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Una mujer
© Nubia Becker Eguiluz
© Pehuén Editores, 2011
María Luisa Santander 537, Providencia, Santiago
Fono: (56-2) 795 71 30 - 31 - 32
editorial@pehuen.cl
www.pehuen.cl
en Villa Grimaldi
Inscripción Nº 136.290
ISBN 978-956-16-0548-0
Edición al cuidado de
Ana María Moraga
Diseño y diagramación
María José Garrido
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por
procedimientos mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, electrónicos, fotográficos, incluidas las
fotocopias, sin autorización escrita de los editores.
Nadie que abra este libro podrá salir indemne. En él leemos el testimonio
de una travesía por uno de los infiernos más crueles de la historia del siglo
pasado que, sin más, formó parte de los grandes aportes con que la dicta-
dura chilena contribuyó a ensanchar el horror del mundo: Villa Grimaldi.
Nos muestra, al mismo tiempo, la capacidad que tiene aquello que persis-
timos en llamar lo humano de levantar desde la absoluta indefensión, en
medio del suplicio y de la muerte, las increíbles imágenes del amor, de la
delicadeza y de la solidaridad.
La novela es así: el estremecedor registro que una militante del Movi-
miento de Izquierda Revolucionaria, hace de un centro de tortura y muerte
donde se dieron cita buena parte de los personajes más oscuros, criminales
y abyectos que se encargaron de llevar a la práctica la política de exterminio
de Pinochet. Pero es también el relato de una historia de amor y de pureza
que excede lo descriptivo alcanzando una profundidad y exactitud que a
menudo pareciera desbordar las palabras, para dejar que sea un cuerpo el
que hable, unos brazos, unas piernas que se doblan, unos ojos cegados bajo
las capuchas amarradas con alambre. Porque es una mujer concreta, real,
cuyo nombre de militancia es Carmen Rojas, la que escribe estos recuerdos
y, simultáneamente, son infinitos seres los que se hacen presentes dándo-
le su significado más vasto y rotundo a lo que se entiende por crímenes
8 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi Prólogo 9
contra la humanidad. No es el número de víctimas, es que en cada víctima tros miembros rigidizados. Una mujer en Villa Grimaldi es una prueba, y la
única, singular, ese número se vuelve infinito. más irrefutable, de que a pesar de los que sucumben, de los que se quiebran
Comprendemos entonces que es la humanidad entera la que com- y traicionan, a pesar de lo inconsolable de la muerte y del asesinato –nada
parece, esa humanidad que es torturada en cada nuevo torturado, que nos lo devolverá a la vida, ningún luto, ningún llanto, ningún poema ni
desaparece en cada desaparecido, que es asesinada en cada asesinato. A plegaria–, esa fragilidad es finalmente indestructible porque es solidaria
través de estas páginas recorremos una historia personal y a la vez múl- de todas las fragilidades de esta tierra, de todo lo débil y desamparado, del
tiple, es un presente y es al mismo tiempo el desollado territorio donde el niño al nacer y de la anciana que agoniza. Porque el cuerpo torturado toca
mal, en su significado más arcaico y rotundo, libra su batalla contra el bien. la zona más innombrable de la existencia y su indefensión y chillido es la
Es lo que las escenas que aquí se describen parecen mostrarnos en cada una indefensión y chillido del recién nacido y es el estertor e indefensión de los
de sus palabras, en cada frase, en cada página. La realidad, esa gama de enfermos que están muriendo.
