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Tres aportes teóricos sobre los medios de comunicación

En este apartado nos proponemos repasar tres aportes teóricos a propósito de


los medios de comunicación, como lo son el de Manuel Castells (2009), el de
John B. Thompson (1998) y el de Pierre Bourdieu (1996). Se trata de tres
perspectivas teóricas y críticas que conforman un conjunto de herramientas a
partir de las cuales desentrañar los modos de funcionamiento social de los
medios de comunicación. El orden en que son expuestas cada propuesta no
tiene rigor cronológico, sino más bien empezamos con el marco teórico de
mayor alcance –como lo es el de Manuel Castells–, continuamos con el de
John B. Thompson que posee un mayor margen de especificidad y finalizamos
con el de Pierre Bourdieu que puntualiza únicamente sobre la televisión.

La comunicación en la sociedad red de Manuel Castells

El sociólogo español Manuel Castells en 2009 publica el libro Comunicación y


poder, el cual presenta un sucinto análisis en torno al alcance global de la
comunicación –a través de sus medios y plataformas– no solo de forma teórica,
sino también referenciando datos estadísticos y porcentuales. En este apartado
prestaremos espacial atención al marco teórico propuesto por el autor, que
consideramos pertinente como punto de partida hacia una reflexión teórica de
los medios de comunicación.

El autor español inicia su postura con la definición de que comunicar es


compartir significados mediante el intercambio de información. Tal intercambio
se realiza a través de tecnologías de comunicación, en la convergencia de
ciertas características entre emisores y receptores, códigos culturales y
protocolos de comunicación. Así, Castells diferencia tres tipos de
comunicación: la comunicación interpersonal –dónde emisor y receptor son
sujetos de la comunicación–; comunicación social –en la que el contenido se
difunde al conjunto de la sociedad–; y autocomunicación de masas –que
supone una comunicación interactiva en la que el contenido es enviado y
recibido de muchos a muchos–. (Castells; 2009).

Así el autor desglosará toda su propuesta teórica alrededor de lo que él


considera la autocomunicación de masas, fenómeno que se fortalece con el
advenimiento de internet y junto a éste todas las plataformas de comunicación
interactiva. Por un lado se refiere a “autocomunicación” debido a que uno
mismo general el mensaje –el contenido a hacer circular–, define receptores y
selecciona mensajes; igual de importante es la idea de masificación, haciendo
alusión a la posibilidad de una audiencia global. De este modo Castells
considera tres procesos que determinan a la autocomunicación de masas. La
primera de éstas es la transformación tecnológica, que se basa en la
digitalización de la comunicación, la interconexión de ordenadores y la
comunicación local-global.

La segunda determinación es toda la estructura institucional y organizativa de


la comunicación, que define a emisores y receptores. En palabras del autor,
actualmente atravesamos un contexto en el que “(…) emisores y receptores
son los medios y su presunta audiencia” (Castells; 2009, 89). La tercera
característica es la dimensión cultural del proceso de transformación multinivel
de la comunicación; Castells, refiere al plural proceso que interrelaciona cultura
global, múltiples culturas identitarias, el individualismo y el comunalismo. En
este sentido, la comunicación no está desasociada del contexto global, en un
sentido cultural, pero también social, económico y político.

Autocomunicación de masas

Ahora bien siendo el concepto al que más refiere el autor y a partir del cual
desglosa el resto de las categorías, la autocomuncación de masas implica que
los medios de comunicación, en el desarrollo tecnológico de las sociedades
actuales, son interactivos; es decir el usuario –emisor y receptor
simultáneamente– no es un agente pasivo de los contenidos que circulan en
estos medios. En primer lugar, afirma el autor, “(…) es comunicación de masas
porque llega a una audiencia potencialmente global” (Castells; 2009, 108); en
segundo lugar es multimodal porque a través de las redes inalámbricas se
transforman los formatos de cualquier contenido en cualquier forma, a partir de
la digitalización del contenido y el software social avanzado.

Esta característica la retomaremos más adelante, cuando revisemos los


aportes de John B. Thompson (1998). Tal como considera Castells, la frontera
entre los distintos medios de comunicación es confusa, aunque sea bien claro
que, por ejemplo, no consumimos internet de la forma en la que lo hacemos
con la TV. En este sentido lo que varían son las economías de la información,
es decir el modo y la forma en que se intercambia el contenido. De todos
modos, cabe aclarar que la red está modificando paulatinamente a la TV y a la
prensa, haciendo inevitable –y casi obligatorio– que dichos medios tengan una
plataforma en red.

