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El Rostro de Dios

Dr. Enrique Cases


Sacerdote

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Índice
1 Introducción ............................................................................................ 3
2 La difícil noción de Dios. ........................................................................... 4
2.1 El Dios de las pruebas......................................................................11
2.2 Dios visto desde dentro del hombre ...................................................19
2.3 Santo, Santo, Santo ........................................................................30
2.4 Dios eterno.....................................................................................32
2.5 Dios Belleza....................................................................................36
2.6 Dios es Luz.....................................................................................38
2.7 La gloria de Dios .............................................................................40
2.8 Dios Amor es único, pero no solitario .................................................41
2.9 Dios es un ser personal ....................................................................46
2.10 Dios Padre......................................................................................52
2.11 La Voluntad del Padre ......................................................................55
2.12 El dolor del Padre ............................................................................60
3 La misericordia de Dios es eterna..............................................................75
4 Cristo es el rostro de Dios ........................................................................88
5 Cristo vive y es contemporáneo nuestro.....................................................96
5.1 El Cuerpo de Cristo..........................................................................99

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1 Introducción
“Esta es la vida eterna que te conozcan a Ti y a tu enviado Jesucristo”1 La densidad
de estas palabras es enorme, sobre todo si observamos el devenir histórico de los
hombres. El objetivo de este libro es lavar el rostro de Dios de las adherencias en la
noción de Dios que han acumulado los hombres a lo largo de su historia. El hombre
es homo religiosus pues siempre ha habido religión entre los hombres; por lo tanto
cada generación ha tenido una noción de Dios. Incluso cuando algunos hombres se
llaman ateos, agnósticos o irreligiosos tienen una noción que aplican al término
Dios. Conscientemente o no atribuyen a diversas realidades como la materia, la
razón, la historia, la raza u otras realidades las propiedades o atributos de Dios. En
los más religiosos y en los que lo son muy poco es frecuente que la idea que el
hombre tiene de Dios esté llena de las mismas imperfecciones humanas. Unas
veces por la misma infinitud de Dios que le lleva a ser un misterio que nunca puede
agotar el ser humano, siendo Dios el Deus absconditus. Otras porque entra la mala
voluntad y prejuicios históricos y se le sitúa en estado de sospecha y se le acusa de
los males del mundo, que no se entienden. No faltan tampoco atribuirle los propios
vicios que se quieren justificar. El ser humano es libre y complejo, le influye mucho
la cultura antigua y la dominante, y Dios supera al hombre infinitamente aunque le
atraiga de una manera fascinante.
Algunos llegan a Dios por vía mística en una auténtica revelación personal. Otros se
sirven de la Revelación judeocristiana, o de la semina Verbi de otras religiones
mezcladas entre miles de restos humanos. Otros usan el recto pensar. Sea cual sea
el camino, bueno es lo que alcanza el fin deseado. Lo ideal sería usar todos los
conocimientos ordenadamente, pero primando el conocimiento místico que aúna la
revelación de Dios con la experiencia amorosa y la comunión personal.
Vamos a tocar el misterio de Dios desde diversos puntos de vista, no de un modo
exhaustivo, que puede quedar para mejor ocasión. Es tema muy adecuado para la
situación del conocimiento de Dios a principios del siglo XXI. Seguiremos lo dicho
por San Pablo: “el fin de este mandato es la caridad, que brota de un corazón
limpio, una conciencia buena y una fe sincera; algunos, al apartarse de este se han
convertido en charlatanes, pretendiendo ser doctores de la ley cuando no entienden
lo que dicen ni lo que tan rotundamente afirman”2. San Tomás de Aquino explica
que esto es así porque “quienes no tienen la fe verdadera no pueden amar a Dios,
pues quien cree cosas falsas acerca de Dios ya no ama a Dios”3; a lo sumo amará
una falsa caricatura de Dios. Esto es válido también para los que no amando a Dios
le atacan, o son ateos de una caricatura de Dios que no es el rostro del verdadero
Dios. De eso vamos a tratar en este trabajo.

1
Jn 17,3
2
1 Tim 5-7
3
Santo Tomás de Aquino. Comentario sobre I Tim ad loc.

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2 La difícil noción de Dios.


Martín Buber cita en su libro “el eclipse de Dios” una conversación con un anciano
pensador que en un momento determinado le dice: “¿Cómo puede usted repetir
Dios una y otra vez? ¿Cómo puede esperar que sus lectores tomen la palabra en el
sentido en que usted quiere que sea tomada? Lo que usted quiere decir con el
nombre de Dios es algo muy por encima de todo alcance y comprensión humanas,
pero al hablar de él lo ha hecho descender al plano de la conceptualización del
hombre. ¡Qué otra palabra de habla humana ha sufrido tantos abusos, ha sido tan
corrompida, tan profanada! Toda la sangre inocente por ella derramada la ha
despojado de todo su esplendor. Toda la injusticia con ella cubierta ha borrado sus
rasgos salientes. Cuando oigo llamar “Dios” a lo más elevado, me parece casi una
blasfemia”4.
La respuesta del mismo Buber requiere una mirada detallada: “Sí –dije-, es la más
abrumadora de las cargas de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan
envilecida, tan mutilada. Precisamente por esta razón no puedo abandonarla.
Generaciones de hombres han depositado la carga de sus vidas angustiadas sobre
esta palabra y la han abatido hasta dar con ella por tierra; yace ahora en el polvo
y soporta todas esas cargas. Las razas humanas la han despedazado con sus
facciones religiosas; han matado por ella y han muerto por ella y ostentan las
huellas de sus dedos y su sangre. ¡Dónde podría encontrar una palabra como ésta
para describir lo elevado! Si escogiera el concepto más puro, más resplandeciente
del santuario más resguardado de los filósofos, sólo podría captar con él un
producto del pensamiento, que no establece ligazón alguna. No podría captar la
presencia de Aquel a quien generaciones de hombres han honrado y degradado con
su pavoroso vivir y morir. Me refiero a Aquél a quien se refieren las generaciones
de hombres atormentados por el infierno y golpeando las puertas del cielo. Es
cierto, ellos dibujan caricaturas y les ponen por título Dios; se asesinan unos a
otros y dicen “en el nombre de Dios”. Pero cuando toda la locura y el engaño
vuelven al polvo, cuando los hombres se encuentra frente a Él en la más solitaria
oscuridad y ya no dicen “Él, Él”, sino que suspiran “Tú”, gritan “Tú”, todos ellos la
misma palabra, y cuando agregan “Dios”, ¿no es acaso el verdadero Dios al que
imploran, al único Dios Viviente, al Dios de los hijos del hombre? ¿No es Él acaso
quien les oye? Y solo por este motivo, ¿no es la palabra de la súplica, la palabra
convertida en nombre consagrado en todos los idiomas humanos de todos los
tiempos? Debemos estimar a quienes la prohíben porque se rebelan contra la
injusticia y el mal tan prontamente remitidos a “Dios” en procura de autorización.
Pero no podemos renunciar a ella. ¡Qué comprensible resulta que algunos sugieran
permanecer en silencio durante algún tiempo respecto de “las cosas últimas”, para
que las palabras mal empleadas puedan ser redimidas! Mas no han de ser
redimidas así. No podemos limpiar la palabra “Dios” y no podemos devolverle su
integridad; sin embargo, profanada y mutilada como está podemos levantarla del
polvo y erigirla por sobre una hora de gran zozobra”5. Estas palabras están escritas
a mitad del siglo XX y los frutos de ese eclipse de Dios en la mente de muchos
hombres, especialmente los racionalistas y los materialistas, no ha sido inocuo.
Uno de los campos donde se manifiesta más estas deformaciones es en la moral.
No en vano detectaba Pío XII que la crisis de nuestro tiempo era una “crisis del

4
Martín Buber. El eclipse de Dios. Fondo de cultura económica p.32
5
ibid. pp.33-34

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sentido de pecado”, y Juan Pablo II confirmaba esta afirmación señalando que se


debía a una “crisis del sentido de Dios”. Una alteración de la verdad en la idea
sobre Dios repercute en una noción sobre la moral, pues el bien absoluto es Dios.
Veamos históricamente algunos hitos de esta crisis. En un punto álgido del
sentido de Dios podemos situar a Santo Tomás de Aquino, en él se junta la mente
pensante del filósofo, con la luz de la fe que eleva el pensamiento humano y el
modo de pensar teológico, todo ello eleva todo el conocer humano a niveles
sublimes. De una parte aprovecha la aportación de la filosofía apofática del pseudo
Dionisio que llega a Dios por la vía negativa de modo que Dios es más que todo lo
que podemos afirmar de Él; es el hiper bien, la hiper verdad, el hiper uno, porque
nuestro conocimiento de verdad, belleza, bien, unidad son limitados, y Dios es
misterio que todo lo supera. Después llega al descubrimiento del Esse en toda su
riqueza no reducible a la esencia y que tiene toda la perfección del acto puro. Dios
es el Ipsum Esse subsistens, perfección, pura y subsistente. Si a esto añadimos la
revelación de la intimidad de Dios como un ser Trino en personas en comunión de
amor, la riqueza es máxima aunque supere por elevación a la razón y se acceda a
Éll por la fe y los dones del Espíritu Santo.
La idea del hombre como imagen de Dios es riquísima. La moral se basa en tomar
como eje, fin y fundamento, a ese Dios, rico en ser, verdad y amor, libre, fin último
de la criatura libre. Ese Dios amor crea por amor, llama al amor verdadero al
hombre que se dignifica con la acción moral. Ser imagen de Dios es entonces una
realidad riquísima, es ser alguien ante Dios y para siempre, persona que habla y
ama a las personas divinas en diálogo de comunión eterna en la condescendencia
divina.
Un primer decaimiento de esta noción se da en Duns Scoto que tiene una idea
sobre Dios que dará frutos no queridos. En primer lugar el ser no es el esse, Acto
único y rico, sino que el ser es común a todos los seres, lo más común, es el
concepto común del ser que influye mucho en la noción del ser divino. Entre los
atributos divinos, Escoto concede gran importancia a la omnipotencia. Dios puede
hacer todas las cosas posibles por sí mismo sin el concurso de causas intermedias.
Dios tiene poder absoluto sin ninguna contingencia que lo limite, a no ser lo que de
suyo es contradictorio. La moral está más fundada en la obediencia a la voluntad de
Dios que en otras razones. La Voluntad estará sobre la Inteligencia y la Sabiduría
divinas. En el hombre la voluntad también estará sobre la inteligencia y la
racionalidad, principio de graves consecuencias.
En Ockham es problema se agrava, la teología y la fe se alejan del conocer
filosófico al que apenas fecundan. Dios está en su pensamiento más lejos, por ello
insiste en la voluntad de Dios de tal manera que el principio de no contradicción ya
no es obstáculo para el querer divino. No hay acciones contradictorias (puede
hacerse esto y su contrario, sin que ello suponga problema alguno); hay, en
cambio, cosas que, si existiesen, es decir, si fuesen hechas, al estar hechas serían
contradictorias: y, por ello, Dios no puede hacerse a sí mismo. Pero Dios podía
habernos mandado que le odiáramos, y, en tal caso, odiarle sería bueno. En otras
palabras, la bondad y la malicia de las acciones humanas radica exclusivamente en
la obediencia o desobediencia a la voluntad divina pura, entendida ésta como algo
arbitrario para nosotros, o, al menos carente de toda razón, es decir, al margen de
su Intelecto y de su Ser. Dios no manda hacer lo bueno y evitar lo malo, sino
simplemente obedecerle. Por eso mismo, no hay acciones buenas o malas, ni
meritorias y, por ello, Dios podría condenar a los inocentes y salvar a los culpables.
Esta idea disparatada tiene una enorme influencia en los tiempos posteriores,
especialmente en Lutero. La noción de un Dios caprichoso e irracional, ni amoroso
ni justiciero se aproxima a las ideas de los dioses paganos especialmente los del

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Norte de Europa. Se ve en este autor una descristianización de la noción de Dios


bastante notable. Se vislumbra el grave pecado de un voluntarismo lúcido, aún con
Dios, pero pronto contra Dios. Los saberes se separan, los descubrimientos de la
ciencia experimental atraen a muchos hasta que llegue a ser la técnica un
instrumento al servicio de la voluntad de poder, la filosofía se separa de la teología
en una inmersión en lo que será un racionalismo que se cree autosuficiente, y la fe
tiene una incidencia accidental con ausencia de vida.
Lucero, formado en este ambiente intelectual, tiene esa noción de un Dios
caprichoso y terrible, lejana a la paternidad tantas veces revelada. Extraña su
pavor en su primera Misa cuando repite Te igitur clementissime Pater, y sólo cabe
entender el temor a ese Padre clementísimo y misericordioso si lo entiende como
una clemencia que depende de una decisión incomprensible, no basada en la
verdad y el amor de un verdadero Dios Padre. Si a esto unimos un alma
atormentada por la salvación y una conciencia angustiada por el pecado se explica
la rebelión protestante del hombre al mismo tiempo justo y pecador, la moral se
hace puritana, contradictoriamente permisiva. La raíz de su actitud y rebeldía
posterior es la idea de Dios lejano del amor revelado por Jesucristo. La idea de un
Dios justiciero y vengativo le atormenta hasta la desesperación y la angustia, lo
que unido a escrúpulos y obsesiones hace una mezcla verdaderamente explosiva.
Considera incompatibles el Dios justiciero que arde en cólera y venganza con el
hombre pecador. Cristo mismo se hace pecador ante ese Dios implacable para
justificar externamente al hombre obsesionado con la salvación. La problemática se
ha desplazado al hombre, pero el fundamento es la idea subyacente e indeseable
de Dios, que se irá acentuando en sus seguidores.
Calvino tendrá la misma idea con el añadido de que unos están predestinados a la
salvación y otros a la condenación, hagan lo que hagan. Esto muestra más
intensamente aún a un Dios caprichoso, injusto en el fondo, aunque se digan otras
cosas con las palabras. El decaimiento es imparable. No es impensable que en este
ambiente, junto a una religiosidad rígida, se den rebeliones y desasosiegos.
Aunque en otra órbita de pensamiento encontramos en Descartes una idea poco
cristiana de Dios, pues al sostener que el inicio de su pensamiento es el pensar
para llegar a la certeza, cuando más bien es un querer dudar ante lo evidente,
secretamente se esconde la voluntad como el inicio del pensar. Dice que su
pensamiento es muy adecuado para demostrar la existencia de Dios desde el acto
de pensar puro, pero nada dice de Él y ese silencio es elocuente mostrando por su
carencia un alejamiento de Dios que equivale a un agnosticismo práctico. Su Dios
es sólo un Dios pensado del que nada se sabe realmente.
En Spinoza Dios equivale a la naturaleza, es Causa sui en el sentido de que todas
las causas toman de él su causalidad. Esta idea tan contradictoria a la mente
realista, en realidad es una inversión en cuanto la esencia de Dios precede a su
existencia. De ahí que su Deus sive natura (Dios o naturaleza) no sea más que un
panteísmo, que por una parte puede llevar al materialismo, y de otra ha reducido
aún más la noción de Dios a lo que se da en el mundo material. Su negación de la
revelación es total. Estamos lejos de un Dios personal, que habla y ama a los
hombres en un acto de libertad creadora y reformadora.
Kant es el filosofo del luteranismo. Niega que se pueda llegar por el conocimiento
intelectual a Dios y sólo lo postula la moral. Cree en Dios, pero el agnosticismo es
total. A Lutero no le interesaba el Dios en sí, sólo el Dios para mí. Kant no llega a
Dios por la razón pura y sólo a un Dios casi desconocido, legislador oculto y
exigente de una moral del deber por el deber, por la razón práctica. El
empobrecimiento es grande en el conocimiento de Dios.

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Los idealistas ahondan el problema al hablar del absoluto. Hegel afirma de Dios
que es un absoluto que toma conciencia de sí en el hombre y en la historia en una
dialéctica de muerte de Dios para vivir conociéndose tras las leyes de la razón que
él ha descubierto. Se puede decir que su transformación de cristiano a gnóstico es
casi completa en las mismas elucubraciones racionales desprovistas de realidad. Es
lógico que Feuerbach, y con él los marxistas, digan que ese Dios no es Dios, sino
una proyección del espíritu humano, y reduzcan la noción de Dios a antropología o
a materia dialéctica siendo la religión una alineación. Todos niegan la libertad y con
ella la moral está al servicio de una necesidad más o menos desconocida.
Otra decadencia de la idea de Dios se advierte en la inversión de valores del
desenmascarador del racionalismo y de los diversos nominalismos, que es
Nietzsche. La raíz de sus planteamientos es la voluntad y Dios es el oponente. El
enemigo, el que tiene el poder y el saber y al que tiene que matar como se mata al
padre para apoderarse de la herencia. Veamos la famosa contraoración de
Nietzsche:
“¡Inexplicable! ¡Velado! ¿Terrible!
¡Cazador de detrás de las nubes!
Fulminado por ti,
ojo fisgón, que me acechas desde la oscuridad,
así estoy, abatido, doblégame, retuérceme.
Atormentado por todas las eternas torturas,
tocado por ti, cruelísimo cazador
desconocido...¡Dios!
¡fuera!
Entonces huyó, él mismo,
mi último, único compañero,
mi gran enemigo,
mi desconocido,
mi verdugo...¡Dios!”6
Esta visión de un Dios cruel, cazador, enemigo, torturador no nace sólo de él
mismo, sino de la larga tradición de alejamiento del Dios Padre Amante, del Hijo
Amado y del Espíritu Santo Amor. La consecuencia es la rebelión y la creación de
una moral alejada voluntariamente de la verdad, enfrentada a Dios.
La moral será el campo de expansión preferido para la voluntad de poder que
consiste en ponerse el hombre en el lugar de Dios para construir una nueva moral.
El nietzscheano es como un gnóstico que ha alcanzado el nivel espiritual y puede
vivir en el exceso de libertinaje pues está por encima del bien y del mal. Se ha
pasado del amor a Dios bueno, amoroso y verdadero al odio a Dios, aunque quizá
con una nostalgia de Dios como plenitud de toda la belleza que se hace imposible al
hombre rebelde. La moral es una anti moral consciente y programada. La raíz es un
acto libre más o menos consciente. En el caso de Nietzsche ese acto libre es muy
consciente y lúcido y sus consecuencias las estamos viendo en el alba del tercer
milenio, cien años después de su muerte. Algunos se dicen: hemos pisado fondo,
pero está por ver el espesor del lodo de ese fondo. Es posible que el siguiente paso
sea pasar del super hombre a la religión del Malo, como se intuye en las luchas
dualistas de los gnósticos evolucionados, especialmente en la cábala y en la enorme
extensión de las sectas satánicas y derivados.

6
Nietzsche. Zaratrusta

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Heidegger también habla sobre el problema. No lo resuelve, pero lo constata


cuando dice que “la afirmación ‘Dios ha sido asesinado’ significa que el hombre
contemporáneo ha desplazado el concepto de Dios desde el ámbito del ser objetivo
hasta la ‘inmanencia de la subjetividad’. El pensamiento específicamente moderno
no puede ya soportar un Dios no confinado a la subjetividad del hombre, que no
sea un ‘valor supremo’”7. De ahí que tenga expresiones que manifiestan una
nostalgia y quizá un deseo como “la aparición de Dios y los dioses puede volver a
comenzar” comentando el poema de Hölderlin: “¡Ay! Nuesta generación camina en
la noche, vive como en el Infierno, sin lo divino”8. Ciertamente el infierno es la
autoexclusión del amor de Dios, terrible y horrendo. Y los humanismos sin Dios han
acabado una y otra vez atacando al propio hombre. Es lógico pensar en una
reacción, si quedan fuerzas intelectuales y morales para este acto valiente de fe y
razón. Heidegger constata que Dios puede levantarse de entre los muertos, es
decir, producirse una crisis en la cual lo divino o lo sagrado aparezcan en formas
nuevas y aún no anticipadas, “puede volver a comenzar una aparición de Dios y de
los dioses” y piensa el “el tiempo de los dioses que ha huido y del Dios que vendrá”
después de la edad de la ausencia de Dios9. El intento de recuperarlo en la historia
parece fracasado frente a la manifestación del verdadero Dios vivo que acude a la
petición indigente y humilde del orante que dice: “Ven”.
Ésta es la meta: aunar la filosofía cristiana que usa su método propio, pero
sabiendo lo que se le ha revelado por la fe, con la teología que parte de la
revelación para llegar a una inteligencia de la fe explicitando lo más posible el
misterio, y luego denunciar los decaimientos de la cuestión más importante:
conocer al Dios verdadero que lleva a la vida, pues “ésta es la vida eterna que te
conozcan a Ti y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3)
Veamos el camino seguido por Edith Stein, conversa desde el ateísmo, que
descubre la fe en la lectura de la vida de Santa Teresa de Jesús como una
experiencia de trato con el Dios vivo. Filósofa, contemplativa y mártir realiza un
itinerario de lucidez y de humildad, cuya falta quizá sea una de las limitaciones
mayores de todos los que hemos visto anteriormente.
“Hemos partido del hecho innegable de nuestro propio ser. Éste se ha manifestado
como un ser fugitivo que pasa de un instante a otro y, por consiguiente,
impensable sin otro ser fundado en sí mismo y creador, dueño de todo ser, en
breves palabras, el ser mismo”10. Este ser eterno ocupa todo el abismo posible de
la nada, además “el ser supremo es necesariamente un persona”11. Profundizando
más ve que “lo que me da el ser y colma al mismo tiempo este ser de inteligencia,
no debe ser solamente el ser supremo, sino también la inteligencia suprema”12, en
otras palabras el Logos, de modo que se puede decir: “al principio era la
Inteligencia”13. Y con libertad añade: “nosotros agregamos también lo que dice la
sabiduría eterna por la boca del apóstol Pablo.”Él existe antes de todas las cosas y
todas las cosas subsisten en Él (Col 1,17)”14. Dios, el ser supremo, es Persona, es

7
Martín Buber El eclipse de Dios. p.46 Fondo de cultura económica
8
citado en Martín Buber. El eclise de Dios p. 47
9
citado en Martín Buber ibid pp102-103
10
Edith Stein. Ser finito y ser eterno. P.121
11
o.c. p. 122
12
o.c. p.123
13
o.c.p.124
14
o.c. p.125

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eterno, es sabiduría, ya conocemos más de Él, es un ser real, no un ser pensado,


desde la fe se puede decir que es el Verbo “El Padre se expresa y el Verbo es su
palabra”15, o dicho de otro modo: en el primer ente estaba el Logos (la inteligencia
o la esencia divina) –en el Padre estaba el Hijo, la Inteligencia de lo real primitivo.
La generación del Hijo significa la presencia de la esencia en la nueva realidad
personal del Hijo, que no sobrepasa, sin embargo, la realidad primera del Padre”16.
Este afirmar a Dios como aquel cuya esencia es el ser no llega a comprender la
esencia divina, pues si “comprehedis non est Deus”, no podemos abrazar
completamente lo que queremos decir, pues rebasa la capacidad humana, “todas la
veces que tratamos en la tierra de captar el infinito, captamos solamente una
parábola finita”17, aunque “el ser esencial de Dios es el ser real y, de hecho, el ser
más real”18. El ser es uno y simple por una parte fundamento de la multiplicidad, la
solución está más allá de los límites filosóficos, que son los que abordará Edith
Stein.
El siguiente paso es ver en Dios los trascendentales: unidad, verdad, bien, belleza.
Usando la expresión de San Anselmo para Dios de id quod magis cogitari non
posse. Edith Stein percibe que todas las palabras deben sufrir una modificación de
sentido cuando son transpuestas a Dios. Por eso, hablando de que Dios es la
Verdad, dice que “su saber es en verdad un saber anterior a todas las cosas
creadas y absolutamente independiente de ellas”19. La inteligibilidad máxima se da
en Dios. Decir que Dios es bueno es señalar que es un trascendental del ser, bien
es “la medida de lo perfecto”20, no es perfectible como los seres creados porque
tiene toda la perfección, es decir, es plenamente santo. La belleza se distingue del
bien en cuanto hace referencia a lo inmóvil y el bien a lo móvil, lo que atrae. Lo
bello está fundado en el orden, la justa proporción y la determinación, o dicho de
otro modo la perfección, la justa medida y la claridad. “La belleza es un resplandor
que toca el alma”21.
Una vez dados los pasos de la metafísica pasa al nombre revelado de Dios como Yo
soy el que soy, que es el nombre que Dios se da a sí mismo dice: “el “Yo soy”
significa: yo vivo, yo sé, yo quiero, yo amo; pero todo esto no constituye una
sucesión, una yuxtaposición de actos temporales; al contrario, se trata de algo que
es absolutamente uno desde toda la eternidad en la unidad del acto divino único en
el que coinciden todos los significados diferentes de la palabra acto: ser real,
presente vivo, ser acabado, movimiento espiritual, acto libre. El yo divino no está
vacío, sino que él contiene, abraza y dirige toda la plenitud (...) la plenitud del ser
está formada personalmente, (...) es ser esencial,(...) Pues en Dios, en cuanto “Yo
soy”, la esencia y el ser son inseparables”22. Los trascendentales los entendíamos
respecto al hombre elevándolos a la perfección, “ahora todas estas determinaciones
son trazadas en el “Yo soy” de una manera indivisible”23.

15
o.c.p. 124
16
o.c. p 125
17
o.c. p.127
18
o.c. p.127
19
o.c. p.322
20
o.c. p.326
21
o.c. p.340
22
o.c. pp. 361 y 362
23
o.c. p. 363

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Un paso posterior es el descubrimiento de la Trinidad, el “Yo soy” es amor,


recíproco, eterno. “La vida interior de Dios es el amor recíproco enteramente libre,
inmutable, eterno de las personas divinas entre sí. Su don recíproco es la esencia y
el ser existenciales y únicos, eternos, infinitos que abrazan perfectamente a cada
una de ellas y a todas juntas. El Padre lo ofrece –desde toda la eternidad- al Hijo al
engendrarlo y mientras el Padre y el Hijo se dan el uno al otro, el Espíritu Santo
procede ellos” 24. Sigue Edit Stein mostrando a Dios en su Trinidad y añade: “Dios
es el amor, pero el amor es un más libre don de sí, de un yo a un tú y una unidad
existencial de los dos en un nosotros. Puesto que Dios es espíritu, es transparente a
sí mismo y produce desde toda la eternidad la imagen de su ser en la que Él se ve
a sí mismo, es decir, su Hijo idéntico a Él, la sabiduría o el Verbo(...) Cuando el Hijo
y el Padre se aman el uno al otro, su don de sí es al mismo tiempo un acto libre de
la persona del amor. Pero el amor es la vida en la más alta perfección: el ser que se
da eternamente sin sufrir ninguna disminución, la fecundidad infinita. Por eso el
Espíritu Santo es el don, no sólo el don de sí de las personas divinas entre sí, sino
el don de sí de la divinidad a todo lo que es exterior; contiene en sí todos los dones
que Dios hace a las creaturas”25. Se advierte en estas palabras la emoción de la
que desde el ateísmo ha descubierto la riqueza íntima de Dios y de su vida interior.
Dios ya no es algo que explica lo inexplicable, sino alguien para amar que da su
vida eterna al hombre en una comunión inefable. Sobre esta base se puede
elaborar una moral que esté de acuerdo con el ser del hombre pues ya sabemos
qué el bien no es más el capricho de una libertad separada de la verdad que acaba
en verdaderas degeneraciones y abusos. La moral pasa a ser un acto de
correspondencia al amor, una libertad que elige amar a Dios y por Dios a todos y a
todos. La ley deja de ser una imposición positivista para ser el camino para
alcanzar la perfección de ese Dios que espera al caminante.
Los hechos muestran, a principio del tercer milenio, un clima cultural que podemos
llamar de indiferentismo ético, o de vacío moral, o, más aún, de una inversión de
valores. Muchos son los que lo atestiguan, también fuera del ámbito religioso.
Como dice Aurelio Fernández: “conviene reseñar que los que hacen la denuncia ya
no son las diversas instancias religiosas (tradicionalmente ésta parecía constituir la
misión exclusiva de los eclesiásticos), sino que a ellas se añaden las mentes mas
preclaras de la cultura y de los filósofos etc., acusan constantemente y con dureza
la grave crisis que padecen los hombres y la sociedad de nuestro tiempo. Se llega a
afirmar que nos encontramos en una etapa que ya ha superado el estadio de
inmoralidad, que se caracteriza por la conculcación de los principios morales; que
también hemos atravesado el estadio de amoralidad, caracterizado por la vida
espontánea, que no tiene en cuenta para nada los principio éticos y que hemos
alcanzado la etapa final como de desmoralización, en la cual el mal moral produce
tal estado de desventura social que no puede ser contrarrestado por el bien que
también produce la dinámica de la convivencia. De hecho los estados se sienten
impotentes para erradicar algunos vicios de los ciudadanos, por ejemplo, la
delincuencia organizada, el terrorismo, la drogadicción, el paro, la xenofobia etc”26.
Como indica la Veritatis Splendor “ha venido a crearse una nueva situación dentro
de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones
de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente
teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia. Ya no se trata de
constataciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas

24
o.c. p.367
25
o.c. p. 433
26
Aurelio Fernández. Anunciar el mensaje cristiano en el nuevo milenio. Temes d’avui p.30

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concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de manera global y


sistemática, el patrimonio moral. La influencia más o menos velada de corrientes de
pensamiento que acaban de erradicar la libertad humana de su relación esencial y
constitutiva de la verdad. Y así se rechaza la doctrina tradicional sobre la ley
natural y sobre la universalidad y la permanente validez de sus preceptos;
considera simplemente inaceptables algunas enseñanzas morales de la Iglesia;
opina que el mismo Magisterio no ha de intervenir en cuestiones morales mas que
para exhortar a las conciencia y proponer valores en los cuales cada uno basará
después autónomamente sus decisiones y opciones de vida” (VS,4).
Ejemplos de mentes lúcidas de este estado de crisis moral son, por ejemplo,
Spengler en “La decadencia de Occidente” (1918-1922), Horkheimer “Dialéctica de
la Ilustración” 1944; Romano Guardini “Fin de los tiempos modernos” 1950; Ghelen
“El fin de la modernidad”; Fromm “Tener o ser” 1978; Morin “Para salir del siglo”
1981; Peccei “Testimonio sobre el futuro 1981; Spaeman “Fin de la modernidad”
1982, y el mismo posmodernismo que se contenta con unos mínimos morales
siempre a la baja. El pesimismo de los que no atisban soluciones es constante.
Una vez constatado el problema es el momento de enfrentarse a las soluciones.
Intentar avanzar en el conocimiento de Dios, conscientes del misterio de su
infinitud y de la limitada capacidad humana. Este avance requiere una audacia
humilde. Ni pensar que se puede abarcar al Inabarcable, ni apocarse y no intentar
avanzar lo más posible superando lo conocido en siglos interiores con un
pensamiento que sea razón y mística al mismo tiempo.

2.1 El Dios de las pruebas


Las pruebas de la existencia de Dios son útiles para los que se encuentran en un
nivel de descreimiento. También lo son para confirmar a los que creen y no
piensen que lo suyo es credulidad. Pero, en realidad, son más útiles para
profundizar en la esencia de Dios que para probar la existencia de Dios. Se diga lo
que se diga todo ser humano es o panteísta, o dualista gnóstico, o creacionista. Las
pruebas llevan a un Dios creador sin hablar de la Revelación sobre la creación.
La Sagrada Escritura es clara en este camino de conocimiento. La aceptación de la
existencia de Dios en el Antiguo Testamento es considerada como casi evidente,
supuesta, jamás negada. Que Dios no existe lo dice sin duda “el necio” (Sal 14, 1 y
53,2) o los que “no quieren sujetarse a sus mandatos” (Jer 5,12). Todas las cosas y
acontecimientos se convierten en una manifestación de Él: “Alabad a Yahvé todas
las gentes, alabadle todas las gentes” (Sal 116,1); “Alabad a Yahvé desde la tierra
los cetáceos y todos los abismos, el fuego, el granizo, la nieve, la niebla, el viento
impetuoso, que ejecuta sus mandatos; los montes y todos los collados, los árboles
frutales y los cedros todos; las fieras y todos los ganados, los reptiles y las aves
aladas; los reyes de la tierra, y los jóvenes y las doncellas, los ancianos y los niños,
alaben el nombre de Yahvé, porque sólo su nombre es sublime; su magnificencia
sobrepasa a los cielos y a la tierra” (Sal 148,7-13).
Más tarde, el libro de la Sabiduría amonesta al pueblo de Israel con estas palabras:
“Vanos son todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los
bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es fuente de ellos, y por la
consideración de las obras no conocieron al artífice... pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas, por razonamiento se llega a conocer al hacedor de
éstas... Porque si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el
universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?” (Sab 13, 1-9). El libro
de la Sabiduría muestra a la creación como un camino fácil de recorrer hacia Dios y
ve en la divinización del mundo un error religioso-moral.

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Un razonamiento parecido es el de San Pablo: “Lo cognoscible de Dios es manifiesto


entre ellos (los gentiles), pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del
mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, es conocido mediante las
obras. De manera que son inexcusables, por cuanto, conociendo a Dios, no le
glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus
razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón, y alardeando de
sabios se hicieron necios, y trocaron la gloria de Dios incorruptible por la semejanza
del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles” (Rom 1, 19-23). El
hombre por su orgullo desprecia la verdad de Dios y cae en la idolatría.
En otros dos lugares San Pablo habla de la cognoscibilidad natural de Dios. En el
discurso de Listra enseña a sus oyentes que Dios “no las dejó (a las naciones) sin
testimonio de sí mismo, haciendo el bien y dispensando desde el cielo las lluvias y
las estaciones fructíferas, llenando de alimentos y alegría nuestros corazones” (Act
14, 14-18). Y en el Areópago de Atenas expone las mismas razones: “Puesto en
pie Pablo en medio del Areópago, dijo: "Atenienses, veo que sois sobremanera
religiosos; porque al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto he hallado un
altar en el cual está escrito: "Al dios desconocido". Pues ese que sin conocerle
veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que
hay en él, ése, siendo Señor del cielo y de la tierra no habita en templos hechos por
mano del hombre, ni por manos humanas es servicio, como si necesitase de algo,
siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo de
uno todo el linaje humano para poblar toda la haz de la tierra. Él fijó las estaciones
y los confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y siquiera
a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos
y nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas han dicho: Porque
somos linaje suyo. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la
divinidad es semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, obra del arte y del
pensamiento humano. Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima en
todas partes a los hombres que todos se arrepientan, por cuanto tiene fijado el día
en que juzgará la tierra habitada con justicia por medio de un Hombre, a quien ha
destinado, acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos”(Act
17, 22-34). El camino de la fe es claro y lleno de pistas para acceder a Dios y
conocerle también por la razón de la que no se niega su valor.

2.1.1 Demostración cosmológica de la existencia de Dios


En el primer caso se vuelve a plantear el mismo problema, por lo cual hay que
concluir que existe una inteligencia que es su mismo acto de entender, a la cual
todos llamamos Dios
A nosotros nos interesa el final de las pruebas, qué es lo que “todos llamamos Dios”
de una manera imprecisa, pero segura. Ya vimos que en esta expresión se
condensa que la convicción de todos emerge de esa presencia inmanente de Dios
en el ser de todo y, después en la necesidad de que exista un ser transcendente
más allá de la fragilidad de lo creado. Pero el final se puede reunir en cinco
nociones que permiten ve a Dios en tres aspectos de su Ser Creador: Primer Motor
Inmóvil, Primera Causa Incausada, Ser Necesario, Ser perfectamente Bello,
Inteligencia Ordenadora

2.1.2 Primer Motor Inmóvil


Vamos a tomar la exposición de Santo Tomás de Aquino para considerarla
detenidamente.

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La 1ª, Vía del movimiento, parte del hecho de que hay cosas que se mueven. Pero
todo lo que se mueve es movido por otro, porque si se moviera a sí mismo se
estaría dando una perfección que aún no tiene, lo cual es absurdo. No se puede
admitir una serie indefinida de motores sin que haya un primer motor que no sea
movido por nadie y que a su vez mueva a los otros, ya este primer motor o acto
puro le llamamos Dios.
Si pensamos en un objeto en movimiento. Antes estaba parado, ahora se mueve.
¿Por qué se mueve? Sólo caben dos respuestas; se mueve por sí mismo o se
mueve por otro. Si se mueve por si mismo quiere decir que cuando estaba parado
ya tenía la propiedad de estar moviéndose, pues estamos diciendo que el
movimiento lo tiene por sí mismo. Este objeto está, al mismo tiempo, parado y
moviéndose. Esto es contradictorio.
Un coche no es un automóvil, porque no se mueve por sí mismo. Se mueve porque
tiene motor y ruedas. Y el motor tampoco se mueve sólo, sino por la gasolina. Y la
gasolina explosiona en el motor porque tiene esta capacidad energética. Y la
energía le viene de que los árboles absorbieron ésta energía del sol, y después con
el paso de los siglos y sometidos a grandes presiones, se convirtieron en petróleo
del que se saca la gasolina. El sol, emite energía porque se producen reacciones de
fusión y fisión de los átomos. Los átomos a su vez, se unen y separan porque
tienen núcleo y electrones. Estos a su vez... y así podemos continuar... hasta que
encontremos la última y primera causa de todo este movimiento. Esta causa no
puede ser causada, porque si lo fuera volveríamos a empezar todo el proceso hasta
llegar verdaderamente a la causa última y nos deberíamos preguntar de nuevo
¿quién la ha causado? Pues bien, la causa incausada es la definición de lo que
llamamos Dios. Una causa que nadie ha hecho, que ella misma es su existencia. Es
lo mismo que Yahvé dijo a Moisés al darle su nombre. «Yo soy el que soy» (Ex
3,14), el que existe por si mismo, como ya hemos dicho.
Por tanto, sólo es válida la segunda respuesta: el motor se mueve por otro y este
otro, después de muchos intermediarios, es movido por una causa incausada que
tiene el movimiento por sí mismo: Dios.
La polémica entre la inmovilidad y el cambio es antigua. Parménides defiende la
estabilidad del Ser y Heráclito que todo se mueve. Si nos fijamos en algunos datos
tomados de la ciencia experimental se plantea la misma cuestión. La primera es de
la termodinámica, que enseña que según el principio de Carnot (el más metafísico
de los principios físicos, como decía Bergson) al volver a un punto inicia después de
un proceso se pierde energía, o mejor se pasa a una energía menos utilizable como
en el calor. El ciclo es irreversible, siempre hay pérdidas. La expresión física es que
aumenta la entropía, o el desorden por decirlo de un modo imaginativo. O
llevándolo a sus últimas consecuencias, que el universo se degradará, se enfriará,
no moverá nada. Luego en el inicio el empujón energético fue imponente, como
confirman las experimentaciones sobre el Big Bang. Si se observa la biología ocurre
lo mismo, el cambio es casi total. Las generaciones duran poco, algunas bacterias
segundos, los cambios evolutivos también. El cerebro está en continuo movimiento.
Y todo ser vivo igual. Los cambios de los minerales también se continuos, aunque
no estén vivos; y existen edades geológicas que conocemos bastante.
El razonamiento que no vamos a repetir, habla de un Movimiento y de un Motor no
movido, por otro. Dios se muestra como Acto que mueve y no es movido. Todos los
movimientos encuentran en Él su principio activo. El Acto puro de Ser, que es Dios,
no es algo abstracto sino fuente de todas las energías que mueven el Universo. Ya
es un paso en el conocimiento de Dios utilizando sólo los sentidos para la ver y la
razón para razonar.

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2.1.3 Primera Causa Incausada


Demos el segundo paso, similar, pero no igual, al primero.
La 2ª, Vía de fa causalidad eficiente, parte del hecho de que hay causas eficientes
que producen un efecto distinto de ellas mismas. Pero como ninguna de las causas
eficientes es causa de sí misma, porque sería al mismo tiempo causa y efecto de sí
misma, hay que concluir que hay una primera causa eficiente, no causada y causa
de todas las demás, a la que llamamos Dios. Es el ejemplo del reloj suspendido por
la cadena.
Hume negó la posibilidad de la ciencia al negar la causalidad. Kant intenta
recuperarla con la causalidad mental. Spinoza afirma que Dios es Causa sui con un
sentido muy distinto a la noción tradicional de causa. Para la ciencia experimental
es más fácil. Estudia hechos, y cuando se repiten establece una ley general. La
base de este procedimiento es que acepta que no existe azar en la mayoría de la
cuestiones. Si pones acido más base surgirá sal más agua en proporciones bien
conocidas. Si mueves una bobina en un campo magnético se produce electricidad.
Si se produce una fisión nuclear se da una gran expansión de energía con radiones
nucleares y perdida de masa. Así es la ciencia experimental. Pascal consiguió
dominar bastante el azar con el cálculo de probabilidades. Prigogine sostiene que
hasta el caos físico tiene un orden maravilloso. No hay efecto sin causa. Y nada es
causa de sí mismo en el mundo físico.
La noción de Dios se enriquece para la mente humana con un nuevo aspecto, el de
la causalidad absoluta. Prescindo de nuevo del argumento demostrativo más arriba
enunciado y que comparto. Ahora Dios se nos presente como causante de todos los
efectos. Además ninguna causa puede ser proporcionada de su existencia pues
sería retroceder la serie de causas al infinito, cosa imposible. Luego todo reside en
Dios en su origen. Además encontramos una nueva luz al observar a Dios como
Causa. Una causa es tanto más rica cuanto más independientemente es el efecto
causado. Así es el caso de los hombres, que son libres, se mueven a sí mismo en
un amplio aspecto de posibilidades. En cada acto libre se dan dos causas que
actúan cada una según su ser. La Causa próxima es el hombre (en su intimidad es
su acto de ser personal, después progresivamente la voluntad, la inteligencia, el
cerebro, el músculo etc.) y Dios como Causa sin la cual el hombre dejaría de poder
causar. En el caso de la gracia y la libertad, no es necesario recurrir a la gracia
suficiente que el hombre acepta o rechaza en la salvación. Esto es así pues gracia y
libertad actúan simultáneas cada una según su propio ser sin necesidad de situarse
en el mismo nivel de causalidad. En el caso de las leyes naturales físicas no se
tratará de una promulgación y un dejar ir, sino una autonomía según su ser
(mineral, animal etc.) siendo la causa primera una causa operante siempre en la
fuerza causante inmediata.

2.1.4 Ser Necesario


3ª, Vía de la contingencia. Al hallar en la naturaleza cosas que pueden existir y no
existir, afirmamos que han recibido la existencia de un ser que existe por sí mismo.
La razón de ello es que ninguna cosa que tenga potencia para no ser puede haber
existido siempre; porque una potencia natural de ser siempre es contradictoria con
una potencia natural de no ser en un momento determinado; de donde resulta que
no puede haber existido siempre, sino que es menester que haya comenzado a
existir. Y quien le ha dado la existencia es un ser que debe existir por sí mismo y al
que llamamos Dios.

