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ISEGORÍA.

Revista de Filosofía Moral y Política


N.º 44, enero-junio, 2011, 273-284
ISSN: 1130-2097

Higienismo y medicina social:


poderes de normalización y formas de sujeción
de las clases populares
Hygienism and social medicine: powers of normalization
and means of subjecting the popular classes
ANNA QUINTANAS
Universidad de Girona

RESUMEN. Partiendo de datos proporcionados ABSTRACT. Based on data from the history of
por la historia de la medicina en España, qui- medicine in Spain, we would like to show
siéramos mostrar que M. Foucault tenía razón that M. Foucault was right when he said that
cuando afirmaba que uno de los puntos neurál- the discourses and practices of medicine are
gicos, a partir de los cuales irradian los pode- one of the key points from which the powers
res de normalización en nuestra sociedad, es el of normalization arise in our society. Spe-
de los discursos y las prácticas médicas. Con- cifically, we focus our analysis on some of
cretamente, hemos centrado nuestro análisis the most representative texts of hygienism
en algunos de los textos más representativos and social medicine during the nineteenth and
del higienismo y la medicina social durante el early twentieth centuries, to show the enor-
siglo XIX y principios del siglo XX, para mos- mous influence of these discourses and prac-
trar la enorme influencia que ejercieron dichos tices of medicine on changes in lifestyle of
discursos y prácticas de la medicina sobre los the popular classes that occurred during this
cambios en el estilo de vida de las clases popu- period. Undoubtedly, the medicine —its dis-
lares que se produjeron durante este período. courses, its institutions, its practices, its pre-
Sin duda, la medicina —sus discursos, sus ins- scriptions, its recommendations— has played
tituciones, sus prácticas, sus recetas, sus reco- a leading role in the design of the processes
mendaciones— ha desempeñado un papel pro- of subjectivation by means of which we re-
tagonista en el diseño de los procesos de cognise ourselves and construct ourselves as
subjetivación a través de los cuales nos reco- subjects possessing a specific type of identity.
nocemos y nos construimos como sujetos do-
tados de un determinado tipo de identidad.
Palabras clave: Poderes de normalización, Key words: Powers of normalization, processes
procesos de subjetivación, biopolítica, higie- of subjectivation, biopolitics, hygienism, social
nismo, medicina social, historia de la medici- medicine, history of medicine, Foucault.
na, Foucault.

«La salud no es sólo la vida en el silencio de los órganos, es también la vida en la


discreción de las relaciones sociales» 1
G. Canguilhem

[Recibido: Dic. 09 / Aceptado: May. 10] 273


Anna Quintanas

La «caja de herramientas» Sin duda, la medicina —sus discursos,


de M. Foucault sus instituciones, sus prácticas, sus rece-
tas, sus recomendaciones— ha desempe-
Una de las aportaciones más interesantes ñado un papel protagonista en el diseño
del pensador francés M. Foucault (1926- de los procesos de subjetivación a través
1984) fueron sus investigaciones sobre de los cuales nos reconocemos y nos
las relaciones entre el saber y el poder en construimos como sujetos dotados de un
el ámbito de las ciencias humanas. Con- determinado tipo de identidad.
cretamente, la historia de la medicina fue
un objeto de estudio privilegiado de su La cuestión social: salud, orden,
analítica del poder. Desde su primera riqueza y moral
obra, Folie et déraison. Histoire de la fo-
lie à l’âge classique (1961), hasta sus úl- Durante el siglo XIX, a medida que avan-
timos textos sobre la Histoire de la se- zaban los efectos de la revolución indus-
xualité (1976-1984), pasando por la trial, se fue convirtiendo en una eviden-
cia que el proletariado, como fuerza de
Naissance de la clinique. Une archéolo-
trabajo, tenía sus límites, y que éstos de-
gie du regard médical (1963), Foucault
bían ser respetados si no se quería men-
se interesó de forma destacada por el ám-
guar su potencia y su rentabilidad. 4 De
bito de la medicina. Para sustentar sus te- esta forma, fue tomando protagonismo el
sis, utilizó principalmente ejemplos de problema de la salud del trabajador. 5
Francia, Inglaterra y Alemania. En este Como señala Rodríguez Ocaña, el con-
trabajo, pretendemos mostrar que el rico cepto de «enfermedad social», que impli-
conglomerado de conceptos y herramien- ca relacionar el origen de la enfermedad
tas aportado por Foucault, también puede con la propia organización social y espe-
ser utilizado en el caso de la historia de la cialmente con las desigualdades sociales,
medicina en España, siempre y cuando se «no es un concepto inmanente, que estu-
tenga en cuenta que las periodizaciones viese presente desde los primeros mo-
pueden variar ligeramente debido al he- mentos de la reflexión racional acerca de
cho de que, en este ámbito, como en tan- la naturaleza de las enfermedades, sino
tos otros, España sufrió retrasos en com- que se ha desarrollado en los dos últimos
paración con otros países europeos. siglos, formando parte de la cultura in-
Partiendo pues de datos proporciona- dustrial». 6 Según este autor, la vincula-
dos por los estudiosos de la historia de la ción entre pobreza y enfermedad empezó
medicina en España, 2 quisiéramos mos- a tener un carácter de evidencia a partir
trar que Foucault tenía razón cuando afir- de los primeros decenios de siglo XIX, es-
maba que uno de los puntos neurálgicos pecialmente por la influencia de la apari-
de los que irradian los poderes de norma- ción del cólera en Europa en 1831, así
lización en nuestra sociedad es el de los como también por la revolución de 1848,
discursos y las prácticas médicas. Con- que contribuyó al hecho de que los médi-
cretamente, hemos centrado nuestro aná- cos mostraran más interés por las cuestio-
lisis en algunos de los textos más repre- nes sociales.
sentativos del higienismo y la medicina El higienismo y la medicina social,
social durante el siglo XIX y principios más allá de sus diferencias, tuvieron un
del siglo XX, 3 para mostrar la enorme in- elemento en común, que fue su interés
fluencia que ejercieron sobre los cambios por lo que entonces se llamó la «cuestión
en el estilo de vida de las clases populares social», es decir, la preocupación por las
que se produjeron durante este período. condiciones de existencia de las clases

