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León Mojica: un poeta injustamente desconocido

Darío Rodríguez

En la esquina iluminada la leyenda de León Mojica,


más o menos bien conocida: el artista maldito
segregado por una sociedad conservadora que se
escandaliza ante la autodestrucción. La mitología y el
anecdotario marginal han opacado un poco a la otra
esquina, que posee menos luz y termina por resultar
casi desconocida: la de la obra.
Como ocurrió con la fama de Francisco de Quevedo y
Villegas, el cortesano gracioso que siempre tenía un
retruécano a flor de labios y de quien se han referido
escatológicas narraciones a la par o a pesar de su
labor literaria, la celebridad penumbrosa de León
Mojica satisface al lector elemental y no alcanza a
establecerle conexiones específicas con sus textos.
Esto sobre todo en cuanto a su poesía, publicada a
veces al desgaire o según vaivenes institucionales que
en vez de haber forjado lectores atentos los fue
eliminando por culpa de indecorosas ediciones o por
una deficiente distribución de libros. También sucede
con sus trabajos narrativos, dramatúrgicos o
panfletarios, perdidos o difuminados en mil manos a lo
largo de casi cincuenta años.
Este no sería un asunto problemático si Mojica fuera
tan solo el habitante de las calles y el noctámbulo
cultor del desborde que, mediante el lente oficial o
académico, muchos han querido ver. La cuestión se
agrava cuando, tras una lectura sopesada de ‘Cantos
de la noche’, ‘Vuelo de cenizas’, ‘Por el sendero del
poema’, ‘Desatornillando nostalgias’, amén de
algunas antiguas muestras del rudimentario pasquín
‘El Látigo’ (todos elaborados en una Tunja que ha sido
tanto némesis como arcano de su experiencia y sus
quehaceres), lo que el lector encuentra es una voz
que marca entre nosotros la transición de cierto
concepto formal, engolado, de lo poético a un
entendimiento más amplio, así mismo más fecundo no
solo del ser poeta sino de la construcción poética
misma. A tal constatación se suma el interés del poeta
por revisar las tradiciones raizales de la literatura
colombiana, sin ningún empacho, desde los mitos
aborígenes hasta los rezagos de la posmodernidad en
nuestro entorno.
Es en su obra escrita donde ha encontrado un modo
de amalgamar no solo sus otras manifestaciones
artísticas sino sus propias convicciones políticas, de
tal suerte que la creación poética es un tamiz por
donde o bien entran estas preocupaciones o le sirven
como motor para emprenderlas mejor. En Mojica la
poesía es un catalizador no solo de una voz – como en
todo artífice literario auténtico – sino de variadas
experiencias vinculadas con el análisis sociológico con
las artes escénicas, el cine o la plástica ( de hecho
merece mención su labor como tejedor por casi treinta
años, que ha sabido acoplar e incorporar en su trabajo
artístico completo).
León Mojica pertenece a la generación que renovó la
literatura en Boyacá. Un puñado de escritores como
Guillermo Velásquez Forero, Maribel García Morales,
Nana Rodríguez o Carlos Castillo Quintero que decidió
establecer sus búsquedas sin apartarse de estas
regiones; gestaron las sendas para una poesía que no
tranzaba con las formalidades hispánicas al uso,
escribieron una narrativa osada y se plantearon la
posibilidad de nombrar nuestras realidades
sacudiéndose los estereotipos pétreos del
departamento, las alegorías rurales, primitivistas o
patrióticas. Los herederos naturales del camino
trazado por Enrique Medina Flórez y Fabio Ocampo
López, pensadores y poetas que inauguran la
moderna literatura boyacense.
Mojica está en medio de dos vertientes, la académica,
pagada de valores tradicionales, y la que se permeó
de vanguardias, de contemporaneidad. Por eso su
ubicación en nuestra literatura es inquietante e
incómoda. Y es mejor que sea así pues ni los textos ni
su propio autor permitirían clasificaciones
apresuradas. Lo mismo escribe poemas como el
famoso ‘Ña pajiza’ o ‘Mestizos’, de clara entonación
indígena, que esos torrenciales libelos cercanos a la
crónica y a la sátira poética como ‘Aquella
determinación’ o ‘Limitadísimos anuncios’. Va del
poema amoroso con (maligno) hálito piedracielista en
