Está en la página 1de 37

TECNICAS DE RELAJACION

INTRODUCCIÓN

Las técnicas de relajación constituyen un conjunto de procedimientos de intervención útiles no


sólo en el ámbito de la psicología clínica y de la salud sino también en el de la psicología aplicada
en general.
Éstas técnicas empiezan a tomar forma estructurada a partir de principios del siglo pasado con
las primeras publicaciones sobre la Relajación Progresiva de Jacobson (1.929) y la
Relajación Autógena de Schultz (1.932). Otras técnicas más modernas como las de
biofeedback o retroalimentación son bastante más recientes y empiezan a desarrollarse a partir
de los años 60 y 70 bajo el soporte de los avances en el terreno electrónico y la posibilidad de
medir con precisión diferentes parámetros vitales (tasa cardiaca, resistencia piel, etc.).
No obstante, pese a lo reciente de su incorporación desde el punto de vista formal, la relajación
de una forma u otra, ha estado presente desde los mismos inicios de la cultura humana. Cuando
una mamá le canta a su pequeño una canción de cuna, cuando lo baña o le acaricia el pelo,
cuando sabe escucharlo..., está generando consciente o inconscientemente tranquilidad y
seguridad en su pequeño, en definitiva logra relajarlo.

En esta página intentaremos exponer las características, ventajas y formas de aplicación, según
edad, de la relajación aplicadas a niños así como su utilidad en algunos trastornos.

2- ¿QUÉ ES LA RELAJACIÓN?

Todo el mundo coincidirá en señalar que la relajación es un estado de reposo o tranquilidad. El


polo opuesto a un estado de excitación general.
Desde la psicología de las emociones, la relajación ha sido entendida como un estado de
características fisiológicas, subjetivas y conductuales similares a las de los estados emocionales,
pero de signo contrario. Las emociones intensas, especialmente las negativas (ira, agresividad,
estrés, etc.) cursan con un alto nivel de actividad fisiológica, por el contrario, los estados de
tranquilidad, caso de la relajación, el nivel de activación fisiológica se supone mínimo, siendo su
principal mecanismo de acción la activación del sistema nervioso parasimpático. Sea como fuere,
lo importante es que conocer y aplicar estas técnicas supone un potente recurso para combatir
las emociones negativas y ayudar, también a los niños, a generar estrategias para el control de
ciertas conductas y afrontar o reducir eficazmente miedos, ansiedad o síntomas depresivos.

La importancia de las técnicas de relajación no reside en ellas mismas, sino en la aplicación que
se haga de ellas. No son fines en sí mismas, sino medios para alcanzar una serie de objetivos. El
objetivo fundamental es dotar al individuo de la habilidad para hacer frente a las situaciones
cotidianas que le están produciendo tensión o ansiedad.

Durante la infancia, son los padres los que deben guiar y supervisar las distintas técnicas, no
obstante, a medida que el niño va aprendiendo y haciéndose mayor puede irlas practicando él
mismo e incorporarlas como un mecanismo habitual para afrontar diversas situaciones de estrés.

Practicar técnicas de relajación desde la infancia supone, además, crear unos espacios de
interacción padres-hijos y afianzar vínculos afectivos.

En el siguiente apartado exponemos los diferentes ejercicios y técnicas de relajación según la


edad de los niños.

3- TÉCNICAS DE RELAJACIÓN SEGÚN EDAD

Hemos comentado ya que la relajación o inducción a un estado de mayor tranquilidad (menor


activación fisiológica) se inicia de forma natural a edades muy tempranas.
Durante el primer año de vida, el bebé suele tranquilizarse mucho si siente a la madre cerca,
hay contacto físico o se le balancea suavemente en sus brazos o en la cuna. También el hablarle
o cantarle en tono suave y relajado propicia la transición hacia el sueño o un estado más
calmado. Sin duda, todos estos recursos ya constituyen formas de relajación natural y universal.
Es a partir aproximadamente de los 2 años y medio y en paralelo al aumento de la capacidad de
los niños para empezar a comunicarse verbalmente, cuando podemos introducir, si lo
consideramos necesario, alguna actividad de relajación más estructurada.
En la siguiente tabla exponemos las diferentes técnicas de relajación según edad para pasar
después a una explicación de las mismas.

a) Primera infancia Se inicia la relajación básicamente como un juego.


(2,5 a 6 años)
b) Infancia (de 7 a En esta etapa pueden introducirse técnicas más estructuradas.
9 años) Recomendamos probar con la progresiva (tensión-distensión) y con la
autógena. Hay que adaptar la técnica a la edad del niño.
c) Preadolescencia En esta edad debemos actuar según las preferencias naturales del niño.
(10 a 12 años) Si no se ha familiarizado antes con estas técnicas, aconsejamos probar
con todas ellas para averiguar la que se adapta mejor al niño. El orden
puede ser: Progresiva, Autógena, Pasiva y Respuesta Relajación.
Puede utilizarse también una mezcla de ellas.
d) Adolescencia En esta etapa es importante que el niño consolide el hábito de aplicar
(13 a 17) las diferentes técnicas por él mismo y según sus necesidades. A esta
edad puede utilizar cualquiera de las técnicas o combinación de ellas
que le resulten agradables o más fáciles de manejar. En general, pero,
se prefieren las de tipo autógeno.

A) PRIMERA INFANCIA (DE 2,5 A 6 AÑOS)

Evidentemente, en esta etapa hablaríamos de “juegos de relajación” más que de técnicas. Con
ello queremos resaltar el hecho de que este tipo de intervenciones guiadas por los padres deben
ser, ante todo, vividas y entendidas por el niño como un juego.
Más adelante, a partir de los 6 años, podemos ya introducir diferentes técnicas más
estructuradas en función de las necesidades de cada caso.
Con los más pequeñitos, nos ayudará tener un entorno tranquilo, silencioso. Podemos trabajar la
relajación justo antes de empezar a dormir, en la cama, y facilitarle así su transición al sueño.
La forma en que debemos aplicarla es básicamente a través de los cuentos. Podemos utilizar,
por ejemplo, el cuento de la tortuga y la liebre. El cuento narra la historia de una liebre que retó
a una tortuga a efectuar una carrera. Convencida de su superioridad, la liebre empezó a correr y
se dispuso a esperar la tortuga justo antes de cruzar la meta y así poder reirse de ella. La
tortuga fue llegando poco a poco pero, cuando llegó, la libre se había dormido…
A partir de este relato se le puede pedir al niño que haga de tortuga (respirar lento, mover
brazos y pies lentamente, meterse en su casa y permanecer quieto unos instantes…) o de liebre
(respirar rápido, agitar brazos y pies…). El cuento debe acabar que gana la tortuga y el niño
efectúa las respiraciones lentas y relaja todas las extremidades. Al final la tortuga se mete en su
casa, apaga la luz y se dispone a descansar para recuperarse y empezar el día bien…

Los cuentos pueden variarse utilizando otros animales (elefante-hormiga; gato-ratón; etc..) o
situaciones pero buscando siempre que el niño tenga que imitar ciertos comportamientos
antagónicos (lento-rápido; ruido-silencio; tenso-relajado, etc).

Podemos utilizar también algún objeto o juguete para ayudarle a identificar tensión-distensión.
Por ejemplo una pequeña pelota de goma colocada en su mano y haciendo los ejercicios
apretando y aflojando la presión sobre la pelota. Otra opción es utilizar algún peluche de su
preferencia.

Los ejercicios de respiración (aprender a inspirar por la nariz y expirar por la boca de forma
pausada) lo podemos hacer también diciéndole al niño que se imagine que es un globo que
lentamente se va hinchando (le damos también instrucciones para que vaya alzando los brazos
al tiempo que se hincha) para después deshincharse (expirando el aire y bajando lentamente los
brazos).
A medida que se va haciendo mayor podemos introducir imágenes y sensaciones, por ejemplo,
que el niño piense en sus colores, juguetes, situaciones o personas favoritas que le ayudan a
sentirse bien y, también, instrucciones del tipo “Estas muy relajado y tranquilo” o “Nota como
sientes un calorcito muy agradable en tus brazos o piernas…”

En definitiva, deberemos ir probando diferentes recursos para adaptarnos a las características de


cada niño.
En esta primera etapa el objetivo es más que el niño se empiece a familiarizar con algo que se
llama “relajarse” que no a conseguir resultados espectaculares respecto a las áreas que
queremos mejorar.
B) INFANCIA (DE 7 A 9 AÑOS)

En esta etapa podemos ir dejando los cuentos para centrarnos en instrucciones más
estructuradas. Podemos empezar a utilizar la Relajación progresiva, la pasiva, la autógena
o una combinación de ellas. La idea es seguir trabajando la diferenciación entre tensar y relajar
de los diferentes grupos musculares, el control de la respiración, y las sensaciones de calor,
pesadez, etc. Podemos hacerlo en la cama por la noche o también utilizando un sofá, un asiento
cómodo, etc. Lo importante es hacerlo en momentos del día tranquilos.