claroscuros, de desatinos, de grandes gestos, de mezquindades, de abomi- No solamente se tortura a un hombre o a una mujer, se tortura a un
naciones y alucinantes esperanzas, excede con creces toda representación recién nacido, se mata a golpes a un anciano que ya está agonizando. Sen-
de ella, excede todo arte, toda literatura, porque es infinitamente más ma- timos en estas páginas las descargas de corriente en los genitales, los golpes
niquea que lo que el arte o la literatura se puede permitir. En la literatura en los senos, los linchamientos, las colgaduras, los huesos y los tendones
–y es su límite– los personajes que encarnan la maldad pura resultan difí- rotos, los gritos, los alaridos, el sudor frío y el pánico, y entendemos que
cilmente creíbles, a ellos debe agregárseles un súbito fulgor de compasión, cada nuevo latido del corazón, cada nuevo minuto de sobrevivencia es
un inesperado giro de ternura, el golpe de un fugacísimo sentimiento de ganado en una batalla descomunal contra la posibilidad de ceder, contra la
bondad, pero lo que nos muestra demasiado a menudo lo real es la dimen- posibilidad de entregarse, contra la propia vacilación y la muerte. Pero es
sión sin contrapuntos de la crueldad, de la maldad en sí, pura, desnuda, esa profunda indefensión la que nos hace ser seres humanos: es muy fácil
insalvable. En la poesía, desde La Ilíada en adelante, los vencedores les de- herirnos, golpearnos, matarnos, pero esa facilidad, esa carne expuesta que
vuelven a sus deudos los cadáveres de los vencidos, mostrando una piedad somos, es lo que puede mostrarnos también lo invencible del amor, de la
básica, ancestral, que las dictaduras latinoamericanas, y la chilena es una fe, de la solidaridad, de la esperanza. Millares de jóvenes, de mujeres, de
muestra proverbial de ello, jamás tuvieron. Ferozmente es en la realidad, hombres, de ancianos, en nuestro país, víctimas de una historia infame y
no en el arte, donde existen los seres infinitamente crueles y los millones de seres infames, descendieron al infierno sólo por haber encarnado, y en
de millones de sacrificados, expurgados, bombardeados, violados de este un tiempo heroico un ideal de libertad, de igualdad y de justicia, que en el
mundo nos lo recuerdan permanentemente. Chile de la híper dictadura impuesta por el capitalismo extremo está hoy
Porque tal vez el dato más conmovedor que nos pone en evidencia estos más vigente que nunca. Este libro nos vuelve a hacer presente ese sueño
recuerdos es que frente a esa “portentosidad” del mal, frente a los Pinochet, irrenunciable. El milagro de leerlo y de que exista, de que la mujer que lo
a los Manuel Contreras, a los Hitler y sus Treblinka, sus Villa Grimaldi, sus escribió exista, y de que exista no sólo con su nombre de militante, Car-
Escuela Superior Mecánica de la Armada, sus Guantánamo, sólo podemos men Rojas, nombre bajo el cual firmó sus ediciones anteriores, sino con
oponer la fragilidad de nuestros cuerpos golpeados, la tenacidad de unas su nombre civil, Nubia Becker Eguiluz, con que ahora nos presenta esta
pupilas que siguen viendo en medio de la ceguera, la tumefacción de nues- reedición, es algo frente a lo cual no tengo más que estas torpes palabras
10 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi
que quisieran no ser el intrascendente prefacio que son, sino una expresión ACLARACIÓN
de mi más honda gratitud y admiración.
Escrito con una fuerza y sinceridad que hasta hoy la narrativa que toca
el mismo período está muy lejos de alcanzar, Una mujer en Villa Grimaldi
es el registro de un heroísmo del amor y de la pureza, de un amor no trai-
cionado, pero que es capaz de mostrarnos su propio miedo, sus titubeos,
sus estremecedores raptos de alegría; el que amo está vivo, en medio del
más atroz de los infiernos, repito: Villa Grimaldi, Chile, y que, por eso
mismo, por su carencia de la más leve pose o estridencia, por la jerarquía
de su escritura, en suma, por su verdad, es también una representación de
la lucha que libran infinidades de seres humanos sobre la faz de la tierra por
continuar siendo seres humanos y por permitirles a otros serlo. En su dolo-
roso testimonio, Nubia Becker nos entrega a nosotros, los sobrevivientes,
Decidí titular esta novela Una mujer en Villa Grimaldi en homenaje
el deber de continuar la tarea formidable y abrumadora de llegar algún día
a la autora de la novela anónima, Una mujer en Berlín, editada por Hans
a merecer el universo que habitamos.
Magnus Enzensberger, que contiene las anotaciones de diario escritas por
una joven mujer alemana, entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945, en
Raúl Zurita
los momentos del copamiento de Berlín por el Ejército Soviético. En simi-
Enero, 2011
litud a ella, la presente novela la comencé a escribir a mano, en pequeñas
notas, luego de mi vuelta clandestina del exilio el verano de 1982. Lo hacía
a salto de mata, en una situación de urgencia, para no olvidar ese período
de la historia de Chile, vivida en medio de la pesadilla de una política de
terror de Estado, que abolió toda norma democrática para la mayoría de la
población y desató, con plena impunidad, la persecución, prisión, tortura,
muerte y desaparición de sus oponentes, tragedia de la que somos testigos
sobrevivientes quienes compartimos esa cruel experiencia.
acto de autodefensa ante el temor a las represalias del régimen vigente en PRESENTACIÓN
la época.
