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Torbellino

de horas

Olga Bruzzone
Edición electrónica – BOLIVIATEL – Marcando el 13 Bolivia Crece

La realización de este libro electrónico ha sido posible gracias al generoso


aporte de:

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ÍNDICE

Capítulo I ................................................................................................... 3
Capítulo II .................................................................................................. 8
SEGUNDA PARTE .................................................................................. 77
TERCERA PARTE................................................................................. 245

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Capítulo I

El viento despavorido se retuerce. Fustiga exasperante.


Agresivo hasta los huesos llega.
La nieve cae sin cesar. Se agita enloquecida por el viento. Se alborota y
trastorna. Apabullada se acurruca luego en el refugio de los ángulos.
Los árboles.
Los árboles. Ottawa es una ciudad de árboles que se apiñan en bosques.
Embellecen sus parques y muchas de sus calles. Las rojas llamaradas del
otoño queman sus hojas que calcinadas crepitan por el suelo encendidas en
coloridas brasas.
Los árboles.
El duro invierno inconcebiblemente desdibuja sus formas. Las desnuda y
alarga. Les arranca el último vestigio de su vida. Se diría que mueren. El viento
los zarandea y los sacude con desesperación demente.
La tempestad comenzada temprano persiste todo el día.
Es el momento de las aglomeraciones.
Las oficinas, las tiendas, los grandes edificios se liberan del hacinamiento
humano contenido en ellos. Lo derraman sobre las arterias de la ciudad que

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comienza a vibrar convulsionada. Zumbido de motores en marcha. Congestión


de vehículos. Sobre los autos que esperan turno para aprovisionarse de
combustible está la nieve acumulada. Gino y yo la despejamos de los vidrios y
llenamos los tanques. Larga es la fila. La tempestad arrecia. Multiplicamos el
esfuerzo. Tenemos la cara y las manos congeladas pese a los guantes.
Lagrimean los ojos. Las lágrimas se hielan como puntas de agujas, y lastiman.
El frío perfora atravesando el tuétano.
En la oficina.
Don Giácomo, el dueño, viejo italiano bonachón se pasea preocupado,
inquieto. De cuando en cuando llama... Gino... Luis Alberto... Un sorbo de café
caliente nos regala.
Don Giácomo humanamente bueno. Viéndolo se diría que no es el
propietario. Simplemente un bondadoso viejo.
Amaina poco a poco el viento.
La nieve cae desolada. Sin persistencia.
Decrece el número de automóviles. Relativa calma se apodera de la
estación de servicio.
Un flamante Mercedes Benz se detiene delante de uno de los surtidores.
Me acerco.
- Fill it up – ordena seco. Cortante.
Cumplo mecánicamente la orden. Limpio el parabrisas y los vidrios
laterales.
- Ten fifty please – le digo.

Abre su billetera. Un grueso anillo de oro de estilo tiahuanacota luce en su


mano. Atrae enormemente mi atención. Desvío la mirada para fijarla en el
rostro del que lo lleva. El asombro me deja paralizado. Apenas atino a
preguntar trastrabillando...

- ¡Eduardo! ¿Eres tú?

Al sentirse llamado por su nombre y en su propio idioma él queda más


sorprendido todavía.

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Me mira fijamente. Me escudriña.


Llevo un gorro de lana recubierto de nieve que llega hasta mis orejas
ocultando parte de mi rostro. Pese a este impedimento, su mirada inquisitiva da
resultado.
- No me dirás... que eres... Luis Alberto...
Tartamudea. Está perplejo.
- ¡Pues te diré que soy el mismo! – Respondo emocionado.
Conmovido. Bruscamente abre la puerta de su auto.
Un abrazo efusivo. Fuerte. Intenso. Unas recias palmadas a la espalda.
Mudo y elocuente saludo.
- ¿Cuándo has llegado? ¿Qué haces aquí? – pregunto atropelladamente.
- Llegué hace cuatro días... y ya lo ves... me paso la gran vida... Me
responde mientras sacude de su elegante abrigo la nieve que le dejó mi
abrazo.
- ¿Y tú?
- Trabajando hermano... trabajando duro...
- ¿Cómo has llegado aquí? ¡A este país tan lejano y distante! ¡Tan
diferente al nuestro! ¿Cómo has llegado aquí? ¡Qué salto tan enorme has
dado! – Asombrado. Estupefacto me interroga.
Posa sobre mis hombros sus dos manos. Me aparta un poco de él. Me
mide con los ojos desde el suelo hasta el rostro.
- ¿Cómo has llegado... a esto...? – Tristemente pregunta.
- Es largo de contar – respondo tratando de eludir su compasión.
- ¿Y tú... con este autazo? – Esquivando replico.
- También es largo de contar hermano – moviendo la cabeza me
responde.
Gino está atendiendo solo. Varios autos esperan. Gino es un gran
muchacho, generoso, bueno, trabajador. No sé cómo llegó al país. Sólo sé que
había llegado de Italia trayendo una carta para don Giácomo. Sé que no tiene
sus papeles en orden y que trabaja clandestinamente.
No hace mucho, descubrieron a otro que trabajaba en igual forma. Lo
sacaron del país en veinticuatro horas.
Gino es un buen muchacho, activo. Está atendiendo solo.

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- ¿Por qué no te das una vuelta y regresas? Estaré libre en unos diez
minutos. No tardan en llegar los del segundo turno, propongo a Eduardo.
- Lo siento querido. Lo siento en el alma. Tengo una cita urgente.
Consulta su reloj. Me mira. Se pasa la mano por la frente.
- No. No puedo, no dispongo de tiempo. Debo irme. Me esperan.
- Piensa un instante - ¿Qué te parece el sábado? ¿Qué te parece si a
esta misma hora vengo a buscarte? – entusiasmado me consulta.
- ¡Ok!, el sábado a esta misma hora. ¡Macanudo! – Brota espontánea mi
respuesta.
En el fondo estoy decepcionado. Dolido. Hubiera querido retenerlo.
Charlar con él... ¡Preguntarle tantas... y tantas cosas...!
- El sábado a esta misma hora vengo a buscarte. Convenido. Ahora me
voy. No puedo demorar.
Nos estrechamos nuevamente en otro fuerte abrazo. Nos cuesta
separarnos.
- ¡Me has dado un enorme gustazo viejo! – Le digo mientras toma el
volante.
Y lo veo partir.
Quedo perplejo. Quedo mirando. Veo perderse el auto en la distancia. Lo
veo confundirse entre tantos otros. Lo veo disolverse entre la bruma. Lo veo
desaparecer en el lienzo infinito de la nieve.
Sigo mirando sin despegar los ojos. Es un mirar sin mirar. Mirar en el
vacío.

Lo he visto esfumarse. Sin dejar nada. Nada. Ni un rastro.


Ni una huella.
Nada.
Era
como si su imagen se hubiera desvanecido sin haber estado. No era un
sueño. No. No se hallaba inmerso en el ámbito de lo irreal. Había sido un breve
encuentro diluido en la nieve. Difuminado en la lejanía. Nada más que un
instante sorpresivo. Intenso y fugaz.
Había sido como mirar atrás... Como hallar el color preciso. Como volver
los ojos al pasado y respirar el aire conocido. Como encontrar el camino

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perdido. Como unir las hebras desatadas. Como echar de menos. Como
rememorar, y añorar... Como tener entre las manos el recuerdo de lo que había
sido... había sido... y nunca más será...
El frío de la ventisca me perfora el alma metiéndose en la médula. El
viento castiga mis retinas. Se me nublan los ojos.

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Capítulo II

Eduardo
su casa frente a la mía. Nuestros caminos habían recorrido el uno junto al
otro. Nuestras vidas se habían deslizado juntas. Se habían compenetrado en
tal forma que apenas existía una suposición que pudiera diferenciarlas.
Ahora
se me presentan imprecisas. No puedo identificarlas con claridad. Se
confunden en un caos borroso de ideas y de sentimientos. Todo había quedado
diseminado con el traslado de mi vida a este ajeno país. Que ahora el mío.
Tiempo hacía que se había operado en mí una ruptura con el pasado.
Rotos los nexos. Me sentía desvinculado. No existía un lazo de conexión. Ni un
puente de voces difundidas. Sumergidos los aconteceres entre las dos orillas
de un estanque de aguas desteñidas no me era dado asirme a la realidad de lo
vivido.
Quebrada la continuidad de mi vida, todo había cambiado. Ya no era lo
mismo. Me sentía extrañamente ajeno.
No me era posible clasificar mis emociones. Me costaba controlar el
tumulto de ideas que alteraban mi cerebro. Me sentía perdiendo los perfiles de

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mí mismo... y que me... desdibujaba. Me sentía resbalando a los profundos


pliegues del recuerdo donde mi mundo intacto está hundido a rescatar de él el
tiempo transcurrido, aquella realidad cada vez más imprecisa. A extraer de la
memoria ese pasado irrecuperable.

Eduardo,
aún lo veo a su padre: Don Carlos.
Minero acaudalado. Rico hacendado. Dueño de inmensas tierras
productivas situadas en las faldas de los altos nevados donde habitan los
cóndores.
Donde los vientos libremente transitan veloces y livianos silbando entre
los pajonales y recorriendo el infinito altiplano inspeccionando los abismos, las
grietas y los despeñaderos. Jugando con el sol sobre el dorado oleaje de los
cebadales.

Viento y sol. Sol y viento. En primavera o en invierno. Brillante sol de


invierno. Incomparable. Único. Sin una nube el cielo inmaculado. Limpio. Azul.
Intensamente azul. ¡Maravillosos días extraordinariamente azules!
¡Inhalar sol y viento. Y sentir... sentir las alas!
¡Ah! El Altiplano. ¡El Altiplano! ¡El Al-ti-pla-no!

Don Carlos.
Sí.
El prototipo del latifundista. Señor feudal inhumano duro altanero
orgulloso.
Presuntuoso de la esmerada educación que brindaba a sus hijos en los
más caros colegios de Londres y París. Sus hijos: Alfonso y Alfredo, mucho
mayores a Eduardo.

Sus hijos.
Los más caros colegios. Productiva la hacienda. Lucrativa la cavidad
oscura de sus minas donde se consumían en condiciones infrahumanas las
vidas de los mineros.

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Don Carlos. Sí.


Su rostro estricto. Sus palabras sentenciosas: “Si quieres arribar "pisa" y
"pasa"”.
Era su frase favorita.
Londres. París.
Alfonso y Alfredo. Hijos de acaudalado padre. Mujeres y champagne.
El vértigo del mundo delante de sus ojos.
Productiva la hacienda. La mina lucrativa.
La opresión “pisa”.
El tiempo... “pasa”.
Don Carlos. Los domingos. su casa. Sus parientes y amigos. Y mi padre.
Charlando de política o jugando a las cartas. Los domingos. Los demás días de
la semana su club lo retenía. Su club, sitio de distracción y de negocios.
Doña Elvira,
madre de Eduardo. Elegante. Alegre. Despreocupada.
Amiga íntima de mi madre.
Mi madre incomparablemente buena.
Entre las dos programaban diversiones, fiestas, cumpleaños, largas horas
de juego. Y...

Las anheladas vacaciones.


¡Las vacaciones! ¡La finca!

Acre olor de las extensas soledades. Noches astilladas de estrellas.


Tardes de viento.
¡La hacienda, la finca!
Correr bajo la escarcha de las constelaciones. aprisionar entre las manos
la luz despedazada por la niebla, los colores del día, las sombras, los silencios,
el desgarrón de atrevidos matices del ocaso. Abarcar la soledad de los grandes
nevados...

¡Las vacaciones...! ¡La finca...!

La siembra. La cosecha.

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La siembra, ¡Grandiosa! ¡Fascinante!


Los indignas llegan desde lejos... desde los últimos confines de la
hacienda que linda con las estribaciones de la cordillera. A la hora vacilante del
tenue claroscuro que vagamente traza la forma de las cosas ellos ya están en
el camino. Tienen que llegar temprano para evitar el látigo.
Avanzan en grupos diferentes como manchas movibles que convergen a
un punto. El paso de sus pies desnudos no se percibe sobre el suelo, es un
rozar de arcillas sobre mudos guijarros.
Las últimas estrellas incoloras alumbran indecisas el bullir apagado de
hombres y de bestias. Bestias y hombres. Los toros cogidos de las astas por el
lazo. Los hombres portando sobre el hombro el palo del arado. Las mujeres
llevando en sus “aguayos” la merienda, consistente en algo de “chuño” hervido
y escasos trozos de chalona o de charque. Los niños arreando los famélicos
borricos cargados de estiércol para abonar la tierra, cargados del forraje para
los animales.
Cada indígena acude a la faena aportando su esfuerzo. Aportando sus
implementos de labranza. Sus propias bestias escuálidas y flacas y el estiércol
de éstas para abonar la tierra... ¡de los amos!

Esfuerzo. Contribución. Opresión. Servidumbre. ¡Feudalismo!

En el hondo silencio que moldean las horas se percibe rebuznos y


mugidos y voces infantiles, el chasquido de labios alentando a toros y borricos
alternativamente.
El aire es cortante, intensamente frío.
Los jirones helados de la noche; trizados por el alba los helados jirones
con que aparece el día. Transitorio momento de bruma diluida al asomo de las
primeras horas.

De todos los confines van llegando.


A medida que arriban crece un conglomerado indefinido. Incierta
confusión de formas y sonidos. Olores. Movimiento. Colorido.

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Ajetreo de hombres.
Con el poncho echado hacia atrás para sentirse más alivianados, ponen
al descubierto la camisa raída abierta sobre el pecho y la faja de lana tejida en
colores vivos que sostiene el pantalón de burda contextura.

Difuminando esbozo de sombras coloreadas figuran las mujeres y los


niños.

Se inicia el aparejo de las yuntas.


Los toros macilentos. Sin brillo. De lomos desollados. Una vez uncidos al
arado, los decoran con banderitas de colores. Adornan su testuz con cabestros
de lana que ostentan borlas, espejuelos, flecos... Burda ornamentación que
rememora legendarios y grandiosos ritos menguados hoy por el correr del
tiempo y por las circunstancias adversas.

Prestas las yuntas.


Los indígenas también se aprestan para la faena.

En cuclillas y formando círculos ceremoniosamente toman entre sus


dedos hojas secas de coca. Prolijamente las ordenan una sobre la otra. Se
santiguan con ellas –Son hojas que provienen de plantas cultivadas en las
ardientes zonas tropicales que se encuentran al otro lado de la cordillera y que
luego de cosechadas, las secan sobre quemantes piedras calentadas por el
tórrido sol de esas regiones donde naranjos y jazmines regalan sus aromas
densos.

Después de santiguarse las llevan a la boca y las mastican juntamente


con trozos de ceniza amasada que se la obtiene de los tallos de quinua
previamente quemados. Estos pequeños trozos de ceniza compacta tienen la
propiedad de producir el alcaloide con el jugo que la masticación extrae de las
hojas. El masticarlas adormece los estómagos vacíos. ¡Acalla el hambre!
El masticarlas los transforma en zombis... en meros instrumentos de
trabajo.

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Sobre dos machos: un alazán y un bayo, cómodamente cabalgados están


los dos verdugos, capataces y administradores de la hacienda:
Fulgencio y Cupertino. Dos cholos de la peor especie.

Fulgencio
maldito cholo picado de viruelas y cara de asesino.

Cupertino
odiador, vengativo, bizco.

Ambos
vigilando activos. Observando celosos la falta más pequeña. El más
mínimo yerro. Siempre en acecho. Listos para caer sobre el incauto indígena
sorprendido por sus voraces ojos de serviles mestizos.
En la mano el látigo. En la montura el revólver. Sayones inhumanos y
abusivos. Bestiales violadores de las indefensas indias. ¡Ante cuya crueldad
tiembla la indiada!

En la casa de hacienda también hay movimiento.

Don Carlos
amo, señor y dueño debe iniciar la siembra. Dos jeeps lo esperan. La
familia anhela también participar de aquel interesante acontecimiento.

Las yuntas prestas aguardan. Con las manos empuñando el arado los
indígenas dóciles y apacibles, esperan.

La polvareda que los jeeps levantan avanzando sobre el suelo áspero y


escabroso anuncia la llegada del patrón. A su arribo se imparte la orden de
salida y las yuntas arrancan.
Se escucha el crujir de los lazos de cuero que ajustan el testuz de los
bovinos manteniéndolo en alto. Las pezuñas pesadamente hienden el suelo
levantando turbiedad de tierra seca.

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Los indígenas
tensos de brazos de tendones oscuros y nudosos dominando a la yunta
conducen el arado.

Las mujeres
arrojan la semilla sobre los surcos.

Los mozalbetes
esparcen el abono.
El paso de las nuevas yuntas cierra los surcos.

Transfigurado el tiempo alarga la mañana.

El sudor que brota del esfuerzo chorrea por las frentes. Pegado está el
cabello al polvoriento rostro. Empapada de sudores fríos la raída camisa.
Extenuados prosiguen la faena.

Sombría la mirada.

Ojos vacíos de alma. Tensos los brazos.


Polvo, sudor y coca.
La coca adormeciendo el hambre. La coca sosteniendo los brazos que
llevan el arado...
La coca, la coca.

El viento helado inclemente y áspero castiga los fatigados rostros...


Don Carlos y nosotros.
Bebidas frías. Tibia leche. Sabroso pan crujiente recién horneado.
Rebanadas de carne. Queso fresco de oveja.

Nosotros
protegidos del sol. Al abrigo del viento.
Nosotros cómodamente sentados. Recostados sobre dispares acomodos.
Siguiendo con los ojos el duro laboreo. Nosotros.

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- ¡Cupertino! – imperiosa resuena la voz vibrante de don Carlos.


El sayón acude presuroso.
- ¡Vigilen bien! ¡Son mañosos y flojos estos indios! ¡No se descuiden!
¡Nosotros ya nos vamos!
- Es su orden patrón. No desconfíe. Están bien vigilados – responde
Cupertino mostrando en la diestra el látigo - ¡Están bien vigilados! – recalca.
Retomamos los jeeps. Estábamos cansados. ¿Cansados? ¿Y de qué? De
mirar trabajar...
¿Cuántos días de sol a sol las yuntas incesantemente van abriendo los
surcos en la infinita hacienda?
El amo sólo inicia la siembra.

Después
Fulgencio y Cupertino se encargan de hacer cumplir palmo por palmo la
faena.

Al terminar la siembra
él pago por todo aquel trabajo abrumador fatigante y duro, y al que
aportan su esfuerzo, sus propias herramientas... sus bestias y todo lo demás...
irrisoriamente consiste en raciones de coca y en abundoso alcohol.

Coca
y alcohol. Alcohol y coca.
¡Productiva la hacienda!
En una hondonada protegida de los helados vientos se halla ubicada la
gran casa de hacienda.
Es una casa solariega antigua, de gruesos muros de adobe revocado...
Pintada de un color ya desteñido. Desteñidas también están las tejas de barro
cocido que la cubren. Las ventanas estrechas y pequeñas se hallan defendidas
y guarnecidas por rejas de hierro forjado, y estilo colonial. Al lado de la casa la
infaltable capilla con su pequeña torre su cruz y su campana.
Enfrente de la casa, los cobertizos: bajo su sombra resguardada están las
vagonetas que nos trajeron de la ciudad y los jeeps para el uso de la hacienda.
Colgando de sus vigas, arreos, ensillados, correajes, aperos, bocados,

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riendas... Interiormente la casa se encuentra conformada por un enorme patio


cuadrangular prolijamente empedrado. Rodeado en sus cuatro costados por las
habitaciones espaciosas y amplias. Ese cuadrado patio comunica con el
exterior por un alargado zaguán que finaliza en un macizo portalón que por las
noches ritualmente se lo aldabonaba.

En ese patio
tibio de sol, la familia.
Humeantes y sabrosas viandas. Diversiones. Juegos. Charlas... Bailes
folklóricos. La servidumbre sin descanso atendiendo.

En la época de la cosecha nuevamente se retorna a la hacienda.

La familia acude entusiasmada a recoger el fructífero rendimiento.

La indiada se congrega en masa: hombres, mujeres, adolescentes, viejos,


niños.

Después que ponen al descubierto el fruto de la tierra, hormiguean los


incansables brazos recolectando, transportando, acumulando, pirámides y
pirámides de diversas calidades de papas, de colores y formas diferentes.
Quintales y quintales llenan los depósitos que se van haciendo estrechos.
Pero todo está previsto. Arriban los camiones para la compra y para el
transporte a los mercados de la ciudad.

En la siega
las innumeras parvas de cebada en horizontes de oro reverberan.
Y...
en las noches...
cuando la sombra y la oscuridad se extienden cómplices sobre la
hacienda.

Cuando el silencio lo silencia todo. Formas humanas acuden con cautela


a los terrenos que en el día han sido cosechados, pues en medio de esa tierra

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removida... han quedado escondidas algunas papas burlando la vigilancia de


los malditos capataces.
Con manos desesperadas los indígenas escarban la cosecha del hambre.
No es un robo.

No. ¡Nooo! Es la vindicación. Es el impulso de la supervivencia que los


alienta a realizar aquella acción. Es una lógica reacción contra la inhumana
explotación de que son víctimas.

Los dueños de la hacienda se encuentran satisfechos. Fructífera y


abundante ha sido la cosecha.

Los indios
si no fuera por aquellas pocas papas desenterradas con desesperación, y
con premura, y con temor y espanto... perecerían de hambre bajo el techo de
paja de las chozas de barro.

Sudor. Cansancio. Coca.


Coca y alcohol.
Londres. París.
Productiva la hacienda.

Satuco, Eduardo y yo. Un trío formidable.


- Niño Eduardo, niño Luis Alberto, conozco un sitio lleno de vizcachas.
- Niño Eduardo, niño Luis Alberto, si mañana madrugan podríamos ir a
cazar perdices.
- Niño Eduardo, niño Luis Alberto, detrás de aquella loma hay un lago con
patos.
Cada día algo nuevo nos propone Satuco. Y cada día nos dejamos
conducir por aquel indiecillo vivaz.
- ¡Qué buenas cosas tienen ustedes para comer! – le digo mientras nos
dirigimos a una de nuestras cacerías.
- ¿Nosotros? No niño Luis Alberto. Nosotros no podemos cazar nada.
Todo lo que hay pertenece a la hacienda. ¡Ay de nosotros si tocamos algo! –

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Pero ustedes sí pueden cazar lo que quieran... y a mí... ustedes, pueden


regalarme... lo que cazamos.
Satuco,
hijo de Manuel.
Satuco, un llocalla vivísimo de ojillos negros, dulces y vivaces.
Listo sagaz activo astuto.
Inteligente. ¡Cómo capta todo! Para cada obstáculo encuentra una salida.
Ligero como el viento. Sus pies desnudos, ágiles y rápidos nos aventajan.

Los tres
disfrutamos del tiempo. Lo empleamos en correr, saltar, subir, rodar,
descender, caer, bajar, ir, retornar, brincar, jugar... y cazar...
Cerros, barrancos y despeñaderos. Atajos y senderos, nos miran transitar.
No nos detiene el viento ni la lluvia, ni el frío, ni el granizo.
El mundo es nuestro. ¡Nuestro!
Debajo de los pies infinita la hacienda. Sobre nuestras cabezas el cielo
azul y el sol. Nos ciñe el viento. Nos satura el olor de la tierra.
¡Somos dueños de la inmensidad!
Abrupta la quebrada. Profundo el abismo.
- ¡Cuidado! - nos advierte Satuco – viene hacia nosotros. Duro es su pico.
Temibles son sus alas. Su aleteo es funesto. Ocúltense detrás de aquella
grieta. No se muevan ni tengan miedo. Su voz era una orden.
Eduardo y yo quedamos pegados a la grieta.
Satuco mira el suelo. Busca una piedra entre las mil que están
diseminadas... Recoge una, la sopesa. La coloca en su honda. Gira la honda
en su brazo seguro lanzándola al aire. Certero ha sido el golpe. Partida la
cabeza. Tambaleantes las alas, de tumbo en tumbo al abismo cae. Arrancando
al caer un peculiar sonido de piedras desprendidas. Macabro tableteo de
proyectiles pétreos. Después... sólo el silencio.
- ¡Satuco! ¡Eres valiente! A nadie temes le digo al recobrarme del susto y
del asombro.
- No creas niño Luis Alberto, temo a los capataces... y a los... - no termina
la frase.
Los tres quedamos en silencio contemplando el abismo.

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- Tenemos que regresar. No es prudente permanecer más tiempo – dice


mostrándonos en lo alto unas oscuras alas – Mejor si nos vamos por el
despeñadero, recomienda.
Comienza a descender y lo seguimos. Llegamos sin tropiezos al cruce del
camino.
- Aquí los dejo nos dice – Tengo que ir a consultar con el yatiri... con el
adivino... Tengo que darle cuenta de lo sucedido.
Era temible. Nadie lo enfrentaba. Era el terror de la región y de sus
alrededores. Y... mi honda le ha partido la cabeza... Esto tiene que tener algún
significado. No es así no más... y estábamos los tres... El yatiri ha de leer en las
hojas de coca... Anuncia lo que ha de suceder. Y dice la verdad. No se
equivoca...
Cambia el tono de su voz y nos pregunta:
- ¿Saben por dónde tiene que regresar? ¿No tienen miedo de perderse?
Los dos afirmamos con la cabeza.
- ¡Cómo nos vamos a perder! – replica Eduardo.
- Al pasar, díganle a mi padre que mañana he de volver temprano, que
voy a pernoctar en casa del yatiri.
Y sin esperar nuestra respuesta gira sobre sus pies desnudos y se pierde
en las grietas.
La casa de hacienda queda lejos, pero estamos habituados a recorrer la
finca.
Empezamos a caminar.
- Estoy seguro que los indios nos odian. Satuco ha querido decirlo y lo ha
callado.
- ¿Odio? No sé. Pero sí, estoy seguro que nos temen... sobre todo a los
malditos capataces. Satuco no lo ha expresado plenamente, y sea como fuere
no podemos negar que los indios son los dueños de las tierras y que los
blancos...
- Comprendo lo que quieres decir. Yo pienso igual que tú...las tierras... el
indio... ¡Una injusticia inconcebible! No sé cómo nosotros, los blancos,
aceptamos y permitimos, que vivan en la miseria en que viven. Mimetizados al
suelo hostil de esta inclemente planicie. Parecen hechos de piedra. Sólo así se

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entiende que puedan resistir toda la adversidad que los rodea... Es raro que
Satuco sea vivaz y espontáneo, pues los indios son mudos y sombríos.
- ¡Ah! Es que a él le damos nosotros la oportunidad. Lo tratamos de igual
a igual. No le hacemos sentir su condición.
- ¿Su condición de esclavo es lo que quieres decir? ¡Y son no más
esclavos...! ¡Siendo ellos los dueños de las tierras! Desposeídos por la
injusticia de los blancos... Desposeídos ya... por las huestes del tirano
Melgarejo que después de hacer una matanza de indios les quitaron las tierras,
repartiéndola entre esbirros y sayones... No quiero juzgar a mi padre, pero
tampoco estoy de acuerdo con él. Hay cosas que no se pueden aceptar...

- Entiendo que la injusticia te rebele. ¿Pero qué puedes hacer tú? Eres el
menor de tus hermanos. Ellos disfrutan en Europa el beneficio que aporta el
sudor y la miseria de estos infelices que no son otra cosa... que terrones de
tierra seca... que son la propiedad raíz. Y que como lo ha dicho no recuerdo
quién “el indio es el único terrón no cultivado, es el adobe mudo” ¡Qué frases
tan cabales! No se puede negar que son adobes resecos a la intemperie y
apisonados por la esclavitud. Además, son los semovientes. ¿Acaso no los
venden como a animales cuando anuncian en la prensa: “Se vende una finca
con 100 indios, 80 vacas, 300 carneros...”?
¿No encuentras inhumano e irracional este proceder tan común y habitual
en nuestro medio? ¡Y nadie levanta la voz en su defensa!
- ¿Nadie? Muy al contrario. Si parece que percutiera aún el eco de esos
hipócritas ensotanados como ese fray Tórrez de Ortiz que decía que los indios
carecían de alma y que eran bestias y no seres humanos.
- También hemos leído en nuestra historia que el dictador Linares – uno
de esos raros gobernantes inteligentes que hemos tenido – comentaba,
diciendo: “que había observado la sevicia a que se encuentran sometidos los
hijos de la tierra por curas y patrones...”
- Pero si el Gran Libertador Simón Bolivar al dejar la presidencia de
nuestro país había recomendado “devolver las tierras a los indios”.
- Está visto que en todas las épocas se las han quitado y que los dueños
actuales son sólo resabios de aquellos lejanos usurpadores...

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- En este momento me viene a la memoria aquella obra que leímos


¿recuerdas?, en la que el autor refutaba las teorías de algunos escolásticos
españoles que sostenían que los indígenas “por su condición sub-humana
debían ser mantenidos en la esclavitud...”
- Escolásticos... Frailes... Ensotanados... ¡Qué calaña! Qué calaña...
- Manuel, tu Satuco ha ido a consultar con el yatiri. Dice que ha de
regresar mañana temprano.
- Está bien, niño.
Responde lacónico. Sin preguntar. Sin añadir nada, ni siquiera el motivo
que lo había llevado.
Inmutable. Delante de la puerta de su mísera vivienda y aprovechando de
los últimos resplandores de la tarde, se encuentra entregado a la tarea de
enderezar unos alambres oxidados – cuyo objetivo ni lo imaginamos – sin otras
herramientas que sus callosas y endurecidas manos. Cerca de él, sentada en
el suelo, su mujer hila lana de oveja en su típica rueca que gira
vertiginosamente entre sus habilísimos dedos. Ambos se encuentran acullando
coca.

- ¿Ya ves? ¡Qué diferencia entre el padre y el hijo! Manuel casi no habla.
Parece que un silencio de piedra pesara sobre él y su raza. - ¿No crees que
podríamos hacer algo por ellos si un día nos proponemos empezar?
- ¡Empezar! ¿Empezar qué? Un día... No te comprendo. Luego como si
hubiera alcanzado el sentido de mis palabras dice en voz tan baja que parecía
hablar consigo mismo:
- Creo que hay deseos en la vida que nunca se realizan...
- No hay que desalentarse. Todo está en que la idea no se pierda.
- ¡Ah! Si yo fuera el único dueño de la finca. ¡Qué diferente sería!
- Los años pasan.
- Hoy, o mañana, el hacer algo por ellos significaría una hazaña de titanes
o de Quijotes. ¿Quién se atrevería a hacer algo en beneficio de ellos? ¿Quién
se atreve a tocar la fortuna de los oligarcas? ¿Quién pondría un dedo sobre los
gamonales, sobre los señores feudales? Cualquier innovación se estrellaría
contra su omnímodo poder. ¿Acaso no conoces a mi padre?
Ambos callamos.

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Cada uno se encuentra en sus propias reflexiones.


El sol se hundía en la tarde. Se abismaba en otros mundos.

Dejando en la profundidad del horizonte una sangrante huella sobre la


que se arrastraba el moribundo día.

La noche, lentamente se descuelga agrandando el silencio. Nuestros


pasos se habían retardado... Nuestra charla se había prolongado más allá de la
hora y la casa de hacienda distaba todavía.

- Creyeras... sin el Satuco me siento como perdido... desorientado - ¿Qué


te parece si trotamos? Estamos con retraso. Un dejo de temor envuelve sus
palabras.

- Buena tu idea.
Nuestros pies devoran la distancia.
- ¿Por qué llegan tan tarde?
Exclama la voz inconfundible de alguien que en el umbral del portalón nos
espera angustiada. Impaciente. Preocupada y temerosa – Don Carlos está
enojadísimo. Colérico. Este largo retraso lo ha disgustado. Mejor ni que los vea.
Pasen por el corredor, coman algo y váyanse a acostar sin hacer ruido.
Atravesamos el zaguán de puntillas. En el oscuro patio la luna dibujaba,
indiferente, blancas figuras sobre el fondo negro.

- ¡Satuco! ¡Satuco! ¿Qué te ha dicho el yatiri?


Preguntamos a dúo. Nuestra curiosidad era enorme. ¿Qué le habrá dicho
el adivino?
- ¡Satuco! ¿Qué te ha dicho?
- Muchas cosas... ha dicho...
- A ver... cuéntanos:
- Es muy... difícil...
- ¿Difícil? ¿Por qué?
- No me van a creer... se pueden enojar...
- ¡Satuco! No seas así. ¿Cuándo nos hemos enojado contigo?

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- ¡Diiínos lo que te ha dicho!


Piensa un momento. Duda. Tartamudea indeciso... y por fin habla...
- De vos... niño Luis Alberto ha dicho... que te ha visto muy lejos y solo...
lejos de aquí. Ha dicho que tu padre... nos ha ayudado...
- ¿Mi padre?
- ¿Y de mí? ¿Y de mí? ¿Qué te ha dicho? – interrumpe Eduardo.
- De vos... ha dicho... que no te ve muy claro... que tienes una mancha
como oscuridad... Y ha dicho que sería mejor que se vayan...
- ¿Qué se vayan...? ¿Quiénes? ¡No entiendo!
- Todos ustedes niño Eduardo... todos ustedes...
- ¿Y por qué vamos a tener que irnos? ¡No faltaba más!
- No te enojes conmigo... niño Eduardo... Así ha dicho la coca...
- No entiendo por qué tenemos que irnos.
- Porque dice que hay un peligro muy grande... que los está
amenazando... que mejor sería que se vayan... No me pregunten más...
- ¿Un peligro? ¿Qué clase de peligro?
- No sé... pero ha dicho que mejor sería que se vayan... no me pregunten
más...
Diciendo esto se alejó corriendo.
En el cuadrado patio de la casa de hacienda la indiada está reunida.
Habían arribado desde el alba acudiendo al llamado insistente del
“pututu,” sonoro cuerno, que en las primeras horas del día había resonado
convocando a los jefes de familia.
Todos ya están allí.
Están allí con sus rostros amontonados en un temor agónico. Están
mudos. Sombríos. Con sus marcas de miedo inconfundibles bajo el signo
indeleble de un terror ancestral. En sus rostros de arcilla el espanto imprime su
alarido.

En el centro del patio está Manuel arrodillado.


A pocos pasos de su padre y frente a nosotros se encuentra Satuco semi-
escondido entre los adultos.
Nos mira. Brilla en sus ojos la muda llamarada de una ansiedad febril.

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Hay desesperación en sus pupilas. Hay rencor. Hay asombro. Un


interrogante manifiesto. Un prematuro encuentro con la vida que de cuajo le
arranca su infancia soñadora... “Niño Eduardo, niño Luis Alberto si mañana
madrugan... podríamos cazar vizcachas... conozco una laguna... temibles sus
alas... no tengan miedo...” Su valentía está despedazada ante la realidad de
aquel momento... Sus ojos miran con rencor adulto.
Eduardo y yo con miedo. Un miedo visceral. Un miedo que corre sobre la
epidermis. Un miedo electrizante que enfría y paraliza. Un miedo auténtico. Un
miedo que aumenta y agranda con el miedo mismo. Un miedo de nosotros
mismos. Que nos hace sentir el propio desatino. Un miedo que va creciendo
dentro de tantos miedos que van llegando sin saber de dónde.
No hallamos la respuesta cabal a lo que llega presentido. Imposible
detener lo que ya está allí. Algo espantoso está en el aire suspendido. Todo se
hace incomprensiblemente torturante.
Duro está el aire y huele a presagio. El tiempo está petrificado. El día se
estremece. Algo tiene que suceder. Esto ya debe terminar. No se puede
soportar más. Que termine de una vez. Tiene que pasar pronto... o jamás... Mi
cabeza da vueltas. Me siento confundido.

En el centro del patio está el padre de Satuco de rodillas. Cupertino le


arranca el poncho. Le rasga la camisa y pone al descubierto el espinazo oscuro
y macilento marcado por transcurridas huellas denunciadoras de la crueldad de
otros castigos.
Un cósmico designio gravita adverso y despiadado sobre su dorso
abyecto y sometido.
Fulgencio se encuentra impaciente de actuar. El látigo en su mano se
retuerce.

No lejos de nosotros está don Carlos. Detrás de él acodada sobre la


balaustrada de su propia curiosidad se encuentra la familia interesada en el
espectáculo que les iba a ser dado presenciar.
No está su madre. No la veo.
Don Carlos de la orden... y comienza la escena que tenía que suceder.

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-¡Indio atrevido! ¡Pretender que se vayan los amos, los patrones! ¡Los
dueños de la hacienda! Pagarás con tu sangre tu insolencia.
La alocución la pronuncia en aymara, en la lengua nativa para que toda la
indiada allí presente se dé cuenta del por qué de aquel castigo, y escarmiento...
- ¡No ha sido él... la coca es la que ha hablado! – resuena firme la
vocecilla de Satuco.

Restalla el látigo en el aire.


Satuco, Eduardo y yo, un trío formidable.
Un proceder inexplicable. Un solo pensamiento. Una actitud insólita...
Fugaz.
Tres saltos simultáneos. Tres brazos levantados se interponen. El látigo
ha sido desviado. Se enrosca enloquecido en el brazo de Eduardo. La manga
de su gruesa chamarra resta eficacia al golpe.
Un murmullo apagado y áspero recorre por el patio.
- ¡Hijo! – grita su madre.
- ¡No te preocupes! ¡No es nada! – el tono de su voz es zumbón... suena
a desafío...
Fulgencio iracundo intenta un nuevo golpe.
- ¡¡¡Basta!!! – grita don Carlos con voz enronquecida por la ira.
- ¡¡Qué despejen el patio!!

Manuel de rodillas aún no atina a levantarse. No puede comprender lo


sucedido. ¡Lo que no ha sucedido!
Es un trozo de reseca arcilla. Es un “adobe mudo.” Atónito nos mira.
Quiere decirnos algo. Algo que no llega a pronunciar. Las palabras se hallan
refugiadas en el interior de sus párpados. Su voz calla. Es un callar de siglos.
Sus pupilas fulguran como una luz astral... evanescente. Como el reflejo de un
planeta muerto. Quiere decirnos algo... y no puede. Sus resecados labios
besan alternativamente las manos de Eduardo y las mías...
Satuco no sabe si reír o llorar. Sólo acierta a balbucir... niño Eduardo, niño
Luis Alberto...

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- Fuera de aquí so indio ¡Fuera de aquí carajo! – vocea Fulgencio


empujando brutalmente a Manuel que alza su poncho. Retazos de camisa le
cuelgan...
- Fuera de aquí – vociferan los sayones arreándolos como si fueran
bestias.
Manuel y Satuco atraviesan el zaguán. Los dos cruzan bajo el umbral del
portalón...

Se han ido.

Tengo la impresión, que de aquel patio el tiempo se ha salido, que todo


está vacío. Que el aire ha terminado, que sólo se respira lo que asfixia y
enajena. Tengo el alma erizada. Un no sé qué inexplicable se derrumba...
destruyendo mi ser...
Quedamos Eduardo y yo en aquel patio escuchando el silencio con los
ojos.
En las habitaciones resuenan pasos en un ir y venir deshabituado. Se
oyen golpes de cajones y de puertas que se abren y cierran.
Había un movimiento inusitado.
Callados retornamos a nuestra habitación. La encontramos
completamente recogida, desmantelada. Los armarios desocupados.
Nos sentamos al borde de las camas a comentar lo acaecido. No
llegamos a pronunciar palabra. Nos limitamos a escuchar.

En la sala inmediata don Carlos y su esposa dialogan. ¿Dialogan? Sólo la


voz alterada de don Carlos domina el ambiente. Doña Mercedes escucha y
calla. Don Carlos se pasea por la espaciosa habitación. Sus pasos firmes se
acercan y se alejan. Sus palabras vienen y van. Llegan hasta nosotros por la
entornada puerta que habían omitido ajustar.
- Tú tienes toda la culpa de esto... tú, que siempre encuentras la palabra
adecuada para disculpar la indisciplina de estos mierditas que hacen lo que les
da la gana... su proceder insolente desmoraliza a la indiada que ya está medio
alzada desde que se ha abolido el pongueaje... y estos indios son capaces de
todo.

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¡Hay que someterlos a tiempo!.. No he querido arriesgar a toda la familia.


De lo contrario no sé lo que hubiera ocurrido si yo no me contengo...
¡No sé a qué nos van a exponer estos porquerías...
Ese Luis Alberto le mete cada idea en la cabeza a tu hijo y éste ya se
pinta... He de frenarlo a tiempo, no sé cómo me contuve de darles con el látigo
destinado a los indios... ¡Y ese llocalla insolente!!! El y su padre mañana
recibirán su merecido... Fulgencio y Cupertino van a dar cuenta de ellos...
saben cómo tienen que silenciarlos... Y te advierto, que en las próximas
vacaciones ninguno de estos dos mierditas vendrán a la finca... No estoy
dispuesto a perdonar lo que han hecho hoy... no sé cuál ha sido el instigador,
seguramente ese llocalla mugriento que se ha permitido asistir a la reunión de
los mayores y a levantar la voz, pero mañana ese llocalla va a saber lo que es
bueno... Y a tu hijo... ¡A tu hijo si que no se lo voy a perdonar nunca!...
¡Nunca! ¿Me oyes?

Alguien llama a la puerta y penetra a la sala.


Cambia la conversación. Ya no llega a nuestros oídos.
Permanecemos callados sin saber qué decir.
Pensativamente en mi interior repito: “Fulgencio y Cupertino van a dar
cuenta de ellos... saben cómo tienen que silenciarlos... y ese llocalla va a saber
lo que es bueno...” No puedo separar lo posible de lo imposible. La
incertidumbre roe mi ser como un ácido destruyendo mi alma. Estoy deshecho.
La angustia me oprime. Me siento caer por la pendiente del desaliento. La
inquietud se hace en mí cada vez más profunda. No puedo definir lo que
experimento en aquel momento inexplicablemente expresivo. Palabras
impronunciables entre mis labios tiemblan. Me encuentro incapacitado de atinar
a la vocalización.
Mis ojos recorren desesperadamente la habitación entre los latidos de mis
sienes próximas a estallar.
Me siento afrontando situaciones que me proyectaron por encima de
estos acontecimientos mostrándome la ineficacia y el fracaso de nuestra
intervención que sólo ha logrado exasperar a don Carlos y precipitar a Manuel
y a su hijo... ¡Sabe Dios a qué situación peor...!
Sostengo la cabeza entre mis manos.

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- ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? – alterado me pregunta Eduardo que


también se encuentra intranquilo y nervioso.
- Creo que ha sido una imprudencia tuya el haber transmitido a tu padre lo
que Satuco nos ha confiado. Debías haber callado. ¿Te das cuenta de las
consecuencias? ¿Has oído lo que acaba de decir tu padre?
- ¡Por favor no me reproches! ¿Y qué otra cosa podía hacer? Yo creí que
mi deber era advertirle sobre un posible peligro que pudiera cernirse sobre
nosotros... No me imaginé que reaccionara en semejante forma. Lo que pasa
es que... es soberbio y orgulloso y no tolera que nadie le advierta y menos que
se le aconseje... Ha querido hacer sentir, como es habitual en él, su predominio
y su poder... significativo. Nuestro pensamiento es el mismo: “¡Los indios,
Eduardo y yo en silencio cambiamos un apretón de manos, ya son dueños de
su tierra! ¡No más látigo sobre sus espaldas!

No se ha soñado que nosotros, ni nosotros mismos lo hemos soñado, que


pudiéramos haber actuado en forma conjunta sin que nos hubiéramos puesto
de acuerdo. Esto, como se lo has oído decir, no me lo va a perdonar nunca. Lo
conozco. Pero él no me conoce a mí...
En ese instante sentimos que nos llaman.

Todo ya estaba dispuesto para partir sin que nosotros nos hubiéramos
dado cuenta. Nuestra pena y nuestra contrariedad eran enormes. No habíamos
pensado que los acontecimientos se precipitaran tan rápidamente...

Las dos vagonetas que nos trajeron a la finca estaban ya listas delante
del gran portalón. Tomamos asiento sin proferir palabra en la misma forma en
que habíamos arribado. Nos sentamos uno junto al otro. Inútilmente
recorremos con la mirada a través de las ventanillas con la esperanza de ver a
Satuco y despedirnos. En vano recorremos la estéril soledad con ojos
desesperados. Ningún indígena asoma. Parecería que la tierra hubiera
absorbido sus formas.
Un silencio pesado cubre la extensa planicie. Un silencio de piedra.
El silencio del insondable yermo... Silencio desolado y total. La soledad
nos mira. Silencio y soledad se adentran en mí, apoderándose de mi alma...

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Todos ocupan sus lugares.


Don Carlos imparte las últimas disposiciones a sus dos esbirros que
prestamente le escuchan.
Hubiera querido captar lo que les dice. ¡Mejor que no!
Don Carlos toma el volante. Un sobrino suyo conduce la otra vagoneta,
una Volkswagen amplia.
Partimos.

Mis ojos quedan enredados en los guijarros, en las grietas, en los


senderos, en el despeñadero. En los techos de paja. En las chozas de barro.
En los desnudos pies que caminan infatigables. Que transitan mudos. Que
acuden temerosos.
Mis ojos quedan enredados en las imágenes de Satuco y Manuel.
Quedan en el cuadrado patio.
Quedan en cualquier sitio. Un nudo oprime mi garganta. La vocecilla de
Satuco resuena en mis oídos. Me parece mirar sus ojillos dulces y vivaces.
Mis párpados atrapan la fuga de una lágrima.
Mis últimos recuerdos se convierten en presentimientos.
Me quiebro. Estoy roto. Desarticulado.
De cuando en cuando observo a través de la ventanilla queriendo
interrogar al inmenso Altiplano el enigma que encierra aquella raza milenaria.
Sólo la soledad y el silencio responden en la llanura extensa. Inconmovible.
Árida... Donde el áspero viento solloza entre el hirsuto e inabarcable pajonal,
como una queja inmensa.

Se alarga pesadamente el tiempo. La polvareda que levantan las veloces


ruedas al rodar lo hacen intolerable y aplastante. Estoy intranquilo. El ruido del
motor me hace sentir que tiemblo. El paisaje pasa borroso delante de los ojos.
Turbio de polvo el sol se arrastra por el camino. La lejanía desoladamente
crece. Duele la tarde. Duele la distancia en un allá que de hora en hora va
quedando más lejos. La finca va convirtiéndose irremediablemente en
recuerdo.
Las sombras del anochecer devoran el colorido grandioso de las
matizaciones del ocaso que derrama lentamente un intenso escarlata,

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cubriendo los promontorios y las piedras de la altiplanicie, otorgándoles un


reflejo rojizo, fuertemente encarnado, que les da el aspecto de ensangrentados
dorsos.
Satuco y Manuel se convierten en una obsesión alucinante.... que me
tortura. La angustia me domina. Un grito sube a mi garganta. Cierro
fuertemente los puños hasta clavar las uñas en mis manos y silenciar mi grito.

El cielo ha ennegrecido.
Embozada en su oscuro rebozo llega la noche.

En unos minutos más hará su aparición la ciudad.


Al transponer el próximo recodo del camino el rutilante reverbero de sus
luces se presentará a nuestra vista alumbrando la oquedad profunda, rodeada
de montañas, donde se halla situada. En unos minutos más hará su aparición
la ciudad. En unos minutos más el Altiplano se habrá desdibujado hundiéndose
en la profunda oscuridad.

En unos minutos más...

Inusitado tiroteo nos sobrecoge.


Emergen de la curva del camino varios camiones cargados de hombres
armados de fusiles que disparan al aire en un estruendo belicoso.
Instintivamente don Carlos vira a la derecha, apaga las luces y se arrima a un
costado. Igual actitud asume la Volkswagen eludiendo aquella irrupción
intempestiva. Los camiones sin apercibir nuestra presencia prosiguen por su
ruta como una tromba de ponchos, de fusiles y de gritos. Son en su mayoría
indígenas campesinos alentados por remarcadas voces sediciosas. Pese a la
confusión y la alboroto se pueden escuchar frases. ¡Viva la Reforma Agraria”
¡Viva el Movimiento Nacionalista Revolucionario! ¡Mueran las latifundistas! ¡La
tierra es de los que la trabajan!
¡Viva el M.N.R. Mueran los gamonales!
¡Era un grito indiscutiblemente liberador!
Satuco... Manuel... ¡Mañana será un nuevo y bello día!

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Viva la Reforma Agraria... Viva el M.N.R... Mueran los latifundistas...


Mueran los esclavizadores de los campesinos... Varios nombres de los
principales hacendados de la región se escuchan. Entre ellos el de don Carlos.

Un súbito estremecimiento se concentra en el interior de la vagoneta. La


respiración parece cortada.
Mueran los explotadores de los campesinos... viva el M.N.R.
Vivaaaa... Mueeeeraaan... Vivaaaa... Mueeeeraan

Cada minuto que trascurre dibuja las aristas de la historia. En la densa


oscuridad del altiplano el ámbito irradia. Una sospecha de alborada asoma. Se
extinguen los contornos opresores de las tierras al yugo sometidas. La
esclavitud se difumina.
Me siento abrumado por el peso de la emoción. Busco el futuro a través
de aquel tumulto de voces y de gritos.
Los gritos desgarran el aire con una sed oscura. El tiroteo rueda en las
tinieblas tragado por la noche. Un centellear caótico se aleja devorando
distancias. Surcos de sombras y de luz rasgan el cielo enloquecido. La
ansiedad sube como fuego arrasando el silencio. La esperanza y la
desesperación están en los gatillos de sus armas. Las voces crecen como río
turbulento que los arrastra hacia su propio destino... ¡Viva...!

¡Mueeeraaan...! ¡Vivaaaa...!
- ¡¡Caramba!! ¡Tenía razón Satuco! ¡De buena nos hemos librado! ¡Habría
que agradecerle! - comenta en voz sonora Eduardo con una entonación que
parecía un reto mezclado de ironía.
Nadie le responde.
Pretende decir algo más. Le doy un codazo para que se calle.

No del todo tranquilos comenzamos a descender por la carretera hacia la


ciudad. El reflejo de las luces que se percibe es ya un signo de alivio, sin
embargo, el temor de una nueva sorpresa no está descartado del todo. El
insólito acontecimiento que acabamos de presenciar está fijo en las mentes.
Esto le impide contemplar la magnífica y grandiosa visión que ofrece la

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topografía accidentada de nuestra ciudad encajada en medio de un cinturón de


montañas – que a esa hora - toma el aspecto de un inmenso nido de insectos
luminosos ubicado en el fondo de un profundo abismo.
El temor que los domina tampoco les permite contemplar la aparición de
la luna que derrama su plateada fosforescencia sobre la nieve incorruptible del
grandioso Illimani.
La suave brillantez del astro, como si lo puliera el helado silencio del altivo
nevado cae bañando de nácares y lila la estática blancura.
A pocos kilómetros de haber avanzado por la carretera tropezamos con la
dificultad de proseguir por ella. En aquel momento se encuentra interrumpida
por trabajos de reparación, hecho que desvía el tránsito de los vehículos hacia
un viejo camino polvoriento que conduce a los barrios donde se apiña la
abigarrada sustancia del pueblo: obreros y campesinos, trabajadores y
desocupados, gente humilde y gente peligrosa, compradores y vendedores,
comerciantes y especuladores, contrabandistas, mercachifles y gente de toda
laya y de toda condición bulle en un conglomerado ondulante, colorido y
espeso.

En medio de esa masa humana el paso de los autos es menos que


imposible.
Para colmo
las vendedoras de carne, de fruta y de verduras, exponen sobre el suelo
su mercancía extendida sobre retazos de tocuyo o sobre sacos de yute. Sobre
el suelo también exponen sus productos las que venden panes, pescados y
diversidad de comestibles. Hormiguea la gente que compra y la que vende. La
que prepara comidas y fritadas ocupando el espacio de las aceras. Las que
ofrecen a los viandantes refrescos coloreados en vasos de dudosa opacidad, o
café caliente en jarros de fierro enlosado, casi siempre desportillados. Los que
expenden baratijas aturdiendo con el anuncio de la calidad y el precio de su
mercancía pregonada a gritos. Los que venden herramientas e implementos
de labranza. Los que trafican con objetos robados. Los que ofrecen chapas,
picaportes, candados, aldabas, llaves y otros artículos similares, producto de la
habilidad del latrocinio... Allí tienen también sus puestos de venta los que
negocian con telas, tejidos y prendas de vestir, calzados, sombreros, etc. Los

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que venden ponchos y gorros y toda clase de artículos típicos y de artesanía.


Los que venden productos de tocador, jabones perfumes. Los que venden
especias de toda clase, los baratilleros, los ropavejeros y... hasta los que
negocian con productos de la Alianza para el Progreso y de C.A.R.E., siendo
estos productos destinados a otros fines que a los turbios negociados... en fin,
tampoco faltan licores ni conservas traídos de contrabando... En esas calles, se
vende y se compra todo lo imaginable y también todo aquello que se escapa a
la imaginación. Se escuchan voces, regateos, insultos, risas, disputas,
carcajadas y palabrotas de todo calibre y dimensión. El aire está impregnado
de apetitosos olores de comidas criollas incitantes. Olores de frituras y de
grasas. Olores de sudores resudados. De suciedad. De aguas detenidas... de
letrinas improvisadas en cualquier rincón.
¡Y música¡
¡Música aquí y allá en ensordecedor bullicio! En una incoherente
diversidad de ritmos y armonías. Y todo aquel concierto multiplicado por la
euforia de los últimos acontecimientos que alborotan y entusiasman al pueblo.
Nos es materialmente imposible avanzar.
Una fortuita coyuntura viene en ayuda nuestra. Sale de una de esas
callejas un taxi. El taxista... a bocinazo limpio y con el pie en el acelerador se
abre paso sin consideraciones ni temores entre aquella muchedumbre que
aturdida y sorprendida semeja un rebaño de ovejas en desbandada que ni mira
dónde pisa, ni a quién empuja, ni sobre quiénes cae... Pues, el prepotente
taxista.... ¡Que, como todos ellos goza de privilegios y se permite cometer toda
clase de arbitrariedades y contravenciones a la leyes de tránsito... se abre paso
sin temor...!

Así
detrás de aquel irresponsable y atrevido contraventor del orden público
“establecido”... pudimos proseguir sin dificultad hasta salir del populoso bario y
encaminarnos hacia las calles del centro de la ciudad para luego dirigirnos a
nuestros domicilios ubicados en el marco principal y “aristocrático” de la urbe.
Mi padre, y Luz María mi hermana mayor, nos reciben con muestras de
alegría. Los acontecimientos del momento los habían tenido preocupados pero,
al vernos todo quedaba despejado...

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El rostro de mi padre resplandecía. No podía ser de otra manera. ¡Sí, el


Decreto de la Reforma Agraria vibraba en el aire como hoja de acero recién
clavada!
Mi padre.
Caballeroso. Integro. Correcto.
Obsesionado por obtener la promoción del indio a un nivel humano. Se
había sentido identificado con el M.N.R. cuya línea y postulados lo convencían.
Afiliado a ese nuevo partido contravenía a su propio pensar y a sus principios...
Ajenos a inmiscuirse en política. La política hasta ese momento sólo había
servido para estancar al país en una economía personalista manteniendo al
pueblo en la miseria y en la ignorancia. Ahora, es diferente. El Movimiento
Nacionalista Revolucionario surgía alentador y como una consecuencia y una
experiencia de la derrota sufrida en la guerra del Chaco.

Mi padre. Sus palabras:


“el proceso revolucionario en que nos hallamos empeñados es el más
trascendental de nuestra historia. Estamos asentando las bases político-
revolucionarias de nuestra liberación económica hacía metas sociales de
insospechado alcance. El M.N.R. arrasará con la oligarquía y con el feudalismo
y se sacudirá del imperialismo internacional cuyas raíces obstructoras atentan,
desde años atrás contra nuestro desarrollo económico como nación... y como
pueblo”.

El pueblo
un pueblo de contrastes incomprensibles. Sufrido y convulso. Crédulo y
desconfiado. Pervertido por el despotismo. Explotado por los curas y por la
demagogia de los oportunistas. Envilecido por la abyecta política, por la pugna
de los partidos y por el caciquismo. Desquiciado. eternamente descontento.
Estancado en una parálisis económica. Obsesionado por su adverso destino.
Mantenido en la ignorancia por la conveniencia de sus opresores y
explotadores.

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El M.N.R., integrado por una generación joven y renovadora había


derrotado al ejército vibrando en los gatillos de las armas:
“Vencimos porque no podían vencernos”

Sobre la sangre de los caídos se alzaba un gran destino en marcha. ¡Los


postulados de la Liberación Económica... pronto serían una realidad!
El pueblo alzaba la cabeza avizorando nuevos horizontes. Insólito
amanecer se dibujaba sobre su suelo inédito. Irrumpía un tumulto de
voluntades enardecidas.
La antorcha de la libertad llameaba al viento. La llama encendida
alumbraba las pocilgas, reverberando en las charcas. La luz borraba la
oscuridad. La fiebre quemaba el pensamiento.
Las nuevas voces sembraban mil promesas en las absortas pupilas que
se llenaban de esperanza. El grito propalaba hasta los límites de la percepción
la sublimidad de la hora......

- ¿Es verdad que la Reforma Agraria es un error y es un fracaso? -


pregunté un día a mi padre.
- Hijo. No pretendo saber a quién lo has escuchado. Pero quiero que
sepas, que los que la desvirtúan presentándola como un fracaso son aquellos
que se han sentido afectados por ella, aquellos que han tenido que aceptar y
reconocer que las tierras no son ya su feudo porque han sido devueltas a sus
legítimos propietarios: los indios; a los que inhumanamente los han explotado.
Pero error o fracaso, o como quieran denominarla es la promoción del indio a
un nivel humano. Es el primer peldaño que la incorpora a la vida nacional. Es la
brecha abierta por donde pasarán las nuevas generaciones libres, que
laborarán su propia tierra, esa tierra que nuestra revolución les está
devolviendo.
Hijo, en toda revolución se cometen errores. La revolución es paradojal
destruye y construye a la vez. Se justifica si logra beneficiar a las mayorías
oprimidas y explotadas. En este momento no podemos ver los resultados de la
Reforma Agraria. No se puede medir la dimensión que entraña la transición de
siglos de esclavitud al momento de libertad que hoy tienen en las manos. El
tiempo se encargará de ello. Pero, todos los errores, que nuestra revolución

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entrañaren, no serán suficientes para restar la grandeza de sus postulados, ni


podrán apagar la antorcha que ya flamea en el agro. Sólo este hecho basta
para darle inmortalidad porque significa la liberación del hombre que labora la
tierra, la liberación de esa gran mayoría que con el esfuerzo y el sudor de su
cuerpo, con su miseria y con su hambre, con su pobreza y suciedad han
sostenido el lucro de una minoría privilegiada y explotadora...
- Yo no pensé que hubiera podido ser tan fácil derrotar a la oligarquía, a
los gamonales... a los grandes latifundistas...
- Hijo, cuando el pueblo se alza... no hay fuerza que lo detenga... su
voluntad es poderosa, es arrasante y nuestra revolución está identificada con
ese pueblo que anhela sacudirse de sus explotadores y vivir en paz, vivir
tranquilamente de su trabajo...

- Vivir en paz y tranquilamente... ¿Has dicho? ¿Crees tú que nuestro país


podrá vivir algún día tranquilamente en paz? ¿Tú crees? Si en los ciento
cincuenta años de nuestra vida republicana no se ha conocido ni paz ni
tranquilidad... pues nuestra historia es... tan sólo una trayectoria de lodo y de
sangre donde han imperado los cuartelazos, la traición, el vandalismo, la
conspiración y los crímenes... y las venganzas...
- No sé que responderte. No se puede negar que lo que afirmas es la
verdad... Somos un pueblo muy especial... Sacudido por el infortunio.
Despedazado en su estructura geográfica. Dominado y aherrojado por el
fanatismo. Iglesia, Militarismo y Oligarquía lo han sometido y explotado cada
cual a su manera. Somos un pueblo dislocado étnicamente, es largo el camino
que hay que recorrer entre una raza y otra. Un pueblo de culturas encontradas.
Falto de educación y de madurez. Somos un conglomerado de odios y
rencores, de envidias y venganzas. Un pueblo ignorante que sabe rezar y
temer pero que no sabe leer... el que lee es un peligro... leer... el privilegio de
los explotadores.
Un pueblo que como todos los pueblos de nuestro Continente ha logrado
su Independencia... In-de-pen-den-cia. Irrisorio vocablo... Si sólo hemos
cambiado de amos. Del imperialismo Hispánico hemos pasado a la oligarquía
resabio de aquel y sin salir de ésta estamos sometidos a otros imperialismos...
Desde nuestra seudo-Independencia hemos sido víctimas de la ambición

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desmedida de los de adentro... de los nuestros y de la ambición también


desmedida de los de afuera, de los vecinos... el Brasil nos ha arrebatado el
Acre... Chile y la hegemonía británica nos han privado de nuestro Litoral,
encerrándonos en la mediterraneidad... los consorcios Multinacionales de la
Standard Oil y de la Shell en pugna por imponer su predominio económico nos
han lanzado a una guerra injusta con el Paraguay en la que perdimos el
Chaco... ¡Y como siempre…! ¡Como siempre...! En cada uno de estos casos,
las fronteras lejanas, abandonadas, ignoradas, sin caminos de penetración.
Guerras conducidas por un militarismo apto para escalar los peldaños del
poder y asaltar el gobierno pero incapaz de defender al país de sus agresores.
Militarismo venal y corrompido, con pocas excepciones... Militarismo que
ignorando su misión específica de defender la integridad nacional sólo se
caracteriza por realizar hazañas que embadurnan la Historia... Y por añadidura
una oligarquía, ocupada en precautelar sus propios intereses cerrando los ojos
ante las situaciones difíciles del país importándole un rábano las mutilaciones
territoriales... de las que sólo ha sacado sus propias tajadas... El rememorar
nuestra Historia me deprime. ¡Me enferma! ¡Tienes razón! Nuestra Historia... es
una trayectoria de lodo... de lodo... y de sangre...

