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¡JUSTICIA SIN DIGNIDAD, BASTA YA!

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


HISTORIA SOCIOCULTURAL
PROFESOR AUGUSTO GÓMEZ LÓPEZ

DAVID JULIAN LEMUS CAPADOR


C.C.1018408436
12 DE JULIO DE 2019

Para pensar la relación entre justicia y guerra, y como esta se convirtió en un urgente problema
de investigación por sus dimensiones dentro del conflicto colombiano, no basta con analizar la
acción llevada a cabo por el Estado frente a lo sucedido en el conflicto, además es necesario
asumir este acercamiento al tema analizando la relación entre los entes de justicia, lo que esta
representa y como se desarrolló en relación a los sucesos de la guerra. Cuando se analiza este
fenómeno, frente a otros conflictos internos de otros países, se encuentra una serie de
particularidades en el caso colombiano; primero por la cooptación que ha sufrido las autoridades
judiciales por parte de autoridades estatales y/o por actores ilegales y segundo un capítulo que
se podría llamar el de la ineficacia. Pero particularmente y junto a estos dos factores suceden
otros de valiosa importancia sobre la justicia en Colombia.

En el marco del conflicto armado colombiano ocurre una paradoja en la que se combina una
democracia mas o menos estable, con elecciones periódicas y dentro de un marco legal
competitivo, pero al mismo tiempo esta se desarrolla entre mucha violencia y en particular
violencia política. De este fenómeno se puede arrojar algunas tesis básicas; un conflicto que se
debate entre las exigencias de justicia y la eficacia del control, un sistema judicial débil
desbordado por la guerra pero que nunca se permitió colapsar y finalmente la distorsión
sistemática de gran parte de las autoridades de la justicia y la tensión entre delito político y
guerra criminal.

Con violencia política se señala la represión, la violencia ligada a la contención de disidencias


políticas. Esto da cuenta de una justicia y una democracia que funcionan de manera limitada
porque en contra de ella existe una amenaza terrorista, que le impide su normal y correcto
funcionamiento, y que la hace operar de manera distorsionada. Pero otras causas más
profundas de esta problemática tienen que ver con un conflicto interno de la justicia misma y
con un problema de orden estructural, que al contrario de lo que se supone del terrorismo, esta
violencia ejercida por los actores insubordinados es el revés necesario a las muy corruptas e
injustas formas de la democracia en Colombia y que de cierta manera muestra cómo funciona
el régimen político en Colombia y su construcción de legitimidad a través de la violencia
represiva por parte del gobierno de turno.

Tematizar esta paradoja es preguntarse acerca de la configuración entre guerra y democracia,


con este acercamiento se aborda tres elementos que componen su historia y como operó; la
tradición legalista o el llamado Legalismo, la independencia de la rama Judicial, y finalmente las
formas y como se dio la presencia de esta en el territorio nacional.

La tradición legalista es importante porque ha puesto límites al caudillismo y formas particulares


de individuos e instituciones autoritarias de controlar o manipular la justicia, la cual no puede
ser pasada por alto, si bien ha sido objeto de fuertes críticas por parecer más una ideología que
encubre los crímenes la explotación antes que dar soluciones y salidas a los conflictos, pero en
todo caso es importante. Difícilmente en otras democracias en América latina con conflictos
internos hubieran podido contener y operar de la manera que logró hacerlo la justicia
colombiana, la cual no solo pudo operar sino también encontrar una forma legítima de ser. Esta
tradición combina respeto a las formalidades jurídicas con prácticas sociales e individuales de
incumplimiento de las reglas, también funcionaba como forma de encubrir impunidades y fue
eficaz a la hora de desviar las demandas y las luchas sociales.

La independencia relativa a la rama judicial la cual convivió paradójicamente con altos niveles
de impunidad, debido a sus problemas históricos de implementación, eficacia, imparcialidad y
que ha tenido la injerencia e influencia negativa más o menos invisible de actores legales o
ilegales que han pretendido limitar su alcance o manejarla a su antojo y que en las regiones se
convertiría en una institución inoperante en la resolución de conflictos. Este fenómeno lo
podemos abordar en tres etapas históricas; la justicia heredada del frente nacional de 1971 a
1987, los reacomodos de la justicia y el nacimiento de la constitución del 91, y la tercera
corresponde al periodo de 1992 hasta el 2013. Periodo entre el asédio y la resistencia ósea el
sistema judicial en el marco del conflicto en las dos últimas décadas.