La segunda edición fue posible debido al interés de jóvenes estudian-
tes chilenos exiliados en Uruguay en rescatar la memoria de una lucha
radical por los cambios y se hizo en Ediciones Taller de Montevideo, el año
1988. Hubo también una tercera autoedición en Chile el año 1990, y en
todas se mantuvo el seudónimo de Carmen Rojas.
Para esta nueva edición revisada de la novela, decidí, como ya lo he
dicho, cambiar su título porque me parece que la circunstancia de haber
estado en Villa Grimaldi, es definitivamente lo que enmarca los aconteci-
mientos y comportamientos de los seres de una generación que, más allá
del color de su militancia política, vivieron esa experiencia. También he
querido salir del anonimato, y lo hago, en primer lugar, porque la situa-
En este libro está el relato de un período brutal y dramático de la historia
ción política del país así lo permite. Pero hay otro motivo de fondo para
de Chile. Es el tiempo del exterminio, entre los años 1974 y 1977, cuando
hacerlo, y es el hecho de que este relato ha recorrido un largo camino por
la dictadura sin trabas de ninguna especie, con la anuencia o el silencio
centros de estudios y universidades extranjeras interesadas en acopiar datos
de partidos políticos de derecha, de altos miembros del Poder Judicial y
y testimonios para la investigación acerca de la irrupción, los fundamentos
con el entusiasmo de las asociaciones empresariales, desató la más violenta
y los efectos provocados, tanto a nivel socio político como cultural, de los
represión de que se tenga memoria sobre el pueblo, sobre la izquierda y en
regímenes dictatoriales que se instauraron entre los años sesenta y ochenta
especial contra el MIR.
en varios países del continente. Eso dio pie a que algunos investigadores
Durante esos años cayeron muertos centenares de militantes de la iz-
solicitaran entrevistas personales para extender y detallar el relato. Ante
quierda, desaparecieron más de tres mil compañeros, fueron apresados,
eso, puesto que la doble identidad obstaculizaba el diálogo, opté por de-
torturados y exiliadas decenas de miles de personas; toda una generación
volver al libro mi nombre, agradeciendo a Carmen Rojas todo ese tiempo
que venía gestándose desde los años 50 y que logró crear una propuesta
tan difícil en que le dio cobertura.
bella y revolucionaria para Chile.
Aquellos hombres y mujeres sufrieron, amaron, tuvieron miedo y du-
das; padecieron y gozaron. Fueron capaces de grandes sacrificios y mostra-
La autora
ron tal audacia en la propuesta y en el quehacer, que dejaron sin aliento
a muchos políticos tradicionales. Cometieron errores y tuvieron aciertos
pero, por sobre todo, se mantuvieron y se mantienen en lucha.
Para rescatar estos recuerdos y a los hombres de carne y hueso, así
como sus reacciones frente a las situaciones límites en que les correspondió
hacer la historia, se ha escrito este libro.
14 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi
Entre Romo y el Troglo lo habían maniatado y golpeado en cuanto organillo a cuestas lo agarramos y lo llevamos a la casa de Bustamante4.
lo identificaron: “así que vos* soy el famoso Pájaro1” mientras a gritos le Mansa pateadura que se mamó el huevón por andarle tocando el organillo
aseguraban que “cantaría” como canario. Él respondió que no era su estilo, a los miristas, si hasta el mono se fue de charchazo para que se callara. No
lo que le valió una pateadura descomunal. ve que tenía armado el medio escándalo cuando agarré al viejo en la calle.
De pronto, me sacó de estos pensamientos el tumulto de carreras y de Enlace no era el torrantito. Ni lo será renunquita después de la frisca que se
voces. Alguien puso en marcha el motor. Una voz dijo con sorna: llevó. Por huevón... por tocarle a los miristas —repitió machaconamente.
