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COLDWIND

CAPÍTULO UNO
SEIS
CIUDAD DE NUEVA YORK, NUEVA YORK

LA CIUDAD ESTABA VOLVIENDO A LA VIDA.


Mientras Seis y Sam caminaban por la Quinta Avenida en las latitudes
medias de Manhattan, fueron rodeados por los equipos que reparaban
los daños causados por la invasión mogadoriana que había tenido lugar hacía
más de un año. Mientras que grandes sectores de la ciudad habían sido
reducidos a escombros, los nuevos edificios se levantaban de las cenizas de los
antiguos. Alrededor de ellos, los neoyorquinos se ocupaban de sus vidas: los
taxistas pitaban, los compradores miraban a través de los escaparates de cristal
a los maniquíes vestidos a la última moda, una persona paseando 6 perros se
detuvo para que ellos hicieran pipí en un árbol que todavía mostraba las
marcas de las garras de un piken.
Era la primera vez que Seis o Sam estaban en la ciudad desde la batalla
que casi la destruyó. Durante el tiempo que habían estado viajando por el
mundo, habían visto otras ciudades que se estaban recuperando de la invasión,
pero en su mayoría se habían quedado en lugares donde no se les recordaba
aquellos terribles acontecimientos. El punto de su viaje había sido para
disfrutar de la belleza del mundo, y darse tiempo para estar a solas el uno con
el otro. Estar en Nueva York los devolvió a donde gran parte de la guerra
había sucedido.
Al pasar por una parada de autobús, Seis vio un cartel sobre una
exhibición en el Museo Americano de Historia Natural en conmemoración de
la que había empezado a ser conocida como la Batalla por los Condados. El
cartel presentaba la imagen de una enorme criatura parecida a un dinosaurio.
El Mogasaurio; Seis pensó, recordando el nombre que Daniela le puso al
monstruo que habría matado a sus amigos y a miles más si Daniela y John no
lo hubieran convertido en piedra. Ella no lo había enfrentado, ya que había
estado lidiando con sus propios problemas en México en ese momento, pero
había escuchado todo al respecto. Miró a Sam para ver si se había dado
cuenta.

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—Supongo que sacaron los restos del río —dijo. Miró el cartel durante
un largo momento antes de agregar—, deberíamos visitarlo.

—¿A John? —Dijo Seis, sabiendo que él no se refería a la bestia


petrificada—. Lo haremos. Pronto.
Pensó en los colgantes de loralita que su amigo les había dejado a ella y a
Sam en esa playa en Montenegro. Podrían haberlos utilizado en cualquier
momento para ir al complejo de John en el Himalaya. Pero no lo hicieron. Ni
siquiera habían hablado de la posibilidad más que de la de aceptar que no
estaban listos para ir. No estaban enojados con John ni nada de eso, incluso si
él y Seis no habían estado de acuerdo acerca de cómo manejar la relación de
los lorienses con el mundo humano y el tema de la nueva Garde Humana. Ella y
Sam sólo querían algún tiempo de normalidad… o tan normal como pudiera
ser, considerando quién y que eran.

Entonces, hace una semana, justo después de que habían regresado a


los Estados Unidos y recorrían la primera parte de su viaje por los Apalaches
en Maine, un correo electrónico les llego a sus bandejas de entrada. Era de
alguien que pedía hablar con ellos sobre la posibilidad de trabajar con un
grupo relacionado con la Garde Humana. Seis lo había eliminado sin siquiera
terminarlo. Sam, sin embargo, lo leyó, y unos días después lo sacó a relucir
mientras cenaban en un lago particularmente hermoso. Seis inmediatamente
objetó. Pero Sam la fue convenciendo durante los días siguientes mientras
continuaban su viaje, y eventualmente ella accedió a reunirse con el remitente,
aunque sólo fuera para que Sam se callara.
Ahora, después de hacer autostop hasta Bangor, tomar un autobús a
Boston y luego un tren a Nueva York, no estaba tan segura sobre reunirse con
el remitente. Ver el cartel de la exhibición sólo reforzó su creencia de que era
demasiado pronto para involucrarse nuevamente en actividades de garde. Se
detuvo y reajustó su mochila.

—Sam, ¿qué estamos haciendo aquí?

Sam, unos pasos por delante de ella, se dio la vuelta. Vestido con botas
de montaña y ropa más adecuada para el bosque que para la jungla de
concreto, se veía fuera de lugar en el mar de gente elegantemente vestida que
caminaba a su alrededor. También necesitaba un corte de cabello y una
afeitada.

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—Sólo vamos a conversar —dijo—. Eso es todo.

—No le veo el punto a eso —le dijo Seis. Su cabeza estaba llenándose
rápidamente de recuerdos —en los que había trabajado tan duro para dejar
atrás— y de repente quería estar en cualquier otro lugar—. Sea lo que sea,
digo no. Le dije que no a John sobre la Declaración. Dije que no a dirigir la
Academia de la Garde Humana. ¿Cómo es que esto es diferente?

Sam la miro durante un buen rato antes de contestar, y por un


momento ella pensó que él estaría de acuerdo en darse la vuelta e irse.
—Tal vez no será diferente —dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Pero
que más vamos a hacer? Hemos estado viajando por el mundo durante más de
un año. Hemos estado en más países de los que puedo contar. Ha sido genial
tenerte toda sólo para mí, pero estoy cansado de vivir afuera de una mochila.
Y quiero hacer algo. Algo que haga la diferencia. Es hora de averiguar qué es
lo que sigue.
—¿No puedes ser sólo voluntario en un equipo de reconstrucción o
algo así? —pregunto Seis.

Sam caminó hacia ella. Tomo sus manos entre las suyas.
—Vamos a escuchar lo que este tipo tiene para decir —dijo—. ¿Por
favor?

Seis lo miró a los ojos.

—¿Eso significa que ya no me quieres toda sólo para ti? —bromeó.


—Diez minutos. Eso es todo lo que pido. Dale diez minutos.
Ella suspiró.

—Está bien, pero sólo estoy haciendo esto por ti. Y cuando se acabe el
tiempo, saldré por la puerta y me dirigiré a Penn Station. Este viaje no va a
acabarse por sí sólo. ¿Entendido?
—¿Cuál fue el apodo que te puso ese tipo en el refugio en el que nos
quedamos para dormir la otra noche después de que tú le diste un sermón? —
preguntó Sam, poniéndose el dedo índice sobre la barbilla y fingiendo
pensar—. ¿Lechuza chillona?

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—Muy gracioso —dijo Seis—. Especialmente porque él fue el único
que estuvo roncando y mantuvo a todos despiertos durante toda la noche.

Caminaron hasta llegar al borde sur de Central Park, luego siguieron


por ese camino hasta llegar a su lado oeste y continuaron hacia el norte. Al
igual que el resto de la ciudad, el parque se estaba recuperando, y aquí la
naturaleza había trabajado más rápido que los humanos. Ya se veía casi como
había estado antes, con la excepción de unos pocos edificios en ruinas
diseminados por el verde paisaje y algunas grietas profundas donde las naves
mogs se habían estrellado y quemado.

Los imponentes edificios de piedra del Upper West Side se alzaban


como castillos en el cielo. Seis y Sam pasaron a través de la puerta de uno de
ellos, entrando en un vestíbulo revestido de mármol y adornado con toques
dorados. Parecía más un hotel de una época pasada que el edificio de oficinas
que Seis había esperado. A pesar de sus reservas, se sintió intrigada.
En el elevador, se apoyó contra la pared mientras subían hasta el piso
veintitrés. Cuando se detuvieron y las puertas se abrieron, ella salió a una
pequeña habitación que parecía pertenecer a una vieja mansión. El piso de
madera reluciente estaba cubierto por una alfombra elaboradamente
estampada sacada directamente de un mercado persa, y dos sofás de cuero
para sentarse, uno frente al otro. Una lámpara de araña colgaba del techo,
llenando la habitación con luz suave y cálida. Frente al ascensor había dos
puertas corredizas cerradas hechas de la misma madera oscura que revestía la
mitad inferior de las paredes, las mitades superiores estaban cubiertas con un
papel rojo con un diseño Art Deco de flores negras y doradas.
De pie frente a Seis y Sam, con las manos detrás de la espalda, estaba
un hombre. Seis estimó que tenía unos veintitantos años. Llevaba un traje azul
a medida sobre un cuerpo obviamente musculoso. Su piel estaba bronceada,
su cabello castaño claro estaba bien recortado, y los miraba con ojos azul
claro.
—¿McKenna? —preguntó Seis, recordando el nombre del hombre que
les había escrito a ella y a Sam.
Antes de que él pudiera responder, las puertas al otro lado de la
habitación se abrieron y apareció otro hombre. Él caminó hacia ellos. Llevaba
un traje marrón, y Seis lo evaluó rápidamente: a finales de los treinta o
principios de los cuarenta años de edad, estatura más baja que la promedio,

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complexión media, cabello y barba castaño rojizo. Se encontró con su mirada
de frente, y pudo decir que él estaba realizando su propia evaluación de ella
incluso mientras le tendía la mano y decía:

—Peter McKenna.
Seis tomó su mano. Su agarre era firme pero no excesivamente
agresivo.
—Gracias por venir —dijo McKenna, soltando su mano y saludando a
Sam—. Es un placer conocerlos a los dos.
Su acento era irlandés, pero de que parte del país era algo que ella no
podía identificar. Eso no importaba, ya que esta sería la única vez que se
verían. Escucharía lo que tenía que decir, y luego se iría. Sólo estaba allí
porque Sam quería esta reunión y ella quería hacerlo feliz.

McKenna hizo un gesto hacia las puertas abiertas detrás de él.


—Después de ustedes —dijo, indicando que debían caminar hacia allá.
Él fue detrás de ellos, cerró las puertas, y luego los condujo por un pasillo con
más puertas cerradas. Abrió una y entraron en una oficina o una biblioteca.
Grande y ventilada, presentaba estantes empotrados que ocupaban tres de las
paredes. La cuarta estaba forrada con ventanas de piso a techo que daban a la
calle y dejaban entrar mucha luz. Un escritorio estaba colocado frente a las
ventanas, con dos sillas frente a él. McKenna se sentó detrás del escritorio.
Seis y Sam se descolgaron sus mochilas del hombro y se sentaron en las sillas.

—Bonito lugar —comentó Seis—. ¿Es tuyo?


—No mío personalmente, no —respondió McKenna—. Pero nos
pertenece a nosotros.

—¿Y quiénes son exactamente ‘nosotros’? —preguntó Seis.

McKenna se reclinó en su silla.

—Espero que seamos ustedes dos y yo.

—¿Qué hay del tipo que abrió la puerta? —Preguntó Seis—. ¿O él es


parte de la decoración?
Una sonrisa se formó en las comisuras de la boca de McKenna.

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—James también sería parte del equipo.

—Bueno, por maravillosa que sea la noticia, no estoy interesada en el


trabajo de gobierno —le informo Seis.
—¿Qué te hace pensar que yo estoy involucrado con algún gobierno?
—preguntó McKenna.

—¿No es así? —preguntó ella.


—Represento a los servicios de inteligencia de una coalición de países
interesados en mantener en una vigilancia constante las actividades de la
Garde Humana.

—Traducción… el gobierno —persistió Seis.


—Solo tanto como la inteligencia forme parte del gobierno —dijo
McKenna—. Lo que me doy cuenta es un oxímoron. —Sonrió ante su broma.
Seis no le devolvió la sonrisa, pero preguntó:

—¿Cuáles países?
—Estados Unidos —respondió McKenna—. Francia. El Reino Unido.
Alemania. Japón. Suecia. Otros.

—¿China? —dijo Seis—. ¿Rusia?

—No —dijo McKenna—. Ellos no están involucrados.


Seis hizo un sonido desdeñoso y negó con la cabeza.

—Suena exactamente igual que un programa del gobierno para mí. Tal
vez nadie te lo dijo, pero yo no firmé la Declaración. Y la Academia de la
Garde Humana es una mierda.
—Sí —dijo McKenna—. Entiendo que hayas dejado muy claro tus
sentimientos sobre esas cosas.
Seis ya se estaba enojando. McKenna solo estaba jugando con
ellos. Como ella había esperado, esto era una pérdida de tiempo.
—Nos iremos ahora —dijo mientras se levantaba y empezaba a echarse
su mochila al hombro—. No te levantes. Podemos salir por nuestra cuenta.
Sam miró su reloj.

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—Yo pensé que nosotros habíamos estado de acuerdo en diez minutos
—él dijo—. Han sido menos de tres. Este podría ser un nuevo récord
personal para ti.
—Mi hijo ha desarrollado un legado —McKenna dijo tranquilamente—.
Él no va a la Academia de la Garde Humana.

Seis se detuvo, pero no se dio media vuelta.


—Eso es un desafío directo a la Declaración.

—Lo es —coincidió McKenna.

Seis se volvió.

—¿Cuál es su legado?
—Insecto-patía1 —respondió—. Es particularmente hábil para
conseguir que las arañas de la casa infesten la habitación de su hermana y la
cubran con telarañas.
Una cara destelló en la memoria de Seis: Un niño, de cabello oscuro y
cara redondeada. Bertrand. Él también tenido el poder para comunicarse
con los insectos. Él le había caído bien. Y ahora estaba muerto, asesinado por
los mogs como muchos otros.

—¿Cuál es su nombre? —Preguntó ella—. De tu hijo.


—Seamus. Tiene quince años. —Tomó una foto enmarcada que estaba
en su escritorio y le dio la vuelta. Mostraba a una familia de cuatro: McKenna,
una mujer bonita con cabello largo y oscuro, y dos adolescentes cuyas caras
contenían un poco de cada uno de sus padres.
—¿Por qué él no está en la AGH2? —Preguntó Seis—. ¿No creen tú y
tu esposa que debería ir?

McKenna la miró a los ojos.


—Mi esposa está muerta —dijo, colocando la foto en su lugar—. Fue
asesinada durante la invasión.

Seis volvió a la silla y se sentó.

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Telepatía con insectos
2
Academia de la Garde Humana

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—Cuéntame más sobre esta operación tuya.

—Como estaba diciendo, ha sido elaborada por las fuerzas de


inteligencia de varios países —McKenna dijo—. Si alguien pregunta, nuestro
trabajo es parte de un programa especial de la OTAN. —Seis gruñó. McKenna
levantó una mano—. Pero nadie va a preguntar. Las únicas personas que
sabrán exactamente lo que estamos haciendo están sentadas aquí en esta sala.

Seis sacudió su cabeza.


—Eso es imposible —ella dijo—. Tienes más de media docena
de países financiando esto. Todos van a querer tirar de las cuerdas.
—Deja que yo me preocupe de eso —McKenna dijo—. Todo de lo que
tienen que preocuparse tú y Sam tener es de, bueno, todo lo demás.
Seis miró a Sam, que se encogió de hombros.

—Todo lo demás —él dijo—. Suena bastante fácil.


Ella se volvió hacia McKenna.

—¿Y qué, exactamente, sería todo lo demás?


—Nuestra función principal es investigar cualquier incidente o
actividad relacionada con la garde que esté fuera de los parámetros aceptables.

—Eso suena como un comunicado de prensa. —Seis inclinó su cabeza


y levantó una ceja.
McKenna sonrió.
—Supongo que sí —dijo—. He estado trabajando en el gobierno por
mucho tiempo. Está bien, que tal esto: es importante para el éxito continuo y
la seguridad de la Garde Humana que el público crea que están bajo control y
que no hay peligro para la población en general. —Hizo una pausa—. Y para
que aquellos con legados crean que no están en peligro. Pero nosotros
sabemos que eso no es del todo cierto, en cualquier caso. Lo que tenemos es
una población de jóvenes que de repente han desarrollado extraordinarias
habilidades. En algunos casos —tal vez muchos— ellos no tienen la madurez
emocional para usar estos nuevos poderes de una manera apropiada. La AGH
se construyó para dirigirlos. Pero un entorno escolar no es a lo que todos
responderán. De hecho, algunos activamente lo rechazarán.

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Vaciló de nuevo y miró hacia la ventana.

—Por lo que entiendo, no tendrán elección —Seis dijo. Forzar a la


Garde Humana a asistir a la AGH fue una de las cosas a las que ella se resistió.
—Ese es el plan, sí —dijo McKenna, regresando su atención a Seis y
Sam—. Pero los adolescentes se han rebelado contra la autoridad desde que
el primer niño cumplió los 13 años. Parte de nuestro trabajo será monitorear a
los humanos garde que, por el motivo que sea, no hayan informado de
sus legados.

—¿Y qué haremos con ellos? —Seis interrumpió.

—Alentarlos a asistir a la AGH si es apropiado —McKenna dijo.

—Pero eso es exactamente lo que… —Seis empezó.

—O —McKenna interrumpió, callándola.


—¿O? —Dijo Seis.

—O proporcionarles una alternativa.

—¿La qué sería? —preguntó Seis.


—Eso es algo que discutiremos con mayor detalle si decidimos trabajar
juntos —dijo McKenna—. En segundo lugar, vigilaremos la actividad que
amenace o busque explotarlos. Estos jóvenes son un recurso
excepcionalmente valioso y, como con todos recursos, habrá quienes quieran
usarlos para su beneficio personal. Nosotros ya hemos visto alguna evidencia
de esto.
Seis se encogió ante la palabra "recurso" siendo usada para describir
niños.

—No son recursos —dijo—. Son personas.


—Precisamente —estuvo de acuerdo McKenna—. Pero hay quienes
los ven como herramientas o armas. Nuestro trabajo es evitar que eso suceda.
—Entonces, básicamente, la Garde Terrestre es la cara pública y
hará que parezca que todo va bien —dijo Sam—. Mientras tanto, nosotros
nos aseguraremos de que realmente vaya bien.

—Más o menos —dijo McKenna.

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—Todavía suena a política, como de costumbre —dijo Seis.

—Nosotros tenemos extensos recursos a nuestra disposición —


McKenna continuó, ignorándola—. Podremos obtener información de las
comunidades de inteligencia de numerosos países. Y ustedes tendrán su
sede aquí.

—¿En Nueva York? —Preguntó Sam.


—Específicamente, aquí en este edificio —dijo McKenna—. Nosotros
ocupamos este piso y el de arriba. Dudo que estén cerca de los alrededores
seguido, pero este sería su hogar.

—Ahí está ese 'nosotros' de nuevo —Seis dijo—. ¿Vives aquí también?

McKenna negó con la cabeza.


—Vivo en el centro, donde está la galería de arte de mi esposa. O
estaba. —De nuevo, parecía distraído. Luego se iluminó de vida otra vez—
. Cuando James y yo no estemos aquí, tendrán el lugar para ustedes solos.

Sam miró a Seis.


—Suena bien para mí.
—Demasiado bien —respondió Seis—. Nadie hace algo como esto sin
querer algo a cambio. Especialmente los gobiernos. Seguro, esto podría ayudar
a los nuevos humanos garde, pero ¿quién se beneficiará de ello?

McKenna se tomó un momento para responder.


—He estado involucrado con agencias gubernamentales durante toda
mi carrera —dijo—. Y tienes razón. Ellos, en su mayor parte, sólo están
interesados en mantener el poder. Sin embargo, dentro de cada organización
hay personas que honestamente quieren hacer el bien. Me gusta creer que soy
una de esas personas.
—Eso es estupendo —dijo Seis—. Pero todavía tienes que responder
ante alguien.
—Las personas involucradas son gente en quién confío —McKenna
respondió.
Ella se rió.

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—¿No es así como siempre empieza todo? ¿Hasta que alguien deja de
ser confiable?

—¿Tienes una mejor idea?


Seis se volvió hacia Sam, que le había hecho la pregunta. Él se encogió
de hombros.
—Pues bien, ¿la tienes? Sé que quieres ayudar a estos nuevos garde a
comprender sus legados. ¿Cómo vas a hacer eso por tu cuenta? Tienes que
confiar en alguien, Seis.
—Antes mencioné a mi hijo —dijo McKenna, atrayendo la atención de
Seis hacia él antes de que pudiera comenzar a discutir con Sam—.
Tú preguntaste que por qué él no estaba asistiendo a la AGH.
—Noté que evitaste responder esa pregunta —dijo Seis.
—La verdad es —dijo McKenna—, que no importa si yo creo que la
AGH es un buen lugar para él o no, ya que no sé dónde está Seamus.

—¿Está perdido?
—Desde hace dos meses —McKenna dijo—. Estaba asustado de que
sería forzado a reportarse. Al igual que tú, él desconfía del gobierno. Así
que huyó.
—¿Y no puedes encontrarlo? —Preguntó Seis—. ¿Con todos los
recursos disponibles que tienes?

McKenna sonrió tristemente.


—Mi hijo es un joven brillante —él dijo—. Además, el movimiento
anti-AGH es más grande de lo que la mayoría de la gente sabe. Creo que ha
aprovechado eso y ha pasado a la clandestinidad.
Seis estudió la cara de McKenna. No estaba mintiendo. Él
estaba profundamente preocupado por su hijo, y esta preocupación se
extendió hacia los jóvenes que luchan con sus legados recientemente
desarrollados. Sam tenía razón, también. Ella realmente quería ayudar. Pero
todavía no estaba convencida de que participar en esta operación era la mejor
forma de hacerlo

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—Estoy hambriento —Sam dijo repentinamente, interrumpiendo sus
pensamientos.

—Puedo hacer que traigan algo —sugirió McKenna.

—No —dijo Sam, poniéndose de pie—. Creo que iremos afuera.

McKenna, luciendo desconcertado, no dijo nada.

—¿Seis? —Dijo Sam—. ¿Vienes?

Seis no tenía ni idea de lo que estaba tramando, pero dijo:


—Está bien.
—Regresaremos, como, en media hora —le dijo Sam a McKenna
mientras Seis se ponía de pie.
Salieron de la oficina y volvieron a la sala del frente, dónde esperaron el
elevador en silencio. Cuando el las puertas del ascensor se abrieron, entraron
y Sam presionó el botón de la planta baja. Seis esperó a que él dijera algo, pero
Sam solo se quedó ahí parado. Cuando salieron a la calle, finalmente habló.
—Pensé que deberíamos nosotros hablar en algún lugar dónde nadie
más pudiera estar escuchando —dijo.

—¿No apago mágicamente las cámaras cuando entramos, Sr.


Magotecnológico? —Seis preguntó.
—Obviamente —dijo Sam—. No hay registro de que hayamos estado
aquí alguna vez. Pero nunca se puede ser demasiado cuidadoso.

—¿Ahora quién es el paranoico? —Seis gruñó.


Sam no le hizo caso, caminando hacia la esquina. Alineados en la acera a
lo largo del borde del parque había carros de comida. Sam se acercó a un
vendedor de hot dogs y pidió dos, completos con cebollas, condimentos y
mostaza. Le dio uno a Seis cuando entraron al parque y encontraron un banco
para sentarse.
—Sé que quieres hacer esto —dijo Sam mientras comían—. Es todo lo
que crees que se debe hacer para garantizar que la Garde Humana se convierta
en lo que debe ser.

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—Yo no soy John ni Nueve —dijo Seis—. Yo no juego bien con los
demás.

—La que es exactamente la razón por la que eres perfecta para este
trabajo —Sam masticó pensativamente—. Creo que tienes miedo de que si
dices que sí después de decir que no a lo de la ONU y a lo de
la AGH, parecerá que estás de acuerdo con John.