El niño debe interiorizar que cuando está nervioso, cuando tiene miedo o simplemente está
enojado, parte de sus músculos están tensos y todo él está activado. Reconocer estas
sensaciones es el primer paso para poner en marcha las estrategias trabajadas de relajación y
tratar de tomar él mismo el control de la situación.
En esta etapa la visualización de colores o situaciones suele funcionar bastante bien. Así que
podemos darle instrucciones para que cuando tome aire pausadamente lo convierta en su color
preferido y de esta forma llene todo su cuerpo de tranquilidad y bienestar. Debe notar como
entra por la nariz baja por la garganta y llena los pulmones al tiempo que una agradable
sensación de calor inunda su cuerpo.

Debemos también trabajar en el sentido de que el niño practique por él mismo la relajación en
los momentos en los que esté especialmente nervioso a lo largo del día. Para ello primero
deberá identificar sus emociones y tensión para aplicar la respiración tranquila y la visualización
de su color o imagen preferida. También podemos añadir autoinstrucciones del tipo: “relajate,
tranquilo, respira…”
Normalmente estas rutinas pueden costar algún tiempo o pueden parecer irrelevantes para el
niño, pero con la supervisión y el trabajo constante se producen mejoras significativas.

Otros recursos interesantes, según características del niño, es efectuar algún ejercicio de
relajación más físico a través de los cepillos con ruedas, varillas y otros elementos que permiten
a los padres dar masajes en la cabeza, espalda, etc.. Este tipo de relajación es muy adecuado en
niños muy nerviosos y como preámbulo de la relajación más formal por la noche antes de
acostarse.

C) PREADOLESCENCIA (10 A 12 AÑOS)


A estas edades las técnicas de relajación preferidas por los niños ya están muy bien definidas si
se han trabajado con anterioridad y aconsejamos utilizar las de su preferencia. En el caso de
empezarlas a trabajar ahora, es necesario probar un poco con todas ellas para averiguar la que
se adapta mejor al niño. El orden puede ser: Progresiva, Autógena, Pasiva y Respuesta
Relajación. Puede utilizarse también una mezcla de ellas.

Ahora el objetivo debe ser que el niño sea capaz de aplicar en su vida cotidiana los recursos que
le hemos ido enseñando. Debe ser él mismo que delante de situaciones de conflicto o estrés
genere respuestas de relajación. Si se han trabajado correctamente, estas estrategias se van
interiorizando y se convierten en procesos casi automáticos.

D) ADOLESCENCIA (13 A 17)


Al llegar esta etapa, el joven, ya debería tener adquiridos los recursos necesarios para manejar
la relajación. En caso de no haberse iniciado en su práctica puede ser ahora el momento. Como
en la etapa anterior deberemos efectuar una pequeña prueba con las diferentes técnicas para
encontrar la que mejor se ajuste a sus características (Progresiva, Autógena, Pasiva y
Respuesta Relajación). Es importante que el joven tome parte más activa y que sea capaz de
practicar él solo experimentando cual de ellas le resulta más cómoda y eficaz.
Igualmente debe aprovechar cualquier situación cotidiana para practicar los recursos de
afrontamiento.

A TENER EN CUENTA:

Las técnicas que se describen a continuación fueron desarrolladas para su aplicación dentro del
ámbito de la psicología clínica por parte de un especialista. La información aportada es a título
informativo para las personas que una vez asesoradas por el profesional decidan supervisarla o
seguirla con sus hijos u otros.

4- RELAJACIÓN PROGRESIVA DE JACOBSON


Las técnicas basadas o adaptadas de la original de Jacobson, consisten básicamente en aprender
a tensar y luego relajar los distintos grupos musculares del cuerpo, de forma que el niño o
adulto sepa discriminar entre las sensaciones cuando el músculo está tenso y cuando está
relajado. Se supone que una vez se ha aprendido a discriminar y lo convirtamos en un hábito,
estaremos en mejores condiciones para identificar y tratar las diferentes situaciones cotidianas
que nos crean ansiedad, tensión o emociones negativas.

Este tipo de relajación puede aplicarse en niños a partir de los 7 u 8 aproximadamente.

El método de aplicación básico es el que exponemos a continuación, si bien, deberemos ser


capaces de adaptarlo a las necesidades o características de cada niño o persona.

Forma de aplicación:
Aconsejamos aplicar esta técnica por las noches, antes de dormir o en su defecto buscar algún
momento a lo largo del día que sea tranquilo. El niño debe estar cómodamente instalado en un
sillón, sofá o cama. Mejor que esté ligeramente con el cuerpo algo incorporado (podemos colocar
alguna almohada en la espalda si está en la cama) que completamente tumbado.
Las primeras instrucciones verbales por parte de la persona que aplica la técnica deben
orientarse a crear una atmósfera tranquila: “Estas cómodo y relajado…” para después ir
introduciendo instrucciones más concretas: “Ahora me gustaría que siguieras dejando relajado
todo tu cuerpo, mientras concentras tu atención en tu mano derecha (o izquierda si es su
dominante). Cuando yo te diga, cierra el puño, muy fuerte, todo lo que puedas. ¡Ahora! Fíjate lo
que sientes cuando los músculos de la mano y antebrazo están tensos…Concéntrate en ese
sentimiento de tensión y malestar que experimentas.”

Pocos segundos después (5 a 7) añadimos la siguiente instrucción: “Ahora cuando te diga


suelta, quiero que tu mano se abra completamente y la dejes caer sobre tus piernas, déjala caer
de golpe. ¡Suelta!

Con frecuencia, al principio, el niño no será capaz de dejar caer la mano de golpe y la colocará
sobre las piernas. Si sucede esto hay que insistir, tranquilamente, en las instrucciones de soltar
de golpe. Si es necesario se le puede sujetar el brazo y se deja caer a la instrucción de ¡Suelta!
Si el brazo cae a plomo, el niño ha conseguido relajar el miembro y podemos introducir entonces
las siguientes instrucciones: “Nota ahora como la tensión y la incomodidad han desaparecido de
tu mano y brazo. Fíjate en las sensaciones de relajación, de tranquilidad que tienes ahora.
Quiero que notes la diferencia entre tener la mano tensa y tenerla relajada”.

La técnica empieza centrando su atención en la relajación de los brazos y manos (en la primera
sesión) para incorporar en sesiones progresivas la cabeza (frente y cuero cabelludo, ojos y nariz,
boca y mandíbulas); el cuello; hombros, pecho y espalda; estómago; y finalmente las piernas.
Este orden puede cambiarse según las necesidades y edad del niño. Una vez tenemos un grupo
muscular trabajado podemos pasar a otro.
Las instrucciones siempre son las mismas y van dirigidas a notar la diferencia, dentro de cada
grupo muscular, entre tensión y distensión. Así si trabajamos, por ejemplo el estomago, en el
momento de tensión daremos instrucciones para que se meta para adentro aguantando la
respiración, y en la distensión soltamos aire y el estomago vuelve a su sitio.
Una vez entrenados todos los grupos musculares podemos pasar a una segunda fase en la que
efectuaríamos toda la secuencia completa pero sólo de relajación. Ahora ya no aplicaríamos la
tensión previa.

Es importante, después de los ejercicios, dejar un tiempo de transición para recuperar el estado
normal de activación si efectuamos los ejercicios fuera de la hora previa a iniciar el sueño.

5- LA RELAJACIÓN PASIVA

Esta técnica se diferencia de la anterior (progresiva) en que no utiliza ejercicios de tensión.


Puede resultar indicada cuando los sujetos presentan dificultades o incapacidad orgánica para
tensar los músculos o relajarlos una vez tensados.
También hay que destacar que aparte de las frases de la relajación pasiva se introducen frases
típicas de la relajación autógena.

