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–Lo que sea, hermano, lo que tengas, yo conozco uno. Si tienes un mal yo te
llevo con él por 15 pesos.
–Ya sé lo que pensás, atorranta –le dije–. Pasa que mi ticki está preñadísima
de dos meses. Es decir, hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy
casado hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki guevarista, estudiante de
Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora preñadísima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe.
Continué:
–Vos sos tan atorranta, tan trola, que merecés que te lleve a ese curandero pa’ que te baje la saina.
Y entre besos mordiendo sus labios gruesos que son un espectáculo, un puro y vacío show como las marchas en la
plaza. Y ella a cada agite me dice, “nos vemos en la Plaza”. Y yo tengo que ir a buscarla entre peronistas, progresistas,
piqueteros, clases medias y vendedores de lo que sea, que esa es la única gente rescatable de esas marchas.
Hace un rato venimos de una marcha donde pregonó una Madre de la Plaza de Mayo y leyó la carta de Rodolfo Walsh,
demasiado aburrida.
–Terminemos la birra y vamos –me dijo mi ticki, en ese bar peruano demasiado antro, demasiado achacoso pa’ conocer
de Madres y revoluciones y desaparecidos. Siempre habrá un lugar más allá de todo y es este barcito peruano y
metacumbiero del barrio de Constitución.
Caminamos con el peruano por Salta hasta Caseros y nos metimos en un conventillo. Me dijo:
De una pieza sonaba la música de Rodrigo. Jugaban los niños a pesar de la hora. Esperamos en la oscuridad,
besándonos.
–Diganmé –nos dijo una voz en la oscuridad de la pieza. Era el curandero. Estaba sentado en un banco, con un atuendo
de todos los colores y unas velas alrededor. Tenía una vincha roja y una peluca de pelo lacio, amarillo.
–Pero muchacho, usted es joven, puede trabajar. Un hijo es una bendición de Dios.
Mi ticki se reía de nuestra conversación y se mordía los labios, los dedos. Si tenía una pija la chupaba. Su mirada estaba
llena de sexo en la oscuridad, como siempre.
–Sí, curandero del amor, es lo que más deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el pulgar.
–Por eso, porque me hago cargo de las consecuencias es que será bueno que le baje el período.
–Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida. Llamemos al Dios de la Selva. San
Poronga.
–Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes de los degenerados como vos.
–Te emborrachás, te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos. Al final terminás garchada en un telo o
una pensión o encima de un auto.
El curandero se paró de su banquito sopló un manojo de inciensos con olor a lavandas y mentas. Se acercó a mi ticki y
comenzó a manosearla y decir cosas en voz alta.
–San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los Hongos. Hijo del Océano Pacífico,
protege a esta hija tuya curepí. Haz que la sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre
de la Salud, te lo pide tu hijo.
Me di cuenta enseguida de que a este maestro se le pasaba la mano con la religión. Se franeleaba a todas las
cumbianteras de la bailanta, a todas las guachitas que preñaban por culpa de la cumbia. Iba a la puerta de la bailanta y
repartía volantitos. “No tengas hijos con un desconocido, si quedaste embarazada vení a visitarme que te vuelvo la
sangre.”
¿Qué más? Nos dijo que esperáramos 15 minutos y si no le venía se sentaría en una cama donde se procedería a bajar
la sangre.
Apagó las luces casi hasta que no se veía nada en la pieza del yotibenco de la calle Pedro Echagüe y Santiago del
Estero. Una vez que bajó las luces prendió un foco rojo que había al costado de la cama arriba de una silla. Yo me quedé
en la puerta inmóvil, me temblaban los pies. El curandero del amor se arrodilló delante de la chuchita de mi ticki y
comenzó a introducirle un dedo, después otro y otro. Mientras le introducía dos dedos comenzó a darle besitos en el
clítoris y a pasarle la punta de la lengua.
–Lo que estoy haciendo no tiene interés sexual, muchacho. Estoy lubricando la zona para que no hayan rispideces.
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13/7/2019 Página/12 :: Verano12 :: El curandero del amor
–Todo lo que usted diga, maestro, pero si hay que lubricar me debería haber pedido permiso a mí. Esta ticki es MI TICKI.
Y todo lo que se diga o haga con respecto a ella debe informármelo a mí.
El curandero se corrió de las piernas de mi ticki. Antes rezó tres Padres Nuestro.
Se lavó las manos en una palangana. Usó jabón blanco de lavar la ropa. Y 15 gotitas de agua bendita. Sacó dos pinzas
horribles de un bolso y las puso adentro de un microondas que estaba al lado de la cama. Empezó a decir cosas
inconexas, frases de oraciones, bendiciones. “En nombre del Padre que ve todo lo mal que hacemos y nos perdona ...