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Si realmente cualquier cosa de la realidad puede ser y no-ser, si fuera causa de sí


mismo, se daría el hecho de que «es y no-es», y claro esto es contradictorio.
Recordar que estamos diciendo que verdaderamente la realidad -el movimiento, un
árbol, una piedra, lo que sea- puede existir como puede no existir. Si esto es así, y
no acudimos a una causa externa de cada una de estas realidades, estamos
afirmando que cada uno de estos objetos tiene el ser y el no-ser; y esto es
absurdo. Veámoslo con más detalle. Si una cosa «ya es», ya existe, la tenemos
ante nuestros ojos, ¿cómo es que no pasa a tener la otra propiedad que tiene de
«no-ser», de no existir? Porque realmente si tiene la propiedad de no existir
¿Porqué existe?, y ¿cómo se mantiene en el ser en la existencia? No puede ser por
si misma, pues lo lógico es que en algún momento actualizara la propiedad de no
existir, que ya tiene. Por tanto, hemos de acudir a una causa, que es su propia
existencia, que da esa existencia a todo lo demás. Esta causa, que es su propia
existencia, es Dios. Así, insisto, se lo dijo a Moisés. «Yo soy el que soy» (Ex 3,14),
el que existe por sí mismo.
La dificultad de que las cosas -árboles, piedras dejan en realidad de existir es sólo
aparente. Estas cosas como seres individuales si pueden dejar de existir, pero no la
materia. Recordar un principio de la física: la materia -energía, diríamos hoy día- ni
se destruye ni se crea, sólo se transforma. Por tanto, el planteamiento hecho
anteriormente es totalmente correcto y puede hacerse de esta manera, en términos
más generales: la materia o energía puede existir o no existir. Y la respuesta es la
misma que hemos dado.
Si afirmáramos que la materia o energía existe porque si, por sí misma, estaríamos
diciendo que la materia o energía es Dios -panteísmo- pues cumple perfectamente
con la definición de Dios: el ser que existe por si mismo, como ya hemos dicho
tantas veces.
El panteísmo no es lógico. Puesto que una suma, por grande que sea, de todo el
Universo -de seres imperfectos (son contingentes, podrían no existir)- no da nunca
un ser perfecto (que existe por sí mismo y por tanto no puede dejar de existir). Es
lógico buscar un ser perfecto, que da las perfecciones, aunque limitadas y
diversificadas por la materia, a todo el Universo. Este ser perfecto es Dios.
Lo mismo podemos decir planteándolo al revés. Si los seres «no-son», no existen
¿cómo es que han llegado «a-ser», a existir? Debe haber una causa que les ha
dado la existencia. Esta causa, que tiene la existencia por sí misma y es capaz de
darla a los demás es Dios.
También, es válido si tratamos más en general, de la materia o energía. Si no
existía, ¿cómo es que ahora existe? La única respuesta es la de siempre: por Dios,
el ser existente por sí mismo.
La experiencia de la contingencia, poder no ser, tener un ser levísimo, lleva o al ser
Necesario, o al nihilismo. El nihilismo de Nietzsche proviene de su negación del
Padre, de su anti teismo lúcido, con todo el dionisíaco desenfreno moral
individualista que lleva consigo. Es interesante saber que Nietzsche copia, y no cita,
a Stirner un nominalista que lleva esta visión del siglo XIV al extremo y teoriza un
individualismo total. La idea de Dios del nominalismo es la pobreza infinita de una
Omnipotencia caprichosa y cruel. En el existencialismo ateo ocurre lo mismo.
Sartre para justificar la libertad tiene que hacer unos equilibrios entre ser y nada
sorprendentes. La vida práctica de esos nihilistas oscila entre un orgullo desgarrado
o en un libertinismo extremo, como el que repite Dostoievski poniendo en boca del
parricida Smerdiakov “si Dios no existe todo está permitido” y se suicida después
de su frío crimen realizado por resentimiento y odio. En la actualidad el nihilismo
toma un rostro que quiere ser regocijante en una orgía que querría ser perpetua y

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recurre a música estridente, drogas, bebidas embriagantes sin medida, hasta el


punto que un 8% del la riqueza del mundo corresponde al consumo y venta de
estos productos. Una verdadera basura insolidaria, desamorada, egoísta y suicida,
que tiene en el nihilismo sus raíces.
El Ser necesario es el que es, el que siempre existe, el que siempre ama, el justo,
el que siempre está sobre el cambio, pero con vida no sólo como fundamento
necesario. Parménides se puede reconciliar con Heráclito en el Dios verdadero que
da una consistencia al mundo que es y no es en un instante. Dios es el Ser vivo en
continua actividad nueva siempre. Esta novedad de la vida divina no es cambio
sustancial de seres inestables y levísimos, casi nada; sino del Ser que como acto
siempre actúa en una Acción perfecta sin sucesión temporal en un siempre que es
eterno, como ya estudiaremos al considerar la eternidad y el tiempo.
Por otra parte, Dios está más allá de todos los cambios del universo creado, es más
es el fundamento sobre el que se pueden dar esos cambios. En el cambio lo que
permanece es el ser, y este ser participa de modos diversos en el Esse divino, en
Dios Creador. Aunque la idea de Absoluto tenga interpretaciones reductoras y
pequeñas, realmente Dios es el verdadero Absoluto que existe por sí mismo

2.1.5 Ser Perfecto Verdad, la Bondad, la Belleza, la Sabiduría, el


Amor
4ª Vía, los grados de perfección. Vemos que hay seres más o menos perfectos.
Santo Tomás se refiere a las perfecciones puras trascendentales que son aquellas
que no admiten ninguna imperfección, que son o no son, como por ejemplo el ser,
la verdad, la bondad. Ahora bien, si los seres las poseen en mayor o menor grado
indica que las poseen por participación y no por sí mismas; porque si las
poseyéramos por si mismas, por su naturaleza, no las tendrían en mayor o menor
grado, sino absolutamente.
Así, por ejemplo, se tiene la humanidad o no se tiene; lo que no se puede es ser
más o menos humano. Ahora bien, si las poseen por participación, tienen que ser
causadas por un ser que tenga las perfecciones por sí mismo, como propias de su
naturaleza y por ello en grado máximo; a este ser le llamamos Dios. Dios es la
Verdad, la Bondad, la Belleza, la Sabiduría, el Amor, etc. .
La 4ª vía lleva a la idea de participación, que es de las más hermosas. La verdad
nos deslumbra, la bondad nos atrae, la belleza nos emociona, sin amor no se
puede vivir. Es mas todas estas realidades invitan al progreso continuo, nunca se
puede decir basta. Es imposible en la vida terrenal proclamar que ya se ha
adquirido una posición perfecta, siempre se debe ir a más, sobre todo si se ha
saboreado de un modo genuino alguno de los aspectos de la perfección.
La novedad en esta prueba es la noción de participación. La Verdad existe en Dios y
en los seres creados en grados porque participa del origen en Dios. Lo mismo la
bondad en continuo esfuerzo ético; la Belleza es inagotable, a pesar de los engaños
de lo que se quiere llamar arte siendo nada más que un modo de vida ante incultos
y esteticistas en sentido kirkegaardiano, de inquietud frívola y superficial de lo
nuevo por la nuevo, o de la propaganda y la moda como criterios supremos de
belleza. La Sabiduría es la forma vivencial de la verdad y la bondad, que lleva a la
vida lograda y equilibrada. El amor es lo que da sentido a todo y alcanzable para
todo ser humano sea cual sea su grado de inteligencia o de sensibilidad. La noción
de participación nos lleva a dos aspectos divinos de enorme fuerza. Todas esas
realidades inalienables residen en Dios de manera tan perfecta que de Él toman su
atractivo y realidad las creadas.

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Otro aspecto de la participación es la de que el “Bien es difusivo de suyo” y también


la Verdad y la Belleza, la Sabiduría, el Amor. Esta idea de difusión natural, no
forzada, de lo positivo es perceptible en la tierra, hasta el punto que los perversos
quieren disfrazar de bueno a lo malo; los ineptos llamar arte al bodrio; los
racionalistas confundir verdad con certeza; y los sabios son buscados aunque se
disfracen de brujos y adivinos supersticiosos. El amor es imparable siempre,
aunque pueda decaer por el egoísmo disfrazado de amor. La Creación es un acto de
emanación muy distinto del panteísmo, pues es una emanación que obra por
creación ex nihilo sui et subiecti. Uniendo la noción de emanación que conecta el
origen con el efecto, la Verdad con la verdad; la Bondad con la bondad; la Belleza
con la belleza; la Sabiduría con la sabiduría; el Amor con el amor. La expresión “de
la nada” significa que no existe ningún ser precedente más que el mismo Dios, pues
sigue siendo válido que ex nihilo nihil fit, la nada es un término, no es, luego nada
puede salir de lo que no existe. Pero decir que Dios crea ex Deo podría llevar a
interpretaciones panteístas falsas y más difícilmente superables que la expresión
“creación de la nada”. La emanación creadora lleva a situar en Dios esas
perfecciones que vemos en todo lo creado, pero en un acto de novedad total, que
es la creación. Ya consideraremos despacio cada una de estas perfecciones divinas,
pero vale la pena admirar la difusividad y la irradiación de las perfecciones divinas
en la creación. Desde luego se debe evitar todo tipo de necesidad de la creación,
pues una acción gratuita, no exigida por la Naturaleza divina, como si Dios
necesitase el mundo para conocerse o éste fuese fruto de un acto impensado y
maligno, o fuese creado por los demonios o por demiurgos malos –que es lo
mismo-. Dios es verdaderamente libre al crear, pero una vez realizada la creación
su actividad interior, su irradiación interna que supera la mente humana se
expande por el universo que tiende al progreso, a pesar de las fuerzas contrarias
que existen de hecho.

2.1.6 Inteligencia Ordenadora


5ª Vía, de la finalidad. Vemos que aun las cosas que carecen de conocimiento se
mueven por un fin, pues obran ordenadamente; por lo tanto, no obran al azar, sino
intencionadamente. Ahora bien, los seres que carecen de conocimiento tienden a
un fin en cuanto son dirigidos por un ser inteligente que conozca dicho fin. Esta
inteligencia directora o está ordenada por otra inteligencia superior o es la misma
inteligencia ordenadora
Esta vía da acceso a un aspecto de la noción de Dios muy atractiva para los que
han podido adentrarse en la ciencia experimental. El alquimista juega con
cualidades y con mezclas muy poco razonables, pero cuando se descubre el orden
de las mezclas y reacciones llega el químico. Antes tenía algo de brujo, como
Paracelso, o de ciencia tradicional de aciertos azarosos que se transmiten de
generación en generación. Pero descubrir el orden de la tabla periódica, saber cómo
van a reaccionar los diversos productos, poder analizar piedras, líquidos y el fuego,
lleva a una racionalidad inteligente en el mundo químico. Cuando Kekulé adopta la
idea de enlace se da un salto, lo mismo ocurre con la ley de Lavoisier y otras.
Luego el salto a la estructura del átomo: electrones, protones, neutrones,
neutrinos, spin, quarks, orbitales, aunque quede la sorpresa de que no se puede
imaginar la materia se la ve inteligible en sus combinaciones, dominable. Las
matemáticas ayudan de manera decisiva al gran salto. Lo mismo ocurrirá en la
biología, ciencia de hoy que aprovecha los avances de la química, la física, la
matemática con sus técnicas adjuntas. El científico sin prejuicios admira el orden
inteligente y que él pueda entender y dominar el mundo material. Incluso el caos
es inteligente como dice Mandel Brot y Prigogine entre otros. La materia habla
silenciosamente, y su voz es la inteligencia humana que habla por ella y la dignifica.

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La inteligibilidad viene de leyes naturales, pero esas leyes naturales o vienen de la


Naturaleza, o viene de Dios. Se puede decir que vienen de los dos ordenadamente.
Dios crea inteligentemente y el mundo tiene un orden inteligente porque así ha sido
creado. El hombre puede dominarlo.
Así pasamos al conocimiento de Dios y llegamos a su Inteligencia. Santo Tomás
dice que Dios es el Ipsum Inteligens subsistens y no acepta que el amor esté por
encima de la inteligencia pues daría origen al abuso de la Omnipotencia para
explicar todo, lo que llevaría al desprecio del Dios caprichoso y cruel. La armonía
entre inteligencia y voluntad divinas tiene una armonía en su acción perfecta. De
momento puede servirnos saber que en Dios se dan todos los posibles. No sólo
abarca su Inteligencia toda la inteligibilidad del universo material y espiritual; sino
que existen infinitas posibilidades más en su mente divina. Preguntarse por ellas es
ocioso, y preguntar ¿por qué hay lo que hay? Es más interesante, pero no
demasiado. Cierto que no se puede defender la tesis de Leibnitz de que este mundo
sea el mejor de los mundos posibles. No se trata de comparaciones, sino del
realismo de ver lo que hay, existe lo que existe, ¡comprendámoslo! Pues bien, Dios
es infinitamente inteligente y los hombres tenemos una chispa de inteligencia dada
por Dios. Es más Dios es la Verdad y toda realidad cósmica es inteligible.

2.1.7 El deseo de felicidad


Especialmente en Blondel el estudio del deseo de felicidad en el hombre es
interesante para conocer a Dios. Maurice Blondel distingue con agudeza entre
voulue y voulant, lo que “quiero ahora” y lo que “quiero profundamente”, es decir,
lo que “de verdad quiero”, aunque no me dé mucha cuenta. Santo Tomás detalla
este querer profundo comparándolo con el querer superficial al estudiar la felicidad.
Para eso, observa la felicidad que pueden dar los placeres, los honores, el dinero, la
fama, el poder, la ciencia, la virtud… y llega a la conclusión que éstos no bastan
para satisfacer plenamente al hombre, pues el deseo profundo de felicidad en el ser
humano tiene que ser absoluto y no pasajero. La nostalgia infinita que se da en el
hombre, y las decepciones ante los engaños de todo lo que le ofrece la vida terrenal
llevan a pensar en Dios de una manera nueva.
Dios es la fuente de la alegría. Dios es alegría. No digo felicidad porque la felicidad
es una realidad originada por el amor vivido. La alegría humana es conmoción del
corazón, gozo en la contemplación, emoción ante la belleza, éxtasis, que, en sus
muy diversos grados, permite salir del pozo del yo cerrado del egocentrismo, para
paladear el amor de dar, de darse, de dar ser, de vivir en kairós que es preludio de
la eternidad como perfecta vida plenamente poseída. La alegría es fruto de amar y
ser amado. Surge de la contemplación de la verdad. Necesita el acompañamiento
del cuerpo, aunque no siempre. Es dilatación del alma, es esponjamiento ante la
sinceridad. La alegría es el fruto de la superación del egoísmo y la vida exultante
del amor.
La alegría divina es la alegría del Amor Trinitario. La corriente de amor entre las
tres Personas divinas. El intercambio total y siempre nuevo. La paz del querer, el
gozo de la contemplación, el sentimiento del corazón personalizado en cada una de
las Tres Personas divinas como Amante en el Padre, como Amado en el Hijo y como
éxtasis de Amor en el Espíritu Santo. La nostalgia y el deseo de felicidad en el
hombre nos llevan de nuevo a la noción de participación del ser humano en el Ser
divino. Esta conexión produce una atracción irresistible de tal manera que todos los
sucedáneos producen tristeza y parálisis del corazón. Dios es Gozo, Alegría y
Felicidad absolutas

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La raíz de la felicidad está en la intimidad del ser humano. El acto de ser que
constituye la persona es la fuente del amor verdadero y el principal receptor. En un
primer momento la felicidad brota del interior, de saberse vivo, de dar, de darse y
dar ser como hemos dicho varias veces. Amar hace feliz, aunque más aún si hay
correspondencia. Saberse amado, no como un objeto de uso, hace feliz, permite la
compenetración, el regalo mutuo, la comunión de personas, la amistad en sus mil
formas.
El goce supremo va más allá aún: se trata de que el amor comience en quién tiene
más capacidad de dar y de darse y cada uno corresponda en la medida de sus
posibilidades. Evidentemente estamos hablando de Dios, que en su Trinidad es
Amante, Amado y Amador, y ama de una única y triple manera incondicionalmente,
aunque el hombre se pueda cerrar a este amor. La vida feliz ya no es sólo una vida
correcta y honesta, atemperada y sensata solamente, que lo es, ciertamente. Es
mucho más, es beber en la fuente de la alegría sin restos de amor propio que
pueden envenenar cualquier amor humano. La felicidad requiere humildad, como
requiere amor. Requiere la presencia de la felicidad divina en el alma libre que la
acoge y la irradia en todas las potencias humanas desde las más espirituales hasta
las más sensibles; y en ese gozo laborioso y gracioso también irradia a los demás,
que si no envidian –al modo de Judas a Jesús- se sentirán movidos a corresponder
en una espiral de donaciones y de alegría honda.
El amor de Dios al hombre hace arder la esperanza, da gozo, pues se sabe que se
gozará más y más, y para siempre hasta el colmo de la propia posibilidad y de una
manera interpersonal amplísima. El amor humano, aún el generoso, está
amenazado continuamente (vejez, achaques, falta de medios económicos,
traiciones, locuras, y, sobre todo, la muerte que es el gran dolor de los
enamorados). La esperanza de felicidad lleva a la escatología sin la cual no se
puede entender al ser humano. Dios promete al hombre que libremente quiera
acoger el amor y la felicidad del cielo, la resurrección de la carne, la supresión de la
muerte y con ella del mal en los nuevos cielos y la nueva tierra en su Segunda
venida gloriosa. Así, aún en lo efímero y en la constatación de la persistente
maldad en el mundo, pervive una esperanza que hace feliz en una realidad que
tiene su garantía en Dios, no en ilusiones como una y otra vez prometen las
ideologías.
La felicidad es un regalo que viene muchas veces cuando no es buscado, y que se
debe tomar como se coge un pajarillo entre las manos, ni demasiado fuerte, pues
muere, ni demasiado flojo, pues huye. Es un don de Dios al alma preparada. El
obseso de la felicidad es como el que busca separarse de su sombra, nunca lo
consigue. La felicidad es un fruto y una promesa. La felicidad tiene niveles que van
desde lo más íntimo hasta lo más corporal. La felicidad en la vida mortal siempre
pide más, porque es insaciable y sólo puede alcanzar su plenitud en la posesión de
la comunión con Dios en la vida eterna.

2.2 Dios visto desde dentro del hombre


Cuando San Anselmo enuncia su prueba de la existencia de Dios –la llamada
prueba ontológica- dice con contundencia que Dios es id quid maius cogitari non
potest, concluyendo a continuación que si no existiese ya no sería posible esa idea
de Dios. Santo Tomás aduce que esto es cierto sólo al conocimiento que Dios tiene
de sí mismo, pero que ni mucho menos ocurre así a los hombres. La noción de un
ser que no sea posible pensar otro mayor en un hombre es una reducción no
querida pero real del misterio divino. Puede que ésta sea la razón por la que tanto
agradaba este argumento a los racionalistas, sobre todo a Hegel, que reduce el
absoluto a lo conocido por razón, aunque se le muestre en un despliegue

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embriagador. Pero, Dios es más que todo lo que puede pensar cualquier ser
humano o angélico. Todas nuestras palabras se quedan pobres, aunque sean
verdaderas y grandiosas. A todos los nombres de Dios vamos a intentar referirnos,
y todos están llenos de luz. No es que no se pueda decir nada de Dios en su
misterio e incognoscibilidad, sino que se puede decir mucho; pero siempre será
insuficiente. Este misterio divino es llamado Luz por la Escritura; ahora bien ante la
luz es necesario abrir los ojos y no deslumbrarse. Esta doble actitud la llamaremos
“pensar de rodillas”. Pensar lo pensado, y por qué los anteriores pensaron lo que
pensaron; y pensar lo que queda por pensar como dice Heidegger, pero consciente
que depende más de la luz que llega al corazón humilde, que de la luz que irradia
del interior del hombre.
Parece claro que existe un preconocimiento de Dios anterior a las pruebas, pues
llegan a una conclusión a la que todos llaman Dios: quam omnes Deus nominant.
¿Cuál puede ser el origen de esta prenoción? ¿El consentimiento universal? Sin
duda; pero el problema se plantea nuevamente para cada uno de esos posibles
orígenes de la noción: se vuelve a preguntar ¿de dónde les viene? La noción de
Dios es anterior a las pruebas y una vez por lo menos, en el capítulo I de su tratado
acerca de las Sustancias separadas, escribió Tomás de Aquino que cada vez que los
hombres han alcanzado la noción de un primer principio, era innato en ellos el
denominarlo Dios: omnibus inditum fuit in animo illud deum aestimarent quod esset
primum principium. Esta anticipación espontánea no es una prueba, pero
desempeña un papel en la interpretación de la prueba. Sin esta anticipación no
sabríamos que el Primer Motor, el Ser Necesario, el Fin último, son el Ser al que
nombramos Dios. La realidad es que el hombre histórico está influido por mil
influencias, pues es un ser cultural. En ese avanzar lento del conjunto de la
humanidad cada hombre no comienza de cero, aún así el preconocimiento de los
primeros y cada uno puede venir de una intuición prelógica de que todo viene de
algo y de que todo pasa, menos algo. San Agustín hace referencia a una memoria
Dei como si el alma recordase su ser eterno, no como preexistente. Quizá la
solución de este preconocimiento se de que el ser íntimo al participar de Dios y
tenerlo en su interioridad
Algo pasa al conocimiento mental. El problema es que al expresarlo puede dar lugar
a variadísimas nociones.
Mirando las historia podemos reducir a tres las grandes respuestas de los hombres
a la noción de Dios, y no parece que pueda haber más, pues el ateismo y la actitud
anti Dios son expresiones de alguna de ellas.
1.- Panteísmo. Todo es Dios, o Dios infinito es Todo. Es la más natural de todas, y
nada fácil de superar como se ha visto a lo largo de los siglos. En un esquema
simple y limpio de luces parciales o de problemas parciales, la argumentación es la
siguiente: Dios es infinito, luego todo ser está dentro de esa infinitud de una
manera u otra. El materialismo depende de esta idea, la materia es todo, luego
tiene los atributos divinos: eternidad o eterno retorno, inteligencia, necesidad, etc.
El materialismo es el panteísmo al revés. Ya veremos sus realizaciones históricas
sin descender demasiado a las ramas que no dejen ver el bosque.
Para el panteísmo las cosas son emanaciones del todo que es Dios. En realidad no
se distinguen mucho de él. Panteísmo quiere decir: todo es Dios, o bien, Dios es
todo. Al no distinguir entre Dios y el mundo consideran que el mundo es divino.
Tiene manifestaciones religiosas como el hinduísmo. También lo sostienen sistemas
filosóficos como un cierto platonismo que explica el mundo como emanación del
único ser. Un filósofo griego anterior a Platón lo plantea de la siguiente manera: el
mundo debe existir necesariamente desde siempre, porque de la nada no sale
nada. Por lo tanto el universo no tienen principio ni fin y carecen de límites; debe

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ser infinito en el espacio y en el tiempo. Pero no vemos nada de lo que exista en el


mundo que dé el menor síntoma de ser eterno.
Vemos aquí tres cuestiones que conviene aclarar: La diferencia entre Dios y el
mundo. La eternidad o temporalidad del mundo. La infinitud del universo material.
Ya apuntamos algunas soluciones en los temas anteriores.
El Materialismo equivale en el fondo al panteísmo, su planteamiento es al revés.
Parte de que Dios no existe, por lo tanto la materia es la única realidad. Todo es
materia.
Curiosamente para ser coherente con esta afirmación se deben dar respuestas muy
sorprendentes que no se pueden probar de ninguna manera, como por ejemplo,
que el universo tiene que ser eterno. Es incomprensible para un materialista que el
universo sea producido de la nada, porque la nada no existe, ignora que existe un
ser que no es material que es el origen de la existencia de la materia27. Los datos
científicos por otra parte alejan de cualquier consideración de eternidad de la
materia. También la afirmación de que el mundo es inmensamente infinito debe ser
aceptada por un materialista. Pero, ¿cómo puede ser infinita la suma de cosas
finitas y limitadas? Caben explicaciones filosóficas y teológicas, pero desde luego
las materialistas no sirven. Menos aún pueden explicar las realidades espirituales.
Es necesaria mucha fe y mucha intransigencia para ser materialista e intentar
explicar todo con los 103 elementos de la tabla periódica o de las partículas que los
componen.
No hemos encontrado entre los ateos uno solo que propusiese pruebas metafísicas
de la inexistencia de Dios. La mayoría de los ateos que filosofan se contentan con
denunciar la insuficiencia de las pruebas que se les proponen acerca de su
existencia, lo que es muy diferente28.
2. Dualismo. Su planteamiento es menos elevado, pero más dramático. Existe el
mal, el dolor y el sufrimiento, la muerte. Como es absurdo que un Dios sea malo,
existe un ser malo, una divinidad mala, un principio malo. Ambos están en lucha
constante, y la historia es un reflejo de la lucha entre bien y mal. Puede parecer

27
El doctor Jordán Gallego Salvadores, posee de su puño y letra, sobre la fe en Dios del gran científico
Albert Einstein. El físico quiso dejar muy clara su posición respecto a su fe en Dios. Manifestó: «La
generalizada opinión, según la cual yo sería un ateo, se funda en un gran error. Quien lo deduce de mis
teorías científicas, no las ha comprendido. No sólo me ha interpretado mal sino que me hace un mal
servicio si él divulga informaciones erróneas a propósito de mi actitud para con la religión. Yo creo en un
Dios personal y puedo decir, con plena conciencia, que: en mi vida, jamás me he suscrito a una
concepción atea». Albert Einstein. (Deutsches Pfarrblatt, Bundes-Blatt der Deutschen Pfarrvereine,1959,
11). Son muy numerosas las estadísticas que muestran que la posición atea o creyente de los
científicos no tiene que ver con su ciencia sino en cuestiones personales. Los testimonios expresos de los
más renombrados se multiplican no sólo en los grandes innovadores de siglos anteriores (Newton,
Pascal, Copérnico, Kepler, Galileo, Grassé, Mendel y muchos otros), sino en los actuales premios nobel,
aunque estos premios estén tan ideologizados.
28
En una metafísica realista, la pregunta ¿pudiera no existir nada? no se plantea porque de hecho hay
algo, y si fuera posible que nada hubiese, nada habría. No habría pensamiento, como justamente dice
Kant, y ni siquiera habría Kant para hacer la pregunta. Puesto que existe algo, hay ser necesario, pues lo
real actualmente dado es necesario de pleno derecho mientras es. Parménides no ha perdido ningún
derecho. La única cuestión que queda por plantear al respecto es, pues: En todo este ser necesario,
¿qué es lo que tiene derecho a llamarse Dios? Un pensamiento que se mueve en el ser se mueve en la
existencia actual desde el primer momento de su búsqueda; se mueve asimismo en lo necesario y
procede desde necesidades condicionadas a una necesidad absoluta. La cuestión no consiste en saber si
Dios existe, pues, si hay uno, es el necesariamente existente; la verdadera cuestión es saber si, en los
necesario, hay uno al que debamos llamar Dios”. Etienne Gilson. El difícil ateísmo. Ediciones Universidad
Católica de Chile. Santiago de Chile, 1979. Pág. 60

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contradictorio e imposible este planteamiento, pero en la práctica es fuerte, con


una derivación que es la profundización en el mal, o en el malo, hasta extremos
que sorprenden, y casi ineludibles si se quiere vivir en el mundo real y no el
aparente de que hablan los panteísmos espiritualista o materialistas.
Aunque el dualismo se parece mucho al politeísmo difiere de él, porque afirma que
en el origen existían sólo dos dioses o principios, uno bueno y otro malo. Explica la
existencia del mundo como una lucha de estos dos dioses o principios; apunta a
otro problema: la existencia del mal. Suelen pensar que la materia es mala. Han
tenido en todos los tiempos mucha influencia en religiones y sistemas de
pensamiento.
3. Dios es transcendente al mundo. Dios es el Ser infinito, que crea un mundo
separado de él, pero sostenido por él de modo que todos seres participan de la
divinidad de muchos modos, pero principalmente en su más íntimo ser. La noción
de participación es vital para entenderlo filosóficamente, pero es lo más inmediato
al conocimiento humano, pues pensar que los seres humanos sean divinos no es
fácil de aceptar sin hacer grandes circunloquios. La misma perfección de Dios
excluye que los seres limitados sean parte suya, más aún cuando hay tanto mal en
la existencia humana. En un primer paso es más fácil defender la evidente libertad,
y con ella la presencia de muchos males.
Judíos, cristianos y musulmanes aceptan la trascendencia en la noción de Dios.
Judíos y cristianos aceptan que Dios puede hablar a los hombres, y que, de hecho
ha hablado. Los musulmanes también lo aceptan, pero con una noción más
impersonal. Para los cristianos la personalidad de Dios es una luz que ilumina la
intimidad divina y que, sin ser inagotable, permite tanto subir, como comprender la
materia, el hombre, el mal, la eternidad y todas las realidades con mayor
profundidad.
Comencemos por una expresión de esta transcendencia de Dios, para que nuestro
“pensar de rodillas” sea real.
Dios es Único, Verdadero; Dios de Abraham, Isaac, Jacob; Poderoso, Majestuoso,
Fuerte, Sabio, Perfecto, Creador, Invencible, Inmenso, Eterno, Indestructible,
Omnipotente, Remunerador, y a la vez eres: Cálido, Amoroso, Bondadoso, Bello,
Paternal y Maternal, Afectuoso, Misericordioso, Justo, Pacífico, Adorable, no hay
otro fuera de Ti. Único Dios Trino. Vale la pena contar los nombres que suman
veintiocho, los musulmanes hablan de los noventa nombres de Dios. Cada nombres
es una puerta abierta al misterio.
Conviene añadir que el ser humano tiene una resistencia ante el misterio, como una
pasión intelectual de comprenderlo todo. En esta pasión inútil ocurre que conoce
menos que lo que dado por la luz que viene del misterio. Así por querer
comprehender, conoce menos que pensando de rodillas ante El Dios infinito que le
ilumina, como ya hemos dicho. Nada hay anterior al principio mediante lo cual se
pueda dar razón del mismo. La razón no se acomoda de grado a este límite. Sin
embargo, Aristóteles lo señaló, con su habitual sobriedad, en el que estoy tentado a
considerar como el más importante pasaje de todo su Organon: "Puesto que, salvo
la intuición, ningún género de conocimiento es más exacto que la ciencia,
necesariamente debe ser una intuición la que capte los principios. Eso resulta no
sólo de las consideraciones precedentes sino también del hecho de que el principio
de la demostración misma no es una demostración. No puede, pues, haber ciencia
de la ciencia. Si, por tanto, poseemos un género de conocimiento verdadero
distinto de la ciencia, es únicamente la intuición la que es principio mismo, y la
ciencia es al conjunto de la realidad lo que la intuición es al principio”.

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La noción de Dios es inevitable en la mente humana si existiese pura, lo es en el


hombre histórico, lo ha sido en la filosofía, lo es en la moral, y lo es para la
sociedad. Gilson lo dice con acierto y profundidad: La idea de que hay un
planteamiento moderno del problema de la existencia de Dios es una ilusión. Nada
de nuevo hay en el materialismo. Los antiguos creían en la existencia de todo un
pueblo de dioses tanto más reales, a su parecer, cuanto más materiales eran. El
mismo San Agustín había comenzado siendo materialista. Si hoy viviese, un joven
Agustín comenzaría sin duda siendo marxista, pero, si lo fuese, recomenzaría su
peregrinación. Preguntaría a la materia con todos los bienes que contiene,
comprendidos sus bienes económicos y sociales ¿eres tú mi Dios? Agustín quizá
preguntaría luego a Kant ¿es mi Dios la voz del deber? Pero la conciencia moral
respondería en voz alta: No soy tu Dios. Entonces ¿en qué luz ve mi pensamiento lo
que es justo y cómo sucede que todo hombre que consulta su razón está de
acuerdo espontáneamente con lo que otros hombres tienen por verdadero o falso,
por bueno o malo? Si hay algo superior al hombre, de nuevo preguntaría Agustín
¿no estaremos de acuerdo que es Dios? Augusto Comte dirá que ese algo superior
es la Humanidad, como si fuese un existente real. Nietzsche responde que es el
Superhombre, otra idea irreal. Pero la humanidad y el Superhombre no nos elevan
por encima del nivel del hombre, en relación al cual se definen. Terminamos, de ese
modo, por donde comenzamos. Dios es un ser estrictamente trascendente, y los
falsos dioses que se nos ofrecen dan testimonio del verdadero Dios. No es preciso,
pues, decir que los verdaderos ateos son raros; simplemente no existen, porque un
ateísmo verdadero, es decir, una ausencia completa y final de la noción de Dios en
un espíritu, no es solamente inexistente de hecho, sino imposible. Se la podrá
destruir tan a menudo como se quiera, pero subsistirá bajo la forma de una
necesidad arbitraria y vana de negarse. Lo que, por el contrario, existe ciertamente
es una inmensa multitud de gentes que no piensan en Dios más que en sus
momentos de angustia, o adoradores de falsos dioses; pero otra cosa es aceptar
conscientemente el mundo y al hombre, sin ninguna explicación, como si fuesen
por sí mismos la razón suficiente de su existencia y de su propia finalidad. Hay en
muchas ocasiones duda, perplejidad e incertidumbre en la andadura de un espíritu
en búsqueda de Dios, pero la sola posibilidad de tal búsqueda implica que el
problema de la existencia de Dios sigue siendo, para el espíritu del filósofo, una
inevitabilidad”29.

2.2.1 Consideración más detallada.


Ante el mundo como pregunta caben dos respuestas: panteísmo o creacionismo. El
materialismo no es más que un panteísmo al revés al sostener que la materia es
todo. Luego tendrá que atribuirle atributos divinos como eternidad, necesidad,
inteligencia ordenadora, causa no incausada, y motor de todo. Y eso es una fe no
creíble de la materia. Centremos pues en el panteísmo y el creacionismo que son
más importantes.
El panteísmo se origina en una percepción religiosa intensa de la infinitud de Dios.
Si Dios es infinito, el mundo no puede estar fuera de Dios, luego es parte de Dios.
Aunque lo percibamos como distinto, en realidad es divino, es un modo de
manifestarse Dios; la realidad la forman modos de ser de Dios. Es fácil ver que en
esta intuición hay muchas facetas muy cercanas a la fe cristiana y otras
lejanísimas.

29
Etienne Gilson. El difícil ateísmo. Ediciones Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 1979.
Pág. 60

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Esta visión esencial viene acompañada de una explicación de la realidad que ha


calado profundamente en la conciencia de generaciones y generaciones. Citemos
algunas que son especialmente vividas. El samsara que equivale a la constatación
de la agitación externa que es sólo apariencia de la agitación del mundo, es
conveniente superar esa superficie que se basa en apariencia. El karma viene a ser
el destino, la fatalidad, como una ley de la divinidad o de la naturaleza, que se
confunden y que se da en la vida de los hombres en sus existencias. Esta fatalidad
se da también en los griegos, en los racionalismos y en todos los que se alejan del
Dios personal. La raíz es la enorme dificultad, por no decir imposibilidad, de
entender al hombre como persona libre, en ese mundo aparente en el que la
divinidad lo es todo, aunque tampoco sea libre. Después casi viene exigida la
noción de reencarnación en el que las almas (aunque no sean almas en sentido
cristiano) al morir reviven en otro sujeto (hombre, animal, planta), así resuelven el
enigma de la muerte, el del dolor, el de las diferencias sociales, el del racismo, la
injusticia etc. Es comprensible esa solución si se comienza pensando que toda la
realidad visible no es más que apariencia, modos de ser del absoluto, sin que cada
ser tenga un valor en sí. En cuanto al tiempo se recurre a los ciclos con diversos
grados de imaginación, pero, en el fondo se trata de otro modo de ser de la
divinidad panteísta y tienen escasísima entidad, menos que la de un accidente de la
sustancia. La trivialidad del existir personal se une a la grandiosidad de saberse
divino. La multitud de dioses no puede despistar, aunque algunos son terribles
como Kali y Sakhti en su gozo de matar y asesinar, pues son avataras –
manifestaciones- del ese Dios-Todo que supera todo conocimiento. Las castas son
más difíciles de explicar con este esquema, parece que tienen su origen más en
maldades de los hombres, pero también caben en la visión global. El budismo es
una variante que observa el dolor y lo explica en la dukka –sed, deseo- y elabora
un sistema de superación del deseo por la meditación y diversas técnicas hasta
llegar a una indiferencia en la que ya no se sufre; los más perfectos o iluminados
alcanzan un nivel de nirvana que en unos es un vivir en la divinidad y otros en un
nivel más perfecto de autoconciencia.
Creacionismo La diferencia esencial con el panteísmo es que el mundo no es Dios,
es divino, pero distinto de Dios. En el origen del mundo se da un acto creador que
da origen a seres que son creados. Cada ser tiene un ser propio. Los distintos seres
tienen una gradación de perfección hasta llegar a los seres libres –hombres y
ángeles- que son personas libres. El acto creador se explica como un acto personal
de bondad, poder, sabiduría y amor. Según se dé primacía a la bondad, al poder, al
amor, a la libertad, a una armonía de todos, surge un sistema de pensamiento que
será voluntarista, optimista, pesimista, amoroso, individual o colectivo etc.
Este mundo está separado de Dios, pero no del todo. Es independiente, pero no
completamente pues existe en Dios. Así se supera la objeción panteísta de que si
Dios es infinito nada está fuera del infinito. El mundo es autónomo de Dios. Es
mucho más claro captar el motivo de la creación sabiendo que el Dios único es
Trinidad. Así se puede ver algo más que Dios no es solitario, sino que es Amor en
sentido verdadero, es decir, apertura, donación. El acto creador será un acto de
amor, sabio, de apertura originando seres que puedan vivir de amor libremente,
porque ese Dios personal es libre, cosa no posible de explicar en el panteísmo y
muy difícil si sólo se conoce a Dios Uno. Desde la Unidad no trinitaria se debe
aceptar una Voluntad que crea no sabemos por qué. La consecuencia de este
principio es que el voluntarismo se apodera del mundo intelectual y moral llevando
con facilidad al orgullo y la rebelión. El Amor trinitario es más rico para explicar el
origen y la meta de la vida humana. No es necesario pensar un tiempo cíclico, sino
lineal. Se puede captar algo mejor la eternidad, aunque no se la puede entender
como tiempo infinito. La eternidad se debe entender lejos de la categorías de

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tiempo (duración cambiante), pero tampoco la inmutabilidad da mucha luz. Da luz


para entender la eternidad verla como Vida perfecta que no necesita ulterior
perfeccionamiento, sino que es plenamente activa. Respecto al mundo, Dios sólo
conoce en presente lo que permite superar las angustias futuristas y vivir el
presente cara a la eternidad, no sólo a futuros que se repiten dolorosamente
siempre. Dios es libre creando, pues en su intimidad es Amor libre, y el hombre es
creado libre por lo que puede y debe vivir de amor. Los cristianos sabemos que el
Eterno entra en el tiempo para salvar del mal uso de la libertad y dar la libertad de
hijos de Dios. Al vivir en Dios y para Dios se asegura la divinidad del mundo, pero
también la autonomía y el serio existir de cada hombre y cada ser.
El materialismo tiene todos los inconvenientes del panteísmo y ninguna de sus
ventajas, pues arroja al hombre a la angustia y al sinsentido. Tiene que negar la
libertad, pues todo está determinado. Del amor ni hablar. El dolor y la muerte son
hechos sin sentido. El tiempo se acaba y ya está. En cuanto al tiempo tiene que ser
infinito, pues de la nada no sale nada, pero el big bang lo calcula en 13.000
millones de años, luego se recurre a postular expansiones y contracciones infinitas
sin razón alguna. En cuanto al universo observable se sabe que todo viene del
huevo cósmico o en el primer segundo del protón. El materialista llegará a absurdos
como decir que el hidrógeno es el origen de todo con propiedades divinas, cuando
claramente no es así, es una atribución supersticiosa.
Spinoza y el racionalismo plantean el panteísmo de un modo nuevo, sin tener en
cuenta lo antiguo, pero casi igual en el fondo. El camino es el racionalismo. Spinoza
llegará a identificar a Dios con el Pensamiento, de ahí a decir que sólo sea el
pensamiento humano sólo hay un paso
En esta línea de ver a Dios como un absoluto se desarrollará el racionalismo
intentando abarcar con la razón todo el absoluto. En Hegel, que es cristiano, se
llega a ver la Trinidad en el absoluto y un proceso de desarrollo necesario del que
surge la historia y toda las realidades hasta llegar a la Razón Absoluta,
autoconociéndose Dios mismo en su encarnación y en la muerte de Cristo que es
muerte de Dios para llegar a ser Dios. La fuerza de esos razonamientos es evidente
y ha arrastrado a muchos sistemas, del que tenemos un mal recuerdo en el
marxismo en que la negación de ese dios, que no es Dios, ya es total y positivo
ateísmo. Todos acaban negando la libertad, y la actividad humana se sumerge en
la fatalidad. El sinsentido de la muerte es patente, como ya vimos en el panteísmo
antiguo.
Los dualismos intentan dar respuesta al mal, desde arriba. Las realizaciones
históricas han sido fanáticas y absorbentes quizá por enfrentarse con el problema
de la maldad bastante a fondo. Al mirar al mundo se puede decir que no existe el
mal, no hay nada en el mundo que sea intrínsecamente malo, ni la materia, ni el
cuerpo, ni ninguna realidad. Ahora bien, la experiencia de la maldad y el
sufrimiento es evidente.
Cuando San Pablo en Atenas pronuncia el discurso sobre el Dios desconocido, no se
refiere a un dios que no fuese conocido en la abundante mitología griega y no
quisiesen ofenderle por su descuido, sino a una corriente espiritual antigua e
importante: el gnosticismo dualista. Esta corriente gnóstica está presente en casi
toda la historia conocida, no parece imposible encontrarla en la prehistórica en las
manifestaciones chamánicas o mágicas de las religiones primitivas. Conocemos el
gnosticismo dualista iranio, el mandeo de Babilonia, el cabalista judío, el copto, el
hermético egipcio, el que aparece unido a formas cristianas y fue duramente
batallado por Ireneo, Tertuliano y otros. Más adelante surgirá periódicamente en
ámbito cristiano en los maniqueos, cátaros, y variadas formas de la Edad media y

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algo en todos los tiempos. Fuera del cristianismo ofrece diversos desarrollos, casi
siempre esotéricos.
Vale la pena recoger todo el discurso de Pablo: “Dialogaba en la sinagoga con los
judíos y los prosélitos, y todos los días en el Ágora con los que allí acudían.
También algunos filósofos epicúreos y estoicos conversaban con él. Unos decían:
¿Qué querrá decir este charlatán? Y otros: Parece un predicador de divinidades
extranjeras, porque les anunciaba a Jesús y la Resurrección. Lo tomaron y le
llevaron al Areópago y le dijeron: ¿Podemos saber cuál es esa doctrina nueva de la
que hablas? Porque haces llegar a nuestros oídos cosas extrañas y queremos saber
lo que significan. Todos los atenienses y forasteros que residían allí no se ocupaban
en otra cosa que en decir o escuchar algo nuevo. Entonces Pablo, de pie en medio
del Areópago, dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues
al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un
altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a
anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay
en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por
hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo, de un solo hombre, todo el linaje
humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su
historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que
buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos
de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos, como
han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje. Si
somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al
oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humano. Dios ha
permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en
todas partes se conviertan, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra
con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un
argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos. Cuando oyeron
«resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos
sobre esto en otra ocasión. De este modo salió Pablo de en medio de ellos. Pero
algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y
una mujer llamada Dámaris, y algunos otros”30.
La referencia al Dios desconocido parece hacer referencia al Dios extraño y lejano
de los gnósticos en sus diversas variantes. Por otra parte se advierte en la mayoría
de los asistentes una curiosidad intelectual más que una actitud de aceptar una
palabra revelada. Ese dios desconocido coincide con la descripción del dios lejano
de la versión dualista. Desde esta mentalidad se entiende mejor el escándalo al
declarar que ese Dios lejano se hace Dios cercano, se hace hombre, muere y
resucita. Pienso que el problema no estaba tanto en la resurrección, sino en la idea
muy arraigada del Dios lejano. Quizá tenga alguna significación que el moje sirio
que escribió sabiamente sobre el misterio de Dios siga el método el conocimiento
negativo o apofático. Asciende al conocimiento por las negaciones de lo que no es,
para quedarse silencioso ante el Silencio divino del Inefable ( Aquel del que nada se
puede decir pues siempre será inadecuado). Por una extraña coincidencia este
monje fue conocido por el seudo Dionisio, o Dionisio sin el seudo durante mucho
tiempo, el mismo nombre del que creyó en discurso de Pablo en el Areópago.
Algunos pensaron que era el mismo personaje, pero al margen del error el discurso
del Areópago se dirige contra la mentalidad negativa extrema del Dios extraño
poniendo ante sus ojos el Dios cercanísimo.