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más necesitadas. Si la medicina debía las relaciones que las ciencias médicas
atender los problemas de salud, tenía que tienen con el gobierno». La higiene pú-
interesarse por la realidad cotidiana de blica consistiría en «el arreglo sistemáti-
las clases más desfavorecidas, puesto que co de los conocimientos médicos que
de ella dependían en buena parte las en- concurren de un modo directo o indirecto
fermedades que sufría la población. a ilustrar la ciencia del gobierno». 10
Desde esta preocupación por la Entre las aportaciones que el saber
«cuestión social», los médicos e higienis- médico podría proporcionar al gobernan-
tas intentaron convencer a los poderes pú- te, Seoane destacó la estadística médica.
blicos y a los patronos de que había bue- Tal como ya hacía tiempo que estaba su-
nas razones para invertir en la mejora de cediendo en países europeos más avanza-
las condiciones de vida de los sectores dos, las autoridades públicas podían utili-
más desfavorecidos de la sociedad. 7 Mén- zar sus datos, y su variada información
dez Álvaro, por ejemplo, en su obra De la sobre múltiples aspectos de las costum-
actividad humana en sus relaciones con la bres y el estilo de vida de la población,
salud y el Gobierno de los pueblos, indica para buscar soluciones a problemas tan
al gobierno que, en los principios de la hi- acuciantes como el de los altos índices de
giene, puede hallar soluciones, no sólo mortalidad y morbilidad. 11
para mejorar el nivel de salud de la pobla- Así, según Seoane, la higiene pública
ción, sino también para luchar contra los no puede desvincularse de la política y de
desórdenes sociales y las revueltas políti- la economía, pero tampoco de la moral,
cas, así como fórmulas para evitar el retra- puesto que consideraba que los consejos
so económico del país. A los patronos, por médicos también potenciaban la armonía
su parte, se les intenta mostrar que la apli- entre las funciones físicas y los actos mo-
cación de las medidas de higiene pública rales. El cuerpo no sería el único objetivo
provocaría un aumento en el rendimiento de las exhortaciones médicas, su influen-
y la productividad de los trabajadores. 8 cia abarcaría también los hábitos y las
En nombre del conocimiento privile- costumbres de los individuos. De esta
giado que el médico había adquirido so- forma, los principios higiénicos servirían
bre la población a través de su labor asis- de norma para regular buena parte de la
tencial —que le permitía penetrar hasta el conducta de la población. Seoane puso el
interior de sus viviendas y escudriñar en acento sobre todo en la necesidad de mol-
todas sus intimidades—, se presentó a sí dear el comportamiento de la mujer,
mismo como un experto en el arte de ob- puesto que de ella dependía, en buena
servar, corregir y mejorar el cuerpo so- medida, tanto la reproducción de la espe-
cial. El higienismo y la medicina social cie como la educación infantil. 12
impulsaron al médico a ir más allá de su Desde este punto de vista, la salud, el
función de curar enfermedades, hasta orden, la riqueza y la moral conformaban
convencerlo de que su saber le obligaba a un conglomerado unitario. En los trata-
jugar un papel protagonista en el seno de dos médicos del período era habitual en-
la sociedad y en el gobierno de la nación. contrar la tesis de que la aplicación de los
Este vínculo esencial entre medicina y principios higiénicos, no sólo repercutiría
política queda bien resumido en el dis- en la mejora de las condiciones de salud
curso que Mateo Seoane 9 realizó en la de la población, sino también en la mejo-
Academia de Ciencias de Madrid en ra de sus condiciones de vida y de traba-
1837, donde definió la higiene pública jo, así como en la consolidación del or-
como el ámbito que debe incluir «todas den político y en el buen funcionamiento

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de la economía. Como muy bien indica glo XIX, se produjo una inversión (...), la
Rodríguez Ocaña, «dado que los tratadis- medicina y la higiene se transformaron
tas de primeros del siglo XIX habían cifra- en los determinantes de la moral y de la
do la causa de estos males [criminalidad, conducta.» 15 A principios de la época
mendicidad, prostitución, huelgas, revo- moderna, la higiene había estado someti-
luciones] en un sustrato individual altera- da a los principios de la religión, primero
do, de orden moral o “pasional”, en la ter- de forma dogmática y después intentando
minología de la época, no es extraño que racionalizar su contenido, mientras que,
las enfermedades sociales fuesen descri- en el paso del siglo XVIII al siglo XIX, tuvo
tas por ciertos higienistas decimonónicos lugar una inversión en los términos de
como verdaderas enfermedades morales esta ecuación. A partir de entonces, la
que trascienden con su influencia al esta- propia medicina y la higiene se convirtie-
do físico de los individuos al par que tras- ron ellas mismas en fuente de valores
tornan el organismo social». 13 Aunque morales y de normas de conducta.
estos textos médicos subrayaban clara- Como puede comprobarse en los tex-
mente la influencia de la organización so- tos de los higienistas españoles de esta
cial, y de las condiciones de vida y de tra- época, el objetivo de esta medicina de ca-
bajo, sobre la salud, no por ello se dejó de rácter social debía ser precisamente con-
culpabilizar a los obreros de su situación, seguir un perfecto equilibrio entre salud,
por los malos hábitos y las costumbres orden, riqueza y moral. Para conseguir
que dominaban su existencia cotidiana. este objetivo, los higienistas apelaban a
Los tratados médicos hicieron, por tanto, la necesidad de reunir información y es-
un especial hincapié en la responsabili- tablecer consejos sobre todos y cada uno
dad individual de los propios obreros. de los aspectos que influyen en la vida
cotidiana de la clase trabajadora. Hacía
Según Rodríguez Ocaña, aunque el falta supervisar sus viviendas, sus lugares
primer tratado sistemático sobre las en- de trabajo, los establecimientos que fre-
fermedades del trabajo fue la obra de cuentaban, pero también las actividades
B. Ramazzini, Tratado de las enfermeda- que realizaban en su tiempo de ocio, sus
des de los artesanos (Módena, 1700), es relaciones familiares, su alimentación,
importante tener en cuenta la enorme in- incluso el tipo de vestimenta que utiliza-
fluencia de la obra de Ch. Turner, Los ban. Se trataba de higienizar enseres, es-
efectos de las artes, comercios y profesio- pacios y locales, pero también comporta-
nes, y del estado civil y hábitos de vida mientos, pasiones e instintos. Para el hi-
sobre la salud y la longevidad: con suge- gienismo, luchar contra la prostitución, el
rencias sobre la eliminación de la mayor juego, los vicios asociados a las tabernas,
parte de los agentes que causan enferme- la promiscuidad dentro de las relaciones
dad y acortan la duración de la vida familiares, o fomentar el orden, la disci-
(1831), no sólo porque podría ser consi- plina, la limpieza, los hábitos saludables,
derada la primera reflexión crítica sobre y el ahorro, servía tanto para mejorar la
la Revolución Industrial realizada desde salud y el bienestar de la población, como
la medicina, sino también porque intro- para aumentar la productividad económi-
dujo un elemento novedoso que no estaba ca y asentar el orden público. 16
presente en Ramazzini, y que acabó im-
pregnando toda la literatura higienista del El valor económico de la vida humana
siglo XIX: la intención moralizante. 14
Como indica González de Pablo, «desde Uno de los argumentos más utilizados
finales del siglo XVIII y a lo largo del si- por los higienistas y por la medicina so-