Un día de esos comentamos con Eduardo.


- ¿Sabes? He quedado intrigado con la predicción del yatiri y con la
insistencia del Satuco en que abandonemos la finca... No sé por qué.
- Yo también. ¿No se podría creer que los indígenas ya tenían
conocimiento de lo que iba a suceder...?
- Bien pudiera ser...
- ¿Crees en la premonición?
- ¿Y tú?
- Sólo te puedo responder que el que se ha quedado sentado sin poder
retornar más... a “su finca” a sido mi padre. ¡Quién hubiera pensado en aquel
momento lo que iba a ocurrir! De todos modos, estoy seguro que mi padre no
me va a perdonar nunca... nunca... lo que ha pasado en el patio de la casa de
hacienda. Sé que no me lo va a perdonar... pero... me importa un bledo, lo
conozco ¡carajo! Lo conozco... ¡Pero él no me conoce a mí...!

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(“Pero él no me conoce a mí”. Era la segunda vez que escuchaba decir a


Eduardo esta frase).
Los que han sido derrotados por el M.N.R. no se resignan. La hiedra
parásita que estrangulaba el crecimiento de la nación pretende recuperar el
poder para seguir succionando... Obstinada la obstinación en la retina de los
conjurados... En contraposición el “aparato de represión” agranda amenazante,
aterrador.

Agria es la noche que germina en pugna y tremenda la cara encendida de


odio de los adversarios cuyos alientos encontrados chocan.

Irritada es la faz de la violencia y turbio el desvarío que la agita. Furia y


clamor se arrastran confundidos.
El terror rueda por las calles. Polvo de sangre en el aire crece. Acre sabor
se expande en el ambiente. Los rencores ascienden hasta alcanzar alturas de
tormenta. Despiadado el encono y la venganza.

Noches de incertidumbre. Noches envilecidas de lamentos. La luz


siniestra horada y escudriña. Rastrea los escondrijos.

El cielo temeroso se estremece.


La ciudad se repliega dolida.

La oligarquía descorre los cortinajes de sus ventanas. Las cierra


herméticamente ignorando lo que pasa afuera.

Despreocupados y ajenos a la situación política proseguimos nuestro ciclo


escolar. Integramos un club socio-deportivo en el que la competencia no sólo
radica en patear la pelota sino que Eduardo y yo nos vemos obligados a
realizar muchas veces demostraciones de hombría pues los deportes
degeneraban en trompeaduras.
Parecería que la idiosincrasia de nuestro pueblo estuviera conforme con
la violencia.

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Violencia en la política. Violencia en los deportes. En el aire que se


respira. Violencia en el ambiente que nos rodea.
Hasta los cadetes se ven envueltos en ella. Pues los jóvenes cadetes del
Colegio Militar y los de las fuerzas policiarias están en abierta beligerancia. Al
cruzarse en el camino se fulminan con miradas iracundas, agresivas y si las
circunstancias lo permiten se lanzan al pasar insultos indignos y soeces...
Todo, porque las fuerzas policiarias habían contribuido con el M.N.R. al
derrocamiento del Ejército... Y ahora los jóvenes cadetes de las fuerzas
policiarias gozaban de grandes privilegios... uniformes brillantes, etc. etc. En
cambio los cadetes del ejército se encontraban subestimados,
menospreciados... y esto no lo soportaban y así los cadetes de ambos bandos
eran enemigos irreconciliables... Violencia en el remanso que se quiebra.
Violencia en los cristales que se trizan. Nadie escapa a su influencia.
Los que, por el momento... se encuentran en el poder... imaginan que son
dueños del poder. ¡Del poder!
Pero en realidad
el poder es el que se incauta de ellos creándoles tentaciones, imperativos,
exigencias que los violentan, que los dominan los ensañan y los ofuscan.
¡El poder! ¡El poder!
Embriaguez seductora del poder. Fascinante fascinación del poder. Ayer.
Como hoy. Como mañana. Como siempre. El poder exacerba a los que lo
detentan y los induce a cometer errores...
De tal suerte
que el peculado se impone a la integridad y al patriotismo.
Proliferan los líderes venales. Los políticos prevaricadores. Los
acaparadores voraces...
Surge “una nueva clase”... “una nueva oligarquía”. Una nueva forma de
latrocinio y de saqueo...
Ya no existe opinión pública.
Es decepcionante ver cómo el momento va revelando lo que sucede sin
que nadie pueda rebelarse ni reaccionar....
Los que están en el poder se imponen por la fuerza y por el terror...

Los años nos empujan.

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Eduardo y yo nos hacemos hombres. Los amigos... las primeras farras...


Nuestros pasos nos llevan con frecuencia por las alejadas y sinuosas callejas
del placer.
La vida bulle en las arterias con su latido intenso y misterioso que nos
impulsa y nos arrebata inexplicablemente. Nos arrastra en su loco torbellino.
¡Descubrimos la nueva cara de la vida!
Nuestra adolescencia había quedado atrás.
¿Y de la infancia, qué nos quedaba?
Ni el osito. Ni el payaso. Ni los cajones de juguetes.
Todo se iba diluyendo. Se diluía la finca en la obstinada bruma del
recuerdo como pluma flotando en el vacío... ¡La finca!
La infancia había dejado paso a la vida...
La infancia replegada en su profunda orilla con sus encantos y con sus
hechizos que todo lo subliman cobrando dimensiones de acuerdo a su
imaginación y fantasía... agrandando el regaño... la represión de algún
capricho... la privación de una golosina... las injusticias... Cada cosa se hace
susceptible a la intensidad de sus efluvios... la alegría el temor de lágrimas las
risas los días la oscuridad... El pequeño jardín adquiere la magnitud de una
arboleda o de un bosque sombrío y misterioso... ¡Ah! ¡La infancia soñadora...
sublime...!
Perdida nuestra infancia nos encontramos enredados en turbadoras
emociones... sorpresivas... ¡Inconsistentes...!

La situación actual también todo lo cambiaba.


Hasta los domingos ya no eran los mismos... Mi padre no frecuentaba
como antes la casa de don Carlos. Ni charlaba de política.
Las grandes fiestas habían quedado relegadas... sólo se mantenían las
tardes familiares, mesuradas, discretas, una que otra tenida de póker o de
rummy y las veladas íntimas veladamente quietas.

La ciudad se habituaba a la nueva situación. Se replegaba en sí misma,


en sus contornos, en su periferia, escuchando el chapoteo de las manos que
escarbaban en las oscuras y cenagosas charcas donde pululan las ambiciones
personales de los que están “arriba”.

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Mi padre
ya no es el mismo. Lo veo desalentado. Abatido.
- ¿Qué tienes?
- Algo inexplicable. Algo que me lastima y que me duele aquí, aquí, ¡aquí!
– Al decirlo oprime con angustia y con la mano crispada sobre su corazón.
- ¡El corazón! ¡Habrá que consultar con el médico!
- No hijo. No es asunto de médicos – afirma con honda convicción – Lo
que tengo, es algo que muy pocos lo sienten... pocos... muy, muy pocos... es la
Hora la que me lastima y me duele...
Su voz adquiere una sonoridad extraña. Una resonancia sobrecogedora
que enmarca su singular figura en el cuadro rectangular de la ventana junto a la
cual se encuentra ubicado. Sus ojos buscan dolorosamente un punto donde
posar la triste fijeza de su mirada que mira sin mirar.
Me doy cuenta de que una inquietud enorme lo atormenta.
- ¿La Hora? – le pregunto desconcertado y confundido.
- Sí... ¡La Hora!...
El tono de su voz es profundo. Penetrante.
Pesadamente sus palabras caen...
- ¡La Hora! ¡La Hora! ¡La única! ¡La única aprehendida íntegra! ¡Contenida
en su todo y apresada en el instante mismo! Esa Hora amasada con desvelos,
inquietudes y esperanzas... y con sangre... Esa Hora, estaba en nuestras
manos y las manos no han sido capaces de retenerla. Esa Hora se ha perdido
cuando cobraba forma. Cuando se convertía en imagen imperecedera. ¡Esa
Hora...! ¡La única...! ¡Tal vez la última! Estaba en nuestras manos y de ellas se
ha escurrido como se escurre el agua o se escurre la arena... Como se
dispersan las hebras que se desatan. Algo irreparable se ha perdido en esa
Hora. Algo que la acerca a su propia muerte...

Corta sus frases, cierra los ojos y queda pensativo. Su silencio se


aposenta en los ángulos de la habitación.
Me da la impresión de que a sus pies se abriera un abismo de siglos o
que un mundo abyecto lo aplastara.

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Se refugia en su aliento y continúa. Sus palabras son un reproche


amargo.
- Lo que se pierde ya no se encuentra más. Lo que una vez sucede no
vuelve a suceder. ¡La Hora...! ¡Esa hora! ¡Esa misma Hora no se repetirá
jamás...! No se repetirá nunca más. ¡Nunca más! Esa Hora era algo que
hubiera tenido nombre sino se hubiera malogrado en el preciso instante. Esa
Hora se ha soltado del borde y ha resbalado...
¡Esa Hora ha naufragado bajo las estrellas!
Sus labios tiemblan y nuevamente calla. Se lleva la mano a la frente como
si quisiera borrar lo que en ella bulle. Su silencio es una resonancia.
Quedamente sus palabras vuelven. Amargamente se desprenden...
- ¡Es imposible poner límite a la ambición desmedida que existe! A la
ambición de esos que desprestigian la revolución. El ansia irresistible del poder
los ha cegado y los extravía... El poder los ofusca, los trastorna... ¡Parece que
el tiempo se hubiera revertido y que la historia se repitiera...! Hemos censurado
la corrupción... y ahora... se medra al amparo de la corrupción... estamos
cayendo en todo lo que hemos reprobado... Hemos condenado la venalidad
política y giramos dentro de una política venal... que conduce al soborno, a la
coima, a los negociados especulativos e inescrupulosos... negociados nada
limpios... inducidos por el descaro, la turbiedad, la desfachatez...

Cambia el tono de su voz y exclama: ¡Cuántos muertos


desconsoladamente sacrificados! ¡Qué desesperación saber que nada queda
por hacer...!

La sombría expresión de su mirada me conmueve.

- ¡Soy testigo de mi tiempo! – exclama - ¡Soy testigo de su


desgarramiento! Vivo poseído de lo nuestro... de nuestras ideas y de nuestros
anhelos y de todo lo imaginable que no ha alcanzado a concretar su forma.
Sufriendo por lo irrealizable de lo ideado. La Hora destinada a manipular y
conducir un destino... un gran destino ha sido alterado, trastrocado... por esos...
por esos que desprestigian la revolución... Ahora es tarde, como casi siempre...
Se había necesitado más de una voluntad para enderezar el cauce del río, que

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hoy, retoma su antiguo re-ho-yo... ¡Se ha revertido el tiempo! Es un retorno a


todo aquello que hemos censurado... Es triste ver como cae más bajo que años
atrás...

La decepción destruía su noble espíritu. Se hallaba ensimismado en sus


ideas.

Luego como si despejara de su mente esas ideas en los ojos me mira. En


los suyos fulgura un extraño reflejo. Sus pupilas irradian.
Posa sobre mis hombros sus dos manos
Puntualiza en el aire algunas frases.
- ¡Hijo! No te has equivocado. Nuestra historia es una trayectoria de
lodo... y de sangre... Esa es nuestra historia... es... y seguirá siendo...
Pero existe una historia limpia, transparente... la historia de mi vida...
Tienes motivo de levantar la frente... tienes motivo...
Sus manos abandonan mis hombros. Sus brazos pesadamente se
descuelgan.
Nuevamente se hunde en sus pensamientos. No me atrevo a quebrar su
silencio.
Me doy cuenta del desgarramiento de su espíritu.

Los últimos reflejos de la tarde destacan su figura en el claro oscuro de la


penumbra de la habitación y en la tenue luz que pálida se filtra atravesando los
cristales de la ventana. Debajo del dintel se dibuja su forma.
Lo miro largamente. Contemplo su figura: “La imagen del orgullo... pero
con la cabeza gacha.”

Lo intuyo. Lo comprendo. Lo admiro.

Después de algún tiempo renuncia al M.N.R. Deja la política


completamente decepcionado.

Cuelgo el auricular del teléfono terminando de hablar.

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- No comprendo por qué a último momento ha cambiado de idea. No


entiendo – protesto en alta voz golpeándome la frente.
- ¿Qué es lo que no entiendes? – me pregunta mi padre que acierta a
pasar junto a mí y escucha mi exclamación...
- No entiendo por qué Eduardo a último momento se ha decidido por el
estudio de las Finanzas si ambos habíamos acordado ingresar a la universidad
optando por el estudio de Las Leyes... No me entra a la cabeza este su
proceder... ¡Es una deslealtad!
- No lo tomes así. Es muy probable que a último momento se haya dado
cuenta de que no tiene disposiciones para estudiar Derecho y que más le
conviene Finanzas. Es lógico y razonable que hubiera cambiado de parecer
antes de decidirse por algo a lo que no se halla predispuesto... No lo tomes
como una deslealtad.
- En realidad, lo que no me agrada de todo esto, es, que por primera vez
en la vida nuestras ideas no coinciden... y esto me decepciona.
-Tampoco lo tomes por ese lado. Ustedes ya son hombres y las cosas
cambian. Cada uno tiene su propia personalidad. Tienes que convencerte que
todos somos mundos diferentes y Eduardo y tú son totalmente distintos...
- ¡Eso sí que no! – le interrumpo – Tú no nos conoces, tenemos las
mismas inquietudes, nos animan los mismos sentimientos. Esta es la única vez
que nuestras ideas no coinciden.
- ¿La única? – no querido hijo – la primera.
- ¿Por qué lo afirmas con tanta seguridad?
- La experiencia habla por mí. Y a ti, el tiempo te convencerá. Pero no te
preocupes, es un asunto sin importancia. Cada uno tiene sus propios puntos de
vista, esto no quiere decir que van a dejar de ser amigos. Todo cambia en la
vida hijo, todos cambiamos.
Dándome unas amigables palmadas en la espalda deja el diálogo
cortado.
Sus palabras me dejan desconcertado. Siento como si algo se
desprendiera sin que pudiera definir de qué lugar de mi ser se desprendía.
Presentí un no sé qué... que se alejaba o que se encontraba próximo a
caer.
No puede ser, me dije, como alejando de mi mente ese pensamiento.

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Mi padre se dirigía a su escritorio.


Yo quedé pensativo colocado en un punto estático sin poder avanzar ni
retroceder.

La universidad
producto del propio ambiente entraña una problemática de continuas
contradicciones. Cada hecho inmerso en el momento actual crea una confusión
que se hace difícil clarificar. El pueblo no tiene las luces suficientes para captar
lo que sucede. La universidad constituye el centro de gravedad de las
circunstancias por la que atraviesa el pueblo. La juventud, conciente de su
fuerza, abiertamente la manifiesta y por ser metafísica no puede prever las
consecuencias de sus actos y al pretender remediar algunos desaciertos de los
gobernantes sólo consigue intensificar el caos y el desorden.

Pretender reprimir las ideas de los universitarios usando la violencia es un


desatino.
A la fuerza violenta de la represión, la juventud responde con la violencia.
Se suscitan disturbios. Huelgas que adquieren proporciones inesperadas,
que se prolongan más allá de lo previsto.
La situación en las universidades se torna delicada.
Semanas y semanas de estudios suspendidos que se prolongan hasta no
se sabe cuándo.
Los estudiantes que tienen las posibilidades económicas para salir del
país a continuar sus estudios en colegios y universidades del exterior...
emigran...

Ha sido éste el momento en que por primera vez se ha realizado un


éxodo de juventud hacia otros países. Drenando y trasegando posteriormente
año tras año, la savia vivificadora de las nuevas generaciones, restando así, el
concurso al propio suelo que no había sido capaz de entenderlos ni retenerlos.
(Las consecuencias de ese proceso emigratorio se verán en las elecciones de
la política de 1979-1980 a las que se presentaron únicamente políticos
gastados).

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El éxodo se lleva a muchos de nuestros compañeros de estudio.


Eduardo y yo quedamos. ¿Por qué?
Hay leyes de la casualidad que no podemos discernir.

Alguien ha dicho: “LA REVOLUCIÓN DEVORA A SUS HIJOS.”

Los hijos de la grandiosa Revolución de Abril... se devoran entre ellos.

¡Qué final! ¡Que final! ¡Para tan gran designio!

Sobreviene el ocaso de los astros fugaces. Asoma el tiempo de la


deserción. Se anticipa la acción de las ocultas disidencias. Se precipita el
drama. Se decapitan las figuras, los símbolos, la metáfora. En las paredes
escupe el insulto que se lanzan recíprocamente “los altos jerarcas del partido.”
El aire se enturbia. Está podrido. Todo está mancillado.
El alba lacerada se estremece estampada en los muros.
Fragmentos de victoria se desparraman por el suelo.
La incertidumbre asoma. La duda crece expectante.
Inconexa la realidad. Trastornados el comienzo y el fin. El tiempo gira
incontenible.
Se difuminan los contornos del día. Se vacía la luz. Demasiado tarde para
mirar claro.
Todo se desmorona. Nada está en su lugar.
El horizonte se tiñe de negro.
El cielo ensombrecido y bajo el peso de una lápida.

El partido más popular. Más potente. Más representativo. Más fuerte:


“Vencimos porque no podían vencernos.” Se viene abajo. Se fracciona. Se
desintegra. Se descompone. Se auto elimina. Se autodestruye. ¡Se au-to-des-
tru-ye!
Su armazón, su estructura levantada con el impulso de las voluntades,
con el ímpetu de construir... se tambalea. El andamiaje cruje, oscila, se viene
abajo.

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El alto batiente del árbol queda de pie. De pie. Solo y sin amigos. El árbol
que no afronta su destino se desgaja. Se abate. Se aniquila.

De pie escucha el desgajarse de sus ramas, el caer y el revolcarse de sus


hojas.
De pie. Solo y sin amigos. Como una talla oscura.

Surge lo que él se negaba a mirar. Lo que se obstinaba en no admitir.


Se alza el que ya estaba allí. El que había entrado por la puerta y cruzado
el umbral. El que pernoctaba en el recinto. Se alza el aprendiz. El Número. El
que rodea su mesa y se sienta a su lado. El que comparte con él, el pan y el
vino.
¡El Número...!
El Número vuelca la copa sobre el mantel y termina el festín.
La red
estaba ya tendida.
Bicéfala traición la había preparado.

El alto batiente del árbol flaquea. Cede. Cae. Se derrumba. ¡No afronta el
destino!

Abatido el árbol queda cerrado al paso. El camino cortado.


¡La Hora irremisiblemente perdida!

Se abren las puertas del exilio.


“Es uno que ya se fue y que no volverá a ser, uno, al que los siguientes
destinan al exilio.”

Sus milicianos estupefactos se niegan a creer lo sucedido.


Desde sus casamatas abiertas en el cerro de Laicakota lanzan una
barrera de tempestad impulsados por la fuerza de la inmanencia.
Vano el esfuerzo. Vano el intento.
Desde las alas de un avión que sobrevuela el cerro una estruendosa
explosión de metralla los sobrecoge.

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El cielo se oscurece. Aturde el tableteo. Los de las casamatas no se dan


por vencidos y resisten.
Desde las alas del avión la metralla dispara intensamente. El cielo se
retuerce enloquecido.

La ciudad tiembla angustiada de terror. Estremecida de dolor y espanto.


El tableteo aturde. El tiroteo agranda.
Los fusiles caldeados ya no disparan. Sangran las manos.
Desde las alas del avión la metralla incesante fustiga.
Sobre las casamatas abiertas en el cerro ondea un retazo de tela blanca.
Los milicianos se han rendido.
Un brazo desesperado agita aquel retazo blanco.
Desde las alas del avión la metralla prosigue inmisericorde...
Cae trizado el brazo... Acribillado. El cuerpo destrozado se revuelca
ensangrentado aquel retazo blanco.
¿Por qué esa sangre? ¿Por qué? ¿No era la enseña de la rendición?
Hay odios que traspasan los límites de la razón... odios que van más allá
de la muerte.
Los fusiles caldeados... ya no disparan... Se ha quebrado la fuerza de la
inmanencia.
El silencio ha matado al ruido. Se mira y se siente el silencio.
Se escucha el silencio.
Es un silencio aterrador... ensangrentado. Un silencio como cuando cesa
el dolor.

Las casamatas han callado.

Bicéfala traición. Bicéfalo gobierno.

Ambos sacan a relucir sus botas. Sus botas negras de charol que desde
la Revolución de Abril del 52 se hallaban subestimadas.

Paradójicamente la traición restituye confianza a la población cansada ya


de soportar una docena de años de desgobierno. Hastiada de contemplar el

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desconcierto y la venalidad de los líderes y de los integrantes del gran partido


revolucionario.

Toda renovación reconforta.


La ciudad se desentumece. Respira un aire nuevo. Se vivifica. Se reanima
y reaviva su aliento.
El día irradia claro. El aire es transparente. Las ventanas se abren.
El sol entra a raudales.
Bicéfala traición. Bicéfalo gobierno.
En el que ambos se complementan y se compaginan.

Mientras el uno
se manifiesta activo y se revela positivo. Mientras encamina y ordena.
Mientras levanta espejos de ciudades sobre despojos de derrumbe.

El otro
permanece cauto. Prudente. Esquivo. Recogido en la telaraña de su
propia ambición oculta. Espiando desde su recóndito interior sombrío. En
acecho noche a noche acrecentando como un río negro que agranda en la
oscuridad.

Quién hubiera podido imaginar que en ese momento de nuestra historia


se iniciaba el “relevo de los espadones de turno” que culminaría su nivel
privativo en la “semana de los generales”.

Sin darnos cuenta estábamos retornando a las épocas del militarismo.


Nuevamente se escucharán en los balcones del Palacio de Gobierno las
históricas frases: “¡Belzu a muerto! ¿Quién vive ahora? ¡Viva Melgarejo!”
Y los Melgarejos se suceden uno tras otro... prosiguiendo en el tiempo...
¿Hasta cuándo?

Las botas comienzan a imponerse. A “meter orden”


¿Orden?
¿Insultando a la miseria del pueblo?

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Las botas ya no caminan, “ruedan” cómodamente en sus flamantes y


lujosos Mercedes Benz.
Las calles y las avenidas se hallan atestadas de flamantes y lujosos
Mercedes Benz en los que el militarismo se desliza derrochando los dineros del
pueblo.
El país vive la “Era” de los Mercedes Benz.

En la universidad
los estudios se normalizan. Los alumnos concurren. Las huelgas han
terminado. Aunque no todos están de acuerdo con el actual gobierno.
Pues las botas, son en todas partes resistidas... y más ahora que hacen
ostentación ... de despilfarro...
El estudiantado progresista anhela una sociedad libre y democrática, bajo
el convencimiento de que la extrema riqueza y la extrema pobreza son
incompatibles y que el despilfarro de los militares es ultrajante.
Se constituye en movimientos de reivindicaciones sociales.
Las nuevas ideologías están latentes y germinan.
Existen grupos determinados que hacen suyas las miserias y las
adversidades del pueblo y están dispuestos a sacrificarse por él...
Algo se está gestando ¿Qué es? Nadie lo sabe. Se lo presiente.
Se lo palpa... pero no se lo define...

Entre tanto
la ciudad recobra su ritmo.
La oligarquía nuevamente asume su predominio. Su posición. Se
restablecen los grandes bailes. Las grandes fiestas sociales. Los bailes de
“Beneficencia.” Los bailes de “Presentación en Sociedad” de ciertas
“personitas” de 18 años de edad pertenecientes a las clases “altas”... o a la
clase “adinerada”. (Es difícil admitir que en este siglo existe todavía una
especie da castas). Pero, los de “arriba” son siempre los de “arriba” y están
arriba. ¿Y los de “abajo”? Bueno, los de “abajo” están “abajo”. Quedan abajo y
quedarán abajo... ¿Quedarán?

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El tiempo se escurre en nuestras manos. Los días pasan. Las semanas


empujan. Los meses terminan sin que nos demos cuenta.
Nuestra vida oscila entre la inquietud universitaria y la bella
despreocupación del ambiente social al cual Eduardo y yo nos hallamos
vinculados.
No transcurre una semana sin que dejemos de escuchar: No olviden el
martes hay un bailonguito en casa de Ana María. Cuidado con faltar el jueves a
la fiesta de Kuky. O el sábado en casa de la Negrita.

Y así
alternamos el estudio con la diversión.

Cuando las fiestas nos cansan. Cuando las callejas del placer no nos
seducen. Cuando las farras nos hastían...

Cuando las discusiones de la universidad calan hondo quedando fijas en


nuestra mente...
Eduardo y yo caminamos horas y horas en las largas y frías noches
estrelladas ascendiendo y bajando por nuestras inconcebibles calles
trepadoras que descansan su cansancio de subir en cada esquina de las
empinadas cuestas...

En esas horas
nos sentimos capaces de hacer frente a la vida. De solucionar los
problemas que en las discusiones habían quedado sin solución... las
necesidades individuales... los métodos específicos que utilizan al hombre
como materia de explotación y predominio... la posición de los privilegiados que
evitan que se alcance su nivel... la desorientación del pueblo que busca algo en
que apoyarse... la deformación que sufre el país sometido al militarismo...

En esas horas
nuestro propósito es alcanzar el mayor número de elementos para
resolver los males que aquejan a la nación.

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Por momentos experimentamos la psicosis de la revolución. Las


ideologías nos incitan. Nos absorben. Nos rebelan. Nos hacen sentir capaces
de las más grandes realizaciones. No solamente resolvemos la problemática de
nuestro país, sino... la del mundo entero...

En esas horas
nuestras palabras cobran un sentido nuevo. Vencemos los obstáculos.
Las barreras. Las diferencias. Miramos los colores limpios de la vida. La
miramos a través de un prisma diferente, clarificado, simple.
¿Acaso no somos los idealistas, los limpios, los nuevos? ¿Acaso no
somos jóvenes?

En esa horas
nos sentimos macanúdamente prodigiosos.

A medida que caminamos ascendemos hasta alcanzar uno de esos tantos


sitos elevados desde los cuales se puede contemplar... nuestra ciudad
iluminada...

Quedamos sorprendidos, absortos. Con los ojos erguidos sobre un cielo


estrellado que a nuestros pies irradia su destello. Un cielo inmerso en lo
profundo. Un cielo hundido en la hundida hoyada. En la sima recóndita...
Encajado en la concavidad tenaz del gran abismo...

El “otro cielo”... sobre nuestras cabezas centellea...


En silencio quedamos contemplando aquella incoherente perspectiva...
Aquel desdoblamiento sideral.
La voz había enmudecido. Se habían ido las palabras. Estábamos
maravillados.

Sólo habían bastado unos instantes para la sospecha de una nueva


mentalidad se apoderara de mí. Un desgarrón de ensueño absorbía mi alma.
En la mudez de esa visión sin nombre el silencio cobraba voz y lo
escuchaba, lo sentía como si entre mis manos retuviera retazos de luz nueva,

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remota, anterior, ancestral y que el futuro se hundiera en el pasado como si


fuera un antiguo futuro haciéndome entrever lo incomprensible de aquella
sorpresiva disociación del tiempo. El constelado abismo me absorbía con la
fuerza telúrica del Ande.
- ¡Eduardo! ¿No crees que al contemplar lo que estamos mirando somos
distintos sin que dejemos de ser los mismos?
- ¿Qué dices? No te entiendo.
- Te pregunto que si al mirar este paisaje no sientes que eres otro sin
dejar de ser el que tú eres.
- ¡Ay! Luis Alberto... ¡Tú siempre con tus cosas incomprensibles!
- No es incomprensible. Escúchame. Te pregunto. Quiero saber si sientes
lo que miras y si comprendes ese significado y esa diferencia que existe entre
el cielo que alumbra desde arriba sobre remotos mares y el cielo que se
encuentra encajado en esta hoya profunda, encerrada en cumbres de granito,
cercado de montañas, limitado por horizontes pétreos, pero... irradiando la
fuerza telúrica del Ande...
- No sé si te comprendo... Mas bien te digo que es hora de retornar, ya es
tarde.
- Tienes razón. Es la hora de retornar... pero no es tarde. ¡Nunca es tarde
para retornar a lo que somos...! ¡Porque somos distintos a los otros... los que
sentimos la fuerza telúrica del Ande! ¿No crees?

Fue en la casa de Chuqui. Nunca lo olvido. No lo podré olvidar.


¡Ahí... he conocido a Sandra!
Sandra, la de los ojos imprecisos. Color de agua. Color de viento. Color
de espera... El color inconcreto de sus ojos me había fascinado como un
hechizo. La invité a bailar. Me entregó su sonrisa. La tomé entre mis brazos
levemente y bailamos... bailamos... Sandra. La música y sus ojos. Sus ojos.
Su sonrisa.
La música nos lleva. Nos transporta.
En medio del conjunto de parejas sólo existíamos ella y yo. Sus ojos y los
míos. Nuestras miradas. Su sonrisa. Su turbación. Sus ojos. Nuestros ojos
dialogan. Balbucean entre un idioma extraño sin palabras. Es un diálogo
inmerso en el silencio. Un silencio inquietante. Un silencio impaciente que

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palpita. Un silencio desconocido que viene desde lejos. Silencio inexplicable


que nos acerca. Que nos habla en un lenguaje mudo. Nuestras palabras
hechas de silencio nos comunican.
¿Es el amor el que se hace presente y se apodera de nosotros? Sólo
existimos ella y yo envueltos en nuestra propia voz no emitida. Ella y yo. La
música. Sus ojos. Los míos que no dejan de contemplarla.
Sandra. La de los ojos imprecisos, tamizados, abstractos y profundos. Su
sonrisa. Su boca situada más allá del lenguaje. Ignorábamos la vocalización.
Nuestro silencio es una tímida violencia. Un imperativo absoluto que nos
domina y se apodera de nosotros...

No muy tarde la acompañé hasta su casa.


Había consultado su reloj.
- Sólo tengo permiso hasta las once. No puedo retrasarme. Debo ir en
busca de la Gringa. Tengo que regresar con ella. Espérame un momento,
vuelvo enseguida... -me había dicho. En tropel se habían desatado sus
palabras.
- Te voy a acompañar hasta tu casa – le dije tratando de retenerla.
- Tengo que regresar con la Gringa – repitió al escabullirse...
Quedé perplejo. Esperando.
Retornaron Sandra y la Gringa.
- Mi padre es demasiado estricto – se disculpó.
- Es más que estricto – confirmó la Gringa y preguntó: ¿Nos acompaña...
él? no me lo has presentado.

- Les ruego esperar aquí unos instantes voy en busca de un taxi.


- Vivimos a la vuelta. Vámonos caminando, propone la Gringa.
Me dejo conducir por ellas.
Charlando me entero que ambas están en el mismo curso de uno de los
colegios más caros de la ciudad. Que los padres de Sandra son excesivamente
celosos de su hija. Que no la dejan asistir a fiestas y que a instancias de la
Gringa le concedieron por primera vez permiso... Convenimos en encontrarnos
al día siguiente. Yo iría a buscarlas a la hora de la salida de las clases.

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Se detienen.
- Esta es la gran mansión de Sandra – anuncia ceremoniosamente la
Gringa empleando un tono amigable y jovial. Al decirlo aprieta el botón del
timbre. Pretendo detener su mano pero no me da tiempo.
Alguien cruza el espacioso jardín y mientras Sandra se despide de
nosotros dándole un beso a la Gringa y extendiéndome su temblorosa y
diminuta mano, se abre la elegante reja forjada para cerrarse nuevamente
después de haber dejado pasar por ella a la encantadora figurilla de Sandra
que atraviesa el jardín y luego se desvanece absorbida por la puerta de la
casa.
- No te enojes conmigo si he tocado el timbre. Es porque me he
comprometido traerla a las once y estamos en la hora. De lo contrario no la
hubieran dejado ir a la fiesta. Llegando a la hora creo que poco a poco
lograremos dominar al “ogro” que tiene de padre.
- ¿Es tan... ogro...?
- Ay, no sé lo que es... es algo incomprensible... y Sandra es un encanto...
y su madre también. ¡Es una joya! Esta es mi casa.
Habíamos llegado a la de ella.
- Aunque vivimos pared en medio, nuestra situación es muy diferente. Mis
padres llevan una vida social activa... son muy conocidos... tienen amigos. Me
padre es comprensivo... sin inhibiciones... pero el de Sandra... mejor no te
digo... Bueno Luis Alberto, mañana no te olvides ir a buscarnos al colegio.
Sandra se va sentir feliz de volver a verte.
- ¡Imposible que me olvide!
Al despedirse, abre la reja también de hierro forjado con la llave que lleva
en su bolso. Atraviesa el jardín de su casa y yo retorno sobre mis pasos
desandando el pequeño trecho que me separa de la de Sandra. Enfrente crece
un árbol, uno de tantos que bordean la avenida. Apoyo mi estructura contra el
árbol y quedo pensativo.
Hay luz en algunas ventanas. En el porche un lindo farolillo.
Imaginativamente contemplo la bella figurilla de Sandra. La miro en los ojos
perdiéndome en la profundidad acuosa de su mirada inconcreta.
Una a una se apagan las luces de las ventanas. La del farolillo se
mantiene encendida. Y todo queda a oscuras al apagarse éste.

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Las sombras se olvidan de la luz y quedan quietas.


Dos perrazos de raza recorren el jardín ladrando. Vigilando.

¿Por qué me quedo aquí? Me interrogo a mí mismo. No sé que


responderme. Ni sé lo que me pasa. Creo que estoy perdidamente enamorado.
Locamente enamorado. Me doy cuenta de que no podré vivir sin su presencia.
La amo ¡Sus ojos me han hechizado y su sonrisa me ha cautivado...!
¡Sandra! Exclamo. No sé si en voz alta o si es el grito de mi alma que la
reclama.
Me encuentro junto al árbol, pero mi vida está allá... detrás de las
ventanas, detrás de aquella puerta que hace un instante desdibujó su forma.
El tiempo se encuentra detenido en ese espacio limitado por el jardín en
sombras. La luz está adentro en el brillo de sus pupilas de color impreciso.
Todo funciona dentro de mi cabeza como sobre la superficie de un espejo
que refleja su rostro y sus rasgos leves y permanentes.
¡Su sonrisa dibuja un sabor que no acaba!
Sus ojos irradian en mi alma anticipando ensueño.
Todo se hace diferente. Mi vida se colma de esperanza. La felicidad
desborda. La emoción me enajena... Me transporta... El silencio está quieto,
quieto como las hojas de los árboles entregadas al sueño...

¿Cuánto tiempo he quedado apoyado en aquel árbol sin percibir el frío de


la noche? No puedo precisarlo. Sólo sé que el día asomaba dibujando la forma
de la casa.

Ya no es ayer, es hoy, me digo. Sabiendo que debo regresar a la mía.


Que el horario de la universidad comienza temprano. Que tengo que intervenir
esa mañana en un debate, y que Sandra está fija en mi mente sin dejarme
pensar en otra cosa.

La ciudad despierta. La dejo que despierte.

Yo debo recorrer a grandes pasos el camino que me lleva a mi casa.

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La ciudad se desentumece.
Comienza el día.
Despierta con el polvo que levantan esas pobres mujeres a esa hora del
amanecer concluyen ya con el barrido de las calles... a esa hora... cargando a
la espalda a sus pequeños hijos... seguidas de los que ya dan sus primeros
pasos... de los que ya caminan... envueltos en el polvo que levantan las
escobas de paja de corta dimensión y de manufactura primitiva que las obliga a
curvarse hasta cerca del suelo para cumplir con la dura faena... Escobas.
Polvo. Niños descalzos. Ojos añorando sueño. Fatiga. Hambre. Polvo girando
en torno de quienes ganan, en su remolino, el mendrugo de pan para alimentar
a sus hijos... mientras que dentro de las casas duermen preservados del frío y
de la intemperie aquellos que al despertar tornarán a ensuciar las calles...

A esa hora
comienza el pregón vocinglero de los canillitas que gritan a todo dar el
diaaarioooo... presss... hoooyyy... Rompiendo con su voz y sus pies desnudos
el frío que ha dejado la noche sobre el asfalto, sobre los adoquines.
Anunciando que la noche imprimió sueños y pesadillas en las páginas que
los editores de los matutinos escribieron para sus lectores...

A esa hora
se expande en el ambiente el peculiar aroma de pan fresco recién
horneado y el de las sabrosas llauchas madrugadoras incomparables
empanadas calentitas, rellenas de queso con ají. El aroma del api humeante,
quemante, espeso que alimenta al obrero, al “indio de carga” que lleva sobre
sus espaldas, mesas, ollas, canastos, y todo el cúmulo de aprestos, con que
las que expenden comidas y alimentos, organizan sus puestos de venta.

Con bullicio despierta la ciudad. La nuestra.

Existen en el mundo ciudades que no despiertan nunca. Que pasan de la


noche al día sin emoción. Sin cansancio. Sin alegría... Sin dolor. Sin

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entusiasmo. Sin afán. Sin miseria. Sin nada de todo aquello que constituye la
esencia de la vida.

Llego volando a mi casa. La reja del jardín está solamente ajustada.


Instantes antes la sirvienta ha debido salir en busca de pan fresco para el
desayuno. Abro la puerta de la casa cuidadosamente. Tengo tiempo para
darme una buena ducha. Cambiar de ropa. Deshacer mi cama para darle el
aspecto que he dormido en ella. Bajar a desayunar y salir como de costumbre
hacia la universidad.
Mis padres duermen todavía.
Ya en la calle y después de haber avanzado algunos pasos escucho un
silbido.
Es Eduardo, me digo y lo espero.
Juntos emprendemos nuestro camino igual que cada día.
- ¿Por qué no has ido ayer a la fiesta de Chuqui? – le pregunto.
- Aaayyy... tuve que ir con mis padres al cumpleaños de una de mis tías.
Tú sabes lo que son esas cosas. No pude escabullirme. La cena se prolongó
hasta muy tarde. ¿Y qué tal estuvo?
- ¡Macanuda hermano! ¡Linda fiesta! ¡Me conseguí una chica...! ¡Aaaah!
¡Un sueño! ¡Qué ojos! Nunca he visto otros iguales. Estoy perdidamente
enamorado. Locamente enamorado. Sus ojos me han fascinado. No sé lo que
me pasa. He perdido la cabeza...
- No dramatices hombre...
- No dramatizo. Siento que estoy perdidamente enamorado. La amo
locamente. Es la mujer que llena mi vida. Con ella me voy a casar...
- Calma. Calma. No vayas tan lejos. ¿Cuándo me la vas a presentar?
- ¿Sabes? Tiene una amiga bien churra como para tu gusto... con ambas
me he comprometido para ir a buscarlas a la hora de la salida de las clases
¿Vamos?
- Ni me lo digas dos veces. Quiero conocer a la que te ha fulminado... y
también a su amiga.
Charlando sobre el mismo tema llegamos a la universidad.

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Salí airoso en el debate que debía sostener con otro de los alumnos más
aventajados del curso que dictaba el profesor más exigente. A decir verdad no
sé lo que habré dicho.
Sólo sé que me felicitaron.

Esa tarde llegamos antes de la hora convenida a la puerta del colegio.


Eduardo esperaba tranquilo.
Yo. No podía ocultar mi emoción. El corazón me golpeaba con fuerza. La
voz se me ahogaba. Me encontraba impaciente. Los minutos me parecían
siglos.
Eduardo me miraba de soslayo moviendo la cabeza.
- Eres un espécimen extraordinario.
- ¿Por qué?
- Por poca cosa pierdes la cabeza.
- ¡Ya la vas a conocer! No es poca cosa. Es lo más bello que he...
El aletear de los mandiles blancos llena la calle cortando la frase que no
llego a terminar...
Nuestros ojos se empinan buscando entre el desbande alegre que se
derrama por la calle.
- ¡Ya las vi! Por las señas que me has dado son aquellas...

Desde aquel día fuimos cuatro. Cuatro inseparables.

¿Qué es lo que sucede? Todos comentan y nadie sabe exactamente la


verdad.
El rumor circula. Se filtra en todas partes. Se desliza al oído. Se lo
pronuncia con cautela. Se lo divulga en la calle. Se difunde en la plaza.

Transciende. Confunde. Atemoriza. Mortifica.

- Dice que hay guerrilleros en la selva.


- ¿Quién dice?
- No sé quién dice. Dicen.

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- ¡Pamplinas! no hagas caso. Es alguna bola que están haciendo correr


como de costumbre... No entiendo con qué fin.

- ¿Sabe usted la última noticia comadre?


- Ay no. No he tenido tiempo de escuchar radio.
- No han transmitido por radio. La noticia está corriendo de boca en boca
no más. Dice que hay guerrilleros en la selva.
- ¿En la selva? ¿Qué irán a hacer en la selva, no?
- ¡Caramba! acaban de informarme que han descubierto grupos de
guerrilleros en la selva.
- ¡Ojalá sea cierto! Tanto te he pedido que hagas poner a las ventans
rejas contra los ladrones y nunca me has hecho caso.
- ¡Por fin che, por fin ya tenemos nosotros también guerrilleros!
- Mi hermano me ha contado que uno de sus amigos es guerrillero.
- ¡Qué bien che! Yo también me alegro. Y no los van a poder encontrar
dentro de la selva ¡Qué valientes! ¡Meterse ahí adentro! ¡Los envidio!
- Yo no. ¿Y las fiebres tropicales? ¿Y las víboras? Lo bueno ha de ser,
que cuando los guerrilleros se pongan peligrosos... van a tener que darnos
vacación...
- ¡Que macanudo sería que se pongan peligrosos!

- ¡Qué se habrán imaginado esos advenedizos! Dice que están


invadiendo nuestra selva.
- ¿A quiénes te refieres?
- ¿No has escuchado decir que esos facinerosos no contentos con
mandar al paredón a la gente de su país quieren hacer igual cosa aquí?
- ¡Aaah! Pero aquí no es allá. Aquí es diferente. Aquí los van a hacer
sonar...
- Parece que han caído algunos de nuestros “rangers” en una
emboscada.
- ¿Así que es cierto lo de los guerrilleros?
- Me imagino que sí.
- Pero nada ha publicado la prensa.
- Tal vez por no alarmar a la población.

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- ¿Será verdad que los guerrilleros quieren apoderarse de Bolivia?


- ¿Apoderarse de Bolivia? ¿Qué estás diciendo? Si los guerrilleros son
unos cuántos mal entretenidos que se han internado en la selva para
intranquilizar al país sembrando el terror... Cómo el terrorismo está de moda...
- No son como tu dices unos cuantos mal entretenidos. Yo he oído decir
que son unos forajidos que se han batido en Vietnam, el Líbano y no sé dónde
más... Son cosa seria. Pueden traer consecuencias funestas.

- Hola che. ¿Has oído decir que Bolivia se ha de convertir en la tea de la


libertad?
- ¿De qué libertad? Parece que ignoras que los que pregonan tanto la
libertad son justamente los “liberticidas” ¿Hasta cuándo no vas a comprender?
¡No ves lo que sucede en esos países que han pregonado...
libertad...¡Libertad...!

- Me han dicho que en la selva hay unos guerrilleros decididos.


- Decididos ¿A qué?
- A matar me imagino.

Las interpretaciones que se dan al rumor son tan incoherentes y


capciosas que nada se sabe de cierto.

Los gobernantes atribuyen esos rumores a los que conspiran, a los


opositores a su gobierno que los esparcen y los hacen correr con el fin de crear
el desconcierto y la desconfianza en el pueblo.
Contrariamente. Los opositores al gobierno señalan que los que
gobiernan difunden esos rumores para distraer la atención del pueblo de los
errores, despilfarros y de los excesos que cometen...

¿Quién cree a quién?


Entre los estudiantes toma un cariz diferente. El hecho de que las
guerrillas están conformadas por grupos de jóvenes temerarios que se juegan
la vida en aras de la liberación empuñando las armas contra regímenes

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impositivos y autoritarios... ¡Cautiva al estudiantado! La audacia de los que


luchan en la selva. Subyuga. Exalta. Acicatea. Nos hace partícipes de sus
anhelos y sentimientos.

Un considerable número de amigos entre los cuales es obvio que nos


encontremos Sandra, la Gringa, Eduardo y yo, nos preparamos para festejar la
tradicional Noche de San Juan. Todo se halla programado. Fogatas. Bailes.
Música... ¡Y mucho entusiasmo!

San Juan
la noche más larga y más fría del año. Hay quienes afirman que en esa
noche hasta las piedras se trizan por el frío.
La ciudad se calienta al calor de las fogatas encendidas en muchas de las
calles. En los patios de varias casas. En los cerros presentan un espectáculo
singularmente maravilloso. Los ánimos se exaltan alrededor del fuego.
Cohetes, petardos, busca piques, estallan en todas direcciones. Explosión de
colores. El cielo está encendido. El aire está inflamado. El viento se desgaja
cortado por el frío, se refugia en el fuego y salta en alborozo chisporroteo.
Atronador estruendo asciende hasta los cielos y cae derramado en luces desde
la altura. La ciudad se divierte entusiasmada. Ponches de vino y de canela.
Ponches de leche con almendras y pisco. Rondas alrededor del fuego. La
diminuta mano de Sandra apretada en la mía... Entusiasmo. ¡Bullicio! ¡Alegría!
¡Alegre y bella la noche fría de San Juan!

Atronador estruendo. El cielo está encendido.


El viento helado silba... siiiilba....
Las balas silban sobre el campo minero... siiiilban quemando el frío...
cegando las retinas... en la tremenda noche de San Juan.

Rondando en el silencio sobre rieles de espanto ha llegado la “fuerza” al


mando de las “botas”.
Está apostada sobre el cerro. Cubriendo las colinas. Acechando en los
flancos.

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Las minas. El minero. El alma a la intemperie. El páramo inclemente. El


desgarrón del viento. La pampa hostil. Los filos de la helada. Los negros
socavones.

Las balas lanzan rectas fugaces quemando el aire.


Queman la carne. Arden las heridas.
Arde la pampa la estepa el páramo el yermo. Arden las piedras.
El Altiplano arde.

Arde la noche insomne en los ojos insomnes y aterrados.

El minero. Las minas. Los negros socavones.


El jornal del minero ha sido recortado. Reducido su plato... El tamaño del
pan... Los autores se pasean en flamantes Mercedes Benz.

En condiciones infrahumanas los mineros horadan los negros socavones


extrayendo el metal que mantiene y sostiene la economía del país... desde
siempre... Desde años atrás los que gobiernan derrochan, dilapidan,
despilfarran, girando y regirando invariablemente los mismos... militares,
caciques, gamonales, caudillos, oligarcas, explotadores, políticos venales, giran
y regiran alegremente derrochando el pan del pueblo.

Ha sido reducido el jornal del minero. Triplicado el sueldo de las “botas”.


Los mineros reclaman. Alzan sus voces. Trizadas por las balas enmudecen las
voces que reclaman. Ensangrentados caen los brazos que se alzan. Las
sílabas se cortan en las bocas tronchadas.
Sobre las piedras quedan despojos esparcidos.
Áspera es la distancia.
Aterrada.
Arrastrando a sus hijos con el miedo a la espalda y las balas mascando a
sus pies los abrojos, la madre busca huir llevando a sus pequeños.
Inútil intentiva.
Las estrellas se enredan en coágulos de sangre...

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¡Tremenda y desolada la helada y negra noche de San Juan!

La ciudad se encuentra desconcertada.


Masacre en las minas. Guerrillas en la selva.

¡FLASH!

La ciudad se sacude ante la noticia y la fotografía publicada en uno de los


matutinos.

Uno a uno
como cuando caen los primeros granos anunciadores de una granizada.
Uno a uno de todos lados van cayendo sin que nadie los hubiera citado. Los
trae la noticia publicada, y la fotografía. El grupo va creciendo... están Julio, el
Flaco, Ludovico, el Rubio, Juan Carlos, el Microbio, el Ñato, Fernando, el Loro,
el Poroto, Hugo, el Petizo, siguen llegando los demás... el Chingo, el Rabito, el
Pato... Todos son yo,yo,yo,yo. Yo opino, yo pienso, yo creo, yo sospecho.

- Yo creo que es una vil traición la de ese franchute...


- Yo estoy de acuerdo contigo. Es una delación de lo más repugnante.
- Yo más bien pienso que es una trampa premeditada, planeada. Nadie lo
ha inducido a hablar. Nadie lo ha forzado.
- ¿No creen que es un proceder sospechoso que lo hubiera “cantado”
todo? ¡Sin que lo hayan hecho cantar!
- Tienes razón. Sin que nadie lo presione él ha cantado todo.
- Yo creo que lo ha hecho para sembrar el desconcierto... y despistar.
- Yo pienso que ha hablado de puro miedo, tiene cara de cobarde...
- ¿Miedo a qué? ¿Al cura del pueblo? Salvo que lo hubiera visto con cara
y con traza de inquisidor, aunque el cura no le ha pedido que confiese...
- Pudo haberlo hecho por miedo a las consecuencias que podrían derivar
de su presencia en la selva, como un justificativo... como un testimonio...
- Si anteladamente busca justificarse se condena a si mismo.
- Yo me imagino que es un soplón y un cobarde. ¡Un vendido!

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- Yo también pienso lo mismo... un cobarde incapaz de afrontar la


situación en la que se ha metido.
- Y que ahora delata a los otros por salvar su pellejo.
- Esto significaría una doble traición.
- No necesitaba contar lo que ha contado... podía decir que es fotógrafo y
periodista... como lo afirma.
- Y la carabina que lleva?
- En sus manos debe ser la Carabina de Ambrosio...
- ¡No vengas con macanas hombre! Estamos hablando en serio.
- Lo que yo digo es, que, con la carabina o sin la carabina su traición es
cosa innegable, pues ha declarado categóricamente que el CHE se encuentra
capitaneando las guerrillas y esta declaración en mi concepto es una vil
traición.
- Opino lo mismo y como lo ha dicho el Microbio, es una repugnante
delación. No tiene otro calificativo y además dice que él se halla a órdenes del
CHE.
- ¿Y ustedes creen que ese tipo se halle bajo las órdenes del CHE?
- No creo, de ser así no lo hubiera denunciado...
- ¡No faltan Judas.!
- Yo estoy por pensar que ha hablado por mandarse la parte. Por puro bla
bla por “garganta”. A ver mírenle la cara...¿Acaso tiene cara de guerrillero?
- La cara es lo menos. La delación es la que cuenta. Nadie hubiera
sospechado jamás que el CHE se encuentre en nuestra selva... ¡Nadie!
- Si hace tiempo que se lo daba por muerto.
- Me imagino que a ese francés lo va a condecorar nuestro gobierno.
- ¿Condecorar? ¿Estás loco? ¿A ese traidor?
- No es que esté loco... pero no se puede negar que con su delación ha
prestado un gran servicio al ejército... que ahora ya sabe contra quién tiene que
luchar. ¡Ya sabe con quién tiene que habérselas...!
- Y el CHE es cosa seria ¿Sí o no?
- Claro que es cosa seria. Pero en lugar de condecorarlo como dices,
deberían fusilarlo por traidor a ese franchute.
- ¡Tienes razón! ¡Traidores como ese no merecen vivir!

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- Pienso igual. Es un tipo que ha traicionado al CHE. Ha traicionado la


revolución y está traicionando una causa emancipadora al anunciar que el CHE
piensa extender la revolución a toda la América.
- Hombres de esa calaña no merecen consideración. ¡Deberían fusilarlo!
- Ese francés con su bla bla está desbaratando una acción singular y una
liberación.
- Y con sus bla bla los está vendiendo... los está entregando...
- Lo mejor que se podría hacer con él es dejarlo para que los propios
guerrilleros lo juzguen. Ya deben estar enterados de su traición.
- Lo que es yo... lo repatriaría con su carabina al hombro.
- Sería lo mejor. ¡Que los saquen...!

- ¡Caramba! Sentimos mucho interrumpir esta interesante conversación.


Pero Luis Alberto y yo tenemos ya compradas las entradas para el cine, hemos
invitado a nuestras chicas... y estamos justo a la hora. No sería lógico hacerlas
esperar. De modo que los dejamos discutiendo. Mañana tendremos más
informaciones para proseguir con este asunto que se está poniendo
interesante. Ahora nos vamos. Chao.
- Chao.

- No se olviden sintonizar esta noche los informativos del exterior son más
completos y más verídicos.
- Ok.

- Si les parece... Vámonos todos y mañana seguimos...


- Bueno... Vámonos...
- ¿Quieren ir a comer unas hamburguesas al frente?
- ¿Vamos?
- ¡Vamos!
- ¿Y tú no vienes con nosotros?
- No hermano yo voy por otro lado. Me esperan. Tengo un asunto urgente.
Chao.
- Chao.

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¡La noticia se difunde!


La información de que los guerrilleros internados en la selva boliviana se
hallan capitaneados por el CHE corre como reguero de pólvora. Los países
limítrofes cierran sus fronteras en previsión de cualquier complicación.
Tomando las seguridades que el caso impone.
El CHE constituye un peligro.

¡El CHE! ¡El CHE! La figura cumbre de la revolución.


¡El CHE en la selva boliviana! ¡En el sitio más estratégico desde el cual
irradiará la revolución al Continente Americano! ¡El CHE!

Pero el que más alboroto promueve es el francés.


La prensa internacional comenta el atropello cometido con un súbdito de
nacionalidad francesa que ha sido tomado preso en la selva boliviana.
Algunos periodistas amplían los comentarios airadamente preguntándose
cómo es posible que se pueda cometer el abuso de tomar preso a un francés
por el hecho de haber incursionado en la selva de un país... selvático...
¡Qué cínicos!
¿Quiénes?
Los que publican semejantes cinismos.

Francia
desde su presidente hasta el último pinche se ponen en actividad.
Critican severamente la actitud de los gobernantes bolivianos.
Quai d’Orsay hace llegar su protesta.
La intelectualidad francesa. La parisina. La élite. Interviene. Comenta.
Reclama. El francés no es cualquier hijo de vecino. “Es hijo de su mamá”. Es
algo extraordinario, maravilloso, insuperable. Es una figura de prestigio
nacional. Internacional. Mundial. ¿Algo más? ¿Y por qué no también in-ter- si-
de-ral?

¡Aaaah...!
Pero las opiniones que se emiten sobre el famoso franchute no
concuerdan... Difieren aquí... y allá...

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Mientras unos
lo encomian y lo elogian haciendo resaltar que es Periodista. Fotógrafo.
Escritor. Poeta. Novelista. Revolucionario. Humanista. Sociólogo. Guerrillero.
Filósofo. Cerebro. Pluma. Autor de obras revolucionarias. Importador y
Exportador de revoluciones.

Otros
despectivamente lo consideran traidor, desleal, felón, cobarde soplón, vil
mercenario vendido, advenedizo, cuentero.

No faltan quienes
se sienten impresionados ante su débil y frágil figura y comentan...
¡Pobrecito! Si apenas puede sostener el peso de su carabina. ¡Cómo es
posible que se pueda decir de él que es guerrillero! El cura ha hecho mal en
informar a las autoridades sobre su presencia en la selva. Debería más bien
haberlo tomado bajo su protección para que lo ayude a celebrar misa.
Pobrecito se va a enfermar en la prisión.

Opiniones y calificativos promueven antagónicos comentarios. Todos se


ocupan del francés. Pero nadie dice ni una palabra sobre el inglés y el
argentino que lo acompañaban.

- ¿Qué me dicen? ¡Tenía razón yo! ¿Sí o no? Lo mejor que hubieran
podido hacer con ese francés habría sido dejarlo libre para que los mismos
guerrilleros lo juzguen y así, nadie se ocuparía de él, en cambio, al tomarlo
preso lo están haciendo crecer como él mismo jamás lo hubiera soñado en su
vida. Lo están inflando como a un globo y... acuérdense de mí... se va a
desinflar en la misma forma el día que lo dejen en libertad.
Ese día nadie se va a ocupar de él.

En el mundo
el nombre de Bolivia es zarandeado de arriba para abajo y de izquierda a
derecha.

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¡En Bolivia! Exclaman con admiración algunos.


En Bolivia... Despectivamente comentan otros.
¿En Bolivia? ¡Qué barbaridad! manifiestan los no bárbaros.
Si es en Bolivia seguro que los liquidan, afirman los que así lo desean.
¿Y desde Bolivia hasta dónde se extenderá, no? Los interesados en el
asunto hacen cábalas.
¿Bo-li-via? ¿En qué punto del mundo se encuentra? Preguntan esos.
Sí, esos que lo saben todo...

Sobre Bolivia están los ojos del mundo en espera del resultado de los
acontecimientos.
Aquella tarde ninguno de nosotros tiene ganas de estudiar. Nos
encontramos sentados alrededor de la mesa de uno de los boliches ubicados
en las inmediaciones de la universidad.

Sobre la mesa
botellas de cerveza, cigarrillos. Vasos que se vacían lentamente, sin
entusiasmo. Parecería insípido manifestarnos entusiastas y comunicativos en
esa tarde que calladamente se agrieta dejando penetrar a la sombra y con ella
a una especie de angustia. De desasosiego. De tristeza. De no sé qué...
Junto a cada vaso se había hecho un silencio que iba creciendo entre los
otros silencios. Un silencio como el gotear de las cosas. Como el caer de las
hojas.
A medida que el presente iba tomando forma los momentos
desmadejadamente se iban hundiendo en una dimensión de lejanía. De lugares
distantes que ninguno de nosotros tenía ganas de mencionar. Estábamos como
buscando la razón de algo desconocido que nos encogía. Nos hallábamos en
una coyuntura de ideas incompletas de las que no encontrábamos el verdadero
sentido.
Los altoparlantes del boliche transmitían música y de cuando en cuando
daban el informativo. Las noticias siempre eran las misma.
Las mismas.

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El lugar se iba poniendo turbio, espeso, denso como el humo de los


cigarrillos. Los ceniceros se iban llenando de colillas. Los vasos se vaciaban sin
entusiasmo. Estaban como esperando algo.
¿Esperando qué?
Que ocurriera algo incomprensiblemente presentido.
Vidas de las que nunca habíamos sabido se mezclaban a lo que
realmente parecía estar sucediendo. Un nombre cobraba nuevos significados.
Un nombre que ni lo mencionábamos. Nadie hablaba. Parecía que cada uno
buscara las palabras adecuadas sin encontrarlas. Palabras hechas de silencios
que flotaban en un difuminado desconcierto.
Todo se presentaba impreciso. La incertidumbre se iba estableciendo en
los rincones. El tiempo sin desempeñar ningún papel se vaciaba lento en cada
sorbo. Al lado de cada vaso se iba situando un color inconcreto de presagio.
Algo indefinido flotaba en el humo de los cigarrillos. Hacía rato que el silencio
se había acomodado junto a nosotros. La inercia junto al silencio. A intervalos
el informativo lo despabilaba.

Cada instante se iba poniendo más empañado. Hasta las paredes que
estaban allí parecían más quietas que de costumbre y más descoloridas.

Los altoparlantes del boliche retransmitían música. De cuando en cuando


el noticiero informaba. El informativo siempre era el mismo. Decía lo mismo.

No encontrábamos absolutamente qué decir. Las palabras se hallaban


inmersas en los vasos. En el fondo de los vasos. Sólo la incógnita insoluble
quedaba flotando sobre el contenido de los vasos.

Música.
La noticia: Nuestros rangers están estableciendo un cerco. Nuestros
rangers entrenados en la lucha de guerrillas. Música. El cerco. La música. La
música. El cerco.

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La tarde seguía agrietándose con un estremecimiento que parecía llegar


de todas partes paralizando el aire. Parecería que un no sé qué se
resquebrajara. Algo así como si el universo se...
- ¡Noooooo! ¡No puede ser! ¡No! – Gritó el Petizo.
Todos lo miramos.
- ¿Qué es lo que no puede ser?
- Que nosotros nos encontremos aquí. Quietos. Sin movernos. Sin hacer
nada. Nada. Insensibles a todo lo que está sucediendo. ¿Acaso no somos
jóvenes? ¿Acaso no somos idealistas?
Quedamos callados ante la faceta metafísica de su rostro. No sabíamos
qué responderle. Quedamos como escuchando. De repente no nos fue posible
decir qué.
Los altoparlantes del boliche transmitían: “¡El Ché no saldrá vivo!”
- ¡Noooo! ¡No puede ser! ¡Nooooo...!
Repite con voz histérica el Petizo hundiendo desesperado la cara entre
las manos.

El sonido de nuestra voz se había hecho remoto. El silencio lo había


laminado.

Había caído despacio.


En la medida de su sufrimiento.
Tenía edemas en las piernas. No podía caminar. Ni levantarse.
Había caído despacio.
Desconociendo el límite. Llegando a la fatiga.
Estaba tendido sobre el suelo. Sobre la dimensión de sus propios errores.
Reducido a su justa medida.
Sus compañeros se habían puesto a salvo. Habían huido.
Estaba
como si no confiara ni en su propio orgullo.
Sus brazos desdibujan el desleído gesto de la cruz en la dimensión
mistificada.

Varios caños de fusil lo miran. Los dedos no aprietan el gatillo.

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Lo miran.

Está tendido sobre el suelo. Está herido. No puede caminar. Ni puede


levantarse. No puede defenderse. El arma que lleva está ya inutilizada. Ya no
dispara.
Los edemas. El asma. No puede levantarse.

Los ojos de los soldados ”casi niños” lo miran con el asombro en las
retinas.
Se preguntan
y afirman...
¿Es él?
¡Es él!
¿Es?
¡Es!
La certeza está inconsistente todavía.

Está tendido sobre el suelo en la desembocadura del vado que no


alcanzó su brazo.

Sus compañeros han huido... y se han puesto a salvo.

- ¡Mi capitán!... El CHE... ¡El CHE está tendido en el suelo...!


- ¡Imposible! ¡No puede ser el CHE! ¡Es imposible que sea el CHE! ¡Es
imposible!