Seis no respondió. Él estaba en lo correcto. Más o menos. Ella había


hecho un gran escándalo sobre no firmar la Declaración. Y había
rechazado un trabajo en la AGH. Pero no era la opinión de John o la de
Nueve o la de otra persona de la que estaba preocupada. Era su propia
opinión. Ella no pensaba que el gobierno debería tener algo que ver con las
actividades de la garde. Decir que sí a alguna cosa que ellos le estuvieran
ofreciendo se sentía como traicionar sus propios ideales.

—Eres una buena maestra, Seis —continuó Sam—. Yo no estaría aquí


ahora si no fuera por ti.
—No empieces —advirtió Seis—. Sabes que las cosas de las tarjetas de
felicitación no funcionan conmigo.
—Sé que estabas pensando en Bertrand cuando McKenna habló sobre
su hijo. Yo también.
Seis no lo negó. No tenía sentido. Sam la conocía demasiado bien como
para pretender que estaba equivocado. En cambio, ella terminó su hot dog y
arrugó la envoltura de papel en la que venía.
—Maldita sea, Sam. ¿Qué es lo quieres que diga?

Él la miró a los ojos.


—Quiero que digas que sí. Serías buena en esto. Nosotros seríamos
buenos en esto.
Seis no dijo nada, se quedó viendo el tráfico que iba y venía en el
camino transversal que atravesaba el parque y lo conectaba con el Upper East
Side. Cuando pasaba un taxi, ella vio que lucía un anuncio de la AGH. Una
chica sonriente apuntando sus manos hacia una roca levitando mientras
Nueve, luciendo como un modelo por todos lados, la observaba.
Reclama tu legado, decía el anuncio.

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Seis se enfureció.

—Está bien —dijo—. Lo intentaré. Pero si una sola cosa parece ir mal,
estoy fuera.

Sam se metió el último bocado de hot dog en la boca y masticó.


—De acuerdo —él dijo. Cinco minutos más tarde, estaban de nuevo en
la oficina de McKenna.

—Estamos dentro —Sam le dijo.

—Bien —respondió el hombre—. Entonces empecemos. Ya tengo su


primera tarea.
—¿No deberíamos tener primero una orientación para nuevos
empleados? —Seis dijo—. ¿Hablar sobre el plan de salud? ¿Cuentas de
jubilación? ¿Obtener identificaciones?
—Este es más el tipo de trabajo en el que aprendes sobre la marcha —
dijo McKenna.
Tomó dos carpetas que estaban en su escritorio, como si hubiera estado
esperando que volvieran todo el tiempo. Esto irritó a Seis, pero no dijo nada.
—Ha habido varios incidentes con la Garde Humana que muestran la
desaparición de los que tienen legados de curación —dijo McKenna—.
Nosotros tenemos que descubrir a dónde han ido y por qué. Necesito que
vayan al lugar del incidente más reciente y vean qué pueden averiguar.

Seis abrió su carpeta y checó la primera página.


—¿Australia? —dijo.

McKenna asintió.
—Su avión sale en dos horas.

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COLDWIND
CAPÍTULO DOS
SAM
DARWIN, AUSTRALIA

—CUANDO DIJO 'AVIÓN,' ME IMAGINE ALGO


COMPLETAMENTE diferente en mi cabeza —dijo Sam—. Solo estaba
esperando tener un asiento junto a la ventana.
—Todo lo que hay son asientos junto a la ventana —comentó Seis
mientras se sentaba en una de las sillas de cuero blanco del
Gulfstream G650 y miraba a su alrededor. Pasó sus manos sobre la carpintería
reluciente. El jet era maravilloso.
—¿Han visto la televisión de pantalla grande? —preguntó James,
caminando hacia la cabina—. Hay una biblioteca digital. Puedes ver
prácticamente cualquier película que te guste.
—¿Mothra vs Godzilla? —preguntó Sam, yendo de inmediato a la
pantalla de control y ordenándole que le dijera que es lo que había
almacenado en su colección.

—¿Te gustan las películas de kaiju3? —preguntó James.


—Absolutamente —dijo Sam—. Son increíbles. Gamera. Rodan.
Hedorah.

—¡Hedorah! —dijo James.— ¡El monstruo de la contaminación!


Usualmente no recibe ningún tipo de admiración, pero es uno de mis
favoritos.
—No tú también —dijo Seis, gimiendo.
—Había pensado que tal vez después de haber sido atacado por lo que
fue básicamente un kaiju el año pasado, este tipo de películas podrían ser, ya
sabes, desencadenantes —James le dijo a Sam.
—Oh —dijo Sam, luciendo pensativo—. Cierto. El Mogasaurio. Sabes,
yo nunca pensé en eso de esa manera. Pero supongo que tienes razón. —Se

3
Kaiju: es una palabra japonesa que quiere decir bestia extraña o bestia gigante, pero es generalmente
traducido al inglés como "monstruo".

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COLDWIND
volvió a Seis—. Hey, apuesto a que yo podría escribir un impresionante guión
para Godzilla vs El Mogasaurio. Syfy lo amaría.

—Tenemos una despensa bien surtida —James anunció


mientras Seis negaba con la cabeza—. Principalmente cosas ya listas para
comer. Detrás de esta cabina hay otra más pequeña con un sofá que puede
convertirse en una cama. Estas sillas también se pliegan para poder dormir en
ellas. Hay lavabos tanto en la proa como en la popa. El resto lo pueden
averiguar por ustedes mismos.
—Ahora todo lo que necesitamos es a alguien que pueda pilotarlo —
dijo Seis.
—Yo podría hacerlo —sugirió Sam, luciendo emocionado—. Solo
tengo que aprovechar el sistema de control de vuelo. —Ladeó su cabeza,
concentrándose en entrar en los sistemas internos del avión.
—Estoy seguro de que podrías hacerlo —dijo James—. Pero sospecho
que la AFA4 podría tener algunos problemas con eso. Afortunadamente, yo
soy piloto.

—¿Tú? —dijo Seis.


—Capitán Kirk, a su servicio —dijo James, saludando.

Seis le quedo mirando fijamente.


—Que conveniente —ella dijo.
—Nadie duda de que pueden cuidarse solos —dijo James, percatándose
de la insinuación de Seis—. Mi función principal en esta misión es volar el
avión. Sin embargo, puedo ser de más uso. A pesar de sus habilidades únicas,
ustedes dos aún son adolescentes, aunque sean mundialmente famosos. Habrá
ocasiones en que mi presencia hará que sea más fácil para otros aceptar su
participación y que ustedes puedan hacer su trabajo.
—Espera un minuto —Sam dijo—. Eres el Capitán Kirk. James Kirk.

James sonrió.

—Por favor, dime que la inicial de tu segundo nombre es la T —dijo


Sam.

4
Administración Federal de Aviación.

19
COLDWIND
—Para Thomas —dijo James—. No Tiberius. Aunque es del todo
accidental. Mis padres no lo hicieron a propósito. Ellos no tienen sentido
del humor.

—No entiendo nada de esta conversación —dijo Seis.


—Para ser una extraterrestre, tu conocimiento de la ciencia ficción
humana es muy deficiente —bromeó Sam—. Todo el tiempo que has vivido
aquí, ¿y no sabes quién es el Capitán James T. Kirk?
—Al parecer, es él —dijo Seis, señalando a James.
—Si esa cosa tiene Star Trek, obtendrás una lección de historia —dijo
Sam, señalando el televisor.
—Necesito prepararme para el despegue —dijo James—. El tiempo de
viaje aéreo hasta Darwin es de poco más de veinticuatro horas. Tendremos
que hacer paradas en Copenhague y Singapur, pero no será necesario que
bajemos. Deberíamos estar en Darwin mañana por la tarde, hora de Australia.
James desapareció en la cabina. Sam se sentó. Poco después, la voz de
James llegó a través de los altavoces, diciéndoles que se prepararan para el
despegue. Seis y Sam se pusieron los cinturones de seguridad, y Sam miró por
la ventana mientras el avión se ponía en posición, entonces cobró vida,
retumbó por la pista, y se elevó en el aire.

Unos minutos más tarde, James volvió a hablar por los altavoces:

—Atención, pasajeros, ahora pueden moverse libremente por la cabina.


Sam se rió.
—Me agrada —dijo.

—Hmm —dijo Seis. Sacó una de las carpetas que McKenna les había
proporcionado con información sobre su misión, y comenzó a mirar los
documentos que contenía. Sam abrió su propia copia del archivo. Empezó a
leer, pero siguió mirando por encima a Seis. Ella tenía esa expresión en su
rostro que significaba que estaba procesando la información, tratando de
encajar las piezas para que tuvieran sentido. Era un mirada que
había visto un millón veces antes de. Y eso la hacía más hermosa de lo que ya
estaba. Él sintió como se le aceleraba un poco el corazón. Seis levantó la
mirada como si se hubiera dado cuenta.

20
COLDWIND
—¿Qué? —preguntó.

Sam negó con la cabeza.

—Nada —le dijo—. Estoy admirando tu mente.


—Es bastante sorprendente —dijo Seis—. Pero escucha. Este incidente
no tiene sentido. Cincuenta personas fueron masacradas. Un pueblo
entero. Todo para que quién lo hiciera pudiera llevarse a un niño. ¿Por qué?

—¿Para que nadie pudiera dar una descripción de quién se lo llevó?

—Si te preocupa eso, usas máscara —dijo Seis—. Hay otras opciones
además de matar a cincuenta personas. Sólo haces eso porque quieres.
—¿Crees que fueron los mogs? —preguntó Sam—. Eso es algo que ellos
harían.
—Podría ser —dijo Seis—. Pero es poco probable. La mayoría han
sido contenidos. Definitivamente fue alguien con sádico, sin embargo.
Sam regresó su atención al archivo. Hubo un sobreviviente al
ataque en el pueblo, una niña de cinco años llamada Miah. La encontraron
escondida debajo de una de las casas. Ella fue la que les dijo a los rescatadores
que habían secuestrado a un niño. También era a quién él y Seis estaban
camino de ver.

—¿Cuánto podrá contarnos esta niña? —Se preguntó Sam.

—Lo descubriremos —dijo Seis—. Pero podría sorprendernos. Los


niños notan muchas cosas que los adultos no, o al menos cosas diferentes.
Podría ser una buena fuente de información.

«O podría estar tan aterrorizada que no recuerda nada», pensó Sam.


Varias horas más tarde, en algún lugar sobre el Atlántico, se sentaron
en el sofá, comieron pizza que habían calentado en el horno de la cocina y
vieron viejos episodios de Star Trek.
—¿Cada episodio trata sobre Kirk tratando de enrollarse con
una sexy alienígena? —Seis preguntó.

21
COLDWIND
—No cada episodio —dijo Sam a la defensiva—. Además, ¿qué hay de
malo en querer ligar con una sexy alienígena? —Se inclinó y la beso en la
mejilla—. ¿Quieres ver otro episodio?

Seis negó con la cabeza.


—Cinco son más que suficientes, gracias —dijo, empujando alejando
su plato—. Deberíamos regresar a revisar el archivo.
Sam levantó la lata de refresco de la que estaba bebiendo.

—¿Qué tal un brindis primero? —dijo—. Por nuestros nuevos trabajos.

Seis entrechocó su lata contra la de él, luego bebieron.


—No te emociones demasiado. Estas podrían ser posiciones
temporales —dijo—. Todavía no lo he decidido. Veremos cómo va esta
primera misión… —Fue interrumpida por Sam besándola.
Saboreó la soda en sus labios, la suavidad de su boca. Incluso después
de más de un año de besos, todavía se sentía como si fuera el primero para él.
Se alejó.
—Lo siento —dijo—. ¿Estabas diciendo algo?

—Nada importante —dijo Seis, y se inclinó hacia él.

En ese momento, James salió de la cabina. Los miró a la cara.


—¿Cómo va todo por aquí? —Les preguntó al tiempo que abría la
nevera y miraba dentro.

—Bien —dijeron al unísono Seis y Sam.

—Probablemente deberíamos volver revisar esos archivos —dijo Seis.


Durante las siguientes dos horas, revisaron cada fragmento de
información que contenían. Cuando todas las palabras comenzaron a
difuminarse juntas y Sam estuvo seguro de que su cerebro no podía contener
más información, cerró el archivo y le dijo:
—Creo que es hora de otro descanso. ¿Qué tal si vemos esa película de
Godzilla película?

22
COLDWIND
—¿Tenemos que hacerlo? —preguntó Seis—. Creí que había cumplido
con mi deber viendo Star Trek contigo.

Sam se acercó y le quito la carpeta.


—Vamos —dijo. Se levantó y la tomó de la mano, guiándola hacia la
otra cabina más pequeña. El sofá de ahí estaba ubicado frente a otra pantalla
de televisión. Con un poco de maniobra, el sofá se abrió en una cama de
tamaño completo.
—¿No he sufrido lo suficiente? —preguntó Seis mientras se
acomodaba en la cama.

Sam se acostó a su lado.


—Confía en mí, te va a encantar —dijo mientras se concentraba en la
interfaz con el sistema de entretenimiento y le decía que reprodujera la
película.

—Presumido —dijo Seis, acurrucándose contra él.

Sam la rodeó con el brazo.


—Admítelo —dijo—. Siempre quisiste salir con un control remoto
humano.
Seis vio menos de la mitad de la película antes de quedarse dormida.
Como estaba disfrutando de estar acurrucado con ella en la cama, Sam no
la despertó. Luego él también cayó dormido. Tal vez por la película, y tal
vez por el cartel que había visto en Nueva York del Mogasaurio, soñó que
luchaba contra un monstruo gigante. No podía verlo, pero sabía que venía. Él
lo escuchó, y sintió sus pasos sacudiendo el suelo. Entonces se dio cuenta de
que el temblor era el aterrizaje del avión. Forzó a sus ojos a abrirse.
—Debemos de estar en Copenhague —dijo Seis, que también estaba
despierta. Ella bostezó—. Todavía es mitad de la noche.
—Vuelve a la cama —bromeó Sam, alcanzando su mano. La atrajo
contra él, deslizando su brazo alrededor de ella. Cerró los ojos, esperando
tener problemas para volver a dormirse. Pero un momento después, estaba
soñando de nuevo, y esta vez no con monstruos.

23
COLDWIND
El resto del viaje sucedió sin incidentes. Aterrizaron en Singapur justo
después de la hora del almuerzo, y luego volaron la última etapa más corta
hasta Australia. Cuando finalmente aterrizaron en Darwin, fue por la
tarde. Allí, cambiaron del lujoso Gulfstream a un Jeep decididamente menos
cómodo. Aun así, fue agradable estar fuera del avión después de más de un día
en el aire.
—La niña no tiene parientes vivos —James les recordó antes de partir
hacia la ciudad—. Ha estado viviendo con uno de los trabajadores sociales
asignados a su caso, así que ahí es a dónde van a ir. Su guardián piensa que
ustedes son miembros de un grupo de trabajo gubernamental que investiga
la masacre.
—Gobierno —dijo Seis significativamente cuando se sentó en el
asiento del conductor y se puso un par de gafas de sol.

—Maneja con cuidado —James dijo, haciendo caso omiso del


comentario—. Estaré esperando en caso de que necesites apoyo.
—No esperes, papá —dijo Seis, y se alejó.
La casa en cuestión estaba en un suburbio
tranquilo, modesto y ligeramente aburrido. Seis estaciono el Jeep, y ella y Sam
caminaron por el limpio camino de concreto hasta el porche
delantero. Cuando tocaron, un joven abrió la puerta.

—Hola, soy Seis, y este es Sam.


—Oliver —dijo el joven. Detrás de él, un pequeño terrier blanco y
marrón ladró con frenesí. El hombre se volvió—. Tranquilo, Graham. Son
amigos.
El perro lo ignoro, y siguió ladrando. Entonces una pequeña niña
apareció. Tenía la piel oscura y el cabello negro de los Yolngu, gente indígena
del territorio norte de Australia, y los miraba con grandes ojos marrones.

—Está bien, Graham —dijo suavemente. Inmediatamente, el perro se


calmó, meneando la cola alegremente mientras la niña lo acariciaba.

—Tú debes ser Miah —Sam le dijo a la niña.


La niña asintió. Oliver abrió la puerta.

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COLDWIND
—Por favor, entren.

Entraron en la casa y Oliver los condujo a una acogedora sala de


estar. Miah los siguió, con Graham caminando a su lado. Ella se sentó en una
alfombra y empezó a jugar con una pila de Legos. Sam se sentó con las
piernas cruzadas junto a ella, mientras Oliver y Seis permanecían de pie,
observándolos.

—Los reconozco a ustedes dos —Oliver dijo—. Estuvieron


involucrados en la lucha durante la invasión. —Vaciló un momento, mirando
a Miah, antes de preguntar—: ¿Lo que sucedió en la tierra de Arnhem está
conectado a eso?
—No —Seis le aseguro—. No a la invasión. Pero si posiblemente a lo
que está sucediendo ahora con los humanos que están desarrollando legados.
Asumo que sabes acerca de eso.
Oliver asintió.

—Sí, por supuesto —dijo.


Mientras Seis y Oliver seguían hablando, Sam se centró en Miah.

—¿Qué estás construyendo? —Le preguntó.


—Un castillo —Miah le dijo—. Para que la princesa se esconda cuando
venga el dragón. La última vez que vino, él quemó a todos con su aliento de
fuego.
Sam sintió una oleada de compasión en él. La niña obviamente estaba
canalizando lo que le había sucedido en su juego, tratando de que fuera algo
que ella pudiera controlar Odiaba tener que preguntarle sobre eso. Pero esa
era la razón por la que estaba allí.
—Miah, ¿puedes contarme sobre lo que pasó el día que Bunji fue
secuestrado?
La niña no respondió. En cambio, recogió una figura de Lego de un
niño y la colocó en la alfombra. Luego recogió algunas figuras más y las
acomodo alrededor del niño. Finalmente, tomó la figura de una niña —la
que ella había indicado que era la princesa— y la sostuvo en alto.

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COLDWIND
—Cuando el dragón vino, la princesa se escondió —dijo—. Tenía
miedo de los dragones. Así que se escondió debajo del castillo y observó.
Entonces el dragón exhaló fuego sobre todos y los quemó.
Con la mano libre, derribó todas las figuras, dejando solo la del niño de
pie.
—Entonces el dragón se llevó al niño y voló lejos —dijo—. La princesa
no salió por un largo tiempo. No hasta que la gente de la siguiente aldea vino
a ver lo que sucedió y le dijeron que todo estaría bien.
—Ya veo —Sam dijo—. Contaste esa historia muy bien. ¿Puedo
hacerte una pregunta? —Esperó a que Miah contestara.

Finalmente, ella asintió.


—¿Puedes decirme como era el dragón?

Miah asintió.
—Se parecía a ti —dijo.

—¿A mí?
La niña asintió de nuevo.

—Un chico de piel blanca. Pero él no era un chico. Era un dragón que
pretendía ser un chico.
—Un dragón en un disfraz de chico disfraz, ¿eh? —Sam dijo, tratando
de bromear.

—No me crees —dijo Miah—. Nadie lo hace.


—Oh, no —dijo Sam rápidamente—. Te creo. Entonces, este chico
dragón tenía la piel blanca. ¿Puedes decirme algo más sobre cómo se veía?

Miah se encogió de hombros.

—No me acuerdo —dijo cortante.


Sam sospechaba que si recordaba más. Pero ahora ella pensaba que él no
le creía. Trató con una táctica diferente.
—¿Qué puedes decirme de Bunji?

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COLDWIND
Miah recogió la figura Lego del niño y la sostuvo en la mano, mirándola
durante mucho tiempo.

—Era agradable —dijo—.Podía hacer que las personas se sintieran


mejor.
—¿Se sintieran mejor? —Dijo Sam—. ¿Quieres decir que las hacía
sentir felices?
Miah asintió.
—Y él nos arreglaba —ella dijo—. Cuando nosotros nos rompíamos.
—Sostuvo su mano abierta, mostrándole la palma de la mano—. Me corte
una vez —dijo—. Con un pedazo de vidrio. Bunji hizo que eso ya no doliera
más.
Sam pasó las yemas de sus dedos sobre la piel de la palma de la niña.

—Como nuevo —dijo.


Miah rió.

—Como nuevo.
—Gracias por hablar conmigo, Miah —dijo Sam—. Voy a ir a hablar
con Oliver por un minuto, ¿de acuerdo? Entonces tal vez pueda volver y
ayudarte con tu castillo.

Miah lo miró, sus grandes ojos suplicantes.


—¿Vas a encontrar a Bunji? —Preguntó.

—Eso espero —le dijo Sam.

—¿Y matar al dragón?


—No lo sé —él dijo—. Los dragones son bastante difíciles de matar.
Pero trataremos de asegurarnos de que no lastime a nadie más. ¿Cómo suena
eso?

—Bien —dijo Miah—. Le diré a la princesa.


Sam se levantó, y él y Seis entraron a la cocina con Oliver.
—Ella ha estado contando esa historia acerca de la princesa y el dragón
desde que la trajimos aquí —dijo Oliver—. ¿De verdad creen poder encontrar

27
COLDWIND
a Bunji? ¿Y por qué alguien mataría a un pueblo entero para secuestrar a un
chico?

—No lo sabemos todavía —respondió Seis.

Oliver volvió a mirar a Seis y a Sam.


—¿Tiene algo que ver con lo que todos ustedes pueden hacer? ¿Con lo
que dice Miah que Bunji puede hacer?
—Muy probablemente sí —Sam admitió. No quería asustar al hombre,
pero no tenía sentido mentirle—. ¿Qué va a suceder con Miah? —le
preguntó.

—Permanecerá aquí hasta que podamos hacer un plan a largo plazo —


Oliver dijo—. Todas las personas con las que estaba emparentada están
muertas, por lo que encontrar un lugar apropiado para ella no es fácil. No
creen que ella esté en peligro por el monstruo que hizo esto, ¿o sí?
—No —dijo Sam—. Lo más probable es que él ni siquiera sepa que
hubo un sobreviviente, o no le importa. Pero si alguien te contacta
preguntando por ella, asegúrate de avisarnos, ¿de acuerdo?
Mientras Seis y Oliver continuaban hablando, Sam regresó a la sala de
estar. Miah había dejado de jugar con los Legos y ahora estaba jugando con
Graham. El perro estaba sentado sobre la alfombra delante de ella, con la
cabeza inclinada como si estuviera escuchando atentamente.

—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó Sam.


—Le estoy diciendo que vaya a recoger la pelota de allá —
respondió Miah. Señaló una pelota roja de goma que estaba en el suelo a
cierta distancia—. Pero no creo que me escuche.
—Intenta decírselo nuevamente —sugirió Sam.

Miah miró a Graham. Ella no habló, pero Sam vio que fruncía el ceño
al concentrarse. Un momento después, el perro salió corriendo, recogió la
pelota y se la devolvió a la niña.

—Buen chico, Graham —dijo, acariciándole las orejas.


—¿Le has enseñado muchos trucos como ese? —Le preguntó Sam.

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COLDWIND
Miah se encogió de hombros.

—Unos pocos —dijo—. Mira. —Nuevamente enfocó su atención en el


perro, pero no dijo nada. Después de unos segundos, Graham se arrojó en el
suelo y se dio la vuelta, con sus patas en el aire.
—Eso es estupendo —Sam le dijo a la pequeña niña—. ¿Es eso
sólo Graham a quien le has enseñado a hacer eso, o puedes hablar con otros
animales también?
Miah se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo, de repente parecía tímida.

Sam recogió a la princesa de Lego. Centrándose en ella, usó su


telequinesis para levitarla de modo que flotara sobre su palma. Miah lo
miró, y sonrió.

