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La Escuela Granadina de Guitarreros

Por Evaristo Valentí López, originalmente destinado al libro de “La escuela granadina de
guitarreros”.

En una agradable visita por los talleres de los guitarreros granadinos, cualquiera de nosotros
puede ahora sorprenderse encontrado, sin buscarlo, a personajes altos, de pelo rubio y ojos claros,
que con un curioso acento granadino “contaminado” de restos de habla sajona, nos muestran el
fruto de una tradición española arraigada y proveniente de tiempos muy lejanos. Para la mayoría
de ellos, Granada ya es su vida, y allí han sabido encontrar un camino que vinieron buscando o
con el que se tropezaron, en una especie de acto de fe que les cautivó. De una y otra forma, han
sido recibidos, adoptados a veces, adiestrados otras, pero toda la tradición gremial y familiar de los
guitarreros granadinos, les ha sido entregada de la peculiar manera que este gremio sabe hacerlo.
Ahora bien, será objeto de este artículo, el intentar encontrar lo que estos foráneos que
permanecieron en Granada y alrededores, han aportado a esa tradición, a la ciudad y al mundo de
la construcción de guitarras en Granada.
Cualquier persona cercana a la guitarra clásica o flamenca, en un nivel medio y alto, en cualquier
lugar del mundo, sabe que la ciudad de Granada es cuna de tradición en la construcción, evolución
y desarrollo de este instrumento. Desde 1500 tenemos constancia de la localización en la ciudad
de violeros, y estas localizaciones se vienen dando, siglo tras siglo, hasta nuestros días.
Aunque no es nuestro objetivo, intentaremos ver dentro de que marco encontramos a los
extranjeros que han venido a la provincia para hacer guitarras:
Podemos afirmar que, desde que Benito Ferrer en el último cuarto del siglo XIX, hiciera de su
apellido toda una dinastía de guitarreros, la guitarrería granadina ha seguido establecida y
creciendo de forma ininterrumpida en número y calidad hasta nuestros días. Ahora encontramos
tres generaciones trabajando simultáneamente en el oficio y unos cincuenta guitarreros que, en
pequeños talleres, están de con mayor o menor fortuna trabajando en la guitarra.
El atractivo que la ciudad ejerce es algo que en cualquier guía turística o con un simple paseo
podemos descubrir. Durante la década de los setenta en adelante, en una España que cambiaba a
pasos lentos, con sus complejos y prejuicios, se hizo del turismo una forma de vida. Comienzan a
llegar centro europeos buscando relax en un estilo de vida diferente, desenfadado y, entre ellos, se
“infiltran” algunos deshubicados que buscan alternativas.
En lo que a los guitarreros se refiere, creemos que hay algo común entre los extranjeros que
llegaron en esa época a Granada: la necesidad de encontrar una alternativa vital, cercana a la
creación artística (de la que algunos ya participaban), al trabajo artesano, personal y que permitiera
plasmar en algo físico una necesidad de expresión alejada de los trabajos y formas de vida más
habituales que podían encontrar en cualquier otro sitio. Algunos, como personajes de cuento que
necesitan recorrer su propio camino para resolver las dudas inconscientes y convertirlas en base
de su desarrollo personal, encuentran en los pequeños talleres de constructores de guitarras, la
respuesta a esas dudas.
En ese momento, ya había en Granada guitarreros, situados en pequeños talleres, que tenían una
enorme habilidad en el trabajo artesano de la madera y que habían aprendido a hacer guitarras
siguiendo una tradición muy arraigada. Hablamos de un gremio muy especial, cercano al mundo
del arte (sobre todo el flamenco), que hace de la guitarrería toda una forma de vida y en la que no
hay horarios de trabajo ni imposiciones, sólo la de ganarse la vida y disfrutar con la gente del
mundillo.
En esas fechas llega a Granada el primer extranjero interesado en la construcción de guitarras:
Bernd Martin. En 1976, con 22 años de edad y sin ningún tipo de problemas a la hora de solicitar
ayuda y colaboración, este alemán nacido en Stuttgart, con formación musical, ya conocía el
ambiente de la ciudad y tenía alguna guitarra de constructor granadino. Rápidamente contacta con
guitarreros de tradición que le ayudan a hacer su primera guitarra y a barnizar como se hacía y se
sigue haciendo allí. Tras él aparecen René Baarslag, ingeniero interesado en tocar la guitarra
flamenca, que tropieza de frente con el oficio; Alejandro Van der Horst, turista en Torremolinos,
tocaba la guitarra y construía algunas de forma autodidacta, persona inquieta en todos los sentidos.
