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El libro que tiene en sus manos es más que una historia interesante.

Mucho más. No es exagerado decir que los conceptos presentados en


Escape a Dios son revolucionarios. El principio de rendición del alma lo
inspirará y desafiará hasta la misma esencia de su ser. Pero si se en­
cuentra ham briento por una vivencia espiritual auténtica y desesperada
por Dios para renovar su vida, está preparado para lo que tiene para
decir este libro.

Al analizar las experiencias aquí presentadas y al apropiarse de ellas,


aprenderá a cam inar en la presencia de Dios y a desarrollar la voluntad
para obedecer su voz, no im porta dónde viva. A través de la experiencia
de Jim y Sally aprenderá que tener menos, significa poseer más; apren­
derá cómo encontrar tie m p o para Dios y su fa m ilia, y cómo vivir cada
día, cada hora y cada m inuto para la gloria de Dios.

Luego de fundar Restoration InternationaI [Restauración


Internacional], Jim Hohnberger se transformó en un expositor
muy buscado. Ha publicado incontables artículos y producido
muchos casetes de seminarios. Jim, su esposa Sally, y sus hijos
Matthew y Andrew han presentado la Palabra de Dios en prác­
ticamente cada estado de Norteamérica y en 14 países más.
E s c a p e a

Dios
Jim Hohnberger

ASOCIACIÓN CASA EDITORA SUDAM ERICANA


Av. San M artín 4555, B1604CDG Florida Oeste
Buenos Aires, República Argentina
Título del original en inglés: Escape to God, Pacific Press Publishing
A ssociation, 2001.

Dirección editorial: Pablo D. O stuni


Traducción: Ethel I). M angold
I >ingramoción y tapa: Gabriel R. A ybar

IM PRESO EN LA A R G EN TIN A
Printed in A rgentina

Prim era edición


MMVII - 4,5M

Es prop ied ad. © Jim H ohnberger, 2006.


© A C E S , 2006.
Q ueda h ech o el depósito que m arca la ley 11.723.

ISBN -10: 987-567-265-3


ISBN -13: 978-987-567-265-9

Hohnberger,Jim
Escape a D io s / Jim H ohnberger / Dirigido p o r Pablo D. O stuni - Ia ed. -
Florida :Asoc. C asa Editora Sudamericana, 2007.
208 p.; 2 1 x 14 cm.

Traducido por: Ethel D. Mangold

IS B N 987-567-265-3

I.Vida familiar cristiana. I. Ostuni, Pablo D., dir. II. Mangold, Ethel D.,trad. III.Título.

C D D 249

Se term inó de im p rim ir el 09 de en ero de 2007 en talleres propios (Av. San


M artín 4555, B1604C D G Florid a O este, Buenos A ires).

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, im ágenes


y diseño), su m an ip ulación in form ática y transm isión ya sea electrónica,
m ecán ica, p o r fotocop ia u otros m ed ios, sin p erm iso previo del editor.

-101895-
CfmfcwiuLo

Prefacio ................................................................................. 5

C apítulo 1 La búsqueda g lo rio sa..................................... 10

C apítulo 2 La religión, ¿es suficiente?............................ 17

Capítulo 3 U n vida s e n cilla ...................................... 27

Capítulo 4 U n m ontón de d ecision es.............................46

Capítulo 5 D onde te encuentres, D ios está a llí 66

Capítulo 6 Viendo al In visible........................................... 78

C apítulo 7 A udición selectiv a.........................................100

C apítulo 8 N uestro m ayor en em igo.............................122

C apítulo 9 ¿R ealm ente crees?..........................................136

C apítulo 10 D ios, el todo en to d o s ................................. 148

C apítulo 11 El cuarto punto fu n d a m e n ta l.................. 164

C apítulo 12 El que d u d a ..................................................... 175

C apítulo 13 El últim o gran p a s o ...................................... 183

Epílogo .............................................................................. 197

3
V e A lc a t o r u i

A todos aquellos que, en esta hora de la historia del mundo, viven con
hambre y sed intensas por encontrar a Dios mismo y no se satisfarán
hasta que hayan aprendido a caminar diariamente con su Maestro.

Nota del autor


Los relatos contenidos en las siguientes páginas son verdade­
ros. Están relacionados con lugares y personas reales, y algunas
veces, cuando la historia no menoscaba al individuo, se han uti­
lizado sus nombres reales. En otros casos, los nombres y carac­
terísticas de poca importancia se han alterado para proteger la
privacidad de los individuos. Algunos eventos se han abreviado
para lograr claridad y brevedad. Los eventos, sin embargo, son
verdaderos y todos aquellos implicados que lean los relatos ve­
rán un claro reflejo de lo que sucedió y de las verdades que se
pueden aprender de ellos.

Notas del editor


En las citas bíblicas, se ha utilizado la versión Reina-Valera 1960 y la Nueva
Versión Internacional (NVI).
El uso de cursiva en los párrafos se ha reservado para distinguir los diálogos
interiores entre el autor y Dios, para evitar el uso excesivo de comillas y guiones de
diálogo, en un intento por reflejar lo mejor posible el lenguaje de la conciencia del
autor.

4
Prefacio
im, realmente debieras volcar estos mensajes en un libro -u r­
J gieron Jack y su esposa.
El pensamiento de semejante idea me tomó por sorpresa.
Después de todo, era fácil para Jack sugerir la redacción de un li­
bro. Él era un escritor. Era una segunda naturaleza para él. Para mí,
"Lengua" era una materia del colegio en la que había aprendido lo
absolutamente necesario para aprobarla y pronto la olvidé.
¿Yo? ¿Escribir un libro? ¡Absurdo! Les agradecí, pero descarté
la idea. Mis dones y habilidades defínidamente yacen en la comu­
nicación verbal, y no en la escrita. Pero la idea no se quería ir de mi
mente. Dondequiera que fuera, parecía que los amigos y conocidos
seguían diciéndome que necesitaba escribir un libro. Hasta las car­
tas que recibía resonaban con el mismo eco persistente.
Por fin, decidí que quizá Dios estaba tratando de decirme algo.
Me arrodillé en oración y le pedí casi incrédulamente: Señor, ¿real­
mente deseas que yo escriba un libro? Cuando la clara impresión en
mis pensamientos fue afirmativa, quedé aturdido, confundido y
asombrado. Pero, no lo puedo hacer, Señor. No tengo el talento. Y por
sobre todo, ¡no tengo el tiempo! Debido a compromisos de ministerio,
mi vida ya estaba planificada con una anticipación de doce a die­
ciocho meses. ¡Simplemente no sé cómo hacerlo, Señor!
Intenté dejar la idea a un lado, en el fondo del baúl, por así de­
cirlo, pero seguía aflorando en mis pensamientos una y otra vez.
Había observado cómo Dios utilizó a varias personas para darme
la idea de escribir y sabía que el empleo de muchas personas y de
muchos talentos es uno de los métodos más comunes de Dios para
la realización de su obra.
Cuando Dios llama a un hombre para una tarea, generalmente
es un hombre que no está calificado para hacerla. De ese modo,
el hombre debe depender de Dios si quiere lograrlo. La tentación

5
Escape a Dios
para todos nosotros es llevarnos la gloria, recibir el crédito por lo
que Dios mismo ha logrado. Salomón dirigió la construcción del
templo de Jerusalén. Fue una tarea imponente que involucraba a
miles de trabajadores, y sin embargo él se dirigió a Dios en la de­
dicación del edificio, diciendo: "Yo he edificado casa por morada
para ti..." (1 Reyes 8:13).
Salomón tomó el crédito por lo que Dios había hecho mediante
miles de trabajadores y el templo no sería llamado con el nombre
de 1)ios. Aún hasta el día de hoy, cuando se menciona aquel edifi­
cio magnifícente, es conocido como el templo de Salomón. Yo no
deseaba tomar la gloria de escribir un libro tampoco. Yendo más al
grano, no podía aceptar la gloria porque yo sabía que fuera de la
intervención de Dios, no lo podría lograr.
Finalmente le dije a Dios que si él deseaba que escribiera un
libro, entonces necesitaba que alguien más me lo dijera. Esta vez
quería que fuese alguien diferente de la gente bien educada y capaz
que se había aproximado para decirme que escribiera. Señor, deseo
recibir el pedido del instrumento más humilde que puedas encontrar. Si
me hablas a través de una persona asi, entonces me lanzaré a escribir un
libro.
Durante el otoño de 1995, llegué para una serie de reuniones a
California. Las personas amables que me vinieron a buscar al aero­
puerto me contaron acerca de Eleanor. Ella era solo una pobre mu­
jer anciana que estaba cercana a la muerte en un hogar de ancianos,
pero a ella realmente le gustaban mis mensajes y había experimen­
tado una paz con Dios que solo había conocido después de escu­
char mis sermones. Con este cuadro en mente, ellos añadieron:
-Jim , ella está demasiado enferma para asistir a las reuniones,
pero expresó el deseo de verlo. Significaría tanto para ella si pasara
a verla, aunque sea por unos pocos minutos.
Luego de confirmar que tendríamos suficiente tiempo en el ho­
rario y de orar acerca de la situación, sentí la impresión de que de­
bía ir a ver a Eleanor. Así que, nos dirigimos al hogar de ancianos.
No puedo describir completamente los sentimientos que me sobre­
vinieron al entrar en la habitación y esta mujer con la que nunca me
había visto antes exclamó:
Prefacio
-¡Jim Hohnberger! ¡No lo puedo creer! ¡Venga aquí! -continuó
ella entonces-. El Señor me dijo que usted tendría que escribir un
libro.
Ella hizo un gesto señalando el estante donde se encontraban
varios de mis casetes y dijo:
-D ebe colocar todo eso en un libro. Por favor Jim, prométame
que pondrá eso en un libro. Es tan importante para nosotros tener
esto por escrito. Por favor ¡prométame que lo hará!
M i voz se entrecortó y se me llenaron los ojos de lágrimas por­
que supe que me encontraba en suelo sagrado. Aquella mujer mo­
ribunda había sido el instrumento escogido por Dios para empu­
jarme a la acción. Era el 8 de setiembre de 1995.
-Eleanor, usted es la respuesta a una oración-, alcancé a decirle.
Eleanor había sentido que sería una bendición conocerme, aunque
fuera tan solo por unos pocos minutos, pero fui yo el privilegiado
al conocerla en lo que llegó a ser el último mes de su vida. Ella dur­
mió en Jesús el 4 de octubre de aquel año.
Dios dice: "Antes que clamen, responderé yo" (Isaías 65:24), y
nunca lo había visto ilustrado más claramente que en mi experien­
cia de escribir el libro que se encuentra en sus manos. Ahora que sa­
bía que el libro debía ser una prioridad, luché con la idea de cómo
iba a encontrar el tiempo para escribir sin interrupción. Como de
costumbre, Dios estaba manejando bien las cosas. Solamente debía
tener paciencia.
Poco después de esto, mi hijo vendió una propiedad a un em­
presario de otro estado. Este hombre quedó tan impresionado por
la conducta de mi hijo, que me llamó para ver si con su esposa
podían venir por un par de días para conocer y observar a nuestra
familia. Él quería ver lo que estábamos haciendo para producir un
joven tan sobresaliente. Nos pusimos de acuerdo y disfrutamos del
tiempo que pasamos con ellos.
Antes de partir, este hombre dijo:
-Jim , tengo una casa de fin de semana en la isla de Saint Croix.
Si tu familia necesita alguna vez un lugar para salir y descansar,
está a disposición de ustedes para que la usen todo lo que deseen,
gratuitamente.

7
Escape a Dios
Y aquí yo me había estado preguntando cómo podría encontrar
tiempo sin ser interrumpido. Dios lo sabía y hasta había obrado
ile modo que pudimos usar el kilometraje de vuelo que teníamos
acumulado para pagar los pasajes y pasar todo un mes de bendita
paz y tranquilidad en la isla de St. Croix.
Pasaba cada mañana en oración, tranquila contemplación, y es­
cribiendo. Las tardes las pasaba con mi familia en la playa, en el
agua y debajo del agua, buceando. Fue un período placentero de
descanso que permitió que mi mente estuviera libre y abierta a las
impresiones del Espíritu del Señor. Dejé aquella isla con el esquele­
to del libro hecho.
Los capítulos, el boceto y las historias se encontraban mayor­
mente en su lugar, pero cómo pasar del esqueleto a crear un ma­
nuscrito era más de lo que podía hacer. Sabía que necesitaba un
editor, pero ¿dónde encontrarlo? Varios editores profesionales ofre­
cieron sus servicios, pero cada vez que oraba sobre el asunto, el
Señor siempre decía: No, este no.
Yo sabía que necesitaba más que alguien que acomodara mi
gramática, ortografía, etc. Necesitaba ayuda con la redacción, y si
alguien iba a escribir acerca de mi experiencia con el Señor, enton­
ces tenía que tener a alguien que tuviera la misma experiencia y un
estilo de redacción que combinara bien con el mío. ¿Dónde en el
mundo iba a encontrar a alguien así?
"Antes que clamen responderé yo". De nuevo, la promesa se
cumplió abundantemente. Varios años antes, había conocido a un
matrimonio, Tim y Julie Canuteson, quienes deseaban la experien­
cia de la cual hablaba. Mientras los había estado aconsejando, em­
pezamos a conocemos y vi que ellos comenzaban a hacer cambios
en su familia, permitiendo que Dios obrara en sus vidas. Durante
un período de algunos años, intercambiamos cartas y me asombra­
ba frecuentemente al descubrir cuán similar era el estilo de redac­
ción coloquial de Tim al mío. Le comentaba a Sally al compartir sus
cartas que a menudo sentía como si estuviera leyendo mis propios
pensamientos. Él tenía la habilidad de tomar la verdad práctica y
de expresarla en declaraciones concisas. Me di cuenta de que ellos
estaban comenzando a obtener la experiencia que habían estado
buscando.
Prefacio
Entonces en el otoño de 1998, Julie entró al lugar de recepción
en nuestra reunión campestre de Virginia y sentí que el Espíritu
impresionaba mis pensamientos de que aquí estaba la persona a la
que debía pedirle ayuda. A Julie le encantaba el idioma, y de visitas
previas sabía que ellos tenían cierto interés en el proceso de edición
de libros. Me aproximé a ellos y manifestaron que estarían encan­
tados de revisar lo que había hecho.
No tenía idea de la sorpresa con que me iba a encontrar. Envié
los primeros capítulos y regresaron completamente diferentes. No
solo los habían editado sino que los habían vuelto a escribir y en el
proceso advertí el cambio de bueno a mejor y finalmente a óptimo.
Pronto se nos ocurrió la idea de que les enviara solo un boceto con
las ilustraciones escritas que deseaba usar junto con una grabación
en la cual registraría mis pensamientos, mis metas y mis blancos
para el capítulo. Con el tiempo, el correo traería el producto ter­
minado para que lo revisara. Después de unos pocos capítulos,
estaba deleitado. Me sentía emocionado al ver cómo había obrado
la mano de Dios.
Este libro no tenía que ser obra única de Jim Hohnberger sino
un proyecto articulado de gente que Dios ubicó y llamó para su ser­
vicio. Observé a Tim y a Julie mientras trabajaban para confirmar
esta experiencia. Ellos se lanzaron entusiastamente a este proyecto,
sin nunca pedir reconocimiento alguno, recompensas financieras o
siquiera que se les retribuyeran sus gastos. Cuando vi esta actitud
humilde, supe que Dios había escogido a las personas correctas.
Lo que me había imaginado como una tarea difícil llegó a ser un
placer.
Hoy, quedo asombrado cuando veo lo que Dios ha hecho. Debo
confesar que, mientras los nombres humanos puedan aparecer
como los autores, todos los involucrados sabemos que nosotros
no escribimos este libro. Fue el libro de Dios, completamente. Al
animarlo a leerlo, lo hago sin ninguna pizca de auto promoción ,
porque fue escrito tanto bajo el cronograma como bajo la dirección
de Dios, no por mi mano, ni para mi gloria.
Puedan todos los que lean las palabras de este libro, captar
el propósito de su existencia: mostrar el sendero de escape hacia
Dios.

9
CAPÍTULO 1

La Inuqujia aiarlcrSia

"Y an tes que clamen, responderé yo" (Isaías 65:24).

im, ¿qué estás haciendo en este lugar perdido? -preguntó

J Warren.
Pude leer sus pensamientos. Él estaba claramente convencido
de que yo estaba malgastando mi vida en este paraje solitario en
las montañas cuando podría estar ganando un montón de dinero
allá abajo en la ciudad. Warren había venido para buscar una pro­
piedad en este apartado lugar, y nos encontrábamos avanzando
por el desparejo camino rural en mi camioneta, junto con Warren
y su esposa embarazada, para buscarles una propiedad.
-Bueno, Warren -com encé yo-, sabes, yo soy cristiano, y noso­
tros vinimos aquí porque . . .
-¡N o digas una palabra más, Jim! -m e cortó bruscamente
W arren- .Yo no soy un cristiano, y no creo en el cristianismo. ¡No
quiero escuchar una palabra más sobre esto!
La repentina fría hostilidad era inconfundible en cada rincón
de mi vehículo. ¿Cómo puede Dios alcanzar a una persona como

10
La búsqueda gloriosa
esta? Pensé. Sin embargo, me sentí constreñido a decir algo más y
con una oración silenciosa dije:
-W arren, todo lo que necesito es que me concedas un par
de minutos y no diré una palabra más acerca del cristianismo.
Warren, el Dios que he llegado a conocer en estas montañas, te
ama tanto que aunque tú lo estés rechazando, algún día, cuando
lo necesites, estará allí para ayudarte. Algún día ¡necesitarás de
mi Dios!
Si las cosas estaban frías en mi camioneta antes, después de
estas palabras pasaron directamente a congelantes. Parecía que
había empeorado las cosas por mis comentarios. Terminamos
nuestro negocio y Warren partió, pero esta conversación me trajo
a la memoria mi propio alejamiento de Dios. El eco de mis pro­
pias palabras resonó en mis oídos:
"A lgún día cuando lo necesites, él estará allí para ayudarte.
Algún día necesitarás de mi Dios".

16 d e d ic ie m b re d e 1 9 4 8
-Señ or -d ijo un médico de mirada cansada para atraer la aten­
ción de un hombre que parecía, si era posible, estar más cansado
y preocupado que el médico.
-¿Sí? -respondió Henry esperanzado. Su respuesta parecía
fuera de lugar en la desgastada sala de espera con su pesado olor
a humo de cigarrillos y la siempre presente esencia de temor y
expectación, que asalta semejantes salas.
-¡E s un varón! -u n a sonrisa fantasmagórica danzó sobre el
rostro resuelto del m édico-, ¡Un bebé de 4 kilos y medio!
-¡Fantástico! ¿Cómo está mi esposa? -preguntó Henry, anima­
do ya con la noticia de su hijo.
-F u e un parto difícil -u n a vez más fue evidente la preocupa­
ción en el rostro del experto.
-L a podría ver ahora -contestó antes de que fuera formulada
la pregunta.
Mientras yacía en los brazos de mi madre, no tenía idea de que
en el momento de mi concepción llegué a ser un participante en
el conflicto entre Dios y Satanás. Aún mientras me iba formando
en el vientre, Dios, en su infinita sabiduría, había puesto en mo­


Escape a Dios
vimiento un plan individualizado para despertar en mi corazón
un anhelo, una necesidad por él. Él sabía que estaba naciendo en
un mundo que estaba en oposición con él, en rebelión hacia sus
principios, su voluntad y sus caminos.
Dios sabía que yo nacería con una naturaleza dañada por la
experiencia del hombre con el pecado. Dios también sabía que
yo naturalmente seguiría mis propios impulsos e inclinaciones y
que el mismo pensamiento de rendir mi voluntad y mis deseos a
él sería totalmente extraño. Él sabía demasiado bien, que Satanás
se opondría a cada esfuerzo que hiciera. A pesar de estas contra­
riedades, Dios puso en movimiento sus planes para mí. Después
de haber esperado casi seis mil años de historia humana para que
naciera Jim Hohnberger, ahora tema la oportunidad de intentar
ganar mi amor. Dios me estaba buscando así como lo hace con
cada uno de nosotros. Es una gloriosa búsqueda de amor, nacida
del corazón de Dios.
Berenice y Henry Hohnberger estaban complacidos con su
tercer hijo. Me llevaron a casa en su modesto hogar en la ciudad
de Appleton, Wisconsin, decididos a hacer todo lo que pudieran
para que yo creciera para llegar a ser un trabajador honesto y un
buen ciudadano. Como niño, no tema una concepción de un Dios
amante y, sin embargo, Dios me estaba hablando a través de mis
padres. Ellos me enseñaron mis primeras lecciones acerca del ca­
rácter de Dios por sus interacciones conmigo.
Nací con una voluntad propia ¡que quería salirse siempre con
las suyas! Cuando tenía hambre, lloraba; cuando quería que me
cambiaran los pañales, lloraba. Cuando no me gustaba alguna
cosa, lloraba en un intento de conseguir lo que deseaba. Cuando
mi madre suplía mis necesidades, me enseñaba, de una forma
en que ni siquiera ella comprendía completamente, acerca de un
Padre celestial solícito.
Otras veces lloraba porque me colocaba en mi cuna y yo que­
ría estar alzado. Mamá debió escoger: ella podría haber cedido a
mi llanto o podría enseñarme que yo debía rendir mi voluntad y
deseo a ella. Cuando ella cedía y venía a levantarme, me enseñó
que llorando yo podía conseguir lo que quería, y se fortalecía en
mi pequeño corazón mi propia voluntad. Cuando mamá decía, a

12
La búsqueda gloriosa
través de sus acciones: "N o, no conseguirás que te levante cuando
yo he decidido que tú necesitas estar en tu cuna", ella me ense­
ñaba a cómo rendir mi voluntad a la voluntad de Dios, cediendo
a su voluntad. Los padres ocupan el lugar de Dios ante los niños
pequeños y, obedeciendo a sus padres, ellos aprenden a obedecer
a Dios. De este modo comenzó la gran lucha por la supremacía
en mi vida. Algunas veces Satanás ganaría un conflicto y algunas
veces lo haría Dios, pero a través de todo esto siempre estaba cre­
ciendo y aprendiendo.
Desde nuestro nacimiento existe un creciente deseo de encon­
trar satisfacción y felicidad. A menos que sea guiado por padres
sabios y por la gracia de Dios, demasiado a menudo esto significa
que buscamos la satisfacción en las cosas. Las cosas no son malas,
porque cuando Dios hizo el mundo, lo llenó de cosas que brindan
placer, pero la tentación eterna de la gente es darle más valor a las
cosas, que a Aquel que es el dador de las mismas.
Piense en sus propias experiencias de navidades pasadas.
Después de abrir las cintas y papeles elegantemente coloreados
para encontrar algún juguete deseado, apenas podíamos expre­
sar gratitud a aquel que nos había dado el regalo. Quizá balbu­
ceábamos unas pocas palabras de gratitud bajo las exigencias de
nuestra madre, pero todo lo que nuestros ojos podían ver era la
preciosa posesión. La posesión había ocupado el lugar del dador.
Para mí, era mi bicicleta cromada de tres velocidades. ¡Cómo
me encantaba aquella bicicleta! Era la mejor en el vecindario.
Eventualmente, aquel amor desembocó en una "aventura amo­
rosa" con un Pontiac convertible de color rojo vivo. Lentamente
me estaban entrenando, por el mundo que me rodeaba, a igualar
felicidad con las cosas que poseía.
Las cosas no solamente consisten en las posesiones, sino posi­
ciones, gente, poder, orgullo como también el placer. Hay multi­
tudes que creen que la felicidad y satisfacción provienen de obte­
ner una posición prominente investida de poder y orgullo. Aún
otros creen que estar casado con cierta persona o visitar lugares
exóticos trae gozo duradero. Otros desean una vida de búsqueda
de placer y libertad de responsabilidad esperando que esta liber­
tad les traerá verdadera felicidad.

13
Escape a Dios
Todas estas cosas llegan a transformarse en una fuente real
de competencia por los afectos de nuestro corazón, que es lo que
debiera pertenecer a Dios. El lo observa todo y su búsqueda por
nosotros comienza aun antes de que tengamos el deseo de encon­
trar satisfacción en él: "Y antes que clamen, responderé yo".
Alabado sea Dios porque planta en nuestros corazones el deseo
de la verdadera realización, que puede ser pálidamente satisfecho
por los métodos del mundo. Existen evidencias a todo nuestro
alrededor de gente aparentemente exitosa que ha encontrado ri­
queza, poder y fama, todo lo que el mundo dice que debiera traer
felicidad. Y sin embargo, estas son algunas de las personas más
miserables de la tierra, a menudo terminando sus propias vidas
con lastimosos suicidios inducidos por drogas.
En esta controversia por las almas humanas, el diablo utiliza
todo el glamur y el oro del mundo para seducirnos. Sus méto­
dos utilizan el engaño para hacer que nuestras peores elecciones
parezcan buenas. Invade nuestras mentes y bombardea nuestros
sentidos con cada medio de difusión, revista y cartelera. Apela a
nuestros deseos, pasiones y apetitos y busca esclavizarnos. Basta
con solo mirar las propagandas de tabaco y alcohol para ver cómo
los seres humanos se transforman en esclavos. Las propagandas
transmiten la idea de que la gente que fuma o bebe llegará a ser
popular, sensual y atlética. En cambio, pronto se encontrarán a sí
mismos como esclavos de una sustancia que les roba su salud, su
dinero y su felicidad.
Dios está atado de manos, porque se auto limita en esta bata­
lla por nuestros corazones. Nunca miente. Nunca engaña. Él nos
dice: "H e aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo"
(Apocalipsis 3:20).
Dios apela a nuestro intelecto, razón y conciencia. Nuestra
respuesta tiene que ser voluntaria. No desea robots. Dios pue­
de colocar un deseo por él en nuestros corazones, pero nuestra
respuesta a ese deseo queda totalmente en nuestras manos. Dios
nunca fuerza nuestra voluntad.
Yo no sabía que tenía un problema con el yo que quería salirse
con la suya. Era todo lo que siempre había conocido. Sin embargo,

14
La búsqueda gloriosa
I i ¡os me persuadió y buscó durante 30 años hasta que finalmente
sentí mi necesidad de él. Llevó otros 10 años hasta que ganó mis
afectos y luego otros 6 ó 7 años hasta que la ciudadela de mi cora­
zón fue completamente rodeada y fui suyo.
La Biblia nos cuenta de un hombre llamado Abraham a quien
se le había concedido milagrosamente un hijo en su vejez. Como
muchos niños esperados por tanto tiempo, este muchacho fue mal
criado por su padre y rápidamente llegó a ser el orgullo y el gozo
i le la vida de este hombre anciano. Abraham conocía a Dios, no
solamente había oído acerca de él. Conocía íntimamente a Dios.
Entonces Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo
como una ofrenda. "Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien
amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre
uno de los montes que yo te diré" (Génesis 22:2).
¿Por qué estaría Dios pidiéndole semejante cosa? ¡Pobre
Abraham! Cómo debe haber sufrido al pensar que su amado hijo
le sería quitado. Con un corazón cargado, siguió adelante obe­
dientemente. Dios permitió que este anciano sufriente atravesara
por esta prueba hasta el punto donde supo que no habría retorno,
y entonces se interpuso y dijo en realidad: Está bien, Abraham, yo
nunca deseé a tu hijo como sacrificio. Isaac, tu hijo, ha usurpado el lugar
que solamente me pertenece a m í en tu corazón. Deseaba sacaralo del
Irono de tu corazón de modo que pudiera reinar a llí sin desafíos.
Abraham estaba aprendiendo que los dones de Dios no pue­
den llegar a ser más importantes para nosotros que Aquel que los
otorgó. Dios hace esto con cada uno de nosotros. Dios nos busca
hasta que nos posee completamente. Él no deseaba a Isaac como
un sacrificio. Él deseaba a Abraham. Dios no desea tus cosas, pero
si esas cosas han usurpado el trono de tu corazón, se las debe
destronar.
A menudo dudamos en renunciar a nuestras cosas por el
Señor, porque tememos perderlas. Esto es especialmente real
cuando aquellos tesoros son ídolos largamente acariciados. Pero
no necesitamos poseer semejantes temores. Jesús no vino a des­
truir, sino a salvar. Todo está seguro cuando nos consagramos a él
y nada está realmente seguro de otra manera.

15
Escape a Dios
¡Necesito a tu Dios!
Seis meses más tarde de mi charla con Warren, me encontra­
ba viajando por la zona central del oeste de los Estados Unidos.
Mientras estaba visitando a una familia, sonó el teléfono. La mu­
jer de la casa dijo:
-Jim , es para usted.
-H ola, Jim. Soy yo, Warren.
-¡Warren! -d ije casi gritando mientras mi mente viajaba de
regreso a nuestra conversación en la cam ioneta-. ¿Cómo te las
arreglaste para encontrarme aquí?
-N o fue fácil -d ijo él. Repentinamente la voz de confianza
propia cambió y dijo-. Tuvimos ese bebé, Jim.
-¡M aravilloso! ¿Qué tuvieron?
-Tuve un hijo... - y su voz se apagaba.
-¿Q u é está sucediendo, Warren? -le pregunté.
-Jim -d ijo él, con angustia en su voz-, mi hijo nació con tres
orificios en el corazón. ¡Necesito a tu Dios, Jim! ¡Necesito a tu
Dios!
El enojo y el temor de Warren se habían barrido a un lado por
su necesidad. Su historia trajo lágrimas a mis ojos mientras tenía
el privilegio de compartir con Warren las buenas nuevas de la
gloriosa búsqueda de Dios por el corazón de cada ser humano.

Cuando la invité por primera vez a mi esposa Sally, para salir


con ella, el potencial de respuestas era limitado. Ella podría acep­
tar o rechazar. Seguramente, aceptar implicaba más riesgo. Pero
rehusarse hubiera significado perder toda una vida de compartir
el gozo de un corazón que estaba a tono con el de ella y un m a­
trimonio guiado por el cielo; ¡qué alternativa triste hubiera sido
esa!
De la misma manera sucede en esta gloriosa búsqueda por el
trono de nuestro corazón de parte de un Dios amante. No existe
una docena de respuestas posibles, solamente una buena elec­
ción o una alternativa muy pobre. Mi elección ha sido escoger esa
búsqueda, la cual no terminará hasta que esté de pie cara a cara
con Aquel a quién he llegado a conocer y a amar. ¿Cuál será tu
respuesta?
CAPÍTULO 2

La, reUaión,
¿es suficiente?
"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien has enviado" (Juan 17:3).

P ero mamá, ¿tengo que ir realmente? No me gusta ir a la


iglesia. Nunca saco nada en limpio.
Por supuesto, mi madre rehusó mi súplica, y encontré a mi
yo involuntario asistiendo a los servicios de la iglesia cada fin de
semana. La iglesia era tal carga para m í que debo confesar que
hubo momentos en que me deslizaba por la parte de atrás de la
iglesia, tomaba un boletín, y rápidamente salía al parque para
esperar mientras se hacía la hora en que podría llegar de regreso
.1 casa con la "evidencia" de mi asistencia.

No es que mis padres no lo hayan intentado. Ellos me en­


viaron a escuelas cristianas y me llevaban a la iglesia cada fin
ile semana, pero de alguna forma la iglesia era demasiado arti­
ficial, demasiado formal, demasiado aburrida para alcanzarme.
I )ebía asistir, así que aprendí a una temprana edad a "jugar el
juego", por así decirlo. Posiblemente usted lo conoce en persona
y no porque fuera un miembro de mi iglesia que pudiera haber

17
Escape a Dios
me observado. Muchos profesos cristianos pasan por la mímica,
haciendo lo que se espera, mostrándose de alguna manera bue­
nos en el exterior, pero sabiendo que sus corazones no están allí.
Puede ser que ni siquiera puedan explicarlo, pero sucede que no
suple sus verdaderas necesidades, y sin embargo continúan el
juego porque, bueno, es lo que "corresponde" hacer.
Cuando me encontraba fuera de la influencia de mis amantes
padres, dejé de asistir. Busqué mis intereses y mis caminos. Ya
tenía suficiente de esto de ir a la iglesia y de actuar como reli­
gioso. Al resumir todo, no me quedaba nada bueno de cualquier
manera. Dios no era más real para m í que lo que lo era para mis
amigos no cristianos. ¿Por qué continuar la farsa?
A sí que seguí mi propia voluntad y Dios comprendió. Él sabía
que las iglesias a las cuales yo asistía estaban promocionándose
a sí mismas más bien que a él. No me culpó por irme. Solamente
esperó a que llegara el momento adecuado para conseguir mi
atención.
Tenía 30 años, me había graduado del colegio y pasado 5 años
vendiendo sistemas de computadoras, y ahora era el propieta­
rio único de la Agencia Hohnberger: una agencia de seguros en
varias líneas, especializada en automóviles, seguros de vida de
propietarios y seguros de salud.
Era joven, emprendedor, construyendo un futuro, un buen
pasar para la vejez y un presente cómodo. Estaba prosperando
en el mundo. Tenía una hermosa casa, vehículos nuevos, una
buena entrada de dinero y un negocio próspero. Estaba corrien­
do detrás del "sueño de los norteam ericanos", creyendo que la
felicidad proviene de las cosas que hacen la vida interesante, có­
moda y emocionante.
Salomón, el hombre más sabio que haya vivido alguna vez,
lo resumió tan bien cuando dijo: "Todo es vanidad" (Eclesiastés
1:2). Vanidad es tener un vacío, es un espejismo, algo que nun­
ca puedes manejar. Yo estaba persiguiendo este vacío, este mito
norteamericano, y Dios necesitaba conseguir mi atención. ¿Pero
cómo? Él simplemente esperó, y cuando llegó el momento co­
rrecto me impulsó a venderle un seguro de vida a mi dentista.

18
La religión, ¿es suficiente?
I’oco me imaginaba cuán drásticamente cambiaría mi vida por
seguir ese impulso divino.
Mi dentista era uno de mis clientes. Aseguré su negocio/ su
hogar, su salud y su auto, así que pensé: ¿Por qué no venderle tam­
bién algún seguro de vida? Hice una cita para verlo cierto día para
ofrecerle justamente eso. Él no estaba interesado, lo que no pude
entender, porque sabía que era un hombre razonable.
-¿P o r qué no deseas comprar este plan de seguro de vida? -le
pregunté.
-P orqu e yo creo que el Señor va a regresar antes de que nece­
site los beneficios de semejantes fondos -respondió él.
¡Me reí de él! Uno escucha toda clase de excusas en el negocio
i le seguros, pero esto era ridículo. Pensé que me estaba haciendo
una broma.
-¿C u ál es la razón real? -lo sondeé-, ¿De dónde sacaste seme-
jante idea?
-D e la Biblia. ¿Nunca lees la Biblia, Jim?
-¡L a Biblia! Mira, ese libro no es más que un montón de
"Padrenuestros" y "Avemarias"!
-O h no, no es así.
Así comenzó una hora y media de discusión pero no sobre se­
guros de vida, sino sobre una vida asegurada. Realmente atrapó
mi atención. Se despertó mi interés y se levantó mi curiosidad.
I )e pronto observó su reloj y dijo:
-Jim , debo ir a casa. Tengo obligaciones. ¿Por qué no vienes
con tu esposa a nuestra casa el miércoles de noche así podemos
continuar nuestro diálogo?
-¿Te puedo preguntar cualquier cosa y no te ofenderás?
-P o r supuesto -m e aseguró él.
-¡M agnífico! -le dije-, ¡Estaré allí!
El miércoles de noche, Paul y Ethel Conner nos recibieron con
calidez. Después de unos pocos minutos de conversación en su
sala, Paul sugirió que nos trasladáramos al comedor donde los
cuatro nos sentamos alrededor de la gran mesa. Contemplé cuán
extraña era esta gente. No nos habían ofrecido cerveza o ningu­
na otra cosa para comer o beber y ahora mientras nos sentába­
mos alrededor de la mesa, Paul se disculpó para ir a buscar algo.

19
Escape a Dios
I i nsi que t<.i1 vez se había acordado tarde de ofrecer cerveza,
pero no, apareció en el comedor con cuatro, las conté, ¡una, dos,
tres, cuatro Biblias! ¡Oh, no! Pensé. Debe ser algún tipo de fanáti­
co. Ni siquiera el papa posee cuatro Biblias!
Entonces Paul me pasó las Biblias y dijo:
-Jim , abre tu Biblia en Daniel.
-¿Q u é es Daniel? -le pregunté.
-E s un libro en el Antiguo Testamento.
-¿Q u é es el Antiguo Testamento?
-Realm ente no estabas bromeando cuando dijiste que no leías
la Biblia -d ijo Paul con una sonrisa.
Con Sally dejamos su hogar a las 23:30 aquella noche. Nunca
habíamos escuchado verdades tan sorprendentes en toda nuestra
vida. Estas verdades hicieron sonar la campana en m i corazón de
tal manera que eventualmente se despertara el anhelo por Dios
que él m ismo había plantado allí.
Ellos nos invitaron a regresar a la semana siguiente. Comencé
a disfrutar con anticipación los miércoles de noche. Paul era un
erudito de la Biblia. Hacía que la Biblia tomara vida.
—¿Por qué nadie en mi iglesia me dijo estas cosas alguna vez?
-dem andé.
-N o lo sé -d ijo Paul sim plem ente-. Le tendrás que preguntar
a ellos.
Y eso es justamente lo que resolví hacer. Conocía a dos sacer­
dotes. Salí a cazar con uno, y salí a tomar algo con el otro. A sí que
le pregunté a uno de ellos.
—¿Con quién has estado estudiando? —respondió él.
-C o n el Dr. Conner y su esposa.
-N o , Jim. No quise decir con qué personas estás estudiando.
Lo que quiero decir es ¿de qué religión son?
Le contesté. Y me dijo:
-P ero ellos son fundamentalistas, Jim.
-¿Q u é es eso? -le pregunté.
-L o s fundamentalistas creen que cuanto lees en la Biblia, se la
debiera tomar literalmente. Lo que quiere decir es que debieras
tratar de hacer exactamente lo que dice.
-E staba confundido.

20
La religión, ¿es suficiente?
¿Qué tiene de malo eso? ¿Y qué somos nosotros si no somos
hmdamentalistas?
-Jim , nosotros somos tradicionalistas. Nosotros creemos que
l,i Biblia fue escrita hace miles de años y que debemos interpre­
n d a a la luz de las tradiciones de la iglesia y de la sociedad ac­
hia I. De esa manera, no tenemos que vivir de la misma forma en
■¡tie lo hicieron en aquellos tiempos bíblicos barbáricos.
-¡Oh! Está bien, eso tiene sentido.
Armado con esta información, continuamos nuestros estudios
Iifblicos con los Conner cada miércoles de noche por los siguien-
l.-s 18 meses. No terna idea de que la Biblia contenía semejantes
verdades. Al fin de cada estudio, Ethel me preguntaba:
-Jim , ¿qué tal sería si vinieran a la iglesia el próximo fin de
«emana?
A lo que yo contestaba:
-N o , no hasta que esté absolutamente convencido de que esta
es la verdad.
Esta respuesta llegó a ser casi una tradición para nosotros, así
que su rostro registró un shock cierta semana cuando anuncié.
—El próximo fin de semana voy a ir a la iglesia. ¡No puedo
esperar para conocer a los santos que están viviendo esta clase
de verdad!
¡Estaba emocionado! Esto iba a ser una verdadera emoción,
porque si estas verdades me habían entusiasmado, entonces se­
guramente conocer a aquellos que estaban viviendo estas ver­
dades sería un evento maravilloso. Paul y Ethel no parecieron
tan entusiasmados como yo. De hecho, se m ostraron un poquito
incómodos.
-Jim -d ijo Ethel-, hay unas pocas cosas que necesitamos de­
cirte antes de que vayas a la iglesia...
Entonces trataron de explicarme lo que pronto descubriría
por m í mismo. No todos los santos son santos. M ás adelante en­
contré que la Biblia habla acerca de esto de la siguiente manera:
"No todos los que descienden de Israel son israelitas" (Romanos
9:6), "porque no es judío el que lo es exteriormente; [...] sino que
es judío el que lo es en lo interior" (Romanos 2:28, 29).

21
Escape a Dios
Palabras fuertes, pero poco me daba cuenta de cuán pronto se
aplicarían a mi persona.
Durante aquellos 18 meses, comencé a enamorarme de la
Palabra de Dios. Dios estaba utilizando su Palabra para desper­
tar en mi corazón una respuesta hacia él. Sin embargo, caí en una
de las trampas que pone Satanás para aquellos que están buscan­
do a Dios. Yo sentía que el asentimiento intelectual de la verdad
era todo lo que constituía llegar a ser un cristiano. Yo realmen­
te creía, tal es así que las verdades contenidas en su Palabra se
transformaron en mi religión.
Había anhelado toda mi vida que alguien me mostrara cómo
ser un cristiano y ahora sentí que había encontrado el camino.
Poseía una voluntad fuerte y al ir descubriendo las verdades en
la Palabra de Dios, las iba aplicando a mi vida. Tenía un ver­
dadero celo por mis verdades. Era sincero. Era honesto. Pero al
mismo tiempo estaba mortalmente equivocado acerca de lo que
constituye transformarse en un cristiano.
Mi fervor me llevó a tratar de compartir con mi familia las
m aravillosas "verdades" que estaba descubriendo. Mientras
trataba de mostrarles que sus posiciones doctrinales no eran bí­
blicas, esto les cayó mal. No aceptarían mis verdades. Tampoco
eran capaces de proveer una explicación o defender su posición
bíblicamente, pero se rehusaron a aceptar las mías. Esto fue una
frustración para mí. Porque seguramente cuando ellos estuvie­
ran convencidos de la verdad, iban a desear obedecerla.
A sí que regresé una y otra vez, con mayor celo aún, hasta que
mi familia me hizo claro que no solamente no deseaban tener
nada que ver con mi nueva religión, sino que realmente no les
importaba si teman algo que ver conmigo tampoco.
Mi actitud declaraba: "Yo estoy en lo correcto y ustedes están
equivocados. Yo tengo la verdad y ustedes creen una m entira".
Esto los cerró totalmente, y no era para menos.
Otros notaron mi celo por compartir mi fe, y pronto estaba
dando estudios bíblicos a otras almas fervientes, que así como
yo, aceptaron las m aravillosas verdades de la Biblia como su re­
ligión. Llegué a ser el primer anciano en la iglesia local y parecía
bueno por fuera.
La religión, ¿es suficiente?
Sin embargo, se volvió cada vez más claro aún para este terco
alemán que algo en esta vida cristiana que estaba llevando no
«•filaba del todo bien. Podía ir a la iglesia y presentar un mensaje
hermoso acerca de vencer el pecado, entonces al ir a casa, le gri­
taba a mi esposa y me irritaba con mis hijos. Yo sabía que esto no
f iaba bien, pero aún con mi fuerte fuerza de voluntad humana
I i recia no poder ganar la victoria en esta área.
I ,a Biblia describe así mi problema: "D e la misma boca proce-
. I- ir bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
. Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce
V amarga? [...] Así también ninguna fuente puede dar agua sala-
•I.i y dulce" (Santiago 3:10-12). "Si alguno se cree religioso entre
vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la
n'ligión del tal es vana" (Santiago 1:26).
El Señor comenzó a hablarme en tales textos y una sospecha
anid ante comenzó a introducirse en mi mente. ¿Me está faltando
algo? ¿Estoy realmente convertido? Estaba en la iglesia, pero ¿estaba
realmente en Cristo? Estaba en la Palabra, pero ¿me encontraba en la
Palabra que fu e hecha carne y habitó entre nosotros? Caí en la cuenta
•le que tan solo porque un ratón está en el frasco de galletas, ¡eso
no lo transforma en una galleta! Por un período de un par de
anos, el Señor finalmente atravesó mi espíritu obstinado y dijo:
¡mi, necesitas retroceder y reconsiderar lo que estás haciendo. Necesitas
asegurarte de que estás convertido. ¿Yo? ¿Por qué Señor? ¡Soy el pri­
mer anciano de la iglesia! H e traído a más de una docena de personas
a tu iglesia. ¿Yo, no convertido? Sí, Jim, hay algunas cosas que tú no
•emprendes.
Llegué a comprender que ortodoxia, u opiniones doctrinal-
mente correctas, solamente form an una pequeña parte de la ver-
•ladera religión. Hoy, existen millones de profesos cristianos que
■ostienen opiniones "correctas", y que sin embargo ¿ha existido
algún tiem po cuando la verdadera espiritualidad estuvo en su
punto más bajo?
Una exposición bíblica profunda es un deber absoluto para
que cualquier cristiano sobreviva los grandes eventos finales de
la historia de la tierra. Sin embargo, podemos llevar de tal ma-

23
Escape a Dios
ñera la exposición que llevemos a los oyentes a un sistema de
- "verdades" en vez de guiarlos a Dios.
Porque no son las meras palabras las que reavivan el alma,
sino Dios mismo, y hasta que los oyentes encuentren a Dios en
una experiencia personal, no siempre son mejores por haber es­
cuchado "la Palabra". La Biblia no es un fin en sí misma, sino un
medio, una herramienta para llevar a la gente a caminar íntim a­
853485353534853
mente con su Dios. Cristo nos habla hoy con las mismas palabras
que dirigió a los eruditos exteriormente religiosos de sus días:
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en
ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de
mí; y no queréis venir a m í para que tengáis vida" (Juan 5:39,
40).
Yo tenía una comprensión teológica y podía presentar m i ex­
posición bíblica en términos eruditos, pero si me hubiera encon­
trado cara a cara con una vivencia real de la cristiandad, m i gran
conocimiento hubiera parecido necio.
Si yo hubiera podido permanecer al pie de la cruz y hablar
con M aría Magdalena, ¿cuál hubiera sido nuestra conversación?
M aría, veo que no abandonaste a Jesús como algunos de los otros.
¿Estás haciendo estas buenas obras a través de la justicia imputada o
impartida? Si recibiste la justificación de Dios, entonces debes haber
sido justificada ¿Cuándo fu iste justificada? Y ¿de qué clase fu e esa ju s­
tificación, forense o intrínseca?
¿Qué? ¿Quién? ¿De qué me está hablando? podría haber pre­
guntado ella. ¡Yo amo al Señor! ¡Él es mi Señor, mi Salvador! ¡Él me
redimió!
¿Quién de los dos poseía una verdadera religión, el primer
anciano o la prostituta? Yo tenía todos los términos teológicos,
pero ella tema la experiencia del corazón.
Las religiones organizadas pueden llegar a ser el mayor sus­
tituto de un conocimiento salvador de Dios que el mundo haya
conocido. Yace un gran peligro en la complacencia. Hemos acep­
tado las doctrinas y asistido a los servicios semanales, por lo tan­
to, nos sentimos contentos de que estamos seguros en el redil.
Después de todo, estamos en la iglesia y en su Palabra, de modo
que debemos haber encontrado a Dios. Pero ¿lo hemos hecho?
La religión, ¿es suficiente?
La membresía de iglesia y la profesión de fe se han transfor­
mado equivocadamente en sinónimos de la experiencia del nue­
vo nacimiento. Porque todos a nuestro alrededor tienen aproxi­
madamente la misma experiencia que poseem os nosotros, no
vemos peligro y no sentimos necesidad de una experiencia más
I aofunda. Esta situación existe en casi todas las iglesias y de­
nominaciones de nuestros días y esta creencia espúrea de que
liemos encontrado la religión sólo a través del conocimiento, la
profesión y la asistencia, nos permite tratar a Dios como una con­
veniencia más bien que el núcleo de nuestra vida diaria.
Las iglesias en su m ayoría están acallando hasta los últimos
vestigios de la verdadera religión que perm anecen entre ellos.
I (frecen seguridad y comodidad, apartadas de cualquier co-
ilexión viviente con Dios. Los miembros se han vuelto como un
I>ebé al que se le ha enseñado a contentarse con un chupete en
vez de "lo auténtico".
Podría parecer como que estoy en contra de la religión, pero
iio es así. Aunque la religión no me trajo a Dios, fue un trampolín,
un estímulo que ha abierto mis ojos e iniciado mis pensamientos.
I la sido un catalizador, si me lo permiten, para colocarme en una
ilirección, para afirmarme en algunos principios y para proveer­
me de alguna estructura. Sin esto, pocos entrarían alguna vez
.ii sendero de una vida más profunda. Por esto estaré siempre
eternamente agradecido.
Pero siento el anhelo de alcanzar a las personas de estas igle­
sias para que vean lo que se ha estado olvidando; que Dios es
mía persona y que todos pueden conocerlo y experimentarlo.
I .1 interacción entre Dios y el alma ¡es el latido de la verdadera
experiencia cristiana! Diariamente, hora a hora y en todo m o­
mento, Dios está dirigiendo, Dios nos inviste con poder, Dios
está inspirándonos a vivir una "vida [...] escondida con Cristo en -
1)ios" (Colosenses 3:3), que "D ios pueda ser el todo en todos" (1
<brintios 15:28). Esta es la experiencia que sentía que estaba per-
i tiendo. Yo no lo comprendía, pero de alguna m anera la anhelaba
en lo profundo de mi alma.
Dios colocó ese anhelo en mi corazón, y deseaba darme esta
experiencia, pero él sabía que iba a requerir serios cambios en

25
Escape a Dios
mi vida. Dios sabía que nunca lo encontraría en medio de la
"iglesiandad" y "religiosidad" del mundo, con su orgullo, con
su pretendida pompa y propaganda propia. A sí que Dios me dio
el mismo mensaje que Jesús les dio a sus discípulos. Dijo así:
"Venid aparte [...] y descansad un poco" (Marcos 6:31).
Él me estaba entregando las primeras llaves para esta expe­
riencia. Primero, debía responder a su gloriosa búsqueda y deci­
dir encontrarlo. "Y me buscaréis y me hallaréis, porque me bus­
caréis de todo vuestro corazón" (Jeremías 29:13).
Entonces Dios dijo: Jim, debes estar dispuesto a recortar tu hora­
rio, reducir tus compromisos interminables, simplificar tu vida de modo
que puedas 'estar quieto, y conocer que yo soy Dios' (Salmo 46:10).

26
CAPÍTULO 3

Una. vida, sencilla.

"En descanso y en reposo seréis salvos;


en quietud y en confianza será
vuestra fortaleza" (Isaías. 30:15).

(A u convención era la más grande que el mundo hubiera visto


I ? alguna vez. Vinieron delegados desde cada rincón de la tie-
1 i.i, preocupados porque en lugar de destruir al oponente, ellos

mismos parecían estar en peligro de destrucción. Esa noche se


desarrollaría el discurso clave de su extraordinario líder. Los de­
lirados hablaban entre sí en tonos bajos y repetían: "Si hay al­
en ¡en que puede dar vuelta la situación, ¡es el expositor de esta
noche!"
I )esde que tenían memoria, él había sido su líder. Más aún,
e ra a quien todos deseaban emular. Él poseía tanto sus afectos
gomo su lealtad y a través de los años se había transformado,
en esencia, en su dios. Un aplauso atronador se eleva espontá­
neamente de parte de los delegados cuando aparece al frente y
i u upa el lugar que le corresponde en la plataforma. Observa cui­
dadosamente al mar de ansiosos rostros vueltos hacia él y como

27
Escape a Dios
un político, se sacia con la aprobación de la multitud. Al irse cal­
mando la ovación, inspira profundamente y comienza.
"¡Escuchen ustedes, diablos! No vam os a impedir que los cris­
tianos vayan a las iglesias. ¡Van a asistir! No podemos impedirles
que se aferren a sus doctrinas o que hagan sus oraciones. ¡Lo
seguirán haciendo! Debem os cambiar nuestras tácticas si quere­
mos seguir disfrutando del éxito.
"E l tiempo es la clave, mis amigos. Podemos concederles sus
doctrinas, sus oraciones, y su asistencia a la iglesia si podemos
controlar su tiempo. El tiempo es el ingrediente esencial, por­
que sin él, ellos nunca encontrarán una conexión salvadora con
'Jesú s'!" dijo, escupiendo maliciosamente la última palabra.
Satanás continuó hablando. "Perm itám osles pensar que son
salvos, en tanto que nosotros controlemos su tiempo y serán nues­
tros, tan seguramente como aquellos que nunca asentaron un pie
en una iglesia. ¿Cómo lo lograremos? Simple. Manténganlos ocu­
pados en las cosas superficiales de la vida e inventen innum era­
bles estratagemas para ocupar sus mentes. Anímenlos entonces a
gastar, gastar, gastar y luego a trabajar, trabajar, trabajar para po­
der pagar sus deudas. Llenen sus buzones con catálogos llenos
de las ofertas más seductoras. A continuación, añádanles ofertas
de tarjetas de crédito para pagar todo lo que han comprado.
"Enséñenles que la felicidad proviene de las cosas e induz­
can a los esposos a trabajar ocho, diez o doce horas por día, seis
días a la semana. Háganlos trabajar en dos trabajos si es necesa­
rio. Hagan que parezca una necesidad que las esposas trabajen.
Díganles que no hay otra salida, si quieren mantener el estilo
de vida que desean para sus familias. Entonces consigan que las
esposas trabajen duro por largas horas sumadas a las responsa­
bilidades del hogar, así no les quedan energías al fin del día para
sus esposos o hijos.
"Estim ulen por demás sus mentes así no pueden escuchar
los susurros de Jesús a sus conciencias. Bombardeen sus senti­
dos con música que se escuche en cada hogar, lugar de trabajo y
negocio. Asegúrense de que las malas noticias los alcancen cada
día por todos lados. Utilicen los diarios, revistas, la radio y la
televisión las 24 horas del día.