—Bunji y yo jugábamos así a veces —dijo.


—¿Puedes hacerla flotar? —preguntó Sam.
Miah miró fijamente a la princesa, con el rostro arrugado. Sam dejó de
levitarla. Por una fracción de segundo, parecía que la figura permanecía
suspendida en el aire antes de caer sobre su palma. Miah lucía triste.

—Está bien —Sam le aseguró—. ¿Quieres intentarlo de nuevo?


Miah negó con la cabeza. Sam, que ahora tenía más preguntas sobre la
niña que cuando había llegado, consideró presionarla. Pero no lo hizo. En
cambio, la vio jugar con Graham durante unos minutos, hasta que Seis y
Oliver salieron de la cocina. Entonces Sam se despidió de la niña,
prometiendo volver a verla si encontraba Bunji.

De regreso afuera, mientras caminaban hasta el Jeep, Sam dijo:


—Puede que Bunji no fuera el único en esa aldea con un legado. —Le
contó a Seis sobre la forma en la que Miah había interactuado con Graham, y
sobre la princesa de Lego—. Fue solo por un segundo —dijo—. Pero
juro que se sintió como si ella fuera la que la sostuviera en el aire.
—Es demasiado joven para estar presentando señales —Seis dijo—.
Probablemente sólo es buena con los animales.

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COLDWIND
Sam asintió.

—Lo sé —él dijo—. Pero sentí algo en ella.

Seis se detuvo.
—¿Deberíamos volver y hacerle más pruebas?

Sam miró hacia la puerta.


—No lo creo —dijo—. Todavía no, de todos modos. Ha pasado por
mucho. Y parecía incómoda cuando la empujé incluso un poco. Pero
debemos mantenerla vigilada.
—Sigo diciendo que es muy joven —dijo Seis mientras reanudaban la
marcha hacia el Jeep y entraban. Cuando Sam no respondió, ella dijo—: ¿Qué?
—Solo estoy pensando —dijo Sam—. Los humanos no son lorienses.
Tal vez la energía no siempre funcionará de la misma manera en ellos —en
nosotros— que como lo hace en ti.

—Lo ha hecho hasta ahora —dijo Seis.


—Eso lo sabemos —refutó Sam. Miró nuevamente hacia la casa—.
Pero ya sabes lo que dicen sobre las reglas: están hechas para romperse. Tal
vez esa pequeña niña está rompiendo una de ellas.

—Tal vez —dijo Seis mientras arrancaba el jeep—. Como dijiste, la


vigilaremos.
Mientras se alejaban, sonó el teléfono de Sam.

—Es James —dijo mientras respondía.

—¿Dónde están chicos? —James preguntó.

—En nuestro camino de regreso —Sam le dijo.

—¿Han descubierto algo nuevo?

—Tal vez —dijo Sam—. Ya veremos.

—De acuerdo —dijo James—. Bueno, vuelvan aquí. Algo ha sucedido.

—¿Oh?
—Ha habido otro secuestro —dijo James.

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CAPÍTULO TRES
SEIS
MANILA, FILIPINAS

—¿NOS REUNIREMOS CON LA HIJA DEL PRESIDENTE? —Seis


dijo—. ¿En Manila?
Ella y Sam acababan de regresar al avión. Ahora, James les estaba
diciendo que estaban a punto de despegar otra vez.
—Mi papá se encontró con ella y su padre el año pasado —dijo Sam—
. Trató de ayudar a Melanie con su legado. ¿Es por eso que vamos?
—Nos vamos porque el presidente nos pidió que lo hagamos —explicó
James—. O, mejor dicho, le pidió a McKenna que lo haga. Los dos son
amigos desde hace mucho tiempo.
—¿De verdad? —dijo Seis—. ¿El presidente de los Estados Unidos nos
pidió que habláramos con su hija, cuándo probablemente todo el Servicio
Secreto, la CIA, el FBI y cualquier otro tipo de agente ya está en eso?

—Por no mencionar a Garde Terrestre —agregó Sam.


—Como dije, McKenna y el presidente Jackson se conocen desde hace
mucho tiempo —explicó James—. Él simplemente quiere explorar todas las
posibilidades, y McKenna dijo que haría lo que pudiera para ayudar con
la investigación.
—¿Esto significa que el presidente sabe de nuestro club secreto? —
presionó Seis.
—Significa que él sabe que McKenna es alguien que es bueno para
obtener respuestas —dijo James.

—¿Y qué pasó exactamente? —Dijo Seis.

—Melanie ha estado en Filipinas como parte de la Garde Terrestre,


ayudando con la recuperación después del terremoto que ocurrió hace tres
semanas —explicó James—. Es una especie de gira de buena voluntad. La
semana pasada, mientras regresaban a su hotel, fueron emboscados. Melanie

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COLDWIND
fue noqueada. Vincent Iabruzzi, otro miembro de la Garde Terrestre, fue
secuestrado. Él es un curador.

—Entonces, probablemente fueron las mismas personas que


secuestraron a Bunji —Seis conjeturó.
—Esa sería la conclusión lógica, sí —dijo James.
—¿Esto sucedió hace una semana? —Sam dijo—. ¿Cómo es que no
escuchamos nada al respecto?
—La Garde Terrestre puso a su departamento de relaciones públicas a
toda marcha —explicó James—. No quieren que la gente tenga miedo, así que
minimizaron todo y mantuvieron la desaparición de Iabruzzi fuera de las
noticias. Melanie se quedó en Manila y está haciendo apariciones para que
todos piensen que las cosas están bien. Pero créanme, tiene ojos sobre ella
todo el tiempo. Ahora abróchense el cinturón. Tenemos que ponernos en
marcha. Se trata de un vuelo de cinco horas hasta Manila.
Entró en la cabina, dejando a Seis y a Sam para que discutieran sobre
este nuevo desarrollo de las cosas.
—El legado de Melanie es la súperfuerza, ¿verdad? —Le preguntó a
Seis a Sam.

El asintió.
—Sí. No es el más interesante de todos, pero ella está muy entusiasmada
con ser parte de la Garde Terrestre. Tiene millones de seguidores en Twitter, y
su Instagram es un desfile de selfies diseñado para hacer que todos los
adolescentes del mundo quieran asistir a la AGH.
Sam busco su perfil en su teléfono y le mostró a Seis algunas de las
fotos. Todas ellas mostraban a una linda chica con cabello rubio rizado. La
mayoría la mostraban haciendo cosas típicas de adolescentes: comiendo
helado, jugando con un labrador negro, haciendo caras estúpidas con amigos
en una fiesta de pijamas. Pero otras fueron claramente escenificadas para
mostrarla usando su legado para el bien. En una, ayudaba a levantar una pila
de escombros en Nueva York. En la más reciente, se le veía ayudando con la
limpieza en Filipinas, luego siendo abrazada por un mujer cuya casa había
ayudado a desenterrar.

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COLDWIND
—Puedo ver por qué la escogieron para ser la cara de la Garde
Terrestre —dijo Seis—. Ella parece muy… alegre.

Horas después, cuando se reunieron cara a cara con Melanie Jackson


en una habitación de la embajada de los Estados Unidos en Manila, ella era
mucho menos alegre de lo que aparecía en las fotos. Lucía agotada. Su cara
estaba cubierta de moretones que se desvanecían, y tenía una venda en
la frente.
—Tú eres Seis —dijo cansadamente, sentándose en un sofá. Levantó sus
piernas y las abrazó, mirando a sus visitantes por encima de sus rodillas.
Ella dirigió sus ojos hacia Sam—. Y tú eres Sam. Tu padre fue amable
conmigo cuando el mío le pidió consejo acerca de mi legado. ¿Cómo está él?
—Su tono era ilegible.
—Él está bien —Sam dijo—. ¿Cómo está el tuyo? —Se sonrojó y se
rió nerviosamente, dándose cuenta de lo graciosa que era la pregunta, dado
que ella era la hija del presidente de los Estados Unidos.
Melanie no se rió.
—¿Él los envió?

—Algo así —admitió Sam.

Melanie resopló.
—Supongo que los ocho millones de infantes de la marina estacionados
en este lugar no son suficientes —dijo—. Como si eso realmente los fuera a
detener si quisieran entrar aquí, de todos modos.

—Entonces —dijo Seis—. ¿Puedes decirnos qué pasó?


—Ya he contado esa historia unas cien veces —respondió Melanie—
. ¿Realmente tengo que volver a contarla?

—Nos gustaría escucharlo directamente de ti —dijo Seis—. Si no te


importa.

Melanie se metió un mechón de cabello detrás de la oreja.

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COLDWIND
—Regresábamos de pasar el día ayudando con cosas del terremoto —
comenzó. Su voz era ligeramente plana, como si solo quisiera terminar de una
vez—. Yo había hecho un montón de trabajo pesado. Vincent había curado a
la gente. Usar su legado siempre lo desgasta más que cuando yo uso el
mío. Creo que la curación es más difícil. De todos modos, él estaba bastante
cansado. Los dos lo estábamos. Sólo queríamos tomar una ducha y comer
algo. Pero tuvimos que saludar y tomar fotos y todo eso. Ya saben, para
la publicidad de la Garde Terrestre. —Su voz adquirió un tono amargo—
. Y fue entonces cuando todo salió mal. Realmente no recuerdo mucho. Vi
a Vincent caer e intenté llegar hasta él. Entonces algo me pinchó en el
cuello. Más tarde me dijeron que fue un dardo tranquilizante. No recuerdo
nada hasta que desperté un par de horas más tarde.
Seis miró a Sam. Esto era más o menos lo que ya sabían gracias a lo que
James les había contado. Esperaban obtener información adicional de
Melanie.
—Dicen que hay personas con legados involucradas —dijo Melanie—
. La forma en la que Vincent desapareció tan rápido y todo. Fue alguien que
podía teletransportarse.

—Es ciertamente posible —dijo Seis.

Melanie negó con la cabeza.


—Eso es patético —dijo ella—. Se supone que los legados se usan para
ayudar a las personas, no para dañarlas. Por otra parte, no es como si alguno
de nosotros hubiera pedido tenerlos. —Le echó un vistazo a Seis, luego miró
hacia otro lado.
—Los legados son inherentemente buenos —dijo Seis, recordándose a
sí misma que la niña estaba bajo mucho estrés—. Si la gente los utiliza de
forma negativa, es porque han elegido hacerlo. —Pensó en Cinco, y en cómo
su mente había sido retorcida para hacerle usar sus dones contra su propia
gente.

Melanie suspiró.
—Solía pensar que las decisiones más difíciles a las que se enfrentaba la
gente de mi edad eran acerca de beber y de tener sexo. Ahora tenemos toda
esta otra cosa de la que preocuparnos.

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COLDWIND
—No es fácil —concordó Sam.

—Sin embargo, tú no has tenido tu legado por mucho más tiempo que
el resto de nosotros, ¿cierto? —preguntó Melanie—. Y parece que lo estás
manejando bien.
—Sí —dijo Sam—. Pero no tuve muchas opciones. El mío se
manifestó justo en el medio de la guerra, y tuve que descubrir muy
rápidamente qué estaba sucediendo. —Miró a Seis—. Además, he tenido
mucha ayuda para aprender a usarlo. Confía en mí, toma un poco de tiempo
antes de que ya no se sienta raro. Antes de que tú ya no te sientas raro.
Melanie bajó los pies, cruzó los brazos sobre su pecho, aún se
resguardaba.
—Estoy llegando allí —dijo—. Más o menos. Cada vez que uso
mi legado, me sorprende que realmente funcione. Todavía se siente un poco
como un truco de magia. Durante mucho tiempo, tuve ese extraño miedo de
que tal vez alguien estuviera jugándome una elaborada broma pesada. Como si
de alguna manera hubiera maquinaria o algo que no podía ver que estaba
haciendo el trabajo real, y que yo estaba siendo filmada para uno de esos
shows de cámara oculta. Es tonto, lo sé.

—No es tonto —dijo Sam.


—Además, siempre hay alguien observando —continuó Melanie—
. Quiero decir, estoy acostumbrada a que todos miren todo lo que hago
porque soy la hija del presidente. Todos esperan que yo me tropiece y haga
algo estúpido. Pero eso no es nada comparado con esto. —Ella suspiró—. A
veces solo quiero ir al centro comercial y mirar aretes sin que eso tenga
que significar algo. —Miró a Seis por un momento—. De todos modos, no creo
que tú alguna vez vayas al centro comercial a comprar joyería.
—No tengo mucho tiempo para eso, no —dijo Seis.
—Esa es una de las cosas que pensé que me gustaría sobre la Garde
Terrestre —Melanie dijo—. Se supone que debe darte una salida positiva a todo
esto.

—¿Pero ahora? —dijo Seis.

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COLDWIND
—Ahora, no lo sé —admitió Melanie—. Nadie nos dijo que
la gente querría herirnos o… —Su voz se apagó. Sacudió su cabeza—. No lo
sé.
—¿Vincent alguna vez menciono que alguien se contactara con él? —
Seis preguntó, tratando de volver al tema de la conversación—. ¿Qué lo
amenazarán?

—No más de lo habitual —respondió Melanie.


—¿Lo habitual? —Seis repitió.
—Ya sabes —dijo Melanie—. Los correos electrónicos de personas
locas que te dicen que estás poseído por demonios. Los comentarios de
personas que piensan que puedes darles un legado acostándote con
ellos. Hubo un tipo que me escribió un montón de veces para preguntarme si
le donaría mi sangre para que pudiera experimentar inyectándola a
ver qué ocurría. A ustedes también les pasan ese tipo de cosas, ¿verdad?

—En realidad, no —dijo Seis.


—Pero hemos estado fuera de la red —agregó Sam—. Ustedes son más
figuras públicas que nosotros en este momento.
—Puede ser —dijo Melanie—. De todos modos, no todo es tan
espeluznante como eso. A veces es gente que desea contratarte para que hagas
cosas por ellos, o gente que quiere comprar tu historia. Hay una compañía que
quiere hacer figuras de acción de nosotros. Eso sería realmente
genial. Pero está en contra de las regulaciones de la Garde Terrestre o algo
sobre sacar provecho de nuestros legados. De todos modos, cualquier correo
electrónico o carta que recibamos, se las entregamos a Lexa en la AGH para
que las examine.

—¿Lexa? —dijo Seis.


—Sí —dijo Melanie—. Ella es la experta en tecnología de la academia y
ofreció su ayuda a la Garde Terrestre. Si alguien realmente amenazaba a
Vincent, ella lo sabría. Puedo darles su información de contacto si quieren.
—Oh, sabemos cómo ponernos en contacto con ella —Sam le
aseguró—. ¿Hay algo más —cualquier cosa— que creas que pueda ser útil?
Melanie negó con la cabeza y bostezó.

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COLDWIND
—No —dijo ella—. Y estoy realmente cansada. ¿Hemos terminado
aquí?

—Por ahora —Seis dijo.

—Gracias por hablar con nosotros —agregó Sam.

Melanie se puso de pie.

—¿Van a encontrar a Vincent?

—Vamos a intentarlo —dijo Sam.


—Inténtelo con ganas —dijo Melanie, y se dirigió a la puerta.

Cuando se fue, Sam dijo:

—Parece que hablaremos con Lexa.


—Tanto que hicimos por mantener un perfil bajo —Seis comentó.
—Melanie probablemente le dirá a la Garde Terrestre que venimos a
verla de todos modos —Sam le recordó.

—Volvamos al avión —Seis dijo—. Estoy lista para irme a casa.

Sam se rió entre dientes.

—¿Qué? —Seis dijo—. ¿Dije algo gracioso?

—Dijiste 'casa' —respondió Sam.


—No te emociones —dijo Seis—. Lo dije en sentido metafórico.
Regresaron al Gulfstream. James no estaba allí. Sin embargo, antes de
que pudieran empezar a preguntarse dónde estaba, sonó el celular de Sam.

—¡Lexa! —Dijo Sam, contestando el celular.

—La misma —dijo Lexa—. ¿Cómo están ustedes dos?

—Bien —le dijo Sam—. Es bastante gracioso, justo íbamos a llamarte.


—Supuse que lo harían —dijo Lexa—. ¿Cómo fue todo con Melanie
Jackson?
Sam se rió.

38
COLDWIND
—No se puede hacer nada sin que lo sepas, ¿verdad?

—Bueno, sabes que me gusta vigilar las cosas.


—Espera. Déjame ponerte en la pantalla de plasma para que Seis pueda
hablar contigo también.
Desvió la llamada al televisor del avión. La cara de Lexa llenó la pantalla.
Sam se comunicó con la electrónica y la manipuló para que ella pudiera verlos
también.
—¿En qué clase de habitación de hotel volador están ustedes dos? —
preguntó Lexa.

—Ya sabes —dijo Seis—. Solo estamos viajando en primera clase por
todo el mundo. ¿Cómo va todo allí?
"Allí" era la Academia de la Garde Humana en Point Reyes, California,
donde Lexa ayudaba a Nueve a poner en marcha las cosas. En respuesta a la
pregunta, Lexa se encogió de hombros.
—Conseguí una oficina con todos los juguetes que un hacker podría
desear —dijo, indicando la habitación detrás de ella. Presionó el teclado—. Es
la forma en la que Nueve intenta asegurarse de que me quede por un tiempo.
—Parece que está funcionando —dijo Seis.

—Hay peores lugares.

—¿Cómo está Nueve? —Preguntó Seis.


—Se siente el rey del castillo —dijo Lexa—. Nos encantaría verlos a los
dos. Ya saben, cuando no estén tan ocupados con lo que sea que estén
haciendo.
Sam se rió. Sospechaba que, de alguna manera, Lexa sabía más acerca
de sus actividades de lo que estaba admitiendo, pero no le preguntó.

—¿Has hablado con alguno de los otros últimamente?


—Sí, todos están bien. John, Marina...

—¿Incluso con Cinco? —Seis dijo.


—Bueno, ya sabes —dijo Lexa—. Con casi todos.

39
COLDWIND
—Supongo que no llamaste sólo para ponerte al día —dijo Sam—.
¿Qué pasa?

—Dos cosas —dijo Lexa—. Uno, ustedes saben sobre los sanadores
que han estado desapareciendo.
Era una afirmación, no una pregunta. Sam asintió.

—Lo sabemos.
—Bueno, encontramos un sanador potencial. Una chica llamada Edwige
Pothier. Se ha hecho una reputación. Se dice que puede ayudar con todo,
desde quedar embarazada hasta curar enfermedades terminales. Lo único es
que lo ha estado haciendo desde mucho antes de que los legados comenzaran
a aparecer en humanos.
—¿Cómo? —preguntó Sam.

—Supuestamente, con hoodoo.


—¿Te refieres a clavar alfileres en muñecos? —dijo Sam.
—Eso es vudú —dijo Lexa—. Hoodoo es una especie de magia
popular. Sea como sea que ella lo llame, podría ser un legado. O podría no ser
nada en absoluto. El punto es que alguien que esté secuestrando sanadores
estaría muy interesado en una chica como Edwige. Deberían llegar a ella antes
de que otra persona lo haga.
—¿Por qué no vas tú? —Seis le preguntó—. ¿Por qué no lo pides a
nosotros?

—Tengo suficiente que hacer aquí —dijo Lexa.


—¿Quieres decir que pensaste que podrías hacernos cambiar de
opinión acerca de trabajar con la AGH? —Respondió Seis—. Buen intento.
—Todo lo que les estoy pidiendo es que hagan un pequeño viaje,
échenle un vistazo —dijo Lexa—. Lo consideraría un favor.

—Lo haremos —dijo Sam.

Lexa asintió.

—Lo aprecio mucho. Y mientras están allí, tengo a alguien más con
quién podrían estar interesados en hablar.

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COLDWIND
—¿Oh? —dijo Seis—. ¿Quién es ese?

—¿Alguna vez han visto los videos de YouTube de personas que


supuestamente tienen legados? —preguntó Lexa—. Eso lo es todo el ahora.
Algunos de ellos son tan buenos que incluso yo no puedo decir de
inmediato cuál es real y cuál no. Bueno, echen un vistazo a este.
Escribió algo en el teclado y, en una esquina de la pantalla, apareció un
video. Surgió la imagen de un par de manos. Una estaba ahuecada, y en la
palma descansaba un caballo de origami hecho con papel plegado, color azul
con pequeñas estrellas de plata.

—Bonito —dijo Seis.

—Solo mira —le dijo Lexa.


La segunda mano se posó sobre el caballo. Con dos dedos presionados
contra el pulgar, como si a quienquiera que le pertenecieran las manos
estuviera pellizcando algo entre ellos. Luego los dedos se movieron en
pequeños círculos mientras la mano viajaba de un lado a otro sobre el caballo.
—Es como si fingiera espolvorear sal sobre ella —comentó Sam—. O
polvo de hadas.
La segunda mano desapareció, y solo la que sostenía el caballo
permaneció en el cuadro. Por un momento, no pasó nada. Entonces el caballo
levantó la cabeza y se sacudió. Estiró una pierna y golpeó su casco de papel
contra la palma de la mano, pateándola. Su cola de papel se sacudió
bruscamente. Movía la cabeza de un lado a otro como si estuviera probando
los músculos que estaba usando por primera vez. Finalmente, se alzó
torpemente sobre sus patas traseras antes de caer de costado, dónde quedó
inmóvil.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sam—. ¿Algún tipo de animación?


—Esa es una buena palabra para eso —dijo Lexa—. Ese es el primer
video que publicó, hace aproximadamente seis semanas. Ha habido muchos
más desde entonces. Reproduciré unos cuantos más.
Les mostró dos videos más. En el primero, la chica animó otra figura
de papel, esta vez una rana. Después de hacer la cosa de espolvorear, la rana
saltó a través de su palma antes de quedarse inmóvil. En el segundo, los
animales de origami fueron reemplazados por una figura de acción, Sam le
41
COLDWIND
informó a Seis que era la figura de una persona llamada Luke Skywalker, de
una película llamada Star Wars. Cuando cobró vida, inmediatamente encendió
su pequeño sable de luz, balanceando el arma verde brillante de un lado a otro
mientras buscaba a un enemigo inexistente.

—Los subieron hace cuatro y tres semanas —dijo Lexa—. Este fue
publicado hace dos días.

El video final era ligeramente diferente. No había ninguna mano


sosteniendo un animal de origami o una figura de acción. En esta, la
marioneta de una bailarina de ballet estaba sentada en la hierba en un
jardín. La figura parecía estar hecha de papel maché, con sus miembros unidos
con cordel. Llevaba un tutú de papel rosa, y sus rasgos estaban pintados. Las
cuerdas conectaban las manos, los pies y la cabeza a un par de palos cruzados.
Como en los videos anteriores, apareció una mano, que recogió los
palos. La bailarina se puso de pie, temblando al final de las cuerdas. Entonces
la música comenzó a sonar, y ella a danzar.
Después de unos veinte segundos, apareció una segunda mano,
sosteniendo un par de tijeras. Con movimientos rápidos, las tijeras cortaron
cada una de las cuerdas que sostenían la marioneta. Pero la bailarina no se
cayó. Siguió bailando, levantando sus brazos, moviendo sus piernas,
girando alrededor.
—Parece stop-motion para mí —Sam comentó—. Uno muy bien
hecho.

—No es animación —dijo Six—. Es real.

Sam se rió.
—Correcto. Lexa, estos videos son geniales, pero realmente no sé lo
que…
—Seis tiene razón —dijo Lexa—. Al menos, creo que la tiene.

—¿Crees que esa marioneta realmente cobró vida? —Sam preguntó.