- A ver su mano – inquiere el capitán.


La cicatriz que cruza por su mano lo identifica.
- Efectivamente es el CHE. Es él... el CHE... él... es él... él – trastabillea
entre sus dientes. Anonadado ante la sorpresa.

- ¡El CHE está tendido! – grita y sus ojos aprisionan veloces la victoria.
Esboza una triunfal sonrisa. ¡Ha caído el CHE! Está tendido – confirma con su
grito la noticia y la rubrica con su sonrisa...

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Los soldados no aprietan el gatillo.

Está tendido allí. En la desembocadura del vado. La verdad está al otro


extremo, hablando en un lenguaje diferente aprendido en el alfabeto de las
estrellas. Un lenguaje sin silabario. Un lenguaje de siglos que él, el CHE,
equivocadamente había tratado de ignorar. De no entender.

Está tendido sobre el suelo.


Vencido.
¿Quién lo ha vencido?
La Hora.
La Hora. La que a todos encuentra. No importa en qué momento. Nadie
sabe en qué sitio.
La Hora. El instante preciso. El lugar. El minuto. Esa fracción del tiempo...
La Hora. ¡La hora lo ha vencido!

La orden llega desde La Paz. Desde el Estado Mayor General de La Paz.


La orden es terminante.
Una ráfaga acaba con el cuerpo adolorido. Con el hombre vencido.
¡Queda su rostro como metáfora impactante!
Había desconocido el límite. Al encontrarlo, se encontró con su voz
silenciosa. Sin palabras...
Las palabras no dicen lo que quieren decir cuando se las pronuncia.
Cuando se las vocaliza.

Una ráfaga de metralleta le abre las puertas de la vida. ¡De la


inmortalidad!

Una ráfaga lo encumbra. Lo convierte en mito. En auténtico mito que


prende en el alma de las juventudes del mundo.

Los canillitas pregonan la noticia.

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Ediiiiciiioooneeextraaaa con la fotooooograaafííííía delchééééééé


Ediiiciiiooooneeeextraaa

¡Qué cara! ¡Si parece un Cristo!


¿Quiénes han exclamado así? No han sido los que carecen de alma.

¡FLASH!
¡El CHE ha muerto!
¡El CHE ha muerto en Bolivia!
¡En Bolivia lo han matado al CHE...!

La noticia sacude al mundo.


Bolivia de la noche a la mañana se convierte en vedette de primera
magnitud del gran show internacional. Unos la aplauden. Otros la rechiflan.
Algunos la insultan. No se puede contentar a todos.

Bolivia está en el escenario. Le ha tocado el turno de actuar en público.


De presentarse ante el mundo. De exhibirse. De atraer la atención.

¿Y las otras veces? ¿Acaso el mundo no es el escenario permanente en


el que los empresarios de las superpotencias presentan sus vedettes en
espectaculares espectáculos que impactan al orbe? Unas veces con la
deslumbrante coreografía del poder económico del imperio de las grandes
finanzas que asfixian y presionan desde los rascacielos...
Otras veces con el tremendo decorado de la fuerza bélica montada sobre
el escenario rojo de una plaza roja liberticida... amenazante... Creando vedettes
aquí o allá o más allá. No importa en qué lugar del mundo.
Las superpotencias compitiendo por alcanzar el éxito de sus propias
hegemonías sobre el orbe y más allá del orbe.

Habilidosísimos dramaturgos. Competentes escenógrafos. Utileros.


Maquilladores. Tramoyistas. Manejando detrás de las bambalinas. Haciendo
actuar y danzar a los sub y a los super... desarrollados. A los que no saben
leer. A los que saben escribir. A los tímidos. A los temerarios. A los terroristas.

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A los cobardes. A los fanáticos. A los pánfilos. A los fabricantes de bombas. A


los humanistas. A los liberadores. A los conspiradores. A los entreguistas. A los
resentidos. A los cándidos. A los envidiosos. A las masas. Al hato. A los
seguidores. A los “tontos útiles” y a tantos y tantos y tantos otros más...
Haciéndoles actuar entre aplausos y rechiflas.

Espectadores en palcos o en plateas de acuerdo a sus categorías.


Ubicados en las butacas de la izquierda o de la derecha, ajustándose a sus
puntos de vista.

Frenético auditorio. Público entusiasmado. Enloquecido. Trastornado.


Pidiendo bis... bis... bis...

Actores complacientes repitiendo escenas gastadas a pedido del público


inconsecuente.

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SEGUNDA PARTE

Faltan pocos días para el baile de promoción.


Sandra y la Gringa habían pasado brillantemente sus exámenes finales y
se encuentran en los últimos ajetreos para festejar el acontecimiento.

Eduardo y yo también nos hallamos en actividad. Después de varias


visitas al sastre que nos mide y remide. Que da vueltas alrededor del uno y
después alrededor del otro, quedamos ambos en posesión de nuestros
impecables “smokings” confeccionados en fino casimir inglés y de un acabado
perfecto.

Las chiquillas de la promoción lucirán estupendas esa noche en un


derroche de belleza, elegancia y juventud.

Esa noche te voy a presentar a mis padres me había dicho Sandra. Esa
noche iba a tener para mí un significado inimaginable.

Y...

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esa noche Sandra estaba adorable. Mis ojos no se cansaban de mirarla y


de contemplarla. El vals inicial lo bailó con su padre. Era de rigor.

La veo deslizarse como un sueño.


– Ven, te voy a presentar a mis padres – Sus palabras me despiertan del
sueño. Su voz tiene la transparencia y la frescura del agua matinal cuando
pronuncia mi nombre al designarme:
- ¡Este es Luis Alberto!
- ¿Este?... ¿Este...? ¿Es-te es el aprendiz de tinterillo... el aspirante a
leguleyo? – interroga su padre haciendo caer una a una sus palabras con un
marcado dejo de desdén y de ironía... con sarcasmo, sin enfrentar mis ojos.
Mirando despectivo y de soslayo la punta de mis zapatos, ¡que impecables
brillan!

Ante aquellas palabras quedé atónito. Inmovilizado por la sorpresa. ¡Sin


saber qué responder! Sin decir nada. Aquel tono de voz tan despectivo había
restallado en mis oídos como un latigazo. El lenguaje había huido de mis labios
junto con la sonrisa que dibujaba al mirar el bello rostro y manifiestamente
cordial de su elegante madre. Me encontraba enteramente confundido.
Anonadado. Petrificado.

Sandra se dio cuenta rápidamente de mi situación.


- ¡Ay papá! ¡No seas tan...! – protestó y tomándome del brazo me dice:
- ¡Ven! ¡Vamos a bailar!
- Apenas atino a esbozar un gesto inacabado inclinando levemente la
cabeza en dirección a su madre que se encuentra tan sorprendida y conmovida
como yo, pero que haciendo un acopio de control y señorío, me regala una
significativa sonrisa velada de tristeza. Tengo ganas de huir y de escaparme.
De saltar por alguna ventana. La cariñosa presión de la mano de Sandra sobre
mi brazo me encamina hacia el enorme gentío de parejas que nos absorbe.
- ¡Ay amor, no le hagas caso a mi padre! Es su manera de ser. Es
mordaz, es agresivo. Te juro que jamás me hubiera imaginado que así se
comportara contigo. Es un...

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No escucho el último calificativo. Y aunque había un acento de


conmovedora amargura en sus palabras, un dejo de dolor y las lágrimas
humedecían sus bellos ojos, no pude responderle, permanecí callado. Me
hallaba tan dolido y reducido a cero que no podía definir si en ese instante era
yo... o había dejado de ser.
Traté de sobreponerme sin lograrlo.
Del estado depresivo paso a la exasperación, de ésta, al rechazo y me
encierro en el mutismo.
Y aunque no pierdo enteramente la tranquilidad, es insostenible la
situación en que me encuentro.

Un silencio cortado cae sobre nosotros.


- No debías tratarlo de esa manera. Has sido demasiado torpe con él. Se
ve que es un muchacho decente y bien educado. La decencia no se puede
improvisar ni fingir. Otro te habría respondido en la forma que merecían tus
palabras y hubiéramos tenido un momento desagradable...
- ¡Déjate de pavadas! ¡Sé lo que hago! Y sé quién es su padre. Si lo
supieras, no lo defenderías. Es uno de esos autores promotores ejecutores o
qué sé yo qué, de la famosa Reforma Agraria que “nos” ha despojado de
“nuestra” gran hacienda del valle y que después de haber realizado tales
atropellos en el agro ha tenido el desparpajo de retirarse de la política
aduciendo que el M.N.R., su propio partido cometía toda clase de... ¡Mira
quienes entran, los voy a invitar a nuestra mesa.
- ¿Acaso son tus amigos...?
- ¡Qué sabes tú!

- Amor no le hagas caso a mi padre. Ignóralo. No pienses más en él. Te lo


suplico.
Me hallo tan dolido que no atino a decirle nada. Mi amor por Sandra es
profundo, pero mi dolor también es profundo. No sabía que decirle.
No encontrando las palabras, me limito a oprimirla entre mis brazos.

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La innumerables parejas que bailaban, la música, la circunstancia, hacen


que sigamos bailando pero abandonados por la alegría que se había roto como
un vidrio.
En vano busco sacar fuerzas de mi propia inseguridad. Las despectivas
palabras de su padre me torturaban. Por primera vez en toda mi existencia
sentía sobre mi cara la mirada humillante del rostro de la vida y me era muy
difícil soportar lo que esa mirada me imponía. Todo mi ser sufría. Mis
sentimientos se presentaban complejos. Persistente mi inseguridad. ¿En qué
arista podía afirmarme? En vano busco la transacción entre aquello que me
destruye y el amor que siento por Sandra. No para escapar a mi destino, sino
para cumplirlo.

Sin que pudiéramos evitarlo nuestros ánimos decaen totalmente.


Proseguimos bailando sin entusiasmo. Desalentados. Mudos.
Desmadejada y descolorida se inicia aquella noche.

El champagne burbujea en las copas sobre el blanco mantel de la mesa


alrededor de la cual charlan animadamente los padres de Sandra con los
recién llegados.
¡Qué aspecto de desfachatez y de satisfacción presenta él! Ella mientras
mantiene la conversación busca por momentos con sus grandes y bellos ojos
inquietos algo en medio del conjunto de las parejas, probablemente a nosotros.
Departe animadamente con los que la rodean en una forma que deja traslucir la
atracción que irradia. ¡Qué mujer tan encantadora!
¡Que contraste tan marcado presentan él y ella!
Pensativamente voy analizando todo aquello mientras proseguimos al
compás de la música. ¡Que bella es! me digo. Sandra es una copia fiel de su
madre. Confirmo.
¿Cómo es posible que una mujer tan fina se haya podido casar con un
tipo tan ordinario y vulgar? Es muy posible que sólo lo hubiera hecho movida
por el interés de la fortuna de ese tipo. Sólo así se admite la diferencia que los
une. Comento en mi fuero íntimo.

Ahondando nuestra situación prosigue la noche.

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- ¿De dónde es tu mamá? – inopinadamente le pregunto.


Al escucharme. Al sentir que le dirijo la palabra se presta feliz a
responderme.
En ese instante el diálogo cobra un gran valor. No puede ocultar la
emoción que le producen mis palabras y responde precipitadamente:
- Es de nuestro oriente. Es una mezcla de beniana y cruceña. No sé
exactamente si mi abuelo era del Beni y mi abuela de Santa Cruz o viceversa.
Pero sé que mi bisabuela tenía un apellido difícil de pronunciar. No recuerdo en
este momento de que lugar de Europa era. ¿Por qué me lo preguntas.
Su interrogación era una forma de mantener viva la conversación.
- Ni yo mismo lo sé. Tal vez por curiosidad. Quizá... porque te encuentro
idéntica a tu madre. ¡Felizmente no tienes ni un rasgo de tu padre!
- Eso me dicen. A mi padre le disgusta que le digan que no me parezco
en nada a él.
- Tu madre es mucho menor... se nota a primera vista...
- ¡Oh síííí! Creo que existe una diferencia de edad de veinte años más o
menos.
- Ha debido ser muy, muy joven cuando se casó.
Me dijo que acababa de cumplir sus quince años y que su matrimonio fue
precipitadísimo.
- ¿Y por qué?
- Porque sus padres habían perecido juntos en un accidente inconcebible.
Esa muerte de sus padres la tiene intrigada hasta el día de hoy. Pues ambos
habían perecido ahogados en una laguna de la hacienda, pese a que nadaban
a la perfección y casi a diario en esa laguna.
- Es realmente incomprensible... los dos... que nadaban a a la
perfección... no puedo imaginarlo...
- Para que te formes una idea del hecho, te voy a referir lo que acontecía
en la hacienda en esos momentos según el relato de mi madre. A ella le
agradaba mucho ir con sus padres a nadar a la laguna, a jugar tenis, a caminar
por las arboladas avenidas, pero no sentía gran interés por salir a dar el paseo
cotidiano a caballo que ambos efectuaban a la hora del atardecer y si bien
algunas tardes los acompañaba a dar ese paseo ecuestre, no lo hacía

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regularmente. Muchas veces prefería quedarse escuchando las historias


maravillosas de la casa de sus abuelos, que se las relataban dos fieles
servidores que habían crecido en esa lejana casa, y que ahora se encontraban
al servicio de los padres de mi madre a quien querían mucho; otras veces, se
quedaba abismada leyendo en la interesante biblioteca que poseían. La tarde
del accidente ella se había quedado leyendo en la biblioteca ¿Te das cuenta?
- No del todo. Pues según lo que me dices, ellos no perecieron como yo
creía, mientras se bañaban en la laguna, sino... cuando daban su paseo a
caballo...
- Exacto.
- Esto lo hace más incomprensible...
- Ya te dije que este hecho la tiene hasta ahora intrigada a mi madre.
- ¿Y qué dice tu padre?
- Nunca los he oído hablar del asunto, ni de la hacienda... y mi madre,
recién hace poco me lo relató.
- ¿No te dio más datos o pormenores?
(Aquí comenzaba a funcionar el investigador estudiante de Leyes que yo
llevaba dentro de mi camisa).
- Con terror rememora la horrible escena y la noche interminablemente
larga y dolorosa que pasó llorando... sola... junto a los cadáveres de sus
padres, hasta el día siguiente en el que muy temprano llegaron los familiares
de mi padre trayendo los ataúdes y acompañados por el cura del pueblo, y
aunque no lo creas, en ese mismo día se realizaron el entierro... y el
matrimonio de mi madre con mi padre. Me contó que le hicieron firmar unos
papeles y que le hicieron decir SI sin saber lo que firmaba y sin saber por qué
decía SI... pues se hallaba tan adolorida, tan desconsolada, tan sola y
deprimida por la pena que la abrumaba, que no se daba cuenta de nada, que
todo giraba a su alrededor como una horrible pesadilla. Y que así, sin saber
cómo, resultó de la noche a la mañana, casada. Esta es la tragedia de mi
madre que nadie conoce. Me lo contó pidiéndome que no la repitiera. Pero a ti,
es muy diferente que te la repita, pues te amo tanto, tanto, Luis Alberto, que
creo que tú y yo somos algo único e inseparable y que no deben existir entre
nosotros secretos que nos separen... Al decirlo, se apegaba contra mí como si
se sintiera protegida y segura a mi lado.

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En ese instante me daba cuenta exacta de lo que yo significaba en la vida


de Sandra. Me emocionaban la candidez y la belleza de su alma. La estreché
tiernamente en un ademán de protección. ¿Protección? ¿Contra qué? ¿Contra
quién?
- Sandra, amor mío, te amo más de lo que crees y más de lo que tú me
amas y pienso como tú, que ningún secreto debiera separarnos... No te
imaginas cómo valoro y agradezco la confianza que depositas en mí y puedes
estar segura, segurísima, que lo que acabas de confiarme no lo repetiré a
nadie... moriré guardando el secreto de la tragedia de tu madre. ¡No sabes
cuánto te amo Sandra de mi vida!
- ¡Que feliz me haces cuando me hablas así! Creí que estabas enojado
conmigo.
- ¿Enojarme contigo? ¿Cómo puedes imaginar semejante cosa mi amor?
¿Por qué podría estar enojado contigo?

Estrechados fuertemente proseguimos bailando, pero el silencio


nuevamente se había apoderado de nosotros. Aquel relato me había dejado sin
palabras. Una verdad insospechada me saltaba a la cara haciéndome olvidar
mis propios problemas. Una realidad subjetiva se alzaba delante de mis ojos.
Imaginativamente reconstruyo hechos y escenas. La intuición y la curiosidad
me acicatean. La imaginación y la realidad alternan en mi mente. Y antes de
que pudiera formular una pregunta, Sandra se anticipa y me dice:
- ¿Sabes?¿ En esa hacienda nací yo.
- Me lo imagino.
- Pero antes de que yo naciera, es decir después del trágico accidente
dice que sucedían tantas cosas raras en la hacienda que mi madre vivía
dominada por el terror y sin tener a quién confiarse.
- ¿Por el terror? ¿Y los fieles sirvientes que la servían y la querían?
- No los volvió a ver desde el momento del accidente. Cuando indagó por
ellos le dijeron que se habían ido sin decir a dónde...
- Raro... muy raro... ¿Y qué es lo que aterraba a tu madre?
- El saber que algunos colonos de la hacienda habían sido encontrados
asesinados y con la lengua cortada.

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Perplejo escucho. Apenas puedo dar crédito a lo que me dice.


- ¿Y a qué se debían esos crímenes?
- Nunca lo supo. Pues desde que murieron sus padres y en vista de todo
lo que ocurrió, prefería no salir de la casa, tenía miedo, miedo de todo. Creo
que recién se ha liberado de ese trauma cuando llegamos aquí, es decir, desde
que vivimos en la ciudad y aún así, yo pienso que no se ha liberado del todo,
pues no es capaz de asumir una responsabilidad por sí sola, ni tomar una
determinación. Vive enteramente supeditada a todo lo que dice y ordena mi
padre.
(Su-pe-di-ta-da. Repito mentalmente).
- Yo la veo jovial, expresiva, animada, irradiando un especial encanto, le
digo.
- Es una manera de ser... Ella cuando se halla con otras personas es
comunicativa, alegre y culta, muy culta. Puede sostener cualquier conversación
sobre arte, historia, o cualquier otro tema. Ha leído mucho, ya te dije que se
abismaba en la biblioteca de sus padres y en ella se encerraba durante el
tiempo que tuvo que soportar a sus carceleras.
- ¿Carceleras dices?
- Bueno. Así las calificaba ella. ¡Ay! Me olvidé decirte, que entre los
familiares de mi padre que habían llegado para el entierro, y para la boda,
habían venido dos señoras que desde ese momento se quedaron a cargo de
todo lo concerniente al manejo y a la administración de la casa. Mi madre no
tenía ingerencia en nada. Se hallaba bajo el predominio de ellas. Y cuando
alguna vez se atrevía a salir de la casa, ya que, como te dije, la dominaba el
miedo, inmediatamente una de ellas se situaba a su lado y no permitía que
nadie se le acercara, por esto mamá las llamaba en su fuero interno, sus
carceleras. Posteriormente se había dado cuenta que ambas eran hermanas y
a la vez tías de mi padre.
- ¿Existía algún parentesco entre los familiares de tu padre y los padres
de tu madre antes de que ella se casara?
- No, No existía absolutamente ningún parentesco antes de que ella se
casara.
- ¿Qué relación los unía?

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- La que existe entre patrón y obrero. Mis abuelos maternos eran los
dueños de la hacienda y los tres eran los capataces.
- ¿Los tres? ¿A qué tres te refieres?
- A mi padre y al suyo y al hermano de mi padre. Dice que ambos
hermanos eran tan parecidos de cara, que podían pasar por gemelos, lo único
que los diferenciaba era la estatura, pues el hermano de mi padre era un
hombrón fornido que infundía terror.
(Las preguntas que le formulaba a Sandra iban tomando un giro
profesional. Eran casi un interrogatorio).
- Tu madre y tu padre ¿Eran amigos antes de casarse?
- ¡Nooo! Ella apenas lo había visto alguna vez, pues ella nunca iba con
sus padres a verificar los trabajos de la hacienda. No lo conocía. Se casó sin
conocerlo. Sin saber cómo ni por qué. Por esto, tienes que comprender el
comportamiento de mi padre, era sólo un capataz, un hombre de campo, sin
maneras, rudo. Todo esto te lo confío a ti, nada más que a ti amor mío. Quiero
que sepas lo que él ha sido para que no te dejes intimidar por él. Yo te conozco
a ti y sé cómo eres, por eso, porque te conozco y porque te amo, confío
plenamente en ti.
- Sandra, amor mío, no te equivocas al decir que confías en mí. Estoy
seguro de responder plenamente a tu confianza. Nadie me arrancará el secreto
que hoy me depositas.
Nos miramos en los ojos. La emoción brillaba en los de ella y en los míos.
Estrechamente unidos seguimos bailando por un rato. Luego ella
comentó:
- ¡Qué enigmas encierra la vida!
- ¿Te refieres a...?
- A la casualidad que le salvó la vida a mi madre. Si ella hubiera salido
con sus padres a pasear a caballo en la tarde del accidente, ella también
hubiera perecido con ellos.
- Estás totalmente equivocada. Si “esa tarde” tu madre hubiera salido con
ellos, “esa tarde” tus abuelos no hubieran perecido ahogados.
- ¿Cómo puedes decir semejante cosa, si entre los tres no pudieron evitar
que se ahogaran mis dos abuelos? ¿Cómo te puedes imaginar que no hubiera
perecido también mi madre que no nadaba a la perfección como ellos?

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- ¿Los tres trataron de evitar que se ahogaran? No me lo has dicho. Sólo


me dijiste que perecieron ahogados.
- Tienes razón. Lo que te relato carece de hilación, de continuidad. Es
muy diferente escucharla a mi madre.
- Algún día tengo que charlar con ella sobre esto...
- Y estoy segura que ella te lo va a contar a ti.
- ¿Qué te hace suponer que así podría suceder, si a ti te ha pedido que
no lo repitas a nadie?
- El hecho de que ella me contó su historia cuando yo le confié que te
amaba mucho y que tú también me amabas y que estudiabas Leyes en la
Universidad. Fue entonces que exclamó ¡Si los dos se aman yo voy a hacer
todo lo que esté en mis manos para que realicen su sueño! Porque yo me casé
sin saber que me casaba, no con quién me casaba. Y así, en ese momento me
contó la historia de su vida.
- Sandra querida, en este instante siento un cariño especial por tu madre,
la quiero, la admiro. Dime. ¿Lo ama a tu padre?
- Me imagino que sí. Lo que sé con seguridad es que le vive agradecida
por haber hecho todo lo posible por salvar la vida de sus padres y de haberla
protegido cuando quedó completamente sola en su hacienda.
- ¿Te ha contado algunos pormenores del accidente puesto que los tres
presenciaron la tragedia?
- Sí. Los tres habían llegado a la casa empapados y chorreando agua y
fatigadísimos porque habían luchado tenazmente por impedir que se ahogaran.
Traían los cadáveres sobre los caballos en los que habían salido a pasear, y
que fue tal la conmoción que sufrió mi madre que perdió el habla. Había
quedado muda unas horas.
- Ha debido ser para ella un golpe terrible. Dices que los tres habían
luchado tenazmente por impedir que se ahogaran y tú misma afirmaste que
sabían tus abuelos nadar a la perfección... No entiendo... No entiendo cómo
pudo haber sucedido aquello. No entiendo.
- Ya te dije que mi madre tampoco entiende hasta hoy cómo pudo haber
sucedido aquello.
- ¡Ay mi querida Sandra! En la vida existen enigmas imposibles de
desentrañar.

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- ¿Qué quieres decir con eso?


- Que ni tu madre, ni yo podremos jamás saber lo que ha sucedido en esa
laguna.
- Pero si ellos habían contado lo que ha sucedido. Ya te he explicado que
mi madre se había quedado leyendo y en la casa se hallaban los dos fieles
servidores que la querían mucho, éstos, al colocar los cadáveres sobre las
camas, se habían dado cuenta que ambos presentaban heridas en la nuca que
mancharon la cama y desesperados y a la vez intrigados y adoloridos
interrogaron a los tres qué había sucedido. Mi madre como te dije estaba
muda. Fueron los sirvientes los que interrogaron con firmeza aquel detalle,
habiendo respondido el hermano de mi padre que ellos por casualidad se
encontraban en las cercanías de la laguna y que de pronto oyeron un grito
medio ahogado de mujer, que corrieron hasta ese sitio y que vieron unos
brazos manoteando desesperadamente por alcanzar la orilla, los tres se habían
lanzado vestidos al agua para prestar ayuda, pero por más esfuerzo que
hicieron no lograron impedir que se ahogaran y que las heridas que
presentaban en la cabeza se debían seguramente a que los caballos se
habrían espantado de algo, lanzándolos al agua y que al caer se hubieran
herido contra algunas piedras que bordean la laguna.
(Admisible coartada, pienso para mí mismo).
- ¿No había nadie que hubiera escuchado los gritos?
- Seguramente que no. De lo contrario habrían acudido.
En ese instante me vienen a la mente las imágenes de los colonos
asesinados y con la lengua cortada. Voy trenzando los hechos y sacando
conclusiones.
- ¿En qué piensas?
- ¡Ay querida, en las cosas que suceden en la vida... y en las que no
suceden...!
- ¿Se han encontrado con la Gringa y con Eduardo? Los están buscando,
dicen al pasar bailando junto a nosotros el Petizo y Vicky.
- No, No los hemos visto responde Sandra.
- Si los ven nuevamente díganles por favor, que estamos en esta región
del salón.
- ¡Ok! – responden ambos al alejarse.

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- ¡Qué historia tan impresionante me acabas de contar! Me has dejado


pensativo.
- No la he terminado todavía... es una historia larga.
- Admitiendo que sea larga... no me dirás que van a suceder nuevos
crímenes y tragedias...
- Pues sí. Hay muchas muertes todavía.
- ¡Más muertes! ¿Y de dónde los sacas?
- ¡Que caras tan tristonas! ¿De qué entierro retornan? La voz
inconfundible de Eduardo resuena con su tono zumbón junto a nosotros, la
Gringa es obvio que está con él.

- Vicky nos dijo que nos estaban buscando – exclamó Sandra.


- Exacto. Hace rato que no los veíamos. Vamos al bar a tomar algo.
¿Aceptan?
- ¡Con el alma, me muero de sed!
- Y yo también.

En el bar
se encuentra la mayoría de los amigos. Nos reciben con bromas, con
alegría, con entusiasmo.
- ¿Qué deseas servirte Sandra, y tu Gringa? ¿Prefieren un refresco o un...
- Gracias Julio, Eduardo y Luis Alberto ya nos traen algo. ¿Y Chuqui?
- Se me escapó. Está por el momento con sus padres. Enseguida voy a
buscarla. ¿Linda la fiesta, no?
- Macanuda hermano, macanuda, replica Eduardo que llegaba con los
refrescos.
- ¿Por qué no vamos mejor al comedor? – Propone alguien.
Nos dejamos convencer. Juntamos varias mesas conformando una
grande en la cual los comentarios y la alegría predominan.

Después de aquel momento de expansión y camaradería retornamos con


más bríos al gran salón de baile. La orquesta arremetía con entusiasmo
rumbas, zambas, rock’n roll y toda esa música movida y frenética que
enloquecía. El diálogo había quedado cortado y relegado.

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La noche derrochaba su euforia y su hechizo.

Sandra, que parecía haber olvidado el incidente, bailaba sin descanso. Yo


hacía lo mismo. Para mí era una especie de fuga y de evasión.
Y sin que el tiempo desempeñara ningún papel trascendental, pasaba sin
que nos apercibiéramos que pasaba. El baile nos absorbía.

- Sandra, tus padres te reclaman, dicen que vayas a su encuentro, parece


que ya se van a retirar, le manifiesta Marcela, cuyos familiares ocupan la mesa
contigua a la de los padres de Sandra.
- Gracias querida por el aviso. Voy enseguida.

- ¿A qué hora quieres que nos encontremos mañana?, le pregunto


mientras la acompaño.
- ¡Ay amor! Algo tarde nomás. ¿Te parece a las cinco? Quiero descansar
y reponerme, mis nervios están destrozados. No puedo olvidar la actitud de mi
padre. Sé que voy a quedar desvelada toda la noche. ¡Quién sabe a qué hora
conciliaré el sueño!
- Por favor no le des importancia a ese asunto. Yo ya lo había olvidado.
No merece la pena que te desveles por semejante disparate. A las cinco te
esperaré en el sitio de costumbre.
- ¿Estás conforme que sólo sea a las cinco?
- Tú eres la que ordenas, amor mío. Y vuelvo a repetirte que olvides este
incidente, desagradable en sí, pero que carece de importancia. ¡Sácalo de tu
cabeza! No pienses más en él. Olvida. Duerme tranquila.
- Haré lo posible. Y tú, sueña conmigo.
- ¿Soñar? ¡Si tú eres para mí un sueño del que nunca quisiera despertar!

Nos hallábamos ya a poca distancia de la mesa que ocupaban sus


padres.
No pretendo acercarme.

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La madre de Sandra nos divisa. A su rostro asoma una bella sonrisa. Se


iluminan sus ojos. Devuelvo a esa demostración emotiva con un gesto similar
desde el lugar en que me encuentro, Sandra ya se dirige hacia ellos. Inclino la
cabeza cortésmente hacia su madre que ya de pie espera que Sandra termine
los consabidos saludos para luego salir. Sandra se prende de su brazo. Al
cruzar debajo del umbral se de la vuelta. Agita su diminuta mano. La figura de
ambas se queda en mis retinas.
Pocos minutos después abandono el local. Me esfumo evitando
encontrarme con Eduardo y la Gringa.

Aquellas horas
habían sido dolorosamente devastadoras. Me encontraba destruido como
si una catástrofe hubiera arrasado mi alma. Pesadamente arrastro mis
pensativos pasos dejándome resbalar por la pendiente de las calles en la fría
noche que refresca mi frente. La presencia del silencio sigue mis pasos.
Estoy dolido como si toda la desdicha del mundo me aplastara.
Me encuentro confundido, lejos de mi mismo. Todo está presente en mí
en otra dimensión. Me domina una invencible tristeza. Me siento deprimido. A-
no-na-da-do.

Caminando
puedo rememorar lo acontecido, pero no me siento capacitado para
reflexionar. Pienso que no vale la pena retener y analizar aquel instante tan
desagradable. Pero vale la pena comprobar cómo un gesto y la entonación de
unas palabras revelan a la gente tal cual es. He podido medir su mezquina
chatura. Su actitud me ha lastimado. No por lo que él es, sino, porque él es el
padre de Sandra. ¡Sandra! Te he pedido olvidar este incidente, ¿Y acaso
puedo olvidarlo yo? Inmerso en este interrogante, modelo su figura y contemplo
su rostro. La miro en los ojos con tristeza. Ni tú, ni yo, habíamos sospechado
que podría suceder lo que ha sucedido. Las despectivas palabras de tu padre
me clavaron sus dientes. Y tú, has sentido también la dentellada. No ha sido
una noche alegre como la habíamos proyectado. Ha sido una noche amarga.
Terriblemente confidencial. Reveladora. He abierto los ojos a una realidad
insospechada, como insospechada ha sido también la actitud de tu padre para

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conmigo, este convencimiento ha quebrado el cristal de la alegría. Nada se


adquiere sin que se pierda algo. El cariño que nos une no se ha deteriorado, al
contrario, ha surgido entre nosotros una evidencia que lo hace indestructible.
Ambos hemos quedado bajo la incomprensión de lo incomprensible. Hay
agravios demasiado hondos para ser comprendidos y enigmas demasiado
velados para ser percibidos...

Un borracho al pasar por mi lado me insulta. No sé por qué establezco


una comparación. Cruzo la calle eludiendo a ese tipo, ante el otro había
quedado petrificado, clavado en el sitio.

Quito mis ojos de Sandra. Regreso a mi memoria e inconscientemente me


pongo a cavilar.
Me detesta. Su gesto despectivo. Sus palabras hirientes. Es el padre de
Sandra, este es mi problema. ¿Qué es lo que pretende asumiendo semejante
actitud? ¿Alejarme de su hija? No lo ha de lograr. Nos amamos. Su madre me
demuestra simpatía. El... Solamente él me detesta. El... ¡El asesino! ¿Qué es lo
que acabo de decir? Pensar en él me exaspera. Me saca de quicio. Me lleva al
paroxismo. Me hace decir cosas que no quisiera ni imaginar.
/ Ahora te exasperas, pero delante de él no has reaccionado, para él eres
sólo un cobarde.
/ Sí. Estoy seguro de que para él sólo soy un cobarde, pero él no
sospecha que yo podría sindicarlo como un criminal.
/ ¿Criminal? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Lo que pasa es
que estás dolido, amargado por el despecho. El que se haya manifestado
despectivo contigo no te da derecho a que lo sindiques de criminal. Te estás
dejando influir por las pasadas que nos juegan las cosas.
/ No me estoy dejando influir. Estoy convencido de lo que pienso.
/ No puedes estar convencido. No te consta.
/ Los hechos lo confirman.
/ ¿Los hechos? Tus suposiciones y nada más.
Las suposiciones pueden conducir a la confirmación. Supongamos que la
madre de Sandra no se hubiera quedado leyendo esa tarde. “Esa tarde” es
seguro que sus padres no hubieran perecido ahogados, porque la vida de la

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madre de Sandra era la apetecida y codiciada. A ella la necesitaban “viva” por


eso victimaron a sus padres en el momento en que “ella” no se hallaba junto a
ellos. Ya habían observado “los tres” que ella algunas tardes se quedaba en la
casa y aprovecharon de esta coyuntura para dar, al hecho criminal, la
apariencia de un accidente.
/ ¿En qué te basas para sostener esto que afirmas?
/ En la hipótesis. En el razonamiento. En la lógica. Soy un estudiante de
Leyes que se encuentra ante un hecho criminoso antijurídico con todos los
indicios de la culpabilidad. Estoy ante un caso en el que el asesino después de
victimar a los padres de una rica heredera se casa con ella para quedar con la
fortuna.
/ ¿Y si él alega más bien que se casó con ella para brindarle protección y
apoyo, quién podría probar lo contrario?
/ Ella misma, ya que de la noche a la mañana resultó casada sin saber
cómo ni por qué. Si pretendía protegerla, podía haberlo hecho sin necesidad de
casarse tan precipitadamente. Podía haber esperado, pero no quería dejar
escapar de sus manos la hacienda que el matrimonio con ella le confería.
/ ¿Quién puede testificar lo que afirmas?
/ Ella misma, que hasta hoy no puede comprender cómo han podido
perecer ahogados sus padres en una laguna que conocían y en la que
nadaban casi a diario, con el antecedente de que nadaban a la perfección y la
“supuesta” versión de que los tres se hallaban por casualidad esa tarden cerca
de la laguna, y el hecho de que hubieran llegado fatigadísimos por haber
luchado por “salvarlos” como afirmaron ellos, demuestra lo contrario, es decir:
“Por haber luchado por ahogarlos” ¿Y las heridas de sus cabezas? ¿Y la
desaparición de los fieles sirvientes? ¿Y los colonos asesinados y con las
lenguas cortadas? Con todo esto lo encajo a la cárcel. Ya estoy viendo el
revuelo que ocasionaría el debate. Levantaría polvo. Ocasionaría un gran
escándalo.
/ Me imagino que sí. Y las víctimas, ¿Quiénes serían? ¿No crees que
Sandra y su madre serían las víctimas?
Me quedé sin respuesta, pues conociendo la sociedad a la que vivimos
sometidos, esa sociedad envidiosa, destructiva y mezquina, se ensañaría
contra Sandra y su madre. Escucho los comentarios: Sandra, hija de un vulgar

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asesino. Su madre, mujer de un cholo de la peor calaña, de un criminal, de un


capataz. Sólo la Gringa sería la única amiga fiel y sincera. Entonces... ¿Para
qué estudio Leyes?
/ Para que te digan que asumiste la defensa para quedarte tú con la
fortuna, como sucede casi siempre, o para engrosar la fila de esos abogados
sin conciencia o con la conciencia más negra que la de los propios asesinos;
para engrosar la fila de esos abogados moralmente prostituidos que de
acuerdo con jueces prevaricadores hacen y deshacen de la justicia como mejor
les da la gana.
/ Pero en toda regla hay excepciones... hay excepciones...
/ De todos modos te encuentras en un rincón sin salida.
/ Me queda una. La de charlar con la madre de Sandra, ella es la única
que puede pronunciarse sobre esta situación. ¡Ella es la única!
La noche patrullaba mis decisiones.
Prosiguiendo mi camino me doy cuenta de que la claridad con que la
verdad se fija en mi mente, me ofusca y enceguece. Trato de precisar mis
ideas ante el convencimiento de que lo único que logro es encontrar mi propia
inutilidad. Mi situación adquiere un aspecto desconcertante. La decepción y el
desánimo me asedian. Las circunstancias me aplastan. Vano es mi esfuerzo
para enfrentarme a lo desconocido. La esperanza me abandona, ni siquiera
trato de retenerla. Estoy desengañado de mí mismo. Me siento terriblemente
abatido arrastrando mi orgullo. Tratando de acallar mi conciencia. No puedo
definir lo que me pasa. Eduardo ha sido positivo al elegir Finanzas... Las Leyes.
Las Leyes... mirándolo bien, para qué sirven en nuestro país...

Me encuentro desorientado en calles que me son familiares y conocidas.


Quedo indeciso en cualquier esquina sin saber a qué lado voltear. Me siento
perdido.
Escucho el sonido de mis pasos, los siento extraños, ajenos a mí. Me
parece que alguien caminara a mi lado y que yo fuera la sombra de ese alguien
que camina a mi lado
No sé qué hacer... Estoy convencido que no tengo pasta de abogado.

Sin saber cómo

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sin habérmelo propuesto, me encuentro delante de la casa de Sandra.


El jardín que la rodea está tranquilo. Sosegado. Quieto. Todo está
silencioso. Salvo los dos perros de raza que vigilan y que de allá en cuando
ladran.
Parecería que la sombra azulada del jardín se quebrara con mi presencia.
Al darme cuenta de este detalle una especie de desasosiego y de malestar me
invade.
¿Por qué tendría que ser yo el que rompa la tranquilidad de este lugar
tranquilo? ¿Por qué voy a asumir yo una responsabilidad que no me
corresponde? ¿Por qué tendría que ser yo el que destruye el bienestar y la
comodidad a las que ellas están acostumbradas? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para
hundirlas en el infortunio? No. No quisiera ser yo. ¡Ah, si pudiera charlar con la
madre de Sandra sería diferente!
Por el momento lo único que me queda por hacer es callar, olvidar.
Limitarme a guardar el secreto que me ha confiado Sandra y nada más. Pueda
ser que con el tiempo las cosas cambien... Leyes... Con razón pintan a la
justicia con los ojos vendados, pero en lugar de venda deberían ponerle una
máscara. Leyes...

Largamente contemplo la tranquilidad situada en aquel sitio. La luna


arrancaba pedazos de oscuridad y los escondía debajo del ramaje de los pinos
que rodeaban el jardín. Todo está tan quieto, que deseo alejarme sin romper
esa quietud, sin quebrar el silencio.
Al alejarme observo que delante de una de las ventanas cuelga un hilo de
luna transfigurado. Lo miro fijamente. No, no es un hilo de luna transfigurado,
es un hilo de luz interior que se proyecta vertical por la fisura de un cortinaje
mal ajustado.
Sandra está desvelada, me digo.
Imaginativamente atisbo por la tenue abertura y la contemplo.
No están sus ojos enrojecidos por el llanto. Están fijos en el cielo raso de
su habitación. Están tristes. El color impreciso de sus ojos está velado de
tristeza. Está muy triste. La miro como si la tuviera cerca. Quisiera estar más
allá de su vida y tomar entre mis manos su tristeza y liberarla de su pena. No

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tenemos la culpa de lo que ha sucedido, le digo. Al decirle la contemplo, ella,


parecería que me escuchara callada y confiada.
De pronto
me figuro que aparece él, el único culpable de aquel desvelo... él... el
asesi... Me trago el adjetivo.
Y me alejo de Sandra sin haberla encontrado.
Comienzo a caminar bajo la luz de los faroles que cruzan en dirección
contraria a la que llevo.
Una pareja pasa riendo a carcajadas por mi lado. Sus risas me
exasperan. Me dan la impresión de que se ríen de mí. Tengo ganas de
insultarlos.
/ Calma Luis Alberto. Te desconozco. Refrena tus impulsos. Te están
descontrolando, tú siempre tan ecuánime y tan sensato. No te dejes llevar por
tus impulsos. Acepta tu destino. Nada puedes contra él. Acéptalo, es tu destino.
/ ¡Mi destino! ¡No tengo por qué aceptarlo!

Apresuro mis pasos con firmeza. Repercuten agrandados por el silencio


de la noche.
Mi destino, repito, y mis ojos se vuelcan a mi mundo interior, mi alma
estaba allí replegada en sí misma como si presintiera algo desconocido.
Nuevamente me aplasta el problema que me obsesiona.

Lo voy recordando en la medida que no quisiera hacerlo. Me pierdo en


consideraciones desmadejadas, en la confusión y el desorden de mis ideas, los
hechos se me presentan incompletos y deformados como la propia realidad. Se
contradicen. Por momentos se complementa. Busco la manera de darles
sentido llegando a la conclusión de que entre lo evidente y lo imaginario existe
una distancia difícil de salvar y me pregunto ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde lo
cierto? ¿Dónde queda lo imaginario? Nuevamente reafirmo mi resolución de
olvidar, de no volver jamás sobre el asunto. ¡Entiérralo! Me digo. Cierro los ojos
haciendo un esfuerzo mental para enterrarlo.

¡Ah, si no fuera por esta duda tan grande que llevo adentro!
Me conformaría con mirar en otra forma.

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Camino por el borde de la acera.


Miro pasar las casas. Unas frente a las otras dialogando en silencio con
sus puertas cerradas. Pasan por la corriente inclinada de la calle mirando sin
curiosidad por los ojos cerrados de las ventanas. Pasan en sentido contrario al
que yo llevo. Pasan los árboles, los postes, todo, todo en sentido contrario pasa
a mi lado.
Sólo mi sombra contrariamente a todo bailotea y me sigue alargada unas
veces y otras encogida.

De una ventana abierta brotan los sones de una melodía que se derrama
en fragmentos sobre el silencio de la calle. La escucho. La reconozco. Pongo
atención... Con esa música. Con la melodía. Con esa canción bailamos Sandra
y yo aquella noche en que nos conocimos en la casa de Chuqui.
Nunca lo olvido. No lo podré olvidar.
La invité a bailar. Me entregó su sonrisa.
Revivo aquel instante. Tarareo la tonada. Contemplo sus ojos imprecisos
color de agua, color de viento, color de espera... El ritmo de la música
encamina mis pasos y me sigue. Sandra está a mi lado. Se va conmigo.

¡Qué alivio sentiría sino dejara nada en lo incierto!

La noche está serena, fría, tranquila. En lo alto impasibles fulguran las


estrellas.

Me siento reconfortado al encontrar mi casa en la conciencia de estar en


lo que es mío. En el refugio de lo conocido. Maquinalmente busco mis llaves,
deslizo una de ellas imperceptiblemente en la cerradura haciéndola girar sin
producir el más leve ruido. No me agrada despertar a mis viejos.

La ducha matinal despeja los vestigios de aquella noche insomne.


Pausadamente desciendo por la escalinata.

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Mi padre lee las noticias de los matutinos cómodamente sentado en su


sillón. Le doy los buenos días. Mi madre va y viene. Al verme se detiene. Beso
su frente.
- ¿A qué hora te has recogido anoche? ¡No te he sentido llegar!
- No sé si fue muy tarde o si fue muy temprano. Depende del lado que lo
mires le respondo riendo. Ella sonríe moviendo la cabeza.
- Señora, la cocinera te necesita, dice que...
Va hacia la cocina.
Enciendo un cigarrillo. Tomo una taza de café. Hojeo una revista. No se
qué hacer. Me siento incómodo. Vacío. Un dolor físico hiere mi pecho y me
asfixia.
- Te he dicho que hoy pongas solamente tres cubiertos. ¿Por qué no me
haces caso? ¡Tengo que repetirte todo cien veces...!
- Ay señora...
- ¿No vienen a almorzar Luz María y Norman? - pregunto a mi madre.
- Este domingo no hijo. Hoy tienen un almuerzo, estuvieron aquí anoche.
Tuvimos una velada muy simpática, pues vino también tu tía Helen, vino sola,
dejando a tu tío muy resfriado en cama, asimismo llegaron mis queridas amigas
Berta y Beatriz. Charlamos de todo, contando impresiones de viajes. Pensamos
que llegarías en cualquier momento pero como se hacía tarde se fueron...

- Señora, la mesa ya está lista.


- Luis Alberto llámalo a tu padre.
Nos servimos la entrada y mi padre me comunicó que Norman pensaba
viajar en unos meses más a la Argentina a estudiar un proyecto de
construcción y que posiblemente el próximo año tendrían que viajar al Brasil
con otro proyecto de trabajo de gran envergadura.
- Mi hermana se pasea por todo el mundo. ¡Quién fuera ella!
- Si hubieras estudiado otra profesión que la abogacía, es muy factible
que también habrías salido al exterior... a conocer el mundo.
En tanto que la sirvienta recogía los platos, mi madre se moría de
curiosidad por interrogarme, conozco sus facciones cuando quiere saber algo...
Mientras nos sirve la sopa no puede más y me pregunta:

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- ¿Y? ¿Cómo estuvo el baile? ¿Había mucha gente? ¿A quiénes has


visto?
- Estaba concurridísimo. Apenas se podía bailar y he visto a muchas de
tus amigas.
- Seguramente Sandra sería la más elegante.
- Todas estaban elegantes, pero a mis ojos, Sandra era la más bella... ¡Es
un vivo retrato de su madre que es una mujer encantadora, joven y distinguida!
Qusiera que te hagas su amiga...
- Hace poco la vi en el té rummy de beneficencia de las Damas
Vicentinas, pero en el momento en que íbamos a darle alcance con la amiga
que me la iba a presentar, se la llevaron otras personas. ¡Es muy codiciada!
Posteriormente no tuve otra oportunidad. Espero que la casualidad me depare
el conocerla. No quiero demostrar demasiado interés, tú comprendes...
- ¿Lo conoces a su padre?, le pregunté al mío.
- ¿Conocerlo? No te puedo decir que lo conozco. Sé que es un hombre de
negocios, sé que tiene una firma comercial de importaciones y de
exportaciones y que él es el principal accionista de uno de los Bancos más
importantes.
- Sí, sí, yo también he oído decir que él es el dueño de un Banco.
Interrumpe mi madre.
- Aparte de sus actividades financieras, prosigue pausadamente mi padre,
no creo que haya quién lo conozca, y es raro, pues en nuestro medio nos
conocemos todos, se puede decir que somos una familia grande, no hay quién
no esté vinculado a uno o a otro y se conoce el origen y la procedencia...
aunque con los actuales sistemas políticos han surgido de la noche a la
mañana no solamente nuevos ricos sino tipos de toda calaña y que se dan vida
de grandes señores...
- Y que antes de llegar al poder eran unos pelagatos desconocidos que no
tenían dónde caer muertos. Tú eres el único que no ha sido un oportunista, al
contrario, para ti la política ha sido perjudicial, pues antes desempeñabas
cargos de alta responsabilidad administrativa, para ti la política ha sido
contraproducente, no eres de los aprovechadores, no eres un... se quedó
cortada.

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Un silencio pasado siguió a sus palabras rodeando la mesa. Tanto mi


madre como yo sabíamos que a mi padre no le agradaba abordar ese tema.
Pero él, lo había removido.
- Ahora que recuerdo – comenzó diciendo mi madre como para alejar
aquel asunto desagradable – El padre de Sandra debe ser y estoy segura que
es, ese no-se-cuán-tos o e-se-no-se-quién, que hace años compró la casa de
esos tus amigos que por un revés de fortuna la vendieron con todo su
lujosísimo mobiliario...
- Exacto – afirmó mi padre. Pero no fue por un revés de fortuna que la
vendieron, sino más bien por un acertado golpe financiero para sacar en las
condiciones más ventajosas su fortuna del país para irse a radicar a Lima. La
casa, a instancias de su abogado que era un pícaro de lo peor quedó en poder
de éste para obtener el precio más elevado posible y cuando la vendió,
comentaban que él se había quedado con la mejor tajada.
- Lo que yo recuerdo bien es lo que se decía de los compradores; unos
opinaban que eran unos ricos mineros y no faltó quién aseguró que eran
gentes que se habían sacado un gran “tapado”...
- ¿Por qué hacían semejantes comentarios? - interrumpí.
- Porque pagaron al contado y sin pedir un centavo de rebaja. Y la madre
de la Gringa, fue la que se hizo amiga rápidamente de la nueva dueña, como
que vive al lado y como que se dice emparentada con la Princesa de la
Glorieta...
- Y lo es - cortó mi padre – pues, la madre de la Gringa, por la familia de
su madre pertenece a las más linajudas familias de Sucre.
- ¿Por qué tú no eres amiga de ella? - le volví a preguntar.
- Por viejas rencillas familiares que nos han mantenido distanciados por
años...
- Sin embargo, la Gringa y yo somos muy amigos, hice notar.
- Gracias a la intervención del cuñado de un tío de su madre.
- Exacto, el médico.
- Lamentable ha sido el accidente que ha sufrido, ¿no?
- Muy lamentable, pues ha perdido una mano siendo el mejor cirujano que
teníamos.
- Dicen que ha comprado tierras en Santa Cruz.

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- Así es, ha comprado la propiedad que era de Juan Manuel que la


heredaron sus hijos y la vendieron porque a ninguno le agradaba la vida del
campo.
- ¿Y la parte de la esposa?
- También ella la vendió, María Isabel, siempre ha preferido vivir en la
capital.
- La viudez le ha sentado maravillosamente. ¿No quieres un poco más de
este asado? Está tan sabroso.
- No, no, me has servido muy bien... Está sabrosísimo.
- ¿Y tú, Luis Alberto?
- Te acepto un trozo, pero no muy grande, mamá.
- Como iba diciendo la viudez la ha rejuvenecido, está muy guapa, he
oído decir que se va a casar con el padre de la Jovita.
- Lo dudo, pues la Jovita es la única heredera de su padre.
- El matrimonio de la Jovita ha resultado un desastre, como que se ha
casado con ese sinvergüenza, hijo del no menos sinvergüenza de su padre,
solamente por el interés de su fortuna, después de haberla dejado plantada a la
hija de María del Carmen... tan linda chica...
- Para bien de ella, ya que ahora es la esposa de uno de los médicos más
competentes, él fue el que ha salvado la vida a Francisco.
- ¿Te imaginas cómo hubiera dejado a su familia? ¡Tiene seis hijos y
ninguno profesional todavía!
- Habiendo perdido parte de su fortuna al entrar en sociedad con los
cuñados de Julia Cristina que no tenían noción de lo que es llevar adelante un
negocio y lo han puesto al borde de la bancarrota.
- ¡No solamente ellos! Sino también su propia mujer. ¡Quién no sabe lo
jugadora que es! A propósito, se que han llegado sus sobrinas, tendré que ir a
visitarlas. ¡Ay!, casi me olvido decirte que anoche ha fallecido doña Engracia,
esta tarde iremos a verlas, seguramente mañana la van a enterrar, no podemos
faltar al entierro. ¿Qué te parecen estas chirimoyas? Son las primeras de esta
año, me las ha traído especialmente mi casera y se que a ustedes dos les
agradan mucho.
- No menos que a ti.

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- Pensando en doña Engracia, hace tiempo que no la he vista a Carlotita,


su sobrina preferida, que siempre está viajando, si no está en Washington, está
en Nueva York. No se quién me ha dicho que ha retornado y que se ha traído
maravillas, como su tío es director de Aduanas, ella puede hacer pasar todo lo
que trae sin que la molesten y sin pagar impuestos.

- ¿Ya se van a servir el café, señora?


- Sí, pero antes llévate todo esto....

Le ofrecí un cigarrillo a mi padre.


Todo aquel bla bla confirmaba lo que él había afirmado momentos antes,
al decir que eran como una familia grande....
Y aunque mi pensamiento estaba lejos, aquel bla bla me hacía encontrar
con la realidad.
Al terminar el último sorbo de café, sonó la campanilla del teléfono.

- Es para vos joven Luis Alberto, Es la señorita Gringa, me comunicó la


sirvienta con su peculiar manera de hablar y esperaba mi respuesta. Como ya
habíamos concluido de almorzar, me levanté de la mesa.

- Hola Gringa ¿Qué cuentas?


- Que acaba de sacarme de mi dulce sueño nada menos que tu
encantadora suegrita para pedirme que te diga que Sandra se quedará en
cama todo el día, que ha pasado una noche intranquila y que ahora se
encuentra descansando. Que no la esperes a las cinco.
- ¿Tiene algo grave?
- ¡Cómo se te ocurre! Sabes lo engreída que es. No te preocupes.
- Gracias Gringa por la noticia y agradécele, por favor, también a mi
encantadora suegrita por esa su gentileza. ¿Hasta qué hora se quedaron
anoche ustedes?
- Con decirte que hemos ido en patota a desayunar api con llauchas al
mercado, te digo todo, pero como me muero de sueño no te doy detalles. ¡Ah!
Ponte de acuerdo con Eduardo, los espero a las seis de la tarde. No dejen de
venir, les tengo una sorpresa.

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- Ok estaremos a las seis, ahora recupera tu sueño interrumpido.


- Los espero. Chao.
- Chao, Gringa.

Mis padres ya habían subido a su habitación. No perdían la hora de su


siesta. A mí también me hacía falta dormir. Los imité, pero antes puse el
despertador a la hora adecuada y me recosté. Tuve una horrible pesadilla... En
tumulto surgían las imágenes de la noche anterior. Comenzaron a girar las
figuras de Sandra y de su madre, la cara de su padre, los hechos que habían y
otros que no habían sucedido en la hacienda. Todo giraba en confusión y en
desorden como si una vorágine impetuosa lo destruyera todo. Sentí hundirme
en un abismo y cuando iba a llegar al fondo, el sonido del despertador me
liberó de hundirme. Tengo que olvidar. Olvidar este asunto. No recordarlo ni
mencionarlo más. De lo contrario voy a enloquecer.

La Gringa en persona nos abrió la puerta, nos tomò de la mano y nos


condujo directamente al garaje.
- ¿Qué les parece mi flamante Volkswagen? ¿No es bello? ¿Qué me
dicen?
La abrazamos para felicitarla por tan maravilloso regalo que le habían
hecho sus padres por su promoción.
Luego lo miramos. Lo palpamos. Ocupamos sus asientos. Observamos el
manejo, los detalles. Nos sentíamos tan felices como ella misma.
- ¿Lo ha visto Sandra?
- No todavía, pero yo he visto su regalo, me lo mostró a escondidas su
mamá ayer antes del baile, es un regio aderezo de brillantes. Creo que ha sido
la elección de su padre, como la llama su princesa y como dice que la casará
con un príncipe azul...
Sentí como una punzada en el alma al escuchar la última frase.

En poco tiempo la Gringa se convirtió en una buena conductora. Su padre


se encargó de ello y también de conseguirle su carnét mediante unos cuantos
billetes que le pasó a uno de los personeros de la Dirección de Tránsito. La

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“cucaracha” – así la habíamos bautizado – marcaba una nueva etapa en


nuestras vidas.
La “cucaracha” corría en todas direcciones y a todas horas con su
consabido equipaje. Los cuatro aprendimos a conducirla. ¡Era nuestra!
Sin embargo muchas veces Sandra y yo preferíamos dar, los dos solos,
nuestro habitual paseo caminando lentamente y charlando de los sueños,
anhelos y proyectos que idealizábamos.

La noticia nos sorprendió en la calle.


Un numeroso grupo de personas leía delante del edificio de “El Diario” el
anuncio del accidente. Nos deslizamos entre ese gentío para ver lo que decía.
Con dificultad por la aglomeración, pudimos informarnos que el helicóptero en
el que viajaba el Presidente había caído envuelto en llamas en una región de
Cochabamba, habiendo perecido carbonizado el Primer Mandatario.

Como una consecuencia de la noticia surgían de un lado y de otro


comentarios como éstos:
- ¡Imposible que sea un accidente, hay mano criminal en esto!
- La justicia debería investigar.
- Dice que Fulano de tal es el autor intelectual del crimen.
- ¿Quién más podría ser?
- La coartada ha sido bien preparada.
- El asesino es capaz de llorar sobre la tumba.
- Seguro, como las hienas.
- Esto va a traer consecuencias.
- Dice que Fulano de tal ha llegado para el entierro.
- No seas iluso... Ha llegado para apoderarse de la presidencia.
Tomé del brazo a Sandra para sustraerla de la aglomeración que crecía y
doblamos la esquina en dirección al Prado.
A manera de conclusión dije:
- En la vida hay enigmas difíciles de desentrañar.
- Tu frase favorita. Ya te la he oído en otra oportunidad.
- ¿A mí?
- A ti.

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- ¿Cuándo?
- En el baile de promoción cuando te contaba la historia de mi madre, ¿no
lo recuerdas?
- No. Al negarlo instantáneamente recordé haberla dicho y recordé
también el haberme propuesto definitivamente no volver sobre este asunto.
Busqué la forma de eludirlo y le dije:
- Te invito a comer chicharrones, sé que te agradan mucho los que sirven
donde don Jorge y estamos tan cerca.
- Regia tu idea. Esos chicharrones me chiflan. Vamos. Y allí te seguiré
contando la historia.
Me sentí defraudado.
Esperamos un poco hasta lograr cruzar al frente de la calle. No
encontraba nada para poder disuadirla de su propósito.
Caminamos unos pocos metros y tropezamos con el Gringo, el Rabito y el
Petizo.
Velozmente pensé que ellos podrían sacarme del paso.
- ¿Ya saben el notición? – preguntó el Petizo.
- Acabamos de leerlo en el anuncio de “El Diario”
- ¿Qué dice?
- Dice escuetamente que el helicóptero en que viajaba el Presidente había
caído envuelto en llamas y que él había perecido carbonizado.
- ¿No dice nada más?
- Nada más. Al pie del anuncio decía que van a dar los detalles en la
edición extra que va a salir más tarde. ¿Qué les parece si vamos a comer unos
chicharrones a modo de esperar que salgan las últimas noticias.
- Macanuda tu idea. Vamos.
Todas las mesas estaban ocupadas como de costumbre, pero don Jorge
vino a nuestro encuentro y nos señaló una que ya estaba quedando disponible.
Saboreamos los chicharrones con la incomparable cerveza paceña
charlando sobre el tema.
- Por fin vamos a tener un presidente civil
- Ni lo sueñes.
- No es cuestión de soñar, constitucionalmente tiene que asumir la
presidencia el Vice.

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-¡ Ah! Pero el Vice no tiene pantalones. No es de agallas. Lo ha de voltear


Fulanod de tal...
- El pueblo está hastiado de militares.
- Pero ellos tienen la fuerza bruta y el Vice es un intelectual.
- Tiene el apoyo de su partido y el de la Iglesia.
- La Iglesia siempre está al lado del más fuerte, no creo que lo apoye.
Al dejar el local escuchamos el pregón de los canillitas que anunciaban el
accidente, tanto en los diarios vespertinos como en los matutinos que habían
sacado ediciones extras. La muchedumbre se alborotaba a su alrededor.
Tuvimos suerte de conseguir un ejemplar. Nuestros ojos se clavaron sobre los
detalles y sobre las fotografías. El Petizo más sagaz señalaba con el índice la
frase que según él era el quid de lo sucedido. Decía así: “Antes de caer
envuelto en llamas el helicóptero se escucharon unos disparos que hasta el
momento no se han podido comprobar de dónde habían procedido”.

- Aquí está, aquí está el nudo revelador. Mañana se va a saber... Pero


ese “mañana” no llegó nunca...
Ninguno de los periódicos, ni el que lo acababa de anunciar, hicieron
comentarios sobre esa circunstancia.
Sin embargo, días más tarde charlamos con un amigo que acababa de
llegar de Cochabamba, era hijo de uno de los médicos que habían estado en el
primer momento junto a los despojos carbonizados y que al regresar a su casa
había comentado con sus familiares que tanto él como los otros médicos allí
presentes, habían comprobado huellas de bala en el pecho del Presiente.

Los “médicos forenses” nada dijeron sobre esto. El asunto quedó hasta
hoy día sin haber sido esclarecido.

El Chingo, el Rabito y el Petizo se fueron con dirección al centro de la


ciudad en busca de comentarios y noticias. Nosotros tomamos el camino de
costumbre hacia la casa de Sandra, que se acomodó sobre mi brazo y
pausadamente me dijo:
- Mientras caminamos te voy a contar lo que falta de la historia. No me
quedó otro recurso que escucharla.