28
Una vida sencilla
"Corrom pan la trama moral de sus m atrimonios y de sus
jóvenes colocando imágenes sensuales que provoquen pensa­
mientos impuros en las carteleras, en las películas, en los diarios
i> lapas de revista, y, por supuesto, en la televisión. Utilicen los
»hows de la TV para que desfilen por las salas de sus hogares los
miembros más pervertidos de la sociedad. H agan que disfruten
<le los detalles más sórdidos de conducta inm oral hasta que co­
miencen a considerar al mal tan solo como otra alternativa.
"H áganlos morar en la basura, en lo trivial y en las aflicciones
i leí mundo. Describan en detalle los delitos de los ricos y fam o­
s o s . Distráiganlos de las realidades serias de la vida mediante
esperanzas vanas con rifas, loterías y juegos de casinos. Llenen
|us estantes con libros, revistas y más libros aún. Estos represen­
tan tiempo; y cuanto más tiempo pasen con esto, menos tiempo
pasarán con Dios.
"Llenen sus hogares con computadores y háganlos andar
por las autopistas electrónicas donde nosotros controlamos la
mayoría de las salidas. Envíenles montones de correos electró-
nu os. Empantánenlos con la repetición de inform ación intermi­
nable. Denles computadoras portátiles así podrán estar siempre
trabajando.
"Asegúrense de que todos tengan un dispositivo electrónico
de su preferencia, aun los niños. Llenen sus días con llamadas te-
lel únicas. Denles teléfonos celulares de modo que sea fácil hablar
todo el tiempo. Estén seguros de que sus m áquinas contestado-
i a s estén repletas de mensajes.
"Sobrepasen a los niños con actividades, programas de de-
I 'i a-tes en la escuela y después de la escuela, danza, ballet, clubes,
iscultism o, clases de música, representaciones escolares y fiestas,
i alísenles estrés con tareas escolares que vayan en aumento a
n ludes cada vez más tempranas. Envíenlos a preescolar y pro­
gramas de atención tem prana para niños, manténganlos lejos de
la influencia de los padres y permítanles llevar una vida tan se­
parada de sus padres como sea posible, así para la edad en que
lleguen a la adolescencia, no tengan nada en común con papá y
mamá. Ténganlos tan estresados que respondan a nuestra esti-

29
Escape a Dios
muí ación para que sean sexualmente activos, a que usen cigarri­
llos, alcohol u otras drogas como un escape.
"Perm ítanles que sean excesivos aun en sus recreacio­
nes. Envíenlos en vacaciones caras. ¡Háganlos salir, salir, salir!
Háganlos regresar de sus vacaciones exhaustos, intranquilos y
sin preparación para la semana entrante. No les permitan salir a
la naturaleza. En su lugar, envíenlos a parques de entretenim ien­
to, eventos deportivos, conciertos y películas. Hagan de esto su
dicho: 'Las vacaciones los cansan lo suficiente como para regre­
sar al trabajo y los empobrecen lo suficiente como para que ten­
gan que ir'!
"Si evitan estas trampas, utilicen sus propias iglesias en su
contra. Denles tantos cargos, responsabilidades y problemas con
los cuales lidiar que su tiempo sea consumido por 'buenas obras'.
Cuando tengan reuniones sociales de la iglesia, ocúpenlos con
chismes y críticas de modo que salgan con conciencias pertur­
badas y con sus emociones agitadas. Traigan crisis tras crisis a
sus iglesias así se m antendrán ocupados 'apagando fuegos' de
modo que no haya tiempo para encender la llama del evangelio
en sus corazones. Anímenlos a estudiar doctrinas y evangelismo.
Déjenlos que asistan a seminarios de entrenamiento, talleres de
liderazgo y a grandes reuniones de evangelismo.
"D espejen el camino para grandes marchas inter denomina-
cionales que busquen reformas. Asegúrense de que verbalmente
coloquen a la familia antes que a los valores de la familia. Dejen
que se involucren con los grandes temas sociales, como el aborto.
Déjenlos que tengan estilos de vida conservadores pero, a toda
costa, y de toda forma posible, eviten que acudan a la Biblia y
a Dios como pecadores en necesidad de salvación. Porque si lo
hacen, todo está perdido para nosotros.
"E l tiempo es nuestra gran herramienta y nuestro mayor am i­
go, mis colegas. Utilicém oslo con sabiduría y déjenlos dormir en
sus engaños tan solo un poquito más. Entonces, tanto el mundo
como la iglesia serán nuestros y ganaremos una victoria eterna.
¡Adelántense, mis amigos, hacia la victoria!"
Con ambas manos en alto, Satanás exhorta a sus huestes ser­
viles. "¡A delante hacia la victoria! ¡Adelante hacia la victoria!

30
Una vida sencilla
I ¡Aileíante hacia la victoria!" Hasta que solo el eco restante de
e .1.1 reunión culminante llega hasta nosotros hoy.
iFue una convención realmente notable! Puede ser que no
haya supuesto todos los detalles de la reunión, pero sea usted
! el juez de los resultados. Los ángeles malignos fueron ansiosos
a i umplir con sus tareas para causar que los cristianos de todas
paites se mantengan ocupados, ocupados, ocupados que corran
■di' aquí para allá. No estamos viviendo vidas sencillas, mis ami-
Ipn:;. Nuestras vidas están demasiado congestionadas. Todo el
ei'.lema está sobre estimulado. ¿Ha sido exitoso el diablo con su
e-il i atagema? El plan ha funcionado muchísimo mejor de lo que
leu esperaba.
Satanás se las ha arreglado para conseguir que el mundo en-
[ h io se suba a bordo de un tren que se mueve rápidamente. Ese
111 ■11 va cada vez más rápido y más rápido con cada día que pasa,
v el no está dispuesto a frenarlo de modo que alguien pueda ba~
I jai I’asé más de treinta años de mi vida en ese tren, sin sospechar
Itlc l sendero en que estaba viajando.
I os humanos somos extraordinariamente adeptos a no ver lo
j ib vio. Esta experiencia era realidad en mi vida, pero se necesi­
ta i i , i la combinación de uno de los páramos más conocidos del
tu 111 ido y un pequeño lago virtualmente desconocido para bajar-
[ nie de ese tren.
1Lindónos cuenta de que necesitábamos un tiempo de aleja-
mu uto del mundo del trabajo cotidiano, con Sally comenzamos
•i |'Linear lo que llamamos "tim e out". A fines de junio de 1982,
íul>imos a los chicos en la camioneta rural y nos dirigimos al nor­
te t le la península de M ichigan para acampar a la orilla del Lago
Imp.
I Lácticamente no había nadie a nuestro alrededor en aquella
(poca del año y establecimos campamento y caminamos a solo
lu iu i'' pocos pasos desde nuestro campamento hasta la orilla del
I lago. Matthew, de 5 años, y Andrew de 3 años, inmediatamente
P Jimenzaron a tirar piedras en el agua y mientras ellos estaban
1 1 .1 1 1 indos, junto con Sally nos sentamos en la playa y tratamos de

lir-.. ,msar. La carrera había terminado.

31
Escape a Dios
Yo estaba de vacaciones por diez días sin problemas, sin telé­
fonos y sin responsabilidades fuera de m i familia. Sin embargo,
mientras me encontraba allí sentado en la playa, sentí como si
todo mi cuerpo estuviera acelerado. Me volví a Sally y le dije:
-Q uerida, ¿me tomarías el pulso?
-¡P o r supuesto! -d ijo ella, tomando mi muñeca en su mano y
volviendo a su papel familiar de enferm era-. Es de 88.
-¿E stá bien esa cifra? -le pregunté.
-N o , Jim -d ijo ella, y su hermoso rostro se nubló con preocu­
pación-. Eso no es bueno para un hombre de 33 años que no está
más que sentado en la playa.
Unos pocos días más tarde, me encontraba saltando entre las
piedras en la misma playa con mis hijos. Ellos estaban adm iran­
do mis esfuerzos con el asombro que solo los niños pequeños
tienen por su padre. Me sentía descansado, renovado y calmo.
-Q uerida, ¿me tomarías el pulso? -p e d í otra vez.
El resultado fue 68. ¡Quedé asombrado! La matemática era fá­
cil. Con solo descansar, mi ritmo cardíaco había bajado 20 pulsos
por minuto. Esa era una diferencia de casi 29.000 pulsos por día.
Comencé a darme cuenta del grado de estrés bajo el cual estaba
viviendo y el daño que esto le estaba haciendo a mi cuerpo.
Este evento simple estableció el estilo para el resto de nuestra
vacación de diez días. ¿Qué era lo más importante en la vida real­
mente? Por primera vez me cuestioné m i éxito. Si gané 100.000
dólares el año pasado, ¿tengo que ganar 150.000 dólares este año
y un cuarto de m illón el año que le sigue? ¿ Cuándo detener esta
carrera y cuándo me considero exitoso?
Al m irar a mis muchachos tirando piedras al agua, me di cuen­
ta de un hecho estremecedor y dolorosamente le dije a Sally:
-N o conozco a mis propios hijos.
Yo sabía quiénes eran. Conocía sus nombres. Sabía su tam a­
ño de pantalones. Me responsabilizaba de que tuvieran comida
para sus estómagos, pero realmente no los conocía a ellos como
individuos. Después de todo, ¿qué era exactamente lo que es­
taba buscando? ¿Cuál era el costo que estábamos pagando?
Regresamos a la civilización inquietos, llenos de dudas acerca
del sendero que seguíamos en la vida.

32
Una vida sencilla
M i exitosa venta de seguros me "prem iaba" con un viaje con
lodo pago a Reno, Nevada. Todo lo que tenía para ofrecer esa
malvada ciudad iba en contra de lo que había llegado a creer
como cristiano, así que le pregunté a la compañía:
-¿Pu ed o obtener el dinero en efectivo en lugar del viaje?
-N o.
-¿Puedo hacer un viaje a algún otro lugar?
-N o . Es ese viaje o nada.
Con Sally miramos el mapa de Nevada y notamos que al sur
ile Reno había un lugar llamado Yosemite National Park.
-Sigam os adelante con el plan y aceptemos las reservas de ae­
rolíneas y esa habitación de hotel y entonces vayamos a Yosemite
rada día -su g erí yo.
Esta era una oportunidad para que con Sally pasáramos un
Iicmpo juntos así que hicimos los arreglos. Partimos de Wisconsin
hacia Reno y al M GM Grand Hotel a principios de agosto. Más
tarde, en Yosemite, estacionamos el automóvil y caminamos
subiendo hasta una corriente de agua cristalina que atravesaba
las montañas. Nos cautivó de tal manera que nos sentamos a su
lado durante una hora y media disfrutando tan solo del canto
del agua entre las rocas. La esencia de los pinos era tan fuerte
.pie sentimos que podíamos absorberla directamente con nues­
tros pulmones con cada respiración. Para escalar nuestras pri­
meras montañas usé mis caros zapatos de cuero de marca. ¡Qué
ocurrencia!
En el apacible escenario junto a aquellas corrientes tranquilas,
trepando aquellas montañas majestuosas y en los valles entre las
montañas cubiertos de rosado y lila, escuchamos a Dios hablán­
donos de una manera como nunca lo habíam os experimentado
antes: Jim y Sally, bájense del tren.
Nos dimos cuenta de que no decidir ya era tomar una decisión.
I ,ida vez que Dios nos coloca frente a una decisión, la tomamos,
iun si la decisión es no hacer nada. Dios ha dicho: "¡Escápate!
N o mires hacia atrás [...]. Huye a las m ontañas" (Génesis 19:17
NVI).
Se necesitaba acción. Decidimos en el viaje de regreso en el
avión que íbamos a tratar de vivir de la form a en que sentía­

33
Escape a Dios
mos que Dios nos estaba llamando a vivir. Cuando Dios creó al
hombre, lo colocó en un jardín preparado para él. Nosotros no
podíamos vivir en el Jardín del Edén, pero sentíamos que cuanto
más pudiéramos acercarnos al plan original de Dios, mejor sería
para nuestra vida física, mental y espiritual. Decidimos seguir
el llamado que Dios había colocado en nuestros corazones y así
como Abraham hace tantos años, nos sentimos como peregrinos ¡
siguiendo a nuestro Dios hacia la Tierra Prometida.
Estábamos decididos a poner nuestros planes en acción.
Pusimos la casa y el negocio en venta. Entonces sacamos un
m apa de los Estados Unidos y planeamos a dónde deseábamos ¡
ir. Inmediatamente eliminamos algunas de las áreas. A ningu­
no de los dos nos gusta el clima caluroso y húmedo del sur.
Aparecieron objeciones para algunas otras áreas. La búsque­
da pronto se circunscribió a tres áreas geográficas: a la Upper I
Península de Michigan, la parte norte de M aine y la zona del no­
roeste del Pacífico. Habíamos visitado Glacier National Park ha­
cía unos pocos años y nos sentimos atraídos por esta gema del
continente.
En setiembre, visitam os Montana nuevamente y buscamos
ampliamente toda el área que rodea el parque. Nuestra preocu­
pación era que se llegara a poblar en los alrededores del lugar
donde nos radicáramos, forzándonos de este modo a mudarnos
nuevamente. Finalmente en el límite occidental del parque reco­
rrimos uno de los valles apartados más hermosos que quedan
en nuestro país. En el este se encontraba limitado por el Glacier
National Park y en el oeste por la cadena montañosa Whitefish.
El 98% de la tierra era propiedad del gobierno federal. Era
obvio que aún si cada terreno de tierra privada fuera trabaja­
do nunca podría llegar a poblarse demasiado. M irándonos el
uno al otro, ambos levantamos nuestros pulgares hacia arriba.
Habíamos encontrado nuestro valle. ¡Nos Íbamos a Montana!
El valle, atravesado por un hermoso río agreste, recorre 96
kilómetros de norte a sur. La población de nuestro valle es de
175 personas en toda la zona de 96 kilómetros. Había solamente
un lote de 16 hectáreas de tierra en venta. El agente vendedor de
la inmobiliaria nos informó que había estado en venta ¡durante
Una vida sencilla
cinco años! Estas eran realmente buenas noticias, porque tenía­
mos que vender nuestra casa antes de que pudiéramos comprar
cualquier otra cosa. Si la propiedad no se había vendido por cin­
co años, existían muy buenas probabilidades de que estuviera
todavía allí cuando vendiéramos nuestra casa.
No había muchas formas de ganarse la vida en este valle,
pero nuestros planes, de todos modos, no incluían que yo traba­
jara al comienzo. Queríamos usar algo de la diferencia sobrante
de la venta de nuestra casa para que yo pudiera permanecer en
casa los primeros años para ayudar a Sally con los muchachos y
tener tiempo para desarrollar una verdadera conexión con Dios.
Estábamos seguros de que el Señor nos había guiado. Regresamos
a Wisconsin con planes definidos para reubicarnos en Montana.
Nuestros planes para reubicarnos podían estar tomando for­
ma, pero nuestros amigos y nuestra familia se manifestaron to­
talmente opuestos a lo que estábamos haciendo. Solo pensar en
la idea les chocaba y les resultaba fanática, extrema y necia.
Pero nosotros estábamos decididos a cortar toda influencia
que pudiera entorpecer una plena y completa rendición de noso-
Iros mismos a Dios. íbam os a proveer el mejor ambiente posible
para nuestros hijos. Les daríamos lo mejor y los guardaríamos de
lodo el resto.
Los que más se oponían eran nuestros compañeros miembros
ile iglesia.
-¡Tus normas son demasiado altas! -d ecían ellos-, ¡no se lo
puede lograr!
Realmente, el mundo aprobaba más la idea de lo que estába­
mos planeando hacer, que nuestros compañeros cristianos.
No éramos de la idea de sobrevivir. Solamente deseábamos
cortar las distracciones que nos impedían desarrollar la relación
con Dios que estábamos buscando. Eliminaríam os de nuestras
vidas aquellas cosas que eran buenas y, más aún, hasta aquellas
<i isas que eran mejores para que pudiéramos poseer ¡lo óptimo!
Planear la compra de una tierra sin cultivar tenía varias con­
secuencias, la más im portante de las cuales era que temamos que
Vender nuestro lugar a más tardar en marzo si queríamos cons-
truir una casa y tenerla lista para ocuparla a principios del in­

35
Escape a Dios
vierno en la montaña. Cualquier fecha ulterior a esto, y hasta con
constructores profesionales, nos encontraría compitiendo con el
clima. Pero marzo vino y pasó sin un vestigio de poder vender
la casa a pesar de toda la propaganda hecha. No podía entender
lo que estaba sucediendo. Sabía que Dios nos había llamado, y
sentía que él nos había guiado en nuestros planes, y ahora me
encontraba desconcertado. Los amigos y familiares comenzaron
a burlarse de nosotros y trataron de convencernos de que había­
mos estado equivocados. Después de todo, la casa no se había
vendido en la fecha que habíamos pensado como última.
Señor, le dije, ¿com prendí realmente lo que tú deseabas ? Finalmente
retiré la casa del mercado confundido y desalentado.
A principios de mayo, recibí una llamada del dueño de una
inmobiliaria, quien dijo:
-H ace unas semanas vi que tenían su casa en venta. Tengo
un cliente que está interesado en ese tipo de propiedad. ¿Podría
llevarlos para que los vea?
-P o r supuesto -le dije-.
Nos trajo un cliente m uy interesado que pasó un período
considerable de tiempo con nosotros viendo la propiedad y el
equipo que utilizaba para mantenerla. Nos hizo una oferta de
6.000 dólares por encim a del precio que estábamos pidiendo,
así podría comprar el tractor y máquinas de cortar pasto junto
con la propiedad. Nos pagó el precio de venta como si fueran!
nuevos a pesar de que eran usados. Se nos renovó la esperanza. I
Nuevamente se pusieron en marcha nuestros planes.
La siguiente tarea era vender las cosas que no eran indispen­
sables para reducir el exceso de nuestras vidas, ¡y teníamos un
montón de excesos! Sally quedó para hacer la venta mientras yo
me dirigía a M ontana ¡a comprar nuestro lugar!
Cuando llegué al negocio que tenía el único teléfono público
en kilómetros a la redonda, llamé al agente de la inmobiliaria j
para asegurarme de que la propiedad estaba todavía en venta.
-V oy a ir a mirarla una vez más y entonces regresaré para
hacerle una oferta -le dije.

36
Una vida sencilla
Luego de examinar la propiedad una vez más, sentí que real­
mente iba a suplir nuestras necesidades, regresé al negocio y al
teléfono a las 14:30 esa misma tarde.
-L o siento -d ijo el agente-, la propiedad se vendió a las 13:30
esta tarde.
¡No lo podía creer! En shock e incredulidad, llamé a Sally para
darle la noticia. Entonces descorazonado, subí a una pequeña co­
lina y oré acerca de la situación. Jim, súbete al auto y recorre el valle,
dijo el Señor. No teniendo otra cosa que hacer, me dirigí hacia el
norte a Canadá sintiendo mucha auto compasión.
Hacia el fin de la región norte del valle, me encontré a m í
mismo entrando en la propiedad de alguien, ni siquiera seguro
de porqué lo estaba haciendo. Un hombre mayor, evidentemen­
te jubilado, estaba afuera cortando lo que habría sido césped, si
hubiera habido alguno. En realidad estaba pasando la máquina
•obre un yuyal. Bueno, le preguntaré por propiedades, pensé. Así
t|ue me aproximé y le expliqué lo que estaba buscando. A lo que
me contestó inmediatamente:
-B u eno, le voy a vender m i propiedad.
-¿E stá en venta? -le pregunté.
-L o está ahora -rep licó él.
Me guió en un recorrido por la propiedad y por la pequeña ca­
baña de 89 metros cuadrados. Lentamente caí en la cuenta. Dios
tenía un lugar diferente seleccionado para nosotros durante todo
ese tiempo. Compramos la pequeña cabaña de troncos construi­
da en un terreno de 2 hectáreas con vista hacia el Glacier National
¡’nrk limitando con tierras del servicio de guardabosques de los
Estados Unidos. Solamente más adelante nos daríamos cuenta
de que el Señor nos había ahorrado el proyecto de construcción
de una casa. Nos estaba trayendo a las m ontañas de modo que
(Midiéramos construir nuestros caracteres en lugar de construir
una casa.
C uando regresé a Wisconsin, el rompecabezas comenzó a en-
fnj.ir. Sally había estado ocupada. Había sacado más de 10.000
dólares de las ventas de cosas usadas. Se vendió el negocio. Los
di -i a lies de la venta, sin embargo, nos causarían considerables in-
i«invenientes en el futuro cercano. El comprador era incapaz de

37
Escape a Dios
reemplazarme con otro agente hasta algún momento en octubre.
Los términos de la venta establecían que yo tendría que proveer
al menos una supervisión de tiempo parcial sobre la agencia has­
ta que otro agente ocupara el lugar.
Cerramos la casa a principios de agosto y mudamos nuestra
familia a nuestra cabaña en Montana. Apenas tuve tiempo de
comenzar el proceso de establecernos antes de que tuviera que
regresar para supervisar la empresa. Esto dejó a Sally y a los ni­
ños para continuar organizando el hogar más pequeño que algu­
na vez hubiéramos poseído. Esto era extremadamente duro para
ella, no solamente porque tenía que hacer tanto de madre como
de padre, sino también porque ambos éramos de un ambiente
de ciudad. Habíamos vivido en el campo, pero nuestra vida en
M ontana era un poquito diferente que la de miles de otros re­
sidentes en áreas suburbanas. Aquí estaba sola, en el desolado
paraje.
Trabajé como un perro en la agencia así podría ponerme al
día y regresar a M ontana por otras dos semanas. Allí, también
trabajé frenéticamente, no solamente para establecernos, sino
tratando de prepararnos para el invierno entrante y para conse­
guir una reserva de leña. A sí continuó esto de ida y vuelta, una
semana en Wisconsin, las siguientes dos en Montana, manejando
30 horas seguidas en cada viaje de ida y de vuelta, hasta que que­
dé cercano al agotamiento.
Por fin el nuevo agente ocupó su lugar e hice el viaje final a
casa en Montana. ¡No encontré a nadie al llegar! Esto era des­
concertante, así que me dirigí al hogar cercano de gente con la
cual nos habíamos hecho amigos para ver si ellos sabían algo.
¡Efectivamente lo sabían! Ellos estaban cuidando de mis dos hi­
jos. Mi esposa, según me informaron, se había quebrantado por el
estrés y estaba en la ciudad donde la estaba atendiendo el médico
por neumonía. Le llevaría tres meses recobrarse completamente.
Por fin estábamos juntos como familia en nuestra cabaña de
troncos en este lugar solitario. Luego de pagar todas nuestras
deudas y de comprar al contado la cabaña, teníamos un poco de
dinero sobrante, 18.000 dólares. Lo dividimos en tres partes y
decidimos que viviríamos con 6.000 dólares al año. Vivíamos en

38
Una vida sencilla
forma simple, sin cosas como toallas y pañuelos descartables. No
I 'odiamos pagar por tales lujos.
Entonces me tocó el turno a mí. El estrés bajo el cual había
t illado viviendo durante los últimos pocos meses cobró su cuota.
I slaba tan débil que apenas podía levantarme. Después, Sally
n i •quebró el pie en tres lugares, a esto le correspondieron gastos

médicos.
El agua para la casa se bombeaba desde el arroyo, pero el
i lima se volvió tan extraordinariamente frío, que el arroyo se
i *mgeló totalmente hasta el lecho. Ahora, nosotros teníamos dos
ln|os pequeños y estábamos sin agua excepto por la que podía-
m u s derretir de la nieve. Sin agua, tuvimos que usar el excusado
,i 11icra de la casa para no usar el sistema de cloacas, y sin el cons-
tan.te influjo de agua y de desechos orgánicos para descomponer,
nuestro sistema de cloacas se congeló también. A sí que ahora no
|uidíamos ni siquiera tirar por el desagüe la pequeña cantidad de
Agua que derretíamos.
Nuestra camioneta se rompió. Sally se fracturó el pie por se­
cunda vez y luego se quebró un dedo en los rodillos escurridores
tli' la máquina de lavar de un vecino. Llenamos el tanque de gas
(niipano de 1.893 litros que usábamos como combustible para
litigar nuestro generador solo para que volara una válvula en
ttt.il estado una semana más tarde.
I’erdimos todo nuestro gas en el momento en que menos po­
díamos afrontar este gasto.
¿Por qué estaba sucediendo esto? ¿Estaba Dios con nosotros
todavía? Nos habíamos mudado a las montañas para encontrar
rt I >ios y no teníamos otra cosa que problemas y dificultades des­
di rl mismo comienzo. Gradualmente nos dimos cuenta de que
K.il.inás estaba tratando de desanimarnos y hacernos mudar de
Jluevo a la civilización donde el agua no se congela, donde los
módicos están más cercanos y donde abundan las comodidades.
Ht«cubrim os que en todas estas pruebas había un mensaje para
niiMitros. Si Satanás estaba tan preocupado por nuestro cambio,
Hit unces debíamos estar en el sendero correcto.
l uda la familia tomó la actitud de que Satanás trataría de des­
truirnos, pero que si éramos fieles, Dios nos sustentaría.

39
Escape a Dios
Lentamente pasó el primer invierno. Finalmente, llegó la
primavera, y con ella la restauración de nuestro suministro de
agua. Habíamos estado acarreando la ropa para lavarla en la ciu­
dad, así que Sally estaba ansiosa por lavar algo de ropa en casa.
Desconocíamos que nuestro sistema séptico estaba todavía con­
gelado, y el agua se derramó por toda la casa. Las dificultades
se habían transformado de tal m anera en nuestro estilo de vida
que Sally y los chicos se reían mientras transportaban bolsas de
cereales y otros objetos fuera del alcance del agua y comenzaron
a limpiar.
Aprender nos llevó tiempo, pero nos volvimos expertos en
esta vida frugal y aprendimos a evitar que los caños de agua se
congelaran y a conseguir suficiente leña para el invierno.
Nuestra vida en ese paraje solitario no nos salvó, mis ami­
gos. No fue una cura mágica. Si nos hubieran podido contemplar
en aquellos primeros años hubieran visto una familia luchando
para controlarse. Establecimos un horario y trabajamos duro
para regularlo exactamente de modo que pudiera cubrir las ne­
cesidades de nuestra unidad familiar. Apartamos un tiempo del
horario para estar a solas con Sally y nuestro matrimonio comen­
zó a sanarse.
Finalmente teníamos el control de nuestro tiempo. Con tiem ­
po para pensar y reflexionar llegó la oportunidad de acercarnos
a Dios. Dios estaba utilizando esta vida apartada como una he­
rramienta para atraernos hacia él sin las distracciones de la vida
ocupada que habíamos llevado por todos aquellos años. Pronto
las herramientas que Dios nos había dado, un horario, ausencia
de distracciones, la dura disciplina de la vida simple y la gran­
deza de su creación, comenzaron a dar resultados en nuestra
familia.
Nos acercamos a Dios y al mismo tiempo entre nosotros. Si
ustedes nos hubieran conocido antes y pudieran habernos visi­
tado en este punto, hubieran visto los comienzos de la cosecha
de gozo que estábamos recogiendo de las elecciones duras que
habíamos hecho. Hubieran dicho, así como lo hicimos nosotros:
"¡Vale la pena!"

40
Una vida sencilla
Muchos ven la necesidad de un cambio drástico, pero cuán
Betos son capaces de librarse de las circunstancias. La esposa
iii’ mi pastor nos escribió recientemente: "Cuando los llamé, fue
(>' >i. 11 ic anteriormente había llegado a la convicción de que nece-
#ital M frenar la marcha, organizarme y pasar mucho más tiempo
m «nación y en estudio de la Palabra de Dios. Me di cuenta de
flue mi esposo no se me uniría en mi resolución de Año Nuevo,
'ilii embargo, necesitaba consagrarme sola. Com prendí el con-
Ü plo de bueno, mejor, óptimo. Verdaderamente deseaba elegir
!n O p tim o.
lie fracasado tan miserablemente. En este momento me sien-
H» «I rapada. De alguna manera me organicé como maestra y líder
dr una clase bíblica, como líder de ministerios de evangelismo
íti ilos iglesias, coordinadora de las comisiones para conseguir
huidos en dos iglesias, líder de salud y temperancia, ayudante
§|fj servicios de ayuda comunitaria, líder y m aestra de escuelas
re lie ,is de vacaciones en dos iglesias, y algunas veces editora de
p i e l mes informativos o de boletines de iglesia.
"Añádanle a esto el trabajo normal de las iglesias y las reunio-
Ii.istorales a las que asistía con mi esposo cada mes. También
pee,sito asistir a seminarios para líderes y alrededor de otras seis
■ u n ion es relacionadas con ministerios cada año con mi esposo,
lili ni .is de las reuniones de junta a las que debo asistir porque
■ fig o todos estos cargos en las respectivas iglesias.
Al escribirles esto, parece una locura tener esta clase de hora-
fio a l.i luz de la santificación que necesita realizarse en mi propia
■ d a y mantenerme al día con las tareas del hogar en las cuales
mi esposo no coopera sistemáticamente. También estoy a cargo
m- Ion finanzas en nuestro hogar y lo ayudo a él como secretaria
p in Ii.in veces. ¿Con qué corto? ¿Por dónde comienzo? Mi vida es
W # carrera constante tras tareas inconclusas y gente frustrada".
,'Ouién colocó esas cargas sobre la esposa del pastor?
M r la mente no fue Dios. Ella sola cargó con las expectativas de
Im ¡i i i-l mundo. Una cristiana sabia escribió,

I I Señor nunca obliga a realizar movimientos precipitados,


((implicados. Muchos acum ulan sobre sí cargas que el m isericor­

41
Escape a Dios
dioso Padre celestial no colocó sobre ellos. Uno a otros se suceden
precipitadamente los deberes que Dios nunca tuvo el propósito
3485348535348535353
de que llevaran a cabo, Dios desea que comprendamos que no
glorificamos su nombre cuando tomamos tantas cargas que nos
hallamos oprimidos y, por haber cansado el corazón y el cerebro,
nos irritamos, nos impacientamos y regañamos. Solo hem os de
llevar las responsabilidades que el Señor nos da, confiando en él
y manteniendo así nuestros corazones puros, dulces y llenos de
sim patía" (Mensajes para los jóvenes, p. 133).

Hace no mucho tiempo, estaba hablando en una serie de re­


uniones cuando una mujer joven me alcanzó una nota tan pronto
como terminé mi sermón, que decía: "¡Llam e a Marie inmediata­
m ente!" Marie, era una amiga cercana de nuestra familia, con la
que no había hablado por años. Oh, habíam os conversado, pero
nada en serio realmente durante años. ¿Por qué me estaría buscan­
do M arie desde otro estado con un mensaje como este? -m e pregunté.
En cinco minutos, me encontraba marcando su número, su espo­
so contestó.
-¡G racias a Dios que llamaste! Marie desea hablar contigo.
-Y o no te lo puedo contar, Jim. Dejaré que lo haga Marie.
Marie estaba llorando.
-Jim , estoy tan agradecida que hayas llamado. Acabo de lle­
gar del consultorio del médico. Me dijo que hiciera mi testam en­
to. Dice que soy un caso perdido. ¿Puedo ir y quedarme con us­
tedes durante un mes? ¡Necesito ayuda!
-¡S í, puedes venir!
-¿E stás seguro? ¿No quieres orar antes de decidirlo? Pensé
que orabas antes de decidir cualquier cosa.
Marie, he estado orando por esto durante 10 años. No tengo
que ponerme ya de rodillas. He observado tu vida. He visto lo
que te ha causado. Esta es una respuesta a mis oraciones. Te re­
cogeré en la estación del tren. ¡Ven!
Cuando vino Marie, tenía úlceras sangrantes, células pre can­
cerosas y anemia, y estaba tan cercana a un quebrantamiento fí­
sico y nervioso como nunca había visto antes a nadie. Tenía 46
años, y sus manos no paraban de temblar. Sus ojos tenían esa

42
Una vida sencilla
tttii iida lejana. La llevé a nuestro pequeño hogar en la montaña y
la ubicamos en nuestra cabaña para visitas.
, Oué le había sucedido a mi amiga? Nos habíamos criado
en l,i misma ciudad, en la misma calle. Se había visto atrapada,
(Ui voy a decir por el sueño sino por el "m ito norteam ericano".
I Ntiiba trabajando 14 horas por día, seis a siete días por semana.
I 'imeaba encontrar la casa de sus sueños. Entonces sintió que te­
nia que amueblarla con muebles exquisitos. La vida comenzó a
«mil rolarla. La estaba destruyendo. ¡Necesitó que el médico la
despertara!
1.1 sueño norteamericano moderno es un mito, pero el mito
ho existe solamente en Estados Unidos de Norteamérica. Existe
in Australia, Nueva Zelandia, Gran Bretaña, toda Europa, Japón,
ira sil y por todo el mundo. La gente está atrapada en él, y está
destruyendo sus vidas.
I ,o dije a Marie:
No te vamos a predicar. Nosotros tenemos un estilo de vida
diferente al tuyo. Puedes participar en cualquier cosa que desees
S sentirte libre de rechazar cualquier cosa que desees.
lo d a nuestra familia comenzó a ministrarla, y llegó a formar
parle de nuestra fam ilia en nuestras rutinas diarias. Participaba
lid culto con nosotros en la mañana y en la noche. Cantaba con
tu muiros. Caminaba con nosotros, comía nuestra dieta, jugaba a
luí. palitos chinos y al dominó con nuestros niños en la noche y
le unía a nuestra hora de lectura familiar.
M i esposa, como enfermera, la atendió en las áreas de salud,
y comenzó a mejorar. Al disminuir el ritmo de vida, renació el
■ tico por Dios en su corazón. Al fin de 30 días me dijo:
-¿Sabes Jim? Puedo resumir mi estadía con tu familia en tres
palabras: menos es más.
Nosotros teníamos una casa más pequeña que la suya,
icniumos menos muebles, m enos ropa, menos en el garage, me-
iiim de todo lo que el m undo ofrece, pero teníamos más de lo
qilt* el mundo nunca puede dar. Temamos amor en nuestro ho­
gar ['uníamos compañerismo. Teníamos tiem po para dedicarnos
el uno al otro. Por eso es que ella dijo: "M enos es m ás". ¡Cómo

43
Escape a Dios
desearía que ese comentario se pudiera hacer de cada hogar
cristiano!
Casi puedo escuchar a alguno diciendo: "La vida simple es
dura y aburrida, Jim ". Dura quizás, ¿pero aburrida? Justo en el
patio de atrás de nuestra casa podemos ver alces y ciervos. Los
gatos monteses y glotones de América todavía vagan libres. El
oso pardo viaja sin estorbos por estos últimos bosques primiti­
vos. U n día, mientras colgaba la ropa en el tendedero, sentí un
fuerte codazo desde atrás mientras un tremendo macho m etía su
nariz en mi bolsillo trasero buscando las pequeñas galletas con
las que algunas veces los alimentábamos. Tuvimos la bendecida
oportunidad de amansar a una osa salvaje. Ella nos permitió que
la acariciáramos y ¡hasta se subía al juego de hamacas con mis
muchachos! Ganar la amistad de criaturas salvajes significa ¡te­
ner un poquito del cielo! ¿No es mejor esto que Disneylandia? Y
cuando uno se acerca a la naturaleza, se acerca a la naturaleza de
Dios.
M is muchachos nunca se aburren. Todo lo que tenemos que
decir es sí. Sí, puedes ir de excursión con mochilas, a navegar
en canoa, y a esquiar a través de los bosques! ¡Sí, puedes escalar
montañas, hacer rappel y a seguir el rastro de ese anta! ¡Sí, sí, sí!
Y sí, nosotros iremos contigo.
A los niños en otros ambientes se les dice ¡no, no, no! Entonces
se asienta la rebelión. Es tanto mejor vivir donde las elecciones de
nuestros niños se encuentran limitadas a opciones aceptables.
De paso, la sencillez es una disciplina severa, pero no es una
nueva clase de legalismo. Hacemos esto con Cristo de modo que
podamos traerlo a nuestro matrimonio y a nuestras familias. No
es tan solo una nueva clase de reforma que seguimos todos no­
sotros, pensando que somos salvos porque vivimos la vida más
sencilla en el mundo. Cristo vivió una vida simple y él es nuestro
ejemplo. La tranquila sencillez de los primeros 30 años de la vida
de Cristo lo prepararon para los tres años y medio de ocupados
años de ministerio activo.
¿Qué le está diciendo el Espíritu Santo? ¿Le está diciendo:
Bájese del tren? Dios promete: "Y mi pueblo habitará en morada

44
Una vida sencilla
de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo" (Isaías
32:18).
Necesitamos regresar y encontrar nuestro descanso, encontrar
esa conexión con Dios. Cuando experimentemos esa tranquili­
dad y confianza, sabremos que Dios está con nosotros en cada
momento y segundo del día. Si queremos encontrar esa conexión
viviente, vital con Jesucristo, debemos aquietar nuestras vidas.
Debemos simplificar, "En descanso y en reposo seréis salvos, en
quietud y en confianza será vuestra fortaleza" (Isaías 30:15).
No todos son llamados a reubicarse en parajes solitarios pero
cada uno es llamado a tener una experiencia de soledad con Dios.
Puede comenzar allí donde se encuentra, simplificando su vida y
haciendo tiempo para Dios y la familia. No se necesitan habilida­
des especiales o sumas significativas de dinero para lograr esto,
solamente la determinación de poseer esta experiencia.
El texto de Isaías term ina con el triste comentario: "...y no qui­
sisteis". Amigos, no se necesita que esto se diga de ustedes. ¡Por
favor no permita que se diga eso de usted! Hoy es el día, ahora
es el momento. Usted puede escoger escapar a Dios y encontrar
descanso.

45
CAPÍTULO 3

Un, 'montón de
docUlones

"Escogeos hoy a quién sirváis" (Josué 24:15).

uestros esfuerzos por simplificar han rendido resultados


maravillosos. Erradicamos las ocupaciones y distracciones
de la vida. Pero esto solo no era suficiente para traerme alguna
felicidad o paz duraderas. Sabía que el Señor nos había guiado
a salir a este paraje solitario con el propósito primario de desa­
rrollarnos espiritualmente. Mientras que había estado estudian­
do conceptos teológicos complejos durante años, mis estudios
nunca habían producido ningún tipo de cambios de carácter que
deseaba que se produjeran en mi vida. Todavía estaba luchando
bajo la concepción equivocada de que mayor conocimiento, una
comprensión más com pleta y una teología más perfectamente
entendida era todo lo que necesitaba para producir una transfor­
m ación en mi vida.
Con esto en mente compré cinco libros de cinco teólogos res­
petados y reconocidos. A quí en este lugar remoto, finalmente te­
nía tanto el tiempo como la inclinación a obtener el conocimiento
obrador de salvación. Ansiosamente comencé a leer. Para cuan­
do terminé el último libro, se apoderó de m í una confusión como
nunca antes había sentido. Era claro que ninguno de los erudi-

46
Un montón de decisiones
los más sobresalientes concordaba con el otro. Si ellos no podían
comprender o ponerse de acuerdo sobre el evangelio, ¿qué espe­
ranza quedaba para mí?
Sabía en mi fuero más íntimo que el evangelio no podía ser
lan complicado como lo había hecho el hombre. El sentido co­
mún me dijo que el verdadero evangelio me salvaría de aquellas
áreas de m i vida en las cuales mi fuerza de voluntad había sido
inútil. Ese evangelio me proveería con un poder con el cual po­
dría controlar mis sentimientos, pensamientos y mis pasiones.
Mediante la guía del Señor había hecho muchos cambios en mi
vida, y sin embargo todavía anhelaba paz con Dios. Todavía es­
peraba una completa seguridad de salvación.
Como lo compartí anteriormente, nos habíamos dado cuenta
1íacía mucho, que las vidas urbanas eran demasiado complica­
das, demasiado ocupadas. Solamente después de que nos en­
contramos en este paraje solitario comencé a darme cuenta de
<|ue mi teología estaba sufriendo de los mismos problemas que
i labían arruinado nuestra vida en la civilización. Era tiempo, una
vez más, de simplificar.
Regresé a la Biblia para estudiarla con oración. Esta vez no fui
para comprobar alguna posición teológica o para obtener alguna
comprensión doctrinal. Fui a la Palabra de Dios como pecador en
necesidad de salvación. Sabía que a menos que encontrara una
experiencia viviente mejor y más profunda, capaz de salvar a Jim
1 lohnberger de sí mismo, ¡estaba perdido! Cuando me aproximé
¡i la Biblia con ese espíritu hum ilde y maleable, se transformó en
una fuente viviente. De sus páginas fluyó el mensaje del evan­
gelio que era tan simple y poseía tan prácticas aplicaciones a mi
vida como las poseía el estilo de vida que Dios nos había llamado
t vivir en ese lugar remoto.
La Biblia me enseñó el mensaje del evangelio, que en su for­
ma más simple se trata de hacer elecciones; elecciones diarias
simple y directamente. Todas estas elecciones combinadas, abar-
i an y entrecruzan toda la experiencia cristiana. Es mi privilegio
en este capítulo compartir con ustedes estas elecciones, que han
ii .msformado mi vida de esa manera.

47
Escape a Dios
Algunos podrían objetar que estoy simplificando demasiado
el evangelio. Realmente no creo que esto sea posible. El evan­
gelio debiera presentarse tan simple, que el niño más pequeño
pueda entenderlo.
Otros pueden acusarme de enseñar salvación por las obras.
¡Nada podría alejarse más de la verdad! Antes de descubrir el
verdadero evangelio, pasé toda mi vida "cristiana" intentando
348482323484823
ser bueno, tratando de cambiar por m í mismo, con mi propia
fuerza humana. Seguramente comprendo la futilidad de una ex­
periencia tal. Sin embargo, no tengo vergüenza del evangelio de
Cristo, que no solamente puede, sino que producirá cambios en
la vida de cualquier hombre, mujer o niño que lo acepta. Estos
cambios son el fruto inevitable del evangelio.
Aquellos que objetan el hecho de que el cristiano puede real­
mente obedecer y hacer buenas obras, nunca han probado la gra­
cia y experimentado un poder fuera de sí mismos. Este poder
"que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin
mancha delante de su gloria con gran alegría" (Judas 24).
A sí que si usted tiene la inclinación a ser un crítico, no le
resultarán agradables las siguientes páginas. Pero si usted, así
como yo, anhela algo m ejor que aquello que haya experimenta­
do, si realmente desea completa seguridad de salvación, no tan
solo charlatanería teológica, si usted desea paz con Dios y la paz
resultante en el interior, entonces dé vuelta estas páginas y explo­
re conmigo este conjunto de elecciones.

Una pareja recién casada lo comenzó todo. Mientras estaban


sentados en la sala de espera del Salt Lake City Airport esperando
su vuelo, conversaban tranquilamente con la Biblia abierta sobre
su falda. El hombre era un ministro evangélico recién ordenado,
y su celo y fervor eran inconfundibles. Constituían una pareja di­
fícil de pasar por alto, tan obviamente enamorados, y sin embar­
go era esa Biblia abierta lo que los distinguía del viajero común.
Alfredo, un devoto hombre de negocios mormón, lo obser­
vaba todo. Se encontraba sentado casi enfrente de ellos mientras
esperaba el mismo vuelo. Observó la pareja tan discretamente
como le era posible, desviando sus ojos si ellos echaban una mi-

48
Un montón de decisiones
i a, l.i en su dirección. Alfredo era muy caballero y no quería que
ln consideraran como mal educado al mirar tan directamente a
alguien. Se dio cuenta demasiado tarde que la joven pareja ha­
b í, i sido consciente de sus miradas. Repentinamente se cerró la
biblia y el joven se paró y se dirigió directamente hacia este ex-
11 arto cuya atención habían cautivado tan claramente.
Alfredo había visitado a mi familia unos pocos meses antes.
I i ,i n n hombre de negocios exitoso en la zona oeste de Montana,
ti" demasiado lejos de donde vivíamos nosotros. Vino a nuestro
hogar con dos jóvenes misioneros mormones. Creo que el pro­
pósito de su visita era iluminarme acerca del mormonismo, pero
I Nos pareció tener otros planes.
Alfredo se entusiasmó tanto al enterarse de nuestro estilo de
vida, las metas que nos habían llevado a vivir en el campo, y
nuestra comprensión del evangelio que nos fuimos atrayendo
el uno al otro mientras conversábamos, formando el comienzo
d e una amistad duradera. Mientras tanto los dos misioneros es­
taban callados y se los veía incómodos, rara vez pronunciaban
palabra en tanto que Alfredo socavó la misma razón de su visita
(un su interés en nuestra religión. Alfredo me resultó un hom ­
bre fascinante, un pensador independiente que no tenía temor
d e examinar sus propias creencias y valores. Este rasgo especial
me ganó la simpatía y estaba decidido a mantenerme en contacto
I I ti i él siempre que fuera posible.

Como iba a pasar cerca de la oficina de Alfredo en uno de mis


viajes, decidí visitarlo. Estaba genuinamente contento de verme
y después de saludarnos, comenzó a contarme su experiencia en
el aeropuerto.
-Discúlpeme señor -d ijo el joven pastor al aproxim arse-. No
Imde evitar notar que observaba en nuestra dirección. ¿Le puedo
hacer una pregunta?
-C óm o no -respondió Alfredo, mientras se reconvenía inte-
i lormente por perturbar a la tranquila joven pareja.
Señor, si en nuestro vuelo tuviéramos un accidente antes de
llegar a nuestro destino y todos nosotros perdiéramos la vida,
¿estaría seguro de su salvación eterna?
-Pienso que sí -rep licó m i amigo.

49
Escape a Dios
-C o n eso no alcanza -d ijo el ferviente joven-, ¡Debiera esta
seguro! Ahora permítame hacer otra pregunta. ¿Si usted muriera
hoy, sería salvo?
-N o lo sé -fu e la honesta respuesta de Alfredo.
-Escuche -d ijo el pastor, mientras hojeaba las páginas de su
Biblia. Entonces leyó Juan 3:15 y 16: "para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para quei
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".
Juan 6:47 "D e cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene
vida eterna" Y finalmente Juan 11:25: "Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá".
-¡A h í está! -d ijo triunfalm ente-. Ahora, si tuviera que morir
hoy ¿sería salvo usted?
-S í, creo que sí -d ijo AL
-Entonces -d ijo el joven ministro reanim ándose-, usted es un
cristiano y tiene vida eterna.
-Sabes -le dijo Alfredo al joven-. Realmente admiro tu entu­
siasmo. Yo tuve esa clase de celo cuando salí a las misiones.
-¡M isiones! -chilló el joven-. ¡Solía salir en misiones! ¿Acaso
es usted un mormón? -preguntó con desdén.
- S í -d ijo Alfredo, desconcertado frente al cambio repentino.
-¿P o r qué no me dijo que era un mormón?
-Porque no me lo preguntaste.
-Bueno, lo lamento -d ijo el m inistro-, pero los mormones no
estarán en el cielo.
Con esas palabras de despedida se dio media vuelta y se
alejó.
Al terminar su historia, Alfredo lentamente se volvió hacia m í
y dijo:
-Jim , estoy confundido. ¿Puedes aclararme este asunto?
-L o intentaré -le respondí. Era claro que Alfredo no estaba
preocupado por el tratamiento injusto y prejuiciado que había
recibido. Era suficientemente inteligente como para ignorar la
irrelevancia del prejuicio de este joven. Alfredo estaba luchando
con el tema más profundo de cómo saber, realmente saber, si él
estaba salvo o perdido.

50
Un montón de decisiones
,‘i•otar -o ré en mis pensam ientos-, dame la sabiduría y las pala-
Í>ii¡‘. pura satisfacer a este hombre. Ayúdame a poder atravesar las barre-
tic ipic colocamos entre nosotros y otras personas por los prejuicios de
fllltu ión religiosa y doctrinas. Al volverme para darle a Alfredo mi
ium pleta atención le dije:
¿Me podrías dar una hoja de papel así te lo puedo ilustrar?
Alfredo me alcanzó un papel borrador. Yo busqué mi lapicera
y comencé.
Alfredo, la vida cristiana no se compone de doctrinas, cre-
di», reformas o membresía de iglesia. Ni siquiera está formada
poi las creencias, sino más bien por un conjunto de elecciones,
t uando Dios trae una verdad o nueva luz a nuestro entendimien-
le icmpre viene acompañado de una decisión. Nosotros debe-
Hnr elegir someternos o rehusar la voluntad de Dios. Cuando
Ptos lia conseguido todas mis elecciones conscientes, entonces
me l iene a mí.
I >igamos, con el propósito de ilustrar, que la vida cristiana en
|§ti letalidad está formada por cien elecciones, -le dije, colocando
§! mimero sobre el papel-. ¿Recuerdas el ladrón en la cruz? -le
■ n gunté, mirando a A lfredo-. Él asintió, así que continué.
Bueno, ese ladrón no conocía mucho acerca de la vida cris-
Üftna. Su mente puede haber estado alerta de tan solo un puña­
do de las elecciones que componen la vida cristiana, digamos
§¡Uf lal vez eran diez. Pero de aquellas diez elecciones de las que
§fn consciente, estaba completamente sometido a Dios. Cristo
podía ofrecerle completa seguridad de la salvación no a causa
do su gran conocimiento, sino porque él eligió rendirse a Dios
§n l ODAS sus elecciones conscientes. Si hubiera vivido por más
I¡0 1 upo, él podría haber tenido la oportunidad de avanzar en su
experiencia cristiana, y sus elecciones se hubieran profundizado
V ampliado para abarcar toda la gama de la vida cristiana.
líntonces, allí estaba Caifás, el sumo sacerdote judío que de­
seaba matar a Jesús. Él era consciente de muchas verdades de
l.t l'.ilabra de Dios. Poseía mucha luz, y esto le proveía tal vez
fü elecciones, -le dije m ientras escribía números en el papel-.
Un embargo, digamos que él hizo una libre decisión de some­
terse a Dios solamente en 50 de esas 70 elecciones. Él tenía más
Escape a Dios
elecciones, estaba rendido en más elecciones que el ladrón, si
embargo a pesar de su mayor conocimiento y del m ayor númer
de elecciones, estaba en rebelión contra Dios. Si hubiera estad
en la cruz en lugar del ladrón, Jesús no podría haberle dado 1
completa seguridad de la salvación. ¿Por qué? Porque no habí
sometido todas sus elecciones conscientes y rendido su voluntad
completamente a Dios, mientras que el ladrón lo había hecho.
-A lfredo -le dije-, ¿crees que Jesús vino a la tierra como tu
sustituto y pagó el precio por tus pecados?
-S í, lo creo.
-Entonces -le dije-, has aceptado a Jesús como tu sustituto.
Eso es bueno, pero no es en sí mismo completo. Debes tener a
Jesús como Señor en tu vida. ¿Te encuentras, en este momento,
en completa sumisión a todas tus elecciones conscientes? ¿Te en­
cuentras en paz con Dios?
-N o , no estoy-, contestó Alfredo sosegadamente.
-Entonces no has aceptado a Cristo como tu Señor, y sin esto,
tu deseo de tenerlo a él como tu Salvador no es suficiente para
traerte paz con Dios en esta vida, o salvación en la vida futura.
¡Porque ambas son inseparables!
-¿Te das cuenta, Alfredo? La vida cristiana no es tanto un
asunto de cuánto conoces o cuán activo eres, sino si todas tus
elecciones conscientes están rendidas en el presente a la volun­
tad de Dios. Todas las elecciones conocidas del ladrón en la cruz
estaban rendidas. Por lo tanto, le pertenecía un 100% a Dios aun­
que hubieran podido haber áreas en su vida que necesitaban co­
rrección de las cuales él no era consciente.
-P ero Alfredo, digamos que un hombre, cualquier hombre,
se resiste obstinada y persistentemente en tan solo un área, y su
resistencia eventualmente lo guiará a unirse en la gran rebelión
contra Dios comenzada por Satanás mismo. No importa cuánto
sean atraídos nuestros corazones por su amor, una resistencia de­
cidida a su liderazgo finalmente nos terminará destruyendo, así
como lo hizo con Lucifer.
-Com prendo, Jim. Nunca antes había comprendido esto -d ijo
Alfredo, luchando obviamente para terminar de entender esta
nueva interpretación-. Gracias.

52
Un montón de decisiones
N11 conversación con Alfredo terminó allí, pero hay más en
■ iiisloria bíblica que podríamos comprender. Otros dos hom-
i’H hicieron elecciones de las cuales podem os aprender durante
at]iii'l mismo día. El primero fue Pedro. Él había seguido a Jesús
(a mayor parte de su ministerio activo. Tuvo mucha oportuni­
dad y había estado expuesto a gran luz. Aunque era tan solo un
ÍÉíst ador, su exposición a Jesús le puede haber dado tantas elec-
■Ont's conocidas como las que tenía el sumo sacerdote. Y Pedro
islal>a en sumisión en la m ayoría de ellas. Sin embargo, en unas
áreas pequeñas, no quería someterse. Su deseo de exalta­
ción propia, su orgullo nacional cultivado, y su obstinada segu­
ridad propia no estaban rendidas a Dios. De aquí que pronto se
|in mitró negando hasta que conocía a Jesús. Era un discípulo de
1 1 i ii i, y había fallado porque no había sometido todas sus elec-
ÉfFH's conocidas.
Jesús es el otro hombre que se enfrentó con elecciones aquel
día |osús demostró tan solo sumisión y rendición a la voluntad
tlt i.ii Padre en sus elecciones, pero la lucha es evidente en sus
■it-yi is a su Padre en Getsemam: "Padre mío, si es posible, pase
de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. [...]
■ id re mío, si no puede pasar de m í esta copa sin que yo la beba,
B ig ase tu voluntad" (Mateo 26:39, 42).
El debía elegir, así como lo hacemos nosotros. Si queremos
■d> >|dar la actitud de Jesús de "no sea como yo quiero, sino como
esto nos llevará a escoger correctamente aún cuando no nos
(unte.
i Es en este punto que muchos están confundidos y les resulta
ditii il vivir la vida cristiana, porque transform arse en cristiano
es una decisión de una vez sino más bien las que se hacen
prtimito a minuto en forma continua, perm itiendo que Dios me
poHea totalmente.
I )ia a día salgo para vivir por Jesús. Mi centro es estar en su
iluntad, su camino. M uchos intentan lograr esto mediante su
fipnpi.i humanidad. Se lanzan con su poderosa fuerza de volun­
tad y sus dientes apretados decididamente a vivir la vida cristia­
na Esto siempre termina en derrota.