30
Act 17,17-33

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2.2.2 El esquema gnóstico


La base es del gnosticismo es la relación de Dios y el mundo en un dualismo
radical31. A Dios se le llama El extraño, el Inefable. Es un dios desconocido en el
sentido de incognoscible en su Luz que supera el conocimiento del hombre, que casi
nada puede decir de él. La divinidad es totalmente transmundana, su reino es el de
la Luz que se opone al de la Oscuridad. Dios se oculta de las criaturas que le
buscan por medios racionales y sólo le pueden conocer por una iluminación. El
tema de Dios como Amor, y del acceso a Dios por el amor no se trata, insistiendo
en la vía del conocimiento (gnosis).
La generación del mundo es muy importante, pues se da en diversos grados. El
mundo es creado por unos seres inferiores a Dios y malos. Hay muchas
explicaciones de esa malicia. El mundo está en rodeado de unas como esferas
(arcontes) que le aprisionan en la oscuridad y la maldad. A esos arcontes se le
ponen nombres divinos antiguos, también judíos, con lo que indican que son
considerados erróneamente dios y son malos y la causa de los males, en concreto
la ley moral por el dios judío. Esas leyes forman el destino universal (hermaimene)
muy distinto de la Providencia cristiana (pronoia)32.
El hombre está formado por tres estratos mal unidos: espíritu (pneuma), alma
(psique) cuerpo (soma o sarks). Cuerpo y alma son creados por los poderes
malignos, pero el espíritu es la chispa divina encerrada en ellos y esclavizada a
través de ellos a las leyes del destino. Su liberación vendrá a través del
conocimiento (gnosis)33.
El hombre es un extraño en este mundo, como dios es extraño al mundo, la
salvación vendrá por el conocimiento y las superación de las esferas que son
personalizaciones fantásticas de realidades como el conocimiento, la inteligencia, la
ignorancia etc. Más que el pecado se trata de superar la ignorancia. Aquí es posible
conectar con la modernidad de la ilustración, cosa que se hará más palpable en la
moralidad gnóstica. El drama divino de la caída del pneuma y la creación del mundo
maligno se manifiesta también como drama en la liberación del hombre de su
esclavitud y aletargamiento.
Los penumáticos, o espirituales, se consideran a sí mismos como los que han
alcanzado el conocimiento. Ya no les obligan las leyes malignas, incluso las morales
del mundo y están por encima de ellas. De ahí surgen dos posturas extremas: el
ascetismo despreciativo del mundo y el libertinaje más excesivo, de modo muy
similar a lo que proponen y realizan los nihilistas y existencialistas del siglo XX; los
que podríamos llamar nihilistas angustiados y nihilistas regocijantes.
Es fácil observar, dentro del esquematismo de lo expuesto, la mezcla de verdad y
falsedad respecto a Dios y al hombre. Ciertamente Dios es Ser infinito, su plenitud
de Ser le hace Misterio para el hombre, en el sentido de que ningún hombre puede
agotar el conocimiento de la totalidad de Dios. Pero misterio no quiere decir que
sea extraño, inefable no quiere decir que el lenguaje no pueda decir cosas positivas
de Dios. Misterio quiere decir que se puede conocer su existencia, y mucha realidad
suya por analogía, además de ascender en el conocimiento y el amor. Como dice el

31
Hans Jonas. Las religiones gnósticas. Ed Siruela 2ª edición marzo 2003 pp76-77
32
ibid. p.77
33
ibid. p. 78

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Catecismo de la Iglesia Católica: “Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo


soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice
quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso
como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como la resistencia a
tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que él es,
infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios
escondido" (Is 45,15), su nombre es inefable (cf. Jer 13,18), y es el Dios que se
acerca a los hombres” (CIC n. 206). Todo el que pretenda decir que conoce
totalmente a Dios, le desconoce absolutamente, pues lo reduce a lo que puede
conocer la limitada razón humana, como ocurre en el racionalismo hegeliano. Así es
comprensible la reacción atea de muchos de sus discípulos. Veamos un camino más
difícil, pero necesario para poder adentrarse en el misterio sin poder agotarlo ni en
la visión luminosa de la vida eterna en Dios
Sabemos que existe la verdad, pero Dios no es la verdad como se encuentra en el
entendimiento humano, ni en el angélico. En el hombre y el ángel se conoce la
verdad según la inteligibilidad de su intelecto y de las formas recibidas. En Dios la
inteligencia es infinita y conoce la verdad, siendo él mismo la Verdad, es decir la
inteligibilidad suma, Luz de Luz, y en El se dan todas las ideas posibles. En Dios la
verdad objetiva y la subjetiva se identifican y está más allá de toda verdad creada y
de toda iluminación de la inteligencia. Nunca puede ser agotada su verdad.
Conocemos la bondad. Todo ser es bueno, no existe ninguno intrínsecamente malo.
Pero para alcanzar la Bondad de Dios se debe negar que sea equivalente a esa
bondad. La bondad moral tiene muchos grados en los hombres y los ángeles. Pero
se debe negar esa bondad en Dios, pues su Bondad es superior a toda bondad
moral creada.
Lo mismo se puede decir de la Belleza. Toda belleza lleva a la Belleza divina, pero
es inferior. Casi se puede usar la expresión paradójica de Scoto Erígena de llamar a
Dios el hiper Bien, el hiper Verdad, el hiper Bello etc. para que nuestro
conocimiento del bien, de la belleza u de la bondad nos permita más la sugerencia
que la comprensión agotando la realidad en el concepto
Respecto a la materia. Debemos negar que Dios sea material, esa negación nos
lleva a entender primero lo espiritual como inmaterial y verdaderamente existente.
El Espíritu es mucho más, pero decir inmaterial es el primer paso para saber algo
de Dios Espíritu Puro.
También se debe negar el tiempo en Dios, pues es un cambio velocísimo en que lo
efímero es su característica de accidente de lo real creado. Dios es intemporal,
aunque la noción de eternidad como vida perfecta no sucesiva sea mucho más rica,
también tenemos un paso en ella.
El mundo parece creado more matemático, pero Dios supera esa noción de orden
inteligible. Lo mismo podemos decir de todas las artes, expresiones de la belleza.
En el mundo se da la multiplicidad con límites mutuos, atracciones y uniones. Es
necesario negar esa división en Dios, que es Uno y Único, pero con una Unidad que
recoge en su interior toda la multiplicidad, y de Él procede.
Este camino negativo no quiere decir que en Dios se de la negatividad como una
realidad, sino que Dios es el Ser sin no-ser, que es un absurdo lógico e irreal.
La actitud humana ante esta teología es la de respeto, asombro, temor ante lo
sacro, fascinación, adoración, oración que quiere ser mística más allá de las
palabras. Dionisio establecerá una distinción que permanecerá hasta nuestros días:
teología mística -simbólica, escondida- Y otra teología más manifiesta y racional.

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Una expresión sublime de este camino es la que expresa San Juan de la Cruz en su
vida y su expresión poética. Ciertamente no se trata más de una negación de sí
mismo para que se supriman las oscuridades de los sentidos y el orgullo, pero
también nos muestra al Dios escondido y encontrado más allá de toda ciencia. En
ellas se repite de muchas maneras el ver no viendo, toda ciencia transcendiendo.
Veámoslas.
Entréme donde no supe:
y quedéme no sabiendo,
N7. Y es de tan alta excelencia
toda ciencia trascendiendo.
aqueste sumo saber,
N1. Yo no supe dónde estaba, que no hay facultad ni ciencia
pero, cuando allí me vi, que la puedan emprender;
sin saber dónde me estaba, quien se supiere vencer
grandes cosas entendí; con un no saber sabiendo,
no diré lo que sentí, irá siempre trascendiendo.
que me quedé no sabiendo,
N8. Y, si lo queréis oír,
toda ciencia trascendiendo.
consiste esta suma ciencia
N2. De paz y de piedad en un subido sentir
era la ciencia perfecta, de la divinal esencia;
en profunda soledad es obra de su clemencia
entendida, vía recta; hacer quedar no entendiendo
era cosa tan secreta, toda ciencia trascendiendo34.
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.
N3. Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo.
toda ciencia trascendiendo.
N4. El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece,
y Su ciencia tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
N5. Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía:
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
N6. Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo 34
San Juan de la Cruz. COPLAS
jamás le pueden vencer; HECHAS SOBRE UN ÉXTASIS DE
que no llega su saber HARTA CONTEMPLACIÓN.
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

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2.3 Santo, Santo, Santo
Ya hemos visto la dificultad del lenguaje y de la razón humana para expresar la
esencia de Dios. La Santidad divina es una noción original y las palabras la alcanzan
muy limitadamente. En Hebreo se utiliza QDS Qadosh para llamar Santo a Dios. El
primer significado de este término es “separado” del mundo, mira el mundo
conocido y dice que Dios está más allá. El término hebreo procede de una antigua
palabra cuyo significado era “cortar”, o “separar”. Este es un primer sentido como
cuando dice: “No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no
hay refugio como el Dios nuestro” (1 Sam 2,2). O bien “Oh Señor, ninguno hay
como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus obras. Todas las naciones que
hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre” (Sal
86:8-10) y muchos otros lugares como el Salmo 99:1-3 o Isaías 40:25; 57:15.
Otro significado de Santo en la Sagrada Escritura es ser moralmente puro. Es
pureza y trascendencia. Es una pureza trascendental. “¿Quién subirá al monte de
Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón;
el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá
bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación” (Salmo 24:3-5). Y en la
expresividad de Isaías que es el profeta de la trascendencia divina dice: “Y el uno al
otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la
tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la
voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy
muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo
que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”
(Isaías 6:3-5).
Ahora bien, para Dios, ser santo es serlo en relación con cada uno de sus atributos.
Cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa un solo atributo. Por el
contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como
un sinónimo de Su deidad. Es decir, la palabra deidad va dirigida a todo lo que es
Dios. Nos recuerda que Su amor es santo, que Su justicia es una justicia santa, que
Su misericordia es una misericordia santa, que Su conocimiento es un conocimiento
santo, que Su espíritu es un espíritu santo. Quizá el contraste con la impureza
humana lleva a añadir a cada atributo la palabra “Santo” para aclarar que su amor,
su justicia, su misericordia etc. son superiores a como los vemos los humanos en
nosotros e, incluso, en nuestro razonar.
Moisés tuvo una especial experiencia de la Santidad de Dios. “Llegaron los hijos de
Israel, toda la congregación, al desierto de Sin, en el mes primero, y acampó el
pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua
para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra
Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos
delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto,
para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho
subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de
higueras, de viñas ni de granadas; ni aún de agua para beber. Y se fueron Moisés y
Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se
postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló
Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu
hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás
aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces
Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y
Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os
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hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó
la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y
sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: por cuanto no creísteis en mí, para
santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta
congregación en la tierra que les he dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las
cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos”
(Números 20:1-13). O bien, “Jehová dijo a Moisés: Sube a este monte Abarim, y
verás la tierra que he dado a los hijos de Israel. Y después que la hayas visto, tú
también serás reunido a tu pueblo, como fue reunido tu hermano Aarón. Pues
fuisteis rebeldes a mi mandato en el desierto de Zin, en la rencilla de la
congregación, no santificándome en las aguas a ojos de ellos. Estas son las aguas
de la rencilla de Cades en el desierto de Zin” (Números 27”12-14). El arca era el
símbolo de la presencia de Dios, un objeto muy santo (ver 2 Samuel 6:2), que
debía estar escondida en el lugar más santo del tabernáculo, “el lugar santísimo”.
De acuerdo a las instrucciones de Dios, debía ser transportada por los hijos de
Boaz, quienes la llevaron sosteniéndola sobre varas insertados en anillos (ver
Éxodo 25:10-22; Números 4:1-20). Nadie debía mirar dentro del arca, o morirían.
El día en que el arca fue transportada a Jerusalén, fue de gran gozo y alegría. Pero
habían olvidado cuán santa era el arca, porque era el lugar donde habitaba la
presencia de Dios. En lugar de transportar el arca de acuerdo a lo que la ley
instruía, ésta fue ubicada en un carro nuevo tirado por bueyes. Era una procesión
llena de júbilo. Qué momento tan feliz. Pero cuando los bueyes tropezaron y
parecía que el carro se daría vuelta, Uza se acercó para afirmarla. En forma
instantánea, fue muerto por Dios.
Isaías tiene una experiencia profética grande de la Santidad de Dios. “En el año que
murió el rey Ozías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus
faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis
alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el
uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda
la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con
la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que
soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de
pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejecitos.
Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido,
tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí
que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpió tu pecado. Después oí la
voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién ira por nosotros? Entonces
respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y
no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este
pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga
con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”
(Isaías 6:1-10).
Esto es precisamente lo que Dios le dio a Isaías —una revelación dramática de Su
santidad. Él vio al Señor sentado en Su trono, en lo alto mientras era exaltado. Los
ángeles que estaban bajo Él, eran magníficos y hablaban los unos con los otros,
diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra esta llena de
su gloria” (v. 3). La tierra tembló y el templo fue lleno de humo. Fue una visión
dramática de Dios y de Su santidad. La visión de la santidad de Dios, le hizo ver su
pecado al máximo y lamentarse de ello. Isaías confiesa que era un hombre “de
labios impuros” y que vivía entre un pueblo con el mismo mal. Uno de los serafines
tocó la boca de Isaías con un carbón encendido, limpiando simbólicamente su boca
y a él mismo. Vale la pena recordar que los serafines son los que más directamente
contemplan el amor de Dios y su santidad.

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Las promesas de la venida del Mesías en el Antiguo Testamento ayudan a entender


la manifestación de Cristo. Cuando el ángel le dijo a María un niño milagrosamente
nacería de ella, dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de
Dios” (Lucas 1,35). Los demonios reconocer su santidad llamándole: “el Santo de
Dios” (Mc 1,24; Lc 4,34). Cuando Pedro en la primera pesca milagrosa se da cuenta
del milagro “cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí Señor, porque
soy hombre pecador” (Lc5, 8).
La Revelación es constante es la afirmación de la santidad de Dios. La santidad
humana será una meta y un descenso. Es meta de las aspiraciones de perfección
del ser humano, pero sólo puede alcanzarse si Dios desciende de algún modo al
hombre. Pero en Dios esta noción nos lleva a la trascendencia y a la perfección y
pureza con ausencia de toda tiniebla y contaminación con lo creado.

2.4 Dios eterno


Dios es eterno, no cambia en las mutaciones temporales. Pero esa misma idea de
inmutabilidad n o permite captar mejor la inmensa actividad y novedad que
encierra la realidad de la eternidad divina. Cuando se habla del eterno retorno de lo
mismo en un deseo imposible de perdurar y vencer a la muerte y la disolución se
incurre en una tragedia. No sólo porque no sea razonable que el número de las
cosas que suceden sea limitadas, como la historia, sino por pensar que el tiempo es
infinito en una lógica ilógica. Pero lo más horrible de esa afirmación es el “de lo
mismo”, sin novedad alguna. La eternidad de Dios es la novedad continua del amor
y de la acción, de la quietud enamorada y de la fecundidad intensa.

Es conveniente entender lo mejor posible lo que es el tiempo para intuir mejor la


eternidad. El tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después, es la
duración del ser cambiante. Los griegos con su característica perspicacia distinguían
dos modos de considerar el tiempo: el Cronos y el Kairos.

En la mitología Cronos es un dios que se come sus propios hijos, lo que es un modo
mitológico de decir que es tiempo transcurre inexorablemente y nunca vuelve atrás,
que todo lo temporal es efímero, pasa, fluye. En la noción cronológica el tiempo es
lo marcado por el reloj, que a su vez lo que hace es medir el tiempo que tarda el
año solar y dividir años, meses, días, horas y segundos. ¿Es posible medir algo
menor que un segundo? Ciertamente y los cronómetros sencillos miden décimas,
centésimas y milésimas; pero afinando más se puede llegar a medir el instante que
son alrededor de 9.000 millones de partes (vibraciones del Cesio) y otras
mediciones aún más afinadas llegan a 10.000 millones de partes de segundo. Luego
el instante medible es 1/10.000.000.000, o sea 0.00000000001 de segundo. El
instante presente, que es el único realmente existente como accidente de la
substancia, es levísimo. Vivimos o existimos sólo en ese instante, que es casi nada,
pero no nada, porque la nada no existe, sólo es una palabra para enunciar el no-
ser, que evidentemente no es.

El Kairós es el aspecto subjetivo del tiempo. Muestra que hay tiempos fuertes o
tiempos débiles, tiempos que parece que se dilatan y otros que pasan sin dejar
rastro. Se le llama de muchos modos, pero un ejemplo nos puede servir, cuando se
vive un amor intenso el tiempo parece fluir de otro modo, también ocurre en las
fiestas y cuando se viven emociones intensas. A su vez, cuando el dolor se hace

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presente con intensidad parece más lento el discurrir cronológico, aunque no hay
mal que cien años dure, una noche de dolor puede parecer inacabable.

El tiempo se mide según el pasado, presente y futuro. Hemos visto que el único
realmente existente es el presente, el instante. El pasado no es, pasó y no volverá,
pero en el ser humano es importante, pues los hombres somos un ser cultural, es
decir con memoria. La personalidad viene marcada por el pasado propio, de los
predecesores, por la cultura de los siglos y milenios anteriores, por el clima. Somos
lo que se forjó en el pasado. El futuro es similar, no es, no existe aún, no tiene
entidad. Ahora bien, influye muchísimo en el ser humano pues marca su proyecto
de vida, su ilusiones, sus esperanzas, conscientes o inconscientes. Vivir sin
aspiración de futuro en puro presente que fluye, en carpe diem que agota el ahora
es vivir en la desesperación y el vacío. La Creación vive en tiempo, en lo efímero,
en la contingencia. Pero indudablemente el hombre tiene deseos que van más allá
del puro fluir. No aspira a vivir un tiempo infinito, pues sería agotador; ni un eterno
retorno de lo mismo en una aspiración repetitiva de los errores y agotamientos, es
morir mil veces, o infinitas veces. Sino que aspira a la novedad de vivir siempre de
amor. La experiencia dice que el amor pide duración, desea intensamente
eternidad. Pero, ¿qué es la eternidad?

¿Existen seres que tengan otro tipo de movimiento y que duren de otra manera?,
pues sí. El principal es Dios que al no tener que alcanzar una perfección que no
tenga, pues es toda la perfección, se puede decir que es inmutable, esto lleva a que
en Dios no hay tiempo, sino eternidad. La eternidad es la duración del ser perfecto
e inmutable, pero dicho de otra manera, que deja entrever mejor la perfecta
vitalidad divina, se la define que interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio
(vida interminable, perfectamente poseída con simultaneidad), es decir que la vida
eterna es tan perfecta vida, que en su actividad perfecta no cambia, sino que vive
simultáneamente toda perfección. Es necesario dar un salto que supere la
imaginación y la experiencia temporal que los hombres tenemos y pensar, ver con
la inteligencia, más allá de la fantasía lo que es vida perfecta, actividad que no cesa
en la novedad continua, plenitud tan completa que no puede alcanzar nada más,
pero que no cesa simultáneamente. En el cairos humano se intuye algo del amor
divino. Los cristianos podemos dar el salto al kairos divino que no es tiempo, sino
eternidad y podemos contemplar que Dios Padre eternamente está engendrando al
Hijo, dando toda su vida siempre y ahora y que Padre e Hijo espiran el éxtasis de
amor que es el Espíritu Santo que les da la novedad del amor, y les une en una
comunión de mutua entrega y donación que las Tres Personas son un solo y único
Dios, perfecta unión de amor. Eso es la eternidad, no sucesividad inacabable, que
nosotros entenderíamos como aburrimiento por no darse la novedad de amor
joven. La eternidad es pues, vida eterna, amor perdurable siempre nuevo.

Todo esto es compatible con que el tiempo del universo fuese infinito, pues esta
infinitud no es más que sucesiones de instantes medibles, limitados y efímeros.
Aunque algunos como Santo Tomás admiten el tiempo infinito del cosmos, porque
entiende la diferencia con la eternidad, actualmente nos movemos más bien en
entender la finitud de la duración del universo. Comienza hace 13.000 millones de
años y acabará con el desgaste entrópico de todas las energías. Aunque pueden
surgir nuevas teorías.

La relación entre la eternidad y el tiempo es de gran interés, pues si la vida eterna


no es vida en tiempo muy largo o infinito, sino vida duración perfecta y activa no
cambiante ni en tensión hacia el futuro, y la vida temporal viene marcada por el ser
del instante presente; se puede decir que la relación muestra mejor quién es Dios y

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la criatura pues Dios conoce todo en presente. Dios conoce el pasado en su


presente existente, el fututo en su presente existente, no antes de que suceda, sino
cuando suceda. Si conociese el futuro como futuro se darían absurdos como la
negación de la libertad en un fatalismo del destino inaceptable, o que Dios quiere el
mal, o que ya está decidido lo que va a suceder. Y esto no es así, sólo se puede
pensar si se conoce poco a Dios, y se piensa de Él que es como los hombres, pero
a un nivel superior; y es al revés, los hombres somos imagen y semejanza de Dios,
pero Él está a un nivel que realmente supera la experiencia humana. Estas ideas
superan el modo habitual de pensar de los humanos según el pasado, el presente y
el futuro que son sucesivos y limitados hasta marcar una fluidez del existir
verdaderamente mínima. La noción de eternidad requiere un pensar abierto a una
realidad superior que fascina y supera, siendo una aspiración humana que sólo se
puede alcanzar como un don.

La Revelación manifiesta «en el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1, 1),
«nos eligió antes de la constitución del mundo» (Sal 101, 26) y con palabras de
Jesús: «Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca
de ti antes de que el mundo existiese» (Jn 17, 5). La expresión ”principio” indica el
comienzo del tiempo, y el origen en Dios. Al indicar “antes” se utiliza el modo
humano y temporal de hablar para expresar realidades eternas, que no es preciso,
pero que es inteligible a los hombres, que es lo que se trata de conseguir.
Aristóteles entendió que la realidad temporal es un accidente de la sustancia, y que
si no hay cosas no hay tiempo, ni espacio. Pero la imaginación, no el pensamiento,
tiende a imaginar un espacio absoluto más allá de las cosas donde se contiene el
universo, y no es así, donde hay cosas hay espacio. Y con el tiempo igual, donde
hay cosas hay tiempo. Y el paso del tiempo a la eternidad al tiempo sólo se puede
hacer como una apertura de Dios que lleva a participar de su vida perfecta que
llamamos eterna.

Dios es eterno y explicación del ansia de perennidad del ser humano. La realidad
de la eternidad atrae al espíritu humano y confirma que si Dios no fuese eterno no
sería Dios.

La eternidad ayuda a entender la Historia, pues la Eternidad ha entrado en el


tiempo. No se trata de una intensificación del presente, si no de que se añaden
dos hechos centrales en el sentido de la historia: la Encarnación del Verbo en
Jesucristo que le hace Señor de la Historia; y la Parusía de Cristo, es decir, su
Segunda Venida. Así se relaciona eternidad, historia y tiempo. “El tiempo no es
independiente de la eternidad. Una visión puramente temporal de la vida es
incompleta. El ser eterno no pertenece, desde luego, a la esencia del tiempo; la
eternidad difiere radicalmente del tiempo y lo trasciende. Pero, sin embargo, no
vayamos a creer que la eternidad es tan sólo un intemporal abstracto; por el
contrario, es un presente muy concreto, y para gozar de él no es necesario
renunciar al tiempo. La eternidad nos es dada ahora: somos contemporáneos de lo
eterno. Si permanecemos es por participación del eterno presente, del mismo
modo que el ser singular no existe más que por participación del acto de existir.
Nosotros no somos nuestra propia duración, porque no somos nuestro propio ser.
Sólo Dios es su eternidad porque El es su ser permanente e inmutable. Es el Padre
único, padre sin padre. El hombre es, en primer lugar, hijo. Sólo a la paternidad
divina corresponde el nombre de padre. El hombre nace del Eterno. Es necesario
pues empeñarse en unir continuamente nuestro presente temporal al presente
eterno. Al conquistar la unidad en cada instante, llegaremos a ser eternos, porque
lo que es uno, es indivisible e indestructible, y por tanto inmaterial y divino.
Señalada con el sello de la eternidad, nuestra actividad se espiritualiza y confiere a

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la banalidad de lo cotidiano la densidad de lo sagrado”[3]. En Cristo se alcanza la


plenitud de los tiempos, pues se unen máximamente lo temporal y lo eterno en la
realidad sucesiva histórica. Cristo es temporal en cuanto a su Humanidad y eterno
según su divinidad, siendo mortal y viviente al mismo tiempo y muerto y Vivo en el
Sábado Santo. En cuanto Dios está presente en todo momento histórico. En cuanto
Hombre resucitado también lo está por vivir un don del Padre que es la vida eterna.
Su Persona está presente hoy en su totalidad divina y humana. Por eso es
contemporáneo nuestro. En la Misa está presente Él mismo. Se puede hablar con Él
en nuestro hoy incierto, actúa hoy, actuó ayer y marca el futuro junto a los actos
libres de los hombres.

El sentido de la historia viene marcado por una intervención divina distinta de la


creación que es la Encarnación. La presencia del Eterno en el tiempo reconduce la
historia hacia una meta que San Pablo llama “recapitulación de todo en Cristo”. La
plenitud de la historia se dará en el momento en que, por gracia de Dios, se
alcanzará el máximo progreso. En este maximum por una parte el último enemigo,
que es la muerte, será vencido, también el pecado, y finalizará la acción perniciosa
el diablo en la historia. Los hombres alcanzarán la justicia completa cada uno según
sus obras. Este momento culminante marca el sentido de la historia más allá del
análisis de los acontecimientos humanos tan volubles y azarosos. Las esperanzas
de los buenos no serán defraudadas. La misma materia será divinizada al modo
como lo fue el Cuerpo de Jesús y el de María. También se realizarán unos nuevos
cielos y una nueva tierra, como anuncia proféticamente el Antiguo y el Nuevo
Testamento, aunque la Iglesia confiesa que no sabe interpretar lo que significan
estas palabras. En ese tiempo se revelará el sentido de la presencia de la Iglesia en
la historia como sacramento de la unidad de todos los pueblos. Todos los pueblos
serán uno alrededor de Cristo en el Reino de Dios. Israel habrá cumplido su misión
histórica unida ya a la Iglesia. Esta visión grandiosa, que podemos rodear de citas
bíblicas, marca el sentido de la historia y del tiempo en le que viven los hombres
camino hacia la eternidad suspirada.

En lo histórico queda marcada la Humanidad en la sucesividad de generaciones por


aquello que dice San Agustín en su teología de la historia llamada “La Ciudad de
Dios”: “dos amores fundaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el olvido de
Dios la ciudad de los hombres, y el amor a Dios hasta el olvido de sí, la Ciudad de
Dios”[6], añadiendo que la historia no es cosa sola de la libertad finita de los
hombres, si no que siempre está la Providencia de Dios Padre que cuida “suaviter
et fortiter” a los humanos, con el decreto inmutable del triunfo final de Dios en la
historia con el cumplimiento del Reino de Cristo.

La entrada de la eternidad en el tiempo no cambia el tiempo, pero sí la historia. Se


han pensado diversos sentidos de la historia incluso materialistas como en el
marxismo, o más espiritualistas en el hegelianismo. Pero el hecho de que la
revelación se realice en hechos históricos en toda su densidad y que Cristo- que es
eterno- viva y resucite en el tiempo marca el sentido de la historia como señala
Pannenberg, que sitúa los hechos salvíficos en un contexto global histórico. Dice
que la Revelación se da no al comienzo, si no al final de la historia revelante[7].
Aunque la revelación está completa en Cristo en su primera venida, se puede
aceptar su afirmación en el sentido de que desconocemos su despliegue completo y
el Espíritu nos conduce hacia la verdad completa[8]. Lo original de su planteamiento
es que se puede conocer a Dios con métodos históricos y hermenéuticos porque se
ha revelado en la historia, ¡afirmación audaz y sugerente! Forma parte de la ciencia
histórica que Jesús ha resucitado, que Dios es su Padre, que él es Hijo de Dios etc.
En definitiva es una revalorización de la razón ante tantos fracasos ideológicos más

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que filosóficos, aunque parece que reduzca la trascendencia y la gratuidad de la


revelación.

El Cristianismo enseña con claridad que Cristo murió y resucitó. San Pablo añade
con fuerza que si no fuese así ”vana sería nuestra fe” (1 Co 15). Cristo vive una
Vida nueva, una vida para no morir, una transformación del cuerpo unido a un alma
que está llena de gozo y poder. Ambos están unidos a la divinidad del modo
máximo posible para los humanos. Cristo resucitado marca un antes y un después
en la vida del hombre. Ser con Cristo –ser cristiano- equivale a vivir un nuevo
modo de duración. El cambio fundamental está en los modos de vivir esa Vida
nueva. De momento sabemos que hasta la Segunda venida de Cristo al final de los
tiempos sólo las almas perviven y los cuerpos se descomponen. En el final también
resucitarán los cuerpos. El amor antes de la muerte es lo que da sentido a todo el
vivir temporal. Este amor necesita purificación constante y superaciones nada
fáciles. El amor de la persona que ha muerto sin pecado mortal es amor sin mezcla
de egoísmo. De ahí el gozo del bienaventurado. La justicia en relación con los
demás seres humanos es plena, pues es amar y ser amado sin tasa; la prudencia
es consolidación en ya amor que no duda. No es necesaria la foraleza, ni la
templanza, ni la fe, ni la esperanza, pues es posesión de Dios mismo con todos los
deseos del corazón satisfechos y sin pasar pruebas o contradicciones. Es posesión
de Dios que se da al alma que ya puede darse y abrirse totalmente.

2.5 Dios Belleza


La persona ama la belleza, no puede vivir sin ella en algún grado. El amor humano
se mueve en gran medida por la belleza. Los animales no aman la belleza porque
no la pueden apreciar, ni la pueden crear. Lo feo repugna, lo antiestético puede
producir asco porque refleja desamor. Veamos porque es así.
El pulchrum es un trascendental del Ser. “la belleza es la aureola de resplandor
imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión”35
El unum es el primer transcendental en cuanto atrae lo múltiple a la unidad. El
verum es el transcendental que ama la inteligencia pues el ser es inteligible. El
bonum atrae el amor de la voluntad al ser perfecto. El pulchrum atrae el amor de
corazón. Al conectar con lo más íntimo atrae a todo ser humano, y por ser el
corazón la sede más íntima y donde reside el amor como afecto y sentimiento más
profundo que el querer atrae con fuerza a todos. El acto de ser que constituye la
persona en el corazón, que también participa de esa belleza, y por eso puede
captarla, gozar, sentir, y, sobre todo, crearla, que es uno de los modos más
intensos modo de vivir humanamente. En un mundo sin belleza es fácil que se dé
un alejamiento del bien (recordemos que las cosas malas muchas veces se les
llama cosas feas), se llega a desear sondear las profundidades satánicas36, y se
hace muy difícil rezar. En cambio hay épocas durante las cuales era natural
experimentar el kalokagathon (bello y bueno) lo bonito, contracción de buenito que
es bello. Von Balthasar señala el prefacio de su gran obra Gloria que “nadie puede
percibir lo bello sin ser arrebatado, y sólo puede ser arrebatado el que lo percibe”37.
Los trascendentales están tan unidos que el olvido de uno influye en los demás. La
Verdad es bella y la Belleza no es maquillaje sino auténtica, original. La Bondad es
hermosa, en el niño y en el mártir, en la abnegación materna, y en la admiración al

35
Von Balthasar. Gloria. I ed Encuentro. 1985, p. 22
36
ibid. p.23
37
ibid. p. 16

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fuerte. Lo bello si no es bueno es trampa y engaño que siempre se descubre. La


santidad tiene atracción de belleza cuando se percibe. Y eso se nota en la sencillez
y en las manifestaciones de las clásicas artes. Se trata de ir del esplendor a la raíz
y de la raíz al arrebatamiento en una espiral gozosa. . Es lo que Claudio Rodríguez
expresa poéticamente: “La belleza anterior a toda forma/ nos va haciendo a su
misma semejanza”38; o en otro lugar “Siempre la claridad viene del cielo;/ es un
don, no se halla entre las cosas/ sino no muy por encima y las ocupa/ haciendo de
ella vida y labor propias”39
La belleza no es algo material, si bien el todo configurado que la posee está
formado por seres materiales, y la impresión que produce el todo depende
esencialmente de cualidades de cosas: la rígida inmovilidad del muro natural da al
valle el carácter de lo protegido y seguro, los tonos luminosos de las paredes de
roca su peculiar claridad. Acabo de decir que esa belleza es clara, suave y pacífica.
Quien la acoja dentro de sí participará de esa claridad, esa suavidad y esa paz.
Entendemos ese estado del alma, sin más, como algo espiritual”40. La belleza está
fuera (es transcendente) y dentro (es inmanente como lo es Dios con el hombre).
San Agustín lo expresa maravillosamente en un texto que se ha hecho antológico: “
¡Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro
de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba
contigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no
existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te
anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con
ansia la paz que procede de Ti”41 Captar la belleza es sintonizar con la irradiación
de lo que es bello porque es armonía perfecta que atrae el corazón. Kansdinski dice
que el color es un dardo que llega al alma. En el arte oriental ortodoxo, tan dado a
la transcendencia, se concreta estos significados .El padre Spidlik explicó que en el
icono “el color no es algo casual, sino que tiene su propio lenguaje: el rojo es la
divinidad; el azul, la humanidad; el blanco de la luz, en la tradición oriental, nace
de dentro, es la luz espiritual que ilumina al mundo, es la luz divina que pone de
manifiesto la realidad”. En el icono no hay sombras lo que es una manera de hablar
de la luz divina en los cuerpos pintados.
El fondo trinitario de la persona lleva más lejos. De un lado cada persona posee
algo de la emoción del eterno engendrar un Hijo perfecto igual al Padre. De otro en
su interior participa de ese Hijo, que es el Modelo y ejemplo de la Creación ad extra
en su plenitud de Verdad y Belleza. En tercer lugar está en la intimidad en el
hombre del algo del éxtasis del Espíritu ante la generación del Hijo por el Padre.
Esta intimidad eterna se puede expresar con todos los saberes humanos, pero
quizá las palabras que la exprese mejor sea emoción, entusiasmo, éxtasis,
porque se conjugan con perfección los trascendentales del Ser que son también las
grandes aspiraciones humanas: Amor, Verdad, Unidad, Bondad, Belleza.
“¡Naturalmente, instintivamente, el hombre tiende a evocar a Dios cuando la
belleza inesperada o intensa le arranca del embotamiento cotidiano! "¡Dios mío!
Cuánta belleza...", exclama el poeta (Castro Alves, Sub tegmine fagi) y con él -
consciente o inconscientemente- todos los artistas han vibrado y creado. En la
tradición occidental ya Píndaro, en su grandioso "Himno a Zeus" había revelado que

38
Claudio Rodríguez. Don de la ebriedad. Clásicos Castalia. VII, 32-33 p. 116 y 117
39
ibid. I 1-4 p. 81
40
Edith Stein La estructura de la persona humana. p. 89
41
San Agustín. Confesiones. Libro 7,18

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la belleza artística, las musas, son el remedio que Zeus concedió para superar el
embotamiento del hombre, olvidado del origen divino del mundo e inmerso en su
visión rutinaria. Las relaciones entre Dios, la belleza y el arte han sido
recientemente (1999) retomadas por Juan Pablo II en su "Carta a los Artistas"
califica la obra de arte de "epifanía", manifestación por la belleza, de Dios. Empieza
hablando de la creación artística -y no se trata de arte sacro- como participación de
lo divino: "(vosotros, artistas), atraídos por el asombro del ancestral poder de los
sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra
de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio
de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto
modo asociaros".
Después de evocar un sugestivo hecho de la lengua polaca: "La página inicial de la
Biblia nos presenta a Dios casi como el modelo ejemplar de cada persona que
produce una obra: en el hombre artífice se refleja su imagen de Creador. Esta
relación se pone en evidencia en la lengua polaca, gracias al parecido en el léxico
entre las palabras stwóeca (creador) y twórcam (artífice)", concluye: "Dios ha
llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la
«creación artística » el hombre se revela más que nunca « imagen de Dios » y lleva
a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda « materia » de la propia
humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le
rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano
un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia
creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita
entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte
creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por
esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación
del mismo».
Toda belleza lleva a la Belleza que es Dios, aunque no puede decirse lo mismo de
todo lo que queremos llamar arte, si se puede extender al arte, aunque nos sea
sacro esta potencia de llevar a Dios. De ahí que se pueda decir con la beata Isabel
de la Trinidad que adorar es “amor extasiado ante la belleza” con gran acierto, si se
alcanza a ver así a Dios se producirá este arrebatamiento que ennoblece al hombre.

2.6 Dios es Luz


Cuando se emplea el simbolismo de la Luz para expresar quién es Dios el
pensamiento se va a todas las propiedades humanas de la luz en la Tierra: ver, su
diafanidad, transparencia, ilumina todo, disipar tinieblas, la existencia de grados en
la iluminación. El conocimiento actual de la luz (explosiones de fisión o de fusión
nuclear, fruto de la electricidad conseguida artificialmente de diversos modos) no se
alcanza a perder la fuerza del simbolismo humano. Por ejemplo, se habla de un
rostro luminoso o una mirada iluminada, en contraste con el miedo de la noche o
de la tiniebla del calabozo, o la emergencia de las perversiones del odio llamado
tenebroso, o de la enfermedad en las cara apagada etc. Al mismo tiempo, la luz de
los días festivos llena más de alegría, y un día oscuro y lluvioso deprime a muchas
personas. Pero el simbolismo va más allá cuando hace referencia a la utilización de
otros en tiempos anteriores. Este es el caso de la oposición luz-tinieblas en los
sistemas gnósticos que divinizan a diversos niveles la maldad.
San Juan tiene en cuenta esta utilización cuando dice: “He aquí el mensaje que le
hemos oído y que os anunciamos: Dios es luz y no hay en El tiniebla alguna”42. Que

42
1 Jn 1:5

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sigue al asombro con que habla de la Encarnación del Verbo: “Lo que existía desde
el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida -pues la vida
se ha manifestado y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos
la vida eterna, que estaba junto al Padre, y se nos ha manifestado-; lo que hemos
visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”43. Esta gran
revelación de Dios como Verbo que se hace hombre y que es Luz sin tinieblas es
conectada de inmediato con el comportamiento moral más que con el gozo del
conocimiento teórico: “Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo. Si
decimos que tenemos comunión con El, y sin embargo caminamos en tinieblas,
mentimos y no practicamos la verdad. En cambio, si caminamos en la luz, del
mismo modo que El está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos los pecados y
purificarnos de toda iniquidad”44. Y en una escalada creciente conecta el Verbo, la
Luz y el Amor que camina entre las tinieblas formadas por el pecado, no sólo por la
ignorancia señalando la senda de salvación “Quien dice que permanece en Dios,
debe caminar como él caminó. Queridísimos, no os escribo un mandamiento nuevo,
sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio: este mandamiento
antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un
mandamiento nuevo -novedad que se verifica en él y en vosotros-, porque las
tinieblas van desapareciendo y brilla ya la luz verdadera. Quien dice que está en la
luz y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su
hermano, permanece en la luz y no corre peligro de tropezar. En cambio, quien
aborrece a su hermano está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde
va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”45. La relación entre tiniebla y pecado
es clara y caminar en la luz es el obrar moral bueno ayudado por la gracia divina
que ilumina la mente y el corazón.
Si volvemos a los precedentes del gnosticismo anterior al cristianismo, para que no
existan influencias cristianas, es fuerte el simbolismo de la Luz y las tinieblas que lo
llena todo. En concreto en ambiente iranio y mandeo se habla de la “primera Vida
extraña que es la del “Rey de la Luz” cuyo mundo es “un mundo de esplendor y de
luz sin oscuridad” un mundo de rectitud sin turbulencias. Mani, aunque se llama
cristiano, toma de los mandeos habla de dos seres en el comienzo del mundo, el
primero era la Luz, el segundo la Oscuridad, y el mundo era una mezcla de luz y de
oscuridad, con prepronderancia de la oscuridad. Hermes dirá “alejaos de la luz
sombría””46. Sin embargo es Plotino el que hace una teoría más completa sobre la
luz en una ascensión interna de los Muchos al Uno siendo los primeros peldaños la
ética, sigue la teoría y concluye la mística.
En clave cristiana dice el pseudo Dionisio que toda luz procede del Padre47,
siguiendo las palabras de Santiago: “todo buen don y toda dádiva perfecta viene de
arriba, desciende del Padre de las luces”48. Es decir, el Padre es y da Luz, es la

43
1 Jn 1:1-3
44
1 Jn 1:4. 6-9
45
1 Jn 2:6-8
46
Hans Jonas. Las religiones gnósticas, p.92.
47
Pseudo Dionisio Areopagita. Las jerarquías celestes. Ed BAC 1995 p. 119
48
Sant 1,17

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Fuente de toda Luz. Pero pasando al Hijo llama a Jesús “Luz del Padre” pues es “la
luz verdadera que ilumina a todo hombre”49
Con este horizonte muestra a Dios diciendo: eevémonos sobre esta profusión
luminosa hasta el puro Rayo de Luz en sí mismo. Por supuesto, este Rayo de Luz no
pierde nada de su propia naturaleza, ni de su íntima unidad. Aún cuando actúa y se
multiplica exteriormente como es propio de su bondad, para ennoblecer y unificar
los seres que están bajo su providencia (idea tomada de Proclo), sin embargo
permanece interiormente estable en sí mismo, absolutamente estable en identidad
inmóvil”50. La influencia de la filosofía neoplatónica es clara, pero cristiana
totalmente.
Si damos un paso más en esta línea, podemos aprovechar el simbolismo de la Luz
en el conocimiento de Dios en sí mismo mostrándole según diversos aspectos
personales. El Padre es la Fuente de la Luz. El Hijo es la Luz de Luz. El Espíritu
Santo es el Iluminador de las profundidades divinas. De otro modo. El Padre es Luz.
El Verbo es el que ilumina a todo hombre, recibiendo la Luz del Padre. Es Espíritu
Santo es el portador de la Luz a los hombres recibiéndola del Padre y del Hijo.
La noción de dar sin consumirse es asequible al simbolismo de la Luz. También la
de alegría y amor. Por supuesto, la de inteligibilidad suprema. Y derivada a la
creación de superadora de las Tinieblas que han inundado la Creación luminosa por
el fiat Lux

2.7 La gloria de Dios


Un paso más para conocer a Dios es considerar su Gloria. La gloria de Dios es una
noción primaria como lo es la belleza. La gloria es la expresión del esplendor de la
perfección divina que suscita admiración y adoración. La definición clásica es "clara
cum laude notitia" conocimiento claro con alabanza". Los hombres siempre se
quedan cortos en entender ese esplendor. Los místicos llegan más lejos pues
poseen la ciencia de la experiencia que sabe porque sabe, aunque no sepa por qué
sabe. El místico ve, siente, experimenta, conoce y reconoce, asciende, saborea o
queda anonadado ante la grandeza como Moisés ante la zarza ardiente del Sinaí,
como Pedro en la Transfiguración y se postra con temor y temblor atraído y
fascinado. Esta experiencia lleva al respeto de lo tremendo que es lo propio de lo
sagrado, que al mismo tiempo es fascinante. Es lo que los hebreos llaman el kabod
de Dios. Es la doxa tou zeou de los griegos, aunque en los griegos tiene un matiz
de conocimiento más o menos incierto en cambio el kabod es una cualidad de gran
trascendencia.
La gloria intrínseca de Dios es su vida misma, su perfección, su circulación de amor
y conocimiento, su belleza absoluta que es infinita. Nada externo necesita para que
el esplendor de la gloria sea máximo. Dios quiso comunicar sus infinitas
perfecciones a las criaturas que le comunican una gloria extrínseca que es el fin de
la creación. El bien de las criaturas es dar a Dios esa gloria, porque en Él
encuentran la vida y la perfección.
La relación de Dios y la creación lleva a entender otro matiz de la gloria divina. Esa
gloria es el alfa y el omega, el principio y el fin de toda la creación. La misma
encarnación del Verbo y la redención del género humano no tienen otra finalidad

49
Jn 1,9
50
Pseudo Dionisio Areopagita. Las jerarquías celestes. Ed BAC 1995 p.120. los velos en que se oculta la
luz son la Sagrada Escritura y la Liturgia. Además de la incapacidad humana para sostener la mirada sin
deslumbrarse

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que la gloria de Dios: "Cuando te queden sometidas todas las cosas, entonces el
mismo Hijo se sujetará a quién a él todo se lo sometió, para que sea todo en todas
las cosas" (1 Co 15,28) Por eso exhorta el apóstol a no dar un paso que no sea
encaminado a la gloria de Dios: "Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa,
hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Co 10,31) "por cuanto que en Él nos eligió
antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante
él, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza de su gloria" (Ef 1,4-6).
Cristo es "el esplendor de la gloria del Padre" después de una breve humillación fue
coronado de gloria (Heb 1,2;2,7.9).
San Ireneo nos dará una aportación importante para captar lo que es la gloria de
Dios: "Gloria Dei vivens homo", la gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del
hombre es la visión de Dios. Esta luz por una parte aleja de considerar a Dios como
un ser lejano de los hombres, como un rey que recibe el tributo de los hombres en
una especie de autocomplacencia. La gloria de Dios es vivir en nosotros, es que
tengamos vida eterna, la suya; es endiosarnos. Esa gloria de Dios es gozo en Dios
por la alegría del triunfo del hijo libre, que puede ser díscolo, pero que ha triunfado
y ama como Dios, es el mismo Dios en cierta manera, como dice San Gregorio de
Nisa. Es el endiosamiento bueno que será perpetuo en la vida de la gloria perpetua
que es el cielo.
En resumen, la consideración del esplendor de la gloria de Dios no es sólo la
admiración de su infinita perfección; ni tan sólo la adecuación del fin personal de
cada uno con el fin general que es Dios mismo. Existe una tercera consideración: la
gloria de Dios es la del Padre que ve alcanzar la perfección y amor al hijo. La gloria
de Dios es el gozo del Hijo que ve a sus hermanos ganados al precio de la sangre
de Cristo que vuelven al padre y reciben una vida nueva. La gloria de Dios es la
alegría del Espíritu Santo de poder obrar con libertad en aquellos que ya se mueven
en la relación con el Padre de una manera libre y amorosa

2.8 Dios Amor es único, pero no solitario


Dios es Amor, pero no es un Amor solitario, ni concéntrico, sino abierto en plenitud.
En la Trinidad cada Persona ama de un modo personal diverso. El Padre engendra
intelectualmente al Hijo, que es su Imagen, su Verbo, su Palabra, en un acto de
amor paternal. El Hijo es el Amado. El Espíritu Santo es la persona Don. Como dice
Ramón Llull: son Amante, Amado y Amador. Dar, aceptar y don serían los
correlatos en el hombre según Sellés. A nosotros nos cuesta apreciar esta riqueza,
que es coeterna y consubstancial, y que lleva una comunión tan plena que son un
solo Dios: Unidad total y amorosa. Es más, resulta difícil pensar que la unidad
divina no sea amorosa como fruto de la comunión entre las tres personas divinas.
Edith Stein señala que “Salir de sí mismo es de la esencia del ser espiritual”51. La
persona humana es radicalmente relacional, con una relación de amor. Primero con
Dios –distinguiendo en su amor a las Tres Personas divinas, no en todos
conscientemente-. Después con las demás personas con multitud de relaciones:
esposos, hijos, descendientes, amigos. Luego con el mundo sobre el que debe
dominar –reinar- por delegación con un verdadero amor inteligente, no sólo como
un instrumento de uso. Entremos más en detalle en lo que es amor.
Los griegos analizaron con su característica perspicacia el amor humano
distinguiendo entre eros (εροσ), ágape (αγαπε) y fillein (φιλλειν). “El amor humano
puede desplegarse como eros (deseo) o como agapé (donación efusiva). El eros es