—Vida no —dijo Seis—. Ellos no están vivos. Pero podría
considerarse que si lo están basándonos en lo que pueden hacer.

—No es tan diferente de tu tecnopatía, Sam —dijo Lexa.

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COLDWIND
—Solo hago que las máquinas realicen lo que se supone que están
diseñadas para hacer —objetó Sam.

—¿No es eso lo que ella está haciendo? —dijo Seis—. Hizo que un
caballo de papel actuara como un caballo real, y que una rana de papel saltara
como una rana real. Hizo bailar a la marioneta de una bailarina.
—Supongo —admitió Sam—. Pero nunca hemos visto un legado como
ese.
—Están apareciendo todo tipo de legados nuevos —dijo Lexa.
—¿Quién es la chica? —Seis preguntó.

—No lo sé todavía. No exactamente, de todos modos. Su nombre de


usuario es Geppettogirl. La he rastreado hasta Nueva Orleans, donde hace su
acto para los turistas en Jackson Square, pero eso es todo lo que he podido
obtener. Sin embargo, se pone más interesante. Encontré una historia en
el Times-Picayune esta mañana. Una cosa pequeña, perdida en los artículos de
atrás. Un caballero con el nombre de Tarvis Mendelson sufrió un robo en su
tienda de antigüedades en el Barrio Francés de Nueva Orleans. Alguien se
llevó un par de monedas raras.
—¿Eso es interesante? —dijo Sam.

—No —dijo Lexa—. Pero esta parte sí. Mendelson le dijo a la policía
que estaba bastante seguro de haber visto a un par de muñecos salir con esas
monedas. Muñecos vestidos como piratas.
—Parece que Tarvis ha estado bebiendo un poco —sugirió Sam.
—Estoy segura de que eso es lo que piensa la policía también —dijo
Lexa—. Y tal vez eso es lo que pasó. O tal vez alguien como Geppettogirl usó
su legado para hacer que esos piratas hicieran su trabajo sucio.

—Piensas que alguien debería vigilarla —dijo Seis.


—No haría ningún daño eso. Y ya que ustedes van a estar allí de todos
modos, si me hicieran ese favor… —Dejó que sus palabras se desvanecieran.

Seis gruñó.
—Bien —dijo ella—. Intentaremos encontrarla.

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COLDWIND
Lexa sonrió.

—Gracias —dijo ella—. Te enviaré un mensaje de texto con la


información sobre Edwige Pothier. Llámenme cuando tengan alguna noticia.

La conexión se terminó. Seis se recostó en su silla.

—Ella trama algo.

Sam se rió.

—Felicitaciones. Oficialmente eres la persona más paranoica que


conozco.
—Ni siquiera nos preguntó para quién trabajamos —continuó Seis—.
Cómo si ya lo supiera.
—Te preocupas por nada —Sam le aseguró—. Es Lexa. Es nuestra
amiga, ¿recuerdas?
Seis asintió.

—Lo sé. Lo sé. Tienes razón. —Ella suspiró.

James, que iba entrando por la puerta en ese momento, dijo:


—Lo siento. Tenía que presentarle nuestro plan de vuelo a la oficina de
Nueva York. ¿Pasó algo mientras yo no estaba?
Seis miró a Sam, quien asintió con la cabeza y luego miró a James.

—Acerca de ese plan de vuelo —dijo ella.

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COLDWIND
CAPÍTULO CUATRO
SAM
NUEVA ORLEANS, LUISIANA

LA TIENDA EN LA QUE EDWIGE POTHIER TRABAJABA no tenía


número, metida en un callejón en el borde de Faubourg Marigny, lejos de las
multitudes que llenaban el Barrio Francés más popular. Seis y Sam pasaron
junto a la puerta sin número, con su pintura azul claro desteñida, y al principio
la confundieron con una puerta trasera que daba hacia otro lado. Que, de
hecho, es lo que era, o había sido, ya que la tienda se encontraba en lo que
solía ser la cocina de los sirvientes de una casa que daba a la calle siguiente.
Una vez que se dieron cuenta de que habían encontrado el lugar que
estaban buscando, Seis abrió la puerta, y ella y Sam entraron. Se encontraron
en una habitación pequeña, sin ventanas, iluminada por una única bombilla
atornillada a un accesorio en el techo. Las tablas del suelo, pintadas de blanco,
estaban desgastadas. Los estantes se alineaban en las paredes, llenos de frascos
de vidrio que contenían hierbas secas, flores, gramíneas y otros productos
botánicos. Dispersos entre estos había otros frascos que contenían artículos
más inusuales: dientes, tierra de cementerio, clavos de ataúd, monedas de plata
de diez centavos.
En el medio de la habitación había una mesa rectangular de madera. Su
parte superior estaba cubierta con pequeñas pilas de algunas de las cosas que
estaban en los frascos de los estantes. Sentada allí estaba una anciana cuya piel
estaba arrugada y bronceada por los años bajo el sol. Vestía una camisa de
trabajo azul descolorida con las mangas arremangadas hasta los codos. Su
cabello gris caía en una larga y gruesa trenza por su espalda. Estaba
recogiendo porciones de esto y de aquello y metiéndolos en una pequeña
bolsa de franela roja. Cuando levantó la vista, miró a Sam y a Seis con un ojo
azul y otro del color claro de la leche.
—Hola —dijo Seis—. Nos preguntábamos si podías ayudarnos a
encontrar a Edwige Pothier.
—¿Qué quieres con Edwige? —preguntó la mujer. Hablaba con un
pesado acento Cajún.
—Solo queremos hablar con ella —dijo Seis.

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COLDWIND
—¿Sobre qué?

—Entendemos que es una sanadora muy hábil —dijo Seis.


—¿Estás enferma? —preguntó la mujer. Ladeó la cabeza—. No pareces
enferma. —Volvió su mirada hacia Sam—. Él tampoco parece enfermo.

Seis negó con la cabeza.

—No.

—¿Alguien más está enfermo?


—Nadie está enfermo —dijo Seis.

—Entonces, ¿para qué necesitas a Edwige?


Seis no estaba segura de cómo continuar la conversación. La mujer
obviamente sospechaba de ellos. Decidió que lo más sencillo sería decir la
verdad.

—Puede que ella esté en peligro.


—¿En serio? —Respondió la mujer. Parecía indiferente.

—¿Puedo preguntar cuál es tu nombre? —preguntó Sam.

—Evella.

—Evella, soy Sam. Ella es Seis. ¿Sabes quiénes son los garde? ¿Qué es un
legado?

La mujer asintió.
—Escuché algo acerca de eso. Hombres del espacio y otras cosas. —Le
dio a Seis una mirada significativa, pero no dijo nada más.
—Sí —dijo Sam—. Bueno, si Edwige realmente puede sanar a la gente
como escuchamos que lo hace, podría tener un legado. Un regalo.

—Oh, ella recibió un regalo, eso es correcto —dijo Evella—.


Pero no vino del espacio exterior. Ha estado curando a la gente desde que
tenía siete años. Mucho antes de algo de lo que está pasando ahora comenzara.

—¿Y cómo es que los cura exactamente? —preguntó Seis.

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COLDWIND
—Ella no los cura —dijo Evella—. Dios lo hace. Edwige, ella sólo sabe
cómo pedirle su ayuda de la manera correcta.

Seis miró a Sam.

—¿Qué pasa? —dijo Evella—. ¿No crees en Dios?

Seis negó con la cabeza.

—No es eso.

—Déjame preguntarte algo —dijo Evella—. ¿De dónde vienen estos


legados?

—De la Entidad —le dijo Seis.

—¿Es una persona?


—En realidad no —dijo Seis—. Es más un poder. Una fuerza. Despierta
legados en ciertas personas.

—¿En cuáles personas? ¿Cómo elige a quién otorgárselos?


—Realmente no lo sé —Seis admitió.
—Suena como Dios para mí —dijo Evella—. Solo que con un nombre
diferente. —Miró de Seis a Sam—. Ustedes dos tienen poderes. —No era una
pregunta.
Sam asintió.

—Varios.
—¿Cómo cuáles?
Sam se concentró en una pequeña pila de lo que parecían ser raíces
secas que yacían sobre la mesa frente a Evella. Lentamente se levantaron en
el aire. Sam hizo un círculo con las raíces, luego las bajó de nuevo a la
mesa. Esperó la respuesta de Evella.
—Supongo que eso hace la mesa mucho más divertida —dijo. Volvió
su ojo bueno hacía Seis—. ¿Qué haces tú?
Seis se volvió invisible. Luego reapareció en el otro lado de la
habitación.

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COLDWIND
—Eso —dijo—. Entre otras cosas.

—¿Cómo hiciste eso? —dijo una voz.


Detrás de donde Evella estaba sentada en su silla había una puerta que
daba a otra habitación. Ahora, había una adolescente de pie ahí. Era baja,
delgada, con el pelo largo y castaño que casi le llegaba a la cintura. Sus grandes
ojos eran del mismo azul que el ojo bueno de Evella. Llevaba un vestido sin
mangas, amarillo con un patrón de rosas, y estaba descalza.
—¿Edwige? —adivinó Sam.
La niña asintió.

—-¿Cómo hiciste eso? —preguntó de nuevo.


—Es su legado —explicó Sam.

—¿Es magia? —preguntó Edwige.


—Algo así, supongo —respondió Sam—. ¿Es magia lo que tú haces?
—Algunas personas lo llaman así —dijo Edwige. Le echó un vistazo a
Evella, que resopló burlonamente.
—¿No lo es? —dijo Seis.

La chica negó con la cabeza.


—Yo lo llamo hoodoo. Conjuro. Rootwork. Tiene diferentes nombres.
Pero todo proviene de Dios.

—¿Cómo aprendiste a hacerlo? —preguntó Sam.

Edwige señaló a Evella.


—Ella me enseñó.
Evella chasqueó la lengua.

—Te enseñé —dijo ella—. Pero tú eres más brillante de lo que yo


fui. Más brillante que cualquier otra persona que yo haya visto.

—¿Más brillante? —dijo Sam.


—Quiere decir más fuerte —explicó Edwige.

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COLDWIND
—Cuando se pone a trabajar, brilla con el espíritu —dijo Evella.

—¿Qué piensas que es lo que la hace tan buena en esto? —Seis


preguntó.

—Algunas personas simplemente lo son —dijo Evella.


La charla sobre el resplandor le sonó mucho a Seis como a lo que
describían los que tenían el legado de curación. Dirigió su atención
hacia Edwige.

—¿Cómo lo haces? La curación.

Edwige se encogió de hombros.

—Diferentes formas —dijo ella—. Depende de lo que esté mal.

—¿Puedes mostrarme?
—No hay nada que mostrar —le dijo Edwige—. A menos que quieras
verme moler algunas raíces y escucharme decir algunas oraciones.
Seis miró hacia la mesa. Un cuchillo descansaba allí, él que Evella estaba
usando para reunir las hierbas en montones. Seis lo recogió y rápidamente lo
pasó por su palma. El corte no fue profundo, pero la sangre brotó. Estiró su
mano hacia Edwige.

—¿Puedes curar esto?


«Si es una sanadora, me tomará de la mano», pensó. Por un momento, parecía
que la chica lo haría. Entonces Evella tomó un pañuelo y se lo tendió a Seis.
—Ella no es ninguna atracción de feria —dijo. Agitó el pañuelo en
el aire.
Seis esperó un momento, luego tomó la tela, limpiándose la mano con
ella.

—No es una sanadora —le dijo a Sam—. Al menos no del tipo que nos
interesa.
—Tal vez no —dijo él—. Pero si alguien más piensa que si lo es, aún
podría estar en peligro.
—No tengo miedo —anunció Edwige.

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COLDWIND
—Deberías tenerlo —le dijo Seis—. Alguien está cazando adolescentes
con legados curativos.

—Pero yo no soy una de ellos —dijo Edwige—. No de ese


tipo. Tú misma lo dijiste.
—Desafortunadamente para ti, tienes la apariencia de una —dijo
Sam—. Tienes la edad correcta. Y si lo que sea que tú hagas de verdad funciona,
puede haber personas que quieran aprovecharse de eso.
—Recibió un regalo, de acuerdo —dijo Evella—. ¿Qué se supone que
debe hacer, pretender que no?
—Deja de curar a la gente —dijo Seis—. Corre la voz de que eres una
mentira.
—Pero no lo soy —dijo Edwige.
—Entonces comienza el rumor de que tus poderes se han ido —dijo
Seis—. No me importa lo que digas. Pero para que te mantengas a salvo —
si es que eso aún es posible en este punto— necesitas que la gente crea que no
puedes hacer lo que supuestamente puedes hacer. Porque alguien está
hablando. Hemos oído hablar de ti, y si nosotros nos enteramos, otras
personas también lo harán, y es posible que no sean personas de las que
quieras conocer.

—Lo siento, no tenemos una mejor sugerencia —Sam dijo.

Edwige sonrió suavemente.


—Estaré bien —dijo ella—. Dios me protegerá.
—Espero que eso sea cierto —dijo Sam. Fue al mostrador, recogió un
pedazo de papel y un lápiz y escribió algo—. Pero solo en caso de que
necesites ayuda, llama a este número.

Edwige tomó el papel, lo miró y luego lo guardó en un bolsillo de su


vestido.

—Gracias. —Luego se dirigió a Seis—. Fue un placer conocerte —dijo,


y le tendió la mano.
Seis la tomó. Un momento después, sintió una sensación cálida penetrar
en su piel. Sorprendida, miró a Edwige a la cara. La chica la miró, inexpresiva,

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COLDWIND
y casi imperceptiblemente negó con la cabeza. Sostuvo la mano de Seis por
otro momento, luego la soltó. Seis pasó sus dedos por su palma. No había
corte alguno.
—Fue un placer conocerte también —dijo Seis—. Tal vez te veamos de
nuevo.

Seis y Sam salieron de la tienda y caminaron bajo la tarde soleada.


—Ella es una sanadora —le dijo Seis a Sam, levantando su mano.

—¿Qué? —dijo Sam—. Acabas de decir que no lo era, no de ese tipo.

—No creo que siempre lo haya sido —dijo Seis—. Pero lo es ahora.
—¿Piensas que ella estaba fingiendo, y luego fue dotada con un legado
de curación? —dijo Sam—. Eso parece extrañamente conveniente.
—Tal vez siempre ha sido una sanadora —dijo Seis—. Tal vez
le dieron un legado porque estaba predispuesta a él.

—¿Ya hemos vimos eso antes? —preguntó Sam.


—Tú eres el que dijo que tal vez la energía loriense funciona de manera
diferente en los humanos —Seis le recordó—. ¿Quién sabe? Quizás algunos
de los niños que son elegidos ya tengan ciertas habilidades, y la energía loriense
las sobrealimenta.

Sam se volvió hacia la puerta.


—Tenemos que volver adentro y convencerla de que…
—¿De qué? —Seis lo interrumpió—. ¿De venir con nosotros? ¿De ir a
la AGH? Puedes decir que no está lista todavía. Necesita tiempo.
—Puede que no tenga tiempo —le recordó Sam.

—Tiene tiempo suficiente como para que nosotros vayamos por algo
de comer —le dijo Seis—. En serio, ¿qué puede pasarle en la próxima
hora? Vamos a almorzar. Luego podemos volver y ver si Edwige habla de
nuevo con nosotros. ¿De acuerdo?

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COLDWIND
—Creo que es una especie de plan —dijo Sam—. Oye, ¿alguna vez has
probado un po' boy5 de ostras?

—¿Quiero probarlo? —preguntó Seis.


—Absolutamente —dijo Sam—. Espera. —Sacó su teléfono y se
concentró en él, diciéndole que llamara a los restaurantes locales—. Hay un
lugar no muy lejos de aquí —dijo—. Vamos.
Comenzaron a caminar. Su ruta los llevó al Barrio Francés y a través
de Jackson Square, donde había numerosos puestos con vendedores de
arte. También había mesas dispuestas donde la gente se sentaba para que les
leyeran la palma y lectores de cartas del tarot. El café que estaban buscando no
estaba lejos, y tenía mesas afuera. Se sentaron y ordenaron, luego esperaron a
que la comida llegara.
—¿Crees que realmente curó a las personas con raíces y oraciones y
todo lo que usa? —Seis le preguntó a Sam—. Quiero decir, ¿antes de que su
legado llegara?
—No lo sé —dijo Sam—. La mitad de las cosas que doy por hecho
ahora solíamos pensar antes que era ciencia ficción. ¿Gente de otros planetas?
¿Superpoderes? Eso solo estaba en los cómics y las películas. Ahora, la hija del
presidente sale levantando árboles en las noticias de la noche. El mundo
entero ha cambiado. Entonces, ¿quién puede decir que es imposible y que no?
Cuando Seis no respondió, Sam la miró. Ella estaba mirando fijamente
algo en la plaza.
—¿Qué estás mirando? —Le preguntó Sam.

Seis señaló.

—Mira —dijo ella—. Esa chica.


Sam volvió la cabeza. A veinte yardas de distancia, había una chica
afroamericana de pie. Estaba vestida con jeans y una camiseta blanca.
Su cabello, una masa de rastas, estaba echado hacia atrás y colgaba sobre sus
hombros. Había una caja de cartón en el suelo a su lado, así como un cuenco

5
Po'boy es un sándwich submarino típico de Luisiana. Es parecido a un bocadillo y se sirve en una
baguette. Está compuesto generalmente de marisco o pescado rebozado, o carne

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COLDWIND
frente al cual había un letrero escrito a mano que decía Donaciones ¡Gracias! La
chica sostenía un trozo de papel en sus manos, lo estaba doblando.

—¿Qué está haciendo ella? —Sam le preguntó a Seis.

—Origami. Aunque no sé por qué.


La chica terminó de doblar el papel y lo sostuvo en su palma. A ese
punto, un puñado de personas se había detenido para observarla. La chica
agitó sus dedos sobre el papel, y esté se levantó de su mano, con un par de alas
moviéndose bruscamente. Había hecho una mariposa. La chica repitió el
movimiento, y el aleteo se volvió más elegante. La mariposa de papel voló
alrededor de su cabeza varias veces, luego salió volando a través de la plaza,
elevándose hasta que desapareció. La gente reunida a su alrededor aplaudió.
—Esa es la chica de los videos —dijo Seis—. Lexa dijo que se presenta
aquí, ¿recuerdas? Vamos. —Se levantó.

—¡Pero nuestros po'boys! —objetó Sam.


Seis lo ignoró, caminando hacia donde la chica estaba actuando.
Sam llamó a su camarera.

—Ya volveremos —le dijo, luego siguió a Seis.


La chica estaba trabajando ahora con una rana de origami. Está estaba
saltando de una mano a la otra, y luego de regreso. La multitud se rió y aplaudió,
atrayendo la atención de aún más transeúntes. Monedas y algunos billetes
fueron depositados en el recipiente de donación.
Sam y Seis se pararon en la parte posterior de la creciente multitud,
viendo como la chica animaba una serie de cosas: pequeños animales de
plástico, una muñeca de trapo , una estatuilla de recuerdo de un saxofonista de
Nueva Orleans que se balanceaba hacia adelante y hacia atrás mientras
ejecutaba un silencioso número musical.
—¿Cómo está haciendo eso? —Le preguntó una joven a su amigo.
—Con un cordel invisible —dijo el joven—. Como el de las cañas de
pescar. Probablemente esté atado a la punta de sus dedos o algo así.

La chica, al escuchar la conversación, dijo:


—Dame algo tuyo, y haré que cobré vida.

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COLDWIND
El joven buscó en sus bolsillos.

—No tengo nada.


—Yo sí —dijo su amiga, hurgando en su bolso y sacando un llavero
que tenía un juguete de Hello Kitty—. ¿Algo como esto?

—Perfecto —dijo la chica, tomando la pequeña figura.


Ella realizó la maniobra con los dedos, y Hello Kitty comenzó a hacer
un pequeño baile incómodo. Las llaves le dificultaban moverse
con gracia, pero ella hizo todo lo posible, arrastrándolas detrás de ella mientras
giraba sobre sus pies, levantaba sus patas como una bailarina.

—Eso es increíble —dijo la joven. Le dio un codazo a su amiga—


. ¿Qué piensas ahora?

—Sigo pensando que es un truco —dijo. Miró a Sam—. ¿Cierto?


—Claro —dijo Sam. Estaba distraído con el teléfono vibrando con un
mensaje entrante en su bolsillo trasero. Sacándolo, lo miró—. Tenemos que
irnos —le dijo a Seis.
—Dile a James que tendrá que esperar —Seis dijo—. Vamos a hablar con
esa chica.

—No es James —dijo Sam—. Es Edwige.

Giró el teléfono para que Seis pudiera ver el mensaje.


AYUDA

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COLDWIND
CAPÍTULO CINCO
SEIS
NUEVA ORLEANS, LUISIANA

CUANDO SEIS Y SAM RODEARON LA ESQUINA hacia la calle dónde


estaba la tienda, vieron a Evella cojeando hacia ellos, usando un bastón de
madera para ayudarse a impulsarse. Un momento después, estaba volando hacia
ellos. A una docena de pies detrás de ella estaba un chico con sus manos
levantadas frente a él, con una mirada de concentración en su rostro. Seis solo
tuvo un momento para reaccionar y usar su telequinesis para reducir
la velocidad de Evella. La anciana quedó suspendida en el aire por un
momento, con una mirada de indignada sorpresa en su cara mientras movía su
bastón alrededor y lanzaba patadas. Seis la bajó suavemente hasta el suelo.
El chico corrió dentro la tienda. La puerta se cerró de golpe golpeado.

—¿Qué está pasando allí? —Le preguntó Seis a Evella.


—La tienen —dijo enojada. Comenzó a caminar de vuelta a la
tienda. Seis la detuvo.

—¿Cuántos? —preguntó Sam.

—Tres —dijo Evella—. El chico y dos chicas.

Sam miró a Seis.

—Podrían ser los que están secuestrando a los sanadores.


—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Seis, comenzando a
avanzar hacia la puerta. Evella y Sam la siguieron.
Abrir la puerta no fue problema. Estaba cerrada desde adentro, pero
Seis simplemente usó su telequinesis para arrancarla de sus bisagras,
enviándola ruidosamente a la calle.

—Quédate aquí —le dijo a Evella mientras ella y Sam entraban.


La habitación delantera estaba vacía. Un momento después, sin
embargo, los frascos en los estantes comenzaron a temblar. Luego se
levantaron en el aire. Flotaron allí, temblando, haciendo un ruido cuando

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COLDWIND
quien quiera que los estuviera controlando los sacudía. Seis dio un aplauso
lento.

—Muy bien —dijo ella. Luego aclaró su mente y se imaginó los frascos
volviendo a sus lugares. Lo hicieron—. Pero yo soy mejor.
Los frascos explotaron, enviando fragmentos de vidrio y su contenido
en todas direcciones. Instintivamente, Seis y Sam contraatacaron con su
telequinesis, y antes de que alguno de los fragmentos pudiera alcanzarlos, se
detuvieron y quedaron flotando en el aire. Luego, lentamente, los restos
comenzaron a girar en dirección contraria a las agujas del reloj, creando una
nebulosa nube turbulenta que centelleaba con trozos de vidrio.

—Está bien —dijo Seis—. Eso es más impresionante.