Forma de aplicación:
Como en cualquier otro tipo de relajación, deberemos encontrar el sitio (sillón, sofá, cama, etc)
adecuado y el momento oportuno del día.
Las instrucciones serían algo parecido a:
Estas tranquilamente sentado (o tumbado) con los ojos cerrados, todo tu cuerpo se adapta
perfectamente al sillón (u otro) de modo que no hay necesidad de tensar ningún músculo
(pausa).
Ahora concentrate en tu mano derecha, deja que desaparezca cualquier tipo de tensión…. Nota
como estos músculos se van volviendo cada vez más relajados, más tranquilos, más
calmados…..
Ahora focaliza la atención más arriba, en tu antebrazo derecho; nota como desaparece cualquier
tensión; deja que se relajen más y más…
Mientras que continúas con todo tu brazo, antebrazo, y mano derecha relajados, concéntrate
ahora en tu mano izquierda….
El proceso va continuando siguiendo todos los grupos musculares como se hacía en la relajación
progresiva, pero cada vez que termina de relajar uno, vuelve a mencionar los anteriores, por
ejemplo:
…La relajación se extiende ahora por tus brazos… toda tu cara…tu cuerpo…y baja por los
hombros…
Es en este punto es donde los autores (Schwartz y Haynes 1.974), proponen la inclusión de
instrucciones autógenas para consolidar el proceso de relajación:
Estas muy relajado, sientes que tus músculos se han vuelto pesados y notas un agradable calor
en ellos… Siente lo agradable que es ese calor y como tus músculos se relajan todavía más….

Al final la técnica finaliza con instrucciones para relajar todo el cuerpo y además se incluye el
control sobre la respiración:
Nota todo tu cuerpo relajado, muy, muy tranquilo. Deja tus pies…tus piernas…tu estomago…tu
pecho…tu espalda…tus hombros…tus brazos…tu cuello… tu cara… muy, muy relajados. Deja que
tu respiración lleve su propio ritmo monótono, tranquilo. Déjate llevar por este estado de
tranquilidad… Todas las partes de tu cuerpo están muy relajadas, muy cálidas, muy pesadas…

Finalmente comentar que el tono de voz suele ser más lento y pausado que el de la relajación
progresiva pero sin llegara a adquirir tonos hipnóticos.

Si aplicamos esta técnica a niños o personas con dificultades debemos evitar pasar de un grupo
muscular a otro si no se consigue un mínimo de relajación en el grupo previo. Recordar que hay
que adaptarse a la edad y características de cada persona.
6- LA RELAJACIÓN AUTÓGENA

Esta técnica fue estructurada inicialmente por Schultz (1.932). Consiste, básicamente, en una
serie de frases elaboradas con el fin de inducir en el sujeto estados de relajación a través de
autosugestiones sobre:

1-Sensaciones de pesadez y calor en sus extremidades.


2-Regulación de los latidos de su corazón.
3-Sensaciones de tranquilidad y confianza en sí mismo.
4-Concentración pasiva en su respiración.

Al igual que sucede con las otras técnicas, se espera que tras el entrenamiento supervisado por
el terapeuta o persona que lo aplique, el propio sujeto vaya practicando por él mismo hasta
conseguir relajarse de forma automática.

Forma de aplicación:

Las instrucciones a nivel orientativo serían las siguientes, una vez situada en posición cómoda la
persona:

La sesión comienza con el sujeto cómodamente instalado en el sofá, sillón u otro y con los ojos
cerrados.
Las primeras frases son para que tome conciencia de cómo siente su cuerpo en el sillón… Nota
como todo tu cuerpo se adapta al sillón… nota los puntos de contacto entre tu cuerpo y el sillón,
los puntos de contacto de la cabeza, la espalda, los brazos y las piernas… Tu cuerpo se adapta
totalmente y esto te crea una agradable sensación de reposo…
-Hay que dejar unas breves pausas en silencio de unos 10 segundos entre instrucciones-
Seguidamente podemos introducir ejercicios de respiración:
Ahora quiero que te concentres en tu respiración, a medida que inspiras tu abdomen se eleva, y
cuando espiras, el abdomen baja suavemente… Ahora concentrate en tu mano y brazo derecho
y comienza a decirte interiormente: Siento mi mano derecha pesada (se repite tres veces),
siento una agradable sensación de calor que recorre mi mano y brazo derecho (dejar un tiempo
para que el sujeto trate de sentir estas sensaciones). Luego seguimos: Visualiza tu mano y
brazo derecho en un sitio cálido, dándoles el sol, nota esa agradable sensación… Imaginate que
estas tumbado sobre la arena caliente, en la playa (u otro), siente como tu brazo toca la arena
cálida. Repite tu mismo interiormente: “Mi mano y brazo derecho se vuelven muy cálidos y
pesados”(dejar un tiempo) y seguimos: una agradable sensación los invade y los notas cada vez
más relajados. Respira profunda y lentamente, tus brazos están ya relajados.

Este tipo de instrucciones se van dando sucesivamente para la mano y brazo izquierdo, pie y
pierna derecha e izquierda, volviendo después sobre todas las extremidades antes de pasar al
abdomen.

Mis manos y brazos están cálidos y pesados (15 segundos repitiéndolo). Mis pies y piernas están
cálidas y pesadas (15 segundos repitiéndolo). Mi abdomen está ahora también cálido y puedo
notar una agradable sensación de tranquilidad por todo mi cuerpo.
Aquí, según como vaya la sesión, podemos volver a trabajar la respiración: Mi respiración es
lenta y regular. Mi corazón late calmada y relajadamente… Mi mente está tranquila…
En este punto es muy probable que el sujeto se halle totalmente relajado y, a partir de aquí,
podamos introducir instrucciones más concretas dependiendo de lo que queramos trabajar. Por
ejemplo, el sujeto deberá repetir interiormente por 3 veces: “Me siento seguro y capaz de
vencer mis problemas”, “Cada vez que espiro relajadamente mis preocupaciones se alejan…”,
“Soy capaz de controlar mi mente y mi cuerpo…”, etc. “Ahora soy más capaz de mantenerme
más relajado a lo largo del día”.

Dado que el sujeto puede llegar a un estado de relajación profundo, resulta imprescindible
terminar la sesión con instrucciones para que paulatinamente vaya recuperando el estado de
activación normal pero todavía manteniendo los ojos cerrados. Para ello podemos irle dando
instrucciones del tipo: “Gradualmente voy volviendo a mi estado normal siendo consciente de
los sonidos externos…” “Voy sintiendo mi cuerpo sobre el sillón (u otro)…” “Cuando lo desees,
puedes empezar a mover tus dedos y poco a poco abriendo los ojos…”

Recordar que las instrucciones deben primero ser dadas por el instructor pero después el sujeto
debe ir aprendiéndolas para autoaplicárselas. Por eso se han utilizado frases en primera o
tercera persona.

Esta técnica, como se ha explicado, es la que introduce más elementos de autosugestión. No se


pretende llegar a ningún estado hipnótico sino a un nivel de relajación suficiente para que el
sujeto aprenda a interiorizar y automatizar estrategias de afrontamiento delante situaciones que
le preocupan o cursan con reacciones emocionales desmesuradas (agresividad, etc).

7- LA RESPUESTA DE RELAJACIÓN

Este método fue desarrollado por Benson (1.975) a partir de una adaptación de las técnicas de
meditación tradicionales. En ellas se utiliza un “mantra” o palabra secreta susurrada al iniciado
para producir estados de meditación profunda.
Según este autor, cualquier palabra puede causar los mismos cambios fisiológicos que el
“mantra”. Los cambios fisiológicos más consistentemente encontrados son: decrementos en el
consumo de oxígeno, eliminación dióxido de carbono y en la tasa respiratoria.

Forma de aplicación:
La sesión comienza con instrucciones de relajación general del cuerpo para luego centrarse en el
control de la respiración a partir de la repetición de una palabra clave:
Siéntate en una posición cómoda; Cierra tus ojos; Relaja profundamente todos tus músculos,
empezando por tus pies y subiendo hasta tu cara; Respira a través de la nariz siendo consciente
de tu espiración…
A medida que expulses el aire di la palabra “uno”para ti mismo (puede utilizarse cualquier otra
palabra: relax, paz, amor…. ). Inspira (coge aire)… expira al tiempo que repites “uno” (se
continua por un período de 5 a 15 minutos según características del sujeto).
Se incluyen instrucciones del tipo: Puedes abrir los ojos para ver la hora, pero procura hacerlo
poco y no utilices el despertador…
También hay que introducir instrucciones para que el sujeto aprenda a salir del estado de
relajación después de la sesión: Cuando termines, siéntate durante varios minutos, primero con
los ojos cerrados, y luego, con ellos abiertos. No te levantes hasta que pasen algunos minutos;
No te preocupes si no te relajes completamente al principio. Deja que la relajación ocurra a su
propio ritmo, no la fuerces. Practica una o dos veces al día. Con la práctica la respiración
ocurrirá sin ningún esfuerzo…

En definitiva, lo característico de esta técnica es centrarse en la repetición de una palabra como


forma de ayudarnos a respirar más lenta y profundamente y así conseguir el estado de
relajación.