—Chanchitos los pillamos a los huevones. Por poco no nos llevamos Me angustié cuando oí lo que le esperaba a Samuel, pero, a pesar de
pa´ dentro a toda la UP.2 todo, noté que corríamos a gran velocidad. Primero recorrimos calles pa-
—Así que el Pajarito tenía su nidito con mina y todo. vimentadas y luego, a barquinazos, seguimos por un camino de tierra. Íba-
—¿Cuál de éstas es? mos ciegos y dando tumbos de un lado a otro. Carlos, echado en el piso, se
—La flaca chica, según dijo el Lolo. Y agregó enseguida, con la voz quejó y recibió de vuelta un culatazo seguido de una advertencia:
alterada por la ira: —Se comió los puntos3 la hija de puta. Pero al Pájaro —Cállate vos, flaco culiao. No te quejís tanto, que luego te vamos a
lo vamos a picar ¡a gillet lo vamos a cortarlo si no canta como canario este escarbar con chuzo pa´ver en qué andai metío.
Pájaro chucha de su madre!
Hablaba de Samuel.
—Miren donde se vinieron a metel los patuítos —dijo uno que ce-
ceaba al hablar—. ¡A los pies mismos de la Escuela de Suboficiales! Pero yo
me los triangulé ligerito y los calcé en cuanto el Rolando largó el sector y
el Tomy desembuchó la casa. Así que le dije a mi capitán: “hay que buscal
por aquí, le dije. Más de aquí no están”. A la flaca me la caché altiro; tos-
taíta y de ojos verdes, como dijo el Lolo.
—Esta mina parece que es medio loca —interrumpió otro—. Hoy
en la tarde, mientras estábamos vigilando la casa con el Lolo, salió a pata
pelá, corriendo a toda raja detrás del torrante con el organillo, pa´que le
tocara unas piezas aquí en la casa. Continuó hablando consigo mismo.
—Y para eso no más era, porque cuando el viejo salió con su huevá de
* Se han conservado los chilenismos de la narración original. Dichos términos no han sido dis-
tinguidos entre comillas ni en cursiva para no entorpecer la lectura.
1
Pájaro: Apodo de Osvaldo, mi compañero.
2
Unidad Popular, coalición de partidos políticos de izquierda que llevó al poder a Salvador
Allende.
3
Cita secreta con contraseña.
4
Cuartel de la Policía de Investigaciones de Chile.
2. La llegada 19
2. LA LLEGADA Ahí, sin vendas que nos taparan la vista, nos miramos y nos vimos
desencajados, con el cuero pegado a los huesos de la cara y los ojos desor-
bitados. Estábamos chascones, con los labios secos y recogidos sobre los
dientes, la nariz afilada, medio azules de derrota.
El funcionario dijo:
—Ponga aquí sus pertenencias. Sáquese el reloj y el anillo. Su nombre,
Estado civil. Dirección.
Recién allí supe que Carlos se llamaba Eduardo y que Samuel, ese
hombre increíble, ese milagro de hombre, que para mí era una mezcla de
efebo y de hidalgo español, se llamaba Osvaldo. Así eran las cosas en ese
tiempo. Su nombre no era Diego o Gonzalo, como imaginé cuando tra-
taba de penetrar en el misterio de su vida y de su origen, y en ese trance,
en cuanto le quitaron la venda de los ojos él me hizo una seña de ternura
Luego de que se abrieron y cerraron tres portones para dejarnos pasar,
y preocupación. Entonces, por un momento se me borró la realidad y me
llegamos.
aferré a ese contacto.
Nos recibió una especie de jauría humana que gritaba y nos insulta-
Terminado el trámite, a él lo sacaron primero. En el patio le pegaron,
ba. Agarrados por el pelo y con los brazos doblados sobre la espalda nos
le colocaron de nuevo la venda en los ojos, lo esposaron y se lo llevaron.
bajaron de la camioneta a patadas y empellones. Parecíamos marionetas
Con Eduardo hicieron lo mismo.
llevadas y traídas a bofetadas y culatazos. Con los ojos vendados trastabi-
A Marcela y a mí nos vendaron los ojos, nos hicieron atravesar un
llábamos y caíamos. En un momento sentí la tierra en mi boca, y un sabor
gran patio y nos introdujeron a una pieza y una vez allí nos empujaron
dulce y tibio de sangre me hizo temer por mis dientes.
dentro de unas especies de jaulas o perreras de madera construidas en su
En todo ese tiempo no sentí dolor, sino terror.
interior.
