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JUSTICIA SOCIAL.

Me propongo reflexionar en este pequeño ensayo, acerca del concepto de


justicia social, y lo que ello significa e implica.

En primer lugar, tan cierto como que existe y debe existir el concepto de
justicia social y de lo justo social, es que los todos los bienes son limitados y
escasos en mayor o menor medida, y que nadie tiene un derecho natural a
apropiárselos de una manera más o menos absoluta o abusiva, de modo que
exceda a sus necesidades corrientes, y a una razonable previsión para sí y para su
familia, ante eventos negativos futuros, ya fueren naturales o artificiales, de
donde nace el concepto moderno de los seguros y su regulación jurídica.

También deberíamos coincidir en que todo derecho humano es limitado,


en tiempo y espacio, por derechos de los demás seres humanos. Ya que el
hombre vive en sociedad, pues es social por naturaleza como sostenía Aristóteles,
lógico es concluir en que en la sociedad todos debemos limitarnos en beneficio
del otro, del alter, de allí la idea de alteridad, que limita a la indiviudalidad.

Pero existe una situación actual en el Mundo, en el Planeta Tierra, que es


diferente a la de tiempos pasados. Hoy más que nunca todos los bienes son
escasos en mayor o menor medida, ya que no existen tierras res nullius, es decir
de nadie, o sea, que no pertenezcan a particulares, o bien a sociedades, o Estados.
Eso quiere decir que la adquisición de ciertos bienes como la tierra, y los
recursos naturales existentes en ella, debe hacerse de modo derivado, es decir,
por venta, donación, u otro, mas no de modo originario, cual sería la apropiación
de una isla desconocida, como pudo suceder en siglos pasados.

Ya todos los bienes naturales y reales están repartidos entre los seres
humanos: el agua, la tierra, etc., y también los bienes virtuales como el dinero, el
nombre comercial, las llaves de negocios, y los recursos financieros. La pregunta
que surge para nosotros, hombres de justicia, es: ¿es justa la distribución de estos
bienes? Una primera respuesta puede ser: es justa porque los bienes son de
quienes los poseen, los tienen o de quienes son sus propietarios. Cabe formular la
advertencia: en principio esto es así, salvo que la apropiación haya sido injusta,
ya fuere por la violencia, por engaño, o algún otro tipo de relación injusta, como
adecuadamente tipifican algunas figuras delictivas en códigos penales, a saber la
usurpación, la estafa, la usura, etc.

Dejando por el momento el estado de situación actual de la propiedad


privada en el mundo, seguimos preguntando:¿son justos los medios y modos de
adquisición de la propiedad privada, que de aquí en adelante permiten adquirir
bienes de todo tipo? Como respuesta aproximativa, diremos que no
necesariamente. Y es que siendo escasos los bienes materiales, como la tierra
por ejemplo, ya fuere que la escasez se predique por distribución en algunos
lugares (muchos inmuebles en manos de muchos), o por acumulación en otros
(muchos inmuebles en manos de pocos), resulta atinente plantear que no es
legítimo ni debe ser lícito que una persona adquiera más de lo que necesita para
su sustento, decoro, recreación y previsión razonables, es decir para su
desarrollo como persona humana, por más que tenga posibilidades para ello. Lo
que excede esas previsiones, por más que esté en sus posibilidades, en principio
es injusto que sea adquirido por uno, o por unos pocos, en detrimento del resto de
los integrantes de la sociedad, y más aún, de la humanidad o gran familia o
sociedad humana, hoy más que nunca puesta de relieve con la globalización. Esta
regla es tan cierta, y tan aceptada como principio jurídico o de justicia entre las
personas y las naciones, como limitación de los monopolios.