51
Edith Stein La estructura de la persona humana. Ed Monte Carmelo, p. 82

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un desencadenamiento sin límites hacia algo que se necesita y cuyo otorgamiento


presupone, por tanto, unilatelateralidad. La donación efusiva, por el contrario,
presupone cierta plenitud que se expande, haciendo desaparecer la desigualdad
con "lo otro" que ella. Eros surge “ex indigentia", de la pobreza; la agapé, “ex
plenitudine” de la sobreabundancia. El eros estimula energías anhelantes; el agapé,
en cambio, promueve energías desbordantes para ampliar en número de centros
"donantes"”52. Pieper matiza los contenidos etimológicos en el ámbito precristiano
de los griegos: “eros, la palabra griega aceptada por todas las lenguas europeas,
tiene una significación mucho menos clara de lo que ciertos intérpretes han
afirmado. No es preciso adentrarse gran cosa en los Diálogos de Platón para darse
cuenta de la pluralidad de dimensiones que ofrece el área de su significación. Puede
dar a entender la inclinación que se inflama ante lo corporalmente bello; la locura
divina (theia mania), el impulso de meditación religiosa sobre el mundo y la
existencia, el ímpetu de la ascensión hasta la contemplación de lo divinamente
hermoso. A esto llama Platón "Eros". En Sófocles hay un lugar donde esta palabra
quiere decir algo así como "alegría apasionada”53. Bendicto XVI lo explica así en la
encíclica Deus Caritas est: “A este propósito, nos hemos encontrado con las dos
palabras fundamentales: eros como término para el amor «mundano y agapé‘ como
denominación del amor fundado en la fe y plasmado por ella. Con frecuencia,
ambas contraponen, una como amor “ascendente”, y otra como amor
“descendente” la otra. Hay otras clasificaciones afines como, por ejemplo, la
distinción entre amor posesivo y amor oblativo ( amor concupiscentiae-amor
benevolentiae), al que, aveces, se añade también el amor que tiende al propio
provecho”54.
Pero hay más, se da otro nivel del amor que es el propio de fillein, querer el bien
del otro, en una superación del yo, que de un modo paradójico, le enriquece
extraordinariamente; sobre todo si se consigue una agrupación en la que se viva
esta realidad. De nuevo Pieper matiza el sentido griego antiguo: “philía, a pesar de
quedar restringida al traducirla por "amistad", es un vocablo que parece acentuar,
lo mismo que el verbo de donde proviene, philein, el sentimiento de solidaridad, no
sólo entre amigos, sino también entre casados, compatriotas y entre todas las
personas de las que se predica. Cuando Antígona está pronunciando la célebre
frase “no he sido hecha para odiar, sino para amar", no emplea ni el verbo eros ni
el ágape, sino el verbo philein”55.
Podríamos relacionar está riqueza del amor con los trascendentales del Esse, que
podemos llamar también manifestaciones ad extra de la Trinidad. El amor como
admiración (eros) corresponde a la atracción que produce la belleza. Ciertamente la
sensibilidad estética, física, cultural y moral cuenta mucho para poder apreciar lo
bello. Cabe incluso que se diga que gusta o atrae lo apariencial o lo feo o, menos
bello, pero siempre es por defecto del que es atraído. Siempre será el primer paso
del amor la atracción por la belleza desde las formas más exteriores hasta las más
elevadas y espirituales. El segundo paso es la donación, quizá precedida por una
donación del otro (ágape), ciertamente si hay correspondencia es más fácil, pero
cabe amar gratuitamente y con desinterés, o, incluso, con una cierta repugnancia.
Este movimiento corresponde al trascendental del Bien. Aquí se mueve el campo
moral con toda su fuerza y excelencia entrando todas las capacidades y virtudes
según su orden. La persona buena cada vez tiene más atracción por el bien. La

52
LeonardoPolo. La persona humana y su crecimiento 2ª edición 1999. Eunsa Pamplona p.114
53
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp Madrid1976. p. 429
54
Benedicto XVI encíclica Deus Caritas est. n.7
55
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp. Madrid 1976. p. 428

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persona endurecida en el mal siente aversión al Bien y a los que viven moralmente
bien. En tercer lugar viene la unión, la koinonía, la participación en la pericorésis
trinitaria, el que el yo se une con el tú, sin dejar de ser un yo personal, es más,
siendo más rico, porque el amado, otro yo, le llena su intimidad. A la apertura del
ágape (salir de sí mismo, éxtasis) viene la recepción y plenitud del enriquecimiento
de la comunión espiritual: entenderse, quererse, gozar de la alegría de ser querido
y de querer, sin mentiras ni utilitarismos, ser querido por uno mismo, no por lo que
se tiene, sino por lo que se es. Y se dilata el yo personal para dar más, porque
tiene mucho más riqueza y el crecimiento recíproco es exponencial. Esta
manifestación del amor corresponde al trascendental unum, seguida y acompañada
del verum, que en realidad, es indispensable en todos los niveles, pues evita las
mentiras y los engaños, asesinos del amor. Una belleza falsa puede atraer, hasta
que se quita la máscara. Un darse con motivos no rectos durará lo que dure el
engaño, hasta el descubrimiento de que no se puede dar así por que se sabe
utilizado, no amado. La unión lleva a superar todas las mentiras que históricamente
acumula el ser humano, hasta alcanzar la verdad eterna que permite que el unum
sea pleno según la Unidad divina es una porque las Tres Personas son amor pleno y
verdadero con distintas personalidades.
El ágape es dar o, incluso, darse, pero desconoce que el amado también necesita
ser amante que también puede y necesita dar y darse. Está en el buen camino,
hacer crecer a la persona que ama, pero también es insuficiente. En ámbito griego
tiene sentido, pero los cristianos lo amplían: “Agape, como sustantivo adquirió
carta de naturaleza en griego bíblico allí se toma en sentido absoluto como en 1Jn
4,18: "en el amor no hay temor, porque el amor perfecto desecha el temor". En el
amor ¿a quién? Habría que preguntar. ¿O quizá quiere decir en el amor de quién?,
del otro como amante. Amar también es dejarse amar por quién es digno, sin ello
se daría un orgullo oculto”56.
Philein va más allá que ágape y eros, pero no bastan para mostrar la riqueza del
amor humano. ¿Qué falta pues? Recordar que el acto de ser que constituye a la
persona es participación del Esse divino, y el Esse divino – Dios - es “una corriente
trinitaria de amor”57 vive una koinonía, comunión plena y total hasta el Uno
perfecto que es el Dios único. La maravillosa idea de pericoresis περιχορεσισ nos
lleva vislumbrar lo que es el Amor en su realidad plena de unión y comunión.
Sin embargo, separar eros y ágape es peligroso y no real. Ha existido en la filosofía
y en la teología “distinciones se han radicalizado hasta el punto de contraponerse
entre sí: lo típicamente cristiano sería el amor descendente, oblativo, el agapé
precisamente; la cultura no cristiana, por el contrario, sobre todo la griega, se
caracterizaría por el amor ascendente, vehemente, posesivo, es decir, el eros. Si se
llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedaría
desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y
constituiría un mundo del todo singular, que tal vez podría considerarse admirable,
pero netamente apartado del conjunto de la vida humana. En realidad, eros y
ágape –amor ascendente y amor descendente- nunca llegan a separarse
completamente”58. Dios es donación total, pero también es gozo infinito. Separar
en Dios estas realidades del único amor llevaría en los humanos o al amor como
amor propio exclusivamente, o al amor que reniega de la felicidad. Ambas son
posturas no aceptables. Mirando la Biblia, aunque se pueda decir que son formas

56
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp. 1976. p. 429
57
Beato Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp Madrid n. 85
58
Deus Caritas est n.7

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antropológicas de hablar se puede afirmar (Oseas, Ezequiel y otros) que Dios “ama,
y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es
también tota1mente ágape”59. Y añade Benedicto XVI: “el eros es ennoblecido en
esta visión de Dios”60
También es de gran importancia para avanzar en el conocimiento del amor de Dios
lo que los teólogos griegos llaman pericorésis y los latinos circumincessio; que
podemos expresar como comunión perfecta. Cada Persona divina está totalmente
en las otras dos en un acto de amor tan perfecto y unitivo, que integran
eternamente un solo Dios único, valga la redundancia. Un Dios que es Uno, pero no
solitario. Más que decir que Dios Uno también es Trino, es mejor decir que Dios
Trinidad tiene que ser Uno por la unión de amor perfecta entre los Tres. Un Dios en
que su gozo eterno es amar perfectamente –dar, darse y dar ser-. El Padre como
Padre –amor originario, fontal, engendrador, Amante-; El Hijo como Hijo –Amado,
Verbo, Palabra, Modelo, Logos del Padre-; El Espíritu Santo como Don del Padre
principalmente y Don del Hijo – Vínculo, Don, Dador de Vida, Dedo del Eterno
Padre, Condilecto, Tercero en el Amor, Amador-. Así se abre a los ojos un misterio
que nunca se acaba, ni puede ser agotado, pero en el que lo que se conoce es
altamente enriquecedor para conocer al hombre como persona, y también a toda
la Creación.
Hablemos ahora de lo que conocemos de la Santísima Trinidad para pasar después
al hombre pues así se explica con más profundidad y amplitud el amor en el
hombre61. Siguiendo unas descripciones de Bruno Forte de gran calado teológico.
Dios, el Padre, es amor, esta afirmación conduce a las profundidades divinas. En la
salvación corresponde al Padre la iniciativa del amor, su amor es un amor fontal,
una fuente que mana eternamente. El Padre es el principio, la fuente y el origen de
la vida divina. No engendrado, no creado, su innascibilidad es no tener origen, es el
principio en cuanto que es Aquel de quien otro procede. Sólo Él puede sin motivo o
causa empezar a amar (salvando el lenguaje del tiempo para la eternidad). Dios
ama desde siempre y para siempre, comenzó a amar desde la eternidad. Nunca
fallará a su fidelidad en el amor, es una total espontaneidad, fontalidad, creatividad
inagotable del amor divino. El Padre es eterno origen del amor, Aquél que ama en
absoluta libertad, desde siempre y para siempre libre en su amor, el eterno Amante
con la gratuidad más pura del Amor

59
Ibid. n. 9
60
Ibid n. 10
61 La afición de la mitología al número tres se explica teniendo en cuenta que el Creador mismo ha grabado en la
naturaleza y en el hombre la triplicidad. Veamos la exposición de Pitágoras El número Uno no tiene experiencia del
otro, y ha de convertirse en otros para conocerse a sí mismo, aunque todos le contienen a él, i se divide al extremo
llega hasta el infinito, y entonces puedes decirse que el Uno es Todo. El ofidio que se muerde la cola. El Ourobouros
El Dos es el otro del Uno, no ya su reflejo, sino algo distinto es entidad propia y femenina. El Uno es al Sol como el dos
es a la Luna. A veces es complemento y otras es oposición, puede ser sombra y, entonces, mal. La serpiente enemiga
de Osiris El mundo inferior a los cielos. El averno de los muertos. El Dos multiplicado por uno es dos. Necesita el Tres
para crear.
El Tres transciende la dualidad. Es el número mediador. Es la progresión cíclica. Nacimiento, culminación, muerte. Es
el enigma de la esfinge. La naturaleza es trinitaria. Simboliza claramente la acción creadora.
Siendo Dios necesariamente trinitario, el ser, hasta lo irás profundo, tiene que ser también trinitario. Como quiera que
el ser creado es una participación en el ser divino, tendrá que reflejarse en aquél, de alguna manera-de un modo que
en definitiva sólo el creyente puede comprender-, la estructura necesariamente trinitaria del ser divino, del ser
simplemente tal. Sería cosa extraña que la conciencia humana no percibiese nada de este estado de cosas. Como
quiera que los mitos de los pueblos son una comprensión intuitiva del mundo y de su ser creado por Dios, en ellos se
vislumbra, aunque envuelta en el error, la verdad divina. Además, se puede admitir que Dios comunicó una Revelación
de su vida interna trinitaria al género humano que existía en Adán y Eva y que el género humano ya no olvidó del todo
esa verdad. En los mitos de los pueblos resuena con mayor o menor intensidad el eco de esta Revelación divina.

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El Amor del Padre no es egoísta, sino que es generador, originante, fecundo.


Amando Dios se distingue: es Amante y Amado, Padre e Hijo. Es el Padre por
esencia, la paternidad le distingue de las otras personas. Eternamente está
engendrando por amor al Hijo de un modo tan perfecto que el Hijo es consustancial
con el Padre que le da toda su vida. El Padre sale de sí mismo totalmente en
desbordante generosidad del Primer Amor. Más allá del Hijo el Amor que engendra
al Hijo sigue procediendo amor; amar es transcender al otro, no para amarlo
menos sino para amarlo más. El Amor del Padre, fuente del Amado, el Hijo, es
también fuente del tercero en el amor, el Espíritu. El Espíritu Santo es el éxtasis de
amor del Padre ante el Hijo y del hijo al contemplar al Padre. Es el condilecto en el
amor. Es el vínculo personal de la comunión mutua del Padre y del Hijo. Es el don
personal de su generosidad absoluta, en Él la Trinidad se hace donante y
acogedora. El Padre, Amante eterno, es fuente del Espíritu no sólo como amor
unificante, sino como amor abierto y acogedor y espira al Espíritu como don.Esta
libertad amorosa del Padre es el origen de la creación y la razón más profunda de la
libertad de las creaturas. Su iniciativa amorosa no cede ni ante el ingrato o el
infiel62
El Hijo es el Amado. Jesús nos revela la intimidad divina especialmente en la
muerte y la resurrección en la pascua. Pero fijémonos sólo en que es preexistente
al mundo creado, es el Verbo del Padre, su Palabra eterna. Lo característico suyo es
nacer de otro, ser amado, en el Hijo reside la receptividad del amor. El Hijo es
acogida pura, eterna obediencia de amor; él es el amado antes de la creación del
mundo. El eterno Amante se distingue del eterno Amado, procediendo de él por la
plenitud desbordante de su amor; el Hijo es el otro en el amor, sin él no existiría en
amor como don. El acto eterno de la generación es el eterno nacimiento de su Hijo
que no nace de la nada, ni de una sustancia cualquiera sino del seno del Padre, es
decir de su sustancia. El Hijo es el Verbo, la Imagen transparente y radiante de la
suya. La creación e tiene en el Verbo su fundamento63.
Pero el Padre no es el Hijo, el Amante no es el Amado, sin esa alteridad sería Dios
soledad absoluta, egocentrismo infinito. Dios es dar en el Padre y también
receptividad, dejarse amar eternamente. Al crear el amor se hace vulnerable al
pecado. corre el riesgo de la libertad. El dolor divino es perfección del amor como
se ve en Jesús, pero es desde la intimidad divina
El Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo que procede de los dos, porque su
distinción ha quedado asumida en una unidad más alta del amor que procede del
Padre y que, descansando en el Hijo, vuelve a su origen sin origen. El Espíritu
Santo es el vínculo personal de comunión distinto del uno y del otro. El amor divino
es oblativo, apertura plena. El Espíritu realiza la verdad del amor divino,
demostrando cómo el verdadero amor no es nunca cerrazón o posesividad, sino
apertura, don, salida del círculo de los dos. En Él se da la apertura de lo que es
divino a lo que no es divino. Es también el éxtasis de Dios hacia su otro: la criatura.
En el Espíritu el Amante y el Amado se abren a la creación y a la salvación
El Espíritu es aquél que abre el mundo de Dios al mundo de los hombres. El Espíritu
recibe del Padre principalmente y del Hijo, en cuanto que el Hijo es dado por el
Padre ser el vínculo de unidad del Padre y del Hijo es el tercero en el amor, aquel a
quien el Padre ama por el Hijo, más allá y por medio del Amado, siendo por eso
mismo personalmente el don del amor, el éxtasis del Amante y del Amado, su
apertura, el termino de su entrega, otro respecto a los dos. Es el amor que

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desborda del Padre y se derrama en el Hijo, que al recibirlo es uno con el Padre,
porque dado por él, el Espíritu es amor que se distingue del eterno Amante; otro
respecto del Hijo. La suya es la relación de las relaciones garantiza la distinción y
constituye la unidad del ser divino como aquel acontecimiento que es el amor
mismo
Dios Padre derrama su Espíritu sobre su Hijo que a su vez lo entrega al Padre en el
momento de la cruz y una vez que ha recibido en plenitud en la hora nueva de la
pascua y lo da a toda carne. El Espíritu es aquel por quien se consuma la
comunicación de Dios. Es sobreabundancia del amor divino, plenitud desbordante,
éxtasis de Dios, Dios como pura excedencia, Dios como emanación de amor y de
gracia64.

2.9 Dios es un ser personal


Un avance notable del conocimiento humano de Dios es que Dios es un Ser
personal. Lejos de las brumas del Dios lejano y extraño o de las elucubraciones del
dios todo panteísta, está ver que Dios es Alguien. Después vendrá el avanzar sobre
qué se entiende por Alguien, pero la primera intuición es válida, pues todo ser
humano percibe qué él es alguien y no algo, e incluso que los animales no son
alguien. Vamos a empezar por el conocimiento del hombre y de los ángeles como
personas y luego con la ayuda de la Revelación y de las analogías intentar desvelar
el misterio insondable del Dios personal. El Cristianismo aportó a la Humanidad la
convicción de que el hombre tiene dignidad porque es persona. Pero ¿qué es una
persona?65.

64
cfr. Bruno Forte. La Trinidad como historia. Ed Sígueme. Salamanca 1996 pp 91-99
65
E. C. Rava. Diccionario de teología. “En el mundo griego, el hombre no se considera persona, en
cuanto que está sometido al destino y no puede romper el círculo de la necesidad. En la Biblia no aparece
el término persona, pero toda la revelación judeocristiana pone en evidencia fuertemente la dignidad del
hombre ante a Dios, que toma conciencia de sí mismo y de su propia existencia irrepetible en virtud del
diálogo que Dios creador establece con él. También Dios se revela desde el principio de la creación como
persona, creador libre, lleno de sabiduría y de amor (Gn 1-2). En los primeros siglos de la Iglesia se
utilizó el término persona para aclarar el misterio de la Trinidad. Tertuliano fue el primero en introducir
este término para explicar la fe cristiana en Dios (Adversus Praxeam 6, 1 : 7, 8). Los Padres griegos, en
sus controversias trinitarias, en vez del término persona (prosopon) -interpretado por Sabelio como simple
apariencia- utilizan la expresión hypóstasis, traducida por suppositum o subsistentia, en cuanto que indica
una realidad objetiva, y afirman que en Dios hay realmente tres modos diversos de poseer la misma
naturaleza divina. A continuación, en las controversias cristológicas se distingue entre persona y
naturaleza, para expresar que las dós naturalezas plenas y perfectas, divina y humana, subsisten en la
única persona del Verbo (unio hypostatica).
En el siglo VI, en un tratado de Severino Boecio sobre las dos naturalezas de Cristo, se encuentra la
primera definición de persona en la que se inspira toda la Edad Media: «Persona est naturae rationalis
individua susbstantia» (De duabus naturis, 3). En el período escolástico, Ricardo de San Víctor propone
modificar la definición de Boecio en cuanto que el concepto de individuo no conviene propiamente a
Dios; por eso define a la persona como: «intellectualis naturae incommunicabilis existentia» (De
Trinitate, 1. 1V, c. XXII).
Santo Tomás destaca la dignidad propia del subsistir en una naturaleza espiritual, que se realiza de modo
eminente en Dios. Por eso, «persona significat id quod est perfectissimum in tota natura» (S. Th. 1, q. 29,
a. 3). Aclara además que la substancia individual de la definición de Boecio, aplicada a Dios, no significa
la individuación de la materia, sino la incomunicabilidad del ser divino. Desarrolla también el carácter de
relación de las personas divinas, dado que su distinción proviene de su diversa relación de origen. Este
carácter relacional no es algo accidental, sino que pertenece a la misma substancia divina; por eso, Tomás
afirma que « la persona divina significa la relación en cuanto subsistente» (S. Th. 1, q. 29, a. 4). En el
ámbito antropológico, fundamenta la unicidad de la persona humana en cuanto que la misma alma

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Es de gran valor la aportación de Santo Tomás que, al entender el Ser como Acto,
pues así se puede entender mejor que el hombre –imagen de Dios- participa de ese
acto; y de ahí viene la dignidad y la fuerza de cada persona, con un valor por sí
misma y capaz de desplegarse en una riqueza de acciones que impresiona. Veamos
algunos de testimonios de esta riqueza. Fernando Ocáriz dice a este respecto:
“supuesta la naturaleza espiritual, ¿cuál es el constitutivo de la personalidad? De
acuerdo con Santo Tomás, la respuesta es inmediata: el acto de ser, que es la
perfección última y actualidad fundante de la naturaleza y de todas las
determinaciones accidentales de la persona”66.
Se puede usar la palabra acto y la palabra ser, pero no todos la entienden igual,
según se entienda se comprenderá lo íntimo del ser humano pues lo que le
constituye como persona es el acto de ser participado del mismo Dios67 –Ipsum
Esse Subsistens- , así será posible avanzar por esa línea que busca conocer y
conocerse. Un paso lo dan Cardona y Kierkegaard cuando utilizando un lenguaje
más accesible dicen que el hombre es “Alguien delante de Dios”, es decir, no algo,
ni sólo un individuo de un colectivo, sino alguien único, irrepetible, con dignidad por
el sólo hecho de existir, no tanto por sus dotes intelectuales, físicas o de cualquier
tipo, sólo por ser hombre. Decir delante de Dios indica que no se trata de un ser
aislado o autónomo, irresponsable, desgarrado, o arrojado a la existencia, o
absurdo, sino que su relación fundamental es situarse cara a cara con Dios; o dicho
de otro modo, como dos seres libres que se piden mutuamente amor, el hombre
desde el tiempo y la historia y Dios en su eternidad. “Este hombre es hombre
porque tiene la naturaleza humana. Es este hombre porque esa naturaleza humana
está individuada en cuanto la forma substancial (el alma) informa una materia
cuantitativamente determinada y así distinta. Pero en definitiva este hombre es
porque tiene acto de ser, por el que esta naturaleza humana subsiste realmente y
es sujeto de su vida y de sus actos, y es 'alguien delante de Dios', es persona”68, y
es libre, capaz de amar y capaz de pecar69. Esta apertura vertical de la persona se

espiritual es la forma substancial del cuerpo y el principio de toda perfección; el alma y el cuerpo son
constitutivos de la persona humana. El Magisterio de la Iglesia ha tomado de forma definitiva el término
«persona» para formular los dogmas de la Trinidad y de la encarnación del Verbo.
66
Fernando Ocáriz. Naturaleza, gracia y gloria EUNSA. Pamplona. 2000. p.47
67
San Juan de la Cruz expresa su experiencia mística de la presencia de Dios en lo íntimo de un modo
poético: “(Dios) esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser de tu alma (...). ¿Cómo no lo
hallo ni l siento? (...). Por que está escondido y tú no te escondes (...) hasta lo escondido donde él está.
Quedando escondido con él sentirá como escondido (...) y le amarás y gozarás en escondido y te
deleitarás con él escondido” Cántico espiritual (1,6-10)
68
Carlos Cardona Metafísica del bien y del mal. Ed Eunsa. p 73
69
Kiekegaard con el seudónimo de Anticlimacus. “Anticlimacus llama yo teológico a la conciencia que se
da cuenta de encontrarse delante de Dios. El yo es siempre un individuo delante de Dios. La
desesperación potenciada, es decir el pecado, está también siempre delante de Dios. Si esto es el
pecado, lo contrario del pecado no es la virtud, como pensaban los antiguos, sino la fe. La única cosa del
mundo que puede extirpar la desesperación es la fe: el fundarse transparente del yo en la potencia que
lo ha puesto.
Esta contraposición pecado-fe es propiamente cristiana. Para Sócrates el pecado es ignorancia. Pero si el
pecado es ignorancia verdaderamente no existe, porque todo pecado es consciente. Según Anticlimacus
el concepto que indica el divortium acquarum entre paganismo y cristianismo es precisamente el
concepto de pecado(18). En la cosmovisión griega, si uno hacía el mal era sólo porque no había
comprendido bien que aquella acción era un mal. En el cristianismo, por el contrario, se hace el mal
porque no se desea comprender, o porque, incluso comprendiendo el bien, no se desea realizarlo.
Nosotros, cristianos, conocemos las raíces del pecado por una revelación divina: si faltara esta
revelación caeríamos en el paganismo. Por lo tanto, Anticlimacus completa la definición de pecado del
modo siguiente: «el pecado es, después de haber sabido por medio de una revelación divina qué es el
pecado, delante de Dios o desesperadamente no querer ser sí mismo, o desesperadamente querer ser sí
mismo»(19).

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extiende a los demás seres humanos de tal modo que Polo llega a llamar a la
persona co-ser, es decir, persona que no puede ser sin el otro, que es co-
existencia. Como la expresión nos parece algo que confunde no la usaremos, pero
es muy sugerente y verdadera.
La persona humana es lo radical. Sus rasgos radicales no se reducen a lo propio de
la naturaleza humana . La persona es alguien, el ser irrepetible e irreductible a la
humanidad, a lo común de los demás hombres. Es de la naturaleza humana la
corporeidad, la razón, la voluntad, pero no la persona. Los griegos desconocieron
este hallazgo, pero los modernos lo olvidaron. No así los cristianos
Un segundo paso es considerar si los ángeles son personas. Todos los hombres
tienen la misma naturaleza, no hay hombres esencialmente superiores o inferiores
(α, β, ε como dice Aldous Huxley en su Mundo feliz). Pero cada hombre es distinto
de los demás, es alguien, veíamos más arriba. Su individualidad le viene de su
cuerpo, pero no su personalidad. Es fácil que se puedan confundir las dos
realidades que hacen de un hombre una persona, Pero en el caso de los ángeles no
es así. Son espíritus puros, no tiene cuerpo. No se multiplica la naturaleza de cada
ángel por la multiplicidad de cuerpos. Cada ángel agota toda la naturaleza espiritual
recibida al ser creado. Su ser persona reside también en acto de ser que participa
del Esse divino. Cada uno es Alguien ante Dios y para siempre. Libre, inteligente,
con voluntad y afecto. Pero conocerles como personas nos ayuda más a conocer a
todas las criaturas y al Creador. Santo Tomás distingue entre esencia y existencia
con distinción real. La persona es alguien porque tiene ser, porque su intimidad
más profunda participa de la divinidad. Este acto de ser angélico es el que da ser a
esa esencia, que sin él no sería más que algo posible.
En Dios, puro espíritu, no se da esa composición. La esencia de Dios se identifica
con su existencia, es simplicísimo. La consecuencia es que Dios es el Ser más
personal, es más Alguien que todos los que tenemos la conciencia de que no somos
cosas. La Revelación nos habla de que la personalidad de los ángeles está
enormemente abierta a Dios y a los hombres. Esta apertura, misión, sentido de su
creación, nos muestra más sobre la noción de ser personal puramente espiritual.
No se trata de ser en un individualismo sin relaciones en la propia especie. Sino de
un ser personal tan rico que puede abrirse o cerrarse de un modo instantáneo a
todas las especies.

2.9.1 La persona en Dios


Sería un error pensar a Dios como Dios personal solitario. Dios es el Ipsum Esse
subsistens. Si las personas creadas tienen la dignidad de personas recibidas del
Esse, Dios debe ser el máximamente personal. Pero sólo mirando a los hombres y a
los ángeles percibimos que la persona es abierta, amorosa, quodamommodo
omnia, libre, dadora de vida, aunque sólo sea imagen participada. La persona en
Dios, el Esse divino, es infinitamente apertura, es Única, pero no solitaria. La
Revelación nos muestra la grandeza del Dios Único y Transcendente al mundo: Tres
personas en comunión tan plena de apertura y donación amorosa mutua
(pericóresis περιχ⌠ρεσισ) que es Uno en unidad de unión amorosa y real.

El pecado no es una negación sino una posición. Lo característico del pecado reside en la conciencia de
encontrarse delante de Dios y en la obstinación de mantenerse en una autoposición, con la vana
pretensión de una autofundación. En la deseperación potenciada, el pecado puede revestir dos formas.
El hombre puede desesperar del propio pecado: el pecado quiere ser coherente consigo mismo, no
quiere tener nada que ver con el bien, quiere encerrarse en sí mismo. Si el pecado es ruptura con el
bien, desesperar del proprio pecado es ruptura con el arrepentimiento(20).
El hombre puede también desesperar de la remisión de los pecados. Es el pecado del escándalo, y es un
pecado del yo que se encuentra no ya delante de Dios, sino más en concreto delante de Cristo”

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La teología y el magisterio se han opuesto con fuerza a dos interpretaciones: las


personas divinas son tres modos de ser de Dios (modalismo) y mucho menos son
tres dioses (triteísmo). La vía de solución de lo que podrían ser aporías es
enriquecedora, pues descubre la riqueza en Dios de algo que se da en las criaturas:
la relación. Pero de un modo sublime y divino. En los seres creados la relación es el
menor de los accidentes. Todos los accidentes no son en sí sino en la substancia
que sí es en sí. Pero los accidentes primeros (cantidad y cualidad) tiene una entidad
enorme, baste pensar en la extensión y las matemáticas que la explican, o en las
virtudes como la prudencia o en el arte, su estudio es inagotable para el hombre.
Pero la relación sólo dice que dos seres se relacionan, si no hay seres no hay
relación, desaparece. Si no hay padre o hijo no hay paternidad o filiación. Sin
hermanos no hay fraternidad.
En Dios es diverso, pues por una parte no puede tener accidentes pues su Ser es
absoluto, sin limitaciones accidentales; y por otra es simplicísimo. La única
explicación que no hiere la racionalidad y abre, al mismo tiempo al misterio, es la
de que las personas divinas son relaciones subsistentes.
Ciertamente son pobres las palabras y las ideas humanas ante la grandeza del
Misterio infinito y eterno, pero es necesario usarlas para expresar lo que se ve, lo
que se intuye, y lo que queda oculto. Las personas humanas se expresan con el
pronombre -yo, tú, él- y cuando se sabe que ese tú es alguien concreto se llenan
de contenido. Decir él atrae o produce lejanía. Pues bien, en Dios, Yo, Tú, Él son
tan reales y tan íntimamente relacionados que son un Nosotros en unidad de Amor
real. No es pensable un amor que no sea apertura, donación, unión. El Dios
solitario sería imperfecto, no sería Dios, sería un dios pensado por necesario ante la
pobreza del mundo, pero no sería real. Poner el mundo como exigencia de la
apertura del Dios Amor es impensable. Dios no necesita al mundo ni para
conocerse, ni para tener un objeto o un sujeto al que querer. Dios es Amor de
donación plena en sí mismo. Pero la apertura y el don no bastan. La relación no
sería nada si no fuese subsistente. Cada persona es Dios amando como Padre,
como Hijo, o como espiración o éxtasis de amor, renovando eternamente el amor.
Por eso será posible decir que el Espíritu santo es Don de Dios a Dios. O que el
Padre es tan perfectamente Padre que da toda su Vida al Hijo. Que el Hijo acepta
ese amor que sería donación al vacío sin Él, o amor egocéntrico. Y ante el Misterio
del Amor de donación perfecto, sólo queda añadir que es eterno para llegar a la
orilla que te permite decir: ¿hay más aún? Pues sí, escucha y oirás, pues mirar es
poco, y pensar con las experiencias de hombre es sólo deseo. Escuchar es el modo
de conocer por fe, que llega a confianza y amor orante.
En el hombre ser persona lleva consigo no sólo la dignidad de la participación en el
Esse y ser como acto, sino que ese acto actúa. Actúa como Luz, pues Dios es Luz,
es Verdad, es Inteligencia, y el hombre entiende divinamente, pero al modo
humano. Actúa con Voluntad que se siente atraída al Bien infinito. Actúa como
libertad que puede amar o degradarse. Actúa con afectividad y corazón. En el ángel
su ser personal es más perfecto, pero no sólo es dignidad de existir, sino que actúa
entendiendo las ideas y verdades que Dios le da en abundancia, queriendo el bien
conocido. Queriendo libre y afectivamente la verdad y el bien que está en Dios mas
allá de sí mismo. En Dios cada Persona es subsistente en un acto perfecto, pues si
no no sería Dios. Pero si no fuesen distintas personas no podría actuar el ser como
es Amor, parecería lejano, vivo, pero sin esa vida que a los hombres nos eleva. El
Amor requiere siempre una acción amorosa de alguien y hacia alguien. El amor
requiere dar, aceptar, y el don de mutuo amor. Dado que Dios es eterno en
perfecta vida. Podemos decir que la Vida íntima de Dios es siempre Amor, y que las
personas se distinguen en cuanto a la relación amorosa. El Padre engendra y da su
vida en perfecto modo de darse totalmente. El Hijo acepta esa donación y su

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característica es dejarse querer en obediencia eterna. El Espíritu Santo es el Don de


Dios a Dios, es la alegría del Padre al amar al Hijo y al saber aceptado su amor; es
la alegría del Hijo al ser uno con el Padre y hacer posible un amor paternal eterno
en un sí continuo. El Padre y el Hijo se entregan sin cesar al Espíritu Santo que da
renovada actualidad al Amor entre Padre e Hijo. Es Espíritu Santo es eternamente
el vínculo que une al Padre y al Hijo.
Estas relaciones son subsistentes y su distinción personal consiste en el diverso
modo de amarse las tres personas divinas. El efecto de ese amor trinitario es que
cada una de las personas está en las otras dos. Los humanos sabemos que el amor
de intimidad es la forma más feliz y plena de amar, por encima de otras formas
como es la afectiva y la corporal; que el yo y el tú se unen en los amantes con una
unión espiritual y real. Además en los humanos el amor de intimidad da frutos
externos: fidelidad, ayuda, comprensión en los amigos; en la amistad de los
esposos, los hijos son un fruto bien real; en los pueblos, la paz etc. En Dios la unión
de los Tres es tan plena e íntima, que sin ella no se entendería la Unidad divina.
Ahora es posible entrever una Unión viva, activa, donante, amorosa en todos los
sentidos que los hombres podemos llegar a entender. Y podemos entender este tipo
de amor porque así se realiza en el Dios verdadero que es Uno y Trino.
La riqueza de las personas divinas nos lleva a una nueva luz. Si realmente es
personal, y realmente es amor, no puede ser solitario. Si la personalidad estuviese
constituida por el ser como acto divino -el Esse- serían varios dioses en un triteísmo
como la ogdoada gnóstica70. Si fuese la apertura de la relación lo que les
constituyese, sería cada persona un mero modo de ser del Dios Único. Que la
persona sea relación subsistente -paternidad, filiación, espiración pasiva – nos lleva
a la intimidad del Dios vivo con una riqueza interior que atrae dentro del respeto a
su Majestad. La adoración pasa a piedad y amor filial.
A continuación exponemos un resumen de la doctrina trinitaria al modo clásico,
para desarrollarla en los temas posteriores.

2.9.2 La Trinidad desde su intimidad,


El misterio de la Santísima Trinidad es un misterio que rebasa la razón humana,
pero que, al mismo tiempo, da intensas luces para conocer a Dios:"esta es la vida
eterna, que te conozcan a ti, Padre, y a tu enviado Jesucristo" dice el Señor
Dios, el Padre, es amor, esta afirmación conduce a las profundidades divinas. En la
salvación corresponde al Padre la iniciativa del amor, su amor es un amor fontal,
una fuente que mana eternamente. El Padre es el principio, la fuente y el origen de
la vida divina. No engendrado, no creado su innascibilidad es no tener origen es el
principio en cuanto que es Aquel de quien otro procede. Sólo Él puede sin motivo o

70
En el gnosticismo de Valentín que tiene algunos rasgos cristianos se dice que Dios es el Espíritu
indestructible e inmutable, su nombre es Pre-principio, Pre-Padre y Abismo. Con él estaba la Ennoia
(Pensamiento), también llamada Gracia y Silencio. Ambos alumbran el intelecto (Nous) único capaz de
abarcar la magnitud del padre, y se llama también Unigénito, Padre y Comienzo de todas las cosas.
Junto a él fue emitida la Verdad (aletheia) que forman la primera tétrada: Abismo, Silencio, Intelecto y
Verdad
El intelecto con la Verdad emite la palabra y la Vida, que a su ve z, emiten al hombre y la Iglesia. Ésta
es la Ogdóada primigenia. Estos con otros 22 eones constituyen el Pléroma.
La crisis de este Pléroma se da cuando Sofía el último de los eones y el más joven da un salto al querer
conocer al Incomprensible. En su caída y recuperación engendra la materia cuya sustaqncia es
ignorancia, tristeza, temor y estupor y de ahí se origina la angustia y el Terror, el Error y el Vacío.
La salvación de ese conjunto de males en que estará encadenado el espíritu humano que es parte divina
sera el conocimiento. Nunca se habla de pecado, ni de amor.

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causa empezar a amar (salvando el lenguaje del tiempo para la eternidad). Dios
ama desde siempre y para siempre, comenzó a amar desde la eternidad. Nunca
fallará a su fidelidad en el amor, es una total espontaneidad, fontalidad, creatividad
inagotable del amor divino. El Padre es eterno origen del amor, Aquél que ama en
absoluta libertad, desde siempre y para siempre libre en su amor, el eterno Amante
con la gratuidad más pura del Amor
El Amor del Padre no es egoísta, sino que es generador, originante, fecundo.
Amando Dios se distingue: es Amante y Amado, Padre e Hijo. Es el Padre por
esencia, la paternidad le distingue de las otras personas. Eternamente está
engendrando por amor al Hijo de un modo tan perfecto que el Hijo es consustancial
con el Padre que le da toda su vida. El Padre sale de sí mismo totalmente en
desbordante generosidad del Primer Amor
Más allá del Hijo el Amor que engendra al Hijo sigue procediendo amor; amar es
transcender al otro, no para amarlo menos sino para amarlo más. El Amor del
Padre, fuente del Amado, el Hijo, es también fuente del tercero en el amor, el
Espíritu. El Espíritu Santo es el éxtasis de amor del Padre ante el Hijo y del hijo al
contemplar al Padre. Es el condilecto en el amor. Es el vínculo personal de la
comunión mutua del Padre y del Hijo. Es el don personal de su generosidad
absoluta, en Él la Trinidad se hace donante y acogedora. El Padre, Amante eterno,
es fuente del Espíritu no sólo como amor unificante, sino como amor abierto y
acogedor y espira al Espíritu como don.
Esta libertad amorosa del Padre es el origen de la creación y la razón más profunda
de la libertad de las creaturas. Su iniciativa amorosa no cede ni ante el ingrato o el
infiel
El Hijo es el Amado. Jesús nos revela la intimidad divina especialmente en la
muerte y la resurrección en la pascua. Pero fijémonos sólo en que es preexistente
al mundo creado, es el Verbo del Padre, su Palabra eterna. Lo característico suyo es
nacer de otro, ser amado, en el Hijo reside la receptividad del amor. El Hijo es
acogida pura, eterna obediencia de amor; él es el amado antes de la creación del
mundo. El eterno Amante se distingue del eterno Amado, procediendo de él por la
plenitud desbordante de su amor; el Hijo es el otro en el amor, sin él no existiría en
amor como don. El acto eterno de la generación es el eterno nacimiento de su Hijo
que no nace de la nada, ni de una sustancia cualquiera sino del seno del Padre, es
decir de su sustancia. El Hijo es el Verbo, la Imagen transparente y radiante de la
suya. La creación e tiene en el Verbo su fundamento.
Pero el Padre no es el Hijo, el Amante no es el Amado, sin esa alteridad sería Dios
soledad absoluta, egocentrismo infinito. Dios es dar en el Padre y también
receptividad, dejarse amar eternamente. Al crear el amor se hace vulnerable al
pecado. Corre el riesgo de la libertad. El dolor divino es perfección del amor como
se ve en Jesús, pero es desde la intimidad divina
El Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo que procede de los dos, porque su
distinción ha quedado asumida en una unidad más alta del amor que procede del
Padre y que, descansando en el Hijo, vuelve a su origen sin origen. El Espíritu
Santo es el vínculo personal de comunión distinto del uno y del otro. El amor divino
es oblativo, apertura plena. El Espíritu realiza la verdad del amor divino,
demostrando cómo el verdadero amor no es nunca cerrazón o posesividad, sino
apertura, don, salida del círculo de los dos. El él se da la apertura de lo que es
divino a lo que no es divino. Es también el éxtasis de Dios hacia su otro: la criatura.
En el Espíritu el Amante y el Amado se abren a la creación y a la salvación
El Espíritu es aquél que abre el mundo de Dios al mundo de los hombres. El Espíritu
recibe del Padre principalmente y del Hijo, en cuanto que el Hijo es dado por el

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Padre ser el vínculo de unidad del Padre y del Hijo es el tercero en el amor, aquel a
quien el Padre ama por el Hijo, más allá y por medio del Amado, siendo por eso
mismo personalmente el don del amor, el éxtasis del Amante y del Amado, su
apertura, el termino de su entrega, otro respecto a los dos. Es el amor que
desborda del Padre y se derrama en el Hijo, que al recibirlo es uno con el Padre,
porque dado por él, el Espíritu es amor que se distingue del eterno Amante; otro
respecto del Hijo. La suya es la relación de las relaciones garantiza la distinción y
constituye la unidad del ser divino como aquel acontecimiento que es el amor
mismo
Dios Padre derrama su Espíritu sobre su Hijo que a su vez lo entrega al Padre en el
momento de la cruz y una vez que ha recibido en plenitud en la hora nueva de la
pascua y lo da a toda carne. El Espíritu es aquel por quien se consuma la
comunicación de Dios. Es sobreabundancia del amor divino, plenitud desbordante,
éxtasis de Dios, Dios como pura excedencia, Dios como emanación de amor y de
gracia

2.10 Dios Padre


Después de haber contemplado al Dios escondido que es inabarcable en su misterio
por su infinitud, y de haber concluido que Dios es un ser personal es conveniente
contemplar cada una de las tres personas divinas por separado. Dios no es el “algo”
difuso como Brahma, sino que es Alguien de un modo más perfecto que los
hombres. Dios piensa, ama, quiere, siente y elige. Vamos a intentar conocer mejor
quién es ese Alguien que se hace llamar Padre, y que, incluso antes de la
Revelación de Jesucristo que le llama Abba, muchos le llamaron Padre de un modo
ambiguo.
Veamos el Dios de Jesucristo. El prólogo del evangelio de San Juan cuando habla
del Padre le llama Dios con artículo. Parece claro junto a otros muchos textos que
no es que diga que sólo el Padre es Dios, pues dice explícitamente que el Verbo es
Dios, sino que la noción de Dios que tenían los antiguos reside especialmente en el
Padre, es decir se origen y principio de toda realidad. Jesús revelará que además en
la intimidad divina también principio y origen eterno de la divinidad. Siendo el Hijo,
que Juan prefiere llamarlo Verbo o Logos en el prólogo “Unigénito del Padre” (Jn
1,14) y el hecho de que no hay más hijos en el seno de la divinidad ya nos dice que
la paternidad que engendra al Unigénito debe ser perfecta y perfecta en su
donación total.
Todo esto no conduce a un triteísmo, ni a que el Padre ya sea totalmente conocido,
pues “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del
Padre” (Jn 1,18). La expresión seno del Padre refleja tanto la intimidad divina,
como que es entrañable y acogedora, además de engendrar. “El Padre ama al Hijo”
(Jn 3,35) añadirá después al hablar de la difícil misión del Hijo.
Más adelante, en el contexto de una polémica sobre el sábado, dice Jesús: “Mi
Padre trabaja hasta el presente, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Trabajo se puede
entender como creación o relación con la creación, pero el siempre nos lleva al
trabajo interno del Padre que es generación eterna. A lo que es lo mismo Acción
perfecta, vida paterna original y gratuita. En esta misma polémica se acumulan una
serie de revelaciones sobre la actividad del Padre, “Porque el Padre ama al Hijo y le
muestra todo lo que El hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que
vosotros os maravilléis. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida,
del mismo modo el Hijo da vida a quienes quiere. El Padre no juzga a nadie, sino
que todo juicio lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al
Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado” (Jn 5, 20-23).
Además de amar al Hijo, éste conoce todo del Padre porque se lo muestra y ambos

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son dignos de adoración. “pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado
al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio poder de juzgar”(Jn 5, 26-27). Aquí el paso
es del conocer, amar y adorar a la vida, pues ambos la tienen en sí mismos, pero el
Hijo dada por el Padre, además del poder de juzgar como hombre a la Humanidad.
“No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha
visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna” (Jn
6, 46-47). Sólo le ha visto el Hijo y se llega al Padre por la fe. Sí cabe que como
toda la creación y la historia es un reflejo e imagen de la Trinidad, los espíritus
más perspicaces la adviertan con la ambigüedad del que tiene un mundo
conceptual panteísta o dualista, que frenan la abertura a la Revelación del Dios
personal a través del Hijo. Por eso ante la pregunta “¿Dónde está tu Padre? Jesús
respondió: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais
también a mi Padre” (Jn 8,19). Por eso al hablar de sí mismo como enviado desvela
algo más de la intimidad eterna de la divinidad, “Jesús les dijo: En verdad, en
verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, yo soy” (Jn 8, 58). La eternidad que
siempre ha sido una realidad especialmente difícil para los hombres que suelen
entender casi todo en el tiempo y cuando hablan de eternidad les cuesta dar el
salto a una realidad nueva, muchísimo más real que el fluidísimo tiempo.
Otro dato insistente es el conocimiento mutuo entre el Padre y el Hijo: “Como el
Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre” (Jn10,15). Hasta que llega al
summum de la Revelación del Padre y el Hijo: “Yo y el Padre somos uno” (Jn
10,30). El amor divino no puede ser egocéntrico sino abierto al Tú y a la donación
más perfectamente que el amor humano. Esta unión amorosa la explica aún más
diciendo: “el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,58). La presencia de uno en
otro es total en su intimidad espiritual. Aunque luego dirá que “el Padre es mayor
que yo” (Jn 14,28) en una primacía de origen y de generación en cuanto al Verbo y
de Dios al hombre en cuanto a la humanidad de Jesús. Esta unidad tiene un tercero
en el amor, “Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las
obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las
obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que
pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me
pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis
mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque
no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está
en vosotros” (Jn 14, 11-17).
Más adelante aclarará la donación del Padre que es el Espíritu Santo, “el Paráclito,
el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todo y os
recordará todas las cosas que os he dicho” (Jn 14, 26); “Cuando venga el Paráclito
que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del
Padre, El dará testimonio de mí” (Jn 15,26). La revelación del Espíritu Santo
completa la revelación del Padre y del Hijo a los hombres y en la intimidad divina.
“Y cuando venga El, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado,
porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de
juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. Todavía tengo que
deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el
Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo,
sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. El me glorificará
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por
esto dije que recibe de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16, 8-16).
Estas revelaciones llegaran a un supremo y afectivo nombre del Padre que es Abba
nunca usado en las oraciones judías y expresión humana de las relaciones divinas
que acabamos de ver.