8- APLICACIONES EN DIFERENTES PROBLEMAS

Tradicionalmente, estas técnicas de relajación se han utilizado para tratar las actividades
rutinarias que el sujeto está llevando a cabo con más tensión de la necesaria para su correcta
realización, y que le está provocando un elevado estado de activación o ansiedad generalizada.
También para aquellas situaciones específicas ante las que el sujeto experimenta ansiedad o
estrés.
En adultos, hay evidencia científica de su utilidad en problemas psicosomáticos como el
insomnio, el asma, la hipertensión y, también en las cefaleas, entre otros.
En niños pueden suponer una ayuda importante en el tratamiento de fobias, miedos, problemas
de sueño, hiperactividad, déficit de atención e impulsividad.
No obstante, lo más importante, es que los niños pueden aprender estrategias aplicadas a las
que pueden recurrir cuando haga falta. Hemos comentado que uno de los objetivos
fundamentales es que sean los propios sujetos los que aprendan a manejarse en estas técnicas
llegando a ser procesos automáticos. De esta forma y con el entrenamiento adecuado, un niño
puede, por ejemplo, reproducirse una palabra mentalmente asociada a la relajación practicada
(tranquilo, controlate, etc.) en momentos en los que identifica una situación de riesgo y así
evitar daños mayores.

En definitiva, la relajación aplicada a niños, presenta numerables beneficios. Entre ellos cabe
destacar una mejora en el autocontrol, suavizando los episodios disruptivos o impulsivos, un
aumento de la seguridad en sí mismos con una mayor capacidad de afrontar miedos y temores,
así como una disminución de la ansiedad anticipatoria delante de sucesos que cursan con gran
ansiedad. No en vano la relajación forma parte fundamental de la técnica que denominamos
Desensibilización sistemática y que se aplica para el tratamiento de fobias.

Finalmente señalar la importancia que la persona o niño que aprenda las técnicas, comprenda
bien no sólo lo que va a hacer y cómo, sino también para qué.
Recordar siempre que es necesario adecuar la técnica al paciente y no al revés. Esto es
especialmente válido en el caso de niños.
La mejor técnica de relajación es la que así lo sea para cada persona.
INTRODUCCIÓN
Las orientaciones generales que aportamos a continuación están dirigidas a los diferentes
profesionales de la enseñanza y tratan de aportar algunas pistas que sean de utilidad en el
control y modificación de conducta en el ámbito escolar.

Consideramos que los maestros o educadores no tienen que hacer de psicólogos. No obstante, sí
que pueden aprovechar algunos de sus principios aplicados para desempeñar su labor con mayor
eficiencia y capacidad. El objetivo es poder minimizar las conductas disruptivas que suponen
para el maestro un gran desgaste y para la clase una alteración del rendimiento.

Con cierta frecuencia asistimos a grandes propuestas teóricas acerca de cómo debe ser o no la
Educación o la Enseñanza, sin embargo, olvidamos un aspecto esencial: dotar de instrumentos
aplicados, orientados en el aquí y ahora, en el contexto diario del aula, donde maestros y
educadores tratan de trabajar con un grupo cada vez más heterogéneo e inmerso en una
sociedad en constante cambio.

Esperamos que la información aquí expuesta supongan una pequeña aportación al respecto.

2- POR DONDE EMPEZAR:

A) IDENTIFICAR: Se trata de identificar a los niños o componentes de los grupos


problemáticos.
B) CONOCER: Analizar de qué tipo de niño o grupo se trata.
C) ACTUAR: Elegir las técnicas y estrategias de intervención adecuadas.

A) IDENTIFICAR

El primer paso que planteamos para afrontar las conductas disruptivas en el aula supone la
identificación de los agentes disruptivos.
Cuando se trata de sujetos indviduales la identificación es relativamente fácil. No obstante, con
frecuencia, estas conductas aparecen sostenidas por dinámicas de grupo que no resultan tan
obvias.
En este último caso se hace necesario el análisis de sus diferentes componentes. ¿Se trata de
individuos que comparten similitudes (cultura, raza, etnia...) o es un grupo hetereogeneo? ¿Qué
beneficios pueden comportarles las mencionadas conductas: reafirmación ante el grupo,
desgaste y manipulación del maestro, no realizar ciertas actividades..? Si desciframos algunas
de estas claves podremos actuar con mayor eficacia.

B) CONOCER

Sabemos que la conducta inapropiada, también en clase, obedece a causas multifactoriales. No


es nuestra intención presentar aquí un amplio debate acerca del tema (las personas interesadas
pueden ir a nuestra página: Problemas de Conducta, para conocer con mayor detalle estos
aspectos a nivel general). Sí, pero se hace necesario a nivel de las personas que desean aplicar
técnicas conductuales conocer delante qué tipo de niño o grupo nos encontramos. No se trata de
efectuar una evaluación a fondo, cosa más propia de los psicólogos, sino de revisar la
información de que disponemos para obtener datos relevantes y ayudarnos a comprender como
debemos actuar.

A nivel informativo (para el caso de sujetos individuales) adjuntamos un breve cuestionario en el


que se contemplan los diferentes factores de riesgo que son susceptibles de provocar y
mantener conductas disruptivas en la escuela, tanto a nivel de Enseñanza ordinaria como en
Centros de Educación Especial.
Se han introducido factores genéticos, ambientales, de temperamento y afectivos. El
cuestionario aporta una puntuación total de riesgo pero también permite un análisis del peso
específico de cada factor para conocer más a fondo al niño y tomar las decisiones más
adecuadas.

CUESTIONARIO FACTORES DE RIESGO

A mayor puntuación obtenida en este cuestionario, mayor es la probabilidad de la presencia de


episodios conflictivos y peor pronóstico en su evolución y corrección.
Los diferentes ítems se puntúan con 0 (respuesta negativa a la pregunta) o 1 (respuesta
afirmativa). El resultado sólo pretende aportar una aproximación para evaluar el peso total de
los diferentes factores que influyen en la génesis y mantenimiento del problema. No tiene
ningún otro cometido ni valor diagnóstico. Sin embargo, de su análisis, podemos obtener
algunos datos para orientar mejor nuestra actuación.

Item Pregunta SI=1;


nº NO=0.
1- ¿Hay antecedentes familiares de problemas de conducta o salud mental?  
2- ¿Vive en un entorno marginal con alto riesgo social?  
3- ¿Pertenece a una familia desestructurada (separación de los padres),  
crianza con otras figuras familiares (abuelos, tios...)?
4- ¿Se conocen malos tratos hacia el niño (físicos o psíquicos), abandono,  
negligencia o incumplimiento de los cuidados básicos del mismo (comida,
higiene, escolarización, etc..)?
5- ¿Las primeras conductas disruptivas se manifestaron antes de los 5 años?  
6- ¿Estas conductas son persistentes y permanecen a lo largo del tiempo a  
pesar de sufrir fluctuaciones en su frecuencia e intensidad?
7- ¿Disfruta de actividades que suponen riesgo físico para él mismo u otros?  
8- ¿Existen paralelamente a las conductas disruptivas un retraso significativo  
en el aprendizaje escolar?
9- En niños mayores: ¿hay conductas de riesgo como ingesta regular de  
alcohol o sustancias?
10- ¿Es temido o rehusado por una parte significativa de sus compañeros en el  
colegio?
11- ¿Sus padres o tutores no se muestran colaboradores y no suelen asistir  
regularmente a las reuniones en el colegio?
12- ¿Tiene el niño un patrón de comportamiento caracterizado por dos o más de  
las siguientes características?: Hiperactividad; Impulsividad, Déficit
Atencional, Baja tolerancia a la frustración.

INTERPRETACIÓN RESULTADOS:

Puntuación total Valoración  


De 0 a 4 puntos El niño presenta ningún o pocos factores de riesgo y, por  
tanto, su evolución debería ser positiva. Si aparecen
conductas disruptivas pueden deberse a circunstancias
temporales.
De 5 a 8 puntos Se sitúa en una zona media o media-alta de riesgo para  
presentar episodios disruptivos frecuentes y de cierta
intensidad. Su evolución dependerá del control de los
diferentes factores de riesgo y el seguimiento por parte de
los diferentes profesionales de la salud.
De 9 a 12 puntos En esta franja se sitúan los niños con peor pronóstico al  
presentar casi todos los factores de riesgo. En este grupo
se incluirían los casos más patológicos con necesidades
atencionales especiales.