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- Te relaté lo que había sucedido antes de que yo naciera, ahora te haré


conocer aquello que rodeó los primeros días de mi vida.
No dejaba de interesarme el tema pese a mi propósito de no volver sobre
el asunto.
Nuestros pasos resonaban pausados sobre el pavimento. La imaginación
y la curiosidad se situaban en mi mente dominadas por las palabras de Sandra
que había comenzado así:
- El primer impulso de mi madre al disiparse un poco el tremendo caos en
el que se encontraba sumergida, había sido escribir una larga y dolida carta a
su abuela y a sus primos que vivían en el Beni...
- ¿Tienes allí parientes?
- Ya lo sabrás, por ahora, te ruego que no me interrumpas, me haces
perder el hilo. como te contaba, en esa carta ella había vaciado su angustia y
su dolor y les pedía que vinieran en su ayuda. Al cerrar la carta se dio cuenta
que se hallaba ante un problema, el correo del pueblo quedaba a una distancia
enorme de la hacienda, de modo que entregó la carta a mi padre, que al
recibirla vio a quién estaba dirigida y le dijo que él ya había enviado un
telegrama y una carta haciéndoles conocer la noticia del accidente, de modo
que no sería raro que de un momento a otro podrían llegar y que la carta de mi
madre reafirmaría lo que él ya les había comunicado. Prometió llevarla
personalmente al pueblo y lo antes posible.
- ¿Y fue él... el que llevó... la carta?
- Lógico. Así había más seguridad de que la recibieran. ¿Por qué te
extraña tanto el que él la hubiera llevado a franquear?
- No. No me extraña. No me extraña que hubiera sido él... el que hubiera
llevado la carta... a franquear...
- Bueno. ahora déjame proseguir. Hay que tener en cuenta que mi madre
sabía que las cartas enviadas al Beni demoraban muchos días en llegar porque
no existía una comunicación adecuada con esa región del país, de manera que
esperó, a la vez resignada y con desesperante angustia, la respuesta. Así
pasaron los días y algunas semanas, lo que le dio tiempo de tomar conciencia
de su situación y decidió viajar al Beni. Mi padre le había aconsejado esperar,
de lo contrario podría suceder que mientras ella estuviera en camino podrían
llegar sus primos y que más bien, escribiera otra carta por si acaso no hubieran

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recibido la anterior. A mi madre le pareció lógico el argumento y escribió una


nueva carta que mi padre también la llevó personalmente al pueblo. Los días
pasaban. Ni sus primos ni las noticias llegaban. En esas circunstancias mi
madre se había dado cuenta de los síntomas de su embarazo. Mi padre se
puso contentísimo y se ofreció ir a la ciudad para averiguar el motivo que
interfería la correspondencia, ya era tiempo que podría haber alguna noticia.
Demoró varios días en la ciudad, cuando retornó lo hizo acompañado de un
notario de fe pública, dos o tres personas más y el cura que los había casado y
un cúmulo de paquetes y cajas que contenían el ajuar, la cunita y todo aquello
para esperar al que iba a nacer, esto fue para mi madre un motivo de alegría
en medio de su pena, así no se sentiría tan sola, había dentro de ella alguien
que iba a ser la razón de su vida, de tal suerte que se presentó con un
semblante diferente al de todos los días a la reunión de los recién llegados, que
la esperaban en el comedor de la casa sobre cuya mesa habían varios papeles
escritos a máquina... y a mano...
- ¿Con qué objeto?
- El notario le había manifestado que en vista del estado delicado de su
salud que la impedía trasladarse a la ciudad para llenar los requisitos
necesarios para otorgar un “Poder General” a mi padre, él, es decir el notario,
había traído todo el material necesario y los correspondientes testigos para el
caso.
- ¿Un “Poder General”?
- Lógico. Como él se ocupaba de todo.
- ¿Tú mamá lo firmó?
- Claro, Luis Alberto, es de suponer. Tú conoces y entiendes mejor que yo
lo que significa un poder general.
- Es justamente porque sé lo que es un “Poder General” que te pregunto
si lo firmó.
- Sí, lo firmó y al firmarlo, lo que le había llamado la atención había sido
ver que el hermano de mi padre, que también firmó, creo que como testigo o
algo así, tenía un apellido completamente distinto al de mi padre, siendo así
que ambos se parecían de cara como si fueran gemelos.

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- Seguramente eran hijos de una misma madre pero de padres diferentes


¡Pero este es un hecho sin importancia! Lo importante es saber qué es lo que
sucedió después...
- Bueno... que mi padre pasó a ser el propietario de la hacienda y que... y
que su hermano y su padre fueron reemplazados por otros dos capataces y
que... que ... después de algunos días los tres se habían ausentado. Mi padre
alegando que tenía que cumplir ciertas actividades en la ciudad y que de allí
viajaría al Beni para cerciorarse de lo que pasaba ya que hasta el momento no
había llegado ninguna noticia, y que sería bueno que mi madre les escribiera
otra carta para que él pudiera entregárselas personalmente... Ante esta
perspectiva ella escribió anunciando que se encontraba esperando un hijo y
que no perdía la esperanza de que la visitaran conociendo la noticia. Con la
certeza de que esa carta les llegaría, mi madre se la entregó.
- ¡Así que él... viajó llevándose la carta...!
- Sí, sí.
- ¿Los otros dos retornaron a la hacienda?
- No. Creo que mi madre no los volvió a ver. Más bien, ella quedó en la
misma incertidumbre de siempre, es decir, sin noticias, no llegaba ninguna
carta de sus familiares, ni de mi padre. No llegaba nada ni nadie. ¡La única que
llegó fue yo!
- ¿Tu padre no retornó hasta entonces?
- Noooo, dice que llegó cuando yo ya tenía más de un año de edad y
como mi madre se encontraba tan feliz y entretenida conmigo no se había dado
cuenta de que pasaba el tiempo. Pero al retorno de mi padre sufrió
nuevamente un dolor inconsolable, ya que él le había traído la triste y dolorosa
noticia de que su abuela y sus primos habían sido asesinados pocos días antes
de su arribo al Beni y que los asesinos se habían dado a la fuga.
- ¿No los capturaron?
- No. No había sido posible dar con ellos, creo que nunca más se supo del
asunto – “Si no hubiera sido porque te tenía a ti”, me dijo mi madre, “no sé lo
que hubiera pasado conmigo en aquel momento pues no podía concebir que
un ser humano pudiera resistir tanto dolor sin cometer un desatino” - ¿Te das
cuenta de todo lo que ella ha sufrido?

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- Me doy... cuenta... me doy cuenta de todo, le respondí sin encontrar


otras palabras. Me hallaba anonadado ante aquel relato inconcebible.
Me detuve para encender un cigarrillo y recobrar el aliento. La indignación
me dominaba, me hallaba temblando de coraje y de ira. Sandra que no se daba
cuenta del estado de ánimo en que me encontraba, proseguía hablando
mientras caminábamos.
- Como es de suponer, la noticia que le trajo mi padre le causó un impacto
tan fuerte y doloroso que no escuchaba ni ponía atención a lo que mi padre le
detallaba, tuvo que repetírsela varios días después, quería que conociera lo
que había acaecido. Le había dicho que había sido una suerte providencial el
haber llevado consigo el “Poder General” sin el cual todo se hubiera perdido.
Ese poder le había permitido tomar posesión como único heredero de todos los
bienes, tierras, ganado, etc., etc., que pertenecían a la abuela de mi madre y
que a la vez le había facultado de vender todo aquello, puesto que no existía ya
nadie que pudiera hacerse cargo. Que el dinero obtenido de todo lo vendido y
el dinero que había encontrado en un cofre dentro de la casa ya se hallaban
depositados en un Banco de los EE.UU., y parte de ese dinero en un Banco de
La Paz, que todo estaba arreglado. ¡Qué no había que temer ni preocuparse!
Y, colorín colorado esta historia ha terminado. Felizmente para mi madre todo
esto ya pertenece al pasado, al olvido. ¡Quién la ve, no se imagina todo lo que
ella ha sufrido! Tú, eres el único, el único que conoces su secreto. Tan grande
es el amor que te tengo que en tu corazón he vaciado todo lo que mi madre ha
vaciado en el mío.
Diciendo esto se afianzó sobre mi brazo.
Habíamos llegado delante de su casa.

Consulté mi reloj por hacer algo, pues no sabía qué hacer ni qué decir,
me encontraba totalmente alterado. Respiré hondo para cobrar aliento y
apenas pude articular...
- Sandra... amor... me voy...
- ¿Tan pronto? ¡Si acabamos de llegar!
- No quisiera que nos encontrara tu padre.
- ¿De dónde me saltas con eso? ¿Acaso no llegamos todos los días
juntos? ¡No tienes por qué temerle! Sé, que sabes cómo es él, pero si lo ves

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bien, no es tanto como lo juzgas. ¡Ha hecho lo indecible por mi madre! No ha


escatimado esfuerzo. Me adora. Me llama su princesa y dice que anhela para
mí un príncipe de sangre azul. ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?
- Nada. ¿Por qué?
- Me ha parecido que te he sentido temblar.
- Es un escalofrío... a lo mejor... un anuncio... de gripe... no me siento
bien.
- No quiero que te enfermes amor. Prefiero que te vayas antes que la
noche enfríe más.
Tomé sus manos entre las mías besándolas con angustia. Luego presioné
yo... el botón del timbre.
- Quiero verte entrar, le dije. Pero en realidad lo que quería era alejarme
lo antes posible. No podía resistir más...

Sandra atravesó el jardín seguida de su sirvienta que había abierto la reja


cerrándola enseguida. Antes de cruzar el umbral de la casa se dio la vuelta y
agitó su delicada mano en el aire.

Un viento de muy lejos sacudía las hojas.


La noche se descolgaba negra, oscura. Imperturbable.

Me alejé temeroso, no por miedo a él sino por miedo a mí mismo. Estaba


seguro de que algo podría suceder si en ese instante aparecía. No me
encontraba dueño de mí mismo. Me hallaba delante de algo que veía llegar
hacía tiempo...

Mis pasos se encaminaron desorientados. Sentía como si de repente me


hubieran cercenado la razón. Como si hubiera perdido las rutas de mi ser.
Como si todas las cosas regresaran hacia mí haciéndome sufrir la impotencia
del amordazado. Comprobaba que mi vida carecía de sentido. La necesidad de
que ocurriera algo inesperado me acicateaba, pero no tenía el ánimo suficiente
para esperar que ese algo sucediera. Un presentimiento desconocido confería
a los hechos diversos significados. La veracidad que los rodeaba me hacía ver
las cosas de tal manera que me hacía dudar que aquel relato podría ser tan

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sólo producto de la imaginación o de la fantasía. Sin embargo, la certeza se


hacía tan evidente que no existía un ápice que pudiera atenuar o desvirtuar lo
que tenía delante de los ojos. Estaba acorralado, reducido a la síntesis de un
laberinto. Convertido en un desecho, en una nada que giraba en la oscuridad
respirando un aire agrio bajo la impresión de estar arrastrado por un río
torrentoso sintiendo que las horas se alargaban desesperadamente y que el
espacio que tenía que recorrer se presentaba oscuro sin dejarme pensar ni
discurrir sobre el rumbo que debía proseguir para evitar que la vorágine que
amenazaba destruirme me absorbiera sumergiéndome hasta el fondo de un
horrible caos. Aquel secreto al silenciarme me impedía tomar una resolución en
medio de aquellos hechos que se presentaban tan evidentes como
abominables, haciéndome proyectar mil formas de solución sin encontrar
ninguna. Enhebraba los hechos uno tras otro. Los desparramaba. Los iba
recogiendo uno por uno llegando siempre a la misma conclusión por más
vueltas que daba. El hecho estaba allí presente y fijo llevándome a la
desesperación. Me hallaba totalmente perdido, desolado. Las calles me
miraban con ojos tan desolados como mi alma. No me era posible
convencerme que me encontraba caminando, sino más bien que estaba
clavado en un lugar desconocido donde las imágenes de las casas, de las
calles y de las plazas circulaban precipitadamente y que los postes de luz
derramaban sobre la turbiedad del suelo su poca claridad formando charcos
amarillentos que no podía sortear. El viento fustigaba mi cara produciendo una
incongruente sonoridad como si se vaciara en medio de la calle dejando
grandes y oscuros huecos, y como si barriera las hojas secas acumuladas
formando remolinos de palabras inaudibles en las esquinas.
Me sentía como extraviado en una borrasca desatada en una noche que
carecía de visibilidad y en la que zozobraban las figuras de Sandra y de su
madre sin que pudiera alcanzarlas... Me habían cortado los brazos, mis pies se
hundían. Descascarada mi alma flotaba a la deriva... como un corcho.
No encontraba un asidero que me pudiera sostener. Temía caer.
La brusca frenada de un auto rozando el borde de la acera de aquella
precipitada pendiente, me devolvió el aliento. La puerta del auto se abrió,
aunque no estaba seguro de que se hubiera abierto ni que el auto estuviera allí.
- ¡Luis Alberto, sube!, me pareció escuchar.

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Esa voz me reanimó. Hice un esfuerzo supremo y me senté a su lado.


- ¡Que cara la que te gastas! ¡Juraría que te has peleado con Sandra!
- Ni lo imagines, la amo más que nunca...
El ruido del motor me devolvía a la realidad.
- ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué haces por aquí? Volví a hundirme, no sabía
en qué lugar me encontraba ni qué hacía por allí.
- ¿Tú? Atiné a balbucir.
-Vine acompañando a una amiga que vive por estos extramuros.
- ¿Y Eduardo?
- Se quedó en El Prado comentando con los amigos sobre la tragedia.
- ¿Comentando...? ¿Sobre... la tragedia...?
- Sí, hace horas que todos se ocupan del accidente que ha causado la
muerte del Primer Mandatario. No me vas a decir que no te has enterado. ¿En
qué mundo vives? Tú siempre en las nubes... perdido en tus sueños. No miras
la realidad de las cosas.
- ¿Te has propuesto regañarme Gringa?
- Necesitas que se te regañe. Eres demasiado ido demasiado romántico.
Parecería que no pertenecieras a nuestra época. Vives de ensoñación. No
vives la vida.
- ¿Y tú? ¿La vives?
- ¿Me lo preguntas? ¿Acaso no encuentras la diferencia que existe entre
ustedes dos y nosotros dos? Eduardo es como yo. Positivo. Real. De carne y
hueso...
- Sandra y yo también somos iguales a nuestro modo y somos muy
felices.
- No dudo que lo sean, sé que se aman. Pero dejando a Sandra a un lado.
El que me preocupa eres tú.
- ¿Yo? ¿Por qué?
- Porque eres un muchacho inteligente, estudioso y sin embargo eres un
frustrado.
- Todos somos unos frustrados. No soy una excepción. Y, ¿qué es lo que
te hace suponer que yo sea un frustrado? ¿Podrías decírmelo?

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- No es cuestión de decírtelo. Sino de charlar largo y con calma. Y


lamentablemente, estamos ya delante de tu casa y Eduardo me espera.
Salvo... que quisieras venir a dar una vuelta con nosotros.
- No Gringa. No. Prefiero quedarme. Charlaremos en otra oportunidad.
Ahora, déjame darte las gracias por haberme traído, sin tu ayuda no sé cómo
hubiera llegado. Eres una maravillosa amiga. Amiga en la acepción cabal de la
palabra.
- No te digo que no, realmente soy amiga cuando lo soy. Por eso anhelo
Luis Alberto que te sacudas. Que bajes de las nubes. A ti te hace falta algo
que te golpee... y que te haga cambiar. ¡Tienes que ver la vida tal como es y
vivirla como la vivo yo!
- Si en este instante, yo fuera tú... ¡Podría decir lo mismo que acabas de
decir!
- Estás confirmando el concepto que tengo de ti. ¿Ya ves? No piensas en
lo que eres tú, sólo piensas en lo que serías si tú fueras yo. Piensa en lo que
eres tú. Sé tú... Y ahora te dejo. ¡Ah! Me olvidaba. Mañana tenemos un día
plenamente nuestro. Todo va a estar cerrado, es duelo nacional. Así que
tenemos que programar algo para pasarlo bien... Voy a ponerme de acuerdo
con Eduardo y les comunicaremos. ¿Ok?
-Ok, Gringa. Le dije. Y la miré partir.
Moviendo la cabeza pensativo repetía en silencio sus palabras: “Te hace
falta algo que te golpee y que te haga cambiar”. Si ella supiera que yo estoy
totalmente cambiado, que ya no soy el mismo. ¡El mismo que era hace unas
pocas horas antes! ¡Si supiera que estoy peor que golpeado! “Algo que te
golpee y te haga cambiar” repetí nuevamente.

Sería absurdo que me muestre tal como soy ahora. Más bien, tengo que
aparentar que sigo siendo el mismo que era. Aunque estoy convencido que ya
no soy el mismo ¡Que contrasentidos encierra la vida!
¡Quién podría imaginar que aquella historia que me había contado Sandra
hubiera alterado mi manera de ser y mi naturaleza interior! He dejado de ser el
que creía ser antes de conocer aquello que Sandra ha depositado en mi
corazón como si depositara en una tumba.
Reduciéndome a un muerto.

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¡No!
¡Aún tengo vida!

El “Loco” se ha alegrado muchísimo y me ha dado su aprobación y sus


parabienes cuando le he manifestado que quiero especializarme en la materia
que él enseña. Sabe que soy un alumno aventajado y estudioso...

A mi padre
esta determinación no lo convence pero respeta mis ideas y no le agrada
interferir en mis decisiones. “Derecho Penal. Criminología”. Ha repetido
moviendo la cabeza como tratando de convencerme sin lograr convencerme.

Eduardo
piensa que estoy cometiendo un desatino.

La gringa
categóricamente me ha dicho que es un absurdo. Que he dado un traspié.
Derecho Civil, Derecho Administrativo. ¡Pero Derecho Penal, no entiendo en lo
que te has metido!

Sandra
es la única que no me hace objeción. Que me acepta como soy. Como lo
que anhelo ser. Simplemente me quiere con toda su alma. ¡Y espera con ansia
que me titule para que podamos casarnos!

He tomado tan en serio mis estudios que algunas noches el sueño me


abandona dejando su lugar al desvelo que me hace escudriñar textos y textos.

-Te perfilas brillante – me ha dicho el “Loco” - ¡Y para que él lo diga!


El es el penalista más competente que tenemos en el país.
Es un cráneo. ¡No hay quién lo equipare! El ha de ser el que encamine
mis pasos y mi vida hacia lo que pretendo arribar...

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Ojalá que el padre de Sandra no se entere de que estoy


especializándome en Criminología. No ha de tener la oportunidad. Sandra
nunca le habla de mí.

El ritmo de mi vida no ha variado. ¿Por qué habría de variar? El que yo ya


no sea el mismo no quiere decir que todo tiene que cambiar, ni que todos
tengan que darse cuenta de que yo ya no soy el mismo. En los bailonguitos y
en las fiestas sigo siendo el de siempre, alegre y entusiasta.

Me molesta tener que llevar careta pero no me queda otra alternativa.


Entre estas y otras circunstancias han pasado varios meses. Para ser
exactos cinco meses a partir de la caída del helicóptero y... ¡Zas! otro golpe en
la nuca. No en la mía. En la del país. Parecería que la idiosincrasia de nuestro
pueblo fuera la traición. Concretamente hablando parecería ser un atributo de
los que nos gobiernan, pues el “artífice de las traiciones” acaba de dar un
alevoso golpe para adueñarse del poder enviando a otro presidente al exilio,
por suerte, sólo al exilio. Y el Petizo va diciendo lo que otros callan por temor a
las represalias... va diciendo que aún no está acarado el asunto del helicóptero
y que ahora ya nadie ha de intentar ponerlo en claro porque los que pretenden
hacerlo van a ser silenciados definitivamente.
- Está bien que comentes con nosotros, pero hay que tener cuidado.
- Hace días que ha desaparecido el hermano del Chino por haber hecho
un comentario parecido.
- Y no olvides que están silenciando a muchos. Han asesinado a un líder
campesino y su muerte está quedando en el misterio.
Pero el Petizo es temerario y a los pocos días nos informa y a la vez nos
pregunta:
- ¿No se han dado cuenta que el “artífice de las traiciones” de tanto
traicionar ya se traiciona a sí mismo? ¿Y que conociendo sus entretelas
desconfía de ellas? ¿Y que por eso cuando dice “SI” es “NO” y que cuando
dice “NO” es “SI”?
Dice que está tratando de despistarse a sí mismo.
Al oír aquello soltamos la carcajada todos al mismo tiempo.

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- Aunque les cause hilaridad les estoy hablando en serio. Es triste que al
actuar de esa manera tan ridícula esté precipitando al país a un caos
espantoso. Pues dijo: “No voy a nacionalizar el petróleo” y zas lo nacionalizó a
las cuarenta y ocho horas. ¿Les parece razonable? ¡Y la que está armando! El
pánico ha cundido. La economía del país está por los suelos. El público retira
sus depósitos de los Bancos y compra dólares y dólares. Hay una fuga de
capitales que da miedo. Nos encontramos en una vorágine incontenible.
- Lo sabemos ¿Y “el artífice” qué hace?
- No sabe dónde está parado ni sabe hacia dónde camina.
- Pero si dice que su gobierno va hacia la ultra-izquierda...
- Sin embargo sus sayones y sus secuaces, los Alfa 66 y los otros de tipo
fascista, son de la ultra-derecha y esos también están cometiendo toda clase
de atropellos.
- Por eso dicen de él “que no sabe dónde comienza su marxismo ni dónde
termina su nacionalismo.”
- Y como si todo esto fuera poco, formula declaraciones a la prensa
extranjera sobre tal o cual hecho afirmando categóricamente... y al día
subsiguiente formula sobre esos mismos hechos su desmentido categórico. ¡Es
un pobre diablo!
- Pero peligroso...
- Saben lo qué dicen el él?
- Nooo...
El petizo nos sopla al oído el adjetivo.
- Mejor no lo repitas. ¡Te pueden silenciar! Está terrible la situación...
- Sí, está terrible. ¿Acaso no han sabido que ha sido también asesinado
ese periodista del M.N.R. en su oficina de trabajo en los días de carnaval...? Y
ese crimen, está quedando en el misterio...
- ¡Aaaah! Pero el más impresionante ha sido ese horrible crimen que ha
sacudido a toda la ciudadanía ocasionado por un lindo paquete de regalo en
cuyo interior había una bomba de tiempo que hizo volar en pedazos a uno de
los más destacados periodistas y propietario de uno de los diarios locales de
más prestigio y a su distinguida esposa.
- ¡Eso sí que no tiene nombre! ¡Nunca han sucedido cosas semejantes!

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- Y este macabro hecho está quedando también en el misterio sin que sea
posible aclararlo...
- Por todo esto y por lo que sucederá todavía... tenemos que andar con
cuidado...

Ludovico y la Chinita se casan el domingo.


Mientras bailamos en la fiesta de la boda, Sandra cariñosamente me
susurra al oído:
- Nosotros también podríamos casarnos. A Ludovico le falta el mismo
tiempo que a ti para obtener su Licenciatura.
- Que casualidad en este instante estaba pensando lo mismo. ¿Por qué
no sondeas discretamente a tu padre esgrimiendo el argumento de Ludovico y
la Chinita?
- Lo haré “discretamente”... Quiero saber qué me va a responder.
- ¡Eres adorable, amor, eres genial!
- Nuestra ilusión seguía el ritmo de la música y ambos bailábamos
alegremente esperanzados.

Sandra me pidió que la esperara hoy, a esta hora, en este su local


favorito, y en esta mesa que por casualidad la encontré desocupada.
Mientras la espero fumo un cigarrillo y termino una taza de café a
pequeños sorbos.

Se sentó frente a mí y nos miramos en los ojos.


- ¿Qué te pasa mi amor? ¿Por qué llegas con esa carita tan triste?
- Anoche durante la cena he comentado “discretamente” como habíamos
convenido sobre la boda de Ludovico...
- ¿Y qué respondió tu padre?
- Nada. ¡Nada! Ni una palabra. Cambió de tema como si no me hubiera
escuchado.
- ¡Entonces! ¿Por qué tu carita tan triste?
- ¡Aaaaay! Porque esta mañana al desayunar nos dijo: “Prepárense para
salir. Tenemos que ir a que nos tomen las fotografías para los pasaportes. El

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Gobierno me ha encomendado una misión en España y esta es una linda


oportunidad para que ustedes también conozcan ese país” - ¿Qué me dices?
Quedé callado como buscando algo qué decir sin encontrarlo. La fatalidad
se había hecho presente. Mi voluntad estaba hecha añicos. Mi vida estaba allí
como si hubiera dejado de ser mía.
-¿Qué se van a servir? – preguntó el mozo.
-Un café.
-¿Y usted?
- Lo mismo.
- ¿Está tu mamá conforme con este viaje?
- ¡Más que conforme! ¡Está dichosa! ¿Te imaginas lo que significa un viaje
a Europa? Yo también me sentiría feliz, pero me duele el alma tener que
dejarte. No quisiera separarme de ti ni un solo día...
Un sorbo de café apaga el sollozo en su garganta.
- ¿Por cuánto tiempo... se van?
- Creo que por un par de meses, nada más. Pero para mí significan toda
una eternidad.
- Yo sólo de escucharte ya estoy muriendo de dolor... dos meses, tienes
razón... una eternidad... ¡Estoy seguro que este viaje es sólo un pretexto de tu
padre para separarnos! ¡No creo que tal misión exista!
- No pienses mal amor...
- ¡Que casualidad! Que anoche le hables de la Chinita y de Ludovico y
hoy decida el viaje.
- Quizá tengas algo de razón, pero su viaje ya estaba decidido, no así el
nuestro. Anoche recién lo ha resuelto. Solamente él tenía que viajar. Hace
algunos días lo escuché decir que iba a comprar el material escolar para todo
el país.
- ¡Ah! de modo que es él...
Y me quedé cortado.
- ¿Qué querías decir?
- Nada
- ¿Cómo nada si comenzaste la frase?
- Nada de importancia amor.

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(Había quedado cortado porque me vino a la memoria lo que se


escuchaba comentar sobre aquella compra de material escolar en España en el
sentido de que era un negociado turbio).
- Quería decirte que el motivo del viaje carece de importancia. Es la
separación la que nos afecta y nos duele. Me duele separarme de ti.
- ¿Y tú crees que a mí me agrada dejarte? Estoy deshecha. Destrozada.
Sus ojos se humedecieron.
La angustia estaba esparcida sobre la mesa como una mancha oscura
que nos unía y nos distanciaba. La pena delante de nuestros ojos crecía como
un muro infranqueable. La presencia de nuestro amor se convertía en tragedia
ante la desesperación de saber que nada quedaba por hacer. Nos hallábamos
enfrentados a un mundo de negatividad que bruscamente nos separaba.
- ¿Me escribirás? – le pregunté y al pronunciar esas dos palabras
cruzaron delante de mis ojos aquellas cartas que había escrito su madre al
Beni y que nunca llegaron a su destino... ¿Cómo podría prevenirla sin herir sus
sentimientos?
- ¡Ni deberías preguntarme! – me respondió. Sabes que sólo nuestras
cartas nos servirán de consuelo mientras dure nuestra separación.

- Lo sé, amor. Sé que las cartas serán lo único que nos una... pero...
temo...
- ¿Qué temes amor... qué temes?
- Sabes que tu padre no me quiere.
- Lo sé.
- ¿No crees que él pudiera oponerse a que me escribas? Has aludido a
nuestro cariño mencionando la boda de Ludovico y ya ves en unas pocas horas
ha dispuesto un viaje, mejor no le demos motivo, procura franquear
personalmente tus cartas no se las des a él... que no se entere que me
escribes.
- ¡Ay, Luis Alberto, Luis Alberto...! Si no te conociera, si no te quisiera
como te quiero creería que dudas de la corrección de mi padre. No creo que
interfiera mis cartas. Si tú trataras de conocerlo más a fondo, estoy segura que
pensarías en distinta forma. El que él sea rudo y hosco, es punto aparte.

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- Sandra amor mío, no ha sido mi intención herir tus sentimientos, te


ruego que me perdones. ¡El que sea hosco y rudo es punto aparte! Lo sé muy
bien... lo sé...
No quise insistir sobre el asunto.
- ¿Para cuándo han fijado la fecha del viaje?
- En tres días alzamos vuelo. Mi padre nos dijo que esta noche él tendrá
todo listo. Nos queda sólo el tiempo necesario para preparar las valijas.
-¡Tan pronto! ¿Tan pronto te vas...? ¡Me quedaré vacío de ti! Le dije con
angustia y con vehemencia.
- Mi corazón quedará contigo eternamente. No quedarás vacío.
- ¡Eternamente!, respondí como un eco.
- No te pongas así Luis Alberto, la pena nos hiere a los dos.
- A los dos... – repetí nuevamente como un eco.
Un silencio dolido parecía envolvernos.
Yo pensaba en sus cartas que nunca me llegarían y era tan hondo mi
dolor que creo que Sandra lo presintió porque me dijo:
- No quiero contrariarte en lo más mínimo antes de separarnos, he de
franquear las cartas personalmente amor como tú me lo pides. ¿Estás
conforme?
- Sandra, amor mío, eres tan comprensiva y eres tan buena que no
encuentro palabras para expresarte lo que quiero decir. Nuevamente te pido
que me perdones, no ha sido mi intención herir tus sentimientos. ¡Sandra, eres
única, única y adorable!
Nuestras miradas se encontraron. Sobre la mesa quedaron nuestras
manos estrechamente unidas.
- ¿Quieres otro café?
- Te acepto
Sorbo a sorbo bebimos lentamente nuestra negra tristeza.

En tanto que – él, en el aeropuerto – se ocupaba de presentar los


pasaportes y hacer pesar las maletas, tuve la maravillosa oportunidad de
compartir fugaces instantes con la madre de Sandra que se encontraba
charlando con la de la Gringa y con otra amiga más. Al verme vino hacia mí. Yo
fui hacia ella.

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- ¡Te la voy a traer pronto! ¡No desesperes!


Me había dicho con voz ahogada por la pena. Parecía que le faltaba el
aliento. Se habían desprendido sus palabras como sílabas cautivas para
posarse sobre mi desolado ser. Me abrazó con fuerza. Mi alma sintió su
lacerada alma. Me besó en las mejillas. No pude articular ni una palabra.
- ¡Te la voy a traer pronto!
Había repetido al alejarse. Fue tan fugaz aquel momento que la miré
como algo que había estado allí y se borraba.
Como si me abandonara una luz repentina. Sentía el vacío que
desplazaba su figura al alejarse...
Se desgarró mi vida en el instante que Sandra se desprendió de mis
brazos. Sus imprecisos ojos color de agua, color de viento, color de espera, se
licuaban en la profundidad acuosa de un abismo hondo... Me atravesaba el
dolor sin poder definir lo que presentía.
- Luis Alberto no seas tan tontín dos meses vuelan, dijo la Gringa al
arrancarla de mis brazos. Creí que temblaba su voz, pero en sus facciones el
optimismo sonreía.

Los altoparlantes anunciaban la salida de los pasajeros.


Su padre se había acercado a ellas conformando un grupo.
Se despidieron cerca de la puerta de salida.
Yo quedé rezagado mirando con los ojos vacíos y las seguí mirando a
través de los grandes cristales de un ventanal. El viento del Altiplano ululando
cruzaba por la pista del aeropuerto agitando la vestimenta de los pasajeros que
abordaban la gigantesca nave de “Iberia”.
Sandra, antes de perderse en su interior y como era habitual en ella, se
dio la vuelta moviendo su diminuta mano en un gesto de adiós que se perdió
como temblando en el temblor del viento que frío recorría por la pista del
aeropuerto. Yo sentía aquel frío y temblaba... temblaba de temor...

Minutos después la nave se convirtió en un punto que se perdió en la


inmensidad.
Ya no están... ya no... se han ido... murmuró el silencio en mis oídos.

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- ¡Ánimo Luis Alberto! No es para tanto, decía Eduardo, dos meses pasan
como una exhalación, eres demasiado sentimental.
- Ximena viene con nosotros. Su madre y la mía se van juntas.
- ¡Vamos! que la “cucaracha” nos espera.
Los cuatro tomamos asiento dentro de ella.
- ¡Qué feliz Sandra, la envidio – dijo la Gringa.
- Yo también la envidio – respondió Ximena.
- En cambio yo tengo el pálpito que alzaré muy pronto también el vuelo,
dijo Eduardo.
La presencia de Ximena en el sitio de Sandra me lastimaba.
-Alas y buen viento, si quieres te dejamos desde ya en el aeropuerto.
-¡Ya te voy a ver en el momento preciso! Vas a estar toda compungida
como Luis Alberto.
- Yo no tengo su carácter. No soy tan sentimental. El es... ¿Qué eres Luis
Alberto?
- ¡Ay no lo frieguen tanto!, dijo Ximena.
- Déjalos que hablen. Sé como son. Todos los días me hacen lo mismo.
- No puedes negar que la amas a Sandra con el alma.
- “Unos quieren con el alma, otros con el corazón, yo solita te he querido,
alma vida y corazón...” – canta a voz en cuello la Gringa. Celebramos aquella
inesperada salida.
-No es así la canción. ¡Yo se las voy a cantar como es! Y Eduardo
comenzó con su tono zumbón: “Unos quieren con el alma, otros con el corazón,
yo solito te he querido sin camisa y sin calzón...”
Una carcajada general estalló dentro de la “cucaracha”.
- Apuesto que Luis Alberto ni siquiera ha sonreído...
-Por favor... Déjenlo en paz, no lo mortifiquen tanto, intervino nuevamente
Ximena.
-No es por mortificarlo, aclaró la Gringa, él lo sabe muy bien que es para
infundirle coraje ¡Coraje! Es demasiado sentimental. Vive soñando y los
sueños, sueños son. No son para esta época. ¿Es así o no es así, Luis
Alberto?
-Sí Gringa, es así. Soy muy sentimental. Pero coraje ¡coraje! no me falta.

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- Tienes razón – comentó Ximena que se había constituido en mi


defensora – las dos cosas pueden ir juntas, existen hombres corajudos que sin
embargo pueden llorar como niños y ser muy sentimentales. Todo depende del
temperamento de cada uno.
- Lo que es yo... ¡Cuidado! ¡Cuidado! Casi nos mandas al infierno.
¡Manejas como si fueras dueña de la carretera...!
- Y no se olviden que hace poco perdió la vida el primo de la Negrita por
aquí cerca, rodaron todos al fondo. Todavía están en la clínica los que iban con
él. Y a su chica, que estaba a su lado la han tenido que llevar a los EE.UU. muy
grave. Creo que corre el riesgo de perder las piernas.
- No hablen de cosas tristes. Les invito a comer unas salteñas ma-ca-un-
das...
Contra mi voluntad fui el primero en decir... Acepto.
- Las de la Plaza Abaroa son buenas, dijo Ximena.
No vamos a ir ahí. ¡Hemos descubierto un sitio con la Gringa en el que las
preparan...!
- Para relamerse los dedos – completó la Gringa – Son riquísimas ya las
van a saborear. ¡Vamos! – al decirlo puso el pie en el acelerador.
- ¡Cuidado Gringa que nos dejes con el antojo de las salteñas...!

- ¡Por fin... había pasado aquel día...!


Me sentía agobiado teniendo que aparentar indiferencia.

A la hora de la cena, en mi casa, mi madre nos servía la sopa y no pudo


contener la pregunta:
- ¿Y? ¿Se han ido?
- Sí. Se han ido... se han ido... - al decirlo sentí un vacío inmenso.
- Pero no les han hecho ninguna despedida. No he visto nada en el
“social” de “El Diario” ¿Tal vez han publicado en otro periódico?
- Ha sido un viaje muy precipitado. No ha dado lugar a ninguna fiesta de
despedida. Su padre va con una misión del Gobierno.
- Mayor razón...
- ¿Con una misión del Gobierno? – preguntó mi padre.

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- Eso es lo que escuché decir. Creo que va a España a comprar el


material escolar para toda la República.
- Buen negocio. Buen negocio.
- Di más bien buen negociado. Sí, de lo único que se ocupan es de hacer
negociados estos desgraciados que asaltan el gobierno. Por algo pelean tanto
por subir al poder. No me van a decir que es por patriotismo. Pues el país les
importa un bledo. Lo único que hace es llenarse los bolsillos... y
- Mirando por otro lado – cortó mi padre desviando delicadamente el tema
que había pescado al vuelo mi madre – No se puede negar que este gobierno
ha tenido la mejor intención al nacionalizar el petróleo...
- Sin embargo ha ocasionado un desbarajuste económico tremendo del
que no sabemos cómo ni cuándo vamos a salir, comenté.
- Falta de previsión... Es difícil luchar contra el capitalismo extranjero...
Vamos a tener días muy difíciles y como lo acabas de decir, nos encontramos
en un desbarajuste económico tremendo.
- Antes que me olvide. Ha telefoneado la Eloisita para decir que van a
venir esta noche. Que su marido quiere hacerte una consulta muy importante y
que está seguro que sólo tú podrás aconsejarle, no solamente por tus
conocimientos y experiencia, sino también porque está convencido que eres
cien por ciento un amigo leal y sincero.
- Ellos también son buenos amigos nuestros.
- Les he preparado para esta noche esa rica torta de almendras que tanto
les gusta. Espero que no tardarán en llegar.

En tanto que mi padre departe en su escritorio con el esposo de Doña


Eloisita y ésta con mi madre se entregan a un interminable bla bla, yo dejo caer
mi aniquilada estructura sobre la cama. No podía resistir por más tiempo todo
aquel cúmulo de horas de fingir tranquilidad teniendo el alma deshecha...
Pronto me hundí en la pesada sombra sin pesares del sueño liberándome
de todas mis angustias.

La situación del país y la mía eran idénticas.


Me encuentro desorientado. Abrumado por la precipitación tan brusca de
los acontecimientos. Sin saber dónde piso ni por dónde camino. Zarandeado.

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Desconcertado. Sin poder comprender el motivo del rumbo que tomaban las
cosas. Pienso en Sandra y en su madre. Me hallo involucrado a sus vidas. En
esas vidas que se encuentran a merced de un tipo sin escrúpulos que llegó
hasta el crimen por lograr su desmedida ambición...
¡Que situación la del país! ¡Que situación la mía!
Los traspiés del gobierno sumergen a la ciudadanía en un remolino de
inquietudes.
En cambio yo vislumbro la claridad cuando me llegan aquellas pocas
líneas escritas en el avión. Se establecía un puente de palabras trayéndome su
amor y su recuerdo. La sentí segura de sí. Llena de ternura. De candor cuando
dice: “A que no te imaginas en qué lugar del avión te escribo estas líneas... He
observado que uno de los pasajeros ha entregado una carta a la azafata y esto
me ha hecho pensar en la posibilidad de escribirte. ¿Dónde? ¡No importa! Pero
lejos de los ojos de mi padre. La voy a entregar a la azafata en el momento
oportuno... Mi pensamiento está lleno de ti. Cuida mi corazón, te lo he dejado...
Mi madre sabe que te estoy escribiendo, te envía su cariñoso recuerdo. (es mi
cómplice). Te amo. Te beso con el alma... Sandra”.
Me encuentro reconfortado en medio de mi tristeza.
Después de algunos días en una larga y detallada carta me relata lo que
sus ojos captan: “Estamos deslumbrados: el aeropuerto... la gran ciudad... el
soberbio Palacio Real... La Plaza Mayor... las Fuentes de Cíbeles y de
Neptuno... la Plaza de la Almería... la Puerta del Sol... las Iglesias de San
Francisco El Grande y la de San Antonio de la Florida con los frescos de Goya
a quien tú tanto admiras... las tiendas... el gentío... Nos sacamos fotos en todos
los sitios más pintorescos...”.
Describe maravillosamente.
“El hotel es regio... la comida deliciosa... en el menú elijo algo que me
recuerde las horas que pasamos juntos con la Gringa, Eduardo, tú y yo en
nuestro restaurante preferido... he saboreado una paella que tanto te gusta... y
unas langostas como las que allí las preparan... Quisiera escribirte todos los
días pero es materialmente imposible hacerlo... estamos de un lado a otro.
Admirando... comprando... ¡que feliz me sentiría si estuvieras a mi lado...”.
“Hoy se fue mi padre a cumplir su misión específica, antes de salir nos
dijo que teníamos que cambiar de hotel porque se había dado cuenta que éste

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le quedaba muy lejos de sus actividades... nos aconsejó que dedicáramos el


tiempo de su ausencia a pasear y a comprar por los alrededores sin alejarnos
mucho... Pero nosotros aprovechamos de su ausencia para escribir, mamá a la
madre de la Gringa y alguna otra amiga... yo solamente al amor de mi vida...
esta carta la voy a echar a un buzón de la calle para estar cien por ciento
segura que te llegará. No la voy a dejar en la recepción del hotel... No me
respondas a esta carta porque como te digo vamos a cambiar de dirección...
¡Ojalá recibas estas líneas, en ellas te envío la esencia de mi amor... Te amo...
te amo... te beso con toda la fuerza de mi ser...”.
Me alegró mucho comprobar que Sandra cumplía con lo que le había
pedido respecto al franqueo de las cartas. Después de un largo espacio de
tiempo recibí otra carta en la que me decía: “He empezado a contar los días
que me faltan para volver a tu lado...” Luego de vaciar su corazón y sus
sentimientos que me llenaban de emoción y felicidad concluía diciendo:
“Tampoco podrás enviar tu respuesta a la dirección de este hotel porque uno
de los señores que está involucrado en los asuntos de mi padre le había
aconsejado otro al cual creo que él mismo nos va a conducir... Me muero por
recibir noticias tuyas pero este deambular de hotel en hotel se interpone... Sé
que estás pensando constantemente en mí como yo vivo pendiente de tu
amor... de nuestro gran amor incomparable... Al pasear por la Ciudad
Universitaria he pensado en forma especial en ti, me hubiera gustado verte
estudiando allí, es grandiosa...Hemos dejado para la próxima ocasión la visita
al Museo del Prado... Hemos admirado ayer los edificios modernos de los
ministerios y el Palacio de Comunicaciones... de todo llevo fotografías... Te
amo... te amo y te beso con el alma...”.
Yo también me encontraba apenado de no poder escribirle, pero a la vez
me sentía aliviado ya que en esta forma quedaba descartada la posibilidad de
que su padre pudiera interferir mis cartas, pero no dejaba de intrigarme ese
continuo cambio de hoteles. Me parecía una estrategia para evitar que nos
pongamos en comunicación, él es muy ducho en el “juego de cartas”... Lo que
me conformaba era que Sandra no dejaba de enviarme sus noticias. Esto me
tranquilizaba y comencé también a contar los días que faltaban para su retorno.
Se confirmaba lo que me habían dicho la Gringa y Eduardo, dos meses pasan

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como una exhalación. Y como sus cartas eran tan detalladas yo la seguía paso
a paso en ese ir y venir.
- ¡Sube Luis Alberto! ¡Sube rápido pues el “paco” me hace señas que no
debo parar en este sitio!
Subí velozmente a la “cucaracha” y partimos antes de que el “paco”
tuviera tiempo de tomar el número del vehículo. Me acomodé en el asiento.
Cada vez que ocupaba mi sitio y veía vacío el de Sandra... se me erizaba el
alma y una angustia indescriptible me dominaba... apoderándose de mí...
totalmente.
- Gracias Luis Alberto, me has hecho ganar una apuesta.
- ¿Cómo así?
- Pues te hemos buscado por todos lados, incluso hemos telefoneado a tu
casa y le dije a Eduardo, te apuesto diez pesos que lo encontraremos en el
correo y ya vez... aquí te hemos encontrado.
- ¿No quisieras que te traigamos tu cama al correo para que así te quedes
en forma permanente esperando las cartas de tu bien amada? me preguntó
con su tono burlón Eduardo. Le respondí:
- Si estuviera seguro de recibir cartas todos los días, te aceptaría.
- ¿Creen ustedes que Sandra ha viajado sólo para escribir cartas? Debe
faltarle ojos y tiempo para ver y admirar todo lo...
- Si se tratara de otro país sería comprensible – interrumpió Eduardo -
¡Pero... España! Lo único que encontrará son toros y curas. Cornadas y
sablazos. Eso debe heder a sacristía y a mojigatería. Pero mejor no hablemos
de cosas desagradables pues los curas me revuelven el estómago.
- Bueno. Cambiando de tema... ¿Me pueden decir por qué me han
buscado tanto?
- Porque te has, nos hemos comprometido a asistir a la inauguración de la
obra pictórica del hermano de Pablito y como no está Sandra para hacerte
recuerdo de tus compromisos... ¡No me dirás que no te has olvidado!
- Para ser franco te diré que me he olvidado.
- No me llama la atención. A vos hay que bajarte de las nubes
constantemente.
- ¡No exageres!

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- ¿Y sabes que después de la exposición tenemos que ir a casa de María


Helena? ¿ O también te has olvidado que hoy es su cumpleaños?
- También lo he olvidado.
- Te lo he dicho cien veces que eres un caso perdido y te vuelvo a repetir
que eres un raro espécimen – me dijo Eduardo.
- Yo sé a qué se debe la cuestión de tu ser.
- ¿A qué? – pregunté.
- Esta vez... a la última carta que has recibido hace tres o cuatro días,
porque la madre de Sandra le escribió a la mía diciéndole que han decidido
prologar su estadía en España. Que van a hacer un recorrido turístico por
algunas regiones, creo que primero van a visitar el Museo del Prado y el
Escorial y que después van a proseguir por Ávila, Burgos, Segovia y otros
lugares hasta llegar a Irún. - ¿Te lo dijo Sandra?
- Sí. Me comunicó exactamente lo que acabas de decir. Además me dice
que su padre se había hecho íntimo de un conde y que no cabía dentro de su
camisa ser amigo de tan gran personaje. Que en el concepto de Sandra el tal
conde era un sofisticado y un megalómano, pues la noche que cenaron con él
sólo había hablado de tierras y pertenencias que tenía por aquí y por allá, de
los viñedos que poseía en el sur y de sus astilleros que se encontraban no sé
en qué lugar. Que era un pedante y un bla bla como la mayoría de los
españoles y que lo que más le había disgustado había sido la invitación que les
hizo para recorrer varios lugares del norte de España donde poseía la mayor
parte de sus propiedades entre las cuales incluía un viejo castillo de sus
mayores y que el padre de Sandra había aceptado gustosísimo hacer ese
recorrido.
- Perdona que te interrumpa. La madre de Sandra le dice a la mía en su
carta que el conde es un hombre fino, agradable, un hombre de mundo atento y
obsequioso pues al dejarlas en la puerta del hotel al regresar de la cena había
puesto en manos de cada una de ellas un bello ramo de flores...
- Me contó el asunto de los ramos de flores y me recalcó que es un
pedante y pegajoso.
- No hay duda que cada cual mira por sus propios ojos – comentó
Eduardo – y según los míos – prosiguió – no existen españoles finos ni
distinguidos pues los que pululan por estos lados son casi todos unos brutos,

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mal hablados y angurrientos y no creo que el título de conde le cambie la


sustancia.
- De todos modos a mí se me ha hecho detestable pues si no hubiera
interferido con su presencia éste sería el momento en que estarían de regreso.
En tanto... ¡Ahora sólo Dios sabe cuándo retornarán...!
- Y si como dicen se van hasta Irún no vaya a ser que crucen la frontera
con Francia y luego las tiente dar un aseo por algunos países de Europa.
- En ese caso ya no me encontrarían.
- ¿Por qué?
- Porque me moriría de nostalgia.
- Di más concretamente que te morirías de amor.
- Da lo mismo. El caso es que me moriría.
- Bueno. Date por muerto hermano. Nosotros nos vamos a encargar de
hacerte un entierro... ¡Como te lo mereces!
- Perverso! – dijo la Gringa.

La exposición fue inaugurada con un rotundo éxito. Se hallaban presentes


personalidades representativas del arte nacional y de la prensa. Los amigos
hacíamos bulto. El más entusiasta era el Flaco que elogiaba los temas, el
colorido, la técnica, la escuela...

Una vez en la calle nos anunció que tenía proyectado exponer sus
pinturas en forma privada, en su casa y solamente para sus amigos.
- ¡Así que también vos pintas, Flaco!
- No lo sabíamos.
- El día que nos invites estaremos todos a admirar tu obra.
- Y haces bien en presentarla en privado.
- ¿Por qué?
- Porque nosotros, “tus amigos” tenemos que darte el espaldarazo.
- A media noche.
- A la luz de las estrellas.
- Y con todos los ritos.

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La fiesta de cumpleaños de María Helena fue grandiosa. Le habíamos


obsequiado los del grupo una bonita fuente de plata con nuestras firmas
grabadas. Se sintió halagada. Fue un alegre bailongo con gran orquesta.
El dolor de mi alma no asomaba a mi rostro pero me desgarraba por
dentro. Bailaba indistintamente con cualquiera de las chiquillas, pero me sentía
tan vacío, tan deprimido, tan solo, que no me daba cuenta que quien bailaba
pese a que mantenía mi habitual cortesía, mi entusiasmo, mi alegría.
- ¿Me prestas a tu Gringa? - le pregunté a Eduardo.
- Te la regalo.
- ¡Cuidado te arrepientas!
Nos fuimos bailando la Gringa y yo. Tenía necesidad de hablar con ella,
era la única persona que más o menos me comprendía y me alentaba.
- Has dado en el quid al decir que la causa de mi ser estriba en la carta
que recibí de Sandra. Ese recorrido no me convence. Siempre he desconfiado
de mi primer impulso, pero esta vez la incertidumbre me tiene dando vueltas en
la niebla. Me siento perdido.
- Comprendo lo que te pasa. Yo también me había hecho la ilusión que
llegarían a fin de este mes, pero se les ha presentado una oportunidad
inesperada.
- Lo sé Gringa, lo sé... pero, mi alma gira en un vértigo de angustia.
- No te dejes vencer por el pesimismo. Te aseguro que Sandra está, no te
diré feliz, pero llenando sus ojos de tantas cosas nuevas. No me gusta verte así
Luis Alberto. No es para tanto.
- Es que las circunstancias se han impuesto en tal forma que todo se ha
hecho diferente. Me siento ante un mundo de negatividad.
- No puedes decir eso, pues ella es para ti todo lo contrario, es tu ilusión,
tu esperanza, es la realidad de tu vida.
- ¡Ay! es que ahora la siento como si la hubiera perdido.
- Son unos pocos días los que te separan de ella. ¡Que manera de
atormentarte! Cuando retorne todo será distinto.
- Eso es lo que temo.
- ¿Qué quieres decir con esto?
- Yo mismo no lo sé. Pero intuyo algo incomprensible.
- No pienses en cosas que no tienen razón de ser.

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- Sé que eres muy buena conmigo Gringa. Que intentas darme ánimo. No
quisiera que me tomes muy en serio. ¿Crees que alguien se pueda morir la
víspera?
- ¡Que pregunta la tuya! ¿La víspera de qué?
- De algo que está en el aire y que se palpa. De algo que todavía no está
escrito.
- Aunque no capto lo que quieres decir, si no está escrito no tienes por
qué preocuparte.
- ¿Y si ya estuviera escrito?
- Dime, Luis Alberto, ¿estás en tus cabales? ¿Qué has tomado?
- Estoy endrogado. Endrogado de dolor. ¡Quisiera ir a España!
- ¿A qué? ¿Qué harías allí?
- No sé. Pero algo me dice que debo ir. Que Sandra me necesita.
- Está visto que la amas con locura. No es normal lo que te pasa.
- Lo sé. No es normal. Soy la estructura de un laberinto del que no podré
salir jamás. ¡Ah! Si pudiera volar a su lado. ¡Si pudiera viajar a España!
- Supongamos que vayas. ¿Dónde la encontrarías?
- Este es mi problema. ¿Dónde la encontraría?
- En este momento están seguramente en pleno recorrido. No sabemos
en qué lugar. Si estuvieran haciendo un “tour” con alguna compañía de
turismo... quién sabe se pudiera ubicarla. Pero ellos están haciendo un
recorrido por tantos lugares... en el auto particular de un conde del que no
conocemos ni su nombre. ¿te das cuenta?
- Me doy cuenta Gringa de lo absurdo de mi pretensión, de lo absurdo de
mi intento. Por eso me abstuve de consultar a Eduardo de mi proyecto de
viajar. ¡Se hubiera burlado de mí!
- No Luis Alberto, Eduardo no se hubiera burlado. Te hubiera hecho ver
las cosas como son en realidad, como te las hago ver yo. Lo que pasa es que
Eduardo y tú son completamente diferentes. Tú tienes pasta de poeta. Eres un
romántico. No eres para esta época. En cambio Eduardo es positivo. Tú,
dramatizas las cosas. El las recibe como llegan, sin inmutarse.
- No dramatizo, Gringa las veo como son... y nada más...
- El temor prima en ti.

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- El temor que piensas que prima en mí, es el resultado del conocimiento


de la realidad. Quisiera que mi alma fuera transparente para que pudieras ver
todo lo que allí dentro gira llevándome a la angustia... Quisiera que puedas ver
lo que guardo y escondo allí adentro.
- Todos guardamos en lo íntimo de nosotros lo que es solamente nuestro.
- Yo guardo lo que no es mío pero que lo considero mío. No puedo
pretender que me comprendas porque yo mismo no puedo comprenderme. ¡No
me tomes en serio! Vamos a servirnos un cóctel, tengo sed. ¿Qué puedo
hacer?
- Vivir el momento presente. Yo no vivo el futuro. Lo que tiene que venir
que venga. No me hago problemas por lo que podría suceder...
- Yo no puedo decir lo mismo. A mí me aterra lo que está por llegar...
- No te metas absurdos en la cabeza. ¡Que amor eres cuando estás
alegre! En cambio ahora... ¿Sabes lo que me provoca?
- No sé.
- ¡Pegarte! ¡Necesitas una paliza para que abras los ojos a la realidad!
- ¿Eso más? ¿Una paliza? ¡No seas tan cruel Gringa! Vamos a tomar
nuestro cóctel...
- Antes de olvidarme quiero decirte que puedes estar seguro que durante
el recorrido no van a escribir cartas. Resígnate a recibir sólo tarjetas. Un
recorrido así no les va a dejar tiempo...

Efectivamente una que otra tarjeta me hace conocer el itinerario que


habían emprendido los viajeros... Después aquel espacio que nos separa
agranda con un largo silencio...

El país se hundía más y más en un caos de incertidumbre conducido por


el inepto gobernante que tan pronto afirmaba a la prensa extranjera que “el
sistema económico se basaría en la propiedad estatal”... con la “eliminación
total de la propiedad privada”... “que los medios de producción estarían en
manos del Estado”... “Que se ´nacionalizarían´ el comercio exterior... la banca...
la industria”... Para luego desmentir ipso facto todas estas afirmaciones.
Un absurdo “decreto sobre la prensa” trajo mayores contratiempos al
orden establecido rompiendo el ritmo de la prensa escrita... No pocos

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periodistas se pronunciaron a favor de la cooperativización de varios periódicos


que algunos exaltados habían sugerido.
Los obreros se reunían en el Cuarto Congreso de la Central Obrera
utilizando el Palacio Legislativo para sus deliberaciones, habiendo arrancado
de la testera del hemiciclo la magna figura del Padre de la Patria poniendo en
su lugar la de un líder soviético...
Todo este acontecer político repercutía en el estudiantado. Los
universitarios y aún varios profesores daban más énfasis a los problemas del
momento que a sus deberes específicos de estudio y disciplina. Se hablaba de
revolución... de huelga... de guerrillas...

Como era habitual en mi casa, como todos los domingos, aquel domingo
mi padre leía en su sillón los diarios de la mañana. Mi madre había ido a misa.
Yo me aprestaba a salir a dar mi paseo por “El Prado” donde nos reuníamos
los amigos...
- ¡Hijo! No quiero que la noticia te sorprenda en la calle. Lee. - me dijo mi
padre señalando con el índice el lugar en que se hallaba impresa la noticia en
la página del periódico que me extendía.
Leí.
Una interjección se trizó entre mis labios que temblaron de ira y antes que
mi padre pudiera decirme algo, y en lugar de salir por la puerta de salida como
lo tenía previsto, subí a grandes zancadas la escalinata. Llegué a mi habitación
y dando un fuerte portazo quedé encerrado en ella.
Volví a leer. Quería convencerme de lo que había leído.
Mis pensamientos quemaban, tenían un color incandescente... Me
arranqué la corbata que me asfixiaba y no pudiendo destrozar con mis manos a
los que me habían destruido, descargué contra las recias paredes de la
habitación la furia de mi violencia agresiva, logrando sólo... lastimar mis puños.
Tambaleante quedé unos instantes después de haberme desquiciado
como un energúmeno. Caí sobre la cama quedando extendido mirando el cielo
raso de la habitación como un idiota.
Después
oculté la cara entre las manos y lloré desesperadamente como un niño.

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Lloré... Lloré hasta quedar rendido hundido en la nada, liberado del peso
de la vida. Sumergido en un pesado sueño.

No me había dado cuenta que mi hermana Luz María y Norman habían


almorzado con mis padres aquel domingo como otros domingos.
Tampoco me había dado cuenta que aquella tarde, como otras tardes, mi
madre jugaba con algunas amigas una mano de rummy, ni que mi padre daba
jaque mate a su mejor amigo en su habitual partida de ajedrez.
No había sentido que aquella noche, después que las visitas se hubieron
ido de la casa... mis dos viejos se habían quedado en vela, atisbando con
cuidado para ver si seguía durmiendo o si algo me había sucedido...
No había apercibido que un nuevo día había amanecido. Quedé tan
aplastado, tan rendido por aquel duro golpe que sólo desperté pasado el medio
día.

¡Qué horrible pesadilla! dije al abrir los ojos.


Me incorporé.
No había sido una pesadilla. La hoja del periódico sobre el suelo como las
alas extendidas de un pájaro muerto, confirmaban la realidad de lo que había
sucedido, se me cortó el aliento y el correr de la sangre en mis venas...
Me parecía extraño e imposible que unas pocas palabras impresas o
escritas pudieran poseer el poder de matarme el alma....
¿Qué es lo que había sucedido realmente?
Me encontraba sumido bajo la claridad abismal sobre las ruinas de un
amor sin nombre... La desdicha lo había devastado todo... Mi vida se había
convertido en una llaga imposible de cicatrizar... Me sentía abrumado,
aplastado, pisoteado... Devorado por una ansiedad inexplicable que me llevaba
a la conclusión... de que el amor era algo que lo tomaba todo o todo lo perdía...
yo... lo había perdido todo. El recuerdo penetraba en lo vivo destruyendo mi
mente. Creía enloquecer... La luz indefinible de la razón me hacía desvariar...
No podía convencerme de la veracidad de aquella pocas frases que había
leído.
Me encontraba limitado por las circunstancias. Buscando sin saber lo que
buscaba. Hablando en el vacío sabiendo que nadie me escuchaba. Sin poder

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dar sentido a todo aquello que carecía de sentido... Mis palabras caminaban a
tientas... suplicantes... mordiendo la amargura de la decepción.
Pasaban los instantes como ráfagas flagelando mi alma... Instantes que
me enseñaban la ciencia de sufrir...
No sabía qué hacer. Quedé sentado al borde de la cama mirando el suelo
sin sentir que el tiempo transcurría. Escuché los pasos de mi padre y me puse
de pie peinando con mis dedos el desorden que cubría mi mente y mi cabeza.
Discretamente llamó con los nudillos en la puerta y me encontró de pie.
Puso sus manos sobre mis hombros y me miró en los ojos, yo me miré en
los suyos. Nos abrazamos fuertemente. En silencio. Al desprender sus brazos
de los míos, me dijo:
- ¡Has madurado! La vida es dura. Te ha golpeado. Te ha dado ya... ¡Su
espaldarazo! La vida nos golpea a cada instante y nos enseña a templar el
alma. Nosotros, los que nacimos en esta inmensa hoyada rodeada de
montañas tenemos más profundo el sentimiento... y más grande el corazón...
Consultó su reloj.
- Eduardo ha telefoneado, quiere charlar contigo. En una media hora ha
de estar por aquí. Recuerda que nada ha sucedido. Hay que aprender a llorar
por dentro.
Tienes treinta minutos para alistarte. Estás hecho un desastre. Apúrate.
No tardará en llegar. Al salir cerró la puerta tras de sí y me dejó.
Me di una ligera ablución, me afeité, me cambié de ropa.

Descendí lentamente. Mi madre daba su visto bueno a la mesa. La besé


en la frente. Sonaba el timbre. No cruzamos palabra.
Eduardo entró y saludó a mi madre.
- ¿Quieres tomar una taza de té con nosotros? ¿o prefieres café? le
preguntó.
- Gracias señora. Le acepto un café.
- Yo también café, mamá.
- Les voy a convidar unas riquísimas empanadas que acaban de salir del
horno. Llámalo a tu padre que está en su escritorio, me dijo.
Elogiamos las ricas empanadas.

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-La receta me la dio la tía Panchita y resultaron buenas. Sírvanse, van a


salir otras más del horno...
Charlamos sobre los últimos acontecimientos políticos... y después
salimos Eduardo y yo a dar una vuelta.

En la calle, Eduardo me observó con sorpresa. Dio unos pasos hacia


atrás y me miró plegando sus pupilas.
- ¿Eres tú? – me preguntó.
- No – le respondí – No soy yo. Luis Alberto ha muerto.
- ¡Ya me lo imaginaba!, dijo con su tono zumbón. Todos hemos coincidido
en que te has muerto. Leímos la noticia. No fuiste a la universidad. Nadie se
atrevió a llamar a tu casa. Todos creíamos que ya estabas muerto. No sé quién
dijo: apuesto que se ha tomado un frasco de barbitúricos... Alguien te vio
colgado de tu corbata con la lengua afuera. No faltó quién quería apostar que
te habías abierto las venas sumergido en la bañadera. Yo pensé que te habías
plantado un tiro y creo que escuché la detonación. El Flaco fue el único que
dijo: Luis Alberto ha de afrontar con valor esta noticia.
Y ahora que te veo tan tranquilo que no me queda otra cosa que
felicitarte, pese a la mala noticia. Has caído de las nubes hermano... por fin...
por fin... Hubiera querido que te viera la Gringa.
- Si quieres, pasaremos por su casa.
- Está en Sucre – me respondió.
- ¿En Sucre? ¿Estas hablando en serio? - pregunté desconcertado.
- Estoy hablando en serio.
- ¿Por qué ha viajado tan precipitadamente? ¿Qué ha sucedido? ¡Si el
sábado estábamos juntos...!
- Nada especial. El sábado después de haberte dejado en tu casa, la
Gringa y yo nos fuimos a la suya, ella sabía que Ximena y su mamá, que sabes
que son sus parientes... cenaban allí esa noche. Entre charla y charla Ximena y
su madre la animaban a viajar con ellas a Sucre, ambas se iban el domingo. La
Gringa estaba indecisa entre ir... y no ir...
El domingo por la mañana, cuando yo estaba todavía durmiendo, me
llamó desde el aeropuerto para despedirse pues se había animado a viajar, el
avión iba a salir en unos minutos más... me dijo que enviaría muy pronto sus

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noticias, le respondí que le deseaba un buen viaje. Y es seguro que en este


momento ya se halla en la “capital aristocrática” gozando de su agradable
clima. Esto es todo.
- ¿Sabía la noticia? – le pregunté intrigado.
- Tal vez... quizá... no sé... No hemos hablado del asunto. Ella estaba muy
apurada, yo no sabía nada del asunto, me encontraba medio dormido... creo
que le oí decir que no tenía valor para quedarse en La Paz...
(Pero la Gringa había leído la noticia).
Eduardo había dicho la verdad, pues él, no estaba enterado en aquel
momento que la Gringa había viajado porque no tenía valor para encontrarse
conmigo. Eduardo lo supo después, yo, llegué a saberlo años más tarde.