Jonathan Hinves, inglés con conocimientos de música, que ha vivido en varios lugares muy
diferentes, conoce a Antonio Marín al pedirle ayuda para reparar un charango, comienza
haciéndolos él y entra también en el “Universo Granadino” de la construcción de guitarras.
Hablamos ya de la década de los 80, y creemos que este grupo será uno de los motores que
refrescan y agilizan de alguna forma, el mundo de la guitarrería granadina.
En esos años, el imaginado árbol genealógico venido de Casa Ferrer, se dividía en dos ramas, con
los talleres de Marín y Bellido y los guitarreros salidos de allí que ya se habían establecido por su
cuenta. Estos, de maneras muy diferentes, serán los improvisados maestros de jóvenes foráneos
que ya hacen sus primeros instrumentos y que buscan entre herramientas seculares, olor a
barnices, colas y tabaco, ideas que les inspiren y solucionen los obstáculos con los que se van
tropezando.
Lo que estos, cariñosamente llamados “guiris”, encuentran, es a personas con una habilidad
sorprendente en el trabajo de la madera, formados muchos de ellos en talleres de ebanistería de
gran nivel que, lejos de encontrar dificultad en hacer una guitarra, son capaces de aportar e
improvisar soluciones a problemas que a otros les resultan insalvables y que pasaron después a
formar parte de la magia de la guitarrería aprovechando la habilidad aprendida Están entrando en
un círculo cerrado y particular, enormemente individualista, que se amplia entre amigos y familiares,
pero que se convierte en generoso cuando ellos van a buscar ayuda. A la vez, te conduce a la
soledad de tu taller, donde habrás de encontrar tu camino personal, sin saber, en la mayoría de
ocasiones, lo que hace el taller del vecino.
Bernd Martin busca esa ayuda en José López, se influencia de la mentalidad abierta e
investigadora de Germán Pérez y también recibe ayuda, como todos, del gran maestro Antonio
Marín. René, Jonathan y Alejandro, pasan horas y horas en el taller de Antonio Marín, asimilando
una forma de trabajo y un sentido común aplicado al oficio, realmente sorprendente. A ellos acuden
para tener una base, mientras trabajan de forma autónoma y buscan compartir ideas y
experiencias con cualquier guitarrero de tradición, para intentar entender mejor el porque de lo que
hacen.
Para los extranjeros que habían llegado a Granada, el hacer guitarras era mucho más que una
forma de ganarse la vida. Sin embargo, para los maestros del oficio, la necesidad de encontrar
mercado a sus instrumentos, les había llevado en ocasiones a atender demandas según las modas
y puede que no tanto a seguir una línea clara y personal de evolución. Digamos que ponían todo
su conocimiento y fabulosa habilidad, al servicio de lo que guitarristas de muchos lugares del
mundo pedían.
En este punto debemos quizá recurrir a un ilustre personaje que influyó de alguna forma en los
guitarreros de Granada a través de Antonio Marín. Este es Robert Bouchet, artista en todos los
sentidos y mitificado guitarrero. En 1976 Antonio Marín escucha y ve una guitarra de Bouchet y se
sorprende por su sonido y las diferencias en la construcción. Al año siguiente Bouchet pasa un
mes en Granada y hacen una guitarra juntos. El francés, en realidad, no era un gran artesano, pero
si una persona de una gran sensibilidad artística (practicada en la pintura) y gusto por la tradición
de los más conocidos guitarreros (Santos, Manuel Ramirez). Sus métodos trabajo eran algo
complicados y lentos, pero la enorme sensibilidad de los dos les llevó a seguir una línea de trabajo
y amistad. Dos años después, Marín viaja a Francia y allí trabajan juntos en varias guitarras en las
que cada uno aporta experiencias y conocimientos (plantillas, diseños, formas de trabajo…).
Pensamos que, aunque no decisiva ni con cambios fundamentales, está relación trajo a Granada
ideas que algunos guitarreros, en mayor o menor medida, usan o han usado en sus diseños. De
hecho, actualmente, Antonio Marín sigue haciendo parte de su producción sobre la base de
aquellos diseños y la influencia de ese trabajo ha llegado a otros a través de Marín.