Ahora bien: se opondrá a la regla sentada anteriormente, aun con finalidad


social, que quienes acumulan más de lo que necesitan lo hacen para dar frutos a
la sociedad allí donde otros menos eficientes o menos sapientes en la materia
concreta, no lo harían, o para dar trabajo, vivienda, etc. a los otros. Por lo que
como excepción a dicha regla limitativa de adquisición de lo escaso, se puede
desarrollar como justa, la premisa secundaria de que, tratándose de bienes
escasos y fundamentalmente necesarios para el ser humano como la tierra, es
legítimo y lícito a las personas adquirir más de lo que precisan para cubrir sus
necesidades personales y de su núcleo familiar, en un esquema de división del
trabajo, excediendo una economía de subsistencia, si ello se efectúa para
intercambiar bienes con otras personas, mas no para aprovecharse de lo escaso
del bien que intercambian, fijando precios exorbitantes, o acumulando más de lo
que necesitan para un razonable intercambio comercial. Porque se repite a nivel
comercial, las consecuencias de este principio a nivel personal: a nadie es lícito
acaparar más bienes de los que necesita para un razonable intercambio
comercial, que haga a su desarrollo personal (pues el centro es la persona), y a
un beneficio social (porque el otro centro es la sociedad o el resto de las
personas). Y luego, y volviendo a la esfera personal, a nadie es legítimo o lícito
comprar, con el producido del trabajo anteriormente descripto, más bienes
escasos, como la tierra, de los que necesita personalmente – concepto ya
tratado y al que nos remitimos – si no es con un fin social, por ejemplo comprar
muchas extensiones de tierra para sembrar y vender cosecha, entregando una
parte a la sociedad o al Estado; o bien comprar mucha tierra efectuando loteos
con precios bajos (que le reditúen ganancia), que permitan a los que no
pudieron adquirir, la adquisición a su vez de tierra. Porque lo que vemos que
sucede mayormente, es que al ser escasa la tierra, la compran los ricos para
revenderlas con construcciones o no, a precios caros o exorbitantes en el
mercado para la población media, con lo cual terminan adquiriéndola otros ricos
para inversión, alquilándola a la mayoría de la población, todo lo que lleva a un
círculo vicioso en que quienes más tienen cada tiene más, y quienes menos tienen
cada vez tiene menos y se endeudan más. En este caso, los loteos del rico
capitalista solucionan deseos de adquisición e inversión a ricos, y si los
solucionan a quienes no lo son, lo hacen de una manera impropia e indigna de la
naturaleza humana y del desarrollo personal de un ser humano, con ambientes tan
reducidos que ni un animal toleraría, de allí las regulaciones de existencia
necesaria de plazas, espacios verdes, y de dimensión mínima de pasillos,
habitaciones y calles, que no siempre se respetan o no siempre son razonables ni
recomendables para la realización de un desarrollo adecuado de la persona, ni
para la conservación de la salud psíquica y física.. El principio básico pues, es:
lo que excede a una razonable ganancia para atender necesidades personales
y familiares, más una razonable previsión por infortunios, no se puede
adquirir. Concebimos pues a la relación persona-bienes, como en una gran
fiesta, la de la vida en la tierra, en la que nadie puede tomar alimentos y bebida
fuera de lo que su cuerpo tolera, siéndole ilegítimo e ilícito guardarse en los
bolsillos, en bolsos, cajas o en el baúl de su automóvil, los que exceden tal
limitación, salvo que fuera, sobrando alimentos en una etapa de la fiesta, para
paliar deficiencias en horas avanzadas de la misma, ante el hambre y la sed
futuras de los comensales, correspondiendo en tal caso una pequeña ganancia
razonable a quien tal molestia o trabajo se tomó en favor de sus compañeros de
fiesta. Y la vida en la tierra es una fiesta, en tanto y en cuanto si bien trabajamos,
la tierra nos provee de vida, animales y vegetales, para nuestra alimentación, y
agua como bebida, que no se corresponden con nuestro esfuerzo, pues no damos
en modo alguno ni inventamos la vida vegetal y animal, ni el agua que corre, con
que solventamos nuestras necesidades.