Seguimos caminando.
Eduardo retomando el tema, me decía:
- Lo que ha sucedido, tenía que suceder de un momento a otro. Es
necesario tener en cuenta varios factores decisivos. Los vamos a analizar con
calma, fríamente, ahora que te veo tan dueño de ti mismo.
El, no sospechaba que yo me mantenía de pie con gran esfuerzo pues
estaba para derrumbarme... y siguió diciendo:
- Primero vamos a considerar el factor familia. Sandra y su madre son dos
personas encantadoras, yo las quiero mucho. ¡Pero su padre...! ¡Es un gran
porquería! No quisiera tenerlo por suegro, ni que me paguen... A ti, no te
quiere, lo sabes mejor que yo. ¡Ni siquiera te ha permitido visitar su casa! Ha
dejado que Sandra juguetee contigo hasta el momento preciso, es decir, hasta
conseguir algo mejor para su hija. No quiero desmerecer tus cualidades, Luis
Alberto, esta no es mi intención, tú me conoces pero para ese cholo que no
sabe qué hacer con tanto dinero, un estudiante y más concretamente un
“penalista”, no llenaban sus aspiraciones, al contrario...
- ¿Qué tiene que ver en esto el que yo me especialice en criminología? –
le pregunté inquieto... no sabiendo adónde iba.
- Piensa, hermano, que con ese título no te pones a la altura de un
“príncipe azul” según su ambición, y ahora que se le ha presentado la
oportunidad, con el dinero que tiene le ha comprado un ¡Conde! Además,
puedes estar seguro que no te hubiera dejado casarte con Sandra ¡Jamás!

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- Su madre nos hubiera ayudado.


-Su madre.. su madre... ¿Qué hubiera podido hacer ella que no tiene ni
voz ni voto? ¡Ni siquiera tiene familia! Si debe ser una “cambita de la selva”
linda por cierto, que ese cholo en sus andanzas se la habrá encontrado... que
la ha vestido, la ha refinado a punta de dinero, la ha cubierto de joyas, le ha
comprado una gran casa... y ahí la tienes... ¡Hecha una gran dama! ¡Y no cabe
duda que es una gran dama! ¿Y que aventaja a muchas! ¡Y que sabe
comportarse como tal! Las “cambitas” del oriente tienen un sentido de
asimilación y de superación muy grande...

¡Me dolía el concepto falso que Eduardo expresaba de la madre de


Sandra! ¡Tenía ganas de contarle la verdad! Pero me encontraba ligado a la
promesa que le había hecho a Sandra... Me hallaba anonadado, me sentía
desfallecer, las rodillas me flaqueaban... Me detuve para disimular... Busqué
mis cigarrillos. Encendí uno y me di cuenta que mis manos temblaban... Inhalé
con fuerza. Eché una bocanada de humo para cobrar aliento y desvié sus
palabras.
- Lo que no entiendo es... ¿Por qué Sandra no me hizo saber que se iba a
casar? ¿Por qué me lo ocultó?
- La genética, hermano, la genética... Sandra lleva en las venas la sangre
hipócrita y ambiciosa de su padre.
- ¡Sandra es sincera! ¡Me amaba!
- Hasta ahí nomás, hermano, hasta ahí... no más... Entre un conde y tú...
la ambición ha sido más fuerte.
- ¡No creo!
- Tienes la prueba...
- Sigo sin creer.
- La verás cuando retorne.
- ¡No! ¡No la veré! No volveré a verla nunca más en mi vida. ¡Te lo juro!
Quisiera irme lejos donde no vuelva a saber de ella. Quiero olvidarla. Sé que
me va a costar... Sólo yéndome lejos podré olvidarla. Pero... tengo que hablar
con ella unos minutos para que me libere de una promesa que le hice.

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- ¿Nada más que para eso? ¿Estás seguro que para... nada más?
¿Estás... seguro que para eso... no más? – me había preguntado con su tono
zumbón y con determinada malicia.
- ¡Estoy seguro que para eso y para nada más! ¡No te imaginas lo que es
la desilusión...! ¡Y cómo duele! ¡No te imaginas lo decepcionado que me
encuentro! Yo había puesto en ella toda la ilusión de mi vida... Todo lo que
soy... Todo lo que llegaría a ser... ¡Es terrible la decepción! ¡Sandra era todo
para mí...! Todo... ¡Todo! ¿Me entiendes? ¡Ay! Creo que una prostituta hubiera
sido más leal. He perdido la fe en el amor. Te juro que no volveré a amar ni a
confiar en mujer alguna. ¡Te lo juro! He perdido la fe en la vida... Soy un
renegado de mí mismo. ¡Quisiera irme lejos... lejos...! Sin embargo, hay
momentos en que preferiría quedarme... hasta lograr la meta que me he
propuesto... el día que llegue a ser penalista... las cosas cambiarían...
- Hasta ahora no entiendo el por qué de ese tu empecinamiento en
hacerte pe-ne-lis-ta. No sé que pulga te ha picado. Yo no podía decirle el
motivo que me acicateaba, pero hallé una salida y le respondí:
- Es lo mismo que yo no entendía cuando tú optaste por Finanzas en el
momento en que habíamos convenido estudiar “Leyes”. ¿Quién puede
entender lo que sucede dentro de cada uno? ¿Quién? ¿Quién tiene el alma
abierta de par en par? ¿Acaso no hay siempre algo oculto en los profundos
pliegues de nuestro ser que ni nosotros mismos lo entendemos? Y si lo
entendemos, lo guardamos, porque es solamente nuestro... y de nadie más.
¡Ah! Si pudiéramos mirar el alma de cada persona... ¡Qué sorpresas... nos
esperarían! Todos llevamos una careta ¿No crees?
- Creo que esta vez tienes razón.
- ¿Y no crees que sería interesante arrancar la máscara a quién menos lo
espera?
No me respondió. Se hizo un silencio entre Eduardo y yo. No sé en lo que
él pensaba... sólo sabía yo que mis pensamientos ardían.

Al día siguiente
como de costumbre, con Eduardo, tomamos el camino de la universidad.
Esta vez, la careta la llevaba yo. ¡Y bien puesta! Nadie podía sospechar lo que
pasaba dentro de mí... ni lo que mi mente maquinaba...

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Los amigos sabían que me encontraba golpeado por la decepción pero,


cuando me vieron jovial como acostumbraba serlo y charlando de todo menos
de aquello que me había sucedido no se animaron a hacer ningún comentario.
Además otros problemas bullían dentro de la universidad. Mil rumores
absorbían la atención de los universitarios. Se hablaba de una posible huelga...
de la gestación de un nuevo brote guerrillero... de cambios realizables, no sólo
en las estructuras, sino en los sistemas y métodos que regían el ciclo
universitario... se proponían reformas radicales pues la nueva mentalidad de
las juventudes menguaba la capacidad de los catedráticos... Se hablaba de una
revolución universitaria... surgían diferentes problemas...

En cambio,
yo me había propuesto estudiar con ahínco. No sólo para olvidar la
tragedia que me consumía retorciendo mi alma hasta sacarle el soplo de la
vida, sino para alcanzar la capacidad que necesitaba para denunciar al asesino
y arrancarle la máscara detrás de la cual ocultaba sus crímenes.
Charlaba con el “Loco” con tal vehemencia y entusiasmo que él mismo no
podía comprender ni sospechar los móviles que estimulaban mi entusiasmo por
el estudio.

Pero mis fuerzas ya no daban más... Esperaba ese fin de semana como
algo liberador para cobrar el impulso que necesitaba para seguir viviendo. Me
encontraba agobiado.

El viernes por la mañana


en el camino hacia la universidad yo le avisaba a Eduardo que tenía un
trabajo abrumador antes que él me propusiera algún programa de diversión
que no me sentía capaz de aceptar. En verdad, lo que anhelaba era
encerrarme en mi soledad esos dos días para dar rienda suelta a lo que hora
tras hora se iba acumulando en lo íntimo de mi ser, mordiéndome el alma.
Interrogando mi ansiedad. Midiendo los minutos de mi desesperación.
Sacudiendo mi mente con ideas torturadoras y absurdas. Palpando el
desenlace impresentido en el que el dolor me había trabado, como si hubiera
tropezado en mi camino con un abismo en cuyo fondo se habían hundido mis

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sueños. Mi pasado y mi futuro se habían convertido en una sola sílaba


inconsistente. El tiempo se iba quedando en un espacio haciendo funcionar mi
cabeza como una película cuyo argumento en suspenso esperaba el final que
el “Loco” me impulsaría... a darle.

El viernes por la tarde


salíamos de la universidad como siempre charlando y comentando un
tema u otro, formando pequeños o grandes grupos que se desintegraban en la
calle tomando diferentes direcciones.
El Flaco a grandes zancadas vino a darnos encuentro extendiendo los
brazos como para atajarnos.
Nos detuvo diciendo:
- Esperemos aquí hasta que lleguen todos los del “grupo”.
- ¿Qué te propones? - le preguntaron.
- Quiero llevarlos a mi casa. Los invito a inaugurar mi exposición de
pintura como lo habíamos convenido. ¿Se acuerdan? ¡Ya está lista!
Llegaban los que faltaban. Yo urdía un pretexto para no ir. El Flaco nos
dijo:
- Quiero que ustedes sean los primeros que me acompañen en este
momento... tan significativo para mi... pues... es... la iniciación... de mis
anhelos... largamente soñados... quiero que ustedes participen conmigo esta
emoción que... me embarga...
- ¡Macanudo tu exordio, Flaco! – le dijo el Petizo riendo
- No podemos dejar de acompañarte - ¿Qué dicen ustedes?
- Estamos de acuerdo.
- Vamos.
- Vamos.
- ¡Ay Flaco! Tienes que perdonarme, no puedo ir hoy – arriesgué.
- ¿Cómo me vas a hacer esto Luis Alberto, tú sabes cuánto te estimo?
- Sí ché, no puedes hacerle eso al Flaco. Tienes que aceptar.
- Pero...
- No hay pero que valga dijo el Rabito fastidiado.
- Eduardo sabe que tengo un trabajo abrumador.

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- Es cierto – afirmó Eduardo – pero tienes dos días por delante para
trabajar.
- No te hagas el interesante.
- Ni que te lleváramos al matadero...
Todos estaban en contra mía.
- Bueno, vamos, vamos Flaco y conste que lo hago por ti.
- Gracias, hermano – me respondió pasándome su brazo por el hombro.
El Flaco se encontraba feliz viéndose rodeado de los del “grupo”.
- ¿Y el Ñato? - preguntó alguien.
- Nos va a dar encuentro, replicó el Flaco.
Su casa se hallaba ubicada a poca distancia de la universidad, de modo
que nos fuimos caminando, charlando, riendo. Al llegar, el Flaco presionó el
timbre. Nosotros tratábamos de hacer el menor barullo posible.
La sirvienta abrió la puerta.
- Pasen – dijo el Flaco y ordenó a la sirvienta:
- Tiene que venir alguien más... estaremos en mi estudio.
- ¿Y tus papás? – había preguntado el Petizo.
- No están. Se han ido a cenar invitados por mi tío. Nos han dejado la
casa libre. Pasen de frente.
Atravesamos el hall y cruzamos el umbral que se abría sobre un pequeño
anexo recién terminado de construir.
- Este es mi estudio, pasen. Adentro.
- ¡Qué lindo estudio Flaco!
- ¡Y que bellos cuadros!
- Nunca nos has dicho que te dedicabas al arte en esta forma...
- A ver miren este lago.
- ¡Y estas montañas!
- Y esta cara de indio tan expresiva.
Los comentarios. Las exclamaciones llenaban el estudio.

- ¡Y a estos dos de dónde te los has sacado – le preguntó Eduardo


señalando con el pulgar hacia atrás – dimos vuelta la cabeza el Flaco y yo que
nos encontrábamos juntos.
- Acaban de llegar con el Ñato – dijo el Flaco.

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- ¿Qué son? ¿Hippies? – insistió Eduardo.


- Dice que son universitarios brasileros que han venido a tomar datos
sobre las diferentes razas de nuestro país para preparar su tesis de
antropología.
Juan Carlos con todo entusiasmo se acercó al Flaco aconsejándole:
- Estás perdiendo el tiempo Flaco estudiando Leyes, deberías dedicarte al
arte. Tienes pasta. ¡Tienes madera!
- Mis padres quieren que obtenga mi título de abogado y no quiero
defraudarlos.
- Tu porvenir está en el arte.
- Tiene razón Juan Carlos, afirmó el Microbio.
- Maravillosos son tus cuadros hermano – le decía el Ñato – los brasileros
están asombrados por el colorido. ¡La cara del indio les ha llamado la atención!
- Ninguno de nosotros hubiera pensado que fueras tan magnífico artista.
- Tus cuadros son de una belleza extraordinario. Me fascinan esos
montes nevados.
- ¡Qué pinceladas las del ocaso sobre el Altiplano!
- Flaco, ¡esta maravilla tenemos que festejarla con un brindis!
- Sí... sí – dijo el Flaco acercándose al umbral de la puerta llamando por
su nombre a la sirvienta y volviendo hacia nosotros, dijo, pasen a esa salita, allí
vamos a brindar.
Dejamos el estudio ingresando a la habitación contigua.
- ¡Caramba! Flaco, a vos sí que te tratan como a un rey... ¡Que bella
discoteca...!
- No tanto, respondió el Flaco confundido sin saber qué decir.

En el centro había una mesa más pequeña que grande. Alrededor de la


sala un largo asiento, que comenzaba a un costado de la entrada y seguía
pegado a la pared circundando toda la habitación. En un ángulo y alterando la
continuidad de ese asiento, se podía observar un moderno tocadiscos y un
mueble especial donde más de un centenar de discos se alineaban
ordenadamente.
La sirvienta hacía su aparición en ese instante portando un azafate donde
el color apetitoso de los cócteles llenaba las copas.

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Cada uno levantó la suya y el Petizo ofreció el brindis. Seguidamente el


Flaco sacó un disco al azar y lo colocó para hacernos escuchar algo de música.
La sirvienta había retornado con grandes fuentes llenas de bocadillos
dejándolas sobre la mesa.
Una manga de langostas pasó sobre las fuentes...
El Flaco la volvió a llamar. Pronto apareció con nuevos bocadillos.
- Esa música la conozco... pero no recuerdo el nombre...
- Es la Sinfonía Inconclusa de Schubert.
- ¿Cómo se te ocurre Flaco poner la Sinfonía Inconclusa en la
inauguración de tus pinturas?
El Flaco quedó paralogizado.
- No le hagas caso al Petizo, está lleno de supersticiones.
- Sus antepasados eran yatiris.
- Es un talego de superchería. Un día de estos lo van a quemar en leña
verde.
- Dice que en las noches lo ven montado en una escoba.
- ¿A qué llamas escoba?
- No digas groserías.
- Y tú, no seas malpensado.
Pese a los chistes el Flaco parecía preocupado.
Después de la Sinfonía Inconclusa procedió a seleccionar música alegre.
El entusiasmo... los bocadillos... los coctelitos... la charla... habían dejado
correr el tiempo alegremente.
Los brasileros encontrábanse sacando de los bolsones que llevaban
terciados sobre sus hombros haciendo las veces de maletines de mano, unos
saquitos que contenían algo... y usando unos papelitos especiales liaban
cigarrillos.
- ¿Qué es? – preguntó el más curioso.
- Marihuana – respondió uno de los hippies.
- ¡¡¡Marihuana!!! – exclamamos casi todos al mismo tiempo.
- Sí, respondió con toda naturalidad acercando el fósforo y encendiendo
tranquilamente el cigarrillo.
- A ver dame una fumadita... le pidió el Ñato.

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- No... así no... le dijo el hippie... – tienes que inhalar con fuerza y
profundamente, así...
El Ñato intentó una segunda vez y surgió el alboroto.
- ¡A mí también dame una fumadita...!
- A mí... a mí...
- ¿Y a mí?
- A mi pueeees...
Yo, hubiera pedido probablemente una, sino hubiera sido por los fuertes
golpes dados a la puerta, por el sonido del timbre que parecía reventar y por
los gritos de la sirvienta que exclamaba:
- ¡¡¡Nooo!!! ¡No pueden entrar! ¡No está el caballero! ¡Es un abuso!
Todos habíamos saltado como con resorte atravesando el hall en auxilio
de la sirvienta y para evitar que irrumpieran... pero “ellos” ya estaban adentro...
- ¡Rodéenlos, que no escape ninguno! – era la orden que daba el que
dirigía el pelotón de policías que nos rodearon pistola en mano.
La sorpresa nos había dejado mudos... pero recuperamos de inmediato.
- ¿Qué significa esto?
- ¿Por qué nos rodean?
- ¿Qué crimen hemos cometido?
- Este es un abuso imperdonable.
- ¿Con qué derecho allanan este domicilio que pertenece a...
- ¡Silencio carajo! ¡Es orden superior! Salgan todos y en silencio. ¡carajo!
– Ustedes dos vayan a revisar si no hay otros ocultos – les dijo a sus dos
subalternos.
No tardaron éstos en retornar con los hippies que no salían de su
asombro ni entendían lo que sucedía.
- Por lo menos tendrán una orden escrita para este... abuso... preguntó el
Petizo.
- ¡Cállese carajo! Eso pregúntele al Jefe de Policía. ¡Ahora salgan y
rápido!
- Flaco diles que eres el sobrino del...
Un empellón cortó la frase.
El Flaco apenas había atinado a decir a la sirvienta que absorta
contemplaba aquella escena:

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- Dile a mi tía Horti que telefonee a mi papá, ella sabe dónde estáaaaa...
Otro empellón y el Flaco se encontró en la calle donde nos esperaba una
vagoneta a la que los estudiantes y el pueblo apodábamos “la perrera” pues
antes había desempeñado ese oficio. Nos hicieron subir a ella a empujones.
- ¿Si me niego a subir? – interrogó con furia Eduardo.
-¡Usaremos las armas, carajo!
No quedaba más que subir a la “perrera”.
Unos cuantos curiosos presenciaban el la calle habituados ya a
semejantes espectáculos.

Al llegar a la policía nos hicieron descender en la misma forma, es decir a


empellones. Los hippies que habían entrado los últimos ahora encabezaban la
fila. Yo había saltado junto a ellos para evitar los empellones. El Flaco que se
encontraba a mi lado, hizo otro tanto... creo que sin darse cuenta que lo hacía...
pues estaba muerto de miedo.
- “Estus carajus sun insulentes pa gritar en las calles y aquí parecen
burros asustadizos” -comentaba un policía arreándonos... En fila... En fila...
“Caraju”.
En fila entramos al despacho del Jefe de Policía que se encontraba
repantigado sobre su asiento rebasando como un hipopótamo detrás de su
escritorio.
Al mirarle la cara quedé helado de espanto. ¡Esa cara... la conozco! Y me
quedé mirándolo... como hipnotizado...
- ¡Qué mi mira carajo! ¡Siga adelante! – me gritó furioso.
Seguí como un sonámbulo hasta chocar con el hippie que me precedía. El
flaco chocó conmigo temblando como un azogado. Le oía el castañear de sus
dientes.
- Sigan... sigan... hasta que entren todos – ordenaba el sargento. El Jefe
de Policía nos pasó revista con sus ojos oblicuos que en esa cara me
aterrorizaban...
- A ver, ustedes, sus documentos – les dijo a los hippies que se
apresuraron a entregar los pasaportes que llevaban en los bolsones.
- ¿Ustedes qué hace aquí? – les preguntó...
- No sabemos, nos han traído los policías – respondió uno de ellos.

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- ¡Carajo! No les he preguntado quién los ha traído aquí... les pregunto


¿qué hacen un nuestro país?
- Estamos en plan de estudio para obtener nuestro título de Antropólogos.
- En su país acostumbrarán a comerse entre ustedes. Aquí en el nuestro
no comemos carne humana.
- Antropólogos, no antropófagos – arriesgó el hippie.
Sin querer todos nos reímos y el Jefe su poso furibundo.
- A ver... vacíen lo que llevan en esas talegas – les dijo - ¡Cabo de
guardia, ayúdelos!
Los talones del cabo de guardia chocaron y procedió a vaciar el contenido
de los bolsones sobre una mesa que se encontraba a un costado del escritorio.
- ¿Qué son esos papeles?
- Planos.
- Ajá... espías...
- No somos espías, son planos de estudio.
Los pequeños saquitos hicieron su aparición sobre la mesa incitando la
curiosidad del jefe que alargó la mano para recogerlos.
Los miró.
Los olfateó.
- ¡Aja! ¡Marihuana! – “Llámalo” al sargento de turno – ordenó al que
vaciaba los bolsones. Los talones del sargento de turno chocaron anunciando
su presencia.
- “Acompáñalos” hasta su alojamiento. “Llévate un número pa que te
ayude”, Revisen minuciosamente. Luego los traen.
Los brasileros quisieron recoger los objetos que les pertenecían entre los
cuales habían dos máquinas fotográficas. Pero el jefe los impidió diciendo que
esas máquinas “tenían que ser examinadas” y que a la vuelta se les podría
devolver.
Con la salida de los hippies la fila aflojó un tanto, esto me alivió del
temblor del Flaco que me conmovía pero que nada podía hacer por él. Además
yo también me encontraba sin saber qué pensar ni qué hacer.
- A ver el que sigue sus documentos.
Le entregué mi carnet de identidad.

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Lo leyó. Me miró. Volvió a leer con atención y con mayor atención me miró
y soltó una carcajada que me heló la sangre.
- Así que vos habías sido pues el famoso... ja... ja... ja... Su grasiento
cuerpo se sacudía. Abrió el cajón de su escritorio donde varios papeles
ocupaban una parte. Buscó entre ellos el que necesitaba. Lo leyó sin sacarlo
del cajón.
- De modo que eres el pe-na-lis-ta – Ja... ja... ja... (La palabra penalista
no figuraba en mi carnet) el famoso... ja... ja... ja... Has caído por tus propios
pies. ¡No me lo hubiera soñado! ¡Tampoco conocía estas tus nuevas
actividades... ja... ja... ja...! Estás progresando. Dejó de reir y me preguntó
usteándome:
- ¿Desde que fecha es usted drogadicto y desde qué fecha es usted
narcotraficante?
- No soy ni lo uno ni lo otro – le repuse con calma pese a que me
encontraba aterrorizado.
- ¡Carajo! Responda a mi pregunta. Le he preguntado ¿desde que
fechas?
- Si no soy ni lo uno ni lo otro... ¿cómo le voy a indicar las fechas?
- Te voy a bajar los humos... gallito... – Cabo de guardia, revíselo.
Me encontraba totalmente confundido, sin embargo me apresuré a dar
vuelta los forros de mis bolsillos hacía fuera para que viera que no llevaba nada
de lo que él suponía, reteniendo entre mis manos mi billetera, mis llaves y mis
cigarrillos.
El cabo de guardia me revisó.
- No hay nada jefe.
- ¿Qué oculta entre sus manos?
Le entregué los objetos mencionados. Olfateó los cigarrillos. Abrió mi
billetera, en ella estaba todavía la fotografía de Sandra junto a la de mis
padres. Miró las fotos y nuevamente la risa sacudió su grasiento cuerpo.
Entregó mi carnet al sargento que hacía de secretario.
- “Toma” sus datos – le dijo – Luego al cabo de guardia le ordenó – “Andá
búscalo” al “Puño”.
Los talones del cabo chocaron y salió.

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El sargento-secretario después de tomar mis datos le devolvió el carnet


que el jefe me lo arrojó junto con mi billetera en la que sólo tenía un par de
pesos. Los recogí antes que cayeran al suelo, así mismo levanté mis llaves.

El “Puño” anunció su presencia con el consabido chocar de los talones.


- “Llévatelo” a este gallito. “Apágale” los humos. Dale una buena
“sobadita” para que sepa lo que es bueno. No te extralimites “déjale” algo para
la próxima. Cuando reincida, que ha de ser muy pronto, ya sabrás lo que
haces. ¡Eso será otra cosa...!
- ¡Sígame! – me dijo el “Puño.”
Comenzaba a seguirlo y sonó el teléfono.
- Aló –
- ¿...?
- A sus órdenes señor Ministro.
- ¿...?
- Sí, señor Ministro.
- ¿...?
- No señor Ministro
- ¿...?
- No no no... No hay ningún error señor Ministro. El cuerpo del delito lo
tengo aquí sobre mi escritorio.
¡Es el tío del Flaco! ¡Qué suerte! pensé aliviado... y me quedé
escuchando la conversación..
- ¿...?
- En cumplimiento del deber y acatando órdenes nuestros agentes han
ubicado a un grupo que de momento se pensó que se trataba de un grupo
sedicioso o de guerrilleros urbanos pero que resultó ser una banda de
drogadictos y narcotraficantes que operan en contacto con elementos
extranjeros.
- ¿...?
- Si señor Ministro... sí... estoy seguro.
- ¿...?
- No. Todavía no ha presentado su declaración.

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- ¡Le he dicho que me siga! ¡carajo! – me dijo el “Puño” al darse cuenta


que me había quedado rezagado. Se puso detrás mío y de un empellón me
hizo cruzar el umbral de la oficina.
- Por este lado ¡carajo! – me dijo y otro empellón. Me llevó por ese lado.
- Entre por ese pasillo ¡carajo! – Otro empellón. Me hizo entrar por ese
pasillo.
- Avance hasta el fondo ¡carajo! – Otro empellón. Me hizo avanzar hasta
el fondo.
Yo no podía comprender por qué me daba órdenes.... y no me daba
tiempo para cumplirlas...
Un golpe en la nuca y otro en el estómago apenas me había dado tiempo
para taparme la cara en esa oscuridad que no veía a quienes me atacaban.
Y no recuerdo más...

Entretanto en la oficina...
- No todavía, no ha presentado su declaración... ¡Son muchos...! Está
bien señor Ministro.
- ¿...?
- Inmediatamente serán cumplidas sus órdenes señor Ministro. Después
de colgar el auricular había preguntado: -¿Cuál de ustedes es el sobrino de
Ministro?
El Flaco había dicho: “yo”, pero ese “yo” había salido temblando desde el
fondo de su miedo y no había podido llegar a su boca, el terror lo había
paralizado...
- ¡He preguntado cuál de ustedes es el sobrino de Ministro!
- Yo – había dicho nuevamente el Flaco, pero esta vez avanzando un
paso.
- Queda usted en libertad por orden superior. Puede retirarse.
El Flaco había avanzado. Retrocedido. Tambaleado. Y temblando de
miedo había preguntado:
- ¿Y mis amigos?
- Le he dicho que por orden superior queda usted en libertad y que puede
re-ti-tar-se - A ver, cabo de guardia acompáñelo hasta la calle - había

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ordenado, haciendo caso omiso a la pregunta del Flaco – continuó diciendo:


Que no pague la multa. Está eximido.

El Flaco no había tenido más remedio que salir.

Después había indicado al sargento-secretario: -“Toma nota” de todos


éstos y su dirección exacta para citarlos uno por uno a prestar “su declaración”.
Vos ya sabes. Que el cabo de guardia los revise antes de que se les devuelva
su carnet. Si hay algún sospechoso, ya sabes qué hacer. Que ninguno salga
sin pagar su multa. A los que no tengan con qué que los encierren hasta que
reclamen sus familiares.

Luego tomando el auricular había marcado un número en el teléfono. Se


había repantigado en su asiento comenzando una charla grosera y soez con
alguna de sus “amigas” concertando una oscura cita... empleando un lenguaje
vulgar y repugnante...

Los del grupo habían imitado mi gesto, y dando la vuelta a los forros de
los bolsillos esperaban haciendo turno hasta que les tome su filiación el
sargento-secretario.

El Flaco, una vez en la calle había esperado en vano que alguno de los
del grupo saliera libre. En vista de que ninguno aparecía había optado por
retornar a su casa. Lo había hecho caminando. No se atrevía a tomar un taxi.
Se hallaba totalmente aterrado.

Había llegado a su casa pocos minutos después de sus padres. Ellos se


encontraban todavía en el hall, de modo que al tocar el timbre, su padre le
había abierto la puerta. Había querido decirles algo, pero la voz de su madre no
se lo había permitido, ya que inmediatamente que le vio le había gritado:
- ¡Qué bien hijito! ¡Qué bien! ¡Te felicito! ¡Buena se la has hecho a tu tío!
¡Sinverguenza, desgraciado, malagradecido! ¡Buena se la has hecho a tu tío
pedazo de malentretenido! ¿Para eso tanto has rogado que se te mande hacer
un “estudio”! Y el cojudazo de tu tío te ha dado gusto diciendo: “Tiene afición

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por la pintura y por la música, hay que fomentar sus dotes”. - ¡Y ahora has
saltado con esto! Si no hubiera sido tu tío, ¿crees que te hubiéramos podido
dar todo lo que tienes? ¿Te has olvidado ya dónde vivíamos antes de que tu tío
sea Ministro? ¿Acaso el desgraciado de tu padre ganaba un centavo...?
- No tienes por qué mencionar esos detalles – había protestado el padre
del Flaco.
- Por que voy a dejar de mencionar si estoy diciendo la verdad. ¿Acaso no
es cierto? ¿Acaso has comprado esta casa? ¿Acaso no está a tu nombre y es
del ministro? ¿Acaso vos tienes algo, pedazo de muerto de hambre? No me
jales la lengua... Este desgraciado de tu hijo ha venido a remover todo este
asunto diciendo “Mis amigos son gente decente...” quiero invitarlos... son lo
mejor de la universidad... Y yo, bruta, le he creído y los decentes han resultado
ser una punta de marihuaneros... Para eso tanto gasto... coctelitos...
empanaditas... bocadillos...
- Pero mamá, déjame que te explique – había implorado el Flaco.
- ¿Qué quieres explicar? Si el jefe de policía ha dicho que tiene en sus
manos el cuerpo del delito. ¿Qué tienes que explicar?
- No han sido mis amigos...
- ¡No! Claro que no. Han sido los míos.
- No quiero decir eso... han sido los brasileros...
- ¡Claro! ¡Yo los he traído a los brasileros a mi casa!
- ¡Mamá! Por favor... déjame explicarte...
- ¡Déjalo que te explique! – intervino el padre.
- Bueno pues... a ver... A ver... ¿Cómo había sido?
- Los hippies eran los que tenían así... así... nada más que así un poquito,
le decía el Flaco indicando con sus dedos el espacio más pequeño que podía
separar el índice del pulgar.
- ¿Un poquito de qué?
- ¡De marihuana... a... – no llegó a terminar la palabra.
- ¿Ya ves? - ¡Había sido cierto lo que decía el jefe de policía! Aunque ni
tú, ni el ministro querían creerle – replicó la madre del Flaco dirigiéndose a su
marido.
El Flaco se dio cuenta que había metido la pata.

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- Así que era un poquito... Angelito inocente... ¿Hubieras querido que sea
un quintal...?
Y dirigiéndose nuevamente a su marido continuó – Podrán ustedes decir
que el jefe de policía es un sádico y un criminal capaz de cometer toda clase
de atrocidades y de hacer torturar a los que caen en sus manos, pero ustedes
no se dan cuenta. ¡Que sólo, en esa forma, está pudiendo sostener al gobierno!
Aunque se diga que el Presidente es el que lo mantiene en su cargo a ese
criminal y que está de acuerdo con él en sus sistemas de tortura. ¡Dime!
¿Acaso no se dan cuenta que sólo así se puede sostener al gobierno? ¿Sólo
acabando y limpiando el país de éstos, como lo son todos estos amigos de tu
hijo? ¡Solamente así se puede mantener la tranquilidad del país! ¿No se dan
cuenta? ¿Acaso no se dan cuenta?
El Flaco se sintió perdido, ya no tenía nada que objetar y sin poder resistir
más soltó el llanto.
- ¡Bonita cosa! ¿Ahora te vas a poner a llorar? Es lo único que faltaba
pedazo de maricón, cobarde, sinvergüenza. ¡”Agradece”, más bien, que en este
momento no te pongo de poncho todos tus cuadros y te hago volar sobre la
cabeza todos los discos!
Al decir esto se había retirado a sus habitaciones barbullando entre su
boca.
- Anda a acostarte Flaco, ya es tarde – le había dicho su padre.
- ¿Y mis amigos?
- Tu tío ha dado orden para que los dejen en libertad.
- ¿A Luis Alberto también?
- A todos... a todos... ¡Vete a dormir...!

Un baldazo de agua helada me había sacado de la inconciencia. Un dolor


agudo perforaba mi cerebro. Tenía un infierno en la nuca. Todo mi cuerpo era
una tortura astillada que se me incrustaba desde los pies hasta la punta de los
cabellos. No atinaba a aclarar el caos que me rodeaba. No podía darme cuenta
de lo que ocurría dentro de mi ser ni de lo que me rodeaba en esa oscuridad en
la que me encontraba sumido.
No podía pensar ni rememorar ni coordinar mis ideas. Todo era confusión
dentro de mi cabeza que horriblemente me dolía.

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- ¡Levántese carajo! – me dijo la punta de un zapato golpeándome un


costado.
Pensé que era una pesadilla.
- ¡Levántese le he dicho!
Esta vez el zapato o la bota pateó en forma más convincente y traté de
levantarme. Un olor nauseabundo me rodeaba. Tenía ganas de vomitar.
Haciendo un supremo esfuerzo apoyé mis manos sobre el suelo para
incorporarme pero mis manos resbalaron sobre ese pegajoso y maloliente
suelo... y caí de bruces...
- ¡El jefe ha ordenado que se lo lleven sus amigos! – dijo una voz.
- ¡”Ayudameps” a levantarlo!
Entre los dos me levantaron y me arrastraron en tal forma que sentía
como si me arrancaran los brazos y como si mis pies se quedaran aprisionados
en algo que me jalaba como si me separaran los huesos... era un solo dolor
que se alargaba como jalando de los dos extremos...
- “Andaps” a llamar a sus amigos, a lo mejor ya se han ido, yo te lo dejo,
tengo que ir a “suavizar” a otro...
Y me dejaron caer. El uno se fue en una dirección y el otro a darles el
aviso a mis amigos.
Aquellos instantes me parecieron siglos.
La desesperación me había hecho cavilar y me preguntaba a mí mismo.
¿Y si ya se han ido? ¿Y si no los han dejado que me esperen? Tenía miedo de
quedarme allí... definitivamente... tirado en ese sitio como un... perro... el miedo
me hizo arañar la pared y enderezarme... apoyado en esa pared podía
mantenerme de pie y avanzar unos pasos...Un ruido de voces me hizo pensar
que los de mi grupo se acercaban. Fue grande mi desengaño, era una nueva
“redada” que llegaba. Pero yo ya estaba de pie, esto era muy importante para
mí.
A medida que avanzaba mis pasos se empapaban no sólo del agua que
chorreaba de mi ropa sino que se anegaban de oscuridad y no podía
proseguir... quedé allí...

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Fueron los pasos de mis amigos los que llegaron hasta mí... Al mirarme
no se pudo contener el Petizo y exclamó: - ¡Te han hecho mierda!, hermano, te
han hecho mierda estos desgraciados asesinos...!
- Schiiisttt! Cuidado... te van a oír... – aconsejó uno de los del grupo.
Todos ellos me limpiaban con su pañuelo la cara, las manos, la ropa...
- ¡Eduardo! Ya ha llegado tu tío – anunció el Rabito viniendo apresurado y
Eduardo corrió tras de él.
Apoyado en dos de mis amigos pude avanzar hasta la oficina en la que
Eduardo y su tío se aprestaban a pagar la multa, todos habían dado lo que
tenían pero no cubría el total de la suma exigida. El tío de Eduardo solucionó el
problema, de lo contrario, ninguno hubiera podido salir.

Su auto estaba en la calle a poca distancia de la policía. Me colocaron


extendido en el asiento posterior. Eduardo y su tío ocuparon el de adelante.
Los del grupo se desbandaron cada cual en dirección a su casa...

El tío de Eduardo era una especie de “oveja negra” en su familia.


Era un tipo maravillosamente bueno y comprensivo siempre dispuesto a
prestar ayuda. No era la primera vez que nos sacaba de un apuro.

Indescriptible había sido la sorpresa y el dolor de mis viejos al verme


llegar en ese estado.
Ambos habían acudido a la puerta al escuchar el sonido del timbre a esas
horas de la noche.

- ¿Qué ha sucedido? ¿Qué ha pasado? – habían preguntado con el dolor


y la desesperación en sus semblantes y en sus palabras.
No pude responder a sus preguntas.
- Mi cabeza... mi cabeza... – había dicho al caer sobre el primer sillón que
tenía delante.
- Llámalo al médico – dijo mi padre y me madre se acercó al teléfono.
Eduardo los puso al tanto sin omitir detalle y recalcando las palabras del
jefe de policía que había dicho al “Puño”: “No te extralimites... `déjale` algo
para la próxima que ha de ser muy pronto...”

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- Esto quiere decir que nuevamente piensan tomarlo preso. ¡Y quién sabe
lo que maquinarán hacerle...! ¡No entiendo por qué! – había comentado el
padre.
- Yo tampoco entiendo, dijo Eduardo.
- Es sabido que el jefe de policía es un sádico y un criminal, me han
contado... decía el tío de Eduardo pero el sonido del timbre corto la frase.
El temor había paralizado a todos.
Eduardo abrió la puerta.
- ¡Qué alivio, habías sido tú!
- Has llegado con la velocidad de un rayo.
- Cuando recibí tu llamada telefónica tan angustiada – le dijo a mi madre –
me encontraba todavía vestido y realmente he venido como un rayo. ¿Qué es
lo que tiene Luis Alberto? A ver... veamos...
- Según la versión de Eduardo – dijo mi padre – lo han machucado en la
policía.
-Vamos a ver que te han hecho esos asesinos desgraciados – había
dicho el médico en tanto que se aprestaba a auscultarme y examinarme.
-La nuca... la nuca – dije.
- ¡Caramba! Le han dado un buen golpe... Creo que lo más adecuado
sería conducirlo a una clínica, no podemos dejarlo acá. Voy a charlar con un
colega que tiene una clínica particular bien atendida. ¿Dónde está el teléfono?
En tanto que él hablaba por teléfono, mi padre había subido a vestirse y
mi madre a preparar un maletín de mano con mi pijama y todo lo necesario
para el caso.
- El problema es conseguir una ambulancia – decía el médico al finalizar
su charla telefónica, es algo así como pedir “peras al olmo” pues los
encargados de ellas las usan para sus propios menesteres. Es un abuso
inaudito, pero es así.
- Lo podemos llevar en la misma forma en que lo hemos traído – intervino
Eduardo.
- Creo que sería lo más conveniente – decía mi padre – que ya vestido
para salir descendía los últimos escalones.

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- Tú quédate tranquila – le dijo el médico a mi madre – No es nada grave


pero necesita atención especial. De modo que puedes dormir tranquila. Lo
dejas en mis manos.
Mi madre agradeció sus palabras y el haber llegado tan oportunamente.
Me pareció oírla sollozar cuando cerró la puerta después de que salimos.
El médico y mi padre se fueron juntos en el auto de aquel. Eduardo y su
tío Jaime, conmigo.

Una vez en la clínica despojado de mi empapada y maloliente ropa y


presto para el examen, el médico procedió a su tarea.
Mi cuerpo ha debido presentar tal aspecto que mi padre tan ecuánime
siempre, había exclamado: “¡Qué horror! ¡Esto es un crimen!”
La inyección que previamente me habían colocado, poco a poco me iba
sumiendo en un mundo carente de dolor donde las voces se iban diluyendo
hasta perderse definitivamente.
- Verdaderamente lo han machucado. ¡Y cómo! ¡Con qué saña...! Fueron
las últimas frases que alcancé a oír...

Ese fin de semana


la intranquilidad se había apoderado de los del grupo. No habían logrado
comunicarse con Eduardo en las varias llamadas telefónicas que habían hecho
a su casa. En la mía tampoco lograron una respuesta clara.
- No han indicado a qué hora van a regresar – respondía la sirvienta.

El lunes
el Flaco había llegado temprano a la universidad, los del grupo también
estaban antes de la hora.
Eduardo, a quien todos esperaban, había llegado el último y en cuanto
llegó lo acosaron a preguntas.
El les refirió todo detalladamente.
Callados escuchaban.
El Flaco que temblaba mientras Eduardo, visiblemente conmovido,
relataba no pudo más y estalló en sollozos murmurando:
- Todo ha sido por mi culta... yo he insistido...

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- No digas eso Flaco, no puedes dejarte dominar por un complejo de


culpabilidad, todos hemos insistido.
- Es cierto, todos, y no por eso podemos sentirnos culpables, son las
circunstancias que nos rodean.
- ¡Ha sido el maldito jefe de policía!
- A nosotros nos pudo haber pasado lo mismo sin la intervención de tu tío.
- Tampoco podemos decir que el peligro ha pasado, pues nos van a citar
uno por uno a prestar nuestra “declaración”.
- ¿Declaración de qué? – preguntó el Flaco.
- No sabemos de qué se nos acusa.
- No tenemos nada en la conciencia.
- Luis Alberto tampoco tenía, siempre encuentran algo.
- ¿Y qué será de los brasileros?
- Ya deben estar en la “chirola”.
- A lo mejor ha reclamado por ellos su embajada.
- Podría ser, pero de todos modos no les van a devolver sus máquinas
fotográficas. El jefe les ha echado el ojo.
- ¡Y como la policía es un nido de asaltantes a mano armada...!
- Y el cojudazo ese ha dicho que las “tiene que revisar”.
- Es un cholo ignorante.
- Pero maldito.
- Hemos tenido mucha suerte que tu tío haya telefoneado si no...
- Lo que hasta ahora no entiendo es, ¿cómo los policías sabían que
estábamos allí?
- Los soplones, hermano, los soplones.
- ¡Aaaaah! ¡Ya sé quienes nos han denunciado – dijo el Petizo.
- ¿Quiénes? – habían preguntado a un mismo tiempo.
- Ya sé, ahora recuerdo. Al entrar a la casa del Flaco yo era el último del
grupo. El Flaco le decía a su sirvienta: “Tiene que venir alguien más”. ¿Era así
o no Flaco?
- Sí, respondió éste.
- Bueno – siguió diciendo el Petizo – yo sabía que el Ñato era el que tenía
que venir y después de haber cruzado el umbral de la puerta, y mientras todos
se dirigían al “estudio”, retrocedí hacia la calle para ver si venía el Ñato, en el

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instante que pasaban delante de la puerta y mirando hacia ella, “Los


Marqueses”, de modo que me di cara a cara con ellos.
- ¿Pasaban en sus motos?
- No. Estaban a pie. Nos miramos cara a cara.
- Qué raro que estuvieran a pie. ¿Nos habrán seguido?
- Es raro. Ellos sólo abandonan sus motos unos instantes, es decir,
irrumpen en las fiestas juveniles blandiendo sus cadenas en el aire hiriendo a
diestra y siniestra... y después huyen en sus motos.
- Pudieron habernos sorprendido blandiendo sus cadenas esos temibles
emisarios del terror de este régimen.
- ¡No creas! Sólo son valientes cuando atacan las fiestas en que hay
chicas, les gusta ultrajarlas... y como en esos casos los jóvenes las protegen
primero a ellas, no encuentran resistencia, pero.... enfrentarse a un grupo de
hombres como nosotros... ¡No se atreven! Por eso en lugar de atacarnos han
preferido denunciarnos a la policía para que ella se encargue de nosotros.
- Es incomprensible que este Presidente que nos gobierna y que se dice y
declara que su gobierno es de filiación de izquierda socialista, mantenga a
estos sayones de ultra derecha que se autodenominan “Los Marqueses” y los
“Alfa 66 “ que son subsidiarios de la liga anticomunista mundial.
- Es que nuestro gobernante es tan imbécil que no distingue la diferencia
que existe entre la izquierda y la derecha.
- O es tan astuto, que se sirve de ambas para destruir mejor a los que le
conviene.
- Lo que yo quería decir desde un comienzo y nos hemos ido por otro lado
– decía el Petizo – es que, cuando he visto a “Los Marqueses” he tenido una
tinka, una de esas corazonadas que no se sabe de dónde vienen, por eso,
cuando tú, Flaco, pusiste el disco de la Sinfonía Inconclusa, tuve la reacción
que ustedes han visto...
- ¿Quieres justificarte ante el Flaco?
-No. Sólo quiero que sepan que algo presentí, que tuve una tinka de algo
que podía suceder y sucedió.
- Y ahora, después de lo que ha su-ce-di-do y de esta charla, ¿qué te
tinka Petizo?
- ¡Qué se salve... quién pueda!

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- ¡Qué tinka tan consoladora!

En la clínica
Eduardo que desde el primer momento había estado con mis padres a mi
lado, era considerado por el personal médico y de enfermeras como miembro
de mi familia. El cartelito que había colgado en la puerta de mi habitación y que
decía “Absolutamente prohibidas las visitas”, no contaba para él.

Los primero días no había cruzado palabra conmigo pues yo me


encontraba durmiendo casi todo el tiempo bajo un estricto control de
tranquilizantes.

En el correr de los días


mi salud recuperaba asombrosamente gracias a los cuidados de aquel
médico con alma de médico que se había hecho cargo de mí.

En este mundo mercantilista en el que la gran mayoría de ellos negocian


inhumanamente con el dolor humano, era tan raro encontrar alguno con alma
de médico, sin embargo, él poseía ese don, y como a la vez era muy amigo de
mis padres, daba todo su conocimiento y su tiempo por hacerme recuperar la
salud.

La noche en que mi madre lo había llamado angustiada y que él había


llegado con la velocidad de un rayo, se había debido a que ,en el momento que
sonaba el teléfono en su casa, él entraba después de haber luchado
infructuosamente por salvar la vida de otro estudiante a quién lo habían
machucado hasta romperle los huesos tratando de arrancarle una confesión.
El, el médico conocía muy bien las cosas que pasaban en la policía, no
sólo en este gobierno, sino en regímenes anteriores llámense Control Político o
Guardianes del Orden pues desde estudiante de Medicina se había dedicado
con especial abnegación a curar a esas víctimas de la política.
La situación del país día a día se complicaba.

En la universidad

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había cobrado forma lo que hasta hacía poco tiempo sólo se rumoreaba.
Se había realizado el Primer Encuentro Nacional Extraordinario de
Juventudes Universitarias. Se había declarado al “CHE” héroe por la lucha de
la liberación. Había estallado en todas las universidades del país lo que se dio
en llamar la Revolución Universitaria. Por su parte, los estudiantes de
secundaria proclamaban la Revolución dentro de la Revolución.

Y aunque todo ese movimiento era con el fin de alcanzar mejoras en el


sistema educativo, las cosas degeneraban. Los adolescentes habían invadido
las dependencias del Ministerio de Educación, habiendo lanzado archivos y
máquinas de escribir desde los balcones de dicho Ministerio. Todo lo acaecido
ocasionaba refriegas callejeras. Hubieron varios muertos. El entierro de cada
estudiante daba lugar a nuevos actos de violencia.
Por otro lado, varios dirigentes de la Confederación Universitaria caían en
la selva donde habían formado guerrillas.
Algunos curas españoles atizaban las refriegas unas veces con la cruz en
alto, otras con la hoz y el martillo.
La juventud se hallaba totalmente convulsionada como hasta ahora no lo
había estado.

En la clínica
mis padres acababan de irse contentos porque el doctor les había hecho
entrever que me daría de alta.
Eduardo hacía dos o tres días que no había venido a verme ¡Con aquel
caos universitario no era de llamar la atención...!

Aquella noche
después que se fueron mis padres, había entrado la enfermera igual que
otras noches con la inyección del tranquilizante, al clavarme la aguja me dijo:
- Esta creo que es la última.
- ¿Por qué? – le pregunté.
- Creo que ya le van a dar de alta.
Arregló mi cama. Disminuyó la luz. Se llevó el botellón de agua que ya
estaba casi vacío y salió.

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La puerta se abrió casi inmediatamente dando paso a Eduardo que


entraba diciendo:
- Me he esfumado sin que me viera la enfermera. No quería irme antes de
verte. Mañana viajo en el primer avión. He venido a despedirme de ti, nada
más que de ti, pues nadie sabe de mi viaje, salvo mi madre.
- ¿Ni tu padre?
- El está ausente, se halla en Santa Cruz.
- ¿Dónde viajas?
- A Miami.
- ¿A Miami? ¿De un momento a otro? ¿A qué vas?
- Business... hermano... business...
- ¿Business? ¡Mayor sorpresa! –¿Tú? -¿Con negocios? ¡Háblame claro!
¡No entiendo!
- Ahora no, a mi vuelta te voy a contar todo. Ahora sólo he venido a
despedirme de ti, nada más que de ti.
- ¿Por cuánto tiempo te vas?
- Ida y vuelta, ocho días tal vez. No sé... No sé...
La enfermera entraba con el botellón de agua fresca, mirando asombrada
a Eduardo, le dijo:
- Esta ya no es hora de venir.
- Discúlpeme... es sólo un minuto – le respondió y acercándose a mí me
dijo:
- ¡Abrázame y deséame buena suerte!
Me incorporé en la cama y lo abracé con fuerza. Desde el fondo de mi
alma le dije con voz casi desfallecida...
- ¡Buena suerte, hermano, buena suerte... regresa pronto...!
Salió seguido de la enfermera. En el vano de la puerta su figura se
difuminó cubierta por el blanco uniforme de aquella.
Buena suerte... Buena suerte... Vuelve pronto... Miami... Business...
repetía vencido por el sueño producido por el tranquilizante.

Al despertar por la mañana


no podía discernir si había sido un sueño o el producto de mi imaginación,
o si había sido una realidad la visita de Eduardo a esa hora para despedirse.

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Voy a preguntarle a la enfermera, me dije.


Cuando la enfermera entró. No era la misma. La del turno de la noche no
trabajaba en el día. Era obvio. Esta, me había dicho consultando su reloj:
- En unos diez minutos retorno para acompañarlo a la sala de rayos X, le
van a sacar una radiografía.
Salté de la cama, me lavé los dientes, me di una ducha. Al retornar,
después de que me tomaron la radiografía, encontré en mi habitación a mi
padre y a Luz María.
- Te hemos traído todo lo necesario para que hoy puedas vestirte de
gente, me dijo riendo mi hermana.
Efectivamente, sobre una silla se encontraba mi impecable terno, una
camisa bien planchada, una vistosa corbata y varias prendas más. Les
agradecí.
- El doctor acaba de salir. Ha ido a ver tus radiografías. En tanto que yo
terminaba de desayunar, llegó el médico.
- ¡Las radiografías están como lo esperaba! nos dijo, y tú, Luis Alberto,
puedes decir que hoy has nacido de nuevo.
- Gracias a usted doctor, le respondí y sin poder reprimirme le dí un
abrazo.
- Di más bien gracias a Dios, dijo abrazándome con cariño, me puso –
como acostumbraba mi padre hacerlo – sus manos sobre mis hombros. Tienes
que andar con mucha prudencia. si ésta ha sido una pequeña “sobadita”, de la
segunda no te salva ni Dios.
Le agradecimos. Mi padre antes de despedirse le dijo:
- Te vamos a esperar. Tienes que venir a casa. ¡Pero no como médico! –
aclaró - ¡como el amigo de siempre!
Me parecía tan irreal retornar a mi casa después de haber vivido en la
clínica entre ser y no ser, que sentía la impresión que mi casa había dejado de
ser. No podía precisar con exactitud la extraña emoción que me producía el
darme cuenta de este detalle y del estado de ánimo que me dominaba. Tenía la
sensación de que mi casa se hubiera agrandado y al agrandarse se hubiera
producido un gran vacío.

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Almorzamos con Luz María y Norman como lo hacíamos los domingos,


sin que esta vez fuera domingo.
Animada era la charla. Se comentaban los acontecimientos de los días
anteriores.
Se hablaba de la actitud y de las actividades de los universitarios, cuya
situación me concernía directamente, sin embargo, no podía situarme entre
ellos por más esfuerzo que hacía por ubicar mi sitio en la universidad. ¡Me
sentía lejos de todos mis amigos! Como si me hubiera ido y alejado totalmente.

Pasamos al escritorio de mi padre para tomar allí el café. Con los últimos
sorbos de su taza, mi padre, empleando su tono familiar, pero esta vez con
algo de solemnidad decía, dirigiéndose a mí.
- En consejo de familia hemos decidido que debes viajar, mi querido Luis
Alberto.
- ¿Viajar? ¿A dónde?
- No te inquietes. Tienes que ver las cosas como son en realidad.
Seguramente tú, al igual que Eduardo, has debido escuchar lo que el Jefe de
Policía ha afirmado al decir “que vas a reincidir”... Esto entraña una gran
amenaza para ti. En cualquier momento se puede repetir la escena que casi te
cuesta la vida... y hay que evitarlo a cualquier precio. Como te decía, hemos
decidido que viajes, todo ya está listo, Norman ha cumplido un papel muy
importante en este asunto, él ha conseguido mediante los contactos que tiene
en los EE.UU. que a la brevedad posible hubieran enviado tu matriculación en
una Academia de Idiomas a fin de que puedas viajar como estudiante. Todos
tus papeles están en regla, tu pasaporte también, están reservados tus pasajes
en dos compañías para ver si viajas mañana o pasado mañana, lo único que
falta es...
- Justamente es la hora en que debo ir a la policía para conseguir el
“permiso de salida” – decía Norman levantándose de su asiento en actitud de
ausentarse.
- Ojalá te vaya bien Norman. “Esta es la última carta” – le había dicho mi
padre.
- No se extrañen si no regreso pronto, pues tengo que pasar por mi oficina
para ver unos asuntos. Volveré lo antes posible. Y salió. Luz María lo había

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acompañado hasta la puerta. Una vez que retornó mi hermana, mi padre


prosiguió:
- Todo depende de que Norman consiga el “permiso de salida”. En Nueva
York te esperará tu primo Fernando. ¿Te acuerdas de él?
- Claro que me acuerdo.
- El salió de Bolivia hace ya varios años.
- Recuerdo que se fue con el éxodo que durante el gobierno del M.N.R. se
llevó a un gran número de estudiantes al exterior.
- Exacto – dijo mi padre – Ahora él es allá un gran médico. El te recibirá y
te ayudará en todo lo que necesites. Ya hemos arreglado los detalles con
Fernando. Sería bueno que viajes mañana para llegar el sábado a Nueva York
a fin de no perjudicar a tu primo en los quehaceres de su profesión.
- ¿Y mi Licenciatura? ¡Me falta tan poco tiempo para obtener mi título de
Penalista! – interrumpí.
- Hay tiempo para eso... hay tiempo... mucho tiempo... Estás viajando sólo
por algunos meses... sólo mientras dure este gobierno que no tardará en caer,
pues la situación política está muy alborotada y este es el peligro, cualquier
momento te puede pasar algo como a tantos otros. Lo importante es salvar tu
vida, hijo, y el tiempo apremia.
- Sí, hijo, lo importante es salvar tu vida que está seriamente amenazada.
– Había afirmado mi madre y Luz María había corroborado. – ¿Sabes lo que
me respondió el jefe de policía cuando fui a reclamar aquella actitud que había
asumido contigo?
- ¡No! ¿Qué dijo? – con angustiada curiosidad exclamé.
- Dijo que eres un elemento peligroso, que estás fichado, que se te sigue
la pista, y que yo le agradezca por haberte encontrado con vida, porque
elementos como tú, deberían desaparecer y que si “reincidieras”, me olvidara
de haber tenido un hijo. ¡No entiendo esa saña contra ti, no entiendo! - decía mi
padre.
(Yo sí, la entendía y no podía decir ni una palabra. Estaba amordazado).
Charlamos largamente de varios pormenores, de la ropa que debía llevar,
de las valijas...
Entre tanto
Norman había regresado

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- ¿Y? ¿Le otorgaron la salida? – había sido la pregunta que recibió.


- ¡Le otorgaron! Pero vean la nota que le han puesto.
Mi padre leyó en alta voz: “No podrá reingresar al país” sin antes llenar las
formalidades y los requisitos contenidos en el artículo número tantos... del
inciso tal del código... etc, etc,...
- ¡Te están desterrando! ¡Eres un exiliado! Pero no importa. Lo esencial y
lo vital es que salgas del país... Y por favor hijo, no participes a nadie tu viaje.
Hasta no verte en el avión y que el avión levante vuelo, el peligro está latente.
- Al único que voy a llamar es a Eduardo, aunque en realidad no sé si lo
voy a encontrar. Voy a ir enseguida a preguntar por él - dije levantándome del
sillón.
Mi padre no hizo objeción porque se trataba de mi gran amigo. Me
acerqué al teléfono. Marqué su número y pregunté por Eduardo.
- Ayer ha viajado – respondió la sirvienta.
(No ha sido un sueño, pensé)
- ¿Ha viajado? ¿A dónde? – interrogué.
- No sé. Creo que a Santa Cruz – dijo con duda.
- ¿A santa Cruz? – insistí.
- Creo... no más... no sé, la señora no está aquí para preguntarle.
- Gracias - dije y colgué el auricular.
- La sirvienta de Eduardo dice que ha viajado ayer y que cree que ha ido a
Santa Cruz. – le comuniqué a mi padre para que quedara tranquilo. – Así,
ninguno de mis amigos podrá tener conocimiento de mi viaje – le aclaré.
(Ahora estoy seguro que ha viajado a Miami, me decía a mí mismo).

Si algo quedaba de mi alma, no podría definirlo.


Habían sucedido tantas cosas incomprensibles en ese pequeño lapso que
llegaba a conformar un mes contando desde el día que leí en el periódico
aquella inconcebible noticia que me había dado el primer golpe... para terminar
en este final impresentido.

Antes de despedirme de mi hermana le hablé a solas para pedirle que


cuidara de nuestros viejos. No los dejes solos. – le imploré. –Pierde cuidado –
me respondió.

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- Ya hemos hablado de eso con Norman, pensamos venir todos los días.
Yo los voy a acompañar constantemente hasta que se vayan habituando.
Acuérdate cómo fue cuando me casé y me fui, ahora viajo a cada momento y
sólo les digo hasta luego. Ándate tranquilo Luis Alberto, me voy a ocupar de
ellos continuamente, y si hay algo especial, yo seré quien te ponga al tanto.
Nos despedimos sin mayores rodeos, ni complicaciones pero con honda
pena.

El despedirme de mi madre...
nos abrazamos en silencio. Yo no podía articular ni una palabra. Ella, con
la angustia temblando entre sus labios buscaba consolarme y consolarse.
Rompiendo nuestro silencio pudo decir apenas...
- Duro es el sacrificio, hijo querido, como grande es el consuelo de
saberte a salvo.
Besó mi frente y besó mis mejillas, yo besé las suyas y no puedo decir...
si era su llanto... o eran mis lágrimas las que su rostro humedecían y bañaban
el mío...
- Hijo de mi alma, vete... vete... no vayas a llegar tarde... tu padre y
Norman ya están en el auto.
Nos abrazamos nuevamente.
Al separarme de ella fue un terrible arrancón el que sufrió mi alma y no le
dije... “hasta pronto”... porque el silencio había desdibujado aquella frase... y
era tan grande mi dolor que carecía de voz para hacerme escuchar...

En el aeropuerto
un nuevo desgarramiento debía sufrir mi alma...¡Qué ya podía arrancar el
dolor de mi ser... si nada... nada más que dolor quedaba...!

Norman, con su carácter peculiar, práctico y bonachón me decía:


- Te va a impresionar Nueva York. Me alegro que tengas la oportunidad
de conocer el mundo. Hace bien cambiar de ambiente, fortalece. Te he traído
de regalo este pequeño diccionario español-inglés que te va a servir en pocos
minutos más.

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Le agradecí por el diccionario de bolsillo que me entregó y a la vez por


todo lo que él había hecho por mi.
- Buena suerte, buena suerte - me decía - dándome unas fuertes
palmadas.

El preocupado rostro de mi padre en vano pretendía aparentar


tranquilidad. Yo sentía que él lloraba por dentro como lloraba yo. Sin que
ninguno de los dos dejara traslucir la emoción. Aquella despedida inusitada
incoherente y brutal nos despedazaba por igual. Me estrechó entre sus brazos.
Besando ese su rostro fatigado lo abracé con dolor. El después de besarme
con cariño, me decía:
- ¡Coraje! Luis Alberto. La adversidad nos enseña a vivir, nos hace
hombres y como Norman dice “Nueva York te va a impresionar”.

Los altoparlantes anunciaban la salida del vuelo de Lufthansa. Mis ojos se


nublaron. El aeropuerto me daba la impresión de ser un hueco enorme en el
que la figura de mi padre se perdía...
- Que lleves un buen viaje hijo.
Un último abrazo... Un último arrancón... Un último apretón de manos.

Desde la escalerilla del avión hice un ademán de adiós con la mano. No


hubiera querido repetir ese gesto que me recordaba a Sandra, pero una fuerza
superior a la mía lo había trazado en el frío del aire que imperturbable
atravesaba por la pista. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué? Me pregunté a mí mismo
sin entender por qué lo había hecho. ¿Qué coincidencia lo ha trazado?