Viendo las fechas de las que hemos hablado, podemos intuir una pequeña “revolución”, a la que
contribuyen la relación Marín-Bouchet a finales de los 70 y la llegada de esos extranjeros
hipermotivados en la misma época y muy poco después. Una revolución ajena, seguramente, a los
talleres establecidos, que en la seguridad de sus habilidades, continuaban su trabajo como ejemplo
para los que desde fuera, intentan aprender.
Esta pequeña revolución se gesta, sin ellos pretenderlo, en la mente de los “guiris”, que se motivan
unos a otros desde personalidades muy peculiares y complementarias. Pensamos que en este
periodo, en el que coinciden Bernd Martin, Rene Baarslag, Jonathan Hinves y Alejandro Van Der
Horst, junto con algunos otros que no se establecieron de forma continua en la provincia, es en el
que la guitarrería granadina se abre definitivamente a todo el mundo guitarrístico, la calidad de los
instrumentos alcanza un nivel muy alto y sus características son un estándar que la identifican en
cualquier lugar del mundo guitarrístico.
Con Bernd cerca de José López Bellido y Germán Pérez. René, Jonathan y Alejandro alrededor de
los talleres de los guitarreros más antiguos, con Antonio Marín como referente, tanto personal
como técnico en todos los casos, el objetivo era siempre el mismo: adquirir autonomía suficiente
para hacer guitarras de una altísimo nivel de calidad. A estos debemos añadir a Kojiro Nejime y
Thomas Redlin, los dos únicos que han trabajado de verdad como aprendices en el taller de
Antonio Marín. El primero continúa en Japón haciendo guitarras en el mismo estilo y Thomas ya no
construye.
Quizá sea algo pretencioso convertir en “responsables” de esto a tan pocas personas, más aún
cuando ellas mismas quizá no hayan llegado a esa conclusión. Ahora intentaremos explicar esto
con el análisis de varios factores que confluyen en la misma época y en estos europeos adoptados
a la vida granadina:
-Todos tienen una determinación absoluta en mejorar, convirtiendo este objetivo en una obsesión
que no descansaba en ningún momento. Todos saben que el inquieto y vital Alejandro, podía
avisar en algún momento del día o la noche, de un pequeño experimento que le había llevado a
algunas conclusiones, más o menos útiles. O de la búsqueda continua de la perfección y pulcritud
de detalles de Jonathan.
-La amistad entre ellos y la gran cantidad de horas compartidas hace que la motivación sea
contagiosa y los recursos también se compartan, facilitando así la labor. Somos de la opinión que
esta motivación acaba trasladándose también a los guitarreros granadinos que ven como sus
instrumentos cobran cada vez más importancia fuera y dentro de España.
-El venir de otros países y el dominio de otros idiomas, les pone fácil dar a conocer lo que hacen y
“publicitar” su trabajo, a la vez lo que lo hacen con el de sus “maestros”. Viajaban juntos en
multitud de ocasiones para comprar madera o vender guitarras, acudían a festivales, contactaban
con guitarristas, a los que someten a preguntas sobre el instrumento y lo que buscan en el, para
extraer todo el beneficio posible en aras de su obsesión: hacer buenas guitarras siguiendo la
tradición de los talleres de Granada. En esta época, fuera de España no había tantos buenos
instrumentos como ahora y ellos eran parte de “la voz de la guitarrería granadina”, que le estaba
contando al mundo el interés por una tradición asimilada con la práctica y transmitida en familias,
de generación en generación. Las guitarras que muestran son fantásticamente acogidas y, sin
necesidad de explicaciones, los guitarristas se quedan con ellas.
-La constante inquietud por experimentar, siempre desde la tradición, les hace plantear problemas
nuevos a los antiguos guitarreros, que, generosamente, intentan resolver con sus capacidades y
experiencia. Este es uno de los grandes atractivos que los extranjeros encuentran y que
“exportarán” como parte de la identidad de sus instrumentos, la tradición, el trabajar según lo
transmitido durante siglos, pero con las ganas de descubrir la mejor forma de llegar a la mejor
guitarra que ese conocimiento pueda dar. Algunos de ellos piensan que, la escuela de guitarreros
de Granada es una base de sonido y una forma determinada de trabajo y organización.
