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John Rawls. La justicia como equidad.

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Rawls pretende fundar una teoría de la justicia como equidad que pueda ser compartida por
personas con distintas concepciones acerca del bien y de la buena vida; es decir, una teoría de la
justicia que sea independiente de presupuestos de tipo filosófico y científico; que personas que en
otros aspectos piensan de modo diferente, puedan, sin embargo, compartir principios de justicia
orientados a una práctica que garantice la convivencia y el pluralismo. Esto es a lo que llama
concepción política de la justicia, a diferencia de una concepción metafísica. Se formula dos
preguntas: ¿por qué la concepción de la justicia como equidad representa una concepción política?
Y ¿Por qué este tipo de concepción resulta preferible en una sociedad democrática?
Según Rawls, es política porque apunta a la configuración de la estructura básica de la sociedad:
principales instituciones y la articulación entre ellas en un sistema unificado de raigambre
democrática. Es decir, no sería aplicable a cualquier situación (p.e. acciones individuales) ni
cualquier circunstancia (p.e. sociedades no democráticas). Por otro lado, lo que la hace política y no
moral es el hecho de que pretende ser aséptica y tolerante en materia moral, siendo compatible
con una diversidad de perspectivas en esta materia. Sería algo así como el mínimo común
denominador de concepciones doctrinarias compatibles con una sociedad democrática.
Rawls sostiene que la igualdad y la libertad constituyen valores inherentes a un sistema
democrática. Sin embargo, el hecho del pluralismo nos confirma en la idea de que no hay un
consenso amplio dentro de las sociedades democráticas respecto a la manera en que dichos valores
deben y pueden ser realizados desde el diseño institucional de una sociedad. Esta tensión entre
valores se expresa, p.e., en las diferentes posturas de autores como Locke, desde el punto de vista
del liberalismo, y Rousseau, con la mira puesta en el logro de la igualdad social. Rawls argumenta
en el sentido de que una concepción democrática, que parte de la idea del carácter mutuamente
beneficioso de la cooperación social, debería poder realizar los valores de la libertad y la igualdad.
El modelo que él propone a estos efectos es uno en el que se dé cumplimiento a los siguientes dos
principios: toda persona tiene tantos derechos en materia civil y política como se les garanticen a
los demás, apuntando al máximo posible. Por otro lado, las diferencias que haya en esas sociedades
deben estar asociadas a posiciones abiertas a todos y dichas diferencias sólo se justifican si
redundan en beneficio de los más desfavorecidos de la sociedad.
Estos valores no son abstracciones, sino que se encuentran implícitos en el funcionamiento de
instituciones sociales básicas que actúan en la distribución social de lo que Rawls llama bienes
primarios. Tampoco derivan sólo de la mente del filósofo, sino que este, de alguna manera, los
sonsaca, “deduce” de la forma en que efectivamente funcionan las sociedades democráticas y de
los valores que sostienen: p.e. el rechazo de la esclavitud y la tolerancia en materia religiosa. Estos
preceptos expresan, de alguna manera, el piso común de las distintas concepciones que conviven
en una democracia; lo que Rawls llama la “cultura pública” de una sociedad.
Es evidente, y esto podría constituir tanto una crítica como una ponderación, que Rawls considera
que los valores que importan están arraigados en las prácticas y no en elucubraciones abstractas.
Se lo podría criticar por consagrar lo dado y por superficial, y ponderar, en cambio, por su
pragmatismo y falta de pretensiones. Según Rawls, a través del “equilibrio reflexivo” se puede entrar
en esta componenda entre principios y prácticas, entre lo general y lo particular, entre lo que
debería hacerse y lo que efectivamente se hace. El trabajo del filósofo sería el de sistematizar en
una teoría coherente intuiciones ya existentes y principios practicados, en lugar de tratar de