En esos minutos que parecían interminables buscaba sin lograr encontrar


el rostro de mi padre a través de la ventanilla del avión, anhelando volver a
verlo. ¡Y no lo vi ya más...!

El avión despegó.
Sólo pude mirar desde la altura la huída de las cosas. Huía la ciudad.
Huían las montañas nevadas, los sembradíos, los caminos, los senderos del
Altiplano, los techos de paja de las chozas de barro. ¡Satuco, Manuel! El

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Altiplano me daba el último adiós, la última despedida en la mudez de aquella


vertiginosa huída. Un callado adiós, inmensurablemente triste... Contemplé el
lago azul unos instantes y luego se perdió.
Sólo había quedado el azul del impasible cielo.
Las nubes fueron poco a poco apareciendo en cúmulos opacos debajo de
nosotros hasta cubrirlo y borronearlo todo.

En un asiento del avión se había acurrucado mi alma con sus angustias.


Se escuchaba el ruido del motor. Voces de gentes.

Después de haber aterrizado por algunos minutos en el aeropuerto de


Lima, nuevamente levantamos vuelo hacia ese mundo lejano y desconocido
para mí. La incógnita se abría más y más.

De repente escuché anunciar la palabra “Miami”.

Mi corazón saltó de emoción. Aterrizamos. Eduardo estaba en ¡¡Miami!!


Miami delante de mis ojos llenando mis retinas. Respiraba su nombre por
los poros de mi alma.
¿Casualidad? ¿Azar? ¿Destino?
Eduardo hace dos días que tú has llegado aquí. Y ahora llego yo. ¡Sin que
ninguno de los dos lo hubiéramos imaginado! Cuando he telefoneado a tu casa,
tu sirvienta me dijo: “Ayer ha viajado” ella no sabía a dónde; tu madre no
estaba en tu casa para preguntarle. Pero yo sé que estás aquí, aunque en un
comienzo había dudado. Tú, igual que yo has pasado por esta misma aduana.
Has estado en este mismo aeropuerto. Tú, te has venido sin avisar a nadie que
viajabas, sólo tu madre y yo lo sabíamos. No te has despedido de los amigos.
Yo también he venido sin avisar a nadie que viajaba, sólo los míos saben. No
me he despedido de los amigos, igual que tú...
¡Es algo incomprensible!

Qué aeropuerto tan concurrido! Caras... caras de facciones y colores


diferentes... Caras... Caras...

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Los altoparlantes anunciaban la salida de un avión y la de otro, pronto


anunciarán la salida del mío. Mi angustia crecía. Caras y más caras. No era
ninguna la de Eduardo. Sé que te quedas aquí por algún tiempo. Yo también
me voy a Nueva York por algún tiempo.

Esta vez el destino nos ha jugado una mala pasada. Nos ha traído a los
dos hasta aquí y no nos ha dejado encontrarnos.
Sin embargo estás aquí... lo sé... estoy seguro...
Abatido desalentado y triste repetía estas últimas frases mientras ajustaba
el cinturón de seguridad momentos antes de alzar vuelo hacia la última etapa
que tenía que recorrer.

El destino nos ha jugado una mala pasada.


Volvía a repetir y seguía hablándome a mí mismo. Si tú me hubieras
avisado un día antes que viajabas, yo te hubiera dicho que me daban de alta
en la clínica al día siguiente y hubiéramos podido viajar juntos. Si no hubiera
sido por ese maldito jefe de policía, todo hubiera sido diferente. ¡Cómo suceden
las cosas! Si Sandra no me hubiera contado que su padre tenía un hermano
exactamente igual a él nunca me hubiera dado cuenta que ese hombrón
seboso, ese maldito jefe de policía había sido el hermano de su padre. ¡El tío
de Sandra! Si no hubiera sido por su cara, por esa cara que la reconocí sin
haberla visto nunca. Si no hubiera sido por su sarcasmo, sino no me hubiera
hecho machucar, no me hubiera dado cuenta que querían eliminarme,
asesinarme, como lo habían hecho con los padres y los tíos de la madre de
Sandra. Si no hubiera sido por lo de la Chinita y Ludovico, Sandra no hubiera
viajado y no se hubiera casado con ese conde.
La palabra “hubiera” me torturaba.

Mi vecino de viaje se comidió en ayudarme. Yo no había escuchado el


clic clac de las mesitas plegadizas. Mi vecino me ayudó con la mía.
La azafata se aprestaba a colocar sobre la mía, ¿el desayuno? ¿el
almuerzo? ¿la cena? No tenía idea del tiempo. Maquinalmente comí lo que me
habían servido.
La palabra “hubiera” seguía torturando mi mente.

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La mesita plegadiza volvió a su sitio.

Yo me sentía como girando en un torbellino de horas. Horas que habían


sido mi vivencia y que ahora se iban quedando atrás sin que pudiera
detenerlas. Aquel torbellino era como un vendaval que lo arrasaba todo
dejándome aturdido, despojado de aquello que había sido mío.
Sentía que perdía la estabilidad. La palabra “hubiera” seguía girando
dentro de mi mente. Si hubiera sido... Si no hubiera sido... Esa palabra es la
clave de la vida... es el destino... Es la palabra fatal. Es la que nos maneja
sobre el tablero de la vida. Es... escuché decir New York...

Casi todos los pasajeros se aprestaban a salir. Hice lo mismo.


Descendían del avión. Descendí. Se encaminaban en fila. Seguí los pasos del
que me precedía. Caminaba como un autómata, como un sonámbulo.
- ¡Luis Alberto!
- ¡Fernando!
Nos abrazamos.
- ¡Caramba hombre cómo has cambiado! Yo te dejé así – decía
señalando con la mano – Así, un pequeño motete y ahora me pasas en altura.
- Yo te conocí siempre grande – le respondí.
- Pareces mareado ¿Es la primera vez que viajas?
- Sí. La primera vez.
-Comprensible. Aunque no a todos afecta. Ya te pasará caminando.
Vamos por tus maletas. Apóyate en mí.
- No te preocupes, estoy bien.
- ¿Has pasado aduana en Miami?
- Sí.
- ¡Te habrán revisado hasta el alma!
- No. ¿Por qué?
- Porque muchos de los que llegan de Bolivia, de Colombia o de otros
países sudamericanos vienen trayendo contrabando de cocaína.
Hubiera querido decir algo pero mi pensamiento no se concretó.

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- Esa... esa es una de mis valijas y aquella otra también – dije señalando
mientras mi pensamiento volaba hasta Miami. Mi pensamiento retornó a las
maletas.
- ¿Sólo esas dos?
- Sí. Sí. Sólo esas dos.
- Toma una tú, yo te ayudo con la otra, creo que sigues mareado. Levanté
la más pesada y dejé a Fernando la más liviana.
- Vamos. Ven a mi lado. Ya te va a pasar. ¡Nueva York te va a
impresionar!
Era la tercera vez que escuchaba esa frase. ¿En qué forma me habría de
impresionar? El tiempo me lo dirá.
- Creo que sí. Es una gran ciudad, le respondí.
- Más de lo imaginable. Yo que vivo acá tantos años no la conozco... Ni
los que nace acá llegan a conocerla.
- Yo tengo una idea más o menos por las películas. He visto muchas
veces los barrios de Harlem y otros lugares donde actúan los gangsters y
también he visto el centro.
- Una cosa son las películas. No quiero llevarte hoy por el barrio negro.
Hay tiempo para conocer la otra cara de las cosas.
Así charlando habíamos llegado al sitio en que estaba parqueado su auto.
Fernando abrió la maletera y acomodamos las valijas. Sentados uno al lado del
otro, Fernando había comenzado a mencionar los sitios por los que pasábamos
y lo que encontraba digno de nombrar. Luego me dijo:
- He alquilado para ti – a pedido de tu padre – un apartamentito
pequeñísimo, quiere que asumas tu propia responsabilidad. Quiere que
aprendas a batirte solo en la vida. Veo que tiene razón en esto, pues “allá”
somos toda la vida “hijitos de familia”, “acá”, la lucha por sobrevivir enseña y
endurece. Yo ofrecí mi casa para recibirte, pero él ha insistido en que vivas
solo como todos los estudiantes; esta independencia te enseñará a gobernarte
y ser dueño de ti mismo. No queda lejos de aquí. Esa región es Queens y allí
habitan la mayoría de los latinos, esto no es muy halagador porque los latinos
no son lo mejor que digamos, pero podrás desenvolverte mejor.
Además la Academia donde vas a estudiar también se encuentra por ese
lado, no tan cerca de donde tú vivirás pero con la facilidad del ´”subte” podrás ir

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casi de puerta a puerta. Yo vivo en un barrio carísimo de Manhatan, pero he


comenzado como tú en un apartamento de estudiante cuando vine a proseguir
mis estudios, en cambio tú, has venido por algunos meses no más, según lo
entendido.
- Sí – Le confirmé, hasta que cambie el actual gobierno.
- No sé a qué se puede llamar cambio, pues todos los gobiernos son la
misma porquería. Desde que yo tengo uso de razón he podido ver que nuestro
país va de mal en peor. Los que nos gobiernan son una cáfila de
sinvergüenzas y ladrones que sólo anhelan llenarse los bolsillos. Es por eso
que yo he preferido quedarme acá, no he querido regresar. Aquí me dedico de
lleno a mi profesión y progreso cada día en ella. Hay oportunidades de
aprender más y más. Bueno, ahora hemos llegado - dijo cambiando el tono de
su voz y saliendo del auto.
Lo imité.
Abrió la maletera, colocó unas monedas en el parquímetro mientras tanto
yo saqué las maletas.
- Tienes que abrir bien los ojos. Este es el número del edificio en que
desde hoy habitarás – dijo señalándolo – Son números que tienes que
grabarlos bien en tu memoria sino quieres perderte en este laberinto. Estas son
tus tres llaves. La número uno abre esta puerta, me dijo mientras la abría.
Entramos.
Teníamos los ascensores delante de nosotros. Presionó el botón. Una vez
en él me indicó el número del piso al que subíamos.
- Para serte franco, quiero que sepas que soy el enemigo número uno de
los números.
- Tienes que hacer las paces con ellos, pues los números regirán desde
hoy tu vida ¡No olvides que estás en el país de los números! Y este es el
número de tu apartamentito, me dijo después de haber recorrido un largo
pasadizo lleno de puertas numeradas.

Creo que aquí yo ya estoy convertido en un número, me dije a mí mismo.

- Entremos - había dicho Fernando pero no cabíamos con las maletas.

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- Tenemos que ponerlas sobre la cama dijo al colocar la que él traía. Hice
lo mismo y ambos quedamos de pie.
Esta es mi celda de presión volví a comentar conmigo mismo. Creo que
Fernando escuchó mi pensamiento porque me decía:
- En este pequeño espacio vital tienes todo lo necesario para sobrevivir.
Tienes cama, cuarto de baño, cocina, refrigerador, closet para la ropa, sitio
para las maletas, teléfono, televisor y estos pequeños armarios que contienen
algo para subsistir – decía al abrir uno de ellos – contienen café, té, azúcar,
galletas y latas de comidas que solamente tienes que calentar... Y aquí en el
refrigerador hay jugos de fruta congelados, leche fresca, mantequilla y todo lo
necesario para los primeros días después tú... Le interrumpí para abrazarlo
agradeciéndole por todo lo que había hecho por mí.
- No tienes por qué agradecerme, me siento feliz de serte útil y ahora
ponte cómodo mientras hablo por teléfono. El unos minutos más salimos.
Penetré al mini-cuarto de baño y salí después de haberme refrescado la
cara, de alisarme el cabello y arreglarme un poco.
- Estoy listo – le dije.
- Yo también, dijo colgando el auricular del teléfono. ¡Vamos!

Nuevamente nos acomodamos en su regio auto y nuevamente Fernando


comenzó a mencionar sitios principales, edificios, monumentos, puentes...
Oía sin escuchar. Mi mente estaba lejos, estaba en la agradable
comodidad de mi elegante casa. Habitar en esa celda... me oprimía el corazón.
Aquellos edificios que él enumeraba, aquellos rascacielos, no podía decir
que me aplastaban, pero podía afirmar que me reducían a una partícula de
polvo.
Aquellos grandiosos edificios que como dice su nombre tocan el cielo, se
convertían ante mis ojos en árboles gigantescos de una enorme y sombría
selva, árboles que oscurecían al sol. Las hojas de aquel tupido bosque
brillaban como los últimos reflejos de la vida le prestaran su luz. La umbría
selva me devoraba, me engullía, me tragaba.
Ya no soy... me dije pensativamente. La respuesta me la dio la frenada
del auto.
Estábamos en lo profundo de la selva...

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- Aquí vivo – me dijo saliendo del auto y naturalmente yo también salí.


Un fornido negro uniformado nos abrió la puerta. Fernando le dijo algo en
inglés y el negro me mostró sus blancos dientes, yo le mostré los míos y así
nos conocimos.
Mis pies se hundieron en la hojarasca de la selva, es decir en la mullida y
elegante alfombra que cubría el piso. Llegamos hasta los ascensores y al
entrar a uno de ellos el aroma de alguna flor exótica y fragante me envolvió.
Era el fino perfume de una dama elegante que lo había ocupado antes de
nosotros.
Fernando abrió la puerta numerada de su apartamento y cuando puse mis
pies en él no pude dejar de exclamar:
- ¡Parece de película! – Y como para corroborar a mi exclamación una
rubia platinada hacía su aparición, que después de besar mimosa a Fernando
me mostró también sus blancos dientes bien cuidados, yo imité su gesto... y le
mostré los míos.
- Hey – me dijo.
- Hey – le respondí – no sabía otra cosa que repetir.
- How are you - me dijo.
- How are you – le respondí.
- Esta es mi gringa me dijo Fernando abrazándola.
Al escuchar decir “mi gringa”, la figura de la Gringa... de la de Eduardo...
de la nuestra... llenó mi mente y la nostalgia me golpeó.
- Toma asiento. No te quedes allí, me sugirió Fernando. Luego me
preguntó: ¿Qué quieres servirte? ¿Qué es lo que más te agrada?
- Si me preguntas qué es lo que me agrada... te diría... un “yungueño de
buen pisco”.
- No me pidas eso que para mí ya es prehistoria, me había dicho riendo.
Te daré un scotch.
- Te acepto, gracias.
Mientras me servía me había preguntado:
- ¿Qué noticias traes de nuestros lares?
- Casi se me olvida, le dije sacando del bolsillo interior de mi chaqueta dos
cartas, una, es de tus padres, la otra es de los míos, le aclaré al entregárselas.
Las leyó y comentó:

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- ¡No hay duda que vivimos en mundos diferentes! A ver cuéntame cómo
fue tu asunto con la policía.
Le referí como había sido recalcando que ese maldito jefe de policía me
tenía cierta aversión.
- Así son esos cholos cuando ocupan algún cargo que les permite dar
rienda suelta a sus mezquinos y perversos instintos. ¡No los trago a esos
cholos! En cambio nuestros indios son otra cosa diferente. ¡El indio es
caballeroso! ¿No crees?
- En mi concepto es de un valor humano incalculable... No pude decir más
porque la rubia platinada le dijo algo a Fernando en inglés que yo no entendía.
- Dice que pasemos al comedor, que la cena ya está.

En aquel ambiente de película, sentado delante de una mesa bien


servida, donde unas velitas de colores en el centro, iluminaban dándole un
especial encanto y donde la rubia platinada era sin lugar a dudas una estrella
de cine, yo también me sentí actor y cumplí muy bien mi papel, porque soy de
aquellos que están acostumbrados a servirse y comportarse en un elegante y
distinguido ambiente.
La charla era muy especial pues tanto lo que ella decía como lo que yo
opinaba o contaba, tenía que ser traducido por Fernando, ya que Jenny –que
así se
llamaba– no sabía ni jota de castellano, y yo, ni una palabra de inglés.
Elogié la sabrosa cena y Fernando me dijo:
- Buena mi cocinera ¿no? - dijo mirándola.
Le respondí que no podía concebir que ella hubiera cocinado, ya que
según mi parecer... era una “vedette de primera magnitud”. Riendo le transmitió
mis palabras y Jenny se rió de buena gana.
- Se pasará todo el día cocinando para preparar tan deliciosos platos
insistí.
- ¿Todo el día? ¡Apenas unos minutos! El tiempo no da tregua, pues ella
trabaja igual que yo.
- ¿Trabaja... igual que tú?
- Es una gran médica – me dijo – el “gran” yo no se lo he dado, sus
méritos se lo han dado.

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- ¿Médica? ¡Con esa pinta...! Me estás tomando el pelo.


Nuevamente tradujo mis palabras Fernando y Jenny reía espontánea y
alegre.
Después de haber terminado el café, Fernando me dijo:
- Hoy, en honor a ti, no voy a ocuparme de la vajilla. No comenté el
asunto, pues no sabía si me hablaba enserio o me lo decía en broma, y desvié
el tema.
- Todo este grandioso lujo ha debido costarles una fortuna, le dije
mientras fumábamos un cigarrillo en el living.
- La fortuna era de los padres de Jenny. Su padre era millonario. Un
desastroso golpe de fortuna lo puso como se dice en la cochina calle y se
suicidó. Sólo se salvó lo que estaba a nombre de su esposa que era muy poco,
ella, a consecuencia de este golpe quedó muy mal de los nervios. Nos pidió
que viniéramos a vivir a su lado, para esto tuvimos que vender nuestro
apartamento. La señora recuperó poco a poco y decidió viajar a Europa para
tomar una vacación. Allí se quedó mucho más de lo previsto y como no podía
dejar su vida de fausto y de lujo, alquilaba una villa en Roma... o un palazzo en
Venecia, al retornar y al darse cuenta que no tenía un centavo, su ya gastado
organismo no dio más y sufrió una crisis cardiaca de la que fue imposible
salvarla. De esto hace algo más de dos años. Desde entonces Jenny y yo
pensamos dejar este lujoso apartamento que solamente en impuestos y en
mantenimiento nos cuesta una millonada. Estamos pensando venderlo y
trasladarnos no sé si a Texas o San Francisco, depende de las ofertas que nos
hagan los hospitales de esas regiones. ¡Aunque, nos es difícil abandonar
Nueva York! Y ahora cambiando de tema, te voy a dibujar un pequeño plano
porque nosotros tenemos que ir al teatro y te vamos a dejar en un sitio
determinado, no podemos llevarte hasta tu apartamento porque corremos el
riesgo de llegar tarde. Las entradas las tenemos compradas desde hace
meses.
Diciendo esto trazaba sobre un papel unas líneas con las calles
adyacentes a mi edificio y a la vez me explicaba como debía conducirme. Me
preguntó si había comprendido. Le respondí afirmativamente.
Jenny hacía su aparición lista para salir y Fernando en dos minutos
estaba en condiciones de acompañarla.

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En el trayecto me explicaba que para mí era más fácil llegar a pie desde
donde me iban a dejar que para ellos dar una vuelta a esa hora en que el
tráfico era imposible. Me sugirió así mismo que si quería tomar un taxi le
mostrara el planito al chofer que fácilmente encontraría la calle y que él me
ayudaría. Además me dijo que como al día siguiente era domingo, me lo iban a
dedicar por entero, que me durmiera hasta tarde porque ellos los domingos
dormían más de lo habitual y que él, me iba a llamar por teléfono para que lo
esperara listo. Charlando de otras cosas más, llegamos al punto determinado.
Les agradecí por todo.

Fernando me había persuadido y me preparé a cumplir mi primera odisea.


Los vi alejarse y quedé parado unos segundos para cobrar aliento. Miré
en torno mío. Observé que aquella enorme multitud que me rodeaba caminaba
organizadamente conservando su derecha. Me incorporé a la corriente de ese
río humano que desbordaba hacia la dirección que yo debía seguir. Había
preferido caminar para observar y conocer mejor. Descarté el asunto del taxi,
pues me infundía cierto temor.
Iba mirando lo que encontraban mis ojos arrastrado por el cauce de aquel
gentío espeso. Detenía mis pasos cuando los que me precedían se paraban
ante el stop de la luz roja, para luego continuar al signo de luz verde.

Así
habían pasado muchas calles y muchos minutos sin que me hubiera dado
cuenta que habían pasado. La figura de uno o de otro policía me infundía
confianza y seguí caminando por algún tiempo más, hasta encontrar la esquina
de mi calle, de modo que allí en lugar de seguir con la gran corriente desvié
doblando hacia la izquierda.

El haber salido airoso en esa primera experiencia me hacía pensar que ya


era dueño de la ciudad que me había amedrentado en el primer momento.
Reconocí que Fernando al lanzarme a ese maremágnun me había hecho
adquirir la seguridad que necesitaba en mí mismo y comencé a caminar por
esa calle que ya iba siendo mi calle a medida que avanzaba por ella.

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Llegué sin ningún tropiezo hasta el número del edificio en el que se


encontraba mi apartamento... Mientras subía por el ascensor y mientras
recorría el largo pasadizo de puertas numeradas, crecía en mí el anhelo de
echarme sobre la cama a descansar, pues recién sentía la fatiga de aquella
larga caminata. Al entrar y después de cerrar la puerta mi decepción fue
grande. Las valijas estaban sobre la cama. Me costó gran trabajo vaciarlas y
acomodar la ropa en el armario. Al día siguiente tenía que cambiar de terno, de
camisa, de corbata... de modo que debía ordenar todo. ¡Ah! Si no hubiera sido
por el maldito jefe de policía y por el no menos maldito padre de Sandra, yo
podría estar feliz en mi casa, atendido cariñosamente... sin preocuparme de
arreglar las cosas, sin habitar en esta celda. Coloqué las maletas, vacías ya, en
la parte superior del closet. El sobre que contenía las fotografías y las cartas de
Sandra lo guardé en el maletín de mano. Si Sandra no se hubiera casado con
ese maldito conde... Coloqué las fotografías de mis padres en un sitio visible.
Después de haber ordenado más o menos y como ya me encontraba en
pijama me extendí sobre la cama a fin de poder analizar mi desesperada
situación en tanto que descansaría mi descuajeringado armazón, pero el sueño
no me dio tiempo. Me despertó el sonido del teléfono.
Al escucharlo no sabía en qué lugar se hallaba situado, ni me daba
cuenta en qué sitio me encontraba yo. Sentía un olor desconocido... La luz de
la ventana me era completamente extraña... Las paredes... todo era tan raro
que apenas pude encontrar el teléfono...
Era Fernando que me anunciaba que en una hora exactamente vendría a
buscarme y que lo esperara en la calle cerca de la puerta.
Disponía de una hora para tomar un desayuno tan singular ya que tenía
que preparármelo yo mismo.

Cuando entré al mini cuarto de baño tuve la agradable sensación de la


abundante ducha sin temor a que en cualquier momento se cortara el agua o la
electricidad como algunas veces sucedía “allá”... y sin que nadie pudiera
decirme que yo gastaba toda el agua caliente.
En fin
me quedaban unos pocos minutos después de los cuales correctamente
vestido como era habitual en mí, esperaba en la calle.

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No tardaron en llegar.

Así comenzó aquel domingo.


En medio de la charla le dije a Fernando que había prometido a mis
padres hacerles un cable para avisarles que había llegado bien.
- Yo se los voy a enviar, puedes estar tranquilo, me respondió, después
de lo cual me regaló una “Guía” de la ciudad de Nueva York ilustrada con
pequeños planos y mapas de las diferentes regiones.
- En ella vas a encontrar lo más importante e interesante por conocer.
Contiene centenares de cines y teatros, museos, nombres de edificios dignos
de visitar, lugares deportivos, zoológicos... todo lo que puede atraer la atención
no sólo de turistas, sino del que habita aquí. ¡No olvides que estás en la ciudad
más grande del mundo y que por mucho que uno viva en ella nunca termina de
conocerla.
- Lo cierto es que yo voy a permanecer sólo unos meses.
- Por eso mismo tienes que aprovechar el tiempo. Sabes que nosotros
trabajamos, por lo tanto no podernos acompañarte durante los días de la
semana, y tú, creo, que de ésta a la próxima ya empiezas tus estudios. Más
tarde voy a marcar en el plano correspondiente el sitio en que se encuentra la
academia a la que tienes que asistir. También te voy a indicar a grosso modo el
sistema de líneas del “subte” con las cuales no vas a pelear como con los
números porque son letras las que tienes que memorizar. Luego habló en
inglés con Jenny que había quedado relegada durante nuestra charla en
castellano.

Después de recorrer por lugares y barrios poblados de bellas casas con


jardines, almorzamos en un alegre restaurante al aire libre. En la sobremesa
me indicó los detalles de la “Guía”.
Emprendimos nuevamente nuestro recorrido, esta vez hasta la estatua de
la Libertad a la cual pudimos ver de cerca ya que habíamos tomado uno de
esos barcos para el efecto. Retornamos al centro de Manhatan. Ascendimos al
Empire State Building desde donde pude contemplar un panorama
extraordinario. Terminamos ese domingo cenando en uno de los sitios favoritos

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que ellos frecuentaban. Me acompañaron no muy tarde hasta la entrada del


“subte” Fernando ya me había indicado el lugar en el que debía descender al
finalizar mi recorrido.
- No te descuides – me dijo- porque el momento menos pensado estarás
en ese sitio ¡Cuidado!

Les agradecí por ese maravilloso domingo y emprendí aquella nueva


odisea a la que no estaba acostumbrado.

Sentí un gran alivio cuando al salir encontré mi calle, pues para mí era la
primera vez que utilizaba esa ruta subterránea y no dejó de afectarme. Lo
importante había sido que el primer paso estaba dado. Esto me daba más
confianza en mí.
Sin embargo cada vez que penetraba al edificio en el que habitaba me
invadía una tristeza indefinible. La nostalgia se apoderaba de mí. El vacío y la
soledad estaban esperándome detrás del umbral. Pensaba en mi casa. En mis
padres. En lo mío. Echaba de menos las calles de mi ciudad llenas de
conocidos y de amigos que a cada paso encontraba. Pensaba en Eduardo y la
Gringa. ¡En Sandra! El desaliento me aplastaba. Me sentía abatido.
Descorazonado.

Este viaje no era para mí una bella aventura. Era un cambio de mundos
completamente diferentes. Era la consecuencia de una circunstancia adversa.
Yo no hubiera deseado emprenderlo, había sido obligado a llevarlo a cabo. Me
sentía perdido. Todo era nuevo e incomprensible. Incomprensible el idioma. Me
encontraba extraño. Vacío.

Había conocido ese vacío por primera vez cuando Sandra viajó y más
aún, cuando leí la noticia de su matrimonio. Y el vacío agrandaba minuto a
minuto torturándome.
Después de cerrar la puerta con llave por dentro me dejé caer sobre la
cama. Estaba vencido. Abrumado. Derrotado. El desaliento me aplastaba. Me
asfixiaban las cuatro paredes que me cercaban. No quisiera llegar a la

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desesperación, me decía a mí mismo y sin embargo la desesperación estaba


allí a un paso. Sentía su resuello irritante.
Sonó el teléfono.
Es Fernando, quien más podía ser, pensé.
- Quiero que duermas tranquilo. Acabo de enviar el cable a tus padres.
- Te agradezco. Sabía que lo harías. No debías haberte molestado en
avisarme. ¡Qué pasen feliz noche! – dije al colgar el auricular.

Creo que me ha llamado para cerciorarse si había llegado sin tropiezos.


Pensativamente comenté. No tenía por qué informarme que había enviado el
cable yo estaba seguro que lo haría.

Ese lunes
el sol entraba por la única ventana de mi celda. Amarillento. Pálido. Sin
fragancia. Sin olor ni color. Opaco. Desmadejado.

Mientras abría los ojos el desaliento penetraba por ellos. Miraba en


derredor y no sabía si compadecerme o dejarme aplastar por la desesperanza.
Ese sol ajado y deslucido ¿era el reflejo de mi ser o era que yo solamente
captaba la marchitez del día?
No sentía ganas de abandonar el lecho. Quería dejarme estar allí tendido,
abatido. Dificultosamente buscaba una razón justificable a esta situación que
sólo me mostraba una noción abstracta de lo acontecido. Por más vueltas que
daba en mi mente sólo encontraba aquella idea fija y subjetiva: dos asesinos
con los que había tropezado sin saber cómo... uno el padre de Sandra; el otro,
el jefe de policía. ¡Si Sandra no me hubiera contado la historia de su madre!
¡Qué cosas las que pasan en la vida! Ahora, yo era el único perdedor. Exiliado.
Arrancado de mí mismo para ser arrojado a un punto neutro. Yo ya no era.
Tampoco había dejado de ser. Era un extraño en un país extraño. Era un
relegado.
¿Era sólo una contingencia pasajera, o era que comenzaba para mí una
nueva etapa de la vida?

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Me levanté perezosamente. Asomándome a la ventana miré hacia abajo.


Autos. Autos. Vehículos de tamaño, forma y colores variados. A los costados
de aquella masa motorizada, marejadas humanas venían y se iban en un
vaivén isócrono.

¿La vida está en el movimiento? ¿El movimiento es la vida? Muchas


calles de mi lejana ciudad eran quietas, tranquilas, sin embargo tenían vida,
tenían sentimiento, tenían alma. ¡Era otra cosa diferente! Allá el sol brillaba
derramando color, sabor, irradiando tibieza, calor y el cielo era azul, azul.
Busqué un cigarrillo. No encontré ninguno. Tenía que salir a comprarlos.
¡Que problema salir a comprar cigarrillos! Me duché. Me vestí. Salí. Mientras
descendía por el ascensor (valga el antagonismo) recordaba que Fernando me
había indicado que después de atravesar cinco calles más o menos hallaría un
Centro Comercial donde podría encontrar todo lo que necesitara. De modo, que
encaminé mis pasos en esa dirección.
¡Atravesar cinco largas calles para comprar cigarrillos! Me irritaba. Allí, en
mi casa, me bastaba ordenar a la sirvienta que me los fuera a comprar.
A medida que avanzaba crecía mi exasperación. ¡Atravesar cinco largas
calles!
Sin embargo ya estaba allí delante de mis ojos el Centro Comercial.
Entré. Caminé unos pasos. Una librería presentaba en una de las vitrinas papel
de carta y sobres. Tengo que escribir a mis padres. Compré papel y sobres. Al
frente de la librería se encontraba el correo. Tenía que comprar estampillas. En
un mal español la que atendía me preguntó si las quería para enviar al exterior,
le dije que sí. Proseguí buscando los cigarrillos. En un pequeño restaurante
servían “ham and eggs”. Entré. Observé que pagaban primero y que recibían el
ticket por su pedido. Pagué por un plato de “ham and eggs” y un vaso de
chocolate caliente. Al terminar aquel desayuno me sentí reconfortado. Proseguí
buscando los cigarrillos. Un banco comercial me recordó que Fernando me
había aconsejado depositar mi dinero. Me acerqué a una persona del Banco y
le manifesté lo que quería. No nos entendimos. Llamó a otro empleado que
hablaba en mi idioma. Este me pidió mis documentos de identificación. Le
mostré mi pasaporte. Me preguntó mi dirección. Hice el depósito. Me entregó
un talonario de cheques provisional; los otros, con mi nombre me los enviarían

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en quince días. Al salir del Banco una florería irrumpía con la belleza y el
colorido de mil flores. Próximamente le llevaré a Jenny un ramo de flores me
dije y seguí caminando en busca de los cigarrillos. Di cien vueltas admirando lo
que había. Anotando en mi cabeza aquello que podría necesitar pues había
ropa de toda clase. Farmacia. Peluquería. ¡Todo! Salí y emprendí el regreso.
Después de caminar unos cuantos metros me di cuenta que no había
comprado los cigarrillos. Volví sobre mis pasos y entré hacia la derecha, antes
había entrado hacia la izquierda y ahí, a la entrada estaba la venta de
cigarrillos.

Al retornar a mi apartamento
pude comprobar que las cinco largas calles que había tenido que recorrer
me parecían menos largas. Tenían otra cara. Me sentía satisfecho del
resultado de aquella beneficiosa exploración. Todo es relativo me dije. He
salido irritado y violento y regreso reposado y tranquilo.

Una vez en mi apartamento dejé sobre la mesa el paquete con las


compras que había efectuado y nuevamente salí a la calle. No sabía a qué, ni a
dónde quería ir. Pero las cuatro paredes de mi encierro me rechazaban. No las
podía soportar. La guía que conservaba en mi bolsillo me dio la pauta. Al abrirla
mis ojos tropezaron con la señal que Fernando había marcado la academia.
Tomé el ”subte”. Salí en el lugar en que debía salir. No tuve ningún
inconveniente en llegar a la calle de referencia, sólo tuve que avanzar y
retroceder algunos pasos hasta encontrar el número que buscaba. En la
sección información me indicaron el piso en que se encontraba la Secretaría.
Me atendió una chiquilla amable que hablaba perfectamente el castellano. Era
cubana. Le di mi nombre. Lo buscó en el kardex. Después de lo cual me indicó
que le lunes a las nueve comenzaba el curso que me correspondía.

Mientras había esperado turno para que me atendiera la simpática


chiquilla pude observar que los otros que esperaban, vestían en forma diferente
a la mía, es decir, que no llevaban un terno impecable como el mío, ni camisa
planchada, ni elegante corbata, pues los blue jeans, las camisetas deportivas
de colores fuertes o con inscripciones en el pecho, o las camisas sport abiertas,

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predominaban. Alguno que otro llevaba una campera o blusón o chamarra


liviana que podría servir para proteger del cambio de temperatura o de
impermeable para la lluvia.

Tengo que adaptarme a esta forma de vestir me dije al abandonar la


academia.
Caminé por la acera de la calle y antes de llegar a la esquina un
restaurante pequeño me sirvió de tentación. Tenía hambre, desde el desayuno
hasta la hora actual había transcurrido el día. Entré a dicho local. Pagué mi
ticket por un plato de bistec con papas fritas y un milkshake. Devoré el bistec y
las papas fritas y con nostalgia absorbía el milkshake... ¡Era la bebida preferida
de Sandra! La tristeza volvía a apoderase de mí. Salí a la calle acompañado de
mi inseparable nostalgia. Encendí un cigarrillo. Me arrimé al umbral de la
primera puerta que encontré y quedé pensativo mirando el ir y venir de la
gente.
Aquella marejada humana golpeaba incesantemente el pavimento de la
acera. Era un resaca amarga de fatigados y deslucidos rostros. Atormentados.
Tristes. Una mueca insegura el gesto de alguna sonrisa. ¿Todos estos que
pasan estarán forzados a huir de sus países como yo, buscando refugio en
esta gran ciudad libre... pero sin alma...? Me preguntaba y no hallaba la
respuesta adecuada.
La noche iba cayendo velada de peligro. La noche cómplice avanzaba.
Preferí retornar.
Llegué arrastrando mis huesos empapados de sombra y de tristeza.

Aquel martes
amanecía brumoso.
El viento golpeaba con furia la única ventana de mi celda.
Llovía.

Con el agua de la lluvia se iba mi esperanza de desayunar “ham and


eggs” y chocolate. Me resigne a preparar yo mismo mi desayuno: tostadas,
mantequilla, mermelada y café con leche. Ese había sido mi habitual
desayuno... allá, unas veces con tostadas, otros con pan fresco crujiente...

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Ahora era yo el que me lo preparaba... Allá me lo servían... ¡Esa era la gran


diferencia!

La lluvia persistía,
invitaba a la intimidad del diálogo ¿Dialogar en esta mi soledad? Escribiré
a mis padres y charlaré con ellos. ¿Qué podría decirles? ¿Que estaba feliz y
asombrado de esta maravillosa ciudad? No. No me encontraba feliz ni nada me
llamaba la atención. ¿Que estaba triste y angustiado? ¡Para qué angustiarlos a
ellos! ¿Con qué objeto los iba a atormentar? Lo más conveniente sería
hablarles de Fernando y de Jenny. Del cariño y la atención que me prodigaban.
De la agradable cena que me ofrecieron en su casa la noche que llegué. Del
matizado domingo que me regalaron. De su elegante y lujoso apartamento
situado en Park Avenue, uno de los barrios más caros de Nueva York donde
habitan ex-mandatarios, artistas de cine, multimillonarios, grandes hombres de
negocios... Del paseo hasta la estatua de la Libertad. Del panorama que se
divisa del Empire Etate Building... De que en mi apartamento está todo al
alcance de la mano y del anhelo que me consumía de volverlos a ver cuanto
antes.
A mi hermana Luz María le redoblé el pedido que cuidara de nuestros
queridos viejos. Que deseaba para ella y para Norman toda felicidad y progreso
en su hogar y en los negocios de mi cuñado. Con eso llené dos largas cartas y
tuve una charla animada y cariñosa...
Cerré las cartas. Les puse las estampillas.
Después de arreglar el desorden que por todos lados me rodeaba, quedé
por largo tiempo debajo de la abundante ducha.
Entretanto había dejado de llover.
Llevé las cartas al correo del Centro Comercial pese a que habían
buzones en las calles.
Luego que compré dos buenos blue jeans, tres camisas sport, un par de
zapatos de gruesa suela de goma, un ligero blusón, el dependiente que me
atendió me aseguró que era impermeable. Pagué con el primer cheque en
inglés ayudado por la cajera que me dio el comprobante de mi compra.

Al retornar

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me di cuenta que las cinco largas calles ya no eran distancia.

No bien llegué a mi apartamento me disfracé de “cowboy” con la ropa que


acababa de adquirir.
Así vestido
dejaba de ser “el dandy” como me llamaban Sandra y la Gringa. ¡Ya no
me reconocerían! Murmuré apenado. Me encontraba cambiado exteriormente.
También se hallaba cambiado el trasfondo de mi alma. Ya no era yo. Esta
ciudad había borroneado, desdibujado mi yo. ¿Había perdido mi personalidad?
¿Era un simple átomo tambaleando en el vacío?

No podía encontrarme a mí mismo. Ni definir lo que era.

Salí a la calle a formar parte de la amarga resaca que golpeaba incesante


el asfalto de las aceras.

Vino el fin de semana.


Durante los días que habían pasado conocí mucho de Manhatan. Podía
nombrar los principales edificios. Comentar lo que había visto en alguno de los
tantos museos. Referir el bullicio que se sentía en Broadway, sus luces... su
euforia...

Parecía que la ciudad avasalladora podría envolverme en sus poderosos


tentáculos, pero no era así. Las heridas de mi alma me hacían invulnerables a
su afán arrollador. Mis pasos caminaban. Sí. Me llevaban. Me dejaba llevar.
Pero no iba. Mis ojos miraban sin mirar. Veían...
Nada me interesaba. Salvo, lo que lógicamente captaba por la fuerza de
las circunstancias.
Vagabundeaba huyendo de mis cuatro paredes. Me asfixiaba dentro de
ellas. No podía llenar los huecos de ausencia y de silencio que ahí me
acosaban.
Escapaba de mi celda como un prisionero. ¡Como un prófugo! ¡Quería
escaparme de mis recuerdos... y tropezaba con ellos!

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El sábado por la mañana


había sonado el teléfono.
-Espérame en la calle. En una hora vamos a pasar a buscarte.
-¿Y si les digo que en una hora, yo podría ir a la casa de ustedes,
aceptan?
-Ok. Te esperaremos – me respondió Fernando.

Llegue con un ramo de flores para Jenny. Se alegró. Se sintió halagada


con esa pequeña demostración de cariño.

Luego recorrimos en su lujoso auto sitios que yo ya había conocido en


mis errátiles andanzas. Sin embargo no manifesté que había visto algo de todo
aquello. Dejé que ellos se sintieran alegres de hacérmelos conocer. Además,
en su compañía y paseando en auto, las cosas parecían diferentes. El domingo
también pasamos juntos. Pero nos despedimos antes de la hora habitual
porque ellos estaban invitados a un cóctel...
Al retornar a mi celda me cambié de ropa y salí a caminar hacia ninguna
parte. Caminaba como un fragmento de la densa multitud. Cené en un local
mexicano donde tocaban música latinoamericana. La música no trascendía
afuera pero la capté al pasar. Mi alma la percibió.
Antes de cenar pedí un tequila. Después pedí otro. Luego un tercero. La
música me había embriagado. El tequila también. La cena tenía un sabor
picante... conocido. Retorné a mi apartamento pisando el eco de mi voz.
Ahogado en la desmesura de mi soledad.
Estábamos en la sala que nos habían indicado. El profesor hablaba.
Explicaba. Escribía en la pizarra. Yo tomaba notas.
Al término de dos horas nos dieron diez minutos de descanso. Los demás
se fueron a tomar café. Yo estiré las piernas caminando sobre la alfombra del
largo corredor fumando un cigarrillo.
Al término de otras dos horas nos dieron treinta minutos para almorzar.
Recibí, a cambio de unas monedas, un sándwich de una máquina automática y
un café con leche.
Dejamos la academia a las 5 de la tarde. Era un curso “full time”. No
concurrían muchos alumnos. Sin embargo entre los que asistían habían

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europeos, árabes, africanos, asiáticos. Ningún latinoamericano. No trabé


amistad con nadie. No teníamos nada en común. Lo único que me interesaba
de la academia era ocupar mi cabeza en algo que no fuera el echar de menos
constantemente aquello que había dejado allá lejos.

Antes que Fernando me llamara por teléfono ese fin de semana, yo lo


llamé para decirle que tenía comprometidos el sábado y el domingo para ir a
ver un “match” y visitar algún museo...
Le alegró saber que ya me estaba ambientando. Quedamos en vernos la
próxima semana.

En realidad,
la verdad era que yo no quería convertirme en una carga obligatoria para
ellos. ¡Bastante ya habían hecho por mi! El estar en compañía de Jenny y
Fernando de allá en cuando lo encontraba justificable. ¡Pero todos los fines de
semana... no...!
Noooo. No. No quería constituirme en algo gravoso y pesado. De modo
que me fui sólo a un “match” de béisbol y visité toda la tarde el Museo de Arte
Moderno.

Entre semana y semana habían transcurrido ya tres meses. Ningún


cambio político indicaba mi retorno. Yo hacía progreso en el inglés.
El viernes Fernando fue el primero en llamarme para decirme que el
sábado no contara con ellos porque estaban invitados por unos amigos, pero
que me esperarían el domingo, pues también estaría a cenar un amigo muy
estimado a quién él quería que yo conociera.
- ¡Estoy seguro que se van a entender! Es una persona muy agradable e
interesante – me había dicho.

Fue así
como conocí a Steve, joven médico canadiense que hablaba el
castellano.
Por su parte Jenny había invitado a Linda, que para decir verdad no hacía
mucho honor a su nombre, era una amiga que habitaba en el mismo edificio.

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Pensé que nuestra charla se desarrollaría en castellano, pero no fue así,


yo ya comprendía y dominaba el inglés.
Después de la cena Jenny y Linda dejaron todas las cosas arregladas y
se fueron al apartamento de Linda.
Quedamos los tres charlando amigablemente en castellano sobre temas
generales para finalizar en asuntos que concernían a ambos médicos logrando
despertar mi interés por la importancia que ellos encerraban.

- ¿Cómo te ha ido en tú último viaje?


- No puedo decir que maravillosamente, pero puedo afirmar que hemos
trabajado sin descanso. ¡Hemos logrado rescatar 167 víctimas!
- Víctimas... ¿De qué? - pregunté.
- De la droga.
- No estoy enterado de ese problema. ¿Me podrían explicar algo para
orientarme?
- Ok. Ante todo quiero hacerte saber que este mi magnífico amigo – dijo
rodeando a Steve con un brazo – es algo digno de admiración en grado
superlativo, pues dedica su vida a rescatar víctimas de la droga. Viaja para ello
constantemente por las regiones de Asia y del África en busca de jóvenes que
abandonando sus hogares se van por esos mundos. Los unos creyendo
hacerse ricos negociando con las drogas que en esos lejanos pueblos se
venden a precios ínfimos; los otros,
alucinados por las orgías de placer que esperan encontrar por esos lados.
Steve nos va a relatar algo de sus experiencias.
- Como acaba de decir Fernando es increíble ver el número de jóvenes
cuyas edades oscilan entre los 16 y 25 años, la mayor parte de nacionalidad
norteamericana, aunque los hay también canadienses, franceses, alemanes y
otros, constituyendo verdaderas caravanas que transitan por esos pueblos.
Muchos de ellos siguen la carretera que bordea la cadena del Himalaya hasta
alcanzar el Nepal, hay quienes se van hasta Tailandia, Laos, Camboya, Burma,
y otros toman la ruta del África, yéndose concretamente a Marruecos. En fin...
Esos innumerables grupos de jóvenes que pululan por esas regiones terminan
su existencia en forma tan desastrosa que es imposible imaginar. La mayor
parte no retorna. Acaban en lupanares, en tugurios, y los más, arracimados con

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los mendigos en las calles, famélicos, hambrientos, completamente desnudos.


Cuanto más bajo han caído se aferran con más fuerza a la animalidad y se
niegan a regresar a la civilización. Quién los ve, no puede concebir que son los
mismos que poco tiempo antes llegaron cargando sus vituallas, pletóricos de
vida y de esperanza. Con dólares en los bolsillos. Pretendiendo, como lo dijo
antes Fernando, comprar drogas a precios bajos para revenderlas a costo
elevado a su retorno y hacerse ricos, sin tomar en cuenta que el poder de la
droga y las circunstancias que los rodean son tan poderosas, que se ven
sumergidos en las profundidades de la degradación y el vicio sin que ellos lo
hubieran imaginado. Es entonces que se ven obligados a vender todo lo que
llevan encima para adquirir más y más droga, pues no pueden ya prescindir de
ella. Y así comienzan por vender sus máquinas fotográficas, luego otros
objetos hasta que terminan por despojarse de su ropa... quedando
completamente desnudos y mendigando. Convencerlos a volver a sus hogares,
no es tarea fácil, tampoco es fácil embarcarlos en los aviones en la forma en
que se encuentran, es necesario comprarles un pantalón y una camisa para
que los acepten, hasta llegar a centros destinados a recibirlos para luego
reembarcarlos a sus países de origen para recibir el tratamiento que necesitan.
Esta es a grandes rasgos la tarea que nos hemos propuesto cumplir...
- ¡Es una obra verdaderamente digna de admiración. Se debe necesitar
una vocación especial!
- ¡Ya te dije que Steve es algo maravilloso!
- No exageres Fernando. Todos cumplimos con nuestra vocación en la
vida. ¡Tú dedicándote a curar a los enfermos de cáncer!
- Veo que yo he perdido el tiempo.
- ¿Qué estudiabas antes de llegar a Nueva York?
- Leyes. Me faltaba poco para obtener mi licenciatura en Criminología.
- Magnífica profesión. ¿Por qué la dejaste?
Tuve que contar a Steve el problema que me había obligado dejar mi
país.
- ¡No me llama la atención lo que te han hecho. Conozco algo de la
política boliviana. Y si miramos a Bolivia desde otro ángulo tenemos que admitir
que es el lugar que produce la mejor cocaína que llega de contrabando a esta
parte del mundo... y lo peor de esto, es que algunos gobernantes están

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complicados en estos asuntos. Es el mal endémico de muchos países


latinoamericanos. Es sabido que Mengano que se mantiene en el poder años y
años y es dueño absoluto de su país, tiene organizado el contrabando de
drogas con una flotilla de aviones propia maravillosamente disciplinada. Los
Estados Unidos lo saben, pero no pueden hacer mucho... porque el mal hay
que atacarlo en sus orígenes, y atacarlo en el propio país sería como intervenir
en su política interna.
- Claro que, en contraposición a esa clase de gobernantes, existen
quienes contribuyen y cooperan en la mejor forma. De todos modos es una
lucha interminable. ¡Es una guerra sin victoria!
- Tienes razón. ¡Es una guerra sin victoria! ¡Basta ver la otra cara de la
medalla!
- ¿Qué quieres decir con eso Luis Alberto?
- Algo semejante a lo que sucede con los que se dicen defensores de la
Paz del Mundo y que venden armamentos a los beligerantes. Lo que quiero
decir es, que mientras se ataca por un lado a los narcotraficantes y a los
drogadictos en una y otra forma; por otro lado – y esto ustedes deben saberlo
mejor que yo – países como los EE.UU. permiten la fabricación en cantidades
alarmantes de barbitúricos y otras drogas....
- ¡Con fines médicos!
- ¡Exacto. Eso es lo que quiero poner en claro. Con fi-nes, mé-di-cos. Y
como un considerable número de médicos recetan drogas y drogas para todo,
resulta que el mundo se está endrogando. Drogas para dormir. Para
tranquilizar, drogas. Para quitar cualquier dolor por pequeño o grande que sea,
drogas. Para mantener despiertos, drogas. Para estimular, drogas. Para
conservar la euforia, drogas. ¡Drogas para todo...! Y así se podría enumerar
una cantidad de casos en que los médicos recetan drogas. Y como las drogas
crean hábito, resulta que esos médicos mercantilistas siguen con su sistema de
drogas que les aporta jugosas ganancias. Mantienen sus consultorios llenos y
por ende sus bolsillos, pues por cada receta se paga. Y como la generalidad de
esos pacientes son gente adinerada... artistas de cine, cantantes, hombres de
negocios, libertinos y otros, los fines médicos son... ¡No sé qué calificativo
darles! Como un ejemplo su puede citar el caso del médico de ese famoso
cantor que acaba de morir y que lo ha mantenido drogado en todos los

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momentos de la vida, habiéndole aportado a ese médico ganancias sin medida,


pues se sabe que le regalaba autos, joyas y fuera de ello le pagaba sumas
fabulosas y como ese caso hay... muchos.
Hasta la manera de suicidarse ha cambiado con el sistema de las drogas.
Ya nadie se planta un tiro, pero sí, se toma una buena dosis de
barbitúricos. ¿Es o no es así?
Se hizo un pequeño silencio.
- En los casos de cáncer son imprescindibles las drogas.
- Lo sabemos, pero, como dice Luis Alberto se hace un uso indebido de la
droga. ¡Pues los “uppers” son drogas antidepresivas como las anfetaminas y
los “downers”, tranquilizantes, como el seconal y otras que producen sueño y
quitan el dolor, y son hipnóticos tan poderosos como la morfina y la heroína
misma. ¡Para qué citar otras! Estamos convencidos – al decirlo se miró la punta
de los zapatos y luego con sorna dijo: Y se habla de una tercera guerra
mundial. ¿Acaso no estamos librando la peor de las batallas contra un mundo
viciado, descompuesto, podrido, endrogado...?
- Entonces. ¿Quiénes son los culpables? ¿Quiénes son los que endrogan
más? – me aventuré a preguntar - ¿Los narcotraficantes? ¿Los le-ga-les
fabricantes? ¿Los médicos que las recetan? ¿Los que comercian
inescrupulosamente con ellas? ¿Quién? ¿Quiénes?
Creo que Steve iba a decir algo pero la inesperada llegada de Jenny que
abrió la puerta y al entrar dijo:
- ¡Agradable sorpresa! – pensé que ya se habían ido! Y con un gesto de
gata mimosa añadió: -Hubiera lamentado mucho no despedirlos...
De modo que Steve se apresuró a decir, mañana es día de trabajo y nos
hemos extralimitado en la hora. Creo que lo conveniente sería dejarlos
descansar.
- Pienso lo mismo –confirmé.
Ambos agradecimos a Jenny y a Fernando por la agradable y sabrosa
cena... y por la interesante velada...

Salimos juntos.
- ¿Has venido en auto?
- No. No tengo. Hago uso del “subte” solamente.

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- Entonces vamos en el mío.


- Ok. Gracias. Te acepto.
- ¿En qué región vives?
- En Queens.
- Bien, tenemos largo para charlar. Pues el tiempo pasa tan rápido que no
da tregua, no he llegado a cambiar ideas con Fernando sobre el asunto del
tráfico de sangre. Quería conocer su opinión. Pero se nos ha hecho tarde...
- ¿Tráfico de sangre?
- ¿No has oído hablar de ese tráfico que está tomando incremento en
forma alarmante?
-Noooo. ¡Noooo!
- ¡Ay Luis Alberto! En este mundo en que se trafica con todo. ¡Hasta con
el alma! Ya nada llama la atención. Lo triste y lo lamentable es, que nos hace
ver hasta dónde pueden llegar los traficantes, con tal de sacar pingues
utilidades y hacerse millonarios, de la noche a la mañana destruyendo al ser
humano.
- La ambición desmedida del hombre no tiene límites. Es incomprensible
determinar hasta dónde puede llevarlos.
(Al decir esto, había recordado dos cosas: la primera, la había escuchado
a mi padre cuando se refería a los políticos de nuestro país; la otra, me había
traído a la memoria los crímenes que Sandra me había relatado...)
- Así es – escuché que respondía Steve y luego me decía, te voy a
explicar a grandes rasgos en qué consiste el tráfico de sangre.
- Ok.
- Es obvio que sabes que diariamente en los hospitales del mundo se
realizan operaciones quirúrgicas de toda clase. Bien. Para ese número
incalculable de operaciones se necesitan grandes cantidades de plasma
sanguíneo. Esta circunstancia o coyuntura la aprovechan ciertos hombres de
negocios que obtienen millones de ganancias suministrando la sangre
necesaria, que ellos la consiguen a precios mínimos extrayéndosela a los
pobres. Es decir, extrayéndola a los míseros habitantes de los pueblos del
tercer mundo... a los negros del África... a los indígenas de Latinoamérica. ¡A
esas pobres gentes que carecen de pan y de trabajo! ¡A esas! Les extraen su
sangre a cambio de unos míseros centavos que en las manos de los traficantes

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se multiplican convirtiéndose en millones de dólares... Y como puedes


comprender, la mina es inagotable...
- ¿Y nadie puede hacer algo para evitar ese tráfico tan inhumano?
- Es difícil... Además los que gobiernan esos míseros pueblos están en
combinación con los traficantes. Es más o menos algo parecido a lo que
sucede en el asunto de las drogas. ¡Hay que convencerse que el mundo está
podrido! Sin embargo la O.M.S. está tomando cartas en esto, como que es, la
organización que proclama el derecho a la salud para todos los seres
humanos. Pero los traficantes saben como actuar y eludir toda responsabilidad.
- Entiendo ¡Y estoy seguro que si hubieran muchas personas como tú...
las cosas cambiarían!
- No creas. Business son business. Es un comercio con visos de
legalidad, compran a bajo precio y lo venden ganando. Además sería como una
gota de agua luchando contra un mar incontenible...
- Perdona que te interrumpa. Tienes que doblar en la próxima esquina
hacia la izquierda. Luego atravesar tres calles...
Así lo hacia Steve.
- Ahora por favor ¿Quieres detenerte delante de aquel edificio de color
oscuro que se encuentra a la derecha?
- ¿Aquí vives? – me preguntó mientras frenaba en aquel sitio.
- Sí. Subamos a tomar un café.
- Te agradezco. No puedo. Ya es tarde. Me has oído decir en casa de
Fernando que mañana es día de trabajo y tengo un mundo de cosas por hacer
esta semana antes de ir a Ottawa.
- ¿Cuándo te vas?
- El viernes.
- ¿Por mucho tiempo?
- Un par de días.
- He oído decir que Ottawa es una ciudad bella, tranquila y muy limpia.
- Sí. Es así. ¿Quisieras conocerla?
- Me agradaría... pero...
- Si quieres vienes conmigo. Yo voy en mi auto el viernes para retornar el
lunes. Un viaje relámpago. Tengo que ver allí un asunto, de lo contrario lo
hubiera resuelto por teléfono. De modo que si te animas, no hay problema.

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- Gracias Steve. Dime qué es lo que tengo que hacer y estaré listo a la
hora que me indiques.
- Tienes que sacar visa para ir al Canadá. Es obvio que tienes que llevar
tu pasaporte... pero...
- ¿Pero qué?
- Que tu pasaporte es boliviano.
- ¿Y qué?
- Que te podrían hacer dificultades.
- ¿Por qué?
- Por el asunto de drogas. Desconfían de los bolivianos y de algunos otros
latinoamericanos. Pero si llevas tus papeles en regla no habrá problema,
además vas conmigo.

Antes de partir hacia Ottawa llamé por teléfono a Fernando para


comunicarle que iba con Steve.

A medida que avanzábamos por la infinita y espaciosa autopista de


oscuro asfalto cortando la vastedad de la verde fisonomía que nos rodeaba y
dejando atrás a la ciudad de Nueva York, sentía el desencogimiento de mi
alma. Me sentía revivir lejos de los aplastantes rascacielos, del gentío
asfixiante y del asfixiante encierro de mis cuatro paredes.

Recorríamos bajo el grandioso cielo de un atardecer embellecido por el


colorido de las pinceladas de un impresionista. El sol, como una esfera
incandescente rodaba y rodaba casi a ras del suelo y paralelamente a nosotros
como si nos persiguiera. De pronto se perdió detrás de la arboleda de un pinar
y no apareció más... Daba la impresión de que se hubiera quedado enredado
en el ramaje de los pinos que reverberaban como encendidos en llamaradas.
El horizonte parecía arder.
Las sombras de la noche semejaban la humareda de un incendio que
lentamente se apagaba confundiéndose con las oscuras sombras de la
arboleda.
Todo se iba difuminando hasta desaparecer completamente. Más tarde,
sobre la carretera las luces de los autos se astillaban en el negro pavimento,

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como dejándose barrer por su claridad. Parecía, como que las estrellas
corrieran por el suelo perseguidas por la velocidad de los haces de luz de los
vehículos.

- ¡Qué bello atardecer! - había pensado en alta voz recordando con


nostalgia aquellos incomparables ocasos que contemplara allá en el Altiplano,
en mi adolescencia.
- Sí. Un bello atardecer – repitió Steve, que había escuchado mis
palabras.
- Emociona la hora crepuscular. Invade la tristeza.
- Depende del estado anímico.
- Impresiona el vacío que deja el día, la noche nos llena de soledad.
- Yo creo que es el gentío el que nos hace sentir más la soledad.
- Tienes razón. Estoy plenamente convencido. Nunca me he encontrado
más solo que en la populosa ciudad de Nueva York. Si no hubiera sido por
Fernando, no sé lo que hubiera sido de mí.
- ¿No tienes amigos?
- ¿Amigos? ¿En Nueva York? ¿Yo? No... Mis amigos han quedado en mi
terruño. Ahí sí tengo amigos. Aquí... ¡No!
- ¿No te gusta Nueva York?
- Admiro todo lo grandioso que encierra, pero existe una enorme
diferencia entre admirar y en compenetrarse o identificarse. Jamás podré yo
asimilarme a su ambiente. No olvides que soy un exiliado. No he venido por mi
voluntad. Y soy un exiliado por partida doble.
- ¿Por partida doble? ¿Qué quieres decir con eso?
- Que soy un exiliado de mi país y también del que habito actualmente. Su
ambiente me rechaza. Somos disímiles. Nos rechazamos ¡No sé cómo
explicarte, pues llega a tal extremo mi disconformidad que hasta la belleza de
este ocaso... la encuentro diferente... diferente a la de los ocasos de mi país...
- Es natural que encuentres diferencia. Los ocasos son diferentes en las
regiones de la tierra... no es lo mismo un ocaso en el mar, que en la montaña.
- Entiendo que es así. Lo sé. Lo que quiero decir, es que si bien es
maravilloso este incendio de oro azul naranja y rosa, hay una enorme
diferencia con los del Altiplano de mi país. Los del Altiplano son atardeceres

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que duelen y lastiman el alma. Son como manchados con rojez de sangre. No
me vas a comprender y estoy seguro que nunca he de contemplar en otro sitio
la profundidad y el dolor de esos ocasos...
- Creo haberte dicho que todo depende del estado anímico. De todos
modos. ¿Podrías explicarme cómo es el Altiplano?
- Te lo voy a describir en pocas palabras como a ti te agrada resumir.
¿Ok?
- Ok.
- El Altiplano... Es una extensa estepa triste. Maravillosamente triste. Lo
circundan la soledad y los silencios. La soledad se apodera del alma. Los
silencios se escuchan... porque sólo las piedras hablan. Hablan con la voz
milenaria de los Andes. Hablan de mitos y de ancestros. Hablan del caos. De la
eterna noche del principio... Hablan las voces calladas... del silencio...
El Altiplano
es una pampa inmensa de árida belleza impresionante. Es como un mar
ausente de indefinidas y carentes playas donde ha quedado petrificado el
tiempo, conformando un horizonte de granito de altivas cumbres, cubiertas por
las nieves eternales donde anidan los cóndores...
Altivas cumbres... y grietas abismales de simas insondables donde
chirrían los vientos. Vientos amenazantes ascendiendo violentos en locas
espirales hasta trizarse contra los heleros. Vientos despavoridos que cruzan
ululando por los breñales. Vientos que siiiilban entre las recias briznas de los
hirsutos pajonales. Vientos, que gimen en la quena del indio añorando la
grandeza de tiempos legendarios desaparecidos, que han quedado perennes y
expectantes en la tensa oscuridad de los recuerdos.
Lo que encierra esa tierra abrumada por el sol, es imposible describirla.
Es un compendio de fragmentos de un mundo que subsiste encerrado en un
vacío de esperanzas. Es... es... como hundir los pies en el principio... en la
noche sin nombre...
La emoción que se siente al contemplar esa grandiosa soledad profunda
que agranda con el sonido de la quena y del bombo, que se escuchan lejanos,
es imposible de expresar. ¡Hay algo grande que contar... no hay palabras para
describirlo!

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He ahí a grandes rasgos la fisonomía de ese territorio enriquecido por la


hondura del tiempo y que constituye la fuerza telúrica diseñadora del habitante
de esa región andina.
- Describes bien las cosas. ¿Eres escritor?
- Digo lo que siento... nada más...
- Lo que sientes es nostalgia.
- ¿Quién no añora lo suyo cuando vuelve los ojos hacia adentro, hacia el
trasfondo del alma, mirando lo que ha sido, lo que llena la vida habitándola por
entero?
Donde uno se va se lleva ese algo inconfundible e imborrable. Ese
lontanar de sueños y vivencias. Esas horas que pasan en torbellino... siempre
huyendo, enredadas en esos venires... que ya no vienen. ¡Que nunca volverán!
¡Nunca! Dejándonos lacerados, tristes... y vencidos...
- Te estás poniendo melancólico y pesimista. Parecería que tienes el alma
atormentada.
- Me imagino que todos la tienen atormentada.
- No todos. Hay gente optimista sin complicaciones.