A estas razones se une que Dean Kamei funda en 1974, en San Francisco (EEUU), un negocio en
torno a la guitarra, descubriendo en Granada un tipo de guitarra con diferencias de sonido, aspecto,
comodidad y peso, respecto a las más conocidas de otros lugares de España. Para algunos, dar
cabida a este descubrimiento, fue también una influencia externa que ayudó a difundir y generó
interés por los instrumentos que aquí se construían. También al final de la misma década, Rolf
Eichiger abrirá una tienda en Alemania. Interesado en la tradición granadina, después decidirá
venir a la ciudadad para aprenderla.
Estas razones, como principales, son las que nos llevan a pensar que, durante los años 80 y hasta
finales del siglo XX, el pequeño grupo de centro europeos, formados en otros ambientes y culturas,
actúa como parte de un motor que da fuerza al desarrollo de la construcción de guitarras en los
talleres granadinos.
Los viajes en coche, cargados de guitarras por los países de centro Europa, son cada vez más
habituales entre los guitarreros y la exportación a Japón y Estados Unidos crece. A la vez, en
España, Casa Luthier en Barcelona comienza a vender estos instrumentos y a “educar” a los
clientes en el gusto por ese tipo de guitarras, recordemos: evolución de una tradición.
Este creciente interés hace que en revistas de Estados Unidos y Japón aparezcan multitud de
publicaciones, también en esos años de 1980 a 2000, con reportajes sobre guitarreros granadinos
de tradición y sobre los extranjeros que están motivando el presente escrito. En ellas, siempre
destacan las mismas intenciones: la gran admiración por el trabajo artesano, basado en la tradición
y, representado, sobre todo, por Antonio Marín y los que por su taller han pasado y asimilado esa
forma de ver la guitarra.
Quisiera en este momento, porque es uno de los europeos que acabó en Granada su vida y
porque su peculiar influencia fue lo suficientemente grande y agradecida, mencionar a Rolf
Eichinger. Este alemán, propietario de una tienda de guitarras en su pais, comenzó a interesarse
por la construcción y decidió pasar un tiempo en Granada para asimilar esa tradición y trabajar en
ella. Más tarde se establece en esta ciudad. Persona muy inteligente y de insaciable curiosidad, no
tan hábil en el trabajo manual como los mejores guitarreros granadinos, pero con una capacidad de
análisis y visión organizada de lo que buscaba en sus guitarras y de como encontrarlo.
Personalmente, pienso que mantenía muy viva esa primera ilusión de la que he hablado al
referirme a Bernd, Alejandro, René y Jonathan. Podríamos considerar que ha sido uno de los
últimos (hasta su fallecimiento en 2009) guitarreros extranjeros que han dado empuje al desarrollo
y difusión de la guitarrería en Granada. No siempre agradable en su manera de transmitir lo que
enseñaba y austeramente sincero en ocasiones, a él acudían muchos de los que querían
comenzar a hacer guitarras y que ahora agradecen enormemente su “doctrina”. John Ray o
Thomas Holt son ejemplo de la influencia de Rolf en la guitarra granadina.
Igual que al principio de este artículo dijimos cual era su objetivo (ver cual ha sido la aportación de
los primeros guitarreros extranjeros en Granada), ahora sentimos la necesidad de decir lo que no
pretende ser. Lo aquí escrito, seguramente no aporta demasiados datos nuevos, ni descubre
aportaciones técnicas, ni es un artículo de investigación exhaustiva sobre el que se puedan hacer
precisas disquisiciones. Sin embargo, ordena y muestra el transcurso de unos acontecimientos que
de alguna manera han intervenido en el devenir de la guitarrería. No sabemos que hubiera pasado
si estos “guiris” no hubieran venido a Granada, ni podremos saber como hubiera sido el desarrollo
de la construcción de guitarras allí si ellos no hubieran contribuido a su difusión por todo el mundo,
pero si podemos asegurar que habría sido bastante más difícil sin su aportación.
Debemos ahora, de todo lo dicho hasta aquí, intentar resumir que es lo que ellos han dejado en
Granada como poso para las generaciones de guitarreros que venían detrás, y cual ha sido la
contribución de este pequeño círculo que, desde la llegada de Bernd Martin en 1976, trabaja, se
modifica y se amplía, en torno a la provincia. Quizá en este orden de importancia:
-Difusión del tipo de guitarra y forma de trabajo empleada en los talleres de los guitarreros
granadinos, por todo el mundo, gracias a sus contactos extranjeros.