—¿No eres tú la que está haciendo esto? —preguntó Sam.
—No —dijo Seis. Asintió con la cabeza hacia la puerta que estaba al
otro lado de la habitación—. Alguien está ahí.
La nube se enroscaba sobre sí misma, dando vueltas y más vueltas
como si esperara a que dieran el primer paso. Monedas, raíces y dientes se
mezclaban con trozos de vidrio.
—Es un buen truco —dijo Sam. Extendió su mente, probando la
fuerza de la persona que controlaba la nube. Sam era más fuerte. Forzó a los
trozos y a los restos a que se fueran al piso, despejando el camino hacia
la puerta.
—Estás arruinando su diversión —dijo Seis, sonriéndole mientras
caminaba por el espacio despejado. Entonces cruzó la puerta. Un horno de
ladrillo había sido construido en una pared, la chimenea se elevaba a través del
techo. Una silla de madera estaba desocupada en una esquina, un libro estaba
en el piso a su lado.
Parado al otro lado de la habitación estaba el chico que habían visto
corriendo hacia la tienda. Ahora tenían un mejor vistazo de él: era bajo, un
poco gordo, con piel blanca manchada de pecas en las mejillas y la nariz, y una
mata de rizos rojos. Vestía jeans y una camiseta negra, los cuales parecían
necesitar una lavada.
Con él había dos chicas. Una era delgada, con la piel de color marrón
claro y cabello lacio y negro, estaba de pie con los ojos cerrados, como si se
56
COLDWIND
estuviera concentrando. La segunda chica estaba detrás de Edwige,
sosteniendo sus brazos por detrás de su espalda y mirando a Seis y a Sam. Le
recordó a Seis a la chica que les dio a ella y a Sam un recorrido por algunos
templos en Vietnam unos meses antes. Su cabello era de un color turquesa
brillante, con un peinado corto y puntiagudo que combinaba con la expresión
enojada de su cara.

—¿Fuiste tú la que hizo eso allá afuera? —le preguntó Seis.

—¿Y que si fui yo? —espetó la chica.

—¿Quién eres? —Seis le preguntó.

La chica la ignoró, echando un vistazo hacia la otra chica.

—Vamos, Ghost. ¡Hazlo!

—Lo estoy intentando, Nemo —Ghost dijo.


—Esfuérzate más.
Los cuatro adolescentes parpadearon. Esa fue la única palabra para
eso. Sus cuerpos se desvanecieron y luego inmediatamente volvieron a
enfocarse. Entonces sucedió de nuevo, un tipo de efecto de ondulación. Esta
vez, se desvanecieron por completo. Un momento después, dos de ellos —el
chico y Nemo— reaparecieron. Ghost y Edwige se habían ido.
—¡Maldición! —dijo Nemo—. ¡No fue lo suficientemente fuerte como
para llevarnos a todos!

«Si son secuestradores, no son muy buenos», pensó Seis.


—¿A dónde se teletransportó? —preguntó la chica.

El chico negó con la cabeza.


—Podría estar en cualquier lado —dijo—. Ghost no es muy buena con
las direcciones específicas.

—Cállate, Max —gruñó la chica. Levantó las manos, y Seis sintió que
intentaba usar su telequinesis para lanzarlos a ella y a Sam. Seis canceló
fácilmente el intento telequinético de la chica usando su propia telequinesis.
La chica frunció el ceño.

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COLDWIND
—Vamos, Nemo —dijo el chico—. Sabes quiénes son ellos. No
podemos vencerlos.

—Él tiene razón —dijo Seis—. Así que, mejor deberíamos hablar.
Un grito proveniente de afuera la distrajo. Hubo más gritos después de
ese.

—Eso suena como Ghost —dijo el chico.

Se escucharon disparos.

—¿Ella tiene un arma? —preguntó Seis.

Ambos adolescentes negaron con la cabeza.


—Quédense aquí —les ordenó Seis—. Y lo digo en serio. —Se volvió
hacia Sam—. Vamos.
Corrieron por la habitación exterior y salieron a la calle. Ignorando sus
órdenes, Max y Nemo los siguieron. Pero Seis estaba demasiado ocupada
asimilando lo que sucedía afuera para gritarles. A mitad de la cuadra, Ghost
yacía en el suelo. Un charco de sangre se estaba formando rápidamente
a su alrededor. No lejos de ella estaba un hombre enorme. En una mano,
sostenía una pistola. En la otra, tenía agarrada por la muñeca a Edwige. La
chica estaba luchando y gritando. Evella caminaba tambaleándose hacia
la pareja, gritando el nombre de Edwige.
El hombre levantó su arma y le apuntó a Evella. Seis, enfocándose en
su mano, envió el arma a un lado. El brazo del hombre se quebró junto con
eso. El arma se disparó, la bala se incrustó inofensivamente en la pared de
ladrillo de un edificio. El hombre gritó, y el arma cayó de su mano. Seis la
levantó en el aire y la envió volando a un lado, fuera de su alcance. Pero él
todavía tenía agarrada a Edwige, y Evella aún se le estaba acercando, con sus
puños en alto.
El hombre colocó su antebrazo sobre el cuello de Edwige y apretó. Ella
jadeó.
—¡Le romperé el cuello! —gritó.

Evella se detuvo, a sólo unos metros de distancia. Extendió su mano


como si pudiera alcanzarla.

58
COLDWIND
El hombre comenzó a caminar hacia atrás por la calle. Al lado de Seis,
Nemo permanecía erizada de miedo e ira.

—Haz algo —siseó.

—Te dije que te quedaras adentro —dijo Seis.

—¿Me veo como alguien que sigue órdenes?


Nemo cerró los ojos y apretó los puños. Detrás del hombre, los
adoquines que formaban la calle se levantaron del suelo y se elevaron en
el aire. El hombre que sostenía a Edwige no los vio formando una esfera
giratoria detrás de él. Y tampoco los vio abalanzarse hacia él hasta que fue
demasiado tarde. La esfera lo golpeó en la cabeza. Él salió volando, y Edwige
cayó al suelo cuando las piedras pasaron sobre ella.
Nemo corrió hacia Ghost, seguida por Sam. Seis fue y levantó a
Edwige. Comenzó a caminar junto con ella de regreso a donde estaban los
otros cuando de repente salieron dos figuras más de un callejón. Uno era un
hombre adulto, el otro un adolescente.
—Sabía que era demasiado fácil —murmuró Seis—. Corre —le dijo a
Edwige.

Edwige corrió. Seis se volvió para enfrentar a los dos recién llegados.

El hombre adulto —alto, musculoso y cubierto de tatuajes—sonrió.


—Esa fue una exhibición impresionante —dijo, mirando a Nemo—.
Tal vez deberíamos llevárnosla también.
Nemo todavía estaba en el suelo, acunando la cabeza de Ghost en su
regazo. Ella miró hacia arriba.

—Está muerta —dijo, su voz temblaba de ira—. Él la mató.


—No, no está muerta —dijo Sam. Tenía sus dedos contra el cuello de
la chica, buscando el pulso—. Pero está muy lastimada. Necesita
ayuda. Ahora.
Seis, la rabia creció en su interior, levantó sus manos y envió una
explosión de poder a las dos figuras que estaban frente a ella.
—¡Espejo! —gritó el hombre, y el adolescente levantó las manos.

59
COLDWIND
Un segundo después, Seis sintió como su propio ataque la golpeaba en
el pecho. No tenía la misma fuerza que cuando lo había enviado, pero fue
suficiente para hacerla retroceder. Tropezó, se enderezó, y se recuperó. El
muchacho estaba mirándola, con una sonrisa de triunfo en el rostro. Nunca
había visto un legado como este, uno que reflejara su propio ataque
sobre ella. Se preguntó qué, exactamente, era lo que podría hacer el chico, qué
tan poderoso era realmente. Pero no había tiempo para pensar en eso ahora.

—Está bien —dijo Seis—. Haremos esto a la antigua.


Saltó hacia ellos. El chico cayó al primer golpe, noqueado. El hombre
se defendió. No era un garde, pero era fuerte, sorprendentemente fuerte. Una
sonrisa lasciva permaneció pegada en su rostro mientras él y Seis
intercambiaban golpes. Sus puños eran como martillos. Ella lo igualaba. Una y
otra vez, cuando se suponía que él debería haber caído, no lo hizo.

Seis no tenía tiempo para preguntarse qué estaban haciendo los


otros. La pelea se había convertido en su centro de atención. Una parte de ella
estaba irritada porque el hombre no se daría por vencido; la otra estaba
emocionada de tener un oponente que realmente la ponía a prueba. Cambió
de táctica, usando varios movimientos de artes marciales para atrapar al
hombre desprevenido. Ninguno funcionó. Él era como un camaleón,
moviéndose de un estilo de pelea a otro con facilidad, siempre listo para lo
que sea que ella le lanzara.
—¿Por qué no usas uno de tus súperpoderes? —se burló el hombre.

—Los guardo para oponentes reales —respondió Seis.


El hombre la tomó por el brazo y la golpeó con fuerza. Chocó contra
una pared. El dolor fue momentáneo, vigorizante. Respondió con una patada
en la cintura que lo hizo tropezar hacia atrás, pero rápidamente se
enderezó. Luego volaron el uno hacia el otro, con los puños destellando,
hueso contra carne. Seis vio una abertura y le propinó un golpe en la
barbilla. El impacto lo levantó del suelo y lo envió volando por los aires. Él
aterrizó duramente en el suelo. Esta vez cuando se puso de pie, sus ojos
miraban a algo detrás de Seis.
Sam, Nemo y Max estaban formados en hilera. Sus manos levantadas.
A su alrededor, objetos de varios tipos flotaban en el aire: rocas, trozos de
metal y vidrio, desarmadores, llaves y clavos. Todos apuntaban hacia el

60
COLDWIND
hombre que estaba peleando con Seis. Detrás de ellos, Edwige estaba
arrodillada junto a Ghost. Sus manos estaban en el pecho de la chica mientras
intentaba curarla.
—Cuatro contra uno no parece justo —dijo el hombre, y sonrió
mientras se limpiaba la sangre de un corte en la cara.

—¿Quién eres? —Le preguntó Seis al hombre.


—Su nombre es Jagger Dennings —dijo Max.

La cara del hombre se iluminó.

—El chico ha oído hablar de mí.

—Es un luchador de AMM6 —continuó Max.

—Campeón mundial de AMM —agregó Dennings.


—Bien por ti —dijo Seis—. ¿Para quién trabajas?

Dennings negó con la cabeza.


—Me temo que no puedo hablar sobre la identidad de mi empleador —
dijo él—. Cláusula de confidencialidad en el contrato.
Evella gritó. Seis miró en su dirección, y vio que Edwige había
desaparecido.
Dennings se rió.
—Me encantaría quedarme y charlar —dijo—. Pero me temo que ya
llego mi transporte.
Un chico apareció junto a él. Antes de que Seis no pudiera darle más
que un rápido vistazo (alto, delgado, cabello castaño claro atado en una cola de
caballo), puso su mano sobre el hombro de Dennings. Ambos desaparecieron,
esfumándose de la existencia. Un momento después, el recién llegado apareció
de nuevo, esta vez tocando al chico que Seis había noqueado, que yacía en el
suelo. Entonces ellos se fueron. Gritos de indignación surgieron de Nemo y
Max. A su alrededor, los artículos que habían estado levitando cayeron al
suelo.

6
Artes Marciales Mixtas

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COLDWIND
—¿Dónde está ella? —gritó Evella, girando a su alrededor—. ¡Edwige!

Se escuchaban sirenas, no muy lejos.


—La policía —dijo Sam—. Tenemos que irnos. Si encuentran a la garde
aquí, vamos a tener que dar algunas explicaciones.
—¿Qué hay de Ghost? —Objetó Nemo—. Tenemos que llevarla con
nosotros.
—Ella necesita ir a un hospital —Seis le dijo a la chica—. Y ustedes
tienen que irse. Si están aquí cuando la policía llegue y descubren que tienen
legados —sin mencionar que son fugitivos— quién sabe qué pasará. Y
Edwige estaba curando a Ghost; va a estar bien.

Nemo miró a Ghost. Ella asintió.

—De acuerdo.
Evella seguía mirando a su alrededor como si pudiera encontrar a
Edwige si tan solo buscaba lo suficiente. Seis fue hacia ella para intentar
calmarla.
—¿Dónde está ella? —Preguntó Evella de nuevo.
—No lo sé. Pero la encontraremos. Lo prometo. En este momento, sin
embargo, tenemos que sacar a estos chicos de aquí, y esa chica necesita ir a un
hospital. ¿Puedes encargarte de la policía? Diles que ese hombre atacó a la
chica. Eso es todo. No sabes nada más.

Evella asintió.
Las sirenas estaban más cerca.

—Seis, si vamos a irnos, tenemos que hacerlo ahora —dijo Sam.


—Lo sé —Seis dijo. Luego se dirigió a Evella—. La encontraremos. Y
pronto nos pondremos en contacto contigo para ver cómo esta Ghost.

Seis miró a Nemo y a Max.

—Vamos —ella dijo—. Tenemos algunas cosas de las que hablar.

62
COLDWIND

63
COLDWIND
CAPÍTULO SEIS
SAM
NUEVA ORLEANS, LUISIANA

—¿QUÉ IBAN A HACER CON EDWIGE EXACTAMENTE?


Habían vuelto a Jackson Square. Mientras Seis esperaba a que Nemo o
Max respondieran su pregunta, ella exploraba el área, buscando a la chica que
habían estado observando antes. Volver a encontrarla había caído algunos
lugares en su lista de cosas por hacer, pero no se había olvidado de ella. Los
lectores de cartas del tarot todavía estaban allí. El hombre que vendía pinturas
todavía estaba allí. Pero la chica se había ido.

—¿A quién buscas? —Nemo preguntó, veindo la cara de Seis.

—A nadie —dijo Seis—. Ahora, responde la pregunta.


—¿A quién le importa? —Dijo Max. Estaba visiblemente temblando—.
Ghost podría morir. —Se volvió hacia Nemo—. No se suponía que ocurriría
esto. Dijiste que sería sencillo… entrar, agarrar a esa chica, y salir.
—No es mi culpa —respondió Nemo—. Y si estos dos no hubieran
aparecido, habríamos salido de allí.
Sam puso su mano sobre el hombro de Max. El chico se apartó. Sam lo
intentó de nuevo, y esta vez Max se dejó consolar.

—Sé lo que es estar preocupado por un amigo —dijo


Sam suavemente—. Y sé que estás alterado por lo que le paso a Ghost. En
este momento, sin embargo, tenemos que hacer un plan.

—Teníamos un plan —dijo Max.

Nemo comenzó a decir algo en respuesta, pero Sam levantó su mano.


—Suficiente —dijo. Luego le dijo a Seis: —Tal vez ahora no sea el
momento de buscar a la chica.
—¿Chica? —Dijo Max—. ¿Cuál chica?

—Se hace llamar Geppettogirl —respondió Sam—. No sabemos su


verdadero nombre.

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COLDWIND
—¿Geppettogirl de YouTube? —Max preguntó.

Sam asintió.

—¿La conoces?
—Ella está en nuestra lista —dijo Max.

—Cállate, Max —ladró Nemo, dándole un codazo en las costillas.

—Deja de hacer eso ya —dijo Max, frotándose el costado.


—¿Cuál lista? —Preguntó Seis.

Max miró a Nemo, que frunció el ceño.

—Tenemos una lista de chicos que creemos que pueden tener legados
—dijo mientras Nemo negaba con la cabeza—. Estamos visitándolos. Es
por eso que estábamos tratando de hablar con Edwige.

—¿Hablar con ella? —Dijo Sam—. ¿Quieres decir secuestrarla?


Max negó con la cabeza.
—No fue así —dijo—. Los vimos ir a su tienda antes. Pensamos que
estaban tratando de hacerla ir a esa cosa de la Academia de la Garde Humana.
—Sabemos quiénes son ustedes —agregó Nemo—. Y creo que ya
hemos terminado de hablar. Vamos, Max. Salgamos de aquí.

La chica se dio vuelta y comenzó a alejarse. Cuando ya se había alejado


unos metros y vio que Max no la había seguido, se detuvo y lo miró.
—Vamos, Max.

Max apartó la vista de ella.

—Ellos casi matan a Ghost —dijo Nemo.


—Ellos no fueron los que casi matan a Ghost —argumentó Max—.
Fuimos nosotros.

La cara de Nemo se oscureció.


—Deja de echarme la culpa a mí —dijo, con la voz temblorosa de
rabia—. Ella también es mi amiga.

65
COLDWIND
Max negó con la cabeza.

—Creo que deberíamos hablar con ellos.


—Tú puedes hablar —dijo Nemo, señalándolo con un dedo
acusador—. Yo ya he terminado.
Salió corriendo. Sam comenzó a ir tras ella, pero Seis le puso una mano
en el brazo, deteniéndolo.

—Pero… —comenzó Sam.

—Voy a seguirla —dijo Seis—. Necesita desahogarse. Tratar de


obligarla a que se quede solo empeorará las cosas.

—¿Qué hay de Edwige?


—No podemos hacer nada por ella ahora mismo. No sabemos a dónde
se la llevaron. Quizás estos chicos sepan algo que pueda ayudar. Tú y Max
hablen. Yo voy a lidiar con Nemo. También puedes contactar a James y ver qué
puede averiguar sobre ese tal Dennings. Y tal vez puedas buscar a
Geppetogirl; ella todavía podría estar cerca.
—¿Algo más? —bromeó Sam.
—Voy a estar invisible —dijo Seis—. Y en movimiento. —Ella
suspiró—. Luego lidiaremos con Ghost y con el hospital.

Seis desapareció de la vista.


—Ese es un legado rudo —comentó Max.

—Ella tiene un par de esos —le dijo Sam.


—¿Que puedes hacer tú? —preguntó Max. Su preocupación por Ghost
aún era evidente en sus ojos, pero ahora había algo más allí: curiosidad

—Hablo con las máquinas —dijo Sam—. ¿Qué hay de ustedes?

Max se encogió de hombros.


—Ghost es lo más interesante de nosotros, con su cosa de
teletransportación. Es por eso que la llamamos Ghost, porque puede atravesar
las paredes.
—¿Y Nemo?

66
COLDWIND
—Puede respirar bajo el agua —dijo Max.

—Entonces supongo que tu nombre no es Max realmente —dijo Sam.


—En realidad, lo es —dijo—. No se me ocurrió un buen apodo ya que
mi legado no es tan interesante.

—¿Ah? —Dijo Sam—. ¿Qué es lo que haces?


—Idiomas —le dijo Max—. Puedo entender lo que dice la gente en
cualquier idioma. Lo descubrí un día cuando estaba en el autobús y dos tipos
se estaban hablando en ruso. No sabía que era ruso. Los escuché por
casualidad y lo entendí. Un hombre le estaba contando al otro sobre una
película que había visto, pero él no podía recordar el nombre. Le dije cuál era,
y él dijo: '¡Tú hablas ruso!', yo le dije que no lo hacía y él se quedó con una
extraña mirada en el rostro.

—Entonces, ¿puedes escuchar un idioma y hablarlo?

Max negó con la cabeza.


—No puedo hablarlos, solo entenderlos. Aunque algunos de los
idiomas que escucho más a menudo, como el inglés y el chino, empiezo a
poder hablarlos.
—Apuesto a que te volverías muy bueno si alguien te enseñara a usar tu
legado —sugirió Sam—. Podrías ser un intérprete. O un espía.
—Te refieres a que si yo fuera a la AGH podría —Max dijo.

—O a algún lugar como ese —ofreció Sam.


Max estuvo callado por un momento. Luego dijo:
—Entonces, si tú y Seis no estaban tratando de llevar a Edwige a la
AGH, ¿por qué vinieron a verla?
—Esperábamos protegerla de tipos como los que aparecieron —le dijo
Sam—. ¿Qué estaban haciendo ustedes allí si no estaban tratando de
secuestrarla?
—Como dije, solo estábamos hablando con ella. Entonces, cuando los
vimos allí, tal vez intentamos que viniera con nosotros.

—¿Ir con ustedes a dónde?

67
COLDWIND
—Tenemos un lugar —dijo Max vagamente.

Sam lo dejó pasar. Max estaba empezando a abrirse con él, y no quería
presionarlo demasiado para obtener más detalles y terminar consiguiendo que
pare de hablar.
—¿Y quiénes son 'nosotros'? —Preguntó en cambio.

Max parecía incómodo.


—Probablemente no debería hablar demasiado sobre eso —dijo con
inquietud.

«Dale un poco de espacio», se dijo Sam a sí mismo.

—Vuelvo enseguida —dijo—. Necesito hacer una llamada.


Caminó una corta distancia, vigilando al chico mientras llamaba a
James. Rápidamente le contó sobre el incidente y le pidió que investigara a los
secuestradores, luego regresó con Max.
—Vamos a sentarnos —sugirió. Señaló un banco que estaba a la
sombra de algunos árboles.
Max asintió, luego siguió a Sam hasta allí.

—¿Te estabas reportando con tus padres? —preguntó Max.

Sam se rió.
—Algo así… hable con alguien que puede ayudarnos a descubrir quién
se llevó a Edwige —dijo Sam—. No es la primera persona desaparecida con
un legado de curación.

—¿En serio? —Dijo Max—. ¿Por qué alguien haría eso?

—Eso es lo que estamos intentando averiguar —le dijo Sam.

Max negó con la cabeza.


—¿Estás seguro de que no es alguien que intenta llevarla a esa
academia?
—Ello no secuestran personas —le dijo Sam—. Ni les disparan.
Quienquiera que fueran esos tipos, no eran de la AGH.

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COLDWIND
—Pero ellos hicieron que fuera una ley para nosotros asistir a la
academia —respondió Max—. Y nos quieren para esa cosa de la Garde
Terrestre. ¿Has visto los anuncios que hacen con la hija del presidente? Están
tratando de hacer que suene como un campamento de verano.

Sam, pensando en Melanie, no dijo nada sobre eso. En su lugar, dijo:


—La AGH está enseñando a las personas a usar sus legados. Créeme,
sé por experiencia que se mejora mucho más rápido si tienes a alguien
enseñándote que sabe lo que están haciendo.
—Si crees que lo que están haciendo es tan bueno, ¿cómo es que no
trabajas para ellos? —Cuando Sam no respondió de inmediato, agregó—. Es
por ella, ¿cierto? ¿Seis?
—Ella no es exactamente alguien que le guste aliarse —dijo Sam—. Así
que descartamos trabajar para ellos. Estamos ayudando de otras maneras.
Pero, ¿qué te hizo sospechar tanto de la AGH?

Max estuvo callado por un momento. Luego dijo:


—Mis padres me enviaron a un internado cuando tenía catorce
años. Una escuela militar, en realidad. Fue horrible.

—¿Por qué hicieron eso?

Max miró hacia la distancia.


—Digamos que me metí en problemas.
No dio más detalles sobre ese tema, y Sam no lo presionó. Max
obviamente tenía una historia, pero no estaba listo para compartirla. No
todavía. Pero siguió hablando.

—Como sea, ese no fue un buen momento para mí. Pero mis padres no
me dejaron irme. Eventualmente hice trampa en un examen solo para que me
expulsaran. Era la única salida. Mi padre no me habló durante dos meses
después de eso. Ni una palabra. En la cena él se sentaba allí hablando con mi
madre y mi hermana, pero ni siquiera me miraba. Era como si ya no
existiera. Como si hubiera muerto. Cuando finalmente habló conmigo, fue
para decirme que me enviaban a otra escuela militar. Encontró una que me
aceptaría a pesar de que me habían echado de la última. Fue incluso peor que
la primera. Así que no esperé a que me echaran. Me fui. No podía irme a casa,

69
COLDWIND
así que me relacioné con otros chicos fugitivos y viví por aquí y por
allá. Luego cuando mi legado apareció hace unos seis meses, comencé a
buscar a otras personas como yo.
De nuevo dejó de hablar, mirando a la nada. Sam prácticamente podía
sentir que como maquinaba la mente del chico, y se preguntó en qué estaría
pensando. Claramente había tenido una vida difícil. Sam se sintió mal por
él. Pero también necesitaba información.