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cial para convencer a los poderes públi- que de esta cifra hay que deducir el número de
cos de la necesidad de invertir en el bie- viejos y mujeres que no pertenecen a la clase
nestar de la población, consistió en desta- productiva; pero aun así puede considerarse
que ese exceso de mortalidad evitable, repre-
car el valor económico de la salud. Son senta una pérdida de 15 a 20 millones anuales
habituales, en los tratados de la época, los para el Estado y la familia, sólo en Madrid.
cálculos sobre los costos y las pérdidas Además del exceso de mortalidad, hay to-
debidos a las enfermedades y las muertes davía que tener en cuenta el número despropor-
evitables. En este sentido, es ilustrativa la cionado de enfermos por dolencias infecciosas
obra Madrid bajo el punto de vista médi- que obligan al obrero a abandonar el trabajo;
co-social (1902), de Ph. Hauser (1832- pues 5.000 de exceso de mortalidad anual repre-
1925), uno de los higienistas más rele- senta un mínimum de 35 a 40.000 enfermos,
que, contando sólo diez días de enfermedad por
vantes que vivió en España los últimos término medio, para cada uno, forma en conjun-
cincuenta años de su vida. Hauser intenta to 350.000 días sin trabajo, que son 700.000
argumentar sobre la necesidad del Estado francos de pérdida, y a esto hay que agregar los
de invertir en sanidad. 17 Pone ejemplos gastos que traen la enfermedad o la muerte.» 18
de ciudades europeas como París, Lon-
dres o Berlín, donde ya habrían fructi- El mismo tipo de cálculo de la vida
ficado los esfuerzos realizados para me- humana podemos encontrarlo, por ejem-
jorar las condiciones sanitarias de esas plo, en A. Espina, en una obra donde abo-
ciudades, dando como resultado un des- ga a favor de una ley de seguro obligato-
censo notable de la mortalidad y la mor- rio en caso de invalidez:
bilidad, que tanto gasto producen a las «Calculando, con la mayoría de los so-
arcas públicas. Hauser indica cómo se ciólogos, el valor de la vida de un obrero ma-
calcula el valor económico de la vida hu- nual en 5.000 pesetas, como término medio, y
mana de la forma siguiente: habiendo muerto, por un promedio, en cinco
años, 448.996, se puede ver el gran valor de
«Este valor económico representa lo que una legislación pronta y rápidamente discuti-
cada individuo ha costado a su familia para vi- da, que evite esta sangría suelta a España en
vir, desarrollarse e instruirse, pues es un em- personas y en producción, legislación que, si
préstito que se hace al capital social hasta que se hiciera con el empeño y la premura que un
se llegue a la edad en que el hombre adquiere encasillado de representantes, y pusiéramos
fuerzas morales y físicas que le posibilitan igual empeño en hacerla que en conseguir un
para ganar su sustento por medio del trabajo y distrito, muy pronto nuestra nación se pondría
para rembolsar lo que ha gastado. Los higie- de un salto, pues a paso de hombre no es posi-
nistas ingleses y americanos que se han ocu- ble, al nivel de las cultas e higiénicas. Ved, se-
pado de esta cuestión estiman distintamente el ñores, en cifra redonda, calculando al entero,
valor de un hombre adulto. Chadwick estima- que perdemos 5.000.000.000 de pesetas, y
ba en 5.000 francos el valor general de un tra- bien podemos todos hacer un esfuerzo para
bajador llegado a la edad del adulto. Estiman- menguar siquiera tres de los últimos ceros del
do en dos francos por día el precio de su traba- horrible decimal que os presento. Pero si del
jo y en trescientos días el trabajo de un año, hombre muerto se deduce tal cantidad, hay
resultan 600 francos anuales, los cuales, capi- que ver cuán grande no será el decimal que re-
talizados según la tasa de las rentas vitalicias, sultará de las enfermedades que podemos evi-
dan 6.000 francos. Como hay trabajadores tar y cuán grande es el ahorro con sólo ahorrar
que ganan hasta 10 francos al día, no se puede un día de enfermedad con el socorro y la asis-
admitir un tipo igual para todos los trabajado- tencia a tiempo bien dirigida.» 19
res; pero tomando un término medio, serían
10.000 francos por individuo, y siendo 5.000 O también puede verse en las si-
individuos el exceso de mortalidad, éstos re- guientes observaciones de F. Murillo Pa-
presentan 50 millones de pérdida anual; aun- lacios:

