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Memoria descriptiva:

Caperucita Roja:

Es un cuento de transmisión oral, difundido por gran parte de Europa, que luego se ha
plasmado en diferentes escritos; llamado así por el hecho de que la protagonista lleva
puesta siempre una caperuza de color rojo. El relato marca un claro contraste entre el
poblado seguro, y el bosque peligroso.
Género: Cuento.
Subgénero: Literatura infantil.
Edición original en alemán, francés.
Título original: Le Petit Chaperon rouge (francés). Rotkäppchen (alemán).
Publicado en: Kinder- und Hausmärchen. Por los hermanos Grimm.
País: Alemania.

Perrault fue el primero que recogió esta historia y la incluyó en un volumen de cuentos
para niños (1697), en el que destacaba por ser una leyenda bastante cruel, destinada a
prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos, y cuyo ámbito territorial no iba
más allá de la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol.
Este autor suprimió los elementos más perturbadores de las versiones originales, como
el lance en que el lobo, ya disfrazado de abuela, invita a la niña a consumir carne y
sangre, pertenecientes a la anciana a la que acaba de descuartizar, y a la que
posteriormente obliga a acostarse con él desnuda tras hacerle quemar toda su ropa. Al
igual que en el resto de sus cuentos, quiso dar una lección moral a los jóvenes que
entablan relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente
hasta entonces en la historia. Al contrario que en la versión de los hermanos Grimm, la
de Perrault no tiene final feliz.

En 1812, los hermanos Grimm, escribieron una nueva versión, que fue la que hizo que
Caperucita fuera conocida casi universalmente, y que es la más leída en todo el mundo.
En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, Caperucita Roja (Rotkäppchen) es
el n.º 26.2
Los hermanos Grimm no se limitaron a transcribir palabra por palabra la tradición oral.
Partieron de tres fuentes: la primera, el cuento de Perrault de 1697; la segunda, una
versión oral de una chica que había tenido acceso a una buena educación, y que, por
tanto, es probable que conociera el escrito de Perrault; y la tercera, una obra escrita en
1800 por el autor Ludwig Tieck, "Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine
Tragödie" ("Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia"), en la que se
introduce la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita. Los hermanos Grimm
escribieron una versión más inocente, y con menos elementos eróticos que las
publicadas anteriormente. Además, añadieron un final feliz para el cuento, tal y como
solían tener los cuentos de la época.
Propusieron un final alternativo, en el que un momento antes de que el lobo se coma a
Caperucita, ella grita y un leñador que estaba cerca, rescata a la niña, mata al lobo, le
abre la panza y saca a la abuelita, milagrosamente viva.
Cuento:
Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero
sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez
le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que
ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día
su madre le dijo: "Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino,
llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete
ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con
cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede
nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, "Buenos
días," ah, y no andes curioseando por todo el aposento."
"No te preocupes, haré bien todo," dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió
cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no
más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se
encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún
daño, y no tuvo ningún temor hacia él. "Buenos días, Caperucita Roja," dijo el lobo.
"Buenos días, amable lobo." - "¿Adónde vas tan temprano, Caperucita Roja?" - "A casa
de mi abuelita." - "¿Y qué llevas en esa canasta?" - "Pastel y vino. Ayer fue día de
hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse." -
"¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?" - "Como a medio kilómetro más adentro
en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos.
Seguramente ya los habrás visto," contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se
dijo en silencio a sí mismo: "¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más
sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas
fácilmente." Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y
luego le dijo: "Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y
recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan
los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela,
mientras que todo el bosque está lleno de maravillas."
Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá
entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: "Supongo que
podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además,
aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a
buena hora." Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba
una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el
bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la
abuelita y tocó a la puerta. "¿Quién es?" preguntó la abuelita. "Caperucita Roja,"
contestó el lobo. "Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor." - "Mueve la cerradura y
abre tú," gritó la abuelita, "estoy muy débil y no me puedo levantar." El lobo movió la
cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la
abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un
gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que
tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino
hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la
casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: "¡Oh Dios! que
incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita."
Entonces gritó: "¡Buenos días!," pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y
abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y
con una apariencia muy extraña. "¡!Oh, ¡abuelita!" dijo, "qué orejas tan grandes que
tienes." - "Es para oírte mejor, mi niña," fue la respuesta. "Pero abuelita, qué ojos tan
grandes que tienes." - "Son para verte mejor, querida." - "Pero abuelita, qué brazos tan
grandes que tienes." - "Para abrazarte mejor." - "Y qué boca tan grande que tienes." -
"Para comerte mejor." Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto
salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez
dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese
momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy
a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la
cama vio al lobo tirado allí. "¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!" dijo él. "¡Hacía
tiempo que te buscaba!" Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó
que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que
decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo
durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo
dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: "¡Qué asustada
que estuve, ¡qué oscuro que está ahí dentro del lobo!," y enseguida salió también la
abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo
muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó,
quiso correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo
y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su
casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se
reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: "Mientras viva, nunca me retiraré del
sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer."

Resumen:
Un día caperucita fue a visitar a su abuela que vivía en el bosque, su madre le advirtió
de los peligros que había, pero se encontró en el camino con un lobo. Este tramo un plan
y fue a la casa de la abuela y la devoro. El lobo engaño a Caperucita y también se la
comió, pero un cazador pasaba por ahí y las salvo. Como escarmiento, le llenaron la
barriga de piedras y como eran tan pesadas el lobo no soporto y cayó muerto.

