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Índice
1 Introducción ............................................................................................ 3
2 La difícil noción de Dios. ........................................................................... 4
2.1 El Dios de las pruebas......................................................................11
2.2 Dios visto desde dentro del hombre ...................................................19
2.3 Santo, Santo, Santo ........................................................................30
2.4 Dios eterno.....................................................................................32
2.5 Dios Belleza....................................................................................36
2.6 Dios es Luz.....................................................................................38
2.7 La gloria de Dios .............................................................................40
2.8 Dios Amor es único, pero no solitario .................................................41
2.9 Dios es un ser personal ....................................................................46
2.10 Dios Padre......................................................................................52
2.11 La Voluntad del Padre ......................................................................55
2.12 El dolor del Padre ............................................................................60
3 La misericordia de Dios es eterna..............................................................75
4 Cristo es el rostro de Dios ........................................................................88
5 Cristo vive y es contemporáneo nuestro.....................................................96
5.1 El Cuerpo de Cristo..........................................................................99
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1 Introducción
“Esta es la vida eterna que te conozcan a Ti y a tu enviado Jesucristo”1 La densidad
de estas palabras es enorme, sobre todo si observamos el devenir histórico de los
hombres. El objetivo de este libro es lavar el rostro de Dios de las adherencias en la
noción de Dios que han acumulado los hombres a lo largo de su historia. El hombre
es homo religiosus pues siempre ha habido religión entre los hombres; por lo tanto
cada generación ha tenido una noción de Dios. Incluso cuando algunos hombres se
llaman ateos, agnósticos o irreligiosos tienen una noción que aplican al término
Dios. Conscientemente o no atribuyen a diversas realidades como la materia, la
razón, la historia, la raza u otras realidades las propiedades o atributos de Dios. En
los más religiosos y en los que lo son muy poco es frecuente que la idea que el
hombre tiene de Dios esté llena de las mismas imperfecciones humanas. Unas
veces por la misma infinitud de Dios que le lleva a ser un misterio que nunca puede
agotar el ser humano, siendo Dios el Deus absconditus. Otras porque entra la mala
voluntad y prejuicios históricos y se le sitúa en estado de sospecha y se le acusa de
los males del mundo, que no se entienden. No faltan tampoco atribuirle los propios
vicios que se quieren justificar. El ser humano es libre y complejo, le influye mucho
la cultura antigua y la dominante, y Dios supera al hombre infinitamente aunque le
atraiga de una manera fascinante.
Algunos llegan a Dios por vía mística en una auténtica revelación personal. Otros se
sirven de la Revelación judeocristiana, o de la semina Verbi de otras religiones
mezcladas entre miles de restos humanos. Otros usan el recto pensar. Sea cual sea
el camino, bueno es lo que alcanza el fin deseado. Lo ideal sería usar todos los
conocimientos ordenadamente, pero primando el conocimiento místico que aúna la
revelación de Dios con la experiencia amorosa y la comunión personal.
Vamos a tocar el misterio de Dios desde diversos puntos de vista, no de un modo
exhaustivo, que puede quedar para mejor ocasión. Es tema muy adecuado para la
situación del conocimiento de Dios a principios del siglo XXI. Seguiremos lo dicho
por San Pablo: “el fin de este mandato es la caridad, que brota de un corazón
limpio, una conciencia buena y una fe sincera; algunos, al apartarse de este se han
convertido en charlatanes, pretendiendo ser doctores de la ley cuando no entienden
lo que dicen ni lo que tan rotundamente afirman”2. San Tomás de Aquino explica
que esto es así porque “quienes no tienen la fe verdadera no pueden amar a Dios,
pues quien cree cosas falsas acerca de Dios ya no ama a Dios”3; a lo sumo amará
una falsa caricatura de Dios. Esto es válido también para los que no amando a Dios
le atacan, o son ateos de una caricatura de Dios que no es el rostro del verdadero
Dios. De eso vamos a tratar en este trabajo.
1
Jn 17,3
2
1 Tim 5-7
3
Santo Tomás de Aquino. Comentario sobre I Tim ad loc.
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4
Martín Buber. El eclipse de Dios. Fondo de cultura económica p.32
5
ibid. pp.33-34
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Los idealistas ahondan el problema al hablar del absoluto. Hegel afirma de Dios
que es un absoluto que toma conciencia de sí en el hombre y en la historia en una
dialéctica de muerte de Dios para vivir conociéndose tras las leyes de la razón que
él ha descubierto. Se puede decir que su transformación de cristiano a gnóstico es
casi completa en las mismas elucubraciones racionales desprovistas de realidad. Es
lógico que Feuerbach, y con él los marxistas, digan que ese Dios no es Dios, sino
una proyección del espíritu humano, y reduzcan la noción de Dios a antropología o
a materia dialéctica siendo la religión una alineación. Todos niegan la libertad y con
ella la moral está al servicio de una necesidad más o menos desconocida.
Otra decadencia de la idea de Dios se advierte en la inversión de valores del
desenmascarador del racionalismo y de los diversos nominalismos, que es
Nietzsche. La raíz de sus planteamientos es la voluntad y Dios es el oponente. El
enemigo, el que tiene el poder y el saber y al que tiene que matar como se mata al
padre para apoderarse de la herencia. Veamos la famosa contraoración de
Nietzsche:
“¡Inexplicable! ¡Velado! ¿Terrible!
¡Cazador de detrás de las nubes!
Fulminado por ti,
ojo fisgón, que me acechas desde la oscuridad,
así estoy, abatido, doblégame, retuérceme.
Atormentado por todas las eternas torturas,
tocado por ti, cruelísimo cazador
desconocido...¡Dios!
¡fuera!
Entonces huyó, él mismo,
mi último, único compañero,
mi gran enemigo,
mi desconocido,
mi verdugo...¡Dios!”6
Esta visión de un Dios cruel, cazador, enemigo, torturador no nace sólo de él
mismo, sino de la larga tradición de alejamiento del Dios Padre Amante, del Hijo
Amado y del Espíritu Santo Amor. La consecuencia es la rebelión y la creación de
una moral alejada voluntariamente de la verdad, enfrentada a Dios.
La moral será el campo de expansión preferido para la voluntad de poder que
consiste en ponerse el hombre en el lugar de Dios para construir una nueva moral.
El nietzscheano es como un gnóstico que ha alcanzado el nivel espiritual y puede
vivir en el exceso de libertinaje pues está por encima del bien y del mal. Se ha
pasado del amor a Dios bueno, amoroso y verdadero al odio a Dios, aunque quizá
con una nostalgia de Dios como plenitud de toda la belleza que se hace imposible al
hombre rebelde. La moral es una anti moral consciente y programada. La raíz es un
acto libre más o menos consciente. En el caso de Nietzsche ese acto libre es muy
consciente y lúcido y sus consecuencias las estamos viendo en el alba del tercer
milenio, cien años después de su muerte. Algunos se dicen: hemos pisado fondo,
pero está por ver el espesor del lodo de ese fondo. Es posible que el siguiente paso
sea pasar del super hombre a la religión del Malo, como se intuye en las luchas
dualistas de los gnósticos evolucionados, especialmente en la cábala y en la enorme
extensión de las sectas satánicas y derivados.
6
Nietzsche. Zaratrusta
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7
Martín Buber El eclipse de Dios. p.46 Fondo de cultura económica
8
citado en Martín Buber. El eclise de Dios p. 47
9
citado en Martín Buber ibid pp102-103
10
Edith Stein. Ser finito y ser eterno. P.121
11
o.c. p. 122
12
o.c. p.123
13
o.c.p.124
14
o.c. p.125
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15
o.c.p. 124
16
o.c. p 125
17
o.c. p.127
18
o.c. p.127
19
o.c. p.322
20
o.c. p.326
21
o.c. p.340
22
o.c. pp. 361 y 362
23
o.c. p. 363
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24
o.c. p.367
25
o.c. p. 433
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Aurelio Fernández. Anunciar el mensaje cristiano en el nuevo milenio. Temes d’avui p.30
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La 1ª, Vía del movimiento, parte del hecho de que hay cosas que se mueven. Pero
todo lo que se mueve es movido por otro, porque si se moviera a sí mismo se
estaría dando una perfección que aún no tiene, lo cual es absurdo. No se puede
admitir una serie indefinida de motores sin que haya un primer motor que no sea
movido por nadie y que a su vez mueva a los otros, ya este primer motor o acto
puro le llamamos Dios.
Si pensamos en un objeto en movimiento. Antes estaba parado, ahora se mueve.
¿Por qué se mueve? Sólo caben dos respuestas; se mueve por sí mismo o se
mueve por otro. Si se mueve por si mismo quiere decir que cuando estaba parado
ya tenía la propiedad de estar moviéndose, pues estamos diciendo que el
movimiento lo tiene por sí mismo. Este objeto está, al mismo tiempo, parado y
moviéndose. Esto es contradictorio.
Un coche no es un automóvil, porque no se mueve por sí mismo. Se mueve porque
tiene motor y ruedas. Y el motor tampoco se mueve sólo, sino por la gasolina. Y la
gasolina explosiona en el motor porque tiene esta capacidad energética. Y la
energía le viene de que los árboles absorbieron ésta energía del sol, y después con
el paso de los siglos y sometidos a grandes presiones, se convirtieron en petróleo
del que se saca la gasolina. El sol, emite energía porque se producen reacciones de
fusión y fisión de los átomos. Los átomos a su vez, se unen y separan porque
tienen núcleo y electrones. Estos a su vez... y así podemos continuar... hasta que
encontremos la última y primera causa de todo este movimiento. Esta causa no
puede ser causada, porque si lo fuera volveríamos a empezar todo el proceso hasta
llegar verdaderamente a la causa última y nos deberíamos preguntar de nuevo
¿quién la ha causado? Pues bien, la causa incausada es la definición de lo que
llamamos Dios. Una causa que nadie ha hecho, que ella misma es su existencia. Es
lo mismo que Yahvé dijo a Moisés al darle su nombre. «Yo soy el que soy» (Ex
3,14), el que existe por si mismo, como ya hemos dicho.
Por tanto, sólo es válida la segunda respuesta: el motor se mueve por otro y este
otro, después de muchos intermediarios, es movido por una causa incausada que
tiene el movimiento por sí mismo: Dios.
La polémica entre la inmovilidad y el cambio es antigua. Parménides defiende la
estabilidad del Ser y Heráclito que todo se mueve. Si nos fijamos en algunos datos
tomados de la ciencia experimental se plantea la misma cuestión. La primera es de
la termodinámica, que enseña que según el principio de Carnot (el más metafísico
de los principios físicos, como decía Bergson) al volver a un punto inicia después de
un proceso se pierde energía, o mejor se pasa a una energía menos utilizable como
en el calor. El ciclo es irreversible, siempre hay pérdidas. La expresión física es que
aumenta la entropía, o el desorden por decirlo de un modo imaginativo. O
llevándolo a sus últimas consecuencias, que el universo se degradará, se enfriará,
no moverá nada. Luego en el inicio el empujón energético fue imponente, como
confirman las experimentaciones sobre el Big Bang. Si se observa la biología ocurre
lo mismo, el cambio es casi total. Las generaciones duran poco, algunas bacterias
segundos, los cambios evolutivos también. El cerebro está en continuo movimiento.
Y todo ser vivo igual. Los cambios de los minerales también se continuos, aunque
no estén vivos; y existen edades geológicas que conocemos bastante.
El razonamiento que no vamos a repetir, habla de un Movimiento y de un Motor no
movido, por otro. Dios se muestra como Acto que mueve y no es movido. Todos los
movimientos encuentran en Él su principio activo. El Acto puro de Ser, que es Dios,
no es algo abstracto sino fuente de todas las energías que mueven el Universo. Ya
es un paso en el conocimiento de Dios utilizando sólo los sentidos para la ver y la
razón para razonar.
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La raíz de la felicidad está en la intimidad del ser humano. El acto de ser que
constituye la persona es la fuente del amor verdadero y el principal receptor. En un
primer momento la felicidad brota del interior, de saberse vivo, de dar, de darse y
dar ser como hemos dicho varias veces. Amar hace feliz, aunque más aún si hay
correspondencia. Saberse amado, no como un objeto de uso, hace feliz, permite la
compenetración, el regalo mutuo, la comunión de personas, la amistad en sus mil
formas.
El goce supremo va más allá aún: se trata de que el amor comience en quién tiene
más capacidad de dar y de darse y cada uno corresponda en la medida de sus
posibilidades. Evidentemente estamos hablando de Dios, que en su Trinidad es
Amante, Amado y Amador, y ama de una única y triple manera incondicionalmente,
aunque el hombre se pueda cerrar a este amor. La vida feliz ya no es sólo una vida
correcta y honesta, atemperada y sensata solamente, que lo es, ciertamente. Es
mucho más, es beber en la fuente de la alegría sin restos de amor propio que
pueden envenenar cualquier amor humano. La felicidad requiere humildad, como
requiere amor. Requiere la presencia de la felicidad divina en el alma libre que la
acoge y la irradia en todas las potencias humanas desde las más espirituales hasta
las más sensibles; y en ese gozo laborioso y gracioso también irradia a los demás,
que si no envidian –al modo de Judas a Jesús- se sentirán movidos a corresponder
en una espiral de donaciones y de alegría honda.
El amor de Dios al hombre hace arder la esperanza, da gozo, pues se sabe que se
gozará más y más, y para siempre hasta el colmo de la propia posibilidad y de una
manera interpersonal amplísima. El amor humano, aún el generoso, está
amenazado continuamente (vejez, achaques, falta de medios económicos,
traiciones, locuras, y, sobre todo, la muerte que es el gran dolor de los
enamorados). La esperanza de felicidad lleva a la escatología sin la cual no se
puede entender al ser humano. Dios promete al hombre que libremente quiera
acoger el amor y la felicidad del cielo, la resurrección de la carne, la supresión de la
muerte y con ella del mal en los nuevos cielos y la nueva tierra en su Segunda
venida gloriosa. Así, aún en lo efímero y en la constatación de la persistente
maldad en el mundo, pervive una esperanza que hace feliz en una realidad que
tiene su garantía en Dios, no en ilusiones como una y otra vez prometen las
ideologías.
La felicidad es un regalo que viene muchas veces cuando no es buscado, y que se
debe tomar como se coge un pajarillo entre las manos, ni demasiado fuerte, pues
muere, ni demasiado flojo, pues huye. Es un don de Dios al alma preparada. El
obseso de la felicidad es como el que busca separarse de su sombra, nunca lo
consigue. La felicidad es un fruto y una promesa. La felicidad tiene niveles que van
desde lo más íntimo hasta lo más corporal. La felicidad en la vida mortal siempre
pide más, porque es insaciable y sólo puede alcanzar su plenitud en la posesión de
la comunión con Dios en la vida eterna.
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embriagador. Pero, Dios es más que todo lo que puede pensar cualquier ser
humano o angélico. Todas nuestras palabras se quedan pobres, aunque sean
verdaderas y grandiosas. A todos los nombres de Dios vamos a intentar referirnos,
y todos están llenos de luz. No es que no se pueda decir nada de Dios en su
misterio e incognoscibilidad, sino que se puede decir mucho; pero siempre será
insuficiente. Este misterio divino es llamado Luz por la Escritura; ahora bien ante la
luz es necesario abrir los ojos y no deslumbrarse. Esta doble actitud la llamaremos
“pensar de rodillas”. Pensar lo pensado, y por qué los anteriores pensaron lo que
pensaron; y pensar lo que queda por pensar como dice Heidegger, pero consciente
que depende más de la luz que llega al corazón humilde, que de la luz que irradia
del interior del hombre.
Parece claro que existe un preconocimiento de Dios anterior a las pruebas, pues
llegan a una conclusión a la que todos llaman Dios: quam omnes Deus nominant.
¿Cuál puede ser el origen de esta prenoción? ¿El consentimiento universal? Sin
duda; pero el problema se plantea nuevamente para cada uno de esos posibles
orígenes de la noción: se vuelve a preguntar ¿de dónde les viene? La noción de
Dios es anterior a las pruebas y una vez por lo menos, en el capítulo I de su tratado
acerca de las Sustancias separadas, escribió Tomás de Aquino que cada vez que los
hombres han alcanzado la noción de un primer principio, era innato en ellos el
denominarlo Dios: omnibus inditum fuit in animo illud deum aestimarent quod esset
primum principium. Esta anticipación espontánea no es una prueba, pero
desempeña un papel en la interpretación de la prueba. Sin esta anticipación no
sabríamos que el Primer Motor, el Ser Necesario, el Fin último, son el Ser al que
nombramos Dios. La realidad es que el hombre histórico está influido por mil
influencias, pues es un ser cultural. En ese avanzar lento del conjunto de la
humanidad cada hombre no comienza de cero, aún así el preconocimiento de los
primeros y cada uno puede venir de una intuición prelógica de que todo viene de
algo y de que todo pasa, menos algo. San Agustín hace referencia a una memoria
Dei como si el alma recordase su ser eterno, no como preexistente. Quizá la
solución de este preconocimiento se de que el ser íntimo al participar de Dios y
tenerlo en su interioridad
Algo pasa al conocimiento mental. El problema es que al expresarlo puede dar lugar
a variadísimas nociones.
Mirando las historia podemos reducir a tres las grandes respuestas de los hombres
a la noción de Dios, y no parece que pueda haber más, pues el ateismo y la actitud
anti Dios son expresiones de alguna de ellas.
1.- Panteísmo. Todo es Dios, o Dios infinito es Todo. Es la más natural de todas, y
nada fácil de superar como se ha visto a lo largo de los siglos. En un esquema
simple y limpio de luces parciales o de problemas parciales, la argumentación es la
siguiente: Dios es infinito, luego todo ser está dentro de esa infinitud de una
manera u otra. El materialismo depende de esta idea, la materia es todo, luego
tiene los atributos divinos: eternidad o eterno retorno, inteligencia, necesidad, etc.
El materialismo es el panteísmo al revés. Ya veremos sus realizaciones históricas
sin descender demasiado a las ramas que no dejen ver el bosque.
Para el panteísmo las cosas son emanaciones del todo que es Dios. En realidad no
se distinguen mucho de él. Panteísmo quiere decir: todo es Dios, o bien, Dios es
todo. Al no distinguir entre Dios y el mundo consideran que el mundo es divino.