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«Obedeciendo las desventuras del prole- crementarse hasta 5.000 si se le enseñaba


tariado a la falta de recursos, la panacea no a leer y a escribir durante la instrucción.
puede ser otra que proporcionarle los sufi-
cientes para levantar su dietario al nivel de la La gestión médica de las patologías
línea de pobreza, lo cual supone el equilibrio sociales
entre los ingresos y los gastos de primera ne-
cesidad con el aditamento de un margen o Estos cálculos económicos sobre la vida
arreglo que le permita conllevar los infortu-
nios y azares de la vida.
humana tenían como objetivo convencer
a los poderes públicos y a los patronos de
Anteriormente dejo demostrado que la
que la mejora de las condiciones de vida
penuria de medios con sus inevitables secue-
las de alimentación insuficiente, vivienda in- y de trabajo de la población, comportaría
salubre, fatiga prematura y desplazamiento de tanto el aumento del nivel de salud del in-
la mujer y de los hijos, engendran la enferme- dividuo como la erradicación de las lla-
dad en la familia obrera, la degeneración de madas «patologías sociales». La sociedad
la raza y la disminución de la capacidad pro- era concebida como un organismo vivo,
ductora colectiva, lo que, en último término, con sus propias características anatómi-
representa una pérdida cuantiosa del capital cas y fisiológicas. Las patologías sociales
nacional en vidas y haciendas. Hay, pues, tres serían todas aquellas alteraciones del or-
elementos interesados en la resolución del den político, económico y moral vigente
problema: el obrero que pierde la salud y la que se consideraba que, de alguna mane-
existencia, el patrono que no obtiene del capi- ra, perjudicaban el estado de salud de la
tal el debido rendimiento y el Estado que, nu-
triéndose de una y otra raíz, no puede prospe-
población: desde el alcoholismo, el nico-
rar y engrandecerse si ambas caducan. Los tismo, y la prostitución, hasta la mendici-
tres necesitan colaborar en la obra común, dad, la vagancia, la criminalidad, el suici-
porque los tres son, en definitiva, los benefi- dio, la ignorancia o el fanatismo, pasando
ciarios directos del provecho.» 20 por el caciquismo, el pauperismo, las
huelgas, los motines y las revoluciones.
Los ejemplos en este sentido serían En todas estas situaciones, se entendía
muchos. B. Avilés, en Estudio sobre el que se estaba rompiendo el equilibrio ne-
valor económico de la vida y la salud cesario para conservar la salud, tanto del
(1889), calculaba en unos 35.670 millo- organismo social como del individual.
nes de pesetas el valor de la población to- Como afirmaba F. Rubio Galí, los indivi-
tal de España, con una media por habitan- duos serían como las células de la socie-
te de 2.100 pesetas, cifra que consideraba dad, es decir, de un cuerpo colectivo alta-
justificada, entre otros argumentos, por mente complejo, que necesita, para su es-
estar en consonancia con el precio de la tudio, de la socio-patología —una ciencia
exención del servicio militar, oscilando esencialmente médica, pero que se com-
entre 1.500 y 2.500 pesetas. Los gastos plementaba con otras ramas del saber
correspondientes a la enfermedad, junto como la filosofía, la moral, la religión y
con el coste del entierro y la sepultura, el derecho. Como ejemplos de patología
los calculaba en más de 545 millones, social, Rubio Galí pone los siguientes:
160 de los cuales corresponderían a en-
«Vicios individuales trascendentes a la
fermedades infecciosas. A. Larra y Cere- familia y a la sociedad.— Alcoholismo, nico-
zo, por su parte, en Los grandes proble- tismo, nepentismo, mendicidad, egoísmo, va-
mas higiénicos y sociales en relación con gancia, prostitución, criminalidad.
las instituciones armadas (1902), calcu- Vicios sociales.— Preocupaciones, igno-
laba que el recluta tenía un valor de 2.000 rancia, fanatismo, sensualismo, caudillaje, ca-
pesetas, que consideraba que podría in- ciquismo, parasitismo, pauperismo.

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Contagios psíquicos.— Neuropatías co- Según su opinión, este «poder sanita-


lectivas y sociales; antropofagomanía.
rio» debía tener un ámbito de actuación
Trastornos funcionales.— Huelgas, mo- prácticamente infinito:
tines, revoluciones.» 21
«Cae de lleno bajo su dominio científico
En esta línea, donde confluye el go- el problema de las subsistencias, el de los sa-
bierno de la población y la gestión de las larios, el de las viviendas higiénicas y las ciu-
enfermedades, se abogó por el hecho de dades-jardines, el de saneamiento y urbaniza-
que fuera la figura del mismo médico la ción de los pueblos, el de los parques naciona-
que dirigiera todo el proceso de regenera- les, el de la asistencia y educación de los
ción, de cambio y de mejora de la socie- niños, el de la protección a las madres, el del
dad. A. Aguado y L. Huerta, por ejemplo, trabajo en el campo, fábricas y oficinas, las
plagas sociales, la reforma penitenciaria, las
declaraban con convencimiento lo si- luchas sociales... Todo es atendido por ella
guiente: cuando se trata de garantizar la salud y mejo-
rar la vida de la humanidad.
«Pero la dirección de este régimen no
puede encomendarse ya a los fracasados polí- Desde el aire que respira y la tierra que
ticos, diplomáticos y leguleyos, desconocedo- pisa, hasta las costumbres, las pasiones que le
res de la fisiología y de la psicología del hom- dominan, las mismas ideas, aspiraciones, em-
bre y de las necesidades reales de la humani- presas que acomete, todo, en fin, cuanto inte-
dad. Este régimen cae exclusivamente bajo gra el medio ambiente en que desenvuelve su
los auspicios de una nueva ciencia, de la existencia, influye de modo poderoso en la sa-
MEDICINA SOCIAL, que es la Medicina, la lud, en la vida del hombre, como individuo y
Pedagogía, la Sociología y la Jurisprudencia como especie, y es objeto de estudio delicado
íntimamente unidas. Sólo los médicos soció- por parte de la Medicina social que tiende a
logos ejercerán en lo sucesivo el directo y va- disponerlo todo para el logro del ideal supre-
lioso influjo social capaz de mejorar al ser hu- mo, del único verdaderamente positivo y
mano y hacerle fácil su marcha terrena hacia compendio de todos los demás: VIVIR MU-
el destino inmortal.» 22 CHO Y VIVIR BIEN.» 24