Idea principal:
Caperucita visita a su abuela en el bosque, es comida por un lobo y la salva un cazador.

Concepto: peligro.
Mensaje: para este cuento voy a usar hipérbole para una exageración intencionada de la
figura de caperucita roja, para darle protagonismo y tratar de transmitir el concepto de
peligro.

Moraleja: Que los niños deben obedecer a los padres y no pueden confiar en personas
desconocidas

Personajes: Caperucita roja, abuela, lobo, cazador, madre.

Palabras clave: Caperucita roja, lobo, bosque, abuelita, peligro, oscuro, sangre.

Paleta de colores: rojo, negro, blanco, verde, marrón.


El patito feo:

(Título original en danés: «Den grimme ælling»). Es un cuento clásico-contemporáneo


escrito por Hans Christian Andersen sobre un patito particularmente más grande,
torpe y feo que sus hermanitos. El cuento fue publicado por primera vez el 11 de
noviembre de 1843, y fue incluido en la colección de Nuevos cuentos (Nye eventyr) de
Andersen en 1844.
País: Dinamarca.

Cuento:
¡Qué bien se estaba en el campo los días de verano! ¡Qué bonito era ver el trigo
amarillo, la avena verde y el heno amontonado en los verdes prados! La cigüeña, sobre
sus largas patas rojas, andaba por allí charlando en egipcio, idioma que había aprendido
de su madre. Circundaban los prados grandes bosques y, en medio de ellos, había
profundos lagos. Definitivamente, ¡el campo era maravilloso!
A pleno sol, se alzaba allí una vieja casa señorial rodeada por profundos canales; desde
lo alto del muro hasta el agua crecían grandes plantas de enormes hojas, tan altas que un
niño pequeño podría meterse debajo de ellas de pie. Aquel lugar era tan salvaje y
agreste como el más espeso de los bosques, y allí había construido una pata su nido.
Estaba empollando sus polluelos, pero ya empezaba a perder la paciencia, pues apenas
recibía visitas después de tanto tiempo como llevaba. Los demás patos preferían nadar
en los canales antes que pararse a charlar con ella.
Por fin, uno tras otro, fueron rompiéndose los huevos.
¡Pío, pío! -decían los patitos a medida que asomaban sus cabezas por el cascarón.
- ¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y entonces todos los patitos salieron correteando lo
mejor que sabían, y miraban por todas partes bajo las verdes hojas; la madre los dejó
mirar cuanto quisieron, porque el verde sienta bien a los ojos.
- ¡Qué grande es el mundo! -dijeron los pequeños. Naturalmente tenían ahora
muchísimo más espacio del que habían tenido dentro del huevo.
- ¿Creéis, acaso, que esto es todo el mundo? -dijo su madre-. Pues debéis de saber que
se extiende más allá del jardín, hasta el campo del pastor; pero yo nunca he ido tan
lejos. ¡Bueno, ya estáis todos! -añadió levantándose del nido. ¡No, no los tengo todos!
Ahí está todavía el huevo más grande. ¿Cuánto tiempo va a tardar? ¡Ya me estoy
cansando!
Y se sentó de nuevo a empollar.
-Bueno, ¿cómo anda todo? -dijo una vieja pata, que venía de visita.
- ¡Falta un huevo, pero ya va tardando mucho! -dijo la pata que empollaba. - No se
rompe por nada, pero fíjate en los otros. Son los patitos más preciosos que he visto.
Todos se parecen a su padre, el muy bribón, que ni siquiera ha venido a verme.
-Déjame ver el huevo que no se rompe -dijo la pata vieja-. ¡Te apuesto a que es huevo
de pava! A mí también me engatusaron una vez y las pasé canutas con los polluelos.
Tenían miedo al agua, ¡no te digo más! De ninguna manera podía hacerlos entrar en el
agua; yo graznaba y los agarraba, pero de nada servía. Déjame que vea el huevo. ¡Vaya,
claro que es un huevo de pava! Déjalo ahí y enseña a nadar a los otros.
-Voy a seguir empollándolo un rato -dijo la pata-. He estado tanto tiempo que bien
puedo seguir un poco más.
-Allá tú -dijo la vieja pata, y se marchó contoneándose.
Al fin se rompió el enorme huevo. «¡Pío, pío!», dijo el polluelo y salió rodando. Era
grande y muy feo, y la pata exclamó:
- ¡Es un patito terriblemente grande! -dijo-. No se parece a ninguno de los otros. Pero no
será jamás un pavito. Para saberlo..., ¡al agua con él! Yo misma lo empujaré si es
necesario.
El día siguiente fue espléndido; el sol lucía en las verdes hojas gigantescas. La mamá
pata, con toda su familia, se acercó al foso y... ¡Plum!, saltó al agua: «¡Cuac, cuac!»,
dijo, y todos los patitos saltaron al agua uno tras otro; el agua les cubrió la cabeza, pero
al instante volvieron a aparecer, flotando de maravilla. Las patas se movían por sí
mismas sin ninguna dificultad y todos, incluso el patito gordo y gris, salieron nadando.
- ¡No, no es un pavo! -dijo la pata-. No hay más que ver con qué agilidad mueve las
piernas, y lo derecho que se mantiene. ¡No hay duda de que es uno de mis pequeños! Y,
después de todo, si se le mira con atención, vemos que es bastante guapo. ¡Cuac, cuac!
¡Venid conmigo, que os enseñe el mundo y os presente en el corral de los patos, pero
estad siempre junto a mí, para que nadie os pise; y tened mucho cuidado con el gato!
Y así entraron en el corral de los patos. Se había organizado un tremendo escándalo en
