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Tras el
derrumbe del orden medieval, advino la Modernidad, a la que muchos atribuyeron un carácter
corrosivo, ya que, al ser comandada por la razón, no dejaba resquicio sin explorar, sin someter
a su escrutinio escrupuloso. ¿Qué quiere decir esto? Que, a diferencia de la Edad Media, en la
que el orden social encontraba su justificación fuera de este mundo, en la figura de Dios, tras
el Renacimiento y la entrada en la era moderna, la razón se fue convirtiendo en el único
tribunal que podía ser aceptado para decidir sobre los asuntos de los hombres y de las
mujeres. Y la razón, es verdad, es corrosiva, porque no se detiene ante nada, todo lo cuestiona,
y no hay un punto de llegada en el que ella pueda reposar tranquila, siempre puede preguntar
¿por qué? Entonces, frente a esta acción insidiosa, todo lo relativo a la vida de hombres y
mujeres empezó a necesitar de una justificación racional. No quedó nada en pie, todo fue
cuestionado.
Si bien la filosofía tiene una larga historia que la remonta, al menos, 2500 años hacia atrás, yo
diría que esta actitud propia de la Modernidad es la característica distintiva de la actitud
filosófica: la razón sometiendo todo a juicio. Es decir, no dar nada por descontado, no aceptar
como válido nada a lo que mi razón no le haya dado antes el visto bueno. El filósofo trata de
buscar un fundamento racional para todo lo existente. Frente a una conducta cualquiera,
alguien podría decir: me comporto así porque es lo que se estila, es mi costumbre o siempre se
ha hecho así. Un filósofo no podría responder eso, tendría que justificar su forma de proceder.
Un ejemplo de esta actitud corrosiva de la razón y del filosofar lo tenemos, por ejemplo, en el
feminismo actual que somete cada aspecto de nuestras vidas a un examen crítico. Ya no se
acepta la respuesta: “bueno, las cosas siempre se hicieron así”. Es necesario dar una razón.
Como ustedes podrán ver, es una tarea titánica y agotadora. A veces uno quisiera reposar en la
tranquilidad de lo ya sabido, de lo consagrado por la costumbre, de lo que siempre se hizo.
Pero esta actitud no es la de la Filosofía. Diríamos que la Filosofía se toma a las personas en
serio y les exige un compromiso de vida acorde a sus capacidades. Es más fácil dejarse llevar,
pero ¿a dónde nos conduce eso? Sería renunciar al gobierno de nuestras propias vidas.
Contrastemos por un momento esta actitud con lo que sucede en otros campos del saber
opuestos entre sí: la ciencia y el dogma. La ciencia, por caso, no es menos racional que la
filosofía. En términos de racionalidad, es casi el primer ejemplo que viene a la mente. En
ciencia no hay afirmaciones caprichosas. Como recién les dije que ocurría en el campo de la
filosofía, en materia científica también es preciso ofrecer razones. Sin embargo, la ciencia
empieza su práctica desde un punto que no cuestiona: se le da un punto de partida, un
método y un material sobre el cual trabajar. Nada de esto puede ser cuestionado por el
científico si es que quiere llevar adelante su trabajo. Como vimos, un filósofo no podría aceptar
esto. Por otro lado, esta restricción con que opera la ciencia es la que le permite realizar
avances, ya que recorta un aspecto manejable de la realidad. El precio que paga por la
certidumbre es una reducción de la complejidad del mundo. El mundo de la ciencia es menos
complejo que el de la filosofía, en el sentido de que tiene, necesariamente, que dar un
sinnúmero de cosas por descontadas, pero es un mundo mucho más certero, previsible y
consensuado.
En el fragmento que les propuse analizar, Aristóteles subraya varias cosas: en primer lugar, la
filosofía nace de la curiosidad y la admiración frente al espectáculo del mundo. En segundo
lugar, esa curiosidad y admiración se transforman en una búsqueda de conocimiento que no
tiene otro fin que sí mismo. En tercer lugar, la filosofía sería “la ciencia teórica de los primeros
principios”. Esto quiere decir o da a entender que si queremos entender el mundo no
podemos detenernos a analizar cada cosa individual en forma aislada, debemos tratar de
sonsacar los principios fundamentales que rigen a las cosas particulares. Esto va a llevar a
Aristóteles a buscar lo común en lo diferente, lo que todas las cosas comparten más allá de sus
diferencias individuales.
Kant vivió en Alemania en el s. XVIII y fue contemporáneo de la Rev. Francesa, que cambiaría la
fisonomía del mundo conocido hasta entonces. Tal vez sea el filósofo más importante de la
tradición occidental, ya que produjo una revolución copernicana (como Copérnico la había
realizado en cuanto al cosmos) en lo relativo a la teoría del conocimiento. En primer lugar,
puso los límites del conocimiento posible: qué podemos conocer, en qué condiciones, sobre
qué materias. Sólo podemos conocer fehacientemente el mundo de los fenómenos, de las
manifestaciones sensibles de las cosas. Por otro lado, planteó una solución al problema de la
relación entre sujeto cognoscente y objeto de conocimiento, cómo se relaciona el que conoce
con aquello que se somete a su conocimiento, sin caer ni en el subjetivismo (relativismo,
diríamos) ni en el objetivismo. Para eso plantea la idea del sujeto transcendental, como
categoría intermedia entre un extremo y el otro.
Jaspers, por último, es el filósofo más próximo a nuestro tiempo y el que plantea, por ende,
puntos de vista que nos resultan más cercanos. A Jaspers se lo suele ubicar entre los filósofos
existencialistas de principios del s. XX. A este filósofo, como a los otros ubicados dentro de la
corriente existencialista, le preocupaba sobremanera la pérdida de la escala humana del
mundo. Es decir, la deshumanización de nuestro entorno, gobernado, por un lado, por la
técnica instrumental que nos ofrece la ciencia para dominar la naturaleza, y la
instrumentalización de las propias relaciones humanas, que dejan de ser un fin en sí mismas
para convertirse en el medio para alcanzar los objetivos propios. En esta perspectiva hay que
ubicar la crítica que Jaspers dirige en el fragmento seleccionado a los dos campos del saber
que prometen certezas: la ciencia y la religión, pero sin incluir en esas certezas la dimensión
humana. Esta última parece ser la tarea de la Filosofía en la concepción de este enigmático
filósofo alemán.