Después sabría que ese era el ritual de entrada. Es el momento en que
el enemigo impone por la fuerza su poder para amedrentar y paralizar a la
víctima.
De pronto todo cambió. Alguien a gritos ordenaba:
—¡A la oficina, huevones! ¡Llévenlos a la oficina!
De un manotazo me sacaron el scotch y la venda de los ojos y me lle-
varon a una oficina en donde lo único anormal era el horario de atención:
las tres de la mañana.
Los funcionarios eran hombres serios e impersonales; de chaleco y
corbata, sin chaqueta, las mangas de la camisa arremangadas; la frente
arrugada y los ojos cansados.
3. La Jaula 21
pasaba unos días de vacaciones en la capital y se vio en medio del violento implicada y que los cabecillas de ese supuesto plan eran los hombres, con
operativo sin tener nada que ver en esto. ¿Qué diré si me preguntan? Diré nombre y apellido, de la dirección de los partidos de izquierda. ¿Para qué?
que sólo era una chica inconsciente y sin criterio. Que no entendía nada de Para tener una justificación pública de los fusilamientos y de la represión
lo que pasaba. Eso diré. Ojalá los otros digan lo mismo”. desatada en la zona por los militares.
Sudaba a torrentes y buscaba enloquecida de dónde agarrarme para No firmé. Resistí. Mientras me torturaban sentía la presencia de cien-
recuperar altura, mientras algo me decía que pronto vendrían por mí. to de miles que yo suponía seguían empujando con todo para defender el
Entre tanto seguían torturando a Osvaldo. Oía sus gritos mezclados proceso y parar a los milicos10 y a los momios11.
con los insultos de los torturadores. No “hablar”8 era la consigna. Él no Con mi manía de fabular, a veces sentía como un fragor de banderas
lo hará; Eduardo tampoco. Hablar era peor que la muerte... Pero ¿y la y un rumor de multitudes que anunciaban la Aurora Roja —como le de-
tortura? Yo ya sabía lo que era, y pasar por eso una vez más se me haría cían—. Y de eso tenía mucho mi opción política, porque proletaria, lo que
insoportable. Allá en el Sur, hablaron dos compañeros de los que caímos se dice proletaria, yo no era.
en septiembre del ´73. Fue un tiempo durísimo. Se ensañaron con noso- Se me desparramó la familia. “Que se vayan, que se vayan todas cuanto
tros. Sin embargo, cuando se supo que esos dos habían “hablado”, nadie antes a México”, pensaba obsesiva mientras me torturaban y amenazaban
lo pudo justificar, a pesar del horror que se vivía, y tampoco nadie quería a mis niñitas. Que Cecilia lloraba solita y callada todas las noches —me
estar en la piel de ellos. dijeron—, que Anita María de 15 años, tomó un poco las riendas y María,
“Resistiré. Las niñitas lo sabrán, a pesar de que las dejé tan solas y que una amiga, cuidaba al cachorro, mi pequeño Hernán, al que cuando volví
prácticamente me las saqué de encima. Sabrán que no hablé, que resistí, a ver una vez que salí de la cárcel, se le había ido irremediablemente mi
que aguanté. Eso, para ellas es importante; será su única herencia”. Pen- imagen anterior. No me conoció como la de antes. Me dijo, como tratando
saba así, con un dramatismo teatral y hasta pueril. Un heroísmo trágico de entender: ¿Tú eres la otra mamá, la que se fue a Mehuín?
en medio de la derrota era lo único que se me ocurría: era mi fuente de Betzie, mi hija adolescente y su esposo, a quienes buscaban y allanaron
valor. la casa donde vivían a orillas del mar, tuvieron que huir hacia Santiago para
Me veía allí, como una mujer de capa media en un período de transi- tratar de salir al exilio el mismo día en que a mi me llamaban por el Bando
ción: algo intelectual, alocada e impulsiva, un tanto rígida pero irreverente, Número 12, y mi ex marido era detenido en Punta Arenas, donde quedó
siempre de izquierda, pero con buen pasar. prisionero en un regimiento por largos meses.