Para una tarea tan trascendental, Por su parte, M. Iglesias Carral, que
Aguado y Huerta apostaron por la crea- fue inspector provincial de Sanidad, en
ción de un «poder sanitario», que definie- El médico social (1916), habla de la tarea
ron de la forma siguiente: del médico social como de «una obra de
catequesis», que tendría como principal
«Si la Medicina social ha de ser una reali- objetivo predicar a la población sobre «el
dad, precisa la transformación completa de concepto firme de su deber sanitario». El
nuestra política sanitaria, una remoción de los médico social debería utilizar todos los
actuales organismos administrativos, la crea-
ción de órganos adecuados para la suprema medios propagandísticos hasta conseguir
función de garantizar la salud pública, primer que la población llegara a asimilar «la
deber de los Estados modernos y el más sa- pauta higiénica a que previsoramente ha
grado derecho individual que ha de consa- de sujetarse la vida». Y de la misma for-
grarse en las futuras constituciones políticas, ma que el sacerdote debía cuidar sobre
y, en suma, la afirmación de la existencia de todo del pecador, la medicina social de-
un nuevo poder del Estado, independiente, bía velar especialmente por la clase tra-
desprendido de la función ejecutiva, pero
autónomo, rápido y decisivo, de tal suerte,
bajadora, puesto que llevaba un estilo de
que sea la vanguardia de la sociedad organiza- vida más desordenado e indisciplinado.
da contra las invasiones del destructor ejército Sin olvidar que el médico social, conver-
que atenta contra la salud pública: el poder sa- tido ahora en «el tutor científico del obre-
nitario.» 23 ro», según Iglesias Carral, debería partir

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siempre de la premisa que relaciona ne- mente el obrero, si se le explica con claridad y
cesariamente salud y productividad: amor. No hay, pues, para qué insistir más en la
utilidad de las escuelas que tan bellos resulta-
«En la enfermedad como en el accidente, dos pueden proporcionar.» 26
será la aspiración del médico social restituir al
que sufre la máxima capacidad de trabajo en Aunque, Ph. Hauser, consciente del
el menor tiempo, poniendo para ello a contri- hecho de que la clase trabajadora no
bución toda clase de medios que logren el re- aceptaría sin más el papel de tutor que el
sultado apetecido, y cuando no se consiga médico pretendía ejercer sobre su estilo
lo deseado, adaptar el grado de aptitud que de vida, recomendó que los principios de
reste a la modalidad de trabajo más conve-
niente.» 25 la higiene social se fueran introduciendo
paulatinamente desde diversos flancos,
En este sentido, resulta significativa hasta que llegaran realmente a convertir-
la función que Monlau atribuye a las es- se en familiares para todo el mundo. Para
cuelas dominicales, que debían ser crea- ello aconsejó la presencia de médicos
das para evitar que la clase trabajadora inspectores, con tareas divulgativas, en
empleara su tiempo libre de forma perni- escuelas, cuarteles, hospitales, asilos y
ciosa. Las escuelas dominicales, inclui- hospicios; así como en establecimientos
das dentro de las medidas higiénico-mo- colectivos como teatros, cafés, iglesias y
ralizadoras, tenían que colaborar en la talleres:
instrucción de la clase trabajadora, hasta «Es necesario que el hombre, en todas las
conseguir que ésta interiorizara los si- fases de su existencia, vea, oiga y toque prác-
guientes principios: ticamente los mandamientos sagrados de la
higiene; es decir, que esta ciencia de la salud y
«No hay felicidad posible fuera del cami-
de la vida penetre en su mente por todos los
no de la virtud; que la desigualdad en los bie-
sentidos. Una vez que las masas populares ha-
nes de fortuna está tan en la naturaleza como
yan adquirido los hábitos de la limpieza y ha-
la desigualdad de talento, de talla, de robustez
o de fuerzas físicas; que sin jerarquías no hay yan comprendido la influencia salutífera de la
orden ni sociedad posibles; que la templanza higiene, el médico no encontrará ya dificultad
y la moderación en todo es la condición de la en su clientela para hacer comprender a las fa-
buena salud; que es un absurdo ridículo que- milias su deber profesional para con la socie-
rer fijar un mínimum de jornal y un máximum dad.» 27
de trabajo; que la fórmula esencial del progre-
so económico es producir cada día más, cada Todos los esfuerzos eran pocos
día más pronto, y cada día más barato; (...) teniendo en cuenta que, en último térmi-
que las coaliciones de obreros para hacer su- no, se consideraba que la interiorización
bir el precio del jornal son recursos ya gasta- de los mandamientos higiénicos lograría
dos, estériles y ridículos; que el aumento for- la transformación integral del ser hu-
zado del precio del jornal es insostenible; (...) mano:
que las agresiones brutales, los crímenes que
alguna vez han manchado de sangre el recinto «El nuevo tipo de hombre normal tendría
mismo de las fábricas o de los talleres, son pu- el cuerpo de Adonis, la inteligencia de Aristó-
ras manifestaciones de una ira salvaje e impo- teles y el corazón de Francisco de Asís. Y el
tente, que al cabo es siempre reprimida y cas- nuevo modelo de mujer perfecta tendría el
tigada con fuerte daño del criminal agresor; cuerpo de Venus, el talento de Hipatía y el
que hay, en fin, principios eternos de moral a corazón de María. Con estos ejemplos sólo
cuyas consecuencias están indeclinablemente intentamos hacer bien sensible el supremo
sujetos así el fabricante como el obrero. (...) anhelo de la obra augusta del perfecciona-
Todo eso, y todo cuanto a su bienestar e miento humano. Y esto es lo que pretende, en
instrucción conduzca, comprenderá perfecta- suma, la Medicina social.» 28