Tiene manifestaciones religiosas como el hinduísmo. También lo sostienen sistemas
filosóficos como un cierto platonismo que explica el mundo como emanación del
único ser. Un filósofo griego anterior a Platón lo plantea de la siguiente manera: el
mundo debe existir necesariamente desde siempre, porque de la nada no sale
nada. Por lo tanto el universo no tienen principio ni fin y carecen de límites; debe
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El doctor Jordán Gallego Salvadores, posee de su puño y letra, sobre la fe en Dios del gran científico
Albert Einstein. El físico quiso dejar muy clara su posición respecto a su fe en Dios. Manifestó: «La
generalizada opinión, según la cual yo sería un ateo, se funda en un gran error. Quien lo deduce de mis
teorías científicas, no las ha comprendido. No sólo me ha interpretado mal sino que me hace un mal
servicio si él divulga informaciones erróneas a propósito de mi actitud para con la religión. Yo creo en un
Dios personal y puedo decir, con plena conciencia, que: en mi vida, jamás me he suscrito a una
concepción atea». Albert Einstein. (Deutsches Pfarrblatt, Bundes-Blatt der Deutschen Pfarrvereine,1959,
11). Son muy numerosas las estadísticas que muestran que la posición atea o creyente de los
científicos no tiene que ver con su ciencia sino en cuestiones personales. Los testimonios expresos de los
más renombrados se multiplican no sólo en los grandes innovadores de siglos anteriores (Newton,
Pascal, Copérnico, Kepler, Galileo, Grassé, Mendel y muchos otros), sino en los actuales premios nobel,
aunque estos premios estén tan ideologizados.
28
En una metafísica realista, la pregunta ¿pudiera no existir nada? no se plantea porque de hecho hay
algo, y si fuera posible que nada hubiese, nada habría. No habría pensamiento, como justamente dice
Kant, y ni siquiera habría Kant para hacer la pregunta. Puesto que existe algo, hay ser necesario, pues lo
real actualmente dado es necesario de pleno derecho mientras es. Parménides no ha perdido ningún
derecho. La única cuestión que queda por plantear al respecto es, pues: En todo este ser necesario,
¿qué es lo que tiene derecho a llamarse Dios? Un pensamiento que se mueve en el ser se mueve en la
existencia actual desde el primer momento de su búsqueda; se mueve asimismo en lo necesario y
procede desde necesidades condicionadas a una necesidad absoluta. La cuestión no consiste en saber si
Dios existe, pues, si hay uno, es el necesariamente existente; la verdadera cuestión es saber si, en los
necesario, hay uno al que debamos llamar Dios”. Etienne Gilson. El difícil ateísmo. Ediciones Universidad
Católica de Chile. Santiago de Chile, 1979. Pág. 60
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Etienne Gilson. El difícil ateísmo. Ediciones Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 1979.
Pág. 60
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algo en todos los tiempos. Fuera del cristianismo ofrece diversos desarrollos, casi
siempre esotéricos.
Vale la pena recoger todo el discurso de Pablo: “Dialogaba en la sinagoga con los
judíos y los prosélitos, y todos los días en el Ágora con los que allí acudían.
También algunos filósofos epicúreos y estoicos conversaban con él. Unos decían:
¿Qué querrá decir este charlatán? Y otros: Parece un predicador de divinidades
extranjeras, porque les anunciaba a Jesús y la Resurrección. Lo tomaron y le
llevaron al Areópago y le dijeron: ¿Podemos saber cuál es esa doctrina nueva de la
que hablas? Porque haces llegar a nuestros oídos cosas extrañas y queremos saber
lo que significan. Todos los atenienses y forasteros que residían allí no se ocupaban
en otra cosa que en decir o escuchar algo nuevo. Entonces Pablo, de pie en medio
del Areópago, dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues
al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un
altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a
anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay
en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por
hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo, de un solo hombre, todo el linaje
humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su
historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que
buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos
de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos, como
han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje. Si
somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al
oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humano. Dios ha
permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en
todas partes se conviertan, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra
con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un
argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos. Cuando oyeron
«resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos
sobre esto en otra ocasión. De este modo salió Pablo de en medio de ellos. Pero
algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y
una mujer llamada Dámaris, y algunos otros”30.
La referencia al Dios desconocido parece hacer referencia al Dios extraño y lejano
de los gnósticos en sus diversas variantes. Por otra parte se advierte en la mayoría
de los asistentes una curiosidad intelectual más que una actitud de aceptar una
palabra revelada. Ese dios desconocido coincide con la descripción del dios lejano
de la versión dualista. Desde esta mentalidad se entiende mejor el escándalo al
declarar que ese Dios lejano se hace Dios cercano, se hace hombre, muere y
resucita. Pienso que el problema no estaba tanto en la resurrección, sino en la idea
muy arraigada del Dios lejano. Quizá tenga alguna significación que el moje sirio
que escribió sabiamente sobre el misterio de Dios siga el método el conocimiento
negativo o apofático. Asciende al conocimiento por las negaciones de lo que no es,
para quedarse silencioso ante el Silencio divino del Inefable ( Aquel del que nada se
puede decir pues siempre será inadecuado). Por una extraña coincidencia este
monje fue conocido por el seudo Dionisio, o Dionisio sin el seudo durante mucho
tiempo, el mismo nombre del que creyó en discurso de Pablo en el Areópago.
Algunos pensaron que era el mismo personaje, pero al margen del error el discurso
del Areópago se dirige contra la mentalidad negativa extrema del Dios extraño
poniendo ante sus ojos el Dios cercanísimo.
30
Act 17,17-33
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31
Hans Jonas. Las religiones gnósticas. Ed Siruela 2ª edición marzo 2003 pp76-77
32
ibid. p.77
33
ibid. p. 78
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Una expresión sublime de este camino es la que expresa San Juan de la Cruz en su
vida y su expresión poética. Ciertamente no se trata más de una negación de sí
mismo para que se supriman las oscuridades de los sentidos y el orgullo, pero
también nos muestra al Dios escondido y encontrado más allá de toda ciencia. En
ellas se repite de muchas maneras el ver no viendo, toda ciencia transcendiendo.
Veámoslas.
Entréme donde no supe:
y quedéme no sabiendo,
N7. Y es de tan alta excelencia
toda ciencia trascendiendo.
aqueste sumo saber,
N1. Yo no supe dónde estaba, que no hay facultad ni ciencia
pero, cuando allí me vi, que la puedan emprender;
sin saber dónde me estaba, quien se supiere vencer
grandes cosas entendí; con un no saber sabiendo,
no diré lo que sentí, irá siempre trascendiendo.
que me quedé no sabiendo,
N8. Y, si lo queréis oír,
toda ciencia trascendiendo.
consiste esta suma ciencia
N2. De paz y de piedad en un subido sentir
era la ciencia perfecta, de la divinal esencia;
en profunda soledad es obra de su clemencia
entendida, vía recta; hacer quedar no entendiendo
era cosa tan secreta, toda ciencia trascendiendo34.
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.
N3. Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo.
toda ciencia trascendiendo.
N4. El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece,
y Su ciencia tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
N5. Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía:
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
N6. Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo 34
San Juan de la Cruz. COPLAS
jamás le pueden vencer; HECHAS SOBRE UN ÉXTASIS DE
que no llega su saber HARTA CONTEMPLACIÓN.
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
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2.3 Santo, Santo, Santo
Ya hemos visto la dificultad del lenguaje y de la razón humana para expresar la
esencia de Dios. La Santidad divina es una noción original y las palabras la alcanzan
muy limitadamente. En Hebreo se utiliza QDS Qadosh para llamar Santo a Dios. El
primer significado de este término es “separado” del mundo, mira el mundo
conocido y dice que Dios está más allá. El término hebreo procede de una antigua
palabra cuyo significado era “cortar”, o “separar”. Este es un primer sentido como
cuando dice: “No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no
hay refugio como el Dios nuestro” (1 Sam 2,2). O bien “Oh Señor, ninguno hay
como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus obras. Todas las naciones que
hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre” (Sal
86:8-10) y muchos otros lugares como el Salmo 99:1-3 o Isaías 40:25; 57:15.
Otro significado de Santo en la Sagrada Escritura es ser moralmente puro. Es
pureza y trascendencia. Es una pureza trascendental. “¿Quién subirá al monte de
Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón;
el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá
bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación” (Salmo 24:3-5). Y en la
expresividad de Isaías que es el profeta de la trascendencia divina dice: “Y el uno al
otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la
tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la
voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy
muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo
que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”
(Isaías 6:3-5).
Ahora bien, para Dios, ser santo es serlo en relación con cada uno de sus atributos.
Cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa un solo atributo. Por el
contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como
un sinónimo de Su deidad. Es decir, la palabra deidad va dirigida a todo lo que es
Dios. Nos recuerda que Su amor es santo, que Su justicia es una justicia santa, que
Su misericordia es una misericordia santa, que Su conocimiento es un conocimiento
santo, que Su espíritu es un espíritu santo. Quizá el contraste con la impureza
humana lleva a añadir a cada atributo la palabra “Santo” para aclarar que su amor,
su justicia, su misericordia etc. son superiores a como los vemos los humanos en
nosotros e, incluso, en nuestro razonar.
Moisés tuvo una especial experiencia de la Santidad de Dios. “Llegaron los hijos de
Israel, toda la congregación, al desierto de Sin, en el mes primero, y acampó el
pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua
para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra
Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos
delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto,
para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho
subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de
higueras, de viñas ni de granadas; ni aún de agua para beber. Y se fueron Moisés y
Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se
postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló
Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu
hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás
aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces
Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y
Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os
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hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó
la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y
sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: por cuanto no creísteis en mí, para
santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta
congregación en la tierra que les he dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las
cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos”
(Números 20:1-13). O bien, “Jehová dijo a Moisés: Sube a este monte Abarim, y
verás la tierra que he dado a los hijos de Israel. Y después que la hayas visto, tú
también serás reunido a tu pueblo, como fue reunido tu hermano Aarón. Pues
fuisteis rebeldes a mi mandato en el desierto de Zin, en la rencilla de la
congregación, no santificándome en las aguas a ojos de ellos. Estas son las aguas
de la rencilla de Cades en el desierto de Zin” (Números 27”12-14). El arca era el
símbolo de la presencia de Dios, un objeto muy santo (ver 2 Samuel 6:2), que
debía estar escondida en el lugar más santo del tabernáculo, “el lugar santísimo”.
De acuerdo a las instrucciones de Dios, debía ser transportada por los hijos de
Boaz, quienes la llevaron sosteniéndola sobre varas insertados en anillos (ver
Éxodo 25:10-22; Números 4:1-20). Nadie debía mirar dentro del arca, o morirían.
El día en que el arca fue transportada a Jerusalén, fue de gran gozo y alegría. Pero
habían olvidado cuán santa era el arca, porque era el lugar donde habitaba la
presencia de Dios. En lugar de transportar el arca de acuerdo a lo que la ley
instruía, ésta fue ubicada en un carro nuevo tirado por bueyes. Era una procesión
llena de júbilo. Qué momento tan feliz. Pero cuando los bueyes tropezaron y
parecía que el carro se daría vuelta, Uza se acercó para afirmarla. En forma
instantánea, fue muerto por Dios.
Isaías tiene una experiencia profética grande de la Santidad de Dios. “En el año que
murió el rey Ozías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus
faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis
alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el
uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda
la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con
la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que
soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de
pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejecitos.
Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido,
tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí
que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpió tu pecado. Después oí la
voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién ira por nosotros? Entonces
respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y
no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este
pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga
con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”
(Isaías 6:1-10).
Esto es precisamente lo que Dios le dio a Isaías —una revelación dramática de Su
santidad. Él vio al Señor sentado en Su trono, en lo alto mientras era exaltado. Los
ángeles que estaban bajo Él, eran magníficos y hablaban los unos con los otros,
diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra esta llena de
su gloria” (v. 3). La tierra tembló y el templo fue lleno de humo. Fue una visión
dramática de Dios y de Su santidad. La visión de la santidad de Dios, le hizo ver su
pecado al máximo y lamentarse de ello. Isaías confiesa que era un hombre “de
labios impuros” y que vivía entre un pueblo con el mismo mal. Uno de los serafines
tocó la boca de Isaías con un carbón encendido, limpiando simbólicamente su boca
y a él mismo. Vale la pena recordar que los serafines son los que más directamente
contemplan el amor de Dios y su santidad.
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En la mitología Cronos es un dios que se come sus propios hijos, lo que es un modo
mitológico de decir que es tiempo transcurre inexorablemente y nunca vuelve atrás,
que todo lo temporal es efímero, pasa, fluye. En la noción cronológica el tiempo es
lo marcado por el reloj, que a su vez lo que hace es medir el tiempo que tarda el
año solar y dividir años, meses, días, horas y segundos. ¿Es posible medir algo
menor que un segundo? Ciertamente y los cronómetros sencillos miden décimas,
centésimas y milésimas; pero afinando más se puede llegar a medir el instante que
son alrededor de 9.000 millones de partes (vibraciones del Cesio) y otras
mediciones aún más afinadas llegan a 10.000 millones de partes de segundo. Luego
el instante medible es 1/10.000.000.000, o sea 0.00000000001 de segundo. El
instante presente, que es el único realmente existente como accidente de la
substancia, es levísimo. Vivimos o existimos sólo en ese instante, que es casi nada,
pero no nada, porque la nada no existe, sólo es una palabra para enunciar el no-
ser, que evidentemente no es.
El Kairós es el aspecto subjetivo del tiempo. Muestra que hay tiempos fuertes o
tiempos débiles, tiempos que parece que se dilatan y otros que pasan sin dejar
rastro. Se le llama de muchos modos, pero un ejemplo nos puede servir, cuando se
vive un amor intenso el tiempo parece fluir de otro modo, también ocurre en las
fiestas y cuando se viven emociones intensas. A su vez, cuando el dolor se hace
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presente con intensidad parece más lento el discurrir cronológico, aunque no hay
mal que cien años dure, una noche de dolor puede parecer inacabable.
El tiempo se mide según el pasado, presente y futuro. Hemos visto que el único
realmente existente es el presente, el instante. El pasado no es, pasó y no volverá,
pero en el ser humano es importante, pues los hombres somos un ser cultural, es
decir con memoria. La personalidad viene marcada por el pasado propio, de los
predecesores, por la cultura de los siglos y milenios anteriores, por el clima. Somos
lo que se forjó en el pasado. El futuro es similar, no es, no existe aún, no tiene
entidad. Ahora bien, influye muchísimo en el ser humano pues marca su proyecto
de vida, su ilusiones, sus esperanzas, conscientes o inconscientes. Vivir sin
aspiración de futuro en puro presente que fluye, en carpe diem que agota el ahora
es vivir en la desesperación y el vacío. La Creación vive en tiempo, en lo efímero,
en la contingencia. Pero indudablemente el hombre tiene deseos que van más allá
del puro fluir. No aspira a vivir un tiempo infinito, pues sería agotador; ni un eterno
retorno de lo mismo en una aspiración repetitiva de los errores y agotamientos, es
morir mil veces, o infinitas veces. Sino que aspira a la novedad de vivir siempre de
amor. La experiencia dice que el amor pide duración, desea intensamente
eternidad. Pero, ¿qué es la eternidad?
¿Existen seres que tengan otro tipo de movimiento y que duren de otra manera?,
pues sí. El principal es Dios que al no tener que alcanzar una perfección que no
tenga, pues es toda la perfección, se puede decir que es inmutable, esto lleva a que
en Dios no hay tiempo, sino eternidad. La eternidad es la duración del ser perfecto
e inmutable, pero dicho de otra manera, que deja entrever mejor la perfecta
vitalidad divina, se la define que interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio
(vida interminable, perfectamente poseída con simultaneidad), es decir que la vida
eterna es tan perfecta vida, que en su actividad perfecta no cambia, sino que vive
simultáneamente toda perfección. Es necesario dar un salto que supere la
imaginación y la experiencia temporal que los hombres tenemos y pensar, ver con
la inteligencia, más allá de la fantasía lo que es vida perfecta, actividad que no cesa
en la novedad continua, plenitud tan completa que no puede alcanzar nada más,
pero que no cesa simultáneamente. En el cairos humano se intuye algo del amor
divino. Los cristianos podemos dar el salto al kairos divino que no es tiempo, sino
eternidad y podemos contemplar que Dios Padre eternamente está engendrando al
Hijo, dando toda su vida siempre y ahora y que Padre e Hijo espiran el éxtasis de
amor que es el Espíritu Santo que les da la novedad del amor, y les une en una
comunión de mutua entrega y donación que las Tres Personas son un solo y único
Dios, perfecta unión de amor. Eso es la eternidad, no sucesividad inacabable, que
nosotros entenderíamos como aburrimiento por no darse la novedad de amor
joven. La eternidad es pues, vida eterna, amor perdurable siempre nuevo.
Todo esto es compatible con que el tiempo del universo fuese infinito, pues esta
infinitud no es más que sucesiones de instantes medibles, limitados y efímeros.
Aunque algunos como Santo Tomás admiten el tiempo infinito del cosmos, porque
entiende la diferencia con la eternidad, actualmente nos movemos más bien en
entender la finitud de la duración del universo. Comienza hace 13.000 millones de
años y acabará con el desgaste entrópico de todas las energías. Aunque pueden
surgir nuevas teorías.
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La Revelación manifiesta «en el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1, 1),
«nos eligió antes de la constitución del mundo» (Sal 101, 26) y con palabras de
Jesús: «Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca
de ti antes de que el mundo existiese» (Jn 17, 5). La expresión ”principio” indica el
comienzo del tiempo, y el origen en Dios. Al indicar “antes” se utiliza el modo
humano y temporal de hablar para expresar realidades eternas, que no es preciso,
pero que es inteligible a los hombres, que es lo que se trata de conseguir.
Aristóteles entendió que la realidad temporal es un accidente de la sustancia, y que
si no hay cosas no hay tiempo, ni espacio. Pero la imaginación, no el pensamiento,
tiende a imaginar un espacio absoluto más allá de las cosas donde se contiene el
universo, y no es así, donde hay cosas hay espacio. Y con el tiempo igual, donde
hay cosas hay tiempo. Y el paso del tiempo a la eternidad al tiempo sólo se puede
hacer como una apertura de Dios que lleva a participar de su vida perfecta que
llamamos eterna.
Dios es eterno y explicación del ansia de perennidad del ser humano. La realidad
de la eternidad atrae al espíritu humano y confirma que si Dios no fuese eterno no
sería Dios.
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El Cristianismo enseña con claridad que Cristo murió y resucitó. San Pablo añade
con fuerza que si no fuese así ”vana sería nuestra fe” (1 Co 15). Cristo vive una
Vida nueva, una vida para no morir, una transformación del cuerpo unido a un alma
que está llena de gozo y poder. Ambos están unidos a la divinidad del modo
máximo posible para los humanos. Cristo resucitado marca un antes y un después
en la vida del hombre. Ser con Cristo –ser cristiano- equivale a vivir un nuevo
modo de duración. El cambio fundamental está en los modos de vivir esa Vida
nueva. De momento sabemos que hasta la Segunda venida de Cristo al final de los
tiempos sólo las almas perviven y los cuerpos se descomponen. En el final también
resucitarán los cuerpos. El amor antes de la muerte es lo que da sentido a todo el
vivir temporal. Este amor necesita purificación constante y superaciones nada
fáciles. El amor de la persona que ha muerto sin pecado mortal es amor sin mezcla
de egoísmo. De ahí el gozo del bienaventurado. La justicia en relación con los
demás seres humanos es plena, pues es amar y ser amado sin tasa; la prudencia
es consolidación en ya amor que no duda. No es necesaria la foraleza, ni la
templanza, ni la fe, ni la esperanza, pues es posesión de Dios mismo con todos los
deseos del corazón satisfechos y sin pasar pruebas o contradicciones. Es posesión
de Dios que se da al alma que ya puede darse y abrirse totalmente.
35
Von Balthasar. Gloria. I ed Encuentro. 1985, p. 22
36
ibid. p.23
37
ibid. p. 16
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38
Claudio Rodríguez. Don de la ebriedad. Clásicos Castalia. VII, 32-33 p. 116 y 117
39
ibid. I 1-4 p. 81
40
Edith Stein La estructura de la persona humana. p. 89
41
San Agustín. Confesiones. Libro 7,18
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la belleza artística, las musas, son el remedio que Zeus concedió para superar el
embotamiento del hombre, olvidado del origen divino del mundo e inmerso en su
visión rutinaria. Las relaciones entre Dios, la belleza y el arte han sido
recientemente (1999) retomadas por Juan Pablo II en su "Carta a los Artistas"
califica la obra de arte de "epifanía", manifestación por la belleza, de Dios. Empieza
hablando de la creación artística -y no se trata de arte sacro- como participación de
lo divino: "(vosotros, artistas), atraídos por el asombro del ancestral poder de los
sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra
de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio
de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto
modo asociaros".
Después de evocar un sugestivo hecho de la lengua polaca: "La página inicial de la
Biblia nos presenta a Dios casi como el modelo ejemplar de cada persona que
produce una obra: en el hombre artífice se refleja su imagen de Creador. Esta
relación se pone en evidencia en la lengua polaca, gracias al parecido en el léxico
entre las palabras stwóeca (creador) y twórcam (artífice)", concluye: "Dios ha
llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la
«creación artística » el hombre se revela más que nunca « imagen de Dios » y lleva
a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda « materia » de la propia
humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le
rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano
un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia
creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita
entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte
creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por
esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación
del mismo».
Toda belleza lleva a la Belleza que es Dios, aunque no puede decirse lo mismo de
todo lo que queremos llamar arte, si se puede extender al arte, aunque nos sea
sacro esta potencia de llevar a Dios. De ahí que se pueda decir con la beata Isabel
de la Trinidad que adorar es “amor extasiado ante la belleza” con gran acierto, si se
alcanza a ver así a Dios se producirá este arrebatamiento que ennoblece al hombre.
42
1 Jn 1:5
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sigue al asombro con que habla de la Encarnación del Verbo: “Lo que existía desde
el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida -pues la vida
se ha manifestado y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos
la vida eterna, que estaba junto al Padre, y se nos ha manifestado-; lo que hemos
visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”43. Esta gran
revelación de Dios como Verbo que se hace hombre y que es Luz sin tinieblas es
conectada de inmediato con el comportamiento moral más que con el gozo del
conocimiento teórico: “Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo. Si
decimos que tenemos comunión con El, y sin embargo caminamos en tinieblas,
mentimos y no practicamos la verdad. En cambio, si caminamos en la luz, del
mismo modo que El está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos los pecados y
purificarnos de toda iniquidad”44. Y en una escalada creciente conecta el Verbo, la
Luz y el Amor que camina entre las tinieblas formadas por el pecado, no sólo por la
ignorancia señalando la senda de salvación “Quien dice que permanece en Dios,
debe caminar como él caminó. Queridísimos, no os escribo un mandamiento nuevo,
sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio: este mandamiento
antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un
mandamiento nuevo -novedad que se verifica en él y en vosotros-, porque las
tinieblas van desapareciendo y brilla ya la luz verdadera. Quien dice que está en la
luz y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su
hermano, permanece en la luz y no corre peligro de tropezar. En cambio, quien
aborrece a su hermano está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde
va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”45. La relación entre tiniebla y pecado
es clara y caminar en la luz es el obrar moral bueno ayudado por la gracia divina
que ilumina la mente y el corazón.
Si volvemos a los precedentes del gnosticismo anterior al cristianismo, para que no
existan influencias cristianas, es fuerte el simbolismo de la Luz y las tinieblas que lo
llena todo. En concreto en ambiente iranio y mandeo se habla de la “primera Vida
extraña que es la del “Rey de la Luz” cuyo mundo es “un mundo de esplendor y de
luz sin oscuridad” un mundo de rectitud sin turbulencias. Mani, aunque se llama
cristiano, toma de los mandeos habla de dos seres en el comienzo del mundo, el
primero era la Luz, el segundo la Oscuridad, y el mundo era una mezcla de luz y de
oscuridad, con prepronderancia de la oscuridad. Hermes dirá “alejaos de la luz
sombría””46. Sin embargo es Plotino el que hace una teoría más completa sobre la
luz en una ascensión interna de los Muchos al Uno siendo los primeros peldaños la
ética, sigue la teoría y concluye la mística.
En clave cristiana dice el pseudo Dionisio que toda luz procede del Padre47,
siguiendo las palabras de Santiago: “todo buen don y toda dádiva perfecta viene de
arriba, desciende del Padre de las luces”48. Es decir, el Padre es y da Luz, es la
43
1 Jn 1:1-3
44
1 Jn 1:4. 6-9
45
1 Jn 2:6-8
46
Hans Jonas. Las religiones gnósticas, p.92.
47
Pseudo Dionisio Areopagita. Las jerarquías celestes. Ed BAC 1995 p. 119
48
Sant 1,17
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Fuente de toda Luz. Pero pasando al Hijo llama a Jesús “Luz del Padre” pues es “la
luz verdadera que ilumina a todo hombre”49
Con este horizonte muestra a Dios diciendo: eevémonos sobre esta profusión
luminosa hasta el puro Rayo de Luz en sí mismo. Por supuesto, este Rayo de Luz no
pierde nada de su propia naturaleza, ni de su íntima unidad. Aún cuando actúa y se
multiplica exteriormente como es propio de su bondad, para ennoblecer y unificar
los seres que están bajo su providencia (idea tomada de Proclo), sin embargo
permanece interiormente estable en sí mismo, absolutamente estable en identidad
inmóvil”50. La influencia de la filosofía neoplatónica es clara, pero cristiana
totalmente.
Si damos un paso más en esta línea, podemos aprovechar el simbolismo de la Luz
en el conocimiento de Dios en sí mismo mostrándole según diversos aspectos
personales. El Padre es la Fuente de la Luz. El Hijo es la Luz de Luz. El Espíritu
Santo es el Iluminador de las profundidades divinas. De otro modo. El Padre es Luz.
El Verbo es el que ilumina a todo hombre, recibiendo la Luz del Padre. Es Espíritu
Santo es el portador de la Luz a los hombres recibiéndola del Padre y del Hijo.
La noción de dar sin consumirse es asequible al simbolismo de la Luz. También la
de alegría y amor. Por supuesto, la de inteligibilidad suprema. Y derivada a la
creación de superadora de las Tinieblas que han inundado la Creación luminosa por
el fiat Lux
49
Jn 1,9
50
Pseudo Dionisio Areopagita. Las jerarquías celestes. Ed BAC 1995 p.120. los velos en que se oculta la
luz son la Sagrada Escritura y la Liturgia. Además de la incapacidad humana para sostener la mirada sin
deslumbrarse
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que la gloria de Dios: "Cuando te queden sometidas todas las cosas, entonces el
mismo Hijo se sujetará a quién a él todo se lo sometió, para que sea todo en todas
las cosas" (1 Co 15,28) Por eso exhorta el apóstol a no dar un paso que no sea
encaminado a la gloria de Dios: "Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa,
hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Co 10,31) "por cuanto que en Él nos eligió
antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante
él, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza de su gloria" (Ef 1,4-6).
Cristo es "el esplendor de la gloria del Padre" después de una breve humillación fue
coronado de gloria (Heb 1,2;2,7.9).
San Ireneo nos dará una aportación importante para captar lo que es la gloria de
Dios: "Gloria Dei vivens homo", la gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del
hombre es la visión de Dios. Esta luz por una parte aleja de considerar a Dios como
un ser lejano de los hombres, como un rey que recibe el tributo de los hombres en
una especie de autocomplacencia. La gloria de Dios es vivir en nosotros, es que
tengamos vida eterna, la suya; es endiosarnos. Esa gloria de Dios es gozo en Dios
por la alegría del triunfo del hijo libre, que puede ser díscolo, pero que ha triunfado
y ama como Dios, es el mismo Dios en cierta manera, como dice San Gregorio de
Nisa. Es el endiosamiento bueno que será perpetuo en la vida de la gloria perpetua
que es el cielo.
En resumen, la consideración del esplendor de la gloria de Dios no es sólo la
admiración de su infinita perfección; ni tan sólo la adecuación del fin personal de
cada uno con el fin general que es Dios mismo. Existe una tercera consideración: la
gloria de Dios es la del Padre que ve alcanzar la perfección y amor al hijo. La gloria
de Dios es el gozo del Hijo que ve a sus hermanos ganados al precio de la sangre
de Cristo que vuelven al padre y reciben una vida nueva. La gloria de Dios es la
alegría del Espíritu Santo de poder obrar con libertad en aquellos que ya se mueven
en la relación con el Padre de una manera libre y amorosa
51
Edith Stein La estructura de la persona humana. Ed Monte Carmelo, p. 82
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52
LeonardoPolo. La persona humana y su crecimiento 2ª edición 1999. Eunsa Pamplona p.114
53
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp Madrid1976. p. 429
54
Benedicto XVI encíclica Deus Caritas est. n.7
55
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp. Madrid 1976. p. 428
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persona endurecida en el mal siente aversión al Bien y a los que viven moralmente
bien. En tercer lugar viene la unión, la koinonía, la participación en la pericorésis
trinitaria, el que el yo se une con el tú, sin dejar de ser un yo personal, es más,
siendo más rico, porque el amado, otro yo, le llena su intimidad. A la apertura del
ágape (salir de sí mismo, éxtasis) viene la recepción y plenitud del enriquecimiento
de la comunión espiritual: entenderse, quererse, gozar de la alegría de ser querido
y de querer, sin mentiras ni utilitarismos, ser querido por uno mismo, no por lo que
se tiene, sino por lo que se es. Y se dilata el yo personal para dar más, porque
tiene mucho más riqueza y el crecimiento recíproco es exponencial. Esta
manifestación del amor corresponde al trascendental unum, seguida y acompañada
del verum, que en realidad, es indispensable en todos los niveles, pues evita las
mentiras y los engaños, asesinos del amor. Una belleza falsa puede atraer, hasta
que se quita la máscara. Un darse con motivos no rectos durará lo que dure el
engaño, hasta el descubrimiento de que no se puede dar así por que se sabe
utilizado, no amado. La unión lleva a superar todas las mentiras que históricamente
acumula el ser humano, hasta alcanzar la verdad eterna que permite que el unum
sea pleno según la Unidad divina es una porque las Tres Personas son amor pleno y
verdadero con distintas personalidades.
El ágape es dar o, incluso, darse, pero desconoce que el amado también necesita
ser amante que también puede y necesita dar y darse. Está en el buen camino,
hacer crecer a la persona que ama, pero también es insuficiente. En ámbito griego
tiene sentido, pero los cristianos lo amplían: “Agape, como sustantivo adquirió
carta de naturaleza en griego bíblico allí se toma en sentido absoluto como en 1Jn
4,18: "en el amor no hay temor, porque el amor perfecto desecha el temor". En el
amor ¿a quién? Habría que preguntar. ¿O quizá quiere decir en el amor de quién?,
del otro como amante. Amar también es dejarse amar por quién es digno, sin ello
se daría un orgullo oculto”56.
Philein va más allá que ágape y eros, pero no bastan para mostrar la riqueza del
amor humano. ¿Qué falta pues? Recordar que el acto de ser que constituye a la
persona es participación del Esse divino, y el Esse divino – Dios - es “una corriente
trinitaria de amor”57 vive una koinonía, comunión plena y total hasta el Uno
perfecto que es el Dios único. La maravillosa idea de pericoresis περιχορεσισ nos
lleva vislumbrar lo que es el Amor en su realidad plena de unión y comunión.
Sin embargo, separar eros y ágape es peligroso y no real. Ha existido en la filosofía
y en la teología “distinciones se han radicalizado hasta el punto de contraponerse
entre sí: lo típicamente cristiano sería el amor descendente, oblativo, el agapé
precisamente; la cultura no cristiana, por el contrario, sobre todo la griega, se
caracterizaría por el amor ascendente, vehemente, posesivo, es decir, el eros. Si se
llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedaría
desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y
constituiría un mundo del todo singular, que tal vez podría considerarse admirable,
pero netamente apartado del conjunto de la vida humana. En realidad, eros y
ágape –amor ascendente y amor descendente- nunca llegan a separarse
completamente”58. Dios es donación total, pero también es gozo infinito. Separar
en Dios estas realidades del único amor llevaría en los humanos o al amor como
amor propio exclusivamente, o al amor que reniega de la felicidad. Ambas son
posturas no aceptables. Mirando la Biblia, aunque se pueda decir que son formas
56
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales. Ed Rialp. 1976. p. 429
57
Beato Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp Madrid n. 85
58
Deus Caritas est n.7
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antropológicas de hablar se puede afirmar (Oseas, Ezequiel y otros) que Dios “ama,
y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es
también tota1mente ágape”59. Y añade Benedicto XVI: “el eros es ennoblecido en
esta visión de Dios”60
También es de gran importancia para avanzar en el conocimiento del amor de Dios
lo que los teólogos griegos llaman pericorésis y los latinos circumincessio; que
podemos expresar como comunión perfecta. Cada Persona divina está totalmente
en las otras dos en un acto de amor tan perfecto y unitivo, que integran
eternamente un solo Dios único, valga la redundancia. Un Dios que es Uno, pero no
solitario. Más que decir que Dios Uno también es Trino, es mejor decir que Dios
Trinidad tiene que ser Uno por la unión de amor perfecta entre los Tres. Un Dios en
que su gozo eterno es amar perfectamente –dar, darse y dar ser-. El Padre como
Padre –amor originario, fontal, engendrador, Amante-; El Hijo como Hijo –Amado,
Verbo, Palabra, Modelo, Logos del Padre-; El Espíritu Santo como Don del Padre
principalmente y Don del Hijo – Vínculo, Don, Dador de Vida, Dedo del Eterno
Padre, Condilecto, Tercero en el Amor, Amador-. Así se abre a los ojos un misterio
que nunca se acaba, ni puede ser agotado, pero en el que lo que se conoce es
altamente enriquecedor para conocer al hombre como persona, y también a toda
la Creación.
Hablemos ahora de lo que conocemos de la Santísima Trinidad para pasar después
al hombre pues así se explica con más profundidad y amplitud el amor en el
hombre61. Siguiendo unas descripciones de Bruno Forte de gran calado teológico.
Dios, el Padre, es amor, esta afirmación conduce a las profundidades divinas. En la
salvación corresponde al Padre la iniciativa del amor, su amor es un amor fontal,
una fuente que mana eternamente. El Padre es el principio, la fuente y el origen de
la vida divina. No engendrado, no creado, su innascibilidad es no tener origen, es el
principio en cuanto que es Aquel de quien otro procede. Sólo Él puede sin motivo o
causa empezar a amar (salvando el lenguaje del tiempo para la eternidad). Dios
ama desde siempre y para siempre, comenzó a amar desde la eternidad. Nunca
fallará a su fidelidad en el amor, es una total espontaneidad, fontalidad, creatividad
inagotable del amor divino. El Padre es eterno origen del amor, Aquél que ama en
absoluta libertad, desde siempre y para siempre libre en su amor, el eterno Amante
con la gratuidad más pura del Amor
59
Ibid. n. 9
60
Ibid n. 10
61 La afición de la mitología al número tres se explica teniendo en cuenta que el Creador mismo ha grabado en la
naturaleza y en el hombre la triplicidad. Veamos la exposición de Pitágoras El número Uno no tiene experiencia del
otro, y ha de convertirse en otros para conocerse a sí mismo, aunque todos le contienen a él, i se divide al extremo
llega hasta el infinito, y entonces puedes decirse que el Uno es Todo. El ofidio que se muerde la cola. El Ourobouros
El Dos es el otro del Uno, no ya su reflejo, sino algo distinto es entidad propia y femenina. El Uno es al Sol como el dos
es a la Luna. A veces es complemento y otras es oposición, puede ser sombra y, entonces, mal. La serpiente enemiga
de Osiris El mundo inferior a los cielos. El averno de los muertos. El Dos multiplicado por uno es dos. Necesita el Tres
para crear.
El Tres transciende la dualidad. Es el número mediador. Es la progresión cíclica. Nacimiento, culminación, muerte. Es
el enigma de la esfinge. La naturaleza es trinitaria. Simboliza claramente la acción creadora.
Siendo Dios necesariamente trinitario, el ser, hasta lo irás profundo, tiene que ser también trinitario. Como quiera que
el ser creado es una participación en el ser divino, tendrá que reflejarse en aquél, de alguna manera-de un modo que
en definitiva sólo el creyente puede comprender-, la estructura necesariamente trinitaria del ser divino, del ser
simplemente tal. Sería cosa extraña que la conciencia humana no percibiese nada de este estado de cosas. Como
quiera que los mitos de los pueblos son una comprensión intuitiva del mundo y de su ser creado por Dios, en ellos se
vislumbra, aunque envuelta en el error, la verdad divina. Además, se puede admitir que Dios comunicó una Revelación
de su vida interna trinitaria al género humano que existía en Adán y Eva y que el género humano ya no olvidó del todo
esa verdad. En los mitos de los pueblos resuena con mayor o menor intensidad el eco de esta Revelación divina.
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desborda del Padre y se derrama en el Hijo, que al recibirlo es uno con el Padre,
porque dado por él, el Espíritu es amor que se distingue del eterno Amante; otro
respecto del Hijo. La suya es la relación de las relaciones garantiza la distinción y
constituye la unidad del ser divino como aquel acontecimiento que es el amor
mismo
Dios Padre derrama su Espíritu sobre su Hijo que a su vez lo entrega al Padre en el
momento de la cruz y una vez que ha recibido en plenitud en la hora nueva de la
pascua y lo da a toda carne. El Espíritu es aquel por quien se consuma la
comunicación de Dios. Es sobreabundancia del amor divino, plenitud desbordante,
éxtasis de Dios, Dios como pura excedencia, Dios como emanación de amor y de
gracia64.
64
cfr. Bruno Forte. La Trinidad como historia. Ed Sígueme. Salamanca 1996 pp 91-99
65
E. C. Rava. Diccionario de teología. “En el mundo griego, el hombre no se considera persona, en
cuanto que está sometido al destino y no puede romper el círculo de la necesidad. En la Biblia no aparece
el término persona, pero toda la revelación judeocristiana pone en evidencia fuertemente la dignidad del
hombre ante a Dios, que toma conciencia de sí mismo y de su propia existencia irrepetible en virtud del
diálogo que Dios creador establece con él. También Dios se revela desde el principio de la creación como
persona, creador libre, lleno de sabiduría y de amor (Gn 1-2). En los primeros siglos de la Iglesia se
utilizó el término persona para aclarar el misterio de la Trinidad. Tertuliano fue el primero en introducir
este término para explicar la fe cristiana en Dios (Adversus Praxeam 6, 1 : 7, 8). Los Padres griegos, en
sus controversias trinitarias, en vez del término persona (prosopon) -interpretado por Sabelio como simple
apariencia- utilizan la expresión hypóstasis, traducida por suppositum o subsistentia, en cuanto que indica
una realidad objetiva, y afirman que en Dios hay realmente tres modos diversos de poseer la misma
naturaleza divina. A continuación, en las controversias cristológicas se distingue entre persona y
naturaleza, para expresar que las dós naturalezas plenas y perfectas, divina y humana, subsisten en la
única persona del Verbo (unio hypostatica).
En el siglo VI, en un tratado de Severino Boecio sobre las dos naturalezas de Cristo, se encuentra la
primera definición de persona en la que se inspira toda la Edad Media: «Persona est naturae rationalis
individua susbstantia» (De duabus naturis, 3). En el período escolástico, Ricardo de San Víctor propone
modificar la definición de Boecio en cuanto que el concepto de individuo no conviene propiamente a
Dios; por eso define a la persona como: «intellectualis naturae incommunicabilis existentia» (De
Trinitate, 1. 1V, c. XXII).
Santo Tomás destaca la dignidad propia del subsistir en una naturaleza espiritual, que se realiza de modo
eminente en Dios. Por eso, «persona significat id quod est perfectissimum in tota natura» (S. Th. 1, q. 29,
a. 3). Aclara además que la substancia individual de la definición de Boecio, aplicada a Dios, no significa
la individuación de la materia, sino la incomunicabilidad del ser divino. Desarrolla también el carácter de
relación de las personas divinas, dado que su distinción proviene de su diversa relación de origen. Este
carácter relacional no es algo accidental, sino que pertenece a la misma substancia divina; por eso, Tomás
afirma que « la persona divina significa la relación en cuanto subsistente» (S. Th. 1, q. 29, a. 4). En el
ámbito antropológico, fundamenta la unicidad de la persona humana en cuanto que la misma alma
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Es de gran valor la aportación de Santo Tomás que, al entender el Ser como Acto,
pues así se puede entender mejor que el hombre –imagen de Dios- participa de ese
acto; y de ahí viene la dignidad y la fuerza de cada persona, con un valor por sí
misma y capaz de desplegarse en una riqueza de acciones que impresiona. Veamos
algunos de testimonios de esta riqueza. Fernando Ocáriz dice a este respecto:
“supuesta la naturaleza espiritual, ¿cuál es el constitutivo de la personalidad? De
acuerdo con Santo Tomás, la respuesta es inmediata: el acto de ser, que es la
perfección última y actualidad fundante de la naturaleza y de todas las
determinaciones accidentales de la persona”66.
Se puede usar la palabra acto y la palabra ser, pero no todos la entienden igual,
según se entienda se comprenderá lo íntimo del ser humano pues lo que le
constituye como persona es el acto de ser participado del mismo Dios67 –Ipsum
Esse Subsistens- , así será posible avanzar por esa línea que busca conocer y
conocerse. Un paso lo dan Cardona y Kierkegaard cuando utilizando un lenguaje
más accesible dicen que el hombre es “Alguien delante de Dios”, es decir, no algo,
ni sólo un individuo de un colectivo, sino alguien único, irrepetible, con dignidad por
el sólo hecho de existir, no tanto por sus dotes intelectuales, físicas o de cualquier
tipo, sólo por ser hombre. Decir delante de Dios indica que no se trata de un ser
aislado o autónomo, irresponsable, desgarrado, o arrojado a la existencia, o
absurdo, sino que su relación fundamental es situarse cara a cara con Dios; o dicho
de otro modo, como dos seres libres que se piden mutuamente amor, el hombre
desde el tiempo y la historia y Dios en su eternidad. “Este hombre es hombre
porque tiene la naturaleza humana. Es este hombre porque esa naturaleza humana
está individuada en cuanto la forma substancial (el alma) informa una materia
cuantitativamente determinada y así distinta. Pero en definitiva este hombre es
porque tiene acto de ser, por el que esta naturaleza humana subsiste realmente y
es sujeto de su vida y de sus actos, y es 'alguien delante de Dios', es persona”68, y
es libre, capaz de amar y capaz de pecar69. Esta apertura vertical de la persona se
espiritual es la forma substancial del cuerpo y el principio de toda perfección; el alma y el cuerpo son
constitutivos de la persona humana. El Magisterio de la Iglesia ha tomado de forma definitiva el término
«persona» para formular los dogmas de la Trinidad y de la encarnación del Verbo.
66
Fernando Ocáriz. Naturaleza, gracia y gloria EUNSA. Pamplona. 2000. p.47
67
San Juan de la Cruz expresa su experiencia mística de la presencia de Dios en lo íntimo de un modo
poético: “(Dios) esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser de tu alma (...). ¿Cómo no lo
hallo ni l siento? (...). Por que está escondido y tú no te escondes (...) hasta lo escondido donde él está.
Quedando escondido con él sentirá como escondido (...) y le amarás y gozarás en escondido y te
deleitarás con él escondido” Cántico espiritual (1,6-10)
68
Carlos Cardona Metafísica del bien y del mal. Ed Eunsa. p 73
69
Kiekegaard con el seudónimo de Anticlimacus. “Anticlimacus llama yo teológico a la conciencia que se
da cuenta de encontrarse delante de Dios. El yo es siempre un individuo delante de Dios. La
desesperación potenciada, es decir el pecado, está también siempre delante de Dios. Si esto es el
pecado, lo contrario del pecado no es la virtud, como pensaban los antiguos, sino la fe. La única cosa del
mundo que puede extirpar la desesperación es la fe: el fundarse transparente del yo en la potencia que
lo ha puesto.
Esta contraposición pecado-fe es propiamente cristiana. Para Sócrates el pecado es ignorancia. Pero si el
pecado es ignorancia verdaderamente no existe, porque todo pecado es consciente. Según Anticlimacus
el concepto que indica el divortium acquarum entre paganismo y cristianismo es precisamente el
concepto de pecado(18). En la cosmovisión griega, si uno hacía el mal era sólo porque no había
comprendido bien que aquella acción era un mal. En el cristianismo, por el contrario, se hace el mal
porque no se desea comprender, o porque, incluso comprendiendo el bien, no se desea realizarlo.
Nosotros, cristianos, conocemos las raíces del pecado por una revelación divina: si faltara esta
revelación caeríamos en el paganismo. Por lo tanto, Anticlimacus completa la definición de pecado del
modo siguiente: «el pecado es, después de haber sabido por medio de una revelación divina qué es el
pecado, delante de Dios o desesperadamente no querer ser sí mismo, o desesperadamente querer ser sí
mismo»(19).
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extiende a los demás seres humanos de tal modo que Polo llega a llamar a la
persona co-ser, es decir, persona que no puede ser sin el otro, que es co-
existencia. Como la expresión nos parece algo que confunde no la usaremos, pero
es muy sugerente y verdadera.
La persona humana es lo radical. Sus rasgos radicales no se reducen a lo propio de
la naturaleza humana . La persona es alguien, el ser irrepetible e irreductible a la
humanidad, a lo común de los demás hombres. Es de la naturaleza humana la
corporeidad, la razón, la voluntad, pero no la persona. Los griegos desconocieron
este hallazgo, pero los modernos lo olvidaron. No así los cristianos
Un segundo paso es considerar si los ángeles son personas. Todos los hombres
tienen la misma naturaleza, no hay hombres esencialmente superiores o inferiores
(α, β, ε como dice Aldous Huxley en su Mundo feliz). Pero cada hombre es distinto
de los demás, es alguien, veíamos más arriba. Su individualidad le viene de su
cuerpo, pero no su personalidad. Es fácil que se puedan confundir las dos
realidades que hacen de un hombre una persona, Pero en el caso de los ángeles no
es así. Son espíritus puros, no tiene cuerpo. No se multiplica la naturaleza de cada
ángel por la multiplicidad de cuerpos. Cada ángel agota toda la naturaleza espiritual
recibida al ser creado. Su ser persona reside también en acto de ser que participa
del Esse divino. Cada uno es Alguien ante Dios y para siempre. Libre, inteligente,
con voluntad y afecto. Pero conocerles como personas nos ayuda más a conocer a
todas las criaturas y al Creador. Santo Tomás distingue entre esencia y existencia
con distinción real. La persona es alguien porque tiene ser, porque su intimidad
más profunda participa de la divinidad. Este acto de ser angélico es el que da ser a
esa esencia, que sin él no sería más que algo posible.
En Dios, puro espíritu, no se da esa composición. La esencia de Dios se identifica
con su existencia, es simplicísimo. La consecuencia es que Dios es el Ser más
personal, es más Alguien que todos los que tenemos la conciencia de que no somos
cosas. La Revelación nos habla de que la personalidad de los ángeles está
enormemente abierta a Dios y a los hombres. Esta apertura, misión, sentido de su
creación, nos muestra más sobre la noción de ser personal puramente espiritual.
No se trata de ser en un individualismo sin relaciones en la propia especie. Sino de
un ser personal tan rico que puede abrirse o cerrarse de un modo instantáneo a
todas las especies.
El pecado no es una negación sino una posición. Lo característico del pecado reside en la conciencia de
encontrarse delante de Dios y en la obstinación de mantenerse en una autoposición, con la vana
pretensión de una autofundación. En la deseperación potenciada, el pecado puede revestir dos formas.
El hombre puede desesperar del propio pecado: el pecado quiere ser coherente consigo mismo, no
quiere tener nada que ver con el bien, quiere encerrarse en sí mismo. Si el pecado es ruptura con el
bien, desesperar del proprio pecado es ruptura con el arrepentimiento(20).
El hombre puede también desesperar de la remisión de los pecados. Es el pecado del escándalo, y es un
pecado del yo que se encuentra no ya delante de Dios, sino más en concreto delante de Cristo”
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En el gnosticismo de Valentín que tiene algunos rasgos cristianos se dice que Dios es el Espíritu
indestructible e inmutable, su nombre es Pre-principio, Pre-Padre y Abismo. Con él estaba la Ennoia
(Pensamiento), también llamada Gracia y Silencio. Ambos alumbran el intelecto (Nous) único capaz de
abarcar la magnitud del padre, y se llama también Unigénito, Padre y Comienzo de todas las cosas.
Junto a él fue emitida la Verdad (aletheia) que forman la primera tétrada: Abismo, Silencio, Intelecto y
Verdad
El intelecto con la Verdad emite la palabra y la Vida, que a su ve z, emiten al hombre y la Iglesia. Ésta
es la Ogdóada primigenia. Estos con otros 22 eones constituyen el Pléroma.
La crisis de este Pléroma se da cuando Sofía el último de los eones y el más joven da un salto al querer
conocer al Incomprensible. En su caída y recuperación engendra la materia cuya sustaqncia es
ignorancia, tristeza, temor y estupor y de ahí se origina la angustia y el Terror, el Error y el Vacío.
La salvación de ese conjunto de males en que estará encadenado el espíritu humano que es parte divina
sera el conocimiento. Nunca se habla de pecado, ni de amor.
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causa empezar a amar (salvando el lenguaje del tiempo para la eternidad). Dios
ama desde siempre y para siempre, comenzó a amar desde la eternidad. Nunca
fallará a su fidelidad en el amor, es una total espontaneidad, fontalidad, creatividad
inagotable del amor divino. El Padre es eterno origen del amor, Aquél que ama en
absoluta libertad, desde siempre y para siempre libre en su amor, el eterno Amante
con la gratuidad más pura del Amor
El Amor del Padre no es egoísta, sino que es generador, originante, fecundo.
Amando Dios se distingue: es Amante y Amado, Padre e Hijo. Es el Padre por
esencia, la paternidad le distingue de las otras personas. Eternamente está
engendrando por amor al Hijo de un modo tan perfecto que el Hijo es consustancial
con el Padre que le da toda su vida. El Padre sale de sí mismo totalmente en
desbordante generosidad del Primer Amor
Más allá del Hijo el Amor que engendra al Hijo sigue procediendo amor; amar es
transcender al otro, no para amarlo menos sino para amarlo más. El Amor del
Padre, fuente del Amado, el Hijo, es también fuente del tercero en el amor, el
Espíritu. El Espíritu Santo es el éxtasis de amor del Padre ante el Hijo y del hijo al
contemplar al Padre. Es el condilecto en el amor. Es el vínculo personal de la
comunión mutua del Padre y del Hijo. Es el don personal de su generosidad
absoluta, en Él la Trinidad se hace donante y acogedora. El Padre, Amante eterno,
es fuente del Espíritu no sólo como amor unificante, sino como amor abierto y
acogedor y espira al Espíritu como don.
Esta libertad amorosa del Padre es el origen de la creación y la razón más profunda
de la libertad de las creaturas. Su iniciativa amorosa no cede ni ante el ingrato o el
infiel
El Hijo es el Amado. Jesús nos revela la intimidad divina especialmente en la
muerte y la resurrección en la pascua. Pero fijémonos sólo en que es preexistente
al mundo creado, es el Verbo del Padre, su Palabra eterna. Lo característico suyo es
nacer de otro, ser amado, en el Hijo reside la receptividad del amor. El Hijo es
acogida pura, eterna obediencia de amor; él es el amado antes de la creación del
mundo. El eterno Amante se distingue del eterno Amado, procediendo de él por la
plenitud desbordante de su amor; el Hijo es el otro en el amor, sin él no existiría en
amor como don. El acto eterno de la generación es el eterno nacimiento de su Hijo
que no nace de la nada, ni de una sustancia cualquiera sino del seno del Padre, es
decir de su sustancia. El Hijo es el Verbo, la Imagen transparente y radiante de la
suya. La creación e tiene en el Verbo su fundamento.
Pero el Padre no es el Hijo, el Amante no es el Amado, sin esa alteridad sería Dios
soledad absoluta, egocentrismo infinito. Dios es dar en el Padre y también
receptividad, dejarse amar eternamente. Al crear el amor se hace vulnerable al
pecado. Corre el riesgo de la libertad. El dolor divino es perfección del amor como
se ve en Jesús, pero es desde la intimidad divina
El Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo que procede de los dos, porque su
distinción ha quedado asumida en una unidad más alta del amor que procede del
Padre y que, descansando en el Hijo, vuelve a su origen sin origen. El Espíritu
Santo es el vínculo personal de comunión distinto del uno y del otro. El amor divino
es oblativo, apertura plena. El Espíritu realiza la verdad del amor divino,
demostrando cómo el verdadero amor no es nunca cerrazón o posesividad, sino
apertura, don, salida del círculo de los dos. El él se da la apertura de lo que es
divino a lo que no es divino. Es también el éxtasis de Dios hacia su otro: la criatura.
En el Espíritu el Amante y el Amado se abren a la creación y a la salvación
El Espíritu es aquél que abre el mundo de Dios al mundo de los hombres. El Espíritu
recibe del Padre principalmente y del Hijo, en cuanto que el Hijo es dado por el
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Padre ser el vínculo de unidad del Padre y del Hijo es el tercero en el amor, aquel a
quien el Padre ama por el Hijo, más allá y por medio del Amado, siendo por eso
mismo personalmente el don del amor, el éxtasis del Amante y del Amado, su
apertura, el termino de su entrega, otro respecto a los dos. Es el amor que
desborda del Padre y se derrama en el Hijo, que al recibirlo es uno con el Padre,
porque dado por él, el Espíritu es amor que se distingue del eterno Amante; otro
respecto del Hijo. La suya es la relación de las relaciones garantiza la distinción y
constituye la unidad del ser divino como aquel acontecimiento que es el amor
mismo
Dios Padre derrama su Espíritu sobre su Hijo que a su vez lo entrega al Padre en el
momento de la cruz y una vez que ha recibido en plenitud en la hora nueva de la
pascua y lo da a toda carne. El Espíritu es aquel por quien se consuma la
comunicación de Dios. Es sobreabundancia del amor divino, plenitud desbordante,
éxtasis de Dios, Dios como pura excedencia, Dios como emanación de amor y de
gracia
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son dignos de adoración. “pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado
al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio poder de juzgar”(Jn 5, 26-27). Aquí el paso
es del conocer, amar y adorar a la vida, pues ambos la tienen en sí mismos, pero el
Hijo dada por el Padre, además del poder de juzgar como hombre a la Humanidad.
“No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha
visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna” (Jn
6, 46-47). Sólo le ha visto el Hijo y se llega al Padre por la fe. Sí cabe que como
toda la creación y la historia es un reflejo e imagen de la Trinidad, los espíritus
más perspicaces la adviertan con la ambigüedad del que tiene un mundo
conceptual panteísta o dualista, que frenan la abertura a la Revelación del Dios
personal a través del Hijo. Por eso ante la pregunta “¿Dónde está tu Padre? Jesús
respondió: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais
también a mi Padre” (Jn 8,19). Por eso al hablar de sí mismo como enviado desvela
algo más de la intimidad eterna de la divinidad, “Jesús les dijo: En verdad, en
verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, yo soy” (Jn 8, 58). La eternidad que
siempre ha sido una realidad especialmente difícil para los hombres que suelen
entender casi todo en el tiempo y cuando hablan de eternidad les cuesta dar el
salto a una realidad nueva, muchísimo más real que el fluidísimo tiempo.
Otro dato insistente es el conocimiento mutuo entre el Padre y el Hijo: “Como el
Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre” (Jn10,15). Hasta que llega al
summum de la Revelación del Padre y el Hijo: “Yo y el Padre somos uno” (Jn
10,30). El amor divino no puede ser egocéntrico sino abierto al Tú y a la donación
más perfectamente que el amor humano. Esta unión amorosa la explica aún más
diciendo: “el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,58). La presencia de uno en
otro es total en su intimidad espiritual. Aunque luego dirá que “el Padre es mayor
que yo” (Jn 14,28) en una primacía de origen y de generación en cuanto al Verbo y
de Dios al hombre en cuanto a la humanidad de Jesús. Esta unidad tiene un tercero
en el amor, “Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las
obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las
obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que
pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me
pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis
mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque
no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está
en vosotros” (Jn 14, 11-17).
Más adelante aclarará la donación del Padre que es el Espíritu Santo, “el Paráclito,
el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todo y os
recordará todas las cosas que os he dicho” (Jn 14, 26); “Cuando venga el Paráclito
que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del
Padre, El dará testimonio de mí” (Jn 15,26). La revelación del Espíritu Santo
completa la revelación del Padre y del Hijo a los hombres y en la intimidad divina.
“Y cuando venga El, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado,
porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de
juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. Todavía tengo que
deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el
Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo,
sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. El me glorificará
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por
esto dije que recibe de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16, 8-16).
Estas revelaciones llegaran a un supremo y afectivo nombre del Padre que es Abba
nunca usado en las oraciones judías y expresión humana de las relaciones divinas
que acabamos de ver.
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Cuando se trate la Creación será más fácil ver esta riqueza de Luz, Amor, Libertad
y Gratuidad. Sin estas difíciles intuiciones antiguas, renovadas y ampliamente
explicadas en la Revelación de Cristo, difícilmente sería posible entender algo de la
materia, de la historia, del hombre y del mundo espiritual.
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pues “el Hijo no puede hacer nada por sí mismo” (Jn 5,36) es decir que el origen de
su acción es la voluntad y el amor del Padre que le envía a una misión más grande
que la misma Creación, pues Cristo no hace “sino lo que ve hacer al Padre; pues lo
que El hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo. Las mismas obras que yo hago,
dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me ha
enviado, El mismo ha dado testimonio de mí” (Jn 5,37). La misión terrena del Hijo
tiene su origen en la voluntad del Padre.
Además de esa misión personal el Padre da al Hijo multitud de discípulos amantes,
“todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mí no lo echaré fuera”, y
se lo da porque obedece a la voluntad del Padre, “porque he bajado del Cielo no
para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn. 6,38).
Esta voluntad es ante todo un acto de misericordia: “esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite en el
último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree
en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,40).
De su misión y de su obediencia surge la capacidad de mandar y enviar.”Como el
Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por
mí. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado
por el Padre” (Jn 6,65). El contenido salvador de la Voluntad salvadora del Padre se
advertirá en la Cruz que es nombrada como el recuerdo de la serpiente crucificada
levantada en desierto por Moisés. “Jesús les dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo
del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino
que como el Padre me enseñó así hablo. Por eso me ama el Padre, porque doy mi
vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente.
Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Este es el mandato
que he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18). Esta Obediencia del Hijo y la voluntad
del Padre no oscurecen sino que iluminan la realidad de su unidad: “Yo y el Padre
somos uno”(Jn 10,30). Jesús pone su obediencia como testimonio para ser creído,
pues el Padre ya era conocido en la Ley y los profetas y su acción no es un soberbio
igualarse a Dios como los primeros padres, sino como una realidad obediente y
humilde del Amado: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis”(Jn 12,26),
aunque le cuesta en su humanidad real y no aparente: “ahora mi alma está
turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora(
Jn 12,27); y pide al Padre que dé a conocer esta realidad de la distinción del Amor
Amante que manda y del Amor del Hijo que obedece en un clamor que es un grito
en el Templo: “¡Padre, glorifica tu nombre!” (Jn 12,28). Juan recoge que al igual
que en el Bautismo y en la Transfiguración se manifiesta el Padre en una Voz,
“entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré. La
multitud que estaba presente y la oyó, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un
ángel le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a
ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir. Porque yo no he hablado por
mí mismo, sino que el Padre que me envió, El me ha ordenado lo que he de decir y
hablar” (Jn 12,28-30). Añadiendo que el mandato del Padre “es vida eterna” (Jn
12,50) para los que crean. En el Sermón sacerdotal después de la Última Cena
afirma con tono solemne que “el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro
tal como me ordenó” (Jn 14,10). El matiz de ordenar indica una voluntad enérgica y
firme que no quita nada al que sea amorosa.
Hemos visto en los Evangelios qué es lo que constituye la voluntad del Padre. Con
esta luz conviene adentrarse en la intimidad divina y en los problemas que se han
generado históricamente al considerar la voluntad de Dios y la del hombre
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El Logos es la luz interior para entender, pero también para querer. En el acto de
ser personal reside también el Espíritu Santo que mueve a amar, a desear y busca
ardientemente el bien del Amor pleno. Sin embargo, el Padre es el origen del acto
voluntario en cuanto es el origen del amor y el que atrae a las criaturas libres. Dios
Padre es Todopoderoso. El hombre participa en este poder en su voluntad. Si no
existe un acto de querer, no se activa la inteligencia, ni el amor, ni el cuerpo, sólo
quedaría el actuar vegetativo. Pero este poder no es todopoderoso, sino que es
atraído por un Bien infinito externo que le atrae y le perfecciona. El amor
corresponde a las Tres personas divinas, pero al ser el Padre el origen del Amor se
le atribuye más la Voluntad, el Hijo cumple su Voluntad y el Espíritu Santo es
enviado por el Padre principalmente. Todo esto nos lleva que todo hombre debe
cumplir amorosamente la Voluntad del Padre origen de la del Hijo y de la del
Espíritu Santo.
Ahora bien, Tomás de Aquino sostiene que el último acto de la voluntad es la
fruición. Este acto consiste en el descanso de la voluntad en el bien poseído71; por
eso lo llama también quietud, delectación o gozo72. En Dios este querer también
está dirigido al gozo y la fruición. La tentación de asimilarlo al Poder Omnipotente
como si fuese un querer caprichoso o indiferente debe suprimirse de nuestra
mente.
Nietzsche habla de la muerte del Padre con acentos trágicos casi como emulando a
Cristo en una voluntad de poder frente al Padre que se revelará impotente. La raíz
del nihilismo no es tanto la comparación del ser y de la nada, pues la nada es
privación de ser. En vez de preguntarse ¿por qué el mundo y no la nada? Es más
correcto decir ¿por qué el mundo y no sólo el ser por esencia, es decir, Dios? Es
una inversión consciente y lúcida del ser por la nada, de Dios por el hombre,
reduciendo al hombre a voluntad de poder, al superhombre que ha superado a los
últimos hombres, los débiles seres democráticos dirá Nietzsche.
¿Cuál es la raíz? Situar la voluntad del hombre por encima de la voluntad de Dios.
Superar el Amor amante con un amor centrado en el yo humano. El voluntarismo
de los nominalistas surge con toda su fuerza. La antigua idea de que en Dios la
Voluntad es superior a a la Inteligencia rebrota con sabores ya no creyentes sino
rebeldes. En 1889 dice en frase fuerte que no es retórica ni poesía: “un día mi
nombre irá unido a algo formidable: el recuerdo de una crisis como jamás la ha
habido en la tierra... Yo no soy un hombre, soy dinamita... me rebelo como jamás
nadie se ha rebelado... yo soy también un hombre de la fatalidad. Pues cuando la
verdad entre en lucha con la mentira milenaria, habrá convulsiones como jamás las
hubo, convulsión de temblores de tierra, desplazamiento de montañas y valles
como jamás se han soñado. El concepto de política se diluirá en una lucha de
espíritus. Todas las formas de poder de la vieja sociedad habrán saltado por los
aires porque todas están basadas en la mentira. Habrá guerras como jamás las
hubo sobre la tierra. Solamente después de mí habrá en el mundo una gran
política”. Leer estas palabras más de cien años después estremecen al comprobar
la penetración en las consecuencias de esta rebelión. La gran mentira, para
Nietzsche, es el amor a Dios y a los demás, especialmente en Cristo que ama en la
cruz como hombre y como Dios con un amor más fuerte que la muerte. Él mismo
se firma Anticristo o más aún “Dionisos frente al crucificado”, es decir el que se
ama a sí mismo sobre toda otra realidad frente al que ha sido capaz de amar hasta
la muerte a todos los hombres, también a los débiles y a los enemigos. Su verdad,
luego dice que no tiene la verdad y lo sabe, es un orgullo que es un correlato
71 “No se descansa simpliciter a no ser en el último” (Suma Teológica, I-II, q. 11, a. 4 c).
72 cf. De Veritate, q. 23, a. 1, ad 8); Suma Teológica, I-II, q. 25, a. 2 c.
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humano del orgullo y odio luciferino a Dios mismo intentando ser como Dios en su
más honda raíz. Para ello desenmascara a los filósofos de los últimos siglos
señalando su secreto, quizá inconsciente, de que en sus filosofías sólo buscan
desbancar a Dios, ahora él lo hace consciente y lúcidamente. En otro lugar dirá
Nietzsche: “Hombres superiores, ese Dios ha sido vuestro mayor peligro. No habéis
resucitado sino desde que yace en la tumba. Sólo ahora llega el gran mediodía, en
el presente el hombre superior se convierte en dueño. Sólo ahora la montaña del
porvenir humano va a dar a luz, ¡Dios ha muerto!, ahora queremos que viva el
superhombre” Son palabras fuertes y conscientes. Ya en su juventud compara la
moral socrática y apolínea basada en la razón con la dionisíaca de desbordamiento
de lo inconsciente: beber, drogas, orgía sexual como un trasporte místico, hasta un
monstruoso y oscuro querer lúcido que va más allá de toda verdad; y apuesta por
la segunda. En su raíz está una colocación de la voluntad y de una lúcida
irracionalidad por encima de la verdad y de la inteligencia, y por supuesto de la fe
en Dios que ilumina al hombre para que alcance océanos de verdad y de amor. Se
repite el pecado luciferino en clave humana. Rebeldía lúcida ante Dios al que no se
puede negar porque es absurdo el ateísmo (un cambio de un absoluto por otro, el
materialista dándole a la materia propiedades divinas: eternidad, necesidad,
inteligencia, perfección, belleza y eso no es así, es el panteísmo al revés. O bien
otros menos reales aún).
Ahora es el anti Dios consciente el que recibe un amargo gozo, una euforia
orgullosa, al pretender que Dios ha muerto en la conciencia de los hombres, como
de hecho le ocurre cuando le viene la iluminación –no cabe llamarla de otro modo-
del eterno retorno de lo mismo, de esa rebelión por el engreimiento del orgullo que
ha llegado al colmo, ya no es un egoísmo más o menos burgués, sino el puro
pecado del espíritu. El yo frente a Dios, pretender su belleza, su perfección, frente
a Dios. Pero para alcanzar esa meta tiene que matar a Dios, no en sí mismo, cosa
imposible, sino matarlo en la conciencia de los hombres, más allá de lo intentado
por el racionalismo. “El hombre superior se distingue del inferior por su intrepidez y
el desafío que lanza al infortunio. Es un síntoma empiezan a prevalecer criterios
eudemonísticos (cansancio fisiológico, atrofia de la voluntad) (...) La fuerza
pletórica ansía crear, sufrir y sucumbir; no quiere saber nada con la mezquina
bienaventuranza cristiana y los ademanes hieráticos”; detrás de estas palabras
apasionadas se esconde el intento de hacer una verdad coherente contra la verdad
que está en Dios y en su moral. “Para que pueda vivir el hombre, ha de morir Dios.
Si vive Dios, ha de morir el hombre” afirma con una mentirosa soberbia
descomunal, pero lo afirma lúcidamente de ahí el mal que puede hacer a los que no
estén prevenidos y con armas para responder. Nietzsche con su carácter destructor
y nihilista es un testigo de excepción de la crisis espiritual del siglo XIX que alcanza
en su estertor de lleno a nuestro tiempo. La manifestación diaria es la inversión y
la crítica de todos los valores para colocarse como ser supremo el hombre de la
antimoral: el ser como Dios, suceda lo que suceda, aunque sea una destrucción del
hombre y la verdad. Se intenta la muerte del padre para tener su herencia, como
se ve, por ejemplo, también en las fantasías sexuales de Freud, discípulo de
Nietzsche.
Vale la pena citar algunas de las frases de Nietzsche que desvelan esta opción que
intenta ser coherente en su negación de Dios. Escribe en 1881 “lo que nuestra
posición actual en relación con la filosofía tiene de nuevo es la convicción que no
tenía aún ninguna época precedente: a saber, que nosotros no tenemos la verdad.
Todos los hombres anteriores tenían la verdad, incluso los escépticos” y en
Zaratrustra añade “nosotros hacemos una experiencia con la verdad ¡Quizá la
humanidad va a perecer! ¡Pues sea!”. Puede sorprender que se pueda vivir si se
está seguro que no se tiene la verdad, pero desvela con lucidez que lo único que le
interesa es la voluntad, la elección libre del propio yo que pretende ser como Dios,
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pero sin Dios y contra Dios. Es terrible ver que la humanidad pueda perecer y se
decide, ¡pues sea! Heidegger comentando lo que puede suceder dice en 1962 “solo
un dios puede salvarnos”. Ciertamente sólo Dios puede salvar al hombre que está
consumando en la historia el peor de los pecados: el orgullo diabólico en los
hombres. Ya no se trata de pecados de sensualidad, de ira, de avaricia, de envidia,
aunque no faltan, sino de la traslación al hombre del pecado de origen de los
ángeles infieles. Ha descubierto que la inteligencia sigue al querer y quiere
enfrentarse al mismo Dios, y para afirmarse a sí mismo frente a Dios planifica una
inversión de la moral. Fuera el amor, la compasión, la humildad; lo llama moral de
esclavos cuando son la mayor expresión de libertad. Desenmascara a los
pensadores anteriores. Ya los nominalistas pierden el ser en el siglo XIV y muestran
una idea de Dios caprichoso que puede mandar lo contradictorio y lo malo si quiere.
Descartes, también sin el ser y lejos de un Dios casi desconocido, reduce la verdad
a certeza porque la raíz de su pensamiento es querer dudar, los racionalistas dirán
que Dios no es nada sin el mundo y reducen el ser divino a la razón en un vértigo
de cambios que o son panteístas o son ateos como desvelarán sus discípulos; pero
ahora se llega al fondo: a la voluntad como orgullo recreado, es la rebeldía lúcida
que, sabe que fracasará, pero persevera con una extraña euforia que sólo tiene su
explicación en el pecado de Lucifer.
Otro ejemplo de las consecuencias de no saber ver a Dios Padre y como Amante
que manda desde la libertad para la libertad destinada al gozo es Freud que coloca
un extraño "pecado original" al que llama “asesinato del padre”.
La evidencia de la existencia de un remordimiento la explicación con una fantasía
digna de la mejor mitología. El inicio del proceso es el monstruoso asesinato del
padre en la horda, del cual derivaría la conciencia humana de la culpa (pecado
original), punto de partida de la organización social de la cual, a su vez, tomaría
origen, al mismo tiempo, la religión y las restricciones morales. Le sigue el
banquete totémico como ceremonia conmemorativa. El animal totem sustituye al
padre primitivo, odiado, adorado y envidiado que se convirtió en el prototipo de la
divinidad. La rebelión del hijo y la nostalgia por el padre estaban siempre en lucha.
Después de la muerte del padre, nace en los hermanos dos sentimientos
contradictorios: el placer de haber sacudido el yugo y de haber conseguido la
posibilidad de gozar, al igual que el padre desaparecido, los placeres del sexo; y el
deber de haber quitado de en medio a un padre que era tan severo y prepotente,
pero que proveía al bienestar de la horda y del cual a fin de cuentas parece que no
podía prescindirse. El totem que de algún modo representa al padre y su autoridad.
El totem y todo lo que le pertenece es tabú, es decir, inviolable, intocable, y quien
viola el tabú es digno de pena, debe expiar, a veces con la autopunición. Todo esto
es tan absoluto que se siente la necesidad de ensimismarse, de identificarse con el
padre (introyección del padre o mejor de la imago patris) en el banquete totémico.
El padre introyectado se manifestará en la autoridad moral, en la voz de la
conciencia, en la fuerza inhibitoria de los instintos perversos y asociales; que son
los que han provocado la rebelión y la muerte del padre.
La fantasía freudiana no se detiene y alcanza a la sociedad que "se funda ahora
sobre la complicidad del delito realizado en común, la religión sobre el
remordimiento y sobre el arrepentimiento, la moral en parte, sobre las necesidades
de esta sociedad y en parte sobre la expiación impuesta por el sentido de culpa"
(Totem y tabú). Cómo se hereda este pecado original y su universalidad es un gran
problema para Freud pues choca con inmensas dificultades y añade que una buena
solución podría ser recurrir a una especie de herencia afectiva de generación en
generación, como ya había hecho Pelagio con el pecado original. Desde luego
desconoce cualquier paleontología humana.
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No parece claro que este puentecito, señalado sólo como esta hipótesis explicación
central de todo su edificio antropológico, sirva para justificar su psicoanálisis, ni
nada. La experiencia de su ineficacia en la curación de las llamadas antiguamente
neurosis es notoria y revela lo que ya se sabía: que su análisis del interior humano
tiene graves fallos. La búsqueda de la sanación con la vuelta a la inocencia no es
posible por este camino, sino por el más real de la verdad ética, la gran olvidada en
estos planteamientos tan fáciles como falsos.
La fantasía de asesinato sexual esconde un desconocimiento de Dios padre y de su
Voluntad Amante. Freud sigue el camino rebelde de Nietzsche en una nostalgia del
absoluto amoroso que sólo sabe encontrar en la sexualidad y en la muerte donde
evidentemente no puede encontrarlos.
Las consecuencias en el hombre y la sociedad de la noción de Dios son claras en
estos casos. Su dependencia es también clara de los planteamientos de Scoto y
Ockam sobre su noción de Voluntad en Dios como Amor omnipotente o como
omnipotencia por encima del bien y el mal en el segundo. Santo Tomás no cede a
esa tentación y concluye que la inteligencia tiene que regir el actuar voluntario en
el hombre y también en Dios en su unidad misteriosa. Esto es especialmente visible
en la generación del Hijo. Es un acto amoroso, como todas las acciones divinas, por
lo tanto quiere. Pero principalmente es un acto de conocimiento pues su fruto es el
Logos, la Palabra, la Imagen del Padre. En la Creación será aún más manifiesto. El
acto creador no `puede ser más que un acto amoroso y libre, pero causado por el
junto con el Hijo como modelo y fin. Es decir, con la Palabra obediente como origen
y término. Aunque no se puede separar en su unidad las acciones de las Tres
Personas divinas nuestro mirar por aspectos sí puede captar mejor su riqueza.
Las consecuencias en orden a la vida de los hombres se pueden encontrar en
muchas cosas. La principal es que existe el orden de la autoridad basado en la
presencia y el querer amoroso e inteligente del Padre. Los hombre son hijos y, en
consecuencia, hermanos. La meta del vivir social es la fraternidad en el orden.
Distinción y unidad. Armonía y libertad.
Otra consecuencia es apreciar la providencia del Padre, que ya hemos visto. Es
decir la seguridad en un mundo en el cual ha entrado la sombra y actúa.
También importa mucho para entender la liberad como voluntad amorosa no sólo
como afecto o admiración intelectual.
La recuperación de la Voluntad amorosa, sabia y omnipotente del Padre es la
medicina que necesita nuestro tiempo, y todos los tiempos.
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73
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122
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San Pablo de Padre: "no escatimó al propio Hijo" (Rom 8,32) lo entrega con un
dolor amoroso infinitamente superior al de Abraham cuando conduce a Isaac al
sacrificio.
Desde luego estas revelaciones están lejos de un Dios lejano e indiferente ante la
suerte de los hombres o de su Hijo Jesucristo. ¿Hasta que punto se puede utilizar la
analogía de lo que sucede en el amor de los hombres para vislumbrar el amor de
Dios, su gozo y su dolor? Algo podemos hacer, pero la Escritura nos pone delante
de los ojos un amor divino que siente libremente y compadece con los hombres74.
La reflexión teológica de los Padres sobre la fe y sobre los datos bíblicos es rica y
matizada. De una parte se afirma con rotundidad la inmutabilidad de Dios -no podía
ser de otra manera- con clara influencia griega; de otra se matiza sobre la apatheia
(no sufrimiento) o la ataraxia (indiferencia) de esa inmutabilidad como incapaz de
sufrimiento, aquí las posturas son más ricas. Para los filósofos griegos Dios era una
idea, no una persona viva: la idea no sufre, no se apasiona, "no puede mezclarse
con el hombre" (Platón), puede ser amado, pero no ser amante. Dios es el motor
inmóvil (Aristóteles). El escándalo del Dios que Padece ronda sobre las distintas
soluciones especialmente a raíz de las controversias cristológicas.
Los Padres defienden la ausencia de sufrimiento de Dios, equilibrando esas
afirmaciones con la de la vitalidad de Dios, de su libertad para comunicarse, de sus
sentimientos que se exteriorizan respecto al hombre, al menos atribuyendo a Dios
compasión y misericordia como respaldo del sufrimiento humano del Hijo.
Los antioquenos colocan el sufrimiento de Cristo sólo en su parte humana; para los
alejandrinos la parte divina se apropia ese sufrimiento. Ni los monarquianos, ni los
apolinaristas, ni los monofisitas querían, con la afirmación de que en Cristo padeció
la divinidad, someter de verdad el ser de Dios al sufrimiento humano.
Ahora bien conviene entender que los griegos entienden padecer como un accidente
externo involuntario, cosa que nunca le puede suceder a Dios. Gregorio
Taumaturgo dice que sufre por decisión libre, padece de un modo impasible, como
paciente voluntario, está por encima del sufrimiento, es la "pasión del impasible".
Hilario se acerca al docetismo al decir que el cuerpo de Cristo estuvo exento de
necesidades naturales, siente los dolores, pero sin tener que padecerlos. Julián de
Halicarnaso dice que sólo por decisión libre del Hijo puede padecer Jesús.
Otro sentido de padecer es considerarlo unido al pecado y es como una enfermedad
de la actuación. Cristo nace, crece, debe alimentarse, pero el padecer propiamente
es una enfermedad de la capacidad de elección dice Gregorio de Nisa. Máximo el
Confesor sigue esta distinción y también Juan Damasceno. El Verbo Encarnado
puede padecer los dolores naturales inocentes por su condición de hombre y por
permisión divina. San Agustín va mas lejos al decir que las pasiones son un
movimiento contra la razón, como una perturbación, por lo que Dios sólo puede ser
impasible: arrepentimiento, compasión, paciencia son sólo expresión de su actitud
duradera, que es todo lo contrario de insensibilidad.
En resumen vemos que los Padres se distancian de la impasibilidad de los griegos.
Origenes trasladará la pasión al Hijo eterno, ya que es magnánimo y misericordioso
¿no padece él de alguna manera? En su providencia tiene que sufrir que los
hombres sufran, igual que el Hijo padece nuestras pasiones. Es decir, se conjuga la
paradoja de la impasibilidad de Dios y su conmoverse en la redención.
74
Urs von Balthasar Teodramática t5 El último acto p. 200 yss
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75
cfr Urs von Balthasar Teodramática p. 213-218
76
cfr Urs von Balthasar Gloria t5 metafísica, edad moderna p. 531
77
Cfr Urs von Balthasar Teodramática t.5 El último acto p.222 -225
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Galot aborda el tema del sufrimiento de Dios con una perspectiva católica. Por un
lado desarrolla la comunicación de idiomas entre la naturaleza divina y la humana.
Pero, sobre todo, señala que toda la Trinidad está implicada en la redención, el
Padre, como Abraham consumado, entrega al Hijo y es el oferente, El Hijo revela el
sufrimiento del Padre y en segundo lugar oferta al mundo. Galot se atiene de un
modo pleno a la inmutabilidad de Dios y distingue la vida intratrinitaria a la que
ningún dolor puede afectar y la libre decisión de las personas divinas por puro amor
a la creación del mundo a pesar de que el dolor puede afectarles. El sufrimiento
divino se presenta aquí como una manifestación del amor supremo. Señala como
en los hombres se alcanza la madurez en el sufrimiento tantas veces. Dios es el
primero que sufre sin culpa y la misma comunión entre las personas divinas es un
éxtasis pero también una renuncia en la donación78.
Maritain, a su vez, medita el tema sobre la base de que el "dolor nos confiere una
nobleza incomparablemente preciosa y fértil" y lo ve también en Dios. Por ello ve
en las entrañas de misericordia de Dios una propiedad sin imperfección alguna que
podía ser descrita como "captura victoriosa", "aceptación" "superación" del dolor.
"El pecado hace a Dios algo que le llega hasta su profundidad divina, no en el
sentido que le haga sufrir algo causado por una criatura, sino en el sentido de que
la criatura, en su relación con Dios, transfiere a la innominada perfección de Dios
algo de lo que es nuestro dolor y cuyo arquetipo está en Dios"79 . Galot distingue el
dolor efectivo del dolor afectivo según lo dicho por Maritain de que Dios "padece"
con nosotros y mucho más que nosotros; el co-padece mientras hay dolor en el
mundo. Sin embargo, este dolor de amor no significa que Dios no sea eternamente
feliz en su eternidad. Dios se da toda armonía y felicidad propia del amor.
Jesucristo revela al Padre, conocemos el rostro de Dios y su intimidad a través de lo
que hace y dice Jesús. "Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (Jn 17,10). Son
muchos los textos que nos muestran la inmanencia del Hijo en el Padre, "el que me
ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9), en su rostro crucificado nos invita a ver
al Padre, lo que muestra a un Padre paciente, nada indiferente y lejano. Para ver
como se compaginan el amor y el dolor, la impasibilidad y la pasibilidad vamos a
observar el misterio de Dios y de la redención desde distintos puntos de vista.
El primero es lo evidente del sufrimiento de Jesús que experimenta: el odio, la
injusticia, la calumnia, el desprecio, la burla, el dolor físico hasta el límite y la
muerte por amor en un sacrificio costoso. La comunicación de idiomas entre la
naturaleza divina y la humana de Jesús nos muestra que este dolor humano es
dolor de la persona de Jesús. El Hijo sufre ese dolor humano que le afecta
vivamente. Separar lo humano y lo divino lleva al nestorianismo. No parece
aceptable la indiferencia en el Hijo en cuanto Dios cuando los sufrimientos en su
alma y en su cuerpo son tan patentes. Es claro que no se puede aceptar un dolor
que disminuya la divinidad de modo que, de hecho, no fuese Dios. El origen del
arrianismo fue el escándalo ante el Deus passus. Pero si no puede entenderse como
deficiencia, deberá entenderse como perfección del amor que es el motivo de la
redención. Luego el Verbo sufre por amor.
Por otra parte nos atestigua San Pablo que el Espíritu Santo se contrista por el
pecado: "no contristéis al Espíritu Santo de Dios" (Ef 4,30). No podía ser de otro
modo, el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo, es amor del Hijo y sufre con la
misma causa que sufre el Hijo, es más, sufre con su dolor y su anonadamiento. La
perichóresis nos habla de un intercambio de todo lo que tiene el Hijo y todo lo que
78
Galot Dieu souffre-t-il en von Balthasar Teodramática t. El último acto p. 237-238
79
Maritain Cursus der salmanticenses vol 7 p. 210 citado en von Balthasar
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tiene el Espíritu Santo. Si el Hijo tiene dolor amoroso el Espíritu Santo también
participa de él.
El Padre también vive la perichóresis, y la vive como eterno Amante, la vive como
es el que es el origen del amor al Hijo, y como origen del amor redentor que quiere
el modo más sabio de salvar la libertad pecadora del hombre. La voluntad de que
sea el Hijo es porque los hombres han sido creados a imagen del Hijo, y porque la
restauración sería un rehacer la imagen del Hijo en los hombres y un modo de
elevar la naturaleza humana a una unión con la divinidad imposible de superar pues
es hipostático en Jesús. La voluntad del Padre es obedecida por el Hijo como Dios y
como hombre y llega hasta la muerte, hasta el dolor más extremo. Sería una
injusticia pensar que Dios Padre permanece indiferente en una voluntad justiciera
que otro tiene que satisfacer de una manera tan cruenta. El Padre experimenta un
dolor que es una perfección del amor trinitario que en la creación y en la redención
alcanza nuevos modos de manifestarse.
La perichóresis trinitaria ilumina el acto doloroso de la redención, en un amor loco,
en un amor que es donación total, en una Misa que es acción divina no humana.
Apreciar el dolor de Dios ayuda a conocer más a fondo la intimidad de Dios que
ama sin detenerse ante nada.
Otro punto a considerar es poder valorar lo que es realmente el pecado. Si se
considera la impasibilidad de Dios ante los pecados de los hombres, entonces todo
importa poco, por no decir nada, los pecados son indiferentes, salvo quizá en
cuanto son ofensas a los demás hombres. Pero si se considera el pecado como
ofensa a Dios, como una acción libre humana que entristece a las personas divinas,
que las daña en una acción imposible ya es otra cuestión. Pero, ¿porque las daña?
Porque la gloria de Dios es la vida del hombre, y lo que hiere la vida del hombre y
le mata duele en lo más íntimo el amor de Dios. El Padre sufre con el dolor del hijo
más que el mismo hijo pues ve mejor sus daños alocados. Podría quitar la libertad
al hombre, podría anular la creación, pero sería eternamente menos perfecto. El
amor libre y la misericordia dolorosa valen más que el pecado.
Además, se da otro factor, Dios es solidario con el hombre. Lo más íntimo del
hombre es su ser participado del ser divino, Dios es más íntimo a nosotros que
nosotros mismos, luego nuestros amores y nuestros dolores afectan a Dios. Si
añadimos la solidaridad por la gracia en la cual Dios está en el hombre y el hombre
en Dios, la comunión de dolores y de amores no puede ser menos que real.
Todas estas consideraciones nos llevan a profundizar en el amor infinito de Dios. La
revelación de Dios Trino nos muestra un amor que se entrega al hombre como
reflejo de ese amor entregado entre las Tres Personas. Para Dios en sí no habría
dolor si no existiese el hombre, pero los hechos nos dicen que existimos y por tanto
Dios se ha comprometido con nosotros en nuestra existencia real. El hecho de que
permita el mal muestra que la libertad para amar es superior a todos los dolores,
cosa experimentada por los hombres, el mismo infierno es la ausencia del amor de
Dios por libre elección pecadora. El tema del posible dolor del Padre nos ha llevado,
una vez más, al Ser amoroso de Dios en su Tres Personas como no podía ser de
otro modo.
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Jn 14:5-6
81
Col 1:16-17
82
Col 1,19
83
Jn 1:1-3
84
Jn 1,4-5
85
Jn 1,9
86
Col 1:12-14
87
Col 1:15
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88
Jn 14:8-9
89
Mt 3:16-17
90
Mt 17:1-2
91
Suma teológica I, q.27, a. 1, in c
92
Mc 14:36
93
cfr Jn 14,6
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por la Revelación”94.
La existencia del Espíritu Santo como Don es coexistente en la eternidad divina con
la generación del Hijo, no es posterior. Es decir que el Padre genera el Verbo y
espira el Don en un solo acto eterno. De modo que se puede decir que es una
generación amorosa, y que la generación lleva a un Éxtasis del Padre que es el
mismo amor del Espíritu Santo que le llega del Amor del Hijo. De esta manera el
Conocimiento y el Amor divino llevan uno al otro, y se identifican en la unión entre
los Tres. En lo humano sabemos que el conocimiento de alguien como bueno lleva
al amor, pero también que el amor lleva a conocerle mejor y con más profundidad.
En la Trinidad Amor y Conocimiento personal se unen en la acción propia del
Espíritu Santo que es Don.
Don de Dios a Dios. Esta conocida expresión de la Beata Isabel de la Trinidad
muestra otro matiz de la personalidad del Espíritu Santo. Pues no es sólo dador de
amor, apertura plena, sino que es el regalo –Don que Dios Padre hace a Dios Hijo y
viceversa- pues el único Regalo o don proporcionado, además de sí mismo, es el
mismo Dios, que es el Espíritu Santo.
Juan Pablo II enseña que “una característica del texto joánico es que el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo son llamados claramente Personas; la primera es distinta de
la segunda y de la tercera, y éstas también lo son entre sí. Jesús habla del Espíritu
Paráclito usando varias veces el pronombre personal ‘Él’; y al mismo tiempo, en
todo el discurso de despedida, descubre los lazos que unen recíprocamente al
Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, ‘el Espíritu... procede del Padre’ y el Padre
‘dará’ al Espíritu. El Padre ‘enviará’ el Espíritu en nombre del Hijo, el Espíritu ‘dará
testimonio’ del Hijo”95.
Aunque aquí no estemos tratando de la Trinidad económica, es decir, la Trinidad
actuando en la Creación y la Redención, es comprensible, que el origen de ambas
sea el Padre tomado al Hijo como Modelo activo y como meta, y que se realice ese
querer por la acción del Espíritu Santo. Asimismo, el gran don de la Redención
tanto por parte del Padre como por parte del Hijo es el Espíritu Santo, pues es el
Don que recoge de modo personal la misericordia, el perdón y la libertad divinas.
Vínculo o nexo. San Agustín introdujo la idea de que el Espíritu santo es el vínculo
entre el Padre y el Hijo, diciendo: “si el amor con que el Padre ama al Hijo y el hijo
ama al Padre muestra inefablemente la comunión de los dos, ¿qué hay de más
conveniente que se llame propiamente amor a aquel que es el Espíritu común de
ambos”96. Aunque es Santo Tomás el que lo expresa no de manera hipotética sino
real. “Se dice que el Espíritu Santo es nexo del Padre y del Hijo en cuanto es Amor:
porque como el Padre ama con amor único a sí mismo y al Hijo y viceversa, en el
Espíritu Santo, en cuanto es Amor, se incluye la relación del Padre al Hijo, y
viceversa, como relación del amante a la cosa amada; pero con la particularidad de
que, por lo mismo que el Padre y el Hijo se aman mutuamente, es preciso que este
amor mutuo, que es el Espíritu santo, proceda de uno y del otro. Por consiguiente,
en razón de su origen, el Espíritu Santo no es algo intermedio, sino la tercera
persona en la Trinidad. En cambio, según la relación ya dicha, es el nexo que
media entre los dos y que procede del uno y del otro”97.
94
Juan Pablo II Dominum ete vivificantem n.10a
95
DV 8a
96
San Agustín. De Trinitate, 15,19, 37
97
Suma teológica I q. 37 a.1 ad 3
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98
99
1 Co 2, 11
100
1 Co 2 10
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101
DV 39b.
102
Ef 4:30
103
Ef 5:22-23
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por la cruz de Cristo. Ahí no hay otra cosa sino el despliegue de un amor salvífico
tanto por parte del Padre como del Hijo”104.
La idea de justicia colérica del Padre es inaceptable. En Dios Padre hay una
perfección del amor que le lleva a un dolor afectivo ante las injusticias y pecados de
los hombres. Pensar en una justicia vengativa o que arde en indignación sería
difícilmente compatible con el amor esencial divino. Más bien se advierte un acto de
respeto a la justicia, pero comprometiéndose con el pecador para superar su
injusticia de un sorprendente modo. El Dios Justo se castiga a sí mismo para que el
necesario juicio sea misericordioso. La justicia divina se satisface con una
consideración verdaderamente asombrosa. Podemos expresarlo con la imagen
humana del buen padre que debe enviar al hijo a una misión difícil, quizá muy
dolorosa, y querría hacerlo él, pero no es posible, y con ello puede sufrir más que el
mismo hijo que va al peligro.
Dios Padre no puede convivir y aceptar la injusticia en ninguno de sus matices. Dios
es totalmente santo, plenamente inocente y puro. Cierto que el castigo que
merecen las acciones injustas no puede ser vengativo, pero tampoco puede ser tan
indulgente que no se dé importancia a la acción injusta. Es más, si la injusticia es
de rebeldía total se debe aplicar un correctivo para el impío y para proteger a
terceros. El injusto es responsable de su fechoría ante Dios, no sólo ante su
conciencia.
Aquí nos encontraremos dos cosas. La justicia esencial y la justicia aplicada al
hombre. En cuanto a la justicia esencial, que es la justicia ante Dios, ocurre un
hecho sorprendente, el pecador no puede restituir el bien deshecho por tener un
cierto grado de infinitud. Dios en su justicia infinita decide amorosa y libremente
satisfacerla él mismo. Luego vendrá la aplicación al pecador responsable y aquí
entra otra consideración, puede seguir en rebeldía o arrepentirse. Si se arrepiente
se le aplica el perdón satisfecho por el mismo Dios. Si permanece en rebeldía se le
sigue ofreciendo hasta que el pecado contra el Espíritu Santo le ha hecho
irreductible o hasta que se acabe el tiempo. Cierto que la condena del injusto tiene
gran parte de autoexclusión como endurecimiento en vivir sin amor verdadero en la
autocondena del amor propio, pero no se puede excluir el castigo divino de la
injusticia. San Anselmo en su famoso tratado Cur Deus homo? Muestra la no
trivialidad del pecado. Si el pecado se reduce a una ilegalidad y la ley se
fundamenta en un capricho del legislador se pierde el sentido de la malignidad del
pecado. Si se pensase en un perdón negligente y distraído sería lo mismo que decir
que equivalen el bien y el mal, o que no hay consecuencias de las violencias
humanas.
Si nos centramos en la justicia esencial vale la pena observar desde el misterio
trinitario el maravilloso camino encontrado por el amor para conciliar justicia y
amor. Dios asume satisfacer la Justicia quebrantada por los pecados y se la ofrece
a los hombres que quieran aceptar esa nueva justicia. El Justo Padre envía al Hijo
que se hace hombre, Éste toma sobre sí todas las injusticias de los hombres, las
sufre en su carne y consigue la reconciliación con un acto humano infinitamente
justo por el que llega la justicia a los pecadores que pueden dejar de serlo
radicalmente. La Sabiduría divina sabe que tiene que ser el Hijo el que redima para
reconstruir la imagen de hijos en los hombres, y elevar creándola una nueva
humanidad de Hijos de Dios en el Hijo. Este el gozo justo del Padre. Pero sin
destruir la libertad del hombre, tampoco cuando merezca castigo después de darles
todas las oportunidades humanas y de gracia.
104
Jean Galot, Jesús liberador. Ed CETE. Madrid 1982 p. 186-187
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los hombres, para que no los alcance los rayos justos de la ira divina ante el
pecador obstinado, rebelde, y, quizá escandaloso.
San Josemaría hacía silenciosamente durante la consagración una ofrenda al amor
misericordioso que dice así: “Padre Santo, por el Corazón Inmaculado de María os
ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado y me ofrezco a mí mismo, en Él, por Él y
con Él a todas sus intenciones y en nombre de todas las creaturas”. Así fue su
fecunda vida de hecho una identificación con Cristo, también en la Cruz. Él, y
muchos santos, han entendido la misericordia divina
La beata Isabel de la Trinidad lo expresa en muchos modos, tomemos uno: “¡Oh
Fuego abrasador! Espíritu de Amor, descended a mí, para que se realice en mi alma
una especia de Encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una especie de
humanidad complementaria en la cual pueda renovarse su misterio”105 Seguida de
una consagración para ser víctima de un sacrificio como lo fue Cristo por amor.
O esta otra oración oculta del año 2001:
“Señor mío y Dios mío:
El reverso de tu Cruz está vacío.
Déjame que me claven contigo.
Déjame ofrecerme al Padre como Tú,
Déjame hacerte compañía,
No me niegues tu agonía,
Déjame participar en la redención.
Así crucificada contigo, oír tu respiración, los últimos latidos de tu Corazón,
aprender de tu humillación, mi Dios.
¡Lo sé! No lo merezco, aún no. Es tu Cruz Trono excelso, sólo para los que antes
han sabido vivir y amar como Tú.
Déjame, por lo menos, por ahora, cobijarme al pie de la Cruz
Enséñame, quiero aprender, soy torpe, no tengo la culpa.
Ayúdame y perdóname, ya lo ves, hay tantas veces que quiero pero no puedo ser
como Tú.
Amén106
Santa Teresa del Niño Jesús es famosa por su ofrenda al Amor misericordioso. Pero
antes decía así “¡Oh, Madre mía! Después de haber recibido tantas gracias ¿ no
puedo cantar con el Salmista cuan bueno es el Señor, cuán eterna es su
misericordia? Creo que si todas las criaturas recibieran los mismos favores, Dios no
sería temido por nadie, sino amado hasta el exceso; por amor y no por temor,
nadie cometería jamás la menor falta voluntaria.
Pero comprendo que todas las almas no pueden parecerse; ha de haberlas de
diferentes clases, para honrar especialmente cada una de las perfecciones divinas.
A mi me dio su MISERICORDIA INFINITA, y a través de este inefable espejo,
contemplo sus demás atributos. Todos así me parecen radiantes de Amor, la misma
Justicia, más quizá que ningún otro, me parece revestida de Amor. ¡Qué dulce
alegría la de pensar que el Señor es justo, es decir, que toma en cuenta nuestras
debilidades que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza! ¿Qué
temer, pues? Dios, infinitamente justo, que se digna perdonar con tanta
105
Beata Isabel de la Trinidad. Elevaciones Editorial de Espiritualidad Madrid p.185
106
M Pacheco escritos inéditos Semana Santa 2001
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misericordia las culpas del hijo pródigo, ¿no será también justo conmigo que estoy
siempre junto con Él?”107
La ofrenda al amor misericordioso es fruto de ese crecimiento en el amor,
transcribimos la parte más importante: “A fin de vivir en un acto de perfecto amor,
yo me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro AMOR MISERICORDIOSO
suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando que se desborden en mi alma
las olas de ternura infinita que están encerradas en vos, para que así llegue yo a
ser mártir de vuestro amor, ¡Oh, Dios mío!...
Que este martirio, después de haberme preparado a comparecer delante de vos,
me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de
vuestro misericordioso amor...
Quiero, ¡Oh, Amado mío!, renovaros esta ofrenda a cada latido de mi corazón, un
número infinito de veces, hasta que habiéndose desvanecido las sombras, ¡pueda
yo repetiros mi amor en un cara a cara eterno!...”108
Ciertamente “la misericordia aparece como elemento correlativo de la experiencia
interior de las personas en particular, que versan en estado de culpa o padecen
toda clase de sufrimientos y desventuras”109. Misericordia es Amor divino que se
compadece ante las limitaciones y los sufrimientos y, también, sorprendentemente,
ante el pecado. Es amor ante la miseria, tan opuesto a la crueldad que preconiza
Nietzsche diciendo que la religión es el fruto de la voluntad de poder de los débiles
que usan la compasión ante los fuertes para dominarlos; éstos deberán ser fuertes
y crueles. Pues bien, Dios no es así, es tan fuerte que no es cruel sino
misericordioso, perdona al arrepentido, y paga Él mismo toda justicia, para que
libremente pueda apropiarse de ella los que no son dignos más que por gracia, pero
tienen algo de buena voluntad. “que la miseria del hombre es también su pecado.
El pueblo de la Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo,
cuando levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó
el Señor mismo, manifestándose solemnemente a Moisés como "Dios de ternura y
de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad". Es en esta revelación
central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después
de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo
que Él había revelado de sí mismo y para implorar su perdón”110
“Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el
hombre, y en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo, el amor es
más "grande" que ella; es superior en el sentido de que es primario y fundamental.
El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es
servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia
lo cual es característico de toda la revelación se manifiestan precisamente a
través de la misericordia. Esto pareció tan claro a los Salmistas y a los Profetas que
el término mismo de justicia terminó por significar la salvación llevada a cabo por el
Señor y su misericordia”111.
Esta conciencia religiosa es fuerte y tan asimilada por muchos cristianos que las
citas serían muchísimas. Pero el exceso de esta realidad es la Encarnación y la
107
Santa Teresa del Niño Jesús. Historia de un alma cap. VIII n.32
108
Santa Teresa del Niño Jesús. Obras completas. Editorial Monte Carmelo. P.812-813.
109
Juan Pablo II. Dives in misericordia. N.4
110
ibid. n.4
111
ibid.n.4
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112
Juan Pablo II. Dives in misericordia n. 7
113
ibid.n.8
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Cristo, en efecto, nos hace comprender las raíces más profundas del mal que
ahondan en el pecado y en la muerte; y así la cruz se convierte en un signo
escatológico. Solamente en el cumplimiento escatológico y en la renovación
definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los elegidos las fuentes más
profundas del mal, dando como fruto plenamente maduro el reino de la vida, de la
santidad y de la inmortalidad gloriosa. El fundamento de tal cumplimiento
escatológico está encerrado ya en la cruz de Cristo y en su muerte. El hecho de que
Cristo "ha resucitado al tercer día" constituye el signo final de la misión mesiánica,
signo que corona la entera revelación del amor misericordioso en el mundo sujeto
al mal. Esto constituye a la vez el signo que preanuncia "un cielo nuevo y una tierra
nueva", cuando Dios "enjugará las lágrimas de nuestros ojos; no habrá ya muerte,
ni luto, ni llanto, ni afán, porque las cosas de antes han pasado"114.
Sirva como colofón una recientes palabras de Juan Pablo II: “ Celebramos el II
Domingo de Pascua, que desde el año pasado, el año del gran jubileo, se llama
también Domingo de la Misericordia. Para mí es una gran alegría poder unirme a
todos vosotros, queridos, queridos peregrinos y devotos, que habéis venido de
diferentes naciones para conmemorar la canonización de sor Faustina Kowalska,
testigo y mensajera del amor misericordioso del Señor. La elevación al honor de los
altares de esta humilde religiosa, hija de mi tierra, representa un don no sólo para
Polonia, sino también para toda la humanidad. En efecto, el mensaje que anunció
constituye la respuesta adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes
y a las expectativas de los hombres de nuestro tiempo, marcado por enormes
tragedias. Un día el Señor le dijo a Sor Faustina: “La humanidad no encontrará paz
hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina” (Diario, p.132) ¡La
misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado
y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer milenio”115.
Más adelante insiste: “¡El Corazón de Cristo! Su “Sagrado Corazón” ha dado todo a
los hombres, la redención, la salvación y la santificación. De este Corazón
rebosante de ternura, Santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que
iluminaban al mundo. “Los dos rayos –como le dijo el mismo Jesús- representan la
sangre y el agua”(Diario p. 132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el
misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan
alude al bautismo y al don del Espíritu Santo”116
114
Juan Pablo II. Dives in misericordia n.9
115
Juan Pablo II Homilía 22 abril 2001, n.2
116
Juan Pablo II homilía 22 abril 2001, n.5
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117 “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A
esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe
cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al
encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la
Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente,
pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte
una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo 309).
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situación a dioses malignos -demonios- a los cuales intentan aplacar con diversas
ofrendas. El pesimismo de esta postura es evidente. El mal no tiene solución, ante
la realidad dolorosa sólo cabe la resignación.
El budismo es una solución más profunda. El principe Gautama se sorprende ante la
pobreza, el dolor y la muerte. Piensa que la causa del mal en el deseo del hombre.
Extirpando el deseo, cualquier deseo, desaparecen los males. El modo de
conseguirlo es una mortificación, o ascética, más o menos dura y filosófica. La meta
es ser indiferente a todo. Es parcial e ignora realidades tales como el amor como
meta de la vida humana, aunque encierre una buena parte de acierto en su
diagnóstico.
La mística dionisíaca es una forma religiosa de la antigüedad que hace referencia a
la adoración de los dioses Dionisos o Baco. Tienden a dejar sueltas las más ocultas
fuerzas del hombre, pensando que en ese estado de excitación se unen a la
divinidad. Tiene una gran actualidad hoy en día al proponerla Nietzsche como
voluntad de poder y manifestación de lo oculto del hombre frente a la moral
racional o apolínea, como ya hemos visto en otros apartados. Intenta superar el
sufrimiento a través de la evasión por medio de la excitación de los sentidos; ésta
puede ser alcohólica, de drogas, sexual o de la ira. Lo único real es que se evaden
momentáneamente de los problemas de la vida ordinaria, que vuelven
testarudamente al recuperar la conciencia, pero encontrando más débiles a los
protagonistas de la huída. Las actuales discotecas, al menos algunas, recrean este
modo de vivir, o mejor de huída de la vida, en una diversión frenética que lleva al
vacío interior y al agotamiento.
El dualismo tiene muchas expresiones históricas -gnosticismo persa, egipcio,
mandeo, maniqueo, cátaro, albigense, cabalista y otros espiritualismos
desencarnados-. Aceptan un Dios bueno, pero lejano, que crea unos seres más o
menos divinos intermedios. Entre ellos se da una tragedia que origina un mundo
malo. Intrínsecamente malo. El hombre es una chispa de divina encerrada en un
alma mala y un cuerpo malo. La esperanza es superar las tiniebla por el
conocimiento, que llaman gnosis. El hombre, en el fondo es un extraño en el
mundo.
El existencialismo ateo piensa que la existencia humana es angustiosa y absurda. El
mundo está "asquerosamente aquí", el hombre es una “pasión inútil", algo así como
en el gnosticismo, pero ya sin ningún dios lejano, es decir, sin esperanza. La
existencia humana se asemeja al mito de Sísifo, que lleva penosamente una gran
piedra a lo alto de una montaña y, al llegar, le cae abajo, la vuelve a subir y vuelve
a caer; piensan que eso es la vida: un esfuerzo inútil.
El marxismo es otra solución atea: la causa del mal es el problema económico; la
existencia de la propiedad privada. La alienación económica que se manifiesta
escalonadamente en otras alienaciones o males. Al superarla con la revolución se
superarán todos los males. Es fatalista ya que todo sucede por necesidad. Niega la
libertad humana y, además, lleva a fracasos de todo tipo, también económicos,
produciendo problemas mayores de los que intenta solucionar.
El cientifismo sería la idea popular, aunque no defendida en serio por nadie, de que
la liberación de todos los males vendrá con el desarrollo tecnológico o de la ciencia
experimental. Su ingenuidad o malicia es manifiesta.
Todas estas soluciones son parciales e insuficientes. La Revelación enseña que la
causa de la presencia del mal en el mundo fueron y son actos libres angélicos y
humanos. Platón y el gnosticismo hablan de una caída intelectual, y todas las
religiones constatan la existencia de una sombra que intentan aplacar con hechizos
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118 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría
siempre crear algo mejor (cf. S. Tomás de A., STh I, 25,6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso
libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto
con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las
construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la
creación no haya alcanzado su perfección. (Catecismo 310).
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119 ” S. Agustín “Porque el Dios Todopoderoso...por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal,
si él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” Enchir.11,3.
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ejemplos humanos se puede decir que no conocería al ser humano el que dijese
que todos se convierten al final.
El cielo es la situación de los que viven de un amor intenso, es decir de una
auténtica comunión con Dios. El eros ha pasado a ágape y de ahí a comunión en la
corriente divina. Pero el ágape también se reconvierte en eros ya satisfecho. El
alma goza por gracia de la luz divina según su capacidad, de la intensidad de un
amor querido y aceptado con toda la intensidad del gozo sin mentiras posibles.
El hecho de que después de la muerte no se pueda merecer viene dado por la
unidad del hombre. Se puede decir que introducirse en la duración eviterna, tan
distinta de la temporal impide la acción sucesiva de las acciones libres temporales.
Si la eternidad divina es una perfecta posesión de acción libremente riquísima,
siempre nueva. El ser humano no llega a esa perfección, pero ha superado la
temporalidad, posee los actos libres realizados y en ellos vive sin futuro, en un
presente semejante al cairos en los gozos y al infierno de los odios.
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120
Summa Thelogica III q.54 a.4 respondeo
121
Gn 6,6
122
Sal 78,41
123
Is 63,10
124
Dt 4,25
125
Is 7,13
126
Os 11,8-9
127
Jer 31,20
128
Is 49,15-16
129
Miq 6,3
130
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122
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decir que reflejan a un Dios vivo y nosotros los hombres somos reflejo e imagen de
este Dios vivo, no al revés. Lejos quedamos del Dios lejano, inmutable, frío y poco
humano, o, por lo menos, poco accesible a los humanos
Incluso se puede hablar del dolor del Padre como dice Juan Pablo II en la encíclica
Dominum et vivificantem: "la concepción de Dios como ser necesariamente
perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones y
heridas (...) Pero a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre que siente
compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva, este
inescrutable e indecible dolor del Padre engendrará sobre todo la admirable
economía del amor redentor en Jesucristo, para que, por medio del misterio de la
piedad, en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el
pecado. Para que prevalezca el don (...)En la boca de Jesús Redentor, en cuya
humanidad se verifica el sufrimiento de Dios, resonará una palabra en la que se
manifiesta el amor eterno, lleno de misericordia: Siento compasión (cfr Mt 15,32;
Mc 8,2)" (n.36). El sufrimiento está unido al pecado y el Espíritu santo lo revela: "el
convencer en lo referente al pecado, ¿no deberá revelar también el sufrimiento?
¿No deberá revelar el dolor, inconcebible e indecible, que, como consecuencia del
pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión antropomórfica en las
profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón mismo de la inefable
Trinidad" (n.39). Es una profundización en el Corazón de Dios que resulta difícil
para la mentalidad griega y para el dios de los filósofos que no llegan más allá de la
inmutabilidad de Dios, pero que desconocen que se trata de un Dios vivo real, y
que todo lo que tiene el hombre es participación de Él, pues es imagen y semejanza
de Dios.
Es bien conocido que la Biblia usa el término “corazón” (leb) para designar lo más
íntimo del ser humano más allá aún de toda la riqueza de afectos que tiene el
hombre. En la cultura occidental sigue vigente este modo de hablar en lo religioso,
en lo poético y en lo coloquial, pero no así en el mundo filosófico, quizá porque lo
usaron poco los griegos, o por las diversas formas de racionalismo que, más o
menos conscientemente, desprecian esta vivencia por lo difícil que es controlarla y
porque –en una reacción ocultamente estoica- desdice del pensador puro que tiene
que conocer fríamente y libre de afectos o sentimientos que le puedan desviar de
su racionamiento gélido como diría Heidegger. Veamos un buen resumen de lo que
se dice en la Escritura respecto al hombre en las miles de citas posibles sobre el
corazón: “Al corazón pertenecen la alegría: que se alegre mi corazón en tu
socorro131; el arrepentimiento: mi corazón es como cera que se derrite dentro de
mi pecho132; la alabanza a Dios: de mi corazón brota un canto hermoso133; la
decisión para oír al Señor: está dispuesto mi corazón134; la vela amorosa: yo
duermo, pero mi corazón vigila135. Y también la duda y el temor: no se turbe
vuestro corazón, creed en mí136. El corazón no sólo siente; también sabe y
entiende. La ley de Dios es recibida en el corazón137, y en él permanece escrita138.
Añade también la Escritura: de la abundancia del corazón habla la boca139. El Señor
131
Ps 12, 6.
132
Ps 21, 15.
133
Ps 44, 2.
134
Ps 56, 8.
135
Cant 5, 2.
136
Ioh 14, 1.
137
Cfr. Ps 39, 9.
138
Cfr. Prv 7, 3.
139
Mt 12, 34.
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echó en cara a unos escribas: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones?140. Y,
para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer, dijo: del corazón
salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos,
falsos testimonios, blasfemias141. Cuando en la Sagrada Escritura se habla del
corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las
lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el
mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien:
porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón142”143.
Sería amplísimo traer aquí lo mucho escrito sobre el Corazón de Cristo en los
Evangelios y los escritos cristianos. Juan Pablo II lo expresa así: “Si el corazón
humano representa un insondable misterio que sólo Dios conoce, cuánto más
insondable será el de Jesús, en el que se mueve la misma vida del Verbo, y residen
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la
divinidad”144.
140
Mt 9, 4.
141
Mt 15, 19.
142
Mt 6, 21.
143
San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp. n. 140
144
Juan Pablo II. Ángelus 23.VI.2002
145 Carlos Cardona. Olvido y memoria del ser. pág.143 Ed Eunsa Pamplona 1996
146 Carlos Cardona Metafísica del bien y del mal, Ed Eunsa Pamplona 1991 p. 100
147 cfr citado en Von Balthasar. Teodramática tomo 2 Ed encuentro. 1992, pp.229
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149 Leonardo Polo. Antropología transcendenta,l tomo I La persona humana. Ed Eunsa 1999, p. 36
150 Heidegger (Nietzsche t.2 p.21). citado por Ruben Guilead o.c.
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una necesidad nada más, es decir, nada más, nada de amor y, por tanto, no existe
la libertad. Nietzsche es el otro polo de la modernidad, al afirmar la voluntad de
poder, que dice es última esencia del ser. Todo se reduce al querer ciego. A esto le
añade un curioso remedo de la eternidad que es el eterno retorno de lo mismo. No
puede negar a Dios con la inteligencia, si no es apartándose de la verdad
voluntariamente y enfrentándose a Él, como una renovación de lo que pudo ser la
rebelión inicial diabólica. Ya no importa la verdad, si no la apariencia, y se justifica
esta apariencia de verdad con la voluntad omnipotente del hombre frente a la de
Dios. Sorprendentemente sabe que no está en la verdad si no en una falsedad
voluntaria, pero no le importa y sigue.
Después de ver los desastres reales que ha producido el racionalismo en el siglo
XX, queda por ver los efectos de esta última toma de posición reduciendo lo
ultrasensible a lo sensible en una actitud rebelde al amor gratuito. El superhombre
de Nietzsche no es más que “un César con alma de Cristo” imposible. Un querido
anticristo, como se llama a sí mismo. Es el nihilismo en sentido fuerte. Heidegger a
pesar de su afirmación del nihilismo metafísico tiene un idea de la libertad que
puede ser muy valiosa, pues ve que está estrechamente unida a la verdad. La
verdad se da como un desvelamiento-ocultamiento del Ser, un acontecimiento en la
historia, con lo que la libertad dependerá de esa revelación que siempre puede
crecer: “La libertad de lo que es libre no consiste en la libertad de lo arbitrario, ni
en la sumisión a simples leyes. Esta relación queda truncada cuando señala que la
libertad es lo que oculta esclareciendo, y en la claridad de lo cual flota este velo que
oculta al Ser profundo de toda verdad, y hace aparecer el velo como lo que oculta.
La libertad es el dominio del destino, el cual, cada vez, pone en camino un
desvelamiento”151. Poéticamente no consigue salir de ver la libertad como una
necesidad, aunque sea a partir de un acontecimiento desconocido y caprichoso. Una
vez más cuando se desvela la verdad no cabe oposición, luego no se es realmente
libre. A esta solución cabe preguntarse ¿no es posible la rebelión y el pecado?
Heidegger no lo resuelve. Su vida refleja esta contradicción así se puede entender
sus actividades durante el dominio del nacionalsocialismo si pensase que este
sistema era un desvelamiento del Dasein que superaba las corrupciones de los que
utilizan la técnica como tiranía.
Respecto al Ser ¿Tiene Heidegger la influencia del Ser de Juan Duns Scoto sobre el
cual hizo la tesis doctoral? El ser de Scoto es lo común a todos los entes, es decir,
un ser reducido al mundo. Desde luego no se trata del Ser por esencia del cual
participan todos los entes como dice Santo Tomás. Nunca llega a expresarlo con
claridad. Pero une la verdad a la libertad, como se lee en el Evangelio, y eso ya es
una gran aportación. La libertad entonces es algo que debe conquistarse en la
medida que se desvela la verdad. Por eso propone el “paso atrás” para desenredar
el ovillo antimetafísico de la modernidad, que ha olvidado el ser y ha olvidado el
olvido. Es necesaria una memoria del Ser, como propone Cardona con valentía,
contra viento y marea. Heidegger ve que el pensamiento subjetivista lleva al caos
total y al absurdo, y debe arriesgarse a un compromiso con el Ser y para el Ser
dejando al hombre en su sitio, sin falsos pedestales que acaban hundiéndolo. ¿Por
qué no usar la Revelación? ¿Por qué no aceptar un Dios Creador transcendente al
cual se puede llegar por la razón también? Quizá el motivo sea el a priori de su
comienzo de filosofar, aunque es difícil juzgar las intenciones de las personas y su
interna biografía. Difícilmente se puede aceptar que se dé en este autor una
verdadera justificación de la libertad del hombre, pues depende del acontecimiento
del Dasein solamente, no de él mismo que quiere lo que quiere, pues posee un don
151 Heidegger ” (Vortrage und. Aufsäze. p.33) citado por Rubén Guilead o.c. p.95
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realmente suyo, aunque sea donado. Por otra parte, en el desvelamiento del Ser en
la historia ve también algo demoníaco en el camino del error junto a la historia de
la verdad. Un racionalista nunca aceptaría esta afirmación de lo diabólico o de un
verdadero pecado filosófico. Pero Heidegger lo dice, quizá sólo en plan retórico,
pero también puede ser un vislumbrar algo que no se consigue explicar, como es la
realidad del error querido, de la rebeldía lúcida, de la elección entre el hombre o
Dios, en definitiva, de la sombra intuida en las grandes religiones.
A pesar de señalar que la libertad está ligada a la verdad, Heidegger afirma que el
contenido de la verdad es la libertad, afirmación difícil de sostener seriamente.
Aunque cabe interpretar benignamente que la intimidad del Ser es el Amor, y ese
amor verdadero lleva a ser libre, pero eso no lo dice. Cuando ataca a los que llama
metafísicos y no son más que racionalistas o escolásticos, Heidegger dice que el Ser
no se puede conceptualizar, pues está más allá de lo que puede alcanzar la razón
humana, y esto es una verdad que revela el esfuerzo verdaderamente metafísico
del autor alemán. En su dejar claro que el Ser es inaprensible a la razón –un
misterio, diríamos los cristianos, el Acto le llama Santo Tomás- sostiene que el
contenido de la verdad es la no-verdad, que existe un combate en el corazón de la
verdad entre lo divino y lo anti divino, entre el Ser y la Nada, afirmaciones que
tomadas literalmente son contradictorias; quizá sean sólo alusivas o poéticas al
acontecimiento del Ser en la historia, pero que dejan ver algo pagano,
probablemente gnóstico revelando una pobreza en el que se considera el pastor del
ser, y sabe poco de él al no querer usar o aceptar la Revelación. Vuelvo a repetir,
¿por qué no aceptar que es el mismo Dios quien se oculta y desvela en la historia?
Heidegger propone escuchar al ser que se desvelará. De este modo llega a decir
que “la libertad no es nunca algo puramente humano, como tampoco algo
puramente divino. Es algo menos el simple reflejo de una vecindad de lo humano y
lo divino”152, porque es un don del Ser. Sorprendente afirmación si no se quiere
aceptar a Dios como superior al mundo el Ipsum Esse Subsistens, pero que sería
fácil de aceptar por un cristiano. Por eso, Heidegger acude a místicos más o menos
panteístas como Eckart y Bhomme, y habla con expresiones que suenan a
espiritualidad, como cuando cita a Eckart “el alma más fuerte y poderosa para
obtener las cosas...es el alma vacía. El alma vacía ha tomado todo. ¿Qué es el alma
vacía? La que no está atada a nada... y que totalmente sumergida por la voluntad
de Dios, ha anonadado su propia voluntad?”153. Otras veces acude a la idea de
abandono o apertura a la verdad, aletheia. La libertad para Heidegger parece ser
más bien “dejar ser” comenta Spaemann, es decir, algo así como indiferencia,
según el desvelamiento de la verdad del ser, pero en realidad el hombre no decide
nada realmente, ni es responsable de sus actos, ni el amor tiene mucho que ver
con la libertad.
En claro contraste es hermoso lo que dice Von Balhtasar sobre la libertad: “es
significativo que la idea de que Dios había creado el mundo libremente dotándole
de libertad, fue la clave de la conversión de Chesterton y a la vez el impulso para
su visión dramática de la existencia. Después de haber estado dando vueltas a las
modernas concepciones del mundo de carácter inmanente (como materialismo,
idealismo, evolucionismo) que le hicieron oscilar alternativamente entre los
extremos del optimismo y del pesimismo, llegó la iluminación". Según la mayoría
de los filósofos, Dios esclavizó el mundo al crearlo. Según el Cristianismo
estableció, cuando lo creó, creó la libertad. Dios, no ha escrito tanto una poesía
como una pieza teatral: se la había imaginado perfecta, pero tenía que dejarla
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Chesterton. Ortodoxia p.132
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marca el futuro junto a los actos libres de los hombres. Su alma y su cuerpo se han
espiritualizado por lo que según el cuerpo y según el alma su duración es diversa
de la del tiempo mortal. Según su divinidad la duración es la eterna divina. Cristo
resucitado vive una duración superior en calidad a la de los ángeles y muy próxima
a los hombres. En cuanto Dios está presente en todos los presentes humanos. Pero
su realidad humana unida a su persona, está presente por esa unión y por la
especial duración de su humanidad.
El sentido de la historia viene marcado por una intervención divina distinta de la
creación que es la Encarnación. La presencia del Eterno en el tiempo reconduce la
historia hacia una meta que San Pablo llama “recapitulación de todo en Cristo”. La
plenitud de la historia se dará en el momento en que, por gracia de Dios, se
alcanzará el máximo progreso. En este maximum por una parte el último enemigo,
que es la muerte, será vencido, también el pecado, y finalizará la acción perniciosa
el diablo en la historia. Los hombres alcanzarán la justicia completa cada uno según
sus obras. Este momento culminante marca el sentido de la historia más allá del
análisis de los acontecimientos humanos tan volubles y azarosos. Las esperanzas
de los buenos no serán defraudadas. La misma materia será divinizada al modo
como lo fue el Cuerpo de Jesús y el de María. También se realizarán unos nuevos
cielos y una nueva tierra, como anuncia proféticamente el Antiguo y el Nuevo
Testamento, aunque la Iglesia confiesa que no sabe interpretar lo que significan
estas palabras. En ese tiempo se revelará el sentido de la presencia de la Iglesia en
la historia como sacramento de la unidad de todos los pueblos. Todos los pueblos
serán uno alrededor de Cristo en el Reino de Dios. Israel habrá cumplido su misión
histórica unida ya a la Iglesia. Esta visión grandiosa, que podemos rodear de citas
bíblicas, marca el sentido de la historia y del tiempo en le que viven los hombres
camino hacia la eternidad suspirada.
En lo histórico queda marcada la Humanidad en la sucesividad de generaciones por
aquello que dice San Agustín en su teología de la historia llamada “La Ciudad de
Dios”: “dos amores fundaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el olvido de
Dios la ciudad de los hombres, y el amor a Dios hasta el olvido de sí, la Ciudad de
Dios” añadiendo que la historia no es cosa sola de la libertad finita de los
hombres, si no que siempre está la Providencia de Dios Padre que cuida “suaviter
et fortiter” a los humanos, con el decreto inmutable del triunfo final de Dios en la
historia con el cumplimiento del Reino de Cristo.
La entrada de la eternidad en el tiempo no cambia el tiempo, pero sí la
historia. Se han pensado diversos sentidos de la historia incluso materialistas como
en el marxismo, o más espiritualistas en el hegelianismo. Pero el hecho de que la
revelación se realice en hechos históricos en toda su densidad y que Cristo- que es
eterno- viva y resucite en el tiempo marca el sentido de la historia como señala
Pannenberg, que sitúa los hechos salvíficos en un contexto global histórico. Dice
que la Revelación se da no al comienzo, si no al final de la historia revelante[7].
Aunque la revelación está completa en Cristo en su primera venida, se puede
aceptar su afirmación en el sentido de que desconocemos su despliegue completo y
el Espíritu nos conduce hacia la verdad completa. Lo original de su planteamiento
es que se puede conocer a Dios con métodos históricos y hermenéuticos porque se
ha revelado en la historia, ¡afirmación audaz y sugerente! Forma parte de la ciencia
histórica que Jesús ha resucitado, que Dios es su Padre, que él es Hijo de Dios etc.
En definitiva es una revalorización de la razón ante tantos fracasos ideológicos más
que filosóficos, aunque parece que reduzca la trascendencia y la gratuidad de la
revelación.
El Cristianismo enseña con claridad que Cristo murió y resucitó. San Pablo añade
con fuerza que si no fuese así ”vana sería nuestra fe” (1 Co 15). Esta fe que se
basa en hechos históricos únicos debe ser observada para entender mejor la
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Se puede decir que las moléculas del cuerpo de Cristo son idénticas a las de todos
seres humanos, también los niveles superiores salvo las células que son de varón y
no de mujer.
El alma lleva a ese cuerpo a unas características humanas perfectas. Desde el
andar erecto, el tamaño y organización cerebral, las manos, el aparato necesario
para el lenguaje, el rostro en su rica expresividad y en las emociones que reflejan
la intensa vida interior divino humana.
En definitiva “Cristo tomó un cuerpo como el nuestro. Por lo mismo, un cuerpo
nacido de mujer (Gal. 4, 4). Corpus natum de Maria Virgine. El ser humano se
forma al conjugarse, por una parte, un complicado proceso biológico, y, por otra, la
acción creadora de Dios. Dos células que se unen y Dios, que les infunde un alma.
El resultado es el hombre viviente, la persona con destino eterno, la imagen
indestructible de Dios. Cuando Cristo vino a la existencia entrando en el mundo, la
Santísima Trinidad toma del seno de la Virgen los elementos biológicos del ser
humano, e infunde un alma ese cuerpo. Por consiguiente, «al mismo tiempo que la
carne es carne, es también carne del Verbo de Dios; carne animada de un alma
racional y, a la vez, carne del Verbo, pues en Él, y no en sí misma, ha encontrado
su existencial. Pero simultáneamente, “la Madre de Dios, contra todas las leyes de
la Naturaleza, ha dado forma a Aquel que lo ha formado todo; ha dado el ser de
hombre al Dios, que es autor de todas las cosas y diviniza lo que une conmigo».
Desde este momento, el Cuerpo de Cristo se alimenta como cualquiera de nosotros,
de la carne y de la sangre de su Madre, y sigue un proceso análogo de desarrollo y
perfeccionamiento, con la única diferencia -milagro- de que su alma está
completamente despierta y es dueña de su cuerpo. Nace y se abre a la vida como
nosotros, con la diferencia de que Él deja a su Madre más pura y virgen:
“integritatem non minuit, sed sacravit”. Entra, por fin, en nuestra pasada historia:
hambre, sed, trabajo, sueño, alegría, penas, muerte. Pero no penetra en esta
historia si no para transformarla. Tal es su misión.
El cuerpo es para el alma un medio de expresión y un velo; la revela y la oculta. La
caída ha oscurecido este velo y lo ha hecho menos transparente al espíritu. Por la
Encarnación, el cuerpo humano extiende su capacidad de expresión hasta lo
infinito: expresa a Dios. Rigurosamente hablando, el rostro de Cristo es el rostro
humano de Dios. Cristo es la imagen del Dios invisible155. Quien le ve a Él, ve a su
Padre156. Si la persona se revela a través del rostro, en el de Cristo se revela una
Persona divina, una Persona cuya profunda realidad es la misma realidad de Dios.
Cuando vemos a Cristo-Hombre, vemos a Dios. La expresión «imagen de Dios» no
debe inducimos a error. Para los antiguos, la imagen no era un ser disminuido, una
realidad depauperada, un puro reflejo, si no una participación de la realidad
misma, que la expresa en su núcleo sustancial y que actúa con su eficacia propia.
En este sentido debemos considerar la expresión paulina: Cristo, por ser imagen de
Dios, es Dios, pero Dios entregado y hecho comprensible. Por eso, quien le ve, ve a
Aquel que le envió157. La primera función de Cristo es manifestamos a Dios por
medio de su Cuerpo, según el modo que hemos dicho. La fe es, sin duda, necesaria
para captar esta presencia. Pero la fe no crea nada. Es una mirada adaptada a las
realidades divinas y no hace más que descubrirlas. En realidad, el Cuerpo de Cristo
es el gran signo por el que Dios se nos ha manifestado. La mirada de Cristo en la
mía, su voz en mis oídos, su mano sobre mis hombros, son la mirada, la voz, la
155
Col 1, 15
156
Jn 14, 9
157
Jn 12, 45
mano de Dios hecho hombre. Por eso, sin duda, su mirada me penetra hasta el
fondo, me revela a mí mismo; su mano me sana; y, por eso también, su mirada, su
voz y su mano me revelan el amor, la verdad y el poder de Dios”158.
Pero hay más, ese Cuerpo es el que sufre la Cruz, es el que transforma el
sufrimiento en medio de salvación y sacrificio. Sin el Cuerpo no se habría dado una
redención del hombre entero. El amor transforma el dolor del cuerpo en medio de
sacrificio, en ocasión de un amor en el que no se da ningún acento de amor propio.
158 Mouroux. Sentido cristiano del hombre. Ed Palabra. Madrid 2001. p.123
(pneumático). Porque así como hay cuerpo animal, lo hay también espiritual según
está escrito: el primer Adán fue hecho alma viviente; el postrer Adán, espíritu
vivificante” (1 Co 15,44-45). Cuerpo espiritual, que no es lo mismo que espíritu,
como el mismo Señor manifestó: “palpad y considerad que un espíritu no tiene
carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). Ahora bien, esta misteriosa
espiritualización del cuerpo ¿no podría ser precisamente la base y condición para
una auténtica deificación de la carne?”159.
Más adelante, Ocáriz concluye que “aunque la espiritualización del cuerpo glorioso
no significa que deje de ser material y comience a ser espíritu, es indudable que
comporta un modo nuevo de información del espíritu a la materia” que alcanza
incluso a la participación de la materia en el conocimiento y el querer intratrinitario.
Y concluye con asombro que “la realidad del cuerpo glorioso supera en grandeza la
más audaz de todas las consideraciones: ‘ni ojo vio, no oído oyó, ni pasó por
pensamiento a hombre lo que Dios tiene preparado a los que le aman’”160
“Cristo Resucita con su Cuerpo, con una vida nueva que llega a todos hombres que
tengan fe y al final de los tiempos el cuerpo humano también resucitará glorioso
libre de las lacras históricas. En lugar del cuerpo de nuestra humildad, Cristo posee
actualmente el Cuerpo glorioso161 espiritual, transparente, ágil, clarificado,
instrumento natural del alma del Dios Salvador. Murió para hacernos morir al
pecado. Resucitó para hacernos vivir en Él y resucitar como Él algún día. El cuerpo
inmolado ha llegado a ser cuerpo glorioso, Y con esto se pone punto final a la
redención de los hombres”162. La revelación del valor del cuerpo humano y de la
materia es máxima. También de la singularidad del alma humana tan diferente al
espíritu angélico.
159
Fernando Ocáriz. Naturaleza, gracia y gloria. 2.000. Ed Eunsa p.229-330
160
Ibid. P.333
161
Flp. 2, 21
162 ibid. 124
163
Summa Thelogica III q.54 a.4 respondeo
164
Gn 6,6
165
Sal 78,41
166
Is 63,10
167
Dt 4,25
168
Is 7,13
169
Os 11,8-9
170
Jer 31,20
171
Is 49,15-16
172
Miq 6,3
173
Cantalamessa. El Señorío de Cristo p. 121-122
174
Ps 12, 6.
175
Ps 21, 15.
176
Ps 44, 2.
177
Ps 56, 8.
178
Cant 5, 2.
179
Ioh 14, 1.
180
Cfr. Ps 39, 9.
181
Cfr. Prv 7, 3.
182
Mt 12, 34.
183
Mt 9, 4.
184
Mt 15, 19.
mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien:
porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón185”186.
Sería amplísimo traer aquí lo mucho escrito sobre el Corazón de Cristo en los
Evangelios y los escritos cristianos. Juan Pablo II lo expresa así: “Si el corazón
humano representa un insondable misterio que sólo Dios conoce, cuánto más
insondable será el de Jesús, en el que se mueve la misma vida del Verbo, y residen
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la
divinidad”187.
185
Mt 6, 21.
186
San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. Ed Rialp. n. 140
187
Juan Pablo II. Ángelus 23.VI.2002