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EL UTILITARISMO CARDINALISTA CLÁSICO

Y LA PRIMERA ECONOMÍA DE BIENESTAR

Las teorías de la justicia pueden ser de dos tipos: 1) teorías que se limitan a establecer
un conjunto de procedimientos, la estricta observancia de los cuales haría a una
sociedad justa independientemente del resultado.
A esas teorías se las llama deontológicas, y su esquema general es el siguiente: definen
un conjunto de derechos y llaman justa a cualquier sociedad que respete esos
derechos, sean cuales fueren las consecuencias que el respeto de los mismos traiga
consigo. Y 2) teorías que, en cambio, determinan substantivamente un resultado al que
debe llegar cualquier sociedad que quiera merecer la calificación de justa. A esas teorías
se las llama consecuencialistas, y su esquema general es el siguiente: primero definen
el distribuendum, aquello que hay que distribuir, y luego determinan el criterio, o
el conjunto de criterios, con que hay que proceder a la distribución. Justa es, según
una teoría consecuencialista, toda sociedad que llegue al resultado de un reparto del
distribuendum por ella definido acorde con los criterios por ella determinados.

En el utilitarismo clásico, el distribuendum, la métrica de la justicia distributiva, aquello


que hay que distribuir entre los componentes de la sociedad, es la utilidad cardinal. Por
utilidad pueden entenderse dos cosas distintas: a) el grado de satisfacción de los deseos
o preferencias de los individuos; o b) la cantidad de placer de los individuos. Aunque
una u otra interpretación del concepto de utilidad arroja éticas bastante distintas, es
natural que en economía normativa se impusiera la primera interpretación.
Para el utilitarismo clásico, la utilidad tiene dos propiedades métricas precisamente
definidas por la economía de bienestar. En primer lugar, la utilidad es cardinalmente
medible, es decir: no sólo podemos afirmar que Toribio desea más un kilo de bananas
que un kilo de criadillas (eso constituiría una medida puramente ordinal), sino que
podemos decir exactamente cuánto más prefiere el kilo de bananas al kilo de criadillas,
podemos, esto es, asignar un número cardinal -no meramente ordinal- a su deseo. (Eso
implica que podemos hacer operaciones aritméticas tales como sumar, restar,
multiplicar y dividir las diversas utilidades que diversos objetos o actividades pueden
generar en un individuo.) En segundo lugar, la utilidad es una medida
interpersonalmente conmensurable, es decir, podemos comparar la utilidad que Toribio
saca de un kilo de criadillas con la utilidad que extrae Agapito de la audición del
Holandés Errante, de Wagner. (Eso implica que también podemos operar
aritméticamente con las diversas utilidades de diversos individuos: sumar la utilidad de
Agapito y la de Toribio, multiplicarlas, etc.) Además de esas dos propiedades métricas,
se supone que la utilidad tiene un conjunto de propiedades topológicas (convexidad,
conectividad, continuidad, etc.) que hacen que una función matemática de utilidad caiga
bajo el teorema de Weierstrass y se pueda afirmar la existencia en ella de un único
máximo.
Definidas tanto la interpretación material del distribuendum, como sus propiedades
formales, queda por determinar el criterio de distribución. El utilitarismo
decimonónico clásico había propuesto la fórmula de (<la mayor utilidad para el
mayor número de individuos» (Bentham).
El utilitarismo de la primera economía de bienestar substituye esa confusa divisa por
el preciso criterio siguiente: es justa la sociedad que consigue maximizar la suma de
las utilidades de todos los individuos, es decir, maximizar la felicidad del conjunto
de la sociedad. Obsérvese que la viabilidad técnica de ese criterio depende
crucialmente de que se cumplan las propiedades métricas y topológicas atribuidas a la
utilidad.
Pues si la utilidad no fuera cardinalizable, no podrían sumarse las diversas utilidades y
desutilidades de un mismo individuo; si no fuera interpersonalmente comparable, no
podrían sumarse utilidades de individuos diversos; y si la función de utilidad no cayera
bajo el teorema de Weierstrass, no podría maximizarse.
Pero para figurarse cabalmente las implicaciones prácticas de esa teoría normativa
abstracta, es necesario al menos decir algo sobre la relación entre la utilidad y los
objetos (bienes de consumo, actividades, etc.) que la generan, todos los cuales -o, al
menos, eso asumiremos- son accesibles mediante recursos. Aunque el distribuendum
sea la utilidad, no se puede ir distribuyendo y redistribuyendo directamente
utilidades; hay que hacerlo indirectamente mediante recursos generadores de
utilidad. Por eso es inevitable referirse a la relación utilidad-recursos.

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