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Reflexiones del Seminario de Supersize Me: impresiones veloces sobre la comida rápida

¿Qué es lo que nos lleva a comer comida rápida (apurada)? ¿Será que es muy pero muy barata, con precios para
todos? ¿Será por el sabor? -alguno dirá que es “rica”. O al menos así parece cuando la ves en fotos. El espejismo se
rompe cuando te llega un paquetito arrugado, aplastado e informe que generalmente contiene una porción de lo que
debería ser una hamburguesa, tan sobrecargada de sabor que asquea-. Volviendo al principio, ¿Será la abrumadora
ubicuidad de las sucursales, desde los grandes centros de consumo hasta las alas de algunos hospitales? ¿Tendrá
que ver con la arquitectura de los locales? ¿Con esa sensación de home sweet home generada por la milimétrica
precisión con la que están replicados cada uno de los detalles de los negocios, que son absolutamente iguales en
Taiwán, Nueva York y Moscú (!)? ¿Será la banda sonora hiper-pop? ¿Serán las agresivas y costosísimas campañas
de marketing, taladrando constantemente las voluntades para conseguir un posicionamiento central en la mente de
los consumidores? ¿Serán también los programas de televisión infantiles colorinches y estupidizantes que se hacen
en algunos países? ¿Podrá tener algún componente en el consumo la gran masa de teen angels que parecen
necesitar desesperadamente marcas, tribus urbanas y espacios de reunión social que los distingan y a la vez,
aglutinen, para ser distintos y paradójicamente, todos iguales? ¿Será que sobre sus mentes moldeables los
productos de los siempre lúcidos “creativos” publicitarios obtienen una insuperable relación costo/beneficio?
¿Tendrán algo que ver los lobbies que las empresas tienen sobre algunos sectores político-económicos? ¿Qué se
puede decir de la imagen corporativa que para estas empresas es tan importante abonar? Sería interesante
preguntar qué es lo que hacen para tener que lavar su cara pública de esta forma y cuánto vale el negocio de la
comida rápida en Argentina para poder destinar (con ¿altruismo? ¿solidaridad?) la enorme cantidad de dinero que
cuesta mantener, por ejemplo, las 4 casas de Ronald McDonald y la Unidad Pediátrica Móvil que tiene la
ultraconocida marca de los arcos dorados en nuestro país. ¿Será que haciendo caridad sus erogaciones impositivas
son sensiblemente menores?

Por otro lado, ¿Cómo se modifica la comensalidad de un individuo/familia cuando entra a comprar comida en un
lugar donde te atienden rápido para que te vayas más rápido y donde te convierten en el final de una línea de
montaje taylorista-fordista de trayectoria desconocida? ¿Cuánto inciden sobre la comensalidad los asientos
incómodos, las mesas para 1 ó 2, la insistencia sobre lo “divertido” de la comida, las porciones Supersize, la
monotonía del menú, los playground donde muchos niños interrumpen su digestión (indigestión) con un vómito?
¿Cuánto de los otros factores de nuestra comensalidad nos hacen proclives a consumir comida rápida? ¿Cuánto
impacto tienen las horas cortísimas para almorzar, las jornadas largas de trabajo, la falta de tiempo para cocinar?

Además, ¿Qué se puede decir de la relación empleado-empleador? ¿Cuán despersonalizados, objetivados, alienados
están los empleados? ¿Cómo los recibe la empresa? ¿Qué es lo que leen, por ejemplo, de ese evangelio McDonalds
que es la Guía del Empleado? ¿Por qué Woods Staton (CEO de Arcos Dorados, la principal accionista de McDonalds),
en esa misma Guía, describe el dificultoso -pero gratificante- camino del éxito personal a la par del éxito
corporativo? ¿Cuánto beneficio obtiene -y cuánto busca- cada empleado por ser el Empleado del Mes? ¿Cuán
arquetípico es ser empleado de un local de comidas rápidas para el American Way of Life? ¿Cómo y por qué se
exporta la cultura norteamericana en un grado notablemente mayor que las otras? ¿Cómo impacta sobre la relación
laboral el “nosotros corporativo”, la idea de familia, el empleado como miembro en ascenso de un equipo exitoso?
¿Qué se puede decir de esa felicidad perpetua y artificial, como de plástico, que ostentan muchos de los miembros
de la crew? -y que la empresa exige, por supuesto-.

¿Qué se puede analizar desde el área nutricional? Comamos en McDonalds (tomado de la Guía Nutricional que la
empresa publica en www.mcdonalds.com): 1 BigMac (495 kcal), 3 sobres de aderezo (mayonesa, 32 kcal por sobre
(usando 2), kecthup 13 kcal el sobre), 1 Coca-Cola grande (298 kcal), papas fritas grandes (144 kcal), 1 McFlurry
Oreo (207 kcal). Calorías totales: 1221 kcal, para una ingesta diaria recomendada de 2000 kcal. Sodio total,
incluyendo los aderezos (2 mayonesas, 1 ketchup): 1,17 mg (para una recomendación de <2,3 g/día, OMS, 1990).
En la guía se aclara que no se suma el sodio presente en el agua, por lo que la cifra real puede variar de acuerdo al
contenido de sodio del agua y de agua de los alimentos.

Entonces, una única comida abundante en McDonalds representa más del 60% de la ingesta calórica recomendada
por día y más del 50% del sodio diario recomendado. Eso sin analizar la composición de esos alimentos, con bajos
contenidos de proteína y fibra y altísimas proporciones de hidratos de carbono simples y grasas saturadas (aunque
no trans, porque ya no utilizan aceite con ese tipo de grasas para freír). Todo esto fue comprobado por Morgan
Spurlock, quien durante el rodaje de SuperSize Me adquirió una conducta de riesgo fuerte al basar toda su dieta en
McDonalds y reducir la cantidad de ejercicio realizado a la del promedio norteamericano. De esa forma, y contra
todo consejo médico, alteró sus condiciones fisiológicas, bioquímicas y clínicas basales. Durante ese mes, los
controles de salud que Spurlock se realizó revelaron: aumento de peso (que demoró un año entero en normalizar),

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HTA, hipertrigliceridemia, hipercolesterolemia, malestar general, incluso un episodio similar a un síndrome de
abstinencia de comida rápida. Por supuesto, todo esto se relacionó con aumento considerable del riesgo para
algunas patologías: DM tipo 2, enfermedad cardiovascular, patología hepática y biliar y otras. En esa línea,
pensemos en el caso de Don Gorske, quien consume 2/3 BigMacs diarios. O más del 90% de su dieta sólida, según
sus propias palabras en la película.

Considerando todo lo anterior, faltaría pensar qué papel le compete al Estado en todo el asunto. Es bastante
razonable pensar que el Estado no puede interferir por completo en la oferta de este tipo de productos, porque se
estaría limitando tanto la libertad de la empresa para ofrecer sus productos como la de los consumidores para
demandarlos. Frente a esto, las alternativas posibles podrían ser regulatorias, en el sentido de que el Estado debería
asegurar las normas de calidad y saneamiento de los productos ofrecidos y obligar a las empresas a brindar
información nutricional de los mismos. Además, desde el Estado podría existir una política pública nutricional
razonable que obligara a las empresas a incluir productos saludables alternativos en sus menúes. A nivel impositivo,
podrían gravarse los productos de forma análoga a como se hace con otros productos con efectos nocivos probados
sobre la salud como los cigarrillos.

Unas últimas consideraciones: NO, a mí NO ME ENCANTA y otra más, espero ya no estar vivo para el día que algún
nabo astronómico se coma un BigMac en la Luna.

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