53
Escape a Dios
¿Cómo, entonces, es posible vivir cada día, cada hora, cade
m omento para la gloria de Dios? Es m uy sencillo. Debemos vi'
vir como lo hizo Jesús. Cada mañana Jesús dedicaba tiempo a
estar con Dios. Nosotros también, debemos dedicar tiempo )
dedicarnos a nosotros mismos a Dios cada mañana, para ren
dirnos al mismo comienzo de cada día. No puede ser una eos
apurada sino que debe permitirnos el tiempo necesario para es­
90232353484848
tar en comunión con Dios y para escuchar realmente lo que él
nos está diciendo individualmente. Dios nos habla a través de la
Biblia, la naturaleza, su providencia y las impresiones en la m en­
te. Entonces, después de estar en comunión con nuestro Padre y
asegurarnos de que nada nos impida escuchar su voz, podemos'
descansar seguros de que él nos va a guiar.
Cuando dejamos nuestro lugar de tranquila devoción, es
esencial que llevemos a Dios con nosotros de modo que podamos
estar en comunión con él a través del día. Necesitamos aprender
a preguntar "¿qué quieres que haga?" (Hechos 9:6). Dios desea
que sepamos que no estamos solos en esto. Necesitamos ayuda
de una fuente exterior a nosotros mismos al comienzo de cada
día y luego durante todo el día. Al ir aprendiendo a ser sensibles
a las impresiones del Espíritu Santo sobre nuestros corazones, y
al aprender a someter nuestras voluntades a hacer siempre su
voluntad, así es como "[...] vive Cristo en m í" (Gálatas. 2:20).
Pero entonces viene la tentación, quizá la misma tentación a
la que tantas veces nos hemos rendido antes. En el pasado, he­
mos apretado nuestros dientes y tratado de resistir la tentación
hasta que sucedían una de dos cosas, o caíamos o nos obligába­
mos a nosotros mismos a obedecer. No se encuentra paz y gozo
en semejante experiencia. Amigos, el verdadero conflicto de la
tentación ocurre en el corazón. Primero debo decidir si deseo
permanecer rendido a Dios. Cuando la rendición es mi decisión,
entonces el yo muere, se gana la victoria, y Dios suple todo el
poder para enfrentar la tentación.
Esta experiencia es difícil porque el yo debe morir, pero ¡es el
único sendero para encontrar la paz y el gozo como cristianos!
Ahora, tomar una decisión no me da ningún mérito para con
Dios. No soy salvo por mis elecciones. El mismo deseo de tomar

54
Un montón de decisiones
■ división de sumisión a Dios es un don de su gracia. La salva­
ción es totalmente un regalo de Dios, sin embargo es esa decisión
til B((metimiento la que le permite a Dios la libertad de transfor-
|p¡u nuestras vidas mediante el ministerio de su gracia sobre el
p ra/ n n humano.
I I vitalmente importante que veamos esto, porque la m ayo­
ría *le los que han tomado el nombre de Cristo viven una extraña
iííMlgama entre Cristo y el yo, contendiendo por el liderazgo de
ia vida. Este tipo de vida cristiana es como un yoyó, continua-
fttpnir arriba y abajo. Ser nacidos del Espíritu es ir de esta expe-
B iiu ia a permitir que Cristo sea el único gobernante de nues-
vida. Cuando termina esta amalgama, hay descanso para el
pin a. Entonces aprendemos la verdadera ciencia de la salvación
■ vi lenguaje del cielo, que es tan simple como perm itir a Cristo el
■ m p le to acceso a todas mis decisiones y entonces, por su gracia,
■ lid iante una fe viviente, decir sí a Dios y no al yo.
< nda decisión con la cual nos enfrentamos nos ofrece una
b t i r t unidad para que escojamos rendir nuestra voluntad y ca­
n in o s a Dios. La Biblia habla de esto como una muerte al yo.
■ iEllo lo ilustra de la siguiente manera: "Si el grano de trigo no
Éit- t u la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho
B u l o " (Juan 12:24).
¿Cómo crece el trigo? Debe ser enterrado en la tumba, por así
dr. irlo, y por el resto de la vida de la planta saca fuerzas de su
hnnlM. Los cristianos deben vivir de la misma manera, arraiga-
fltn cu el Calvario; no m eram ente un asentimiento al Calvario,
Éjuo entrar a una verdadera experiencia de Calvario.
No, no podemos m orir por los pecados como lo hizo Cristo,
feriu podemos morir al pecado. Pablo escribió acerca de esto en
(MI.ilns 2:20: "C on Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
■ v i i yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
■V n en la fe del Hijo de D ios".
Pablo también dijo: "C ada día m uero" (1 Corintios 15:31).
I Ihvi. i mente, Pablo no moría literalmente. Se refería a la verda-
■riti experiencia cristiana, donde nosotros debemos morir al yo
■ a ria mente. Somos anim ados a seguir el consejo: "consideraos

55
Escape a Dios
muertos al pecado, (y al yo) pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro" (Romanos 6:11).
La decisión de morir al yo y de someternos a la voluntad de
Dios está bien ilustrada en la Escritura. Quizá 2 Corintios 4:11
lo explica mejor: "Porque nosotros que vivimos, siempre esta­
mos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal". Esto es el
verdadero cristianismo. Permítanme ilustrarlo.
Una fría mañana de invierno no hace mucho tiempo, me des­
perté a la hora normal y pasé más de dos horas en el estudio
de la Biblia y en oración. Busco a Dios de mañana, conociendo
mis propias debilidades y dándome cuenta que la experiencia
de ayer, no me salvará de las pruebas de hoy. Cada mañana jus­
to antes del desayuno, nos reunimos juntos para adorar a Dios
como familia y para pedir su guía y protección durante el día. Es
una hora especial para nuestra familia y nos acerca entre noso­
tros con fuertes lazos de amor, que perduran durante el día.
Luego de nuestra hora de culto familiar, miré hacia afuera por
la ventana a la hermosa vista de otros 40 centímetros de nieve
esponjosa. Mi esposa estaba haciendo waffles, y podía ver la salsa
de arándanos hirviendo sobre la cocina para acompañarlos. A mí
me encantan los waffles, y añadirle la salsa de arándanos es así
como la cobertura de una torta. Con uno de mis desayunos fa­
voritos en camino, decidí tomar unos pocos minutos mientras se
cocinaban los waffles para limpiar de nieve la entrada de autos.
Cae mucha nieve en este valle montañoso donde vivimos;
muchos metros cada invierno, y existen varias formas en que
podemos sacar la nieve. Puedo usar una pala de nieve, la forma
más difícil, o puedo usar nuestra máquina quita nieve, que resul­
ta mejor, pero poco después de mudarnos a este paraje solitario,
decidí que necesitaba una pala que encajara en mi Toyota Land
Cruiser.
Recordarán que estábamos viviendo con un presupuesto re­
ducido y una pala de 3.000 dólares con un sistema hidráulico
para elevarla se encontraba totalmente fuera de nuestro alcance.
Sin embargo, usando un poquito de ingenio e invirtiendo alrede­
dor de 60 dólares en algo de madera, construí una pala en forma

56
Un montón de decisiones
¡(i "V" con tablas de madera y las cubrí con lata. Enganché esto
m la parte del frente de mi paragolpes, de manera que flotaría
libremente sobre el camino, limpiándolo así de la nieve y aho-
11 ándome una gran cantidad de tiempo.

Me sentía muy complacido con mi pala casera, y aunque no


s i .1 necesariamente hermosa, sí lo era el esfuerzo que me ahorra­
ba. Recorriendo la entrada a mi casa con la nieve fluyendo desde
la pala a cada lado, estaba disfrutando el escenario de una tarjeta
sis- navidad y pasando un día fantástico con el Señor. Mi entrada
i", de un medio kilómetro de extensión, y hacia el final podía ver
un gran montículo de nieve dejado allí por la inmensa máquina
■|tiilanieves municipal.
Sentí la dulce y apacible voz de Dios que me advertía que no
■t«-Iría tratar de abrirme camino a través de ese montículo, pero
la descarté. Después de todo, había atravesado parvas de nieve
antes. La pala pasó por encima del montículo y luego cayó ha-
•i.i la superficie del camino. Mientras que la pala descendía, mi
Vehículo pasaba sobre la gran pila de nieve. Así, cuando la parte
.li'lantera del vehículo comenzó a caer nuevamente hacia el ca­
mino, se trabó fuertemente sobre la pala quedando en el aire. Las
1 1 icdas delanteras quedaron inutilizadas.

Mi vehículo de doble tracción quedó varado. Estaba atascado


con mi camioneta bloqueando el camino, y comencé a preocu­
parme porque donde yo vivo hay una larga curva ciega, y cual­
quiera que subiera por ese lado podría chocarme fácilmente sin
iquiera tener la oportunidad de parar. Justo cuando se comen­
zaba a levantar esta ansiedad en mi carne, el Señor llamó a mi
corazón.
Jim, ríndeme esto a mí, dijo esa dulce y apacible voz.
Había escogido aquella mañana rendir todas mis elecciones
a él. Ahora tenía que renovar esa decisión, y aunque odiaba los
inconvenientes, escogí rendir mis pensamientos y sentimientos.
Entonces rápidamente añadí: Señor, estoy en una posición peligrosa
aquí. Yo sé que por nuestro camino hay muy poco tránsito, pero por
invor no permitas que me choquen aquí.
Solo había una cosa para hacer. Tenía que meterme debajo del
vehículo y levantar con el gato la parte delantera. Esto me permi­

57
Escape a Dios
tiría desconectar la pala y sacarla del camino. Sin la molestia de
la pala, podría bajar el vehículo al suelo y reinstalar la pala.
Arrastrándome debajo de la parte delantera me encontré in­
mediatamente enfrentando una nueva frustración y con la tenta­
ción de alejarme de Jesús y dar rienda suelta a mis sentimientos.
Cuando se está paleando nieve esponjosa y se arrastra debajo de
un motor caliente, toda nieve que se ha acumulado en el chasis
se derrite. Sentí como que estaba en una ducha. Estaba goteando
sobre mi cara y cuello expuestos. Como si esto no fuera suficien­
temente malo, las gotas caían en mis ojos, lo que hubiera sido
suficientemente irritante con nieve limpia derretida, pero lo que
caía en mis ojos acarreaba toda la suciedad del chasis directa­
mente a mis ojos. Inmediatamente, sentí el deseo de tener auto
compasión. Estaba tan tentado a decir "pobre de mí" y dar rien­
da suelta a mis sentimientos.
¿Por qué no me los rindes? -llam ó Dios en su suave voz a mis
pensamientos.
Pero, Señor -respondí. ¡No me gusta esto!
Jim, no es cuestión de si te gusta. Se trata de tu disposición a rendir­
me aún estas irritaciones. ¿Se dan cuenta? La rendición del yo es la
sustancia de las enseñanzas de Cristo. Todavía estaba aprendien­
do esta dura lección.
Está bien, Señor, te entrego estas circunstancias, respondí. Solo te
ruego que no permitas que me choquen en el medio del camino.
Casi instantáneamente, pude escuchar que se aproximaba
otro vehículo por el camino. ¡Oh, no! pensé, y mientras me apre­
suraba a salir de abajo de mi camioneta, me golpeé la cabeza con
el motor. Fue un lindo y duro golpe, de esos que dejan un chi­
chón en el cráneo. Señor, dije, ¡esto no es justo, y no me gusta!
Rinde esos sentimientos a mí. No les des lugar. Yo estoy contigo.
Una vez más debía escoger, y una vez más mediante la gracia
de Dios me sometí a él y gané la victoria sobre mis pensamientos
y sentimientos. La fe no es tan solo creer en Dios sino también
una rendición de todas mis elecciones a él: cada día, cada hora,
momento a momento.
Mirando hacia el vehículo en el camino, noté que paraba, y
dos hombres descendieron de él. Eran tramperos y vinieron para

58
Un montón de decisiones
investigar. Miraron mi pala y el lío en el que me encontraba con
■Iiversión. Ni siquiera me habían saludado y se estaban burlando
<le mi pala. Tenía ganas de ponerlos en su lugar, pero el Señor me
habló otra vez y me pidió que rindiera esa irritación a él.
-¿P or qué no consigues una pala de verdad? -dijo uno de los
hombres.
Podía sentir cómo se levantaba el enojo en mi interior. Mi car­
ne deseaba resucitar y devolvérselas. Otra vez, Jesús me llamó a
11 'n diría y por su gracia mediante la fe, tomé la decisión de rendir

I esos sentimientos a él. El evangelio es muy simple. Es tan solo


una cuestión de decir sí a Dios y no al yo. Esa es la fe que obra.
-M iren -les dije-, estoy en aprietos. ¿Podrían enganchar una
I cadena a mi pala y usar su camioneta para sacarla de allí abajo?
Así podré engancharla de nuevo en un minuto y salir del medio
i leí camino, para que ustedes pueden continuar su viaje.
Consintieron en hacer esto y en unos minutos me encontraba
I en condiciones de seguir trabajando. Les agradecí y siguieron su
I camino. Mi hijo menor, Andrew, vino por el camino desde la casa
■ a esta altura. Para entonces, mi esposa sabía cuánto debería lle-
I var limpiar el camino de entrada, así que se imaginó que tendría
i|U e haber un problema y lo mandó a él para saber cómo estaba.
I Viendo que estaba bien, me preguntó:
-¿Q ué pasó?
-E s una larga historia -le contesté.
Bueno, si estás bien -continuó Andrew -, voy a la casa de los
i vecinos. Han salido y yo les prometí alimentar a Odie.
Sentía que acababa de luchar en una guerra y había ganado,
líran solo las 9:00 y estaba exhausto. Anteriormente cualquiera
j ile esos inconvenientes por sí solo hubiera sido suficiente para
hacerme soltar de Jesús y dar lugar al yo. Tristemente podía re­
bordar demasiado bien, que cuando me rendía ante las frustra-
i iones, me descargaba con mi esposa y mi familia. Me irritaba
[ con ellos como si fuera su culpa. Eso es lo que causa el pecado
en nuestras vidas. Nos hace infelices a nosotros y a todos los que
nos rodean.
-A ndrew -le dije-, ¿por qué no subes a la camioneta? Te voy
I a llevar hasta allí. Puedes alimentar al perro mientras yo saco la

59
Escape a Dios
nieve de su entrada. De ese modo cuando regresen a casa, esta­
rán complacidos de no tener que hacerlo ellos.
¡Fantástico! -dijo Andrew y nos fuimos por el camino hasta la
casa de los vecinos-. Descendiendo por su larga entrada, ya ha­
bía limpiado la mayor parte cuando me topé con cuatro árboles
que habían caído sobre el camino en la nieve.
¡Estaba atascado! No podía retroceder por causa de la pala
casera, y ahora no podía continuar hacia adelante. Sentí que no
debería haber salido de la cama aquella mañana. Otra vez debía
escoger someter mis sentimientos y pensamientos a Dios. Porque
es solo por una constante renuncia al yo y una continua depen­
dencia de Cristo que podemos vivir la vida cristiana.
-A ndrew -dije por fin-, sigue adelante y alimenta al perro,
voy a conectar la radio y pedir a mamá que me envíe a Matthew
con la motosierra así podemos sacar esos árboles y volver a casa.
Así que él se fue a la casa. Sally prometió enviar a Matthew ense­
guida y yo salí de la camioneta para evaluar la situación, solo para
caer en la cuenta de que tenía una de las cubiertas pinchadas.
¡No, Señor. Esto ya es demasiado. No quiero tener una goma pin­
chada!, chillé. Inmediatamente escuché la burlona sugerencia de
Satanás: /Date por vencido! No vale la pena. Entonces con la misma
rapidez, escuché la voz animadora de Dios: No necesitas darte por
vencido, Jim. Puedes decidir continuar aguantando si lo deseas.
Está bien, Señor. Te someteré esto. Pero me estoy cansando, Señor.
Saqué el gato y procedí a cambiar la goma. Para entonces, Andrew
había regresado.
-¡Odie no me deja entrar por la puerta! -exclam ó él.
Quería enojarme aún con otra persona, y otra vez sentí la res­
tricción del Señor para mantenerme tranquilo y hablar amable­
mente a mi hijo. Matthew tendría que haber estado aquí para
entonces, pero no se encontraba a la vista. Una vez más la carne
deseaba resucitar y pensar toda clase de males acerca de mi hijo
porque no estaba aquí en el momento en que yo sentía que debe­
ría estar.
Jim, habló la voz dulce y apacible de Dios en mi mente, rínde­
me esos pensamientos. Si te has controlado hasta aquí, no te rindas aho­
ra. No te dejaré ni te desampararé. Por favor, no me abandones, Jim.

60
Un montón de decisiones
Muy bien, Señor. Voy a ir a buscarlo.
Saliendo para ver qué había pasado con Matthew, apenas
habíamos subido el camino de entrada antes de que él llegara
ladeante con la motosierra. Lo que más me sorprendió fue que
obviamente él había estado trabajando duro. Estaba transpiran­
do y cubierto de aserrín y astillas de la motosierra.
-P apá -estuve cortando los gajos de los árboles que estaban
inclinados sobre nuestra entrada y ...
-N o importa hijo -le dije-. Hablaremos sobre eso más tarde.
No había forma en que pudiera confiar en mí mismo para ha­
blar a mi hijo en ese momento. Los impulsos del Señor eran cla-
i(>s. Además, no importaba dónde se había roto la comunicación,
la motosierra estaba allí ahora, y casi podía saborear los waffles.
-M atthew -le dije-, sube y maneja la camioneta, yo iré por
delante tuyo y voy a aserrar esos árboles para quitarlos del
lamino.
Eso es lo que hicimos y pronto poco después habíamos saca­
do el último árbol. Así que les dije a los muchachos:
-Escuchen, yo voy a limpiar el área cercana al garage. Matthew,
ve hasta la casa con tu hermano y ayúdalo a alimentar al perro.
C)die te conoce muy bien. Estoy seguro que te dejará pasar.
Mientras terminaba de barrer en frente del garage, podía ver
que los muchachos tenían problemas. El perro no los dejaba en-
Irar al porche para alimentarlo.
-N o nos deja pasar -dijo Matthew.
Inmediatamente surgió la tentación en la carne de quejarme
de mis muchachos y tenía deseos de decir: ¡Ustedes no pueden
hacer nada solos! Gracias al Señor, él no me había abandonado.
I staba aún allí, rogando a mi corazón. El diablo estaba diciendo:
¡Suéltate! ¡Date por vencido y suéltate! Dios también se encontra­
ba allí. Me estaba susurrando: ¡Aguanta Jim! Sosténte de mí. No
tienes que separarte de m í y decir palabras de las cuales te lamenta­
rás. Ninguno de nosotros debe soltarse. Es siempre un asunto de
decisión.
-Escuchen, chicos -dije. Yo voy a sostener al perro, y cuando
lo haga, ustedes corran y coloquen la comida y el agua en el piso

61
Escape a Dios
tan rápido como puedan. Entonces iremos a casa y desayunare­
mos. ¡Estoy con hambre!
Entonces me dije a mí mismo: Señor, por favor, no permitas que
el perro me m uerda! ¡Eso ya sería demasiado!
Odie no es un perrito de juguete. Es un perro esquimal y es
tan grande y fiero como el nombre de su raza. Lo tomé y lo en­
ganché por el cuello. Él gruñía y resoplaba luchando con todas
sus fuerzas. Mis muchachos nunca se movieron tan rápido mien­
tras alimentaban y le daban agua al perro. En muy poco tiempo
habían salido de la casa. Tan pronto como lo dejé ir, el perro co­
rrió a su plato y comenzó a comer. Cerré la puerta de la cabaña y
agotado subí al asiento del conductor.
-¡Vas muy bien, papá! -m e animaron los chicos. Nadie conoce
tan bien nuestras luchas como nuestras familias. Mis hijos sabían
que su padre normalmente hubiera estado realmente molesto,
con solo una fracción de los problemas que había enfrentado esa
mañana.
-Bueno, alabado sea el Señor -alcancé a decir débilmente-.
Pero me estoy cansando. Siento que luché solo la Primera Guerra
Mundial, la Segunda Guerra mundial, y la guerra de Vietnam
esta mañana. Gracias a Dios ha terminado, ha terminado tod o-
dije mientras llegaba a nuestro camino de entrada.
Amos 5:19 nos cuenta de un hombre que tenía muchos pro­
blemas. Estaba huyendo de un león cuando se encontró con un
oso. Escapando de ambos, finalmente entró en una casa y apoyó
su mano en la pared, donde lo mordió una serpiente. Esa es la
clase de mañana que estaba teniendo. Había estado escapando
del león y había evadido el oso y ¿adivinen quién me estaba es­
perando en casa?
Están en lo correcto, la serpiente. Nunca existe un momento
cuando el cristiano puede descansar y decir que terminó todo.
Ese es justo el momento cuando le encanta al diablo patearnos,
sabiendo que estamos cansados y comenzando a relajarnos. Las
palabras "Gracias a Dios pasó todo" apenas habían salido de mi
boca, cuando se cayó la parte de abajo de mi pala, deteniéndo­
me casi cuando estábamos a la vista de la casa. Señor, susurré en

62
Un montón de decisiones
mi interior, ¡esto no es justo! Estoy muy cansado. Casi puedo oler los
waffles, y ahora otro problema.
Tienes razón, Jim. No son justas todas las pruebas que estás tenien-
tlo esta mañana, y no fu e justo que tuviera que dejar el cielo para morir
por tus pecados. Jim, la justicia no tiene nada que ver con la situación.
¡Tienes una elección! Esto puede ser injusto, pero todavía puedes ren­
dirme esto a m í y ganar la victoria.
Muy bien, Señor -d ije-, te lo entrego. Fui al garage para buscar
mi martillo y algunos clavos. Andrew sacó la quitanieves para
limpiar el área alrededor del garage, y Matthew fue adentro para
ayudar a su madre. Yo continué luchando con la pala. Había co­
locado un falso fondo en la pala para evitar que la nieve se acu­
mulara adentro y la empujara con el peso hacia abajo. Ahora la
clavé nuevamente en su lugar y conduje hasta la casa.
Mientras me aproximaba al garage pude ver a Andrew empu­
ja d o nuestra quitanieves a la vuelta del garage. ¡No se empuja
una quitanieves! Tiene auto propulsión. Para esto solo había una
explicación. ¡Estaba rota! ¡NO! No podía soportar otro problema.
Me sentía cansado y débil. La glucosa en la sangre estaba baja,
l istaba temblando y mientras caminaba hacia Andrew, pude es­
cuchar a Dios llamando a mi corazón, llamándome a rendirme,
¡lin vez de eso escogí desahogarme! Cedí a la irritación. En un
arrebato de ira, dejé escapar las palabras:
-¡¿Q uién lo hizo?!
Andrew detuvo repentinamente sus pasos y no dijo nada.
Matthew y Sally habían salido al porche y nos llamaron a comer,
y allí estaba yo. Todos habían visto y oído lo que había sucedi­
do. Levanté la quitanieves y caí sobre mis rodillas para descu­
brir el problema. Podía escuchar a Dios llamándome al corazón:
/ Regresa, Jim , arregla las cosas!
Pero no estaba seguro de que deseaba hacerlo. Mirando la qui-
lanieves, pude ver que faltaba un pequeño tornillo que mantenía
los engranajes en contacto con el eje de transmisión. Vivimos en
un lugar remoto, y lleva tres horas de viaje ir y volver a la ciudad
para conseguir un nuevo tornillo. Cerrando mis ojos, dije: Señor,
si hay alguna misericordia, por favor tenia de m í y perdóname.
Escape a Dios
Abriendo mis ojos, vi algo por el rabillo del ojo, una pequeña
mota negra. Caminando hasta donde estaba, vi que era el tor­
nillo. El Señor me había permitido verlo a más de 3 metros de
distancia en 40 cm de nieve fresca. ¡Qué buen Dios al que servi­
mos! Reemplacé el tornillo y me uní a mi familia a la mesa para
nuestro postergado desayuno.
Tenía una sonrisa en mi rostro que iba casi de oreja a oreja. ¡Mi
familia no lo podía creer! Podía fácilmente leer sus pensamien­
tos: ¿Cómo puedes estar sonriendo? Fallaste. ¡Todos lo vimos!
-M iren -le dije a mi familia-, sé que se están preguntando por
qué estoy tan contento, pero hoy me aferré a Jesús en las circuns­
tancias más difíciles. Hoy gané victorias sobre la irritación que
nunca había ganado antes. Sí, sé que fallé allí afuera con la quita­
nieves, y sin embargo no esperé una hora o un día o varios días
para regresar al Señor. Me arrepentí inmediatamente y pedí su
perdón, y ahora pido el perdón de ustedes. Estoy emocionado,
no porque fallé, sino porque puedo ver que el Señor está obrando
en mi vida y sé que el que en mí ha comenzado la buena obra ¡la
terminará!
Alabado sea Dios, que las cosas externas no necesitan contro­
larnos. Cuando aprendemos a escoger a Cristo como lo primero,
lo último y lo mejor en todas las cosas continuamente, pronto
nuestras decisiones se transforman en hábitos, y los hábitos for­
man nuestro carácter.
Por ejemplo, mi familia tuvo el privilegio de pasar un mes en
la isla de St. Croix. Esta isla, una ex posesión holandesa, guarda
varias costumbres europeas. La que más nos llamó la atención
era la de manejar por la izquierda o del lado equivocado en la
ruta, desde nuestro punto de vista. Después de alquilar un auto
en el aeropuerto, estacioné para que subiera mi familia y les dije
que me tendrían que ayudar a manejar este auto porque absolu­
tamente todo estaba del lado equivocado. Fue la experiencia más
torpe que pueda recordar. Tenía que forzarme a no volver a los
viejos hábitos de conducir.
Sorprendentemente, después de 30 días descubrí que podía
manejar sin siquiera pensar en sobreponerme a los antiguos hábi­
tos. Me había entrenado nuevamente, y ahora era tan fácil mane-

64
Un montón de decisiones
|.ir de la nueva manera como lo había sido la antigua. En nuestro
iegreso a los Estados Unidos, me pregunté si podría adaptarme
ron tanta facilidad a la forma anterior. No hubo problemas en la
11 ansición. Todavía podíamos manejar de la misma forma como

siempre lo habíamos hecho.


Aquí encontramos una lección que podríamos aplicar direc-
l.imente al caminar del cristiano. Es difícil que cambiemos la m a­
nera en la cual hemos respondido siempre a Dios, y muchos que
i omienzan a caminar con Dios lo encuentran tan torpe y tan hu­
millante para su yo que se sienten inclinados a abandonar. Pero
•.i perseveran, descubrirán que se vuelve cada vez más y más
l.icil la sumisión.
Sin embargo, así como descubrimos que todavía podíamos
manejar en los Estados Unidos, así descubrirá el cristiano que
puede elegir todavía regresar a la vieja vida de pecado. El libre
albedrío es precioso para Dios, y él nunca se lo quita a ninguno
«le sus hijos. En vez de esto, nos ha dado un conjunto de elec-
>iones. Estas decisiones determinan nuestro destino eterno como
lambién nuestra felicidad presente. Escapar a Dios es simple­
mente devolverle todas nuestras elecciones continuamente hasta
que el hábito se transforma en carácter y ¡somos completamente
suyos!

65
CAPÍTULO 5

Donde te eaxuew tr^

"Ciertamente Jehová estaba en este lugar


y yo no lo sabía" (Génesis 28:16).
"He aquí, yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20).

arece que aquí es exactamente donde terminamos:


Polebridge, Montana, el fin del mundo. A 80 km de dis­
tancia de la ruta pavimentada más cercana o de los servicios de
electricidad. Pero a unos pocos kilómetros al norte está la fron­
tera con Canadá. Debido a la población relativamente escasa de
nuestro valle apartado, un accidente o herida puede tornarse en
una situación seria, en una amenaza de vida. Puede ser que no
pase nadie por allí durante mucho tiempo, quizá por horas, hasta
podrían ser días. De aquí que nuestra seguridad está siempre en
nuestro Compañero Divino. ¡Él nunca nos deja solos!
El otoño en las montañas es una estación hermosa con días
frescos y colores fantásticos. Ese día particular de otoño, mi es­
posa estaba dándoles clases a los chicos mientras que yo me di­
rigí afuera a cortar algo de leña. La experiencia ha sido un buen
maestro. Estaba decidido no solo a obtener suficiente leña para

66
Donde te encuentres, Dios está allí
el invierno entrante, sino a mantener mi blanco a largo plazo de
contar siempre con dos años de stock de leña por adelantado.
Ileseaba estar preparado en el caso de que me encontrara herido
II enfermo y no pudiera hacer labores físicas pesadas. Dos años

<lc provisión me darían suficientes reservas para prevenir una


crisis.
Dirigiéndome hacia el norte del valle a Teepee Lake, salí del
camino en un área donde había notado algo de leña seca ante­
riormente esa estación. Mientras estacionaba mi vehículo vi un
pequeño barranco de no más de 10 metros de altura, ese árbol
1labia caído y estaba descansando entre dos otros árboles. Era
de unos 45 cm de diámetro , gris, claramente muerto y seco, así
que hice un registro mental de guardar lugar para aquel árbol y
Iirocedí a cortar los otros árboles que había venido a buscar.
Trepando por el pequeño barranco, me ubiqué abajo del árbol
inclinado y comencé a trabajar desde la copa del árbol hacia su
base, cortando secciones de 40 cm del tronco para mi estufa a
leña. Mientras caía cada sección del tronco al suelo, la empuja-
I>a suavemente con mi talón hacia afuera del borde del barranco
detrás de m í para que rodara por la profunda inclinación. Los
Ironcos caían cerca de mi vehículo.
Este sistema funcionaba muy bien, aunque requería que per­
maneciera al borde del barranco, había suficiente lugar para rea­
lizar la operación, así que no lo pensé dos veces. Cuando estaba
llegando a la sección que estaba colgando entre los árboles y co­
mencé a hacer el corte que liberaría el tronco, sentí la impresión
en mis pensamientos de que debería moverme al otro lado del
árbol. La descarté. Después de todo, mi sistema de cortar las sec­
ciones había funcionado perfectamente.
Sin embargo, esa mañana le había pedido al Señor que me
guiara y dirigiera. Deseaba que él fuera mi Compañero constante
y le dije al Señor que cuando él me impresionara a hacer algo,
obedecería. La impresión vino otra vez y esta vez me detuve.
Señor, ¿eres tú? ¿Estás tratando de pedirme que me mueva del otro
lado?, oré silenciosamente. Sí, Jim, vino la respuesta clara.
M uy bien, Señor, dije cambiando mi posición al otro lado del
árbol, pero esto es ridículo.

67
Escape a Dios
Para terminar el corte que había comenzado del otro lado,
miré asombrado cómo cientos de kilos de tronco se quebraban
para caer justo en el lugar donde me había encontrado ubicado
momentos antes. No me había dado cuenta que cuando el árbol
había caído, se había apoyado entre los otros árboles con tremen­
da tensión. En esencia había estado como sobre un resorte, espe­
rando que lo librara con ese último corte fatal.
Me sentí débil y me di cuenta de lo que hubiera significado
aquel impacto si no me hubiera movido de lugar. Ese tronco
hubiera transferido la energía cinética de su movimiento a un
impacto aplastador sobre mis piernas al nivel de las rodillas, ha­
ciendo un efecto de catapulta tirándome sobre el borde del ba­
rranco con la motosierra todavía funcionando en mis manos para
aterrizar unos 10 metros más abajo. Probablemente me hubiera
matado directamente por el impacto y la subsecuente caída con
la sierra. De no ser así, había pocas probabilidades de que pudie­
ra haber sobrevivido hasta que alguien me hubiera encontrado.
Nadie sabía exactamente dónde me encontraba.
Comprendí, sin lugar a dudas, que el Señor me había salva­
do en el último instante, de un accidente serio, o más bien de la
muerte. Estaba aprendiendo que el Señor estaba allí, aún en ese
valle solitario, listo para ayudarme antes de que me diera cuenta
de que esa ayuda era necesaria.
Efesios 2:8 lo dice así: "Porque por gracia sois salvos por me­
dio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios". La gra­
cia es la continua presencia de Dios en mi vida. Me busca, me su­
plica, y me guía, tratando de salvarme de mí mismo. Si tan solo
escucho, el Espíritu me guiará, me dará poder y me protegerá.
Si Dios hace todo esto, entonces ¿cuál es mi arte? Debo es­
tar dispuesto a rendirme continuamente a las impresiones del
Espíritu. ¡Eso es fe! Es la decisión consciente de cooperar con su
presencia. Es lo que produce toda la diferencia entre ser lanzado
por sobre el borde de un barranco pronunciado o dar un paso
adelante con nuestro Ayudante Divino.
El Glacier National Park y su área circundante es el escenario
de la mayor concentración de osos pardos que se encuentra en
todos los Estados Unidos, exceptuando Canadá. Cada año nos

68
Donde te encuentres, Dios está allí
lrae historias de ataques de osos a personas que visitan el par-
i|iie. Obviamente, los osos no leen mapas geográficos. Si lo hicie­
ran, notarían que cruzando el río salen del Glacier National Park y
entran en el Servicio de Guardabosques de los Estados Unidos,
que limita con nuestra propiedad. Pero los límites hechos por el
hombre no significan nada para estas criaturas, cuyas acciones
no se pueden predecir en muchas ocasiones.
Cuando nos mudamos a las montañas establecimos residen­
cia próximos a estos animales grandiosos, teníamos amigos que
nos habían sugerido seriamente que nos armáramos para defen­
dernos de la amenaza que significaban estas criaturas salvajes.
Itechacé esta idea. No podía creer que el mismo Dios que nos
había guiado hasta aquí iba a permitir que fuéramos atacados o
comidos por un oso. De aquí que, descansé en el conocimiento
ile que el Señor estaría conmigo, porque era la gracia de Dios que
n o s había traído a Sally y a mí a este prístino valle solitario.
La adaptación de Sally a estos vecinos cubiertos de piel estaba
entorpecida por sus experiencias pasadas. Cuando ella era joven,
sus hermanos mayores le habían hecho el chiste de decirle que
mi oso vivía debajo de su cama y que iba a saltar y agarrarla.
I lasta que fue suficientemente grande como para darse cuenta
<k‘ la tontera de semejante concepto, vivió con temor de que esto
pudiera suceder realmente. Así que mi querida esposa vino a
este paraje solitario de Montana con un temor hacia los osos lar­
ga y profundamente cultivado.
El problema era que los osos de Montana no eran meros obje-
li >s de la fantasía de la niñez; eran una escalofriante realidad para
Sally. Aunque estos animales no saltarían de abajo de su cama
■orno había aprendido a temer mientras crecía, podían salir de
los bosques sin la más mínima advertencia de su presencia. Solo
Aquellos que han estado en contacto con osos salvajes pueden
apreciar cuán suavemente se puede mover ese gran animal atra­
vesando los bosques.
Es difícil sacarse de encima temores cultivados, y aún más
difícil si aquellos temores tienen alguna base en la realidad. Eso
•n justamente lo que tuvo que hacer Sally y significó una lucha.
I lia había leído que "[...] el perfecto amor echa fuera el temor"

69
Escape a Dios
(1 Juan 4:18). También había leído: "Yo Jehová les seré por Dios
[...] y estableceré con ellos pacto de paz, y quitaré de la tierra las
fieras; y habitarán en el desierto con seguridad, y dormirán en
los bosques" (Ezequiel 34:24, 25). Una y otra vez, estos viejos
temores surgían tan reales como nunca y su única salida era ren­
dirlos a Dios y confiar en su fiel Compañero. Lentamente estaba
aprendiendo que donde Dios está, no necesita habitar el temor.
Fue una batalla continua en contra de antiguos hábitos e inclina­
ciones hasta el día en que se encontró con el viejo castigo cara a
cara.
Nuestros amigos nos habían contado de una madre osa en
nuestra área que tenía tres oseznos con ella esa primavera. Los
trillizos son un poquito menos comunes que los mellizos, así que
esperábamos que pudiéramos verlos. Le presentamos nuestro
deseo al Señor durante el culto de familia una mañana y oramos
que el Señor abriera una oportunidad para que pudiéramos ver
esta osa con sus oseznos.
Por supuesto, Sally añadió, "sin peligro Señor". Después del
culto notamos que había un osezno en un arbolito a unos 40
metros de nuestra ventana. Y sí, efectivamente había otros dos
oseznos en el suelo junto con la gran osa por allí cerca. Mientras
observábamos por la ventana, podíamos ver la nariz de la osa
moviéndose para analizar los aromas que le estaban llegando.
-O h, miren -com entó Sally-, les aseguro que está oliendo los
waffles que se están cocinando. ¡Y así era! Observamos con asom­
bro cómo la osa se posaba sobre sus cuatro miembros y se dirigía
hacia el porche. Era una mañana de primavera tibia, y lo único
que impedía que la osa entrara a la casa era una delgada puerta
de tejido, que podía atravesar si lo deseaba.
Sally, siendo por naturaleza práctica, se movió rápidamente
a la entrada, con la intención de cerrar la pesada puerta interior,
sin embargo, al llegar a la puerta la osa no estaba allí, así que
Sally abrió la puerta de malla metálica y miró hacia afuera mien­
tras la osa se subía sobre la baranda del porche y al porche. Nada
impedía que la osa caminara cortésmente los escalones del por­
che, pero trepar sobre la baranda parecía resultarle más cómodo.
Cuando se es un oso, pocas personas cuestionan sus modales.

70
Donde te encuentres, Dios está allí
Sally había retrocedido permitiendo que se cerrara la puerta
de tela metálica, pero nunca llegó a cerrar la puerta interior. Con
mis dos niños observamos con las bocas abiertas cuando ella se
quedaba frente a la puerta mientras la osa se acercó directamente
a la puerta. Sally parecía paralizada mientras la osa permanecía
allí, con solo una puerta de tela metálica para separarlas, eva­
luándose una a la otra.
Entonces ella comenzó a hablar:
-¡O h, tu piel es reluciente ¡¡Eres hermosa! -¡M i esposa le es­
taba hablando dulcemente a un oso! No lo podía creer, y el oso
parecía disfrutarlo. Sally siguió, admirando cada cosa desde las
garras de 8 centímetros hasta los grandes dientes que ella exhi­
bía. Entonces volviéndose hacia nosotros nos llamó:
-¡Vengan, vengan acá para verla! -N osotros no estábamos tan
ansiosos de venir más cerca. Después de un pequeño bocado, la
osa cayó al piso y salió del porche por la baranda. Reunió a sus
oseznos y se fue para hacer los negocios de osos que tuviera en la
agenda aquella mañana.
Repentinamente, Sally cayó en la cuenta de lo que había he­
cho y, volviéndose a mí, exclamó: "¡Estoy libre! ¡Estoy libre!" ¡Y
así era! Su viejo temor se había desvanecido. Cuando hablamos
más tarde, le pregunté porqué había reaccionado con la osa de
esa manera. Ella me dijo muy segura:
-¡P o r qué me lo preguntas? El Señor trajo los osos. Yo sabía
que no había peligro.
La gracia de Dios la había librado interiormente. ¡Ella estaba
realmente libre! Su presencia continua la había sostenido duran­
te su prueba. Los osos continuaron visitándonos ocasionalmente,
proveyendo la oportunidad de desarrollar una amistad durade­
ra con uno de sus oseznos. Pero esa es una historia de osos para
un libro en el futuro.
En cuanto a Sally, esta experiencia alteró para siempre su ac­
titud en relación con los osos. Pero, permítame preguntarle: ¿Se
acercó Dios a nosotros aquel día y obró un milagro? ¿O Sally sim­
plemente había llegado a ser consciente de su continua presencia
con nosotros? Amigos, es nuestra conciencia de la continua pre­
sencia de Dios con nosotros la que abre las avenidas del corazón

71
Escape a Dios
para ver y comprender las poderosas obras de Dios en nuestro
favor.
La mayoría de nosotros guarda un concepto de Dios en el que
está sentado en su trono en el cielo e inclina un oído hacia noso­
tros, alterando ocasionalmente los eventos de la vida en respues­
ta a nuestros pedidos. La mayoría de nosotros ve a Dios de algún
modo como lejano, así como los monarcas en la tierra, que están
dispuestos a venir en nuestra ayuda si los necesitamos, pero ra­
ramente se mezclan con la gente común. Visite cualquier reino
que todavía sobreviva y hable con los súbditos, y descubrirán
que ellos se sienten incómodos con la inmediata presencia de la
familia real.
De la misma manera, si le fuera posible leer los corazones y
pensamientos de sus congéneres humanos, descubriría que mu­
chos, sino la mayoría, se sienten incómodos con la idea de un
Dios omnipresente. Cuando uno capta la realidad de Dios como
nuestro constante Compañero, se produce un cambio correspon­
diente en conducta y actitud. La conducta que podría tener lugar
fuera del contexto de la presencia de un rey desaparece cuando
él es visible. Esto sucede después de todas las reacciones nor­
males de una persona que ha comprendido que se encuentra en
la presencia de alguien mayor que sí. Aquellos que encuentran
incómodo este ambiente, que no están dispuestos a sostener un
standard más alto, se distanciarán del rey.
No importa cuánto pueda desear el pecador evadir a Dios
o negar su existencia, todavía sigue siendo imposible esconder­
se de Dios. Cuando Adán y Eva pecaron, en su pánico, trataron
de esconderse del Creador. Sin embargo, Dios no los destruyó.
Los buscó y continuó amándolos y cuidándolos. El alcohol, las
drogas, la inmoralidad, el materialismo y la negación intelectual
pueden embotar nuestros sentidos, pero nunca nos permitirán
hacer lo imposible: escondernos de Dios. La Biblia está llena de
historias de individuos que trataron de escapar de Dios: Adán y
Eva, Pablo, Jonás, tan solo para nombrar unos pocos. Todos fa­
llaron miserablemente al tratar de esconderse de Dios. Es como
dice la Escritura: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde
huiré de tu presencia?" (Salmo 139:7).

72
Donde te encuentres, Dios está allí
La Biblia dice que Dios no hace acepción de personas. Esto
ignifica que él no trata a algunos mejor que a otros. Dios no tie­
ne favoritos. A menudo la gente dice: "Cómo desearía que Dios
me hablara de la forma en que lo hacía en aquellos tiempos bíbli­
cos. Las cosas eran más fáciles entonces".
¡No es más difícil hoy! Si Enoc, Elias y Pablo pudieron hablar
con Dios, entonces nosotros también. Si Dios acompaña cada día
.1 Jim Hohnberger, que es uno de los aprendices más lentos y uno

ile los hombres más obstinados en la tierra, si Dios está dispues-


lo a guiar y dirigir a semejante hombre como yo, con mi fuerte
lomperamento y voluntad alemanas, entonces ¡Dios desea ser su
t Compañero y Guía también!
Si es tan fácil, entonces ¿por qué luchamos? ¿Por qué es que
tan pocos encuentran alguna vez a Dios como un constante
t ompañero? El problema que enfrentamos tiene que ver con la
actitud. Nosotros los humanos estamos tan acostumbrados a m a­
nejar nuestros asuntos que nos resistimos a la guía de nuestro
.nnante Padre celestial. Necesitamos la actitud de Samuel, quien
dijo: "Habla, Señor, porque tu siervo oye".
Esta postura implica una completa dependencia en el guía
que ve y conoce lo que no podemos conocer. Es nuestra falta de
disposición a escuchar la voz de Dios la que nos niega su guía.
Iís nuestra falta de sumisión para obedecer su voz la que causa
que la vida cristiana sea tan onerosa. Estamos tan acostumbrados
■i estar al control que hasta cuando intentamos ser sensibles al
I spíritu de Dios, tendemos a descontar su guía. La tendencia a
confiar en mi propio conocimiento por encima de las impresio­
nes y la dirección de Dios, casi me costó todo lo hermoso que
podemos ver a nuestro alrededor.
Viajando en Nueva Zelandia, hace algunos años, era un pasa-
|cro en el asiento del frente de una camioneta. Nueva Zelandia es
un país hermoso y me encontraba disfrutando de la vista de las
montañas, las granjas y ovejas. Inesperadamente, sentí la suave
y queda voz de las impresiones del Espíritu a cerrar mis ojos y
descansar por un período breve. Eran solo las 10:30 de la maña­
na, e hice a un lado el pensamiento porque, como de costumbre,
pensé que sabía mejor que Dios.

73
Escape a Dios
¿Ha reaccionado de la misma manera a la dirección de Dios?
Afortunadamente, Dios no me deja solo cuando lo ignoro y me
vino otra vez la impresión de descansar mis ojos por un tiempo.
Aunque pueda ser un aprendiz lento, finalmente capto y recuer­
do experiencias pasadas como la del tronco que casi me mató, y
estuve dispuesto a considerar esta segunda impresión.
Cerré mis ojos y apoyé mi cabeza hacia atrás, aún dudoso
de que hubiera algún propósito para esta impresión. ¡BANG!
¡SMASH! Sentí las pequeñas partículas de lo que había sido el
parabrisas hasta momentos antes, que me llovían por encima.
Una piedra había caído de una colina cercana y había golpeado
la ventana directamente delante de mí. Al contrario de los pa­
rabrisas norteamericanos que no se astillan, este vidrio se que­
bró en pequeños fragmentos que quedaron por todo mi cabello,
orejas, sobre mi remera y hasta en mis narinas. Quedé sentado
temblando.
Yo sabía que una vez más el Señor me había salvado de un
daño serio. ¡Había salvado mi vista! ¡Qué Dios bueno el que ser­
vimos! Temblé ante la idea que una vez más, casi había ignora­
do su dirección. Allí, todavía con mis ojos cerrados, agradecí a
Dios que lo tenía a él como un constante Compañero en mi vida.
Estoy muy agradecido de que él no sea un mero espectador, sino
que esté conmigo en todas mis pruebas, en todas mis actividades
diarias.
Jesús desea ser tu piloto y el mío a través de nuestro caminar
sobre esta tierra. Podemos contar con él, porque donde nosotros
estamos, ¡está Dios!
Cuando una persona se convence de que Dios está siempre
presente, es entonces que Dios puede realizar grandes milagros.
Así sucedió con los tres hebreos cautivos descriptos en Daniel
capítulo 3. Habían sido citados para comparecer en la dedicación
de la gran imagen de oro que había levantado Nabucodonosor.
Se esperaba que todos se inclinaran delante de esta imagen del
rey y todos lo hicieron, excepto Sadrac, Mesac y Abed-nego. El
rey estaba airado ante lo que consideraba un desafío y los ame­
nazó con una muerte infernal si ellos rehusaban obedecer. Serían
atados y arrojados en un horno feroz para morir en las llamas

74
Donde te encuentres, Dios está allí
como un ejemplo para todos de lo que sucedía a aquellos que
rehusaban obedecer al rey.
Ellos contestaron con toda calma: "Nuestro Dios a quien ser­
vimos puede de librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu
mano, oh rey, nos librará" (Daniel 3:17). No hubo desánimo por
la situación ante la cual se encontraban, tampoco timidez o falta
ile fe, tan solo una confianza total y tranquila de que Dios esta­
ría con ellos. El rey Nabucodonosor estaba tan enojado por su
respuesta que ordenó que se calentara el horno más que nunca
y fueron arrojados los tres jóvenes. Fue una acción apresurada,
movida por un temperamento fuera de control, usada para salir­
se con la suya, y le costó al rey varios de sus soldados más fuer­
tes, quienes murieron sofocados cuando arrojaban a los cautivos
en el horno.
El rey no tuvo mucho tiempo para disfrutar del triunfo sobre
estos desafiantes hebreos. Dando una mirada al horno, exclamó:
"He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en me­
dio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es
semejente a hijo de los dioses" (Daniel 3:25). Cuando vino la cri­
sis, Dios estaba allí a su lado, una presencia visible para animar,
guiar y proteger. Él había estado allí todo el tiempo. El cielo no
está más lejos hoy que lo que lo estaba en aquel entonces, pero
I)ios puede hacer poco por nosotros cuando perdemos el sentido
de nuestra constante dependencia de él.
La historia de los tres hebreos es una vivida demostración de
lo que consiste la vida de fe. Ellos dependían siempre de un po­
der exterior a sí mismos y se rendían constantemente a la dulce y
apacible voz del que caminaba con ellos.
Mientras escribía este libro, experimenté el poder de un Dios
omnipresente y de su mano protectora. Había sido un otoño hú­
medo con día tras día de copiosa lluvia. El suelo estaba saturado.
I.a noche anterior a la que teníamos que volar con Sally a Dallas,
Texas para algunas reuniones, la lluvia se transformó en nieve
y para la mañana temprano había unos dos centímetros de nie­
ve sobre el suelo. Desafortunadamente, con tanta agua sobre el
camino de pedregullo, este se congeló transformándose en una
masa resbalosa de hielo y piedra.

75
Escape a Dios
El vivir en este paraje apartado hace necesario que salgamos
de nuestra casa en las horas tempranas de la madrugada para lle­
gar a tiempo a los vuelos que salen de mañana. Esta mañana en
particular nos encontró en camino a las 4:30. Manejando por este
camino familiar desolado que lleva hacia la civilización llegamos
a una curva pronunciada descendiente en forma de herradura
y comenzamos a resbalar. Sin embargo, cuando uno comienza
a resbalarse en un vehículo de tracción a cuatro ruedas con fre­
nos anti bloque, uno no se resbala hacia un lado o el otro, sino
más bien se resbala derecho hacia adelante sin ningún vestigio
de control.
Desafortunadamente, en este punto del camino descender
derecho hacia adelante significaba ir a parar directamente contra
algunos árboles de hibisco grandes. Si lográbamos esquivar esos
árboles, no tendríamos mejor suerte, porque la ladera en este
lugar se encontraba en un ángulo tan agudo que sin duda via­
jaríamos una corta distancia antes de que nuestro Ford Explorer
rodara 360 grados hasta el arroyo debajo.
Podía figurarme en la mente el tremendo impacto con esos
árboles y el instantáneo despliegue de la bolsa de aire. Entonces
clamé: ¡SEÑOR, NO! y salimos del camino a 64 km por hora.
Paramos repentinamente. La Explorer descansaba bien afue­
ra del camino sobre una ladera empinada. Aquellos árboles de
hibisco se encontraban solamente a centímetros de la puerta de
Sally. Bajando cautelosamente del vehículo, tomé una linterna y
examiné nuestra posición. La camioneta se encontraba en un án­
gulo tan agudo que una rueda se encontraba en realidad fuera
del piso.
Retrocediendo en el camino, examiné las huellas de las go­
mas y no pude explicar humanamente nuestra buena fortuna.
Las huellas que habíamos dejado se dirigían directamente hacia
los árboles y sin embargo algo o alguien nos había empujado a
un lado en el último momento posible. No había obstáculos na­
turales, la pendiente nos debiera haber llevado con más fuerza
hacia los árboles, pero un Dios siempre presente nos había sal­
vado. Horas más tarde, cuando el camión de auxilio de nuestra
ciudad se las arregló para rescatar nuestra camioneta izándola de

76
Donde te encuentres, Dios está allí
costado para alejarla de los árboles, descubrimos que ni siquiera
había un rayón en el vehículo.
Todos nosotros, incluyéndome a mí, necesitamos orar y culti­
var una alerta creciente, y una conciencia más perfecta de la pre­
sencia de Dios con nosotros. Entonces estaremos más dispues­
tos a responder a sus propuestas y dirección. Cuando estamos
alertas de su presencia, nuestros corazones estarán en comunión
con él más fácilmente y aprenderán a conocerlo en un grado cre­
ciente. Nuestra cooperación se volverá más perfecta mediante la
fe, el amor y la práctica. Sin embargo, se requerirá un montón de
coraje para librarnos de la garra de nuestros tiempos.
Uno de los términos más apreciados de Jesús en toda la
Escritura es Emanuel, que significa, "Dios con nosotros".
Necesitamos aprender que Dios no se encuentra en un remoto
lugar celestial, desde donde nos observa ocasionalmente. No.
Cuando Jesús dejó la tierra prometió enviar un Consolador, el
Espíritu Santo, para que pudiera estar siempre con nosotros. Esto
es realmente consolador para mí. Ya no oro más a un Dios que se
encuentra en un lugar distante, sino que lo reconozco como mi
constante Compañero. ¡Y lo es!
CAPÍTULO 6

Viento a i InamM e

"Porque se sostuvo como viendo al Invisible" (Hebreos 11:27).

D espués de la Batalla de Gettysburg, el general Robert E. Lee


se encontró con un oficial que estaba analizando algunos
de los errores cometidos en Gettysburg.
-Joven -respondió Lee-, ¿por qué no me lo dijo antes de la
batalla? Hasta yo que soy tan estúpido puedo ver todo claro
ahora.
La mayoría de nosotros aceptamos la premisa de que el 2 0 /2 0
de la percepción retrospectiva es una parte inevitable de la vida,
pero aún quedan aquellos recuerdos. Recuerdos incómodos de
lo que podría haber sido . . . si tan solo. Si solo hubiéramos po­
dido saber entonces lo que sabemos ahora. ¿Quién de entre no­
sotros puede mirar hacia atrás en la historia de su vida sin una
punzada de remordimiento por los errores cometidos o con sen­
timientos de arrepentimiento por errores necios al juzgar, por las
bendiciones desperdiciadas o las oportunidades perdidas? Aún
al leer estas líneas, los momentos pasan uno a uno a la eterni­
dad, grabando al pasar un registro que miraremos en el futuro.

78
Viendo al Invisible
. listará su historia futura tan llena de arrepentimientos como lo
ha sido su pasado?
Desearía que existiera una forma en la que pudiera mostrarle
una película de mi vida como cristiano. Nadie jamás me enseñó
estas cosas que estoy compartiendo con ustedes. Me llevó años,
literalmente años de luchas y equivocaciones y muchos errores
para descubrir cada uno de estos principios por mí mismo.
A esta altura usted entiende que no me encontraba satisfecho
con un simple asentimiento intelectual, sino que más bien de­
seaba una verdad que tuviera una aplicación práctica a mi vida.
Iíspero que pueda encender ese mismo deseo en su alma. Eso me
emociona, porque la religión fuera de la aplicación práctica, dia­
ria, en realidad la que se hace momento a momento en la vida, es
prácticamente inútil.
En la iglesia cristiana primitiva, la religión era fuerte y vital.
Cambiaba las vidas tan completamente que la gente quedaba
asombrada. Era una religión con poder.
Es en esto, en lo que las iglesias de nuestros días han fallado
en su membresía y violado la misma razón de su existencia. ¿Por
qué es que las iglesias, todas las iglesias cristianas, tienen tantos
nuevos conversos que las abandonan con repugnancia? ¿Por qué
es que tan pocos jóvenes en las iglesias parecen continuar en la fe
alguna vez? ¿Se ha detenido últimamente a formularse honesta­
mente estas preguntas?
Los líderes de la iglesia lo han hecho, y sus respuestas han
engendrado un montón de programas en la iglesia, diseñados
para enfrentar estas áreas de debilidad. ¡Casi cada uno de ellos
es un fracaso sombrío.! ¿Por qué? Porque intentan tratar con los
síntomas en vez del problema. La gran plaga en la cristiandad es
que unos pocos, muy, muy pocos, de aquellos que reclaman ser
cristianos (muy, muy pocos, aún entre aquellos que son minis­
tros), poseen un evangelio capaz de transformar toda su vida.
Esta fue una declaración arriesgada. Así que permítanme
demostrarlo.
Cierta vez fui invitado a hablar a un grupo de pastores. Yo
soy un predicador laico solamente, no un ministro profesional.