él, porque dos familias se disputaban la cabeza de una anguila, que al final terminó en el
estómago del gato.
- ¡Ya veis, así anda el mundo! -dijo la madre de los patitos, relamiéndose el pico,
porque también a ella le hubiera gustado llevarse la cabeza de la anguila-. ¡Para qué
tenéis las piernas! -dijo-. Venga, vamos, y haced una reverencia al pasar ante la anciana
pata, la más distinguida de todos nosotros. Tiene sangre española, y por eso es tan
rolliza. ¡Y mirad: lleva una cinta roja en la pata! Es la distinción más grande que puede
mostrar un pato; significa que nadie piensa en quitarla de en medio y será siempre
respetada por todos, los animales y los hombres. ¡Bien derechos, no dobléis las piernas!
Un patito bien educado separa bien los pies, como hacen papá y mamá. ¡Mirad: así!
Haced una reverencia y decid: ¡Cuac!
Y así lo hicieron; pero los patos que había por allí los miraron con desdén y dijeron en
voz alta:
- ¡Vaya! Ahora tendremos también que aguantar a esta gentuza. ¡Como si no fuésemos
ya suficientes! ¡Qué horror, qué pinta tiene ese patito! ¡A ese no lo soportamos! Y al
momento se le echó encima un pato y le picoteó en el cuello.
- ¡Déjalo tranquilo! -dijo la madre-. ¡No ha hecho daño a nadie!
-Sí, pero es demasiado grande y raro -dijo el pato que le había picado-, y habrá que
destriparlo.
- ¡Vaya preciosidad de criaturas que tiene la mamá pata! -dijo la anciana con la cinta en
la pierna-. Todos son preciosos excepto ése, que ha salido algo raro. Me gustaría que lo
hiciese de nuevo.
-No puede ser, señora -dijo la madre de los patitos-. No tiene buena presencia, pero
tiene un carácter muy cariñoso, y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir
que incluso mejor. Espero que cuando crezca mejore su aspecto y, con el tiempo, no se
vea tan grande. ¡Ha permanecido demasiado tiempo en el cascarón, por lo que no ha
sacado la proporción debida! Y entonces le acarició el cuello con el pico y le alisó el
plumón. Además, es un pato macho -agregó-; así que no importa tanto que sea un poco
feo. Espero que se haga muy fuerte, para que tenga éxito en la vida.
-Los otros patitos son encantadores -dijo la vieja-. Quiero que os sintáis como en
vuestra propia casa y, si encontráis una cabeza de anguila, podéis traérmela.
Con estas palabras de la vieja pata, se consideraron como si fueran de la familia.
Pero el pobre patito que había salido el último del huevo y que era tan feo, recibió
picotazos, empujones y burlas, tanto por parte de los patos como de las gallinas.
- ¡Es demasiado grande y feo! -decían todos, y el pavo que había nacido con espuelas,
por lo que se creía un emperador, se infló como un barco a toda vela, se fue derecho
hacia él y comenzó a hacer glu-glu hasta que se puso rojo como un tomate. El pobre
patito no se atrevía ni a moverse; estaba muy triste de ser tan feo y de ser la burla de
todo el corral.
Así pasó el primer día. Después las cosas fueron empeorando. El patito sufrió la
persecución de todos, incluso sus hermanos se portaron muy mal con él y no paraban de
decirle:
- ¡A ver si te agarra el gato, espantajo!
Y su madre decía: - ¡Qué lástima que no se pierda por el campo!
Y los patos le picaban, las gallinas le picoteaban y la muchacha que traía de comer a los
animales, un día incluso le dio un puntapié.
Harto de todo el patito huyó del corral. Saltó revoloteando sobre el seto, y los pajarillos
que estaban en los arbustos salieron volando espantados:
- ¡Es que soy tan feo! -pensó el patito, y cerró los ojos, pero sin dejar de correr. De esta
forma llegó al gran pantano, donde viven los patos salvajes. Allí pasó toda la noche,
abrumado de cansancio y pesadumbre.
Por la mañana alzaron el vuelo los patos silvestres y observaron al nuevo compañero:
- ¿Quién eres tú? -preguntaron, y el patito hizo reverencias a todos lados y saludó lo
mejor que sabía.
- ¡Qué feo eres! -dijeron los patos salvajes-. Pero a nosotros nos trae sin cuidado, con tal
que no pretendas casarte con alguna de nuestras hermanas.
¡Pobre patito! Él no tenía la más mínima intención de contraer matrimonio, a lo más que
aspiraba era a que le permitiesen reclinarse en los juncos y beber un poco de agua del
pantano.
Allí pasó dos días enteros, hasta que llegó una pareja de gansos silvestres. No hacía
mucho que habían salido del cascarón, por lo que eran muy impulsivos.
- ¡Oye, compañero! -dijeron-. Eres tan feo que nos caes bien. ¿Te vienes con nosotros a
otras tierras? Aquí, en el pantano de al lado, viven unas preciosas gansas silvestres,
todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la ocasión para conseguir tu
felicidad, por feo que seas.
- ¡Bang, bang! -retumbó de pronto por encima de ellos, y los dos gansos silvestres
cayeron muertos en los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Volvieron a retumbar en
el aire nuevos disparos y bandadas de gansos salvajes se elevaron de los juncos. Era una
cacería en toda regla; los cazadores rodeaban el pantano, incluso algunos se sentaban en
las ramas de los árboles extendidas sobre los juncos. El humo azul se elevaba por entre
los oscuros árboles y se mantenía suspendido sobre el agua, como nubes.