En este sentido el surgimiento de la autocomunicación de masas es a partir del


desarrollo de las web 2.0 y web 3.0; a la par de la difusión de internet, las
comunicaciones inalámbricas y los medios de comunicación digitales. En este
sentido la principal característica de la autocomunicación no es la continuidad,
sino la conectividad perpetua. Ahora bien, resulta interesante cómo el autor
considera que dicho desarrollo de redes horizontales de comunicación
interactiva conectan lo local y lo global. En palabras del autor, “cualquier cosa
que se cuelgue en Internet, con independencia de la intención del autor, se
convierte en una botella lanzada al océano de la comunicación global, un
mensaje susceptible de ser recibido y reprocesado de formas
imprevistas.”(Castells; 2009, 103).

Aquí es donde vuelve a su concepto, de más amplio alcance teórico, que es la


sociedad red; en el sentido de que estos medios construyen y se sostienen en
la existencia de espacios sociales en la red que “(…) se han multiplicado en
contenido y disparado en número formando una sociedad virtual dispersa y
extendida por la red.” (Castells; 2009, 105). En otras palabras se han ampliado
las formas de sociabilidad a redes de relaciones concretas entre personas
dispersas a lo largo y ancho de todo el mundo. De este modo dichas redes
posibilitaron un mercado de productos digitalizados, en los que se difunden, se
compran y se venden distintos productos digitalizados –juegos, música,
imágenes, películas, noticias, etc.–.

Las redes globales de comunicación

En este sentido Castells avanza reflexivamente con la dimensión económica y


empresarial de los medios de comunicación en la sociedad red. Parte de la
base de que éstos medios multimodales funcionan de acuerdo a una lógica
empresarial, en tanto negocio multimedia. Tal como refiere el autor “puesto que
los medios son predominantemente un negocio, las mismas tendencias
generales que han transformado el mundo empresarial –es decir, globalización,
digitalización, creación de redes y desregulación– han alterado radicalmente
las operaciones mediáticas” (Castells; 2009, 109).

Debido a que estas corporaciones con infraestructura propia se fueron


consolidando a partir del control oligopolístico de unas cuantas empresas sobre
parte del núcleo de la red global de medios de comunicación. En este sentido
cabe la aclaración de que si bien las redes son globales –es decir, el capital
materializado en la financiación, la producción y la distribución–, las identidades
siguen siendo locales/nacionales. A su vez, el hecho de que las redes sean
globales ha devenido también en una inconmensurable descentralización de
las redes de comunicación.

En este punto es importante comprender lo que Castells considera al respecto


de los grupos mediáticos integrados en redes globales de comunicación. En
primer lugar, la concentración de la propiedad, la cual resulta tanto de la
competencia entre los grupos empresariales, como también de una mayor
capacidad de las grandes empresas por diversificar y cooptar las distintas
plataformas mediáticas. En palabras del autor español, “(…) la digitalización de
la información y el nacimiento de las plataformas de comunicación por satélite,
inalámbricas e internet suponen el debilitamiento de los tradicionales muros de
contención para la expansión de la propiedad” (Castells; 2009, 113).

En segundo lugar, la ya mencionada diversificación de plataformas. Esta


implica la disolución de las barreras entre las empresas de comunicación,
siendo que se desbordan los límites entre las redes móviles, los medios de
comunicación e Internet. De esta manera, “(…) las barreras entre empresas de
comunicación antiguas y nuevas están desapareciendo a medida que las
corporaciones intentan diversificar sus carteras” (Castells; 2009, 119). En tercer
lugar, relacionado a esto, la aparición de modelos cambiantes en la publicidad;
característica que alude a la ampliación de las audiencias potenciales
transfiriendo contenidos en distintas plataformas.
La cuarta y última característica son lo que Castells llama como Economías de
sinergia. Con esto se refiere al elemento, que es fundamental de la estrategia
empresarial; el cual consta en la fusión –en el ámbito de la producción– de las
redes, no así de las propiedades. Es decir, “en los conglomeradas multimedia
actuales, las organizaciones en red parecen ser modelos de negocio de más
éxito que las integraciones horizontales de propiedades” (Castells; 2009, 123).
Por eso las empresas que nuclean las redes de comunicación globales, llevan
a cabo un paquete de políticas de concentración de propiedades, en clave de
alianzas entre empresas.

