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EL TUNEL ANALISIS

MISTERIO
NOTA: 90

El túnel de
Ernesto Sábato,
análisis
RIGO  04 JULIO 2016  3 COMENTARIOS

RIGO

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La novela El túnel es la primera obra publicada por Ernesto


Sábato – después de una serie de ensayos que escribió con
anterioridad – publicada en el año 1948, después de haber
abandonado definitivamente el mundo científico para
dedicarse por completo a la producción literaria.

Ernesto Sábato, autor de El túnel, forma parte de la corriente de


escritores argentinos denominada “la generación intermedia”,
que comprende a autores nacidos entre el año 1905 y 1925 que
empezaron a publicar en la década de los años 40.
Estos escritores se encuentran a caballo entre las dos tendencias
predominantes del panorama literario argentino de la época: el
movimiento Florida, que atribuía la importancia del texto a la forma,
incorporando novedades estilísticas de los países europeos, y la línea
Boedo, de corte más social, con el ojo puesto más en el contenido que
en la forma, con temática más comprometida, por lo general tratando el
tema de la situación de los indios en el país.

La generación intermedia no se clasifican en ninguna de estas


dos tendencias y toman rasgos característicos de cada una de
ellas: dan importancia al contenido de sus historias bajo una
perspectiva más intimista, con los pensamientos del hombre y sus
problemas como eje principal de la trama, sin descuidar por ello el
aspecto formal.

La contradicción y dualidad del propio Sábato marca la


personalidad de muchos de los protagonistas de sus
historias. El escritor siempre sintió un inclinación por el mundo de
la ciencia, al que le dedicó años de estudio y profesión antes de
terminar abandonando este camino para desarrollar sus
inquietudes creativas en el campo de la escritura.

Sábato se definió siempre como un hombre contradictorio, aspecto


que se refleja con fuerza en todas sus obras y El túnel no es una
excepción, siendo el protagonista de la misma un hombre dual y
de extremos: Juan Pablo Castel.

El túnel es una novela corta narrada en primera persona


desde el punto de vista de Juan Pablo Castel, un pintor que
intenta expresar los motivos que lo llevaron a cometer un
sonado crimen por el que se encuentra entre rejas. El
empleo de la primera persona y la presentación del personaje,
recordando un poco al género epistolar sin llegar a serlo, hace de
esta una novela de todo punto inmersiva, pues consigue que desde
un primer momento buceemos entre los pensamientos de Castel y
sigamos su flujo lógico de pensamiento.

Después de la breve justificación del propio relato-confesión, el


protagonista nos lleva atrás en el tiempo en un flashback –
recurso empleado constantemente a lo largo de la obra, miramos
al pasado sabiendo en todo momento la situación en que se
encuentra Castel en el presente – hasta el momento en que
conoció a María Iribarne.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel,


el pintor que mató a María Iribarne;
supongo que el proceso está en el
recuerdo de todos y que no se necesitan
mayores explicaciones sobre mi
persona.

El instante de unión de los dos protagonistas, en el que sus


destinos se cruzan, se produce cuando María visita la
exposición de Castel y repara en una escena de uno de
los cuadros del pintor, de título La Maternidad, que para el
resto pasa desapercibida.

En La Maternidad en un primer plano se presenta a una madre


jugando con su hijo, mientras que en segundo plano se ve a una
mujer sola mirando al mar a través de una ventana. Se
contraponen aquí dos escenas: una de plenitud y otra de
desesperanza pura, lo que hace más terrible esta escena de la
esquina en la que repara la protagonista femenina. Esta escena,
en palabras del propio Castel, sugiere “una soledad
ansiosa y absoluta”.
Con excepción de una sola persona,
nadie pareció comprender que esa
escena constituía algo esencial. Una
muchacha desconocida estuvo mucho
tiempo delante de mi cuadro sin dar
importancia, en apariencia, a la gran
mujer que había en primer plano, la
mujer que miraba jugar al niño. En
cambio, miró fijamente la escena de la
ventana y mientras lo hacía tuve la
seguridad de que estaba aislada del
mundo entero: no vio ni oyó a la gente
que pasaba o se detenía frente a mi
tela.