79
Escape a Dios
¿Qué debía decir cuando me dirigía a los "expertos"? Al pararme
en la plataforma, dije:
-Desearía que cada vez que un ministro se parara al púlpito,
se presentara una gran pantalla detrás de él y mostrara cómo
llevó su vida durante la semana previa; cómo actuó en su ho­
gar con sus hijos y con su esposa, cómo respondió a las tenta­
ciones y pruebas. ¿Se pararían y predicarían si esas fueran las
condiciones?
-¡N O ! -respondieron los pastores.
-Entonces, mis amigos, ustedes no han encontrado el evange­
lio. Jesús no hubiera tenido problemas con semejante condición.
Él sabía que sus acciones eran tan correctas y puras como sus
doctrinas.
La historia de la iglesia primitiva está registrada bíblicamente
en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Hechos, no Doctrinas
de los Apóstoles, no Creencias de los Apóstoles, sino acciones,
estas son la marca del verdadero evangelio. Porque es "por sus
frutos [que] los conocerán".
Querido lector, ¿estaría dispuesto a ser colocado bajo seme­
jante escudriñamiento? Si no, entonces lo desafío a que haga algo
diferente con su libro de lo que haya hecho con ningún otro libro
que haya leído. Lo que sostiene en sus manos es el manual de un
proyecto que construirá en su propia vida. Queda en sus manos,
lector, tomar las experiencias aquí descritas y hacerlas parte de
su experiencia. Tome los pensamientos presentados y medítelos
nuevamente, mastíquelos, asimílelos de una manera práctica,
hasta que lleguen a formar parte suya.
Requiere muy poco de su parte vivir una vida como esta.
Todo lo que necesita es cultivar un sentido de la presencia de
Dios con usted a través del día y entonces debe estar motivado a
actuar de acuerdo con esa guía. ¿Demasiado simple? Observe y
vea.
Recibí una llamada telefónica cierta noche de un hombre que
había conocido varios años antes. Él con su familia nos habían
visitado para ver nuestra propiedad y nuestro estilo de vida en el
paraje solitario donde vivimos. Compartimos con ellos el evan­
gelio práctico que estábamos aplicando en nuestras vidas, pero

80
Viendo al Invisible
no estaban tan interesados. Ahora él se encontraba en el teléfono
diciendo:
-Jim , me gustaría que tu familia viniera a nuestra casa por un
Im de semana. Yo sé que han llegado a comprender el evangelio
I'l áctico y nosotros necesitamos un poquito de ayuda con la fa­
milia y el matrimonio.
Le dije que oraría antes de contestar. Más tarde, sintiendo que
ienía el permiso del Señor para hacerlo, le contesté a Rob y es-
i.iblecimos una fecha para visitarlos. Rob no me había contado
loda la historia. Él no había hecho lo que un abogado podría lla­
mar una "revelación completa". La cosa es que justo antes de su
llamada, la esposa de Rob le había dicho que había terminado
con él. Ella no estaba enojada con él. Había acabado con él. No
quedaban sentimientos. Ella planeaba dejarlo a él y llevarse a los
hijos. Rob le preguntó si se quedaría si él cambiaba realmente.
Iilla consintió en que si él realmente cambiaba, entonces conside­
raría quedarse. Así que Rob tenía un fin de semana para cambiar,
si deseaba salvar su matrimonio.
-Rob -le dije una vez que había revelado toda la historia-, el
Dios que he llegado a conocer en las montañas, su evangelio, es
tan poderoso que te garantizo que puedes ser una nueva criatura
en Cristo para el domingo. Pero, Rob, -continué-, yo no puedo
garantizar que tu esposa no te dejará.
-Bueno, ¿qué puedo hacer? -preguntó.
-Simplemente toma este texto y aplícalo a tu vida. Se encuen­
tra en Santiago 1:19: "Todo hombre sea pronto para oír, tardo
para hablar, tardo para airarse" -Rob me miró como diciendo:
-¡¿Entonces?!
Era casi como si hubiera dicho: "He leído eso un montón de
veces, y ¡¿se supone que ESO va a salvar mi matrimonio?!"
Bueno, justamente ese es el problema que muchos de noso­
tros tenemos con las Escrituras. Las leemos y entonces seguimos
nuestro camino, sin detenernos nunca para pensar acerca de lo
que significa en su aplicación práctica a nuestra vida. Así que
seguí adelante.
-Rob, ¿qué significa: "Todo hombre sea pronto para oír"?
Significa que tendrás que cultivar una sensibilidad para escuchar

81
Escape a Dios
la voz de Dios, estar alerta de la presencia de Dios contigo du­
rante el día. Por primera vez en tu vida, vas a tener que permitir
que otro guíe tus acciones. Tendrás que aprender a tomar cada
situación y filtrar lo que sabes y ver a través del Dios invisible
que conoce lo que tú no conoces.
-Todo en este mundo está diseñado para impedir la fe en un
Dios invisible. El mundo visible es el enemigo del Dios invisible.
El mundo visible clama por tu atención, se mete en tus sentidos
e insiste en que lo escuches. Tendrás que romper este hábito y
en su lugar escuchar la voz de Dios, "Entonces tus oídos oirán a
tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él"
(Isaías 30:21).
-A hora Rob, ¿qué quiere decir eso de 'lento para hablar'?
Significa que nosotros filtramos cada palabra a través de Dios de
modo que él pueda guiarnos.
Rob no había tenido el hábito de filtrar sus palabras. En reali­
dad, esa era una de las principales razones por las cuales estaba
con problemas con su esposa. Yo podía simpatizar, me he encon­
trado allí, pero ahora podía hablar desde la perspectiva de haber
visto la diferencia que hace este proceso de filtrado.
Recuerdo una mañana en la que había estado trabajando en
el garage limpiando y afilando una de mis motosierras. Luego
de haberla llenado con nafta y aceite, la guardé en su lugar lista
para ser usada en el futuro. Disfruto de trabajar con mis manos,
pero no me gusta el olor que producen los productos del petróleo
en mi piel, así que antes de comenzar un nuevo proyecto, caminé
hacia la puerta de atrás de la cabaña que está cerca de un baño
donde podría lavar mis manos.
Enjabonando mis manos, estaba contento de tener un buen
día con el Señor.
-¿Q ué estás haciendo, querido? -u n a dulce voz inquirió des­
de la puerta.
Eché una mirada para ver a Sally que me miraba.
Inmediatamente pude sentir que mi carne deseaba resucitar y
decir: "¿Qué me estás queriendo decir? ¿No puedes ver que es­
toy lavando mis manos? ¡Esa es una pregunta estúpida!" En el
pasado hubiera dicho todo eso y más también. Mi matrimonio

82
Viendo al Invisible
hubiera sufrido. Pero, mientras mi carne se estaba levantando,
pude escuchar la apacible voz de Dios que me decía: Trátala sua­
vemente, Jim. ¿Qué voz voy a escuchar? ¿La voz de la carne, que
desea quejarse por una pregunta tonta, o la voz de Dios? Estoy
lan agradecido de que escogí decir:
-Lavándom e las manos, querida.
-E stá bien querido. Solo quería saber cómo estabas -respon­
dió mi dulce esposa. Y la armonía entre nosotros quedó intacta.
¿Por qué es que después que nos casamos, queremos que
nuestra pareja haga y exprese todas las cosas exactamente como
lo haríamos nosotros? Necesitamos entender que en nuestro cón­
yuge, el Señor ha traído una hermosa diferencia y equilibrio a
nuestras vidas. Yo no hubiera expresado la pregunta de la misma
manera que ella lo hizo, pero la misma razón por la cual fui atraí­
do a mi esposa fue que ella piensa, actúa, luce, y hasta huele dife­
rente que Jim Hohnberger. Eso, caballeros, ¡son buenas nuevas!
Así que, quiero que todos ustedes (hombres) sepan que mi
matrimonio, y más importante aún, mi actitud hacia la perso­
na maravillosa con la que me he casado, mejoró drásticamente
cuando reconocí y aprendí a apreciar esas diferencias. Si ustedes
desean mejorar su matrimonio, aprendan a cultivar un sentido
de la presencia de Dios con ustedes y respondan a ello. Funciona,
cada vez, pero Rob todavía no lo había descubierto.
-A hora Rob, miremos a la última parte del texto -continué-.
"Tardo para airarse", significa que aún cuando nuestras espo­
sas e hijos nos provoquen, nosotros escogemos permanecer en
Cristo y permitir que su dulce Espíritu nos controle más bien que
las pasiones del momento, como lo hemos permitido demasiado
a menudo en el pasado. Nosotros escogemos rendir estos senti­
mientos de enojo a Dios y permitimos que los quite de nuestras
vidas antes de que dañen a los que amamos.
Junto con Rob habíamos estado dando un largo paseo esta
vez, una caminata marcada por más que unas pocas lágrimas. Él
fue a la cama aquella noche ¡con un montón de cosas sobre las
cuales pensar! Así comenzó uno de los más extraordinarios fines
de semana que haya experimentado.

83
Escape a Dios
Cuando nos levantamos al día siguiente, me pregunté cómo
andarían las cosas. Oré por esta pareja que ningún ser huma­
no podía ayudar, pero con quienes estaba intentando obrar el
Todopoderoso. Había un hermoso desayuno desplegado delante
de nosotros esa mañana, y mientras nos sentábamos a la mesa,
noté un gran plato de avena caliente frente a Rob. Tan pronto
como se pidió la bendición, Rob se paró y comenzó a servir. La
actitud de servirme a mí primero pareció fluir de él.
Quedé allí sentado preguntándome si Rob había considera­
do filtrar sus acciones a través de Dios cuando repentinamente,
él detuvo lo que estaba haciendo, hizo una pausa por solo un
momento y entonces alcanzó la fuente a mi hijo. Entonces Rob
le sirvió a mi otro hijo, a mi esposa, a mí y entonces a su esposa
y a sus hijos. Mientras lo hacía, me aventuré a darle una mirada
a su esposa. Ella estaba mirando con la boca abierta a su esposo.
Yo realmente creo que en toda su vida matrimonial, esta era la
primera vez que se lo había visto a Rob servir a todos antes que
a él. Rob estaba comenzando a ser pronto para oír. El Espíritu del
Señor se había manifestado a su conciencia y Rob estaba comen­
zando a cooperar con el Invisible.
Un poco más tarde en la misma comida, su hija que esta­
ba acostumbrada a dominar la familia, rudamente, y créanme
que era así, interrumpió a su padre mientras él estaba hablan­
do. ¿Recuerdan lo que habíamos conversado con Rob la noche
anterior, ser lento para hablar y lento para airarse? Bueno, esta
ciertamente no era la inclinación natural de Rob y él lo demostró
respondiendo a su hija con dureza y enojo.
Entonces, abruptamente quedó en silencio. Nunca he visto a
alguien que haga lo que hizo a continuación Rob: él indinó su
cabeza allí en frente de todos nosotros por un momento y cuan­
do miró a su hija, denotaba que estaba con el Espíritu de Dios
y todos pudieron notar la diferencia. Otra vez miré a su esposa
y la encontré asombrada ante los cambios en su "desahuciado"
esposo. Me encontraba allí sentad; observando y hasta a mí me
costaba creer el contraste que veía.
¡Estaba viendo la vida de este hombre transformada ante mis
propios ojos! El Dios invisible estaba guiando e instruyendo a

84
Viendo al Invisible
este esposo fracasado y permitiendo ese proceso. Rob estaba
obrando su salvación con temor y temblor, "porque Dios es el
<|ue en vosotros produce así el querer como el hacer, por su bue­
na voluntad" (Filipenses 2:13).
Desearía poder dedicar frases acerca de ese fin de semana, por­
que continuó en forma semejante. ¡Fue maravilloso! Finalmente,
1 1urante una conversación cuando estaba por terminar el fin de

.■(‘mana, Rob tuvo la oportunidad de largar uno de aquellos co­


mentarios cáusticos a su esposa. Uno de esos pequeños sarcas­
mos graciosos del cual todos se ríen, pero la esposa queda dolida
y llora por dentro, porque ha sido herida. Cuando esto sucede
,iño tras año, finalmente ella se endurece tanto que no quedan
sentimientos y desea el divorcio. En el silencio que siguió a su
sarcasmo desconsiderado, Rob miró a su esposa y en un momen­
to de honestidad exclamó:
-¿P or qué te hago esto? Lo he estado haciendo durante todos
los años de nuestra vida de casados. ¿Me perdonas?
Se podía notar el remordimiento en su cara. Había lágrimas
en los ojos de ella, porque finalmente, era una prisionera de
esperanza.
El domingo de tarde, nos reunimos solos los cuatro adultos.
Deseaba saber qué haría ella. ¿Lo dejaría? No, había decidido
que no.
-Finalmente puedo ver un rayo de esperanza de que existe
la posibilidad de que esto funcione -respondió ella-. Los deja­
mos con una brillante esperanza para el futuro, pero también el
conocimiento de cuán fácilmente Satanás puede descarrilar una
nueva experiencia.
Esperanza es todo lo que muchos de nosotros deseamos, tan
solo un rayo de esperanza de que las cosas pueden funcionar, ya
sea que nuestro problema sea que funciona mal el matrimonio o
ser un padre solo o algo totalmente diferente.
Moisés tenía problemas también. Se le encargó que guiara a
toda una nación de Jim Hohnberger a la Tierra Prometida. Toda
una nación de individuos obstinados, testarudos. ¡No le desearía
ese trabajo a nadie! Pero Moisés "se sostuvo como viendo al invi­
sible". Aprendió a ver lo visible, la falta de alimento, la ausencia

85
Escape a Dios
de agua, las rebeliones, las serpientes, la idolatría, a través de
los ojos del Dios invisible. Mientras que hizo esto, los problemas
se hundieron en la oscuridad. ¡Nada era demasiado difícil para
Dios! Si cultiváramos esta habilidad y confianza en él, que lo co­
noce y lo ve todo, veríamos más la mano de Dios en las providen­
cias de nuestra vida.
Después de más de dos años de vivir en el paraje solitario,
sabía que eventualmente tendría que encontrar algún tipo de
empleo, pero por el momento, no era claro lo que debía hacer. Yo
creía que mi Padre celestial omnisapiente sabía lo que yo debía
hacer. Sin embargo, esto sucedió en los primeros tiempos de mi
experiencia y me costaba seguir su dirección. Dios debía ser per­
sistente para conseguir mi atención.
Mientras hacía algunos mandados en la ciudad, me encontré
con el dueño de la inmobiliaria local. Ya habíamos trabajado con
Paul cuando comenzamos a considerar la posibilidad de mudar­
nos a Montana. Aunque él no nos había podido ayudar más, era
típicamente amigable, como la gente del oeste, y me saludó con
calidez. Entonces me dijo:
-Sabes, he estado pensando en ti últimamente. Estoy pensan­
do en expandir mi inmobiliaria en relación con las propiedades
del área rural y la del valle. Y pienso que debieras trabajar para
mí.
Le agradecí, pero rechacé la idea. Después de todo, había de­
dicado la mayor parte de mi vida a ventas y sabía que el negocio
de bienes raíces requeriría que pasara tiempo en la oficina y que
saliera a reuniones de venta. Tendría que conseguir una licencia
y no podría vender propiedades sin un teléfono. En esa época, el
único servicio telefónico en nuestro valle era un radio-teléfono y
era a un costo prohibitivo así que no tenía sentido el considerarlo
siquiera.
Pero la idea no quería irse, y pronto parecía que cada vez que
iba a la ciudad veía a Paul, en un negocio o en la calle, él siempre
me animaba a considerar la posibilidad de trabajar en su firma.
Finalmente nos pusimos de acuerdo para reunimos y discutir
las posibilidades. Todavía estaba seguro de que era malgastar el

86
Viendo al Invisible
iiempo, pero era claro que Paul no se daría por vencido hasta que
Iuera capaz de demostrarle cuán imparcial era esta idea.
Pronto me encontré sentado con Sally frente a Paul en su
oficina.
-D im e, ¿qué condiciones necesitarías para venir a trabajar
conmigo Jim?
-Bueno -com encé-, no tengo licencia. Tendrás que pagar to­
dos mis gastos para que pueda obtener la licencia, incluyendo
ios libros y costos del examen. Paul asintió, así que yo continué:
Cuando vine aquí a las montañas, trabajé duro para lograr el
control de mi tiempo. Si me embarco en esto debes prometerme
t|ue nunca se me pedirá que asista a ninguna reunión. Se me debe
permitir trabajar la cantidad que desee. También tendrás que pa­
gar cualquier cuota de asociaciones y cubrir todos mis costos de
propaganda.
-¿E s eso todo lo que deseas, Jim?
-N o , Tendrás que instalar y pagar todos los gastos relaciona­
dos con un radio-teléfono en mi casa.
-¿E s eso todo? -preguntó él.
-S í -le respondí.
-¡Espléndido!
Con un triunfo apenas concedido, abrió el cajón de su escri­
torio, sacó dos libros y me los alcanzó. Me encontré sosteniendo
las guías de estudio para mi examen de licencia como vendedor
de propiedades.
-Estás loco -logré decir.
Le había ofrecido el peor trato en el mundo. Ningún nego­
ciante pondría todo ese dinero sin garantía de retorno.
Paul solo sonrió y dijo:
-Avísam e cuando estés listo para el examen.
Más tarde me enteré de que Paul había estado averiguando
sobre mí con algunos asociados de mi negocio en Wisconsin.
Hilos le habían dicho:
-Jim Hohnberger hace mejor su trabajo solo. Déjalo solo y va
a andar bien.
Dándome cuenta posteriormente de que Dios había tratado
de alterar los eventos y buscado de atraer mi atención, decidí que

87
Escape a Dios
la única avenida abierta era plantear el negocio de inmobiliaria
de la misma manera en que estaba planteando toda mi vida, que
era: ¿Señor, qué quieres que haga? Así que cuando me encontraba
con un cliente, le pedía al Señor que me guiara en la decisión do
qué propiedad mostrarles y el Señor bendecía mi dependencia
de él.
Le había dicho a Paul que estaba loco, ¿pero lo estaba realmen­
te? Pronto era el agente número uno en ganancias brutas y nues­
tra inmobiliaria llegó a ser la primera en el estado. Pensar que casi
había descartado la idea de dedicarme a la venta de bienes inmo­
biliarios. La independencia de Dios ha sido siempre el curso de
la vida de Jim Hohnberger. Estoy aprendiendo día a día a confiar
cada vez menos en el yo y a orar para que el Señor me haga más
sensible a la dirección de su Espíritu. Desafortunadamente soy
un aprendiz tan lento que algunas veces me desaliento pensando
que nunca voy a aprender. Dios desea guiarnos a cada uno de
nosotros en el camino de la vida, pero algunas veces su dirección
no parece tener sentido para nosotros, excepto en retrospectiva.
-Jim , ¿podrías ir al vivero y cerrarlo para pasar la noche antes
de que salgas a dar tu caminata? -m e pidió Sally un atardecer.
-P o r supuesto -le dije subiendo la colina hasta el vivero.
El vivero debe estar ventilado en los días tibios para evitar
que se sobrecaliente. Sin embargo las noches en la montaña pue­
den ser frías aún en verano así que las aberturas para ventilación
deben estar cerradas para proteger las plantas tiernas. Eran las
18:00 cuando terminé de cerrar todo para la noche. Generalmente
doy una caminata corta cerca del río al anochecer. Esto me ayuda
a aflojarme y relajarme antes de nuestra hora de la familia a las
18:30. Esta noche, cambié de idea y decidí caminar por el límite
de atrás de nuestra propiedad en vez de ir por las cercanías del
río.
Cuando estaba saliendo, sentí la siguiente impresión en mi
mente: Jim, necesitas decirle a tu esposa a dónde estás yendo. Podrías
ser amenazado por un oso pardo.
Esto parecía un poco tonto. Después de todo, estaba a la vista
de mi casa. Así que descarté la idea. Otra vez me llegó la misma
Viendo al Invisible
impresión y la hice a un lado, pero me sentía incómodo y todavía
luchando con eso en mi mente.
Después de caminar unos 200 metros, llegué a una pequeña
Ilendierite abrupta en mi propiedad. Justo cuando comenzaba a
' Iencender por esta bajada, sentí un escalofrío que no tenía nada
1 1ne ver con el clima. Mirando alrededor, vi a una osa con sus

dos oseznos. Estaba parada sobre las patas traseras a unos 10 o


I i metros hacia mi izquierda mirando derecho en mi dirección.
<liando un oso lo mira a uno, no solo se quedan allí parados y
miran. Como ellos no ven realmente bien, se inclinan hacia ade­
lante y hacia atrás tratando de enfocar. Es la experiencia más des-
i oncertante y atemorizadora que puedan imaginar.
Mientras miraba a la osa, me vino a la mente la historia bíblica
de Eliseo y los muchachos irrespetuosos a quienes Dios castigó
con dos osos. Esos dos osos les dieron una paliza, por así decirlo,
a 42 muchachos. No pude sino preguntarme si estaba por reci­
bir una paliza por no escuchar aquella voz dulce y apacible del
I spíritu de Dios.
Miré a mi alrededor a los árboles cercanos y pensé, ¡es im­
posible alcanzarlos! Además, intuitivamente sabía que tenía que
>enfrontar el problema visible mediante el poder de lo invisible.
Jesús dijo: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
*.iguen" (Juan 10:27). Me di cuenta que era suficiente saber que
I >ios me estaba hablando. No era suficiente reconocer su deseo
de guiar mi vida. Tenía que seguirlo y era en esto en lo que había
Ialiado. Oré: ¡Señor, perdóname! ¿Qué quieres que haga ahora?
Agáchate Jim, en el nivel más bajo de la pendiente a s í ella no te podrá
ver, luego ve RÁPIDO a la cabaña para visitas. Esta fue la impresión
que tuve, así que me agaché y comencé a moverme rápidamente
hacia la cabaña para visitas. Pero aún a esta altura, no obedecí
lotalmente. Gracias a Dios que él no nos abandona solo porque
liacasamos en escucharlo. ¡Qué Dios paciente el que servimos!
Mi madre siempre me decía: "Jim, esa curiosidad tuya te va a
hacer meter en grandes problemas algún día". Bueno, mientras
iba corriendo por el suelo de aquel pequeño declive me pregunté
qué estaría haciendo la osa. Después de todo, nada estaba mor­
diendo mi trasero mientras corría. Al obedecer la impresión de

89
Escape a Dios
ir a la cabaña para visitas, había vuelto mi espalda a la osa y me
resultaba odioso tener un oso pardo a mis espaldas.
Me encontraba a mitad de camino hacia la cabaña cuando di­
visé un tronco por encima de la pendiente y decidí que treparía
allí sobre aquel tronco para vigilar lo que estaba haciendo la osa.
Mirando hacia atrás, descubrí que no estaba donde me imagina­
ba que estaría. El lugar donde había estado había sido ocupado
por sus dos oseznos, a los cuales la madre había enviado a trepar
en un árbol. Los dos estaban chillando en aquel abeto, pero per­
manecieron fuera del camino de su madre mientras ella se las
veía conmigo.
Mirando alrededor, la vi parada sobre sus patas traseras en
el lugar que acababa de dejar, y me estaba mirando fijamente.
Yo conocía suficientemente bien a los osos para este entonces,
como para saber que ella me estaba por atacar. Ella escuchaba a
sus oseznos chillando en aquel árbol, y ¡el fuego en sus ojos me
dijo que no estaba complacida con Jim Hohnberger! Miré hacia
la cabaña de visitas y me dije: "¡es imposible llegar hasta allí!"
¿Tienen una idea de cuán rápido puede correr un oso par­
do? ¡Corren mucho más rápido que Jim Hohnberger, aún con un
montón de adrenalina en su sistema! Salmo 34:6 dice: "Este po­
bre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias". ¡Esa
es la clase de Dios al cual deseo servir! ¿y tú? Un Dios que salva
a aquellos que claman a él.
Angustiado y avergonzado, oré: Señor, ¿aprenderé ALGUNA
vez? Quédate quieto, Jim. y todo estará bien.
Mientras observaba, la osa se posó sobre las cuatro patas y se
fue gruñendo de regreso hasta donde se encontraban sus osez­
nos. Al menos ellos sabían cómo obedecer y vinieron corriendo.
Esto ocurrió a principios del verano, y ellos eran todavía muy
pequeños, un poco más que dos montículos de pelusa, pero para
el fin del verano estarían desarrollados en su crecimiento para
llegar a ser depredadores tan temibles como su madre. Con sus
oseznos a su lado otra vez, la osa se volvió hacia mí y resopló su
disgusto antes de desaparecer en el bosque.
Aprender a romper el hábito de ignorar la presencia invisible
del Señor solo se puede hacer mediante la fe. Cada uno de no-

90
Viendo al Invisible
•otros necesita desarrollar una alerta espiritual hasta que esto se
vuelve casi lo más importante en nuestras vidas, aquello a lo cual
nos aferramos para recibir dirección.
No soy el único que se mete en problemas cuando pierdo la
perspectiva del Dios omnipresente. Mi familia también sufre.
Siempre ha sido así desde el momento en que el pecado entró
en el mundo. Cuando Eva vino a Adán con el fruto prohibido,
él supo que ella había desobedecido a Dios. No obstante Adán
I>ensó que amaba tanto a Eva que tan solo el hecho de considerar
la idea de la separación, era imposible. Escogió comer del fruto
I>ara permanecer con ella, aun si su único futuro juntos fuera la
muerte. Observen cómo cambia su actitud ahora que su volun-
lad y deseos no están rendidos a Dios.
Cuando se lo confrontó con sus acciones, Adán culpó a Eva,
y luego ¡culpó a Dios por crearla! "La mujer que me diste por
compañera, me dio del árbol y yo comí" (Génesis 3:12). He des­
cubierto que generalmente mi esposa es la que recibe el choque
ile mis frustraciones cuando pierdo de vista la presencia de Dios
conmigo. No obstante, también he descubierto que nada ha me­
jorado tanto mi matrimonio como aprender a filtrar "lo visible",
mis palabras y acciones, a través de la influencia de lo "invisi­
ble": Dios.
Las cosas han cambiado mucho en los años desde que comen­
cé a negociar con inmuebles en las montañas. Trabajo exclusiva­
mente para Dios ahora, escribiendo y hablando, compartiendo
las cosas que él me enseñó. Nuestra familia recibe invitaciones
para hablar del evangelio en muchos lugares diferentes en todo
el globo.
Acabábamos de volar de regreso a casa luego de pasar 60 días
en Australia y Nueva Zelandia donde conocimos mucha gente
maravillosa y ministramos sus necesidades. A menudo nos hos­
pedamos con familias que nos invitan y ninguno de los cuatro
quedó solo para comer en aquellos 60 días. Volamos a Kalispell,
Montana, exhaustos. Nos sentíamos como toallas que hubieran
pasado por los antiguos escurridores a rodillos. Se nos había ex­
primido toda la energía, y anhelábamos un poco de soledad y el
imple placer de participar de una comida en privado.

91
Escape a Dios
Dirigiéndonos por la ruta North Fork, encontramos más de 60
cm de nieve sobre el suelo. Con la camioneta de doble tracción,
manejamos hasta casa y llegamos a nuestra entrada. Para enton­
ces, la nieve era tan profunda que la camioneta la iba empujando
frente a nosotros. Estacionando frente a la casa, le pedí a Sally
que entrara a la casa para comenzar a encender el fuego en la
estufa a leña y que preparara una comida simple.
-M atthew -d ije-, yo voy a descargar la camioneta y tú lleva­
rás las cosas que traiga y las pondrás en su lugar.
Él accedió, y finalmente le pedí a Andrew que fuera al garage
y que trajera la máquina quitanieves y que limpiara la nieve de
nuestras veredas en el área alrededor del garage. Todos fueron a
hacer sus tareas, y pronto el placentero aroma de la comida me
saludaba siempre que entraba a la casa con nuestras pertenencias
desde el auto.
Muchas manos hacen liviano el trabajo, y una vez más esto
probó ser verdad. La camioneta estaba vacía y caminé afuera
para controlar debajo de los asientos para asegurarme de que no
me había olvidado de ninguna cosa. Podía ver a Andrew fren­
te al garage terminando de limpiar la nieve y alistándose para
guardar la máquina. He instruido a mis muchachos que las he­
rramientas no debieran guardarse sucias sino que debieran guar­
darse de tal manera que puedan estar listar para su uso. Esto
significa que nosotros recargamos el combustible en cosas como
la motosierra y las llenamos con aceite. Significa que cepillamos
toda la nieve de la máquina quitanieves antes de colocarla en el
garage.
Fiel a las instrucciones, Andrew buscó el caro cepillo Fuller
para limpiar la quitanieves. La máquina todavía estaba funcio­
nado y a él le pareció que podía meter el cepillo rápidamente y
sacarlo para hacer caer la nieve suelta. Esto le ahorraría esfuerzo
y tener que apagar el motor y arrancarlo otra vez, solo para lle­
var la máquina adentro del garage. Así como el resto de nosotros,
él estaba exhausto del esfuerzo que habíamos realizado por 60
días.
Yo estaba ocupado revisando debajo del asiento cuando escu­
ché el terrible ruido de metal contra metal. Ni siquiera tuve que

92
Viendo al Invisible
li'vantar mi cabeza para saber lo que había sucedido. Cuando
miré, vi que los dientes habían agarrado el cepillo y lo habían
lorcido hasta que la manija de metal parecía un sacacorchos.
Andrew estaba sobre sus rodillas tratando de extraer el cepillo.
Me encontré caminando rápidamente hacia mi hijo con pala-
ivas de reproche en la punta de la lengua. Cuando me paré a su
lado, él no se animó a mirarme. Quizás, estaba temeroso de mi
reacción.
Piense en esto por un minuto. Acabábamos de regresar de pre-
■Iicar el evangelio práctico en el otro lado del mundo y él estaba
preocupado, y con razón, por la reacción de su padre. Estoy tan
agradecido de que no me miró inmediatamente. Me dejó unos
I>ocos momentos benditos para escuchar la voz de Dios que me
decía: Jim, ¿me has preguntado lo que debieras hacer?
Bueno no, Señor. Yo sé lo que él hizo mal y pensé que debía darle un pe-
queño discurso para que aprenda de sus errores, dije excusándome.
Tan solo sonríete, Jim.
¡¿Solo sonreír?! ¡Debes estar bromeando, Señor! ¡Pero acaba de
arruinar mi caro cepillo!
Sonríe solamente, Jim. Las consecuencias naturales son suficien­
tes. Por supuesto, todo esto sucedió en una fracción de segundo.
I leva más tiempo leerlo que lo que llevaron los hechos. Andrew
miró hacia arriba en ese momento y yo le sonreí y le dije:
-Vamos, vamos a comer.
Más tarde en la mesa, mientras estábamos comiendo, Andrew
dijo:
-¡Papá?
-Sí, hijo.
-Perdón. Lo que hice fue estúpido.
Todos hemos hecho cosas necias en nuestras vidas. El Señor
lema razón. Las consecuencias naturales de su acción eran sufi-
c ¡entes para impedir cualquier reincidencia. Andrew nunca ha­
ría algo así otra vez. Si yo le hubiera dado un discurso como
lo deseaba mi naturaleza, podría muy bien haberse perdido la
lección. Su reacción bien podría haberse puesto a la defensiva
en contra de la ira de su padre antes que aprender a auto go­
bernarse. ¿Qué hubiera pensado Andrew del evangelio en que

93
Escape a Dios
yo creía y del que había predicado durante 60 días, si hubiera
sido incapaz de impedir que me salieran palabras de las cuales
me arrepentiría? Yo sé a qué conclusión hubiera llegado ¡y con
razón! "Si alguno entre vosotros se cree religioso, y no refrena su
lengua, [...] la religión del tal es vana" (Santiago 1:26).
Ese es el problema con la cristiandad hoy. La mayoría de los
jóvenes ven que la religión de sus padres, por detrás y a puertas
cerradas, es vana, y cuando son suficientemente grandes, se ale­
jan de semejante religión inútil. Se me ha informado que algu­
nas denominaciones están perdiendo el 75% de su juventud. No
debiera sorprendernos, porque no hemos aprendido a reconocer
la presencia invisible de Dios con nosotros y a rendirnos a su
suaves súplicas. Dios desea que apliquemos estos principios a
todas nuestras relaciones interpersonales, ya sea con amigos o
extraños con los que nos encontramos en la calle, pero ¿incluye
esto a aquellos que no nos tratan con amabilidad? Dejo en uste­
des la respuesta.
Cuando uno vive en las montañas, un vehículo de doble
tracción no es un lujo, no se trata de un vehículo de moda para
madres que viven en áreas residenciales, sino una absoluta ne­
cesidad si uno quiere trasladarse durante el invierno. Tengo que
depender del vehículo para no quedar atascado con mi esposa
o mi familia en este paraje apartado, así que soy sensible a las
necesidades mecánicas de mi vehículo.
Cuando llegó el momento de reemplazar mi Toyota Land
Cruiser, fui a la ciudad y compré un nuevo vehículo utilitario.
Poco después de comprarlo, comencé a escuchar un sonido de
uno de los semiejes delanteros. No era un buen sonido provi­
niendo de un vehículo de doble tracción, así que lo llevé al re­
presentante de la fábrica y alegremente reemplazaron el semieje,
porque la camioneta se encontraba todavía bajo garantía. Cuando
estaba por terminar la garantía, noté que el mismo tipo de sonido
comenzaba a salir del otro semieje delantero. Sabiendo lo que
andaba mal esta vez, hice una cita para que lo examinaran en la
agencia donde había comprado la camioneta.
Deben entender que una debilidad de mi carácter es irritarme
cuando las cosas andan mal. Reconociendo esto, hago grandes

94
Viendo al Invisible
cí.íuerzos para asegurarme de que las cosas funcionen bien. De
<“..i manera, ayuda a disminuir la tentación de perder el dominio
propio y de irritarme. Con esto en mente, saqué el primer turno
para ese día en la agencia, para las 8:00. Le expliqué el problema
a Brent, el administrador asistente de service y le pregunté cuánto
iicmpo pensaba que llevaría el arreglo.
-Aproxim adam ente una hora -respondió él.
Decidí hacer una caminata por la ciudad y para hacer unos
I i o c o s mandados. Planifiqué mi mañana de modo que no regre-

saría a la agencia hasta las 9:15. De esa manera estaba seguro de


i|iie la camioneta estaría lista y no se presentaría la oportunidad
Iiara frustrarme porque no lo estuviera.
Cuando regresé a recoger mi vehículo, noté que todavía esta­
ba en el mismo lugar donde lo había dejado. Era posible que lo
hubieran estacionado luego de hacerle el arreglo, pero esto me
hizo sentir un poquito incómodo, y con un mal presentimiento
entré al departamento de service.
-¿Está todo listo? -pregunté a Brent cuando se acercaba al
mostrador.
-N o pudimos entrarlo todavía -respondió él.
Podía sentir como se montaba la frustración en mi carne.
-¿C uándo piensas que podrán mirarlo?
-N o estoy seguro. Yo realmente no pienso que haya un pro­
blema, Jim.
Otra vez pude sentir que el nivel de frustración se elevaba.
Deseaba arreglar las cosas y defender mis derechos. Gracias al
Señor que es una ayuda siempre presente en tiempo de peligro,
y yo me encontraba en peligro, amenazado no por el agente de
service sino por mi propia naturaleza pecaminosa, que deseaba
tener control sobre mí allí mismo.
Ríndemelo a mí, me susurró el Señor al pensamiento.
Está bien, Señor, te entrego esta frustración.
-Brent -pregunté en tono de voz razonable-, ¿cómo pue­
des saber que no hay nada roto si no lo has mirado? ¿Podrías
por lo menos salir y dar una vuelta para investigar? El ruido es
inconfundible. De mala gana accedió él a manejarlo y regresó
rápidamente.

95
Escape a Dios
-N o creo que tenga nada -dijo él con seguridad.
-¿N o escuchaste el ruido? -le pregunté.
-Sí, lo escuché. Pienso que se debe al hecho de ser un vehículo
de doble tracción funcionando sobre el pavimento seco en vez de
la nieve donde sería un poco resbaloso.
Esta fue la explicación más extraña que haya escuchado algu­
na vez.
-Pero es el mismo sonido que hacía el otro lado cuando estu­
vo roto -abogué.
-N o, es diferente.
Señor, ¡esto no es justo! Él ha prejuzgado la situación y no es ni
siquiera razonable.
Tan solo permanece en mí, Jim. No tienes que separarte de m í a pesar
de cómo te puedan tratar otros.
-Brent, si cambias el semieje y el ruido desaparece, ¿estarías
de acuerdo en que ese era el problema? -le pregunté.
-N o -m e respondió.
-N o, ¿no cambiarías el semieje, o no, no estarías de acuerdo
en que ese era el problema?
-N inguna de las dos cosas -dijo Brent comenzando a
irritarse.
-Bueno, Brent, no puedo obligarte a cambiar el semieje.
-N o, no puedes -concordó forzadamente.
-Brent, tengo planificado partir a Europa la próxima semana
y mi esposa estará sola aquí, con esta camioneta, estoy seguro
de que es la misma cosa que tema el otro semieje. Además, para
cuando regrese la camioneta estará fuera de garantía.
-¡Ese es problema tuyo! -respondió él.
-N o estamos de acuerdo ¿verdad? -le pregunté.
-N o, no lo estamos.
-Bueno, creo que todo lo que puedo hacer es llevarme la ca­
mioneta a casa y traerla de vuelta si empeora.
-Supongo que sí -dijo é l- Puede pagar allá -m e comentó,
alcanzándome una boleta.
Caminé hacia el mostrador donde se encontraban las cajas con
un sentimiento de fracaso en mi corazón. Señor, oré silenciosa­

96
Viendo al Invisible
mente, nunca me han tratado tan injustamente en toda mi vida y ahora
encima tengo que pagar por esto también. ¡Esto ya es demasiado!
Confía en mí, Jim y déjalo todo en mis manos.
Es tan difícil cuando sentimos que nuestros derechos han sido
pisoteados y nuestra naturaleza humana quiere enderezar las
ofensas recibidas.
No lo sabía, pero Sam, el administrador de servicios, ha­
bía estado observando todo este suceso, y a esta altura se me
aproximó.
-Jim , ¿te sientes incómodo con la decisión que se te ofreció?
-¡Si lo estaré! -le contesté, explicando toda la situación.
-Si entro la camioneta y cambio el semieje y el ruido no des­
aparece, ¿estarías dispuesto a pagar por el trabajo de colocarlo y
retirarlo?
-P o r supuesto -repliqué-.
-Pero si el sonido desaparece, ¿estarías dispuesto a concor­
dar que el semieje era el problema y a cubrir los gastos con la
garantía?
Sam estuvo de acuerdo, y se entró la camioneta al taller. Se
remplazó el semieje y ¡el sonido desapareció! Dios tenía la si­
tuación en su mano y me tenía preparada una solución todo ese
tiempo. No necesitaba defenderme cuando el Dios del universo
estaba de mi lado. Todo lo que necesitaba era rendirme a él.
¿Sientes, en este momento, la presencia invisible de Dios lla­
mando a tu corazón? Él desea ser tu pronto auxilio: "Entonces
tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino,
andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a
la mano izquierda" (Isaías 30:21). Él desea fortalecerte para vivir
por encima de la presión de la carne, por encima de la atracción
del mundo. Es cuando el mundo nos vea salvos en el presente,
más bien que salvos de nuestro pasado, que nuestras vidas de­
mostrarán que tenemos el poder de Dios en vez de poseer solo
una forma de piedad. Las iglesias de hoy en su mayoría han per­
dido este poder, y esta es la razón por la cual muchos las abando­
nan. La gente anhela un poder capaz de salvarlos de sí mismos,
un poder que transforme sus vidas en un gozo, aquí. Desean más
que tan solo vanas promesas de gozo en el más allá.

97
Escape a Dios
Esta experiencia está al alcance de todos. No fue hasta que
me propuse en mi corazón cooperar diariamente, a cada hora y
momento a momento, con el Dios invisible que floreció mi expe­
riencia. Hoy, continúa floreciendo y produce fruto al enfrentar lo
visible mediante el Dios invisible. No escribo esto como uno que
lo ha alcanzado, ni tampoco experimentado completamente la
oportunidad que está a nuestra disposición, sino como uno que
sigue adelante. "N o mirando nosotros las cosas que se ven, sino
las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero
las que no se ven son eternas" (2 Corintios 4:18).
Cuando comencé a ver y comprender en primer lugar esta ex­
periencia, solía orar diariamente: Señor, ayúdame a ser tan sensible
a tu presencia que el susurro más leve de Jesús mueva mi alma. Ahora,
puedo escribir como uno que está experimentando y madurando
una vida más profunda. Y no soy el único. Al viajar alrededor del
globo hay unos pocos aquí y allá que están dispuestos a poner el
esfuerzo para hacer suya esta experiencia.
Muchos la desean, pero porque involucra una constante re­
nuncia al yo, pocos parecen encontrarla. Me rompe el corazón
porque llegan tan cerca, examinan la experiencia y sienten el an­
helo del corazón por tener unidad con Dios. Ven que Dios los ha
estado buscando toda su vida, y comprenden los cambios que
debieran implementar en su estilo de vida para hacer más fácil
la rendición a Dios. Se dan cuenta de que deben someter todas
sus decisiones a él, y reconocen que Dios está siempre con ellos
para guiarlos y dirigirlos, si estamos dispuestos a seguirlo. Pero
nunca cambian. Han realizado un ejercicio intelectual en vez de
que esto se transforme en una experiencia del corazón. No per­
mita que esto le suceda a usted. Rob se había sentido motivado
a hacer suya esta experiencia porque estaba en peligro de perder
toda su familia, pero muchos más se encuentran en el mismo
tipo de peligro y no son capaces de detectarlo. ¿Qué se necesitará
para motivarlo a usted?
Dos semanas después de nuestra visita a la familia de Rob
comencé a preguntarme cómo andarían las cosas con ellos.
¿Habría caído Rob otra vez en sus viejas costumbres, o se estaba

98
Viendo al Invisible
manteniendo alerta de la presencia de Dios y sometiéndose a su
dirección?
Fue entonces cuando llamó Rob.
-¡Jim , mi esposa se ha transformado en mi mejor amiga! No
lo creerás, pero nos hemos quedado despiertos hasta tarde todas
las noches durante las últimas dos semanas. Sabes, ella tenía mu­
cho para decir y yo nunca me había dado cuenta. Nunca le ha­
bía dado la oportunidad. Quiero agradecerte -dijo él-. También
quiero que sepas que te sientas libre de usar nuestra historia para
ayudar a otros a ver y a creer. Yo no sabía que mi esposa había
estado pensando en dejarme. Realmente lo desconocía, y si no lo
sabía, entonces hay otros hombres por allí cuyas esposas están
pensando en eso también.
Rob habló del riesgo de las pérdidas temporales, pero mucho
peor hubiera sido la pérdida de su esposa y de sus hijos para el
reino de los cielos. ¿Crees realmente que ellos pueden alcanzar
un nivel de experiencia espiritual más alto que lo que realmen­
te practicas? ¿Son dignos ellos del esfuerzo? Cristo pensaba que
éramos dignos del esfuerzo, porque dijo: "Por tu causa me san­
tifico". ¿No debiéramos hacer lo mismo nosotros por aquellos a
quienes amamos?
Rob fue lento para ver al Dios invisible en cada situación de
la vida y para ser guiado por él. Nosotros podemos poseer esta
experiencia también, pero estamos tan acostumbrados a seguir la
inclinación, los impulsos y a reaccionar al mundo visible que nos
rodea que requerirá volver a entrenarnos para escuchar la voz de
Dios y para sentir su presencia en cada situación. Por encima del
caos del mundo, más allá del clamor de las emociones, mayor
que nuestro conocimiento intelectual, está la apacible presencia
de Dios esperando solo nuestro reconocimiento y cooperación,
para poder guiarnos, consolarnos y dirigirnos. Esta es la llave de
una vida sin arrepentimientos o pesares.

99
CAPÍTULO 7

Audición, zeteótiva.

"Habla, Jehová, porque tu siervo oye" (1 Samuel 3:9).

/ / "A /T is manos se deslizaron por la soga y mis pies dieron len-


_L.V-Ltos pasos tentativos. Eran tan lentos que mi guía de 5
años se me podía adelantar con facilidad. Con cada paso me fui
dando cuenta de que había entrado a un mundo donde reinaba
la oscuridad y el oído se transformó en uno de los más preciados
sentidos". Me encontré sumergido en la experiencia mientras mi
amigo me contaba del sendero singular por el que habían cami­
nado junto con su esposa, con los ojos vendados.
"Mis manos estaban heladas, aunque teníamos una tempe­
ratura de 4,5 grados" -declaró él-, "pero resistí la urgencia de
ponerme los guantes por temor a perder aún más la capacidad
de recibir información a través de los sentidos. Mis manos, más
que mis pies, me informaban de la distancia recorrida mientras
la soga del guía se deslizaba suavemente por ellas. Un nudo oca­
sional anunciaba la terminación de otra extensión de soga. Las
curvas se podían percibir por los cambios de ángulo en la soga.
"El aroma de la tierra fresca tan recientemente expuesta a las
nieves derretidas me acompañó mientras caminaba y el dulce
aroma de los pinos anunciaba su presencia junto al sendero. La

100
Audición selectiva
mayoría de los olores eran agradables hasta que capté el olor de
carroña. Probablemente sea un ciervo, pensé. El olor era fuerte, y
me di cuenta que el esqueleto se encontraba muy cerca. Me puso
nervioso el hecho de que pudiéramos sobresaltar a un oso que
acabara de despertarse de su tibio encanto y que fuera atraído
por el olor a muerte.
"Mientras caminaba me volví cada vez más dependiente de
mis oídos. El crujido de la nieve debajo de los pies me advertía las
condiciones resbalosas. El sonido cantarín de un arroyo de mon­
taña que se acercaba en ese momento me indujo a preguntarme
si podría pisar accidentalmente en el agua helada. Pero por lejos,
el sonido más confiable era la voz de mi hijo, quien contando
con 5 años, estaba actuando como mi guía. 'H ay más nieve aquí,
papi', o '¡cuidado con este pedazo de tronco!' me advertía. Yo
sonreí interiormente, pensando que no podía cuidarme de nada.
Entonces repentinamente me choqué con él, que se había coloca­
do intencionalmente frente al tronco para protegerme del peli­
gro. Mi extrema dependencia de él era rara y atemorizadora.
"Por momentos caminábamos en silencio, y después de un
rato temí que él se hubiera adelantado y me hubiera dejado solo
para luchar con los obstáculos invisibles. Llamé, solo para descu­
brir que él se encontraba justo a mi lado. 'Por favor, no me dejes',
le rogué. Sin sus ojos solo podía andar a tientas siguiendo la soga.
Con su visión podía caminar, confiado en que él me advertiría y
protegería del peligro. '¡No, papá, nunca te dejaría!', exclamó él,
incrédulo de que pudiera siquiera pensar en semejante cosa.
"Finalmente llegué al extremo de la soga, el fin de mi jornada.
Me saqué la venda, para quedar deslumbrado por la luz del día.
Después de la adaptación pude enfocar nuevamente, y vi la cara
radiante de mi guía que me sonreía, sereno con la confianza de
que él podía guiarme".

Dios desea guiarte a ti y a mí exactamente de la misma m a­


nera. Puede ser que le tengamos poca confianza. Probablemente
nunca hayamos confiado en él completamente con toda nuestras
vidas. Puede ser que ni siquiera hayamos conocido personalmen­
te a nadie que confíe en Dios tan completamente. Sin embargo,

101
Escape a Dios
no se ofende. Él sabe que por nuestra misma naturaleza, estamos
inclinados a rehusar su dirección. Y aún así Dios permanece listo
para ayudarnos, con la confianza así como la de aquel niño de
que puede hacer la tarea.
Dios conoce todos los problemas, todos los quebrantos que
enfrentaremos en esta vida y tiene una solución para cada uno de
ellos. Mejor, mucho mejor que tan solo una solución a nuestros
problemas es el hecho de que el Dios del universo simpatiza con
nosotros en nuestros conflictos.
La Biblia dice: "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras debilidades; sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza" (Hebreos 4:15).
¡Estas son buenas nuevas! Jesús sabe lo que estamos atrave­
sando. Sabe cómo nos sentimos, cuán cansados nos volvemos y
comprende los quebrantos que ni siquiera el amigo humano más
cercano puede compartir. Así como ese guía de 5 años, él dice:
"no te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5).
La dependencia es la llave que libera las manos de Dios para
obrar por nosotros. Sin su vista, mi amigo dependía de la instruc­
ción de otro, ¡de uno que podía ver! Esta lección me llegó de for­
ma muy patente en uno de los vuelos que tenía que tomar para
presentar temas y seminarios por todo el mundo. He aprendido
a apreciar a los controladores de tráfico aéreo más que nunca an­
tes. Estoy contento de que pueden ver todo el panorama, todos
los peligros y obstáculos en sus pantallas de radar. Ellos están a
cargo, y el piloto meramente lleva a cabo sus instrucciones. Pero
es más que tecnología. Estoy agradecido por la preocupación real
que sienten los controladores en forma individual por la seguri­
dad de aquellos que están a su cargo.
Por ejemplo, cuando mi vuelo hacía su aproximación final
al aeropuerto internacional de Salt Lake City, los controladores
habían cumplido con su tarea y nuestro vuelo, gracias a las ins­
trucciones del controlador y de la habilidad de nuestro piloto,
se alineó perfectamente con la pista de aterrizaje. Se acercó cada
vez más hasta que por fin nos encontrábamos a menos de 100
metros por encima de la tierra. En lugar de aterrizar, la mano
invisible de la gravedad me presionó contra el almohadón del

102
Audición selectiva
asiento mientras la nave aceleraba y subía empinadamente hacia
arriba. ¿Qué había sucedido? El piloto nos informó que el con­
trolador había notado que había fallado el instrumental. No se
había desplegado apropiadamente el tren de aterrizaje. A pesar
de la demora mientras la tripulación rectificaba el problema, ni
un solo pasajero objetó la advertencia del controlador aéreo. Su
advertencia nos había salvado de la destrucción.
Pero basta que alguien sugiera que Dios debiera dirigir nues­
tras vidas, y que debiéramos obedecer sus advertencias y con­
fiar en su guía de modo que podamos evitar la destrucción y
nos resentimos, resistimos y molestamos. La razón es clara. No
sentimos nuestra necesidad o no detectamos el peligro o nuestra
necesidad de dirección. No salimos inmediatamente y decimos
que no necesitamos la guía de Dios. En realidad, generalmente
confesamos nuestra necesidad de él. No obstante, nuestras accio­
nes desmienten nuestra confesión.
Hay algo que se está volviendo cada vez más popular en los
círculos cristianos "que tendrán una apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella" (2 Timoteo 3:5). La frase "¿Qué haría
Jesús?" se ha vuelto un icono popular de la cultura cristiana, des­
plegado por todos lados desde remeras hasta juguetes. Lapiceras,
placas y cuadros, todos despliegan el mensaje. Ha sido el tema
de sermones y reuniones juveniles. Suena bien. Parece correcto,
y sin embargo se trata más a menudo de una mascarada huma­
nista que de cristiandad. Se le pide al ser humano, en su gran
sabiduría, que decida cómo reaccionaría Jesús en cualquier situa­
ción dada de la vida.
Jesús mismo nos enseñó cómo decidir qué hacer o dejar de
hacer, cuando dijo: "porque no busco mi voluntad, sino la volun­
tad del que me envió" (Juan 5:30). Él dependía constantemente
de la dirección del Padre para que lo guiara.
A menudo he preguntado a la gente qué hubieran hecho en
el lugar de Jesús cuando recibió el mensaje de que su mejor ami­
go, Lázaro, se estaba muriendo. Nosotros hubiéramos corrido y
sanado a nuestro amigo, pero Jesús no lo hizo. Permaneció allí
donde se encontraba y dejó que muriera su mejor amigo. Porque
Dios tema planeado algo maravilloso para Lázaro, mucho más

103
Escape a Dios
maravilloso que ser sanado de su enfermedad. Si hubiéramos es­
tado nosotros en lugar de Jesús, habríamos hecho un lío con esos
planes porque no estamos acostumbrados a permitir que Dios
controle toda nuestra vida. No hemos cultivado la sensibilidad
espiritual que tenía Jesús.
Dios dice: "dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz"
(Isaías 2:22). Esto significa dejaos de todo hombre, incluyendo
nuestro propio razonamiento e intelecto tremendamente orgu­
llosos. Esto significa cesar de manejarnos a nosotros mismos,
ponernos en armonía con Dios y cultivar una sensibilidad espiri­
tual diaria hasta que esta se transforme en una forma de vida.
A menudo la idea que parece razonable en un escenario teóri­
co parece ser absurda cuando la colocamos en un escenario de la
vida real. Por ejemplo, ¿le gustaría volar con un piloto que toma­
ra decisiones basado en lo que piensa que el controlador debie­
ra decirle que haga en una situación dada, en vez de requerirla
del controlador? Si no les parece muy razonable este método de
vuelo, ¿por qué aceptamos semejantes prácticas en nuestra vida
religiosa? Probablemente es porque toda nuestra experiencia re­
ligiosa está desequilibrada.
Los seres humanos tenemos la idea de que una vida equilibra­
da consiste en que Dios y el yo comparten el control de mi vida
de modo que Dios tira hacia arriba y el yo tira hacia abajo. Esto
puede parecer equilibrado, pero no nos lleva a ninguna parte.
De modo que debemos considerar si nuestra religión tiene una
aplicación a la vida real. ¿Nos lleva en forma consistente hacia
arriba? Si no, entonces lo que llamamos religión es una vida in­
feliz que consiste en tirar hacia adelante y hacia atrás. Peor aún,
es una religión que permite nuestro asentimiento mental a las
verdades para suavizar nuestro pensamiento y justificar nues­
tros hechos, mientras que en realidad estamos sentados sobre la
cerca. Es la peor clase de engaño, porque pensamos que estamos
caminando en el sendero al cielo, aunque permanecemos exacta­
mente en el mismo lugar, en la misma condición, y calzamos tan
perfectamente para la destrucción ¡como lo estábamos antes de
encontrar este asunto llamado religión!