Las políticas reguladoras y el cambio cultural

Además de ahondar en las transformaciones de tipo económico, Castells


prestará atención a dos dimensiones más: la política y la cultural. Con respecto
a la primera, hace referencia a las políticas reguladoras; es decir las prácticas
reguladas por aquellas instituciones políticas –de enclave nacional– debido al
papel que desempeñan la comunicación en la infraestructura y en la cultura de
la sociedad. En este sentido no se trata de libre mercado de redes globales ni
de negocios multimedia, no por lo menos sin cierta regulación de tipo política
en torno a lo que circula, los servicios correspondientes y la propiedad.

De este modo el autor enuncia los siguientes ámbitos de regulación: la difusión,


la prensa escrita, Internet y las redes de telecomunicación. Si bien entre los
cuatro ámbitos existe una convergencia en el sistema de comunicaciones
digitales, el autor aclara que “(…) las instituciones reguladoras tienen una
historia, las políticas se han desarrollado de forma diferente en cada uno de
estos campos” (Castells; 2009, 145). Además tal como referimos en el párrafo
anterior, también hay tres áreas diferentes de regulación: el contenido –es decir
salvaguardar los derechos de propiedad–, la propiedad y los servicios.

Por otro lado, en lo que respecta al cambio cultural, el autor alude en primer
lugar a una transformación de las audiencias, con el traspaso de una audiencia
genérica a una audiencia concreta –en la que el mensaje se adapta al
receptor–. Dicho cambio resulta de la conexión en red de empresas globales de
comunicación y nuevas tecnologías digitales que permitieron en alguna medida
combinar producción masiva y distribución personalizada de contenidos.
Ahora bien, Castells se pregunta qué materiales culturales intervienen en los
ámbitos que atañen a la experiencia, estructurando marcos de significado en
los que funcionan los medios de comunicación. Para profundizar la idea de
proceso de transformación cultural, tenemos que dar cuenta de los siguientes
conceptos: globalización cultural –que refiere al conjunto de valores y creencias
específicos, compartidos en todo el mundo–; identificación cultural –que es el
proceso de identificación concreto de ciertos grupos sociales al respecto del
conjunto de valores y creencias globales–; individualismo –que implica la
apropiación individual de los valores y creencias, sujeto a sus necesidades,
deseos y proyectos; comunalismo –que alude a la relevancia adquirida de los
valores y creencias que sitúan al bien colectivo de una comunidad por encima
de lo personal de cada individuo–.

Por último, entrelazando y diferenciando cada uno de estos cuatro conceptos,


Castells llegará a dos categorías relevantes en su reflexión. La primera es la
cultura global, que supone toda conciencia de destino común del planeta que
habitamos. En este sentido el autor aclara que “(…) la cultura global no es una
cultura americana a pesar del desproporcionado porcentaje de empresas
estadounidenses en el sector cultural” (Castells; 2009, 171). La otra categoría
relevante es la de individualismo en red, que justamente hace alusión a que las
personas no se hayan aisladas en separadas burbujas y completa soledad,
sino más bien amplían su sociabilidad a través de redes de comunicación.

El análisis de los media de John B. Thompson

A fines de los años noventa, el sociólogo norteamericano John B. Thompson


publica un libro titulado Los media y la modernidad (1998). Siendo un autor que
venía trabajando distintas dimensiones dentro del área temática relacionada a
la producción y consumo cultural, la ideología y la política, con el mencionado
texto exponer un marco teórico a la altura del debate sobre los estudios de los
medios de comunicación. De esta forma, con un repaso de distintas vertientes
analíticas –que van desde Bourdieu a Habermas, pasando por el
interaccionismo simbólico y la hermenéutica– Thompson confecciona un
análisis que detallaremos a continuación.
Su investigación, en la que se remite a datos de tipo histórico, propone como
hipótesis central que el desarrollo de los medios de comunicación son una
parte integral del surgimiento de la modernidad (1998, 15). De esta forma trata
de desmitificar la idea fuertemente enraizada en el sentido común –no solo de
la sociedad, sino también de algunas vertientes analíticas– que implica que los
medios de comunicación transmiten información y contenido simbólico a
individuos pasivos e inmóviles. Idea que pudimos observar entrelazada a la de
comunicación interactiva de Castells. Es así como los usos sociales de los
medios de comunicación no son sino formas de acción social, interacción social
y relaciones sociales. En palabras de Thompson, “(…) el uso de los medios de
comunicación transforma la organización espacial y temporal de la vida social,
creando nuevas formas de acción e interacción y nuevos modos de ejercer el
poder, disociados del hecho de compartir un lugar común” (Thompson; 1998,
17).

