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FOTOGALERÍA Esto no es un zoo
El límite entre animales y personas
La salvación del tigre al que usaron como mascota y luego abandonaron
El tráfico de especies tiene una nueva víctima: los burros
Lo que sí hay son jaulas con algunos primates, aves o felinos; pozas con
caimanes y tortugas, de diversas especies; y fotos con letreros que
explican el objetivo supremo del Centro de Rescate Amazónico (CREA), en
Loreto (Perú): rescatar, rehabilitar y eventualmente liberar a especies de
fauna silvestre que habitan en el ecosistema amazónico. Todo sumergido en
un bosque.
El drama de Miki y Maqui
En una jaula descansa, aparentemente relajado, un tigrillo (Leopardus
pardalis). El bello felino es de tamaño mediano y de un color amarillento
salteado con manchas negras. Llega a pesar más de 10 kilos y es muy
adaptable a diversos ecosistemas (bosques, pantanos, pastizales). A este lo
llaman Miki y esta acá porque la Policía Ecológica lo decomisó en una
comunidad selvática y lo llevó a CREA. De primera impresión, parece cruel
verlo encerrado, pero no hay alternativa. “Lastimosamente, no puede volver
a la naturaleza, porque es un ejemplar que está con los humanos desde
bebé”, dice Vélez.
Alguien lo encontró en la selva, muy pequeño, lo convirtió en una mascota
y, claro, no aprendió a cazar. Una madre dedicada tendría que haberle
enseñado a capturar monos, aves, pequeños lagartos o huevos de tortuga.
Como ya está grande y se volvió dependiente, ya no lo aprenderá si sale e
incluso podría correr riesgos fatales. Tiene un destino limitado.
Hay todo un código, muy complejo, para tratar con animales rescatados. Los
primates y las aves suelen volverse dependientes con facilidad. Los reptiles,
en cambio, son más independientes y, por lo general, son mejores
candidatos para ser liberados. Son animales que no se dejan apapachar,
como otras especies, y además no viven en grupos y buscan su comida en
espacios más reducidos.
Aunque no todas las aves son mansas. Acá viven un guacamayo rojo y azul
(Ara macao) y uno azul y amarillo (Ara ararauna). Al primero lo llaman Alitas
porque le falta el ala derecha. Jamás podrá volver a la vida salvaje por su
discapacidad. El otro más bien es agresivo, vuela bien, se va y regresa. “Él
sí tiene posibilidades de irse al bosque”, apunta Barrera.
Los primates y las aves suelen volverse dependientes con
facilidad
A los monos se les puede liberar si se les encuentra una familia que los
acoja, no como ocurrió con el tití golpeado. Pero si llegan muy desnutridos
—como ocurrió con Pocahontas, un ejemplar hembra de la especie mono
choro de cola amarilla (Oreonax flavicauda)— la veterinaria debe tratarlos.
Eso implica, en algunos casos, darle vitaminas o medicamentos, con los que
desarrollarán mejores anticuerpos. A la vez, pueden adquirir nuevas
bacterias en el refugio que luego, cuando sean liberados, afectarían a las
poblaciones naturales. “Por eso, en el tema de la liberación se debe tener
mucho cuidado”, enfatiza Vélez. Hoy inclusive se ha visto que también
podrían transmitir virus a los humanos, como parece haber ocurrido con el
coronavirus, que habría venido de un animal silvestre.
La gesta del manatí
Toda esta odisea en busca de rescatar especies silvestres, comenzó un
memorable día del 2007. Javier Velásquez, un biólogo oriundo de Iquitos,
estaba visitando una oficina de la Dirección Regional de Producción
(Direpro), cuando vio una cría de manatí amazónico (Trichechus inunguis)
que estaba depositado en una batea.
Había sido decomisado en el mismo Iquitos, pero cuando preguntó si había
un protocolo para ayudarlo le dijeron que simplemente no existía. Pidió
llevárselo, pero las autoridades no accedieron porque él no era una
institución, sino una persona natural. A los pocos días se enteró que el bebé
manatí murió sin remedio, acaso de inanición.
Desolado, Velásquez formó —al cabo de unos meses y con tres amigos— la
Asociación para la Conservación de la Biodiversidad Amazónica. Para
entonces, ya habían contado 15 manatíes muertos en condiciones similares.
En noviembre, cuando encontró otro manatí en Direpro, solicitó llevárselo y
lo colocó en un tanque que había en la casa de un tío suyo.
Gracias a esta gesta, hoy vemos a Alegría, una hembra de manatí de unos
cuatro años, en condiciones saludables y nadando en una poza. Se la ve
voluminosa, pero apenas es una adolescente próxima al destete. En ese
período de infancia-adolescencia, estos animales son sumamente
vulnerables y es cuando suelen ser capturados.
Liberación y protección
“En la naturaleza no los vas a ver flotando, solo vas a ver que sacan la
naricita para respirar”, prosigue el fundador de CREA. Velásquez también
vio, en el 2016, una cría manatí que estaba en estado caquéxico (extrema
desnutrición), porque se había pasado semanas sin comer, solo
alimentándose de su propia grasa, que es abundante.
“Eso limpia el agua”, sostiene Velásquez. Por eso, matarlos —de inanición
involuntariamente, o para comerlos en chicharrón (carne cocida en agua),
como se hacía antes— es vulnerar la Amazonía. Hubo un tiempo, muy cruel,
en que hasta los mataban poniéndoles dos palos en los orificios de la nariz
para que ya no pudieran respirar.
Lo mismo hay que hacer con las otras especies: no soltarlas en cualquier
sitio, sino donde puedan ser cuidadas, a fin de que no las vuelvan a dañar.
O para que no terminen en Belén, un mercado popular de Iquitos, de donde
han sido rescatados varios ejemplares que de otro modo hubieran
abonado el perverso y gigantesco tráfico de animales silvestres.
Volver a la vida
Al borde de una poza, Barrera se muestra cariñosa con Alegría, la pequeña
manatí que ha aprendido a reconocerla, a sentir en sus manos la
generosidad también presente en nuestra especie. Por los alrededores
nadan otros manatíes, pero que no salen tanto a la superficie. Desde no tan
lejos, llega el ruido típico e inconfundible de algunos loros.
No es posible salir de CREA sin conmoverse. Alegría exhala vida. Miki sufre,
pero sobrevive. Y el tití pigmeo quizá encuentre otra oportunidad para irse
con una familia de su especie saltando por el bosque. Porque esto no es un
zoológico, sino un lugar cuyo propósito vital es devolverle al reino animal lo
que los humanos le quitamos miserablemente.
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