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En primer lugar, tan cierto como que existe y debe existir el concepto de
justicia social y de lo justo social, es que los todos los bienes son limitados y
escasos en mayor o menor medida, y que nadie tiene un derecho natural a
apropiárselos de una manera más o menos absoluta o abusiva, de modo que
exceda a sus necesidades corrientes, y a una razonable previsión para sí y para su
familia, ante eventos negativos futuros, ya fueren naturales o artificiales, de
donde nace el concepto moderno de los seguros y su regulación jurídica.
Ya todos los bienes naturales y reales están repartidos entre los seres
humanos: el agua, la tierra, etc., y también los bienes virtuales como el dinero, el
nombre comercial, las llaves de negocios, y los recursos financieros. La pregunta
que surge para nosotros, hombres de justicia, es: ¿es justa la distribución de estos
bienes? Una primera respuesta puede ser: es justa porque los bienes son de
quienes los poseen, los tienen o de quienes son sus propietarios. Cabe formular la
advertencia: en principio esto es así, salvo que la apropiación haya sido injusta,
ya fuere por la violencia, por engaño, o algún otro tipo de relación injusta, como
adecuadamente tipifican algunas figuras delictivas en códigos penales, a saber la
usurpación, la estafa, la usura, etc.
Al igual que sucede con los honorarios de los abogados y las previsiones
de leyes arancelarias, la ganancia legítima y lícita de un empresario es: que a
mayor cantidad de empresas, menos gane, o más impuestos pague, con destino al
desarrollo empresarial de otros, de modo que las grandes empresas se ven
limitadas en función del nacimiento y desarrollo de las pequeñas y las medianas.
Más impuestos a las ganancias y bienes personales, y menos impuestos al
consumo. Repito: impuestos con asignaciones específicas para que no crezca de
manera exorbitante el Estado como un monstruo o una gran empresa a su vez,
de la que se adueñan políticos inescrupulosos con vocación de permanencia
deshonesta a costa del Estado, o bien empresas que solventan personas
deshonestas en procesos electorales o bien en licitaciones irregulares y
perjudiciales para el Estado. Bajo este concepto el Estado se convierte en canal
de redistribución de la riqueza que algunos injustamente pretenden acaparar y
monopolizar. Todos debemos tener posibilidades de holgura económica, y todos
debemos tener realidades de vida y desarrollo mínimamente dignos: unos más
ricos, otros menos, eso siempre existirá.