104
Audición selectiva
¿Recuerdan a Rob, de quien hablé en el capítulo previo? La
experiencia religiosa de Rob necesitaba volverse práctica. El sim­
ple conocimiento intelectual no lo había transformado en una
nueva criatura en Cristo. El primer paso para cualquiera que de­
see poseer una vida que modifique el cristianismo es volverse
"pronto para oír" (Santiago 1:19). Estar realmente dispuestos a
oír es la llave que abre la puerta a una comunicación efectiva en
todas nuestras relaciones, y su ausencia es el mayor estorbo.
Harold se había criado en lo que él describía como una reli­
gión "tipo culto". Cuando maduró, rechazó las posturas doctri­
nales del grupo en el cual fue criado, excepto por una cosa: el es­
tilo simple de la vida del campo. Todavía le era caro a su corazón;
su sueño, por así decirlo. A los 40 años, Harold es un típico nor­
teamericano. Se encuentra casado por segunda vez y criando tres
hijos de ambas uniones. Junto con su segunda esposa, Jennifer,
de 30 años, vive en una sección afluente de Connecticut, justo a
las afueras de la ciudad de Nueva York. Ambos son profesiona­
les, y juntos ganan una gran cantidad de dinero, pero su estilo de
vida también los lleva a gastar mucho.
Al encontrarse ahora en la edad mediana, Harold se enfrenta
con una creciente insatisfacción. Está logrando éxito en el mundo
pero se siente vacío. Como cristianos nominales, tanto él como
Jennifer han rebotado de iglesia en iglesia por los últimos pocos
años, tratando de encontrar satisfacción. Jennifer, aunque en un
grado menor que su esposo, está buscando, también insatisfecha
con la vida. Esto no es de sorprender, porque como madrastra de
dos hijos del primer matrimonio de Harold, la vida a menudo
es estresante. Junto con Harold pasaron por muchas dificultades
de adaptación al tratar de armonizar una familia proveniente de
dos. Seguramente el futuro podría solamente ser mejor. Ahora
con un niño pequeño propio, la maternidad es el anhelo de su
corazón. Si solo pudiera permanecer en casa. Si solo pudiera te­
ner más hijos. Si solo la parte económica no requiriera que ella
trabaje, entonces tal vez podría ser feliz.
En la superficie, podría parecer que esta pareja tiene sueños
compatibles. Seguramente fue un equipo hecho en el cielo, pero
no se daría. Muy pocas esposas disfrutarían que sus esposos eli­

105
Escape a Dios
gieran comprar una propiedad sin su aprobación, y Jennifer no
había ni siquiera visto la tierra. Entonces estaban allí los grandes
sueños de Harold para su propiedad, que incluía construir una
casa nueva. Jennifer, siempre práctica, rápidamente se dio cuen­
ta de que nunca podría quedar en casa con todos esos gastos
adicionales.
Con los meses que llevó cerrar el contrato por la propiedad,
Jennifer trató de conseguir que Harold entendiera sus preocupa­
ciones, pero su esposo las dejó de lado. Harold no estaba escu­
chando. Él pensó que su sabiduría era mayor, su experiencia más
amplia. La tensión entre ambos se puso tan severa que Jennifer
rehusó firmar la boleta de compra. Ahora, para cualquiera con un
poco de juicio, había un mensaje en todo esto para Harold. Pero
si lo vio, se rehusó a seguir su advertencia, descartándolo todo.
Él sentía que tenía el derecho a cumplir con su sueño, y nada lo
iba a detener, así que compró la propiedad sin ella. Muchas es­
posas experimentan este tipo de oído selectivo. Puede ser que no
les toque pasar por la experiencia de que su esposo compre una
propiedad sin ellas, pero hay muchas maneras en que nosotros
los hombres podemos ser insensibles a sus intereses.
Los cambios vinieron lenta y gradualmente. Jennifer ya no
podía dormir bien. Estaba malhumorada e insatisfecha en el tra­
bajo. Su felicidad en el hogar era ahora tan solo un amargo re­
cuerdo. Por primera vez, que alguien pudiera recordar, comenzó
a quejarse de su esposo, abiertamente especulando con la idea
de separarse de él. Las pequeñas cosas que solía pasar por alto
enamorada, se transformaron en montañas insuperables.
Harold por fin se dio cuenta que su herida esposa realmente
se estaba volviendo insensible a él y se dio cuenta de que algo
estaba mal. Pensó que el trabajo era demasiado estresante y la
animó a ella a buscar otro trabajo. Su incapacidad para ver su
propio egoísmo e insensibilidad y su falta de voluntad para es­
cuchar, realmente escuchar a su esposa, confirmó en el corazón
de ella lo peor que había pensado de él, y ahora estaba rindiendo
su fruto en una cosecha de insensibilidad.
Harold todavía quería concretar su sueño. Ahora pagaban
dos hipotecas, una por su casa en Connecticut y otra por el sueño

106
Audición selectiva
de Harold, mientras que el sueño de Jennifer de dejar de trabajar
y quedar en casa se transformó en cenizas sobre el altar de un
orgullo obstinado y de una insensibilidad voluntaria. ¿Cuánto
durarían de esta manera? ¿Alguien lo sabe? Triste, ¿no es cier­
to? Seguramente nosotros no seríamos tan insensibles. ¿O lo
somos?
Cuando estábamos de novios con Sally, yo era muy sensible a
sus opiniones, sus comentarios, sus pensamientos y sus deseos.
Ella estaba constantemente en mi mente. Me encontraba sentado
en clase con mis apuntes y escribía su nombre una y otra vez y
los embellecía con corazones. Sin embargo, no pasó mucho tiem­
po después que nos casamos cuando comencé a desconectarme
de ella, a tratarla como una conveniencia. ¿Qué sucedió? Solo me
comunicaba cuando era conveniente para mí o si había alguna
clase de crisis, y poco a poco el matrimonio perdió su celo, su
frescura. Las mismas cualidades que hacían del matrimonio una
experiencia viviente, vibrante y un gozo, desaparecieron.
Al tomar el nombre de Cristo, los cristianos en esencia están
reclamando que están casados con él. Muchos de nosotros, de­
masiados de los que han tomado su nombre, actúan de la misma
manera en que Harold y yo actuamos en nuestros matrimonios.
Suceden dos cosas, o ignoramos la dirección de Dios y buscamos
nuestras metas, o tratamos a Dios como una conveniencia. Lo
tomamos cuando es conveniente, cuando tenemos ganas, y en­
tonces corremos a él con urgencia si hay una crisis.
Mi matrimonio solamente mejoró cuando mejoró la calidad
de comunicación que teníamos con Sally, o debiera decir, cuan­
do yo aprendí realmente a escucharla. Este principio es veraz en
toda relación. La comunicación efectiva siempre comienza con
escuchar a la otra parte. Mi relación con Dios ha demostrado este
principio una y otra vez. Escuchar la voz de Dios es casi un arte
perdido en la sociedad de hoy. Así que exploremos las avenidas
de comunicación entre Dios y el hombre.
La mayoría de la gente piensa en la Biblia cuando piensa en
Dios comunicándose con la raza humana. Verdaderamente la
Biblia transmite a nuestras mentes una comprensión de Dios
y señala el sendero para obtener una relación con él. "Toda la

107
Escape a Dios
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redar­
güir, para corregir, para instruir en justicia" (2 Timoteo 3:16).
Sin embargo, este mismo libro de la Biblia nos advierte que
las Escrituras pueden ser incomprendidas y aplicadas en forma
errónea. "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la
palabra de verdad" (2 Timoteo 2:15, el énfasis es nuestro).
Se han escrito volúmenes sobre el estudio de la Biblia, y al­
gunas veces pueden resultar confusos. No importa lo que usted
haya o no haya probado en su estudio en lo pasado, permítame
que lo anime a dejar otros libros e ideas y venir a la Palabra de
Dios con un deseo sincero de que Dios provea su dirección para
ese día. Acérquese a las Escrituras como pecador en necesidad de
salvación y permanezca en la presencia de Dios. "Estad quietos,
y conoced que yo soy Dios" (Salmo 46:10). Si hace esto, la Biblia
se transformará en algo más que una historia sagrada, más que
en sugerencias de cómo vivir una vida santa. A menudo escu­
charemos la voz de Dios hablándonos personalmente desde sus
páginas.
La verdadera religión es aquella que transforma toda la vida.
Es una religión experimental. No es tan solo teoría sino algo
que experimentamos de una manera práctica. En esto la Biblia
se revela en la m ayor brillantez. La Biblia nos provee un an­
cla, una fuente infalible sobre la cual podemos probar nuestra
interpretación.
La naturaleza todavía señala un camino a su Creador. Fue en
los confines del mundo natural que yo aprendí a reconocer la
voz de Dios. Cuando se eliminan las distracciones de la sociedad
civilizada, la mente humana se encuentra más apta para escu­
char la voz de Dios. Aunque está marcada y distorsionada por
el pecado, la naturaleza todavía revela la sabiduría y el orden de
nuestro Dios. En medio de la gloria y la majestad de la creación,
podemos captar la omnipotencia de Dios y sentir nuestra propia
incapacidad.
No obstante, la mente humana puede tomar hasta la más su­
blime de las experiencias y distorsionarla para su propia destruc­
ción. Charles Darwin viajó a un lugar hermoso y allí, rodeado

108
Audición selectiva
de algunas de las criaturas menos comunes y maravillosas de
la creación de Dios, sintió que la naturaleza le estaba hablando.
Pero no trajo el mensaje que sintió para probarlo con la Escritura.
Si él hubiera estado dispuesto a probar su teoría como lo manda
Dios: "A la ley y al testimonio: si no dijeren conforme a esto, es
porque no les ha amanecido" (Isaías 8:20), entonces el mundo no
hubiera marchado hacia la oscuridad y el error pensando que él
había encontrado una luz nueva y emocionante.
Dios también nos habla a través de su providencia en nuestras
vidas. En su gloriosa búsqueda de nuestros afectos, Dios arregla
las circunstancias para nuestro beneficio. Esta no es una acción
arbitraria de su parte para controlarnos, sino más bien, así como
un padre, él obra para alterar las circunstancias de modo que
sus hijos, tú y yo, podamos hacer elecciones correctas.¿Recuerda
cuando fui a comprar la tierra para encontrarme con que había
sido vendida delante de mis narices a último momento? En ese
momento no me percaté, pero él me estaba hablando y le hablará
también a usted, mediante las providencias de la vida.
Existe otra cara en la dirección providencial. Constituyen lo
que podríamos llamar "vellones". En Jueces 6 y 7, se nos cuenta
la historia de Gedeón a quien Dios levantó para librar a su pue­
blo. Gedeón escuchó las instrucciones que le dio el Señor pero
desconfiaba de sus propias habilidades y talentos, así que le pi­
dió al Señor que confirmara las indicaciones dadas mediante el
uso de un pedazo de lana, un vellón.

"Y Gedeón dijo a Dios: Si has de salvar a Israel por mi mano,


como has dicho, he aquí que yo pondré un vellón de lana en la
era; y si el rocío estuviere en el vellón solamente, quedando seca
toda la otra tierra, entonces entenderé que salvarás a Israel por
mi mano, como lo has dicho.
Y aconteció así, pues cuando se levantó de mañana exprimió
el vellón y sacó de él el rocío, un tazón lleno de agua.
Mas Gedeón dijo a Dios: No se encienda tu ira contra mí, si
aún hablare esta vez; solamente probaré ahora otra vez con el
vellón. Te ruego que solamente el vellón quede seco, y el rocío
sobre la tierra.

109
Escape a Dios
Y aquella noche lo hizo Dios así, solo el vellón quedó seco, y
en toda la tierra hubo rocío" (Jueces 6:36-40).

Yo he utilizado vellones en mi experiencia. No, nunca he co­


locado un vellón en el suelo. Tal vez hubiera sido mejor si lo hu­
biera hecho en algunos casos, pero permítanme que comparta un
ejemplo de uno de mis vellones con ustedes.
Me encontraba cazando ciervos con arco y flechas al poco
tiempo de haberme hecho cristiano, o quizá debiera decir, cuan­
do pensé que me había hecho cristiano. De cualquier manera,
mientras estaba cazando escuché que el Señor hablaba en algún
rincón silencioso de mi mente. Esa voz dulce y apacible que de­
cía: Baja tu arco, Jim.
Yo sabía que esta era la voz del Señor y sabía lo que él quería
que hiciera, pero me resistí. Casi desafiantemente le dije al Señor:
Está bien Señor, si deseas que deje de cazar, tráeme alguien con una
cámara de 35 mm y una lente telescópica, porque todavía deseo salir a
los bosques. Oh, y Señor, deben ofrecérmelo a mitad de precio.
Me sentí bastante seguro después de esta oración. Le había
dado al Señor un vellón desafiante, una tarea imposible, el ruego
falto de fe de mi corazón no consagrado. ¡Nunca pronunciaría se­
mejante oración hoy! Pero allí era donde me encontraba en aquel
entonces.
Un tiempo después, recibí una llamada telefónica de un joven
que trabajaba en la comunidad, vendiendo libros cristianos puer­
ta por puerta. Lo saludé cálidamente y él me preguntó si podría
venir a verme.
-P o r supuesto, puedes venir -le dije.
Llegó poco después, con una rústica caja de cartón marrón
en sus manos. Para ese entonces estaba realmente curioso. Él no
parecía tener apuro para informarme acerca del contenido de la
caja. Finalmente, después de haberse sentado cómodamente, dijo
con toda calma:
-Tengo una historia para contarte.
-¡Cuéntala! -exclam é con avidez.
-M e encontraba vendiendo libros cuando visité a cierta fa­
milia. Ellos estaban muy interesados en el juego completo de las

110
Audición selectiva
Helias historias de la Biblia que yo vendo, como tú lo sabes, esos
libros para niños. Pero realmente no podían pagarlos. Son de los
libros más caros que vendo, unos 300 dólares por juego. No pue­
do expresarte cuán grande era el deseo que tenían de comprar­
los. Lo podía ver en sus ojos. No solamente los niños, Jim. A los
padres les encantaba también. Realmente quería que pudieran
comprar mis libros, pero no sabía cómo ayudarlos. A esta altura,
el padre me hizo una oferta. Me dijo: "Tengo esta cámara. Hace
poco tiempo que la compré. Es de 35 mm y tiene una lente tele­
foto. Pagué más de 600 dólares por ella, pero se la entregaría a
cambio de los libros".
Mi joven amigo hizo una pausa.
-Jim -dijo con toda seriedad -y o permanecí allí sin saber qué
decir y tu nombre me vino a la mente. Fue como si una voz dijera
con tanta claridad: Sigue adelante, y acepta el trato. Jim comprará la
cámara. Así que yo acepté el trato. ¿Comprarías la cámara?
Las palabras no pueden expresar cuán bajo me sentí. Las lá­
grimas fluyeron por mis mejillas y escribí ese cheque, porque yo
sabía que no debiera haber hecho esa oración, y sin embargo el
Señor había comprendido. Me deshice del arco y desde entonces
nunca más he cazado.
Probablemente la más incomprendida forma en la cual Dios
nos habla es mediante las impresiones que llegan a nuestra men­
te. Muchas personas me dicen: "¡Yo nunca escucho a Dios ha­
blándome de la forma en que usted dice que lo escucha!" y yo
siempre respondo, "¡Sí, seguro que lo escuchan! Es solo que no
reconocen la voz suave y apacible, de otro modo debe ser que se
han acostumbrado tanto a ignorar sus impresiones que ya no las
escuchan más".
¿Se han dado cuenta de que la gente que vive cerca de las vías
del ferrocarril parece que ni se da cuenta de los trenes que pasan,
en tanto que las visitas se ensordecen por el sonido? Podemos
hacer lo mismo con Dios. Cuando persistimos en ignorar sus im­
presiones, estas se mezclan en el ruido de fondo hasta que son
casi irreconocibles.
Tengo un amigo al que llamaré Arnold, para proteger su pri­
vacidad. Él se me acercó después de un sermón y me dijo:

111
Escape a Dios
-Jim , tú dices que Dios te habla, pero yo nunca lo escuché
hablándome de la forma en que él te habla a ti.
-É l te habla y tú lo has escuchado -le dije yo.
-¿Te parece? -cuestionó él incrédulamente.
-P o r cierto que lo has oído -lo animé - . La última vez que
te encontraste en un negocio y tus ojos fueron atraídos por esas
revistas de chismes, las que tienen mujeres escandalosas en la
cubierta, ¿qué le dijo el Señor a tu mente en ese momento?
Estaba bastante seguro de que yo sabía la respuesta. Puede
ser que Arnold no haya desarrollado una relación con el Señor
que involucrara una comunicación "real", pero yo sabía que él
se decía ser cristiano. Y nadie que sea un cristiano serio puede
contemplar las imágenes triviales inservibles, y de los dramas
desplegados por los ricos y famosos o mirar las imágenes sen­
suales de las últimas modas, sin que el Señor impresione sus
pensamientos, tratando de proteger su mente de tal basura.
-É l me dijo: ¡No mires! -respondió Arnold.
-¿ Y tú qué hiciste?
Silencio.
-¿ Y tú qué hiciste? -pregunté otra vez, pero él no pudo con­
testarme. Oh, mis amigos, no es que no podemos escuchar la voz
de Dios, sino que nos hemos acostumbrado a no responderle. Yo
lo llamo a esto escuchar selectivamente. Es por esto que pensa­
mos que vivimos nuestras vidas sin su dirección.
No obstante, no todo lo que aparece en nuestras cabezas es
una impresión del Señor. Hay tres áreas de las cuales fluyen estas
ideas. Primero, el Espíritu del Señor puede impresionar nuestros
pensamientos. Segundo, nuestra propia carne, que está formada
por nuestras pasiones, apetitos y deseos, puede también ser la
fuente. Por último, vivimos en un mundo que ha sido tentado a
rebelarse contra Dios por el diablo y él no está menos activo en
tentarnos a pecar que cualquiera de las generaciones pasadas.
Así que, ¿cómo podemos filtrar los pensamientos que nos llegan
y poder discernirlos?
Las impresiones pueden y debieran poder pasar el examen
de la Palabra de Dios. Sin embargo, existen momentos cuando
una impresión no es inherentemente buena o mala. Un ejemplo

112
Audición selectiva
de esto fue cuando el Señor me pidió que me moviera al otro
lado del tronco que estaba cortando y de este modo poder salvar
mi vida. Moralmente no era incorrecto cortar cualquier lado del
tronco y no había un principio bíblico envuelto con el cual pudie­
ra probar esta impresión. Lo que sí tenía eran los comienzos de
una familiaridad en escuchar la voz de Dios.
Así como cualquier amigo, cuanto más escuchamos su voz,
más la llegamos a reconocer. Una regla útil de aplicar que uso
para probar una impresión es la siguiente: si la impresión me
pide una negación del yo, si coloca las necesidades y sentimien­
tos de otros antes que la mía, puedo sentirme cómodo de seguir­
la. Estos rasgos son opuestos a la naturaleza pecaminosa, la car­
ne con la cual nací, y no son los rasgos de carácter de Satanás
tampoco.
Necesitamos comprender que la mente humana, débil y frá­
gil como es, sigue siendo el único medio por el cual Dios puede
comunicarse con cualquiera de nosotros. Aquellos que buscan
comunicarse con el Soberano del universo debieran evitar cual­
quier cosa que debilite las funciones de su mente. Ciertamente el
uso de químicos que alteran la mente para lograr un así llamado
más alto estado del ser, nos debieran volver muy incrédulos acer­
ca de los supuestos mensajes recibidos por individuos mientras
se encuentran en tal estado. Dios es un Dios de razón, y él nos
invita a usar los poderes del razonamiento con que nos dotó, con
las siguientes palabras: "Vengan, pongamos las cosas en claro,
dice el Señor" (Isaías 1:18 NVI).
Algunos cristianos con los que hablo se sienten incómodos
con estas impresiones porque les recuerdan demasiado los men­
sajes recibidos por aquellos que están involucrados en el movi­
miento de la Nueva Era.
El cantante y compositor de canciones John Denver lo explicó
así en una ocasión: "A sí que yo escucho las voces que hay en mi
interior. Porque yo sé que están allí para guiarme".
Tengo amigos que están en el movimiento de la Nueva Era,
y su estilo de vida es muy semejante al mío. No tienen deudas.
Viven en un hermoso hogar en un lugar remoto. Se alimentan de
una dieta saludable. Y sí, así como yo, escuchan las impresiones

113
Escape a Dios
de sus pensamientos que ellos escogen obedecer. Sin embargo,
se rehúsan a conducir sus vidas de acuerdo con la Palabra de
Dios y no pueden diferenciar entre las voces o aceptar que esas
impresiones posiblemente podrían provenir del diablo. Los es­
píritus que les dan estas impresiones son demandantes hasta el
punto de insistir en cuanto a qué remera debieran usar. A me­
nudo los he desafiado a que contraríen su espíritu y desobedez­
can. Ninguno de ellos lo hará. Tienen miedo de la reacción que
puedan causar. Dios no usa la intimidación, sino que nos atrae
a él con cuerdas de amor. Aquellos que sirven a los espíritus del
movimiento de la Nueva Era no tienen libertad, sino que sirven
al dios de sus pensamientos. Esto me entristece porque están tan
cerca y sin embargo tan lejos de la verdad.
No importa cuánto deseemos la dirección de Dios en nuestras
vidas, existe un peligro de aproximarnos a Dios sin un espíritu
de sumisión dispuestos a obedecer lo que nos muestre. Si nuestra
voluntad propia no está neutralizada, entonces existe una ten­
dencia a usar nuestras ideas y blancos acariciados como norma
por la cual juzgamos las impresiones y pensamientos. Cuando
tenemos un pensamiento que está en armonía con nuestras ideas
preconcebidas, no es difícil para nosotros asumir que este debe
ser un mensaje de Dios.
Tal vez el mayor detrimento para tener una comunicación
libre y abierta con Dios es la falta de exclusividad. Dios desea
acompañarnos cada día como nuestro constante Compañero.
Desea que hablemos con él durante el día, que dependamos de
su sabiduría para dirigirnos, ya sea que estemos solos, trabajan­
do o visitando amigos. Quizá usted comparta una inclinación
que yo tengo de poner a Dios de lado cuando tengo una tarea
que realizar. Es casi como si dijera: M uy bien, Jesús, tú te sientas
aquí. Ahora tengo algo que hacer.
Y eso es exactamente lo que sucedió el día cuando escuché la
voz de mi hijo flotando por las escaleras.
-¡Papá, mamá quiere lavar una maquinada de ropa pero el
generador no arranca!
Solo se requirieron trece palabras para comenzar una crisis en
mi vida. Me encontraba en mi escritorio estudiando la Palabra

114
Audición selectiva
ilc Dios cuando llegó el llamado. Seguramente no podía venir
una tentación en un momento mejor cuando uno está estudian­
do la Biblia. ¿Será que es así? ¿Puede ser que el yo luche por
control cuando uno está estudiando las Escrituras? ¡Seguro que
sí! Inmediatamente, surgieron pensamientos irritantes en mi car­
ne porque no quería ser interrumpido. Además, había 40 grados
liAJO cero, y yo no quería salir afuera a ese garage para luchar
con una fría pieza de hierro que rehusaba funcionar.
Abrigándome bien, caminé afuera hacia el generador, lo miré
y podía sentir la incontenible batalla en mi corazón. No estás pre­
parado para ocuparte de esto todavía, podía oír al Señor hablando
en mis pensamientos. ¿Qué desea hacer mi fuerte temperamen­
to alemán? ¿Han pateado alguna vez un pedazo de hierro? A la
carne no le importa quién sale lastimado si puede desahogar sus
sentimientos y frustraciones.
Caminé de regreso a la casa y busqué una lapicera y un papel
para escribir lo siguiente: Independencia de Dios, ¡la maldición
de la vida de Jim Hohnberger!
Entonces caí sobre mis rodillas y oré al Señor hasta que sentí
que mi espíritu se había sometido. Señor, este es nuestro problema,
le dije. ¡Y fue maravilloso contar con él para que llevara la car­
ga! Yo no sé qué anda mal con la máquina, pero tú s í lo sabes, y voy a
depender de ti para que me guíes. ¡Aquello fue aún mejor! No iba a
enfrentar solo este problema. Ahora el Señor del universo iba a
estar a mi lado.
Regresando a la máquina causadora del problema, sentí la im­
presión de que debía revisar los contactos del distribuidor, pero
revisé el carburador. Luego de 5 minutos fríos de luchar con el
carburador, no pude encontrar nada que estuviera mal. Todavía
tenía la impresión de que debía revisar los contactos del distri­
buidor, pero revisé la bobina de reactancia. No encontré nada
que estuviera mal allí, entonces revisé los cables. Todavía no se
me iba esa impresión y por fin me rendí y revisé los contactos
de distribución, solo para encontrar un tornillo flojo, que estaba
produciendo un cortocircuito en el sistema.
Había ido al Señor para pedirle ayuda. Hasta había colocado
verbalmente mi dependencia sobre él. Entonces ignoré su direc­

115
Escape a Dios
ción. Esto es escuchar en forma selectiva. No había aprendido la
exclusividad requerida para hacer de su voz, su impresión, lo
supremo y todas las demás voces, inclusive mi propio "gran"
intelecto", subordinado a él.
Hace algunos años, Andrew fabricó una hamaca de estilo an­
tiguo para Sally y para mí. Fue un regalo maravilloso, y lo hemos
usado cada día en lo que nos gusta llamar "tiempo de hamacar­
se". Al mediodía, dejamos a un lado nuestro trabajo con Sally
y nos sentamos juntos. Este es el tiempo que le dedico a Sally
para conversar y compartir. Algunas veces nuestras conversacio­
nes son de preocupaciones profundas y entrañables, otras veces
puede ser simplemente compartir los sucesos del día. Sin embar­
go, es un horario asignado para estar con mi reina, tiempo para
escuchar, para escucharla con atención realmente. Es una hora
que he llegado a valorar mucho.
Un amigo vino a mi casa justo cuando tenía planificado mi
tiempo de hamaca con Sally. Lo saludamos y él nos explicó la
causa de su visita.
-¿Estás apurado? -le pregunté.
-Bueno, tengo que regresar a la ciudad, pero no es tan grande
el apuro -respondió él.
-Fantástico -le dije-. ¿Por qué no pasas y te sirves un vaso
de agua si lo deseas y te encuentras un libro para leer por unos
pocos minutos. Yo tengo una cita con mi esposa.
-É l me miró por un largo instante y luego entró a la casa.
Mi esposa necesitaba saber que ella era más importante para
mí que un visitante inesperado. Establecer esta prioridad es una
de las llaves que abre una comunicación vibrante con Dios como
también con nuestras esposas. ¡Satanás se esfuerza mucho para
romper la comunicación entre el alma y Dios! Y él utilizará cual­
quier medio que pueda para hacerlo. Distrae nuestras mentes
con toda clase de cosas, desde música hasta carteleras, llenando
nuestros sentidos de la misma manera que usan los países co­
munistas para obstaculizar la señal de las emisoras capitalistas.
Requiere un esfuerzo deliberado de nuestra parte para mantener
una conexión con Dios bajo el ataque violento del ruido y de la
información innecesaria de nuestra sociedad moderna.

116
Audición selectiva
Después de concluir un compromiso de presentación de un
lema en Tennessee, con mi familia viajamos al aeropuerto de
Nashville para volar a nuestra próxima cita. Como nos sobra-
lian algunos minutos, decidimos embarcar nuestro equipaje y
Iuego devolver el automóvil alquilado, en lugar de cargar con el
equipaje hasta la compañía de alquileres. Estacionando en el área
de partidas, pudimos ubicarnos justo en frente de la entrada.
Generalmente es difícil encontrar libre esta área de mucho trán­
sito pero hoy habíamos conseguido el mejor sitio imaginable.
Al acercarnos a la curva sentí la impresión de llevar las llaves
conmigo, pero no tenía ninguna razón para hacerlo. Después de
lodo, podía abrir el baúl con el pequeño botón desde adentro.
Pero Dios no se había dado por vencido y otra vez, al salir del
auto, sentí la impresión de bajar el parabrisas. Pero era una ma­
ñana fría y yo sabía que después de descargar el equipaje sería
lindo volver al auto tibio, así que ignoré esta impresión. Después
de llevar el equipaje adentro, regresé afuera para devolver el
auto a la agencia de alquileres y descubrí que todas las puertas
del Chevrolet modelo 98 que se encontraba estacionado con el
motor funcionando en mínima, estaban cerradas con la única lla­
ve puesta en el arranque. Inmediatamente, me di cuenta por qué
el Señor me había impresionado a que sacara las llaves y dije: Oh
Señor, ¡lo siento! Mi independencia de Dios siempre se deletrea
como P-R-O-B-L-E-M-A.
He llegado a aprender algo acerca de las aerolíneas en todos
mis viajes, ellos no esperan a Jim Hohnberger si llega tarde. Me
encontraba frente a un gran problema porque mi vuelo partiría
en poco más de una hora. También me encontraba en problemas
porque uno no puede dejar un auto en este tipo de área por más
de unos pocos minutos o la policía le pondrá una multa y luego
lo va a remolcar. Corrí adentro para buscar a Andrew para que se
quedara parado al lado del auto en caso de que quisieran remol­
carlo, entonces corrí a la compañía de alquiler de autos.
La cola frente al m ostrador de alquileres de autos era enorme.
Yo sabía que mi vuelo partiría antes de que llegara al mostrador.
Ahora que estaba en una crisis, estaba motivado para escuchar,

117
Escape a Dios
escuchar de veras, las instrucciones de Dios. Así que oré silencio­
samente: Señor, ¿qué debo hacer?
Ve directamente al mostrador y pide para hablar con el administra­
dor. Sí, esto no le va a gustar a las demás personas y sí, te dará vergüen­
za, pero funcionará bien.
Así que caminé hasta el mostrador y pedí para hablar con
el administrador. Él me dijo que no tenían llaves de repuesto,
pero que podían obtener una si conseguía el número de serie del
auto. Corrí de regreso al auto para descubrir a un policía escri­
biendo un ticket de multa mientras mi hijo permanecía parado al
lado. Él estaba muy avergonzado de toda la situación y no había
hablado. Yo le expliqué de mi problema al policía, a quien me
siento agradecido porque tuvo misericordia y me concedió unos
pocos minutos más para retirar el vehículo.
Rápidamente hice un garabato con el número y corrí de re­
greso a la agencia de alquileres mientras pasaban los minutos
y se acercaba la hora de mi partida. Pero el administrador era
asombroso, y todo el proceso llevó solamente 15 minutos desde
el comienzo al fin. Pronto me estaba dirigiendo al auto con una
nueva llave.
Mientras subimos junto con Andrew de nuevo al auto yo que­
ría decirle: ¿Por qué trabaste el auto? Lo hubiera hecho, a no ser
por el Señor que me estaba hablando con fuerza a la mente di-
ciéndome que quedara callado. Pero Señor, discutí, es obvio que lo
hizo él. Yo no lo hice y él fu e el último en salir del auto. Probablemente
trabó las puertas por la fuerza del hábito.
Quédate callado, Jim. Más adelante descubrirás lo que sucedió. No
pronuncies palabras de las cuales tendrás que arrepentirte, replicó el
Señor. Bueno, solo había andado un poco por el camino cuando
las puertas se cerraron automáticamente. Finalmente me di cuen­
ta de que este Chevy 1998 tenía algún tipo de mecanismo que
cerraba las puertas. Habiendo devuelto el auto alquilado pude
abordar el avión a tiempo, no solo porque llegamos a tiempo,
sino también porque el Señor me había ayudado a evitar acusar
falsamente a mi hijo. Todavía quedé con una punzada de tris­
teza, porque había pasado el fin de semana predicando a otros
acerca de ser sensibles al Espíritu del Señor hablando a nuestros

118
Audición selectiva
corazones y yo había ignorado su dirección y causado todo el
problema con mi audición selectiva.
A menudo las cosas que Dios nos pide que hagamos no pa­
recen tener sentido. Dios no me dijo que yo necesitaba sacar las
llaves porque iban a quedar encerradas porque el auto se trababa
solo. En cambio, él espera que nosotros confiemos que él sabe lo
i|ue está haciendo y mediante la fe en su amor y sabiduría obede­
ceremos sus instrucciones. Yo llamo a esto religión experimental
por la misma razón que de cada una de estas experiencias he
aprendido lecciones y he crecido en mi comprensión, aun cuan­
do no escuché perfectamente. Cuando veo los problemas que
causo por no escuchar sus indicaciones, se refuerza en mi mente
una familiaridad con esta voz suave y apacible y con la deter­
minación futura de obedecer rápidamente a sus instrucciones.
Iiste proceso de aprender a escuchar es la esencia de la religión
experimental. Es aprender lo que funciona y lo que no funciona.
Me encontraba paleando nieve en la entrada del auto un día
mientras mi familia trabajaba en varias tareas de la casa. Después
de un tiempo, Matthew sintió la impresión de que me estaba lle­
vando más tiempo de lo necesario para limpiar la nieve. Tal vez
tendría que ir con la moto de nieve y ver qué pasa, pensó para sí mis­
mo. Ahora, a Matthew también le encanta manejar la moto de
nieve y como le gusta tanto tenía temor de que su "impresión"
de ir y ver qué pasaba con su padre fuera una simple excusa para
dejar de trabajar e ir a hacer algo que disfrutaba. Varias veces le
vino la impresión, y varias veces la descartó. Entonces aparecí
adentro todo frío y cubierto de nieve. Se había roto la camioneta
al fin del camino de entrada, y tuve que caminar de regreso a
casa atravesando grandes montones de nieve.
Matthew entonces se dio cuenta de que la impresión había
provenido de Dios. Pero la experiencia no fue de balde, porque
él aprendió una lección de ella. ¿Cómo lo sé? Bueno, en otro via­
je, me encontraba viajando con Sally y Andrew. Matthew estaba
solo en casa. Entonces llamé para saber cómo se encontraba.
-¿C óm o andan las cosas? -le pregunté.
-E sto y aprendiendo a escuchar, papá.

119
Escape a Dios
Entonces me contó esta historia. Él tema que llevar a un clienj
te a ver una propiedad subiendo muy arriba en un paso mon«
tañoso. Cuando salía de la casa, sintió una fuerte impresión de
traer una linterna con él. Eso no tiene sentido, se dijo a sí mismo.
Después de todo, voy a regresar a casa mucho antes del anoche­
cer. Pero la impresión le regresó y la reconoció como la voz de
Dios, regresó adentro de la casa y trajo una linterna con él.
-¿A qué hora regresaste a casa? -le pregunté.
-A la medianoche.
Una gran estaca, de las que se usan para conectar troncos
para armar cabañas, se había metido dentro de una de las gomas
de su camioneta. Su relato emocionó mi corazón, porque como
adolescente él estaba aprendiendo lecciones de dependencia y
sensibilidad espiritual hacia Dios que yo no había ni si quiera
conocido cuando tenía 30 años.
¿Sería más fácil para nosotros escuchar y obedecer al Señor si
él nos dijera el "por qué" detrás de su instrucción? Mi experien­
cia indicaría que no.
Cuando llega el otoño con sus temperaturas congelantes,
siempre se debe realizar una tarea, que debo confesar no es una
de mis favoritas, que consiste en drenar el sistema de agua de
nuestra cabaña de visitas. El trabajo no es tan malo, pero el es­
pacio para arrastrarse debajo de la cabaña es oscuro, húmedo y
lleno de telas de arañas. Es la clase de lugar donde uno espera
que le salte una araña o un rató n , y uno desea tener algún amigo
que se ofrezca para hacer el trabajo en su lugar.
Este frío día de otoño, levanté la puerta trampa para entrar en
el espacio reducido y descendí debajo de la cabaña para drenar
los caños. Como necesitaba más sensibilidad en mis manos que
la que podía obtener usando mis guantes, los dejé en el suelo a
mi lado. Inmediatamente sentí la impresión de colocarlos en mi
bolsillo porque podría olvidarlos. Ahora, ustedes le pueden pre­
guntar a cualquiera que me conoce y sabrán que tengo una me­
moria maravillosa. No me olvido de las cosas. Así que descarté
esta impresión y terminé el trabajo.
Mientras caminaba hacia mi casa en el frío, busqué mis guan­
tes, y ustedes saben adonde estaban, ¿no es cierto? ¡Oh, no! M e

120
Audición selectiva
olvidé los guantes debajo de la cabaña, exclamé. No tenía otra opción
i|iie volver sobre mis pasos y buscarlos. En esta oportunidad, el
Señor había impresionado mi mente, hasta advirtiéndome lo que
podría suceder, pero ni siquiera la información extra fue suficien-
lo para afectar mi respuesta a su instrucción. Pensé que yo sabía,
que era más sabio.
Finalmente, nos enfrentaremos con una elección de obedien­
cia a las impresiones de Dios. Deberemos tomar esa decisión ba­
gados en una fe viviente como también en el conocimiento. Al
experimentar una religión práctica, permitiendo el control cre­
ciente de Dios en nuestras vidas, entonces nos encontraremos
aprendiendo a reconocer y confiar cada vez más en su voz. Así
como me sucedió a mí, tendrán oportunidades en que ignorarán
su dirección y arruinarán las cosas. Pero Dios no nos abandona
cuando obramos de esta forma, y si estamos dispuestos, él puede
enseñarnos lecciones valiosas de nuestros errores. Así que, expe­
rimente con Dios, confíe cada vez más su carga en él, dé un salto
ile fe y confíe en su dirección.
Si así lo hace, descubrirá que él no solamente es un guía infa-
lible sino el mejor de los amigos con el cual viajar por los sende­
ros de la vida, tanto en este mundo como en el venidero.

121
CAPÍTULO 8

Nuestro mayor
tmmiao
kJ

"Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:39).

illiam Murphy era un hombre poderoso y atractivo. Con


solo 40 años, ya era un ejecutivo a cargo de una enorm»
corporación internacional. Sin embargo, durante la última sema
na había estado considerando algo más que los intereses y con
tratos comerciales. Se vio forzado a considerar su propia morta
lidad. Comenzó durante una cena, con un dolor apagado aunqu
persistente en su mandíbula. Pronto le siguieron las náuseas, que
lo inundaban por oleadas. Le contó a su esposa que no se estaba
sintiendo bien y que quería salir del restaurante para ir a casa
Entonces cayó al piso.
Los paramédicos lo encontraron con un ritmo cardíaco poten
cialmente fatal pero lograron estabilizarlo. Recobró la concien
cia en la sala de emergencias y había pasado la última seman
haciéndose un sin fin de estudios y procedimientos. ¿El diag
nóstico? Un ataque cardíaco masivo. Peor aún, su cateterismo
cardíaco reveló un bloqueo severo en otra arteria. Ahora tenía
establecida una fecha para el procedimiento de abrir el bloqueo
Esto no solo prevendría otro ataque al corazón sino también, as
lo esperaba, lo salvaría de una cirugía de bypass coronario.
Nuestro mayor enemigo
Afortunadamente, el procedimiento marchó bien, y fue trans­
iendo a la unidad de recuperación, donde su esposa esperaba su
llegada. Pronto se les unió el cardiólogo con varias muestras del
"antes y después" en su mano. Utilizando las fotografías, el mé­
dico les demostró que se había reducido el 95% de la oclusión del
vaso sanguíneo. Y aunque el resultado era bueno, el especialista
lenía malas noticias para compartir también. Les dijo:
-Sus lípidos, es decir, su colesterol, las grasas en su sistema
sanguíneo, todavía están altamente elevadas, con un total de va­
lores de más del doble del máximo normal. Lo peor es que en su
caso, el radio de ayuda para las grasas dañinas es pobre. Necesita
estar bajo medicación que reduzca el colesterol. También le he
pedido a la nutricionista que venga para verlo debido al hecho
tle que necesita estar bajo una dieta estricta hasta que bajen estos
niveles. En unos seis meses, vamos a volver a evaluar la dieta
basados en la reducción que se haya efectuado hasta entonces.
( ’uando se haya recobrado, quiero que entre en un programa de
rehabilitación cardíaca. Finalmente, usted ha fumado absoluta­
mente su último cigarrillo. Con suerte podremos prevenir que
vuelva a ocurrir este bloqueo".
Habiendo terminado su enérgico discurso, el médico contestó
un par de preguntas y salió de la habitación, diciendo:
-L o veré mañana.
William esperó hasta que se había ido el cardiólogo, se volvió
.1 su esposa y dijo con decisión:

-¡N o pienso vivir así!


Durante una semana, había considerado con seriedad la po­
sibilidad de morir. Ahora que el espectro de la muerte se había
retirado bajo el ataque de la medicina moderna, este hombre que
normalmente se mostraba inteligente y racional, no estaba dis­
puesto a tomar los pasos necesarios para su supervivencia a lar­
go plazo.
Todos pensaban que el hábito de fumar de Billy, su dieta, su
Irabajo de alto estrés, y el estilo de vida ejecutivo que llevaba así
como el historial de su familia eran los culpables de su condición,
f inalmente, estos factores de riesgo no eran los enemigos contra
los cuales debía estar en guardia. En verdad, el m ayor enemigo

123
Escape a Dios
de Bill ya lo había conquistado tras una lucha. Su propia volunJ
tad no estaba dispuesta al sacrificio, tampoco estaba dispuesta a
dejarse morir. El deseo era más fuerte que la razón y el apetito
más fuerte que el intelecto. Cuando William muera a una edad
prematura, su certificado de defunción dirá: "muerte como ron
sultado de causas naturales". Pero en verdad, Bill se habrá pro-
vocado un homicidio causado por su obstinada voluntad.
Cuando me mudé a las montañas, era muy semejante eu
William. Mi vida espiritual se encontraba en cuidado intensi-l
vo, en necesidad de resucitación. Yo pensé que escaparía de una!
cantidad de enemigos en ese lugar remoto, por decirlo de otra
manera, de los factores de riesgo. Había pensado que las influen-j
das mundanas de los medios de comunicación eran el enemi­
go. Pensaba que los pastores que enseñaban falsedades desda
el púlpito, los falsos pastores, como la Biblia los llama, eran el
enemigo. Pensaba que las preocupaciones y ocupaciones de la
vida ajetreada del trabajo diario eran mis enemigos. Pensaba que
todas estas cosas eran enemigos que me impedían vivir la vida
cristiana.
Y tenía razón. Estas cosas son enemigos, y entorpecen el desa-j
rrollo del verdadero cristianismo. Debieran eliminarse de nuesJ
tras vidas tanto como sea posible, de modo que su influencia
pueda minimizarse.
Desafortunadamente, yo tenía la idea de que lo que consti­
tuía el bienestar espiritual en mi vida era el batallar contra la
influencia de estos enemigos. No fue hasta que me mudé a las
montañas que descubrí que aun en el ambiente más ideal que
podría imaginar, todavía era la misma persona que había salido
de Wisconsin. Llegué para batallar con mis pecados para descu-j
brir que aquellos pecados no eran nada más que síntomas de mi
problema real. Permítanme decirles, fue una píldora más fácil
de tragar cuando me di cuenta que el problema real, el verdade­
ro enemigo, el verdadero factor de riesgo que enfrentaba era...
¡YO!
¡Yo era el problema! Mis pecados individuales eran el fruto
inevitable del "YO" en control de mi vida. Es en esto en lo que
fallan tantos que fervientemente esperan y desean ser cristianos. ¡

124
Nuestro mayor enemigo
I >¡os debe tener el corazón completo que representa meramente
que todas mis elecciones estén rendidas a él. Él no está interesa­
do en tener algunas de mis elecciones, ni siquiera la mayoría de
i1lias, sino que desea todas. La clave para vivir una vida llena del
I spíritu es entregar todo a la dirección de Jesucristo. "Ninguno
¡ aiede servir a dos señores", dijo Jesús. ¿Por qué? "Porque o abo­
rrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará
al otro" (Mateo 6:24).
Cuando me casé con Sally, consentí en renunciar a todas mis
novias y amigas previas. Le entregué todos mis afectos a ella.
Renuncié a todos mis intereses anteriores. Morí a mi vida antigua
de soltería. Ahora, si yo hubiera tratado de tener un matrimo­
nio con Sally mientras que al mismo tiempo llevaba un romance
ion una de mis amigas o novias previas, ¿qué hubiera sucedi­
do con mi relación con Sally? Ya lo adivinaron ¿no es cierto? No
hubiéramos permanecido casados por mucho tiempo, ¿verdad?
Supónganse que yo excuso mi conducta y declaro: "Pero todavía
estoy casado con ella. Ella es mi esposa. Estoy comprometido con
ella". Es una idea bastante ridicula hasta para considerarla.
No obstante, es exactamente lo que sucede con la mayoría de
los cristianos. Tratan de aferrarse a sus amores anteriores mien-
Iras abrazan a Cristo. Al mismo tiempo, indignados denuncian
«orno falto de amor y juzgador a cualquiera que ose cuestionar
su compromiso con Cristo. Después de todo, ellos son buenas
personas. Hacen cosas buenas. Han nacido de nuevo, o así lo
reclaman.
Por alguna razón se incluyó el ejemplo del joven rico en la
biblia. Él era un hombre bueno y un líder. Hoy, muchos al mi­
rarlo dirían que es un hombre renacido. Sin embargo, él deseaba
estar casado con Cristo y al mismo tiempo tener un romance con
el yo. No quería dejar a su ex novia por Cristo. Hay tantos que
no perciben la lección vital de este relato. No era el hecho de
que este hombre tuviera grandes riquezas lo que lo separaba de
( risto, sino que deseaba tener el control de su vida y de sus ri­
quezas por sí mismo.
Cristo se refirió siete veces en la Escritura a su cruz como
nuestra. Las condiciones que Cristo ofrece para el discipulado

125
Escape a Dios
son muy claras. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguest?
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). La
iglesia y los cristianos en forma individual, comprenden muy
pobremente la muerte al yo.
No es una sola muerte sino una muerte diaria a mi voluntad
y a mis caminos. Esta muerte ocurre cuando permito voluntaria­
mente la sustitución de la voluntad y de mis caminos a la de otro
(la de Dios), no importa cuán dolorosa sea esta sustitución para
los anhelos y deseos. Solamente cuando escogemos voluntaria­
mente renunciar al derecho de manejar el yo es que realmente
llegamos a pertenecer a Dios.
Esta fue la experiencia de Cristo cuando oró "no se haga mi
voluntad, sino la tuya" (Lucas 9:23). Que Jim pudiera lograr esta
experiencia fue la meta de Dios desde aquel primer día en que
lanzó aquella gloriosa búsqueda de mi vida. Es la costumbre tra­
dicional del occidente que un hombre no gana a la mujer corte­
jada hasta que esta recibe su apellido. Al llevar su nombre, ella
promete solemnemente estar dispuesta a entregar no solamente
sus finanzas, su vida, sus blancos o hasta su privacidad, sino que
está dispuesta a compartir las más íntimas áreas de su ser. Ella se
dará a sí misma por el que ama.
Pocos de los que reclaman ser cristianos desean esta profun­
didad de intimidad y rendición a Dios. Menos aún la han obte­
nido. ¿Por qué? Porque es un proceso y la iglesia moderna ha
perdido completamente la visión de este hecho.
Cuando uno comienza a conquistar al novio o novia, no co­
mienza en el altar. Más bien, intenta ganar sus afectos. Dios hace
lo mismo con nosotros. Gradualmente, se desarrollan sentimien­
tos por la otra persona. Al comienzo tienen poco lugar en el co­
razón y uno está dispuesto a dar poco de sí mismo por el otro.
Entonces, esta persona especial se vuelve más importante, y la
voluntad de entregarse a uno mismo por el otro se acrecienta y
continúa creciendo hasta que se fusionan en una sola carne des­
pués del matrimonio.
Nuestra relación con Dios se desarrolla de la misma manera.
Es un proceso gradual que nos lleva a un matrimonio que es la
unión de dos en uno.

126
Nuestro m ayor enemigo
La visión mundana de la cristiandad popular de hoy, confun-
ile tanto este proceso que en el momento en que alguien expresa
<■! más mínimo interés en Cristo, ya se lo considera como cris-
liano. A menudo la Biblia habla de la "iglesia" como casada con
< risto. A la luz de esto, utilicemos la analogía del noviazgo para
obtener una m ayor comprensión del proceso de llegar a ser cris-
liano, un verdadero cristiano.
En la vida, la condición antes del matrimonio es estar soltero.
I o llamaremos estado uno. Generalmente existe una apertura a
<onsiderar otro estado en algún grado, dependiendo de la perso­
na. En el cristianismo, ese estado de soltería sería una vida sepa­
rada de Dios. La vida está gobernada por el yo y no se consulta
a Dios. La disposición a considerar a Cristo como teniendo un
papel en la vida varía con cada individuo.
Entonces en el estado dos, aparece alguien que expresa inte­
rés en nosotros. Dicen o hacen algo que despierta una respues-
ta interior y estamos dispuestos a permitir que formen parte de
nuestras vidas quizás un poquito. Así sucede con Dios. Él nos
muestra su amor y cuidado y su interés crea un deseo interior de
permitirle que tenga una pequeña parte de nuestra vida. Muchos
piensan que se han vuelto cristianos en este estado, pero esto es
solo el comienzo.
El interés expresado en el estado dos crea un afecto que se
desarrolla en un cortejo o noviazgo, estado tres. En este estado,
nace el deseo de unir las vidas. Generalmente se anuncia el com­
promiso. Sin embargo el individuo todavía es soltero. Todavía
tiene el control y aún puede cambiar de idea. No hay nada escri­
to en piedra, por así decirlo.
Para la persona que está considerando a Cristo, la experien­
cia es muy similar. Dios continúa atrayéndonos hacia sí. El in­
dividuo aprende lecciones de dependencia y confianza en Dios.
Comienza a aprender a rendir su voluntad a Dios. Existe el deseo
de hacer de Dios un socio de por vida. Sin embargo el yo todavía
está en control, y no se ha dado lugar a una completa rendición o
"casamiento".
El cuarto y último paso es el casamiento. Cuando ambos indi­
viduos están dispuestos a olvidarse de todos los demás y colocar

127
Escape a Dios
las necesidades del otro por encima de las propias, toma lugar el
casamiento. Ellos fusionan sus voluntades para llegar a ser una
carne. Es un compromiso diario con la otra persona.
Cuando la parte humana buscada y ganada por el amor de
Dios, escoge voluntariamente rendirse completamente a Dios, es
en ese punto que se llega a ser un cristiano y es en esencia el "ca­
samiento". En este casamiento tiene que morir el yo, y no puede1
haber nada ni nadie más que mantenga un lugar más alto en el
corazón que Dios. Solamente después de una completa rendición
tiene significado tomar el nombre de Cristo.
Mantener y profundizar este compromiso es el desafío del
cristiano; sin embargo la libertad de elección permanece todavía.
Una persona casada puede todavía escoger ser infiel. La dife­
rencia entre cambiar de idea en el estado tres y cuatro es que en
el estado tres, no se ha hecho un compromiso. Dios nunca quita
el derecho del cristiano de cambiar de idea. Nunca nos fuerza a
tener una relación con él. En vez de eso nos atrae constantemente
con su amor.
Jim, ¿está realmente queriendo decir que uno no es cristiano hasta
que alcanza el grado cuatro? podría preguntar alguien.
Mi respuesta es sí, nadie es cristiano sobre la fase de profesión
o conocimiento. Solamente somos cristianos cuando colocamos
nuestra dependencia totalmente en Dios.
Pero Jim, podría decir usted, todo el mundo cristiano mantiene
una norma diferente. M ás específicamente, todos comprendemos en un
nivel teórico lo que está diciendo, pero hay que encontrar a la gente
donde se encuentra. Esto podría ser bueno en un nivel intelectual, pero
¿es práctico realmente?
Es muy práctico. Acompáñenme en un típico día y vean si
esta experiencia no es lo que han deseado toda su vida.
Mi día comienza a las 21:00 la noche anterior. Es así porque
si no estoy en la cama a las 21:00, no podré levantarme lo sufi­
cientemente temprano como para pasar el tiempo que necesito
con Dios. Este tiempo es importante para mí. ¡Estoy apasionado
con esto porque he encontrado que Dios está apasionado conmi­
go! Es un tiempo maravilloso cuando puedo venir a él como mi
mejor amigo y ser fortalecido o lleno con su gracia para el día

128
Nuestro mayor enemigo
que me espera. Paso de dos a dos horas y media cada mañana
en oración y contemplación tranquila de su Palabra, pidiéndole
a mi Padre celestial que me prepare para las luchas que tendré
por delante de las cuales no conozco nada. No solamente sabe él
lo que me espera, sino que también tiene planeada mi salida. La
fidelidad de Dios para librarme es una revelación constante, a
mis sentidos pobres y entenebrecidos, de cuánto me ama él.
No estudio para obtener información o doctrinas durante
este tiempo. Me acerco a la Palabra de Dios como un pecador
en necesidad desesperada de salvación. Vengo para captar una
visión del que es mucho más santo y poderoso que yo. Cuando
uno contempla una montaña majestuosa o la grandeza del Gran
Cañón, la reacción normal es de asombro y maravilla. A menos
que las drogas o el alcohol entenebrezcan nuestros sentidos, uno
se siente como el más pequeño e insignificante de los hombres.
Esta es la visión que deseo obtener de Dios cada mañana, una
visión que me haga dar cuenta cuán débil y falto de poder soy.
Si mediante la comunión con Dios puedo salir de mi tiempo con
él con un sentido de mi propia necesidad, esto me hace estar dis­
puesto a llevarlo conmigo durante el día porque sé que sin él, no
puedo hacer nada.
Estas horas tempranas de la mañana significan mucho más
que tan solo pronunciar nuestras oraciones o leer nuestras
Biblias. Es un momento para formar una conexión vital con Dios.
¿Han tratado alguna vez de usar una máquina eléctrica que no
estaba enchufada? Nos ha sucedido a todos en algún momento.
Cuando no funcionó, ¿la tiraron a la basura? ¡Por supuesto que
no! La enchufaron. Le dieron una conexión vital con la fuente de
poder. Eso es lo que necesitamos hacer con nuestras devociones.
¡Enchufarlas!
Demasiados de los que han tratado de dedicar tiempo a la
devoción matinal la encuentran como una máquina desenchufa­
da. Pronuncian sus oraciones y puede ser que lean la Biblia y un
libro de meditación, pero nunca encuentran una conexión vital,
viviente con la Fuente del poder. Permanezcan en la presencia de
Dios. Búsquenlo como un hombre que se está ahogando busca
rescate. No anhelen un conocimiento de la religión o de la Biblia,

129
Escape a Dios
sino más bien busquen un conocimiento de Dios; porque él dice:
"Me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vue.s»
tro corazón".
Luego de salir de este tiempo a solas con Dios, siempre hay
una oportunidad para que se levante el yo. Después del desayu­
no esta mañana en particular, me apresuré a terminar mis tareas
de la casa porque vendría a buscarme un amigo. Hemos divi­
dido las tareas de la casa de tal manera que mi esposa no tenga
que cargar con toda la carga de hacer funcionar el hogar. Los
chicos hacen sus camas y ayudan tanto en la cocina como en la
limpieza.
Al pasar frente a la habitación de mi hijo, noté que su cama no
estaba hecha todavía, y sentí la impresión de que debía hacerla
por él. Me encontraba apurado y traté de descartar la impresión.
Después de todo, este era su trabajo y deseaba que él aprendiera
a ser responsable. Sin embargo, la impresión me vino otra vez
con el recuerdo de que le había prometido a Dios que haría lo
que él me dijera aquel día. Así que fui e hice la cama de mi hijo y
me dirigí a completar mis propias tareas.
Entre mis tareas aquella mañana estaba la de la estufa a leña.
Como vivimos en un lugar remoto en las montañas, usamos leña
tanto para la calefacción como para cocinar. Me gusta hachar leña
y no me resulta realmente un deber. Sin embargo, debido a la na­
turaleza misma del trabajo, es fácil permitir que la mente vague y
me encontré pensando acerca de un amigo con el cual habíamos
tenido un mal entendido. La tendencia en mis pensamientos era
la de ver todas sus faltas y justificar mi posición. Esa misma voz
familiar con la que había estado en comunión esa misma mañana
llamó nuevamente a mi corazón.
Jim, necesitas orar por tu hermano; no entres en justificación
propia.
Bueno, Señor, ¿cuál debiera ser mi oración? El yo se había levan­
tado casi imperceptiblemente y ahora estaba dudando, inseguro
de que estaba dispuesto a seguir la voz de Dios.
Jim, deseo que ores para que puedas hacer algo por tu amigo que está
en desacuerdo contigo. Deseo que ores para que puedas hacer algo que
te cueste tiempo, talentos o dinero.