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Lo normal y lo patológico: cuestiones co juega un papel fundamental en el dise-


de biopolítica ño de la partición entre lo «normal» y lo
«patológico». Las actuales formas de
Partiendo del título del célebre libro de conducción de las conductas de las perso-
G. Canguilhem 29 —que tanta influencia nas atraviesan nuestro cuerpo:
ejerció sobre Foucault por el hecho de
«El control de la sociedad sobre los indi-
cuestionar la pretendida oposición entre viduos no se efectúa sólo por la conciencia o
lo «normal» y lo «patológico»—, pode- la ideología, sino también en el cuerpo y con
mos concluir que el higienismo y la me- el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo que
dicina social, tal como se desarrollaron importa ante todo es la biopolítica, la biolo-
en España en el siglo XIX y principios del gía, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una
siglo XX, pueden ejemplificar la tesis fou- realidad biopolítica; la medicina es una estra-
caultiana de los poderes de normaliza- tegia biopolítica.» 31
ción inherentes a la biopolítica. 30 La bio- Los mecanismos del biopoder, según
política, según Foucault, caracterizaría la Foucault, se habrían organizado forman-
nueva forma de gestión de la vida huma- do dos vectores principales. Por un lado,
na propia de la sociedad contemporánea. las disciplinas del cuerpo —cuyas hue-
Si durante el Antiguo Régimen el arte de llas pueden rastrearse ya a partir del si-
gobernar se caracterizó sobre todo por el glo XVII—, y que han dado lugar a toda
hecho de que el poder absoluto disponía una «anatomopolítica del cuerpo huma-
del derecho de matar, la racionalidad po- no», que ha tratado al cuerpo como una
lítica contemporánea habría desplazado máquina cuyas fuerzas y habilidades de-
el acento hacia el derecho o la capacidad ben ser canalizadas hasta conseguir su
de administrar la vida. Nuestra moderni- grado máximo de utilidad y docilidad.
dad, según Foucault, se distinguiría pre- Por otro lado, toda una «biopolítica de la
cisamente por haber posibilitado la entra- población» —surgida un poco más tarde,
da de la «vida» en la historia política. El a mediados del siglo XVIII—, y que ha
bio-poder se definiría no tanto por su ca- pretendido regular al cuerpo-especie, a la
pacidad de matar, como por el hecho de población, a los procesos biológicos con-
disponer de los mecanismos necesarios templados como conjunto (la natalidad,
para poder invadir la vida globalmente. la mortalidad, la morbilidad, el nivel de
En el momento en que se pasó de una so- salud, la demografía). El papel central
ciedad del castigo y del suplicio, a una que jugaría la medicina dentro de la bio-
sociedad con predominio de técnicas dis- política sería precisamente gracias a su
ciplinarias y reguladoras, los mecanis- función de bisagra entre estos dos vecto-
mos del poder se empezaron a distinguir res, puesto que su ámbito de actuación in-
no tanto por su capacidad de doblegar, cluye tanto al cuerpo del individuo (cuer-
obstaculizar o destruir las fuerzas que so- po-organismo) como al «cuerpo» de la
meten a su ejercicio, como por sus fun- población (cuerpo-especie).
ciones de producción, de incitación, de La biopolítica, como forma de ges-
reforzamiento o de reorganización de di- tión calculadora de la vida, ha dado lugar
chas fuerzas. a todo un nuevo conglomerado de sa-
Según Foucault, en nuestra sociedad, ber-poder, en cuya construcción la medi-
la medicina formaría parte del dispositi- cina ha hecho contribuciones esenciales.
vo que dibujan las actuales formas de go- La racionalidad política característica de
bierno de la población. En una sociedad la biopolítica, ha ido acompañada por la
normalizadora como la nuestra, lo médi- creación paralela de todo un saber sobre

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los individuos y sobre la población (esta- bién, en una demanda exigida por la pro-
dísticas sobre mortalidad, morbilidad, pia población, una vez ésta ha asimilado
natalidad, longevidad, sexualidad, migra- e interiorizado sus exigencias:
ciones, accidentes), 32 y por la puesta en «Pero las progresivas demandas de la so-
funcionamiento de todo un conjunto de ciedad industrial desarrollada forzaron un nue-
mecanismos que permiten supervisar, vo acercamiento a la consideración de la salud
gestionar y regular la existencia de los in- con el fin de llegar a grandes capas de pobla-
dividuos, mientras se está pretendiendo ción a aceptar el moderno sistema de vida. Por
mejorar sus condiciones materiales de ello, la colonización desde arriba debió acom-
vida (medidas de salud preventiva, dispo- pañarse de un progresivo proceso de asimila-
siciones sobre seguridad laboral o sobre ción desde abajo en la aceptación de la nueva
seguridad vial, normas para la gestión de forma de consideración de la salud. Para que
esta asimilación se produjera con la suficiente
riesgos, campañas de salud pública). Tal extensión e intensidad se precisaba, primero,
como hemos podido observar en el conte- una noción de salud y un proceder para su con-
nido de los textos del higienismo y de la servación que fueran tenidos por la población
medicina social, las relaciones de poder como absolutamente científicos y, por tanto,
en nuestras sociedades se definen por cualquier tipo de aditamento moral presente en
este tipo de «positividad», por actuar más ellos pasara del plano real al ideal; y, segundo,
desde el incentivo que desde la represión, que su aplicación a la esfera pública se hiciera
más desde los consejos y la publicidad, no mediante procederes caritativos sino a tra-
que desde la fuerza de la violencia física. vés de una política científicamente concebida.
Mediante la adquisición de estos ropajes cien-
De esta forma resume González de Pablo tíficos aparentemente neutros (el científico-na-
este proceso a través del cual la promo- tural primero y el científico-social después), la
ción de la salud, como fuente de determi- higiene se impondría por la fuerza de la objeti-
nadas normas morales y de conducta, se vidad de forma irresistible al ser no sólo exigi-
ha ido convirtiendo no sólo en un manda- da desde arriba sino también demandada desde
to impuesto desde arriba por distintas ins- abajo, con el consiguiente efecto de autocon-
tancias de poder, sino, finalmente, tam- trol de las conductas.» 33