Independientemente de la puntuación total obtenida por un niño determinado, es interesante


comprobar si existe predominio de alguno de los factores de riesgo. En la siguiente tabla se han
agrupado los diferentes ítems según al factor al que pertenecen.

Items nº Tipo de Factor  


1 Genético  
5, 6, 7, 12 Temperamento/Personalidad  
2, 3, 8, 9 Ambiental  
4, 10, 11 Afectivo  

ANÁLISIS DE LOS FACTORES:

-Predominio de los factores genéticos, temperamento o personalidad:


Los niños en los que predominan estos factores presentan conductas persistentes, con mayor
dificultad para su extinción o control. Suelen precisar medicación para optimizar los resultados.
En la escuela, las mejores técnicas para su control son los procedimientos operantes. No
soportan que se les lleve la contraria y presentan muy baja tolerancia a la frustración. Tampoco
que se les levante la voz o se les amenace con castigos o consecuencias negativas debidas a su
conducta.
Entablar discusiones acaloradas con ellos supone entrar en su terreno y podemos propiciar una
mayor activación. Todo ello no quiere decir que debemos ser tolerantes ante sus conductas o no
castigarles sino que cuando lo hagamos sea con firmeza, con seguridad, pero sin estridencias.

El niño debe saber que deseamos ayudarle pero que hay ciertos límites que no pueden
sobrepasarse.

-Predominio de los factores ambientales:


Se trata también de factores que ejercen una notable influencia sobre la conducta. En
combinación con los anteriores pueden agravar los problemas significativamente. Cuando hay un
predominio de estos factores resulta muy útil combinar los procedimientos operantes con la
práctica de habilidades sociales y también las pautas educativas de prevención de riesgos.

Los niños que provienen de entornos marginales pueden haber observado y aprendido modelos
de interacción con los otros basados en la amenaza, la ley del más fuerte o en valores que se
apartan de las normas sociales básicas. Muchos de ellos presentarán un retraso significativo en
los diferentes aprendizajes debido a que han crecido en un ambiente poco estimulante y
propicio.

En la adolescencia configuran una población de alto riesgo para consolidar conductas violentas o
adictivas. Parte de la interacción con ellos debe basarse, pues, en ofrecerles modelos
alternativos. Probablemente no podremos cambiar su entorno pero sí intentar darles una
perspectiva diferente siempre desde el respeto a sus orígenes y creencias.

-Predominio de los factores emocionales o afectivos:


Configuran una población hetereogénea en la que se incluyen todos los niños que durante su
infancia han sufrido malos tratos físicos o psíquicos, negligencia o abandono por parte de los
padres o pérdida de alguno de los progenitores. También pueden incluirse aquellos niños que,
pese a pertenecer a familias de clase media sin problemas aparentes, han padecido algún tipo
de restricción afectiva (vínculo apego mal establecido, niño no deseado, niño sobreprotegido,
etc...).

Cuando predominan estos factores en un niño que presenta conductas disruptivas en el aula, es
posible que lo haga para llamar la atención del maestro. Frecuentemente puede interpretarse
como una demanda de ayuda desadaptada a pesar de que el niño no sea capaz de identificar
con claridad qué le ocurre. Muchos niños viven con cierta "normalidad" sufrir malostratos por
parte de personas allegadas dado que no han conocido otra cosa. Son niños que nos someterán
constantemente a prueba y tratarán de manipularnos afectivamente ("ya no te quiero", "eres un
mal profesor prefiero a...".

Destacar que, en general, los niños que han sufrido importantes carencias afectivas,
dependiendo de la presencia de otros factores de riesgo, pueden desarrollar tanto conductas
externalizantes (conductas disruptivas, agresivas, violencia...) como internalizantes
(depresión, retraimiento, etc..), también una mezcla de ambas.

El trato con este colectivo debe basarse en encontrar un equilibrio entre marcar los límites y
proporcionar un apoyo afectivo que les permita desenvolverse con mayor seguridad en el
entorno escolar. Es un juego de equilibrios no siempre fácil de poder regular en nuestro medio.

El modelo que ofrecemos como maestros es importante:


Uno de los factores más importantes para poder ayudar a estos niños y el que va determinar
en mayor medida la efectividad de las estrategias que podamos utilizar con ellos va a ser
cómo nos ven a nosotros. Los niños son especialmente intuitivos y saben leer en nuestras
caras, gestos y reacen clase.
C) ACTUAR

En este apartado vamos a tratar de orientar la actuación según la información recogida hasta
ahora.
En un primer momento se ha procedido a la identificación del individuo o grupo problemático,
posteriormente hemos aportado pistas acerca de las características generales de la actuación
dependiendo del tipo de factores de riesgo predominantes en un individuo concreto. Ahora es
necesario elegir cual es el plan de actuación o estrategia a seguir.
Ello va a depender de si queremos modificar la conducta en un grupo o la intervención va a
dirigirse a un individuo.

En general, las estrategias que se exponen en estas páginas son susceptibles de ser aplicadas
tanto individualmente como a nivel de grupo, siempre que seamos capaces de adaptarlas
debidamente teniendo en cuenta la edad de los niños y las circunstancias de la escuela
(Ordinaria, Educación Especial) o nivel del aula.

Las diferentes técnicas son complementarias, es decir, no deben entenderse como un único
sistema de intervención, sino como diferentes herramientas susceptibles de combinarse entre
ellas para ajustarse a nuestras necesidades. De la creatividad y preparación de cada persona
dependerá el obtener unos resultados óptimos.

A continuación se expone, a modo de sugerencia, una tabla para orientar la elección en función
de los diferentes trastornos.

ALGUNOS TRASTORNOS Y TÉCNICAS DE ELECCIÓN

(pulsar sobre los diferentes enlaces para acceder a la información de cada técnica)

Hiperactividad, Déficit Atención, Impulsividad


En niños hiperactivos o con sintomatología T.D.A.H. las técnicas habituales de elección son la
economía de fichas y las restantes técnicas operantes. Las estrategias paradójicas
pueden utilizarse puntualmente (en caso de rabietas u otras conductas disruptivas) y como parte
de un sistema más completo de actuación. En niños a partir de 8 o 9 años y con suficiente nivel
cognitivo puede también utilizarse el Principio de Premack.

Niños desobedientes
La economía de fichas puede tener en este colectivo un rendimiento irregular dependiendo de
la severidad de la desobediencia. En general, a mayor intensidad y frecuencia de estas
conductas su eficacia disminuye, dado que el niño enseguida percibe que no alcanzará el
objetivo marcado como premio.
Por su parte los diferentes procedimientos operantes pueden ser de gran ayuda si se utilizan
adecuadamente.
Para situaciones concretas pueden también aplicarse algunas de las estrategias paradójicas.

Los oposicionistas - desafiantes


Sin duda conforman uno de los grupos con mayor riesgo de presentar conductas disruptivas
persistentes y de difícil tratamiento. En general se caracterizan por un bajo nivel de tolerancia a
la frustración y cualquier pequeño incidente puede convertirse en el estímulo que desencadene
un episodio de violencia verbal o física.

En cualquier intervención conductual con este tipo de niños deberemos tener en cuenta de no
caer en la trampa de abrir una discusión abierta acerca de sus razones. Ellos se encuentran en
su terreno cuando son recriminados en voz alta, en especial, si el educador o maestro pierde los
nervios ya que ello puede agravar el episodio. Dentro de lo posible es recomendable que el niño
perciba seguridad en el adulto que le impone las medidas correctoras con un tono firme pero no
amenazante.

En algunas situaciones concretas pueden utilizarse estrategias paradójicas para cambiar el


orden de las contingencias y crear un nuevo espacio de actuación. No obstante, las técnicas más
utilizadas son las operantes en algunas de sus variantes y según el caso.

Alumnos poco motivados


Recomendamos en niños mayores de 8 o 9 años la utilización del Principio de Premack con
algunos componentes de las técnicas operantes, en especial, la Economía de Fichas (en el
caso de los más pequeños).