‘Te busco’ a una especie de ansiosa oda
conversacional en ‘Federico García Lorca’. Versátil y
prófugo de registro en registro escrito.
La formación y el peregrinaje que lo condujo a la
poesía escrita podrían explicar esta especie de
nomadismo. Cuando abordó los estudios en la mítica
Universidad Nacional de Colombia de los años sesenta
(mitos de los cuales, dicho sea de paso, Mojica abjura)
venía ya imbuido de los estudios clásicos y de cuño
español en el bachillerato. A sus múltiples y en
ocasiones riesgosos trabajos para el INCORA y para la
militancia de izquierdas logró amalgamarlos con
labores pictóricas, escénicas, cinematográficas,
radiales. Así, su poesía es testimonio y conjugación de
variados compromisos estéticos, políticos e
investigativos, el cauce único donde puede
entenderse una extensa parábola vital que tocó todas
las puertas y husmeó en todos los tinglados.
Solo a través de este tamiz poético es susceptible de
leerse el conjunto de textos para el periódico tunjano
El Diario, redactados a principios del siglo XXI bajo el
título ‘Tinto Oscuro’. Como casi siempre sucede con
León Mojica, el origen de esas prosas periodísticas
está signado por eventos polémicos. Para darle
visibilidad pública y más que todo para que no lo
asesinaran, los redactores del informativo le dieron la
posibilidad de una columna de opinión. Por ese
entonces Mojica sobrevivía a una cruda etapa de
marginación y excesos. Noche a noche, durante
semanas enteras, fueron asesinadas muchas personas
que compartían la condición callejera del poeta. Se
temía que lo mataran, así que El Diario decidió
acogerlo, protegerlo y brindarle un lugar desde el cual
comentar la actualidad. Más que columnas
prototípicas, los breves artículos de ‘Tinto Oscuro’ son
ensayos donde la historia juega un papel
preponderante. Los hechos noticiosos, analizados tras
un lente perspicaz, intentan hallar lugares específicos
en un devenir complejo, el de la cultura occidental. Lo
llamativo de estas prosas es que no se hallan
desligadas del propósito poético de su autor. Sin
apuros y con cierta malicia lectora podrían ser
también poemas por su entonación, su prosodia
angustiada, trepidante. Allí, entre las atrocidades del
primer gobierno de Uribe Vélez, las promesas
incumplidas de la Revolución Francesa o la sarna de
los políticos de siempre anida la beligerancia, la
actitud contestataria que caracterizó a la juventud de
los sesenta y que el propio León Mojica cataloga en un
poema como la ‘Breve historia de los días aquellos
cuando lo que se decía era lo contrario’.
El ars poética de Mojica es oral. A quien quisiera oírlo
le contaba hace más de dos décadas su afán de
hermanar la poesía con el tejido, con la urdimbre, ese
propósito entre místico y maquinal de armar en versos
los acontecimientos. Ahora que es un superviviente
incluso de su propia leyenda, asegura que a la trama y
al urdir se debe añadir el desatornillar, ir quitando los
cierres y desarmando lo que se atraviese por el
camino, sean recuerdos o dificultades inminentes.
Dentro de tal dinámica se configura su obra completa,
un despatarrado y lúcido tramar y desatornillar.
León Mojica, testigo del fervor revolucionario y de la
debacle de las izquierdas, sesudo y perverso
observador de su tiempo, transeúnte de la ciudad que
lo satanizó por vivir como ha querido, involuntario
poeta docto extraviado en una sociedad que lo lee a
distancia prudencial, maestro de la generación de
escritores que lo sucedió y que asumió en calidad de
insignia sus epigramas (“La poesía como puñalada al
cielo”), malogrado profeta que ha enseñado a ver las
tradiciones con el ojo del sable, vuelve ahora como
retorna y retornará, dispuesto a discutir y a
desordenar lo que se ha creído correcto e impoluto.
Con la valentía de quien rehúye del ícono que le han
levantado, cuestionando mediante una poesía
incendiaria y afligida todo aquello que incluso los
jóvenes han aprendido a aceptar obedientes. Se le
ajustan las palabras de Antonio Gramsci: “Seríamos
unos plañideros e irresponsables si permitimos
pasivamente que se establezcan y asienten los hechos
ya establecidos, justificando a priori su necesidad”.

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