—Latinoamérica se cae a pedazos —decía cual iluminada. Y lo creía. “Y, ahora estaba otra vez aquí, en las mismas: por ser militante o sim-
No hay salida sin revolución. patizante de izquierda. Por tratar de... pensar que... proyectar esto y lo
En definitiva, me torturarían de nuevo por eso. Como ya lo habían otro. Buscar por aquí y por allá cómo organizar la cosa. Ordenar el replie-
hecho allá en el Sur. En mi caso, el fin que perseguían con la tortura era gue, salvar el mimeógrafo, la imprenta. Conseguir una casa para resguardar
obtener la afirmación que el Plan Z9 era efectivo, que yo misma estaba
8
Delatar.
9
Plan inventado por la Junta Militar como pretexto para justificar el golpe de Estado y eliminar
10
Militares.
opositores. 11
Miembros y simpatizantes de partidos y movimientos de derecha.
24 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi
15
Lumi Videla, dirigente del MIR, asesinada en la casa de tortura de la calle José Domingo Cañas,
12
Compañero. Tratamiento generalizado entre los militantes y simpatizantes de izquierda en la en Santiago.
época de la Unidad Popular. 16
Osvaldo Romo, civil cooptado por la Dirección de Inteligencia Militar, que oficiaba de delator
13
Desconectado de las redes partidarias. y torturador.
14
Cita clandestina. 17
Cama de hierro donde amarraban a los prisioneros para aplicarles corriente eléctrica.
26 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi 4. La tortura 27
—Mea ahí mismo no más. ¿O querís que te lleve a las “casitas”? —me la tortura con corriente eléctrica, o que la molieran a palos, antes que la
dijo burlón. incomunicaran. Ella cayó de las primeras; estuvo incomunicada más de un
Cuando terminé, me levantó y sostuvo en el aire. Su olor a pachulí me mes y casi se volvió loca en esa soledad.
inundó, y sentí su aliento humedeciéndome la cara cuando preguntó: Volví a la realidad cuando el Romo me subió la venda y le dijo a los
—¿Sabís donde estai? otros.
—No —respondí. —“Miren. Ésta tiene los ojitos verdes, y no parece, porque es morena”.
—Estai en la DINA18 —dijo— haciendo como que estaba metiéndo- En ese momento temí que me violaran. Pero no, porque empezó la
le miedo a un niño. Se divertía tremolando la voz y repetía riendo “en la ceremonia de la tortura con electricidad.
Diiiina...” —A ver, a ver, dale máquina no más.
—¿Tenís miedo? —¿Tenís el cuestionario?
—Sí. —Sí. Lo hizo mi Comandante... Porque ésta sabe. Si no ¡miren con
—Si te portai bien vai a salir ligerito —dijo paternalmente y casi confi- los que cayó!
dencial. Si no, te vamos a re cagarte a ti y al Pájaro. Desnuda fui amarrada a —Tiene que ser el enlace de CC19 del MIR con el PC20 y el PS21.
la parrilla. Antes me hicieron sacar el collar de cuentas de colores que Osvaldo —Si no ¿por qué hoy mismo en la mañana hizo punto con el sindical?
había hilado —lo lamenté—; el collar me rejuvenecía y por eso me gustaba. Porque ésta mina fue la que fue a la oficina del viejo Long, que es asesor
Los hombres bromeaban porque la sangre de la menstruación cho- sindical del PS. Por algo fue p´allá ésta.
rreaba por mis piernas. Tiritaba, pero a la vez estaba tensa como una cuer- —¡Ya! ¡Ya! Habla luego, huevona. ¡Habla, habla huevona, habla luego
da, con toda la piel alerta ante el dolor que me mordería sabe Dios cómo te digo!
y desde dónde. —Dale, dale duro no más. Tiene que hablar luego. Y el Flaco (Osval-
La electricidad me produce un terror sin límites. La sensación de los do) también va a tener que hablar. No saca na´ con estar hueviando. Va a
correntazos es intolerable. Me llena de pánico; no la puedo soportar. tener que “largar la pepa”, y luego, el culiao.