—¿Cómo se conocieron Nemo y tú? —insistió.

Max sonrió un poco.


—¿Dónde más iba a ser? —dijo—. En línea. En un grupo para
personas que estaban desarrollando legados. Ha permanecido cerrado desde
entonces. Ya sabes, porque el gobierno estaba monitoreándolo y los chicos
eran arrastrados fuera de sus casas a la mitad de la noche.

—No creo que eso haya pasado —dijo Sam.

Max se encogió de hombros.


—Tal vez. Tal vez no. De todas formas, ya no era seguro. Pero para ese
entonces, ya nos habíamos encontrado en la vida real. Decidimos crear un
grupo para las personas que no querían ir a la AGH. Un tipo de familia.
—¿Realmente hay muchos de ustedes que no confían en la AGH? —
Sam le preguntó.

—Suficiente —dijo Max.

Sam pensó en McKenna y su hijo.


—¿Supongo que no conoces a un chico llamado Seamus? —dijo—.
¿Alguien que se comuniqué con los insectos?
—No —dijo Max—. Pero no somos el único grupo. Hay muchos por
ahí. Algunos nos mantenemos en contacto, otros no.

—¿Cómo se enteraron de Edwige?


—Probablemente de la misma manera que tú —dijo Max—. Prestamos
atención. Buscando en internet a cualquiera parecía interesante. Leímos acerca

70
COLDWIND
de esta chica que podía curar a la gente, así que decidimos echarle un vistazo.
Tratamos de llegar a ellos antes que ustedes… antes que nadie más.

Algo todavía no tenía sentido para Sam.

—Pero estaban tratando de llevársela en contra de su voluntad —dijo.

Max miró hacia otro lado, sin decir nada.


—Espera un momento —dijo Sam—. Ustedes tuvieron contacto con
ella antes de que aparecieran.

Max esperó un largo tiempo. Luego asintió levemente.


—Hablamos con ella en línea —admitió—. Comenzaba a sospechar
que tenía un legado. Pero tenía miedo de lo que su abuela pensaría si se lo
contara.

—¿Evella?
—Sí —dijo Max—. Ella es súper religiosa. Supongo que piensa que lo
que está sucediendo con los legados es, no sé, el mal o algo así. De todos
modos, Edwige no quería contarle sobre su legado. Hace un par de días,
Edwige le envió un correo electrónico a Nemo diciendo que estaba pensando
en contactar a la AGH. Decidimos que deberíamos venir e intentar
convencerla de que no lo hiciera en persona.

—Pero eso no fue muy bien, ¿verdad? —dijo Sam.

—No —dijo Max—. Cuando Edwige nos vio, se asustó. Su abuela


pensó que estábamos tratando de lastimarla. Entonces tú y Seis aparecieron.
Ya sabes el resto.
—¿Por qué no nos dijeron lo que estaban haciendo? Pensamos que la
estaban secuestrando.
—Y nosotros pensamos que ustedes la iban a secuestrar —respondió
Max.
—Mientras tanto, alguien más realmente estaba tratando de hacerlo —
dijo Sam.
Dudó un momento antes de continuar. Max se estaba abriendo con él,
pero sintió que en cualquier momento el chico podría cerrarse de nuevo.

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COLDWIND
Recordó cómo se había sentido cuando sus propios legados aparecieron. Un
minuto, había querido hablar sobre eso. Al siguiente, había querido hablar de
todo menos de lo que estaba sucediendo. No era fácil ser un adolescente
bajo circunstancias normales; ser uno en circunstancias extraordinarias era aún
más difícil.

Entonces Max dijo:

—Ahí está.
—¿Edwige? —Dijo Sam, esperanzado.
—Geppettogirl —dijo Max, sacudiendo la cabeza.

Sam miró alrededor. La chica se estaba instalando en el otro extremo de


la plaza.

—Vamos —dijo Sam, comenzando a levantarse.


—Déjame hablar con ella —Max sugirió.

—¿Tú? —Dijo Sam—. ¿Por qué tú?


—La gente sabe quién eres —le recordó Max—. Has salido
en televisión. Si ella tiene un legado y aún no lo ha reportado, es por algo. Si ella
cree que la persigues por alguna razón, podría salir corriendo.

—Está bien —dijo Sam. Se dio cuenta de que esta era la oportunidad
que estaba buscando, la oportunidad de ayudar a Max a que confiará en él.
Max caminó hacia la chica. Sam observó, alerta ante cualquier señal de
que Max pudiera correr o hacer cualquier otra cosa que requiriera
interferencia. Cuando él se le acerco a la chica, le dijo algo y le tendió la
mano. La chica le estrechó la mano. Luego Max habló durante bastante
tiempo. La expresión de la chica cambió, y comenzó a mirar a su alrededor.
Por un momento, Sam pensó que ella escaparía. Pero no lo hizo. Entonces
Max se volvió y señaló a Sam. La chica lo miró, frunciendo el
ceño. Sam asintió.

Dio media vuelta y habló un poco más con Max. Luego comenzó a
guardar las cosas que había sacado no mucho antes en la caja de cartón. Max
le hizo señas a Sam con la mano.
Cuando llegó, Max dijo:

72
COLDWIND
—Sam, esta es Rena.

—Hola —dijo Sam—. Encantado de conocerte. Me gusta tu trabajo.

—Estuviste aquí antes, con esa chica.


Sam asintió.

—Vimos tus videos en línea.

—¿Vinieron hasta Nueva Orleans sólo para verme? —preguntó Rena.


—Bueno, no exactamente —admitió Sam—. Pero estamos muy
contentos de encontrarte.

—¿Cómo llegaron hasta acá?

—Larga historia —dijo Sam.


—Tengo tiempo —Rena dijo.

—Sabes, nunca llegué a comerme ese po'boy. ¿Qué tal si almorzamos?


Rena levantó la caja con sus cosas en ella.
—Vengan conmigo —ella dijo—. Podemos ir a la casa de mi tío. No
hay po'boys, pero creo que les gustará. Y podemos hablar.
La siguieron por la calle y doblaron en la esquina, lejos de la plaza
turística. A través de la calle en la que se encontraba la tienda de Edwige que
estaba a unas pocas cuadras más arriba, Sam notó que aún había una patrulla
estacionada allí, con las luces encendidas. Vio a Max mirar en esa dirección
también, y resistió el impulso de poner su mano sobre el hombro del chico.
Dos cuadras después, Rena entró por la puerta de un pequeño
restaurante llamado Crawfish Pot. Ya adentro, era fácil ver por qué tenía ese
nombre. Todo el lugar estaba lleno del vapor de las ollas que hervían en tres
estufas de la cocina. Un puñado de mesas de picnic cubiertas con manteles de
plástico con cuadros rojos y blancos estaban atestadas de gente hablando en
voz alta y tomando cangrejos, mazorcas de maíz, y papas de montículos
apilados en el centro de sus mesas.

Rena condujo a Sam y Max a través de la cocina, donde un hombre


corpulento con un delantal estaba de pie removiendo el contenido de varias
ollas en una estufa. Rena le hizo algunos movimientos con la mano. Él

73
COLDWIND
hombre miró a Sam y a Max, y luego le contestó haciendo movimientos con la
mano. Sam se dio cuenta de que se estaban comunicando en lenguaje de
señas. Rena hizo algunos más, y el hombre asintió. Entonces Rena los
condujo a una pequeña habitación donde había otra mesa de picnic.

—Aquí es donde come el personal —dijo Rena mientras dejaba su caja


en una silla. Recogió algunos periódicos que estaban apilados en otra silla,
luego los extendió sobre la mesa como un mantel y se sentó.

Max y Sam también se sentaron, Max junto a ella y Sam frente a


ambos. Un momento después, el hombre que habían visto en la cocina entró,
llevando un humeante tazón de comida. Lo puso sobre los periódicos, y luego
lo soltó.
—Gracias, tío Smalls —dijo Rena. Hizo una seña, colocando las puntas
de los dedos de su palma abierta contra sus labios, moviéndolos hacia abajo y
luego apartándolos de su cara.
—Sí, gracias —repitió Sam—. Esto se ve fantástico. —Él imitó la seña
que Rena había hecho. Su tío asintió, luego los dejó solos.
—Puede leer los labios, pero no habla —Rena les dijo a Sam y a Max
mientras les entregaba servilletas de una pila que estaba sobre la mesa—.
¿Todos saben cómo comer cangrejos de la manera correcta? Quitan las colas y
sorben las cabezas.
Ella procedió a demostrarles cómo se hacía. En cuestión de minutos,
los dedos de Sam y Max estaban pegajosos con jugo de cangrejo y
mantequilla.
—Esto es fantástico —Max dijo, lanzando un caparazón vacío dentro
del cuenco.

—¿Nunca habías comido cangrejo? —Rena preguntó.


Max sacudió su cabeza.

—No hay cangrejos de dónde soy.


—¿Dónde está eso? —dijo Rena.

Max le lanzó una mirada a Sam.


—Por ahí —murmuró.

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COLDWIND
Rena lo miró con curiosidad, pero no lo presionó para obtener más
detalles. En cambio, ella preguntó:

—¿Con qué grupo están ustedes dos?


—Diferentes, en realidad —le dijo Max—. Sam y Seis están en algo
tipo oficial. Nemo y yo estamos solos.

Rena resopló.

—Déjame adivinar. ¿Ustedes son peleadores?

—¿Peleadores? —Dijo Max—. A que te refieres.

Rena miró de él a Sam.


—¿No saben sobre los peleadores? Pensé que era por eso que estaban
aquí. Pensé que tal vez Yo-Yo los había enviado. Le dije que no estaba
interesada, pero eso nunca lo detuvo antes.
—¿Quién es Yo-Yo? —Preguntó Sam.
Rena tomó otro cangrejo de río, lo partió por la mitad y se llevó el
extremo abierto de la cabeza a la boca. La sorbió ruidosamente.
—Esa es una larga historia.

Sam sonrió.
—Tengo tiempo.
—Primero, respóndeme una pregunta —dijo Rena—. ¿Por qué
vinieron a buscarme?

Sam se limpió los dedos con una servilleta.


—Como dije antes, vimos tus videos.
Rena ladeó la cabeza y levantó una ceja.

—¿Entonces pensaste en ofrecerme aparecer en un programa de


televisión o algo así? —dijo.

Sam se rió. Le gustaba su arrogancia.


—Queríamos ver si eras legítima o solo un montaje realmente bueno.

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COLDWIND
—¿Y qué decidiste?

Sam la miró a los ojos.

—Creo que eres real —dijo.


—¿Y qué si lo soy?

—Sabes que se supone que debes reportar tu legado —dijo Sam.


—Sí, lo sé —dijo Rena, asintiendo—. Tal vez aún no he pensado en
llegar a eso. Además, ¿de qué le serviría lo que yo hago a ese ejército que están
formando?
—La Garde Terrestre no es un ejército —dijo Sam—. Es más como un,
bueno, un grupo de exploradores o algo así.
—De acuerdo —dijo Rena en un tono que sugería que no se lo creía ni
por un segundo—. Y apuesto a que todos se sientan alrededor de una fogata y
comen malvaviscos. —Miró a Max—. ¿Y tú por qué estás aquí?

—Um, trató de ayudar una amiga —él contestó.

—¿Ella también tiene un legado? —Rena preguntó.


—Puede curar a la gente —Sam dijo cuándo Max no respondió—. Mi
novia, Seis, y yo vinimos a hablar con ella también.

—Pero no juntos —dijo Rena, señalado a Max.


—No —confirmó Sam—. Aunque hubo otras personas interesadas en
ella también.
El tío de Rena entró en la habitación, interrumpiendo la conversación.
Le hizo señas rápidamente a Rena, con una expresión de preocupación en
su cara. Rena le hizo señas de vuelta, luego miró a Sam y a Max.

—Estás hablando de Edwige, ¿verdad? —dijo Rena.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Max.


—Tío Smalls dice que hubo problemas en su casa. Evella resultó
herida.
—¿Evella? —Dijo Sam—. No, ella no. La que resultó herida fue una
chica.

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COLDWIND
—Mi amiga Ghost —explicó Max.

Rena le hizo unas cuantas señas más a su tío, quien negó con la cabeza
y repitió las señas que había usado antes.
—Fue Evella —dijo Rena—. Uno de los clientes estaba allí cuando
llegó la ambulancia. Dijo que había mucha sangre.

—¿Qué hay de Ghost? —dijo Max, su voz llena de preocupación.

—No había ninguna chica allí —insistió Rena.

Max miró a Sam.

—¿Dónde está ella?

Sam sacó su teléfono para llamar a Seis.


—No lo sé —respondió—. Pero creo que será mejor que vayamos al
hospital.

77
COLDWIND
CAPÍTULO SIETE
SEIS
NUEVA ORLEANS, LUISIANA

SER INVISIBLE TENÍA SUS VENTAJAS, PERO SEIS deseaba que el


hecho de que no pudieran verla significara además que no podían sentirla, así
ella no tendría que esquivar a los turistas que caminaban por Bourbon Street.
Nemo había elegido la vía más concurrida de Nueva Orleans para
caminar. Seis había chocado con media docena de personas, intentando
mantener el ritmo de la chica. Afortunadamente para Seis, la mayoría de ellos
habían estado demasiado distraídos como para darse cuenta.

Por delante de Seis, Nemo dobló una esquina. Seis, que tuvo que
esperar a que un grupo de amigos cruzaran frente a ella, se quedó atrás. Para
cuando llegó a la esquina y dio vuelta siguiendo a Nemo, la chica ya no estaba
a la vista. Seis caminó más rápido, mirando en las diversas tiendas y
restaurantes que pasaba, pero no había ni rastro de ella. Entonces vio un
destello azul. Nemo estaba una cuadra por delante, caminando rápido.
Seis continuó siguiéndola mientras la chica zigzagueaba por el Barrio
Francés. Finalmente, se detuvo frente a un automóvil, un destartalado Chevy
Tahoe verde, y abrió la puerta. Entró, lo puso en marcha y se alejó. Ella estaba
conduciendo hacía Seis, yendo despacio. Seis, cansada de seguir a la chica y no
queriendo seguir al automóvil, caminó a mitad de la calle y se materializó.
Nemo pisó los frenos, haciendo que el SUV se detuviera.
Seis se quedó frente al Tahoe, impidiendo que Nemo se alejara. Vio a la
chica mirar detrás de ella, pero estaban en una calle de un solo sentido, y un
camión de reparto estaba detrás del Chevy. Nemo miró a Seis a través del
parabrisas. Seis le devolvió la mirada.

El camión detrás de Nemo se detuvo, esperó un minuto y luego tocó el


claxon para que ella se moviera. Nemo a su vez tocó el claxon y bajó
la ventanilla, señalando con un gesto a Seis para hacerle saber al conductor que
estaba detrás de ella que no podía moverse. Seis se volvió invisible. Vio a
Nemo pronunciar una maldición y golpear su mano contra el claxon de
nuevo. Ahora parecía que estaba bloqueando la calle sin razón.

78
COLDWIND
El conductor del camión volvió a tocar el claxon, luego se asomó por la
ventana y gritó:

—¡Muévete!
Nemo escaneó el área frente al Tahoe. Por un momento, Seis pensó que
arrancaría e intentaría atropellarla. En cambio, la chica abrió la puerta y salió,
dejando el Tahoe funcionando mientras empezaba a gritarle al conductor del
camión.
Seis utilizó la distracción para deslizarse dentro del Tahoe y cerrar la
puerta. Al escuchar el sonido, Nemo se volvió. Seis, materializándose, se
asomó por la ventana y sonrió.

—¿Necesitas un aventón? —dijo ella.


Nemo maldijo de nuevo, en voz alta.

—Como quieras —dijo Seis, y comenzó a alejarse.


Nemo corrió tras ella, golpeando la ventana. Seis se detuvo. Ella ladeó la
cabeza, indicando que Nemo debía ir al lado del pasajero. Nemo, frunciendo
el ceño, lo hizo, abrió la puerta y luego la cerró con fuerza cuando estuvo
dentro. Seis continuó manejando.
—Ese no fue un mal intento de perderme —dijo.

Nemo resopló.

—No soy estúpida, ¿sabes? Elegí esa calle a propósito, así tendrías más
dificultades para seguirme.
—¿Yo dije que eras estúpida?

Nemo no respondió al principio. Seis se le quedo viendo.


—No con esas palabras.

—No con ninguna palabra. Ahora que eso ya quedo claro, ¿podemos
hablar?
Nemo resopló. Miró por la ventana, golpeando ansiosamente los dedos
contra el asiento. Seis la estudió, notando cosas que no había visto antes.
Como las uñas de Nemo. Habían sido mordidas hasta casi desaparecer, y
pintadas del mismo color azul que su cabello. Y debajo de su descolorida

79
COLDWIND
sudadera con capucha roja llevaba una camiseta que decía Pregúntame Acerca
De Mis Tendencias Antisociales.

—Bonita camisa —dijo Seis.


—¿Qué puedo decir? —Respondió Nemo—. Soy una persona
amigable.
Seis miró por el espejo retrovisor. La parte trasera del Tahoe estaba
abarrotada de cosas: bolsas de lona, ropa, botellas de agua y bebidas
energéticas, bolsas de frituras vacías, equipo de acampar. Era obvio que
Nemo, Ghost y Max habían estado viviendo en el SUV por algún tiempo.

—Entonces, ¿a quién le pertenecía esta cosa? —le preguntó a Nemo.


—No lo robamos, si eso es a lo que te refieres —espetó Nemo—. Es
mío.
—¿Tuyo? —Seis dijo con dudas—. Apenas si tienes edad para
conseguir la licencia.

—De acuerdo, es de mis padres —admitió Nemo—. Lo tomé prestado.


—¿Tu familia vive en Florida? —Preguntó Seis—. ¿O en Virginia?
Estoy pensando en Virginia.

Nemo la miró.
—Tienes placas de Florida, pero una etiqueta de inspección de Virginia
—dijo Seis—. Las placas son más fáciles de cambiar.

Nemo miró el parabrisas.


—Mierda —dijo ella—. Podría haber cambiado las placas —agregó
después de un momento.
—Con suerte por las de otro Tahoe verde.

Nemo resopló.

—Como dije, no soy estúpida.


—¿Cuánto tiempo llevan ustedes tres viviendo aquí? —Preguntó Seis.

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COLDWIND
—Un tiempo —dijo Nemo—. Un par de meses. Nos quedamos en
campamentos, en su mayoría. A veces en moteles malísimos donde podemos
pagar en efectivo.

Seis no le preguntó de dónde sacaban el dinero. En cambio, dijo:


—¿Cómo has logrado mantenerte por delante de la policía? Tus padres
deben haber informado que desapareciste y el SUV robado. El cambio de
placas solo funciona por un tiempo.
Nemo no respondió de inmediato. Ella miró por la ventana. Seis se
preguntó si la chica había llegado al límite de lo que estaba dispuesta a
compartir. Ya había dicho más de lo que Seis esperaba que lo hiciera. Por otra
parte, había algo en ella que le sugirió que en realidad quería hablar.
Parecía cansada. Quizás cansada de huir.
—No a todos los padres les importa dónde están sus hijos —dijo
Nemo en voz baja—. Y nadie nunca maneja esta cosa. Probablemente ni
siquiera se hayan dado cuenta de que no está.
—Yo me movía mucho cuando era pequeña —le dijo Seis—. Ohio.
California. Nueva Escocia. Nueva York. México. Colorado. Probablemente
estoy olvidando algunos lugares. Siempre tratando de estar un paso por
delante de las personas que querían matarme.

—Parece que funcionó —dijo Nemo.


—Mi cêpan fue asesinada cuando tenía trece años. Torturada delante de
mí, luego apuñalada en el corazón.

Nemo volvió la cabeza y miró a Seis.


—¿Cêpan?
—Ella era como mi guardiana —dijo Seis—. Básicamente, mi madre. Su
nombre era Katarina.

Nemo miró hacia otro lado.

—Eso suena duro.


—Lo fue —dijo Seis—. Aprendí a ser dura. Como tú. —Hizo una
pausa, y luego agregó—. Pero también aprendí que a veces tienes que confiar
en otras personas.

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COLDWIND
—No iré a la AGH —declaró Nemo.

—Ya te dije, no estamos involucrados con ellos. Quiero decir, conozco


a la gente que está en eso, obviamente. Pero no es lo mío.

—¿Qué es lo tuyo? —Preguntó Nemo.

—Salvar el mundo —dijo Seis—. ¿No te has dado cuenta?

Nemo le lanzó una mirada fulminante.

—¿En serio?
—En serio —dijo Seis.

Nemo no dijo nada.

—¿Cómo conociste a Max y a Ghost? —Seis le preguntó.


—Nos conectamos en una subreddit acerca de personas que
desarrollaban legados —dijo Nemo—. Muchos eran impostores inventando
cosas, pero había algunas personas legítimas allí. Eventualmente, lo sacamos
de línea e hicimos nuestra propia familia.

—¿Los otros también son fugitivos?


—Tienen sus propias historias —dijo Nemo—. Pueden contártelas si lo
desean. Asumiendo que Ghost está viva para contarte la suya.
El teléfono de Seis sonó. Lo sacó de su bolsillo y lo miró.

—Mierda —exclamó.
—¿Malas noticias? —Preguntó Nemo.
Seis vaciló. No quería decirle lo que decía el mensaje de Sam. Si Nemo
se enteraba de que Ghost había desaparecido, probablemente
enloquecería. Por otro lado, ahora tenían que ir al hospital, y Nemo se
preguntaría por qué.
—Es Evella —dijo, optando por decirle una verdad a medias—. Algo
está mal. —Le tendió su teléfono a Nemo—. Busca el University Medical
Center y dime cómo llegar hasta allí.
Nemo hizo lo que le pidió. Quince minutos después, Seis detuvo el
Tahoe en el estacionamiento del hospital. Ella y Nemo salieron, caminaron

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COLDWIND
hasta entrar al hospital y se detuvieron. YA ESTAMOS AQUÍ. ¿DÓNDE
ESTÁN? Seis le escribió a Sam, luego esperó una respuesta. Llegó a los pocos
segundos.

—Segundo piso —le dijo a Nemo.


Subieron en el ascensor y salieron a una gran zona de espera. Sam y
Max estaban allí, y Seis se sorprendió al ver que la chica del parque estaba con
ellos. Sam caminó hacia Seis, mientras que Nemo fue a ver Max.
—¿Qué diablos está pasando? —Seis le preguntó a Sam.
—No lo sé todavía —dijo—. Todo lo que sé es que Evella fue herida, y
Ghost no estaba allí cuando llegaron la policía y los paramédicos.

Seis maldijo.
—Debieron regresar y llevársela también —dijo—. Deberíamos
habernos quedado.
—Sabes que no podíamos hacer eso —Sam le recordó—. ¿Jóvenes
garde? ¿Fugitivos con legados no registrados? Tenemos suficientes problemas
en este momento.

—¿Cómo está Evella? —preguntó Seis.


—Está malherida, pero creo que estará bien. Está en cirugía ahora. Y
tenemos otro pequeño problema. La policía está aquí, y tiene preguntas.

—No hablaste con ellos, ¿verdad? —dijo Seis.