Desde que ve a María Iribarne, el protagonista siente la necesidad


de hablar con ella y saber qué piensa, así como los motivos por los
que reparó en esa pequeña escena de La Maternidad, creyendo
percibir aspectos de sí mismo en María y la posibilidad de poder
comunicarse con ella de una manera más profunda que con el
resto de personas de su círculo.

Empieza así una relación amorosa extraña entre ambos, después


de un par de encuentros casuales en la calle días después de la
exposición, abocada a la tragedia y a la desesperación (como la
propia María advierte en más de una ocasión y el temperamento
de Juan Pablo no hace más que confirmarlo).

María es la madurez, la madre (nombre muy adecuado para este


personaje por su referencia claramente bíblica y maternal). Ella es
la parte estable, invariable, el timón o sostén de Castell, quien
siente que sin ella no tiene nada. Castel es volátil, débil, un niño
casi en una búsqueda constante de lo que nunca volverá, la
infancia y el tiempo pasado.

En ciertos puntos de El Túnel, Castel compara a María con


su madre, viéndola como un apoyo, una balsa de seguridad
en el mar incierto de la vida y las relaciones insustanciales.

Esta relación termina derivando en necesidad para Castel, quien


necesita a María a su lado. Sin embargo, María está llena de
misterios e interrogantes que no se resuelven por más preguntas
que le haga Juan Pablo o por más que esté con ella y sienta la
ilusión (que ella en ningún momento alimenta, salvo de forma
pasiva mínimamente) de que es suya.

La unión física falla entre ambos, siendo la demostración definitiva


de que ella no siente lo mismo que él había imaginado y de que no
se encuentran en el mismo plano ni son tan similares. Por más
que lo intente, Castel no puede ser feliz con María y
tampoco, ni mucho menos, sin ella.

... Y comenzó a parecerme que cualquier


mujer debe sentirse humillada al ser
calificada así, hasta las propias
prostitutas, pero ninguna mujer podría
volver tan pronto a la alegría, a menos
de haber cierta verdad en aquella
calificación.

El propio Castel afirma no saber a qué se refiere con su reiterada


idea del amor verdadero, que no para de exigirle a María. El pintor
tiene una idea vaga, ilusoria y ficticia de lo que significa. No quiere
a María, la necesita y la utiliza para paliar su soledad,
dañándola y dañándose a sí mismo más que buscando la
felicidad mutua. Tiene grabada a fuego la idea de fusionarse con
otro ser para conseguir la plenitud y encuentra la señal de que
María podría ser la única destinada para él a raíz de la escena del
cuadro.

María podría ser la melancolía, la personificación del tiempo


perdido que no regresa, que no arroja ninguna respuesta por
mucho que se vuelva a él una y otra vez. Un tiempo esquivo,
presente en todo momento, que duele ver en las manos de otro
porque sentimos que no lo aprovecha o no se lo merece tanto
como uno mismo. El tiempo perdido se reduce a un recuerdo,
una vivencia pasiva que no altera nuestra vida sino para
empeorarla, volvernos más ansiosos y dejarnos más vacíos
de lo que estábamos. Cuesta recordarlo sin deformarlo en la
memoria y nunca se puede tener por completo, porque, si alguna
vez fue nuestro, ya no lo es y nunca tendremos garantías de ello.

Si tuviéramos que representar a los dos personajes principales con


elementos de la naturaleza, en un intento de metáfora de ambas
personalidades, claramente María sería aire y Castel quedaría
representado por el fuego. El aire aviva el fuego, pero es imposible
retener o poseer el aire por mucho que uno se esfuerce. Esto no
hace más que frustrar terriblemente a Castel a lo largo de la
novela y dirigir la acción hacia un trágico final anunciado desde la
primera página del relato.