No le respondí. La noche temblaba entre mis manos. Me sentía entre dos


noches... como entre dos oscuridades...

- ¿Ves aquellas luces a la derecha de la carretera?


- Las veo.
- Ahí vamos a descansar. Tenemos que dormir unas buenas horas. Es
necesario dar reposo al cuerpo. Mañana proseguiremos. Además, en este
motel – decía en tanto que ya parqueaba el auto delante de las luces que hace
unos instantes parecían lejanas – sirven unos platos muy agradables y
sabrosos.

Al escucharlo sentí abatirse la lumbre de aquellas horas sobre la dura


superficie de la realidad. La charla había perdido su excitante densidad.

No hay duda que yo soy un soñador. Me dije para mis entretelas. Y nadie
podrá entenderme.

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No pude encender el cigarrillo que me llevé a la boca. Lo mantuve


apretado entre los labios y descendí callado del automóvil.
Quedé pensando.
Mi pensamiento me llevaba lejos. No podía dejar de pensar en lo mío y
esta vez, una tristeza enorme me estrangulaba. La desesperación me asediaba
inmisericordemente no sé por quééé...

Por la mañana desperté sobresaltado. Había tenido un sueño intranquilo.


Recordaba haber soñado que me cortaban el camino y que no podía llegar...
Desperté con esa sensación.
- Ya es hora de levantarse – decía alegremente Steve.
- He tenido una horrible pesadilla – le dije al descorrer la cortina. El sol de
la ventana se adueñó de la habitación.
- Yo nunca sueño – me respondió mientras se afeitaba. Nos
aprestábamos a proseguir el viaje.
- ¿Tienes carnet para conducir?
- Sí.
- Entonces... esta vez, toma el volante. La mañana está agradable.
- Ok.
Al tenerlo en las manos una angustia inexplicable me arrancó del sitio en
el que me encontraba... Llevándome allá... a lo mío... Me parecía tener entre
las manos el volante de la “cucaracha”... a medida que avanzábamos por la
carretera mis ojos devoraban imágenes lejanas... La veía a mi madre... a mi
madre... a mis padres... me parecía escuchar sus voces...
Recordaba también a Eduardo, a la Gringa, a Sandra... ¡Ay Sandra!
¡Sandra, todo mi mal lo debo a ti...!
- ¡Estás mudo Luis Alberto! ¿Qué te pasa?
- Contemplaba mis calles trepadoras... y... Estoy... Estoy...
Sacudí la cabeza para volver a la realidad y completé la frase diciendo:
- Estoy recordando mis calles, las subidas y bajadas, los recodos y los
recovecos de la accidentada topografía de mi ciudad natal.
- Y seguramente estableces la deferencia que existe con esta autopista
plana y rectilínea.
- ¿Deferencia? Sí... ¡Diferencia! ¡Qué diferente es todo!

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- ¿A qué todo te refieres?


- A todo. No hay nada parecido. Nada semejante. Nada que nos acerque
ni que nos una. Abismales antagonismos nos separan. ¿Será por eso que no
nos entendemos y nos detestamos?
- No comprendo lo que quieres decir.
- ¡Ay! Tengo la mente tan enredada que yo mismo no entiendo por qué
traje a colación la diferencia que existe entre latinoamericanos y americanos
del norte, pero es algo que lo percibo en el aire... que lo respiro...
- Ya que estás enfocando las cosas desde ese ángulo, te voy a preguntar.
¿Por qué los latinoamericanos aceptan la ayuda de los norteamericanos... si
los detestan...
- ¿Ayuda? ¿Dices? No sé desde qué punto puede llamarse ayuda... Si los
beneficiados son los “yankees” con nuestras materias primas por las que pagan
precios irrisorios. ¡Pues estamos bajo su predominio! ¡Bajo su imperialismo!
Creen que somos su colonia. ¡Y nos explotan como si lo fuéramos!
- ¿Preferirías a los rusos?
-De ninguna manera, porque somos un país libre. Y si los aceptamos a
los “yankees”... es porque ellos son también un país libre.
- Ahí esta el quid.
- Lógico. Pero no podemos negar que nos extorsionan.
- Eso depende de los gobernantes que se dejan...
- No, querido Steve, pues los que no se dejan, o caen del poder, o caen
en la órbita de los rusos. Estamos en una dramática disyuntiva, en un callejón
sin salida.
- Pero existen países latinoamericanos que no aceptan a ninguno de esos
imperialismos.
- ¡Será en apariencia pero la realidad es otra...! No creo que estés bien
informado sobre este problema. Es necesario haber vivido en Latinoamérica
para entenderlo... y... ni aún así... pues son problemas muy complejos. Es por
esto que los “yankees” fracasan no sólo en el concepto humano... si no también
en el comercial y en su política hacia Latinoamérica.
- Yo creo más bien que son los malos gobernantes de algunos países
latinoamericanos los que fomentan la explotación de sus pueblos, pues hay
gobiernos que se venden por unos dólares a cualquiera de los dos regímenes

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imperialistas y entregan a sus países maniatados... haciéndoles creer que


anhelan su progreso.
- En esto sí que estoy de pleno acuerdo contigo. ¡Son los malos
gobernantes los que conducen al desastre a sus pueblos... Esos vendidos.
Esos...
- Frena Luis Alberto, frena. Estamos ya en la frontera y te van a pedir tu
pasaporte.
Así fue.
Se los di. Lo observaron. Me lo devolvieron y pasamos sin ningún
problema.
- ¡A ti no te pidieron el tuyo!
- No necesitamos pasaporte ni los canadienses ni los norteamericanos.
Más bien quisiera saber si es verdad que los bolivianos necesitan hacer visar
sus pasaportes en sus propios consulados cuando tienen que retornar a su
país.
- No sería raro que así fuera. ¡Tantas cosas raras pasan en mi país!
- ¿No has intentado retornar?
- No. Y mi caso es diferente. Yo no puedo regresar mientras estén en el
poder esos desgraciados... ese gobernante que no sabe ni lo que dice y ese
desalmado asesino jefe de policía que incondicionalmente cumple su papel de
verdugo. En cuanto haya un cambio de gobierno mis padres se van a ocupar
de inmediato de solucionar mi problema. ¡Ay! Prefiero no tocar este asunto que
me enferma... y más hoy, que me siento muy deprimido y angustiado. ¡Me
parece que presiento algo! ¿Crees tú en la premonición?
- Sí. Sí. Y no te sientes muy bien, déjame conducir. Descansa un poco.
- Ok.
Me sentí aliviado devolviendo esa pequeña responsabilidad en sus
manos, pues me hallaba en un estado depresivo agobiante. Steve me narró
varios casos de premonición tan interesantes, que antes de que me lo
imaginara habíamos llegado a Ottawa.

El hotel en el que nos hospedamos era un hotel tradicional. Se


encontraba en pleno centro de la ciudad y hacía honor a su nombre, ya que
tenía la impresionante arquitectura de un castillo medieval.

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Después de habernos instalado, bajamos al bar a tomar un copetín. Steve


me expresó que me dejaba en completa libertad y que él debía cumplir el
cometido que lo trajo.
- No me esperes a cenar. Ni sé a qué hora voy a retornar. Tienes tiempo
para pasear y conocer algo de esta ciudad y estoy seguro que te agradará.
Toma, llévate este pequeño mapa. Te va a servir.

No tenía muchas ganas de salir a pasear. Una angustia inexplicable


despedazaba mi alma. Sentía que fibra por fibra me iba destruyendo por dentro
lentamente.
De pronto exclamé resueltamente. ¡Estoy harto de tanto desaliento! ¡Debo
sobreponerme! y salí.

A pocos pasos del hotel se hallaba el Parlamento. Me llamó mucho la


atención su bello estilo gótico, su alta torre, su reloj de cuatro cuadrantes. En
ese instante daban doce campanadas de un caluroso medio día.
Sabía que era el Parlamento, me lo había dicho Steve al llegar. Ahora, lo
admiraba detenidamente. A corta distancia del sitio en que me encontraba, un
niño con su padre también lo contemplaban y escuché que el padre decía:
- Esta es la Colina Parlamentaria. El edificio principal que ves al frente, es
el Parlamento, donde funcionan las Cámaras de los Comunes y el Senado. El
que está al lado derecho lo ocupa el Primer Ministro y su Consejo Privado, y
aquel, que está al extremo izquierdo está destinado a las oficinas de los
diputados y al personal administrativo, allí también se encuentra la Sala de la
Confederación donde se realizan las ceremonias oficiales. Ahora vamos a
entrar al jardín de la Colina y vas a poner mucha atención.
Los seguí a cierta distancia. Varias personas ingresaban también al
jardín, y yo, me aventuré.

Padre e hijo se acercaron a un grupo que observaba algo. Al


aproximarme, vi que se trataba de una encendida llama que ardía rodeada de
varios escudos tallados en piedra y escuché decir al padre del niño, que cada
escudo representaba a una de la provincias y que la llama ardía sin
interrupción desde el día del Centenario significando la unión del Canadá.

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Luego ellos y otras personas nos dispersamos en las escalinatas de


piedra que se abrían sobre el verde césped finamente recortado; el variado
colorido de las flores, particularmente el de los tulipanes daban realce a la
impresionante arquitectura gótica. Detrás del Parlamento observé los
arbotantes sosteniendo la cúpula de la Biblioteca y en uno que otro lugar, pude
ver las austeras efigies de algunos personajes importantes de la historia del
país.
Una verja de hierro recubierta de hiedras y de otras plantas, servía de
límite a la Colina, al pie de la cual a varios metros de profundidad corría ancho
y majestuoso el río Ottawa presentando un espectáculo grandioso. Sobre sus
ondas se deslizaban pequeños botes y veleros y alguno que otro yate cargado
de pasajeros, que bien podrían ser turistas, o simplemente entusiastas
paseantes en aquella calurosa hora. Entre la tupida arboleda de la orilla
opuesta asomaban semiocultos por el ramaje, los tejados de algunas casas.

Nuevamente en la calle
caminando llegué hasta el edificio de la Corte Suprema y más allá
encontré el de la Biblioteca Nacional, frente al cual, ondeaban en el jardín de
Las Provincias, las banderas de éstas.

Desandando lo andado retorné hasta la plaza de la Confederación que se


encuentra frente al Parlamento y donde se levanta el gran monumento en
memoria de los Caídos en la Segunda Guerra Mundial que había sido
inaugurado por Jorge VI de Inglaterra y que simboliza la Victoria y la Libertad.
No lejos, el Centro Nacional de Arte hace su aparición con sus bellas
terrazas, que semejan jardines colgantes, dando un toque distinguido a su
configuración totalmente sobria y moderna.

La angustia no me abandonaba y seguía caminando a mi lado como si


fuera mi sombra, impidiéndome considerar algunos detalles. Sin embargo no
dejé de echar un vistazo desde una de las terrazas debajo de la que pasa el
famoso Canal que constituye uno de los orgullos de la ciudad, ya que en
invierno se convierte en la pista de patinaje más larga del mundo.

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La juventud congregada en aquel sitio del Canal hacía gala de alegría


armonizando con las estridencias de la música moderna que no solamente se
difundía entre el gentío que llenaban las mesas del café-bar donde estaba
instalada la orquesta, sino que llenaba todo el ambiente...

Descendí de la terraza hasta la orilla y me alejé de aquel bullicio


pensando encontrar en las tranquilas aguas del Canal el sosiego que anhelaba
prosiguiendo por el sombreado sendero de una de las orillas. El rumor de los
remos de alguna canoa no quebraba aquella calma, pero el ruido de los
motores de los pequeños yates y la algazara de sus ocupantes contrariaban
con mi tristeza.

No podía entender ese cambio tan radical y profundo que experimentaba


mi ser, si solamente tres meses atrás yo era tan alegre y bullanguero como
aquella juventud que por todos lados encontraba.
¡Cómo he cambiado tanto!

Volviendo sobre mis pasos decidí retornar al hotel.

Tres meses ya que vivo en un mundo ajeno y desconocido. En otras


circunstancias me hubiera sentido feliz de admirar tanto que había para
admirar en estas regiones.

Desde tu partida Sandra. Desde aquella separación. Desde ese tu viaje a


España ha cambiado totalmente mi vida.
Tú, ahora, casada con ese maldito conde.
Yo, en el exilio. ¡Qué paradojas encierra la vida!

Y pensando en Sandra, en mis padres, en mis amigos equivoqué el


rumbo de mi camino, pues en lugar de llegar al hotel fui a dar a una región
adyacente. Me encontraba ante un folclórico “mercadito”, (así en diminutivo)
pequeño, rebosante de flores y de frutas, de hortalizas y legumbres. Todo
fresco y reluciente. Frutas y frutos de todos los países del mundo... Y el
gentío... un conglomerado de razas, atuendos y fisonomías.

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Campesinas y campesinos de la región francesa del país, expendían en


una larga fila de mesas protegidas del sol por toldos especiales, los productos
de la tierra.
De tanto ver y mirar todo aquello que producía antojo sentí que tenía
hambre. Varios avisos de restaurantes se ofrecían tentadores. Elegí el más
próximo.
Me sirvieron un gran plato de “fruits du mer” y un agradable vino. Me
recuperé del hambre y la fatiga. Quedé un largo rato fumando un cigarrillo y al
salir del restaurante me di cuanta que era algo tarde aunque el sol alumbraba
todavía. Eran las 9 de la noche. Proseguí al comprobar la prolongación del día,
deambulando, caminando, dialogando conmigo mismo, pues de tanto estar
solo me había habituado a dialogar conmigo.
Me hundí en un dédalo de tiendas de comercio y de modas, di vueltas por
un parque y crucé un puente. Al consultar mi pequeño mapa, pude deducir que
estaba girando por la misma zona. Sólo que ahora el día se alejaba
definitivamente y al irse, imprimía en el cielo hermosas pinceladas de oro
naranja y fuego. Se incendiaba la tarde... La nostalgia entró por mis pupilas
hasta el fondo de mi alma. El ocaso era para mí algo muy sentimental...

Entremos
le dije a la sombra de mi tristeza que no me abandonaba. La luz rojiza, el
olor espeso de los cigarrillos, la música, el murmullo de las voces.
La mesera me condujo a una mesa situada en un ángulo. Era la única que
quedaba libre. Pedí un café y un coñac.
Mis ojos poco a poco se habituaban al ambiente y me puse a observar.
Frente a mí, una linda chica sola en una mesa, me miraba con insistencia.
Me di cuenta que me miraba y me di cuenta de su belleza a través de las
parejas que bailaban y quedé sorprendido cuando la vi delante mío.
Fugazmente pude ver que llevaba unos blue jeans ajustados y una blusa
transparente donde se dibujaban dos botones rosados. Me pidió un cigarrillo.
Me puse de pie y le ofrecí asiento mientras mis manos temblorosas buscaban
los cigarrillos.
- ¿Cómo te llamas?
- Luis Alberto, le dije al encender su cigarrillo. ¿Y tú?

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- Sheila, me respondió lanzando una bocanada de humo y dibujando una


bella sonrisa que me dejó alelado. Luego me preguntó:
- ¿De dónde eres?
- De Bolivia.
- ¡Ah! ¿De ese país donde mataron al CHE?
- Exacto. ¿Y tú?
- Canadiense. - al decirlo clavó sus ojos grises en los míos.
- ¿Quieres servirte algo? ¿Qué puedo ofrecerte? - atiné a preguntarle,
pues me encontraba enteramente confundido.
- Lo que has pedido tú...
La mesera le trajo un café y un coñac.
- ¿Hace tiempo que vives acá?
- Llegué hoy de Nueva York.
- Me figuré que venías de por allí al ver la marca de los cigarrillos. ¿Te
quedas mucho tiempo?
- Mañana retorno a Nueva York.
- ¿Tan pronto?
- Vine acompañando a un amigo... y nada más...
- ¿Te agrada bailar?
- Si lo deseas...

No era Sheila la que bailaba conmigo... era Sandra... Su mismo talle fino y
delicado, su mismo porte... y la misma dulzura de su rostro.
¿Estaré soñando?
- Bailas muy bien.
- Y tú eres bella. Me fascinan tus ojos tan profundos y de tanta ternura.
- Eres galante.
- Quisiera decirte muchas cosas pero no poseo el idioma correctamente...
- Lo hablas muy bien.
Nuevamente sonrío y seguimos bailando.
Una aventura amorosa con esta linda chica quién sabe sería una evasión
para mi espíritu atormentado, pensé.
- ¿Dónde estás alojado?
- En el Chateau.

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- A cuatro pasos de aquí...


- Sí. ¿Y tú dónde vives?
- También a cuatro pasos de aquí, pero en sentido contrario.
- ¿Estudias? ¿Trabajas? ¿De qué te ocupas?
- Estudio y trabajo. Quiero optar mi título.
- ¿Qué estudias?
- Arqueología.
- ¿Arqueología? ¿Tú?
- ¿Por qué te extraña? Me fascina el pasado. Lo que ha sido. Lo que ya
no es y sin embargo está. Remover lo recóndito. Sumergirme en la esencia. En
el principio. Interrogar a la piedra y escuchar su mensaje. Pero no hablemos de
eso ahora. Esta es mi hora de diversión. Bailemos. La vida es bella.
- Tienes razón, la vida es bella... estando a tu lado...
Sonrió sin responderme. Con sonrisa indefinible... enigmática...
provocativa.
La música había cesado por unos momentos y retornamos a la mesa. Su
blusa transparente. Sus blue jeans estrechos.
Quedaban unos sorbos de coñac.
- ¿Quieres que pidamos otro café y otro coñac?
- Para mi, un café solamente. No me agrada beber, pero sí me vuelvo
loca por bailar.
- ¿Pero yo puedo pedir para mí un coñac?
- Qué simpático eres. ¿Sabes? Eres diferente a los demás...
- ¿En qué me diferencio?
- En que eres caballeroso. Cualquier otro ya me hubiera propuesto ir a la
cama... Así son casi todos... por eso no me gusta bailar con quien no
conozco... pero a ti te he mirado y me ha parecido que no eres como otros...
- Lo que yo no entiendo es, ¿por qué estabas sola en esa mesa?
- Porque me gusta bailar y no tardan en llegar mis amigos. Yo he llegado
antes para reservarles la mesa. Y hablando de ellos ya están acá, me dijo
indicando con los ojos a una pareja que asomaba al dintel de la entrada... Ellos
también la buscaban. Sheila les hizo una seña y ellos se acercaron.
Luego hizo las presentaciones.
- ¿Y qué es de los otros? Tamara no ha llegado aún...

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- Van a demorar un poco.


Los recién llegados pidieron dos cervezas. Yo le pregunté a Sheila qué es
lo que quería servirse.
- Si eres tan amable te acepto un milkshake.
- Yo pedí para mi otro coñac. Pero aquel “milkshake” me dio el golpe de
gracia. Era la bebida preferida de Sandra. Me sentí inseguro. Me sobrepuse.
Charlamos todos juntos.
Los recién llegados eran simpatiquísimos. Bailamos un buen rato y antes
que llegaron los otros preferí retirarme... Aludiendo que me esperaban...
- ¡No te vayas tan pronto! Me agradaría conocerte un poco más...
¡Quédate!
- Me quedaría a tu lado indefinidamente... pero la felicidad es fugaz. Me
voy con el sabor de haberte conocido.
- Si algún día retornas a Ottawa me encontrarás por aquí...
- Ok.
Pague la cuenta y salí.
Qué simpático, escuché decir mientras me dirigía a la salida.

Al llegar al hotel daban las doce campanadas de la media noche. Steve


no había llegado aún.
Me acosté. Quedé con los ojos abiertos mirando las figuras de Sandra y
de Sheila en una sola forma confundidas... Ambas inalcanzables. Grabadas en
mi memoria...
Podía haberme quedado más tiempo pero el “milkshake” y Sandra se
interpusieron... Debo olvidar a Sandra... Debo olvidarla si quiero rehacer mi
vida...

Cuando desperté Steve ya salía del cuarto de baño.


- Duermes como un bendito.
- No creas tuve horribles pesadillas. Sé que algo me va a ocurrir... lo
presiento Steve... ¡Lo presiento...! ¡Estoy seguro que me va a ocurrir algo...!
-No te sugestiones hombre. ¡Sacúdete! Este domingo te lo regalo. Vamos
a recorrer Ottawa por sus cuatro costados y así, olvidarás tus malos
presentimientos.

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En el centro de la ciudad
se levantaban sin ser exageradamente elevados, bellos edificios como
tallados en cristal. Pequeñas casitas de cuentos de hadas bordeaban el Canal
y delineaban los grandes barrios modernos con jardines esmeradamente
cuidados. Antiguos barrios de casonas pesadas, recargadas y pintadas con
colores espesos. Avenidas arboladas. Calles comerciales en las que se veían
lujosas vitrinas de modas y de artefactos mil. Una que otra iglesia. Escuelas en
todas las regiones. Numerosos y modernos hospitales. Pequeñas bosquecillos
diseminados entre los diversos barrios y regiones. Puentes aquí y allá, una
veces sobre el río Ottawa y otras, sobre el Rideau.
En tanto que yo llenaba mis ojos mirando todo lo que veía, Steve me iba
relatando lo que encontraba digno de mencionar.
- Este puente – me dijo – es el límite entre Ottawa y Hull, es decir el límite
con la bella provincia.
- ¿Cuál es la bella provincia?
- Quebec. El problema es, que Quebec, está agitado por los separatistas,
pues en esa provincia predomina el francés y en las otras provincias el inglés,
de modo que existe una especie de discordia entre anglosajones y latino-
francófonos.
- Yo creo que deben ser los latinos-francófonos los que promueven la
trifulca, basta ver toda la turbulencia que existe en Latinoamérica.
- Es importante analizar la sicología de esas dos razas. Unos amantes de
la paz y la organización. Los otros... mejor no te digo. Todo es temperamental.
- Existe también influencias telúricas.
- Es verdad y lo lamentable es, que Canadá es un gran país
maravillosamente organizado, industrializado, productivo y sin problemas
raciales y no faltan quienes quieren romper la armonía que predomina.
- Creo que es un problema mundial producido por la influencia de las dos
grandes hegemonías...
- No precisamente... pero... existe cierta intervención...
En tanto que nos abismábamos en la charla y rodábamos sobre la
autopista, nos internábamos en un grandioso e interminable bosque que me
hizo exclamar. ¡Qué belleza! Árboles. Árboles. Árboles. Interminablemente...

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- ¡Y si los vieras en otoño! Se te cortaría el aliento al contemplar el


colorido que adquieren las hojas de estos árboles No hay pinceles ni palabras
para delinear esa gama de colores desde el amarillo oro hasta el rojo profundo.
No te lo puedo definir. ¡Tendrías que verlo! Es un incendio de llamaradas
indescriptible. El otoño es para mí lo más bello que puede brindar la naturaleza.
Creo que no hay nada comparable con el otoñó de estas regiones.
Seguíamos internándonos en aquel bosque inacabable. De pronto nos
encontramos bordeando la orilla de un lago. Luego descubrimos otro más
grande cuyas playas estaban plenas de gentío. siguiendo nuestro recorrido
hallamos otros más privativos, rodeados de cabañas cuyos propietarios
entretenían su tiempo, los unos dedicados a la pesca, la natación sin faltar los
aficionados a la navegación en pequeños botes a remo o a vela. Pasamos
junto a un lago tranquilo, sin cabañas sin gente, sin botes. Sólo el agua y las
verdes orillas solitarias. ¡Cómo mi alma! – pensé.

Steve se detuvo delante de un “auberge”


- Aquí vamos a almorzar y vas a saborear algunos platos canadienses.
La mesera nos condujo a una terraza abierta sobre un lago. Era tan bello
el paisaje que me dejó pasmado... Árboles y lagos... ¡Qué bellos panoramas...!
Aquel almuerzo hubiera transcurrido feliz sino hubiera sido por la
incomprensible angustia que no me abandonaba. El paisaje contribuía no sé
por qué a acentuar mi pena. No lograba despejar mis presentimientos y
prefería no comentar este asunto con Steve ya que él me había regalado con
tan grandioso domingo para que despejara mis presentimientos.

Retornamos.
Mis ojos regresaban plenos de paisaje. Mi corazón continuaba anegado
de profunda tristeza.

Cuando llegamos al hotel


después de descansar unos poco minutos y beber un scotch en el bar,
Steve me manifestó que había comprado unos “tickets” para el ballet que se
realizaba a las 8:30 y como estábamos en la hora nos fuimos caminando, pues

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el Centro de Arte donde se realizaba, se encontraba a escasos metros de


nuestro hotel.
Al llegar le dije:
- Ayer estuve aquí, en una de las terrazas que da sobre el Canal y no me
imaginé que hoy lo conocería por dentro.
- Te diré que nuestro Centro de Arte constituye uno de nuestros orgullos.
Desde el punto de vista técnico es sin lugar a dudas uno de los más
perfeccionados. Tiene diversas salas. La sala de óperas y de conciertos con
cabida para dos mil trescientos espectadores; la de representaciones de arte
escénico para ochocientos.
Ya nos encontrábamos en el interior y Steve seguí diciendo:
- Detrás de estas dos grandes puertas de nueve metros de altura que son
una obra de arte en aluminio y que se abren como si no pesaran nada... se
realizan los recitales poéticos y conciertos de música de cámara, es una sala
para trescientas personas.
Atravesamos el gran “foyer” y nos dirigimos a nuestras butacas.

Gradas mecánicas. Escalinatas tapizadas de rojo. Ascensores, conducían


al numeroso público a las diversas ubicaciones.

El ballet moderno que por primera vez admiraba, me deslumbró.


¡El telón era incomparable! salí maravillado.
- Ahora vamos a cenar en el restaurante del Centro de Arte que queda por
este lado, me decía mientras nos encaminábamos por ese lado.
Luego me explicó:
- Abajo queda el café-terrace. Se lo puede ver desde esta terraza.
- Lo vi también ayer – le respondí – Estaba atestado de juventud, de
alegría y de música... como ahora...
- Así está todo el verano.

Después de cenar retornamos al hotel caminando como habíamos venido.


-Todo lo que he visto y admirado hoy me ha cautivado. En esta ciudad sí
que me agradaría vivir. Nueva York me asfixia. Allí no me ambiento por más

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que para todos los que la conocen sea admirable y la más grande ciudad del
mundo. A mí no me convence.
- Si como dices te agradaría vivir acá, en Ottawa, yo podría ayudarte. No
es un problema sin solución. Y ahora tenemos que darnos prisa, pues en unos
minutos más tenemos que salir de regreso a Nueva York para llegar a una hora
conveniente mañana. Tengo mucho que hacer allí.
Consultó su reloj.
- Dormiremos unas cuantas horas en el camino en algún hotelito. De
modo que manos a la obra.

Todo resultó como Steve lo había previsto. Al despertar por la mañana en


el “hotelito” nos sirvieron un agradable y abundante desayuno.
Antes de medio día llegamos a Nueva York.
- Bueno. Ahora a dar la última mano al asunto, dijo al salir del auto
después de parquearlo en un lugar adecuado. Lo seguí sin saber qué se
proponía. Ingresamos en el Consulado del Canadá. Y solamente cuando
expuso mi caso y me pidieron mi pasaporte y nos hicieron llenar varios
formularios, en los cuales firmamos Steve y yo... me di cuenta de lo que se
trataba.
Al salir del Consulado me dijo:
- Has oído que solamente necesitas entregarles unas cuantas fotografías
tuyas, pues tu certificado médico está correcto, y si puedes llevárselas cuánto
antes, mejor. Por aquí cerca hay un estudio fotográfico. Sería bueno que ahora
mismo vayas allí. Te las van a entregar al minuto y yo creo que con eso basta.
Ahora, lo que me queda es desearte buena suerte.
Todo había sucedido tan vertiginosamente que sólo atiné a abrazarlo con
emoción y agradecerle con palabras sinceras y sentidas.
- No tienes por qué agradecerme. Hay que esperar que el resultado sea
positivo.
- Estoy seguro que ha de serlo.
El se dirigió a su auto, yo, al estudio fotográfico.

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Las cuatro paredes de mi famosa celda volvieron a aplastarme. Mis ojos


que se habían llenado de árboles, agua y sol, ahora se encontraban
nuevamente chocando contra esos muros hostiles y asfixiantes.
Hubiera querido detener con las manos aquellas horas que habían
pasado como un sueño. Sólo logré palpar la dimensión de la nostalgia y de la
angustia que estaban de nuevo junto a mí. Inútilmente traté de ahuyentarlas.
Profundas eran sus raíces...
Minuto a minuto me destruían aniquilándome...
Tuve deseos de tomar el subte y encaminarme a la casa de Fernando.
Me di cuenta de lo absurdo de mi idea. Lo llamaré más tarde.
Salí a dar una vuelta y a comer algo pues desde el desayuno de aquella
madrugada no había probado bocado. Después de haber devorado un gran
bistec con papas fritas y bebido un cuarto de vino me sentí reconfortado
físicamente. Pero mi alma seguía torturándome con desacostumbrada
insistencia.
No entiendo lo que me sucede. Si prosigo así, creo que voy a perder la
cabeza.
Más o menos a las diez de la noche disqué el número del teléfono de
Fernando y antes de que yo pudiera decirle algo, al reconocer mi voz me dijo:
- Te he llamado tres o cuatro veces. ¿Dónde estabas Luis Alberto?
- Acabo de entrar. Me fui a cenar y a caminar un poco.
- Te llamaba para pedirte que vengas a cenar con nosotros mañana.
- ¿Mañana martes? ¿Hay algo especial?
- Sí.
- Gracias. Estaré a la hora de costumbre. Mi cariño para Jenny.
- Ok. Mañana te esperaremos.

Al colgar el auricular me puse a cavilar. ¿Será cumpleaños de Fernando?


¿Será de Jenny? ¿Será aniversario de matrimonio?
Lo adecuado era que yo llegara con un ramo de flores. Y así lo hice.
Compré unas bellas rosas que encontré en la florería. Eran, como
aquellas que florecían en el jardín de mi casa. ¡Y que tanto le agradaban a mi
madre..! Al recordarla sentí un dolor intenso, inubicable. No podía definir en
qué lugar de mi ser dolía. Sólo sé que dolía.

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Fernando me abrió la puerta. Jenny daba los últimos toques a la mesa.


- ¿A quién debo abrazar y entregar este ramo? – pregunté con
entusiasmo.
- Los dos te vamos a abrazar a ti y Jenny va a colocar las flores en un
sitio preferencia.
Me encontré algo confuso, pero como en ese instante Jenny se había
aproximado y me daba un beso en la mejilla a tiempo que tomaba las rosas en
sus manos mi pensamiento quedó en suspenso sin poder discernir. Vi que
colocaba las rosas en un lindo florero de cristal.
Las rosas. El jardín de mi casa. La imagen de mi madre llenaron mis ojos.
- ¡Qué bellas rosas! - comentó Jenny y añadió - ahora pasemos a la
mesa, la cena está lista.
La charla versó sobre Ottawa. Sobre la tranquilidad que reinaba en
aquella ciudad tan limpia, tan pulcra. Fernando y Jenny que habían estado allí
de vacaciones hacía un par de años atrás, recordaban algunos pasajes.
Después de servirnos el café. Fernando me dijo – vamos al living, quiero
charlar contigo.
- Me ofreció un cigarrillo pese a que poco antes con el café ya habíamos
fumado uno. Le acepté. Di una profunda bocanada. Me acomodé en uno de los
muelles sillones presto a escucharlo.
- El domingo, cuando seguramente Steve y tú paseaban por Ottawa,
había llamado Luz María sin poder localizarnos en todo el día, pues Jenny y yo
nos hallábamos pasando el día en casa de unos amigos; tampoco obtuvo
respuesta al llamar al número de tu teléfono. Recién ayer por la mañana
pudimos ponernos en contacto y me pidió que yo fuera el que te diera la
noticia...
-¿Cuál de los dos? - pregunté con tremenda inquietud.
- Tu madre.
- ¡Lo presentí! ¡Lo presentí! – exclamé con voz ahogada a tiempo que
despedazaba el cigarrillo contra el cenicero.
Oculté la cara entre mis manos. El dolor me destruía. El corazón latía en
mi garganta sofocando el aullido que pugnaba por escapar. No puedo definir
cuánto tiempo quedé en aquella postura. Seguramente cuando Fernando se

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dio cuenta que el efecto del “shock” había declinado me ofreció un vaso de
whisky.
- No soy amigo de los tranquilizantes en estos casos. Es preferible un
trago fuerte... que te haga reaccionar y sobreponerte. Son cosas de la vida,
querido Luis Alberto.
Lo bebí de un solo golpe y me puse de pie.
- Fernando... Me voy...
- Descansa un poco. Yo te voy a acompañar más tarde a tu casa.
- No Fernando... No... Me voy solo... Te agradezco... Me siento con
suficientes fuerzas para irme solo.
- No te insisto. ¡Veo que eres todo un hombre! Me abrazó con emoción.
- Coraje, hermano, coraje... me repitió dos veces.
Jenny se acercó. Me abrazó murmurando: “I´m sorry”.
Fernando me entregó un cable, diciéndome:
- Es para ti.
Sin leerlo
lo guardé en el bolsillo y salí.
Después de cerrar la puerta de mi celda con llave por dentro me
derrumbé sobre la cama. Tenía ganas de gritar. Mordí los nombres del padre
de Sandra y del Jefe de la Policía en una maldición.
Mis ojos vaciaron hasta la última gota de sus lágrimas.
Mi madre querida... mamita querida. ¿Por qué te has ido dejándome en
una desolación total? ¿Por qué? ¿Por qué te has ido mamita? ¿Por qué?
Interrogantes y frases sueltas brotaban incoherentes de lo más hondo de mi
ser.
Escuchaba el golpear del viento en la ventana... que repercutía en mi
cabeza como un latido inmenso torturando mi mente. Una palidez de abandono
doblegaba mi alma desangrándola.
El color del silencio se acentuaba a mi alrededor. Los minutos parecían
arrastrarse haciéndome mirar la vida como algo ajeno...
Veía que las paredes se alargaban. Que daban vueltas arrollándome
hasta hundirme en una negra y profunda oscuridad...
El sonido del teléfono me sacó de aquel abismo.

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- ¿Qué? No te comprendo. El viento golpea repercutiendo en mi cabeza.


No te puedo oír.
- Te digo que esta tarde a las seis Steve pasará a buscarte. Espéralo listo
en traje sport y con lo necesario como para pasar dos días, mañana y el
domingo en la cabaña de unos amigos...
- Pero...
- No hay pero que valga. No puedo entrar en detalles porque te hablo
desde el hospital y los altoparlantes llaman mi nombre para un caso tal vez de
urgencia. Lleva tu malla de baño. Esta tarde a las seis no te olvides. ¿Ok?
-Okeeeeeeeey...
Esta tarde... dos días... mañana... y el domingo... No entiendo. Estos
golpes del viento repercuten en mi cabeza. Me lastiman. No me dejan pensar.
Pasé mi mano por la frente para ahuyentar ese golpear torturador. La dejé
resbalar por la mejilla hasta el mentón. Mi barba estaba recrecida. Tenía la
boca seca y amarga. Busqué un cigarrillo. Encontré el cable que me entregó
Fernando... Lo leí:
“... de su sueño tranquilo pasó al sueño eterno sin dolor sin una queja...
La vamos a enterrar el martes... No trates de venir. Tu sabes el por qué. Te
besa con dolor tu hermana” Yo repetía... la vamos a enterrar el martes... el
martes... el martes... Martes era ayer... ayer... llegué con un ramo de rosas a
cenar en casa de Fernando... el martes Fernando me dio la noticia... el
entierro... las rosas...

¡Mamita querida! Estuve en tu entierro con mi ramo de rosas... como las


del jardín de nuestra casa... ¡Como las que a ti tanto te gustaban...! Madre... el
martes... estuve... en tu entierro... ¡Lo presentí! Creía enloquecer...

Necesitaba un cigarrillo. Tambaleante salí a comprarlos... Las rosas, el


entierro... Los golpes del viento golpeando mi cabeza... El aire de la calle me
refrescó la frente, dejé de sentir aquellos golpes.

Madre querida... estuve en tu entierro con mi ramo de rosas... Caminaba


como un sonámbulo. Llegué hasta el Centro Comercial. El restaurante estaba

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allí... Mi boca seca... Al sentir el olor de la comida me dí cuenta que tenía


hambre... y entré...
Compré los cigarrillos. Poco a poco me iba recuperando. Recobrando mi
aplomo... Entré a la peluquería mi barba estaba recrecida. Hoy a las seis
Steve... mañana y el domingo... Ayer martes. No entiendo. Estoy perdiendo la
razón.
- ¿Qué día es hoy? – le pregunté al peluquero que me atendía.
- Viernes – me respondió.
- ¿Viernes?
- Tiene usted el calendario a la vista, ahí, al frente.
- Viernes. Viernes. Y ayer era martes...
El peluquero me miró sorprendido.
Esa tarde a las seis no te olvides ¿Ok?
- Eres puntual Luis Alberto, no pareces latinoamericano.
- Mi subconsciente me hace llegar puntual.
Ya en su carro y mientras rodábamos por las calles, Steve respondió a
una pregunta que le hice.
-Son una simpática familia los padres y sus tres hijos. El mayor es
médico. De ahí la amistad con Fernando y conmigo. El padre es diplomático.
Desempeña desde varios años el cargo de embajador en uno y otro país.
Vienen algunas veces a pasar vacaciones en la cabaña que hoy vas a conocer,
que es muy linda y es de un tío de ellos. El segundo de los hijos, es intelectual.
Ha escrito algunos libros basado en estudios e impresiones que ha tenido en
los países en los que ha estado con sus padres. La hija, que es la menor de la
familia, sólo espera casarse... en un sitio inamovible... está cansada de tanto
viajar...

Llegamos unos minutos antes de Fernando y de Jenny que venían con


otros dos amigos.
La familia era como me la había descrito Steve.
Esa noche pasamos una agradable velada. Uno de los que había llegado
con Fernando tocaba el acordeón maravillosamente.
La bella y simpática chiquilla se parecía a alguien, pero no podía definir a
quién.

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La caza, la pesca. La natación. El polo acuático. Las canoas. La cena


alrededor del fuego. La música. El paisaje.
Casi podría decir que me aliviaron el dolor. Fernando es para mí más que
un hermano, está buscando distraerme. Hacerme olvidar mi pena. Pensé.
Antes de partir de la cabaña, le dimos una fiesta de despedida a Steve
que viajaba al día siguiente.
- Yo entendí que te ibas a fin de mes, le dije entre apesadumbrado y
sorprendido.
- Yo estaba convencido que así sería. Pero las circunstancias han
cambiado. Ellas no dependen de nosotros. Nosotros dependemos de ellas.

Al encontrarme de nuevo solo en mi celda. Comprendí esa tragedia de la


vida... Una sucesión de despedidas. Unas cortas. Otras largas. Otras
definitivas...

La soledad agrandaba a mi alrededor como cavando un enorme hueco.

Al regresar de la academia abrí mi casillero de correo. Había una carta de


mi hermana. Era su letra.
En ella me detallaba el contenido del cable...
“Nuestro padre está muy decaído... te escribirá después...”.

Me relataba cómo habían sido aquellas horas de dolor y de angustia... Me


hacía conocer algunos pormenores del entierro...
Citando nombres de algunos amigos que estuvieron presentes. Entre
ellos el de los padres de Eduardo y los padres de la Gringa. Nada me decía de
la Gringa. Nada de Sandra ni de su madre.
“Estuvo un grupo de universitarios, seguramente tus amigos. Enorme era
el cortejo que acompañó hasta el cementerio aquella triste tarde del día martes.
Alguien había enviado a último momento un bello ramo de rosas, como
aquellas que crecen en nuestro jardín. ¿Te recuerdas? Aquellas que tanto le
gustaban a nuestra querida madre... Con ellas la enterraron”.

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No pude continuar leyendo. Quedé temblando. Creí desfallecer. Creí


perder la razón.

Algo después...
Cobré aliento y proseguí leyendo:
“A Norman le han encomendado verificar un proyecto de construcción en
el Brasil, esto nos da la oportunidad de llevar a nuestro querido padre a ese
país para que se distraiga un poco... Nos ha costado mucho convencerlo...
pero al fin ha accedido. Vamos a permanecer allí unos veinte días que
seguramente van a hacerle bien... está acabado... Cuando recibas esta carta
probablemente estaremos ya de regreso a Bolivia... Te besa con dolor tu
hermana, Luz María”.

Me costó mucho dar respuesta a esa carta de mi hermana. No podía ni


quería manifestarle el estado de ánimo en que me encontraba. Tampoco me
atrevía a contarle lo del ramo de rosas... Van a creer que estoy perdiendo la
razón y se van a alarmar...

Después de varios días recibí otra carta de mi hermana que procedía


nuevamente del Brasil. En pocas líneas me hacía saber que el proyecto de
construcción que hacía Norman se había prolongado por unos días más...
Cada día que pasa lo veo más reanimado a nuestro querido padre...
aunque sé que la pena lo consume por dentro... Terminaba diciendo que
próximamente me avisará la fecha del retorno a Bolivia.

Entre carta y carta se arrastraban los días y las semanas...

A su regreso a La Paz me escribió mi padre. Una carta breve pero dolida.


“... El vació que ha dejado tu madre es imposible de llenar... La casa ha
crecido en dimensión y en soledad... Si no fuera por Norman y Luz María no
quiero ni pensar lo que sería de mí... Me haces falta hijo mío... me haces
mucha falta Luis Alberto. No ha de ser raro que algún momento me decida a
irme a tu lado...”.

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Casi simultáneamente recibí carta de mi hermana, dándome la noticia de


que pocos días de haber retornado, había sucedido un cambio de gobierno. (Al
leer esa noticia mi entusiasmo me elevó hasta el techo. ¡Por fin... podré
regresar...! Por fin). Seguí leyendo con entusiasmo.
“Relatarte todo lo que está sucediendo en este nuestro sufrido país, sería
interminable, por eso te envío algunos recortes que se deben a un conocido
periodista”.

Terminaba su carta diciéndome:


“A pesar de todo este trastorno que ha sacudido al país, ese maldito Jefe
de Policía ha sido ratificado en su puesto. De modo, que todavía no puedes
retornar. Esto, le ha dolido mucho a nuestro padre y a nosotros por supuesto...
Paciencia querido hermano... ¿Qué más puedo decirte?”.

Mi aliento se derrumbó. Me sentí vencido.


Cada uno de los artículos que me había enviado Luz María, me hacía ver
todo lo que ocurría en nuestro pobre país.

Comenté con Fernando todo lo acontecido. Le llevé los recortes para que
los leyera.
- ¡Es una vergüenza lo que sucede en Bolivia! “Seis gobernantes en
cuarenta y ocho horas”. ¡Es inaudito, es inaudito! ¡Y lo que vendrá en los
próximos años! Pues estamos yendo de mal en peor. Es muy acertada la idea
de tu padre de venirse a los EE.UU.
- Tendré que alquilar un departamento más amplio.
- Primero tienes que estar seguro de que ha de venir. Es solamente una
idea, la de tu padre, en cuanto te confirme ya se verá...
- Y si no da tiempo para conseguirlo.
- No te preocupes Luis Alberto, pues tu padre tiene en cualquier momento
su sitio en nuestra casa. Lo que sí, es aconsejable que mantengas tu situación
de estudiante.
Pese a que no estaba con ellos todos los fines de semana, no dejábamos
de mantenernos en contacto. Así cuando Steve me escribió una tarjeta a la
dirección de Fernando inmediatamente me avisó diciéndome que fuera a cenar

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con ellos para que a la vez pudieran entregármela. Las noticias de Steve
venían de Marruecos y nos anticipaba que la próxima vez nos escribiría de
algún lugar todavía no definido. Esto, nos impedía darle respuesta.

La carta que recibí de Luz María era desalentadora.


“Nos encontramos en un caos, me decía, el pánico se ha apoderado de la
población... La intranquilidad y la incertidumbre son alarmantes. Se habla de
una “ZAFRA ROJA” que se proyecta y que acabaría con la vida de algunas
personas de importancia. La palabra “PAREDÓN” se cierne como una
amenaza... lo mismo que “Los Tribunales Populares” que piensan establecer...
En vista de todo esto hemos decidido vender las dos casas que tenemos. Pero
como hay que llenar ciertos requisitos que tú, como casi abogado, debes darte
cuenta que han surgido a raíz del fallecimiento de nuestra querida madre,
próximamente te vamos a enviar los papeles correspondientes, entre ellos un
poder que tú y yo tenemos que otorgar a nuestro padre... En mi concepto creo
que ha de ser muy difícil venderlas pues no te imaginas cuánta gente se halla
en la misma situación de abandonar el país. De todas maneras estás sobre
aviso, si algo sugieres avísanos, de lo contrario yo te haré conocer lo
decidido...”.

Me abrumaban estas noticias. Hubiera querido estar allí para ayudarlos


en estos problemas. Cada día acrecentaba mi rencor contra los causantes de
la situación que me impedía estar al lado de mi padre y de los míos. Quedé
esperando con ansiedad las noticias que pudieran llegarme... pues le había
enviado algunos datos que podrían serles de utilidad aunque ya conocía el
nombre del abogado que estaba encartado del asunto, haciéndome ver que
estaba en buenas manos.

Ese fin de semana que fui a visitarlos encontré a Fernando y a Jenny


atareados en consultar mapas, hoteles, líneas aéreas.
- ¿Piensan dar la vuelta al mundo? – les pregunté riendo.
- Ni más ni menos. Estamos proyectando darnos una vacación de largos
meses. Tenemos la oportunidad y los medios de realizar un viaje estupendo...

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recorrer Europa, Asia, algo de África, de Centro y Sudamérica, en fin... conocer


el mundo...
- ¿Conocen ya todos los estados que conforman los Estados Unidos?
- No. Como eso va a ser más fácil realizarlo. Lo dejamos para la próxima
vacación...
- ¿Por qué no me contagian su entusiasmo?
- Ya te llegará el turno. De todos modos no dejes de venir más a menudo,
pues en cualquier momento vamos a alzar el vuelo.
- No necesitan decírmelo dos veces. No voy a perder la ocasión de estar
con ustedes, antes de su viaje.
Estaba por levantar el auricular y marcar el número para preguntar a
Fernando si podía ir al día siguiente que era sábado a visitarlos, cuando en ese
momento sonó la campanilla del teléfono. Al escuchar la voz de Fernando le
dije:
- Ha habido telepatía pues en este instante estaba por llamarlos.
- Seguramente ha habido telepatía – me respondió Fernando. –Ven a
cenar mañana, te esperamos. ¿Ok?

Durante la cena recorríamos con los ojos de la imaginación varios países


interesantes que existen en el mundo y que no siempre se tiene la oportunidad
de conocerlos personalmente.
- Me alegra saber que ustedes van a poder realizar ese deseo.
- Y a nosotros nos alegra más, ver que lo vamos a realizar, dijo riendo
Fernando.
Y así charlando... dimos la vuelta al mundo.
Al terminar la cena me preguntó si no había leído las últimas noticias que
se habían publicado sobre Steve y que se habían difundido por TV y otros
medios de difusión.
- No. Nada he sabido. No he tenido tiempo de leer ni de escuchar con
todo el ajetreo de cartas que recibo de mi casa.
- ¡Ay! Luis Alberto – me dijo todo apesadumbrado. –Steve ha sido
asesinado por un grupo de drogados, en Laos.
Quedé callado. No pude responder nada.

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Luego me refirió algunos de los detalles que se habían publicado, como la


muerte de sus dos compañeros con los cuales había viajado...
Yo lo escuchaba atento y adolorido.
Y mientras él proseguía refiriendo aquella tragedia... Yo, pensaba en
Steve... y me preguntaba a mí mismo ¿Por qué los buenos se irán en plena
vida... en plena actividad... y cuándo más se espera de ellos?
Al mismo tiempo me daba cuenta que Fernando esperaba siempre el final
de la cena para dar las malas noticias.

En la larga sobremesa comentamos, sobre la lealtad, la generosidad y las


grandes cualidades que poseía, llegando al convencimiento que la vida es
algo... que hay que vivirla mientras se pueda...

No muy tarde me despedí y retorné por mi camino de siempre, bajo la


triste sensación de esa muerte tan impresionante. Nuestra amistad había sido
fugaz... breve... pero profunda...

Fernando y Jenny terminaban ya sus preparativos de viaje. A los ocho


días alzaron vuelo.

Luz María me envió los poderes que yo debía firmar y hacerlos legalizar
en el Consulado de Bolivia. Este asunto me tomó varios días pues cada vez
que me hacía presente en dicha repartición me decían: “Vuelva mañana”, Los
personeros del Consulado no se habían sacudido de esa frase que era
característica de nuestro país. De tal suerte, que después que Fernando y
Jenny viajaron, yo pude con bastante demora, remitir esos papeles a mi casa.
Calculaba que tardaría en llegar entre quince a veinte días, esa era la
alternativa en que se encontraba la correspondencia, no sé si se debía a este
lado del mundo esa demora o a los correos de Bolivia. Otros veinte días
durarían en salir a flote los asuntos en los que estaban empeñados mis
familiares y otros quince para que me hagan saber el resultado... Esto ponía
delante de mis ojos una perspectiva alentadora por un lado, y por el otro, de
una larga e interminable espera... que agrandaba el hueco de mi soledad...

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Con todo, no dejaba de abrir todos los días el casillero de mi


correspondencia, así tuve la sorpresa de encontrar un sobre con el membrete
del Ministerio de Inmigración del Canadá.
Leí con atención el contenido. Pensé largamente en Steve, él había sido
el que me ayudó a iniciar mi permiso de inmigración... ¡Desde aquella fecha
tantas y tantas cosas habían sucedido...!
¡Cómo ha pasado el tiempo! Murmuré. Y como voy encontrándome más y
más solo...
No debo desesperar... No tengo que perder un minuto. Debe hacerme
presente en el Canadá en el término estipulado.

Compré un pasaje aéreo hacia Ottawa y llegué antes de haberme dado


cuenta de mi arribo.
En las oficinas de inmigración llené los últimos requisitos y entré a la
ciudad de Ottawa munido del sello de “inmigrante” estampado en mi pasaporte.
Me alojé en el mismo hotel en el que nos habíamos alojado con Steve...
¡Y no podía convencerme de que él... ya no existía...!

Por la noche concebí una idea.


Al día siguiente estaba resuelto a realizarla: Consulté la sección de avisos
que ofrecían viviendas en alquiler. Llamé por teléfono a una de las oficinas
especializadas en esa actividad. Recorrimos con uno de los agentes que me
enviaron las diferentes viviendas en alquiler.
Me agradó mucho un lindo apartamento lleno de sol y de luz y cuyas
ventanas daban sobre el Canal. Tenía dos amplios dormitorios. El mejor lo
destiné para mi padre. El cuarto de baño, mejor dicho los dos cuartos de baño
y la cocina eran insuperables. Tenía garaje en el sótano... en fin todas las
dependencias. Lo tomé. Pagué tres meses por adelantado a fin de darme el
tiempo necesario para arribar con mi padre. Hice instalar el teléfono y durante
los días posteriores me encontré atareado en comprar lo que necesitaba para
amoblarlo.
Hice mis cálculos financieros, me di cuenta que podía adquirir dos buenas
camas, un juego de living y un lindo televisor en colores. Un “kitchenette” para
cuatro personas... Llené los armarios de la cocina con lo necesario para

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afrontar los primeros días. Compré sábanas, frazadas, toallas. .. Todo sin salir
de mi presupuesto ya que a mi retorno a Nueva York también tenía que pagar
los alquileres y hacer otros gastos en los que incluía los pasajes para nuestro
retorno al Canadá. Después de lo cual me quedarían unos pocos billetes....
pero como para entonces ya estaría con mi querido padre... todo resultaría
conforme a lo planeado.
Podía sentirme realmente tranquilo de haber realizado aquello para
recibirlo... pero no sé... no sé por qué... la angustia no me abandonaba... ¡Sería
tal vez por tantos recuerdos tristes que me torturaban...!

Al retornar a Nueva York mi primer impulso fue abrir el casillero de mi


correspondencia. En él encontré dos tarjetas postales firmadas por Fernando y
Jenny, una de Portugal, otra de España. Una carta de mi hermana, la reconocí
por su letra en la dirección del sobre y una tercera algo voluminosa que
también venía de La Paz. La dirección estaba escrita a máquina y esto no
aclaraba nada, pero me fijé en la fecha del franqueo y como habían varios días
de diferencia pensé abrirlos por orden de llegada.
Subiendo en el ascensor leí las dos tarjetas, cada una de ellas con una
linda vista del país de origen.
Una vez en mi celda mi preparé a dar lectura a la carta de mi hermana:
“Querido Luis Alberto, te escribo a todo cuete para darte la buena nueva. He
tratado de comunicarme contigo por teléfono... sin obtener respuesta... he
llamado a Fernando a su casa y al hospital donde trabaja y me han dicho que
está de vacaciones... supuse que se fueron juntos... espero que no tardarán
más de quince días... te escribo con el tiempo necesario para que puedas
cambiar de apartamento pues el viaje de papá es ya un hecho... y como en el
que tú habitas no cabe ni un alfiler más, es urgente que hagas lo necesario
para que lo recibas en algo más mas confortable....
Las casas están virtualmente vendidas... el comprador ha dado una
buena suma en arras... sólo falta que lleguen los poderes firmados y
legalizados en le Consulado de Bolivia en Nueva York como te lo hemos
pedido que lo hicieras y que estoy segura que ya los habrás franqueado... el
asunto está en manos del abogado que ya te lo mencioné.

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Por el momento no hay otra novedad fuera de la que el país sigue


revuelto. Papá ya te contará todo...
Como comprenderás en cuanto él alce el vuelo, Norman y yo haremos lo
mismo... pero en dirección contraria pues existen dos posibilidades... una que
lo envíen a Australia, otra al Medio Oriente... estamos también esperando esta
confirmación de su destino... tú sabes cuánto me encanta viajar de modo que
estoy contando los minutos... esperando que todo marche bien para todos.
Si hay algún inconveniente de última hora... te comunicaré aunque no
creo que haya nada pues todo está casi finiquitado... De modo que prepárate
para recibir a papá... él está contento de ir a tu lado...”.

Al terminar de leer la carta me sentí tan emocionado que dudaba de que


todo fuera cierto. Era la primera vez desde que llegué a Nueva York que la
esperanza tomaba forma. Y era tal mi emoción que casi me olvido de abrir el
otro sobre.
Lo rasgué. Abrí la carta. Estaba firmada por Norman. ¿Por qué me escribe
Norman... y no mi hermana...? me pregunté preocupado.
“Mi querido y estimado Luis Alberto, el estado de salud de Luz María le
impide escribirte”. - ¿Qué habrá sucedido...? Me costaba leer aquella carta...
“Por todo lo que te voy a referir más o menos detalladamente podrás colegir
que Luz María necesita algunos días más para reponerse. En cuanto ella esté
en condiciones para viajar dejaremos Bolivia, ya me han confirmado que debo
viajar al Medio Oriente. Me imagino que Luz María te ha manifestado que el
procedimiento que se ha seguido para llevar adelante legal y correctamente a
buen término la venta de las casas que ustedes poseían en esta ciudad está de
acuerdo contigo. La llegada de los poderes que enviaste firmados por ti y
legalizados en la Embajada de tu país en Nueva York, han, no diré confirmado
tu acuerdo, sino que a la vez han sido de gran utilidad y eficacia, y que sin
ellos el asunto se hubiera retardado o entorpecido, de modo, que todo ha sido
legalmente encaminado por el abogado encargado del trámite y de lo relativo a
la cuestión de la herencia. La fecha para la entrega de las casas que como lo
sabrás se simplificó porque el comprador adquirió la que ustedes ocupaban con
todos los muebles, incluso con los libros de la biblioteca de tu padre, hizo que
todo estuviera listo y previsto para el momento de la entrega ya que el

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comprador canceló el total de la suma adeudada. Todo estaba firmado y de


común acuerdo entra las partes interesadas, de modo que solamente faltaba el
último requisito, es decir, hacer la entrega de las casas.
Tú conoces tanto como yo la actividad que caracteriza a Luz María y
sabes lo puntual y cumplida que es en todo lo que emprende y también
conoces la idiosincrasia de los bolivianos que se caracterizan por el
incumplimiento de estar a la hora precisa. Esto hizo que Luz María se ofreciera
y se comprometiera a pasar a buscar a cada uno de los personeros
inmiscuidos en este asunto, es decir al abogado, al comprador, al notario, los
testigos, incluso a mí que debía esperar en la esquina que ella me había
indicado. Ya estábamos todos en la vagoneta que , entre paréntesis, ya está
vendida y debía ser entregada al notario que la había adquirido. Como te digo
todos llegamos a la casa, la sirvienta nos abrió la puerta, ella también tenía que
dejar la casa y solamente se había quedado para ayudar en los quehaceres de
último momento. Yo indiqué a los señores que pasaran al escritorio en tanto
que Luz María se dirigía al piso superior para buscar a tu padre, fue en ese
momento que el abogado nos llamó a Luz María y a mí para decirnos que algo
sucedía. Acudimos ambos y pudimos comprobar que tu padre se encontraba
con la cabeza entre los brazos en actitud de dormir profundamente sobre el
escritorio. Luz María se acercó y suavemente trató de despertarlo. Pero como
no respondía tuvimos un cierto presentimiento pues ella había exclamado.
¡Está frío!
Yo llamé inmediatamente al médico que a ti te atendió y él en persona
respondió al teléfono acudiendo casi de inmediato. El abogado también había
llamado a un amigo médico y hasta el comprador se interesó por lo ocurrido y
pidió a un primo suyo que era médico que acudiera.
Todos ellos estuvieron presentes para certificar que tu padre había
fallecido a consecuencia de una embolia cerebral. ¡Ya te podrás imaginar lo
que hemos pasado en aquellos momentos!
Lamentablemente tengo que darte algunos detalles que necesitas
conocer. Ante la presencia de los que allí se encontraban, el abogado procedió,
conjuntamente con Luz María, a abrir la billetera en la que tu padre tenía la
suma de la venta de las casas divididas en tres partes. Una de las partes para
tu padre, otra para ti y otra por la misma suma para Luz María. De la parte del

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dinero de tu padre se hicieron dos partes iguales, una para tu hermana y otra
para ti. De estas sumas se dedujeron algunos gastos que se hicieron para el
entierro y para pagar los impuestos. Las copias y recibos te envío,
correctamente legalizados y firmados por el abogado y los testigos. Todo te lo
adjunto a esta carta.
Los restos de tu padre fueron velados en el Congreso Legislativo como le
correspondía por haber desempeñado altos cargos y la cartera de Ministro
anteriormente. El entierro fue una demostración de profundo dolor y aprecio de
sus amigos. Luz María que hasta el último momento manifestó una entereza de
carácter admirable, al regresar del cementerio cayó en un abatimiento tal que
me hizo temer por su vida. Los médicos que la atendieron me informaron que
necesitaba reposo y tranquilidad. Actualmente está atendida en la clínica. En
pocos días estará recuperada y en condiciones de viajar. Nada más puedo
decirte querido Luis Alberto. El dolor nos une en este momento. Te abraza tu
cuñado Norman”.

No pronuncié ni una palabra.


Mi voz estaba rota entre el corazón y la garganta. Ni una lágrima asomó a
mis ojos.
Mis movimientos se apretaban entre sí dejándome petrificado, atónito,
estupefacto. No estaba preparado para esta fatal noticia. Me perdí en los
desfiladeros de mi alma sin poder encontrarme. Nunca había comprendido tan
profundamente la hondura del sufrimiento. Era ya demasiado dolor para mi
vida. Estaba hundido hasta el fondo. Comprendí que todo había terminado para
mí. Era como si me hubieran sepultado. Me sentí ausente de la vida.
¡Había dejado de ser...!

Como un autómata saqué las dos maletas del closet. las llené con mi
ropa. En el maletín de mano guardé cartas, fotografías, recibos, cheques y
otros papeles. Todo en desorden.

Como un sonámbulo llegué hasta el centro comercial. Adquirí in pasaje


aéreo para Ottawa. En el Banco pedí el extracto de mi cuenta. Extendí un

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cheque por cincuenta dólares que era el saldo que me quedaba después de
deducir la suma que debía cancelar por el alquiler, el teléfono y otros pagos.
Retorne hasta mi habitación. Llamé al encargado del edificio y le entregué
los cheques correspondientes. Le dije que le regalaba todo lo que quedaba en
la habitación. Llamé un taxi por teléfono. Me apresté a salir. El hombre me miró
perplejo y me ayudó con una de las maletas y era tal su asombro que
solamente antes de que partiera el taxi me preguntó, a qué dirección se debía
enviar mi correspondencia.
- ¡Nadie me va a escribir! – le dije al cerrar la puerta del taxi que me llevó
hasta el aeropuerto.

Al perder de vista a la ciudad de Nueva York recordé aquella frase que


me la habían repetido varias veces: ”Nueva York te va a impresionar”. No se
equivocaron... Me impresionó... pero, ¡en qué forma!

Abrí los ojos sin saber si era de día o si era de noche. Si era el sol o si
eran las luces encendidas las que me permitían mirar la botella de whisky que
estaba sobre la mesa delante de mis ojos.
Mi chaqueta estaba por el suelo junto a las maletas.
Volví a llenar mi vaso. Quedaba casi la mitad. Pero cuando abrí los ojos la
próxima vez... estaba completamente vacía. Una sed horrible y un amargo
sabor a cobre me quemaba la boca. Borracho y tambaleante me encaminé al
cuarto de baño, hundí la cabeza en el lavabo bebiendo agua como un animal
sediento. Luego saqué del bolsillo de mi pantalón, mi billetera y la arrojé lejos...
y así vestido como estaba dejé caer la ducha sobre mi maloliente humanidad
hasta recuperar algo de mi dignidad. Enseguida me saqué la ropa mojada,
zapatos, medias, pantalón y todo lo demás y proseguí debajo del agua hasta
recobrar la lucidez.

