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Autocomunicación de masas
Ahora bien siendo el concepto al que más refiere el autor y a partir del cual
desglosa el resto de las categorías, la autocomuncación de masas implica que
los medios de comunicación, en el desarrollo tecnológico de las sociedades
actuales, son interactivos; es decir el usuario –emisor y receptor
simultáneamente– no es un agente pasivo de los contenidos que circulan en
estos medios. En primer lugar, afirma el autor, “(…) es comunicación de masas
porque llega a una audiencia potencialmente global” (Castells; 2009, 108); en
segundo lugar es multimodal porque a través de las redes inalámbricas se
transforman los formatos de cualquier contenido en cualquier forma, a partir de
la digitalización del contenido y el software social avanzado.
Por otro lado, en lo que respecta al cambio cultural, el autor alude en primer
lugar a una transformación de las audiencias, con el traspaso de una audiencia
genérica a una audiencia concreta –en la que el mensaje se adapta al
receptor–. Dicho cambio resulta de la conexión en red de empresas globales de
comunicación y nuevas tecnologías digitales que permitieron en alguna medida
combinar producción masiva y distribución personalizada de contenidos.
Ahora bien, Castells se pregunta qué materiales culturales intervienen en los
ámbitos que atañen a la experiencia, estructurando marcos de significado en
los que funcionan los medios de comunicación. Para profundizar la idea de
proceso de transformación cultural, tenemos que dar cuenta de los siguientes
conceptos: globalización cultural –que refiere al conjunto de valores y creencias
específicos, compartidos en todo el mundo–; identificación cultural –que es el
proceso de identificación concreto de ciertos grupos sociales al respecto del
conjunto de valores y creencias globales–; individualismo –que implica la
apropiación individual de los valores y creencias, sujeto a sus necesidades,
deseos y proyectos; comunalismo –que alude a la relevancia adquirida de los
valores y creencias que sitúan al bien colectivo de una comunidad por encima
de lo personal de cada individuo–.
Contexto y significado
Thompson es muy claro cuando afirma que en toda sociedad existe un sistema
de producción e intercambio de información y contenido simbólico. Sin
embargo, el punto de inflexión histórico fue dado a partir de la inminente
llegada de las instituciones mediáticas a finales del siglo XV –con el
advenimiento de la impresión–. En este sentido las instituciones mediáticas o
los media transformaron la naturaleza de la producción simbólica y el
intercambio en el mundo moderno, de manera tal que las formas simbólicas
“(…) han estado produciéndose y reproduciéndose en una escala cada vez
mayor; se han convertido en productos de consumo que pueden comprarse y
venderse en el mercado; han pasado a ser accesibles a individuos
ampliamente diseminados en el espacio y en el tiempo” (Thompson; 1998, 25).
Lo interesante de esta propuesta es que invita a desarmar los media que yacen
compuestos por contexto y significado. El primero, siendo la dimensión
estructural-relacional, en el que las instituciones mediáticas y su inevitable
circulación de información y contenido simbólico implican un fenómeno social
contextualizado con impacto estructural en los actos comunicativos per se
(Thompson; 1998). Es decir que cada plataforma mediática –a la par de su
contenido en circulación– está situado en un contexto social que a su vez hace
plausible tanto la forma como el contenido de aquella información en
movimiento.
Por otro lado, el significado como parte de la dimensión simbólica, que implica
que la comunicación mediática suponga una reelaboración del carácter
simbólico de la vida social, en el sentido de que los media se ocupan de “(…) la
producción, almacenamiento y circulación de materiales significativos para
los individuos que los producen y los reciben” (Thompson; 1998, 26). Aquí es
donde el autor argumenta en torno a no observar un consumo pasivo e inmóvil
del contenido simbólico por parte de las personas; por el contrario, tanto los
individuos que producen, como los que consumen, dicho contenido, incorporan
e interaccionan mutuamente agenciando sentido y significado.
De este atributo que son las plataformas y los medios técnicos, se desprende la
siguiente característica que es la fijación. Este concepto describe la
determinada durabilidad en la que es fijada y preservada la información y las
formas simbólicas. El autor refiere a los distintos modos y formas en que queda
registrado aquello que transmite y reproduce el medio técnico. Es por eso que
cabe aclarar que cada medio técnico posee su grado y capacidad de fijación.
En este sentido algún contenido simbólico fijado en un mensaje escrito a lápiz
“(…) es más susceptible de alteración que uno escrito o impreso en tinta, y una
expresión registrada en una cassette es más difícil de negar que las palabras
intercambiadas en el flujo de la interacción diaria” (Thompson; 1998, 37).