Contexto y significado

Thompson es muy claro cuando afirma que en toda sociedad existe un sistema
de producción e intercambio de información y contenido simbólico. Sin
embargo, el punto de inflexión histórico fue dado a partir de la inminente
llegada de las instituciones mediáticas a finales del siglo XV –con el
advenimiento de la impresión–. En este sentido las instituciones mediáticas o
los media transformaron la naturaleza de la producción simbólica y el
intercambio en el mundo moderno, de manera tal que las formas simbólicas
“(…) han estado produciéndose y reproduciéndose en una escala cada vez
mayor; se han convertido en productos de consumo que pueden comprarse y
venderse en el mercado; han pasado a ser accesibles a individuos
ampliamente diseminados en el espacio y en el tiempo” (Thompson; 1998, 25).

Lo interesante de esta propuesta es que invita a desarmar los media que yacen
compuestos por contexto y significado. El primero, siendo la dimensión
estructural-relacional, en el que las instituciones mediáticas y su inevitable
circulación de información y contenido simbólico implican un fenómeno social
contextualizado con impacto estructural en los actos comunicativos per se
(Thompson; 1998). Es decir que cada plataforma mediática –a la par de su
contenido en circulación– está situado en un contexto social que a su vez hace
plausible tanto la forma como el contenido de aquella información en
movimiento.

Por otro lado, el significado como parte de la dimensión simbólica, que implica
que la comunicación mediática suponga una reelaboración del carácter
simbólico de la vida social, en el sentido de que los media se ocupan de “(…) la
producción, almacenamiento y circulación de materiales significativos para
los individuos que los producen y los reciben” (Thompson; 1998, 26). Aquí es
donde el autor argumenta en torno a no observar un consumo pasivo e inmóvil
del contenido simbólico por parte de las personas; por el contrario, tanto los
individuos que producen, como los que consumen, dicho contenido, incorporan
e interaccionan mutuamente agenciando sentido y significado.

El poder simbólico de las instituciones mediáticas

Por consiguiente, comprender desde esta perspectiva a los medios de


comunicación e información abre el panorama hacia una reflexión compleja que
entrama un conjunto de variables. Una de ellas es el poder. Siendo que en la
vida social, las personas atraviesan y circunscriben parte de su vida en
instituciones e interacciones sociales, que de un modo u otro son a su vez
atravesadas por relaciones de poder. De esta forma, Thompson construye
cuatro tipos ideales de poder: 1) Poder económico; 2) Poder político; 3) Poder
coercitivo y 4) Poder simbólico.

El poder económico es aquel que se expresa en situaciones, interacciones e


instituciones donde se desarrollan actividades productivas, ocupadas en
abastecer de los medios de subsistencia, extracción de materias primas y su
transformación; por ende se lo acumula a partir de recursos materiales y
financieros y es materializado por instituciones económicas. Por otro lado, el
poder político procede de la actividad de coordinar entre individuos y regular
sus patrones de interacción; lo que significa que no solo proviene únicamente
del Estado sino del amplio abanico de instituciones políticas cuyo recurso a
detentar es la autoridad. En tercer lugar, el poder coercitivo, que es aquel que
usa efectivamente la fuerza física o la amenaza de ser utilizada; personificado
en instituciones coercitivas como la policía, el servicio penitenciario y militares,
entre otros, detentando fuerza física y armada.