Alumnos con Retraso Mental, T.G.D. o espectro autista en Educación Especial


En estos ámbitos las técnicas más utilizadas son los procedimientos operantes. En particular
el Refuerzo positivo y negativo, el Modelado, el Tiempo Fuera, la Retirada de Atención o el
castigo en algunas de sus variantes.
IMPULSIVIDAD

INTRODUCCIÓN

La impulsividad es un rasgo del temperamento (niños) o personalidad (adultos) que ha estado


presente, en un u otro grado, a lo largo de toda la evolución del ser humano aunque, no
siempre, deberíamos atribuirle directamente una connotación negativa o improductiva como
veremos más adelante.
No obstante, hoy en día, la impulsividad en muchos niños se manifiesta con una gran intensidad
y frecuencia, llegando a alterar la convivencia y condicionar la vida de los padres que la sufren.
Es un hecho evidente que, además, la impulsividad parece manifestarse en niños cada vez más
pequeños, si bien, esto puede atribuirse, en parte, a los actuales estilos de vida modernos
(ambos padres con largas horas de trabajo) y también, en algunos casos, a una falta de
recursos o conocimientos por parte de los padres o educadores que simplemente se ven
desbordados y no saben como afrontarlo. Por ello, es cada vez más frecuente, buscar ayuda
profesional.

Normalmente, la impulsividad viene acompañada de hiperactividad y déficit de atención en lo


que denominamos: TDAH y esto puede ser la antesala de problemas de aprendizaje, conductas
disruptivas y, más adelante, agresivas o delictivas.
Sea como fuere, hay niños que presentan series dificultades para reprimir sus impulsos y esto
les conlleva numerosos conflictos tanto en el ámbito familiar como en el escolar.

En esta página expondremos qué es la impulsividad, sus problemas asociados y cómo podemos
regularlos y ayudar a los niños que la padecen.

2- EL NIÑO IMPULSIVO
Veamos a continuación las características nucleares que presentan los niños que denominamos
“impulsivos”. Estas manifestaciones, hemos comentado ya, se están presentando a edades cada
vez más avanzadas (2, 3 años), y pueden suponer para la familia una alteración significativa en
la vida cotidiana si se desconocen los motivos y la forma correcta de actuar.
Algunas pistas para detectar el niño impulsivo:

 Primero hace, luego piensa.

 Contesta antes de acabar de oír la pregunta.

 Dificultades para aguardar el turno en los juegos.

 Mal perder. No soporta que le ganen.

 Interrumpir o estorbar a los demás.

 Baja tolerancia a la frustración.

 Poco autocontrol.

 Desobediencia, negativismo.

 El niño reconoce su problema pero no puede controlarlo y reincide.

 Puede involucrarse en actividades físicas peligrosas sin valorar sus consecuencias.

 En niños pequeños se dan fuertes rabietas incontroladas.


Estas son algunas de las manifestaciones que podríamos incluir dentro del concepto de
“impulsividad”. Algunos padres, simplemente definen al niño impulsivo, como un niño que tiene
un fuete carácter o temperamento.
La impulsividad, actualmente, se detecta y diagnostica como parte nuclear del T.D.A.H.
(Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad). Si bien, los manuales que contienen los
criterios diagnósticos (DSM-V o anteriores) permiten hacer el diagnóstico de T.D.A.H. con
predominio o no de alguno de los tres factores nucleares: la mencionada Impulsividad, el
Déficit de Atención o la Hiperactividad.
Sea como fuere, creo que la impulsividad como factor psicológico independiente o no, precisa de
un tratamiento más detallado y un abordaje más explícito. Las razones son obvias. La
impulsividad tiene repercusiones directas sobre las interacciones familiares, pudiendo alterar el
desarrollo adecuado de vinculación afectiva y el equilibrio emocional. También deteriora
seriamente la capacidad de aprendizaje del niño y su buena adaptación a la escuela y
compañeros. Finalmente una impulsividad no trabajada a tiempo y que se manifiesta en un
entorno desestructurado, es el camino más directo para conductas violentas o delictivas en el
futuro.

Puntualizar también que trataremos la impulsividad desde su manifestación en niños de


población normal o con algún diagnóstico de T.D.A.H. En ningún caso trataremos aquí las
manifestaciones de impulsividad debidas a otros trastornos clínicos más severos (autismo,
psicosis, síndrome x frágil, retraso mental, etc.).

3- APROXIMACIÓN A LA IMPULSIVIDAD

En principio, la impulsividad podríamos definirla como un estado de activación neurobiológica o


déficit de control inhibitorio. Los dos términos en cierta manera ponen de relieve la más que
posible mediación de factores orgánicos en la génesis de la impulsividad. Esta activación supone
la liberación de una serie de sustancias internas (neurotransmisores, hormonas) que preparan al
cuerpo para una reacción motriz inmediata. Es una energía que está ahí y debe “liberarse” de
alguna manera. La más habitual (según edad): las rabietas, los gritos, las huidas, etc.
Regularmente los niños con TDAH o, simplemente, con síntomas de impulsividad, tienen
antecedentes familiares de primer grado que manifestaron o manifiestan el mismo problema. Por
tanto, la vía genética o herencia determina cierta predisposición a manifestar los síntomas en
hijos de padres también con caracteres fuertes, impulsivos o con poca tolerancia a la frustración.

Pero la impulsividad no es tan sólo un factor que podemos heredar sino también una
manifestación cognitiva y conductual que puede potenciarse o disminuir en función del entorno.
Es importante establecer la diferenciación entre una impulsividad primaria de la secundaria.
En el primer caso, la impulsividad estuvo presente desde el mimo momento de nacer el niño sino
antes (excesivos movimientos fetales) y es la que suele tener un componente genético más
evidente. La secundaria aparece o se potencia en un momento dado del desarrollo normalmente
asociado a factores de inestabilidad afectiva, cambios imprevistos, traumas, separaciones, etc.
El peor de los escenarios es cuando un niño genéticamente predispuesto para ser impulsivo
tiene, a su vez, un entorno poco acogedor o desestructurado.

Por lo comentado hasta ahora parecería que la impulsividad es algo no deseable y que, en todo
caso, comporta sólo problemas. Este planteamiento es muy simple y no obedece a la realidad de
un tema mucho más complejo.
Hoy en día sabemos que muchos de nuestros mejores atletas fueron de pequeños
diagnosticados, en un grado u otro, de Hiperactivos, con Déficit de Atención, Impulsivos, etc. La
cuestión es que cuando esa energía desbordante de fácil activación fue canalizada hacia
actividades deportivas u de otro tipo reguladas, se convirtió en un buen aliado.

La impulsividad, pues, entendida como estado de activación inmediato, nos aporta combustible
para responder de forma rápida (aunque normalmente poco racional) a nivel motriz. Esto no es
casual. Si está en los genes de los seres humanos es porque en algún momento de nuestro
período evolutivo fue una característica positiva para la supervivencia de la especie.
Imaginémonos los tiempos remotos de vida en las cavernas y los pocos recursos para afrontar
un medio ambiente hostil con numerosos enemigos y animales dispuestos a atacarnos. En este
medio es muy probable que supervivieran mejor los seres humanos con unas capacidades de
“impulsividad” (activación rápida y potente) y, por tanto, de afrontar o huir de la situación con
éxito, frente a los que eran más tranquilos.
Vemos, pues, que la impulsividad pudo obedecer a factores de supervivencia en algún momento.
No obstante, la genética no va tan rápido como los cambios culturales de la especie. La
programación genética de algunos niños sigue preparada para responder contundentemente a
cualquier tipo de agresión percibida, no obstante, hoy en día, lo que se espera de ellos es
precisamente lo contrario: racionalidad, tranquilidad, paciencia, atención, etc, especialmente en
la escuela.