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Podemos resumir lo visto en tres expresiones sobre el Padre


• El Padre, principio sin principio. El Padre, fuente y origen de toda la
Trinidad. El Padre y la esencia divina. Los nombres de la primera
Persona de la Trinidad: Principio, Padre, Ingénito.
• La “paternidad” del Padre. El concepto de generación en Dios.
• El Padre en la unidad de la Trinidad. El ordo originis y la igualdad de
las tres divinas Personas
Si pasamos del lenguaje clásico a otro más sugestivo, se puede decir que El Dios
Escondido y el Padre se expresan como el Silencio. El Silencio indica que Dios sea el
Innombrable por su vida infinita, pero activa. Su Ser es plena actividad interior,
vida interior silenciosa, pensamiento que abarca todos los posibles, todas la Ideas.
Y con el Saber, el amor en su dimensión original, fontal. Los conceptos de Ingénito
e Innascibilidad son negativos pues él es el Origen, de modo tan original que es el
Origen de la divinidad, Principio sin Principio, pero no tomados en sentido temporal,
sino eterno. No se trata de un comienzo riquísimo sino un Origen Silencioso Eterno.
Esto lleva a la total Libertad y gratuidad. La necesidad que no podrán evitar los
racionalismos, especialmente hegeliano, no se dan en el Padre, entre otros motivos
por que la duración de la eternidad es un acto perfecto sin pasado, ni futuro, sin
historia, de modo que ni el presente en su instante pueda reflejar su perfecta
actividad original.
Silencio, al mismo tiempo, indica Paz, Orden, Gozo, Tranquilidad. También indica
apertura que parecería satisfecha en el caso que sólo fuese el Padre un Dios Único
unipersonal. Pero la grandeza de ese Silencio de Amor abierto es que dice una
Palabra. Eternamente engendra un Verbo, una Palabra, un Logos, un Unigénito. La
riqueza de las especulaciones estoicas, o las de Filón, mayores aún, o las griegas,
se quedan cortas ante la realidad de que esa Palabra lleva en sí todo el
conocimiento que el Padre tiene de sí mismo en su rica vida interior original, y que
en la Encarnación se ha hecho hombre. Aunque la apertura de su amor le lleve a
ser Padre eterno, pues no hay paternidad que no sea amorosa, esa Palabra hablada
eternamente contiene toda la vida intelectual del Silencio del Padre.
Puede servirnos, para acercarnos a este misterio eterno de Dios, considerar que el
hombre necesita silencio para la reflexión, para pensar, para profundizar, para
saborear la belleza, para ser realmente persona y conseguir su misma intimidad.
Cuando en su interior conoce y se conoce; cuando vibra de gozo superando la
oscuridad de la ignorancia o el sinsentido, entonces habla. La palabra humana
responde a lo pensado en su silencio interior, aunque en los hombres es casi todo
recibido y coexiste con grandes tinieblas.
Otra imagen es Fuente.. Los ríos dependen de la fuente, del manantial de aguas
originales. Estas aguas se han acumulado en las altas cumbres y en el interior del
seno de la gran masa de tierra de las montañas. Cuando manan parece pequeño su
flujo, y también inacabable. Así es Dios Padre en su Amor fontal, realmente
inacabable y original. Así la Trinidad es inefable comunión.
Si del Silencio sale la Palabra, también es posible decir que el Amor original al
engendrar eternamente una Palabra eterna perfecta, origina un Amor nuevo, un
Amor que no sólo es engendrar, sino gozar con la presencia de la Palabra, de la
Imagen obediente del Padre, y ese gozo les une íntimamente como un tercero en el
amor, como un vínculo entre los dos, como el que renueva el Amor que no se agota
ni en el dar, ni en el aceptar.
El Silencio es origen de la Palabra y del Don en inefable Unidad. Tres aspectos del
Amor y de la Verdad.

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Cuando se trate la Creación será más fácil ver esta riqueza de Luz, Amor, Libertad
y Gratuidad. Sin estas difíciles intuiciones antiguas, renovadas y ampliamente
explicadas en la Revelación de Cristo, difícilmente sería posible entender algo de la
materia, de la historia, del hombre y del mundo espiritual.

2.11 La Voluntad del Padre


En los evangelios es constante la referencia a la voluntad del Padre. Ya hemos
considerado la persona del Padre como Padre, es decir como el que engendra,
también como Aquél cuyo amor es el Espíritu Santo y Aquél en quien se origina el
acto creador. Junto a ésta realidad de la vida íntima de Dios está la voluntad del
Padre.
Mateo lo condensa en el querer providente y en la perfección la que está llamado
todo ser libre “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es
perfecto”(Mt 5,48), que va unida a la rectitud del que actúa ante la mirada del
Padre, “tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” , por eso les da muchos
ejemplos de acciones aparentemente buenas que se convierten malas por la falta
de rectitud de intención: “Guardaos bien de hacer vuestra justicia delante de los
hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de
vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 6,1), insistiendo que “no todo el que me
dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los Cielos”( Mt 7, 21). Todo esto se une a la exclamación
de Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre,
pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo quiera revelarlo” (Mt 11,25-27). La oración de Jesús resume esta enseñanza
de actuar ante el Padre que revela el modo de amar característico del Padre: “Padre
nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino;
hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo” (Mt 6.9-10). Voluntad del
Padre que se extiende a los mandamientos del Hijo: “Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” ( Jn 15,10). Ya recogeremos
más adelante matices de la vida trinitaria y creacional en que se manifiesta al
Padre como el que tiene una voluntad amorosa a la que se debe obedecer
amorosamente como no puede ser de otro modo en la moral. Sin embargo,
conviene que tengamos en cuenta para no entender demasiado al modo humano la
Voluntad del Padre como conocemos la voluntad humana.
San Juan en su Evangelio es el que con más profundidad y abundancia habla del
Padre y nos manifiesta los matices del Amor del Amante que es el Padre que ama
mandando, queriendo, originando una acción que salvadora y glorificadora con la
encarnación de su Hijo y la Redención. Lo primero es esa voluntad del Padre es que
no se trata de un querer ciego, displicente, justiciero o vengativo, sino un acto de
amor: “El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos” (Jn 3,35). Una
voluntad que como amor eterno es acción que se manifiesta en el cuidado de la
Creación expresado como un acto de trabajo: “Jesús les replicó: Mi Padre trabaja
hasta el presente, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Al manifestar esta identificación
con el Padre los judíos entienden que afirma de si mismo su condición divina: “Por
esto los judíos con más ahínco buscaban matarle, porque no sólo quebrantaba el
sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios” (Jn
5,18).
Pero la identificación con el Padre no significa que no haya diferencia entre los dos,

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pues “el Hijo no puede hacer nada por sí mismo” (Jn 5,36) es decir que el origen de
su acción es la voluntad y el amor del Padre que le envía a una misión más grande
que la misma Creación, pues Cristo no hace “sino lo que ve hacer al Padre; pues lo
que El hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo. Las mismas obras que yo hago,
dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me ha
enviado, El mismo ha dado testimonio de mí” (Jn 5,37). La misión terrena del Hijo
tiene su origen en la voluntad del Padre.
Además de esa misión personal el Padre da al Hijo multitud de discípulos amantes,
“todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mí no lo echaré fuera”, y
se lo da porque obedece a la voluntad del Padre, “porque he bajado del Cielo no
para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn. 6,38).
Esta voluntad es ante todo un acto de misericordia: “esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite en el
último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree
en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,40).
De su misión y de su obediencia surge la capacidad de mandar y enviar.”Como el
Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por
mí. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado
por el Padre” (Jn 6,65). El contenido salvador de la Voluntad salvadora del Padre se
advertirá en la Cruz que es nombrada como el recuerdo de la serpiente crucificada
levantada en desierto por Moisés. “Jesús les dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo
del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino
que como el Padre me enseñó así hablo. Por eso me ama el Padre, porque doy mi
vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente.
Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Este es el mandato
que he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18). Esta Obediencia del Hijo y la voluntad
del Padre no oscurecen sino que iluminan la realidad de su unidad: “Yo y el Padre
somos uno”(Jn 10,30). Jesús pone su obediencia como testimonio para ser creído,
pues el Padre ya era conocido en la Ley y los profetas y su acción no es un soberbio
igualarse a Dios como los primeros padres, sino como una realidad obediente y
humilde del Amado: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis”(Jn 12,26),
aunque le cuesta en su humanidad real y no aparente: “ahora mi alma está
turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora(
Jn 12,27); y pide al Padre que dé a conocer esta realidad de la distinción del Amor
Amante que manda y del Amor del Hijo que obedece en un clamor que es un grito
en el Templo: “¡Padre, glorifica tu nombre!” (Jn 12,28). Juan recoge que al igual
que en el Bautismo y en la Transfiguración se manifiesta el Padre en una Voz,
“entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré. La
multitud que estaba presente y la oyó, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un
ángel le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a
ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir. Porque yo no he hablado por
mí mismo, sino que el Padre que me envió, El me ha ordenado lo que he de decir y
hablar” (Jn 12,28-30). Añadiendo que el mandato del Padre “es vida eterna” (Jn
12,50) para los que crean. En el Sermón sacerdotal después de la Última Cena
afirma con tono solemne que “el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro
tal como me ordenó” (Jn 14,10). El matiz de ordenar indica una voluntad enérgica y
firme que no quita nada al que sea amorosa.
Hemos visto en los Evangelios qué es lo que constituye la voluntad del Padre. Con
esta luz conviene adentrarse en la intimidad divina y en los problemas que se han
generado históricamente al considerar la voluntad de Dios y la del hombre

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El Logos es la luz interior para entender, pero también para querer. En el acto de
ser personal reside también el Espíritu Santo que mueve a amar, a desear y busca
ardientemente el bien del Amor pleno. Sin embargo, el Padre es el origen del acto
voluntario en cuanto es el origen del amor y el que atrae a las criaturas libres. Dios
Padre es Todopoderoso. El hombre participa en este poder en su voluntad. Si no
existe un acto de querer, no se activa la inteligencia, ni el amor, ni el cuerpo, sólo
quedaría el actuar vegetativo. Pero este poder no es todopoderoso, sino que es
atraído por un Bien infinito externo que le atrae y le perfecciona. El amor
corresponde a las Tres personas divinas, pero al ser el Padre el origen del Amor se
le atribuye más la Voluntad, el Hijo cumple su Voluntad y el Espíritu Santo es
enviado por el Padre principalmente. Todo esto nos lleva que todo hombre debe
cumplir amorosamente la Voluntad del Padre origen de la del Hijo y de la del
Espíritu Santo.
Ahora bien, Tomás de Aquino sostiene que el último acto de la voluntad es la
fruición. Este acto consiste en el descanso de la voluntad en el bien poseído71; por
eso lo llama también quietud, delectación o gozo72. En Dios este querer también
está dirigido al gozo y la fruición. La tentación de asimilarlo al Poder Omnipotente
como si fuese un querer caprichoso o indiferente debe suprimirse de nuestra
mente.
Nietzsche habla de la muerte del Padre con acentos trágicos casi como emulando a
Cristo en una voluntad de poder frente al Padre que se revelará impotente. La raíz
del nihilismo no es tanto la comparación del ser y de la nada, pues la nada es
privación de ser. En vez de preguntarse ¿por qué el mundo y no la nada? Es más
correcto decir ¿por qué el mundo y no sólo el ser por esencia, es decir, Dios? Es
una inversión consciente y lúcida del ser por la nada, de Dios por el hombre,
reduciendo al hombre a voluntad de poder, al superhombre que ha superado a los
últimos hombres, los débiles seres democráticos dirá Nietzsche.
¿Cuál es la raíz? Situar la voluntad del hombre por encima de la voluntad de Dios.
Superar el Amor amante con un amor centrado en el yo humano. El voluntarismo
de los nominalistas surge con toda su fuerza. La antigua idea de que en Dios la
Voluntad es superior a a la Inteligencia rebrota con sabores ya no creyentes sino
rebeldes. En 1889 dice en frase fuerte que no es retórica ni poesía: “un día mi
nombre irá unido a algo formidable: el recuerdo de una crisis como jamás la ha
habido en la tierra... Yo no soy un hombre, soy dinamita... me rebelo como jamás
nadie se ha rebelado... yo soy también un hombre de la fatalidad. Pues cuando la
verdad entre en lucha con la mentira milenaria, habrá convulsiones como jamás las
hubo, convulsión de temblores de tierra, desplazamiento de montañas y valles
como jamás se han soñado. El concepto de política se diluirá en una lucha de
espíritus. Todas las formas de poder de la vieja sociedad habrán saltado por los
aires porque todas están basadas en la mentira. Habrá guerras como jamás las
hubo sobre la tierra. Solamente después de mí habrá en el mundo una gran
política”. Leer estas palabras más de cien años después estremecen al comprobar
la penetración en las consecuencias de esta rebelión. La gran mentira, para
Nietzsche, es el amor a Dios y a los demás, especialmente en Cristo que ama en la
cruz como hombre y como Dios con un amor más fuerte que la muerte. Él mismo
se firma Anticristo o más aún “Dionisos frente al crucificado”, es decir el que se
ama a sí mismo sobre toda otra realidad frente al que ha sido capaz de amar hasta
la muerte a todos los hombres, también a los débiles y a los enemigos. Su verdad,
luego dice que no tiene la verdad y lo sabe, es un orgullo que es un correlato

71 “No se descansa simpliciter a no ser en el último” (Suma Teológica, I-II, q. 11, a. 4 c).
72 cf. De Veritate, q. 23, a. 1, ad 8); Suma Teológica, I-II, q. 25, a. 2 c.

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humano del orgullo y odio luciferino a Dios mismo intentando ser como Dios en su
más honda raíz. Para ello desenmascara a los filósofos de los últimos siglos
señalando su secreto, quizá inconsciente, de que en sus filosofías sólo buscan
desbancar a Dios, ahora él lo hace consciente y lúcidamente. En otro lugar dirá
Nietzsche: “Hombres superiores, ese Dios ha sido vuestro mayor peligro. No habéis
resucitado sino desde que yace en la tumba. Sólo ahora llega el gran mediodía, en
el presente el hombre superior se convierte en dueño. Sólo ahora la montaña del
porvenir humano va a dar a luz, ¡Dios ha muerto!, ahora queremos que viva el
superhombre” Son palabras fuertes y conscientes. Ya en su juventud compara la
moral socrática y apolínea basada en la razón con la dionisíaca de desbordamiento
de lo inconsciente: beber, drogas, orgía sexual como un trasporte místico, hasta un
monstruoso y oscuro querer lúcido que va más allá de toda verdad; y apuesta por
la segunda. En su raíz está una colocación de la voluntad y de una lúcida
irracionalidad por encima de la verdad y de la inteligencia, y por supuesto de la fe
en Dios que ilumina al hombre para que alcance océanos de verdad y de amor. Se
repite el pecado luciferino en clave humana. Rebeldía lúcida ante Dios al que no se
puede negar porque es absurdo el ateísmo (un cambio de un absoluto por otro, el
materialista dándole a la materia propiedades divinas: eternidad, necesidad,
inteligencia, perfección, belleza y eso no es así, es el panteísmo al revés. O bien
otros menos reales aún).
Ahora es el anti Dios consciente el que recibe un amargo gozo, una euforia
orgullosa, al pretender que Dios ha muerto en la conciencia de los hombres, como
de hecho le ocurre cuando le viene la iluminación –no cabe llamarla de otro modo-
del eterno retorno de lo mismo, de esa rebelión por el engreimiento del orgullo que
ha llegado al colmo, ya no es un egoísmo más o menos burgués, sino el puro
pecado del espíritu. El yo frente a Dios, pretender su belleza, su perfección, frente
a Dios. Pero para alcanzar esa meta tiene que matar a Dios, no en sí mismo, cosa
imposible, sino matarlo en la conciencia de los hombres, más allá de lo intentado
por el racionalismo. “El hombre superior se distingue del inferior por su intrepidez y
el desafío que lanza al infortunio. Es un síntoma empiezan a prevalecer criterios
eudemonísticos (cansancio fisiológico, atrofia de la voluntad) (...) La fuerza
pletórica ansía crear, sufrir y sucumbir; no quiere saber nada con la mezquina
bienaventuranza cristiana y los ademanes hieráticos”; detrás de estas palabras
apasionadas se esconde el intento de hacer una verdad coherente contra la verdad
que está en Dios y en su moral. “Para que pueda vivir el hombre, ha de morir Dios.
Si vive Dios, ha de morir el hombre” afirma con una mentirosa soberbia
descomunal, pero lo afirma lúcidamente de ahí el mal que puede hacer a los que no
estén prevenidos y con armas para responder. Nietzsche con su carácter destructor
y nihilista es un testigo de excepción de la crisis espiritual del siglo XIX que alcanza
en su estertor de lleno a nuestro tiempo. La manifestación diaria es la inversión y
la crítica de todos los valores para colocarse como ser supremo el hombre de la
antimoral: el ser como Dios, suceda lo que suceda, aunque sea una destrucción del
hombre y la verdad. Se intenta la muerte del padre para tener su herencia, como
se ve, por ejemplo, también en las fantasías sexuales de Freud, discípulo de
Nietzsche.
Vale la pena citar algunas de las frases de Nietzsche que desvelan esta opción que
intenta ser coherente en su negación de Dios. Escribe en 1881 “lo que nuestra
posición actual en relación con la filosofía tiene de nuevo es la convicción que no
tenía aún ninguna época precedente: a saber, que nosotros no tenemos la verdad.
Todos los hombres anteriores tenían la verdad, incluso los escépticos” y en
Zaratrustra añade “nosotros hacemos una experiencia con la verdad ¡Quizá la
humanidad va a perecer! ¡Pues sea!”. Puede sorprender que se pueda vivir si se
está seguro que no se tiene la verdad, pero desvela con lucidez que lo único que le
interesa es la voluntad, la elección libre del propio yo que pretende ser como Dios,

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pero sin Dios y contra Dios. Es terrible ver que la humanidad pueda perecer y se
decide, ¡pues sea! Heidegger comentando lo que puede suceder dice en 1962 “solo
un dios puede salvarnos”. Ciertamente sólo Dios puede salvar al hombre que está
consumando en la historia el peor de los pecados: el orgullo diabólico en los
hombres. Ya no se trata de pecados de sensualidad, de ira, de avaricia, de envidia,
aunque no faltan, sino de la traslación al hombre del pecado de origen de los
ángeles infieles. Ha descubierto que la inteligencia sigue al querer y quiere
enfrentarse al mismo Dios, y para afirmarse a sí mismo frente a Dios planifica una
inversión de la moral. Fuera el amor, la compasión, la humildad; lo llama moral de
esclavos cuando son la mayor expresión de libertad. Desenmascara a los
pensadores anteriores. Ya los nominalistas pierden el ser en el siglo XIV y muestran
una idea de Dios caprichoso que puede mandar lo contradictorio y lo malo si quiere.
Descartes, también sin el ser y lejos de un Dios casi desconocido, reduce la verdad
a certeza porque la raíz de su pensamiento es querer dudar, los racionalistas dirán
que Dios no es nada sin el mundo y reducen el ser divino a la razón en un vértigo
de cambios que o son panteístas o son ateos como desvelarán sus discípulos; pero
ahora se llega al fondo: a la voluntad como orgullo recreado, es la rebeldía lúcida
que, sabe que fracasará, pero persevera con una extraña euforia que sólo tiene su
explicación en el pecado de Lucifer.
Otro ejemplo de las consecuencias de no saber ver a Dios Padre y como Amante
que manda desde la libertad para la libertad destinada al gozo es Freud que coloca
un extraño "pecado original" al que llama “asesinato del padre”.
La evidencia de la existencia de un remordimiento la explicación con una fantasía
digna de la mejor mitología. El inicio del proceso es el monstruoso asesinato del
padre en la horda, del cual derivaría la conciencia humana de la culpa (pecado
original), punto de partida de la organización social de la cual, a su vez, tomaría
origen, al mismo tiempo, la religión y las restricciones morales. Le sigue el
banquete totémico como ceremonia conmemorativa. El animal totem sustituye al
padre primitivo, odiado, adorado y envidiado que se convirtió en el prototipo de la
divinidad. La rebelión del hijo y la nostalgia por el padre estaban siempre en lucha.
Después de la muerte del padre, nace en los hermanos dos sentimientos
contradictorios: el placer de haber sacudido el yugo y de haber conseguido la
posibilidad de gozar, al igual que el padre desaparecido, los placeres del sexo; y el
deber de haber quitado de en medio a un padre que era tan severo y prepotente,
pero que proveía al bienestar de la horda y del cual a fin de cuentas parece que no
podía prescindirse. El totem que de algún modo representa al padre y su autoridad.
El totem y todo lo que le pertenece es tabú, es decir, inviolable, intocable, y quien
viola el tabú es digno de pena, debe expiar, a veces con la autopunición. Todo esto
es tan absoluto que se siente la necesidad de ensimismarse, de identificarse con el
padre (introyección del padre o mejor de la imago patris) en el banquete totémico.
El padre introyectado se manifestará en la autoridad moral, en la voz de la
conciencia, en la fuerza inhibitoria de los instintos perversos y asociales; que son
los que han provocado la rebelión y la muerte del padre.
La fantasía freudiana no se detiene y alcanza a la sociedad que "se funda ahora
sobre la complicidad del delito realizado en común, la religión sobre el
remordimiento y sobre el arrepentimiento, la moral en parte, sobre las necesidades
de esta sociedad y en parte sobre la expiación impuesta por el sentido de culpa"
(Totem y tabú). Cómo se hereda este pecado original y su universalidad es un gran
problema para Freud pues choca con inmensas dificultades y añade que una buena
solución podría ser recurrir a una especie de herencia afectiva de generación en
generación, como ya había hecho Pelagio con el pecado original. Desde luego
desconoce cualquier paleontología humana.

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No parece claro que este puentecito, señalado sólo como esta hipótesis explicación
central de todo su edificio antropológico, sirva para justificar su psicoanálisis, ni
nada. La experiencia de su ineficacia en la curación de las llamadas antiguamente
neurosis es notoria y revela lo que ya se sabía: que su análisis del interior humano
tiene graves fallos. La búsqueda de la sanación con la vuelta a la inocencia no es
posible por este camino, sino por el más real de la verdad ética, la gran olvidada en
estos planteamientos tan fáciles como falsos.
La fantasía de asesinato sexual esconde un desconocimiento de Dios padre y de su
Voluntad Amante. Freud sigue el camino rebelde de Nietzsche en una nostalgia del
absoluto amoroso que sólo sabe encontrar en la sexualidad y en la muerte donde
evidentemente no puede encontrarlos.
Las consecuencias en el hombre y la sociedad de la noción de Dios son claras en
estos casos. Su dependencia es también clara de los planteamientos de Scoto y
Ockam sobre su noción de Voluntad en Dios como Amor omnipotente o como
omnipotencia por encima del bien y el mal en el segundo. Santo Tomás no cede a
esa tentación y concluye que la inteligencia tiene que regir el actuar voluntario en
el hombre y también en Dios en su unidad misteriosa. Esto es especialmente visible
en la generación del Hijo. Es un acto amoroso, como todas las acciones divinas, por
lo tanto quiere. Pero principalmente es un acto de conocimiento pues su fruto es el
Logos, la Palabra, la Imagen del Padre. En la Creación será aún más manifiesto. El
acto creador no `puede ser más que un acto amoroso y libre, pero causado por el
junto con el Hijo como modelo y fin. Es decir, con la Palabra obediente como origen
y término. Aunque no se puede separar en su unidad las acciones de las Tres
Personas divinas nuestro mirar por aspectos sí puede captar mejor su riqueza.
Las consecuencias en orden a la vida de los hombres se pueden encontrar en
muchas cosas. La principal es que existe el orden de la autoridad basado en la
presencia y el querer amoroso e inteligente del Padre. Los hombre son hijos y, en
consecuencia, hermanos. La meta del vivir social es la fraternidad en el orden.
Distinción y unidad. Armonía y libertad.
Otra consecuencia es apreciar la providencia del Padre, que ya hemos visto. Es
decir la seguridad en un mundo en el cual ha entrado la sombra y actúa.
También importa mucho para entender la liberad como voluntad amorosa no sólo
como afecto o admiración intelectual.
La recuperación de la Voluntad amorosa, sabia y omnipotente del Padre es la
medicina que necesita nuestro tiempo, y todos los tiempos.

2.12 El dolor del Padre


El tema del dolor de Dios es antiguo y nuevo. La Sagrada Escritura y los Padres lo
tratan con abundancia. En la actualidad toma fuerza ante la presión de las
corrientes kenóticas fruto de la muerte de Dios de Hegel llegando a extremos
inaceptables.
Juan Pablo II, en su encíclica Dominum et vivficantem, cita el dolor del Padre y su
compasión afrontando el tema con brevedad y valentía al decir: "la concepción de
Dios como ser necesariamente perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor
derivado de limitaciones y heridas (...) Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla
de un Padre que siente compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En
definitiva, este inescrutable e indecible dolor del Padre engendrará sobre todo la
admirable economía del amor redentor en Jesucristo, para que, por medio del
misterio de la piedad, en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte
que el pecado. Para que prevalezca el don (...)En la boca de Jesús Redentor, en

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cuya humanidad se verifica el sufrimiento de Dios, resonará una palabra en la que


se manifiesta el amor eterno, lleno de misericordia: Siento compasión (cfr Mt
15,32; Mc 8,2)" (n.36). El sufrimiento está unido al pecado y el Espíritu santo lo
revela: "el convencer en lo referente al pecado, ¿no deberá revelar también el
sufrimiento? ¿No deberá revelar el dolor, inconcebible e indecible, que, como
consecuencia del pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión
antropomórfica en las profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón
mismo de la inefable Trinidad" (n.39). Autores como Galot, Maritain y Varillon
tratan la cuestión con profundidad y con una perspectiva católica.
El tema conecta con la esencia del pecado, con la realidad del infierno, con la
permisión del mal, con la causa de la redención y, sobre todo, con el alcance de la
muerte de Cristo. Este estudio intenta abrir una luz hacia el misterio de Dios y su
amor insondable, un amor real, lejano a la indiferencia e impasibilidad que evocan
la real inmutabilidad de Dios. Pensamos que Dios experimenta un dolor propio que
no es imperfección, sino perfección del amor.
Miraremos como el Verbo sufre en la humanidad de Jesús por la comunicación de
idiomas. Pasaremos después a la obediencia de Cristo hasta la muerte. El Espíritu
Santo se entristece en su amor unitivo como atestigua Pablo. El Padre es el gran
ausente en este amor-dolor, pensamos que es el Amante compasivo con el Hijo y
con todo el dolor humano. Esto es así por la perichóresis con el Hijo, por su ser
personal de Padre y por su comunión con los hombres por gracia y por creación
La revelación de la intimidad divina es importante para conocer el corazón de Dios,
lo más íntimo. En la Sagrada Escritura nos encontramos diversos textos que nos
muestran a un Dios accesible a los dolores en su relación a los hombres. "Yahvé se
arrepintió de haber creado a los hombres y le pesó en el corazón" (Gn 6,6).
"Irritaban al Santo de Israel" (Sal 78,41). "Por ellos se rebelaron e irritaron su
santo espíritu" (Is 63,10). Ellos "ofenden" a Dios (Dt 4,25), le "cansan" (Is 7,13).
No sólo se da el amor con cólera en Dios, sino el amor con clemencia que supera la
ira en su interior: "un vuelco ha dado en Mí mi corazón, a una han ardido mis
entrañas. No ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a aniquilar a Efraím, pues
soy Dios y no un hombre" (Os 11,8-9). En el humano lenguaje bíblico se desvela la
intimidad divina con unos sentimientos que tienen un paralelo con los nuestros.
Esto se ve muy bien en Jeremías: "¿Es Efraím un hijo favorito, niño de mis delicias
para que cuantas veces hablo contra él, me vuelva a acordar de él? Por eso mis
entrañas por él se conmueven y he de tener por él piedad -oráculo de Yahvé" (Jer
31,20). También es clásico el texto de Isaías: " dice Sión: Yahvé me ha
abandonado. El Señor me ha olvidado. ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho,
sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar yo
no te olvido. Míralo, en las palmas te tengo tatuada, tus muros están ante mí
perpetuamente" (Is 49,15-16). La ternura, la compasión, el cariño que no olvida,
que sufre ante el dolor del hombre es mostrado por los profetas, Toda la Biblia está
llena, de principio a fin, de una especie de lamento apesadumbrado de Dios, que se
expresa en aquel grito: "¡Pueblo mío, pueblo mío...! Pueblo mío, ¿qué te hice, en
qué te molesté? Respóndeme" (Miq 6,3). Dios no se aflige por sí, sino por el
hombre que, de esa manera se pierde. Se aflige, pues, por puro amor73.
Es en la revelación de Jesús donde se hace más clara la intimidad del Padre al decir
Abba, Pater mi. Es fácil intuir la ternura del Padre ante el Hijo bienamado en el que
tiene sus complacencias, pero cuando el Hijo sufre y clama: Pater mi ¿cuál puede
ser la expresión de su querer? ¿No será compadecer el Padre al Hijo? Como dice

73
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122

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San Pablo de Padre: "no escatimó al propio Hijo" (Rom 8,32) lo entrega con un
dolor amoroso infinitamente superior al de Abraham cuando conduce a Isaac al
sacrificio.
Desde luego estas revelaciones están lejos de un Dios lejano e indiferente ante la
suerte de los hombres o de su Hijo Jesucristo. ¿Hasta que punto se puede utilizar la
analogía de lo que sucede en el amor de los hombres para vislumbrar el amor de
Dios, su gozo y su dolor? Algo podemos hacer, pero la Escritura nos pone delante
de los ojos un amor divino que siente libremente y compadece con los hombres74.
La reflexión teológica de los Padres sobre la fe y sobre los datos bíblicos es rica y
matizada. De una parte se afirma con rotundidad la inmutabilidad de Dios -no podía
ser de otra manera- con clara influencia griega; de otra se matiza sobre la apatheia
(no sufrimiento) o la ataraxia (indiferencia) de esa inmutabilidad como incapaz de
sufrimiento, aquí las posturas son más ricas. Para los filósofos griegos Dios era una
idea, no una persona viva: la idea no sufre, no se apasiona, "no puede mezclarse
con el hombre" (Platón), puede ser amado, pero no ser amante. Dios es el motor
inmóvil (Aristóteles). El escándalo del Dios que Padece ronda sobre las distintas
soluciones especialmente a raíz de las controversias cristológicas.
Los Padres defienden la ausencia de sufrimiento de Dios, equilibrando esas
afirmaciones con la de la vitalidad de Dios, de su libertad para comunicarse, de sus
sentimientos que se exteriorizan respecto al hombre, al menos atribuyendo a Dios
compasión y misericordia como respaldo del sufrimiento humano del Hijo.
Los antioquenos colocan el sufrimiento de Cristo sólo en su parte humana; para los
alejandrinos la parte divina se apropia ese sufrimiento. Ni los monarquianos, ni los
apolinaristas, ni los monofisitas querían, con la afirmación de que en Cristo padeció
la divinidad, someter de verdad el ser de Dios al sufrimiento humano.
Ahora bien conviene entender que los griegos entienden padecer como un accidente
externo involuntario, cosa que nunca le puede suceder a Dios. Gregorio
Taumaturgo dice que sufre por decisión libre, padece de un modo impasible, como
paciente voluntario, está por encima del sufrimiento, es la "pasión del impasible".
Hilario se acerca al docetismo al decir que el cuerpo de Cristo estuvo exento de
necesidades naturales, siente los dolores, pero sin tener que padecerlos. Julián de
Halicarnaso dice que sólo por decisión libre del Hijo puede padecer Jesús.
Otro sentido de padecer es considerarlo unido al pecado y es como una enfermedad
de la actuación. Cristo nace, crece, debe alimentarse, pero el padecer propiamente
es una enfermedad de la capacidad de elección dice Gregorio de Nisa. Máximo el
Confesor sigue esta distinción y también Juan Damasceno. El Verbo Encarnado
puede padecer los dolores naturales inocentes por su condición de hombre y por
permisión divina. San Agustín va mas lejos al decir que las pasiones son un
movimiento contra la razón, como una perturbación, por lo que Dios sólo puede ser
impasible: arrepentimiento, compasión, paciencia son sólo expresión de su actitud
duradera, que es todo lo contrario de insensibilidad.
En resumen vemos que los Padres se distancian de la impasibilidad de los griegos.
Origenes trasladará la pasión al Hijo eterno, ya que es magnánimo y misericordioso
¿no padece él de alguna manera? En su providencia tiene que sufrir que los
hombres sufran, igual que el Hijo padece nuestras pasiones. Es decir, se conjuga la
paradoja de la impasibilidad de Dios y su conmoverse en la redención.

74
Urs von Balthasar Teodramática t5 El último acto p. 200 yss

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En Dios no puede darse un padecer en la medida en que esto signifique ser


golpeado desde fuera, o dicho de otra manera, Dios (y el Hijo hecho carne) puede
ser afectado de forma pasiva sólo en la medida en que esto responde a una
decisión libre. Además se deben tomar analógicamente los afectos humanos ya que
no se puede afirmar una "mutabilidad" de Dios. Tras la patrística se tiene a resaltar
más la impasibilidad de Dios, señalando que las reacciones bíblicas de Dios a la
conducta humana son sólo antropomorfismos. Tras la condena de la herejía
patripasiana que confunde el Padre con el Hijo se reacciona borrando las
consideraciones anteriores. Las distintas aproximaciones al problema dependen de
la noción de Dios alcanzada y cómo se perciba su perfección e infinitud75.
Con Hegel queda alterado el equilibrio del pensamiento que intenta aunar la
inmutabilidad y transcendencia de Dios con la presencia real del dolor en lo más
íntimo. Esto se da con la afirmación central de la "muerte de Dios" Hegel piensa
que "el Dios de Israel se convierte en un concepto "sin contenido y vacío",
abstracto, "sin vida, no simplemente muerto, una nada" que, sin embargo, como
"objeto infinito" reivindica para sí toda la verdad, la libertad, la justicia, con lo que
el hombre desciende a "pura propiedad de Dios" que celosamente exige para sí
veneración y adoración, odia cualquier otro culto manda destruirlo en cuanto sea
posible, hace servir y servir ante él a sus siervos en una "triste y vacía unidad", sin
belleza, sin tener "parte en ningún tipo de eternidad"76. Luego entonces ¿qué idea
tiene de Dios? Una idea negadora de Dios, que según denuncia Feuerbach es un
verdadero ateísmo. Pero aún así nos interesa su intuición original. Su visión es una
cristología filosófica tratando de recuperar el "dolor infinito", considera el Viernes
santo especulativo, "la vida de Dios y el conocimiento divino pueden, pues, ser
considerados como un juego que cae en lo edificante y en lo insípido cuando falta
ahí lo serio, el dolor, la paciencia y trabajo de lo negativo" (Phäenomenologie des
Geistes). Para ello integra en la idea de Dios, "el sentimiento doloroso... de que
Dios mismo ha muerto". Incluso en su versión más cristiana interpreta a Dios como
un proceso necesario y teológicamente como una autorrevelación y autoentrega en
Cristo libres. El acento recae en que un absoluto que no conoce el padecer y morir
real es "lo solitario inerte" y como divino tiene que hacer la experiencia de morir
para vivir como lo divino viviente. Así llega a decir: “Dios se sacrifica, se entrega a
la aniquilación. Dios mismo está muerto. La desesperación suprema del abandono
total de Dios”. La raíz de esta apreciación es que el existente en-sí no tiene
consistencia verdadera y por eso" se aliena a sí mismo, va a la muerte y, de ese
modo, concilia consigo mismo al ser absoluto. La muerte es lo negativo en el cual
Dios toma conciencia de sí mismo, es un momento de la naturaleza divina misma77.
Parece claro que esa idea de Dios no sólo no es cristiana, sino que no es teísta pues
parte de un Dios que no es Dios al carecer de conciencia de sí. La kénosis de Cristo
es llevada al extremo de ser una negación de Dios mismo como si dejase de ser
Dios en un acto de amor y entrega supremo, cosa que es imposible.
Santo Tomás en el comentario a Flp 2,6-11 pone en un su sitio la kénosis al decir
que el vaciamiento de Dios no es prescindir de una propiedad; "No, porque aunque
tomó lo que no era, permaneció lo que era. Esto hay que entenderlo así: tomó lo
que no tenía, pero no tomó lo que tenía. Porque así como descendió del cielo, no
porque dejase de estar en él, más porque empezó a estar en la tierra de un nuevo
modo, lo mismo que se anonadó, no dejando su divina naturaleza, sino tomando la
humana"

75
cfr Urs von Balthasar Teodramática p. 213-218
76
cfr Urs von Balthasar Gloria t5 metafísica, edad moderna p. 531
77
Cfr Urs von Balthasar Teodramática t.5 El último acto p.222 -225

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Galot aborda el tema del sufrimiento de Dios con una perspectiva católica. Por un
lado desarrolla la comunicación de idiomas entre la naturaleza divina y la humana.
Pero, sobre todo, señala que toda la Trinidad está implicada en la redención, el
Padre, como Abraham consumado, entrega al Hijo y es el oferente, El Hijo revela el
sufrimiento del Padre y en segundo lugar oferta al mundo. Galot se atiene de un
modo pleno a la inmutabilidad de Dios y distingue la vida intratrinitaria a la que
ningún dolor puede afectar y la libre decisión de las personas divinas por puro amor
a la creación del mundo a pesar de que el dolor puede afectarles. El sufrimiento
divino se presenta aquí como una manifestación del amor supremo. Señala como
en los hombres se alcanza la madurez en el sufrimiento tantas veces. Dios es el
primero que sufre sin culpa y la misma comunión entre las personas divinas es un
éxtasis pero también una renuncia en la donación78.
Maritain, a su vez, medita el tema sobre la base de que el "dolor nos confiere una
nobleza incomparablemente preciosa y fértil" y lo ve también en Dios. Por ello ve
en las entrañas de misericordia de Dios una propiedad sin imperfección alguna que
podía ser descrita como "captura victoriosa", "aceptación" "superación" del dolor.
"El pecado hace a Dios algo que le llega hasta su profundidad divina, no en el
sentido que le haga sufrir algo causado por una criatura, sino en el sentido de que
la criatura, en su relación con Dios, transfiere a la innominada perfección de Dios
algo de lo que es nuestro dolor y cuyo arquetipo está en Dios"79 . Galot distingue el
dolor efectivo del dolor afectivo según lo dicho por Maritain de que Dios "padece"
con nosotros y mucho más que nosotros; el co-padece mientras hay dolor en el
mundo. Sin embargo, este dolor de amor no significa que Dios no sea eternamente
feliz en su eternidad. Dios se da toda armonía y felicidad propia del amor.
Jesucristo revela al Padre, conocemos el rostro de Dios y su intimidad a través de lo
que hace y dice Jesús. "Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (Jn 17,10). Son
muchos los textos que nos muestran la inmanencia del Hijo en el Padre, "el que me
ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9), en su rostro crucificado nos invita a ver
al Padre, lo que muestra a un Padre paciente, nada indiferente y lejano. Para ver
como se compaginan el amor y el dolor, la impasibilidad y la pasibilidad vamos a
observar el misterio de Dios y de la redención desde distintos puntos de vista.
El primero es lo evidente del sufrimiento de Jesús que experimenta: el odio, la
injusticia, la calumnia, el desprecio, la burla, el dolor físico hasta el límite y la
muerte por amor en un sacrificio costoso. La comunicación de idiomas entre la
naturaleza divina y la humana de Jesús nos muestra que este dolor humano es
dolor de la persona de Jesús. El Hijo sufre ese dolor humano que le afecta
vivamente. Separar lo humano y lo divino lleva al nestorianismo. No parece
aceptable la indiferencia en el Hijo en cuanto Dios cuando los sufrimientos en su
alma y en su cuerpo son tan patentes. Es claro que no se puede aceptar un dolor
que disminuya la divinidad de modo que, de hecho, no fuese Dios. El origen del
arrianismo fue el escándalo ante el Deus passus. Pero si no puede entenderse como
deficiencia, deberá entenderse como perfección del amor que es el motivo de la
redención. Luego el Verbo sufre por amor.
Por otra parte nos atestigua San Pablo que el Espíritu Santo se contrista por el
pecado: "no contristéis al Espíritu Santo de Dios" (Ef 4,30). No podía ser de otro
modo, el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo, es amor del Hijo y sufre con la
misma causa que sufre el Hijo, es más, sufre con su dolor y su anonadamiento. La
perichóresis nos habla de un intercambio de todo lo que tiene el Hijo y todo lo que

78
Galot Dieu souffre-t-il en von Balthasar Teodramática t. El último acto p. 237-238
79
Maritain Cursus der salmanticenses vol 7 p. 210 citado en von Balthasar

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tiene el Espíritu Santo. Si el Hijo tiene dolor amoroso el Espíritu Santo también
participa de él.
El Padre también vive la perichóresis, y la vive como eterno Amante, la vive como
es el que es el origen del amor al Hijo, y como origen del amor redentor que quiere
el modo más sabio de salvar la libertad pecadora del hombre. La voluntad de que
sea el Hijo es porque los hombres han sido creados a imagen del Hijo, y porque la
restauración sería un rehacer la imagen del Hijo en los hombres y un modo de
elevar la naturaleza humana a una unión con la divinidad imposible de superar pues
es hipostático en Jesús. La voluntad del Padre es obedecida por el Hijo como Dios y
como hombre y llega hasta la muerte, hasta el dolor más extremo. Sería una
injusticia pensar que Dios Padre permanece indiferente en una voluntad justiciera
que otro tiene que satisfacer de una manera tan cruenta. El Padre experimenta un
dolor que es una perfección del amor trinitario que en la creación y en la redención
alcanza nuevos modos de manifestarse.
La perichóresis trinitaria ilumina el acto doloroso de la redención, en un amor loco,
en un amor que es donación total, en una Misa que es acción divina no humana.
Apreciar el dolor de Dios ayuda a conocer más a fondo la intimidad de Dios que
ama sin detenerse ante nada.
Otro punto a considerar es poder valorar lo que es realmente el pecado. Si se
considera la impasibilidad de Dios ante los pecados de los hombres, entonces todo
importa poco, por no decir nada, los pecados son indiferentes, salvo quizá en
cuanto son ofensas a los demás hombres. Pero si se considera el pecado como
ofensa a Dios, como una acción libre humana que entristece a las personas divinas,
que las daña en una acción imposible ya es otra cuestión. Pero, ¿porque las daña?
Porque la gloria de Dios es la vida del hombre, y lo que hiere la vida del hombre y
le mata duele en lo más íntimo el amor de Dios. El Padre sufre con el dolor del hijo
más que el mismo hijo pues ve mejor sus daños alocados. Podría quitar la libertad
al hombre, podría anular la creación, pero sería eternamente menos perfecto. El
amor libre y la misericordia dolorosa valen más que el pecado.
Además, se da otro factor, Dios es solidario con el hombre. Lo más íntimo del
hombre es su ser participado del ser divino, Dios es más íntimo a nosotros que
nosotros mismos, luego nuestros amores y nuestros dolores afectan a Dios. Si
añadimos la solidaridad por la gracia en la cual Dios está en el hombre y el hombre
en Dios, la comunión de dolores y de amores no puede ser menos que real.
Todas estas consideraciones nos llevan a profundizar en el amor infinito de Dios. La
revelación de Dios Trino nos muestra un amor que se entrega al hombre como
reflejo de ese amor entregado entre las Tres Personas. Para Dios en sí no habría
dolor si no existiese el hombre, pero los hechos nos dicen que existimos y por tanto
Dios se ha comprometido con nosotros en nuestra existencia real. El hecho de que
permita el mal muestra que la libertad para amar es superior a todos los dolores,
cosa experimentada por los hombres, el mismo infierno es la ausencia del amor de
Dios por libre elección pecadora. El tema del posible dolor del Padre nos ha llevado,
una vez más, al Ser amoroso de Dios en su Tres Personas como no podía ser de
otro modo.