Sin embargo, a este autor le interesa particularmente el poder simbólico –o


cultural– que proviene de la actividad humana productiva, transmisora y
receptora de formas simbólicas. Estas actividades simbólicas se concretan en
instituciones culturales, como lo son la iglesia, la escuela e instituciones
mediáticas. En palabras de Thompson, “la actividad simbólica es una
característica fundamental de la vida social, a la par de la actividad productiva,
la coordinación de los individuos y la coerción” (Thompson; 1998, 33). En este
sentido, el interés fijado en este tipo de poder, yace en que quienes detentan –
y luchan por acumularlo– son a través de los medios de información y
comunicación. Ya que estos últimos producen y transmiten formas simbólicas,
y el poder simbólico es la capacidad de intervenir en el devenir de los
acontecimientos, influyendo –implícita o explícitamente– en las acciones de los
otros.

Los usos (sociales) de los medios de comunicación

Como vimos, los medios de información y comunicación integran y forman


parte de las interacciones y situaciones sociales de la vida cotidiana de las
personas. En este sentido es que Thompson elabora un conjunto de
características principales, a los fines de definir más exhaustivamente a los
media. La primera característica en definir son los medios técnicos, que son
todo sustrato material, soporte técnico y/o elementos materiales a partir de los
cuales la información y las formas simbólicas se fijan y se transmiten. Como
bien dice Thompson “(…) la naturaleza de los soportes técnicos difiere
enormemente de un tipo de producción simbólico e intercambio a otro, y las
propiedades de los diferentes soportes técnicos facilitan y circunscriben a su
vez los tipos de producción simbólica y posibles intercambios” (Thompson;
1998, 36).

De este atributo que son las plataformas y los medios técnicos, se desprende la
siguiente característica que es la fijación. Este concepto describe la
determinada durabilidad en la que es fijada y preservada la información y las
formas simbólicas. El autor refiere a los distintos modos y formas en que queda
registrado aquello que transmite y reproduce el medio técnico. Es por eso que
cabe aclarar que cada medio técnico posee su grado y capacidad de fijación.
En este sentido algún contenido simbólico fijado en un mensaje escrito a lápiz
“(…) es más susceptible de alteración que uno escrito o impreso en tinta, y una
expresión registrada en una cassette es más difícil de negar que las palabras
intercambiadas en el flujo de la interacción diaria” (Thompson; 1998, 37).

Por otro lado, cuando esbozamos la definición antes expuesta, hablamos tanto
de fijar como de transmitir. Eso último nos lleva directamente al siguiente
atributo que es la reproducción. Esto último resulta clave ya que subyace a la
explotación comercial de los medios técnicos. En otras palabras, la
reproductibilidad de las formas simbólicas –es decir la posibilidad de transmitir
y hacer posible su circulación– es lo que hace mercantilizable la información y
los contenidos simbólicos; convirtiéndolos en bienes de consumo. Cabe aclarar
que, como considera Thompson, “(…) muchas reproducciones de formas
simbólicas no son en absoluto reproducciones de un trabajo original”
(Thompson; 1998, 40). En ese sentido la valoración económica de cada medio
técnico varía directamente por la valoración simbólica del mismo; por ejemplo,
la reproducción de un libro presenta una circunstancia mercantil
sustancialmente distinta a la reproducción de un audio.

La siguiente característica es la separación espacio-temporal intrínseca a todo


medio técnico. Cuando el autor refiere a la separación espacio tiempo refiere a
la desvinculación espacial y temporal de unas formas simbólicas de su contexto
de producción. Esto significa que parte de los medios técnicos es que se
alteren las condiciones comunicativas espacio-temporales. Es decir que el
contenido simbólico y la información se encuentran en constante movimiento y
que dicho periplo lleva, trae y devuelve el contenido sobrepasando el encuadre
contextual de su producción.

Por último, los medios técnicos suceden a la par de una ampliación del
discurso dada en habilidades, competencias y formas de conocimiento. Estas
tres últimas componen lo que Thompson llama como proceso de codificación
de la información o contenidos simbólicos en circulación. Es decir que las
personas insertas en el consumo, producción y comercialización de medios
técnicos, socializan e incorporan un conjunto de disposiciones –discursivas y
cognitivas– que hacen plausible y significante aquello que hacen circular. En
otras palabras la información y el contenido simbólico para que sea tal tiene
que estar significado como tal y por ende adquirido en el marco de ciertas
aptitudes que lo hacen significar. En palabras del autor, “cuando los individuos
codifican y descodifican mensajes, emplean no sólo habilidades y
competencias requeridas por los soportes técnicos, sino también varias formas
de conocimiento y presuposiciones que comprenden parte los recursos
culturales que se dan durante los procesos de intercambio” (Thompson; 1998,
43).

