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Católicos y Reforma constitucional. ¿Tenemos algo que decir?

Sobre la libertad religiosa.

El artículo 62 del anteproyecto de Constitución dice: “Toda persona tiene derecho a profesar o no
creencias religiosas, a cambiarlas y a practicar la de su preferencia, con el debido respeto a otros credos y de
conformidad con la ley”.
Si bien es loable que se asegure el derecho de la persona “a profesar o no creencias religiosas” y “a
practicar la de su preferencia”, creemos adecuado especificar un poco lo que la Iglesia entiende por libertad
religiosa. Leamos lo que dice el Concilio Vaticano II: “Esta libertad consiste en que todos los hombres deben
estar libres de coacción, tanto por parte de personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier
poder humano, de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le
impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros, dentro de los límites
debidos”1
La libertad religiosa es un derecho humano que nace de la misma naturaleza de la persona, y que debe
reconocerse como un derecho civil por parte del ordenamiento jurídico de los estados.
En el plano individual la libertad religiosa le concede a la persona el derecho a actuar conforme a su fe y
a su conciencia en todo momento, sin temor a ser discriminada por eso, ni a sufrir ninguna consecuencia
adversa a causa de eso. Pero el artículo 62 expresa limitadamente el alcance de la libertad religiosa. Porque le
concede ese derecho sólo a la persona individual, olvidando que los creyentes, por la misma naturaleza de la fe,
se reúnen en comunidades religiosas: iglesias, congregaciones, etc. Por tanto también esas comunidades deben
gozar de libertad a la hora de vivir su fe, también deben ser sujetos de libertad religiosa. El artículo 62 debería
reconocer la libertad religiosa también de las comunidades de creyentes en cuanto tal.
Sigue diciendo el Concilio Vaticano II: “La libertad, esto es, la inmunidad de coacción en materia
religiosa, que compete a los individuos particulares, debe reconocerse también a estos mismos cuando actúan
en común. Pues la naturaleza social, tanto del hombre como de la propia religión, exige comunidades
religiosas.”2 Se podría decir que el artículo 15 ofrece esas garantías cuando dice: “(…) las instituciones
religiosas están separadas del Estado y todas tienen los mismos derechos y deberes”, pero al ver la realidad
constatamos que su alcance es muy limitado.
Revisemos al realidad concreta con lo siguiente. La libertad religiosa concede a las iglesias y
comunidades los siguientes derechos: elegir, formar, nombrar y trasladar libremente sus ministros; construir
nuevos templos y lugares de culto allí donde sea necesario; adquirir legalmente y disfrutar de los bienes
convenientes para ejercer sus funciones en la saciedad; enseñar y testimoniar públicamente la fe y por último,
poder construir asociaciones educativas, culturales, caritativas y sociales, entiéndase escuelas, guarderías
infantiles, hogares de ancianos, hospitales, campamentos, universidades, emisoras de radio o televisión, etc.
La libertad religiosa también llega al plano de la familia. La familia debe tener el derecho de ordenar
libremente su vida religiosa doméstica bajo la dirección de los padres. “A estos corresponde el derecho de
determinar la forma de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos, (…). Por consiguiente, el poder civil
debe reconocer el derecho de los padres a elegir con verdadera libertad las escuelas o los otros medios de
educación, (…). Además, se violan los derechos de los padres cuando los hijos son obligados a asistir a
lecciones escolares que no están de acuerdo con la convicción religiosa de los padres o cuando se impone un
sistema único de educación del que se excluye completamente la formación religiosa”3 Esto último no
contradice para nada el hecho de que el estado se proclame laico y separado de toda institución religiosa. El
estado está llamado a proveer las posibilidades para que las libertades y derechos de todos puedan cumplirse
adecuadamente.
La Iglesia reivindica el derecho a la libertad de acción sin ningún tipo de coacción, porque ella se siente
llamada por el Señor Jesucristo a una misión en el mundo, que es la de predicar el Evangelio a todos, sin
imponérselo a nadie. Así lo dice el Señor en Mc 16, 15-16: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará, el que se niegue a creer será condenado .”,
también en Mt 28, 18-20 dice: “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan
discípulos de todas las naciones. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes.”
Este mandato del Señor es ineludible, y para cumplirlo, la Iglesia necesita gozar de plena libertad, así
como cualquier otro ciudadano o institución religiosa a la hora de profesar y vivir su fe.
Hemos querido hacer estas reflexiones en conjunto entre un sacerdote, una religiosa y un matrimonio;
todos cubanos. Expresando así la unidad en la diversidad de la Iglesia. Nuestras palabras están dirigidas en
primer término a los fieles católicos, pero también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que
piensan en el bien de Cuba; fuera de ese ámbito, quienes nos lean no tienen por qué pensar igual a nosotros.

P. Wilfredo Leiter Juvier, sacerdote diocesano.


Hna. Ana Elena Lima Fundora, Sierva de San José.
Sr. Reydel Robles Delgado.
Sra. Misleny Darias Brito.

1 Declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa. Dignitatis humanae, 2.


2 Ibid. 4
3 Ibid. 5

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