130
Nuestro mayor enemigo
Después de un momento de lucha allí mismo al lado del tron-
>t>sobre el cual hachaba, escogí rendirme. Coloqué al yo a morir
y oré esa oración. Y, en unas pocas semanas, Dios contestó esa
oración y me dio una oportunidad de hacer algo por este hom­
bre, que me costó tiempo y talentos.
Es en los pensamientos donde se libran las batallas, mis ami­
bos, y tuve varias batallas más que enfrentar en mis pensamien-
los aquel día.
Al terminar mis tareas, noté que mi amigo acababa de estacio­
nar junto a la casa, y lo saludé desde la puerta. Entré al área del
lavadero donde estaba colgada mi campera y ¿saben lo que vi?
Allí había toda una carga de ropa que mi esposa había lavado.
I’ermanecía allí esperando que alguien la colgara.
Jim, quiero que cuelgues esa ropa para tu esposa.
Pero no está en mi lista de tareas, Señor, y mi amigo me está espe­
rando. Además esas son las ropas de mi esposa.
Jim, deseo que cuelgues esas ropas en el tendedero para tu esposa. Y
]im, también son tus ropas.
Allí mismo tuve una batalla que pelear en mis pensamientos.
¿Debía obedecer? Si lo hacía, ¿qué pensaría mi amigo de mí, es­
pecialmente después de hacerlo esperar mientras las colgaba? El
conflicto sucedió tan rápido. Lleva más tiempo escribirlo que lo
que tomó para ocurrir. Estoy feliz de decir que escogí rendir mis
pensamientos y sabiduría a un Dios omnisapiente. Invité a mi
amigo a pasar, le ofrecí un vaso de agua.
-Espéram e un minuto -le dije, y me dirigí hacia afuera con la
canasta de ropa para colgar.
Una nueva batalla se desató en el tendedero. Yo quería hacer
un trabajo rápido y listo. ¿Estaba dispuesto a hacer un buen tra­
bajo y a sacudir todas las arrugas así como lo hubiera hecho mi
esposa? El principio bíblico es: todo lo que te viniere a la mano
para hacer, hazlo según tus fuerzas. Mi carne deseaba resucitar
y controlarme. Sería tan fácil justificar al yo y decir: ella debiera
estar agradecida solo por el hecho de que se las estoy colgando. El Señor
estaba conmigo en ese momento de aparente necesidad insignifi­
cante, animándome a someterme y obedecer. En la profundidad

131
Escape a Dios
de mi interior, yo sabía de mi amarga experiencia personal que
esta era la única vía a la verdadera felicidad.
Mientras colgaba cuidadosamente cada cosa, percibí que me
clavaban los ojos en la espalda. Eché una mirada hacia atrás y
confirmé lo que había sospechado. Mi amigo estaba parado fren­
te a la ventana de vidrio, con el vaso de agua en la mano mirán­
dome con incredulidad. Tan solo llevó unos pocos minutos antes
de que pudiera subir en el auto de mi amigo y nos encontrába­
mos en el camino.
-Jim , ¿por qué estabas TÚ colgando la ropa de tu esposa? -m e
preguntó él.
-Prim ero de todo -le respondí-, no es la ropa de mi esposa. Es
nuestra ropa.
-Segundo, Dios me dijo que lo hiciera -e s interesante que jus­
to había tenido la misma conversación con Dios.
-¿Q ué quieres decir con eso de que Dios te dijo que lo hicie­
ras? -m e preguntó.
-Quiero decir que Dios me habló en mis pensamientos y me
dijo que colgara la ropa -le dije.
Mi batalla abrió un tema de conversación, que continuó toda
la mañana, no tenía idea de que obedeciendo las impresiones de
Dios, tendría la oportunidad de explicar cosas espirituales a mi
amigo, pero así fue. Para la hora en que regresamos a mi casa al
final de la mañana, mi amigo había decidido que deseaba esa
clase de andar con Dios también. ¿Se dan cuenta? Dios sabe justo
lo que es necesario para alcanzar a cada persona. El problema es
conseguir que Jim coopere con él.
Despidiéndome de mi amigo, caminé adentro de la casa anti­
cipando que me sería posible pasar algún tiempo en estudio de
la Biblia y oración. Sin embargo, tan pronto como entré, pude
sentir que mi esposa estaba luchando. Había estado en casa dán­
doles las clases de la escuela a mis muchachos. Era su día para
cocinar la comida del mediodía y toda la carga de ropa que yo
había colgado estaba seca esperando que se la planchara.
Ayuda a tu esposa, Jim, me llegó esa vieja voz familiar.
Pero Señor, había planeado estudiar. ¿Puede el yo estar involu­
crado hasta en el estudio de la Biblia? Sí, por supuesto que sí,

132
Nuestro mayor enemigo
especialmente cuando aparece algo que coarta nuestros planes.
Cada vez que aparece la decisión de poner a morir el yo, llega un
poquito más cerca de casa. Para mí, planchar es una suerte peor
que la muerte. No me gusta planchar ropa, ni siquiera un poqui­
to. En realidad plancho ropa pero lo hago solo por principio.
Comenzando con la pila de ropa, planché un par de cami­
sas. Entonces venía una de las blusas de mi esposa, una con un
montón de alforzas en el frente. No son fáciles de planchar para
comenzar, pero plancharlas perfectamente, entienden, como las
plancharía Sally, requiere el poder sostenedor de Dios. Para la
hora en que había terminado la blusa, Sally dejó sus preparacio­
nes de la comida y vino para mirar. ¡Pasó su inspección! ¡No lo
podía creer!¡ Alabado sea Dios! Me sentí triunfante, y por prime­
ra vez, encontré algún gozo planchando ropa.
Casi había terminado cuando Sally nos llamó a comer. Fue
una comida especial. Ella había hecho todos mis platos favoritos:
arvejas, granos de choclo, arroz integral y bizcochos caseros. Poco
me imaginaba que mi próxima batalla con el yo se encontraba
a pocos momentos de distancia. Mientras nos sentábamos para
comer, noté que había un pequeño envase de tomates caseros en
conserva sobre la mesa. Ahora, esto puede parecer de poca im­
portancia para usted, pero a m í ME ENCANTAN las conservas
caseras de tomates. Me gusta servirlos sobre comidas como arroz
o aun sobre los granos de choclo, pero había un problema, y lo
supe de una mirada. Alcanzaban solamente para una porción, y
a mi lado estaba sentado mi hijo mayor, a quien le gustan tanto
como a mí, si no más.
Incliné mi cabeza para orar, pero aún mientras oraba mi
carne me gritaba. ¡Agárralos rápido! Consíguelos antes que lo haga
Matthew. Tú los mereces. Después de todo pagaste por ellos. ¿Ha escu­
chado alguna vez a su carne hablándole algo así?
Ni siquiera necesito contarle lo que me dijo el Señor que haga,
¿no es cierto? Y nuevamente me enfrenté con una decisión. Así
que quedé allí sentado y observé cómo Matthew se comía aque­
llos tomates, y ¿saben algo? Sobreviví. ¿No es esto asombroso?
Si ustedes hubieran escuchado la voz de mi carne y los deseos

133
Escape a Dios
de mi apetito, habrían pensado que mi vida misma dependía de
aquellos tomates.
Habiendo terminado la comida, mis hijos fueron a lavar los
platos. Sally continuó con la tediosa tarea de planchar, y yo me
encontré con algún tiempo libre, sentado en la mecedora con mi
Biblia. Un leve ruido anunció la caída de algo plástico, y sí, la
tapa del spray de apresto había caído a los pies de Sally. Levanta
la tapa para tu esposa, Jim, me susurró la voz familiar de mi cons­
tante Compañero. Al principio quería discutir y decir: está justó
allí a sus pies. Todo lo que ella tiene que hacer es levantarla. Yo estoy
reclinado y cómodo. ¿Por qué tengo que recogerla? Afortunadamente,
el Señor no entra en tales controversias con nosotros. Él simple­
mente señala el camino del deber y queda en nosotros seguirlo
sin quejas ni excusas.
Dejé la Biblia a un lado y volví la mecedora a su posición de­
recha. Caminé hasta el lugar y recogí la tapa, la coloqué sobre la
tabla de planchar y regresé a mi silla. Al sentarme me encontré
con la mirada amorosa de Sally. Esa mirada me lo dijo todo. Yo
sabía que ella había entendido la negación propia que se había
requerido de mi parte para levantarme de aquella silla. El cono­
cimiento de su simpatía y el hecho de que mi simple bondad ha­
bía profundizado su amor por mí pagó por demás mi esfuerzo.
Hacia el fin de la noche, mi hijo se me acercó. Pude ver que
algo lo había emocionado profundamente, pero no tenía idea de
qué se trataba. Dudó y luego habló.
-Vi que hiciste mi cama esta mañana -com enzó-. Estuve
esperando todo el día para que tomaras el crédito por haberlo
hecho, pero no lo hiciste. ¿Podemos hablar acerca del caminar
cristiano, del que tú estás teniendo?
De modo que usted ha conocido a mi peor enemigo: mi ¡YO!
Todos nosotros tenemos un enemigo con el cual batallar. ¿Qué
escogerá hacer con su enemigo, usted mismo? Es fácil reír de las
cosas que nos hacemos a nosotros mismos, pero el análisis final
no es un asunto de risa. Al permitirse que el yo permanezca y go­
bierne nuestras vidas, nos estamos matando a nosotros mismos
tan seguramente como lo hace el que comete suicidio.

134
Nuestro m ayor enemigo
He pasado la mayor parte de mi propia vida buscando MI
propio camino y MI propia felicidad. Permítanme decirles: ¡Fue
una experiencia miserable! Cuando escogemos no rendir el yo,
no permitiendo que muera esa vieja naturaleza carnal, entonces
es que todo el conflicto y descontento de la vida surge en nues­
tro interior, no solamente arruinando nuestro gozo sino tam ­
bién haciendo lo mismo a todos los que se encuentran a nuestro
alrededor.
En nuestro interior se encuentra la habilidad de escoger el
nivel de existencia que deseamos. La libertad de elección, la ha­
bilidad de ejercitar nuestra voluntad, es el mayor regalo con el
cual Dios ha dotado a la raza humana. Usado en forma apropia­
da, el libre albedrío nos conecta con el Dios del universo, y me­
diante su poder y dirección llegaremos a ser una bendición para
el mundo. Usado en forma inapropiada, el libre albedrío llevará
a los seres humanos a cometer acciones que harán estremecer al
mundo entero. Miremos la historia en retroceso, examinemos los
dictadores, aquellos de los cuales tan solo pronunciar el nombre
ha llegado a ser un sinónimo del mal y descubramos que en cada
caso, comenzó todo con una aparentemente insignificante deci­
sión de seguir su propia voluntad.
En las palabras de James Rusell Lowell (1819-1891, escritor y
poeta abolicionista norteamericano):
A cada hombre y nación
llega el tiempo de decisión,
En la lucha entre la verdad y la falsedad,
Por el lado de la bondad y el de la maldad
[...]
Y por siempre es la elección
entre esas tinieblas y esa claridad.

135
CAPÍTULO 9

¿Realmente crees?

“Creo, ayuda mi incredulidad" (Marcos 9:24).

na de las bendiciones de vivir en este lugar apartado es el


agua de uría calidad maravillosa. Sin embargo, pensé que
podría hacer la vida más fácil instalando un sistema de agua que
fluyera por gravedad. Este tipo de sistema no funciona en cual­
quier propiedad, pero si las elevaciones son correctas, no hay
nada mejor en un ambiente como este. No requiere energía y no
tiene componentes que se rompan.
Nuestra propiedad es una de esas afortunadas con una ver­
tiente que emerge a un poco más de 5 metros de elevación colina
arriba y a unos 60 metros de nuestra casa. Para tener agua que
fluya por gravedad, todo lo que tenía que hacer era conseguir
que viniera una excavadora que cavara una zanja profunda de­
bajo de la línea de congelación e instalar alrededor de 60 metros
de caño. Desafortunadamente, después de instalar los caños de
dos pulgadas, descubrí que necesitaba ir a la ciudad para buscar
algunos empalmes. Si salía temprano en la mañana tendría tiem­
po para comprar los empalmes e instalarlos antes de que llegara
el operador de la excavadora a las 9:00 para comenzar a rellenar
las zanjas.

136
¿Realmente crees?
Levantándome a la hora normal de las 4:30, sentí el peso de
las tres horas que me llevaría el viaje de ida y vuelta, y en mi
mente la inclinación fue de apurarme a hacer mi culto personal
ron el Señor, así podría llegar a la ciudad. Tú entiendes Señor, que
yo normalmente dedico tiempo para estar contigo, pero esta mañana
tengo cosas que hacer.
Afortunadamente, el Señor impresionó mi mente con este
pensamiento. Jim, necesitas pasar tiempo conmigo y asegurarte de que
tienes una conexión vital, en vez de una conexión casual. Permanece
conmigo hasta que se rinda tu naturaleza carnal.
Rindiendo mi plan al Señor, permanecí y tuve mi tiempo per­
sonal con él. Salí de la casa meditando en mi tema del culto de
aquella mañana, que era Juan 15:5: "Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos". Estaba pensando en la conexión cercana y vital que
los gajos tienen con la vid mientras manejaba hacia la ciudad por
la desierta ruta del norte.
Repentinamente, un enorme ciervo saltó desde la banquina al
lado del camino y se paró en frente. No hubo tiempo ni siquiera
de apretar los frenos antes de que lo golpeara en el costado a 80
km por hora. Se escuchó un horrible ruido sordo del impacto
acompañado por el sonido de vidrios y plástico que se quebra­
ban. El capó se hizo un acordeón y cedió la parrilla. Salió vapor
del radiador mientras que los fragmentos mellados de la parrilla
perforaban su superficie. El ruido del ventilador se unió al siseo
del radiador formando un ruido muy desesperante. El radiador
se había hundido hasta el bloque del motor, dejando un pequeño
sendero de partes quebradas. El auto se detuvo a la orilla del
camino.
Lo último que deseaba hacer a esta altura era permanecer con
la Vid. No obstante, mientras permanecía quieto sosteniendo el
manubrio, pude escuchar aquella voz suave y apacible, que nun­
ca cesa de llamar nuestra atención: Jim, me necesitas ahora mismo.
¿Crees que todavía puedo estar contigo y que puedo solucionar este pro­
blema por ti?
Señor, no me siento como para eso. Quiero decir, mis planes de ob­
tener los empalmes en el mejor de los casos están perdidos. El hombre
de la excavadora está viniendo y yo no estaré allí para atenderlo. M i

137
Escape a Dios
camioneta está destruida. El ventilador está haciendo ruidos. Sale va­
por. No solo que no llegaré a casa para las 9:00, con suerte podré llegar
a casa esta noche. No, Señor, no siento que estás conmigo en este mo­
mento. Quería salir y examinar el daño, pero como de costumbre,
Dios tenía otros planes para mí.
Jim, ¿recuerdas el desayuno que tu esposa te preparó?
¡Debes estar bromeando! ¡Mi camioneta está aplastada y tú deseas
que me siente aqu í y com a!
Jim, si no comes ahora; no tendrás tiempo más tarde. Bajará tu nivel
de azúcar en la sangre. Te debilitarás y te volverás irritable. Necesitas
sacar la mezcla de cereales y comerla lenta y tranquilamente.
¡¿Comerla lento?! ¡Pero Señor, ni siquiera puedo hacer eso en casa,
menos aún en mi camioneta aplastada!
Jim, confía en mí.
Pero, Señor.
M astica lento, Jim.
Así que me quedé allí sentado y comí lentamente, o por lo
menos lo intenté. Después de 20 minutos, había terminado el ce­
real. Me estaba preguntando si un ángel iba a aparecer, pero no
apareció nadie. Jim, ¿recuerdas esa manzana que puso tu esposa en la
bolsa?
Señor, exclamé, ¿la manzana también?
Así que me quedé allí sentado, comiendo lentamente mi man­
zana. Al terminar la manzana vi una camioneta del servicio de
guardabosques que subía por el camino desde la dirección con­
traria. Mientras la camioneta se detenía, me di cuenta que afor­
tunadamente conocía al conductor.
-Bueno -dijo él mientras se acercaba a mi ventana-, estás en
un tremendo lío aquí.
-P o r cierto que sí -concordé yo.
-Escucha -respondió él-. Tengo un radio transmisor aquí en
la camioneta. ¿Deseas que llame al remoque?
-Sí, por favor.
Luego de hacer la llamada, él siguió por su camino, y quedé
para contemplar el hecho de que alguien más había venido junto
comigo en ese camino desolado y que tenía un radio receptor en

138
¿Realmente crees?
la camioneta. Esto sucedió m ucho antes de los días de los comu­
nes teléfonos celulares, y los radio transmisores eran rarezas.
Sentí la impresión de que debía salir de la camioneta y reco­
cer todos los pedazos de vidrio y las partes rotas que se habían
desparramado sobre el camino. De ese modo, no causaría incon­
venientes a algún otro a causa de mi problema. Cuando termina­
ba de recoger la última de las partes, llegó el remolque desde la
ciudad y procedió a enganchar mi camioneta.
-¿ A dónde quiere que lo lleve? -preguntó el chofer.
Recordé que le había vendido una propiedad a un hombre
agradable que era propietario de un negocio de venta de repues­
tos, así que le di su nombre al chofer. Mientras viajábamos juntos
en la cabina del remolque me di cuenta de que tendría que conse­
guir algún tipo de auto en alquiler y nuevamente la tentación fue
de preocuparme por los detalles. Aunque pueda parecer extraño
de un ex agente de ventas de seguros, no tenía seguro para alqui­
lar, y sentí en mi corazón que comenzaba a irritarme. Esto me iba
a costar dinero, ¡mucho dinero!
-¿Q u é sucedió Jim? -m e preguntó el propietario del negocio
de repuestos quien me reconoció al entrar por la puerta.
-Choqué con un ciervo -le respondí.
-Bueno, debo confesar que hiciste un buen trabajo -dijo él
mientras evaluaba el daño con un ojo experimentado. Entonces
mirándome, me preguntó-, ¿Cómo te las vas a arreglar para
movilizarte?
-N o lo sé -le dije.
-Bueno, yo sí -respondió é l-. El otro día pasaron por aquí los
de un negocio de alquiler de autos y me dieron un montón de
cupones de alquiler gratuitos. ¡Te los regalo!
-¡G racias, Señor! -fue todo lo que pude exhalar. Justo en ese
momento el chofer del camión de remolque asomó su cabeza en
la oficina y me ofreció llevarme hasta la agencia de alquiler de
autos, lo cual acepté contento. Conseguí un auto y los empalmes
de la cañería, y hasta pude llegar de regreso a casa a tiempo para
hacer el trabajo.
En algún momento, todo el que reclama creer en el Señor
debe confrontarse con la pregunta, "¿Creo yo realmente?" ¿Creía

139
Escape a Dios
yo realmente que era un gajo unido a la Vid aquella mañana? El
gajo no gasta ningún tiempo preocupándose si la viña se va a en­
cargar de sus necesidades. Simplemente se concentra en crecer.
Ninguna de mis preocupaciones aquella mañana lograron nada.
El Señor obró todos los detalles, y lo hizo sin ninguna ayuda de
mi parte.
Cristo habló a la gente de sus días de las preocupaciones in­
útiles con estas palabras: "N o os afanéis, pues diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? [...] Pero vues­
tro padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:31-33).
¿Creemos realmente? Me lo pregunto.
Como lo compartí anteriormente, hay muchos osos en el área
donde vivimos. Rechacé la idea de armarme para protección. En
cambio, decidí depender del Señor para que me defienda y me
alerte cuando haya peligro. Muchas personas contemplaron esta
actitud de dependencia de Dios como presunción, y yo sabía que
alguna vez, en algún lugar, mi plan iba a ser puesto a prueba.
Entonces, y solo entonces tendría la oportunidad de confirmar si
creía realmente en mi Dios.
La oportunidad llegó, pero no exactamente en la forma o en
el momento que yo lo esperaba. Ojalá pudiera decirle al Señor:
A las 11:00 mañana de mañana, estaré listo para ser probado en la pa­
ciencia. Pero, las cosas no funcionan así. Debemos estar siempre
preparados para dar una respuesta de la fe que yace en nuestro
interior.
Un día los cuervos estaban revoloteando un área en los bos­
ques. Esto generalmente significa que ha muerto algún tipo de
animal. Mis muchachos estaban preocupados de que el ciervo,
que era nuestra mascota a la que alimentábamos con la mano,
hubiera muerto, así que me preguntaron si podían ir a explo­
rar para averiguarlo. No solamente les di permiso de ir sino que
además asentí de ir junto con ellos. Ahora, los muchachos jóve­
nes no siempre quieren moverse al mismo paso que su padre, y
yo les permití que fueran adelante hacia donde se encontraban
graznando los cuervos. El sendero que había por delante se di­

140
¿Realmente crees?
vidía en dos sendas paralelas. Los muchachos tomaron una y yo
sin saberlo tomé la otra.
La idea de que pudiera haber un oso pardo sobre el cadáver
ni se me cruzó por la mente. Afortunadamente mis dos varo­
nes eran chicos y estaban emocionados. Hacían suficiente ruido
como para que la osa los escuchara viniendo y decidiera irse con
la mayor rapidez posible, justo por el sendero por donde yo es­
taba caminando. Nos encontramos cara a cara a una distancia
cercana. Ella retrocedió y se paró sobre sus ancas, gruñendo y
resoplando. Los osos pardos parecen tener la opinión de que si
uno no está buscando camorra, debiera mantenerse a distancia,
y si uno desea acarrearse problemas, estarán más que contentos
de aceptar el desafío.
Siempre supe que algún día iba a suceder esto. Secretamente
me preguntaba cómo reaccionaría en ese momento. ¿Daría media
vuelta y saldría corriendo o caería en posición fetal para cubrir
mi cabeza, como instruyen a la gente todos los expertos en ata­
ques de osos? Tal vez trataría de trepar a un árbol, o caería sobre
mis rodillas en desesperación. Ninguno de estos pensamientos
me vino a la mente.
Mientras permanecíamos sosteniendo la vista con aquella fie­
ra de las más temibles de los bosques, no sentí temor sino que
Alguien más fuerte estaba parado a mi lado. Con un gesto casi
casual, estiré el brazo y quebré un palito de una rama que se en­
contraba frente a mí y dije: ¡Señor, ella está en tus manos!
A mis amigos les cuesta creer que mi pulso no estaba corrien­
do en forma salvaje pero es verdad. No hubo pánico ni surgió
adrenalina o sudor en mi frente, solo la tranquila seguridad de
que estaba en las manos de mi constante Amigo y Compañero. Yo
sabía que el Soberano del universo era mi Escudo y Protector.
Una de mis promesas favoritas en toda la Escritura es: "No
te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir con­
fiadam ente: El Señor es mi ayudador; no temeré" (Heb. 13:5, 6, el
énfasis es nuestro).
Todavía con la mirada en la osa, que parecía haberse mate­
rializado de la nada, me preocupé de que mis varones pudieran
venir por el sendero en mi búsqueda. Quería gritarles y advertir­

141
Escape a Dios
les que permanecieran donde estaban. Sin embargo, esto hubiera
sido una invitación al desastre para mí. Grítele a un oso negro,
y generalmente correrá. Grítele a un oso pardo, y la cosa cam­
bia. Mi elección era fácil, como padre tenía que proteger a mis
muchachos.
-¡M uchachos! ¡Quédense donde están! -les grité. Acorde con
su costumbre, la osa bajó a sus cuatro patas y comenzó a correr
hacia mí cuando repentinamente se dio vuelta para mirar a sus
espaldas. Mis muchachos fueron instruidos desde que eran pe­
queños a venir inmediatamente cuando se los llama. Así que
cuando dije: "¡M uchachos...!", ni siquiera esperaron para escu­
char el resto, simplemente vinieron corriendo.
Fueron sus voces y el ruido de los palitos y ramas que se que­
braban, mientras ellos avanzaban hacia nosotros, lo que disuadió
a la osa de atacar. Pronto aparecieron mis muchachos del otro
lado de la osa, que para ese entonces estaba tanto furiosa como
desesperada de escapar de estas extrañas criaturas que no juga­
ban según las reglas normales. Tomando un gran desvío a mi
alrededor a unos 10 metros adentrándose en el bosque, la osa
regresó al sendero que estaba a mis espaldas gruñendo y despi­
diendo saliva por la boca, dejándonos sin ninguna duda acerca
de sus sentimientos hacia nosotros. Entonces la osa se volvió y
corrió por el sendero alejándose de nosotros.
Hable con cualquiera que viva en un país donde existen osos.
Nosotros hicimos todo al revés de lo que se puede hacer en un
encuentro con osos, sin embargo habíamos sido protegidos de­
bido a la benevolencia de un Dios viviente, quien no solamente
controla a todas las criaturas en el mundo sino que también ca­
mina a nuestro lado.
No hace mucho tiempo, tuve que volar a Akron, Ohio. Desde
mi aeropuerto local en Kalispell, Montana, no existe un vuelo di­
recto. Todos los vuelos están programados para pasar por el nudo
de aerolíneas de Salt Lake City. Mi vuelo a Salt Lake City pasó sin
novedades, y cuando abordaba el vuelo hacia Cincinnati, Ohio
y encontré mi butaca asignada, no tema idea de que las cosas
andarían tan mal como fuera posible.

142
¿Realmente crees?
El capitán anunció que había un problema mecánico y que
nuestro vuelo estaría demorado. Inmediatamente oré: Señor, tú
sabes que tengo una conexión de vuelo hacia Akron para la cual ten­
go que llegar. Por favor ayuda a estos hombres a resolver rápido este
problema.
Instantáneamente, sentí que esto iba a ser una prueba. Tenía
solamente 45 minutos entre mi llegada a Cincinnati y mi partida
hacia Akron. Tenía el compromiso de hablar aquella noche y si
perdía esta conexión de vuelo, toda esa gente tendría que quedar
esperando. Así que oré: Señor, tú conoces la necesidad de esa gente.
No permitas que triunfe el diablo. Yo sé que tú puedes hacer que salga
este avión con tiempo de sobra. ¡Por favor, Señor, ayuda a estos hombres
a que logren despegar este avión con tiempo suficiente!
Pasaron 20 minutos, luego 30, y el capitán anunció que despe­
garíamos en 5 minutos. Señor, 45 minutos. Perderé mi vuelo. Estará
saliendo cuando yo llegue. No habrá tiempo de margen, ni siquiera un
minuto. Mientras derramaba mi corazón ante el Señor, él impre­
sionó mi mente con estos pensamientos:
Jim, ¿crees que estoy contigo? Bueno, sí, yo predico eso.
¿Crees, Jim? Realmente crees que puedo hacer esperar aquel vuelo
por ti?
Ssssí -dije con un poco de trepidación-, creo que puedes.
¿Crees que lo haré?
Ahora, esa es una pregunta más profunda, ¿no es cierto? Sí,
creo.
¿Harás todo lo que esté de tu parte para alcanzar aquel vuelo? Sí,
Señor.
Entonces voy a hacer esperar aquel vuelo por ti.
Así que le pedí a una azafata que pasaba:
-¿Podría llamar al piloto de antemano para que hagan espe­
rar ese avión por mí?
-Señor -dijo ella con suavidad-, tenemos más de 400 perso­
nas en este avión. No podemos hacer eso por 400 pasajeros.
-P ero -le expliqué y o-, no se trata de que los abuelos me es­
tán esperando en el aeropuerto. Está todo un auditorio lleno de
gente, y yo soy el expositor y si no estoy a llí. . .
-L o siento, señor.

143
Escape a Dios
Pensé que ella tal vez era una persona difícil con quien tratar
o que había abordado en forma equivocada el tema, así que in­
tenté con otra azafata y conseguí exactamente la misma respues­
ta. Así que cambié de táctica y le pedí algo que podría parecer
muy egoísta, pero no lo estaba pidiendo por mí, sino más bien
por la pobre gente que estaría esperándome en aquel auditorio.
-Señorita, ¿podría ser la primera persona en salir por la puer­
ta cuando lleguemos a la terminal?
Ella me miró como diciendo: ¡Caramba!, ¿parece ser egoísta,
verdad? Pero luego de haber compartido mi dilema con ella, se
mostró muy condescendiente.
-Sí, tan pronto como se detenga el avión, venga por esta puer­
ta y yo me quedaré aquí parada con usted. Cuando se abra la
puerta: ¡VAYA!
Fantástico, pensé para mis adentros, Dios está conmigo, y la gen­
te de la aerolínea está cooperando. Dios va a demorar aquel vuelo.
El aeropuerto de Cincinnati es enorme con muchos edificios
de terminales y un laberinto interminable de puertas. Le pregun­
té a la azafata que me estaba ayudando, a dónde tenía que ir
exactamente en aquel complejo gigante para alcanzar mi vuelo.
¡Se encontraba a tres terminales de distancia! Así que me saqué el
sweater y lo coloqué sobre mi brazo. Sabía que esta iba a ser una
experiencia un tanto calurosa. Con el sweater y el portafolio, me
encontraba en la puerta cuando esta se abrió.
Hace varios años había un aviso comercial que mostraba un
jugador de fútbol corriendo por el aeropuerto, saltando encima
del equipaje, esquivando otros pasajeros. ¿Lo recuerdan? ¡Bueno,
ese era yo! Estuve saltando y esquivando y corriendo. Estaba
traspirando cuando llegué a mi puerta de salida y dije:
-¿Dónde está el vuelo?
No había nadie allí excepto la asistente, que dijo;
-Caballero, hace 5 minutos que partió.
-¡Pero Dios dijo que iba a hacerlo esperar por mí! -exclam é.
Ella me miró. Quiero decir, me miró fijamente. Desearía que
pudieran haber visto su expresión.
^¿Caballero? -dijo ella inquisitivamente.

144
¿Realmente crees?
-Señorita, tiene que llamar al piloto y hacer regresar a ese
avión, porque yo tengo que estar en ese vuelo. Dios me aseguró
(|ue ese vuelo estaría esperando - y podía ver al avión mientras
■arreteaba-, ¿Podría conseguir un vehículo y colocarme en una
escalera? ¡Allí está! ¡Tiene que ayudarme a subir! -p ero ella no lo
quiso hacer.
Me miró como diciendo, ¡qué le pasa a este hombre! Yo sa­
bía, en mi mente, que Dios era el Dios de toda carne, y que no
había nada demasiado difícil para él. ¡Tenía que creerlo! ¿Había
escuchado realmente a Dios hablándome? ¿Era él realmente el
Dios de toda carne como lo dice la Biblia? ¿Estaba él realmente
interesado en ayudarme a llegar a ese compromiso? Me alejé del
mostrador de la asistente y me senté en una de las sillas en el área
de partidas, incliné mi cabeza y oré: Pero Señor tú dijiste . . .
El Señor me dijo: Jim ¿realmente crees que yo soy el Dios de toda
carne? ¿Realmente crees que puedo traer de regreso a ese avión aún
ahora si así lo decido?
Yo dije: Señor yo .. .n o sé. No estoy seguro. No lo sé, yo pensé que
lo sabía. Hice todo lo que pude, a sí como me lo pediste. Yo creo Señor.
Verdaderamente creo, pero la evidencia está delante de mis ojos. . . Sí,
yo creo Señor, pero ¡ayuda mi incredulidad!
Mientras estaba allí sentado en la silla luchando y batallando
para entender lo que acababa de suceder, la asistente me tocó en
el hombro y dijo:
-Caballero -y o la miré y ella continuó-, no lo comprendo,
pero el avión está regresando a la puerta.
-¡A labado sea el Señor! -dije mientras saltaba sobre mis pies-.
¿Qué sucedió?
-N o lo sé -dijo ella-. No lo sé.
-¡Tiene que averiguarlo! -le imploré.
-L o haré, lo haré. ¡Yo también lo quiero saber!
Se fue al teléfono y llamó allá abajo y entonces me llamó a mí
para explicarme. Parecía que el hombre que estaba dirigiendo el
avión, el que siempre está parado allí con las luces en forma de
conos, notó que la rueda del frente estaba averiada y ordenó que
el avión regresara para cambiar la rueda. Esto sucedió mientras

145
Escape a Dios
me encontraba sentado en mi silla con la cabeza inclinada y Dios
me estaba preguntando: ¿crees realmente, Jim?
Espero encontrar a aquella asistente algún día, porque tengo
que hacerle algunas preguntas. Estaba tan emocionado de poder
subir en aquel vuelo que no dije nada en el momento, pero que­
ría preguntarle: ¿Cree usted en mi Dios? Se lo quiero preguntar,
porque pude ver por la mirada en sus ojos que pensó que yo
era un poco "diferente". Algún día se lo quiero preguntar, pero
puede ser que nunca tenga la oportunidad. Así que quiero pre­
guntárselo a usted. ¿Cree realmente en mi Dios?
Dios me libró del oso pardo. Él proveyó todo lo que necesi­
taba cuando mi camioneta estaba destruida. Trajo de regreso el
avión por mí. ¿Creen que es un Dios tan personal para ustedes
como lo fue para mí?¿Piensan que los puede librar de todos sus
problemas? ¿Creen realmente que Dios tiene una solución para
cada dificultad o perplejidad que pudieran enfrentar?
No, ¡no lo creen! Y esa es la razón por la que tenemos proble­
mas en nuestros hogares con nuestros hijos, con nuestra pareja y
en nuestras iglesias. ¿Por qué no vemos la mano de Dios en nues­
tras vidas? ¿Dónde está el problema? ¿Creen que el problema
yace en Dios? ¡El problema somos nosotros! Estamos tan ocupa­
dos encontrando nuestras propias soluciones con nuestra propia
sabiduría que nunca vamos al Dios de todo el universo que tiene
la solución. No vamos al Señor y le decimos:
Señor, te necesito. Por fav or sácame paso a paso de mis problemas.
¿Por qué -le pregunté al Señor- no podías tener el avión esperán­
dome allí en la puerta? De ese modo yo hubiera creído.
Porque es en la hora más oscura cuando brillo más, Jim. ¿Tuviste un
papel que jugar? Sí, pero recuerda Zacarías 4:6 que dice: "No con ejérci­
to, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos".
Jim , es porque de este modo entenderás que nada de todo lo que hablaste
a la azafata, nada de tu fantástica carrera a través del aeropuerto, nada
de tu esfuerzo por convencer a la asistente para que te ponga en una
escalera logró nada. Perm ití que lo hicieras para ver si obedecerías y
cooperarías conmigo, pero no hay poder en ninguna cosa que tú puedas
hacer. Está todo en mí.

146
¿Realmente crees?
Dios a menudo nos permite que lleguemos a la hora más os­
cura de modo que él pueda librarnos, para recordarnos que él es
el gran Dios del universo. Cuando buscamos a Dios continua­
mente en todas las cosas, entonces podemos experimentar su
cuidado. La vida cristiana no consiste solamente en rendición a
su dirección, sino también en recibir su poder. "A todos los que le
recibieron, [...] les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan
1:12).
Dios desea dar a sus hijos el poder para librarlos de todas sus
dificultades, pruebas y perplejidades. Isaías 58:11(NVI) dice: "El
Señor te guiará siempre" ¿No desean eso? Dios desea dirigir sus
vidas, sus asuntos. ¿Consentirán en ser guiados? Recién entonces
tendrán una experiencia personal con Dios. Tendrán una historia
que contar. Puede ser que no se trate de un aeroplano, pero les
garantizo que tendrán una historia que contar de Dios librándo­
los de sus problemas. Entonces podrán contar a otros cómo los
ha librado Dios para que otros puedan creer también. Esa es la
razón por la cual Dios me permite tener estas experiencias, de
modo que otros puedan creer y no tan solo yo.
Así que, permítanme preguntarles una vez más, "¿Creen real­
mente en mi Dios?"

147
C A P Í T U L O 10

Üur.r, eí todo mí todos

"No que seamos competentes por nosotros mismos


para pensar algo como de nosotros mismos,
sino que nuestra competencia proviene de Dios"
(2 Corintios 3:5).

im, ¿asistirías a la reunión de agentes de venta de pro­


piedades el próximo mes y compartirías los secretos
de tu éxito con los demás? -m e preguntó el propietario de la
inmobiliaria.
-Encantado -le respondí y seguí alegremente mi camino. Me
sentía halagado. Después de todo, cuando comencé mi negocio
de inmobiliaria en la montaña, una cantidad de estos mismos
profesionales, dueños de inmobiliarias, habían expresado su opi­
nión de que me moriría de hambre en esa zona remota. Ahora
era el vendedor número uno en su categoría, gracias en parte al
hecho de que nadie más trabajaba en mi valle. Eso significaba
que yo obtenía todas las listas y hacía todas las ventas. Me había
dedicado toda la vida a las ventas y pensaba que sabía algo acerca
de las relaciones entre compradores y vendedores. Ciertamente
podía compartir los métodos y técnicas que me habían ayudado
a prosperar en la práctica de mi negocio.

148
Dios, el todo en todos
Todo iba bien hasta mi hora de meditación con el Señor a la
mañana siguiente. Él me hizo una pregunta para la cual no tenía
preparada una respuesta.
Jim, ¿le vas a contar a esos dueños de inmobiliaria la VERDADERA
razón de tu éxito? ¿O simplemente vas a compartir con ellos la parte
que ha jugado tu humanidad para ayudarte a tener éxito ?
Pero, Señor, protesté yo, deseando evitar la orientación de
nuestra conversación, ellos no desean conocer al Hombre que está
detrás de mis métodos. Están tan solo interesados en mis técnicas.
Yo sabía que los negociantes no esperaban ningún tipo de én­
fasis espiritual y se desató una batalla en mi mente. ¿Qué suce­
dería si yo me paraba y les contaba el secreto real de mi éxito?
Me los podía figurar pidiéndome que me fuera en el medio de mi
presentación. Era lo menos que podía sucederme, si es que no me
echaban afuera, yo sabía que ellos no comprenderían de dónde
provenía todo esto y lo más probable era que mis compañeros
vendedores me rechazarían y mantendrían distancia conmigo.
No, Señor. ¡No puedo hacer eso! Pero no se me iba la impresión.
Tuve que enfrentarla y finalmente le dije al Señor que les contaría
el verdadero secreto de mi éxito.
Llegó el día, y mientras me paraba en la plataforma observé a
aquellos individuos reunidos para escuchar mis secretos, y tem­
blé. Me preguntaba cómo recibirían mi mensaje. Sentía que mi
dependencia tenía que estar en Dios.
No era la primera vez en mi vida que me había encontrado
batallando con una mezcla de temor y dependencia de Dios en
mi corazón. Antes de que sigamos, permítanme que comparta
esta historia.
El flujo constante de aire sonaba extrañamente sordo debajo
del agua en la cantera. Sally, mi compañera de buceo, parecía
mantenerse en equilibrio y actuaba con profesionalidad a pesar
de la falta de compensadores de flotación. Con nuestra experien­
cia limitada no lográbamos detectar nada raro. Nuestros com­
pensadores, aunque los habíamos encargado, no habían llega­
do. Recientemente entrenados, habíamos regresado a la cantera
para practicar nuestras habilidades. Para sumergirnos ese día,
contábamos con chalecos salvavidas de modelo antiguo con una

149
Escape a Dios
boquilla a través de la cual podíamos obtener el aire a medida
que fuera necesario. Ambos llevábamos puestos cinturones con
pesas, patas de rana, máscaras, y tanques que por supuesto es­
taban equipados con reguladores que contenían medidores y
boquillas.
Con Sally habíamos obtenido los certificados de inmersión
en aguas abiertas en este mismo lugar. Habíamos pasado mucho
tiempo en clases de entrenamiento para aprender cómo regular
la flotación. Cuando los pulmones están llenos de aire, el cuerpo
humano tiende a flotar naturalmente. Esto significa que, cuan­
do se está inmerso debajo del agua, tendemos a subir hacia la
superficie. Para que un buceador permanezca debajo del agua,
debe usar uno de dos métodos. El primero es de propulsión. El
buceador usa sus propios esfuerzos para ejercer la fuerza necesa­
ria para mantener su cuerpo debajo de la superficie exactamente
de la misma forma en que lo hace un niño en una pileta cuando
quiere meterse debajo del agua para sacar un objeto del fondo de
la pileta.
Los buceadores cuyo objetivo es pasar tiempo debajo de la
superficie del agua no tienen ganas de gastar todo su tiempo y
esfuerzo en mantenerse a cierta profundidad. Por lo tanto, fa­
vorecen la otra opción, cargan peso en su cuerpo para contra­
rrestar su flotación natural, permitiéndoles deslizarse debajo de
la superficie con facilidad. Sin embargo, no funciona cualquier
medida de peso. El buceador hace esfuerzos denodados para
asestar el equilibrio entre la tendencia de las pesas que lo tiran
hacia abajo y la flotación natural que los empuja hacia arriba. Los
compensadores de flotación le permiten al buceador aumentar o
disminuir su capacidad de flotación añadiendo o quitando aire
como sea necesario. Teóricamente, el estilo antiguo, de los cha­
lecos llenos de aire que llevábamos con Sally, funcionaba de esta
manera.
Yo había estudiado los principios de buceo y conocía los prin­
cipios físicos que involucraba. Al llegar al fondo de la cantera
a un nivel de 5 metros de profundidad, descubrí que estaba un
poquito negativamente equilibrado y tendía a flotar rebotando

150
Dios, el todo en todos
del fondo, revolviendo nubes de cieno que oscurecían mi visión
y que no me permitían disfrutar tanto del buceo.
Recuerden, yo conocía los principios de regulación en el bu­
ceo. Aquellos principios me decían que si añadía algo de aire en
mi chaleco, permanecería fuera del fondo. Así que bajé el regula­
dor, llevé la boquilla al chaleco y soplé y soplé. Pero por alguna
razón, no pude introducir demasiado aire en mi chaleco.
Como me enteré más tarde, la razón era la profundidad.
Cuanto más profundo se va debajo del agua, se necesita ejercer
más presión para vencer la presión que rodea el chaleco salvavi­
das, así que no entró nada de aire en el chaleco. Otra complica­
ción es que cuando uno sopla su aire afuera a esa profundidad
con la presión que lo rodea, ¡uno se queda sin aire! por lo tanto
cuando me di por vencido y traté de alcanzar mi regulador, me
encontraba con mucha necesidad de inhalar aire.
Pero no pude encontrar mi regulador. Como amateur, no al­
cancé a darme cuenta de que la corriente se lo había llevado a
mis espaldas. Otro error de amateur había sido colocar mi tan­
que demasiado alto, impidiendo que pudiera mirar a mis espal­
das para encontrarlo. Estaba a punto de entrar en pánico.
Tenía unas pocas opciones. Podía quitar mi equipo y encon­
trar mi regulador, pero no era muy adepto a tales maniobras.
Podía salir y buscar a Sally o a cualquier otro buceador, aunque
nadie se encontraba a la vista en aquel momento. Yo sabía que
cualquier buceador, aunque ni siquiera me hubiera visto antes,
compartiría su aire conmigo. Por último, podía hacer un ascenso
libre hasta donde yo sabía que había aire. Opté por hacer el as­
censo libre.
Esta opción tiene otro problema. Un buceador no puede ele­
varse más rápido que sus burbujas si quiere prevenir los efectos
del aumento de nitrógeno en la sangre que puede resultar muy
doloroso y algunas veces se vuelven en una amenaza de vida. No
me quedaba aire en los pulmones para dejar salir burbujas, así
que elegí una velocidad que parecía buena y comencé a planear
qué hacer "por las dudas".
¿Qué haría si no podía llegar a la superficie antes de que me
desmayara por la falta de aire? ¡Era una posibilidad muy real! A

151
Escape a Dios
esta altura mi cuerpo clamaba por oxígeno. Coloqué una mano
en la válvula de escape de mi cinturón y la otra en mi carga de
anhídrido carbónico. Mi chaleco estaba equipado con esa cápsu­
la para inflarlo cuando servía a sus propósitos normales de salva
vidas. Yo sabía que si lo inflaba completamente me llevaría a la
superficie y aunque estuviera inconsciente me sostendría arriba
del agua. Si dejaba caer el cinturón de peso esto permitiría que
el chaleco salvavidas me llevara a la superficie más rápido aún,
pero no quería arriesgar el desequilibrio de elementos en la san­
gre a menos que fuera absolutamente necesario.
Cuando me encontraba a mitad de camino, ¡sucedió!
Involuntariamente, traté de respirar y había solamente agua. Yo
sé lo que debe sentir una persona que se está ahogando. Tiré con
ambas manos y se infló el chaleco y cayó el cinturón. Salté en la
superficie tosiendo, escupiendo y atorado. Flotando en la super­
ficie, me sentí agradecido por el mar de aire que me rodeaba.
Había estado en un ambiente hostil, para el cual el hombre nunca
fue preparado para vivir. Mientras me encontraba en esa ubica­
ción inhóspita, dependía completamente de mis aparatos para
respirar. Cuando me desprendí de los aparatos, el ambiente en el
cual me encontraba intentó destruirme sin misericordia.
Así sucede con ustedes, mis amigos. Todos nosotros vivimos
en un ambiente lleno de pecado, un ambiente en el que nunca fue
el plan de Dios que tuviéramos que vivir. Así que debemos de­
pender completamente de Dios: nuestro aparato de respiración,
por así decirlo. Cuando perdemos de vista nuestra dependencia,
nos encontramos a la deriva en el mar de pecado, un océano tan
lleno de peligro como lo es estar atrapado en las profundidades
del mar.
Existe un problema. Usted y yo lo conocemos por experien­
cia. Toda nuestra existencia parece casi diseñada para entorpecer
este tipo de dependencia constante de Dios. ¡La vida es muy atre­
vida! Nos asaltan toda clase de pensamientos y sentimientos que
demandan nuestra atención. La seductora belleza de las modelos
cautiva nuestro interés. El hipnótico ritmo y los decibeles de la
música moderna insisten que los escuchemos. La atracción de
nuestra propia carne, sus demandas y deseos nos llegan con una

152
Dios, el todo en todos
intensidad casi sobrecogedora. A menos que permanezcamos en
un estado de dependencia, no será de sorprenderse que nos en­
contremos soltándonos de Dios.
La mayoría de nosotros poseemos un deseo innato de man­
tener una comunicación de amigo a amigo con Dios. Pero, en
realidad, no importa cuánto lo deseemos, generalmente termina­
mos comunicándonos con nosotros mismos. Rumiamos los pen­
samientos y nos desgastamos por lo que podría llegar a suceder
en el futuro. Esta tendencia a analizar nuestra situación a menu­
do nos lleva a fracasar en cualquier intento por mantener una
dependencia significativa de Dios. Porque lo hemos examinado
cuidadosamente, y al hacerlo llegamos a nuestras propias conclu­
siones. Con demasiada frecuencia ignoramos la tranquila voz de
Dios que nos habla a través de nuestra conciencia. Demasiados
de nosotros nos parecemos a Joyce en la siguiente historia.
-¿C óm o estás, Joyce? -s e escuchó el saludo de Sarah en la
oficina de correos.
-O h -dijo Joyce levantando la vista-. Hola Sarah, para decirte
la verdad, realmente me estoy arrastrando.
Las dos mujeres eran amigas, miembros de la misma igle­
sia, pero siempre opuestas. Joyce tema una carrera y estaba sola
para cuidar de sus hijos, debido a varios fracasos matrimoniales.
Sarah estaba casada felizmente y permanecía en casa para cuidar
a sus hijos. Mientras Joyce compartía los pormenores de su vida
ocupada, Sarah observaba con simpatía a su amiga perturbada.
Era claro que la vida la manejaba a Joyce en lugar de que Joyce
manejara su vida. Sarah había pasado por esa experiencia y sabía
que la única forma en que había podido controlar las demandas
de su vida había sido organizando un horario. Con suavidad su­
girió que quizá Joyce podría encontrar una vida un poco más
calma si adoptaba un horario.
Joyce sabía que Sarah cumplía con un horario rígido, y aunque
esto podría funcionar para la familia de Sarah, se sentía resenti­
da por las implicaciones de que su vida estaba fuera de control.
Asumiendo la actitud de una mujer prudente y sabia según el
mundo, le habló en forma despectiva a Sarah, como si le hablara
a un niño con el cual estuviera perdiendo la paciencia.

153
Escape a Dios
-E s que tú no entiendes lo que es ser una madre sola -dijo
Joyce en forma irritada, utilizando una frase gastada que se esta­
ba transformando un hábito en ella-. Además, tengo un horario.
Solamente que es más espontáneo que el tuyo.
Con esto, se fue y Sarah la contempló con tristeza mientras se
alejaba. Aunque divertida por el oxímoron* del "horario espon­
táneo" se sentía mayormente herida por la actitud de su amiga.
-Si tan solo hubiera estado dispuesta a escuchar -explicaba
ella más tarde-, podría haberla ayudado, pero ella no estaba
dispuesta.
Joyce se alejó de lo que podría haber sido, despreciando las
manos que se habían extendido para quitar su carga.
¿Por qué relato semejante historia? Porque ustedes y yo nos
parecemos mucho a Joyce. Hemos examinado cuidadosamente
nuestras situaciones, las hemos planeado, y nos hemos llegado
a convencer de tal manera de que no tenemos otra opción, que
cuando Jesús nos sugiere otro curso o acción, a menudo actua­
mos como Joyce. Lo dejamos con tristeza, herido, y deseando
que se alivien nuestras cargas, pero imposibilitados de ayudar­
nos porque no estamos dispuestos.
La historia bíblica del pueblo de Dios se juega, en mayor o me­
nor grado, en cada una de nuestras vidas. La nación judía rehusó
la dirección de Dios y mataron a los mensajeros que se le enviaron.
Nosotros rehusamos su dirección y luego culpamos a aquellos que
nos traen un mensaje de reprensión. ¿Cuán a menudo se podrían
aplicar las palabras que Cristo pronunció sobre Jerusalén a noso­
tros?: "¡...que matas a los profetas, y apedreas a los que te son envia­
dos! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus
polluelos debajo de las alas, y no quisiste! (Mateo 23:37, 38).
Al viajar alrededor del mundo, me hospedo en una cantidad
horrible de hogares desolados, los hogares de personas quienes
creen sinceramente que son cristianos. Me encuentro con tantas
personas que son prisioneras de sus propios pensamientos. A

C o m b in a c ió n d e d o s p a la b ra s d e s ig n ific a d o o p u e sto q u e o r ig in a n u n a e x p re sió n


c o n u n n u e v o sentido. N. del editor.

154
Dios, el todo en todos
menudo se encuentran viviendo en el pasado, consumidos por
los errores del ayer. Pasan sus días en auto justificación.
Estos individuos son a menudo los primeros en admitir que
cometieron errores pero parecen ciegos al hecho de que no han
aprendido nada de ellos. Sus errores pasados fueron el resultado
de depender de sí mismos y continúa el patrón hasta este día,
mientras sus pensamientos continúan gobernando sus vidas.
Una mujer que se me acercó demostró esto vividamente.
Había estado desarrollando una serie de reuniones y observé su
triste figura arrastrándose por el pasillo. Con los ojos bajos, pare­
cía cargar con el peso del mundo.
-H erm ano Hohnberger -com enzó ella-, quiero hablar con us­
ted acerca de mi esposo.
Ella parecía estar sola. No había notado a ningún hombre en
las cercanías que pareciera estar conectado con ella. Ya sentía la
impresión de que cualesquiera que fueran los problemas de la
mujer, su esposo no era la fuente de los mismos.
-¿Puedo hacerle una pregunta? -le solicité. Ella asintió, aun­
que pareció desconcertada por este interrogante inesperado-.
Señora, ¿cuánto tiempo hace que ha estado pensando negativa­
mente de su esposo?
Ella solo se quedó mirándome, así que continué.
-L o puedo notar en su cara. Seguramente que nunca se sintió
libre de malos pensamientos con respecto a su esposo. ¿No es
así?
-E s cierto -adm itió ella.
-A hora, usted me pide que le escuche hablar acerca de su es­
poso. Él ni siquiera está aquí. Si me quiere hablar de su esposo,
tráigalo aquí, pero no lo puedo hacer sin él. Puedo, sin embargo,
decirle cómo puede tener libertad en sus pensamientos, cómo
puede tener una actitud correcta hacia él por primera vez en su
vida de casada. Si usted desea que le hable acerca de eso, estaré
contento de ayudarla.
Esta mujer había morado bajo pensamientos negativos hasta
que le afectaron toda la expresión facial. Parecía amargada e infe­
liz porque ella era amargada e infeliz. Quería hablar de las faltas
de su esposo y de cómo conseguir que se reformara. La mejor

155
Escape a Dios
manera de conseguir que un esposo se interesase en una refor-'
ma es comenzar esa reforma en su propia vida. ¿Cómo podría
el esposo querer tener algo que ver con la religión de esta mujer |
cuando ella era obviamente miserable?
Si los pensamientos no están bajo el control de Cristo, nos
engañamos a nosotros mismos si pensamos que somos cristia-1
nos. Nuestros pensamientos y nuestros sentimientos forman el
carácter que poseemos y por lo tanto es esencial que Cristo los
controle. Si estamos dispuestos a someter nuestros pensamien­
tos a él, entonces ellos no nos controlarán más a nosotros. Pero j
es más que tan solo una rendición de nuestros pensamientos, i
Más específicamente, es una disposición conciente de nuestra
voluntad a rendirse al juicio del Señor cuando nos llama a rendir
CUALQUIER pensamiento a él.
Yo solía pensar que semejante situación me haría sentir mi­
serable y que me reduciría al nivel de un robot. Sin embargo,
cuando la probé, descubrí que constituye una libertad especial
que proviene de una constante dependencia. Repentinamente
parecen funcionar las cosas de una forma como nunca lo ima­
ginamos y se encuentra gozo en la vida precisamente porque es
otro el que está en control. Permítanme ilustrarlo.
Después de pasar un fin de semana presentando temas, nos I
encontrábamos a un día de viaje de la mamá de Sally. Dándonos !
cuenta de esto con anterioridad, habíamos planeado nuestro iti­
nerario incluyendo el alquiler de un auto y algo de tiempo para
viajar a visitarla. La mayoría de las veces, los alquileres en el ae­
ropuerto son sencillos con cierto precio y cantidad de kilome­
traje. Este lugar en particular no ofrecía kilometraje ilimitado,
y tuve que negociar un costo incluyendo el tipo de kilometraje I
que necesitaba, utilizando el número telefónico de reservaciones i
internacionales.
Al llegar al mostrador de alquileres, encontré otros tres clien­
tes delante de mí. La pobre mujer en el mostrador parecía ser
nueva en el trabajo y luchaba con el sistema de computadora 1
mientras los clientes se quejaban por las demoras. Por fin los
otros habían sido atendidos y llegó mi turno. Era el último clien­
te, no se encontraba nadie detrás de mí y me pude dar cuenta de

156
Dios, el todo en todos
que ella estaba cansada. Los otros clientes habían sido rudos y
cuando ella extrajo mi reservación ¡todo estaba al revés!
Jim, pídele disculpas a esta mujer por ser una espina en su carne,
me impresionó el Señor en mis pensamientos.
¿Pedir disculpas? ¿Señor, de qué? Yo no le he hecho nada inapro­
piado. Esta es la tendencia hacia la auto justificación que tan a
menudo empuja a Dios a un lado al tratar de manejar nuestras
propias vidas. Yo podía racionalizar mis sentimientos. Estaba
cansado también. Tenía por delante un largo viaje donde tendría
que manejar y lo que deseaba mi naturaleza carnal era que esta
mujer supiera qué hacer y me tratara bien.
Jim, quiero que pidas disculpas, no por lo que hayas hecho sino por
el bien de esta mujer.
Todavía no estaba totalmente convencido pero me volví a la
mujer y le dije:
-Siento causarle molestias.
Ella me miró en shock por un momento, entonces respondió,
-Señor, yo . . . este .. .quiero decir, usted no me está causando
problemas. Es que ha sido un día terrible.
-¿Piensa usted que podemos resolver la situación? -le pre­
gunté con gentileza.
-Señor, ¡estoy segura que sí!
Y así lo hizo, aunque requirió una llamada al número de re­
servas internacionales y dos llamadas a su jefe a casa en domin­
go. Salí una hora más tarde con el auto correspondiente al costo
correspondiente.
-Y o sé que ha sido un día difícil, pero aférrese a Jesús -le dije
mientras me alejaba del m ostrador-. Él fue el que le dio la fuerza
para ayudarla a salir adelante.
Nunca voy a olvidar su respuesta. Ella sonrió con una hermo­
sa sonrisa y dijo:
-¡G racias por ser tan comprensivo!
Requirió una hora de tiempo que quería invertir en el viaje a
mi destino, pero al elegir la negación propia, salí del aeropuer­
to sintiendo que estaba ¡en la cima del mundo! Sabía que Dios
me había usado para tocar el corazón de otra persona y ¡darle
ánimo!