4- ALGUNAS EXPLICACIONES NEUROBIOLÓGICAS


En psicología se utiliza un término hipotético denominado “arousal” que trata de describir los
procesos que subyacen en el control de la alerta, la vigilia y la activación.
El concepto de arousal admite varios significados. Así se habla de arousal comportamental para
significar lo mismo que nivel de actividad. Pero se puede hablar también de arousal cortical, en
cuyo caso la referencia es a la activación de las neuronas corticales a través del Sistema
Activador Reticular (SAR) e implicaría también la activación autónoma. Sin entrar en más
tecnicismos, lo que nos interesa resaltar ahora es que cuando los fármacos estimulantes, que
normalmente incrementan tanto el arousal comportamental como el fisiológico, producen en
muchos hiperactivos (y o impulsivos) un descenso en su nivel de actividad, es que, por
paradójico que parezca, está reduciendo tanto el arousal conductual como el fisiológico. Según
algunos investigadores (Mc. Mahon, 1.984) la explicación reside en que los niños T.D.A.H. se
benefician de los efectos de los estimulantes dado que son deficitarios en arousal cortical y
autónomo. Por tanto, la hipótesis planteada es que la disfunción primaria hallada en niños
impulsivos y/o hiperactivos se debería a una infraactivación del SAR más que a una
sobreactivación.
Por otro lado se conoce el importante papel que tienen los lóbulos frontales como reguladores
y organizadores del lenguaje y, por consiguiente, de los actos voluntarios del individuo. Los
mecanismos fisiológicos responsables de esos actos están aún lejos de ser descubiertos pero se
sabe que maduran en el niño “normal” hacia los cuatros años de edad.
Respecto a la regulación motora y de la acción por parte de los lóbulos frontales, Luria subrayó
su papel en la programación de las más altas formas de actividad humana organizada. Todo esto
sugiere que (siguiendo exposición de Luria 1.980):
Los lóbulos frontales pueden y deben ejercer un papel decisivo en la preservación y realización
de los programas de todas las formas complejas de actividad; ellos mantienen el papel
dominante del programa e inhiben acciones irrelevantes e inapropiadas. Presumiblemente, por
tanto, cuando una lesión en los lóbulos frontales lleva a rebajar el estado de actividad, se
deteriorará sustancialmente la ejecución precisa de los programas motores, dejarán de ocupar
un papel dominante las acciones y movimientos selectivos para la tarea, y así surgirán
fácilmente acciones irrelevantes e inadecuadas que ya no podrán ser inhibidas.

Resumiendo, una baja activación del SAR o una lesión en lóbulos frontales pueden ser algunos
de los factores relevantes en la génesis de la sintomatología impulsiva y/o hiperactiva. En el
primer caso la medicación (normalmente: metilfenidato) podría compensar parcialmente el
déficit.
Hemos también comentado la activación fisiológica que se produce en los brotes impulsivos
como consecuencia de la activación del sistema autónomo. En estos episodios se producen
cambios endocrinos y secreciones hormonales que preparan al cuerpo para responder ante lo
que el niño percibe como una amenaza inminente (puede ser simplemente que se le frustre en
alguna de sus demandas). Otro elemento importante en el nivel de activación lo constituye la
forma en que el niño percibe la situación a nivel emocional. Elevados niveles de adrenalina y
noradrenalina en sangre y orina aparecen antes y después de sucesos estresantes o enérgicos
que cursan con gran carga emocional e incluso agresión. Sea como fuere, cuando el niño con
impulsividad, se ha activado, difícilmente tendrá el control voluntario sobre sus actos en los
primeros momentos de mayor activación.
Más adelante explicaremos como trabajar estos aspectos.

5- ORIENTACIONES GENERALES PARA REGULARLA


Hemos ya definido lo que entendemos por niño impulsivo, sus síntomas y, también, algunos
planteamientos desde la neurobiología. En este aparatado vamos a exponer algunas
orientaciones y estrategias para trabajar con niños que presentan estas características.
 En primer lugar, debe quedar claro que el niño tiene dificultades para regular su estado
de activación. Por eso siempre suelo recordar que: “No es tanto que no quieran
autocontrolarse sino que no pueden”. Una vez activados (descargas hormonales
conjuntamente con emociones intensas de frustración) tienen que efectuar alguna acción
(rabietas, huída, agresión, lanzamiento objetos, etc.). Ello no quiere decir que seamos
tolerantes, sino que desde la comprensión de lo que pasa podemos ayudarle de forma más
eficaz. A este respecto, hay que señalar, que la mayoría de niños impulsivos suelen luego
arrepentirse y se comprometen a no volver a hacerlo cuando se lo razonamos. No obstante,
vuelven a recaer en los mismos comportamientos disruptivos al tiempo que manifiestan una
cierta perplejidad o inquietud al verse superados por sus propios actos y no saber por qué
vuelve a ocurrir. También puede suceder que estos episodios se refuercen si con ello el niño
consigue lo que quiere y, por tanto, puede aprender a manipularnos a través de ellos.

 El niño debe aprender, aunque aceptemos el hecho de que tiene dificultades para
controlarse, que sus actos tienen consecuencias. Por ello, contingentemente a las rabietas,
conductas desafiantes, agresiones u otros, deberemos ser capaces de marcar unas
consecuencias inmediatas (retirada de reforzadores, tiempo fuera, retirada de atención,
castigo, etc.). Por ejemplo si ha lanzado objetos, deberá recogerlos y colocarlos en su lugar;
si ha insultado deberá pedir disculpas, etc. Deberemos, pero, esperar a que se tranquilice
para aplicar las contingencias marcadas.
 Es muy importante que cuando se produzca un episodio de impulsividad extrema
(rabieta, insultos, etc.) los padres, maestros o educadores mantengan la calma. Nunca es
aconsejable intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos momentos. Esto
complicaría las cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y tranquilos pero, a la vez
contundentes y decididos. Por ejemplo, ante las rabietas incontroladas de los más pequeños,
decirle: “Mamá (o papá) están ahora tristes con tu comportamiento y no queremos estar
contigo mientras estés así”. Los padres se retiran buscando una cierta distancia física (según
las circunstancias: calle o casa) pero también afectiva. De esta forma, el niño, recibe a nivel
inconsciente un mensaje muy claro: Así no vas a conseguir las cosas.

 Contingentemente a estas actuaciones, también podemos introducir las medidas


correctoras (castigo): “Cómo has insultado a papá (o mamá) hoy no podrás ver los dibujos
que tanto te gustan (o no jugarás a la play, etc.). Papá está triste porque no quiere
castigarte, pero tiene que hacerlo para ayudarte a mejorar”.

 No entrar en más discusiones o razonamientos en el momento de activación por parte


del niño.

 Nunca decirle que es malo sino que se ha portado mal durante unos momentos y que
eso puede arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo con
otros niños que son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle primero los
aspectos positivos que probablemente tiene al mismo tiempo que le señalamos los que debe
corregir.

 Hay que insistir en la necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño cuando
queramos corregir sus actos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o
discrepancias entre los padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las
rabietas u otras se incrementarán. Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando,
llorando o fuera de control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No
podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo que se esté quieto y callado.

 No basta con saber contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños
requieren también que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más
adelante se dan algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben ser hechas en
caliente sino en frío cuando las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es por la noche
antes de acostarse.

6- ESTRATEGIAS PARA CORREGIRLA


Recordar que la impulsividad como rasgo de temperamento puede deberse, en parte, a
predisposiciones genéticas pero la propia experiencia vital del niño y las condiciones de su
entorno determinarán, la intensidad, frecuencia y forma en la que finalmente se expresa. Un
ambiente familiar tranquilo y colaborador es el mejor aliado para corregir conductas.
Veamos ahora algunas estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas
según edad.

Para los más pequeños (hasta 5 o 6 años) ante las manifestaciones impulsivas (rabietas, gritos,
lloros, etc.) deberemos aplicar la retirada de atención física y afectiva tal como hemos explicado
anteriormente y, si procede (según intensidad o características del episodio), aplicar algún
correctivo. No basta con saber establecer límites o castigar, deberemos completar el trabajo con
ejercicios de de vinculación afectiva como leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación por la
noche antes de dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar con ellos y analizar
lo que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y capacidad del niño. A los más pequeños
les costará entender los razonamientos basados en la lógica o moral adulta, por tanto, evitar
excesivas explicaciones.
Es importante, también, que empecemos a trabajar con ellos las sensaciones internas que
preceden a las manifestaciones impulsivas. Si el niño va tomando conciencia de ello podrá más
fácilmente aplicar en el futuro técnicas de autocontrol. Dicho de otra forma: Si el niño logra
detectar su estado de activación fisiológica previa al episodio disruptivo, podrá poner en marcha
alguna de las estrategias incompatibles con el estallido impulsivo y, por tanto, evitar su
manifestación. Veamos algunas formas de hacerlo a continuación.
A) EL VOLCÁN
Muchos niños identifican la sensación que viven justo antes de “explotar” como una especie de
calor interior intenso e incontrolable acompañado de fuertes emociones que no pueden reprimir
y preceden irremediablemente al episodio disruptivo.
Una buena estrategia para que el niño empiece a tomar conciencia del problema y pueda
comenzar a controlarlo, consiste en hacerle visualizar todo el proceso en forma de imágenes.
Podemos ayudar al niño a imaginarse que en su interior hay un volcán que representa toda su
fuerza y energía, pero, a veces, se descontrola y se produce la erupción. Cuando empieza a
enfadarse, el volcán (que estaría situado de forma imaginaria en la zona del estómago) se
calienta y empieza a producir lava caliente hasta el punto que, si no lo controlamos, estalla.
De lo que se trata es de ayudar al niño a que identifique las propias sensaciones internas previas
al estallido y, así, poder controlarlo.
Una vez que el niño se ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que
ponga en marcha recursos para parar el proceso.
Debemos, pues, encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada
niño a la hora de hacer frente a la impulsividad y autocontrolarse. Hay estrategias muy simples
que consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente respirar varias veces
profundamente al tiempo que se da interiormente autoinstrucciones (Para, Stop, Tranquilizate,
Controlate, etc.). Esta técnica suele ser muy eficaz si, además, hemos trabajado con el niño
alguna técnica de relajación (ver nuestra página: Técnicas de relajación para niños).