—No —respondió Sam—. Ni siquiera nos han visto. Pero no creo que
debamos andar por aquí por mucho tiempo.
—¿Qué hay de Evella ? Sé que no es nuestra principal preocupación —
Seis miró a Rena, Max y Nemo—, o incluso nuestra segunda o tercera
preocupación, pero podría causar problemas si le dice a la policía cualquier
cosa que no debería.
—Llamé a James —dijo Sam—. Le hice saber lo que está pasando.
McKenna se va a encargar. Mientras tanto, tengo algunas noticias sobre
Edwige.
—¿Sabes dónde está? —dijo Seis.

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COLDWIND
Sam negó con la cabeza.

—No, pero Max me dijo algo interesante. Según él, Edwige estaba al
tanto de lo que ellos estaban haciendo.

—¿Qué? —Seis dijo—. ¿Ella no estaba siendo secuestrada?

—No por ellos tres, si es que él está diciendo la verdad.

Seis suspiró.

—Eso es un gran tal vez —dijo.


—Yo le creo —respondió Sam—. Entre tú y yo, creo que está
buscando ayuda para lidiar con su legado, además de algunos otros problemas.
Nemo es la verdadera reticente aquí. ¿Llegaste a algún lado con ella?

Seis soltó una breve carcajada.


—Sí —dijo ella—. Somos mejores amigas ahora.

Como si los hubiera escuchado, Nemo llegó como una tormenta.


—¿Dónde está Ghost? —Exigió—. Max dice que le pasó algo.
—Deberíamos ir a otro lado y hablar —dijo Sam—. Hay una cafetería
abajo. ¿Ya comieron?
—¡No me importa la comida! —Dijo Nemo—. Quiero saber dónde
está Ghost.
—Continúa con este alboroto, y la policía tendrá algunas preguntas
para todos nosotros —Seis le dijo.

Nemo empalideció.
—Como dijo Sam, hablemos de esto abajo —dijo Six—. Todo va estar
bien —agregó—. ¿Recuerdas lo que dije sobre confiar en la gente?
Nemo no respondió, pero tampoco hizo otra demanda. En cambio,
parecía encogerse en su sudadera con capucha. Sam saludó a Max y Rena, y
los cinco caminaron hacia el ascensor.
En la cafetería, encontraron una mesa. Seis y Nemo fueron a buscar
comida, luego volvieron y se sentaron. Seis se abalanzó sobre su sándwich,
pero Nemo solo picoteó su ensalada.

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COLDWIND
—Primero, Ghost —dijo Sam—. Todavía no lo sabemos con certeza,
pero creemos que las personas que se llevaron a Edwige podrían haber
regresado por ella. En cualquier caso, eso es lo que tiene más sentido.
—Ella estaba muy malherida —dijo Nemo, alejando su bandeja
con enojo—. Si ellos no la ayudan, probablemente muera.
—Si se la llevaron, es porque la quieren por su legado —dijo Seis—.
No la dejarán morir. Y tienen a Edwige. Ella puede curarla.
—O tal vez no querían que ella hablara, y decidieron asegurarse de que
no pudiera hacerlo —sugirió Nemo.
—Creo que Seis tiene razón —dijo Sam rápidamente—. Entonces,
cuanto antes encontremos a Edwige, antes encontraremos a Ghost. Mientras
tanto, Rena tiene una historia que ustedes deben escuchar.

—En realidad es la historia de Yo-Yo —dijo Rena.

—¿Conoces a alguien llamado Yo-Yo? —preguntó Max.


—Su mamá comenzó a llamarlo así cuando era un bebé —Rena dijo—.
Porque un minuto estaba llorando y al siguiente riéndose. Es mi mejor amigo
desde que teníamos cinco años y se mudó junto a mí y mi tío. También
tiene un legado. Algo inusual, supongo, ser mejores amigos y que ambos
obtengan legados. Bien, como sea. Éramos algo cautelosos al hablar sobre eso.
—¿Cuál es su legado? —Le preguntó Max.
—Fuego —dijo Rena. Ella rió—. El maldito tonto casi quema su
propia casa cuando su legado se manifestó por primera vez. Arruinó su
colcha. Sin embargo, lo controló bastante rápido. Llegando al punto en el que
puede hacer una bola de fuego en su palma y enviarla a donde él quiera que
vaya.
—Eso puede ser útil —dijo Seis, pensando en cuántas veces ese legado
había ayudado a John.

Rena asintió.

—Es por eso que los peleadores lo querían.


—¿Peleadores? —dijo Seis.

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COLDWIND
—Esta es la parte que quería que escucharan —dijo Sam.

—Yo-Yo quería sacarle provecho a su legado de fuego. Hay un


montón de cosas en línea. Muchas son falsas, como casi todo lo demás en
internet, pero algunas no lo son. Yo-Yo se cruzó con un grupo que era real.
Ellos se llevan a los chicos con poderes y los entrenan para pelear.

—¿Cómo un ejército? —preguntó Max.


Rena negó con la cabeza.
—Cómo para pelear contra otros como ellos. O contra personas sin
legados que piensan que pueden vencerlos. Organizan peleas y la gente
apuesta por ellos.
—Eso es desagradable —dijo Nemo, rompiendo su silencio—. Como
algo que se haría hace mil años.

Rena se encogió de hombros.


—Es un poco como el boxeo —dijo—. A la gente le gusta pelear. No
digo que sea correcto ni nada, pero lo correcto no siempre figura en todo.
—¿Yo-Yo estuvo de acuerdo en pelear? —preguntó Sam.
—Le ofrecieron dinero. Mucho dinero. Le dijeron que si estaba
interesado, podían encontrarse en cualquier lugar y que de ahí lo llevarían al
lugar donde entrenan.

—¿Qué los hace pensar que saben más sobre la capacitación de


personas con legados que la AGH? —dijo Sam.
—No lo sé —dijo Rena—. No es como si hubieran enviado un folleto
o algo así. Solo sé lo que dijo Yo-Yo. De todos modos, él decidió hacerlo. Le
dije que no lo hiciera, pero es terco.

—¿Se fue? —preguntó Seis.


—Hace aproximadamente dos meses —dijo Rena—. Al principio, me
enviaba textos diciendo que estaba bien. Dijo que el lugar era agradable, y que
lo estaban entrenando para que usara su fuego de una forma que él nunca
podría haber imaginado. Dijo que había un lugar allí para mí si lo deseaba.
—¿Y luego qué? —dijo Sam.

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—Los mensajes comenzaron a llegar cada vez menos. Luego me
escribió y dijo que estaba en un pequeño problema. Necesitaba algo de dinero.
No dijo por qué. Pero le dije que lo ayudaría.
Seis recordó los artículos que Lexa les había mostrado sobre la tienda
de antigüedades que había sido robada por muñecos.

—¿Cómo con un par de monedas raras? —preguntó ella.


—Quizás algo como eso —Rena contestó.

—¿Para que necesitaba el dinero? —preguntó Seis.


—Nunca lo dijo. Mi suposición es que él se apostó así mismo y
perdió. Eso es algo que Yo-Yo haría. De todos modos, me pidió que me
encontrara con él en Texas, así que lo hice. Tomé un autobús hasta allí, me
encontré con él en el restaurante de la parada de camiones.

—Texas —dijo Seis—. ¿Es ahí donde están estas personas?


—Creo que sí —dijo Rena—. Yo-Yo nunca llegó a esa parte. Estaba
más ansioso por su dinero. Se lo di. Le pedí que viniera a casa conmigo, pero
él dijo que tenía una pelea más que tenía que hacer, y que luego vendría casa.
—Déjame adivinar —dijo Seis—. No has tenido noticias suyas desde
entonces.
—Ni una palabra —dijo Rena—. Su número de teléfono aún funciona,
pero no responde a mis mensajes de texto o llamadas.

—¿Por qué creíste que trabajamos para esa gente? —le preguntó Sam.
—Yo-Yo les contó sobre mí. Dijo que ellos estaban interesados.
Que ellos nunca habían oído hablar de alguien que pudiera hacer lo mismo
que yo.
—Bueno, eso es probablemente cierto —le dijo Seis—. Nosotros
tampoco habíamos escuchado de alguien como tú.
—¿No? —Dijo Rena—. Creo que soy especial. ¿Creen que la gente con
la que Yo-Yo está mezclado es la que se llevó a Edwige y a la otra chica?
—Eso es lo que tenemos que averiguar —dijo Seis.

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COLDWIND
—Han sucedido muchas cosas hoy —agregó Sam—. Sabemos que un
tipo llamado Jagger Dennings era parte del grupo que vino por Edwige. Se
escapó.
—Conozco ese nombre —dijo Rena—. Yo-Yo lo mencionó. Lo
recuerdo por el cantante de ese viejo grupo. Los Rolling Stones. Mi mamá
amaba esa canción suya, ‘Gimme Shellter’.

—Mick Jagger —dijo Sam.


—Ese mismo —dijo Rena—. Yo-Yo dijo que Dennings fue uno de los
tipos que lo entrenaron.

—¿Y Yo-Yo conocía a Edwige? —preguntó Seis.

—Claro —dijo Rena—. Como dije, todos aquí la conocen.

Seis pensó por un momento.


—Si Yo-Yo les contó sobre Edwige a la gente con la que está, esa podría
ser la forma en la que se enteraron de ella —dijo—. Y si ellos son los que
están secuestrando sanadores, definitivamente la querrían a ella.
—Para curar a sus peleadores —dijo Sam, terminando la idea.

Seis arrugó su servilleta.

—Esto se vuelve cada vez más extraño. Tenemos que volver al avión.

—¿Tienen un avión? —Rena preguntó, con una ceja levantada.


—¿Quieres verlo? —dijo Seis.

—Quizás —respondió Rena—. ¿Cuál es el truco?


Seis golpeó su botella de agua sobre la mesa.

—El truco es, que parece que iremos a Texas y vendrás con nosotros.
—¿Para buscar a Yo-Yo? —dijo Rena.

—Y a los otros —dijo Seis.

—Si Ghost puede estar allí, nosotros también iremos —dijo Nemo.
—Sí —agregó Max, aunque sonó menos seguro.

88
COLDWIND
Seis los miró. No había manera de que pusiera a cualquiera de los
adolescentes en una situación peligrosa innecesariamente. Especialmente a
Nemo, cuyo temperamento podría meterla en problemas. Tenía la sensación
de que Rena podía manejarse bajo presión, y ella y Sam podrían no tener
opción en involucrarla si es que iban a rastrear a estos peleadores. Por ahora
ella se conformaría con sacarlos a todos de las calles. Podían figurarse el
resto luego.
—Está bien —dijo ella—. Vámonos. —Se levantó y sacó las llaves
del Tahoe de su bolsillo—. Daremos un paseo —le dijo a Sam.

Inesperadamente, las llaves levitaron de su mano y volaron a la mano


de Nemo.
—Sí —dijo Nemo, agitándolas triunfalmente—. Pero esta vez, yo
manejo.

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COLDWIND
CAPÍTULO OCHO
SAM
TEXAS

EL MONTE DEL SUR DE TEXAS, DOTADO DE CACTUS y árboles


que habían sido calcinados por el implacable sol en formas retorcidas, no
ofrecían muchas oportunidades para permanecer ocultos, pero el crepúsculo
comenzaba a caer. Sam sintió que Seis soltó su mano, y de repente se
volvieron visibles de nuevo.

—Sudas mucho —comentó mientras se limpiaba las manos en sus


pantalones.
—Oye —dijo Sam—. Está haciendo calor.
Y así era. Más de noventa grados Fahrenheit. Y el viaje no había sido
fácil. Tuvieron que mantenerse alejados del automóvil que llevaba a Rena al
recinto, confiando en las instrucciones por radio que les daba James, quien la
estaba siguiendo a través de un pequeño implante le habían puesto en la parte
superior de su brazo. También estaba cuidando a Nemo y a Max, quienes, a
pesar de protestar, se habían quedado en el avión.
Hacerlo todo fue más fácil de lo esperado. Empezaron enviando un
mensaje de texto al teléfono de Yo-Yo, diciendo que Rena estaba lista para
unirse a él y ver lo que los peleadores tenían para ofrecer. Dado que no había
tenido noticias de su amigo en mucho tiempo, la respuesta fue
sorpresivamente rápida. Yo-Yo —o más probablemente alguien fingiendo ser
él— le había dado instrucciones a Rena para encontrarse con ellos en la
misma parada de camiones donde se había visto con él antes. Desde allí, ella
fue escoltada hasta el destino final.
Por supuesto, a Rena le habían puesto un micrófono, y tenía una
pequeña cámara incorporada en los marcos de las gafas falsas que ahora
usaba, así que lo habían monitoreado todo. También tenía un pequeño
auricular en la oreja para que pudieran comunicarse con ella. Había
desempeñado su papel a la perfección, diciendo que había pensado bien las
cosas. Había preguntado por Yo-Yo y le dijeron que estaba bien. Ninguno de
los dos hombres que se encontraron con ella en el restaurante fueron

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COLDWIND
identificados a través del software de reconocimiento facial. Tampoco le
dieron ningún nombre a Rena.

Lo importante era que ellos habían comprado su historia. Ahora, cuatro


horas después, Rena había sido escoltada hasta dentro de un recinto rodeado
por una valla hecha de alambre de púas. La cámara de sus gafas transmitía a
un pequeño monitor de mano que Seis y Sam estaban viendo.

—¿Por qué no funciona el sonido? —preguntó Seis.


Sam golpeó el monitor.
—¿No podrías intentar hablar con él? —preguntó Seis.

El monitor crepitó, y de repente pudieron escuchar voces. Sam sonrió,


triunfante.

—A veces tienes que mostrarles quién es el jefe —dijo.


A Rena le estaba mostrando el lugar una chica de su edad que se
llamaba Sprout.
—Nuestros dormitorios están aquí abajo —dijo Sprout, llevando a
Rena por un pasillo—. Los de los chicos están en otra parte. El baño está
aquí. Y esta es nuestra habitación. Estarás compartiéndola conmigo y con
Freakshow.

—¿Freakshow? —dijo Rena.

Estaban dentro de una pequeña habitación que contenía un par de


literas y no mucho más. Había una chica sentada con las piernas cruzadas en
una de las camas inferiores, leyendo un comic de la Mujer Maravilla. Era baja y
robusta. Su cabello rubio estaba recogido en dos coletas, y tenía un anillo de
plata en una fosa nasal.

—Todos tenemos apodos basados en nuestros poderes —dijo Sprout.


—Entonces, ¿por qué te dicen Freakshow? —preguntó Rena—. No te
ves muy atemorizante.

Freakshow dejó su cómic y sonrió dulcemente.


—Dame tu mano —le dijo a Rena.

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COLDWIND
Rena se la tendió. Freakshow la tocó ligeramente con la punta de los
dedos. Un momento después, Rena sintió algo que se arrastraba en su
brazo. Miró hacia abajo y vio que docenas de pequeñas arañas negras se
arrastraban hacia arriba por su cuerpo. Gritó y se sacudió, pero los arácnidos
seguían subiendo. Era como si estuvieran pegados a su piel. Se restregó,
tratando de quitárselas. Luego, tan rápido como habían aparecido, se fueron y
ella se encontró pasándose los dedos contra la piel desnuda.

—¿Qué viste? —preguntó Freakshow.


—¿Tú no los viste? —dijo Rena. Se estremeció, recordando el toque de
cientos de patas.

Freakshow negó con la cabeza.


—Solo la persona que toco ve el miedo —explicó—. Todos los demás
solo ven la reacción. Basándome en cómo enloqueciste, supongo que viste
fuego o bichos.

—Arañas —dijo Rena—. Y eso es atemorizante, lo admito.


—Puedo hacerte ver cosas felices también —dijo la chica—. Pero lo
aterrador es más divertido.
—Quizás para ti —dijo Rena. Se volvió hacia Sprout—. ¿Por qué te
dicen Sprout?
Sprout alcanzó una pequeña maceta que estaba sobre un escritorio. Una
pequeña rama sobresalía de la tierra, un tallo delgado con dos hojas saliendo
de él. Sprout ahuecó sus manos alrededor de la maceta y se concentró en la
pequeña planta. Comenzó a crecer, nuevas hojas brotaban del tallo en
crecimiento. Luego se formó un botón en la punta, explotando en una
profusión de pétalos anaranjados. Era una caléndula.

—Precioso —dijo Rena.


—Gracias —dijo Sprout, regresando la maceta a su lugar.

—¿Qué tanto puedes hacerlas crecer? —Le preguntó Rena.

Sprout sonrió.
—Mucho —dijo ella.

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COLDWIND
—Eso podría ser útil —le comentó Seis a Sam.

—¿Por qué los llaman 'poderes' y no 'legados'? —le preguntó Rena a


Sprout.
—No nos gusta esa palabra —dijo Sprout—. Es demasiado formal.
Preferimos 'poderes'. Eso es lo que son, ¿no?
—Supongo —dijo Rena—. Entonces, ¿usamos capas y medias
también?
—Sin capas —dijo Sprout—. Sería demasiado fácil quedar atorada en
algo. —Ella se rió.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Freakshow.


Rena se lo dijo.
—Tendremos que llamarte de otra manera —dijo Sprout—. ¿Qué es lo
que haces?
Rena miró alrededor de la habitación. Su vista se enfocó en una de las
literas. Fue y recogió un osito de peluche que descansaba sobre la almohada.
—¡Oye! —Sprout dijo—. No lastimes al Sr. Honeyfoot.

—No lo haré —Rena le prometió—. Sólo observa.


Sostuvo al oso entre sus manos. Unos segundos después, esté levantó
sus patas.
—Estás haciendo eso con los pulgares —dijo Sprout, claramente poco
impresionada.
Rena dejó el oso en el suelo. Él se paró sobre sus propias piernas.
Volteó su cabeza de lado a lado. Entonces comenzó a caminar en círculos.

—Está bien —dijo Sprout—. Ahora eso es genial. ¿Cuánto dura?


—Hasta que yo le diga que pare —respondió Rena. Recogió
al Sr. Honeyfoot y lo sostuvo de nuevo entre sus manos. Su cabeza se dejó
caer a un lado. Cuando se lo entregó a Sprout, solo era un peluche juguete.
—No sé cómo eso va a ayudarte a ganar peleas, pero es bastante
increíble —dijo Freakshow.

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COLDWIND
—Deberíamos llamarte Annie May —anunció Sprout.

—¿Annie May? —dijo Rena—. Eso suena como el nombre de una


campesina.
—No, no Annie May, sino Anime —dijo Sprout—. Como en
'animación'. Porque traes cosas a la vida.

—Ooh, ese está bien —dijo Freakshow—. Me gusta. Secundo Anime.

—Son dos votos contra uno —dijo Sprout—. Anime será.

Rena asintió.
—Supongo que está bien —dijo. Hizo una pausa y luego dijo: —Verán,
tengo un amigo que está aquí. Se llama Yo-Yo, pero supongo que ustedes le
dicen de otra forma. Él hace fuego.

—Tenemos a un par de esos —dijo Sprout—. ¿Cómo es él?


—Es delgado. Alto. Le gusta usar pendientes de diamante en los oídos
—dijo Rena—. Tiene un tatuaje del Barón Samedi en su brazo izquierdo.

—¿Barón qué? —preguntó Freakshow.


—Tipo con cabeza de cráneo y sombrero de copa —dijo Rena.
—Oh —dijo Sprout—. Se refiere a Sparky. —Había un tono peculiar
en la forma en que lo dijo. Luego ella le echó un vistazo a Freakshow, quién
de repente encontró su comic de la Mujer Maravilla profundamente fascinante
de nuevo.

—¿Qué? —dijo Rena—. ¿Pasa algo malo?


—No —dijo Sprout, un poco demasiado rápido—. Es solo que él, eh,
no está en este momento.

—¿No está? —dijo Rena—. ¿Qué significa eso? ¿No está aquí? ¿Se fue?
—Él está aquí —dijo Sprout—. Es solo que… —hizo una pausa,
luego suspiró—. Resultó herido en una pelea. Está en la enfermería.
—Pero estará bien, ¿verdad? —le preguntó Rena.
—Claro —dijo Sprout, sonando demasiado segura de eso—. Claro que
lo estará.

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COLDWIND
—Hablando de la enfermería, ¿escuchaste de la chica que trajeron hoy?
—dijo Freakshow.

—No —dijo Sprout—. ¿Quién es ella?


—No lo sé. Me acabo de enterar de que estaba muy malherida. Recibió
un disparo o algo así.

Al escuchar la conversación, Sam dijo:

—Deben referirse a Ghost.

—Están trayendo a todo tipo de personas nuevas —comentó


Sprout. Luego miró su reloj—. Oh, es hora de practicar. Deberíamos irnos.
Freak, ¿vienes?
Freakshow se levantó, y las tres salieron de la habitación. Sam y Seis
tuvieron otro tour del complejo mientras las chicas caminaban hasta afuera.
Ellas fueron a otro edificio, uno que parecía un hangar de aviones, con
paredes y techo de metal corrugado. Desde donde estaban Rena y las demás,
podían ver la parte trasera de eso.
—Aquí es donde nos entrenamos —explicó Sprout mientras abría una
puerta y entraban.
La vista desde la cámara de las gafas de Rena mostraba un enorme
espacio abierto lleno de veinticinco o treinta personas conversando. En tres
lados del hangar había gradas instaladas. El centro de la sala era solo un piso
arenoso. Entonces un hombre entro en la escena.
—Dennings —dijo Sam.
Jagger Dennings se dirigió hacia el centro del piso y se detuvo. Cogió
un silbato que colgaba de su cuello y lo sopló.

—Todos cállense —gritó. Lo hicieron, casi instantáneamente.


—Le temen —dijo Seis—. Pero, ¿por qué? Ellos tienen legados, y él
no.
—Tenemos algunos nuevos reclutas —anunció Dennings—. Además
de algunos invitados especiales. Así que, vamos a mostrarles cómo funcionan
las cosas aquí y lo que algunos de ustedes pueden hacer.

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COLDWIND
—¿Invitados especiales? —Dijo Rena—. ¿Qué significa eso?

—Son los peces gordos —le susurró Sprout—. Gente que apuesta en
las peleas. Se sientan en otra habitación y observan. Nunca los vemos. Aunque
a veces, si ganas una pelea, te presentan con ellos. Aún no he peleado en una
contienda en la que se apueste. Pero quiero hacerlo.

Dennings miró alrededor del hangar.


—Entonces, ¿quién va a ser esta noche? —dijo. Estaba sonriendo—.
¿Quién quiere mostrarnos lo que tiene?
Las voces llenaban el aire y las manos subían de todas partes mientras
los chicos clamaban por ser elegidos. Dennings se llevó una mano a la oreja y
con la otra los instó a gritar más fuerte. Primero se giró a un lado y luego al
otro, como si escuchara al voluntario más ruidoso y buscara el movimiento
más entusiasta. Luego hizo un gesto para que todos se calmaran.
—Eso es lo que me gusta ver —dijo—. ¡Espíritu de lucha! —aplaudió
una vez—. Quiero ver a Freakshow aquí abajo.
Freakshow, sentada al lado de Rena, se puso de pie.

—¿Contra quién voy a pelear? —gritó con voz firme.


Dennings se llevó el dedo a la barbilla y pareció reflexionar sobre la
pregunta. Luego sonrió y señaló. Por un momento, parecía como si estuviera
señalando a Rena, y Seis y Sam escucharon como soltaba un pequeño jadeo.
Pero entonces Dennings dijo:
—Sprout.
Sprout se puso de pie. Ella y Freakshow no se miraron mientras
caminaban hacia el piso y hacia donde Dennings las esperaba. Se pararon una
a cada lado de Dennings mientras él ponía sus brazos alrededor de sus
hombros.
—Las dos saben lo que la otra puede hacer —dijo—. Así que deberían
estar preparadas para esto. ¿Listas?