2.12.1 Dios de Dios. La Palabra, el Verbo, el Hijo.


El Dios escondido e inefable se puede expresar como el Silencio lleno de riqueza
interior. En la intimidad de Dios se da un movimiento eterno de apertura
intelectual, generador de una Palabra que es consustancial al Silencio que la emite,
pero que difiere en cuanto es emitida. En otros términos, el Padre engendra

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eternamente al Hijo con libertad gratuita y amante y es el Verbo consustancial con


el Padre.
Vale la pena conocer las teorías anteriores a esta revelación que usan la misma
expresión de Logos, y sus paralelas Verbo y Pensamiento. Para los griegos Logos
significa «palabra”, pero también «razón, pensamiento”. Desde el comienzo del
pensar filosófico, especialmente Heraclio en el siglo VI a. JC se atribuyó al Logos la
función de hacer inteiligible todo lo que existe. Para los estoicos era el concepto
central del pensar y del hablar recto (lógica), la fuerza divina que anima al cosmos,
la fuente de las reglas de acción moral; para el neoplatónico Plotino es el Principio,
la forma racional de lo real, la realidad que fluye de la inteligencia raíz de toda la
realidad. Filón de Alejandría, pensador judío helenizado, concibe la sabiduría divina
como atributo de Dios, realidad que está junto a Dios y gracias a la cual Dios crea
el mundo (cf. Prov 3,19. 8,22-36. Sab 728; 8,5; 9,2; Eclo 1,1-l0; etc.) y «mora
entre los hombres, aunque estos la rechacen muchas veces (cf. especialmente Eclo
24,8-10ss; Sab 9,1; 18,14ss; etc.). Asume el concepto helenista Logos como la
“Palabra” creadora (dabar), para indicar a Dios creador trascendente que crea con
sabiduría. Sin embargo, este Logos no es de naturaleza divina, ni parece tener una
dimensión personal.
En la teología cristiana ha adquirido una enorme importancia el término, ya que el
prólogo del cuarto evangelio confiesa la encarnación del Logos divino en Jesús de
Nazaret (cf Jn 1,1-18), llamado igualmente «Logos de la vida” en 1 Jn 1,1 (cf.
también Ap 19,13, donde se habla del Logos de Dios
En el cuarto evangelio se habla del Logos divino mediador de la creación y hecho
carne. Asumir un término tan expresivo para pensamiento helenístico y judío era
arriesgado pues el Logos de Juan es divino, es Jesucristo y es el Hijo de Dios
divino. Es también decididamente antignóstico, con las especulaciones de la
creación por parte del Dios Lejano de pensamiento, palabra, verdad, sabiduría
como distintos. Cristo será tanto el Logos, como la Verdad, como la Sabiduría,
además de ser el Verbo encarnado. Aunque el cambio sea tan radical, aprovecha
las intuiciones anteriores, aunque sean confusas, suprimiendo algunas cosas como
la creación caótica de los gnósticos y la limitación en los griegos y el fatalismo de
los estoicos. En la reflexión teológica de la época de los Padres, siguiendo al cuarto
evangelio, se dio a una fuerte y profunda reflexión teológica sobre Jesucristo Logos
de Dios, comenzando por Ignacio de Antioquia. Globalmente se puede decir que,
para ellos, Cristo es, en cuanto Logos, revelación de Dios, viene del Padre, es
eterno como el Padre, es su consejero en la creación y su instrumento en la
conservación del mundo y en la realización de la redención. La doctrina del Logos
que enseñaban Arrio usó el término logos sin dimensión divina, como lo hicieron los
anteriores, por eso motivó la intervención del concilio de Nicea (325). Arrio
concebía al Logos como un ser intermedio entre la realidad trascendente,
incomunicable e inalcanzable de Dios y la realidad humana-cósmica; en oposición,
el concilio de Nicea propuso la doctrina según la cual el Logos divino, revelado en
Cristo, es de la misma substancia que el Padre (omousios to Patrí, consubstancial
al Padre), Logos/Hijo divino, eterno mediador de la creación y encarnado para la
salvación del hombre (cf. DS 125). Con esta toma de decisión doctrinal, Jesucristo,
como Logos encarnado, era reconocido plenamente como perteneciente a la esfera
divina y su realidad humana con su historia podía ser considerada como verdadera
encarnación y verdadera historia de Dios.
Pasemos de la historia a la línea que nos hemos marcado. Comenzando por la
generación del Hijo por parte del Padre, de la Palabra que surge del Silencio
eternamente.

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Palabra. Es el primer nombre que nos ayuda a conocer al Hijo en cuanto es


engendrado intelectualmente por el Padre. Ya veíamos en la sección
correspondiente al Padre, que Dios es inabarcable al conocimiento de las criaturas,
y que su silencio infinito de conocimiento pleno dice una Palabra que siendo
consustancial al Padre, tiene su origen en el ese silencio infinito del Padre. El
término Palabra está unido al de Verdad. Por eso Jesús lo aclara cuando le dijo a
Tomás: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí”80.
Verdad tendrá dos acepciones. Una que se trata de alguien, no algo recibido en la
inteligencia, por lo tanto, la Verdad es inabarcable a toda mente creada, es una
Persona divina. Otra que es la Revelación de la Verdad divina, del Padre y de la
doctrina de salvación.
Verbo o Logos es el término usado por San Juan y San Pablo y siendo igual a
Palabra evoca más la relación con la creación, “porque en él fueron creadas todas
las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean los
tronos o las dominaciones, ya los principados o las potestades. El es antes que
todas las cosas y todas subsisten en él”81; es la causa ejemplar y final de la
creación. El cosmos tiene un origen inteligente en el Padre que toma como modelo
al Hijo, que también crea en su unidad divina con el Padre, y quiere un mundo de
hijos libres que tengan como fin ser semejantes al Verbo engendrado por el Padre,
“pues [el Padre] tuvo a bien que en él habitase toda la plenitud”82. Los ángeles no
son creadores, sino criaturas de naturaleza invisible. Juan lo expresa con gran
claridad, “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo
era Dios. El estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por él, y sin él no se
hizo nada de cuanto ha sido hecho”83.
Luz. Juan lo señala tambiéncomo Luz con toda la carga que tiene esta noción de
emanación divina, de iluminación, de bondad, de salvadora de las tinieblas de la
ignorancia y del pecado, “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y
la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”84. Pero dejando claro
que era la misma Luz, que es Dios Hijo,”Era la luz verdadera, que ilumina a todo
hombre, que viene a este mundo”85.
Imagen del Padre. Pablo después de anunciar la buena nueva de la salvación, y
“dando gracias al Padre, que os hizo dignos de participar en la herencia de los
santos en la luz. El nos arrebató del poder de las tinieblas y trasladó al reino del
Hijo de su amor,” en quien tenemos la redención, el perdón de los pecado”86,
explica quién ese Salvador: “El cual es la imagen del Dios invisible”87. Aunque la
idea de imagen parece indicar una inferioridad, no es así, pues es imagen perfecta
del Padre, igual al Padre, pero distinto en su relación filial. La característica de la
noción de Imagen es que conocemos al Padre a través de su imagen grabada en
toda la creación, especialmente en el hombre. Cristo será la Imagen encarnada, es
decir, que en su humanidad muestra la divinidad a los hombres plenamente según
el modo humano de conocer. Conocer a Cristo es conocer la imagen del Padre

80
Jn 14:5-6
81
Col 1:16-17
82
Col 1,19
83
Jn 1:1-3
84
Jn 1,4-5
85
Jn 1,9
86
Col 1:12-14
87
Col 1:15

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encarnada en el hombre Jesús. Cuando Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre


y nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no
me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú:
Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí,
realiza sus obras”88.
Amado. Así lo muestra la Voz del Padre en el Bautismo del Jordán,
“Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se
le abrieron los Cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y
venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien
me he complacido”89; y en la Transfiguración del Tabor, “Seis días después, tomó
Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó a ellos solos a
un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso
resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les
aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a
Jesús: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube
resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado,
en quien me he complacido: escuchadle”90. Amado indica la consustancialidad del
Hijo en cuanto ama aceptando el amor generativo y original del Padre. Aquí se
puede observar un matiz nuevo de la generación, que no es sólo un acto
intelectual, sino un acto de amor propio del Padre, que es el divino Amante. Sería
impensable un acto de generación, de apertura personal, de don total, que no fuese
amoroso, además de acto de conocimiento propio que engendra. Como dice Santo
Tomás es una “palabra del corazón”91.
Hijo. La máxima revelación de Cristo es que Dios es Abbá, su Papá, y que Él es el
Hijo. Todo gira en torno a esta revelación y a esa generación eterna, que se hace
histórica en el seno de María y da vida al Alma humana de Jesús, que, a su vez, da
vida a ese Cuerpo que será el cuerpo del Sacrificio perfecto anunciado en el
sacrificio de Isaac. En la agonía se hace explícita esa llamada al Padre. “Decía:
¡Abbá, Padre!, todo te es posible, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que
yo quiero, sino lo que quieres tú”92, aunque como se ha señalado por J. Jeremías el
nombre con que llama Jesús al Padre es Abbá en todos, o casi todos los lugares del
Evangelio, aunque las traducciones lo llamen Padre más veces que Abbá.
Después de este resumen, veamos la conclusión y aproximación al conocimiento del
Hijo, pues nadie va al Padre sino por Él93. El acceso al Dios escondido es el Hijo,
que lo revela como Padre Amante, no solitario, pues vive el amor original
engendrando al Amado. Además ese Hijo es la Palabra, según la acepción hebrea
dabar, -palabra creadora-, pero que es Dios personal. También es el Logos, pero
más allá que el logos griego y el de Filón que lo identifica con el Creador y la Ley,
pues es El Verbo engendrado, modelo y fin de la creación. Y es Imagen, reflejo de
ese Dios que no ha sido visto por nadie, y el que lo viese moriría, decían los judíos.

88
Jn 14:8-9
89
Mt 3:16-17
90
Mt 17:1-2
91
Suma teológica I, q.27, a. 1, in c
92
Mc 14:36
93
cfr Jn 14,6

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En la Kénosis divina en Jesús contemplarán la Verdad y el Amor divinos y la


grandeza del hombre junto al misterio de iniquidad, que es el pecado.

2.12.2 El Tercero en el Amor. Espíritu Santo, dador de vida


La teología oriental tiende a destacar la monarquía del Padre, y con ella su
principalidad en la Trinidad. Este punto de vista lleva también a tener muy en
cuenta al Espíritu Santo como Amor que procede del Padre. Amor persona, persona
Don. En el Occidente latino se tuvo muy en cuenta la Encarnación del Verbo, y con
esta perspectiva surgió una teología que destaca que el Amor procede también del
Hijo, señalando, al mismo tiempo, que el Espíritu Santo procede principalmente del
Padre. El término procesión fue fuente de malentendidos, pues a los latinos les
bastaba la palabra “processio”, pero los griegos, en su matizada lengua, usaban
dos: ekporéusis εκπορεσισ y exporeumene εκπορευµενε usando la segunda
exclusivamente para indicar la procesión del Espíritu Santo del Padre; y la primera
para la procesión del Espíritu Santo del Hijo. De esta discusión, que más bien es un
malentendido, surge la polémica del filioque que llevó a la separación de las
Iglesias orientales y la Iglesia de Roma. Consideremos la persona del Espíritu Santo
en la intimidad divina.
El Espíritu Santo es Don. Es el Amor del Padre y del Hijo. Esta realidad lleva a un
avance muy considerable en el conocimiento del Dios único. Decir que Dios es Amor
toma matices riquísimos. Las Tres personas son Amor, pero cada una según su
personalidad. El Padre como origen de todo amor, amor fontal; el Hijo como
receptor de amor; y el Espíritu Santo como el que realiza la corriente de amor entre
Padre e Hijo. Por ello al llamarle Don del Padre y Don del Hijo decimos algo nuevo.
Se percibe mejor la realidad del amor como apertura y donación total. Los Tres
aman y se aman infinitamente, pero el Padre como Amante, el Hijo como Amado y
el Espíritu Santo como Éxtasis del Padre y del Hijo, además de Amador. No queda
así ningún resquicio para pensar en un posible egoísmo en el Amor divino por
insuficiencia de las palabras humanas. Si sólo se considerase la paternidad es
pensable un cierto ego de autorrealización, no una paternidad donante total.
Igualmente el Hijo como Amado podría llevar equivocadamente a un pensamiento
de gozo infantil y pasivo. Pero, lejos de las imágenes tomadas de la experiencia
humana, la consideración del Espíritu Santo como Don no permite ningún
pensamiento humano de egoísmo divino. Saber que el Espíritu Santo es puro Don
lleva a la consideración de no tener otra ventaja que la donación y la apertura total,
lo que en términos humanos llamaríamos “amor desinteresado” o agapé perfecto,
benevolencia total. En la vida divina el Espíritu Santo lleva a conocer al Padre, pues
procede del Padre que es quién lo da, luego la paternidad es donación absoluta.
También nos lleva al Hijo pues es Don del Hijo, que lo da sin concentrarse en ser
amado, sino que entrega su amor al Padre entregándose en el Espíritu Santo, que
es el amor del Hijo, el Don del Hijo. El Espíritu Santo revela que el Amor del Padre y
del Hijo son donación total y perfecta.
Juan Pablo II lo expresa así. “Dios, en su vida íntima, ‘es amor’, amor esencial,
común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu
del Padre y del Hijo. Por esto ‘sondea hasta las profundidades de Dios’, como Amor-
don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y
trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas
divinas, y que por el Espíritu Santo Dios «existe» como don. El Espíritu Santo es
pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor.
Es Persona-don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una
profundización inefable del concepto de persona en Dios, que solamente conocemos

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por la Revelación”94.
La existencia del Espíritu Santo como Don es coexistente en la eternidad divina con
la generación del Hijo, no es posterior. Es decir que el Padre genera el Verbo y
espira el Don en un solo acto eterno. De modo que se puede decir que es una
generación amorosa, y que la generación lleva a un Éxtasis del Padre que es el
mismo amor del Espíritu Santo que le llega del Amor del Hijo. De esta manera el
Conocimiento y el Amor divino llevan uno al otro, y se identifican en la unión entre
los Tres. En lo humano sabemos que el conocimiento de alguien como bueno lleva
al amor, pero también que el amor lleva a conocerle mejor y con más profundidad.
En la Trinidad Amor y Conocimiento personal se unen en la acción propia del
Espíritu Santo que es Don.
Don de Dios a Dios. Esta conocida expresión de la Beata Isabel de la Trinidad
muestra otro matiz de la personalidad del Espíritu Santo. Pues no es sólo dador de
amor, apertura plena, sino que es el regalo –Don que Dios Padre hace a Dios Hijo y
viceversa- pues el único Regalo o don proporcionado, además de sí mismo, es el
mismo Dios, que es el Espíritu Santo.
Juan Pablo II enseña que “una característica del texto joánico es que el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo son llamados claramente Personas; la primera es distinta de
la segunda y de la tercera, y éstas también lo son entre sí. Jesús habla del Espíritu
Paráclito usando varias veces el pronombre personal ‘Él’; y al mismo tiempo, en
todo el discurso de despedida, descubre los lazos que unen recíprocamente al
Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, ‘el Espíritu... procede del Padre’ y el Padre
‘dará’ al Espíritu. El Padre ‘enviará’ el Espíritu en nombre del Hijo, el Espíritu ‘dará
testimonio’ del Hijo”95.
Aunque aquí no estemos tratando de la Trinidad económica, es decir, la Trinidad
actuando en la Creación y la Redención, es comprensible, que el origen de ambas
sea el Padre tomado al Hijo como Modelo activo y como meta, y que se realice ese
querer por la acción del Espíritu Santo. Asimismo, el gran don de la Redención
tanto por parte del Padre como por parte del Hijo es el Espíritu Santo, pues es el
Don que recoge de modo personal la misericordia, el perdón y la libertad divinas.
Vínculo o nexo. San Agustín introdujo la idea de que el Espíritu santo es el vínculo
entre el Padre y el Hijo, diciendo: “si el amor con que el Padre ama al Hijo y el hijo
ama al Padre muestra inefablemente la comunión de los dos, ¿qué hay de más
conveniente que se llame propiamente amor a aquel que es el Espíritu común de
ambos”96. Aunque es Santo Tomás el que lo expresa no de manera hipotética sino
real. “Se dice que el Espíritu Santo es nexo del Padre y del Hijo en cuanto es Amor:
porque como el Padre ama con amor único a sí mismo y al Hijo y viceversa, en el
Espíritu Santo, en cuanto es Amor, se incluye la relación del Padre al Hijo, y
viceversa, como relación del amante a la cosa amada; pero con la particularidad de
que, por lo mismo que el Padre y el Hijo se aman mutuamente, es preciso que este
amor mutuo, que es el Espíritu santo, proceda de uno y del otro. Por consiguiente,
en razón de su origen, el Espíritu Santo no es algo intermedio, sino la tercera
persona en la Trinidad. En cambio, según la relación ya dicha, es el nexo que
media entre los dos y que procede del uno y del otro”97.

94
Juan Pablo II Dominum ete vivificantem n.10a
95
DV 8a
96
San Agustín. De Trinitate, 15,19, 37
97
Suma teológica I q. 37 a.1 ad 3

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La revelación cristiana permite adentrarnos más en la verdad, pues al mostrar la


Trinidad de Personas en el Dios único es posible conocer mejor su intimidad como
libertad. El Padre es perfectamente Padre y engendra libremente un Hijo
eternamente por amor y conocimiento. Se da libre y eternamente, y tan
plenamente que da toda su vida con amor fontal total al Hijo que es consustancial
con Él. El Padre Amante y el hijo Amado se aman perfectamente y de ese amor
total se espira eternamente el Tercero en el Amor, que es el Espíritu Santo, Don del
Padre principalmente y Don del Hijo, Don de Dios a Dios. Persona que es vínculo de
unión entre el Padre y el Hijo. La libertad en Dios es donación total y eterna, Vida
en el sentido más pleno, sin necesidad externa, pero con impulso irrefrenable de
generosidad: ahí está el misterio. El Espíritu Santo es la Persona Don en su
procedencia y en su actuación intratrinitaria eterna y que abre el mundo divino al
mundo humano, creando y entrando en la historia de la creación según su libertad
amorosa. En el Padre se percibe esta Libertad divina como el origen de todo don y
procesión intratrinitaria. El Hijo Amado es libre no sólo en aceptar el don del Padre,
sino en una obediencia divina, muy distinta de la humana de la redención que le
llevó a conocer el sufrimiento redentor. Pero el Espíritu Santo es la libertad de la
apertura total de uno a otro. Quizá por ello en la Santificación se dice que “el
Espíritu sopla donde quiere”98, pues sabe lo que cada persona (divina o humana)
quiere o necesita con amores que se experimentan siempre con predilección.
Todo esto nos lleva a algo nuevo, “Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu
de Dios"99 . Este conocimiento exclusivo no quiere decir ignorancia de las otras
personas, sino un modo de conocer personal y distinto. Quizá se pueda entender
así la expresión de San Pablo “el Espíritu todo lo escudriña (también se traduce
como sondea), incluso las profundidades de Dios”100. El significado de “las cosas de
Dios” y “las profundidades de Dios” pienso que se puede entender como la Verdad
divina comprendida desde el amor. Un ejemplo puede servir: el conocimiento de un
hijo por el médico, por el padre o por la madre, aunque la analogía sea muy lejana
indica algo. San Gregorio Palamas entiende las personas divinas de un modo muy
dinámico como energías, y ve en Dios Luz y Tiniebla. No toma Tiniebla en el sentido
de pecado o de oscuridad maligna, sino en el sentido apofático en el que Luz es lo
que las criaturas pueden conocer de Dios y Tiniebla es lo que nuca pueden llegar a
conocer, como un abismo insondable para el hombre, lo profundo del Misterio. Ahí
se puede situar la difícil expresión de San Pablo de la hondura del conocimiento del
Espíritu Santo. Decir “nadie” pienso que se refiere ante todo al modo especialmente
amoroso de conocer, por ello puede aportar a la vida divina la “eterna novedad del
amor”, que en una dualidad se agotaría en la total donación de uno al otro que ya
no tendrían nada más que darse. Mientras que el Espíritu Santo añade algo
eternamente nuevo en cuanto su personalidad de don.
Ya estudiaremos que Dios es un inmenso Corazón y que la afectividad humana es
una participación en la divina en el acto de ser de la persona. Contemplaremos la
afectividad de Dios en la que lo primero es un amor afectivo inseparable del amor
generante y el amor que quiere. Ya hemos estudiamos un dolor del Padre que
iluminaba la inmutabilidad divina con una riqueza de afectos, que dado el pecado
llevan a un dolor del Padre como una perfección de amor. Si ponemos nuestra
mirada en el Espíritu Santo la riqueza de las observaciones se hacen más intensas,
como señala Juan Pablo II en su encíclica sobre el Paráclito, “el «convencer en lo
referente al pecado» ¿no deberá, por tanto, significar también el revelar el

98

99
1 Co 2, 11
100
1 Co 2 10

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sufrimiento? ¿No deberá revelar el dolor, inconcebible en indecible, que, como


consecuencia del pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión
antropomórfica en las profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón
mismo de la inefable Trinidad? La Iglesia, inspirándose en la revelación, cree y
profesa que el pecado es una ofensa a Dios. ¿Qué corresponde a esta ‘ofensa’, a
este rechazo del Espíritu que es amor y don en la intimidad inescrutable del Padre,
del Verbo y del Espíritu Santo? La concepción de Dios, como ser necesariamente
perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones o
heridas; pero, en las profundidades de Dios, se da un amor de Padre que, ante el
pecado del hombre, según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el punto de
exclamar: ‘ Estoy arrepentido de haber hecho al hombre’. ‘Viendo el Señor que la
maldad del hombre cundía en la tierra... y dijo el Señor: me pesa de haberlos
hecho’. Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre, que siente
compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva, este
inescrutable e indecible ‘dolor’ de padre engendrará sobre todo la admirable
economía del amor redentor de Jesucristo, para que, por medio del misterio de la
piedad, en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el
pecado. Para que prevalezca el ‘don’”101. Por la comunicación de idiomas se da esa
pasión en el Espíritu Santo, de un modo similar al Padre y al Hijo, cada cual según
su personalidad. San Pablo recoge una frase que sin esta aportación resultaría
enigmática, “no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios”102. Por otra parte si “los
frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, continencia”103 esos frutos son reflejos en el hombre de la Persona
divina, en este caso el Espíritu Santo, que de un modo especial se puede considerar
el corazón de Dios.
Un resumen de todo lo encontramos en lo que los teólogos griegos llaman
pericorésis y los latinos circumincessio, que podemos expresar como comunión
perfecta. Cada Persona divina está totalmente en las otras dos en un acto de amor
tan perfecto y unitivo, que integran eternamente un solo Dios único, valga la
redundancia. Un Dios que es Uno, pero no solitario. Más que decir que Dios Uno
también es Trino, es mejor decir que Dios Trinidad tiene que ser Uno por la unión
de amor perfecta entre los Tres. Un Dios en que su gozo eterno es amar
perfectamente –dar, darse y dar ser-. El Padre como Padre –amor originario, fontal,
engendrador, Amante-; El Hijo como Hijo –Amado, Verbo, Palabra, Modelo, Logos
del Padre-; El Espíritu Santo como Don del Padre principalmente y Don del Hijo –
Vínculo, Don, Dador de Vida, Dedo del Eterno Padre, Condilecto, Tercero en el
Amor, Amador-. Así se abre a los ojos un misterio que nunca se acaba, ni puede ser
agotado, pero en el que lo que se conoce es altamente enriquecedor para conocer
al hombre como persona, y también a toda la Creación.
Otro modo de hablar de la realidad divina sería decir: El Silencio dice la Palabra y
ambos se dan y dan el Don del Amor. El Silencio es la infinita interioridad del Padre
que es innombrable en su plenitud. Al emitir su Palabra, el Logos, el Verbo, el Hijo
en una generación eterna es accesible. La unión entre Palabra y Silencio sólo puede
ser Amor eterno y libre, Don mutuo. Expresar así a la Santísima Trinidad hace más
accesible el Misterio Trinitario en el diálogo interreligioso sin perder la precisiones
bíblicas, teológicas y magisteriales que preservan tanto del Panteísmo, como del
triteismo y de los dualismos gnósticos.

101
DV 39b.
102
Ef 4:30
103
Ef 5:22-23

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2.12.3 Dios es Justo


La justicia divina no es igual que la justicia humana, pero puede servir conocer la
justicia de los hombres para elevarse a la justicia perfecta. En griego hay matices
para expresar la justicia como cumplimiento de la ley y como algo más íntimo de
“dar a cada uno lo suyo” como lo expresan los latinos. Veamos esta definición,
aplicándola a Dios, aunque después elevemos más esta consideración
Dar: indica donación, generosidad, no sólo algo exigido por el derecho. En la
relación con Dios el hombre se mueve en el terreno de lo gratuito de un modo
intenso. Amor sin justicia no es amor, pero justicia sin amor mucho menos, sería
una suma injuria, incluso en términos humanos.
A cada uno: sólo Dios puede valorar la riqueza de lo personal, la gravedad de las
omisiones, los escándalos, los abusos, los desastres etc. No basta un juicio general,
debe particularizarse, y ese es el juicio de conciencia, y más verdadero el juicio de
Dios realidad al ver la realidad de la vida moral y de la respuesta a la vocación con
toda nitidez, a pesar de la acusación diabólica que buscará faltas ocultas e
intenciones retorcidas.
Lo suyo: indica posesión de unos derechos, pero antes Dios todos los derechos son
donación para amar y realizar una misión de amor en el mundo. Será como indica
San Juan de la Cruz un juicio en el amor, pero justo.
Dios es justo, pero su justicia no se puede separar del amor, castiga a pesar suyo,
porque la libertad del hombre y del ángel es real y no una ficción Sirvan una
palabras del gran teólogo Jean Galot para esclarecer este tema y las paradójicas
expresiones de San Pablo: “La doctrina de Pablo es clara y constante; lo que ha
podido hacerla más difícil de entender son ciertas afirmaciones concisas en las que
la paradoja fundamental se expresa con vivacidad. Esta paradoja consiste en el
hecho de que Cristo ha ofrecido un sacrificio expiatorio por los pecados de la
humanidad y que, sin embargo, la obra redentora está totalmente dirigida por el
amor divino.
Que haya amor por parte de Cristo se advierte fácilmente, pues él es el que ofrece
el sacrificio. Pablo hace hincapié en la inmensidad de este amor, pues el que se
entrega en sacrificio es el Hijo de Dios y además muere por los pecadores. En
consecuencia, el amor recorre toda la distancia que va de Dios al hombre y de Dios
a los pecadores.
Este mismo amor es el que volvemos a encontrar en el Padre, con la suprema
iniciativa en el amor y en el don. El sacrificio consiste en primer lugar en la
donación del Hijo por parte del Padre. Conserva ciertamente su significado de
ofrenda propiciatoria, pero es el Padre el que proporciona esa ofrenda, de tal modo
que todo procede de su amor y lo que habría podido aparecer como limitación de
ese amor y lo que habría podido aparecer como limitación de ese amor en virtud de
una exigencia de compensación o de expiación, significa, de hecho, un don más
completo del Padre.
Las impresiones sobre Cristo hecho pecado o maldición sirven para hacernos
apreciar mejor el camino recorrido por el amor del Padre, que se ha hecho cargo de
las consecuencias del pecado de la humanidad. La manifestación de la justicia
significa el otorgamiento de la cualidad de justo a quienes eran pecadores, y ese
otorgamiento se realiza gratuitamente en virtud del sacrificio. La condena del
pecado en la carne designa la victoria definitiva obtenida sobre el poder del pecado

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por la cruz de Cristo. Ahí no hay otra cosa sino el despliegue de un amor salvífico
tanto por parte del Padre como del Hijo”104.
La idea de justicia colérica del Padre es inaceptable. En Dios Padre hay una
perfección del amor que le lleva a un dolor afectivo ante las injusticias y pecados de
los hombres. Pensar en una justicia vengativa o que arde en indignación sería
difícilmente compatible con el amor esencial divino. Más bien se advierte un acto de
respeto a la justicia, pero comprometiéndose con el pecador para superar su
injusticia de un sorprendente modo. El Dios Justo se castiga a sí mismo para que el
necesario juicio sea misericordioso. La justicia divina se satisface con una
consideración verdaderamente asombrosa. Podemos expresarlo con la imagen
humana del buen padre que debe enviar al hijo a una misión difícil, quizá muy
dolorosa, y querría hacerlo él, pero no es posible, y con ello puede sufrir más que el
mismo hijo que va al peligro.
Dios Padre no puede convivir y aceptar la injusticia en ninguno de sus matices. Dios
es totalmente santo, plenamente inocente y puro. Cierto que el castigo que
merecen las acciones injustas no puede ser vengativo, pero tampoco puede ser tan
indulgente que no se dé importancia a la acción injusta. Es más, si la injusticia es
de rebeldía total se debe aplicar un correctivo para el impío y para proteger a
terceros. El injusto es responsable de su fechoría ante Dios, no sólo ante su
conciencia.
Aquí nos encontraremos dos cosas. La justicia esencial y la justicia aplicada al
hombre. En cuanto a la justicia esencial, que es la justicia ante Dios, ocurre un
hecho sorprendente, el pecador no puede restituir el bien deshecho por tener un
cierto grado de infinitud. Dios en su justicia infinita decide amorosa y libremente
satisfacerla él mismo. Luego vendrá la aplicación al pecador responsable y aquí
entra otra consideración, puede seguir en rebeldía o arrepentirse. Si se arrepiente
se le aplica el perdón satisfecho por el mismo Dios. Si permanece en rebeldía se le
sigue ofreciendo hasta que el pecado contra el Espíritu Santo le ha hecho
irreductible o hasta que se acabe el tiempo. Cierto que la condena del injusto tiene
gran parte de autoexclusión como endurecimiento en vivir sin amor verdadero en la
autocondena del amor propio, pero no se puede excluir el castigo divino de la
injusticia. San Anselmo en su famoso tratado Cur Deus homo? Muestra la no
trivialidad del pecado. Si el pecado se reduce a una ilegalidad y la ley se
fundamenta en un capricho del legislador se pierde el sentido de la malignidad del
pecado. Si se pensase en un perdón negligente y distraído sería lo mismo que decir
que equivalen el bien y el mal, o que no hay consecuencias de las violencias
humanas.
Si nos centramos en la justicia esencial vale la pena observar desde el misterio
trinitario el maravilloso camino encontrado por el amor para conciliar justicia y
amor. Dios asume satisfacer la Justicia quebrantada por los pecados y se la ofrece
a los hombres que quieran aceptar esa nueva justicia. El Justo Padre envía al Hijo
que se hace hombre, Éste toma sobre sí todas las injusticias de los hombres, las
sufre en su carne y consigue la reconciliación con un acto humano infinitamente
justo por el que llega la justicia a los pecadores que pueden dejar de serlo
radicalmente. La Sabiduría divina sabe que tiene que ser el Hijo el que redima para
reconstruir la imagen de hijos en los hombres, y elevar creándola una nueva
humanidad de Hijos de Dios en el Hijo. Este el gozo justo del Padre. Pero sin
destruir la libertad del hombre, tampoco cuando merezca castigo después de darles
todas las oportunidades humanas y de gracia.

104
Jean Galot, Jesús liberador. Ed CETE. Madrid 1982 p. 186-187

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3 La misericordia de Dios es eterna


La justicia de Dios no se comprendería separada de la misericordia. A su vez, la
misericordia divina tampoco sería creíble sin su justicia. La Sagrada Escritura lo
expresa con mil matices. Veamos uno el Salmo 103
Bendice a Yahveh, alma mía, no olvides sus muchos beneficios.
El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias,
rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu
existencia,
mientras tu juventud se renueva como el águila.
Yahveh, el que hace obras de justicia, y otorga el derecho a todos los oprimidos,
manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas.
Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor;
no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor;
no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para
quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja él de nosotros
nuestras rebeldías.
Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para
quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que
somos polvo.
¡El hombre! Como la hierba son sus días, como la flor del campo, así florece; pasa
por él un soplo, y ya no existe, ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle.
Mas el amor de Yahveh desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su
justicia para los hijos de sus hijos, para aquellos que guardan su alianza, y se
acuerdan de cumplir sus mandatos.
Yahveh en los cielos asentó su trono, y su soberanía en todo señorea.
Bendecid a Yahveh, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus órdenes, en
cuanto oís la voz de su palabra.
Bendecid a Yahveh, todas sus huestes, servidores suyos, ejecutores de su voluntad.
Bendecid a Yahveh, todas sus obras, en todos los lugares de su imperio.
¡Bendice a Yahveh, alma mía!
La misericordia de Dios no tiene problema para la mayoría de los fieles cristianos,
aunque sean poco practicantes y medio paganos en sus vidas. Pueden pensar Dios
es tan bueno y tan bondadoso, tan débil parecen pensar en el fondo de su corazón,
que siempre perdona, aunque vivamos como unos desgraciados. Von Balthasar
comenta ante esta actitud tan hipócrita y cínica, que es una verdadera ofensa a
Dios como si pecar fuera indiferente, o, incluso, como si no amarle o vivir
distraídamente hacia Él y su amor no tuviese valor. Dios estaría en sus cosas y yo
en las mías, y mientras tanto disfrutemos de la vida en un carpe diem
verdaderamente pagano. No entienden la paternidad de Dios, y menos el amor del
Hijo que llega hasta el sacrificio total. Von Balthasar habla de una misericordia
débil, es la que aprovecha, o lo intenta, la bondad de Dios como coartada para
seguir pecando, o viviendo inmerso en el egoísmo del tipo que sea. La misericordia
fuerte es la que llega a la ofrenda del amor misericordioso, se entrega de un modo
semejante al de Cristo, para pagar como víctima unida a Jesús por los pecados de

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los hombres, para que no los alcance los rayos justos de la ira divina ante el
pecador obstinado, rebelde, y, quizá escandaloso.
San Josemaría hacía silenciosamente durante la consagración una ofrenda al amor
misericordioso que dice así: “Padre Santo, por el Corazón Inmaculado de María os
ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado y me ofrezco a mí mismo, en Él, por Él y
con Él a todas sus intenciones y en nombre de todas las creaturas”. Así fue su
fecunda vida de hecho una identificación con Cristo, también en la Cruz. Él, y
muchos santos, han entendido la misericordia divina
La beata Isabel de la Trinidad lo expresa en muchos modos, tomemos uno: “¡Oh
Fuego abrasador! Espíritu de Amor, descended a mí, para que se realice en mi alma
una especia de Encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una especie de
humanidad complementaria en la cual pueda renovarse su misterio”105 Seguida de
una consagración para ser víctima de un sacrificio como lo fue Cristo por amor.
O esta otra oración oculta del año 2001:
“Señor mío y Dios mío:
El reverso de tu Cruz está vacío.
Déjame que me claven contigo.
Déjame ofrecerme al Padre como Tú,
Déjame hacerte compañía,
No me niegues tu agonía,
Déjame participar en la redención.
Así crucificada contigo, oír tu respiración, los últimos latidos de tu Corazón,
aprender de tu humillación, mi Dios.
¡Lo sé! No lo merezco, aún no. Es tu Cruz Trono excelso, sólo para los que antes
han sabido vivir y amar como Tú.
Déjame, por lo menos, por ahora, cobijarme al pie de la Cruz
Enséñame, quiero aprender, soy torpe, no tengo la culpa.
Ayúdame y perdóname, ya lo ves, hay tantas veces que quiero pero no puedo ser
como Tú.
Amén106
Santa Teresa del Niño Jesús es famosa por su ofrenda al Amor misericordioso. Pero
antes decía así “¡Oh, Madre mía! Después de haber recibido tantas gracias ¿ no
puedo cantar con el Salmista cuan bueno es el Señor, cuán eterna es su
misericordia? Creo que si todas las criaturas recibieran los mismos favores, Dios no
sería temido por nadie, sino amado hasta el exceso; por amor y no por temor,
nadie cometería jamás la menor falta voluntaria.
Pero comprendo que todas las almas no pueden parecerse; ha de haberlas de
diferentes clases, para honrar especialmente cada una de las perfecciones divinas.
A mi me dio su MISERICORDIA INFINITA, y a través de este inefable espejo,
contemplo sus demás atributos. Todos así me parecen radiantes de Amor, la misma
Justicia, más quizá que ningún otro, me parece revestida de Amor. ¡Qué dulce
alegría la de pensar que el Señor es justo, es decir, que toma en cuenta nuestras
debilidades que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza! ¿Qué
temer, pues? Dios, infinitamente justo, que se digna perdonar con tanta

105
Beata Isabel de la Trinidad. Elevaciones Editorial de Espiritualidad Madrid p.185
106
M Pacheco escritos inéditos Semana Santa 2001

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misericordia las culpas del hijo pródigo, ¿no será también justo conmigo que estoy
siempre junto con Él?”107
La ofrenda al amor misericordioso es fruto de ese crecimiento en el amor,
transcribimos la parte más importante: “A fin de vivir en un acto de perfecto amor,
yo me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro AMOR MISERICORDIOSO
suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando que se desborden en mi alma
las olas de ternura infinita que están encerradas en vos, para que así llegue yo a
ser mártir de vuestro amor, ¡Oh, Dios mío!...
Que este martirio, después de haberme preparado a comparecer delante de vos,
me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de
vuestro misericordioso amor...
Quiero, ¡Oh, Amado mío!, renovaros esta ofrenda a cada latido de mi corazón, un
número infinito de veces, hasta que habiéndose desvanecido las sombras, ¡pueda
yo repetiros mi amor en un cara a cara eterno!...”108
Ciertamente “la misericordia aparece como elemento correlativo de la experiencia
interior de las personas en particular, que versan en estado de culpa o padecen
toda clase de sufrimientos y desventuras”109. Misericordia es Amor divino que se
compadece ante las limitaciones y los sufrimientos y, también, sorprendentemente,
ante el pecado. Es amor ante la miseria, tan opuesto a la crueldad que preconiza
Nietzsche diciendo que la religión es el fruto de la voluntad de poder de los débiles
que usan la compasión ante los fuertes para dominarlos; éstos deberán ser fuertes
y crueles. Pues bien, Dios no es así, es tan fuerte que no es cruel sino
misericordioso, perdona al arrepentido, y paga Él mismo toda justicia, para que
libremente pueda apropiarse de ella los que no son dignos más que por gracia, pero
tienen algo de buena voluntad. “que la miseria del hombre es también su pecado.
El pueblo de la Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo,
cuando levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó
el Señor mismo, manifestándose solemnemente a Moisés como "Dios de ternura y
de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad". Es en esta revelación
central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después
de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo
que Él había revelado de sí mismo y para implorar su perdón”110
“Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el
hombre, y en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo, el amor es
más "grande" que ella; es superior en el sentido de que es primario y fundamental.
El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es
servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia
lo cual es característico de toda la revelación se manifiestan precisamente a
través de la misericordia. Esto pareció tan claro a los Salmistas y a los Profetas que
el término mismo de justicia terminó por significar la salvación llevada a cabo por el
Señor y su misericordia”111.
Esta conciencia religiosa es fuerte y tan asimilada por muchos cristianos que las
citas serían muchísimas. Pero el exceso de esta realidad es la Encarnación y la

107
Santa Teresa del Niño Jesús. Historia de un alma cap. VIII n.32
108
Santa Teresa del Niño Jesús. Obras completas. Editorial Monte Carmelo. P.812-813.
109
Juan Pablo II. Dives in misericordia. N.4
110
ibid. n.4
111
ibid.n.4

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Salvación en la Cruz. “Cristo, en cuanto hombre que sufre realmente y de modo


terrible en el Huerto de los Olivos y en el Calvario, se dirige al Padre, a aquel Padre,
cuyo amor ha predicado a los hombres, cuya misericordia ha testimoniado con
todas sus obras, pero no le es ahorrado precisamente a Él el tremendo
sufrimiento de la muerte en cruz: "a quien no conoció el pecado, Dios le hizo
pecado por nosotros", escribía san Pablo, resumiendo en pocas palabras toda la
profundidad del misterio de la cruz y a la vez la dimensión divina de la realidad de
la redención. Juntamente esta redención es la revelación última y definitiva de la
santidad de Dios, que es la plenitud absoluta de la perfección: plenitud de la justicia
y del amor, ya que la justicia se funda sobre el amor, mana de él y tiende hacia él.
En la pasión y muerte de Cristo en el hecho de que el Padre no perdonó la vida a
su Hijo, sino que lo "hizo pecado por nosotros" se expresa la justicia absoluta,
porque Cristo sufre la pasión y la cruz a causa de los pecados de la humanidad.
Esto es incluso una "sobreabundancia" de la justicia, ya que los pecados del hombre
son "compensados" por el sacrificio del Hombre-Dios. Sin embargo, tal justicia, que
es propiamente justicia "a medida" de Dios, nace toda ella del amor: del amor del
Padre y del Hijo, y fructifica toda ella en el amor. Precisamente por esto la justicia
divina, revelada en la cruz de Cristo, es "a medida" de Dios porque nace del amor y
se completa en el amor, generando frutos de salvación. La dimensión divina de la
redención no se actúa solamente haciendo justicia del pecado, sino restituyendo al
amor su fuerza creadora en el interior del hombre, gracias a la cual él tiene acceso
de nuevo a la plenitud de vida y de santidad, que viene de Dios. De este modo, la
redención comporta la revelación de la misericordia en su plenitud”112.
No se trata de una misericordia que supera la justicia con sobreabundancia, sin
dejar de cumplirla, como el rey que borra un decreto distraídamente, sino
consciente de todo lo que significa el mal y el pecado. “La cruz de Cristo en el
Calvario es asimismo testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios,
contra aquel que, único entre los hijos de los hombres, era por su naturaleza
absolutamente inocente y libre de pecado, y cuya venida al mundo estuvo exenta
de la desobediencia de Adán y de la herencia del pecado original. Y he ahí que,
precisamente en Él, en Cristo, se hace justicia del pecado a precio de su sacrificio,
de su obediencia "hasta la muerte". Al que estaba sin pecado "Dios lo hizo pecado
en favor nuestro". Se hace también justicia de la muerte que, desde los comienzos
de la historia del hombre, se había aliado con el pecado. Este hacer justicia de la
muerte se lleva a cabo bajo el precio de la muerte del que estaba sin pecado y del
único que podía mediante la propia muerte infligir la muerte a la misma
muerte. De este modo la cruz de Cristo, sobre la cual el Hijo, consubstancial al
Padre, hace plena justicia a Dios, es también una revelación radical de la
misericordia, es decir, del amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz
misma del mal en la historia del hombre: al encuentro del pecado y de la
muerte”113.
En la Cruz se concentra el amor del Padre y el amor del Hijo en su acción conjunta,
cooperando el Espíritu Santo, como dice bellamente Juan Pablo II: “La cruz es la
inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo que el hombre
de modo especial en los momentos difíciles y dolorosos llama su infeliz destino.
La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la
existencia terrena del hombre, es el cumplimiento, hasta el final, del programa
mesiánico de Cristo (...) En el misterio pascual es superado el límite del mal
múltiple, del que se hace partícipe el hombre en su existencia terrena: la cruz de

112
Juan Pablo II. Dives in misericordia n. 7
113
ibid.n.8

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Cristo, en efecto, nos hace comprender las raíces más profundas del mal que
ahondan en el pecado y en la muerte; y así la cruz se convierte en un signo
escatológico. Solamente en el cumplimiento escatológico y en la renovación
definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los elegidos las fuentes más
profundas del mal, dando como fruto plenamente maduro el reino de la vida, de la
santidad y de la inmortalidad gloriosa. El fundamento de tal cumplimiento
escatológico está encerrado ya en la cruz de Cristo y en su muerte. El hecho de que
Cristo "ha resucitado al tercer día" constituye el signo final de la misión mesiánica,
signo que corona la entera revelación del amor misericordioso en el mundo sujeto
al mal. Esto constituye a la vez el signo que preanuncia "un cielo nuevo y una tierra
nueva", cuando Dios "enjugará las lágrimas de nuestros ojos; no habrá ya muerte,
ni luto, ni llanto, ni afán, porque las cosas de antes han pasado"114.
Sirva como colofón una recientes palabras de Juan Pablo II: “ Celebramos el II
Domingo de Pascua, que desde el año pasado, el año del gran jubileo, se llama
también Domingo de la Misericordia. Para mí es una gran alegría poder unirme a
todos vosotros, queridos, queridos peregrinos y devotos, que habéis venido de
diferentes naciones para conmemorar la canonización de sor Faustina Kowalska,
testigo y mensajera del amor misericordioso del Señor. La elevación al honor de los
altares de esta humilde religiosa, hija de mi tierra, representa un don no sólo para
Polonia, sino también para toda la humanidad. En efecto, el mensaje que anunció
constituye la respuesta adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes
y a las expectativas de los hombres de nuestro tiempo, marcado por enormes
tragedias. Un día el Señor le dijo a Sor Faustina: “La humanidad no encontrará paz
hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina” (Diario, p.132) ¡La
misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado
y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer milenio”115.
Más adelante insiste: “¡El Corazón de Cristo! Su “Sagrado Corazón” ha dado todo a
los hombres, la redención, la salvación y la santificación. De este Corazón
rebosante de ternura, Santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que
iluminaban al mundo. “Los dos rayos –como le dijo el mismo Jesús- representan la
sangre y el agua”(Diario p. 132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el
misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan
alude al bautismo y al don del Espíritu Santo”116

3.1.1 Dios en el mundo


Dios es el Dios escondido, pero también es el Dios presente en el mundo. La
creación no es un acto enigmático y un alejamiento detrás de un abismo
insondable. Dios está presente en toda la creación. San Agustín con su estilo
brillante expresa esta presencia de Dios en la intimidad. ¡Y pensar que te
encontrabas dentro de mí y te buscaba fuera!
Agustín da una solución cristiana con ideas platónicas y le llama memoria. Nosotros
podemos llamarla memoria trascendental, no física. No se trata del recuerdo de una
vida preexistente del alma en Dios, sino algo más profundo. Ciertamente el alma es
creada en el tiempo por Dios, pero la eternidad no es tiempo infinito, sino duración
simultánea en acto de vida perfectamente poseída. Dios está en el pasado, el
presente y el futuro sin coartar las leyes temporales de la duración creada. Se
puede decir entonces que el alma está en la eternidad de Dios tanto como forma

114
Juan Pablo II. Dives in misericordia n.9
115
Juan Pablo II Homilía 22 abril 2001, n.2
116
Juan Pablo II homilía 22 abril 2001, n.5

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posible, como en la realidad de forma creada en el tiempo. En este sentido, muy


impreciso se puede hablar de memoria Dei. De recuerdo de Dios mismo en el alma
creada, es decir, en su inteligencia y en su voluntad que desean con fuerza y
nostalgia lo que recuerdan sin conocer en el proceso de crecer. De ahí el deseo de
verdad, la ambición de bien, el afán de perfección, el suspiro por la vida
interminable.
Desde el tomismo se puede dar una explicación similar y más precisa. Lo más
íntimo de todo ente es su acto de ser que participa del Ser divino que llama Esse. A
través de esa participación, el Esse (Dios) está presente en todo ser, de manera
que si faltase en un pensar imposible, dejaría de existir todo el ente. Dios es el
fundamento y está presente en su intimidad. De esta manera encontramos una
fuente de conocimiento de Dios como la realidad más profunda de toda realidad,
también del hombre. El proceso de introspección también lleva a conocer a Dios. En
el caso del hombre lo conoce en tres aspectos que se pueden resumir en uno. Luz
que le lleva a entender, tendencia que le lleva a querer, afecto que le lleva a sentir
con apasionamiento. El resumen es vida, libertad y amor, aunque no sean
equivalentes muestran al débil conocer humano la realidad más profunda de sí
mismo, que es Dios viviente en su acto de ser que participa de la divinidad. Lejos
de las ensoñaciones panteístas o gnósticas, se vive un profundo realismo.