NOTAS

1 Canguilhem, G., La santé. Concept vulgaire et sistema sanitario liberal (1791-1870), Madrid, Minis-
question philosophique, París, Ed. Sables, 1990, terio de Sanidad y Consumo, 1984; y Rodríguez Oca-
pp. 27-28. ña, E., La constitución de la medicina social, cit.
2 En este sentido nos han sido especialmente útiles 4 Cf. Montiel, L., «Beneficios y riesgos de un nue-

los siguientes textos: Rodríguez Ocaña, E., «El con- vo valor: el valor salud en la sociedad postindustrial»,
cepto social de enfermedad», en Albarracín, A. en Montiel, L. (coord.), La salud en el estado de bie-
(coord.), Historia de la enfermedad, Madrid, Centro nestar. Análisis histórico, Madrid, Ed. Compluten-
de Estudios Wellcome-España, 1987, pp. 340-349; se, 1993, pp. 37-52. Siguiendo las tesis de G. Can-
Rodríguez Ocaña, E., La constitución de la medicina guilhem, Montiel destaca que el término «salud» es de
social como disciplina en España (1882-1923), Ma- hecho un «concepto vulgar» y que difícilmente la
drid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1987; Gonzá- ciencia puede ofrecer una definición positiva y objeti-
lez de Pablo, A., «Sobre la configuración del modelo va de su significado. No obstante, a lo largo de los dos
de pensamiento de la higiene actual: el caso español», últimos siglos, la salud se ha llegado a definir positi-
DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus., 15, 1995, vamente, pero sólo al precio de relacionarla inevita-
pp. 267-299. blemente con la productividad. Cf. Canguilhem, G.,
3 Se han utilizado sobre todo las recopilaciones de La santé, cit.; y también la definición de salud de la
textos médicos de este período incluidas en López Pi- célebre conferencia de la OMS de 1978, en Alma-
ñero, J. M., M. Seoane. La introducción en España del Ata: «Uno de los principales objetivos de los gobier-

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nos, de las organizaciones internacionales y de la co- todo lo concerniente a higiene pública», en López Pi-
munidad mundial entera en el curso de los próximos ñero, J. M., M. Seoane, cit., p. 176.
decenios debe ser el que todos los pueblos del mundo 11 En España, en comparación con otros países
alcancen en el año 2000 un nivel de salud que les per- europeos como Francia o Inglaterra, el desarrollo de la
mita llevar una vida social y económicamente produc- estadística médica fue mucho más lento. En Barcelo-
tiva» («Declaración de Alma-Ata», en Actividades de na, desde 1877, y en España, a partir de 1879, hubo un
la OMS 1978-1979. Informe Bienal del Director Ge- primer intento serio de producción sistemática de esta-
neral, Ginebra, 1980, p. 8). dísticas de población con fines sanitarios gracias a las
5 Sobre la preocupación de la medicina española disposiciones impulsadas por Cástor Ibáñez de Alde-
por la salud del trabajador durante el siglo XIX, cf. Ló- coa como Gobernador civil y, después, como Director
pez Piñero, J. M., «El testimonio de los médicos espa- general de Beneficencia y Sanidad. Pero, sólo la pu-
ñoles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo. blicación anual, a partir de 1902, de Movimiento de la
El proletariado industrial», en López Piñero, J. M.; población de España permitió la realización de análi-
García Ballester, L. y Faus, P., Medicina y sociedad en sis reglados con una mínima seriedad estadística.
12 Cf. Seoane, M., «Consideraciones generales so-
la España del siglo XIX, Madrid, Sociedad de Estu-
dios y Publicaciones, 1964, pp. 109-208. Y también bre la estadística médica», 1838. Texto reproducido en
Rodríguez Ocaña, E., «Paz, trabajo, higiene. Los J. M. López Piñero, M. Seoane, cit., pp. 187-212. So-
enunciados acerca de la Higiene industrial en la Espa- bre la paulatina introducción del control médico en re-
ña del siglo XIX», en Huertas, R. y Campos, R. (eds.), lación a la maternidad y a la infancia, cf. Rodríguez
Medicina Social y Movimiento Obrero en España (si- Ocaña, E. y Perdiguero, E., «Science and social per-
glos XIX y XX), Madrid, F.I.M., 1992, pp. 383-406. suasion in the medicalization of childhood in 19th-
6 Rodríguez Ocaña, E., «El concepto social de en- and 20th - Century Spain», História-Ciências, Saú-
fermedad», cit., p. 341. de-Manguinhos, v. 13, n.º 2, pp. 303-324, abril-junio
7 Cf., por ejemplo, los comentarios de J. Font i
2006.
13 Rodríguez Ocaña, E., «El concepto social de en-
Mosella, en Consideraciones sobre los inconvenientes
fermedad», cit., p. 345.
que irrogan a la salud de los jornaleros y a la pública 14 Cf. Rodríguez Ocaña, E., «El concepto social de
de Barcelona las fábricas y en especial las de vapor, y
sobre las ventajas de trasladarlas a la llanura de enfermedad», cit., p. 342.
15 Cf. González de Pablo, A., «Sobre la configura-
Casa Túnez (Barcelona, 1852), sobre el hecho de que
las malas condiciones de vida y de trabajo del obrero ción del modelo de pensamiento de la higiene actual:
barcelonés repercuten negativamente en el aprovecha- el caso español», cit., pp. 267-299. En este sugerente
miento de su fuerza laboral. estudio, se muestra cómo la promoción de la salud, es-
8 Cf. Méndez Álvaro, F., De la actividad humana
pecialmente a partir de la industrialización, ha estado
íntimamente relacionada con el fomento de determina-
en sus relaciones con la salud y el Gobierno de los das formas de conducta, adecuadas a las necesidades
pueblos, Madrid, 1864, p. 17. Según Méndez Álvaro, socio-económicas del período histórico. La citación
las pésimas condiciones de existencia de los obreros pertenece a la p. 279.
provocan no sólo la disminución de la población, sino 16 Sobre la frecuente reivindicación de los higie-
también la mala calidad de la que logra sobrevivir, lo
nistas españoles del siglo XIX de su papel de auxiliares
cual conduce inevitablemente a la decadencia de los
privilegiados del gobierno, y sus propuestas para en-
Estados, puesto que una población debilitada, cuando
cuadrar y normativizar el comportamiento de la clase
no imposibilitada, para el trabajo, poco puede contri-
trabajadora, resulta especialmente interesante el si-
buir al progreso económico.
guiente texto: Campos Marín, R., «La sociedad enfer-
9 El doctor Mateo Seoane (1791-1870), seguidor
ma: Higiene y Moral en España en la segunda mitad
del utilitarismo benthamista, y defensor del movi- del siglo XIX y principios del siglo XX», Hispania. Re-
miento liberal avanzado, fue uno de los higienistas vista española de historia, LV/3, n.º 191, 1995,
más reputados. Seoane fue el maestro de P. F. Monlau pp. 1093-1112.
y F. Méndez Álvaro, dos de los médicos de más in- 17 En relación a los trabajos de Hauser, Ocaña y
fluencia en España durante los años centrales del si- Martínez constatan que «sus estudios sobre la salud de
glo XIX. Pedro Felipe Monlau (1808-1871) tuvo una las ciudades parten siempre de la cuantificación de los
gran producción científica y divulgadora. Sus obras fallecimientos, a la que asigna una dimensión econó-
sobre higiene pública y privada tuvieron numerosas mica. Su interpretación de la sobremortalidad en rela-
ediciones durante el siglo XIX. Francisco Méndez ción con la contaminación del subsuelo y los defectos
Álvaro (1806-1883) tuvo una producción literaria más de la vida urbana exigía que los poderes públicos, in-
limitada, pero también dejó su huella en los ambientes teresados en la preservación e incremento de la rique-
médicos y en el de gobierno, donde ocupó cargos im- za nacional, interviniesen para conseguir un sanea-
portantes. Cf. López Piñero, J. M., M. Seoane, cit. miento completo y el desarrollo de planes higiénicos
10 Cf. Seoane, M., «Principios en que deben fun- de reforma urbana. Ésta era la vía teórica por la que la
darse las medidas legislativas y administrativas en higiene se convertía en política.» Cf. Rodríguez Oca-