Por el lodo del pantano llegaron chapoteando los perros de caza. Juncos y cañas se
movían en todos los sentidos; fue espantoso para el pobre patito, que inclinó la cabeza
para meterla bajo el ala; pero, en ese preciso instante apareció junto a él un perro
enorme y espantoso, con la lengua colgándole de la boca y los ojos terriblemente
brillantes; acercó su hocico al patito, mostró sus agudos dientes y... ¡clac!, se marchó
otra vez sin tocarlo.
- ¡Uf, menos mal! -suspiró el patito-. ¡Soy tan feo que ni siquiera el perro tiene ganas de
comerme!
Y se estuvo muy quieto, mientras los perdigones silbaban entre los juncos y, uno tras
otro, los disparos atronaban el aire.
Hasta bien entrado el día no volvió a quedar todo en calma, pero el pobre polluelo no se
atrevió a levantarse; esperó varias horas aún antes de salir del pantano con toda la
rapidez que pudo. Corrió por campos y prados; pero hacía mucho viento, lo que le hacía
más difícil la carrera.
Hacia el anochecer llegó a una pobre casita de labradores; era tan miserable que ni
siquiera sabía de qué lado caerse, por lo que se mantenía en pie. El viento silbaba tan
ferozmente en torno al patito, que éste tuvo que sentarse sobre la cola para no ser
arrastrado por el huracán, que soplaba cada vez con mayor fuerza. Entonces vio que la
puerta se había desprendido de
una bisagra y colgaba tan torcida, que a través de la abertura podía colarse en la cocina,
y así lo hizo.
Vivía allí una anciana con su gato y su gallina; el gato, al que llamaba Hijito, sabía
encorvar la espalda y ronronear, y hasta echaba chispas, si se le acariciaba a contrapelo;
la gallina tenía unas patas muy pequeñas y cortas, por lo que la llamaban Gallinita Patas
Cortas; ponía buenos huevos y la vieja la quería como si fuera hija suya.
Por la mañana descubrieron sin tardanza al extraño patito y el gato comenzó a ronronear
y la gallina a cloquear.
- ¿Qué pasa? -exclamó la mujer mirando a su alrededor, pero su vista no era buena, y así
creyó que el patito era una pata gorda que se había extraviado.
- ¡Qué agradable sorpresa! -dijo-. ¡Ahora podré tener huevos de pata, con tal de que no
sea macho! Vamos a verlo.
Y el patito fue admitido a prueba durante tres semanas, pero no hubo huevo alguno. Y
el gato era el señor de la casa y la gallina era la señora, y solían decir:
-Nosotros y el mundo -porque creían que ellos eran la mitad y la mejor parte.
El patito pensaba de otra manera, pero la gallina no le permitió expresar su opinión.
- ¿Sabes poner huevos? -le preguntó la gallina.
- ¡No!
-Entonces será mejor que no abras la boca.
Y el gato dijo:
- ¿Sabes encorvar el lomo, ronronear y echar chispas?
- ¡No!
Entonces no tienes que opinar cuando habla la gente sensata.
Y el patito se sentó en un rincón, muy desanimado; entonces pensó en el aire fresco y en
la luz del sol; le acometió un extraño antojo de flotar en el agua, hasta que al fin no
pudo más y se lo contó a la gallina.
- ¿Qué es lo que te pasa? -preguntó ella-. No tienes nada que hacer, por eso te vienen
esos caprichos. Pon huevos o ronronea, verás cómo se te quitan esas ideas.
-Pero es muy agradable nadar -dijo el patito-. ¡Es tan delicioso meter la cabeza y bucear
hasta el fondo!
-Pues sí que debe ser divertido -dijo la gallina-. ¡Vaya loco que estás hecho! Pregúntale
al gato, que es el ser más listo que conozco, si le gusta flotar en el agua o bucear.
Pregúntale a nuestra ama, la vieja, que no hay nadie en el mundo más listo que ella.
¿Crees tú que se le ocurre flotar en el agua y meter la cabeza?
- ¡No me comprendes! -dijo el patito.
-Claro que no te comprendo, ni sé quién te podrá entender; no pretenderás nunca ser
más listo que el gato y que la señora, por no hablar de mí misma. ¡No seas tonto,
muchacho!, y da gracias por todas las cosas buenas que has conseguido hasta ahora.
¿No te encuentras en un hogar cálido y confortable y tienes buenos compañeros de los
que algo podrás aprender? Pero veo que eres un tonto y no resulta divertido que
permanezcas aquí. Puedes creerme que lo hago por tu bien; te digo cosas desagradables,
pero sólo los verdaderos amigos dicen las verdades, porque te quieren. Lo que has de
hacer es poner huevos y aprender a ronronear y a echar chispas.
-Creo que me iré al ancho mundo -dijo el patito.
-Pues vete -dijo la gallina.
Y el patito se marchó; se zambulló en el agua, buceó, pero los demás animales no le
hacían caso por lo feo que era.
Pronto llegó el otoño; en el bosque, las hojas se volvieron amarillas y rojas, el viento las
arrancó, y ellas danzaron en remolinos bajo el cielo frío; flotaban las nubes cargadas de
granizo y de nieve, y sobre la cerca se posaba el cuervo y chillaba: «¡Au, au!», del frío
que tenía. Sí, uno se quedaba helado si pensaba en ello; el pobre patito lo pasaba muy
mal.
Una tarde cuando el sol se ponía plácidamente, salió de entre los arbustos toda una
banda de hermosas y grandes aves. El patito nunca había visto ninguna tan hermosa, de
un blanco resplandeciente, con largos y flexibles cuellos. Eran cisnes, que, lanzando un