-Fomentan la base tradicional del sonido y construcción venida de la cultura violera de las escuelas
españolas antiguas, y sobre ella conseguir instrumentos de gran calidad. Con esta premisa, sin
saberlo, crean precedentes para otros guitarreros y resaltan una de las esencias que, durante esa
época y por influencias externas, podría estar decayendo. Incluso contribuyen a recuperar ciertas
formas de trabajo que estaban comenzando a olvidarse y que ellos se interesan en rescatar y
hacerlas de uso común.
-Búsqueda constante de pulcritud en el trabajo, intentando utilizar los elementos mínimos para
conseguir equilibrio en todos los instrumentos y el más alto nivel de calidad. Esta idea, que parece
obvia, quizá no lo es tanto si vemos como, a partir de estos años, la calidad de las guitarras sus
guitarras aumenta y, dato importante, alcanza mayor equilibrio entre los instrumentos que cada uno
hace.
-Entusiasmo contagioso por lo que hacen, quizá en un pequeño mundo en el que la individualidad
y, en determinadas épocas, la rutina o incluso la necesidad, habían convertido el trabajo en algo
menos ilusionante. Sus ganas constantes de evolucionar, de probar cosas, pero de una forma
ordenada e inteligente y siempre con una base de sonido extraido de las mejores guitarras que la
tradición española supo dar, se contagia y, más importante: obliga a los guitarreros asentados en
Granada, con el referente de Antonio Marín, a dar lo mejor de sus habilidades y conocimientos en
lo que hacen.
-Frescura en la forma de afrontar el oficio. Dentro de un trabajo organizado en “clanes familiares”,
muy cerrado y con los objetivos algo dispersos, los “guiris” airean y refrescan ese universo,
integrándose en la cultura guitarrera, pero a la vez poniendo en ella otra forma de afrontar ese
trabajo, tan arraigado en la zona y con costumbres tan particulares.
Como vemos, las aportaciones no son formas concretas de hacer algo, ni innovaciones sobre el
instrumento. Si es la intención de aclarar unas bases sobre las que trabajar (la tradición “gremial”
granadina), avanzar lo más posible en esas bases y difundir el trabajo que allí se hace,
colocándolo en el nivel de calidad absoluta que se merece, con los referentes de los “maestros”
granadinos de los que hemos hablado.
Llegamos así hasta estos mismos años que vivimos y, desde los años 70, a los que nos hemos
remontado, tanto el país desde el que hablamos, como Granada, la provincia en la que están los
guitarreros de los que comentamos, y la forma y velocidad de las relaciones y transmisión de
conocimientos a nivel mundial, han cambiado casi como en una novela de ciencia ficción. A partir
de aquí las visitas de guitarreros de todo el mundo son constantes y las influencias directas de los
“maestros” de Granada comienzan a diluirse en la transmisión infinita que se hace de ellas,
difundiéndolas por escuelas, cursos y festivales de cualquier lugar. Casi en todos los países donde
haya algún guitarrero, podemos ver detalles de tradiciones en la construcción de guitarras de los
que aquí vemos, y esto ocurre gracias a ese devenir continuo de personas de fuera, que han
sabido entender la importancia de lo que pasa en Granada con respecto a la construcción de
guitarras.
A partir de aquí, y con la cantidad de personas que en la provincia trabajan haciendo guitarras, el
espectro se amplía y cualquier idea llega en muy poco tiempo a cualquier lugar. Pero creemos que
estamos en condiciones de afirmar que Granada es una especie de reducto en el que se refrescan,
transmiten y actualizan las formas de trabajo que se han usado desde siempre. Los extranjeros,
además, siguen llegando. Igual de ilusionados en seguir haciendo que esta rueda gire, aunque
algo más informados gracias a esos pioneros, y entregando su futuro a una forma tan particular de
vivir. Henner Hagennloger, Stephen Hill, Matteo Vaghi, Franz Butscher, Daniele Chiesa, Andrés
Marvi, John Ray o Thomas Holt son, actualmente, el ejemplo de esa generación posterior que
encontró en Granada el camino de aprendizaje y evolución para hacer guitarras en la tradición
granadina. Hay influencias de todas las escuelas de constructores de guitarras de cualquier
continente, pero la gran mayoría mantiene los usos tradicionales y siguen intentando comprender
mejor ese sonido y como usar los elementos que lo generan, para conseguir acercarse a un ideal
al que, esos extranjeros objeto de este artículo, han contribuido realzando y depurándolo.

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