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ña, E. y Martínez, F., Salud Pública en España. De la bajo obrero en España a mediados del siglo XIX, Bar-
Edad Media al siglo XXI, Granada, Escuela Andaluza celona, Anthropos, 1984, pp. 103-104. Según algunos
de Salud Pública, 2008, pp. 36-37. estudiosos, Monlau sería uno de los autores españoles
18 Hauser, Ph., Madrid bajo el punto de vista mé- donde se muestra más claramente cómo la higiene de
dico-social (Madrid, 1902). La introducción de esta este período se caracterizó por su voluntad de ofrecer
obra se haya reproducida en Rodríguez Ocaña, E., La coordenadas tanto para el ordenamiento moral indivi-
constitución de la medicina social, cit., pp. 83-96. La dual como para el social. Cf. Granjel, M., Pedro Feli-
citación pertenece a las pp. 89-90. pe Monlau y la higiene española del siglo XIX, Sala-
En el texto, Hauser se refiere a E. Chadwick manca, Cátedra de Historia de la Medicina de la Uni-
(1800-1890), abogado inglés que perteneció al círculo versidad de Salamanca, 1983, p. 103; y González de
de J. Bentham, y que fue uno de los impulsores del Pablo, A., «Sobre la configuración del modelo de pen-
movimiento sanitario británico y un estimulador de la samiento de la higiene actual: el caso español», cit.,
intervención estatal en el ámbito sanitario a través de pp. 283-285.
sus críticas a la legislación sobre beneficencia. Espe- 27 Hauser, Ph., Madrid bajo el punto de vista mé-
cialmente importante fue su obra de 1842, Report on dico-social, cit., pp. 91-92.
the sanitary condition of the labouring population of 28 Aguado Marinoni, A., y Huerta, L., «Cartilla
Great Britain. popular de Medicina Social», cit., p. 244.
19 Espina Capó, A., «El seguro de la invalidez»
29 Cf. Canguilhem, G., Le normale et le pathologi-
(Madrid, 1917), en Rodríguez Ocaña, E., La constitu- que, París, P.U.F., 1966.
ción de la medicina social, cit., p. 109. 30 Cf. Foucault, M., «Derecho de muerte y poder
20 Murillo Palacios, F., «La defensa social de la sa-

lud pública» (Madrid, 1918), en Rodríguez Ocaña, E., sobre la vida», en Historia de la sexualidad I. La vo-
La constitución de la medicina social, cit., p. 149. luntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 161-
21 Rubio Galí, F., «La Socio-Patología» (Madrid, 194; y la trascripción de la undécima lección del curso
1890), en Rodríguez Ocaña, E., La constitución de la del Collège de France impartido por Foucault entre fi-
medicina social, cit., p. 212. nales de 1975 y principios de 1976, «Del poder de so-
22 Aguado Marinoni, A. y Huerta, L., «Cartilla po- beranía al poder sobre la vida», en Genealogía del ra-
pular de Medicina Social» (Madrid, 1919), en Rodrí- cismo. De la guerra de las razas al racismo de Esta-
guez Ocaña, E., La constitución de la medicina social, do, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1992, pp. 247-273.
31 Foucault, M., «La naissance de la médecine so-
cit., p. 244.
23 Ibid., pp. 259-260. ciale», en Dits et écrits, vol. II, París, Gallimard,
24 Ibid., p. 249. 2001, p. 210.
25 Iglesias Carral, M., «El médico social» (1916). 32 Cf. Foucault, M., «Naissance de la biopoliti-

Texto reproducido en Rodríguez Ocaña, E., La consti- que», en Dits et écrits, vol. II, París, Gallimard, 2001,
tución de la medicina social, cit., pp. 231-240. La ci- p. 818.
tación pertenece a la p. 233. 33 González de Pablo, A., «Sobre la configuración
26 Monlau, P. F., «Higiene industrial» (1856), en del modelo de pensamiento de la higiene actual: el
Monlau, P. F. y Salarich, J., Condiciones de vida y tra- caso español», cit., p. 286.

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