grito fantástico, extendieron sus espléndidas y largas alas y escaparon volando de las
tierras frías a los países cálidos, hacia el mar libre; se elevaron muy altos, muy altos y el
patito feo se sintió extrañamente inquieto. Giró en el agua como una rueda, levantó el
cuello en dirección a ellos y lanzó un grito tan agudo y extraño que hasta él mismo se
asustó. ¡Ah, jamás podría olvidar a aquellos maravillosos y felices pájaros! En cuanto
los perdió de vista, buceó hasta el fondo y, cuando volvió a salir a la superficie, estaba
como fuera de sí. No sabía cómo se llamaban los pájaros, ni hacia dónde volaban, pero
les tenía un afecto tal como no había sentido antes por nadie. No les envidiaba, porque
no podía permitirse desear para sí semejante esplendor. Se hubiera dado por satisfecho
con que los patos lo hubieran admitido con ellos. ¡Pobre animal, feo y estrafalario!
Y llegó el invierno, extremadamente frío; el patito se veía obligado a nadar para impedir
que el agua se volviese hielo; pero cada noche el hueco en que nadaba se iba haciendo
más y más pequeño; terminó por helarse, por lo que se oía crujir la capa de hielo; el
patito tenía que mover constantemente las piernas para que el agua no se congelase; al
final estaba tan fatigado que se tendió completamente inmóvil sobre el hielo, esperando
su final.
A la mañana siguiente, muy temprano, pasó un campesino, que lo vio y, rompiendo el
hielo con su zueco, lo recogió y se lo llevó a su mujer. Entre los dos lo reanimaron.
Los niños querían jugar con él, pero el patito feo creyó que le iban a hacer daño y se
metió, espantado, justo en el cántaro de leche, con lo que la leche se vertió por la
cocina. La mujer comenzó a gritar alzando los brazos al cielo y, entonces voló a la
artesa, donde estaba la mantequilla y después al barril de la harina; cuando salió de él
¡qué aspecto tenía! La mujer chillaba y lo perseguía con las tenazas de la lumbre, y los
niños se empujaban unos a otros para atrapar al patito, riendo y gritando. Fue una suerte
que la puerta estuviese abierta; escapó por entre los arbustos a la nieve recién caída, y se
tendió en ella como atontado.
Pero resultaría demasiado penoso enumerar todos los apuros y desdichas que tuvo que
sufrir durante el duro invierno... Permanecía entre los juncos del pantano cuando el sol
volvió a calentar de nuevo; las alondras cantaban; había llegado la primavera.
Entonces agitó de golpe sus alas, resonaron éstas más fuertes que de costumbre y lo
elevaron vigorosamente. Casi sin darse cuenta se encontró en un vasto jardín, donde los
manzanos estaban en flor y las lilas exhalaban su aroma y colgaban de las largas y
verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Qué delicioso era disfrutar de este sitio lleno de
la fragancia de la primavera! De pronto, justo enfrente de donde él se encontraba,
salieron de la espesura tres magníficos cisnes blancos, con el plumaje inflado, y se
deslizaron suavemente sobre el agua. El patito reconoció los espléndidos animales y se
sintió sobrecogido por una extraña melancolía.
- ¡Volaré hacia esas regias aves! Sé que me matarán a picotazos, por atreverme, tan feo
como soy, a acercarme a ellos. Pero ¡qué importa! ¡Prefiero que ellos me maten a que
me picoteen los patos, me piquen las gallinas, me desprecie la moza que cuida del corral
y tenga que sufrir los rigores del invierno!
Y así, voló hasta el agua y nadó en dirección a los espléndidos cisnes. Éstos le vieron y
se lanzaron hacia él con las plumas erizadas.
- ¡Matadme, matadme si queréis! -dijo el pobre animal, e inclinó la cabeza sobre el agua
a esperar la muerte. Pero ¿qué es lo que vio en el agua transparente? Vio bajo él su
propia imagen, pero ya no era un torpe pájaro gris oscuro, feo y repugnante: era un
cisne.
¡Poco importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de
cisne!
Se sentía compensado de sobra por todas las penalidades y contratiempos que había
sufrido; pensaba sólo en su felicidad, en toda la belleza y alegría que le esperaba.
Y los grandes cisnes nadaban en torno suyo y lo acariciaban con el pico.
Habían entrado en el jardín unos niños que echaron pan y trigo al agua, y el más
pequeño gritó:
- ¡Hay un cisne nuevo! -y los otros niños exclamaron con gritos de júbilo:
- ¡Sí, ha venido uno nuevo!
Y batieron palmas y bailaron alrededor. Fueron después corriendo a buscar a sus padres,
y echaron pan y galletas al agua y todos dijeron:
- ¡El nuevo es el más hermoso! ¡Tan joven y tan esbelto!
Y los cisnes mayores se inclinaron ante él.
Entonces sintió mucha vergüenza y hundió la cabeza bajo las alas, no sabía por qué; era
inmensamente feliz, pero no sentía ni pizca de orgullo, porque un buen corazón nunca
se vuelve orgulloso; pensó de qué manera había sido perseguido y escarnecido y ahora
oía a todos decir que era la más espléndida de las aves, la más hermosa. Y las lilas
inclinaban sus ramas ante él hasta tocar el agua, y el sol brillaba cálido y amable.
Entonces ahuecó sus plumas, irguió su esbelto cuello y se llenó de gozo su corazón.
-No soñé jamás que una felicidad semejante fuera posible cuando sólo era un patito feo.