Para niños muy impulsivos, es probable que les cueste cierto tiempo y práctica desarrollar estos
hábitos. En estos casos, podemos darles también la instrucción de que cuando se noten muy
activados intenten separarse físicamente de la situación como método para tratar de evitar el
episodio (apartarse de un niño que le insulta, ir a su habitación ante una reprimenda, etc.). Todo
ello debe llevarse a cabo bajo supervisión del adulto y teniendo en cuenta la edad del niño. Los
niños más pequeños (menos de 5 años) tendrán más dificultades para trabajar con
autoinstrucciones.

B) EL SEMAFORO

Uno de los problemas recurrentes que nos encontramos cuando trabajamos con niños impulsivos
y/o hiperactivos es que no son conscientes de su estado de activación y eso les conduce
irremediablemente al conflicto. Esto es especialmente problemático en la escuela.
Una estrategia que empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semáforo. La
estrategia es simple: se trata de avisar al niño o grupo de alumnos (proporcionarles feedback)
cuando se están empezando a activar.

Imaginemos la siguiente situación:


Juan es un niño de 8 años muy impulsivo e hiperactivo. Difícilmente aguanta quieto en su sitio
más de 5 minutos en clase. La maestra lo ha castigado sistemáticamente pero el niño parece ya
insensible al castigo. Tampoco sabe decirnos el motivo que le impulsa a levantarse y, a veces,
molestar a los compañeros con los que acaba entrando en conflicto.
En este caso, la maestra, puede decirle al niño privadamente que como no desea castigarle más
y quiere ayudarle a controlarse, van a establecer una especie de “pacto secreto”: Voy a colocar
en la pizarra ( pared, panel u otro) un papel (o cartulina cortada en redondo) que irá cambiando
de color según como tu estés. Cuando veas la verde es que todo va bien. Si ves la amarilla:
¡Precaución! debes tener cuidado ya que eso indica que estás empezando a hacer cosas y estás
en peligro de llegar al castigo. Finalmente, si colocamos la roja, quiere decir que deberá cumplir
un correctivo al no conseguir controlarse.
Aconsejo utilizar el código visual cuando se trata de niños con necesidades educativas
especiales. En la escuela ordinaria, puede ser más adecuado utilizar como señal de aviso (en
lugar del color amarillo) algún movimiento concreto del maestro/a. Este método es más discreto
y tiene la ventaja que suele pasar desapercibido por el resto del grupo. Por ejemplo: “Cuando
veas que te miro y doy dos golpecitos con mi bolígrafo o cuando me toque la nariz, etc…”

Lo importante aquí es trabajar en la identificación de las sensaciones previas a las conductas


impulsivas y fomentar en el niño su reconocimiento como paso previo a la incorporación de
recursos de autocontrol. Si el niño ha trabajado, paralelamente, alguna técnica de relajación o
estrategia alternativa de afrontamiento, podrá intentar ponerla en marcha cuando note la
activación o se le avise de ella. Por ejemplo podemos (según edad y características del niño)
enseñarle a que cuando se note activado procure respirar profundamente al tiempo que se da
autoinstrucciones: “Tranquilo”, “Cálmate”, etc…
En casos de niños especialmente conflictivos podemos darle instrucciones para que se separe
físicamente de la situación o vaya fuera a un espacio abierto. Insisto en la necesidad de adaptar
todo esto a las circunstancias del niño y, en su caso, a la de los centros escolares.
La técnica del semáforo es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las
que todos los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación del grupo
en casos en los que haya riesgo de conflicto.

C) LA RELAJACIÓN

Uno de los mejores aliados en nuestra lucha por ayudar a los niños impulsivos, lo constituyen,
sin duda, los diferentes métodos de relajación. Podemos utilizar técnicas adaptadas a las
diferentes edades y necesidades. Además la relajación, bien efectuada, no presenta ningún tipo
de contraindicación y puede ser aplicada a la mayor parte de la población.
En nuestra página:
http://www.psicodiagnosis.es/areageneral/tecnicas-de-relajacion-para-
nios/index.php,
encontrará una descripción de las diferentes técnicas, según edad, para tratar diferentes
problemáticas conductuales y/o emocionales incluida la impulsividad.
D) CANALIZAR LA ENERGÍA

La impulsividad, hemos ya comentado, que podemos interpretarla como un estado de activación


que nos prepara, a nivel orgánico, para una respuesta inmediata ante una situación que no
toleramos o interpretamos como hostil a nuestros intereses o hacia nosotros mismos. No
obstante, esta pronta activación, puede ser especialmente útil si se canaliza en forma de
actividades reguladas. Por ejemplo, en cualquier actividad deportiva, los niños impulsivos
pueden beneficiarse si aprenden a canalizar esta activación para potenciar sus destrezas. Las
artes marciales que combinan concentración y despliegue de fuerza inmediata pueden ser
especialmente útiles para aprender a controlar impulsividad (salvo en el caso de niños que,
además, presente un componente antisocial o de agresividad con las personas).

Entre nuestros deportistas de elite se encuentran numerosos jóvenes diagnosticados de TDAH en


la infancia.
En definitiva, cualquier práctica deportiva es especialmente útil en estos niños y nos ayudará a
regular su comportamiento.

E) EJERCICIOS PARA POTENCIAR APRENDIZAJE

El niño impulsivo no tan sólo presentará problemas en su conducta sino que su perfil de
funcionamiento, le acarreará dificultades en aquellas tareas que requieren de atención sostenida
(lectura) o coordinación visomotriz fina (escritura).
Por tanto, resulta de suma importancia trabajar, también desde casa, con ejercicios para
mejorar estos aspectos. Al respecto, recomendamos ejercicios de papel y lápiz como (según
edad), el pintado de mandalas, los laberintos, ejercicios de discriminación de las diferencias, etc.
En el siguiente enlace podrá encontrar numerosos recursos para trabajar la atención y, también,
la impulsividad:
http://orientacionandujar.wordpress.com/fichas-mejorar-atencion/

Podemos también trabajar con diferentes juegos en el ordenador siempre y cuando la actividad
priorice la atención sostenida y la organización del material presentado visualmente bajo algún
criterio antes de efectuar la respuesta. Es decir, no nos interesan los juegos demasiado movidos
o que priorizan los reflejos visuales más que los racionales. El niño primero debe pensar y
organizar antes de ejecutar la respuesta (demora de la respuesta = control de la impulsividad).
Otro recurso que nos puede ayudar son los juegos de mesa. Recomendamos especialmente el
juego de Damas y el Ajedrez. En ambos, es necesario pensar antes de responder (lo contrario a
la impulsividad), además, los niños, deben situarse en unas coordenadas espaciales para mover
las fichas, lo que incrementa su capacidad visomotriz.
Finalmente, señalar un último recurso que podemos aplicar en casa para ayudar a los niños que
tienen dificultades con la grafía o la escritura. Frecuentemente, el niño impulsivo, presenta
dificultades para escribir correctamente y suele agrandar la escritura o deformarla
significativamente con escaso control sobre las coordenadas espaciales. En estos casos,
podemos trabajar con el niño utilizando los mandalas, laberintos u otros pero teniendo especial
cuidado en que primero aprenda a relajar el brazo y la mano. El niño impulsivo cuando coge el
lápiz lo hace de forma rígida y suele tensar todo el brazo. Deberemos darle instrucciones para
que, antes de empezar a dibujar o escribir, el brazo deje de estar tenso. Para ayudarle podemos,
por ejemplo, decirle que deje el brazo completamente muerto (podemos alzárselo con nuestra
mano e indicarle que cuando soltemos, el brazo debe caer a plomo. Si es así el brazo está
relajado). Una vez relajado podemos situar nuestra mano encima de la suya y ser nosotros los
que vayamos escribiendo (dibujando o coloreando) al tiempo que el niño procura seguir teniendo
el brazo relajado. Una vez más, lo importante es que el niño vaya discriminando entre tensión y
distensión (activación versus relajación).

También podría gustarte