157
Escape a Dios
Yo no poseo naturalmente la sabiduría para saber qué decir
para disipar una situación difícil como aquella. Pero estoy apren­
diendo que si mantengo mi dependencia de Dios, se puede tocar
la vida de otros. Y en el proceso, soy transformado y me sorpren­
do por la sabiduría y misericordia de mi Padre quien se interesó
tanto por esta mujer y su día difícil que deseaba usarme para que
le hablara palabras de simpatía.
Dé un paso atrás en el tiempo conmigo por tan solo un mo­
mento, a cierta tarde de invierno más de 10 años atrás, cuando
estaba comenzando a aprender la dependencia de Dios para ob­
tener sabiduría. Eran bien pasadas las 17:00 y el débil sol del in­
vierno se había puesto. La oscuridad se asentó sobre el bosque
exceptuando la débil luz de la luna.
-Papá, salgamos a esquiar por el bosque -exclam ó Matthew
mientras yo me reclinaba en el sillón.
¿Recuerdan que mencioné anteriormente los problemas in­
mediatos de la tendencia de la vida a pisotear nuestra dependen­
cia de Dios? Bueno, mi naturaleza carnal deseaba decir algo así:
¿Qué quieres decir? Yo ya me di la ducha y lo último que quiero en el
mundo es salir y esquiar para sudarme todo otra vez. ¡Estoy cómodo y
no tengo ganas!
-Matthew, yo ya me di una ducha . . . -com encé a decir.
Jim, ¿me has preguntado qué debieras hacer?
Bueno, no, Señor, pero...
Había aprendido que la vida cristiana se trata de elecciones e
hice la mía.
-¡Vayamos! -le dije a Matthew.
Cómo desearía que pudieran haber visto su rostro. Mi comen­
tario previo de la ducha ya le había dicho cuál era mi elección y
él había comenzado a alejarse con la actitud de " yo sabía que no
irías". Ahora se le iluminó el rostro y corrió para alistarse.
La vida cristiana se trata de vivir por principio en lugar de
hacerlo por sentimientos, lo que es una buena cosa, porque mis
sentimientos no se habían asentado todavía mientras Matthew
llevaba la delantera al subir la colina. Estaba trabajando y sudan­
do, la comodidad de la cabaña tibia y seca con mis pies en alto en

158
Dios, el todo en todos
el sillón era tan solo un recuerdo. Señor, ¿está sucediendo esto solo
para humillarme? Oré. No hubo respuesta.
Por fin comenzamos el descenso y yo tomé la delantera. Al
entrar a un área de densos abetos la luna estaba casi bloqueada
completamente y colgaba una oscuridad opresiva en el aire. Me
sentí impresionado a parar en este sitio tenebroso y esperar a
Matthew. Mientras se acercaba a mi lado me sentí impresionado
a hacerle la siguiente pregunta.
-Hijo, si estuvieras aquí en este momento y yo no estuviera
contigo, ¿cómo te sentirías?
Aunque la iluminación era extremadamente pobre, podía ver
la respuesta en su rostro antes de que la dijera. Gracias, Señor.
Exhalé. Yo no lo sabía, no lo había sospechado siquiera, pero las
palabras de Matthew confirmaron mi impresión:
-P apá, ¡estaría muerto de miedo!
¡Mi hijo mayor Matthew tenía miedo a la oscuridad!
Dios lo había sabido todo el tiempo, pero yo no. Solamente al
obedecer a Dios y salir a esquiar con mi hijo pude darme cuenta
del problema y ayudarlo mediante la gracia de Dios a dominar
su temor. No me era desconocido exactamente. Podía sentirme
identificado. Yo había temido la oscuridad toda mi vida hasta
que me hice cristiano.
Incontable número de personas andan por allí así como
Matthew, temerosos de que algún monstruo desconocido los va
a atacar. Los cristianos no necesitan tener semejantes temores. El
temor es un elemento del mal y cuando somos tentados a ser te­
merosos, necesitamos pedirle al Señor que nos libre de esos sen­
timientos de temor de la misma manera en que el cristiano debe
rendir al Señor otros sentimientos como el estar heridos, el enojo
o la amargura.
Le hablé a Matthew acerca de esto y le compartí cómo había
vencido esos temores. Después de rendirlos a Dios, busqué una
oportunidad para confrontar esas mentiras de Satanás y compro­
bar que eran falsas. Matthew captó el concepto y fervientemente
deseaba liberación de esos sentimientos equivocados. Pronto vi
que estaba ejercitando los principios.

159
Escape a Dios
Por ejemplo, su madre le pidió que llevara algo al garage una
noche y mientras dudaba, concordó en hacerlo con una linterna.
En su camino de regreso a la casa, escuchó la voz suave de Dios
que lo impresionaba diciendo: ¿Por qué no pruebas sin la linterna?
Lo hizo, y su deleite fue sin límites cuando vio que podía cami­
nar en la oscuridad sin sentir miedo.
Llevó varios meses de pequeños incidentes y sesiones de prác­
tica como esta. Paso a paso, su temor por la oscuridad se desva­
neció. Por favor, no mal entiendan la idea. No fue que Matthew
venció este temor por sí mismo o ni siquiera con nuestra ayuda.
Más bien, Matthew ganó la victoria mediante la gracia de Dios
sobre Satanás, que lo había estado acosando con esos sentimien­
tos de temor. Él aprendió a entregar esos sentimientos de temor
a Jesús y a dejarlos allí.
En ese mismo tiempo, yo tuve que volar desde Montana a la
zona oeste central cambiando de avión en Salt Lake City y luego
otra vez en el oeste central. Mi vuelo llegó tarde a Salt Lake City,
y mi conexión de vuelo estaba partiendo justo cuando yo llegaba.
Iba a pasar un tiempo antes de que pudiera conseguir otro vuelo,
así que me senté. Había orado para que el Señor a través de sus
providencias obrara de alguna manera de modo que pudiera ha­
cer mi conexión a tiempo y no traerles inconvenientes a aquellos
que me iban a buscar para asistir a mi compromiso, pero parecía
que esto no se iba a dar. Dando una mirada por encima de mi
asiento en el área de espera, noté el stand para anotarse en el pro­
grama de viajeros frecuentes de esa aerolínea en particular, y el
Señor me impresionó con el siguiente pensamiento: Ve y anótate
para el programa de viajero frecuente.
No siento que deseo hacerlo. P erdí mi vuelo, y no vuelo lo suficiente
en esta aerolínea como para que valga la pena. Dios a menudo hace
cosas como estas. Nos pide que hagamos cosas que para nuestra
sabiduría y razonamiento humanos parecen no tener sentido. Se
encuentra velada la verdadera razón. De cualquier manera, me
levanté de mi silla y me dirigí al mostrador, porque estaba apren­
diendo a permitir que Dios fuera el todo en todo para mí.

160
Dios, el todo en todos
Después de decirle a la asistente que deseaba anotarme para
el program a de viajero frecuente, ella me pidió mi boleto. Esto
era un poquito inusual, pero se lo alcancé.
-¿Cuándo va a conseguir un vuelo para salir? -m e preguntó
ella-. Yo le expliqué lo que se me había dicho acerca de la hora
para el siguiente vuelo y ella respondió:
-Señor, tenemos un vuelo que está por partir y le puedo con­
seguir un lugar en el mismo.
¡No solo estaba a tiempo para hacer la conexión sino que ha­
bía llegado temprano!
Ahora, ¿por qué piensan que Dios usó el pretexto de ano­
tarme para el programa de viajero frecuente para ayudarme a
alcanzar mi vuelo? Piensen en cuál hubiera sido mi reacción si
él hubiera dicho: Jim, ve al mostrador de viajeros frecuentes y la asis­
tente a llí te va a conseguir un vuelo más temprano. Ya lo adivinaron,
¿no es cierto? Tienen razón. Yo hubiera argumentado con Dios.
Después de todo, es ridículo pensar que la asistente de viajeros
frecuentes tenía mejor información que la gente que vendía los
boletos normales.
Dios es tan amable que a menudo nos ahorra razonamientos
inútiles reservándose el conocimiento, lo que podría significar
una traba. Por lo tanto, Dios nos pide algunas veces que haga­
mos cosas bajo un pretexto que podamos comprender y que nos
llevará a actuar, cuando en su sabiduría, él, que puede ver el fin
desde el principio, está en realidad ordenando los eventos para
nuestro beneficio.
¡Qué Dios maravilloso al que servimos! Es una lástima que
tan pocos de los que reclaman ser cristianos lo conocen de ve­
ras. Asombrosamente, la mayoría de las iglesias de estos días se
promueven a sí mismas en lugar de a Cristo. Las iglesias, escue­
las religiosas y universidades se han vuelto poderosas institu­
ciones burocráticas que han olvidado el propósito mismo de su
fundación.
Hoy, las iglesias mayormente vuelven a los conversos hacia
sí mismas en lugar de hacia Dios. Los fondos se transforman en
la esencia de vida de tales imperios, y se rechaza todo lo que
entorpezca el libre flujo de fondos. De modo que, nos sentamos,

161
Escape a Dios
satisfechos de convencer a la membresía de que han nacido de
nuevo y de que son salvos en lugar de enseñarles a hacer de Dios
el todo en todos, en sus vidas. Es un temible registro de negli­
gencia, el que tendrá que enfrentar la iglesia cristiana algún día.
Este crecimiento institucional, esta unión de la gente a la iglesia
más bien que a Dios fue claramente censurada por la vida y mi­
nisterio de Cristo. Él no se opuso a la iglesia judía en sus días
sino que estaba más preocupado de que el individuo ganara una
conexión vibrante y viviente con él más bien que una membresía
en la iglesia.
De muchas maneras, los ministros de hoy tienen el mismo
dilema que yo tenía cuando me paré frente a esos vendedores
de inmobiliarias. ¿Compartimos el mensaje popular esperado
o compartimos con esos corazones lo que podría transformar
sus vidas, aún a riesgo de la impopularidad o de comentarios
críticos?
Comencé con mi presentación sobre las buenas técnicas de
ventas, y la relación entre compradores y vendedores. Luego
dije: "Si ustedes siguen los pasos que he resumido en esta tarde
encontrarán éxito en su práctica, pero no la clase de éxito que
yo tuve. Se parece a la receta de galletitas de mi hijo. A todos les
gustan sus galletitas, y él da la receta básica a todos los que le pi­
den, pero cuando ellos van a casa y hacen las galletitas, se quejan
de que no salen tan buenas como las suyas. Esto es porque mi
hijo usa un ingrediente secreto en sus galletitas que nadie más
duplica. Amigos, hay un ingrediente secreto en mi éxito como
vendedor inmobiliario también.
"El secreto es vivir en conexión con el Señor Jesucristo, cada
momento de cada día. Esto me hace posible que le pregunte al
Señor cuál es la mejor propiedad para mi cliente. Esto me po­
sibilita que deje a un lado mi ambición y preocupación por la
ganancia y que les diga a algunos clientes que este no es el tipo
de área en el cual desean vivir. 'Puedo decirles que sus esposas
no desean estar tan alejadas de la ciudad. Es demasiado remoto'.
Algunas veces les digo a otros clientes a los cuales no les alcanza
el dinero: 'Seguramente el banco podría darles un crédito, pero

162
Dios, el todo en todos
a ellos no les interesa su felicidad en el futuro. A mí sí. Venda su
otra propiedad antes de comprar'.
"Amigos, mi secreto del éxito es que yo no soy su vendedor
¡es Dios! El simplemente me permite actuar como su represen­
tante. Este es el secreto de acceso al éxito que está disponible
para cualquiera de ustedes que lo desee".
¿Recuerdan cómo me había preocupado y cómo me desgas­
té pensando en su reacción? Bueno, por lo menos el 90% de los
presentes se adelantó y me agradeció por la presentación. Me
dijeron que les había recordado su crianza en la niñez y más de
uno observó: "¿Qué haces vendiendo propiedades? ¡Debieras
ser un predicador!" Poco me imaginaba cuán proféticas eran sus
palabras.
Y entonces, ¿cuál es su reacción? Usted sabe que no puede
disfrutar de vivir la vida de la forma en que lo ha hecho. Es difícil
respirar sin un aparato de respiración. ¿Desean probar y colo­
car su dependencia en Dios? ¿Le permitirán que sea su "todo"
y entonces harán de él "todo" en cada cosa que piensen? Él nos
anima: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados".
Vengan al aire. Vengan y hagan de él su todo. Pablo dice,
"Vestios del Señor Jesucristo". Él es nuestro regulador de respi­
ración. Es lo único que les permitirá sobrevivir en este mundo de
pecado. Y luego que se hayan vestido de él, ¡nunca lo dejen ir!
?u rt.

C A P I T U L O 11

"¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?


Si Jehová es Dios seguidle; y si Baal, id en pos de él.
Y el pueblo no respondió palabra" (1 Reyes 18:21)

L as lágrimas brotaban incontrolablemente de mis ojos. Las go­


tas individuales formaban pequeños ríos mientras se abrían
camino por mis mejillas y caían en la cama mientras otras go­
tas seguían mi nariz hasta que goteaban sobre mi Biblia. Cuánto
tiempo estuve sentado de esta manera, no lo sé. Pero antes de
mucho, Sally se despertó y me miró.
-Tesoro, ¿por qué estás llorando? -m e preguntó.
Por dónde comenzar, me pregunté. ¿Comienzo con el com­
promiso de presentar ese tema el fin de semana? ¿Me refiero a la
invitación? ¿Cómo se lo puedo explicar cuando Sally sin saberlo
ha estado involucrada desde el mismo comienzo? Por fin decidí
comenzar por el mejor l ug ar . . . ¡el principio! Así que inspiré pro­
fundamente y comencé a contarle la historia de mi cuarto punto
fundamental.
Los diccionarios definen "fundamental" en palabras como es­
tas: que sirve de fundamento o es lo principal en algo, punto crí­
tico o crucial. Aquella mañana con Sally habíamos llegado a una

164
El cuarto punto fundamental
decisión definida que cumplía con esa descripción. En realidad,
era uno de varios puntos fundamentales en mi vida y el cuarto
del cual era conciente en mi relación con Dios.
Cuando comencé a aprender de la Palabra de Dios y vi que
se trataba de algo más que de fábulas y oraciones, rápidamente
alcancé el primer punto fundamental en mi relación con el Señor.
Si yo aceptaba su Palabra como la única guía de mi vida y aplica­
ba a mi vida con seriedad las verdades que contenía, ocurrirían
cambios significativos en la forma en que vivía mi vida. ¿Estaba
dispuesto a permitir que Dios tuviera tanto gobierno sobre mi
vida?
Decidí que realizaría aquéllos cambios y aceptaría su volun­
tad revelada para mi vida. Descubrí que esto cambió la forma en
que me consideraba a mí mismo y a mi familia. Dejé de fumar y
de beber, porque vi que mi cuerpo era el templo de Dios. Cristo
había muerto por mí y me había comprado con el precio de su
propia vida, por lo tanto no era dueño de hacer lo que me placía.
Al aprender más de la Biblia, traté de compartirla, y mi celo, aun­
que bien intencionado, me llevó a causar un quiebre de prejuicio
entre los miembros de mi familia. La elección de probar y seguir
la Palabra de Dios alteró dramáticamente el curso de mi vida. De
aquí que, mi primer punto fundamental fue aceptar la Palabra de
Dios como la absoluta autoridad en mi vida.
Mi segundo punto fundamental llegó cuando mi comprensión
de la Palabra de Dios me llevó a unirme a una iglesia diferente a
aquella en la cual me habían criado. Algunas personas parecen
cambiar de denominaciones así como la mayoría de nosotros nos
cambiamos las camisas, pero para mí este fue un paso que me
sacudió. Yo sabía que la verdadera religión no se debiera tomar
livianamente. Fue difícil para mí darme cuenta de que aunque
había sido criado con ciertas creencias, e instruido por padres
sinceros, esos hechos en sí rpismos no hacen de la religión una
fuerza práctica que cambia y altera la vida.
El tercer punto fundamental fue cuando Dios me convenció
de que necesitaba mudarme a un paraje solitario y llegar a estar
realmente convertido. Esto fue una lucha, porque aquellos que
se consideraban sólidos cristianos se opusieron a nuestros planes

165
Escape a Dios
y trabajaron arduamente para convencernos de que estábamos
equivocados. Ahora comprendemos más allá de toda duda que
hicimos la decisión correcta.
Se podría argumentar que cada vez que usted -y yo enfren­
tamos una elección, nos encontramos en un punto crucial, y en
algún grado eso es verdad. Pero los puntos fundamentales de los
cuales hablo son de largo alcance, elecciones que alteran la vida,
que cambian el curso de nuestra historia personal.
Cuando Moisés envió a los doce espías a la tierra de Canaán,
diez de ellos escogieron presentar un informe desalentador de­
lante de la gente. Solamente dos eran de esperanza. ¡La nación
se encontraba en un punto crucial! Su elección de alejarse, de
desalentarse, les costó a toda esa generación la oportunidad de
disfrutar de la tierra prometida.
Después de varios años en ese lugar apartado, repentinamen­
te me sentí atrapado en una decisión crucial. Habíamos encon­
trado casi todo lo que habíamos ido a obtener en ese paraje soli­
tario. Habíamos llegado a conocer realmente a Dios y estábamos
acercándonos cada vez más a él. Aprender a rendir el yo y a per­
manecer rendido a Dios había dado resultados espectaculares.
Habíamos avanzado de ser un matrimonio a tener un ¡verdadero
MATRIMONIO! La familia se transformó en una ¡FAMILIA de
verdad! Mi negocio de venta de inmuebles en las montañas re­
montó y proveyó una gran entrada para nuestra familia. No te­
níamos deudas y trabajaba solamente tres días a la semana. Las
influencias del mundo exterior se habían mantenido mínimas, y
hasta en conjunción con mi trabajo, Íbamos al pueblo solamente
dos veces al mes.
¡Lo habíamos logrado! ¡Estábamos viviendo nuestro sueño!
En el momento de éxito, el Señor dijo: Jim, deseo que abandones
tu negocio. Quiero que trabajes para m í en un ministerio de dedicación
exclusiva. El foco de ese ministerio será restaurar vidas, restaurar ma­
trimonios y restaurar familias.
Recuerdo que le dije a Dios: ¡No puedo, Señor! Y tenía razón.
Con mi propia fuerza no podía ministrar para el Señor, pero esa
no era toda mi intención. En cambio, mi comentario reveló mis

166
El cuarto punto fundamental
sentimientos reales. Tengo hecha mi vida, Señor, pensé yo. ¡Estás
pidiendo demasiado!
Antes de esto había presentado temas aquí y allí cuando al­
gunas personas a las que conocía me habían invitado. Era exitoso
en la venta de inmuebles. Tenía una entrada, y el tiempo que pa­
saba predicando era algo secundario. Ahora parecía que el Señor
deseaba demasiado de mí.
Al pensar en esto, luché con la decisión. Contemplé la vida de
Moisés, que estaba en la línea real para ser Faraón, cuando Dios
le pidió que dejara todo atrás. Entonces estaba Pedro y los otros
pescadores que Jesús había llamado a seguirlo. A ellos se les pi­
dió que siguieran a este Predicador pobre y sin reconocimiento.
Esas elecciones fueron puntos cruciales, fundamentales en sus
vidas. Nada volvería a ser lo mismo, no importa qué decidieran.
Y me di cuenta rápidamente que este llamado al ministerio era
un punto crucial, fundamental para mí también.
Querido lector, usted también tiene asuntos cruciales en su
vida hoy. Yo no sé qué está pidiendo Dios de usted, pero usted
obra y el Espíritu Santo también.
El problema viene cuando Dios pide algo que no estamos
seguros que deseamos hacer. Entonces entramos en un "aleja­
miento" de Dios. Para algunos, este alejamiento los amarga y
eventualmente mata su amor por Dios. Toda persona tiene por lo
menos uno de esos puntos cruciales en su vida. Yo puedo decir
con confianza que usted también. Hay algo que Dios le está pi­
diendo que enfrente. Él desea que escoja entrar en una relación
más profunda con él. Oro para que el Espíritu Santo coloque esta
decisión en el primer plano de sus pensamientos mientras lee.
Oro para que Dios no le dé paz y descanso hasta que se rinda
completamente a él. Yo realmente no tenía paz cuando luchaba
para conformarme con este llamado inesperado al ministerio.
Allí estaba yo en ese lugar solitario disfrutando del fruto del
estilo de vida al que Dios nos había llamado también, y debía
decidir qué haría con este alejamiento entre mi alma y Dios. El
joven gobernante rico en la Biblia se encontró en tablas con Dios,
y le costó todo. Ahora yo tenía que escoger si trabajaría para Dios

167
Escape a Dios
o simplemente me contentaría con disfrutar cómodamente de la
buena vida que había encontrado.
Si pasaba a un ministerio de tiempo completo, ¿cómo man­
tendría a mi familia? ¿De dónde provendría el dinero? Yo sabía
que el Señor podría proveer, pero ¿lo haría? ¿Era esto realmente
lo que él deseaba para mí? ¿Estaba realmente dispuesto a colo­
carme en sus manos, sin saber de dónde provendría la manuten­
ción para mí o para mi familia? Sentí que necesitaba una confir­
mación. Recordé a Gedeón en la Biblia y cómo usó un vellón para
confirmar su llamado de Dios. Así que continué orando: Señor,
necesito un vellón para este llamado al ministerio, pero no sé qué pedir
de ti.
Aproximadamente en este tiempo, una mujer que conocía lla­
mó para invitarme a hablar en su iglesia.
-Jim -dijo ella disculpándose-, realmente queremos que ven­
gas, pero el momento que tenemos disponible es el fin de semana
del 4 de julio. Con las fiestas, probablemente asistirán menos de
20 personas. Comprenderemos si no deseas venir por tan poca
gente.
Mientras ella hablaba, me llegó la impresión del Señor, di­
ciendo: Este es tu vellón si lo deseas, Jim. Así que le dije:
-P o r supuesto que voy a ir.
Entonces volviéndome a Dios en oración, dije: Señor, si tú real­
mente me llamas para hablar a la gente tiempo completo, quiero encon­
trar gente a llí a la cual hablar, no pienso que ni siquiera 40 personas
sería un milagro a s í que te estoy pidiendo que traigas 50 personas, dos
veces y media más del número que ella dijo que estarían allí.
Yo fui la primera persona en llegar a la iglesia ese día. Estaba
motivado. Deseaba ver cómo iba a contestar el Señor mi oración.
¿Me había llamado el Señor realmente para ser un ministro? Con
Sally nos sentamos cerca del frente mientras entraba la gente y
para la hora en que me paré para hablar, había ocho personas en
la iglesia. Bueno, Señor -dije para mis adentros-, supongo que recibí
mi respuesta.
La puerta se abrió justo entonces y entró una familia de cua­
tro. Eso es doce todavía, Señor. Otras tres personas entraron. Son

168
El cuarto punto fundamental
quince. Entonces dos familias más de cuatro llevaron el número a
21. Pronto había 28, entonces 34, y 40, y pronto había 43.
Estaba tratando de hablar, pero en mi interior mis emociones
estaban en un remolino. Traté de seguir las notas de mi sermón,
pero no era fácil contar y predicar al mismo tiempo. Estoy seguro
que ellos se habrán preguntando qué me pasaba, porque segura­
mente estaba distraído. Seguía pensando. No puede ser cierto, y
sin embargo lo era.
Los números continuaron subiendo: 48, y luego 51, entonces
60. Todavía estaba predicando y contando pero no paró. Lo si­
guiente que supe, es que había 73 y pronto subió a 78. Finalmente
renuncié. Exclamé en mi corazón: Señor, ¡No cuento más! ¡Tengo mi
respuesta! Todavía vino gente hasta que la pequeña iglesia estaba
llena.
Bueno, prediqué con toda el alma a aquellas personas. Estaba
encendido porque sabía que esto era lo que Dios me estaba
llamando a hacer. Después del sermón pregunté a todo el que
pude:
-¿P o r qué vino hoy?
-N o teníamos la intención de venir hoy -m e dijo uno-. Pero
no tuvimos ganas de ir a acam par como habíamos planeado.
-Y o no sé -dijo otro-, sentimos que teníamos que estar aquí
hoy.
-Teníamos otros planes -com partió otra pareja-, pero alguien
nos llamó y dijo-, está viniendo a la iglesia este hombre esta se­
mana. Escuchamos un casete suyo ¡y era realmente bueno! Viene
de 2.560 kilómetros de distancia y va a pasar aquí solamente un
día. Cambien sus planes, tienen que venir.
Y así siguieron las historias de llamadas telefónicas inespera­
das o de cancelaciones de compromisos previos de último mo­
mento. Solo yo sabía la verdadera razón por la cual habían ve­
nido. Dios me estaba hablando a través de sus acciones. Jim, me
pediste 50, pero te estoy dando más que 50. ¡Quiero que trabajes para
mí!
Señor, me estás pidiendo que vaya y sea un pescador de hombres,
aqu í estoy. No he sido instruido por ninguna institución del mundo,

169
Escape a Dios
pero he sido entrenado en la soledad por tu Espíritu. Pero Señor, ¿qué
quieres que les enseñe?
Jim, quiero que les enseñes el evangelio práctico de cómo caminar
por fe. Enséñales a cómo permanecer en mí, cómo vivir por gracia y a
cómo aplicar eso a su vida diaria, a sus matrimonios, a sus fam ilias, a
sus iglesias, y a sus contactos con el mundo. Ayúdales a comprender la
base del evangelio, que es una experiencia viviente conmigo. Ayúdales a
comprender que esta debe ser su experiencia momento a momento, hora
a hora, día a día.
Y Jim, como está registrado en Apocalipsis 12:11 “Ellos lo han ven­
cido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio
de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte". Tu predicación
no será como la predicación común que es popular en las iglesias hoy.
Predicarás tu propio testimonio personal, incorporar el poder de Cristo
en ti, la esperanza de gloria en cada oportunidad. De esta manera, la
sangre del Cordero será siempre levantada en alto ante la gente en cada
sermón que des.
Jim, no debes amar esta vida maravillosa que has encontrado con­
migo en las montañas. Deseo que olvides la vida que encontraste, para
beneficiar a otros. Te estoy llamando para pasar tiempo fu era de tu retiro
en la montaña y compartir tu testimonio con otros, para que ellos tam­
bién puedan encontrar el evangelio práctico y que pueda transformar
sus vidas como han sido transformadas las de ustedes.
Fui a dormir aquella noche sabiendo que el Señor me estaba
pidiendo que olvidara el ejercicio lucrativo de venta de inmue­
bles con el cual nos había bendecido tanto el Señor. Sin embargo,
cuando me desperté a la mañana siguiente a las 4:30, me senté
allí en la cama con la Biblia en mi falda, temblando. La maravi­
llosa experiencia emocional de mi oración contestada había pa­
sado y ahora tenía que enfrentar la realidad. ¿Lo iba a hacer en
realidad?
Finalmente dije: Señor, Gedeón tuvo un segundo vellón. Yo tam­
bién, Señor, si nunca volveré a este momento, si nunca voy a arrepen-
tirme de esta decisión, necesito un segundo vellón. Debes confirmar este
llamado al ministerio en tu Mundo. Señor, yo sé que dije que trabajaría
para ti si enviabas la gente, pero Gedeón dijo que iría también con el pri­
mer vellón, todavía quiero pedirte una segunda señal de confirmación.

170
El cuarto punto fundamental
Señor, este es un llamado duro. Quiero decir, es una decisión en la
que no puedo volver atrás. Tiene que ver con el resto de mi vida. Nunca
volveré a hacer otra cosa sino lo que me has pedido que haga. Nunca he
hecho algo asi antes. Y le dije: Quiero que me confirmes en tu Palabra,
mi llamado al ministerio del evangelio.
Ahora, esto es una cosa difícil de pedir, porque no hay un
lugar en la Biblia que dice: Jim Hohnberger, debes llegar a ser un
ministro del evangelio.
Allí estaba sentado con mi Biblia, oré e investigué mi corazón
para asegurarme de que no había nada entre Dios y yo. Luego
de hacerlo, comencé a dar vuelta las páginas de la Biblia página
por página durante casi una hora, hasta que llegué al libro de
Efesios, capítulo 3. Fue como si el Espíritu Santo me sacudiera y
me dijera: Este es el lugar correcto.
Señor, siento la impresión de que debiera leer aquí.
Comienza en la columna de la derecha, Jim.
Mis ojos cayeron en el versículo 11: "...del cual fui hecho mi­
nistro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según
la operación de su poder".
¡Temblé de pies a cabeza! ¡Qué confirmación! Ahora supe que
Dios me había llamado y que su gracia me sostendría. Me senté
allí en la cama con lágrimas que corrían por mi rostro hasta que
Sally se despertó. Le conté todo lo que había sucedido y cómo
ella formaba parte de todo esto, aunque hasta ese momento ella
no tenía idea.
El llamado de Dios al corazón es a menudo desconocido para
aquellos que nos rodean. Usted puede ser el único que sabe lo
que Dios le está pidiendo en este momento. Hasta su esposa pue­
de desconocer cuál es el punto crítico en su vida, pero usted lo
conoce. Cualquiera que sea, debemos enfrentarlo. Hoy, mientras
lee estas líneas, usted está eligiendo, aun si su elección simple­
mente es intentar y desechar esa elección. Todos nosotros necesi­
tamos comprender que cuando decidimos no hacer una decisión,
en esencia, nuestra elección ha sido rechazar lo que Dios nos está
pidiendo que hagamos.

171
Escape a Dios
-Sally -le dije- cuando lleguemos a casa, ya no seguiré con la
venta de inmuebles. No puedo vender mi negocio, porque Dios
me ha pedido que se lo dé a otro hombre.
Este hombre cristiano y su familia se habían mudado a nues­
tra área desde California. No tenían demasiado, y el hombre
estaba tratando de establecerse. Yo podría haberle vendido mi
negocio inmobiliario con todas sus listas por decenas de miles
de dólares. Pero Dios me dijo que se lo diera a esta otra familia y
que me comprometiera a trabajar con ese hombre cada semana
por el período de un año, así él podría darle a su familia la misma
oportunidad que Dios me había dado a mí.
Yo había argumentado: Señor, me podrían dar 50.000 o 60.000
dólares por este negocio. Esto podría quedar como mi reserva. Es dinero
que podría usar para mantenerme por los próximos dos años mientras
tú haces funcionar este ministerio.
Pero el Señor dijo: No, Jim. Tu dependencia necesita estar en m í y
no en una reserva en el banco.
Así que fui a la casa y le conté a la otra familia mi historia.
Ellos oraron por esto y una semana más tarde, comencé a
entrenarlo a él para vender propiedades. Llevó unos dos meses
hasta que él estaba establecido y yo pude seguir adelante con mi
compromiso de ayudarlo una vez por semana. Para setiembre,
estaba listo para preguntar: ¿Señor, qué hago? A qu í estoy, envíame
a mí.
Llegó un llamado de California pidiendo que viniera a traba­
jar por cinco o seis familias que estaban teniendo problemas. Este
es tu primer llamado, Jim, me dijo el Señor. Fui alegremente, y tra­
bajamos con aquellas familias. Regresé a casa sintiéndome real­
mente feliz porque por primera vez, estas familias habían llegado
a comprender la práctica del evangelio y estaban comenzando a
aplicarla en sus vidas. Mientras ellos comenzaban a hacer aun­
que sea pequeños cambios, estaban comenzando a experimentar
los maravillosos resultados de vivir por principio y de cooperar
con Dios.
Fui invitado a la casa de unos amigos a hablar con un hombre
que los estaba visitando. Este hombre era un pastor, y aunque
yo no lo sabía en aquel momento, él estaba por organizar una

172
El cuarto punto fundamental
reunión de más de 50 pastores de todo el mundo. Ellos me habla­
ron de problemas en las iglesias y cuáles sentían ellos que podían
ser las soluciones.
No pude estar de acuerdo con ellos. Les dije que los proble­
mas de asuntos sobre doctrina y práctica eran solamente sínto­
mas del problema real, que es que las iglesias han perdido de
vista, completamente la práctica del evangelio que es capaz de
transformar las vidas. Fue algo inesperado, pero este ministro
me contó de la reunión que iba a tener y me pidió si estaría dis­
puesto a presentar el tema de apertura y de cierre a sus pastores
visitantes.
Nunca olvidaré el sermón que prediqué aquel día, titulado
"¿Quién soy?" Les dije a estos pastores que ellos eran comple­
tamente inadecuados para hacer el trabajo para el cual habían
sido llamados y de su necesidad c le una dependencia continua
de Dios. Para cuando terminé el tema de apertura, los hom­
bres estaban llorando, y mi sermón cambió el foco de toda la
conferencia.
Después de esta conferencia, me llegaron llamados para ha­
blar desde Europa, Nueva Zelandia, Inglaterra y de todos los
Estados Unidos. Me había preguntado de dónde iban a venir los
llamados. Dios sabía. Después de esta conferencia, me llovieron
llamados a medida que esos hombres compartían mi nombre al­
rededor del mundo. Solamente puedo aceptar un puñado de los
pedidos que recibo. Desde ese día, hemos hablado en 14 países
diferentes y en todos los estados de EE.UU., menos cinco de ellos.
Lo siguiente fue escribir artículos para revistas y tuve el privile­
gio de compartir el evangelio en televisión satelital. Así que puse
mis manos a trabajar y nunca más le he vuelto la espalda hasta el
día de hoy.
¿Qué en cuanto a ustedes, mis amigos? ¿Le han vuelto la es­
palda? ¿Hay algo en sus vidas en este momento que Dios les
está pidiendo que le rindan a él, algún punto crucial en el cual
no están accediendo a los deseos de Dios? No lo dejen a un lado.
Algún día tendrán que enfrentarlo inevitablemente. ¿No lo resol­
verán ahora mismo?
Escape a Dios
A menudo termino una serie de reuniones preguntando a
aquellos que están asistiendo qué es lo que van a hacer con los
mensajes que han escuchado. Esta es una pregunta más profun­
da que preguntarles si ellos creen. Las acciones son siempre el
fruto de la verdadera creencia. Mi corazón se ha emocionado
y a menudo mis ojos se han llenado de lágrimas mientras un
sinnúmero de familias se han consagrado a hacer del evangelio
una realidad práctica en sus vidas. Les pregunto públicamente,
porque esta declaración pública anima a otros, mientras que al
mismo tiempo fortalece la decisión hecha en sus corazones.
De modo que le estoy pidiendo a usted que escriba el punto
fundamental de su vida que Dios le está pidiendo que le rinda a
él. Utilice el formulario que se encuentra debajo, si así lo desea o
escríbalo en una hoja de papel separada. En cualquier caso, esco­
ja hoy, porque hoy es la hora, y nunca será más fuerte la voz del
Espíritu.

Mi punto fundamental con Dios


Señor, me doy cuenta de que no he estado de acuerdo contigo
en la siguiente área:_________________________________________

¡Te la rindo hoy a ti!

Tu hijo, (o hija)

174
C A P Í T U L O 12

EÍ qote cLuAa,

\
"Por poco me persuades" (Hechos 26:28).

o sabía que la isla de Paul era seguramente un hermoso lu­


gar. Pero tenerla a la vista me hacía acelerar el puso con de­
leite. El movimiento rítmico de los remos y el apacible sonido del
agua del lago goteando de las paletas parecía estar en armonía
completa con el ambiente tranquilo que nos rodeaba.
Con una forma de algún modo semejante a la de un volcán,
la isla surgía del lago en forma pronunciada. Su follaje ocasional
ofrecía a nuestra mirada interesada una vislumbre del hogar del
lago, profundizando nuestra anticipación. Habíamos estado an­
helando este viaje por algún tiempo. La isla sería nuestro hogar
durante las vacaciones hasta el siguiente lunes.
Mi familia necesitaba este alejamiento. Las presiones de viajar
y ministrar me habían motivado para pensar en la necesidad de
actividades de descanso y de relajación, que se volvían cada vez
más difíciles de hacer en casa. Podíamos desconectar el teléfono,
y ciertamente lo hacíamos cuando necesitábamos un recreo. Sin
embargo, aun cuando lo dejábamos intencionalmente a un lado,
las tareas de la casa y la correspondencia del ministerio tenían
una forma de ejercer su propia presión sobre nosotros.

175
Escape a Dios
Por esto, finalmente me aproximé a Paul para solicitarle el
uso de su isla. Paul era tanto amigo como mentor para mi nego­
cio de inmobiliaria, pero nunca le había pedido algo así antes.
-Paul, ¡mi familia está agotada! Necesitamos un lugar donde
podamos ir tan solo para descansar y relajarnos, un lugar don­
de nadie sepa cómo encontrarnos. ¿Podríamos usar tu isla? Oh,
y Paul, mientras estemos allí, ¿hay algún tipo de proyecto que
necesitas que se haga, algún tipo de reparaciones o limpieza que
podamos hacer por ti? De esa manera podemos dar algo y no
solamente pedirlo.
Paul estaba visiblemente complacido.
-N unca he hecho esto antes -dijo él-, pero al mismo tiempo
nadie ha estado dispuesto a hacer algo en retorno por mí tampo­
co. Todos ellos quieren usar la isla y nada más. Jim, estaré encan­
tado de permitir que tu familia pase algún tiempo allí, y estoy se­
guro que podrán encontrar algo para hacer mientras estén allí.
Mi reminiscencia terminó abruptamente mientras la canoa
se deslizaba junto al muelle. Luego de acarrear nuestro equipaje
subiendo la colina hacia la agradable casa del lago, con Sally nos
dirigimos nuevamente al muelle.
-M uchachos -com encé a instruirlos-, ustedes preparen la co­
mida y cuando esté lista, bajen al muelle y búsquennos. Nosotros
nos vamos al muelle para sentarnos al sol.
Puede parecer un poco extraño que un padre les diga esto a
sus hijos de 10 y 12 años, pero habíamos aprendido a entregar las
tareas de la cocina a los chicos. En demasiadas familias, la madre
es prácticamente la sirvienta de los hijos. Ningún esposo debiera
permitir que continúe semejante situación. Toda la familia debe
ayudar a levantar la carga de las tareas del hogar de la madre. Si
se hace esto, la familia encontrará que no solamente aprenderán
los niños una importante lección de mantenimiento del hogar,
sino que ganarán una madre y el esposo una esposa que tendrá
tiempo y energía para jugar con ellos y compartir sus vidas.
Trate de levantar de su esposa o madre cualquier carga que
otros miembros de la familia puedan llevar, y encontrarán que
sus esfuerzos quedan más que pagados en la amorosa atención
que ella podrá invertir ahora en usted y en los demás miembros

176
El que duda
de su familia. Si la familia puede redimir esas energías, que eran
consumidas en otro tiempo en las tareas diarias del hogar, todos
se beneficiarán.
Soy muy consciente de que la esposa y madre es el corazón
del hogar, y la receta más segura para la felicidad en el hogar es
que la mujer que juega semejante papel crucial tenga la energía y
el entusiasmo para llenar su misión otorgada por Dios.
Mis muchachos, como de costumbre, prepararon una comi­
da maravillosa. Luego, en el tiempo libre que quedaba antes de
nuestra comida normal, salieron a explorar la isla.
En semejante ambiente conductivo, relajarse en el muelle era
un cosa muy fácil de hacer. Ubicada en la bahía de una ensenada,
las aguas claras de color jade reflejaban el sol hasta que parecía
que cada pequeña onda estaba coronada con diamantes brillan­
tes, que centellaban al moverse. Surgían naturalmente la paz, el
contentamiento y una conversación tranquila mientras disfrutá­
bamos la oportunidad de volver a conectarnos el uno con el otro.
Repentinamente, retumbó el sonido de pasos en las escaleras em­
pinadas que guiaban desde el muelle al resto de la isla. Matthew
y Andrew corrían mientras bajaban las escaleras, charlando sin
detenerse con toda la emoción y el entusiasmo que solamente
pueden poseer los chicos de 10 y 12 años.
-¡Pap á, mamá, tienen que venir a verlo!
-¿Q ué tenemos que ir a ver?
-¡L o s trampolines!
Gradualmente a través del entusiasmo, descubrimos de la
historia de los chicos que en el lado oeste de la isla había algunos
riscos altos. En esos riscos había algunos trampolines. Uno era
casi tan alto como una casa de un piso y el otro era tan alto como
una casa de dos pisos. Los chicos estaban tan emocionados como
fuera posible con esos trampolines, pero eran suficientemente jó­
venes en sus vidas a esa altura, como para considerar hacer cual­
quier cosa como esta, a menos que su padre lo hiciera primero.
-¿Puedes tirarte de ellos, papá?
-P o r supuesto que puedo -les respondí sin pensar
demasiado.
-¡Vayamos! -exclam aron ellos.

177
Escape a Dios
-¡M omento! ¡Esperen un momento! -los interrumpí-. Yo
pienso que debiéramos almorzar primero, y entonces podemos
ir al otro lado de la isla y mirar esos trampolines.
-E n verdad, yo estaba vacilando. Sabía que podía saltar de
esos trampolines. Me había lanzado de trampolines altos antes.
Sabía que no me lastimaría. Sabía que Paul los había colocado allí
por una razón, y sin duda muchos otros habían saltado en esas
aguas. Así que no había temor de que el agua no fuera suficien­
temente profunda. Mis chicos querían verme saltar. Yo quería
complacerlos, y todavía vacilaba. No estaba del todo seguro que
deseaba pasar por esta experiencia.
Después del almuerzo, los chicos lavaron los platos (en tiem­
po récord, debo añadir). Ellos estaban emocionados. Esta iba a
ser una gran aventura. Se me aproximaron y dijeron:
-¿Estás listo para largarte de los trampolines, papá?
Todavía estaba indeciso, así que busqué una excusa para esti­
rar las cosas.
-Cuando yo era chico -les dije-, siempre me decían que uno
debiera esperar por lo menos una hora después de comer antes
de nadar para evitar calambres. Iré dentro de una hora.
En realidad, debo confesar que no tema idea de si ese hecho
era verdad, y dudo de que haya estado inclinado a respetar esa
regla si hubiera querido largarme desde esos trampolines. Bajo
las circunstancias tema justo la excusa que necesitaba, una racio­
nalización que me daba permiso para evitar hacer una decisión.
Mis chicos estaban frustrados por otra dilación, pero cuando ha­
bía pasado la hora regresaron con la misma pregunta.
-¿Estás listo para ir ahora, papá?
-M uy bien -les dije-. Vayamos.
Salieron hacia el otro lado de la isla como si hubieran sido
disparados por un cañón. Con Sally caminamos un poco más
lento que nuestros entusiastas muchachos. Cuando llegamos a
los trampolines, ¿dónde piensan que estaban parados los chicos?
¿Al lado del trampolín más bajo? ¡Difícilmente! Estaban al lado
del más alto.
¡Aquí arriba, papá! -llam aron ellos.
Muy bien, estoy yendo.

178
El que duda
Subiendo al trampolín más alto, caminé hasta el borde y
miré una vez más las hermosas aguas de color jade del precioso
lago de montaña. Cuando uno se para al borde de un trampo­
lín, impresiona dos veces más alejado del agua de lo que parce
desde abajo. Mientras permanecía allí mirando hacia abajo, mis
muchachos me gritaban instrucciones que eran semejantes a lo
siguiente:
-¡Sata! ¡Salta! ¡Salta! ¿Por qué no saltas?
-D enm e un minuto para calcular la situación. Voy a contar
hasta diez -les dije-, y entonces me voy a tirar.
Los chicos se prendieron de esta idea, viendo en ella una for­
ma de apurarme, comenzaron a contar por mí con una velocidad
increíble,
-U n o, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete . . .
-¡Eh ! -les di voces-. Yo voy a contar solo. Gracias, de cual­
quier manera.
Así que allí estaba yo, sufriendo entre dos deseos separados,
dos amores separados. Por un lado amaba a mis muchachos y
quería complacerlos, deseaba llenar sus expectativas, ser su hé­
roe. Pero mi propia voluntad era reacia a dejar el temor a un lado
y tomar aquel paso. Así que allí quedé, suspendido entre los cie­
los arriba y las verdes aguas debajo.
Intelectualmente, yo sabía que otros habían tomado el paso
para saltar de la tabla, y yo podía hacer lo mismo. Deseaba hacer
el salto, no solo por mí, sino para animar a mis muchachos. La
batalla arreció porque debía escoger entre saltar de la tabla por
mi propia voluntad, es decir, mediante el ejercicio de mi propia
libertad de elección. Es tal cual como el conflicto que enfrenta­
mos cuando somos llamados a rendirnos a la voluntad de Dios.
Cuando debamos enfrentar una decisión entre lo que desea
la voluntad propia y aquello a lo cual sabemos que Dios nos está
llamando, hay un conflicto. Y la reacción común a este conflic­
to es la indecisión. Sabemos que Dios nos está llamando a una
experiencia de completa rendición y sin embargo, vacilamos.
Sabemos que otros han tomado ese paso de completa dependen­
cia de él. Sabemos que Dios nunca falla a aquellos que confían en
él, y sin embargo, nos retenemos.

179
Escape a Dios
-¡M omento! ¡Esperen un momento! -los interrumpí-. Yo
pienso que debiéramos almorzar primero, y entonces podemos
ir al otro lado de la isla y mirar esos trampolines.
-E n verdad, yo estaba vacilando. Sabía que podía saltar de
esos trampolines. Me había lanzado de trampolines altos antes.
Sabía que no me lastimaría. Sabía que Paul los había colocado allí
por una razón, y sin duda muchos otros habían saltado en esas
aguas. Así que no había temor de que el agua no fuera suficien­
temente profunda. Mis chicos querían verme saltar. Yo quería
complacerlos, y todavía vacilaba. No estaba del todo seguro que
deseaba pasar por esta experiencia.
Después del almuerzo, los chicos lavaron los platos (en tiem­
po récord, debo añadir). Ellos estaban emocionados. Esta iba a
ser una gran aventura. Se me aproximaron y dijeron:
-¿Estás listo para largarte de los trampolines, papá?
Todavía estaba indeciso, así que busqué una excusa para esti­
rar las cosas.
-Cuando yo era chico -les dije-, siempre me decían que uno
debiera esperar por lo menos una hora después de comer antes
de nadar para evitar calambres. Iré dentro de una hora.
En realidad, debo confesar que no tenía idea de si ese hecho
era verdad, y dudo de que haya estado inclinado a respetar esa
regla si hubiera querido largarme desde esos trampolines. Bajo
las circunstancias tenía justo la excusa que necesitaba, una racio­
nalización que me daba permiso para evitar hacer una decisión.
Mis chicos estaban frustrados por otra dilación, pero cuando ha­
bía pasado la hora regresaron con la misma pregunta.
-¿Estás listo para ir ahora, papá?
-M uy bien -les dije-. Vayamos.
Salieron hacia el otro lado de la isla como si hubieran sido
disparados por un cañón. Con Sally caminamos un poco más
lento que nuestros entusiastas muchachos. Cuando llegamos a
los trampolines, ¿dónde piensan que estaban parados los chicos?
¿Al lado del trampolín más bajo? ¡Difícilmente! Estaban al lado
del más alto.
¡Aquí arriba, papá! -llam aron ellos.
Muy bien, estoy yendo.

178
El que duda
Subiendo al trampolín más alto, caminé hasta el borde y
miré una vez más las hermosas aguas de color jade del precioso
lago de montaña. Cuando uno se para al borde de un trampo­
lín, impresiona dos veces más alejado del agua de lo que parce
desde abajo. Mientras permanecía allí mirando hacia abajo, mis
muchachos me gritaban instrucciones que eran semejantes a lo
siguiente:
-¡Sata! ¡Salta! ¡Salta! ¿Por qué no saltas?
-D enm e un minuto para calcular la situación. Voy a contar
hasta diez -les dije-, y entonces me voy a tirar.
Los chicos se prendieron de esta idea, viendo en ella una for­
ma de apurarme, comenzaron a contar por mí con una velocidad
increíble,
-U no, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete . . .
—¡Eh! -les di voces-. Yo voy a contar solo. Gracias, de cual­
quier manera.
Así que allí estaba yo, sufriendo entre dos deseos separados,
dos amores separados. Por un lado amaba a mis muchachos y
quería complacerlos, deseaba llenar sus expectativas, ser su hé­
roe. Pero mi propia voluntad era reacia a dejar el temor a un lado
y tomar aquel paso. Así que allí quedé, suspendido entre los cie­
los arriba y las verdes aguas debajo.
Intelectualmente, yo sabía que otros habían tomado el paso
para saltar de la tabla, y yo podía hacer lo mismo. Deseaba hacer
el salto, no solo por mí, sino para animar a mis muchachos. La
batalla arreció porque debía escoger entre saltar de la tabla por
mi propia voluntad, es decir, mediante el ejercicio de mi propia
libertad de elección. Es tal cual como el conflicto que enfrenta­
mos cuando somos llamados a rendirnos a la voluntad de Dios.
Cuando debamos enfrentar una decisión entre lo que desea
la voluntad propia y aquello a lo cual sabemos que Dios nos está
llamando, hay un conflicto. Y la reacción común a este conflic­
to es la indecisión. Sabemos que Dios nos está llamando a una
experiencia de completa rendición y sin embargo, vacilamos.
Sabemos que otros han tomado ese paso de completa dependen­
cia de él. Sabemos que Dios nunca falla a aquellos que confían en
él, y sin embargo, nos retenemos.

179
Escape a Dios
En muchas maneras, nos parecemos a los hijos de Israel des­
pués de salir de la esclavitud en Egipto. Ellos habían dejado una
vida atrás pero todavía no habían entrado a la Tierra Prometida.
Nosotros también hemos dejado un largo camino para viajar en
nuestra búsqueda de Dios. Quizá dejamos malos hábitos o malas
compañías a nuestras espaldas. Tal vez cayeron al lado del cami­
no errores doctrinales o interpretaciones tradicionales. Incluso,
puede ser que nos hayamos alejado de entretenimientos mun­
danales, música y modas solo para descubrir que, sinceramente,
aunque hayamos salido de nuestro pasado, hemos fracasado en
entrar en nuestro futuro: una vida escondida con Cristo en Dios
(ver Colosenses 3:3).
Considerando mi vida pasada, veo que mi jornada hacia este
blanco de completa rendición, se ha producido en incrementos
pequeños más bien que de un gran paso. Se ha producido así en
mi vida, no porque Dios lo deseara de ese modo, sino porque fue
la manera en la cual yo respondí. Mi vida se ha parecido a menu­
do al verso escrito por Theodore Monroe:

Oh, el amargo dolor y pena


Que un momento puede traer,
Cuando orgullosamente dije a Jesús,
"Todo del yo y nada de ti".

Sin embargo me encontró: lo vi


Sangrando en el árbol de la cruz;
Y mi corazón dijo débilmente
"Algo del yo y algo de ti".

Día a día con su tierna misericordia,


Sanando, ayudando, sin zaherir
Me humilló, mientras susurraba,
"Menos del yo y más de ti".

Más alto que los mismos cielos,


Más profundo que el profundo mar,
"Señor, tu amor por fin ha vencido;
Nada del yo y todo de ti".