Resumen:
En una granja nació un patito muy feo comparado con sus hermanos y fue la oveja
negra de la familia. Cansado de esto un día huyo, en su camino nadie quería estar con él.
Después del invierno, encontró una bandada de cisnes y se acercó a ellos con miedo de
que lo rechacen, pero estos lo aceptaron, al mirarse al agua se dio cuenta de que él
también era un cisne.

Idea principal:
Un patito que es discriminado por ser feo huye y en su camino descubre que es un cisne.

Concepto: fealdad.

Mensaje: voy a usar oxímoron y sinécdoque, para hacer que se distinga el patito feo
entre los demás, sin la necesidad de mostrar todo el patito o el huevo y tratar de
transmitir el concepto de fealdad.

Moraleja:
Este cuento se considera una metáfora de la experiencia de la incómoda etapa en el
crecimiento de un infante. Como cuento es utilizado para hacer que los niños se sientan
menos avergonzados sobre sus diferencias. Un ejemplo de la vida real podría ser para
un niño o una niña que actúe diferente a los demás y no se sienta aceptado,
provocándole tristeza. El cuento trae la esperanza de que esas diferencias, en lugar de
ser defectos, podrían resultar ser cualidades especiales que el futuro premiará.
«El patito feo» se ha convertido en una metáfora que se aplica a cualquier asunto de la
vida que de principio es rechazado o mal visto, y que después se convierte en una
cualidad popular.

Personajes: el patito feo, su madre, sus hermanos y el grupo de cisnes.

Palabras clave: patito feo, huevos, cisne, patos, estanque, lago, granja.

Paleta de colores: blanco, amarillo, crema, verde, gris, negro, azul.


Blancanieves:

En alemán, «Schneewittchen», es un cuento de hadas mundialmente conocido. La más


difundida es la de los hermanos Grimm y la cinematográfica de Blancanieves y los
siete enanitos (1937) de Walt Disney. La versión típica tiene elementos como el espejo
mágico que habla con la malvada madrastra y bruja de Blancanieves, la Reina Malvada,
y los siete enanitos o duendes. En algunas versiones, los siete enanitos son ladrones y el
diálogo con el espejo mágico se hace con el sol o la luna.
El personaje de Blancanieves está inspirado en dos princesas históricas: la baronesa
Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal (nacida en 1725) y la condesa
Margaretha von Waldeck (nacida en 1533).
Publicado en: Kinder- und Hausmärchen.
País. Alemania.
Fecha de publicación: 1812.

El escritor italiano Giambattista Basile, en el siglo XVI publicó el libro "Pentamerón: el


cuento de los cuentos". Era una antología de historias tradicionales en la que aparecía el
relato de Lisa, una niña de siete años que, tras un accidente con una peineta mágica,
entra en un estado inconsciente. Sus padres, desconsolados, la dan por muerta y la
entierran en un ataúd de cristal, lugar en donde la joven -inexplicablemente- sigue
creciendo hasta adquirir el cuerpo y las facciones de una hermosa mujer. Una pariente,
envidiosa de la belleza extraordinaria de Lisa, jura entonces acabar con ella y, en un
rapto de locura, rompe el sarcófago y toma a Lisa de los cabellos. Pero, en su intento
por arrastrar el cuerpo para enterrarlo en el bosque, se desprende la peineta y la chica
despierta.
Esta protohistoria de Blancanieves carece por completo de sus ingredientes más
conocidos, como el espejo mágico, los siete enanos, la manzana envenenada, la reina
malvada y el príncipe enamorado. No fue sino hasta muchos años después, que los
hermanos Jacob y Wilhelm Grimm tomaron esa leyenda y la reescribieron en forma de
cuento, dotándola de aquellos ingredientes que hoy nos siguen subyugando.