Freakshow asintió, mientras que Sprout dijo:


—Listo.

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COLDWIND
—Entonces, ¡adelante! —dijo Dennings, y se alejó rápidamente. Se
mantuvo a un lado de la arena, observando a las chicas.

Se enfrentaron la una a la otra. Sprout metió la mano en su bolsillo y


sacó algo.
—Semillas —dijo Sam—. Vino preparada.
La chica se agachó, presionando las semillas contra el piso de tierra de
la arena. Mientras lo hacía, Freakshow se lanzó hacia adelante, envolviendo su
mano alrededor de la muñeca de Sprout. Sprout intentó zafarse, pero falló. De
alguna manera, logró mantener su otra mano contra el piso. Debajo de ella,
brotes verdes comenzaron a salir serpenteando. Crecieron rápidamente,
enroscándose alrededor de los tobillos de Freakshow y subiendo por su
pierna. Les salieron hojas, seguidas de flores de color púrpura y azul.
—¿Qué son esas? —Seis le preguntó a Sam.
—Ipomeas, creo —dijo Sam—. Inteligente elección. Esas plantas lo
envuelven todo.
Mientras las ipomeas envolvían a Freakshow en sus enredaderas, Sprout
cerró los ojos.
—No es real —dijo con voz temblorosa—. No te vas a caer. No te vas
a caer. No vas a caer. —Todo su cuerpo comenzó a sacudirse.
—Alturas —dijo Sam—. Suena aterrorizada.
Freakshow, mientras tanto, estaba utilizando su mano libre para tratar
arrancarse las plantas del cuerpo. Pero estás seguían creciendo, engrosándose
cada segundo, hasta que fueron como cuerdas atándola. Las grandes flores
cubrieron su cuerpo. Luego las enredaderas comenzaron a envolverse
alrededor de su cabeza.
—¡Vamos! —Gritó Dennings—. ¿Cuál de ustedes es la más fuerte?
¡Pelea!

Detrás de él, los espectadores en las gradas lo secundaron.

—¡Pelea! —gritaron—. ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!


Mientras las ipomeas engullían la cabeza de Freakshow, las enredaderas
se apretaron alrededor de ella, y su poder pareció desvanecerse. Sprout abrió

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los ojos. Con una dificultad obviamente enorme, levantó la mano con la que
había estado tocando el suelo y la apunto hacia su amiga. Freakshow fue
levantada del suelo por la fuerza de la telequinesis de Sprout. Luego fue
arrojada hacia atrás, aterrizando con fuerza en el suelo con un grito de
dolor. Sprout se tambaleó unos pocos pasos, agotada por el esfuerzo.
—¡Levántate! —gritó Dennings, y el grito de las gradas cambió—.
¡Levántate! ¡Levántate! ¡Levántate!

Freakshow lo intentó. Pero las enredaderas la habían envuelto como a


una mortaja. Dennings y los otros chicos continuaron gritando por otro
minuto, luego Dennings se acercó a donde Sprout yacía en el suelo.

—¿Te estás levantando? —gritó—. ¿O te estás rindiendo?


Freakshow respondió con un gemido ininteligible, sus palabras eran
imposibles de escuchar. Dennings sacudió la cabeza con disgusto. Luego gritó:

—¡Drac!
Un jadeo de asombro se elevó de la multitud reunida cuando un
hombre salió de las gradas. Tenía el cabello negro muy corto y la piel
pálida. Mientras caminaba hacia donde Dennings estaba esperando, la sala
quedó en silencio. Sprout, que se había puesto de pie y parecía haber superado
los efectos del ataque de su amiga, ahora lo observaba todo.

Drac se arrodilló en el suelo. Tiró de las enredaderas, que habían


empezado a marchitarse, lejos de la cara y el cuello de Freakshow. Al verlo,
ella comenzó a balbucear.

—Por favor —dijo—. Lo haré mejor la próxima vez. Lo prometo.


Drac miró a Dennings.
—Hazlo —ordenó Dennings.

Drac ahora puso sus manos sobre la cabeza de Freakshow, como lo


haría un sanador. Pero en lugar de un cálido resplandor amarillo emanando de
sus manos, se extendió uno verde enfermizo. Le envolvió la cabeza a
Freakshow cuando ella comenzaba a sollozar.

—¿Está matándola? —dijo Sam, conmocionado.

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La luz que rodeaba la cabeza de la chica se volvió de repente negra
como la tinta. Drac quitó las manos. Su cara tenía una peculiar mirada de
satisfacción. En el suelo, Freakshow lloraba.
—Tu legado ha sido eliminado —Dennings dijo—. Ahora no eres más
que una humana normal de nuevo.

Sam miró a Seis.


—¿Dreynen? —dijo.

Seis negó con la cabeza.

—No lo creo —ella dijo—. Este luce diferente.

—¿Se puede eliminar completamente un legado?


—¿Permanentemente? —dijo Seis—. No lo sé. Ellos parecen creerlo.
Esa es probablemente la forma en la que él los controla.
—De acuerdo —dijo Dennings alegremente—. Eso es todo por ahora.
Todos vayan a la cafetería a cenar. —Apuntó a dos chicos, luego señaló
a Freakshow y dijo: —Saquen a esta de aquí.
Rena se levantó y empezó a salir del hangar. Pero Dennings la llamó
por su nombre. Ella se volvió y lo miró.

—Espera un minuto —Dennings dijo—. Quiero hablar contigo.

Se acercó a él.
—He escuchado mucho sobre ti de Sparky —dijo—. Me alegra que
hayas decidido darnos una oportunidad.

—Escuché que se lastimó —dijo Rena.

—Nada que no se pueda curar.

—¿Puedo verlo?
—Más tarde —dijo Dennings—. Ven conmigo. —La rodeó con un
brazo y la llevó a una puerta en la parte posterior del hangar. Él y Rena
caminaron afuera. Dennings la llevó a un edificio mucho más pequeño a unos
cien metros de distancia. Abrió una puerta y entraron. Estaba lleno de
monitores de televisión, varios de los cuales mostraban el hangar principal

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desde diferentes perspectivas. También había varios que mostraban los otros
edificios en el complejo, e incluso el área fuera de la cerca. Varios hombres
estaban sentados en sillas frente a los monitores. Ninguno de ellos levantó la
vista cuando Dennings y Rena entraron.

—Esa es una configuración bastante lujosa —comentó Sam—. Alguien


gastó mucho dinero en ese equipo.

—¿Qué es todo esto? —le preguntó Rena a Dennings.


—¿Esto? —dijo, mirando a su alrededor como si estuviera dándose
cuenta de todo el equipo por primera vez—. Son solo cosas de vigilancia. No
queremos que nadie intente entrar aquí.

—O salir —remarcó Seis.


Dennings se volvió hacia Rena.

—Tengo un par de preguntas para ti.


—Dispara —dijo Rena.
—¿Qué fue lo que finalmente te hizo decidir venir con nosotros?
Entiendo que Sparky —Yo-Yo— intentó que tú le echaras un vistazo a
nuestra operación un par de veces, y tú dijiste que no.

Rena se encogió de hombros.


—Supongo que cambie de opinión —ella dijo—. Él hizo que todo
sonara bastante bien. Pensé que si ustedes podían ayudarme a aprender a
utilizar mejor mi poder, eso ya sería algo.
—Podrías haber hecho eso en la AGH —dijo Dennings.
—Realmente no me gusta que me digan qué hacer o cuándo hacerlo —
replicó Rena.
Dennings se rió.

—En caso de que no te hayas dado cuenta de lo que sucedió allá atrás,
yo te diré qué hacer y cuándo hacerlo. ¿No tienes algún problema con eso?

Rena negó con la cabeza.


—No mientras me pagues lo que Yo-Yo dice que pagas.

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—¿Y cuánto es eso? —preguntó Dennings.

—Dime cuánto ofreces —dijo Rena—. Te diré si es suficiente.

Dennings se rió de nuevo.


—Esta chica es de las mías —dijo—. Está bien, es suficiente. Podemos
hablar de eso una vez que decidamos si te vas a quedar.

—¿Por qué no me quedaría? —le preguntó Rena.

—Sé que acabas de llegar —dijo Dennings—. Y no te hemos explicado


todas las reglas. Así que no puedo estar tan molesto porque hayas quebrado
una de ellas.

—¿Quebrado una regla? —dijo Rena—. No entiendo.

Dennings asintió.
—Echa un vistazo al monitor número cinco —dijo, señalando una de
las pantallas.
Rena miró. El hombre sentado frente al monitor presionó un botón en
la consola frente a él y comenzó a reproducirse un video. Mostraba la batalla
que acababa de tener lugar en el hangar, pero desde la perspectiva de alguien
sentado en las gradas.

—Esa es la transmisión de sus gafas —dijo Sam.


Rena se volvió para mirar a Dennings. Él ya no sonreía cuando sus
manos se posaron en el rostro de Rena.
—Creo que será mejor que me des estos. —Luego la transmisión se
cortó.

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COLDWIND
CAPÍTULO NUEVE
SEIS
TEXAS

—¿CUAL ES EL PLAN? —SAM LE PREGUNTÓ A SEIS MIENTRAS


CORRÍAN hacia la valla que rodeaba el recinto.
—Subimos, tomamos a Rena y salimos.

—No estoy seguro de que eso califique como un plan —dijo Sam.

—Hemos hecho las cosas con menos que eso —ella le recordó.

—¿Y qué hay de Ghost y Edwige?

—Una cosa a la vez —dijo Seis.


Alcanzaron la cerca y con rapidez la treparon, bajando por el otro lado
justo cuando un grupo de veinte hombres armados se acercaba por el
costado del edificio más cercano. Eran demasiados como para sólo usar
telequinesis.
Seis miró a su alrededor. Había varios vehículos viejos, incluyendo un
autobús escolar, estaban estacionados cerca. El autobús, oxidado, con agujeros
en los costados, parecía que no se había usado para llevar y traer a alguien de
la escuela en años. Muchas de las ventanas estaban quebradas, y dos de las
llantas estaban ponchadas, haciendo que se inclinara hacía un lado.

—¡Sam! —Seis gritó—. ¡El autobús!


Sam se volvió hacia él. Seis escuchó el sonido de un motor tratando de
arrancar. Metal frotándose contra metal. El autobús chisporroteó, se ahogó,
desistió. Lo intentó de nuevo. Esta vez, un pulso irregular resopló bajo el
capó. Y luego el autobús comenzó a moverse, lentamente, como un viejo
dinosaurio dando sus últimos pasos.
—Olvídate de hacer que se mueva por sí mismo —dijo Seis—.
¡Empújalo!
Ella se concentró, agregando su poder al de Sam. Juntos, levantaron el
autobús y lo empujaron hacia el grupo de hombres que se aproximaba,
quienes se asustaron y dispararon contra él. Balas disparadas contra metal y

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COLDWIND
vidrio. El autobús se estrelló contra los hombres, la mayoría se dispersaron,
algunos quedaron debajo de él.

Utilizando la confusión resultante como tapadera, Sam y Seis escaparon


de los hombres, que ahora gritaban entre ellos y corrían en todas direcciones,
mientras intentaban fijar sus objetivos. Seis sabía que no pasaría mucho
tiempo antes de que fueran en la dirección correcta, ya fuera accidentalmente
o después de descartar todas los demás.

Al doblar la esquina del hangar, se sorprendieron al ver a Rena de pie


en el centro del espacio abierto. Sola. Seis escaneó el área en busca de
Dennings o de cualquier otra persona. Esperaba encontrarse con un ejército.

—¿Dónde está él? —preguntó Seis.


Entonces vio las lágrimas que corrían por la cara de Rena. El pecho de
la chica temblaba mientras sollozaba en silencio.

—¿Qué está pasando? —Seis le preguntó.


—Él va a matar a Yo-Yo —dijo Rena, su voz enganchando cada
palabra. Respiró hondo y se tranquilizó—. Si no se van.
—Ella tiene razón. —La voz de Dennings crepitó por los altavoces
conectados a los postes alrededor del complejo.
—¡Dennings! —Seis gritó—. ¿Por qué no vienes y nos hablas en
persona? Dame la oportunidad de patearte el culo. Otra vez.
—Es sencillo —Sam susurró—. Porque todavía tiene a Edwige y a
Ghost.
La risa de Dennings ondeó en el aire.

—No creas que no me gustaría una revancha.


—Entonces, ¿por qué enviar a tu comité de bienvenida? —dijo Seis—.
¿Por qué no vienes solo?
—Para entretenerme —dijo Dennings—. Y tal vez para comprar algo
de tiempo para apartar a mi gente del peligro.
Seis se rió.

—Me parece que los estás poniendo en peligro —respondió ella.

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—Supongo que tendremos que estar de acuerdo en no estar de acuerdo
con eso.

Un crujido de pies hizo que Seis volteara. Los hombres que habían
escapado ilesos del encuentro con el autobús aparecieron detrás de ella. Había
menos de una docena de ellos. Ella y Sam podían encargarse de ellos
fácilmente. Levantaron sus manos.

—Yo no haría eso —advirtió Dennings—. No a menos que quieras


que alguien salga lastimado. Y no me refiero a ti.

Seis se alejó de los hombres.


—Chica inteligente —dijo Dennings, haciendo que Seis se erizara—.
Ahora de vuelta al asunto. Como tu joven amiga te dijo, estoy dispuesto
a dejar que ella —y ustedes— salgan de aquí. Ahora mismo.
—No hay trato —dijo Seis—. También queremos a Edwige y a Ghost.
—En voz baja, agregó: —Y a cada chico que tengas aquí.
—Lo siento —contestó Dennings—. Esto no es una negociación.
Obtienes esto y el paso seguro fuera de aquí, o no obtienes nada.
—O podríamos destrozar este lugar hasta que descubramos dónde te
estás escondiendo —sugirió Seis.
—Creo que sabes lo que sucederá si intentas hacer eso —dijo
Dennings—. Y créanme, puedo irme antes de que siquiera comiencen.

Sam puso su mano en el hombro de Seis.

—Tenemos a Rena —susurró—. Podemos volver por los otros después.


—Los moverá —dijo Seis, la frustración hizo que su voz se volviera
más aguda de lo normal—. No es tan estúpido como para quedarse aquí. Él
encontrará algún otro lugar.
—Entonces lo encontraremos —dijo Sam. La miró a los ojos—. No
podemos ganar esto. Incluso si destruimos este lugar, terminará lastimando a
los chicos que están aquí.
Seis miró a Rena.
—Por favor —dijo la chica.

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Seis cerró sus ojos. Contó hasta cinco, calmándose a sí misma.

—Está bien —dijo, y abrió los ojos—. Nos iremos de aquí. —Se volvió
hacia los demás—. Vamos. Antes de que cambie de opinión.
Aunque los hombres de Dennings los observaron cautelosos al salir, no
encontraron resistencia mientras caminaban hacia la puerta principal del
complejo, que estaba abierta. Seis nunca miró hacia atrás mientras ella, Sam y
Rena comenzaban a caminar por el camino polvoriento que conducía al
monte.

Rena se acercó y caminó junto a ella.

—Gracias —dijo.

Seis asintió.
—Sé lo que es perder a un amigo —ella dijo—. E hiciste un buen
trabajo allí.
—Viste lo que le hicieron a Freakshow —Rena dijo—. Creo que le
hicieron lo mismo a Yo-Yo. —Hizo una pausa—. ¿Crees que su poder se ha ido
realmente?
—No lo sé —le dijo Seis. Lo que ella creía, pero no dijo, era que
Dennings y quienquiera que estuviera detrás de las peleas no tendrían mucho
más uso para un chico sin un legado. Entonces, ¿por qué los mantendrían
vivos? «A menos que mientan sobre que les pueden quitar los legados», pensó.
—Él les hizo grandes promesas a esos niños —continuó Rena—.
Dinero. No tener que ir a la AGH y seguir sus reglas. Los chicos que conocí
en su mayoría parecían ser de los tipos que no encajaban exactamente incluso
antes de que se convirtieran en superhéroes, ¿sabes? Creo que él los hace
sentir como estrellas. Con eso de los apodos. Es como estar en un club, o una
pandilla.
—Pero luego él los lastima cuando fallan —dijo Seis.
—Nunca has estado en una pandilla, ¿verdad? —dijo Rena—. Eso es lo
que hacen. Te levantan, te derriban. Te dicen que no vales nada a menos que
ellos digan que si lo haces. Eso hace que quieras pertenecer aún más. Sé que
no tiene sentido, pero así es como lo hacen. He visto a mucha gente ser
consumida así en mi vecindario.

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COLDWIND
Los pensamientos de Seis volvieron a centrarse en Cinco, y en cómo él
había traicionado al resto después de caer bajo la influencia de los mogadorianos.
Ella lo entendía. Querer pertenecer hace que la gente haga cosas que nunca
pensaste que harían. Iban a encontrar a Dennings, cerrar su operación y
conseguir que los chicos a los que había estafado tuvieran una orientación real.
Mientras tanto, tenía otros problemas. A saber lo que ella y Sam iban a
hacer con el pequeño grupo de jóvenes garde que habían recogido. Pensó en
ello todo el camino de regreso hasta al SUV que habían estacionado a unos
pocos kilómetros de distancia. Y todo el camino de regreso al aeropuerto
donde el jet los estaba esperando. Cuando ya estaban a bordo y sentados, aún
no había tomado ninguna decisión.

Fue Nemo quien mencionó ese tema.

—Entonces, ¿ahora qué? —dijo una vez que estaban en el aire.


—¿Qué quieres que pase? —dijo Seis, devolviéndole la pregunta—. Tú
eres quien dijo que no quieres tener nada que ver con ser parte de un grupo
organizado. Podrías volver a hacer lo que estabas haciendo antes de que te
encontráramos.
—No nos encontraron —respondió Nemo—. Se cruzaron en nuestro
camino… y en realidad no hay nadie con quién regresar. Sólo somos nosotros
tres.

—Entonces, ¿no eres parte de un grupo más grande? —preguntó Sam.


—Oh, hay más personas como nosotros. Muchos de ellos. Pero la
mayoría estamos por nuestra cuenta. Eso es parte del por qué no me gustan
esas cosas de los grupos.

—Pero puede que en algún momento te gusten —Seis dijo.

Nemo se encogió de hombros.


Seis miró a Max, quién miró a Nemo. Obviamente todavía estaba
ansioso por lo que Nemo pensaba. Pero, ¿qué quería él?
Seis consideró las opciones. Podría tratar de convencerlos de ir a
la Academia de la Garde Humana. Pero si ni ella podía soportar ir, ¿cómo
podría pedirle a Nemo y a los demás que lo hicieran? Especialmente a
Nemo. Realmente le había agradado la chica, y por razones obvias. Eran muy

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parecidas. Sería como decirle a su yo más joven que haga algo por su propio
bien. Ya sabía cuál sería la respuesta de Nemo ante tal cosa. Pero, ¿cuál era la
alternativa?

—¿Qué hay de ti? —le dijo a Rena.


—Realmente no puedo volver a los negocios como de costumbre —
dijo la chica—. Quiero sacar a Yo-Yo de allí.
Seis asintió.

—Sam, ¿puedo verte en el dormitorio? —dijo, poniéndose de pie.

Sam la siguió.
—Normalmente, me encantaría oírte decir eso —bromeó mientras
cerraba la puerta de la cabaña—. Pero tengo la sensación de que sé lo que
estás pensando, y también creo que eso hará la vida mucho más complicada.
Seis encendió el monitor pegado a la pared frente a la cama.

—Dile a esto que llame a McKenna —dijo.


Un minuto después, estaban hablando con McKenna, cuya cara llenaba
la pantalla.

—Entonces, ¿cuántos debo esperar para la cena? —dijo.


—Sobre eso —dijo Seis—. ¿Cuántas habitaciones hay en nuestra lujosa
base de operaciones?
—Suficientes para una compañía —respondió McKenna—. ¿Estás
pensando lo que creo que estás pensando?
—Tal vez —dijo Seis. Le contó su idea, tal como era—. Sólo hasta que
podamos averiguar qué hacer con ellos.

—No me opongo —dijo McKenna cuando ella terminó—. Pero hay


algunas complicaciones. A pesar de lo que ellos les podrían haber dicho, los
tres fugitivos tienen personas que los buscan. Personas que están preocupadas
por ellos.

—No los has reportado, ¿verdad? —preguntó Seis.


McKenna negó con la cabeza.

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—Todavía no —dijo—. Pero voy a tener que hacerlo. Y eso plantea un
problema adicional: una vez que reporte que han sido encontrados y que están
a salvo, se espera que vayan a la AGH.
—Ellos no van a querer hacer eso —dijo Seis—. La mayoría
de ellos, de todos modos.

—Como dije, eso plantea un problema —dijo McKenna.


—Hablaremos con ellos —dijo Sam—. Veremos qué podemos hacer.
—No tienen mucho tiempo —dijo McKenna—. Como dije, sus
familias están preocupadas.

—Lo captamos —dijo Seis.


—Está bien —dijo McKenna—. Ahora, a otros asuntos. Ha
desaparecido otro sanador.
—¿Quién ahora? —preguntó Seis.

—Su nombre es Taylor Cook. Una estadounidense.

—¿Quieres que vayamos a buscarla? —dijo Seis.


—No es necesario —respondió McKenna—. Ya la han regresado. A la
AGH. Está allí ahora.

—Así que, entonces no hay problema.


—Lo hay —respondió McKenna—. Uno grande. Taylor tiene
información sobre quién ha estado secuestrando a los sanadores. Es un
problema mucho más grande de lo que pensamos. Y podría requerir que
ustedes trabajen más directamente con la Academia de la Garde Humana, y
posiblemente con la Garde Terrestre. Me gustaría que fueran y se reúnan con
Nueve.
—Genial —comentó Sam—. Una reunión familiar.

—Les haré saber que irán —dijo McKenna—. El Capitán Kirk puede
aterrizar en California, y una vez que se hayan encontrado con Nueve, pueden
ir al cuartel general.

—¿Qué hacemos con nuestros invitados mientras estamos allí? —le


preguntó Seis—. No sé si sea una buena idea llevarlos.

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—En realidad, tal vez lo sea —dijo McKenna—. Déjenlos ver las
instalaciones. Tal vez uno o más decidan quedarse ahí.

Él cerró la sesión. Seis se sentó en la cama y luego se tumbó boca


arriba.
—Esto se está complicando —dijo.

Sam yacía a su lado.


—Te gusta lo complicado —le recordó—. En realidad, tú eres como la
definición de complicado. —Él tomó su mano—. Eso es lo que me gusta de
ti. No te preocupes. Todo estará bien. Y pasaremos un tiempo con mi papá, y
con Nueve también.
Se quedaron allí un rato, sin decir nada. Seis cerró los ojos. Tal vez
podría dormir un poco al menos antes de aterrizar.

Hubo un golpe en la puerta.


—¿Ya casi terminaron ustedes dos ahí dentro? —la voz de Nemo
atravesó la puerta cerrada.
—¿Por qué? —Seis respondió—. ¿Pasa algo?
—Oh, no mucho —Nemo dijo—. Solo que el piloto desapareció… ¡y
nadie está pilotando el avión!

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COLDWIND

TRADUCIDO Y CORREGIDO POR:

COLDWIND

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