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¿Qué hay detrás de un buen programador? ¿Qué inputs utiliza para acabar destilando una
propuesta coherente y atractiva para su teatro, museo, galería de arte, festival, canal
audiovisual, casa de cultura, espacio musical o grupo editorial? ¿Cuáles son las razones que le
llevan a programar un conjunto de actividades -más o menos nucleares o paralelas- en unos
formatos, horarios y espacios determinados? A diferencia del creador que decide sobre la
línea artística y los formatos de su obra, un programador trabaja, fundamentalmente, a partir
de propuestas externas. Hace de intermediario entre la amplísima oferta potencial de obras,
intérpretes o actividades disponibles en el mercado y un programa final que pone a disposición
del público. La decisión sobre qué y como se presenta, interpretado por quién, en un espacio y
tiempo determinados, y con qué envoltorio se presenta, está en manos de este profesional al
que llamamos en función del sector director artístico, programador, comisario o editor.
Desgranar los criterios utilizados en el interior de la particular coctelera o «caja negra» de un
programador no es una tarea fácil ya que no hay manuales o escuelas donde se aprenda este
oficio artesanal y etéreo. Esto explica porqué, más allá de improperios o elogios, se haya
escrito poco de forma analítica sobre el tema. Cabe debe tener en cuenta, asimismo, la gran
heterogeneidad de personalidades, procesos y vivencias existentes. Seguramente pocos
programadores se sientan plenamente identificados con mis reflexiones, pero a pesar de todo,
ahí va un intento de describir el proceso.
• las orientaciones y recursos que emanan de la institución donde trabaja (en azul en el
gráfico)
• los aspectos históricos, territoriales y culturales (en naranja)
• la interacción con agentes externos con capacidad de incidencia en el proyecto (en
rojo)
El mandato institucional -la misión y las finalidades últimas del equipamiento o proyecto-, son
el primer aspecto que debe tener en cuenta un programador, tanto si ha de elaborar una
propuesta para optar a una plaza específica como si desde hace ya un tiempo se responsabiliza
de la dirección artística o el comisariado de una institución. Sin embargo, este mandato viene
condicionado por los recursos disponibles: en primer lugar los económicos (propios y ajenos),
después los materiales (dimensión, accesibilidad y cualidades del espacio, equipamiento
técnico) y, finalmente, las particularidades, experiencia y formación de los recursos humanos
al servicio del proyecto.
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Otro aspecto clave, a tener en cuenta, es la disponibilidad de obras, artistas o profesionales
adecuados a la orientación buscada. Aunque pueda parecer que la oferta existente es
inagotable, en la práctica hay muchos aspectos prosaicos o simbólicos a tener en cuenta que
limitan el abanico. A menudo, lograr un buen éxito de audiencia con escasos recursos
financieros, malas condiciones de espacio y restricciones de programación (una alta
proporción de artistas locales o estricto equilibrio de género, por ejemplo) es bastante
laborioso y delicado.
Manuel Cuadrado y Carmen Pérez, en uno de los escasos estudios empíricos publicados
centrado en las prácticas de la programación teatral en España, señalan el perfil de la
audiencia y la oferta de una programación variada como los dos principales objetivos de los
programadores. La búsqueda de rentabilidad económica tiene escasa relevancia (con la
excepción de los teatros de titularidad privada o de gran dimensión) mientras que la
trayectoria del productor de la obra es importante sólo en los teatros con mayor número de
localidades. Muchos otros criterios, a priori relevantes, tienen según esta encuesta (con una
muestra de más de 200 programadores) escaso seguimiento: éxito de la obra, premios
obtenidos o programación en otros teatros o festivales. Es sorprendente, ya que o bien
demuestra la existencia de una gran heterogeneidad entre los consumidores teatrales
españoles, algo improbable, o bien los programadores necesitan mostrar su gran singularidad.
Más allá de los datos específicos de este estudio, y como resultado de conversar con
comisarios y directores artísticos y observar múltiples programaciones, es posible agrupar los
argumentos o criterios más citados en tres grandes ámbitos: cultural, económico y de
desarrollo territorial.
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Criterios culturales, de tipo artístico o patrimonial:
• Dar a conocer autores, obras o formatos no habituales
• La calidad e interés intrínseco de la propuesta
• El carácter marcadamente innovador, incluso provocador, que rompa con los cánones
establecidos y que ayude a pensar
• La belleza estética
• La recuperación y relectura de los clásicos
• Un equilibrio ecléctico entre repertorio clásico, moderno y de vanguardia
Además, es necesario distinguir entre aquellos programadores con un perfil más artístico de
los que combinan la dimensión artística con la de gestión. Los primeros se caracterizan por su
fuerte personalidad y por la capacidad de generar marca, pero necesitan apoyarse más en el
productor que, con el presupuesto y el conjunto de condicionantes técnicos en la mano, le
marca los límites de lo que es posible llevar a cabo. En cambio, el programador con un perfil
más híbrido es más autosuficiente: sabe lo que es posible realizar con los recursos que dispone
y tiene muy claro a qué público desea llegar. En las grandes instituciones es más fácil encontrar
el primer modelo, mientras que en las más pequeñas o en las de titularidad privada se impone
más el segundo modelo. Como dice Salvador Sunyer, ha caducado el tiempo de aquellos
directores artísticos que se vanagloriaban diciendo "no me entiende nadie, que bien que estoy
programando, que bueno que soy". Aunque, por otro lado, también es preocupante observar
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programaciones de muy bajo vuelo artístico. No es una cuestión de adaptación a una realidad
local o a una necesidad comercial, sino de insuficiente conocimiento de la oferta y de los
públicos. Faltan «comerciantes» profesionales que conozcan bien el género. En particular y tal
como atinadamente comenta Jaume Colomer, en los pequeños equipamientos culturales
públicos de proximidad, donde la programación requiere de un buen conocimiento de las
necesidades y expectativas de los diversos segmentos de públicos potenciales, capaces de
identificar los productos del mercado que puedan satisfacerlas y ayudar al crecimiento cultural
de la comunidad.
Desde una perspectiva analítica, existe un enorme campo de investigación potencial que ayude
a interpretar las claves del comportamiento de comisarios y directores artísticos en los
diversos sectores de la cultura. Un estudio profundo de los factores determinantes del proceso
de programación debería ir más allá de apriorismos como la titularidad pública o privada de la
institución, o el vanguardismo o conservadurismo del proyecto, ya que como el ejemplo de la
programación televisiva muestra -con condicionantes tan poderosos como la publicidad o la
búsqueda de notoriedad pública- se requiere de una gran sutileza para discernir sobre el juego
complejo de interrelaciones. No se pueden menospreciar tampoco las potencialidades de las
tecnologías digitales, ya que, con su gran capacidad de interacción entre públicos y contenidos
culturales, están transformando las formas y el contenido mismo de lo que ofrece una
programación.
*Agradezco los comentarios y sugerencias de Tino Carreño, Jaume Colomer, Carlos Elia, Pep Salazar, Héctor
Schargorodsky y Salvador Sunyer, así como las opiniones de muchos programadores que me han ayudado en el
proceso de maduración del texto. Gracias a todos!