3.1.2 Dios cuida al hombre y al mundo como un Padre


No cabe duda de que el enunciado de este capítulo lo suscriben todos los cristianos
y muchos no cristianos. Cuando la vida discurre con normalidad y sin grandes
sobresaltos no es necesario justificar demasiado esta afirmación. Otra cosa es
cuando alguien se plantea en serio la dureza de la vida, y, sobre todo, cuando
alguien experimenta el sufrimiento es formas extraordinarias. Ante lo que se suele
llamar “el problema del mal” viene directamente la pregunta sobre que relación
tiene el sufrimiento del hombre y la acción o realidad de Dios.
Hablar del problema del mal es algo abstracto y nada real. Lo correcto es hablar de
los males, o de los dolores, o de los sufrimientos y el sinsentido. Esto es así porque
el mal no existe. Nadie puede decir –aunque se ha dicho- que existan cosas
intrínsecamente malas. Más bien se puede decir que el mal es "privación de bien
debido". El mal no es algo real, es una abstracción para expresar lo que pasa en el
mundo real. Por lo tanto, lo primero es mirar los males y ver que son privaciones
de algo esencial en un ente bueno. Cuando falta algo que es debido a un ente, eso
es un mal muy concreto, nada abstracto: las alas a un pájaro; la enfermedad, la
muerte, etc.117.
Las soluciones históricas ante el problema del mal y del dolor pueden ayudar a
valorar más la realidad de este tema tan importante para conocer a Dios, pues de
hecho, según sea la noción de Dios será la respuesta a la cuestión del mal.
El fatalismo es la postura de los paganismos. Dicen que existe un fatum o destino;
un karma dirán los hindús y el New Age, que hace inevitable que los hombres
sufran bienes o males. La vida es una tragedia fatal. Algunos atribuyen esta

117 “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A
esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe
cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al
encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la
Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente,
pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte
una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo 309).

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situación a dioses malignos -demonios- a los cuales intentan aplacar con diversas
ofrendas. El pesimismo de esta postura es evidente. El mal no tiene solución, ante
la realidad dolorosa sólo cabe la resignación.
El budismo es una solución más profunda. El principe Gautama se sorprende ante la
pobreza, el dolor y la muerte. Piensa que la causa del mal en el deseo del hombre.
Extirpando el deseo, cualquier deseo, desaparecen los males. El modo de
conseguirlo es una mortificación, o ascética, más o menos dura y filosófica. La meta
es ser indiferente a todo. Es parcial e ignora realidades tales como el amor como
meta de la vida humana, aunque encierre una buena parte de acierto en su
diagnóstico.
La mística dionisíaca es una forma religiosa de la antigüedad que hace referencia a
la adoración de los dioses Dionisos o Baco. Tienden a dejar sueltas las más ocultas
fuerzas del hombre, pensando que en ese estado de excitación se unen a la
divinidad. Tiene una gran actualidad hoy en día al proponerla Nietzsche como
voluntad de poder y manifestación de lo oculto del hombre frente a la moral
racional o apolínea, como ya hemos visto en otros apartados. Intenta superar el
sufrimiento a través de la evasión por medio de la excitación de los sentidos; ésta
puede ser alcohólica, de drogas, sexual o de la ira. Lo único real es que se evaden
momentáneamente de los problemas de la vida ordinaria, que vuelven
testarudamente al recuperar la conciencia, pero encontrando más débiles a los
protagonistas de la huída. Las actuales discotecas, al menos algunas, recrean este
modo de vivir, o mejor de huída de la vida, en una diversión frenética que lleva al
vacío interior y al agotamiento.
El dualismo tiene muchas expresiones históricas -gnosticismo persa, egipcio,
mandeo, maniqueo, cátaro, albigense, cabalista y otros espiritualismos
desencarnados-. Aceptan un Dios bueno, pero lejano, que crea unos seres más o
menos divinos intermedios. Entre ellos se da una tragedia que origina un mundo
malo. Intrínsecamente malo. El hombre es una chispa de divina encerrada en un
alma mala y un cuerpo malo. La esperanza es superar las tiniebla por el
conocimiento, que llaman gnosis. El hombre, en el fondo es un extraño en el
mundo.
El existencialismo ateo piensa que la existencia humana es angustiosa y absurda. El
mundo está "asquerosamente aquí", el hombre es una “pasión inútil", algo así como
en el gnosticismo, pero ya sin ningún dios lejano, es decir, sin esperanza. La
existencia humana se asemeja al mito de Sísifo, que lleva penosamente una gran
piedra a lo alto de una montaña y, al llegar, le cae abajo, la vuelve a subir y vuelve
a caer; piensan que eso es la vida: un esfuerzo inútil.
El marxismo es otra solución atea: la causa del mal es el problema económico; la
existencia de la propiedad privada. La alienación económica que se manifiesta
escalonadamente en otras alienaciones o males. Al superarla con la revolución se
superarán todos los males. Es fatalista ya que todo sucede por necesidad. Niega la
libertad humana y, además, lleva a fracasos de todo tipo, también económicos,
produciendo problemas mayores de los que intenta solucionar.
El cientifismo sería la idea popular, aunque no defendida en serio por nadie, de que
la liberación de todos los males vendrá con el desarrollo tecnológico o de la ciencia
experimental. Su ingenuidad o malicia es manifiesta.
Todas estas soluciones son parciales e insuficientes. La Revelación enseña que la
causa de la presencia del mal en el mundo fueron y son actos libres angélicos y
humanos. Platón y el gnosticismo hablan de una caída intelectual, y todas las
religiones constatan la existencia de una sombra que intentan aplacar con hechizos

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y magias. La filosofía sola poco puede decir. Miremos más detenidamente a


explicación revelada en la Biblia118.
La Biblia enseña que el sufrimiento entra en el mundo por un acto libre del hombre.
Si observamos nuestro entorno cercano y lejano podemos ver que continuamente
se producen pecados que hacen sufrir a otros humanos. Es más, casi nadie está
excluido de haber hecho daño a alguien. En el mundo animal y en el vegetal no es
así. Si se da un cataclismo geológico no pasa nada, si los animales se comen entre
sí, tampoco. El problema se da cuando el hombre entra en escena, pues el hombre
es consciente de que sufre, es el único que sabe que muere. Puede demostrar que
no acaba todo con la muerte, pues es un ser para la eternidad. La experiencia
diaria es que los pecados de los hombres (suicidios, asesinatos, robos, mentiras,
estructuras de pecado) hacen sufrir a muchas personas. En lo individual es
perceptible que los actos contra cualquier mandamiento moral son fuente de dolor
para el que lo comete, aunque sea poco consciente de la malicia del pecado. Ocurre
algo así como ponerse cerca de una infección, suele infectar; aunque no se quiera.
No es nada incoherente pensar en un pecado de grandes proporciones, con
consecuencias de dimensiones cósmicas. Es lo que dice la Revelación. Dado que no
hay otra explicación coherente y con sentido, se puede aceptar por un increyente.
Para el creyente es parte importantísima de la fe, que además le permite explicar
muchas cosas que para otros permanecen como absurdas, o sinsentido.
Cuestionar la existencia de Dios nada soluciona. Primero porque se diga lo que se
diga el sufrimiento no se suprime, más bien se aumenta. Después por un sencillo
razonamiento: si malum est, Deum est; si se da el no-ser, tiene que existir el Ser.
Conviene insistir que no es problema el mal –que no existe- sino el sufrimiento
humano, que sí existe.

3.1.3 Actualidad sobre el mal


Hace más de dos siglos la cultura occidental acaricia el mal, lo adula, lo justifica. Lo
negativo da vértigo, delirio de omnipotencia, emociones inconfesables; ilumina con
resplandores rojizos las sendas prohibidas, los abismos de la noche, las cimas
heladas. Esto se puede observar en una especie de pacto estable con la Serpiente,
el tentador, se presenta como libertador; como aquel que ensalza al hombre más
allá del bien y del mal, más allá de la “ley”, más allá del Dios antiguo, enemigo de
la libertad. En Goethe Mefistófeles es la “fuerza que hace surgir de la tiniebla lo
positivo del hombre”, hace de Mefistófeles, del mal, el muelle que mueve hacia la
acción, hacia lo que es positivo.
Hegel le dará a esta idea una suntuosa envoltura teórica. El hombre debe pecar,
debe salir de la inocencia natural para devenir Dios, mostrarse como malo es en sí
la superación del mal. Uno de los fenómenos psicológicos de principios del siglo XIX
más cargados de consecuencias es el nacimiento y la difusión del satanismo
poético. Milton dio a la figura de Satanás el encanto del rebelde indómito El
adversario “se vuelve extrañamente hermoso”; se sentía incómodo escribiendo de
Dios y de los Ángeles, y a su gusto escribiendo de los Demonios y del infierno. Le
sigues muchos literatos de esta época situando a Satanás frente a frente a Dios, en

118 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría
siempre crear algo mejor (cf. S. Tomás de A., STh I, 25,6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso
libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto
con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las
construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la
creación no haya alcanzado su perfección. (Catecismo 310).

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consecuencia destrucción y profanación es el mayor placer. Sade será uno de los


más desgraciados exponentes de esta actitud
El paso siguiente será encontrar a Satanás en el mismo Dios en una incongruencia
digna de ser mirada despacio. Para Bloch está “por un lado, el Dios del mundo que
se identifica cada vez más claramente con Satanás, el Enemigo, la parálisis: por el
otro, el Dios de la futura ascensión al cielo, el Dios que nos empuja hacia delante
con Jesús y con Lucifer”. El dios del mundo, creador, es el malvado demiurgo
contra el que se levantó en el Edén la Serpiente, la verdadera amiga del hombre.
Es Lucifer, con su deseo de ser como Dios, quien revela al hombre su destino, y
está escondido en Cristo, en cuanto se rebela por ser hijo del hombre.
El mal será lo que da energía, lo que despierta al bien dormido. El Diablo es la
fuerza de Dios dicen Blake y Böhme. Cristo y Satanás son, de alguna manera,
hermanos, hijos de un único Padre, partes de Él, momentos de su naturaleza polar
afirma Jung que llama Abraxas a este Dios que une a Dios y al Diablo y es verdad y
mentira, bien y mal, luz y tiniebla, en la misma palabra y en el mismo acto. Bien y
mal no son más que aspectos éticos de estas antítesis naturales. Por eso a Dios le
hace falta Lucifer, sin éste no habría creación, y mucho menos una historia de la
Redención. Según los gnósticos antiguos y modernos, es necesario que la Trinidad
divina se concilie con un “cuarto” principio: materia, el cuerpo, lo femenino, el eros,
el mal, para que el idealismo cristiano, conciliado con el mundo, alcance una unidad
superior. Lo divino se ve como coincidencia de los opuestos. La idea de fondo es
que la redención pasa a través de la degradación, la gracia mediante el pecado, la
vida a través de la muerte, el placer mediante el dolor, el éxtasis por obra de la
perversión, lo divino mediante lo diabólico. El encanto que lo negativo y lo
demoníaco ejerce sobre la cultura contemporánea depende de esta singular idea:
que los caminos del paraíso pasen por el infierno, que “Bajada al Hades y
resurrección” son uno. La Ethica de Spinoza y la Fenomenología del Espíritu de
Hegel no son solamente obras “teoréticas”, especulativas, sino también “itinerario
del alma hacia Dios”, “caminos de conversión”, sendas de salvación. Se debe bajar
hasta el fondo del pecado o del mal, pecando y de ahí vendrá la salvación. Este el
final de la errada noción de Dios.
En este proceso queda un paso por dar y es identificar lo sagrado como algo ente lo
divino y lo diabólico. Cristo se convierte en el hombre-Dios que libera de la tiranía
del Padre, redime quitando la visión de dios “no humano”. Dios muere en Cristo,
Dios como Ser personal distinto y diverso del hombre. El nuevo dios que surge,
después de Cristo, es el “Espíritu del mundo”, donde lo humano y lo divino se unen
no en una persona irrepetible, sino en lo universal de los pueblos y de la historia.
El nuevo Dios se llama Abraxas y es Dios y Satanás, que abraza en sí al mundo
luminoso y al mundo oscuro. La fe en ello permite rebasar la idea de sacrificio, para
poder mirar con estima y cariño sus propios instintos y así dichas tentaciones. La
antigua gnosis tiene una nueva expresión moderna.
Se establece así una relación entre religiosidad y nihilismo. El resultado es, según el
posmoderno Gianni Vattimo, la llegada de la “edad del Espíritu”; el nuevo
cristianismo. El nuevo dios es el gran Todo entendido como armonía de los
contrarios. Ese nuevo dios, Abraxas, es llamado el Acéfalo, el dios “sin cabeza”, es
decir, sin rostro. Es una divinidad impersonal y se produce la despersonalización del
yo humano. Lo sagrado post-moderno es el lugar de la gran ilusión, el regreso al
Edén perdido en donde Dios y la serpiente se funden en el “hombre divino” elevado
al “más allá del bien y del mal”.

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3.1.4 Profundicemos sobre el mal y el rostro de Dios


El hombre sufre y quiere ser feliz. Dios no quiere el mal. Dios no tiene idea del mal.
Esto es importante para entender el misterio del sufrimiento humano. A Dios le
sorprende el mal en su infinita inocencia, y en lugar de castigar de inmediato
convierte el mal en bien, sin despojar de la libertad a los que han originado los
males. Esto es el misterio: la Libertad infinita y la libertad finita. El Amor infinito y
el amor finito. Si quisiese el mal sería porque era malo, y eso es absurdo. Decir
Dios es lo mismo que decir Bueno. Pero el mal existe. Si se quiere ser preciso se
debe afirmar que no existe el mal abstracto que es no-ser y no existe, pues sólo
existe el sufrimiento real de la persona doliente. Sólo cabe afirmar que Dios lo
permite para evitar un mal mayor119. Ese mal mayor sería o la anulación de la
creación y la desaparición de todos los seres creados, o la desaparición de la
libertad humana origen del pecado. La libertad humana es tan importante, que la
existencia de los dolores y males no anula su valor, aunque sea difícil su uso, y
existan riesgos de abuso.
No existe el mal abstracto, como no existe la nada. Pero existen los malos que
hacen daño a los seres capaces de sufrimiento. Los ángeles rebeldes no son
reducidos a la nada, como no lo es el violento agresor humano. Y los malos –
demonios o pecadores- conservan la libertad maligna de hacer sufrir a hombres y
convertir la naturaleza en un estercolero o una cloaca.
La libertad existe para ser amante. La libertad errante es fuente de desgracias.
¿Hasta qué punto afecta la libertad desamorada al hombre? La libertad se inicia y
se consuma en la intimidad, el sufrimiento también. El mal y el dolor comienzan en
la relación personal entre Dios y el hombre, que es una relación libre, aunque, en
ocasiones parezca que vienen todos de fuera, el sufrimiento humano si no llega al
interior no es humano. Lo propio del sufrimiento es el desgarro interior que alcanza
lo exterior. En ocasiones ocurre al revés, un dolor externo lleva a una profundidad
humana desconocida cuando se vive plácidamente. Todo amor está unido a dolor,
como vemos en el caso sorprendente del dolor del Dios. Aunque no sea tema de
este trabajo el sufrimiento permite alcanzar zonas de realidad desconocida para los
vientres satisfechos. Respecto a la noción de Dios, que es nuestro tema, se deben
buscar todas las soluciones aceptables con la identidad del Dios bueno. Todo lo que
no sea así es un rompecabezas absurdo.

3.1.5 ¿Predestina Dios al cielo o al infierno?


Avancemos más en el tema, pues el dolor y la muerte son pasajeros en la
existencia temporal. La existencia de cielo e infierno plantea el gozo o el
sufrimiento eterno. Con ello se vuelve a plantear la noción de Dios a un nivel
mucho más difícil que cuando sólo hay mal que cien años dure. ¿Es compatible el
Dios bueno con la permisión de la condenación eterna? Es más, ¿es posible la
predestinación al cielo y al infierno? No se puede eludir esta cuestión con
afirmaciones bienintencionadas, pero insuficientes. Atreverse a este tema conduce
a unas profundidades o elevaciones sobre el hombre y sobre Dios muy luminosas.
Una versión antigua del dios malo es el pensamiento que sostiene que Dios
predestina a la condenación eterna. Es una auténtica barbaridad. Dios crea y cuida
a criaturas libres. Decide que algunas cosas sucederán en la historia con necesidad
(Encarnación, Pasión, Resurrección, Parusía); otras suceden según el plan amoroso
y sabio de Dios con la colaboración libre de los hombres (asentimiento de María a la

119 ” S. Agustín “Porque el Dios Todopoderoso...por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal,
si él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” Enchir.11,3.

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Encarnación, fundaciones, carismas diversos etc.). En otras, al tropezar con la


voluntad rebelde y pecadora del hombre, reconduce el mal para bien, y donde
abundó el pecado sobreabunda la misericordia.
Vayamos por partes y pensemos en el hombre y el mal. ¿Qué ocurre cuando un
hombre peca? Elige algo malo. En los pecados más conscientes la voluntad es una
desenfrenada de autoafirmación. En el fondo, el pecador se elige a sí mismo. Se
hace responsable de una acción que ya es suya para siempre. El que es alcohólico
admite las consecuencias de haber empezado a beber, el que mata a un inocente
es un asesino. Todo pecado es una desviación que aleja del bien. El pecador se
cierra al amor. Se convierte en un desamorado. Más tarde o más temprano se hará
patente en su mundo consciente su mala elección. Esto está muy claro en el peor
pecado posible, el odio a Dios. El que odia al máximo sufre, pero no quiere rechazar
ese odio y esa amargura, en su orgullo rebelde prefiere ese malestar que dejar de
odiar. Eso es el infierno. En la vida temporal se dan muchos infiernos pequeños.
Cada pecado conduce a un sufrimiento interior. Este cerramiento se puede abrir con
el arrepentimiento y el perdón divino. Pero al superar la sucesividad del tiempo,
porque el espíritu no está sometido a ese movimiento que está sujeto al cuerpo,
tiene otro durar y en ese odio permanece. Esa autoexclusión del amor si no es
temporal es eterna al modo espiritual, no al modo divino. En el lado luminoso de la
libertad encontramos el que aprende a amar. La felicidad es consecuencia del amor,
pero en la vida temporal siempre estará amenazada por lo efímero del vivir. Tras la
muerte el espíritu permanece en el amor, y eso es un cierto nivel de cielo. Por eso,
se puede decir que el Cielo es para los que saben ser felices en esta tierra, cosa
nada fácil.
Si observamos el estado posterior a la muerte desde la divinidad observamos que
Dios ama a todos, pero ese amor no les anula su libertad, es más busca ser amado
y dar felicidad al amoroso. Dios no predestina al infierno porque Dios conoce en
presente y no destina a un futuro que aún no ha llegado. La eternidad relaciona el
presente divino con el presente humano que es el único modo de ser en el tiempo
realmente existente. En el presente del pecado Dios ayuda de mil modos a cada
hombre: gracias actuales, ejemplo de los santos, ejemplo de Cristo, Sagrada
Escritura, ayuda de otros hombres etc. Después, cada uno elige. En el caso del
pecador estas ayudas se continúan de muchos modos siendo el Espíritu Santo el
motor del querer del Padre de que todos los hombres se salven. Nadie se condena a
vivir lejos del amor, si no quiere. De un modo íntimo cada uno podrá ser
consciente del alcance de la elección que le dirige al amor generoso o al amor
propio. Es decir, es un juego de libertad real no solitaria sino ayudada.
La palabra predestinación indica el problema: destino previamente fijado
independientemente de la libertad de los hombres. La fatalidad es el pensamiento
que desconoce lo que es la eternidad, el tiempo, la libertad divina y la libertad
humana. Éstas son las cuatro nociones que se deben combinar `para no incurrir en
brutalidades como la de la predestinación al infierno.
Concretemos más observando la relación de Dios con los hombres. El hombre es un
ser personal y Dios también. La persona humana la constituye el acto de ser que
participa del Ser divino, de Él le vine su existir, su Luz, su Fuerza, su afecto, su
amor, todo lo recibe de Dios incluida su libertad. Ahora bien, Dios es Trinitario.
Veamos como cada una de las Tres personas colabora con el acto libre amoroso o
pecador.
El Padre actúa primero como Creador. Le da el ser y le mantiene en el ser. El Padre
actúa a principalmente a través de ese acto de ser, es decir, desde lo más íntimo
de la persona. Ese acto ilumina la inteligencia, da fuerza a la voluntad y calor a su
afecto. En el caso del pecador, cuando se separa de Dios libremente. Esta acción

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lleva consigo las siguientes consecuencias. Primero se introduce tiniebla en la luz de


la mente y se le puede hacer oscuro hasta la tiniebla total si el pecado es muy
consciente de rebelde odio. Después la voluntad se desvía del bien, aunque la
atracción de lo bueno permanece; como se advierte en llamar buenas a las
acciones malas. Si el pecado es muy intenso puede darse un alejamiento tal del
Bien, que se rechace plenamente, como es el caso de las críticas a los buenos o la
justificación del error que llega a la elaboración de sistemas basados en un pecado
personal. Aún así la fuerza para rectificar, para dirigirse al bien y para superar
todas las tentaciones está actuando siempre sobre la voluntad por acción de Dios
Padre. En cuanto a la intimidad de la intimidad que es el corazón ocurre con el
pecado que puede producir asco y rechazo o gusto y afecto. Si se reincide en el
pecado y no se rechaza se puede producir odio a lo bueno o a Dios; miedo a las
exigencias de la bondad que se consideran imposible cuando no lo son con la ayuda
de Dios Padre. El amor pasa a odio y el gozo a tristeza. Dios Padre ayuda siempre
al pecador desde ese profundo centro para que la lucha entre afectos no se desvíe
como suele ocurrir con el remordimiento, la tristeza ante los pecados, la acidia, la
repugnancia al bien etc. La acción del Padre en el justo es llevarle libremente de luz
en luz, de fortaleza a mayor fortaleza, de fuego al encendimiento que arde en el
Padre. El hijo siempre puede volver al Padre como el agua que después de llover
vuelve a la fuente de donde salió con toda la historia vivida en su libertad probada
y triunfante.
Dios Hijo también actúa ayudando a la libertad del hombre, pero de otro modo. La
Encarnación es la entrada en la historia y en la corporalidad. El Hijo habla en
Jesucristo con palabras humanas que son una fuente de luz para actuar
justamente. Otra actuación es la de su ejemplo, su vida oculta y pública y, sobre
todo, su muerte y resurrección. A esta acción externa su añade la actuación interna
de su vida nueva recibida del padre en su Resurrección, esa gracias llega a todo
hombre, puede ser aceptada o rechazada. Esa gracia hace posible cumplir
totalmente la ley moral, cosa que sin ella se le hacía imposible cumplirlo todo
debido a las heridas del hombre de las cuales también es sanado por Cristo, si
quiere. En el justo esa gracia le lleva a una situación de hijo de Dios participante de
la vida divina. El que quiere ser fiel a la vida de hijo de Dios puede crecer en la luz,
la voluntad buena y el afecto amoroso hasta la unión contemplativa y la vida
eterna.
Dios Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo. Como enviado del Padre
actúa desde el interior de un modo semejante al del Padre como Luz, Fuerza y
Fuego interior. Mueve al pecador con luces en la inteligencia, con mociones en la
voluntad, con ardores en el amor verdadero. La facilita vencer las tentaciones, pero
el pecador puede resistirse y el pecado contra el Espíritu Santo es el rechazo a la
conversión que no puede ser perdonado por la cerrazón que incluye. En el justo
eleva las virtudes con los dones hasta gustar el matrimonio espiritual con todas las
purificaciones con que el amante y el amado se unen con el vínculo del Espíritu
Santo.
La consideración de la Providencia de Dios aleja del fatalismo o de la angustia ante
un mal inexplicable y en, en el fondo, de el pensamiento imposible de un Dios malo,
cuando Dios es Amor. Pero la profundización de Dios en su providencia con Trino
ayuda a entender mejor el juego de libertades en la acción humana pecadora o
justa
El infierno es la situación del hombre que libremente se autoexcluye del amor
divino. Las consideraciones anteriores nos muestran el despliegue de acciones
amorosas para que libremente se libre de esa situación. Se puede pensar en una
acción última de luz que le haga ver y una fuerza que le lleve a la conversión, pero
no se puede excluir el rechazo. Si se piensa en los ángeles caídos y en tantos

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ejemplos humanos se puede decir que no conocería al ser humano el que dijese
que todos se convierten al final.
El cielo es la situación de los que viven de un amor intenso, es decir de una
auténtica comunión con Dios. El eros ha pasado a ágape y de ahí a comunión en la
corriente divina. Pero el ágape también se reconvierte en eros ya satisfecho. El
alma goza por gracia de la luz divina según su capacidad, de la intensidad de un
amor querido y aceptado con toda la intensidad del gozo sin mentiras posibles.
El hecho de que después de la muerte no se pueda merecer viene dado por la
unidad del hombre. Se puede decir que introducirse en la duración eviterna, tan
distinta de la temporal impide la acción sucesiva de las acciones libres temporales.
Si la eternidad divina es una perfecta posesión de acción libremente riquísima,
siempre nueva. El ser humano no llega a esa perfección, pero ha superado la
temporalidad, posee los actos libres realizados y en ellos vive sin futuro, en un
presente semejante al cairos en los gozos y al infierno de los odios.

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4 Cristo es el rostro de Dios


En la Última Cena les habla del Padre a los apóstoles. "En la casa de mi Padre hay
muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y
cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré
junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; a donde yo voy,
sabéis el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos
saber el camino? Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie
va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi
Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto"(Jn 14,6).
Tomás vuelve a intervenir: "Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber
el camino?". No quiere separarse del Maestro que ha trasformado su vida de un
manera tan radical. Le ama de veras, aunque no le comprenda en toda su plenitud.
O quizá piensa, como Pedro, que basta con conocer para querer, que –como en lo
humano- querer es poder. En la misma Cena, algo antes, había dicho el Señor a
todos: "a donde yo voy, vosotros no podéis venir"; e insiste a Pedro: "a donde yo
voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde" ( Jn 13,36).
La contestación de Jesús va más allá de la pregunta de Tomás. No elude la
respuesta, pero dice mucho más. "Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis
también a mi Padre"(Jn 14,7). Cuando dice que él es el Camino indica su
Humanidad unida personalmente al Verbo de Dios. Al decir Verdad y Vida muestra
dos atributos divinos. Él es el camino para alcanzar la verdad y la vida divina. Ya
saben el camino, pues le conocen a Él. Pero pensaban que era sólo un conocimiento
teórico, y es mucho más.
Ahora es Felipe el que interviene diciendo: "Señor, muéstranos al Padre y nos
basta". Va al núcleo de la revelación; quiere conocer a Dios, quiere conocer a ese
Padre tan amado. Jesús le contestó: "Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros
y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú:
Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí,
realiza sus obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed
por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él
hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre.
Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré"(Jn 14, 9-14).
Hemos considerado la noción de Dios desde la experiencia de la creación material,
también desde la perspectiva del hombre. También desde las palabras de la
Sagrada Escritura, pero conviene detenerse más en Cristo mismo. Tres cosas dice a
Tomás, es Camino, es decir su humanidad debe ser considerada con detenimiento y
seguirla para llegar al Padre; y es Vida, acción perfecta eterna en el tiempo. Luego
contestando a Felipe se advierte una luz nueva el que le visto a él ha visto al Padre
porque uno está en el otro. Con estas palabras no muestra lo que llamábamos
pericorésis presencia de comunión siendo distintos uno del otro. Con estas cuatro
luces debemos completar un cuadro que muestre al Padre y al Espíritu Santo.
Para conocer a Dios el camino óptimo es conocer a Cristo. En su vida mortal Cristo
revela principalmente quién es el hombre. Él es el Hombre perfecto que revela la
condición humana libre de pecados y de deformaciones de otro estilo. Revela hasta
dónde puede llegar el amor humano unido a Dios; revela la condición de hijo de

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Dios. Su palabra humana es luz. Su voluntad, su afecto, el trabajo adquiere su


dimensión, también la familia, la sociedad, la religión.
La divinidad emerge en si vida mortal en muchas ocasiones, pero principalmente en
los milagros. Éstos son luz sobre la Omnipotencia, pero también sobre la
Misericordia, sobre el Amor ante el dolor y como anuncio de la salvación querido
por el eterno. Sin embargo, la manifestación más clara se encuentra en la
Resurrección y en la Ascensión y aquí vamos a detenernos.
Primero miramos sus acciones principales. La primera es la victoria sobre la
muerte. En esta acción se nos muestra al Dios Vivo y Dios de vivos que respeta las
consecuencias de la libertad pecadora hasta lo más extremo, pero vence con una
sabiduría y una humillación que nos revelan la intimidad del mismo Dios que no usa
su poder con indiferencia, sino que solidariza con el ser humano y convierte su
destino trágico en una dramática situación con esperanza. Entre las primera
palabras de Cristo a sus seguidores está Paz.
La segunda es la Justicia divina. No perdona sin tener en cuenta la justicia, sino que
cumple en el Hijo toda justicia para que se introduzca la misericordia entre los
hombres. En Cristo resucitado se advierten con claridad los efectos de la
misericordia. La Paz es consecuencia de la Reconciliación que viene de la Justicia
cumplida que se desborda en misericordia mucho mayor que una cuenta saldada.
La vida nueva del Resucitado es una Vida para no morir, es una vida humana
elevada de condición a la posesión de la vida propia de la eternidad, según la
capacidad de la humanidad de Cristo. La eternidad divina se advierte en Cristo
resucitado como una victoria sobre la muerte. En su ascensión el elevarse junto al
Padre también es una luz sobre este particular.
El mandato imperativo de Cristo a ir a todas la naciones lleva a otra realidad. Cristo
está ya presente en todos los hombres. Su salvación es universal porque la
reconciliación llega al fondo de todo hombre, a su ser personal. La misión apostólica
tiene el objetivo de hacer conscientes de lo realmente ocurrido. La presencia de
Dios en todo hombre adquiere un nuevo contenido salvador luminoso. La
Inmensidad divina adquiere una dimensión de justicia amorosa y misericordiosa
universal.
El hecho de que la predicación esté unida a la salvación o la condenación vuelve a
hablar de la paternidad que no descarta la libertad y al que quiera le salva.
Además de las palabras de Cristo resucitado conviene que le miremos a Él mismo.
La divinidad se apodera de la humanidad en toda su capacidad y manifiesta el
esplendor de su gloria visible a los hombres según la conveniencia de los planes
divinos. Se suele centrar en cuatro las características de la divinidad en la
corporalidad: claridad, ubicuidad, agilidad, impasibilidad. Las tres últimas hacen
referencia a la relación del cuerpo glorioso con el espacio o el dolor. La claridad, en
cambio, muestra la presencia de la divinidad en su humanidad y aquí podemos
detenernos.
La claridad luminosa del Cuerpo de Cristo muestra que Dios es Luz y en Él no hay
tiniebla alguna, como hemos repetido abundantemente en este trabajo. La Luz nos
indica la inteligencia, la verdad divina junto a su santidad. Por otra parte indica la
capacidad de hacer desaparecer las tinieblas del pecado y la muerte. La claridad es
una característica del Logos. En Cristo resucitado se comprende la condición del
hombre salvado y liberado de sus cadenas oscuras, pero también se puede leer el
rostro de Dios que es Luz, inteligibilidad suma y Santidad que supera las tinieblas
del pecado.

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4.1.1 La llagas de Cristo Resucitado


Respecto a la conservación de las llagas Santo Tomás da cuatro razones de este
sorprendente hecho. Primero por la gloria de Cristo convenía que llevase las huellas
de su triunfo que muestran cierta belleza no del cuerpo, sino de la virtud. Segundo
para confirmar a los discípulos. Tercero para mostrar eternamente al Padre en sus
ruegos por nosotros qué género de muerte sufrió por nosotros. Cuarto para mostrar
la misericordia120. Otra razón es mostrar más profundamente la divinidad. El
corazón abierto de Cristo nos muestra el Corazón de Dios, es decir, que no es
solamente un ser inteligentísimo y omnipotente, sino que también posee una
afectividad y unos sentimientos perfectísimos.
Dios mismo en su armonía perfecta de justicia y misericordia es un inmenso
Corazón. La revelación de la intimidad divina es importante para conocer el corazón
de Dios, lo más personal. “En la Sagrada Escritura nos encontramos diversos textos
que nos muestran a un Dios accesible a los dolores en su relación a los hombres.
"Yahvé se arrepintió de haber creado a los hombres y le pesó en el corazón121.
"Irritaban al Santo de Israel"122. "Por ellos se rebelaron e irritaron su santo
espíritu"123 Ellos "ofenden" a Dios124, le "cansan"125. No sólo se da el amor con
cólera en Dios, sino el amor con clemencia que supera la ira en su interior: "un
vuelco ha dado en Mí mi corazón, a una han ardido mis entrañas. No ejecutaré el
ardor de mi cólera, no volveré a aniquilar a Efraím, pues soy Dios y no un
hombre126 En el humano lenguaje bíblico se desvela la intimidad divina con unos
sentimientos que tienen un paralelo con los nuestros. Esto se ve muy bien en
Jeremías: "¿Es Efraím un hijo favorito, niño de mis delicias para que cuantas veces
hablo contra él, me vuelva a acordar de él? Por eso mis entrañas por él se
conmueven y he de tener por él piedad -oráculo de Yahvé"127 También es clásico el
texto de Isaías: "dice Sión: Yahvé me ha abandonado. El Señor me ha olvidado.
¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus
entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar yo no te olvido. Míralo, en las
palmas te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente”128. La ternura,
la compasión, el cariño que no olvida, que sufre ante el dolor del hombre es
mostrado por los profetas, Toda la Biblia está llena, de principio a fin, de una
especie de lamento apesadumbrado de Dios, que se expresa en aquel grito:
"¡Pueblo mío, pueblo mío...! Pueblo mío, ¿qué te hice, en qué te molesté?
Respóndeme"129 Pero Dios no se aflige por sí, sino por el hombre que, de esa
manera se pierde. Se aflige, pues, por puro amor”130. Aunque pueden interpretarse
estas expresiones como antropomorfismos para hablar de Dios. Algunas veces
tienen aspecto de defecto y no se pueden atribuir a Dios. Pero también se puede

120
Summa Thelogica III q.54 a.4 respondeo
121
Gn 6,6
122
Sal 78,41
123
Is 63,10
124
Dt 4,25
125
Is 7,13
126
Os 11,8-9
127
Jer 31,20
128
Is 49,15-16
129
Miq 6,3
130
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122

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decir que reflejan a un Dios vivo y nosotros los hombres somos reflejo e imagen de
este Dios vivo, no al revés. Lejos quedamos del Dios lejano, inmutable, frío y poco
humano, o, por lo menos, poco accesible a los humanos
Incluso se puede hablar del dolor del Padre como dice Juan Pablo II en la encíclica
Dominum et vivificantem: "la concepción de Dios como ser necesariamente
perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones y
heridas (...) Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre que siente
compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva, este
inescrutable e indecible dolor del Padre engendrará sobre todo la admirable
economía del amor redentor en Jesucristo, para que, por medio del misterio de la
piedad, en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el
pecado. Para que prevalezca el don (...)En la boca de Jesús Redentor, en cuya
humanidad se verifica el sufrimiento de Dios, resonará una palabra en la que se
manifiesta el amor eterno, lleno de misericordia: Siento compasión (cfr Mt 15,32;
Mc 8,2)" (n.36). El sufrimiento está unido al pecado y el Espíritu santo lo revela: "el
convencer en lo referente al pecado, ¿no deberá revelar también el sufrimiento?
¿No deberá revelar el dolor, inconcebible e indecible, que, como consecuencia del
pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión antropomórfica en las
profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón mismo de la inefable
Trinidad" (n.39). Es una profundización en el Corazón de Dios que resulta difícil
para la mentalidad griega y para el dios de los filósofos que no llegan más allá de la
inmutabilidad de Dios, pero que desconocen que se trata de un Dios vivo real, y
que todo lo que tiene el hombre es participación de Él, pues es imagen y semejanza
de Dios.
Es bien conocido que la Biblia usa el término “corazón” (leb) para designar lo más
íntimo del ser humano más allá aún de toda la riqueza de afectos que tiene el
hombre. En la cultura occidental sigue vigente este modo de hablar en lo religioso,
en lo poético y en lo coloquial, pero no así en el mundo filosófico, quizá porque lo
usaron poco los griegos, o por las diversas formas de racionalismo que, más o
menos conscientemente, desprecian esta vivencia por lo difícil que es controlarla y
porque –en una reacción ocultamente estoica- desdice del pensador puro que tiene
que conocer fríamente y libre de afectos o sentimientos que le puedan desviar de
su racionamiento gélido como diría Heidegger. Veamos un buen resumen de lo que
se dice en la Escritura respecto al hombre en las miles de citas posibles sobre el
corazón: “Al corazón pertenecen la alegría: que se alegre mi corazón en tu
socorro131; el arrepentimiento: mi corazón es como cera que se derrite dentro de
mi pecho132; la alabanza a Dios: de mi corazón brota un canto hermoso133; la
decisión para oír al Señor: está dispuesto mi corazón134; la vela amorosa: yo
duermo, pero mi corazón vigila135. Y también la duda y el temor: no se turbe
vuestro corazón, creed en mí136. El corazón no sólo siente; también sabe y
entiende. La ley de Dios es recibida en el corazón137, y en él permanece escrita138.
Añade también la Escritura: de la abundancia del corazón habla la boca139. El Señor

131
Ps 12, 6.
132
Ps 21, 15.
133
Ps 44, 2.
134
Ps 56, 8.
135
Cant 5, 2.
136
Ioh 14, 1.
137
Cfr. Ps 39, 9.
138
Cfr. Prv 7, 3.
139
Mt 12, 34.

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echó en cara a unos escribas: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones?140. Y,
para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer, dijo: del corazón
salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos,
falsos testimonios, blasfemias141. Cuando en la Sagrada Escritura se habla del
corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las
lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el
mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien:
porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón142”143.
Sería amplísimo traer aquí lo mucho escrito sobre el Corazón de Cristo en los
Evangelios y los escritos cristianos. Juan Pablo II lo expresa así: “Si el corazón
humano representa un insondable misterio que sólo Dios conoce, cuánto más
insondable será el de Jesús, en el que se mueve la misma vida del Verbo, y residen
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la
divinidad”144.

4.1.2 Libertad de Dios


Las apariciones del Resucitado siguen una cierta lógica, pero ante todo manifiestan
una libertad con una sabiduría más elevada de la corriente entre los hombres. Lo
mismo ocurre en las elecciones de Jesús –las vocaciones-. Y con todos los sucesos
de su vida, sabe lo que quiere, pero actúa según lo que va ocurriendo en el libre
vivir de los hombres. De ahí podemos extraer otra luz sobre el rostro de Dios: su
libertad.
“El Ser por esencia obra por absoluta libertad, dando el ser en participación, y así
haciendo ser a los seres. Y como los entes –que tienen el ser participado- nada
pueden añadir al Ser por esencia, se sigue que la participación, la posición del ser
ex nihilo sui et subiecti por Dios, la creación, es totalmente por Dios, la creación, es
totalmente gratuita. Y una gratuidad que no es arbitrio, capricho o simple azar”145,
no puede ser más que amor, ese amor que Santo Tomás, siguiendo aquí a
Aristóteles, define como querer el bien para alguien: “bonum velle alicui”, Dios crea
por amor. Todo, y sobre todo, la libertad, se reduce a entender lo mejor posible
qué es el amor. En otro lugar dice más fuertemente: “la libertad creadora de Dios
es quién constituyó al hombre en libertad. Sólo Dios, que es Amor y Libertad,
porque es el Ser mismo, puede dar la libertad. Cuando la criatura se la quiere dar a
sí misma se ahoga en la necesidad”146.
Si se piensa la libertad como algo absoluto se podría decir: “Yo soy lo que quiero
ser”. Pero en el hombre esto es imposible. Es más, incluso la libertad de Dios no se
puede entender como Omnipotencia caprichosa: “Dios se ha hecho Dios”147. Son
soluciones absurdas de los que entienden la libertad divina como un capricho
omnipotente. La libertad humana, en consecuencia, no sería más que un capricho

140
Mt 9, 4.
141
Mt 15, 19.
142
Mt 6, 21.
143
San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp. n. 140
144
Juan Pablo II. Ángelus 23.VI.2002
145 Carlos Cardona. Olvido y memoria del ser. pág.143 Ed Eunsa Pamplona 1996
146 Carlos Cardona Metafísica del bien y del mal, Ed Eunsa Pamplona 1991 p. 100
147 cfr citado en Von Balthasar. Teodramática tomo 2 Ed encuentro. 1992, pp.229

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poco poderoso. Más interesante es la solución de San Gregorio Palamas aprobada


por la Ortodoxia como conforme con el misterio trinitario. Palamas explica que
“Dios es todo entero esencia y todo entero energía, imparticipable en su esencia,
pero, al mismo tiempo, participable en sus energías”. Remonta sus ideas a los
Padres más conocidos como San Cirilo y Máximo el Confesor y al mismo concilio VI
de Constantinopla (692) que reconoce en Cristo dos energías, la humana y la
divina, ésta es participada por las Tres Personas divinas. La esencia divina es
incognoscible e imparticipable, pues Dios es totalmente transcendente al mundo. La
divinización del hombre se da según la gracia, es decir, según la energía
participable que resplandece a través de la Iglesia por el Espíritu Santo, no según la
esencia que es imparticipable. Esto se puede extender a la presencia de esa energía
en la persona humana que le hace libre. De modo, que la libertad humana, siendo
participación de la libertad divina, se puede expresar como energía para poder
amar eternamente.
Veamos la cuestión desde otra perspectiva menos elevada. La pregunta de
Heidegger: “¿Por qué el ser y no la nada? me parece mal planteada y con respuesta
pagada, pues debería ser: ¿Por qué el ser y no sólo el Ser por esencia, es decir,
Dios? o, dicho de otra manera: ¿Por qué Dios crea? Y la respuesta de fe, y también
de razón es: porque Dios es Amor en plenitud, por que Dios es infinitamente libre y
bueno y quiere el bien para otros a los que crea libres para que puedan amar
eternamente. Es reconfortante la respuesta del gran luchador que fue Kierkegaard,
previendo los desastres del siglo XX fruto de la unión del racionalismo y del
materialismo decía: “o Dios es el amor, y entonces la situación se hace absoluta:
Arriesgarlo absolutamente todo por esta única causa, y la felicidad consiste en no
tener más que a Dios. O bien Dios no es el amor, ¿y entonces? Entonces... mi
pérdida es de tal manera infinita, que todo lo que pueda perder ya me es
infinitamente indiferente”148. Pobre queda la noción de la libertad si se la define
como indiferencia; o, incluso, como aquella definición escolástica: vis electiva
mediorun servata ordinem finem, o, incluso causa sui de difícil entendimiento,
como si sólo fuese un expediente de elegir medios, aunque quede salvada por el fin
que la llama y la justifica, o como causa de su futuro. Parece conveniente seguir
otro camino. Polo, en su original antropología, dice que “al investigar el ser
personal humano se descubren otros trascendentales (además de los clásicos), de
entre los que conviene destacar la libertad”149, sin que se limite sólo a actos de la
voluntad como dice que diría un medieval. Este planteamiento me parece muy
acertado.
Vale la pena mirar la crítica de Heidegger a la filosofía racionalista. En la
modernidad la verdad se reduce a certeza según Descartes con lo que la libertad
será solamente autonomía, algo subjetivo y pobre. No es amor, sino dominio. Así
se llegará al relativismo y subjetivismo actuales. En el fondo se trata de una
autolatría y de una pérdida de sentido en el hombre como declara duramente
Heidegger150. Comentando a Leibnitz y su idea de razón suficiente, tan lejana de la
creación por amor, señala que las mónadas se caracterizan por la percepción y el
apetito, es decir, el deseo. De ahí nace la filosofía moderna como una filosofía del
querer, Nietzsche ya no tendrá ningún pudor en decirlo. En Kant se defiende el
querer de la razón, y se suprime el fin en la libertad. La razón práctica es pura
voluntad, ella es su único contenido. Hegel pone a Dios en el centro de todo, pero
reduce a Dios a un Absoluto que se desarrolla, es un dios que se hace, y la libertad

148 S. Kierkegaard, Diario IX A 486. Trad. It. Morcelliana, Brescia 1980-1983.

149 Leonardo Polo. Antropología transcendenta,l tomo I La persona humana. Ed Eunsa 1999, p. 36
150 Heidegger (Nietzsche t.2 p.21). citado por Ruben Guilead o.c.