¿Comunicación de “masas”?

Existe una idea muy difundida de masificación en los procesos sociales que
atraviesan todo el conjunto de instituciones y productos que damos en llamar
medios de comunicación. Nos referimos puntualmente a los libros, periódicos,
programas de radio, televisión, películas, etcétera. Sin embargo Thompson
hace una pausa y problematiza de lleno el concepto de comunicación de
masas. En primer lugar, considera que es un concepto que sesga
cuantitativamente, como si realmente importara el número exacto de individuos
que reciben la transmisión de información, cuando lo relevante es que dichos
productos yacen disponibles a una pluralidad de destinatarios. En este sentido,
el autor norteamericano es muy claro al dar cuenta que el concepto de
comunicación de masas no hace sino aludir a la idea de espectador pasivo e
inmóvil; en otras palabras, desprovisto de agencia.

De esta forma, Thompson, reconfigura las bases definicionales de este


concepto a los fines de referirse a la producción institucionalizada y difusión de
bienes simbólicos a través de la fijación y la transmisión. Ahora, ¿A qué se
refiere con las formas simbólicas? El autor define a las formas simbólicas como
todo contenido discursivo y/o audiovisual susceptible de ser valorado tanto
simbólica como económicamente.

Si bien anteriormente ya hemos hecho mención de esto último, ampliaremos


diciendo que para Thompson, la valoración simbólica es el “(…) valor que los
objetos poseen en virtud de la manera en que, y en la medida en que, los
toman en consideración los individuos: es decir, los elogian o vilipendian, los
aplauden o desprecian.” (Thompson; 1998, 48). Mientras que por otro lado, la
valoración económica es el proceso que hace que esas formas simbólicas se
constituyan como bienes de consumo, es decir “(…) se convierten en objetos
que pueden adquirirse y venderse en un mercado por un precio” (Thompson;
1998, 48).

A su vez, Thompson retoma dos características, también ya mencionadas


previamente, que son la ruptura estructurada –entre la producción y la
recepción de formas simbólicas– y la consecuente reordenación espacio-
tiempo. Ésta última, como consecuencia inevitable del advenimiento de las
telecomunicaciones, altera toda forma de dimensión espacial y temporal de la
vida social. Cabe aclarar que no dejan de existir situaciones e interacciones
sociales cara a cara, pero existirán a la par de otras desvinculadas espacio y
tiempo.

El autor norteamericano profundiza esta dimensión analítica con el concepto de


simultaneidad despacializada. En otras palabras, la circulación de contenido
donde el ahora se desmiembra del “aquí”. En este sentido se habla de una
experiencia mediática; tal es la nomenclatura conceptual desde la cual
Thompson aludirá a todos aquellos acontecimientos en un mundo que se
extiende más allá de la esfera de nuestros encuentros cotidianos. Es decir, en
palabras del autor, “(…) nuestra concepción de que el mundo existe más allá
de la esfera de nuestra experiencia personal, y de que la percepción de
nuestro lugar en este mundo está cada vez más mediatizada por las formas
simbólicas” (Thompson; 1998, 56).

Por último ante dicho contexto de socialización permeable a una distancia y


proximidad social fluctuante y atravesada constantemente por formas y
plataformas de contenido simbólico, resulta inevitable no pensar en una
sociabilidad mediática. Este concepto es utilizado por Thompson a los fines de
comprender y analizar todo sentido de pertenencia en transformación de
cualquier enraizamiento de lugar. Es decir, no podemos pensar en un aquí-
ahora, por lo menos no solamente; ya que “nuestra percepción del espacio y
del tiempo está íntimamente relacionada con nuestra percepción de la
distancia, de lo que se encuentra cercano o lejano; y nuestra percepción de la
distancia está profundamente configurada por los medios con los que
contamos para desplazarnos a través del espacio y del tiempo” (Thompson;
1998, 57).

Las reflexiones críticas en torno a la televisión, de Pierre


Bourdieu

En el año 1996 se publica un libro titulado Sobre la televisión (1996), del


sociólogo francés Pierre Bourdieu. Si bien representa un texto de rápida lectura
siendo la transcripción de una exposición realizada en televisión, allí el
sociólogo sienta las bases teóricas sobre la compleja trama de relaciones
sociales y condiciones de producción que atraviesan a la plataforma de
comunicación que es la televisión. En este texto hay un repaso por algunos
conceptos ya clásicos del análisis de Bourdieu, como lo son la violencia
simbólica, los campos de producción y consumo cultural, etc.