El frente nacional 1971-1987: en Latinoamérica se fortalece el enfoque militarista anticomunista


para enfrentar a la insurgencia, es así como Cesar Turbay en 1978 decreta el estatuto de
seguridad, otorgando grandes facultades a las fuerzas armadas para detener, investigar y
juzgar civiles. Esto fue una excepcionalidad en el manejo de problemas de orden público. Con
la posterior llegada al poder de Belisario Betancourt se agrava el problema de la justicia, al
mismo tiempo que se adoptan estrategias de dialogo con los alzados en armas, surgen las
bases de una guerra sucia en donde las desapariciones aumentan al igual que las amenazas y
asesinatos por razones políticas y las detenciones oficiales y legales son menores.

De todo esto se desprende tres factores que agudizan la precariedad de la justicia; en zonas
afectadas por el conflicto se impone la justicia guerrillera o la antisubversiva y en las zonas
urbanas la justicia penal militar desplazaba a la ordinaria, imponiendo sanciones y
desconociendo derechos. El impacto del conflicto sobre las decisiones judiciales por la vía del
miedo y en tercer lugar una percepción de impunidad, problemas de congestión y lentitud.

Para la justicia ordinaria era muy difícil recaudar pruebas distintas de los testimoniales y la
investigación criminal no contaba con programas de protección a testigos, y en la justicia militar
implementada a los civiles los jueces militares no tenían imparcialidad e independencia
necesaria para administrar justicia, así como los consejos de guerra impedía a los civiles el
derecho de defensa. La jurisdicción de orden público no se ocupó preferencialmente de los
delitos que amenazaban el orden público, no produjo suficientes sentencias contra
responsables, ni garantizó que estos pagaran penas ni cárcel. Se centró preferencialmente en
delitos de menor impacto, fáciles de judicializar, se valió de una excesiva confianza en pruebas
testimoniales muy limitadas, pero presentó de la misma manera dificultad para aprehender
eficazmente a sujetos condenados. Ya en 1987 la Corte Suprema declara inconstitucionales las
actividades de investigación y juzgamiento de civiles por tribunales militares, y la constitución
del 91 cerraría definitivamente este capítulo decretando que la justicia militar era exclusiva y
propia de las FFMM.

Constitución de 1991, antes de este acontecimiento la corte suprema de justicia aceptó quitando
el término de terrorista, y esto permite que los insurgentes y movimientos sociales tengan nuevo
estatus, también permite a los movimientos sociales la conquista de un espacio institucional
para una verdadera asamblea constituyente.

Las reformas implementadas en la nueva constitución eran vistas como someros cambios
formales cuyo propósito era dotar de legitimidad a un Estado de capacidad de juzgamiento,
arbitramento de conflictos y contener la violencia. Esta carta magna tenía vocación pacifista la
cual debió enfrentar un doble desafío, de orden jurídico y público, pero así mismo generó un
espacio de inclusión que deberá poner final a la guerra y disolver la rigidez centralista que
constituyo un proceso civil civilizante nacido del rechazo a las armas y con la convicción de que
las instituciones y la sociedad podían ser modificadas para desterrar la guerra. Esto se produjo
en gran medida por un movimiento extraordinariamente creativo, junto a esto, por decreto del
presidente Gaviria se permitió la rebaja de penas hasta la mitad y se garantizaba la no
extradición a narcos y paramilitares que confiesen sus delitos.

Entre el asedio y la resistencia.

Las dos ultimad décadas con justicia constitucional como protagonista se debate entre la
corrupción y el objetivo de impartir sanciones y soluciones a los problemas de manera imparcial.
En la última década y con la implementación de los acuerdos de paz entre las FARC-EP y el
gobierno de santos, se implementó un nuevo modelo de justica para la superación del conflicto;
comisión de verdad y programa de reparación: Justicia Transicional para la Paz.

La modernización como forma y herramienta contra la impunidad se implementa como


mecanismo contra la impunidad y el resurgimiento de la excepción estatal. Esta modernización
dio lugar a la trasformación del sistema de justicia penal civil y la penal militar. Se fortalece la
fiscalía, la tecnificación de la investigación criminal donde nos presenta el conflicto lejos del
fuero militar, su normativa y su justificación. Se inicia la judicialización de actores criminales que
no pretenden colaborar ni repara a las víctimas, sumado a las grandes vueltas de hoja en las
decisiones jurídicas y la transformación del aparato de justicia dependiendo del momento del
conflicto. Hay que señalar el gran inconveniente en el juzgamiento de los actos cometidos por
los Paras y junto a esto el insipiente capitulo de la justicia transicional en Colombia, el cual esta
enfocado en orientar los procesos a la rendición de cuentas, justicia y reparación de verdad a
las víctimas, más del lado de la verdad que de la condena.

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