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Séneca. Cartas a Lucilio (siglo I DC).

894. ¿Quién nos impide que digamos que la vida bienaventurada es el alma libre, derecha, intrépida y
constante, situada fuera del alcance del miedo y de la codicia, cuyo bien único es la honestidad,
cuyo mal único es la torpeza, para quien la vil muchedumbre de las otras cosas no puede quitar ni
añadir nada a su bienaventuranza y que va y viene y se mueve en todos sentidos sin aumento ni
mengua del soberano bien? Menester es que a la fuerza, quiera o no quiera, un hombre tan
sólidamente cimentado, vaya acompañado de un júbilo continuo y una profunda alegría que mana
de lo más entrañable de su ser, puesto que se complace en sus cosas y ninguna desea mayor que las
acostumbradas. ¿Y por qué todo esto no le ha de compensar de los movimientos pequeños y frívolos y
no perseverantes de su cuerpo? El día en que estuviere sujeto al placer, estará también sujeto al dolor.
¿No ves, por otra parte, bajo qué mala y perniciosa servidumbre ha de servir aquel a quien poseerán
en dominio alterno los placeres y los dolores que son los más caprichosos e insolentes de los dueños?
Hay, pues, que salir hacia la libertad. Y ésta ninguna otra cosa nos la proporciona sino el negligente
desdén de la fortuna.

Entonces brotará aquel bien inestimable, a saber, la tranquilidad del alma puesta en seguro, y la
elevación y un gozo grande e inconmovible que resultará de la expulsión de toda suerte de terrores y
del conocimiento de la verdad; y la afabilidad y expansión del espíritu; y en estas cosas se deleitará no
como en cosas buenas, sino como en cosas emanadas de su propio bien.

895 V. Puesto que comencé a tratar este asunto con prolijidad, puedo añadir aún que el hombre feliz
es aquel que, gracias a la razón, nada teme ni desea nada. Y por más que las piedras y los
cuadrúpedos carezcan de temor y de tristeza, nadie dirá por eso que sean felices, porque no tienen
conciencia de la felicidad.

924. Con esta compañía hay que vivir la vida. No puedes esquivar estas cosas, pero puedes
despreciarlas; y las despreciarás si en ellas piensas a menudo y te anticipares a su llegada. No hay
nadie que no se acerque animosamente a un mal para el cual se aparejó largo tiempo y hasta a las
cosas más duras resiste si las premeditó; y al revés, al hombre desprevenido hasta las más livianas le
espantan; y como novedad agrava todas las cosas, esta preocupación asidua hará que ningún
infortunio te encuentre bisoño. “Los esclavos me han abandonado”. Sí: pero a otros les robaron, a otros
les calumniaron, a otros les asesinaron, a otros les traicionaron, a otros les pisotearon, a otros les
atacaron con veneno o con criminales persecuciones; todo lo que dijeres les acaeció a muchos, y aun
en lo venidero les acaecerá. Muchos y variados son los tiros que se nos asestan; algunos ya se hincaron
en nuestras carnes; zumban los otros y están a pique de llegar. No nos maravillemos de ninguna de
aquellas cosas para las que nacimos y de las que nadie tiene derecho a quejarse porque para todos
son iguales; iguales, dije, para todos, pues aun aquello de que alguno se escapa, puede alcanzarte.
Ley justa es no ciertamente aquella que se aplica a todos, sino la que se dio para todos. Impongamos
la serenidad a nuestro espíritu y paguemos sin queja el tributo de la mortalidad. Trae el invierno los fríos;
hay que protegerse; trae el estío los calores, hay que sudar. La destemplanza del clima pone a prueba
nuestra salud; hay que enfermar. En determinado paraje nos salteará una fiera o un hombre más
pernicioso que todas las fieras. Una cosa nos la quitará el agua, otra el fuego. No podemos cambiar
esta condición de las cosas; lo que sí podemos es armarnos de un gran espíritu, digno del varón bueno,
gracias al cual soportemos con entereza las cosas fortuitas y nos avengamos a la naturaleza. La
naturaleza gobierna este mundo que ves mediante mudanzas; al cielo nublado sucede el cielo sereno;
se alborota el mar después que estuvo en sosiego; soplan los vientos alternativamente; el día va en
seguimiento de la noche; una parte del cielo amanece mientras anochece la otra; la perpetuidad de
las cosas subsiste por la sucesión de sus contrarias. A esta ley se ha de conformar nuestra alma; sígala a
ella; obedézcala a ella y piense que todo lo que acaece debía acaecer.

925. No hay nada mejor que padecer lo que no puedes enmendar y seguir, sin murmuración, los
caminos de Dios, de quien proceden todas las cosas: mal soldado es el que sigue, gimoteando, a su
caudillo. Aceptemos, pues, con decisión y alacridad sus mandatos y no abandonemos el curso de esta
obra hermosísima, en la cual están vinculados todos y cada uno de nuestros sufrimientos; y hablemos a
Júpiter, cuyo timón rige esta nave gigantesca del mundo, con aquellos versos tan gráficos de nuestro
Cleantes, que el ejemplo de nuestro elocuentísimo Cicerón me autoriza para trasladar a nuestra
lengua. Si te pluguiere, me lo agradecerás: si te desagradaren, sabrás que en ello yo seguí los pasos de
Cicerón: “Condúceme, ¡oh padre, dominador del cielo soberano!, donde quiera te plazca; no hay
tardanza en mi obediencia. Presente estoy y sin pereza. Sí no quisiere, te seguiré gimiendo; y si soy
malo, padeceré haciendo aquello mismo que el bueno sufre de buen grado. A quien es dócil, llévanle
los hados; los hados que arrastran al rebelde”.

Así vivamos; así hablemos; hállenos el hado preparados y diligentes. Esta es el alma grande que a él se
entregó; y al revés, el alma degenerada y ruin pone resistencia, acusa el orden del universo y prefiere
enmendar a los dioses antes que enmendarse a sí mismo. Ten salud.

Séneca. Cartas a Lucilio (traducción J.Bofill y Ferro, Iberia, Barcelona, 1955).

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