Dicho esto, Bourdieu afirma que el acceso a la televisión implica como


contrapartida una inherente censura, en tanto pérdida de autonomía. Ésta se
realiza a partir de la imposición de las condiciones de comunicación, a través
de las cuales acontece una limitación del tiempo, un constreñimiento, sobre la
exposición discursiva. El sociólogo francés considera que esta censura no
recae solo sobre los invitados, sino también los periodistas –que contribuyen a
imponerla–; lo que la convierte en una censura política. A su vez eso conlleva
que “la gente se deja llevar por una forma consciente o inconsciente de
autocensura, sin que haga falta efectuar llamadas al orden” (Bourdieu; 1996,
19).

En este sentido la televisión ejerce en la manera en que ese modo estructura el


contenido, una forma de violencia simbólica. La violencia simbólica es toda
violencia ejercida con la complicidad tácita de quienes la padecen y también de
quienes la practica; supone ese pacto, aunque subrepticio, que la hace posible
en tanto su violencia no lo es en “lo aparente”. Por ello lo que busca hacer
visible Bourdieu con su análisis es la forma en que se ejerce dicha violencia en
las relaciones sociales en la comunicación mediática. De este modo utiliza
como ejemplo la crónica de sucesos –enfocando principalmente el sexo, el
drama, la sangre y el crimen–, en los que “una parte de la acción simbólica de
la televisión consiste en llamar la atención sobre unos hechos que por su
naturaleza pueden interesar a todo el mundo, de los que cabe decir que son
para todos los gustos” (Bourdieu; 1996, 22).

Lo que trata de decir Bourdieu es que la crónica de sucesos “(…) es una


especie de sucedáneo elemental, rudimentario, de la información, muy
importante, porque interesa a todo el mundo a pesar de su inanidad, pero que
ocupa tiempo, un tiempo que podría emplearse para decir otra cosa” (Bourdieu;
1996, 23). En otras palabras existe un proceso de selección, no visibilizado ni
por los periodistas, ni en la televisión en sí misma, que en un marco de tiempo
regulado y fijado a priori expresa los hechos que “deberíamos” conocer y de los
cuales estar informados. Ahí es donde el autor postula su crítica más profunda
al decir que “la televisión posee una especie de monopolio de hecho sobre la
formación de las mentes de esa parte nada desdeñable de la población (…)
dejando de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para
ejercer sus derechos democráticos” (Bourdieu; 1996, 23).

Ahora bien ¿qué son los principios de selección a los que refiere el autor?
¿Cómo se manifiestan? ¿Qué consecuencias tienen para las audiencias? En
primer lugar esos principios esquematizan la búsqueda de aquello plausible a
ser informado y televisado. Bourdieu es claro al referir que se trata de una
búsqueda de lo sensacional, de lo espectacular; dicha “investigación” a su vez
deviene en una dramatización, en el sentido de que se escenifican los
acontecimientos en imágenes que exageran su importancia, su gravedad y su
carácter trágico. Entonces lo que cabe preguntarnos es ¿qué es “lo
excepcional” para los periodistas? El autor responde que es lo extraordinario, lo
que se sale de lo común, de la rutina diaria y habitual.

A su vez, estos principios de selección tienen una doble faz de coerción. Por un
lado imponen la búsqueda –realizada por periodistas y otros agentes sociales
que trabajan por y para la televisión– de la primicia informativa, de lo más
exclusivo al alcance de la mano. Por otro lado se imponen hacia fuera –es decir
a la audiencia– los principios a través de los cuales “observar” y “entender” el
mundo. En esta segunda característica es donde estriba la mayor de las
consecuencias, debido a que el contenido simbólico televisado tiene efectos de
realidad; es decir la imagen televisada tiene el peligro, político, de poseer
efectos de realidad. Cuando más bien a lo que accedemos a través de una
imagen televisada es a la elaboración social de la realidad, en otras palabras
una representación social. Como bien dice Bourdieu “(…) la televisión, que
pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en
instrumento que crea una realidad. Vamos cada vez más hacia universos en
que el mundo social está descrito-prescrito por la televisión.” (Bourdieu; 1996,
28).

El campo de los periodistas

Es conocido el concepto de campo en las distintas investigaciones de Pierre


Bourdieu, siempre acompañado por capital y habitus. Para el caso específico
del texto que aquí exponemos, el autor no utilizará explícitamente esas dos
últimas categorías, pero sí hará referencia directa al mundo de los periodistas.
En este mundo fragmentado yacen conflictos, competencias y hostilidades. La
competencia se sostiene sobre una paradoja, que es la producción colectiva de
la información en circulación.

Ahora bien, ¿en qué sentido la producción de contenido televisado es


colectivo? El autor enuncia que entre los periodistas acontece un efecto de
interlectura, con consecuentes tendencias al enclaustramiendo de la
información. A esto Bourdieu lo llama circulación circular de la información, que
produce en definitiva que “(…) los periodistas que (…) comparten muchas
características comunes por su condición, así como por su procedencia y su
formación, se lean mutuamente, se vean mutuamente, se encuentren
constantemente en unos debates en los que siempre aparecen las mismas
caras, tiene unos efectos de enclaustramiento (…)” (Bourdieu; 1996, 34). Es
decir que, según el autor, ese mecanismo de información sobre la información
es el que genera la homogeneidad observable en los productos propuestos.

Por otro lado, otra característica relevante en el campo de los periodistas es el


índice de audiencia, que es “(…) la medición del número de telespectadores
que sintonizan cada cadena” (Bourdieu, 1996, 36). A su vez, dicha medición
delimita y marca el ritmo de lo que funciona o no funciona. Eso implica que
parte de los principios de selección del contenido implican cierta valoración
previa de aquello a televisar. Este modo si bien es característico del mundo de
los periodistas, impera allí donde la lógica de lo comercial se impone a las
producciones culturales –por ejemplo el mundo editorial, entre otros–.

Además los índices de audiencia se tornan a su vez en condiciones temporales


de la producción a televisar. Con esto el autor refiere a la urgencia, que se
encarna en la rivalidad temporal –entre los periódicos y la televisión, y entre
periodistas de una u otra plataforma– por la primicia informativa. En otras
palabras es un carrera por “ser el primero” en decirlo, informarlo, escribirlo, etc.
Ahora bien, existen notorias consecuencias de esas temporalidades urgentes
en la expresión del pensamiento. Básicamente el vínculo entre la urgencia y el
pensamiento es un vínculo negativo.

Por eso, el autor pregunta ¿cómo se podría relacionar positivamente el


pensamiento y la velocidad? Aquí ingresa la figura conceptual de los fast
thinkers; que no son sino aquellos que piensan velozmente a través de la
exposición y la enunciación de ideas preconcebidas, es decir tópicos. Dichas
ideas preconcebidas son lo que en otras palabras diríamos como conocimiento
de sentido común, es decir “(…) ideas que todo el mundo ha recibido, porque
flotan en el ambiente, banales, convencionales, corrientes (…)” (Bourdieu;
1996, 39). En este sentido el autor menciona cómo la televisión privilegia y
consagra a fast thinkers. A su vez una comunicación con dicha instantaneidad
y conjugada a partir de ideas preconcebidas no es más que una comunicación
aparente; es decir, no hay tal comunicación, no hay contenido, sino el propio
hecho de la comunicación.

Por último Pierre Bourdieu no duda en criticar la forma y contenido que hace
circular la televisión, así como también a sus agentes. En algún punto el autor
está también queriendo diferenciar sustancialmente a la televisión de otras
formas e instituciones dedicadas a la producción cultural. Tal como lo expresa
en la siguiente cita:

“La televisión es un instrumento de comunicación muy poco autónomo sobre


el que recae una serie de constreñimientos originados por las relaciones
sociales entre los periodistas, relaciones de competencia encarnizada,
despiada, hasta el absurdo, pero que son también relaciones de connivencia,
de complicidad objetiva, basadas en los intereses comunes vinculados a su
posición en el campo de la producción simbólica y en el hecho de que
comparten unas estructuras cognitivas y unas categorías de percepción y de
valoración ligadas a su origen social y a su formación (o a su falta de ella).”
(Bourdieu; 1996, 49-50)

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