Por otro lado, cuando esbozamos la definición antes expuesta, hablamos tanto
de fijar como de transmitir. Eso último nos lleva directamente al siguiente
atributo que es la reproducción. Esto último resulta clave ya que subyace a la
explotación comercial de los medios técnicos. En otras palabras, la
reproductibilidad de las formas simbólicas –es decir la posibilidad de transmitir
y hacer posible su circulación– es lo que hace mercantilizable la información y
los contenidos simbólicos; convirtiéndolos en bienes de consumo. Cabe aclarar
que, como considera Thompson, “(…) muchas reproducciones de formas
simbólicas no son en absoluto reproducciones de un trabajo original”
(Thompson; 1998, 40). En ese sentido la valoración económica de cada medio
técnico varía directamente por la valoración simbólica del mismo; por ejemplo,
la reproducción de un libro presenta una circunstancia mercantil
sustancialmente distinta a la reproducción de un audio.
Por último, los medios técnicos suceden a la par de una ampliación del
discurso dada en habilidades, competencias y formas de conocimiento. Estas
tres últimas componen lo que Thompson llama como proceso de codificación
de la información o contenidos simbólicos en circulación. Es decir que las
personas insertas en el consumo, producción y comercialización de medios
técnicos, socializan e incorporan un conjunto de disposiciones –discursivas y
cognitivas– que hacen plausible y significante aquello que hacen circular. En
otras palabras la información y el contenido simbólico para que sea tal tiene
que estar significado como tal y por ende adquirido en el marco de ciertas
aptitudes que lo hacen significar. En palabras del autor, “cuando los individuos
codifican y descodifican mensajes, emplean no sólo habilidades y
competencias requeridas por los soportes técnicos, sino también varias formas
de conocimiento y presuposiciones que comprenden parte los recursos
culturales que se dan durante los procesos de intercambio” (Thompson; 1998,
43).
¿Comunicación de “masas”?
Existe una idea muy difundida de masificación en los procesos sociales que
atraviesan todo el conjunto de instituciones y productos que damos en llamar
medios de comunicación. Nos referimos puntualmente a los libros, periódicos,
programas de radio, televisión, películas, etcétera. Sin embargo Thompson
hace una pausa y problematiza de lleno el concepto de comunicación de
masas. En primer lugar, considera que es un concepto que sesga
cuantitativamente, como si realmente importara el número exacto de individuos
que reciben la transmisión de información, cuando lo relevante es que dichos
productos yacen disponibles a una pluralidad de destinatarios. En este sentido,
el autor norteamericano es muy claro al dar cuenta que el concepto de
comunicación de masas no hace sino aludir a la idea de espectador pasivo e
inmóvil; en otras palabras, desprovisto de agencia.
Ahora bien ¿qué son los principios de selección a los que refiere el autor?
¿Cómo se manifiestan? ¿Qué consecuencias tienen para las audiencias? En
primer lugar esos principios esquematizan la búsqueda de aquello plausible a
ser informado y televisado. Bourdieu es claro al referir que se trata de una
búsqueda de lo sensacional, de lo espectacular; dicha “investigación” a su vez
deviene en una dramatización, en el sentido de que se escenifican los
acontecimientos en imágenes que exageran su importancia, su gravedad y su
carácter trágico. Entonces lo que cabe preguntarnos es ¿qué es “lo
excepcional” para los periodistas? El autor responde que es lo extraordinario, lo
que se sale de lo común, de la rutina diaria y habitual.
A su vez, estos principios de selección tienen una doble faz de coerción. Por un
lado imponen la búsqueda –realizada por periodistas y otros agentes sociales
que trabajan por y para la televisión– de la primicia informativa, de lo más
exclusivo al alcance de la mano. Por otro lado se imponen hacia fuera –es decir
a la audiencia– los principios a través de los cuales “observar” y “entender” el
mundo. En esta segunda característica es donde estriba la mayor de las
consecuencias, debido a que el contenido simbólico televisado tiene efectos de
realidad; es decir la imagen televisada tiene el peligro, político, de poseer
efectos de realidad. Cuando más bien a lo que accedemos a través de una
imagen televisada es a la elaboración social de la realidad, en otras palabras
una representación social. Como bien dice Bourdieu “(…) la televisión, que
pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en
instrumento que crea una realidad. Vamos cada vez más hacia universos en
que el mundo social está descrito-prescrito por la televisión.” (Bourdieu; 1996,
28).
Por último Pierre Bourdieu no duda en criticar la forma y contenido que hace
circular la televisión, así como también a sus agentes. En algún punto el autor
está también queriendo diferenciar sustancialmente a la televisión de otras
formas e instituciones dedicadas a la producción cultural. Tal como lo expresa
en la siguiente cita: