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Factores de Suelo
Factores de Suelo
La roca sobre la que se forma el suelo suele denominarse material parental u originario. Puede tratarse
de una roca consolidada, un depósito no consolidado e incluso un suelo pre-existente. Se constituye en
un elemento pasivo sobre el que actúan el resto de factores formadores. Un mismo tipo de roca, bajo
diferentes condiciones del medio (en especial el régimen de humedad y de temperatura), puede dar
lugar a suelos con distintas características. Por otro lado, rocas diferentes bajo un clima suficientemente
enérgico, y actuando durante un tiempo suficientemente prolongado, puede dar suelos similares. Pero lo
habitual es que la influencia del material originario se deje sentir en propiedades edáficas como la
textura, la reacción, la pedregosidad, el color, etc. Así, suelos sobre granitos tenderán a formar suelos
de texturas arenosas, permeables, y en condiciones húmedas, de reacción ácida. Por el contrario,
suelos sobre calcilutitas (margas) tienen texturas más arcillosas o limosas, baja permeabilidad y
reacción de neutra a básica según el clima. Los suelos sobre sustratos yesosos en el centro del Valle
Medio del Ebro presentan altos contenidos de yeso, con un claro gradiente en profundidad (Badía et al.,
2013).
La formación del suelo se ve condicionada por la posición que ocupa en el relieve al afectar a la
redistribución de masa y energía. En superficies más estables, como son las plataformas estructurales y
los glacis, se prolonga la acción del resto de factores formadores y el perfil edáfico alcanza un mayor
grado de organización y, por tanto de desarrollo de horizontes (horizonación). En cambio, sobre
superficies más inestables, como escarpes, fondos de valle o llanuras de inundación, el suelo es
rejuvenecido continuamente (por erosión o cumulización) lo que limita la horizonación. Según las
características de la forma del relieve (inclinación, longitud, orientación de la ladera) y por la posición del
suelo en la misma, los efectos pueden ser distintos. Así, la inclinación y longitud de la ladera afectan a la
velocidad de escorrentía y erosión. La posición que ocupa el suelo en el relieve condiciona su espesor,
drenaje, presencia de sales, etc. La orientación afecta al microclima (radiación recibida, temperatura y
humedad del suelo), de forma que los suelos en umbría presentan mayor espesor y contenido en
materia orgánica que los suelos en solana.
La participación de una amplia variedad de formas biológicas (animales, bacterias, hongos, algas)
resulta trascendental en el funcionamiento de los ciclos del carbono, del nitrógeno, etc. La vegetación
ejerce una serie de acciones tanto directas como indirectas en la formación y conservación del suelo.
Entre las primeras destacan el aportar materia orgánica, acelerar la meteorización e incrementar la
porosidad y el movimiento del agua y el aire. Entre las indirectas destaca el efecto pantalla que el dosel
o cubierta vegetal impone sobre el clima edáfico, al sombrear, al interceptar las gotas de lluvia, frenar la
escorrentía superficial (o sea aumentar la infiltración) y, por tanto, reducir la erosión hídrica, además de
la eólica. Además el sistema radicular respira, segrega sustancias y absorbe agua por lo que tiene
efectos sobre la translocación y lavado de sustancias en el suelo, por ejemplo de carbonatos. Interviene
en los ciclos biogeoquímicos al absorber nutrientes en solución que fija en sus tejidos temporalmente.
En casos particulares, la vegetación ejerce efectos alelopáticos.
Cada uno de los factores anteriormente comentados ejercen su influencia en la formación del suelo a lo
largo del tiempo dando lugar a características morfológicas distintas. Los suelos jóvenes e inmaduros
son aquellos que han desarrollado pocas propiedades y que sus horizontes están poco desarrollados. A
medida que van evolucionando, sus características se desarrollan más rápidamente originando suelos
más profundos y también más diferenciados los unos de los otros.