Estas situaciones de brutalidad por las que uno pasaba habían desa- Recibí la primera descarga con un alarido. Todo mi cuerpo se remeció
rrollado en muchos de nosotros una suerte de elección de un suplicio entre bruscamente. Me crujió la cabeza y los tobillos me dolieron tanto como si
otros. Yo prefería que me golpearan, pues recordaba mi primera prisión en además de los huesos me estuvieran golpeando cada uno de los nervios y
el Sur y allí me curé de espanto con la electricidad y otras aberraciones. las venas de mis piernas.
Entre las prisioneras de ese tiempo hablábamos de las experiencias Sentí que se me recogía el útero en un espasmo doloroso. Me mordí
sufridas, y descubrimos que cada quien tenía una escala de tolerancia a la lengua e inmediatamente introdujeron un trapo húmedo y pegajoso en
las torturas. Había una joven dirigente campesina que prefería mil veces mi boca.
19
Comité Central.
18
Dirección de Inteligencia Nacional. Policía política del régimen de Augusto Pinochet, encarga-
da de controlar y eliminar a los opositores de la dictadura. Organismo dependiente del Ejército
20
Partido Comunista.
de Chile.
21
Partido Socialista.
28 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi 4. La tortura 29
El tiempo fue otro enemigo: esperaba, eternizada en el pavor, los bre- —Parece que a ustedes les gusta morir por las huevas. ¿Pa´qué? Si ya
ves intervalos entre descarga y descarga tensando el cuerpo y retorciendo perdieron. Los jefes somos nosotros ahora —dijo con sorna, hablando con
los músculos en un intento de fuga imposible que moría en el solo espacio voz suave y contenida, el que hacía el papel de bueno en el interrogatorio.
de mi cuerpo. Entonces, cada descarga venía más atroz y dolorosa que la Entretanto, trajeron a Osvaldo.
anterior. —¿Con que vos soy el Pájaro, no? Aquí te las vai a ver conmigo. Mira
—¡Larga! ¡Larga luego! ¡Larga, te digo! ¡Larga el punto! punto pa´rriba, bien a tu mina ahora. Ahí está. La vamos a rajar sin no hablai.
estructura, nombre, chapa22. —Sácale luego la venda a la mina pa´que vea lo que es bueno y refres-
Otra descarga, y a lo menos tres hombres me urgían en el interroga- que la memoria.
torio —Enchufa la radio —ordenó otro en tono festivo—. ¡Empieza la fun-
—Nivel de enlace. Punto. ¿Con quién hacís punto, culiá? ción!
—¿Qué sabís de del Chico Feli? ¡Larga el punto luego, te digo! Un alarido cruzó el espacio. Al flaco, desnudo y colgando por los bra-
—¿Cómo se llama el enlace? ¿Quién es el suplente del Flaco? ¡Habla, zos, le aplicaban corriente con una picana.
agilá! Se balanceaba espasmódicamente. Se veía pálido y desencajado. Tenía
—¿A qué nivel es el enlace PC, PS? ¿Y el Charme (Eduardo)? Nivel, un ojo en tinta, la mandíbula hinchada y sangraba por la nariz. Las rodillas
estructura, relaciones... —Vamos cantando, huevona. ¡Ya! Habla mejor an- y codos rotos. Estaba lleno de moretones. A cada descarga daba un alarido.
tes que te saquemos la mierda. ¡Puta de mierda! Se sacudía pesadamente y sus largos brazos se estiraban.
—Habla mejor, si no querís que te saquemos las uñas una por una, Cada cierto tiempo me apremiaban con preguntas del cuestionario, o
mirista culiá —amenazó otro. me pegaban en la cabeza y en las piernas con una especie de regla plana y
—¡Ya! ¡Ya! ¡Cuélguenla y le dan máquina hasta que hable! flexible. También me daban puñetazos en los senos, cachetadas en la cara y
—¡Contesta, mierda! puntapiés en los tobillos, ya heridos por las ligaduras.
Me ahogaba. Mi cuerpo saltaba solo. En algún momento pararon y me retornaron a la jaula de donde me
Uno de los hombres se hincó sobre mí y me dio golpes de puños en habían sacado.
el pecho. Me cacheteó y de nuevo sentí el sabor de la sangre en la boca. —No le vayan a dar agua a ésta porque está “maquiniá”23 fue la orden
Recuperé la respiración. que dieron a las prisioneras con quien compartía la jaula.