En nombre de los errantes que yerran por alejarse de Dios ... Por el Sr. Porongón, Convertidor del Pecado en Pureza ...
Protege a esta cierva pecadora de la cumbia ... Oh, Gran Misericordioso Creador del Cielo y de La Tierra ... no es más
que un ángel descarriado.” El microondas giró cuatro minutitos y sacó las pinzas humeando.
–Hay que quemar las paredes del útero. Y después bendecir con agua bendita. Esto va a doler.
Cuando con el vendedor de cds truchos vimos las pinzas hirvientes nos agarró un temblor en todo el cuerpo. El se tapó
la boca y dejó caer la cajita con los compac que sonaron en el piso creando entre todos una cumbia.
La oscuridad de la pieza era total, de una pieza sonó una cumbia que decía que no se podía amar a dos, bien sabes.
Fue ahí cuando vi la cara de ella en la cama, sus labios brillantes, su pelo corto. Era como la cara de una virgen a punto
de ser ejecutada, era como una adolescente en un campo de prisioneros a punto de ser torturada. La vi tan hermosa y
lloró.
En ese momento deseé que estuviéramos en el bar peruano comiéndonos una corvina con arroz; tomándonos una
Condorina helada, mirándonos a los ojos y prometiéndonos todo el amor del mundo. La agarré de la mano y comencé a
llorar. El curandero del amor seguía con las pinzas en alto esperando a que nos decidamos.
–¿Y? ¿Qué hacemos? En dos segundos se ahorran los problemas de una vida.
Le grité que no, que nos íbamos. Entonces ella se sentó en la cama y me pegó una cachetada y otra más.
Y lo miró al curandero.
Yo me quedé volando entre mis lágrimas por el cachetazo de mi ticki: Sentí sus alaridos de dolor. Después fue todo
sangre. Las sábanas, la cama, la pieza, el barrio y el barcito peruano. El mundo fue rojo, como la Unión Soviética o la
cancha de Independiente de Avellaneda.
Mi ticki cumbiantera, mi compañera fiel, mi hermana, mi todo, sangraba sin parar. La sangre inundaba el piso como una
inundación. Como un río de sangre. La sangre de nuestro amor, la sangre de mi vida.
El curandero corrió hasta el ropero. Tiró la ropa que había adentro y sacó un nebulizador. Con la manguera me ató el
brazo y con una jeringa comenzó a sacarme sangre.
–¡Sangre! –gritó.
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Yo sentí el pinchazo y la sangre que salía de mi cuerpo.
Cuando terminó voló la goma del nebulizador dándome otra cachetada en la mejilla.
–¡Sangre, que se nos va! –gritó el curandero y saltó con la jeringa hacia el vendedor que no atinó a nada. Le pinchó el
brazo con gran maestría y le sacó un litro.
–Gracias, hermano, le dije y le di un beso. Cuando tenga plata te compro todos los cds.
El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y mientras gritaba, sangre, sangre, se clavó
sin pestañar la jeringa en un brazo y ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la
pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba más sangre a ella. Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi
cómo la pinchaba a la propia ticki sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. “Lo importante es que la
sangre fluya”, dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo asomó una gota de sangre. “Está vacío”,
dijo. De brazo en brazo caían gotones de sangre que el curandero chupaba “para no perderla”.
Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó de casualidad el Poder Verde. Lo puse
a volumen 55, la pieza retumbaba que volaba. Sólo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran
plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos. La cumbia se escuchaba hasta en la
Luna.
Como si fuese un cuento de García Márquez, pero más divertido y con cumbia. Pos, qué es esta vida de hambre, sino
puro realismo mágico al revés. Sea como fuere, la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho
horripilante, mientras sonaba “Eres mentirosa”. Golpeaba contra el foquito del techo e iba flotando de un lado a otro de la
pieza, como una vez vi, que flotaba en llamas la cama de Frida Kahlo, en una película yanqui. Y ustedes no lo van a
creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si piensan que macaneo vengan a caminar
por las calles de Constitución y verán que esto es ciencia ficción sudamericana.
–Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación.
–¿Qué otra parte de la curación? –le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho que no era otro más que el mismo
hermano del vendedor de cds y, a los cds, los copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba
“Lamento de la selva”.
Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo digo ahora que pasaron tres días y ya
me puedo sentar y caminar. Che, que no hay nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y
quemó de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y que para que no vuelva a ocurrir
era necesario, que no dolería nada, que piense en María que al lado mío, boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de
las manos y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y alegría y comprendí que a pesar
de todos los problemas, el amor es lo más lindo que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo
me bajaba los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor me metía las agujas hirvientes
en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de mi ser.
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