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una necesidad nada más, es decir, nada más, nada de amor y, por tanto, no existe
la libertad. Nietzsche es el otro polo de la modernidad, al afirmar la voluntad de
poder, que dice es última esencia del ser. Todo se reduce al querer ciego. A esto le
añade un curioso remedo de la eternidad que es el eterno retorno de lo mismo. No
puede negar a Dios con la inteligencia, si no es apartándose de la verdad
voluntariamente y enfrentándose a Él, como una renovación de lo que pudo ser la
rebelión inicial diabólica. Ya no importa la verdad, si no la apariencia, y se justifica
esta apariencia de verdad con la voluntad omnipotente del hombre frente a la de
Dios. Sorprendentemente sabe que no está en la verdad si no en una falsedad
voluntaria, pero no le importa y sigue.
Después de ver los desastres reales que ha producido el racionalismo en el siglo
XX, queda por ver los efectos de esta última toma de posición reduciendo lo
ultrasensible a lo sensible en una actitud rebelde al amor gratuito. El superhombre
de Nietzsche no es más que “un César con alma de Cristo” imposible. Un querido
anticristo, como se llama a sí mismo. Es el nihilismo en sentido fuerte. Heidegger a
pesar de su afirmación del nihilismo metafísico tiene un idea de la libertad que
puede ser muy valiosa, pues ve que está estrechamente unida a la verdad. La
verdad se da como un desvelamiento-ocultamiento del Ser, un acontecimiento en la
historia, con lo que la libertad dependerá de esa revelación que siempre puede
crecer: “La libertad de lo que es libre no consiste en la libertad de lo arbitrario, ni
en la sumisión a simples leyes. Esta relación queda truncada cuando señala que la
libertad es lo que oculta esclareciendo, y en la claridad de lo cual flota este velo que
oculta al Ser profundo de toda verdad, y hace aparecer el velo como lo que oculta.
La libertad es el dominio del destino, el cual, cada vez, pone en camino un
desvelamiento”151. Poéticamente no consigue salir de ver la libertad como una
necesidad, aunque sea a partir de un acontecimiento desconocido y caprichoso. Una
vez más cuando se desvela la verdad no cabe oposición, luego no se es realmente
libre. A esta solución cabe preguntarse ¿no es posible la rebelión y el pecado?
Heidegger no lo resuelve. Su vida refleja esta contradicción así se puede entender
sus actividades durante el dominio del nacionalsocialismo si pensase que este
sistema era un desvelamiento del Dasein que superaba las corrupciones de los que
utilizan la técnica como tiranía.
Respecto al Ser ¿Tiene Heidegger la influencia del Ser de Juan Duns Scoto sobre el
cual hizo la tesis doctoral? El ser de Scoto es lo común a todos los entes, es decir,
un ser reducido al mundo. Desde luego no se trata del Ser por esencia del cual
participan todos los entes como dice Santo Tomás. Nunca llega a expresarlo con
claridad. Pero une la verdad a la libertad, como se lee en el Evangelio, y eso ya es
una gran aportación. La libertad entonces es algo que debe conquistarse en la
medida que se desvela la verdad. Por eso propone el “paso atrás” para desenredar
el ovillo antimetafísico de la modernidad, que ha olvidado el ser y ha olvidado el
olvido. Es necesaria una memoria del Ser, como propone Cardona con valentía,
contra viento y marea. Heidegger ve que el pensamiento subjetivista lleva al caos
total y al absurdo, y debe arriesgarse a un compromiso con el Ser y para el Ser
dejando al hombre en su sitio, sin falsos pedestales que acaban hundiéndolo. ¿Por
qué no usar la Revelación? ¿Por qué no aceptar un Dios Creador transcendente al
cual se puede llegar por la razón también? Quizá el motivo sea el a priori de su
comienzo de filosofar, aunque es difícil juzgar las intenciones de las personas y su
interna biografía. Difícilmente se puede aceptar que se dé en este autor una
verdadera justificación de la libertad del hombre, pues depende del acontecimiento
del Dasein solamente, no de él mismo que quiere lo que quiere, pues posee un don

151 Heidegger ” (Vortrage und. Aufsäze. p.33) citado por Rubén Guilead o.c. p.95

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realmente suyo, aunque sea donado. Por otra parte, en el desvelamiento del Ser en
la historia ve también algo demoníaco en el camino del error junto a la historia de
la verdad. Un racionalista nunca aceptaría esta afirmación de lo diabólico o de un
verdadero pecado filosófico. Pero Heidegger lo dice, quizá sólo en plan retórico,
pero también puede ser un vislumbrar algo que no se consigue explicar, como es la
realidad del error querido, de la rebeldía lúcida, de la elección entre el hombre o
Dios, en definitiva, de la sombra intuida en las grandes religiones.
A pesar de señalar que la libertad está ligada a la verdad, Heidegger afirma que el
contenido de la verdad es la libertad, afirmación difícil de sostener seriamente.
Aunque cabe interpretar benignamente que la intimidad del Ser es el Amor, y ese
amor verdadero lleva a ser libre, pero eso no lo dice. Cuando ataca a los que llama
metafísicos y no son más que racionalistas o escolásticos, Heidegger dice que el Ser
no se puede conceptualizar, pues está más allá de lo que puede alcanzar la razón
humana, y esto es una verdad que revela el esfuerzo verdaderamente metafísico
del autor alemán. En su dejar claro que el Ser es inaprensible a la razón –un
misterio, diríamos los cristianos, el Acto le llama Santo Tomás- sostiene que el
contenido de la verdad es la no-verdad, que existe un combate en el corazón de la
verdad entre lo divino y lo anti divino, entre el Ser y la Nada, afirmaciones que
tomadas literalmente son contradictorias; quizá sean sólo alusivas o poéticas al
acontecimiento del Ser en la historia, pero que dejan ver algo pagano,
probablemente gnóstico revelando una pobreza en el que se considera el pastor del
ser, y sabe poco de él al no querer usar o aceptar la Revelación. Vuelvo a repetir,
¿por qué no aceptar que es el mismo Dios quien se oculta y desvela en la historia?
Heidegger propone escuchar al ser que se desvelará. De este modo llega a decir
que “la libertad no es nunca algo puramente humano, como tampoco algo
puramente divino. Es algo menos el simple reflejo de una vecindad de lo humano y
lo divino”152, porque es un don del Ser. Sorprendente afirmación si no se quiere
aceptar a Dios como superior al mundo el Ipsum Esse Subsistens, pero que sería
fácil de aceptar por un cristiano. Por eso, Heidegger acude a místicos más o menos
panteístas como Eckart y Bhomme, y habla con expresiones que suenan a
espiritualidad, como cuando cita a Eckart “el alma más fuerte y poderosa para
obtener las cosas...es el alma vacía. El alma vacía ha tomado todo. ¿Qué es el alma
vacía? La que no está atada a nada... y que totalmente sumergida por la voluntad
de Dios, ha anonadado su propia voluntad?”153. Otras veces acude a la idea de
abandono o apertura a la verdad, aletheia. La libertad para Heidegger parece ser
más bien “dejar ser” comenta Spaemann, es decir, algo así como indiferencia,
según el desvelamiento de la verdad del ser, pero en realidad el hombre no decide
nada realmente, ni es responsable de sus actos, ni el amor tiene mucho que ver
con la libertad.
En claro contraste es hermoso lo que dice Von Balhtasar sobre la libertad: “es
significativo que la idea de que Dios había creado el mundo libremente dotándole
de libertad, fue la clave de la conversión de Chesterton y a la vez el impulso para
su visión dramática de la existencia. Después de haber estado dando vueltas a las
modernas concepciones del mundo de carácter inmanente (como materialismo,
idealismo, evolucionismo) que le hicieron oscilar alternativamente entre los
extremos del optimismo y del pesimismo, llegó la iluminación". Según la mayoría
de los filósofos, Dios esclavizó el mundo al crearlo. Según el Cristianismo
estableció, cuando lo creó, creó la libertad. Dios, no ha escrito tanto una poesía
como una pieza teatral: se la había imaginado perfecta, pero tenía que dejarla

152 Heidegger. W h.D. p. 153


153 Eckart

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necesariamente en manos de actores y directores humanos, que desde entonces


provocaron un enorme desorden"154. De modo semejante Paul Claudel o Maurice
Blondel describen la constelación de fuerzas y situaciones humanas como el
estado de un drama que no tiene desenlace más que en la libertad concreta de los
hombres.

5 Cristo vive y es contemporáneo nuestro


Cristo vive hoy, no sólo vivió ayer, vendrá en su segunda venida –la Parusía- y vive
en la eternidad; sino que vive hoy. La Cristología no es sólo el estudio de Cristo
como una figura histórica del pasado, sino de Alguien real que vive en el presente
humano. Conocerle no es sólo algo filosófico que se alcanza al distinguir naturaleza
y persona y poder racionalizar algo el misterio al decir que es una Persona divina en
dos naturalezas, la divina y la humana. Ni se agota al ver lo que ocurre a su
humanidad al unirse a la divinidad en la Persona del Verbo. Es necesario llegar a
conocerle ahora como conozco a la persona de mi amigo, de mi compañero, sin
necesidad de racionalizaciones aunque ayuden. Para penetrar mejor en este
misterio en el que la eternidad entra en el tiempo, conviene que avancemos en el
conocimiento de la eternidad y de la temporalidad y cono se relacionan en
Jesucristo
El ser humano vive en el tiempo, es un ser histórico y un ser para la eternidad. El
tiempo es un accidente de la sustancia del alma de tal importancia que algunos lo
sustancializan (el ser es tiempo); y otros al captar su escasa consistencia sostienen
nihilismos vacíos. Lo cierto es que el tiempo existe; no hay entes sin duración en el
tiempo, ni hay vivir en la tierra. La existencia en el tiempo es un existir fluido en
continuo movimiento sucesivo, con una limitación tan grande en el instante que
podría llegarse a pensar que el ser vive en la casi nada si se desprecia el acto
simple que sustenta al ser y sus accidentes. Sin embargo, el tiempo es distinto si se
le considera desde el cuerpo que desde el espíritu. El tiempo según la materia es el
cronológico, algo medible con distintos sistemas rítmicos regulares. Cuando
tratamos de la eternidad de Dios mencionábamos las mediciones afinadísmas
actuales. Pero hay más, en el ser humano abundan los relojes biológicos, como los
que marcan el sueño, y, sobre todo, el que marca el envejecimiento por
acortamiento de los telómeros celulares en cada división de la célula. La muerte no
viene tanto por accidentes de los órganos, sino que viene marcada por el reloj
celular que marca cuando ya no cabe más divisiones celulares. El espíritu siente el
tiempo de otro modo. También es un luir, pero es un fluir consciente. Esta
conciencia viene marcada por el amor, el odio, el dolor y el gozo, es decir por la
intimidad profunda de la persona ante todo. De modo que las situaciones
individuales de cairos dan sensación de permanencia en el gozo y el amor, y de
extensión inacabable en el sufrimiento, el odio y la tristeza. Ambas medidas están
unidas como el alma y el cuerpo forman una unidad sustancial; pero son distintas.
Esta experiencia común nos acerca a la eternidad, pues Dios es puro espíritu y su
actividad amorosa no se acaba en un durar efímero. Entre esas dos duraciones
podemos situar la de las almas separadas y se debe buscar su experiencia
temporal. Los medievales que meditaban a fondo los temas le llaman eviternidad.
No distinguían entre la duración de ángeles y almas separadas, pero lo lógico es
hacerlo. Para acercarnos a Cristo resucitado es necesario que tengamos en cuenta
estos razonamientos sobre la experiencia.

154
Chesterton. Ortodoxia p.132

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Ya hemos tratado la relación entre tiempo y eternidad, y como la historia deja de


ser una sucesión de momentos azarosos sin ninguna relación entre sí, pues tiene
un sentido de progreso. Vale la pena repetir que la eternidad no es tiempo
infinitamente largo sin principio ni fin, algo impensable e inimaginable. Conviene
pensar la eternidad en sí misma, y no desde la noción intuitiva que tenemos del
tiempo. La eternidad es “interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio”. Es
decir, lo esencial de la eternidad es ser vida, actividad perfectamente poseída, el
Ser como Acto, activo, pleno de todas las posibilidades, de toda la riqueza,
inmutable, pero no muerta, porque no puede adquirir nada nuevo, si no
enriqueciéndose de todo lo pensable y en una actividad vital que supera
infinitamente las experiencias humanas temporales y sucesivas. Sin eternidad la
vida de la persona humana es banal: “La eternidad es el fundamento de la libertad;
ilumina la voluntad y permite la continuidad de nuestras decisiones. Con la mirada
en ella, podemos renovarnos sin cesar, permaneciendo iguales; llegamos a ser
inquebrantables. Es necesario, pues, ponerla al comienzo de nuestras acciones sin
temor a despreciar el devenir, porque la eternidad está siempre en acto como una
fuente que se alimenta del agua que ella misma hace correr. El rechazo de lo
eterno conlleva el vagar errabundo. La voluntad se disipa en la medida del devenir,
y descompone la personalidad como el viento se lleva la arena de una estatua
impasible. El alma voluble encuentra su compensación olvidando el pasado; la sed
de novedad, el cambio por el cambio llegan a parecer las únicas formas de salud
temporal. Para ella no hay verdades eternas. Pero, tarde o temprano, estas
verdades olvidadas resurgen con el atractivo de lo nuevo y le atrapan en su red
invisible. Es la revancha de lo eterno. El Verbo vive eternamente es Dios, tiene esa
perfecta posesión de la Vida como la tiene el Padre y el Espíritu Santo. Cristo como
Verbo vive eternamente no tiene ni principio ni fin, es simultáneo en todo su existir
sin sucesividad alguna y con una acción perfecta. La vida humana es vivir en medio
de una aceleración vertiginosa, tanto que además de que no se puede detener el
tiempo, es brevísimo su durar.
Una visión puramente temporal de la vida es incompleta. El ser eterno no
pertenece, desde luego, a la esencia del tiempo; la eternidad difiere radicalmente
del tiempo y lo trasciende. Pero, sin embargo, no vayamos a creer que la eternidad
es tan sólo un intemporal abstracto; por el contrario, es un presente muy concreto,
y para gozar de él no es necesario renunciar al tiempo. La eternidad nos es dada
ahora: somos contemporáneos de lo eterno. Si permanecemos es por participación
del eterno presente, del mismo modo que el ser singular no existe más que por
participación del acto de existir. Nosotros no somos nuestra propia duración,
porque no somos nuestro propio ser. Sólo Dios es su eternidad porque El es su ser
permanente e inmutable. Es el Padre único, padre sin padre. El hombre es, en
primer lugar, hijo. Sólo a la paternidad divina corresponde el nombre de Padre. El
hombre nace del Eterno. Es necesario pues empeñarse en unir continuamente
nuestro presente temporal al presente eterno. Al conquistar la unidad en cada
instante, llegaremos a ser eternos, porque lo que es uno, es indivisible e
indestructible, y por tanto inmaterial y divino. Señalada con el sello de la eternidad,
nuestra actividad se espiritualiza y confiere a la banalidad de lo cotidiano la
densidad de lo sagrado.
En Cristo se alcanza la plenitud de los tiempos, pues se unen máximamente lo
temporal y lo eterno en la realidad sucesiva histórica. Cristo es temporal en cuanto
a su Humanidad y eterno según su divinidad, siendo mortal y viviente al mismo
tiempo y muerto y Vivo en el Sábado Santo. En cuanto Dios está presente en todo
momento histórico. En cuanto Hombre resucitado también lo está por vivir un don
del Padre que es la vida eterna. Su Persona está presente hoy en su totalidad
divina y humana. Por eso es contemporáneo nuestro. En la Misa está presente Él
mismo. Se puede hablar con Él en nuestro hoy incierto, actúa hoy, actuó ayer y

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marca el futuro junto a los actos libres de los hombres. Su alma y su cuerpo se han
espiritualizado por lo que según el cuerpo y según el alma su duración es diversa
de la del tiempo mortal. Según su divinidad la duración es la eterna divina. Cristo
resucitado vive una duración superior en calidad a la de los ángeles y muy próxima
a los hombres. En cuanto Dios está presente en todos los presentes humanos. Pero
su realidad humana unida a su persona, está presente por esa unión y por la
especial duración de su humanidad.
El sentido de la historia viene marcado por una intervención divina distinta de la
creación que es la Encarnación. La presencia del Eterno en el tiempo reconduce la
historia hacia una meta que San Pablo llama “recapitulación de todo en Cristo”. La
plenitud de la historia se dará en el momento en que, por gracia de Dios, se
alcanzará el máximo progreso. En este maximum por una parte el último enemigo,
que es la muerte, será vencido, también el pecado, y finalizará la acción perniciosa
el diablo en la historia. Los hombres alcanzarán la justicia completa cada uno según
sus obras. Este momento culminante marca el sentido de la historia más allá del
análisis de los acontecimientos humanos tan volubles y azarosos. Las esperanzas
de los buenos no serán defraudadas. La misma materia será divinizada al modo
como lo fue el Cuerpo de Jesús y el de María. También se realizarán unos nuevos
cielos y una nueva tierra, como anuncia proféticamente el Antiguo y el Nuevo
Testamento, aunque la Iglesia confiesa que no sabe interpretar lo que significan
estas palabras. En ese tiempo se revelará el sentido de la presencia de la Iglesia en
la historia como sacramento de la unidad de todos los pueblos. Todos los pueblos
serán uno alrededor de Cristo en el Reino de Dios. Israel habrá cumplido su misión
histórica unida ya a la Iglesia. Esta visión grandiosa, que podemos rodear de citas
bíblicas, marca el sentido de la historia y del tiempo en le que viven los hombres
camino hacia la eternidad suspirada.
En lo histórico queda marcada la Humanidad en la sucesividad de generaciones por
aquello que dice San Agustín en su teología de la historia llamada “La Ciudad de
Dios”: “dos amores fundaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el olvido de
Dios la ciudad de los hombres, y el amor a Dios hasta el olvido de sí, la Ciudad de
Dios” añadiendo que la historia no es cosa sola de la libertad finita de los
hombres, si no que siempre está la Providencia de Dios Padre que cuida “suaviter
et fortiter” a los humanos, con el decreto inmutable del triunfo final de Dios en la
historia con el cumplimiento del Reino de Cristo.
La entrada de la eternidad en el tiempo no cambia el tiempo, pero sí la
historia. Se han pensado diversos sentidos de la historia incluso materialistas como
en el marxismo, o más espiritualistas en el hegelianismo. Pero el hecho de que la
revelación se realice en hechos históricos en toda su densidad y que Cristo- que es
eterno- viva y resucite en el tiempo marca el sentido de la historia como señala
Pannenberg, que sitúa los hechos salvíficos en un contexto global histórico. Dice
que la Revelación se da no al comienzo, si no al final de la historia revelante[7].
Aunque la revelación está completa en Cristo en su primera venida, se puede
aceptar su afirmación en el sentido de que desconocemos su despliegue completo y
el Espíritu nos conduce hacia la verdad completa. Lo original de su planteamiento
es que se puede conocer a Dios con métodos históricos y hermenéuticos porque se
ha revelado en la historia, ¡afirmación audaz y sugerente! Forma parte de la ciencia
histórica que Jesús ha resucitado, que Dios es su Padre, que él es Hijo de Dios etc.
En definitiva es una revalorización de la razón ante tantos fracasos ideológicos más
que filosóficos, aunque parece que reduzca la trascendencia y la gratuidad de la
revelación.
El Cristianismo enseña con claridad que Cristo murió y resucitó. San Pablo añade
con fuerza que si no fuese así ”vana sería nuestra fe” (1 Co 15). Esta fe que se
basa en hechos históricos únicos debe ser observada para entender mejor la

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situación de las personas después de morir y pasar a un nuevo modo de duración


distinto al temporal. Cristo vive una Vida nueva, una vida para no morir, una
transformación del cuerpo unido a un alma que está llena de gozo y poder. Ambos
están unidos a la divinidad del modo máximo posible para los humanos.
La vida nueva de Cristo resucitado marca un antes y un después en la vida del
hombre. Ser con Cristo –ser cristiano- equivale a vivir un nuevo modo de duración.
El cambio fundamental está en los modos de vivir esa Vida nueva. De momento
sabemos que hasta la Segunda venida de Cristo al final de los tiempos sólo las
almas perviven y los cuerpos se descomponen. En el final también resucitarán los
cuerpos. El amor antes de la muerte es lo que da sentido a todo el vivir temporal.
Este amor necesita purificación constante y superaciones nada fáciles. El amor de la
persona que ha muerto sin pecado mortal es amor sin mezcla de egoísmo. De ahí el
gozo del bienaventurado. La justicia en relación con los demás seres humanos es
plena, pues es amar y ser amado sin tasa; la prudencia es consolidación en ya
amor que no duda. No es necesaria la fortaleza, ni la templanza, ni la fe, ni la
esperanza, pues es posesión de Dios mismo con todos los deseos del corazón
satisfechos y sin pasar pruebas o contradicciones. Es posesión de Dios que se da al
alma que ya puede darse y abrirse totalmente.

5.1 El Cuerpo de Cristo


El cuerpo de Cristo registra tres estados: mortal, resucitado y eucarístico. La fe nos
dice que es el mismo cuerpo que se manifiesta de modos muy diversos. El cuerpo
mortal experimenta el sueño, el dolor, hambre, cansancio y un modo muy
característico de manifestar las emociones. El cuerpo resucitado no experimenta
dolor, si no gozo muy visible, conserva las heridas de la Pasión sin sufrimiento,
come, está en lugares distintos al mismo tiempo, puede desaparecer y atravesar
puertas, es elevado al cielo y está a la derecha del Padre. La teología clásica
sintetiza estas cualidades en cuatro: claridad, agilidad, impasibilidad (e
inmortalidad) y sutileza. Realidades que podríamos sintetizar en que el cuerpo está
glorificado. Ya estudiaremos en qué consiste esa glorificación de la materia. En la
Eucaristía la espiritualización del cuerpo es mayor pues al ser presencia substancial,
la corporalidad se manifiesta a través de ella sin manifestación externa de los
accidentes. Tenemos pues tres modos de cuerpo espiritual, modo en que San Pablo
describe al cuerpo humano.

5.1.1 Cuerpo mortal


El cuerpo mortal de Cristo es igual al nuestro excepto en las deformidades
originadas por el pecado. Su individualidad individualidad viene marcada por el
accidente cantidad, más en concreto por la materia signata quantitate. Las
cualidades son similares a las de los cuerpos de los demás mortales. La forma
reorganiza esa materia de un modo espiritual y es distinto el cuerpo a las de los
cuerpos de seres de otras especies. Utilizando un lenguaje no filosófico se puede
decir que las moléculas orgánicas e inorgánicas son similares a las de todos los
cuerpos semejantes. Los genes también lo son. Las formas inmateriales
epigenéticas también parece que lo son. La forma espiritual que da vida a esos
niveles de materia es lo que configuran el cuerpo espiritual humano. En Cristo cabe
precisar que su alma humana –recibe el ser de la Persona del Verbo que es el
mismo Esse infinito- por lo tanto es lógico pensar que la luz, el fuego, la fuerza, la
perfección llegan a su mayor actualización dentro de la naturaleza que informan. De
ahí surgirá un cerebro perfectamente adaptado a la función de pensar de querer, de
sentir emocional y sensitivamente.

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Se puede decir que las moléculas del cuerpo de Cristo son idénticas a las de todos
seres humanos, también los niveles superiores salvo las células que son de varón y
no de mujer.
El alma lleva a ese cuerpo a unas características humanas perfectas. Desde el
andar erecto, el tamaño y organización cerebral, las manos, el aparato necesario
para el lenguaje, el rostro en su rica expresividad y en las emociones que reflejan
la intensa vida interior divino humana.
En definitiva “Cristo tomó un cuerpo como el nuestro. Por lo mismo, un cuerpo
nacido de mujer (Gal. 4, 4). Corpus natum de Maria Virgine. El ser humano se
forma al conjugarse, por una parte, un complicado proceso biológico, y, por otra, la
acción creadora de Dios. Dos células que se unen y Dios, que les infunde un alma.
El resultado es el hombre viviente, la persona con destino eterno, la imagen
indestructible de Dios. Cuando Cristo vino a la existencia entrando en el mundo, la
Santísima Trinidad toma del seno de la Virgen los elementos biológicos del ser
humano, e infunde un alma ese cuerpo. Por consiguiente, «al mismo tiempo que la
carne es carne, es también carne del Verbo de Dios; carne animada de un alma
racional y, a la vez, carne del Verbo, pues en Él, y no en sí misma, ha encontrado
su existencial. Pero simultáneamente, “la Madre de Dios, contra todas las leyes de
la Naturaleza, ha dado forma a Aquel que lo ha formado todo; ha dado el ser de
hombre al Dios, que es autor de todas las cosas y diviniza lo que une conmigo».
Desde este momento, el Cuerpo de Cristo se alimenta como cualquiera de nosotros,
de la carne y de la sangre de su Madre, y sigue un proceso análogo de desarrollo y
perfeccionamiento, con la única diferencia -milagro- de que su alma está
completamente despierta y es dueña de su cuerpo. Nace y se abre a la vida como
nosotros, con la diferencia de que Él deja a su Madre más pura y virgen:
“integritatem non minuit, sed sacravit”. Entra, por fin, en nuestra pasada historia:
hambre, sed, trabajo, sueño, alegría, penas, muerte. Pero no penetra en esta
historia si no para transformarla. Tal es su misión.
El cuerpo es para el alma un medio de expresión y un velo; la revela y la oculta. La
caída ha oscurecido este velo y lo ha hecho menos transparente al espíritu. Por la
Encarnación, el cuerpo humano extiende su capacidad de expresión hasta lo
infinito: expresa a Dios. Rigurosamente hablando, el rostro de Cristo es el rostro
humano de Dios. Cristo es la imagen del Dios invisible155. Quien le ve a Él, ve a su
Padre156. Si la persona se revela a través del rostro, en el de Cristo se revela una
Persona divina, una Persona cuya profunda realidad es la misma realidad de Dios.
Cuando vemos a Cristo-Hombre, vemos a Dios. La expresión «imagen de Dios» no
debe inducimos a error. Para los antiguos, la imagen no era un ser disminuido, una
realidad depauperada, un puro reflejo, si no una participación de la realidad
misma, que la expresa en su núcleo sustancial y que actúa con su eficacia propia.
En este sentido debemos considerar la expresión paulina: Cristo, por ser imagen de
Dios, es Dios, pero Dios entregado y hecho comprensible. Por eso, quien le ve, ve a
Aquel que le envió157. La primera función de Cristo es manifestamos a Dios por
medio de su Cuerpo, según el modo que hemos dicho. La fe es, sin duda, necesaria
para captar esta presencia. Pero la fe no crea nada. Es una mirada adaptada a las
realidades divinas y no hace más que descubrirlas. En realidad, el Cuerpo de Cristo
es el gran signo por el que Dios se nos ha manifestado. La mirada de Cristo en la
mía, su voz en mis oídos, su mano sobre mis hombros, son la mirada, la voz, la

155
Col 1, 15
156
Jn 14, 9
157
Jn 12, 45

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mano de Dios hecho hombre. Por eso, sin duda, su mirada me penetra hasta el
fondo, me revela a mí mismo; su mano me sana; y, por eso también, su mirada, su
voz y su mano me revelan el amor, la verdad y el poder de Dios”158.
Pero hay más, ese Cuerpo es el que sufre la Cruz, es el que transforma el
sufrimiento en medio de salvación y sacrificio. Sin el Cuerpo no se habría dado una
redención del hombre entero. El amor transforma el dolor del cuerpo en medio de
sacrificio, en ocasión de un amor en el que no se da ningún acento de amor propio.

5.1.2 Cuerpo resucitado


Al considerar el cuerpo resucitado de Jesús se debe profundizar en la esencia de la
corporalidad. La característica de el cuerpo espiritual mortal es el de estar
informado por un alma espiritual que cambia su modo de organización desde la
epigenética hasta los gestos del rostro. En el cuerpo resucitado el alma recibe una
vida nueva. Esa alma es recreada. El alma de Cristo es humana, pero es elevada a
una vida superior de la que es capaz. La luz intelectual, el querer voluntario, la
emoción corporal y espiritual cambia y dan un ser nuevo al cuerpo al que levanta.
Por una parte ese cuerpo no puede morir ni sufrir, por otra recibirá un el ser vivo
de un modo más perfecto. La materia de ese cuerpo es divinizada. No nos es
posible estudiar la materia del cuerpo resucitado como se ha estudiado la material
corporal humana en los cuerpos humanos, pero basándonos en el hecho de la
resurrección se puede avanzar en la línea de las manifestaciones exteriores
narradas y deducir que esa vida resucitada afecta a la misma materia. No sabemos
sí solo en la organización de la materia en moléculas, genes, formas epigenéticas y
otras formas inmateriales que moldean ala materia o si también alcanzan a los
mismos átomos. Los conocimientos actuales de la física atómica cada vez más
inmaterializan la materia en formas en energéticas expresadas matemáticamente e
inaccesibles a la imaginación, a los sentidos y a los aparatos utilizados por los
científicos del momento. Luego, no es impensable que el cambio alcance el nivel
atómico en una espiritualización de la inmaterialidad de la materia. Más aún la
materia de la ciencia actual cada vez más se acerca a la materia aristótelicotomista
que sólo alcanza a ser cuando es actualizada por una forma. Si la forma del cuerpo
de Cristo está más iluminada por la luz de Dios, posee con más perfección la Vida
divina es comprensible que la materia se divinice en un cierto grado, sin que nos
sea posible discernir su nivel mas que por las acciones del Resucitado.
Vale la pena seguir el razonamiento de Fernado Ocáriz sobre la glorificación de la
materia del cuerpo de Cristo. “Siendo la glorificación del cuerpo de Cristo la
redundancia en la materia de la gloria de su espíritu, y consistiendo esta gloria en
la consumación de la divinización o deificación del alma, ¿se puede significar
deificación de la materia? La divinización del espíritu creado, aún siendo un alto
misterio, no plantea tanta dificultad, porque es capax Dei por naturaleza. Pero la
materia, en sí misma, no posee esa capacidad. Parece por tanto que la gloria del
alma, por ser estrictamente sobrenatural, no puede redundar –en su
sobrenaturalidad- en el cuerpo. Cuestión diversa es que tenga alguna repercusión
en él en virtud de la unión sustancial entre alma y cuerpo. Cabría pensar que la
gloria sobrenatural del alma, al redundar en el cuerpo, confiere a éste unas dotes
preternaturales, pero no una verdadera y propia deificación sobrenatural. En este
sentido Santo Tomás afirma que “la claridad, que en el alma es espiritual, es
recibida en el cuerpo como corporal (Summa theologica Supl q.85, a.1). sin
embargo, San pablo nos habla del cuerpo resucitado como de un cuerpo espiritual
(pneumático): “se siembre en cuerpo animal (psíquico), surge un cuerpo espiritual

158 Mouroux. Sentido cristiano del hombre. Ed Palabra. Madrid 2001. p.123

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(pneumático). Porque así como hay cuerpo animal, lo hay también espiritual según
está escrito: el primer Adán fue hecho alma viviente; el postrer Adán, espíritu
vivificante” (1 Co 15,44-45). Cuerpo espiritual, que no es lo mismo que espíritu,
como el mismo Señor manifestó: “palpad y considerad que un espíritu no tiene
carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). Ahora bien, esta misteriosa
espiritualización del cuerpo ¿no podría ser precisamente la base y condición para
una auténtica deificación de la carne?”159.
Más adelante, Ocáriz concluye que “aunque la espiritualización del cuerpo glorioso
no significa que deje de ser material y comience a ser espíritu, es indudable que
comporta un modo nuevo de información del espíritu a la materia” que alcanza
incluso a la participación de la materia en el conocimiento y el querer intratrinitario.
Y concluye con asombro que “la realidad del cuerpo glorioso supera en grandeza la
más audaz de todas las consideraciones: ‘ni ojo vio, no oído oyó, ni pasó por
pensamiento a hombre lo que Dios tiene preparado a los que le aman’”160
“Cristo Resucita con su Cuerpo, con una vida nueva que llega a todos hombres que
tengan fe y al final de los tiempos el cuerpo humano también resucitará glorioso
libre de las lacras históricas. En lugar del cuerpo de nuestra humildad, Cristo posee
actualmente el Cuerpo glorioso161 espiritual, transparente, ágil, clarificado,
instrumento natural del alma del Dios Salvador. Murió para hacernos morir al
pecado. Resucitó para hacernos vivir en Él y resucitar como Él algún día. El cuerpo
inmolado ha llegado a ser cuerpo glorioso, Y con esto se pone punto final a la
redención de los hombres”162. La revelación del valor del cuerpo humano y de la
materia es máxima. También de la singularidad del alma humana tan diferente al
espíritu angélico.

5.1.3 Cuerpo eucarístico


Al instituir la Eucaristía , no se limitó Jesús a decir « Éste es mi cuerpo », « Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre », sino que añadió « entregado por
vosotros... derramada por vosotros » (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo
que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su
valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría
después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. La
representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por
su resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de
Pablo VI– “se llama ‘real’, no por exclusión, como si las otras no fueran ‘reales’,
sino por antonomasia, porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace
presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro”. Se recuerda así la doctrina
siempre válida del Concilio de Trento: “Por la consagración del pan y del vino se
realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de
Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre.
Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la
santa Iglesia Católica”. Verdaderamente la Eucaristía es mysterium fidei , “No veas
–exhorta san Cirilo de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales
elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre:
la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa “.

159
Fernando Ocáriz. Naturaleza, gracia y gloria. 2.000. Ed Eunsa p.229-330
160
Ibid. P.333
161
Flp. 2, 21
162 ibid. 124

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La Eucaristía es el Cuerpo de Cristo resucitado, que se nos muestra en una de las


modalidades no conocidas por los hombres con anterioridad. Hemos visto el cambio
que la resurrección opera en la materia del cuerpo de Cristo, con propiedades que
no poseía su cuerpo mortal, ni poseen los hombres mortales. La claridad aún no se
ha manifestado entre los hombres, sólo en la vida celeste es visible. Pero quedaba
un nuevo paso en la kénosis amorosa de Cristo en su donación a los hombres. La
presencia de su Cuerpo oculto en el Pan. Sabemos que es la Eucaristía la presencia
es sustancial, se opera una conversión de la sustancia del pan y del vino en la
substancia del Cuerpo de Cristo. Los accidentes del Pan permanecen apoyándose en
el accidente cantidad y recibiendo el ser de la sustancia del Cuerpo de Cristo. ¿En
qué consiste lo más profundo de la corporalidad de Jesús para que permanezca en
la Eucaristía? Hemos visto el cuerpo y la materia deificados en el Cuerpo
resucitado. Esa corporalidad es la misma pero recibe el ser cuerpo espiritual de su
alma y de su ser, que es divino. Ahora la materia corporal de Cristo da un nuevo
paso en la espiritualización y deificación de la materia para poder llegar a la
comunión con todos y cada uno de los creyentes. La sustancia vivifica los
accidentes corporales de Cristo, pero tan espiritualizados, que no se ven,
pero están. No es sólo la recepción del alma sino de la substancia, naturaleza
completa, que se manifiesta del modo espiritual y sensible querido por el amor
Omnipotente y humilde. ¿Tiene cantidad, lugar y espacio? No extensos, pero sí
espiritualizados. ¿Tiene cualidades, hábitos, relaciones? Sí. ¿Tiene duración
temporal? No, sólo eterna con la relación con el tiempo propia de ser
contemporáneo a todos los momentos por ser el Verbo eterno, y por vivir vida
divina como resucitado.
Santo Tomás da cuatro razones del sorprendente hecho de la conservación de las
llagas de Cristo resucitado. Primero por la gloria de Cristo convenía que llevase las
huellas de su triunfo que muestran cierta belleza no del cuerpo, sino de la virtud.
Segundo para confirmar a los discípulos. Tercero para mostrar eternamente al
Padre en sus ruegos por nosotros qué género de muerte sufrió por nosotros. Cuarto
para mostrar la misericordia163. Otra razón es mostrar más profundamente la
divinidad. El corazón abierto de Cristo nos muestra el Corazón de Dios, es decir,
que no es solamente un ser inteligentísimo y omnipotente, sino que también posee
una afectividad y unos sentimientos perfectísimos.
Dios mismo en su armonía perfecta de justicia y misericordia es un inmenso
Corazón. Decir corazón equivale a hablar de la intimidad de la intimidad, no sólo de
los sentimientos superficiales. La revelación de la intimidad divina es importante
para conocer el corazón de Dios, lo más personal. “En la Sagrada Escritura nos
encontramos diversos textos que nos muestran a un Dios accesible a los dolores en
su relación a los hombres. "Yahvé se arrepintió de haber creado a los hombres y le
pesó en el corazón164. "Irritaban al Santo de Israel"165. "Por ellos se rebelaron e
irritaron su santo espíritu"166 Ellos "ofenden" a Dios167, le "cansan"168. No sólo se da
el amor con cólera en Dios, sino el amor con clemencia que supera la ira en su
interior: "un vuelco ha dado en Mí mi corazón, a una han ardido mis entrañas. No
ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a aniquilar a Efraím, pues soy Dios y no

163
Summa Thelogica III q.54 a.4 respondeo
164
Gn 6,6
165
Sal 78,41
166
Is 63,10
167
Dt 4,25
168
Is 7,13

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un hombre169 En el humano lenguaje bíblico se desvela la intimidad divina con unos


sentimientos que tienen un paralelo con los nuestros. Esto se ve muy bien en
Jeremías: "¿Es Efraím un hijo favorito, niño de mis delicias para que cuantas veces
hablo contra él, me vuelva a acordar de él? Por eso mis entrañas por él se
conmueven y he de tener por él piedad -oráculo de Yahvé"170 También es clásico el
texto de Isaías: "dice Sión: Yahvé me ha abandonado. El Señor me ha olvidado.
¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus
entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar yo no te olvido. Míralo, en las
palmas te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente”171. La ternura,
la compasión, el cariño que no olvida, que sufre ante el dolor del hombre es
mostrado por los profetas, Toda la Biblia está llena, de principio a fin, de una
especie de lamento apesadumbrado de Dios, que se expresa en aquel grito:
"¡Pueblo mío, pueblo mío...! Pueblo mío, ¿qué te hice, en qué te molesté?
Respóndeme"172 Pero Dios no se aflige por sí, sino por el hombre que, de esa
manera se pierde. Se aflige, pues, por puro amor”173. Aunque pueden interpretarse
estas expresiones como antropomorfismos para hablar de Dios. Algunas veces los
modos antropomórficos de hablar dan la impresión de ser defectos y, en este
sentido, no se pueden atribuir a Dios es necesario purificar la noción que expresan..
Pero también se puede decir que reflejan a un Dios vivo y nosotros los hombres
somos reflejo e imagen de este Dios vivo, no al revés. Lejos quedamos de un Dios
lejano, inmutable, frío y poco misericordioso, poco accesible a los humanos.
En esta línea, incluso se puede hablar del dolor del Padre, y así lo hace Juan Pablo
II en la encíclica Dominum et vivificantem: "la concepción de Dios como ser
necesariamente perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de
limitaciones y heridas (...) Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre
que siente compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva,
este inescrutable e indecible dolor del Padre engendrará sobre todo la admirable
economía del amor redentor en Jesucristo, para que, por medio del misterio de la
piedad, en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el
pecado. Para que prevalezca el don (...)En la boca de Jesús Redentor, en cuya
humanidad se verifica el sufrimiento de Dios, resonará una palabra en la que se
manifiesta el amor eterno, lleno de misericordia: Siento compasión (cfr Mt 15,32;
Mc 8,2)" (n.36). El sufrimiento está unido al pecado y el Espíritu santo lo revela: "el
convencer en lo referente al pecado, ¿no deberá revelar también el sufrimiento?
¿No deberá revelar el dolor, inconcebible e indecible, que, como consecuencia del
pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión antropomórfica en las
profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón mismo de la inefable
Trinidad" (n.39). Es una profundización en el Corazón de Dios que resulta difícil
para la mentalidad griega y para el dios de los filósofos que no llegan más allá de la
inmutabilidad divina, pero que desconocen que se trata de un Dios vivo, real, y que
todo lo que tiene el hombre es participación de Él, pues es imagen y semejanza de
Dios.
Benedicto XVI profundiza en esta realidad en el mensaje de Cuaresma del año
2007. “¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más
impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de

169
Os 11,8-9
170
Jer 31,20
171
Is 49,15-16
172
Miq 6,3
173
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122

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contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor


de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El apóstol Tomás
reconoció a Jesús como “Señor y Dios” cuando puso la mano en la herida de su
costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el
Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se
podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en
realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se
unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde
un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús
dijo: “Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La
respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que
aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no
es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a
comunicarlo a los demás: Cristo “me atrae hacia sí” para unirse a mí, para que
aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor”. La experiencia del Dios que
da no es difícil percibirla, pero en el Cristo que quiere consuelo y compasión en la
Cruz se manifiesta este aspecto de Dios que quiere tener necesidad del amor
humano, de ser querido, consolado, compadecido en una humildad extrema.
Es bien conocido que la Biblia usa el término “corazón” (leb) para designar lo más
íntimo del ser humano más allá aún de toda la riqueza de afectos que tiene el
hombre. En la cultura occidental sigue vigente este modo de hablar en lo religioso,
en lo poético y en lo coloquial, pero no así en el mundo filosófico, quizá porque lo
usaron poco los griegos, o por las diversas formas de racionalismo que, más o
menos conscientemente, desprecian esta vivencia por lo difícil que es controlarla y
porque –en una reacción ocultamente estoica- desdice del pensador puro que tiene
que conocer fríamente y libre de afectos o sentimientos que le puedan desviar de
su racionamiento gélido como diría Heidegger. Veamos un buen resumen de lo que
se dice en la Escritura respecto al hombre en las miles de citas posibles sobre el
corazón: “Al corazón pertenecen la alegría: que se alegre mi corazón en tu
socorro174; el arrepentimiento: mi corazón es como cera que se derrite dentro de
mi pecho175; la alabanza a Dios: de mi corazón brota un canto hermoso176; la
decisión para oír al Señor: está dispuesto mi corazón177; la vela amorosa: yo
duermo, pero mi corazón vigila178. Y también la duda y el temor: no se turbe
vuestro corazón, creed en mí179. El corazón no sólo siente; también sabe y
entiende. La ley de Dios es recibida en el corazón180, y en él permanece escrita181.
Añade también la Escritura: de la abundancia del corazón habla la boca182. El Señor
echó en cara a unos escribas: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones?183. Y,
para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer, dijo: del corazón
salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos,
falsos testimonios, blasfemias184. Cuando en la Sagrada Escritura se habla del
corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las
lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el

174
Ps 12, 6.
175
Ps 21, 15.
176
Ps 44, 2.
177
Ps 56, 8.
178
Cant 5, 2.
179
Ioh 14, 1.
180
Cfr. Ps 39, 9.
181
Cfr. Prv 7, 3.
182
Mt 12, 34.
183
Mt 9, 4.
184
Mt 15, 19.

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mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien:
porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón185”186.
Sería amplísimo traer aquí lo mucho escrito sobre el Corazón de Cristo en los
Evangelios y los escritos cristianos. Juan Pablo II lo expresa así: “Si el corazón
humano representa un insondable misterio que sólo Dios conoce, cuánto más
insondable será el de Jesús, en el que se mueve la misma vida del Verbo, y residen
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la
divinidad”187.

185
Mt 6, 21.
186
San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp. n. 140
187
Juan Pablo II. Ángelus 23.VI.2002

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