Nunca llegamos a saber quién es realmente María, cómo


vive y a quién quiere – si es que quiere a alguien o siente un
afecto especial por alguien o solo adopta un papel pasivo
– realmente. El final de la historia queda abierto y somos nosotros
quienes tenemos que sacar una conclusión.
Castel, por su parte, está desencantado con el mundo y con la
humanidad. Es cuando está al límite por sus dudas cuando
realmente puede pintar con mayor libertad, retorciendo las
formas de sus cuadros y creando imágenes más grotescas y
enfermizas. Sus cuadros experimentan un cambio a lo largo de la
novela al compás de su evolución psicológica hacia la obsesión y la
locura. El protagonista no para de dudar constantemente de si lo
que deduce es cierto o no, tiene una difícil relación con los demás
y con el medio que lo rodea, guiándose siempre en última
instancia por la lógica como única conductora fiable para llegar a la
verdad.

De entre las reflexiones del personaje, éste aborda temas


como el amor absoluto (imposible desde la perspectiva
pesimista de la novela), la incomunicación del hombre
moderno, la soledad y la desesperanza. En este aspecto,
Sábato realiza un gran trabajo psicológico para retratar la compleja
personalidad del protagonista, además de construir con maestría
unas complejas y elaboradas teorías, a cada cual más enrevesada
y terriblemente lógica y fría. También son destacables sus
conocimientos filosóficos y el desarrollo de muchas teorías de
pensamiento presentes en las reflexiones de Castel y en su punto
de vista, lo que termina de perfilar a un personaje de psicología
muy amplia.

Cerca del final de El túnel, Castel nos revela su visión de la


vida como un túnel por el que circula solo, en oscuridad,
con pequeños fogonazos de luz, pero que no se cruza con
ningún otro. Sólo en ocasiones sintió el personaje que el túnel de
María y el suyo habían discurrido en la misma dirección toda la
vida hasta encontrarse, pero cuando se descubre solo, en su túnel
de siempre es cuando se sabe sin salvación posible,
completamente solo en un mundo que le es tan ajeno sin una
mano amiga o una mirada cómplice.
Sábato emplea en la novela altos temporales
constantemente, no tiene especial cuidado en construir un
tiempo narrativo realista puramente, se mueve por la historia
con flashbacks y no evita el empleo de elipsis temporales para
quedarse con los hechos clave. El tiempo parece correr más lento
en las esperas, cuando Castel reflexiona sobre lo que ha sucedido
anteriormente e intenta sacar conclusiones acerca de la
personalidad y los actos de María. Sin embargo, en las ocasiones
en que el protagonista se emborracha en el libro se nos muestran
las acciones cortadas, una detrás de otras como una sucesión que
se parece más por momentos a una enumeración.

En un primer momento Sábato concibió la novela como el relato de


un pintor incapaz de comunicarse con nadie, inmerso en sus
cuadros como única vía de expresión. El pintor terminada
desquiciándose hasta el punto de ser incapaz de comunicarse
también con su mujer, que había sido la única que había logrado
comprenderle. Esta idea original derivó en lo que terminó siendo
una historia más centrada en los celos y en la encarnación misma
de la desesperación.

En palabras del propio Sábato:

… Los seres humanos no pueden


representar nunca las angustias
metafísicas al estado de puras ideas,
sino que lo hacen encarnándolas… Las
ideas metafísicas se convierten así en
problemas psicológicos, la soledad
metafísica se transforma en el
aislamiento de un hombre concreto en
una ciudad bien determinada, la
desesperación metafísica se transforma
en celos, y la novela o relato que estaba
destinado a ilustrar aquel problema
termina siendo el relato de una pasión y
de un crimen.

El túnel es, en definitiva, una obra acerca de la desesperanza,


del desasosiego, de la soledad y la imposibilidad de la
comunicación con los demás. Castel es una persona
terriblemente solitaria, que no encuentra ningún puente entre él y
el resto de personas y que, cuando le parece que ha encontrado a
alguien similar, se ve traicionado por su propia fantasía y cae en la
locura.

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