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John Rawls, “La justicia como equidad: política, no metafísica”, Ágora, núm. 4, verano de 1996.
imponer modelos que les resulten extraños a las personas a las que se dirige. La “levedad” del
modelo rawlsiano obedece precisamente al hecho de que resulta pueril pretender un acuerdo total,
absoluto y profundo en sociedades abiertas y plurales en las que priman las divergencias. Además,
dicho acuerdo debe partir de la libre voluntad de quienes acuerdan y no de una imposición. La
ficción ordenadora del contrato social permite y obliga a poner en un plano de igualdad a las
distintas concepciones del bien, del ser humano y de la filosofía política para encontrar los puntos
comunes, las coincidencias, el piso compartido.
En la concepción equitativa de la justicia se parte del supuesto de que los individuos buscan la
colaboración con sus congéneres porque esta les resulta beneficiosa a todos en vista del carácter
libre e igual compartido por los seres humanos. La libertad y la igualdad de las que se parte como
supuesto obliga al acuerdo y al compromiso o búsqueda de denominadores comunes. Esos
denominadores comunes constituyen la cultura pública de una sociedad. Sobre ella, en la
concepción de Rawls, tienen que construirse los pilares institucionales de un sociedad justa y
aceptable para todos. Se sobrentiende que Rawls concibe al orden social como un artificio creado
por personas a las que se atribuyen las cualidades mencionadas y que tienen como aspiración la
construcción de un orden social estable porque se beneficiarían de él. Con ese objetivo en mente es
que se ven en el compromiso de dejar en suspenso sus convicciones más íntimas que no puedan ser
compartidas por el bien superior del acuerdo que posibilite la vida social.
La cooperación social es algo más que la mera asociación para un fin particular. Consiste en el
reconocimiento de la condición común desde la cual se parte y del bien superior que representa la
vida en sociedad sobre el aislamiento. Dada la igualdad y la libertad, la cooperación sólo puede
basarse en la reciprocidad, en las prestaciones iguales o equivalentes que ofrecen los “firmantes”
del acuerdo de convivencia. Más allá de sus perspectivas personales, todos concuerdan en la ventaja
que representa la vida en común. De otro modo, no se avendrían a conformar una sociedad. La clase
de persona detrás de este acuerdo, según Rawls, reúne las características de un ciudadano, en el
sentido de es capaz de desempeñar un rol dentro de la sociedad y posee determinados derechos y
deberes en relación con esta. Cada persona sería, en principio, perfectamente capaz de llevar
adelante el plan de vida que se trace para sí misma.
A los efectos de la firma del contrato constitutivo de la institucionalidad social los firmantes parten
de una posición original imaginaria que los pone en condiciones de atender simultáneamente los
intereses de los distintos sectores de la vida democrática. Qué tipo de arreglo institucional orientado
a la constitución de una sociedad justa podría ser suscripto por personas que al momento de sellar
el acuerdo desconocen su posición dentro de la sociedad y las aptitudes y cualidades que poseen.
O, dicho de otro modo, qué concepción de la justicia satisfaría simultáneamente los intereses y
perspectivas de las distintas personas y sectores sociales. Otra forma de decirlo sería la siguiente: el
acuerdo no debería estar condicionado por las distorsiones específicas que introduce en la
perspectiva de los sujetos el marco social en el que se encuentran insertos. El llamado “velo de la
ignorancia” en la posición original proporcionaría los incentivos para un acuerdo intersubjetivo no
viciado por los intereses particularistas de una posición específica en un contexto social específico.
De esta forma, los diferenciales de poder asociados a capacidades diferenciales para hacerse con el
excedente de determinada formación social se sacarían de la ecuación del acuerdo de modo de
forzar una negociación transparente entre iguales. Se trataría de reconstruir el punto de vista desde
el cual se haría posible un acuerdo que plasmara los intereses comunes entre los participantes. Se
ejercería la representación virtual (un como si) del interés que una persona casi sin atributos
asociados a la contingencia de su ubicación en el entramado social.
Libres en tres dimensiones: en cuanto a su capacidad para tener una concepción propia acerca del
bien y de modificarla eventualmente. Es decir, no quedar asociado ineluctablemente a una
determinada concepción del bien.

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