El cuento de los Grimm


Para aquellos que sólo conocen la versión de Disney, encontrarán que la historia narrada
por los hermanos Grimm tiene inexplicables diferencias. Según el cuento, Blancanieves
era una adolescente de extraordinaria belleza que tenía una madrastra que aspiraba a ser
la más hermosa del reino. Por eso, el día que se enteró de que su hijastra era
efectivamente la mujer más hermosa de la Tierra, le ordenó a un cazador que la lleve al
bosque y la mate. Sin embargo, la sentencia nunca se cumplió: el servidor, conmovido
por la belleza de la joven, la deja libre y Blancanieves vive feliz en la cabaña de los
enanos.
Hasta aquí, todo coincide con la película de Disney. Es en la segunda parte de la historia
cuando aparecen las diferencias más notables. En el momento que la madrastra se entera
de que Blancanieves seguía con vida, decide tomar cartas en el asunto y matar a la joven
con sus propias manos. Lo intenta en tres oportunidades: la primera vez, con una
primorosa cinta para el pelo; luego, con una peineta tóxica (un guiño a la leyenda
medieval); y finalmente, con la famosa manzana envenenada. En las dos oportunidades
anteriores, los enanitos llegaron a tiempo para rescatar de la muerte a su doncella. Pero,
en la tercera, la madrastra se sale con la suya y la princesa finalmente cae inconsciente
en el piso de la cabaña. Los enanitos se dan cuenta de que ya nada pueden hacer y
deciden enterrarla en un ataúd de cristal porque no podían soportar que la tierra se
devorara su belleza. Allí, en la espesura del bosque, la velaron durante años.
El final de la historia es lo más desconcertante. Un día pasaba por esas tierras un
príncipe y al ver a Blancanieves se enamoró tanto de ella que pidió a los enanitos
llevarla a su castillo para contemplarla durante toda su vida. Pero, al mover el ataúd, un
trozo de manzana salió de la garganta de Blancanieves y la doncella se despertó. No
hubo beso: sólo un afortunado accidente. Felices, el príncipe y Blancanieves se casaron.
Invitaron a los enanitos y también a la madrastra, sólo que a ella le tenían preparada una
sorpresa: fue obligada a bailar desnuda hasta morir, calzada con unos zapatos de hierro
calentados al rojo vivo.

La princesa ciega y el espejo reverberante de Lohr

La bella doncella, los siete enanitos, el espejo encantado y la reina malvada existieron
de verdad. Al menos eso es lo que sostiene el historiador Eckhard Sander, quien empleó
17 años para llegar a esta conclusión: la Blancanieves transfigurada por los hermanos
Grimm no era otra que María Sophia Margaretha Catharina von Erthal, nacida el 15 de
junio de 1729, hija del príncipe Philipp Christoph von Erthal y de María Eva von
Bettendorf. Él espejo se trata de un refinado juguete acústico muy en boga en la época,
fabricado allí mismo, en Lohr. El espejo tiene la curiosa particularidad de repetir cada
palabra pronunciada por quien se pare delante. Más aún, sobre el marco puede leerse
una inscripción que parece reflejar perfectamente la vanidad de la "bruja": "amor
propio". El espejo era propiedad del príncipe, quien se lo regaló a su segunda mujer,
Claudia Elisabetta von Reichenstein, madrastra de María Sophia. Y aunque la relación
entre la joven y su madrastra no era tan mala como asegura el cuento, la condesa
siempre beneficiaba a los hijos de su primer matrimonio y menospreciaba a la condesa,
que, a causa de la varicela, había quedado ciega. El cronista de la familia Erthal
describía a María Sophia como "un ángel caritativo y bondadoso". Por eso, los
habitantes de Lohr le tenían cariño y se pasaba el día rodeada de niños envejecidos
prematuramente por el trabajo en las minas de la familia. Estos niños, que vestían largos
abrigos y gorros, acabaron convertidos en los enanos del cuento. Las crónicas aseguran
que, en una fiesta, María Sophia conoció al príncipe Felipe II de España, hijo de Carlos
V y María de Portugal, pero el padre no autorizó la boda porque políticamente no le
convenía. Se cuenta que para deshacerse de María Sophia hizo envenenar los frutos de
los árboles por donde la joven solía caminar; otros escritos revelan que la joven fue
envenenada por la policía secreta del rey y no por su madrastra como dice el cuento.