180
El que duda
No quisiera dar la impresión, ni me animaría a decir que se ha
realizado este último paso en mi vida, pero diría que veo la pro­
gresión, y soy un prisionero de esperanza. Sé que el que comenzó
la buena obra en mí, la continuará hasta el día de Jesucristo (ver
Filipenses 1:6).
¿Qué le está diciendo Dios en este momento en su trampolín?
Sé que está vacilando en algo. Posiblemente tenga algo que ver
con el compromiso que escribió en el capítulo anterior. O quizá
es un área sensible que Dios le trajo a la mente cuando miró el
formulario de compromiso, pero tenemos miedo de entregárselo
a Dios o hasta de admitir para nosotros mismos que estaba allí.
Usted desea rendir esta área sensible, pero es difícil creer que
será feliz si la entrega. Esa es la mayor mentira de Satanás. El nos
ha engañado a todos nosotros haciéndonos creer que solamente
podemos ser felices cuando conseguimos lo que desea nuestra
propia voluntad. No confíe en sus sentimientos. En cambio, ac­
túe en base a principios. Su intelecto debe decidir que no permi­
tirá que lo controlen los sentimientos y emociones.
Si hace esto, descubrirá que ha develado el secreto de una vida
cristiana feliz. Encontrará, así como lo he hecho yo, que el mismo
paso del cual retrocedía era el sendero a la paz y felicidad.
¡Eso es exactamente lo que descubrí cuando salté del trampo­
lín! Fue fantástico. Grité, chillé y di vítores mientras caía. Cuando
golpeé esas aguas refrescantes, me sentí más vivo que nunca an­
tes. Salí afuera y me tiré del trampolín una y otra vez.
Mi hijo Matthew se me acercó y preguntó tentativamente,
-¿Piensas que podría tirarme, papá?
-P o r supuesto que puedes -le contesté.
Así que él se subió a la tabla y atravesó su propio proceso de
vacilación. Finalmente, lo hizo. Me daba cuenta de que estaba
temeroso, pero se mantuvo fírme y valientemente entró al agua
tan derecho como una flecha.
Entonces Andrew se me acercó y dijo,
-P ap á, quiero saltar del trampolín pero tengo miedo. ¿Te lar­
garías conmigo?
-Seguro, hijo. Dame tu mano. Te acompañaré todo el
camino.

181
Escape a Dios
¡Él estaba muerto de miedo! Yo no lo empujé pero estuve allí
con él mientras pasaba por su propia vacilación, permití que con­
tara y entonces saltamos. Cómo quisiera que hubieran podido
ver la sonrisa en la cara de ese muchacho. ¡Hubieran pensado
que había conquistado el mundo!
Entonces los tres nos volvimos hacia Sally. Pero ella nos ense­
ñó a todos una lección de valentía.
-Si ustedes lo hacen, ¡yo también! ¡Y lo hizo!
Todos aprendimos a sobreponernos a la vacilación y a ganar
la victoria sobre aquellos sentimientos y emociones que tratan
de impedir que avancemos. La verdadera vida cristiana es como
aquella tabla. A menudo requiere un salto de fe, la decisión de
que no vamos a dar la espalda, así como nosotros no podíamos
regresar a la tabla luego de haber saltado. ¡Estamos comprometi­
dos! Eso es lo que Dios está buscando de cada uno de nosotros.
¡Vayan hacia adelante!
¡Salten y tomen el último gran paso!

182
C A P Í T U L O 13

"Pero luego que todas las cosas le estén sujetas,


entonces también el Hijo mismo se sujetará
al que le sujetó a él todas las cosas,
para que Dios sea todo en todos" (1 Corintios 15:28).

ientras estudiaba la cara rocosa que teníamos por delan­


te, planeé la siguiente fase de nuestro ascenso. El llama­
do apagado de Matthew interrumpió mi ensueño. Lo miré hacia
abajo y me di cuenta inmediatamente que estaba en problemas.
Estábamos escalando el Iceberg Peak en Glacier National Park. Era
una de nuestras salidas entre padre e hijo.
Hago estos viajes con cada uno de mis hijos, con el conven­
cimiento de que es importante que un padre esté solo con cada
uno de sus hijos, ocupados en actividades que ellos desean hacer.
Esto liga nuestros corazones y abre las avenidas de comunica­
ción. Matthew había escogido esta escalada, y aquí estábamos,
libres, escalando en un área que realmente demandaba sogas y
equipos de seguridad.
¡Matthew estaba atrapado! Había seguido mi ruta ascendien­
do la montaña hasta que quedó atascado en el borde debajo de
mí. Yo tenía la altura suficiente para alcanzar el siguiente borde

183
Escape a Dios
y subirme hacia arriba, pero Matthew, que en esta época era más
bajo que yo, no podía alcanzar lo suficientemente alto como para
completar esta maniobra. Rápidamente me deslicé hacia abajo y
extendí mi mano hacia él.
-Tóm ate de mi mano, hijo. Te voy a tirar hacia arriba.
Podía ver la lucha entre el temor y la duda en su rostro. ¿Puede
realmente papá hacer esto? ¿Tiene suficiente fuerza? ¿Qué me
pasará si me suelta?
-¡Tom a mi mano, Matthew! Yo tengo la fuerza. Puedo evitar
que caigas -lo animé.
Él miró hacia abajo. Era un largo camino y su expresión deno­
taba la batalla que se desarrollaba en sus pensamientos. ¿Estaría
dispuesto a tomar ese salto de fe, confiando en que yo podría
hacer lo que le había prometido?
Estiró su mano para alcanzar la mía y nos agarramos con
fuerza. En un instante había terminado, y él estaba parado a mi
lado sobre el borde. Después de unos momentos para recuperar
nuestro aliento reasumimos el ascenso. Escalamos Iceberg Peak
aquel día, pero el éxito hubiera sido imposible si Matthew no
hubiera escogido dar aquel paso de absoluta dependencia de su
padre.
Este paso de absoluta dependencia es a lo que estamos lla­
mados todos nosotros. Usted lo sabe en la intimidad de su cora­
zón, así como lo sé yo. Usted sabe que el Señor lo está llaman­
do a esta dependencia y rendición, pero todavía nos retraemos.
Probablemente nos costaría poner en palabras por qué esquiva­
mos esta experiencia.
La total dependencia de Dios, la voluntad para dar el paso
en un temerario abandono del yo, es lo que hace práctica la vida
cristiana y lo que nos cambia para siempre. La dependencia to­
tal y completa de Dios, debiera ser la primera lección de la vida
cristiana. Porque es solo cuando confiamos verdaderamente en
Cristo, cuando realmente nos entregamos a él, que se nos puede
llamar cristianos. Para la mayoría de nosotros, aun para aquellos
que reclamamos ser cristianos, esto permanece como un sueño
iluso, y una experiencia irrealizable.

184
El último gran paso
En lugar de esta experiencia, los qué deseamos ser cristianos
hacemos todo menos entregar nuestra dependencia a Dios. Con
un esfuerzo casi sobrenatural, estudiamos las doctrinas y las
enseñamos a otros. Nos ocupamos en evangelizar y alcanzar a
otros en la comunidad. Del mismo modo asistimos a los servi­
cios religiosos, llevamos a cabo escuelas bíblicas de vacaciones,
participamos en seminarios de enriquecimiento matrimonial y
aceptamos cargos en la iglesia.
Hacemos de nuestra religión algo personal, dedicamos tiem­
po para la devoción personal y para ministrar personalmente a
otros. Parecemos tan buenos y realizamos tantas actividades que
nos resulta difícil captarlo, pero sin embargo es verdad. Porque
hemos hecho todo, excepto lo único que realmente importa.
Hemos fracasado en dar ese último gran paso, la única acción
que nos hubiera transformado realmente en el interior como
también en las acciones exteriores.
El último gran paso para ser un verdadero cristiano es cul­
tivar una desconfianza del yo y una dependencia igualmente
cultivada de Dios. Puede ser que poseamos todas las galas de
la cristiandad, pero aun cuando nadie más pueda ver, nosotros
sabemos que no poseemos el poder sobre el yo que trae a la vida
un espíritu de rendición y sumisión.
Alabemos a Dios, porque no es demasiado tarde para que
ninguno de nosotros tome ese paso de total dependencia. Habían
pasado varios años en los cuales pensé que mi vida era cristia­
na; cuando Dios me sorprendió impresionando fuertemente mi
mente con este concepto: Jim , si alguna vez quieres ser cristiano,
debes tomar este paso.
Contemplé, honestamente contemplé lo que era realmente
el cristianismo, y debo confesar, que retrocedí ante la idea. No,
Señor, no lo puedo hacer, oré. Quiero decir, consentir en darte el con­
trol total, en nunca pensar mis propios pensamientos carnales, nun­
ca decir mis propias palabras carnales. ¡M e sentiré miserable, Señor!
¿Pueden creer que le dije eso a Dios? ¿Les gustaría saber lo que él
me contestó?
¿En serio Jim? ¿Piensas que todos los ángeles en el cielo son misera­
bles ? Ellos tienen la misma relación conmigo a la que te estoy llamando.

185
Escape a Dios
Ellos hacen mi voluntad y no la suya propia y sin embargo permanecen
como agentes morales libres. Obedecen porque han elegido hacerlo, y esa
obediencia les trae gozo y felicidad más allá de cualquier placer que tus
pensamientos y palabras terrenales puedan traerte.
Fue un pensamiento necio, ¿verdad Señor?
S í Jim. Provino del diablo. Fue justo uno de esos tipos de pensa­
mientos que llevaron al ángel más favorecido en todo el cielo a decidir
rebelarse contra mí.
Así que ahora me enfrentaba con una completa rendición, y
total dependencia de Dios. Dios me estaba llamando a tomar este
último gran paso hacia el verdadero cristianismo. Nunca olvida­
ré la lucha con mi propia voluntad. Estaba sentado en casa un
día y leí más de 100 textos bíblicos. Todos decían básicamente lo
mismo, que el poder de Dios está disponible ahora mismo, ¡hoy!
Solamente necesitaba rendirme y depender totalmente de Dios
para acceder a ese poder.
No necesitaba más conocimiento doctrinal. No necesitaba
más obras buenas. No necesitaba crecer para estar preparado
para recibir ese poder. En cambio, mi crecimiento como cristiano
no podría continuar hasta que estuviera dispuesto a tomar "el
último gran paso".
Está bien, Señor, terminé aceptando, mañana iré todo el camino
contigo en total dependencia. M añana de mañana mi vida será diferen­
te. ¡En la mañana comienza mi nueva vida!
Yo no sé cómo lo hace Dios, pero a menudo despierto en las
horas tempranas de la mañana con un sentido de su presencia.
No es una presencia visible y ni siquiera audible. Más bien, sien­
to que su Espíritu llama a mi corazón para levantarme y estar en
comunión con él. No puedo explicar cómo Dios puede ser una
presencia tan personal conmigo y al mismo tiempo estar presen­
te con muchos, muchos otros, pero él puede hacerlo y lo hace.
Y si usted está dispuesto, ¡él anhela este tipo de comunicación
íntima con usted también!
Aquella primera mañana de mi nueva vida, me desperté unos
pocos minutos después de las 4:00. Sentándome sentí que Dios
me estaba llamando, recordándome mi compromiso de ser suyo
hoy y yo oré: ¡Buen día, Señor! De este modo comenzó el tiempo

186
El último gran paso
precioso que pasé aquella mañana con Dios. Él deseaba prepa­
rarme para el día y mis oraciones continuaron hasta que me miró
mi esposa medio dormida y me preguntó,
-¿P o r qué estás tan radiante?
-Q uerida -le dije- hoy voy a caminar todo el día con Dios.
Voy a rendirme completamente a él y voy a vivir mi vida hoy
bajo su control.
-¿D e veras?
-Sí.
-¡Realmente querido, vamos! -exclam ó ella burlonamente.
Aquí estaba la primera prueba de mi día. Mi esposa se estaba
burlando de mi compromiso. Objetivamente, no la podía culpar.
Ella conocía el alemán obstinado y de temperamento fuerte con
el que se había casado. Mis resoluciones pasadas y mis promesas
de fidelidad a Dios habían sido como sogas de arena, cayendo en
el mismo minuto en que se las ponía bajo tensión. Nunca había
encontrado un poder capaz de salvarme de mí mismo.
-E stá bien, querida -continué y o-. He terminado con las idas
y venidas en mi dependencia de Dios. ¡He acabado con el cristia­
nismo parcial!
Así me lancé en mi primer día de verdadero cristianismo.
Cómo desearía poder mostrarles un video de aquel día, mi
primer día como un verdadero cristiano. Pero un video nunca
podría demostrar las pruebas y batallas que luché en mis pensa­
mientos; porque fue en mis pensamientos donde se ganaron las
victorias. Tuve que decidir por lo correcto en mis pensamientos,
antes de que pudiera producir acciones correctas. Consumiría
todo este libro compartir con ustedes todo lo que sucedió ese
día. Así que, permítanme compartir con ustedes tan solo un par
de experiencias.
Estaba sentado frente a mi escritorio trabajando cuando es­
cuché que los chicos comenzaban una pelea en la sala. Era una
de esas cosas de las que les había dicho a mis hijos "mil veces"
que no lo hicieran. Me encontré caminando rápidamente hacia
ellos. Sentí una irritación que se levantaba en mi carne. Quería
enderezarlos, ahora mismo. Es tan fácil para los padres caer en
la trampa de la irritación con nuestros hijos, porque les decimos

187
Escape a Dios
Ellos hacen mi voluntad y no la suya propia y sin embargo permanecen
como agentes morales libres. Obedecen porque han elegido hacerlo, y esa
obediencia les trae gozo y felicidad más allá de cualquier placer que tus
pensamientos y palabras terrenales puedan traerte.
Fue un pensamiento necio, ¿verdad Señor?
Si Jim. Provino del diablo. Fue justo uno de esos tipos de pensa­
mientos que llevaron al ángel más favorecido en todo el cielo a decidir
rebelarse contra mí.
Así que ahora me enfrentaba con una completa rendición, y
total dependencia de Dios. Dios me estaba llamando a tomar este
último gran paso hacia el verdadero cristianismo. Nunca olvida­
ré la lucha con mi propia voluntad. Estaba sentado en casa un
día y leí más de 100 textos bíblicos. Todos decían básicamente lo
mismo, que el poder de Dios está disponible ahora mismo, ¡hoy!
Solamente necesitaba rendirme y depender totalmente de Dios
para acceder a ese poder.
No necesitaba más conocimiento doctrinal. No necesitaba
más obras buenas. No necesitaba crecer para estar preparado
para recibir ese poder. En cambio, mi crecimiento como cristiano
no podría continuar hasta que estuviera dispuesto a tomar "el
último gran paso".
Está bien, Señor, terminé aceptando, mañana iré todo el camino
contigo en total dependencia. Mañana de mañana mi vida será diferen­
te. ¡En la mañana comienza mi nueva vida!
Yo no sé cómo lo hace Dios, pero a menudo despierto en las
horas tempranas de la mañana con un sentido de su presencia.
No es una presencia visible y ni siquiera audible. Más bien, sien­
to que su Espíritu llama a mi corazón para levantarme y estar en
comunión con él. No puedo explicar cómo Dios puede ser una
presencia tan personal conmigo y al mismo tiempo estar presen­
te con muchos, muchos otros, pero él puede hacerlo y lo hace.
Y si usted está dispuesto, ¡él anhela este tipo de comunicación
íntima con usted también!
Aquella primera mañana de mi nueva vida, me desperté unos
pocos minutos después de las 4:00. Sentándome sentí que Dios
me estaba llamando, recordándome mi compromiso de ser suyo
hoy y yo oré: ¡Buen día, Señor! De este modo comenzó el tiempo

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El último gran paso
precioso que pasé aquella mañana con Dios. Él deseaba prepa­
rarme para el día y mis oraciones continuaron hasta que me miró
mi esposa medio dormida y me preguntó,
-¿Por qué estás tan radiante?
-Querida -le dije- hoy voy a caminar todo el día con Dios.
Voy a rendirme completamente a él y voy a vivir mi vida hoy
bajo su control.
-¿D e veras?
-Sí.
-¡Realmente querido, vamos! -exclamó ella burlonamente.
Aquí estaba la primera prueba de mi día. Mi esposa se estaba
burlando de mi compromiso. Objetivamente, no la podía culpar.
Ella conocía el alemán obstinado y de temperamento fuerte con
el que se había casado. Mis resoluciones pasadas y mis promesas
de fidelidad a Dios habían sido como sogas de arena, cayendo en
el mismo minuto en que se las poma bajo tensión. Nunca había
encontrado un poder capaz de salvarme de mí mismo.
-Está bien, querida -continué yo-. He terminado con las idas
y venidas en mi dependencia de Dios. ¡He acabado con el cristia­
nismo parcial!
Así me lancé en mi primer día de verdadero cristianismo.
Cómo desearía poder mostrarles un video de aquel día, mi
primer día como un verdadero cristiano. Pero un video nunca
podría demostrar las pruebas y batallas que luché en mis pensa­
mientos; porque fue en mis pensamientos donde se ganaron las
victorias. Tuve que decidir por lo correcto en mis pensamientos,
antes de que pudiera producir acciones correctas. Consumiría
todo este libro compartir con ustedes todo lo que sucedió ese
día. Así que, permítanme compartir con ustedes tan solo un par
de experiencias.
Estaba sentado frente a mi escritorio trabajando cuando es­
cuché que los chicos comenzaban una pelea en la sala. Era una
de esas cosas de las que les había dicho a mis hijos "mil veces"
que no lo hicieran. Me encontré caminando rápidamente hacia
ellos. Sentí una irritación que se levantaba en mi carne. Quería
enderezarlos, ahora mismo. Es tan fácil para los padres caer en
la trampa de la irritación con nuestros hijos, porque les decimos

187
Escape a Dios
tan a menudo que no hagan esto o aquello y sin embargo siguen
cayendo en la tentación. Si pudiéramos ver la escena como lo
hace el cielo, podríamos descubrir que no son tanto los hijos los
que necesitan reprobación, sino los padres.
Jim, no estás preparado para vértelas con tus hijos hasta que tu car­
ne, tus sentimientos y emociones, estén completamente rendidos a mí.
Yo sabía que el Señor tenía razón. Pero es tan difícil dejar de
lado lo que nosotros queremos hacer para poder llevar a cabo lo
que sabemos que es la voluntad del Señor para nosotros. Me reti­
ré al baño y permanecí allí hasta que supe que mi carne se había
rendido y podía hablar decentemente a mis hijos y con el respeto
que se merecían.
-Chicos -les dije a mis hijos-, cuando quise venir aquí y ha­
blar con ustedes sobre sus acciones, el Señor me habló diciéndo-
me lo que debía hacer. Ahora, estoy seguro de que antes de que
ustedes se pusieran a pelear, ustedes escucharon la voz suave y
apacible de Dios llamando a su consciencia, diciéndoles lo que
debían hacer. Todos nosotros debemos aprender a volvernos más
sensibles a esa voz suave de Dios y entrenarnos para ser rápidos
para obedecerla. Vuestro padre no siempre estará allí durante to­
das sus vidas para guiarlos y corregirlos, pero vuestro Padre ce­
lestial los guiará a través de la vida, si ustedes están dispuestos a
escuchar. Por favor. Por favor. Por favor no entrenen sus mentes
para rechazar la dirección de Dios.
Salí de estar con mis muchachos profundamente agradecido
de que había escogido rendir mi voluntad a Dios. Mi interacción
con ellos había sido de enseñanza e instrucción más bien que de
retarlos por sus errores. Me había aproximado a la disciplina en
un estado de rendición y mis hijos podían notar la diferencia y
tuvieron una reacción diferente hacia mí que la que habían mos­
trado en mis intentos pasados por instruirlos.
Más adelante a la tarde, después del almuerzo, me sentí im­
presionado a que debería lavar los platos. Ahora, lavar los pla­
tos no era mi trabajo; era la tarea de mis hijos. Pero yo le había
prometido al Señor que lo que él quisiera que hiciera hoy, yo lo
haría. Seguro, Señor, respondí en mis pensamientos. Si tú deseas
que lave la loza, estaré contento de hacerlo.

188
El último gran paso
Recogí mi plato y mis cubiertos y caminé hacia la pileta donde
comencé a llenarla con agua caliente. Ahora, les llevó solo dos se­
gundos a mis hijos para darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Captando su oportunidad, rápida y voluntariamente limpiaron
la mesa, apilaron la loza para mí y desaparecieron.
Así que allí quedé lavando la loza disfrutando de mi día con
el Señor. Sally, sin embargo, hizo la cosa más extraña que la haya
visto hacer.
Mi esposa no descansa nunca. Nos cuesta hacerla parar de
trabajar en la noche para que pase tiempo con nosotros. No fue
así hoy. Ella se sentó en el sofá y tan solo quedó observándome
cómo lavaba la loza.
Para que puedan entender lo que sigue, tal vez sea necesaria
una palabra de explicación a esta altura. El estilo de vida en este
lugar remoto trae aparejados muchos cambios, y cocinar en una
cocina a leña es uno de ellos. Soy un gran defensor de la cocina
a leña. Los alimentos que se cocinan sobre las brasas parecen ser
más sabrosos. Sin embargo, controlar el calor no es una ciencia
tan exacta.
Para esta comida en particular, Sally había colocado algunas
cosas en el horno para entibiar, incluyendo un frasco de puré de
manzana. El frasco ahora vacío estaba en la pileta. Al comenzar a
lavarlo, noté algo de puré que se había asado en el horno. Estaba
en la parte exterior del frasco, así que con pocas ganas fregué el
alimento horneado. Estaba realmente pegado allí, como si estu­
viera esmaltado.
Ahora, con Sally siempre hemos lavado los platos un poquito
diferente. Yo los hago para terminar de hacerlos pronto, y Sally
los lava para que queden bien hechos. No digo esto para excu­
sarme, sino para explicar que esta es un área débil en mi carácter.
Este rasgo me llevaba a racionalizar: Yo no necesito pasar todo el
día con este pegote. Después de todo, el interior del frasco está limpio, y
eso es lo c¡ue importa. Con ese pensamiento, enjuagué el frasco y lo
coloqué en la rejilla para que se seque.
Repentinamente Sally se puso de pie como si hubiera sido
lanzada por algún resorte gigante. Caminó hasta mi lado, y
apuntó directamente al frasco. Lo levantó y ¡lo sostuvo justo en

189
Escape a Dios
frente de mi cara! No lo podía creer. Era casi como si mi esposa,
normalmente de modales suaves ¡me estuviera provocando! Mis
sentimientos estaban en una conmoción.
-Jim , Jim, Jim, ¿aprenderás alguna vez? -se sonrió Sally, sacu­
diendo su cabeza.
En el pasado habíamos peleado por la forma en que yo lavaba
los platos. Yo me defendía siempre. Al menos, estoy lavando los pla­
tos, no debieras quejarte de cómo lo hago. Cada fibra de mi ser quería
defenderse y decir exactamente esa clase de cosas otra vez, pero
yo había hecho un trato de ser un hombre de Dios hoy, y él me
estaba llamando a rendir mis sentimientos a él. Escogí entregar
mis sentimientos, y recuperé la paz una vez más.
Todo esto sucede en fracciones de segundos. Lo siguiente que
supe fue que el frasco húmedo se deslizó de las manos de Sally y
cayó directamente en la pileta de lavar. Me cubrió con una ola de
agua y jabón. Podía sentir que se acumulaba el enojo. Mi carne
estaba muriendo para permitir que ella ganara. Esta es la forma
en que nos encontramos los seres humanos cuando Dios no con­
trola nuestras vidas. Somos rápidos en estallar y defender nues­
tros derechos y nuestros sentimientos. Estoy tan agradecido de
que Dios no me abandonó, porque tan pronto como surgieron los
sentimientos en mi carne, el Dios de toda carne estaba allí a mi
lado pidiéndome que se lo rindiera a él.
Parecía tan difícil en aquel momento, alejar todos esos senti­
mientos de disgusto, realmente dejarlos de lado, y no guardarlos
hasta la próxima oportunidad. Dios no solamente deseaba que se
los rindiera, deseaba que renunciara a mi derecho de sacarlos a
luz la próxima vez que Sally hiciera algo que me disgustara. Dios
hace un trabajo cabal en nuestras vidas, y si se lo permitimos, él
eliminará lo que le rindamos.
Sacando el frasco del agua, le dije alegremente a Sally:
-Tienes razón. Parece que necesita un poco más de atención.
La victoria era mía mediante la gracia de Dios.
Sally me miró conmocionada. Ella sabía, más allá de toda
duda, cómo respondería la clase de esposo temperamental al que
ella amaba, y él no lo hizo.
-¡Funciona! -dejó escapar ella.

190
El último gran paso
-Sí, así es -le dije mientras le sonreía, recordando nuestra
conversación matinal y sus dudas.
-¿Cuán a menudo te habla Dios? -preguntó ella.
-N o lo sé -le respondí-. No estoy sentado guardando registro
con una calculadora.
Al día siguiente comencé a registrar para informarle a Sally. A
las 10:00, fui hasta donde se encontraba y le dije,
-H asta ahora hoy, soy consciente de 18 veces en que el Señor
me ha pedido que rinda mis pensamientos a él. Ahora voy a de­
jar de contar.
Este último gran paso requiere una completa rendición a
Dios, una disposición para hacerlo en su totalidad. Cristo lo
ilustra bien en la parábola de la perla de gran precio. Adquirir
la perla requirió todo lo que el hombre poseía. Para adquirir a
Cristo como una parte verdaderamente vibrante de nuestra vida
también se requerirá el sacrificio de que todo lo que somos, sea
colocado bajo su control. Es un salto de fe desafiante, de todo o
nada, confiando solamente en Dios.
Se parece mucho al salto que dimos desde el trampolín alto
en el capítulo previo. Una vez que saltamos de aquella tabla, no
había un retroceso en aquella elección. Estamos comprometidos.
El rito de circuncisión era para enseñar la misma lección. Una
vez que se tomaba ese paso, no había retorno.
Aquella tarde planeé cortar mi última carga de leña para el
año. He compartido antes, que me gusta cortar leña, así que este
no es un trabajo al que le temo. No estaba preparado, sin embar­
go, para la impresión que me dio el Señor cuando había cargado
mi acoplado hasta la mitad: Jim, quiero que le lleves esta carga de
leña a Mitch.
Mitch era un amigo mío que vivía en otro valle. Mitch es
agradable, pero la idea de llevarle una carga de leña, nunca se
me había ocurrido. Mitch era suficientemente capaz de cortar su
propia leña. No se encontraba postrado en cama. Además, la casa
de Mitch quedaba lejos y ya estaba avanzado el día. Requeriría
unas tres horas para hacer el viaje de ida y vuelta, sin contar el
tiempo invertido en cargar el acoplado. ¿Señor, llevarle una carga
de leña a Mitch?

191
Escape a Dios
Si, Jim. Esto lo animará.
Me cuesta admitirlo, pero luché con la rendición de mis pla­
nes y mis deseos, lo que yo quería hacer, y escogí la voluntad de
Dios para mí, para hacer esta buena acción. Por fin, decidí obede­
cer y llené el acoplado y me preparé para dirigirme a la casa de
Mitch.
Jim, dijo esa voz familiar, cuando cargas leña para ti en el acopla­
do, ¿cómo lo haces?
Miré el acoplado. Contenía una linda carga de leña, bien lle­
na, cargada hasta nivelarse con los lados. Supe instantáneamente
lo que Dios me estaba pidiendo. Cuando cargo el acoplado para
mí, lo cargo hasta que queda una pila de leña por encima de los
lados y no entra ni un leño más. Comprendo, Señor, oré. Quieres
que trate a mi hermano exactamente como me gusta tratarme a mí,
¿verdad, Señor?
Así que saqué la motosierra y corté más leña, la partí y luego
la apilé en el acoplado hasta que estaba más que cargado. Luego
llamé a mi amigo para ver si estaría en casa. Una de sus hijas me
informó que ellos no estarían en casa.
-¿Quiere dejar un mensaje? -preguntó ella.
-No. No, está bien. Ni le digas que llamé -le aseguré a la
niña.
Bueno, supongo que hemos terminado, Señor. Quiero decir, él no va
a estar allí para recibirla. Nadie estará allí para ayudarme a descargar o
alabar mis esfuerzos y decirme qué buen cristiano soy.
Jim, quiero que vayas de cualquier manera.
Pero, Señor...
Eso es, Jim. Quiero que vayas aún cuando no recibas ninguna re­
compensa personal. Cuando todo lo que esto involucra va en contra de
tu naturaleza carnal. Quiero que hagas mi voluntad, confiando que yo
sé lo que es mejor.
Así que manejé una hora y media hasta la casa de mi amigo,
y así como me había advertido su hija, no había nadie en casa.
Descargué la leña solo y la apilé. Cuando regresaba a casa, me
crucé con Mitch y su familia. Estacionamos uno al lado del otro
y bajamos las ventanillas. Las primeras palabras que salieron de
su boca fueron:

192
El último gran paso
-¿Qué estás haciendo por aquí, Jim?
Mi carne deseaba mucho conseguir algunas palmadas en la
espalda, y me surgió el deseo de decir: Acabo de dejarte una carga
de leña. Sin embargo, también estaba la voz de mi Dios, mi Padre,
Abba, mi Papá Dios, como la Biblia se refiere a él, y con la tierna
firmeza de un Padre, dijo: Jim...
La verdadera vida cristiana tiene que ver completamente con
la rendición, y eso es lo que escogí.
-Estoy regresando a casa -dije rápidamente. Expresé la ver­
dad, y espero que haya parecido natural.
-Fue bueno verte -dijo él mientras nos separábamos.
Cierta vez compartí este mensaje en una iglesia en Dallas,
Texas. Animé a la gente a tomar este "último gran paso" en la
rendición de la vida a Cristo, cuando sucedió algo de lo más in­
esperado. Acababa de terminar mi mensaje y me había sentado.
El pastor de la iglesia estaba caminando hacia la plataforma para
anunciar el himno final y hacer la oración de cierre cuando re­
pentinamente se levantó un hombre lentamente desde su asiento
y comenzó el peregrinaje por el pasillo central de la iglesia. El
pastor permaneció en el púlpito sin palabras, reinaba un silencio
total en la congregación. El joven se arrodillo junto al altar con
sencillez y silenciosamente inclinó su cabeza.
Me di cuenta por la forma en que estaba vestido que este
hombre joven no era un miembro de aquella iglesia. En realidad,
parecía como si acabara de entrar a la iglesia desde la calle. Sus
brazos tenían cicatrices y su cara estaba terriblemente desfigura­
da. El pastor volvió en sí y se dio cuenta de que este pobre hom­
bre se estaba consagrando a hacer exactamente lo que yo le había
pedido a la congregación que hiciera, tomar el último gran paso.
Se estaba comprometiendo ante Dios. Se podía sentir el Espíritu
de Dios investigando los corazones de la gente y la maravillosa
voz del pastor se elevó en un canto.

Salvador, a ti me rindo,
obedezco solo a ti.
Mi guiador, mi fortaleza,
todo encuentro, oh Cristo en ti.

193
Escape a Dios

Te confiesa su delito
mi contrito corazón.
Oye, Cristo, mi plegaria;
quiero en ti tener perdón.

A tus pies, Señor entrego


bienes, goces y placer.
Que tu Espíritu me llene,
y de ti sienta el poder.

¡Oh, qué gozo encuentro en Cristo!


¡Cuánta paz a mi alma da!
A su causa me consagro,
y su amor mi amor será.

Yo me rindo a ti, yo me rindo a ti,


mi flaqueza, mis pecados,
todo rindo a ti.

Fue totalmente espontáneo. No se había hecho llamado, no


se había hablado una palabra, ni hecho un llamado emotivo, sin
embargo el Espíritu Santo habló más fuerte que lo que hubiera
podido hacer cualquier voz humana, y prácticamente un tercio
de los presentes se adelantó y arrodilló al lado de ese joven. Me
corrieron escalofríos por la espalda. Me di cuenta de que tenía
que hablar con ese joven y conocer su historia.
Lo llevé a un lado para conversar con él. Me enteré de que
su nombre era "Christopher". En la pronunciación lenta y entre­
cortada de un discapacitado con un impedimento en el habla, él
me contó su historia con vacilación. Me contó cómo su madre lo
castigaba con agua hirviendo cuando era un niño. Las cicatrices
de quemaduras en su piel expuesta llevaban el mudo testimonio
de la verdad de su historia. En unas pocas palabras continuó:
"Algunas veces me encerraba en el placar por uno o dos días.
Cuando me dejaba salir, les decía a mis hermanos que me gol­

194
El último gran paso
pearan con palos. Cuando llegué a la adolescencia, no pude so­
portar más. Salí de la casa y me uní a las barras de la calle".
Yo siempre me había preguntado qué era lo que motivaba a
los jóvenes a unirse a las pandillas. Ahora Christopher me lo
explicó. En las pandillas encontró, por primera vez en su vida
atormentada, completa aceptación y lealtad "hasta que la muerte
nos separe". Desafortunadamente, estos pandilleros no eran me­
nos violentos que su hogar previo.
-M e han acuchillado dos veces, y una vez me pegaron un tiro
-declaró simplemente-. También estuve en prisión. Después que
salí, encontré a esas personas de esta iglesia que me contaron
acerca de este Jesús. Me dijeron que podía confiar en él como
nunca había confiado en ninguna persona en mi vida. Me inte­
resé, más de lo que deseaba admitir, pero también tenía miedo.
Todos aquellos en los que había confiado alguna vez siempre
me habían defraudado. Así que yo les dije que si este Jesús me
miente alguna vez, ¡lo voy a matar! Pero ellos me aseguraron que
él nunca miente. Entonces me contaron de estas reuniones que
usted está teniendo para que la gente aprenda durante este fin
de semana, a permitir que Jesús tenga el completo control de su
vida, ¿es eso lo que significa ser un cristiano?
-Sí, es eso, Christopher.
-Entonces yo deseo ser un cristiano.
Traté de conseguir una dirección de Christopher, así podría
mantenerme en contacto, pero él se rehusó. Lo presioné para que
me diera un número de teléfono, pero dudó.
-¿Cómo podré mantenerme en contacto contigo? -le pregun­
té finalmente.
-Bueno, comenzó él-, yo vivo debajo de un puente.
Sentí el dolor de su comentario. Había predicado a una iglesia
llena de gente que tenía todas las ventajas y sin embargo fue este
joven el primero en dedicar su vida a Cristo. Nunca he conocido
a nadie que haya provenido de semejantes circunstancias duras
así como Christopher, sin embargo él no encontró excusa en su
pasado o en su condición presente que lo privaran de tomar ese
"último gran paso" hacia una relación de rendición con Dios.

195
Escape a Dios
Y nosotros, que descansamos en gran luz y bendición, rehusa­
mos escuchar el llamado misericordioso de Dios. ¿Cómo puedo
vacilar? Me sentí tan avergonzado de mi orgullo obstinado.
Mirando el ejemplo de Christopher, ¿puede haber alguna ex­
cusa que podamos darle a Dios para no tomar este último gran
paso? Sé que desea esta experiencia. Conozco su anhelo. También
sé que Dios lo está llamando a hacer una decisión. Decidir no
es suficiente, debe decidir hacerlo. Debe tomar ese último gran
paso.
¿Puede sentir las frustraciones que debe experimentar Dios al
observarnos vacilar, y finalmente alejarnos en la oscuridad, apa­
rentemente incapaces de distinguir la diferencia entre la vida y la
muerte?
Escuchen sus palabras, invitándonos a tomar este último gran
paso. "Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la
maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descen­
dencia" (Deuteronomio 30:19) y escapes a Dios.

196
o
an pasado más de 17 años desde que nos mudamos con
nuestra familia a las montañas. Nuestros pequeños se
transformaron en niños grandes y luego en adolescentes, hoy
son hombres adultos. Ahora la perspectiva del tiempo me per­
mite mirar en retrospectiva a las últimas dos décadas de mi vida
que son el foco de este libro. Desde el momento en que anun­
ciamos nuestros planes de mudarnos a un lugar solitario, hubo
personas que dijeron que eso no era práctico. Cuando declara­
mos que nuestra meta era proveer lo mejor para nuestros niños
y guardarlos de todo el resto, nos informaron que era imposible.
Nuestra mira estaba puesta demasiado alto, dijeron. ¡No se pue­
de lograr!
Con el paso del tiempo puedo decir conclusivamente: ¡se
puede lograr! ¡Funciona! El programa al que nos lanzamos para
encontrar a Dios y para acercarnos como familia ¡funciona rotun­
damente! Yo no estoy recomendando ninguna cosa que no nos
haya funcionado a nosotros. Una y otra vez la gente ha dicho:
"Esperen no más hasta que sus hijos sean adolescentes. Entonces
se van a rebelar contra su estilo de vida".
Más adelante, cuando la gente vio que los adolescentes se
deslizaban sin rebelión, cambiaron su cantinela a: "esperen hasta
que sean adultos".
Hoy, ellos son adultos, y ya ni siquiera notamos las voces de
los negativos porque sabemos que lo que hicimos funciona. Y
funcionará para ustedes también, ya sea que vivan en un lugar
apartado o deseen mudarse al campo o apliquen los mismos
principios ahora.
Hoy, Matthew y Andrew son exitosos dueños de inmobilia
rias, especializados en propiedades de áreas remotas y del cam­
po. Los caracteres que formaron tan esmeradamente en ese para
je solitario, han atraído la atención de muchos de sus clientes, y

197
Escape a Dios
más de uno me ha contactado queriendo saber cómo nos arregla­
mos para criar semejantes hombres excelentes. El secreto es sim­
ple. No los criamos con Sally: permitimos que Dios lo realizara
con nuestra cooperación. Por lo tanto, aunque nos gozamos con
los muchachos y su éxito, nos sentimos continuamente humilla­
dos con el conocimiento de que ha sido solamente por la gracia
de Dios que nuestra familia ha logrado semejantes resultados.
En el momento de escribir este libro, los cuatro continua­
mos residiendo en nuestra pequeña cabaña de troncos cerca de
Glacier National Park. Los muchachos trabajan en sus negocios
de inmobiliaria fuera de casa como también en una oficina que
tienen en la ciudad. Todavía disfrutan de la compañía de sus pa­
dres. Disfrutamos más que nada de nuestra comunión más dulce
que nunca porque todos sabemos que nuestro tiempo juntos ter­
minará algún día. Demasiado pronto, los muchachos se casarán
y formarán sus propios hogares. No tenemos nada de qué arre­
pentimos. Ellos están preparados, y nosotros también. Sally, mi
reina, y yo estamos listos para animarlos en cada etapa de la vida
de la que tenemos el privilegio de ser testigos. Hasta entonces,
atesoramos nuestro tiempo.
Después de que el Señor me llamara a un ministerio de tiem­
po completo, fundamos Restoration International (Restauración
Internacional) con otra familia que estaba decidida a seguir a Dios
hasta lo sumo. Este ministerio sin fines de lucro está dedicado a
enseñar a otros cómo encontrar y vivir el evangelio práctico, de
modo que pueda transformar y restaurar sus matrimonios y fa­
milias, así como lo hizo con la nuestra. Creemos de todo corazón
que la misma esencia del evangelio de Cristo es la restauración.
Y entonces ¿que nos depara el futuro? ¿Hemos logrado todo,
lo que nos lanzamos a buscar al poseer un matrimonio feliz y al
aprender a caminar con Dios? Sí, y hemos alcanzado la meta de
criar a nuestros hijos como verdaderos cristianos.
Pero esto es solamente una insinuación del futuro. Como ado­
lescente, a Matthew se le ocurrió la idea de encontrar un lago
escondido en lo más remoto de las montañas canadienses. Se
transformó en su sueño, su meta, y permaneció con él durante
años. Eventualmente, logró su meta, y para cuando regresamos

198
Epílogo
a la civilización ya había pensado en nuevas áreas para explorar,
nuevas aventuras que experimentar.
Así es como con Sally miramos hacia el futuro. La concreción
de un sueño no enturbia la visión del próximo. Escalar una mon­
taña solamente nos revela más y aún más grandes alturas que
conquistar. En nuestro fuero íntimo arde el deseo de ver lo que
hay más alia de la próxima colina. La experiencia de la vida cris­
tiana es siempre hacia arriba. Siempre habrán nuevas alturas de
renunciamiento y nuevas profundidades de muerte al yo para
ser exploradas. Cada nueva experiencia trae aparejadas nuevas
responsabilidades y mayores gozos en la compañía de Cristo,
nuestro constante Compañero.
Que usted también, pueda sentirse atraído a escapar a Dios y
a continuar siempre más alto con él. Es mi deseo, mi oración y el
anhelo de mi corazón. Amén.
Escape a Dios

Unacomwsa/Jócon
Jim Hoknbwatr
¿Cuándo se dio cuenta en prim er lugar que algo estaba mal con
su experiencia espiritual, y qué fu e lo que lo llevó a decidir que la
respuesta era sim plificar su vida?
H ohnberger: No me crié en la fe a la que pertenezco actual­
m ente. Luego de llegar a form ar parte de la iglesia rem a­
nente de D ios, nos volvim os m uy activos en com partir las
verdades que nos habían traído a la iglesia. Pero yo com en­
cé a descubrir que la m ayor parte de mi experiencia cris­
tiana era exterior, asistir a la iglesia, dar estudios bíblicos,
etc. Llegué a ser el prim er anciano de la iglesia. Predicaba
y había estado involucrado en actividades un poco más de
tres años. Bueno, llegué a casa una noche y con Sally co­
m enzam os a pelearnos m uy duro. N uestros hijos de 3 y 5
años gritaban. No sabían lo que estaba sucediendo, eran
dem asiado jóvenes com o para entender. Sally salió a dar
una cam inata en nuestro terreno de 16 hectáreas y cuando
regresó le dije:
-Q u erid a, ¿qué está pasando?
M ás tarde llam é a mi oficina (era propietario de una agen­
cia de seguros en ese entonces). Le expliqué al personal de
oficina que iba a salir por 10 días para descansar. Salim os
con nuestro tráiler hasta la Península del Lago Superior en
M ichigan, a una localidad llam ada W atersm ead, y pasam os
10 días reconsiderando nuestras vidas.
Cuando nos pusim os de novios estábam os locam ente
enam orados. Quiero decir que tuvim os un herm oso rom an­
ce. Pero una vez que nos casam os, saltam os en la calesita
que está en nuestra sociedad, esta gigante rueda de ardilla.
Pensábam os que éram os felices, teníam os que tener la casa

200
m ás grande, cam biam os de casa tres veces. A hora nos en­
contrábam os en una casa de 280 m etros cuadrados, toda
de m adera de cedro en un parque de 16 hectáreas con un
pequeño lago. Teníamos los m ejores vehículos y grandes
ganancias en el negocio. Era el prim er anciano de la ig le­
sia, m uy activo en la com unidad, pero entre nosotros nos
estábam os alejando. Hubo un proceso de erosión que en
realidad nos separó, y lo único que no poseíam os ahora era
el uno al otro. Teníamos todas las galas de lo que "e llo s"
decían que era el éxito, pero estábam os fracasando.
A sí, al volver a evaluarnos durante esos 10 días, com en­
zam os a analizar a otros en mi carrera. A otros en la igle­
sia, no desde un punto de vista crítico, sin apuntar con el
dedo, sino viendo lo que podíam os aprender de ellos, y
no nos gustó lo que observam os. Llegam os a la conclusión
de que el éxito no estaba en la dirección en la que está­
bam os yendo. D ebíam os redim ir nuestro tiem po (lo único
que no teníam os ahora era tiem po), y aplicarlo a encontrar
un andar real con D ios, no solam ente la verdad y no tan
solo la iglesia. Y entonces hacer de nuestro m atrim onio y
de nuestros hijos una prioridad. Nos dim os cuenta de que
debíam os bajarnos de ese tren expreso, esa gran rueda en la
que estam os en los Estados U nidos. Por supuesto, Europa,
A ustralia, Canadá e Inglaterra tam bién, no está solam ente
en los Estados Unidos.

La m ayoría de la gente que se encuentra en esta carrera ni si­


quiera posee el estilo de vida que acaba de describir. Viven en
suburbios, o en la ciudad con terrenos del tam año de una estam ­
pilla. A unque usted dice que tenía que bajarse de la rueda, su
situación parecía de algún modo idílica, con esa hermosa casa de
m adera de cedro en su propio parque privado. M e parece mucho
más relajante que lo que la m ayoría de la gente tiene que vivir en
la ciudad, trabajando 50 a 80 horas por semana.
H ohnberger: M uchas personas me han dicho: "Bueno,
¿será que todos tienen que m udarse a la m ontaña para ob­

201
Escape a Dios
tener esto?" Y mi respuesta, especialm ente m irando en re­
trospectiva después de 18 años, es que yo creo que todos
necesitan una experiencia de soledad con D ios, pero uno no
necesita ir a las m ontañas para obtenerla. Uno debe apren­
der a cómo controlar lo que nos llega a la vida. Ya sea en
un departam ento en Chicago, o en el Bronx en N ueva York,
o si está en un am biente de campo. He observado a m ucha
gente intentando seguir un m étodo, y se m udan al campo
y en realidad em peoran sus vidas. Ellos, así com o nosotros,
en realidad traen el estilo de la ciudad al campo.

En cierto m omento, usted se refiere a su devoción personal en


la mañana y nos habla de pasar dos horas y media con Dios.
A lgunas personas dirían que eso andaba bien con usted, porque
vive en un lugar remoto, pero ¿qué nos aconseja para el resto de
nosotros que vivim os en grandes ciudades? ¿A qué tipo de expe­
riencia de devoción podem os apuntar?
H ohnberger: Bueno, perm ítam e responder. Nosotros
hem os estado activos en este m inisterio de Restoration
International, durante ocho años, y el gran error que comete
la gente es seguir m étodos. El m étodo que se debe seguir
es el de salir de la silla del conductor, y perm itir que Dios
esté a cargo.

¿Es ese el método principal?


H ohnberger: Ese es el m étodo. Y lo que hace la gente es es­
cuchar lo que uno hizo para criar a los hijos, y cóm o uno se
com unica con la esposa, o que uno debe m udarse al campo
y tratan de clonarlo. Y eso no les funciona. Y la razón es
porque todavía se m antienen en el control.
Toda la controversia que tiene D ios con su pueblo es que
ellos están al control. Ese es todo el problem a con la hu ­
m anidad. Cuando Lucifer quiso estar al control, ese fue el
problem a, y entonces, no puedo enfatizar lo suficiente a la
gente que m udarse a un paraje solitario no va a hacer fun­
cionar las cosas para ellos. Porque hay m uchos nativos en

202
Una conversación con Jim Hohnberger
el Á frica que se encuentran en parajes m ás rem otos que los
Hohnberger. Sin em bargo, no están bajo la influencia del
Espíritu de Dios. El am biente puede ayudar, y todos pode­
mos beneficiarnos de vivir en un lugar tranquilo y sereno,
pero la gente trata de hacer del am biente la respuesta, y es
solo una herram ienta.
El m étodo es sim ple: Jim H ohnberger debe aprender a
cóm o rendir el control de sí m ism o en el presente, y luego
m antener esa rendición m ediante la influencia del Espíritu
en su conciencia, perm itiendo que Dios esté en control du­
rante el día. Eso es el cristianism o en dos palabras.

¿Y las dos horas y media?


H ohnberger: A esto yo lo llam o diezm ar mi tiem po. La
m ayoría de la gente no podrá disponer de esa cantidad de
tiem po. Esa es la realidad que tengo que enfrentar. Pero
cuando yo vendí todo y me m udé a M ontana, podía dispo­
ner de esa cantidad de tiem po. A sí que, vivía una situación
que era totalm ente diferente a la de la m ayoría. Y le dije
a D ios, voy a dedicar este tiem po para ti. Pero la idea no
es la cantidad de tiem po, es lo que uno logra en el tiem po
que dedica. Eso es lo que me gusta enfatizar. A sí como el
equilibrista sobre una soga, cuando tiene que com enzar a
aprender cómo cam inar por una soga, le puede llevar días,
pero cuando ha aprendido a cómo hacerlo, puede lograrlo
en m inutos. Y esa es la verdad en cierto grado con nuestro
cam inar con Dios. El asunto no es la cantidad de tiem po o
cuánto se lea, es si nos rendim os al señorío de Jesús, donde
uno se da cuenta que él está en control, y uno sale de pa­
sar ese tiem po con el Señor preparado para filtrar sus pen­
sam ientos, palabras y las acciones que lleva a cabo aquel
día, m ediante Jesús. A hora, si se puede lograr eso en media
hora, se lo ha logrado. Si lleva tres o cuatro horas, tomen
eso. Si lo pueden lograr en quince m inutos, dediquen eso.

203
Escape a Dios
A s í que lo que está queriendo decir es que si el yo está en control,
¿la cantidad de tiem po que dedique a orar y a estudiar no tiene
valor?
H ohnberger: Estoy contento de que haya abordado este
tem a porque algunas personas piensan que si dedican sus
dos horas y m edia o lo que sea, entonces son cristianos. Y
eso no es verdad. Porque pueden estar a cargo del progra­
ma las dos horas y m edia. ¿Tiene sentido esto? Conozco
a m uchos hom bres que han llegado a ser eruditos de la
Biblia, y salen de sus tres, cuatro o cinco horas con el Señor
y tratan a sus esposas com o a un trapo sucio. La cristian­
dad va más allá de un m ero asentim iento intelectual a la
verdad e involucra la rendición de las elecciones propias a
la voluntad presente de Jesucristo.

Su m inisterio lo lleva a todas las áreas de la iglesia, tanto a re­


uniones de liberales como de conservadores. ¿Cómo ministra
efectivam ente a los diferentes grupos?
H ohnberger: Yo creo que si tenem os el evangelio debem os
llevarlo a aquellos que no lo tienen. Com o cuando me lla­
m aron los presidentes de asociación y me dijeron:
-V em os que está hablando a este m inisterio en particu­
lar. Le pediríam os que no vaya allá. - A lo que yo contesté,
-¿P ien sa usted que yo tengo el evangelio? - y ellos
dijeron:
-S í, eso creem os.
-B u en o , ¿cómo lo van a recibir?
Porque si realm ente se posee el evangelio uno encontra­
rá la form a de traerlo a la experiencia de esas personas, y
no tan solo echarlos.
En una de nuestras reuniones de fam ilia, tuvim os 550
asistentes allí, 100 de los cuales no eran de nuestra fe. Se
hizo propaganda en una cartelera en la ruta, y en avisos
de diarios. Y algunas m ujeres [de la com unidad] estaban
viniendo a las reuniones en shorts y rem eras bien cortos,
como tam bién con escotes pronunciados. Bueno, un grupo

204
Una conversación con Jim Hohnberger
de ultra conservadores se me aproxim ó en ropas muy con­
servadoras y dijeron:
-H erm an o Hohnberger, quisiéram os que anuncie una
norm a de cómo vestirse para estas reuniones.
-¿ P o r qué? -le s dije. Y ellos añadieron,
-B u en o , ¿ve esa persona allá? - a lo que yo contesté:
-S í, la veo -P o r eso. Porque nos está defraudando.
Y yo les dije:
-Q u isiera tan solo que com prendan caballeros a qué
apunto. Trataré de hacer esto tan sim ple com o pueda. Lo
que yo busco es el corazón, no el atuendo. Y si consegui­
m os que su corazón se conecte con el corazón de Jesús, el
resto vendrá solo. Esa ha sido mi filosofía.

Este libro fu e escrito en un am biente inusual ¿verdad?


H ohnberger: Fui a la isla de St. Croix por un mes para es­
cribirlo. Yo no soy un escritor. "L en gu a" fue algo con lo que
me torturaron durante todos mis años de estudio. Mi madre
decía que debía prestar atención, pero yo decía: "M am á, yo
nunca voy a necesitar eso ". Bien poco me im aginaba cuán
necesario me sería.
Traté de escribir este libro y lo com enzaba y lo dejaba
y de ese m odo perdía el hilo. Finalm ente dije: "Señor, n e­
cesito un tiem po ininterrum pido. ¿Puedes proveerlo?" A sí
que, un hom bre a quién mi hijo le había vendido una pro­
piedad, un hom bre bastante rico de otra denom inación, me
llam ó por teléfono, y me dijo lo siguiente:
- S u hijo. ¿Cómo hizo para criarlo? N unca me encontré
con un hom bre como él en el m undo de los negocios, y su
hijo tiene solam ente 21 años. ¿Puedo ir y pasar un tiem po
con ustedes?
Este hom bre es propietario de su propio banco, su p ro­
pia com pañía de préstam os, tiene depósitos y propiedades
en num eroso lugares. Tam bién es propietario de una casa
de fin de sem ana en St. Croix en el lado noroeste, justo don­
de es m uy bueno para bucear.

205
Escape a Dios
A sí que vino para conversar conm igo, y me preguntó
por mis preocupaciones. Y yo le dije:
-B u en o , sabe, he estado tratando de escribir este libro.
-E scu ch e, si necesita disponer de tiem po sin interrup­
ciones, ¿por qué no va y usa mi casa de fin de sem ana?
-¿D ó n d e queda? -p reg u n té yo.
-E n Saint Croix.
Entonces el Señor proveyó pasajes gratuitos para toda
la fam ilia. A sí que fuim os allí por un m es. Escribía toda la
m añana, cada m añana y entonces íbam os a bucear en las
tardes.

A labado sea el Señor. ¡Qué form a de escribir un libro!


H ohnberger: No lo va a creer. Me encontraba buceando a
40 m etros de profundidad, y ¿sabe dónde está mi m ente?
Uno no puede desenchufarla cuando el cerebro está enchu­
fado y vienen los pensam ientos. Estaba allí abajo y podía
ver un tiburón y mi m ente estaba escribiendo el capítulo 7.
Estoy buceando rodeado por toda esa belleza y mi cerebro
todavía sigue escribiendo este libro.

Jim , ¿cómo puede hacer la gente para contactarse con usted?


H ohnberger: Pueden visitar el sitio Web en inglés:
www.restoration-international.org

Pregunta fin a l. ¿Cuál piensa, Jim , es la lección más im portante


que ha aprendido m ediante la experiencia de retirarse a un lugar
apartado?
H ohnberger: N ecesito a Jesús cada m om ento de cada hora
de cada día. Y si por un m om ento me separo de él, caigo de
nuevo en los viejos hábitos. Yo lo com pararía a hacer rap-
pel, y no sé si usted trepó con sogas alguna vez. Pero uno
sim plem ente tira una buena soga bien enganchada sobre
la pared de un risco y en tanto que se sostenga de esa soga
estará seguro. Si se suelta, ¿qué sucede? Lo m ism o sucede
en la vida cristiana. He llegado a com prender que el ver­

206
Una conversación con Jim Hohnberger
dadero cristianism o es más que solam ente pertenecer a la
iglesia correcta y vivir un estilo de vida correcto, o vivir en
un paraje solitario o saber acerca de las bestias y osos de
D aniel y A pocalipsis, las profecías y la segunda venida. El
cristianism o se trata de sostenerse de la soga, que es Jesús.
M i oración es que llegue a tal punto en mi vida cristiana
que nunca elija soltarm e.

207

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