganda no es la culpable, claro está, pero justifica a
los ojos de los niños matar a los que cultivan matas que matan. La verdad es otra: si a los
indígenas les quitan sus matas de coca, los matan.

Uribe va en contravía de los vientos que corren en materia de drogas ilegales. Los ex presidentes
Gaviria; Zedillo, de México, y Cardoso, de Brasil, han declarado que la “guerra a las drogas” ha
fracasado rotundamente, e incluyen en ese fracaso el Plan Colombia. La guerra contra las drogas
sólo ha dejado —¡esa sí!— muertos y corrupción y representa hoy la mayor amenaza contra la
democracia y la paz. Los ex presidentes han pedido la descriminalización de la marihuana para uso
personal. Sin duda, el mensaje está dirigido a Obama, con la idea no descabellada de que el nuevo
gobernante “revise a profundidad” las políticas antidrogas.

Como era de esperarse, Uribe brincó a la media hora y ordenó a sus escuadrones parlamentarios
cerrarle el paso a la legalización, enterrar la dosis mínima y tratar a los consumidores como
enfermos mentales. La posición de Uribe va más allá de su guerrerismo y su pacatería; el tiro va —
es evidente— contra Carlos Gaviria, que fue el magistrado ponente en la Corte Constitucional de la
razonable dosis mínima, y contra Ernesto Samper, que hace años pidió lo que ahora Gaviria pide.
Sólo cabe rezarle al padre Marianito que ni el Presidente ni su par de angelitos sufran cualquier día
una crisis artrítica.
El horóscopo genético
Por: Héctor Abad Faciolince

SI LOS POETAS SON COMO LOS SISMÓgrafos o las estaciones meteorológicas de una época,
que anuncian las tormentas y las tragedias del porvenir, estos años en los que nos ha tocado vivir
parecen presagiar las peores catástrofes de la historia del mundo.

Pero, ¿tenemos derecho a ser tan pesimistas? ¿No ocurre más bien que los poetas que leemos se
han envejecido, y cuando se pierde el aroma de la juventud los hombres tienden a verlo todo con
un lente monstruoso que deforma las bellezas de la vida y ve en sus novedades no la ocasión de la
felicidad sino el anuncio del apocalipsis?

Mahoma decía —con esa veneración por los necesitados que tienen todos los populistas, pues
para ellos los pobres son más vitales que el agua para los peces— que el fin del mundo estaría
próximo cuando se terminaran los mendigos. ¿Dónde, si no hay mendigos, hacer ostentación de la
caridad? Los ecologistas místicos, que en todo ven signos de disolución, ahora dicen que la furiosa
florecencia de los guayacanes y de los cámbulos (que en estos días inundan de amarillo y
anaranjado el suelo y el cielo) son una muestra de estrés y desesperación de los árboles a punto
de morir, no una señal de belleza. Para los pesimistas todos los cantos son el canto del cisne.

El siglo 20, para todos los nostálgicos de las monarquías y los regímenes de jerarquías sólidas
donde los hombres nacían y morían en su misma casta, es la fuente de todas nuestras penurias de
hoy. Y en estos tiempos de crisis económica, todas las Casandras, los sacerdotes que predican
miedo, los perpetuos profetas de infortunios, anuncian el infierno inminente, que para ellos coincide
con estas gripas cíclicas del capitalismo, que esta vez se convirtió en neumonía.

Pero las profecías se cumplen, en general, tan sólo si creemos firmemente en ellas. Cuando un
padre maldice la desobediencia de su hijo, y le anuncia desgracias sin límite si se opone a sus
designios, el hijo las padecerá solamente si teme y cree en la maldición. Creo que algo parecido
nos está pasando ahora, sobre todo cuando les prestamos atención a los que anuncian catástrofes
y nos da miedo hasta gastar en un libro. La crisis es la crisis de los que creyeron en burbujas. A los
que nunca hemos tenido para invertir en nada, ¿qué nos importa y qué nos cambia que la bolsa se
hunda? Dicen que vamos a perder el puesto. No creo: hay que barrer, hay que ordeñar la leche,
hay que regar el pasto, hay que lavar los platos, hay que escribir artículos donde la gente pasee los
ojos y se olvide del tiempo.

No vivimos en el peor de los mundos posibles; ni en el mejor. Pero pocas épocas han sido tan
apasionantes como ésta. Para empezar, por ejemplo, el verdadero horóscopo de nuestro porvenir,
hoy está a nuestro alcance, quizá por primera vez en la historia del mundo. Todos tenemos el
sueño de la profecía, de adivinar las formas que asumirá el futuro y hoy hay maneras no seguras,
pero sí muy probables, de saber por ejemplo de qué nos vamos a morir, y cuándo.

El gran divulgador científico Steven Pinker se hizo hace poco el mapa genético de su cuerpo. Hoy
en día es posible, por menos de 500 dólares, conocer de qué parte del globo vienen la mayor parte
de nuestros genes (de África o de América, de Europa central u oriental, de las lejanas islas de
Oceanía), y a qué posibles males biológicos estamos más predispuestos. El genoma individual,
algo que quizá en pocos años sea un examen de rutina, será dentro de poco el verdadero
horóscopo de nuestros días: no una condena del destino genético, pero sí el anuncio de muchas
tendencias.
Por hablar tanto de las empresas, de la productividad, la banca, los farsantes y los estafadores,
nos estamos perdiendo de otras maravillas del mundo contemporáneo. Este mundo que tanto
desprecian los pajarracos que aman la catástrofe, es un mundo fascinante donde, a un clic de
distancia, se despliega un universo que ensancha nuestra inteligencia. ¿Quieren probarlo? Entren
a esta página en internet, www.edge.org, entren a la pregunta de este año (¿Qué va a cambiarlo
todo?) y sueñen con las cosas que están a punto de ocurrir, o que ya están ocurriendo en este
mundo que no es espantoso, en este presente que no es horrible, por mucho que los apocalípticos
sostengan lo contrario.

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