Cuento:
Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca
de una ventana con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como
plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron
en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina
se dijo.
- ¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra
como la madera de ébano!
Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la
sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano.
Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al nacer la niña, la reina murió.
Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y
arrogante, y no podía soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo
maravilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondía:
La Reina es la más hermosa de esta región.
Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.
Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era
tan bella como la clara luz del día y aún más linda que la reina.
Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
el espejo respondió:
La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese
momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era
el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una
mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche.
Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:
-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca más ante mis ojos. La matarás y me
traerás sus pulmones y su hígado como prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de
Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:
- ¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca
más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo:
- ¡Corre, pues, mi pobre niña!
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que
matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando;
el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba
de que había cumplido su misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los
comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.
Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada
por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árboles la asustaban. No tenía idea
de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las
zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella, pero no le hacían ningún daño.
Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar.
En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había
una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su
pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo
largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con
sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves
comió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada
vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. Pero
ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que
finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió.
Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y
extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete farolitos y vieron que alguien
había venido, pues las cosas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero
dijo:
- ¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
- ¿Quién comió en mi platito?
El tercero:
- ¿Quién comió de mi pan?
El cuarto:
- ¿Quién comió de mis legumbres?
El quinto.
- ¿Quién pinchó con mi tenedor?
El sexto:
- ¿Quién cortó con mi cuchillo?
El séptimo:
- ¿Quién bebió en mi vaso?
Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama y dijo:
- ¿Quién anduvo en mi lecho?
Los otros acudieron y exclamaron:
- ¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mirando en el suyo, el séptimo descubrió a
Blancanieves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con
exclamaciones de asombro. Entonces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a
Blancanieves.
- ¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta niña!
Y sintieron una alegría tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sueño.
El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la
noche.
Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos
se mostraron amables y le preguntaron.
- ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Blancanieves -respondió ella.
- ¿Como llegaste hasta nuestra casa?
Entonces ella les contó que su madrastra había querido matarla, pero el cazador había
tenido piedad de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita.
Los enanos le dijeron:
-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si
tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.
-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo corazón. Y se quedó con ellos.
Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los enanos partían hacia las
montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese
entonces la comida estaba lista.
Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron:
- ¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!
La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de
Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se
puso ante el espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondió.
La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero, pasando los bosques, en la casa de los
enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Se dio cuenta de
que el cazador la había engañado y de que Blancanieves vivía. Reflexionó y buscó un
nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región la
envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se
vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible.
Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a
la puerta y gritó:
- ¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró por la ventana y dijo:
-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?
-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores.
La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó:
-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.
Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.
- ¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como
se debe.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo.
Pero rápidamente la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y
cayó como muerta.
-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a la casa y se asustaron mucho al
ver a Blancanieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la
oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco.
Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron:
-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes
entrar a nadie cuando no estamos cerca!
Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces, como la vez anterior, respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar, pero pasando los bosques, en la casa de los
enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más.
Cuando oyó estas palabras toda la sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues
era claro que Blancanieves había recobrado la vida.
-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer.
Y con la ayuda de sortilegios, en los que era experta, fabricó un peine envenenado.
Luego se disfrazó tomando el aspecto de otra vieja. Así vestida atravesó las siete
montañas y llegó a la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó:
- ¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró desde adentro y dijo:
-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.
-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantándolo en el
aire.
Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de
acuerdo sobre la compra la vieja le dilo:
-Ahora te voy a peinar como corresponde.
La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer a la vieja, pero apenas ésta
le había puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin
conocimiento.
- ¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí que acabé contigo!
Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a
Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra.
Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron,
Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le advirtieron una
vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie.
En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Y el espejito, respondió nuevamente:
La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero pasando los bosques, en la casa de los
enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera.
-Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma.
Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y
fabricó una manzana envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja y tan bien
hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte.
Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se disfrazó de campesina y atravesó
las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.
Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ventana y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.
-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar
una.
-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.
- ¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú
comerás la parte roja y yo la blanca.
La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía
veneno. La bella manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no
pudo resistir más, estiró la mano y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en
la boca, cayó muerta.
Entonces la vieja la examinó con mirada horrible, río muy fuerte y dijo.
-Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez los enanos
no podrán reanimarte!
Vuelta a su casa interrogó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo finalmente respondió. La Reina es
la más hermosa de esta región.
Entonces su corazón envidioso encontró reposo, si es que los corazones envidiosos
pueden encontrar alguna vez reposo.
A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el
suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron,
buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la
lavaron con agua y con vino, pero todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba
muerta y siguió estándolo.
La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego
quisieron enterrarla, pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún
sus mejillas sonrosadas.
Los enanos se dijeron:
-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hicieron un ataúd de vidrio para que se la
pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en
letras de oro proclamando que era hija de un rey. Luego expusieron el ataúd en la
montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. Los animales
también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y más tarde una
palomita.
Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al contrario,
parecía dormir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus
cabellos eran negros como el ébano.
Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los
enanos a pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su
interior y leyó lo que estaba escrito en letras de oro.
Entonces dijo a los enanos:
-Denme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio.
-No lo daríamos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos.
-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo pues no puedo vivir sin ver a
Blancanieves. La honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el mundo.
Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El
príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos
tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana
envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia
afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada.
- ¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.
-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría.
Le contó lo que había pasado y le dijo:
-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo al castillo de mi padre; serás mi
mujer.
Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran
pompa y magnificencia.
También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Después de
vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
El espejo respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho más.
Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué
hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo
hasta no ver a la joven reina.
Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el
descubrimiento la dejaron clavada al piso sin poder moverse.
Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los
colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos
incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.

Resumen:
Blancanieves era la mujer más hermosa de la tierra que tenía una madrastra que quería
ser la más bella del reino, por eso le ordeno a un cazador que la mate, pero la dejo libre
y ella escapo a la casa de un grupo de enanos. La madrastra se enteró y la enveneno con
una manzana. Un día un príncipe la despierta moviendo el ataúd por accidente y
terminan casándose.

Idea principal:
La chica más bella es envenenada por su madrastra y la salva por accidente un príncipe.

Concepto: envenenamiento.

Mensaje: voy a usar metáfora para darle las características del mal, el peligro y del
veneno a la manzana que usa la madrastra para envenenar a Blancanieves.

Moraleja: el amor verdadero puede con sentimientos egoístas, así como la envidia de la
madrastra de Blancanieves, porque ella (Blanca) era más bonita que ella.
Sin embargo, fue su belleza interior, y su bondad con los 7 enanitos que hicieron que
éstos la conservaran en una caja de cristal, para luego llegar su príncipe y salvarla de la
maldición con un beso.

Personajes: Blancanieves, Madrastra, Sabio, Bonachón, Dormilón, Mocoso, Tímido,


Gruñón, Mudito, Príncipe, cazador, espejo mágico.

Palabras clave: manzana, enanitos, bosque, espejo mágico, madrastra malvada,


príncipe azul, veneno.

Paletas de colores: rojo, blanco, verde, negro.


Bibliografía:

-H. GRIMM. Caperucita Roja. Argentina: Colihue S.R.L.

-ANDERSEN H. C. El Patito Feo. Argentina: Colihue S.R.L.

-H. GRIMM. (2014). Blancanieves: versión libre del cuento de los Hermanos Grimm.
Argentina, Buenos Aires: Ministerio de Educación Argentina.

-H. GRIMM. (2011). Caperucita Roja. Argentina, Buenos Aires: Instituto Internacional
de Planeamiento de la Educación IIPE-Unesco.

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