Cabe distinguir entre lucro y ganancia. El primero es un concepto


relacionado con el lujo y una vida fastuosa y de despilfarro. El segundo, nos lleva
a paliar las necesidades vitales primarias, más las de desarrollo personal de un ser
racional y libre como el ser humano, que excede a las del animal. Quien quiera
trabajar y esforzarse por el lucro, que lo haga, no es lícito al Estado impedirlo,
siempre y cuando para lograr su lucro y su lujo, no se comprometan bienes y
valores fundamentales para el desarrollo humano del resto de las personas en
sociedad. Lucro y lujo sin acaparación monopólica, son permitidos y posibles,
dentro de límites razonables del no abuso del derecho: si el lujo es tener 20 casas
vacías y con los servicios de luz y gas encendidos sin nadie viviendo allí, porque
eso da placer y mayor calidad de vida a quien lo ostenta, como analógicamente
hacían algunos emperadores romanos, no le es legítimo ni lícito. El concepto
romano de derecho a abusar de la propiedad privada, fue limitado por el cristiano
de función social de la propiedad, en el Corpus Iuris Civilis con Justiniano, en
detrimento de la doctrina clásica privatista típicamente romana.

Al igual que sucede con los honorarios de los abogados y las previsiones
de leyes arancelarias, la ganancia legítima y lícita de un empresario es: que a
mayor cantidad de empresas, menos gane, o más impuestos pague, con destino al
desarrollo empresarial de otros, de modo que las grandes empresas se ven
limitadas en función del nacimiento y desarrollo de las pequeñas y las medianas.
Más impuestos a las ganancias y bienes personales, y menos impuestos al
consumo. Repito: impuestos con asignaciones específicas para que no crezca de
manera exorbitante el Estado como un monstruo o una gran empresa a su vez,
de la que se adueñan políticos inescrupulosos con vocación de permanencia
deshonesta a costa del Estado, o bien empresas que solventan personas
deshonestas en procesos electorales o bien en licitaciones irregulares y
perjudiciales para el Estado. Bajo este concepto el Estado se convierte en canal
de redistribución de la riqueza que algunos injustamente pretenden acaparar y
monopolizar. Todos debemos tener posibilidades de holgura económica, y todos
debemos tener realidades de vida y desarrollo mínimamente dignos: unos más
ricos, otros menos, eso siempre existirá.

Lo que no puede suceder en una sociedad justa, es que uno no tenga ni


para comprar la cubierta de la rueda de una bicicleta, mientras otros puede
comprar 20 automóviles BMW, todos trabajando razonablemente, pues entonces,
quiere decir que el trabajo de unos no vale casi nada y el de otros vale casi todo.
Sobre todo, no debe suceder que los frutos del trabajo de unos siempre caigan en
saco vacío, mientras que los de otros permiten el ascenso y crecimiento
ilimitados. Es lo que al menos se predica de Estados Unidos de América como
sueño americano: que quien trabaja tiene posibilidades de progreso, aunque haya
quienes son muy ricos y quienes no los son. Unos con ganancia y otros con lucro,
unos con vida digna y de desarrollo y otros con lucro y lujo. En cuyo caso, el
tema del lujo queda reducido a una cuestión de preferencia o ética interna sin
implicancias en lo social, pues las otras personas se pueden desarrollar
adecuadamente. Si todos en sociedad, trabajando razonablemente, tienen dinero
para comprar una casa, un automotor de mediano o bajo costo, pero nuevo, cero
kilómetro, mientras que otros pueden comprar una mansión, varios castillos y
muchos automotores de lujo, todo está bien desde el punto de vista de la
exigencia justicia, aunque la ética pueda pregonar el compartir más aún entre
seres humanos. No proponemos una igualdad absoluta, sino un piso mínimo
razonable. También proponemos riqueza en relación a funciones sociales de las
personas: no es lo mismo el auto en el que debe circular un Presidente, un
empresario, un obrero, o la camioneta doble tracción necesaria para trabajos de
campo. Si puede comprarse el automóvil de lujo el obrero, nadie lo debe impedir,
pero tampoco el Estado ni la sociedad deben garantizar tal cosa.

Gustavo Antonio Ramos Martínez, Córdoba, veintisiete de marzo de dos


mil diecinueve.

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