—Sáquenla y que traigan al Flaco culiao —dijo el que dirigía la tor- Ya no podía más. Lloraba mucho, más de temor que de dolor. Tenía
tura. la absoluta certeza de que matarían al Flaco o a mí. Pero no sabía cómo ni
—Tenís que hablarle, huevona. No vis que si no te lo vamos a matar. en qué momento.
Dile que mejor largue los puntos porque si no se va cortao él, vos, el hue- Las compañeras me acogieron y, como podían, trataban de darme al-
vón de su jefe y unos cuantos giles más. gún cuidado.
Alguien preguntó suavemente cómo me sentía.
23
Término utilizado para referirse a los prisioneros a quienes se les ha aplicado electricidad en el
22
Nombre falso. cuerpo.
30 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi
Fue una sesión terrible. Me colocaron electrodos desde la cabeza a los 6. LOS QUEBRADOS24
pies. Mientras, yo gritaba y mugía. Sobre todo, mugía. Desde el útero me
salían los mugidos. Sentí que de nuevo me ahogaba, y pensé, con alivio,
que me moría. Perdí la noción del tiempo. En algún momento sacaron a
Osvaldo, y a mí me llevaron a un baño inmundo para que medio me lim-
piara y me vistiera. Escupía sangre.
Después me tiraron en la celda.
Entre tanto, en algún lugar de la Grimaldi le seguían “dando” al Flaco
y a otros infelices.
24
Prisionero que, quebrado por la tortura, entrega algo o delata.
34 Nubia Becker Eguiluz t Una mujer en Villa Grimaldi 6. Los quebrados 35
imaginar la vida sin él y lo presentía como uno de esos compañeros equili- en contradicciones. Pero era difícil hilvanar los pensamientos. Traté de des-
brados y firmes. Estaban cayendo los mejores. Llegaban y llegaban miristas. cubrir seres imaginarios, inventar nombres y circunstancias, pero no los
Caían, y muchos caían casi ingenuamente. retenía ni por breves segundos. Menos podía retener detalles. Estaba blo-
queada por el miedo a la tortura y el miedo a delatar. No lograba dar con
Mientras tanto, seguía la cacería: caían y caían compañeros en una la fórmula que me diera seguridad de poder aplicarla. Me urgía encontrar
esquina cualquiera, en un punto; con un montón de papeles, un documen- alguna a toda costa, porque ya se estaba agotando mi táctica de gritar, de
to, un archivo, un instructivo y sin armas; o en tiroteos de vida o muerte. llorar, de negar y de hacerme la loca y se estaba agotando, también, mi
Caían cuadros medios y enlaces que, a veces, muchas veces, tenían más resistencia.
información de la necesaria.
En las casas de tortura comenzó a cundir la historia, acuñada por los
quebrados y disidentes de última hora, de que ya no valía la pena luchar;
que todo estaba concluido, y que la medida más correcta para salvar a los
cuadros que sobrevivían, era entregarlos para evitar así que los mataran.
Al menos, eso fue lo que argumentó Tomy —el que entregó a Osval-
do, para instarlo a hablar—.
—“¡Si tienen el organigrama completo, Pájaro! —decía con fatalis-
mo—. Aquí no se saca nada con negar para luego correr el riesgo de que-
darse en la tortura. Si no eres tú, será otro el que entregue lo que ellos
quieren —repetía lloroso—. Es por un problema de sobrevida, Flaco. ¿En-
tiendes? Si seguimos duros no va a quedar nadie. Hay que cambiar de tác-
tica. Tienes que pensar que la lucha no termina aquí. Uno tiene que pensar
con los pies en la tierra qué es lo que nos conviene más, y hoy, lo que más
conviene es estar vivos y no muertos, porque muertos no servimos. ¡Cuí-
date, cuídate tú! Entiende, por favor: estamos derrotados, está quedando la
cagada por todos lados. ¿No te das cuenta?”.
Pronto supimos que ése era el discurso oficial y la lógica de un grupo
de compañeros quebrados por la represión.
Descansé un día de la tortura, pero cada ruido, cada pequeño rumor,
cada vez que oía pasos que se acercaban, me ponía al borde de la desespe-
ración.
—“Ya vienen por mí de nuevo” —pensaba— y me ponía a temblar.
Me obsesionaba tener una historia coherente que contar para no caer