Después de haber desahogado mi dolor comprendí mi triste situación...

El propósito que me impulsó a salir aquella mañana era depositar los


cheques que había recibido en la carta de Norman.

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Ottawa ya no era la misma ciudad que había conocido poco antes. Todo
había cambiado. Me parecía una ciudad totalmente diferente. Los árboles
estaban vacíos, taciturnos, tristes. Sin vida. Helado viento estremecía sus
desnudas ramas. Eran un paisaje desolador y deprimente.
¡Habían desaparecido las flores... Había desaparecido el verdor... había
desaparecido toda su belleza!
Toda aquella desolación parecía el reflejo de mi alma...

Abrí mi cuenta en el primer banco que encontré. Me pidieron un


documento que acreditara mi identidad. Les mostré mi pasaporte con el sello
de “inmigrante”. Me preguntaron dónde trabajaba. Respondí que recién había
llegado.
Tengo que buscar trabajo me dije para mis adentros.
Recibí el talonario de cheques que me entregaron y extendí uno por cien
dólares. Quería tener billetes en efectivo.

Tengo que buscar trabajo volví a repetir al salir del Banco. Compré un
periódico y arrojé todas sus páginas a uno de los tantos basureros que existen
en las calles reservándome solamente la de avisos que ofrecían trabajo. Entré
a un restaurante. Pedí el menú del día y comí sin saber lo que comía mientras
marcaba con la lapicera los empleos que me parecían los más adecuados a
mis conocimientos.
Al salir del restaurante tomé un taxi y lo contraté por un par de horas a fin
de agilizar la búsqueda, además no conocía la ciudad. Retorné desalentado sin
haber encontrado trabajo. Me quedaba la posibilidad de llamar por teléfono,
pues algunos de los avisos sólo daban el número telefónico para hacer la
solicitud.
Después de llamar a varios de ellos quedé más descorazonado... Todos,
todos me daban la misma respuesta “Para optar este empleo necesita usted
unos años de experiencia en trabajo canadiense”. Algunos exigían dos años,
otros, tres años, no faltaron los que pedían cuatro. Yo no podía comprender
cómo podría adquirir esa experiencia si nadie me daba la oportunidad para
adquirirla...

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Así pasaban los días.


El invierno comenzaba a hacerse sentir. El frío calaba hondo. Tomé una
determinación contundente: me compré un auto, por suerte tenía el dinero con
qué comprarlo... para afrontar la inclemencia del tiempo y a la vez proseguir
buscando trabajo, aunque ya había perdido toda esperanza de conseguirlo.
En uno de esos vagabundeos me dirigí a ese sitio en que Sheila me había
dicho que la podría encontrar.
La misma mesera de la vez anterior me condujo a una mesa para dos.
Pedí un café, me repudiaba el licor después de mi borrachera. Desde el sitio en
que me encontraba podía abarcar gran número de mesas. Todas estaban
ocupadas pero en ninguna veía a Sheila.
También podía observar cómodamente a las parejas que bailaban. Pronto
reconocí a su rubia amiga. Tuve que pedir otro café porque la rubia no dejaba
de bailar hasta que por fin ella y su pareja se dirigieron a una mesa.
Rápidamente llegué hasta ellos y le pregunté por Sheila.
- ¿Sheila? Hace diez días que se casó con un arqueólogo belga y se
fueron a Egipto.
Me despedí sin hacer mayor comentario. Pagué mi consumo y salí del
local.
Diez días.
¡Sí hubiera venido diez días antes... las cosas hubieran cambiado...!
Siempre esa palabra fatídica “si hubiera”.
No hay duda que sigo en la mala racha.
El tiempo transcurría monótono, aburrido, frío... Helándome los huesos...
y el alma... Era el invierno, el largo invierno que ya se avecinaba.

Me aproximé a un surtidor de combustible. El encargado de ese menester


me pidió mi llave para llenar el tanque del auto. En tanto, dejé vagar mis ojos
alrededor de ese sitio.
Me llamó la atención un letrero que decía: “Necesito un empleado”. En el
momento de cancelar la cuenta le pregunté al que me atendía qué clase de
empleado necesitaban.
- Uno como yo.
- ¿Te vas?

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- No. El otro se fue.


- ¿Con quién puedo hablar?
- Con el dueño que está en la oficina.
- ¿Dónde puedo dejar mi auto?
- Ahí, es ese sitio – me dijo señalando con un gesto de su mano.

Ahí, en ese sitio coloqué mi auto aquella mañana inolvidable a las 7 a.m.
¡Por fin había conseguido un empleo! No me convencía que fuera realidad,
pero el overol en que me hallaba enfundado lo confirmaba. Con todo no sabía
si compadecerme o reírme de mí mismo. Yo... Yo trabajando en una estación
de servicio y metido dentro de un overol. Yo, que había sido un universitario
aventajado. Yo, que había sido un “dandy”, como me llamaba Sandra, la Gringa
y los amigos de aquellas épocas que ahora me parecían tan lejanas como
inverosímiles. Quedé pensando con nostalgia en el pasado...
- Luis Alberto no te preocupes, es un trabajo sencillísimo, te voy a indicar
lo que tienes que hacer, decía la voz de Gino creyéndome preocupado por lo
que tenía que hacer.... y me indicaba algunos pormenores.

Gino es un muchacho bueno y generoso. Nos hicimos amigos, muy


amigos. Por las tardes después de la hora del trabajo nos íbamos en mi auto a
pasear. Le enseñaba a conducirlo. Nos íbamos a cenar o tomar un café, pero
tenía que retornarlo a la estación de servicio porque él se ocupaba de la
limpieza antes de cerrar el negocio y don Giácomo le esperaba.
La puntualidad con que llegábamos hizo que don Giácomo depositara una
gran confianza en mí.

El invierno parecía interminable. Meses y meses nevando bajo


temperaturas increíbles. Nunca había sentido el rigor tan persistente del frío.
¡Las tempestades de nieve me aterraban! ¡Estaba desesperado! Me sentía
desfallecer. Hubiera querido alzar los brazos y abandonar el empleo, pero lo
veía a Gino tan abnegado e incansable que me daba aliento para seguir
adelante.

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Don Giácomo era muy comprensivo. Me parecía un caso de conciencia


abandonarlo, además, no podía olvidar que él, había sido el único que me
brindó trabajo.

¡El invierno...! ¡El vacío de mi alma...! Me desesperaban... Ya no tenía


interés en la vida...
De la noche a la mañana, como por arte de magia o por encantamiento,
ante mis ojos asombrados y a medida que cruzaba calles y avenidas en mi
camino cotidiano, veía que todo había reverdecido... ¡Los árboles estaban
cubiertos de brotes nuevos! ¡Los tulipanes eclosionaban pintando de colores
los parques y los jardines! ¡Las flores comenzaban a perfumar el ambiente! ¡Se
escuchaba el crecimiento de las plantas! ¡Se escuchaba! Parecía increíble... Se
las veía desarrollarse, ante los ojos... Ottawa recuperaba esa belleza que yo
había admirado la primera vez que la vi. Yo... rescataba mi anhelo de vivir...

Era la primavera que llegaba radiante y maravillosa con su varita mágica.


Pero pasó veloz y breve. El verano llegó detrás de ella.

Desde temprano, todos los domingos, Gino y yo nos íbamos al campo a


nadar en las transparentes aguas de los múltiples lagos, o a remar en la
corriente de los ríos. ¡Pasábamos horas y horas apacibles, despreocupados del
duro batallar de cada día!

Buscaba olvidar mi pasado...

Steve había estado en lo cierto cuando me dijo que se me cortaría el


aliento al mirar el otoño.
Ese domingo Gino no pudo acompañarme y me fui solo a recorrer por
aquellos parajes de verdes bosques que había recorrido con Steve... y quedé
atónito, mudo de asombro ante el grandioso incendio de los árboles. Con ojos
maravillados de estupor contemplaba las llamaradas rojas de púrpura carmesí
y amaranto, las incandescencias anaranjadas, los diversos tonos de amarillos
radiantes y esa gama inacabable del oscuro morado y el pálido violeta que se

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quemaba en las hojas de los árboles. El sol carecía de brillantez ante el


colorido que ardía en esas grandes arboledas...
Quedé hasta altas horas de la noche embelesado ante aquella maravilla
de naturaleza.

Al salir del trabajo comentaba con Gino sobre la estupenda belleza del
otoño...

- Lo bello es fugaz y breve, has visto cómo han pasado la primavera y el


verano. En menos de quince días ya no existirá ese grandioso otoño... todo
cambia vertiginosamente... ¡Salvo el invierno! – me dijo Gino.

Y así era.
El viento frío arrancaba ya las hojas de los árboles que caían como lluvia
de encendidas brasas que agonizantes crepitaban al arrastrarse por el suelo
calcinadas... y mustias... y sin vida... Asomaba el inclemente frío precursor del
invierno.
Al sentirlo llegar me pregunté acobardado si podría resistir... otro nuevo
invierno...

Sin darme cuenta un año había ya pasado... y llegaba otro...

Me entregó la llave para que llenara el tanque de su auto. Al devolvérsela


canceló su cuenta a tiempo que me preguntaba de dónde era yo.
- De Bolivia – le respondí.
- ¿De ese país donde mataron al CHE?
Me mortificaba que solamente conocieran Bolivia por ese único detalle y
con mi orgullo solitario y triste le interrogué airado:
- ¿Sabes siquiera dónde está Bolivia?
- En un lugar del mapa que produce cocaína y revoluciones – me
respondió sin inmutarse. Dibujando una encantadora sonrisa y envolviéndome
con su mirada insinuante... Dejándome callado.
Toda ella, y su respuesta me había impactado. Quedé sin saber qué
decirle sosteniendo su mirada. Perdido en el verde profundo de sus ojos.

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- ¿Es, o no es así? – insistió firme y sonriente.


Persistiendo en mi silencio proseguí mirándola.
- ¿Por qué callas... y me miras así?
- Porque eres bella y tienes unos ojos que me están hechizando. Movió
coquetamente la cabeza. Pensé que me iba a decir algo pero aceleró el motor
y se alejó dejando su sonrisa estremeciendo el aire. Quedé perplejo ante esta
actitud, sintiendo que algo había cambiado el curso de mi vida.

Con su imagen fija en la mente proseguí atendiendo a los otros clientes.


Su mirada había impreso en mi ser un tatuaje imborrable. No sé cómo terminé
la jornada de ese día.
- Te noto pensativo y preocupado – me dijo Gino cuando salíamos por la
tarde después de la hora del trabajo.
- ¡Hay tantas cosas en qué pensar! – le respondí sin darle oportunidad de
enterarse de aquello que me había trastornado.
Los días se me hacían largos. Torturantes las horas esperándola...
Esperándola... sin que volviera.
No podía alejarla de mi mente.

El recordarla me quitaba el sueño y si alguna vez mi imaginación


pretendía imaginar su imagen, la figura de Sandra aparecía en el lugar de ella,
hundiéndome en la confrontación de una dualidad desconcertante que me
desesperaba.

Por fin
una tarde apareció. La emoción me dejó inmovilizado. Mi corazón latía
con tal violencia que me sentí palidecer. Mimosa y provocativa balanceaba su
llavero entre el pulgar y el índice. Lleno de ansiedad avancé tratando en vano
de aparentar tranquilidad.
- ¿No me esperabas?
- Sabía que vendrías.
- Eres consentido, guapo boliviano. ¿Cómo te llamas?
Aquel calificativo no sé por qué me exasperó y recuperando mi aplomo,
secamente le respondí a la vez que le interrogué...

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- Luis Alberto. ¿Y tú?


- Layda – repuso con dulzura imprimiendo a sus labios una sonrisa
encantadora que me cautivó.
- Raro es tu nombre. Primera vez que lo escucho ¿De dónde eres?
- Canadiense.
- ¿Con ese nombre? ¿Con esos ojos? y ¿Con esa sonrisa?
Sonrío nuevamente y me entregó el llavero.
Al devolvérselo le pregunté si podría aceptar que la invitara a cenar una
de estas noches... La que tú elijas...
- ¿Por qué no? ¿Qué número es tu teléfono? - lo anotó diciendo que
cualquier día me iba a llamar temprano antes de que yo saliera a mi trabajo... o
quizá por la noche.
- Esperaré tu llamada.
Limpié los vidrios de su auto mirándola a través de ellos con insistencia...
ella sonreía.
Luego murmuró un bye-bye, acelerando el motor.
Yo en silencio le grité. ¡Te amo!

No tardó mucho tiempo en vibrar el teléfono con su llamada, sonó una


noche que llegaba de dejar a Gino en la estación de servicio. Después de
colgar el auricular me puse a saltar como un loco... Estaba loco de alegría y de
felicidad.

Al llegar al trabajo le conté a Gino parcialmente lo ocurrido, él se alegró


sinceramente.
- Lo que siento es... que ahora me vas a abandonar...
- No Gino. Todo ha de seguir igual. Muchos son los días de la semana y
largas son las horas de la noche. Hay tiempo para todo.
- Te deseo felicidad, me dijo por la tarde cuando me fui sin él, al
encuentro con Layda.
Fue una cena maravillosamente memorable. Fue un desnudar de almas.
Me contó frangmentariamente su vida. Yo, le conté la mía. Compartimos
preocupaciones inconfesadas. Fue una liberación de angustias, llena de
comprensiones, de amor y de ternura... Fue una cena inolvidable en la que los

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recuerdos alcanzaron su agonía y la esperanza trazaba los rasgos de una


nueva vida...

- Es difícil sustraerse a ciertos virus, uno se contagia sin quererlo o


queriéndolo.
- ¿A ciertos virus? - aclara lo que quieres decir.
- Me has contagiado el virus del amor, Luis Alberto, yo también estoy
enamoro de una linda chica que ha llegado hace poco y trabaja en una florería.
- Me alegro por ti, Gino, y me alegro por ella. ¿Cómo se llama?
- Elva... Me la presentó Michelle que hace menos de tres meses se casó y
nos invitó a don Giácomo y a mí a su boda, ella trabaja en la misma florería.
- ¿Por qué no la invitas a Elva a cenar con nosotros? Podríamos ir a
buscarla con Layda después de la hora del trabajo.
- Qué bueno eres Luis Alberto.
Ambas eran dos bellezas completamente diferentes. Layda, de cabellos
negros ligeramente ondulados y de profundos y misteriosos ojos verdes. Elva,
de ojos color de miel y de lacio cabello pálido.
Se hicieron amigas. Y fuimos cuatro... También habíamos sido cuatro
inseparables... Sandra, la Gringa, Eduardo y yo... ¿Y? ¿Qué quedaba ya de
todo aquello...?

Una noche de esas


después de conducir a Elva hasta su casa y a Gino retornarlo a la
estación de servicio, acompañé a Layda hasta la puerta del edificio en el que
ella habitaba.
- ¿No me invitas a pasar?
- ¡Por qué no! Subamos.
Ascendimos hasta el piso once.
- Debes tener un panorama maravilloso desde esta altura.
- No te imaginas las puestas de sol que desde aquí contemplo.
- ¿Te agradan los atardeceres?
- Me emociona todo lo bello que encierra la naturaleza.
- Romántica... te presiento...
- Amo lo bello y sentimental que nos regala la vida.

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Abrió la puerta y me invitó a pasar.


- Aquí no cabemos los dos... le dije al cruzar el umbral, este tu mini-
apartamento tan coquetón y tan lindo es más pequeño que tu auto.
- No seas tan exagerado, ahí tienes un cómodo sillón. ¿qQé prefieres
servirte, un trago, un café o un refresco?
- Lo que tú ordenes.
- No ordeno, ofrezco.
- Lo que me ofrezcas.
- Preferiría darte lo que te agrade.
- ¿Lo que me agrade? – le pregunté dándole un dejo de malicia.
Se dio cuenta del alcance de mi pregunta y delicada y rápidamente
cambió el tema y lo desvió diciendo:
- Me imagino que te agrada la música sudamericana, tengo un disco bello,
dijo a tiempo que lo sacaba de entre los muchos que tenía y colocándolo en el
tocadiscos continuó:
- Como eres tan indeciso, mientras escuchas voy a preparar café.

Al evocar esa música... ya no era Layda la que estaba allí. Era Sandra.
Me aterró aquella dualidad que nuevamente me golpeaba y estrujé mi cabeza
entre las manos pretendiendo apartarla.
- ¿Te sirves el café con azúcar... o con crema?
- Gracias, solamente con azúcar.
- La música, los perfumes y las flores tienen el privilegio de transportarnos
lejos. ¿Hasta dónde te has ido escuchando tu música...?
- No he logrado irme, pues he quedado enredado en la maraña oscura de
tus cabellos... y perdido en el fondo sin fondo de tus verdes pupilas...
- ¡Qué poeta!
- ¡Al contemplarte quién no se inspira...!
- Tu música es la que te está inspirando, tu nostalgia... ¿Cuántos años ya
vives aquí?
- ¿Años? ¿Cuántos inviernos querrás decir!
- Bueno. ¿Cuántos inviernos?
- Con el que viene van a ser... cuatro... si no he perdido la cuenta.
- ¿No te gusta el invierno?

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- No me vas a decir que a ti te agrada.


- ¡Bella es la nieve!
- Sí. Es maravillosamente bella. Pero cuando cae meses y meses y el
tajante frío hiere... hasta el alma. ¡Es para enloquecer!
- ¡Ah! Si supieras esquiar o patinar sería diferente.
- A tu lado, estoy seguro que aprendería a amar el invierno sin necesidad
de saber esquiar o patinar.
Charlamos unos minutos más y luego le dije:
- Perdóname el haberme quedado tanto tiempo. Me voy, ya es hora.
- Siento en el alma que te vayas... pero... mañana es día de trabajo...
Antes de franquear el umbral no pude contenerme y la besé en los ojos y
en las manos.
- Eres como me he imaginado que eres. La próxima vez iré yo a visitarte.
- Será una dicha para mí... y, dime. ¿Cómo te imaginas que soy?
-Como lo que eres... ¡Todo un caballero! Me siento feliz de haberte
conocido.
- Hasta pronto le dije.
- Hasta pronto, me respondió.
Me encaminé hasta el ascensor contento y apenado... de no haber
perdido los estribos. Contento de haberme comportado como lo que soy...
Layda es una mujercita adorable. No es de las que abundan... y se
entregan antes de que uno... se decida... Sin embargo, creo que ella también
ha preferido que me hubiera ido... a tiempo.

El grupo iba agrandando.


Conocimos a Michelle y a su esposo Richard que tenían una cómoda y
linda casa.
Nos invitaron a pasar una velada una noche y allí conocimos a Fred,
veleidoso e incansable que poseía una cabaña a orillas de un lago, aunque
afirmaban de él, que tenía una dulce noviecita colombiana llamada Elizabeth
que pronto iba a llegar.....
A la cabaña concurrían Carlos, Ivo y Chaly, Marie Claire y Francine, no
faltaban los pequeños traviesos Leonardo, Sergio y Adrián... ni el abuelo
Maurice... Una vez llegaron de visita Aire, Lilian y Lyat.

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Pronto su cabaña pasó a ser, en cierto modo, la propiedad de los del


grupo, pues los fines de semana era nuestro lugar preferido. Allí no faltaban ni
Chris con su adorable Rebeca, ni la enigmática Nivia de ojos almendrados y tez
cetrina; también eran asiduos concurrentes Terry, Philippe y Lucien y las
inseparables Sylvia y Norma.
Cada uno llevaba algún objeto de adorno o de utilidad a la cabaña, que
pronto se conviertió en un maravilloso lugar de diversión y de alegría, Chaly
llevó un bote a remos que contribuyó a dar realce a los fines de semana, pues
todos anhelaban remar... Por esos días habían retornado de Estados Unidos
unos amigos de Layda de modo que Ardis y su bella mujercita Annabella
también ingresaron a formar parte del grupo.

Casi todos ellos preferían irse a la cabaña los viernes por la tarde
después de su trabajo. Gino y yo sólo podíamos ir los domingos en la mañana,
nuestro trabajo no nos permitía ir antes. De modo que Layda y Elva habían
optado ir junto con nosotros, de tal suerte, que los sábados por la noche nos
íbamos los cuatro a bailar...

Antes de que todo estuviera en esa forma encaminado, un acontecimiento


socio-económico muy especial, había cambiado las vidas de Laydy y la mía.
Cuando ella vino a conocer mi departamento su exclamación espontánea
fue: ¿En este desierto habitas? ¿Para qué quieres un departamento tan
grande? Yo no pensé que fuera tan amplio cuando me dijiste que lo tomaste
para esperar a tu padre. Óyeme. Te hago una propuesta seria y formal. Si la
aceptas, bien, si la rechazas, en nada cambiará nuestra amistad ni nuestros
sentimientos ¿Tienes papel y lápiz? Siéntate... y escucha:
- De tu soledad y de mi soledad vamos a hacer una Sociedad. No te rías,
te estoy hablando en serio. ¿Cuánto pagas de alquiler por este departamento?
Le indiqué la suma y me dijo que anotara incluyendo los gastos extras
que me demandaba su conservación.
- Yo pago tanto por el mío de modo que, si yo me vengo a vivir a tu lado,
podríamos ahorrar una linda suma... ¿Te parece amor? ¿Aceptas?
- ¡Acepto! ¡Acepto!
Yo la adoraba, ella me amaba. ¿Qué más podíamos anhelar?

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Durante varios días trasladamos por las tardes en su auto y en el mío


todo lo que era posible llevar en ellos, y el domingo Gino me ayudó con el
traslado de lo pesado y lo grande en un camión que alquilé para el caso.

Pronto Layda transformó aquel árido desierto en un cálido nido de amor.


Con el mini-apartamento quedaron Gino y Elva. Algunos meses más tarde
don Giácomo alquiló para ellos una casita.

La vida nos mostraba su radiante fisonomía. Los instantes felices llenaban


nuestras manos. El calor humano y la ardiente juventud que nos rodeaba y nos
envolvía amainaba el rigor del invierno. Los del grupo nos íbamos en ronda a
patinar sobre el Canal unas veces, otras, nos internábamos en los bosques en
una larga fila unos tras otros haciendo “esquí de fondo” entre los árboles de
desnudas ramas recubiertas de nieve.

¡El torbellino de la vida nos arrastraba en sus horas alegres hundiéndose


en un vértigo de felicidad!
Aquel invierno pasó sin que me hubiera dado cuenta que hubiera sido
invierno.

Don Giácomo compró un Volvo de segunda mano a su nombre para que


lo manejara Gino que había aprendido a la perfección y era tan cuidadoso que
todos los días lo limpiaba haciéndolo brillar. El y Elva eran también una pareja
dichosa.

Como en años anteriores


de la noche a la mañana hizo su aparición la primavera. Eclosionaba la
vida... Florecían los tulipanes... Los árboles se llenaban de brotes tiernos.

Quedé mudo de felicidad al escuchar a Layda que me dijo al oído:


- ¡La vida nos ha regalado un hijo! Un hijo que nacerá en el próximo
invierno... soy la mujer más feliz, tú me has hecho conocer la verdadera
felicidad...

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La abracé... la retuve entre mis brazos... el brillo de sus ojos iluminó los
míos y así quedamos largamente... largamente en silencio... La dicha no tenía
palabras para expresarse...

Llegué radiante a mi trabajo.


- ¿Te has sacado la lotería? - me preguntó Gino.
Cuando supo la nueva se alegró con esa sinceridad franca y abierta que
lo caracterizaba.
Dos meses más tarde, él también llegó radiante al trabajo.

Nevaba aquella noche


el frío era intenso... inclemente.
Fustigaba... mordía...
Yo temía por Layda. La coloqué delicadamente en el auto. En medio de
sus dolores me sonreía tratando de infundirme coraje. Yo temblaba en el largo
camino rumbo al hospital. La ciudad estaba blanca y silenciosa. Inquietamente
blanca y silenciosa. Las luces de neón se reflejaban turbias en la bruma de
aquella inmensidad de nieve sin horizonte. Parecía que nunca íbamos a
llegar... pero... ¡Llegamos!
Me dejaron en una sala de espera donde otras personas esperaban como
yo, impacientes.
Los minutos me parecían siglos. Cada vez que aparecía la enfermera
creía que era para transmitirme la venturosa nueva. En cada minuto que
pasaba sentía que el dolor de Layda agrandaba y un sudor frío corría sobre mi
frente. Fumé uno tras otro no sé cuántos cigarrillos. La llamaba
silenciosamente con desesperación, con vehemencia, con cariño, como si
pronunciara una plegaria. Estaba perdido en la incertidumbre... hasta que oí
pronunciar mi nombre. La enfermera lo tenía en sus brazos.
- Es un varoncito fuerte y sano, lo felicito, me dijo, y contuvo mi gesto
diciéndome que más tarde recién me lo iban a dar... Ahora sólo se lo muestro
para que esté tranquilo.
- ¿Cuándo puedo ver a Layda?
- Está en recuperación. Vaya a tomar algo a la cafetería, está usted
desencajado.

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Nació en invierno, nació en domingo... Quedé junto al lecho de Layda


contemplándola en silencio. Temía despertarla....
Por la tarde empezaron a caer los amigos. La rodearon de mimos. La
llenaron de regalos para el recién nacido. Tenemos que hacerles una gran
fiesta el día que regresen a la casa, decían, y era tal el alboroto que hacían que
la enfermera tuvo que imponerles silencio...

Me pusieron un largo delantal y un bozal antiséptico y retuve a mi retoño


en mis brazos. Mis ojos se humedecieron de felicidad...

Todas las tardes después de mi trabajo iba a verlos. Me consideraba el


más feliz de los mortales.

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TERCERA PARTE

El sábado a esta misma hora vengo a buscarte, me había dicho Eduardo.


Llegó puntual.
Llegó a la hora convenida. Yo lo esperaba listo. Me acerqué a él para
decirle que me alegraba de verlo de nuevo y que me siguiera en su auto, yo, en
el volante del mío tomé la delantera.

Para ambos
era un reencuentro... después de varios años.
Un reencuentro. ¿Dónde?
¿Aquí? ¿Allá?
Sí. Allá. En nuestra ciudad. En la que habíamos pasado nuestra infancia.
Nuestra adolescencia. Donde habíamos sido jóvenes.
Si, allá en nuestras calles trepadoras y sinuosas, que nos habían llevado
a tantos y diversos sitios. A un lugar. A una cita. Calles por nuestros pasos
transitadas. Nuestros pasos. Pasos que habían resonado sobre el asfalto,
sobre los adoquines. ¡Nuestros pasos irreversibles...!

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Sí, allá
en nuestra ciudad con sus casas y plazas. ¡con su “Prado” concurrido de
amigos...!

Este reencuentro era para mí como volver allá. A mi mundo que yo había
abandonado presionado por las circunstancias. A ese mundo... que yo... lo
había abandonado y que paradójicamente lo llevaba adentro como una
consecuencia lógica de mi propio ser, de mis raíces, de mi arcilla, de mi
terruño, de lo mío, de lo que estaba en mí y que nadie ni nada tendría la
suficiente fuerza para arrancármelo. Nada, ni nadie. Ni el dolor. Ni el
sufrimiento. Ni la distancia. Ni la ausencia. ¡Ni toda la felicidad y las amarguras
juntas...!
Llegamos. Parqueamos los vehículos, tomamos el ascensor y subimos.
- Pasa Eduardo...
- ¡Pucha carajo! ¡Qué lindo departamento! El otro día cuando te vi
abasteciendo de combustible a los autos en esa estación de servicio protegido
hasta las orejas por un gorro cubierto de nieve que ocultaba tu rostro, creí que
habitabas en un iglú.
- ¿En un iglú? Tú siempre el mismo. No has cambiado. ¡En un iglú!
- Algo queda de lo que fui, me querido Luis Alberto, algo de lo físico. Pero
ya no soy el mismo. Ya no soy el que tú conociste. La vida me ha cambiado.
Ahora soy otro. ¡Ahora soy el verdadero Eduardo! Soy el Eduardo que tú no
has conocido...
- Es difícil dejar de ser lo que hemos sido. ¿Prefieres whisky? ¿Ron con
coca cola? Siéntate. Tenemos tanto que charlar....
- Prefiero whisky y por favor sin agua, con hielo solamente. Yo pienso que
no es lo mismo ser, que recordar lo que creemos que hemos sido. ¿Te has
casado? Hay manos de mujer por donde miro. Estoy ansioso de saber... estoy
desorientado...
- El que está desorientado soy yo, pues te miro y te remiro y ¡no puedo
convencerme que estés aquí...! Además... ¡Desde hace pocos días soy padre
de un lindo retoño! Layda está todavía en el hospital. Ella es tan buena y tan
comprensiva que me ha dicho que hoy dejara de ir a visitarla para que pueda
charlar tranquilamente contigo.

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- Dices que eres padre de un hijo. ¿Tú? ¿Tú?


- ¿Te sorprende? ¿Por qué?
- No me sorprende hermano, lo que pasa es que no puedo convencerme,
si juraste y rejuraste que no te casarías nunca, que no confiarías en mujer
alguna... ¿Recuerdas aquella vez que Sandra...? ¡Tu gran amor! ¿Te dejó
plantado?
Al escuchar el nombre de Sandra mi corazón dio un vuelco. ¡Sandra! Mi
gran amor... Oír su nombre en boca de Eduardo, como en aquellos tiempos,
era como asistir al desmoronamiento de mi pasado. Su nombre era una llaga
viva no cicatrizada. La voz de Eduardo al pronunciarlo escarbaba en la herida.
¡Qué cosas me contará él... de ella...! De la que un día me traicionó. De aquella
que se apoderó de mi corazón para despedazarlo. ¡De aquella que nunca...
puedo olvidar! ¡Su nombre en la voz de Eduardo reavivaba recuerdos que
hacían resurgir sentimientos de amor, desesperación, odio, culpa, dolor...!
- Como verás, estoy inspeccionando tu casa. ¿Quién ha puesto esta
tarjeta que dice “Welcome Eduardo”. ¡Tu mujer está en el hospital! No
entiendo... y estos bocadillos deliciosos...
- Seguramente han sido Sylvia y Norma, dos amigas inseparables y muy
buenas, ellas supieron que llegabas cuando le avisé a Layda y quisieron darte
una sorpresa.
- ¿Dos amigas inseparables...? No me dirás que son lesbianas...
- No me hagas esa pregunta. A mi no me interesa la vida íntima de nadie,
cada uno es libre de vivir como quiera.
- De todos modos me hubiera gustado que estén aquí... ¡La hubiéramos
pasado macanudamente con ellas...!
(Cuando “allá” mirábamos a las mujeres, Eduardo las deseaba a todas,
hasta que se enamoró de la Gringa).
- Paciencia ya las vas a conocer, van a estar aquí mañana, y con ellas
los del grupo que van a venir para recibir a Layda y a mi hijo... y también para
recibirte a ti, pues todos ellos te conocen de oídas y ya saben de tu llegada.
- Mañana... mañana...
- Sí, mañana domingo. Me imagino que no tendrás ninguna cita urgente
que te impida venir.

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- Ahora que te oigo decir cita urgente, más tarde me van a llamar por
teléfono. He dado el número del tuyo. No creo que esto te incomode. Además
la llamada la hacen de un teléfono público.
- Cómo se te ocurre que me pueda incomodar, ni lo pienses.
- Ojalá pueda conocer mañana a Layda, a tu hijo y a tus amigas.... ¡Lo
que es yo... ya no tengo amigos...!

(Además la llamada la hacen de un teléfono público- ¡Qué raro! - dije


pensativamente).

- ¿Y los amigos de la universidad?


- ¡Huuuuuy! Si te contara... Con decirte que a la Gringa la veo de allá en
cuando, creo decirte todo.
- ¿Qué la ves a la Gringa de cuando en cuando? ¿No te has casado con
ella?
- Sí, me casé. Tuvimos un hijo y nos hemos divorciado... ¿Y sabes qué se
llama nuestro hijo?
- No se me ocurre....
- Se llama Luis Alberto. No te hemos olvidado.
- ¡Ay Eduardo! Me emociona que tu hijo lleva mi nombre y me duele que
se hayan divorciado... ¡Si se amaban tanto...! ¿Por qué se han divorciado?
- Cosas de la vida viejo. Yo no sirvo para hombre casado. La Gringa y yo
nos amábamos, es cierto, nos entendíamos muy bien porque nos unía un amor
sin trabas, libre de toda obligación. La libertad nutría nuestros sentimientos y
nuestra unión... Ambos éramos terriblemente humanos... Ni Sandra ni tú se
daban cuenta de nuestro modo de ser y de actuar... Ustedes dos con su
romanticismo... no nos hubieran comprendido ¡Nos hubieran censurado!
Nosotros amábamos la libertad en el amor... por eso después de que nació
nuestro hijo nos divorciamos.
- No comprendo...
- ¡Pucha carajo! Ya te he dicho que yo no sirvo para hombre casado.
¿Vivir atado a la obligación? ¡No. No tolero! Por eso cuando la Gringa me avisó
que esperaba un hijo, no tuvimos más remedio que casarnos. Las
circunstancias nos obligaron a ello. Tú sabes cómo es allá... ¡Hay que guardar

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las apariencias...! La familia de la Gringa, la mía. ¡El necio orgullo de mi padre!


¡Su apellido! A mi me importa un bledo su apellido. Me casé por consideración
a la Gringa, pues la estúpida y retrógrada sociedad que allá todavía impera y
predomina, la hubiera destruido. Esa sociedad conformada por beatas que
hieden a sacristía y que están listas para clavar el diente, la hubiera
despedazado. ¿Te imaginas el escándalo que se hubiera armado? Por eso me
casé... por librarla de esa jauría... de esa jauría...
Mientras lo escuchaba, pensaba yo en la Gringa, tan buena, tan
comprensiva... tan amiga de Sandra. Y recordaba los últimos años
transcurridos... ¡Años abiertos como una queja inútil...! Miraba atrás a los
tiempos felices... El recuerdo me hacía desandar el camino... Evocaba nuestro
romanticismo... Sandra, sus ojos y los míos, un anhelar y esperar entre dos
sueños... Ahora recién comprendía lo que implacablemente nos había sido
negado... Revivía aquellos instantes que me habían aniquilado haciéndome
beber hasta más allá del desengaño.
- ¡Pucha carajo! Yo no sirvo para hombre casado. – nuevamente exclamó
Eduardo sacándome de mi hondo divagar...
- Pero se amaban – atiné a repetirle.
- Nos amábamos... El amor... El amor... ¡Una estupenda llamarada! ¿Y
después del amor... qué? ¿Qué? Lo único que verdaderamente nos hace
felices es el placer... No me vas a decir lo contrario, éste, es el que nos hace la
vida placentera, dijo haciendo un gesto obsceno que demostraba su machismo
y luego exclamó: ¡Si conocieras a la beldad que tengo en el Brasil! ¡Es un
incendio! Hermano. ¡Un incendio! ¡Y si la vieras a la estupenda camba que
tengo en Santa Cruz...! En La Paz, estoy enredado con la esposa de un
embajador, ella es una mezcla de razas y de vicios... viene a mi departamento
y la pasamos que no te digo nada... La próxima vez que yo vuelva por acá, te
llevo. ¡Te vas conmigo! Ya lo tengo planeado. Quiero sacarte de ese
gasolinero, ese no es un trabajo para ti... La próxima vez me esperas listo y te
vas conmigo. No te preocupes de los pasajes... yo te costeo el viaje. Yo voy a
regresar justo dentro de tres meses y para que no te olvides de esperarme voy
a marcar la fecha en ese calendario que tienes ahí, dijo poniéndose de pie y
marcando la fecha de su retorno...

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- Querido Eduardo. ¿Cómo puedes proponerme que me vaya contigo?


Piensa que yo tengo a Layda y a mi hijo y con ellos yo soy feliz, muy feliz...
¡No podría dejarlos por nada del mundo!
- Tampoco te pido que los abandones definitivamente, los dejas por una
temporada y nada más. Te tomas unas vacaciones para conocer la plenitud
que brinda el placer... Y si las cosas andan bien como lo espero, podrías
mejorar tu situación económica... comprarte una linda casa en algún lugar
tropical, por ejemplo en el Brasil, no acá, en este país de vientos y nieve... No
quiero hacer en este momento castillos en el aire, ni te voy a exigir que me des
una respuesta afirmativa, tienes tiempo para pensarlo, ya sabes en qué fecha
voy a retornar y entonces... ya veremos cómo se pintan las cosas... Y ahora lo
que quiero es que me cuentes algo de tu vida.
- Me imagino que la conoces mejor que yo, pues todo lo que he vivido acá
es el reflejo de lo que ha sucedido allá. Yo soy el que quiero conocer la tuya,
pues te veo macanudamente bien, elegante, con un regio auto... mujeres a
granel... Sin embargo lo que a mí me interesa es que me expliques, si se
entendían tan maravillosamente con la Gringa no encuentro un justificativo
para...
- Ya te dije el por qué...
- No es una razón aceptable.
- ¿En qué siglo te has quedado Luis Alberto? Las paradojas del amor son
infinitas e incomprensibles. Toda limitación es inhumana.... Limitar la vida a la
rutina de los actos es algo que yo no tolero. Parecería que no vivieras en un
país superdesarrollado como es éste, carente de inhibiciones y de estúpidos
prejuicios. Parecería que siguieras viviendo allá en nuestro medio, supeditado
al qué dirán de las gentes. Y hasta estoy por creer que estos años has llevado
una vida de anacoreta alejado del lecho de las mujeres y ¡que aquí las hay...
para escoger...!
Acá la juventud se realiza, vive su vida erótica abiertamente. Para la
juventud de hoy no cuenta el tiempo, sólo cuenta la intensidad. Se divierte.
¡Vive...! ¡Vibra...!
- No te discuto. La juventud de hoy se divierte, vive, vibra intensamente...
por eso el aborto se ha generalizado... y casi a nadie le importa tener un hijo...

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- ¡Ay Luis Alberto, lo único que faltaba es que te hubieras convertido en


un moralista... en un predicador... sin causa...!
- Está visto que nuestros puntos de vista son diferentes. Dejemos estos
temas para después. Lo que ahora quiero es saber algo de tu vida, de tus
actividades, de tus negocios, de los amigos de lo tuyo... de lo nuestro,
hermano... de lo nu-es-tro... ¡Estoy tanto tiempo sin saber de lo que pasa allá...!
- Aunque no me lo creas, yo también vivo alejado de todo lo que
denominas “lo nuestro”. Muy poco estoy por allá... Tendrías que ayudarme a
rememorar... pues el pasado no cuenta para mí, vivo el presente.
- Me parece irrisorio que yo tenga que ayudarte a rememorar. En fin, lo
haré. Comencemos por tu familia. Yo guardo un gran recuerdo de tu madre...
- Para empezar, mi madre está con cáncer, cualquier día de estos se va...
y para ella sería lo mejor. Mi padre, es ahora un insaciable y ambicioso
banquero. Lo único que de él he heredado, es su ambición insaciable. De mis
hermanos. ¿Qué podría decirte? Que ambos siguen viviendo en el exterior. El
uno, es un gran puto que vive de las mujeres en París.
- ¿Y el otro?
- ¡Ah! Ese es otra clase de puto... vive a expensas y mantenido por la
concentidora y vieja Patria... está de embajador en no sé qué país, y hablando
de embajadores. ¿Eres amigo del Fulanito? ¿Te ves con él?
- No soy su amigo, ni lo veo, ni sabía que estaba aquí.
- Es un tipo macanudo, estudiaba medicina cuando nosotros también
estábamos en la universidad. ¿No te acuerdas de él?
- Muy vagamente.
- Pobre muchacho. Ha caído muy feo antes de venirse acá, allí lo
llamaban el Vampiro... Drácula, de modo que tuvo que salir del país rajando y
como tú bien sabes que en nuestro país cuando uno de los que están “arriba”
comete un desafuero o un desatino lo “premian” enviándolo al exterior con el
cargo de embajador o con algún puestazo en alguno de esos organismos
internacionales.
- ¿Por qué lo llamaban el Vampiro o Drácula?
- Porque se dedicaba al tráfico de plasma y como él estaba “arriba”
extraía la sangre a los soldados y a los pobres indios, un estupendo negociado
al que nadie podía oponerse hasta que...

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- Conozco... conozco lo que significa ese tráfico de plasma tan ilegal


como el de las drogas. ¿Y con esos antecedentes me dices que es un tipo
macanudo?
- Para mí lo es y siempre lo ha sido y el que se dedique a esto o al otro, a
mí me tiene sin cuidado. Y siguiendo con el tema de los embajadores.
¿Recuerdas al presidente que gobernaba en Bolivia cuando te dieron esa
paliza en la policía?
- ¿Cómo crees que me pueda olvidar de ese?
- ¿Sabías que lo llamaban el “artífice de las traiciones”?
- ¡Quién no lo sabía!
- Pues bien, a él también le tocó su turno y lo traicionaron, y el que tomó
las riendas del gobierno que era el de más agallas entre los militares que le
dieron el golpe, pues, tuvimos seis gobernantes en cuarenta y ocho horas,
aunque parezca mentira...
- Algo me escribió sobre eso mi hermana Luz María, me contó que fue
algo inconcebible.
- Así fue, y como te iba diciendo, el más gallo de los que le dieron el golpe
en lugar de hacerlo tomar preso o desterrarlo como sucede en esas ocasiones,
y como era de su misma camada, lo envió de Embajador a España. Y cuando
yo estuve allí en uno de mis viajes, me encontré con él... como si diríamos cara
a cara, pues el venía en dirección contraria a la mía. Al verlo pasar, la gente le
gritaba. ¡Olé! ¡Olé!, me llamó la atención que a un embajador y a un ex-
presidente de Bolivia lo ovacionaran en esa forma y pregunté a uno que estaba
a mi lado el por qué de aquella ovación.
- ¿No lo conoce usted? ¡Pero si es el “Gran Matador”...! me dijo.
- ¡Ay! Eduardo, tú siempre con tus chistes.
. No es un chiste, hermano, es la pura verdad. ¿Acaso no recuerdas los
crímenes de su tiempo?
Llené nuevamente los vasos para celebrar la ironía de Eduardo al
describir a ese tipo...
- Este es el último whisky que te acepto No tengo costumbre de beber. Yo
me mantengo siempre despejado y despierto. El que se embriaga se hunde...
No le di en ese momento el alcance que encerraban sus frases pues yo
me encontraba pensando en que “El Gran Matador” había sido el causante del

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viaje de Sandra y de su madre a España, ya que su padre había ido a ese país
a comprar el material escolar para todo el país. ¡Un gran negociado en aquella
ocasión! Quise preguntar por ellas, pero no me sentí con valor.
Quedamos ambos un momento en silencio. Eduardo se servía unos
bocadillos.
- Creyeras que estos bocadillos me recuerdan a mi hijo, la Gringa los
hace muy parecidos y mi Luis Alberto acaba con ellos.
-¿No tienes una fotografía de él, de mi tocayo? ¡Quisiera conocerlo!
- Nunca llevo fotografías, pero antes de salir de viaje esta vez, estuve con
la Gringa y me dio la última que ella le había sacado. Diciendo esto vaciaba sus
bolsillos sobre la mesa.
- Voy a aprovechar de poner en orden todas estas minucias a ver si
encuentro la foto.
Se hallaba hojeando su pasaporte y no pude dejar de exclamar:
- ¡Caramba! ¡Viajas con pasaporte “Especial”! La próxima vez lo harás con
pasaporte “Diplomático”.
- Al paso que voy. ¡No ha de ser raro! No encuentro la fotografía. Pensé
que la tenía aquí, la he debido dejar. Levantó su pasaje de avión y me lo
mostró diciéndome, te apuesto, que no sospechas a quién he encontrado
cuando fui a comprar este boleto.
- Has ganado la apuesta.
- Al Satuco! al hijo de Manuel...
- ¡Al Satuco! ¡No me digas! ¿Dónde lo has encontrado? ¿Cómo está?
- Lo encontré al pasar delante del Ministerio de Asuntos Campesinos, yo
iba a comprar mi pasaje a esa agencia de viajes que había en los bajos de “El
Diario”. ¿Recuerdas? Cuando Oí una voz que detrás de mí llamaba: señor
Eduardo, señor Eduardo... Di la vuelta para mirar quién era y era él. Está alto,
fornido, su misma cara y sus ojos vivaces. ¡Satuco! ¿Qué haces aquí? Le
pregunté. Soy líder campesino niño Eduardo y he venido a reclamar por unas
injusticias al Ministerio. ¿Y el niño Luis Alberto? Fue lo primero que me
preguntó. Se ha ido lejos... le respondí y él como pensando en aquellos
tiempos dijo, seguramente... seguramente se ha ido lejos... El yatiri ha mirado
en la coca y ha dicho que lo ha visto lejos... ¿Y está bien? Está muy bien... muy
bien. Tenía... que decirle que estabas bien, no me quedaba otra cosa.

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Luego me pidió que cuando te escriba te diga que siempre te recuerda y


que nunca te olvida. Le voy a decir y le voy a avisar que eres líder campesino y
estoy seguro que se va a alegrar, le dije al tiempo que le di un abrazo
despidiéndome.
- ¿No le has pedido su dirección? ¿No le has preguntado su apellido para
poder escribirle? Nunca hemos sabido qué apellidaban...
- No. No le pregunté nada. ¿Para qué? Yo no pensaba escribirle ni
tampoco me imaginé que podría verte de nuevo a ti.
- En fin... qué vamos hacer. Y así como has encontrado al Satuco tan
casualmente. ¿No has visto a ninguno de los amigos por ahí... por el Prado?
- Por el Prado no veo a ninguno, paso en auto. ¡Ah! Por el correo encontré
una vez al Petizo, y al Flaco lo vi por la calle Potosí. ¡Pobre Flaco! daba pena,
mal trajeado, caminando cabizbajo con sus legajos judiciales bajo el brazo. Al
verlo le dije. ¡Hola Flaco! Me miró sorprendido abochornado...
- ¿Se ha recibido de abogado? ¿Sigue pintando?
- Sí, se ha recibido de abogado. Ya no pinta. Cuando yo se lo pregunté
me respondió que eso pertenecía al pasado. Cambió de tema y tímidamente
me preguntó por ti, si tenía alguna noticia tuya, si sabía dónde te encontrabas.
El pobre Flaco se cree culpable de lo que te ha sucedido en la policía. Está
jodido, da lástima. Sin embargo me dijo, yo mal que bien gano para no morirme
de hambre, mantengo a mi madre y a mi padre que se encuentra desterrado en
el Paraguay porque se vio envuelto en un golpe de estado, a él también tengo
que enviarle algo... pero los que están verdaderamente fundidos son el Ñato, el
Microbio, el Rubio y el Poroto, están hace ya tiempo en la cárcel.. Julio que es
un gran abogado se ha hecho cargo de su defensa, pero no hay remedio de
conseguir que los liberen... ¡Es una tremenda injusticia! y nada se puede hacer
por ellos...
- ¿No te dijo el por qué de su encarcelamiento?
- Es una historia larga que data de hace tiempo. Me ha contado el Flaco
que a cada uno de ellos, por separado naturalmente, les habían hecho pisar el
palito y cada uno de ellos ha caído complicado en el tráfico de cocaína.......
- ¿Ellos? ¿Ellos? ¿Complicados en tráfico de cocaína? ¡No puedo creer!
- ¡Ay Luis Alberto! son cosas que suceden cada día. Si la cárcel ahora es
el “rendez-vous” de la alta sociedad, ya que allí se encuentran los domingos las

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madres, las hermanas, las novias, las esposas y toda la parentela de la


numerosa juventud que se halla encarcelada por el asunto del contrabando de
cocaína. Lo que sí, yo me enteré por el Flaco que nuestros amigos estaban
desde hacía tiempo en la chirola.
- Es incomprensible lo que me acabas de decir.
- Es lo más natural.
- Cómo puedes decir que es lo más natural.
- Es que tú no vives en Bolivia e ignoras lo que pasa allí. Ignoras que los
que están “arriba” se dedican no sólo a la fabricación de cocaína en gran
escala, sino también al contrabando en tal forma.... que ¡al paso que vamos
nuestro país se va a convertir en el más grande productor de cocaína!
- Y lo dices como si fuera algo digno de admiración.
- ¡Y lo es! Es realmente admirable ver que los verdaderos traficantes y
fabricantes se sirven de los incautos jóvenes, que como dice el Flaco los hacen
pisar el palito, los sorprenden con el cuerpo del delito que “ellos” (los
verdaderos culpables) han puesto en manos de los incautos y como es obvio,
los encarcelan y así “ellos” (los verdaderos culpables) demuestran al mundo
con todo cinismo, que se hallan empeñados en la lucha contra el tráfico de
drogas. ¿No te parece admirable esta paradoja? Los incautos en la cárcel, y los
delincuentes no solamente multimillonarios, sino encomiados por la drástica
limpieza que realizan contra los narcotraficantes...!
- ¡Es increíble!
- Pero es la verdad.
- Me dejas perplejo. No sé qué pensar.
- Hay que habituarse a esas noticias como nos vamos habituando a la
descabellada y desconcertante política de nuestro país. Hay que aceptar los
hechos como son. No queda otra alternativa mi querido Luis Alberto. Y como te
decía hace un rato, me encontré también con el Petizo. Nuestro encontrón fue
muy especial, pues en lugar de darme un abrazo como yo lo esperaba ya que
no veíamos después de mucho tiempo... ¿Sabes lo qué hizo? se puso frente a
mí, me miró de pies a cabeza y exclamó “¡Caramba! ¡Qué pinta de millonario la
que te gastas! ¡Claro! ¡Con tu padre banquero, no es para menos! Con razón
ya no miras a nadie y pasas en tu lujoso auto como un magnate!. Y después
de decirme todo eso, me abrazó. Nos abrazamos. Charlamos largo rato, nos

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fuimos a comer unas salteñas. Me avisó que se hallaba trabajando como


consejero jurídico en una buena casa comercial, pero que pasó las de Caín, sin
embargo no lograron hacerle pisar el palito como a los otros porque puso los
pies en polvorosa y se fue a no sé qué pueblo, y que allí trabajó de profesor de
escuela con un nombre supuesto para que no le echaran el guante y que
regresó, después de haberse interiorizado que el desgraciado que lo quería
inducir en el asunto del tráfico de cocaína ya no estaba en su cargo. Dijo que al
llegar después de una ausencia de casi dos años, encontró que todo había
cambiado, en primer lugar, supo que los amigos seguían en la cárcel, me dijo
también, que nadie pudo darle razón de tu existencia y que muchos te daban
por desaparecido, que tus padres habían fallecido, que tu casa ya no era tu
casa, por eso a mí me preguntó si yo sabía dónde te encontrabas, yo como es
de imaginar le respondí que no sabía de ti. Pero si ustedes dos desaparecieron
juntos, me decía algo incrédulo. Luego me informó que le habían contado que
Ludovico y la Chinita se habían divorciado, que la Chinita había resultado una
bella putísima y que Ludovico se había dedicado al trago y que la pequeña
hijita que tenían vivía con sus abuelos...
- ¡La Chinita y Ludovico...! ¡Qué pena! ¡Quién hubiera pensado que
terminaran así!
- Ah, me olvidé decirte que la madre del Microbio había fallecido en la
puerta de la cárcel implorando que lo dejaran libra a su hijo que era inocente...
- ¡No me digas! No me digas. ¡Qué cosas tan deprimentes!
- También me contó del Pato. ¿Te acuerdas del Pato?
- ¿Del comunista? ¿Del que nunca tenía un centavo en el bolsillo? ¿Del
que decía que a sus hijitos los iba a criar descalzos como verdaderos hijos del
pueblo? Claro que lo recuerdo aunque no estaba en mi curso. Vivía de la
manga de todos nosotros y nos llamaba burgueses al servicio del capitalismo...
- Y a ti te andaba fregando por lo bien vestido que siempre estabas.
- Sííí... Sííí... Me tenía bronca.
- Bueno, dice que el Pato ahora lo llaman Patilludo. Le habían mostrado al
Petizo la regia casa que tiene en uno de los nuevos barrios, dice que tiene un
jardín enorme y bien cuidado y que su mujer y sus hijos, porque dice que tiene
cuatro, sólo se visten con ropa de los EE.UU. Que por lo menos dos veces al
año viaja allí con su familia con el ex–clu-si-vo fin de comprarles ropa en las

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grandes tiendas de los capitalistas norteamericanos y que por añadidura


desprecia la industria nacional. Y que es el principal accionista del Banco... del
Banco...
- De algún banco americano será...
- Sí, de uno de esos Bancos... ¡Qué me dices del Pato!
- Me dejas perplejo. Yo lo creía comunista de convicción y justamente por
ese detalle yo lo respetaba.
-Así son la mayoría de los comunistas, cuando no tienen un cobre
despotrican contra el Capitalismo, contra el Imperialismo “Yankee” y cuando les
tapan la boca con dólares, mejor no te digo lo que pienso.
- Yo estoy pensando en la Chinita y Ludovico, tan bella y alegre que ha
sido su boda. (En ese momento recordé a Sandra y quise preguntar por ella)
pero Eduardo comentó:
- Esa es la vida, hermano, esa es la vida y lo importante de todo esto es
poder observar los diversos rumbos que siguen los amigos que han crecido con
nosotros, los unos aplastados por el destino, y los otros a flote...
- Creyeras que hubiera preferido ignorar todo lo que acabas de contarme.
¡Y, pensar que yo creía que era el único que sufría!
- Las paradojas de la vida como las del amor son incomprensibles.
Recuérdalo bien.
- Lo recordaré. Y después de haberte escuchado lo que me has contado
de esos pocos amigos, quisiera que también me cuentes algo de tu vida, ya
que, desde aquella noche que me visitaste en la clínica y llegaste tarde sólo
para despedirte por que al día siguiente viajabas a Miami con un asunto de
business, de business, como decías, ya nada más supe de ti.
- Efectivamente. Desde esa noche no supimos nada el uno del otro.
- Tú, me dijiste que viajabas por unos pocos días, dime, ¿Por qué no le
pediste a tu regreso mi dirección a mi padre? él te la hubiera dado, yo esperaba
tus cartas.
- Porque en lugar de unos pocos días, como yo había prensado, me
quedé tres meses aprendiendo inglés, después estuve unos días en Panamá y
otros, en Colombia y cuando regresé a Bolivia, me informaron que tu madre
había fallecido y que tu padre y tu hermana habían viajado no sé si a la
Argentina o al Brasil. Esa vez, me encontré con el Chingo y el Rabito, no sé si

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recuerdas que ellos también estuvieron en la inauguración de la exposición del


Flaco...
- Sí, recuerdo que estuvieron.
- Pero ellos no cayeron a la chirola, habían viajado antes de que los
hicieran pisar el palito. Ellos dos al verme me preguntaron por ti, pues estaban
seguros de que tú y yo habíamos viajado juntos.
- Seguramente. Pues yo viajé, no recuerdo exactamente si al día siguiente
o al subsiguiente de que tú te fuste a Miami. Al dejar la clínica yo me enfrenté a
problemas tan inesperados respecto a mi viaje, que llegué a Nueva York
completamente abatido y descuajeringado. ¡Hecho un harapo!
- No entiendo por qué ha sido tan precipitado tu viaje.
- Tú mejor que nadie deberías comprenderlo. Mis padres estaban
aterrados de que pudiera sucederme algo más grave que aquella pateadura
que me dieron en la policía, ya que ese maldito cholo me había amenazado
delante de ustedes si volvía a reincidir... Le había dicho a mi padre, cuando él
fue a reclamar por aquella arbitrariedad cometida contra mi persona, que yo era
un elemento peligroso, que se me seguía la pista, y que si volvía a caer a la
policía mi padre se olvidara de haber tenido un hijo...
- Sí eso le dijo a tu padre, puedes estar seguro que así hubiera sido.
- Eso los aterró, y mientras yo estaba en la clínica habían hecho todos los
trámites necesarios para sacarme del país, mi cuñado Norman había
colaborado eficazmente, lo mismo que mi primo Fernando... ¡Ay caramba,
caramba! Soy un tipo desmemoriado y malagradecido, desde que estoy en
Ottawa solamente dos veces he llamado por teléfono a su casa sin encontrarlo
y después me olvidé. Mañana mismo lo voy a llamar con motivo del nacimiento
de mi hijo.
- No sé quién será tu primo Fernando ni el papel que habrá jugado en
este asunto, de todos modos acabo de enterarme que has salido por el terror
que tenían tus padres... yo creí que habías salido por algo diferente.
- Sí, ha sido por eso y ese fue también el motivo de que no me despidiera
de los amigos, mis padres no querían que se supiera de mi viaje. Lo que yo no
entiendo es por qué tú te fuiste sin despedirte de los amigos.
- Porque no valía la pena, sólo iba por unos pocos días, ida y vuelta, me
madre lo sabía, no así mi padre que se encontraba en Santa Cruz, yo pensé

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llegar antes que él. Sin embargo a la vuelta de ese mi viaje ya no regresé a mi
casa. Me compré un departamento en uno de los edificios del Prado y la
pasamos ahí macanudamente con la Gringa, el problema fue que después de
varias semanas que la pasamos regio, me dijo que estaba esperando un hijo...
Tuve que aplazar mi segundo viaje que ya lo tenía más o menos planeado y
tuvimos que casarnos. Nuestra boda fue “comme il faut”. Salvamos todas las
apariencias. Mi padre se mantuvo discreto, yo indiferente. Los padres de la
Gringa viajaron a Sucre después de la boda. Virtualmente se puede decir que
vivían allí, pues tenían proyectado vender su casa de La Paz. La Gringa y yo
quedamos algunos días en “nuestro” departamento, luego ella se fue al lado de
sus padres y yo emprendí mi segundo viaje que se prolongó por varios meses.
Estuve en Francia donde tomé cursos intensivos de francés. Visité Alemania,
España, en fin varias capitales europeas en un ir y venir a merced del viento
que soplaba. Al retornar de aquel viaje, probablemente le hubiera preguntado a
tu padre tu dirección pero ya no lo vi, llegué después que había fallecido, tu
hermana había viajado no sé a qué lugar del mundo. Y como decía el Petizo “tu
casa ya no era tu casa”. Me fui a Sucre para el nacimiento de mi hijo que lo
bautizamos con tu nombre y con toda pompa. Durante mi ausencia los padres
de la Gringa habían vendido su casa de La Paz instalándose definitivamente en
Sucre, de modo que yo compré allí un pequeño paraíso a nombre de la Gringa
y de mi hijo, una bella casa de campo para que mi hijo tenga una infancia feliz
al lado de su madre y de sus abuelos que lo adoran. Y aunque te parezca raro,
la Gringa y yo iniciamos nuestro divorcio de común acuerdo. Yo viajo
continuamente y como te lo afirmé no sirvo para hombre casado, pero cada vez
que puedo voy a visitarlos, no tengo esa obligación que detesto y como ves mi
vida va girando y girando derrochando las horas como en un torbellino
maravilloso.
- Como un torbellino, bien lo has dicho, todos giramos en un torbellino de
horas.
- Hasta que la última nos diga “stop”. Mientras tanto hay que gozar y
disfrutar. ¿No crees?
- Yo diría, aceptar lo que venga.
- Eres muy conformista hermano.

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- Tal vez, o quizá fatalista. Lo que tiene que suceder sucede


irremediablemente.
- Por eso hay que sacarle el jugo a lo bello y grandioso que nos brinda y
no puedes negar que nos regala bellas mujeres.
No pude responderle porque sonó la campanilla del teléfono y Eduardo
me dijo, esa llamada es para mí, mirando su reloj.
- Sí, es para ti le respondí entregándole el auricular.
Habló pocos segundos. Luego bebió de pie el resto que había en su vaso
y pausadamente me dijo:
- Lo siento en el alma, querido hermano... tengo que dejarte... Debo viajar
en el próximo avión que sale hacia Europa. Tengo que estar en París mañana
por la noche.
- ¿No vas a estar mañana con nosotros?
- No Luis Alberto... no.
- ¿Por qué no postergas tu viaje para el lunes?
- No puedo. No puedo. Es imposible; business son business.
- Lo mismo me dijiste al despedirte cuando viajabas a Miami y esta vez no
te voy a dejar partir sin que me aclares ese enigma.
- No es un enigma, hermano. Yo todo te cuento. No tengo secretos para
ti, es el tiempo el que me apremia. Tú eres para mí más que un hermano. Eres
lo más leal, lo más sincero y lo más noble que he encontrado en mi vida. ¡Eres
mi único amigo! ¿Me entiendes? No quiero dejarte con ninguna duda.
Fragmentariamente te voy a contar en qué consisten mis negocios. Para ello
tengo que remontarme hasta la época de la finca, hasta el momento en que
Satuco tú y yo impedimos la flagelación de Manuel. ¿Recuerdas que mi padre
dijo que nunca me lo iba a perdonar?
- Recuerdo.
- ¿Y recuerdas que te conté que le pedí que me enviara a conocer Europa
como los había enviado a mis hermanos? ¿Y que me respondió que ya no
había una finca para costear mis caprichos? ¿Y que cuándo le pedí que me
regalara un autito de segunda mano cuando vendió las vagonetas que nos
llevaban a la finca y el auto que tenía en La Paz para comprarse para él un
gran autazo, te avisé que me dijo, que te lo compren los indios, tus defendidos,
recuerdas?

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- Sí, recuerdo todo, no lo olvido.


- Bueno. La genética cumplió su cometido. Su rencor y mi rencor
alcanzaron impredecibles límites. Y el día que se me presentó la oportunidad
dije “ésta es la mía” y fue. Ahora, te voy a decir algo que te va a lastimar. Ese
maldito Jefe de Policía, como tú lo denominas y que ha sido la causa de tu
desgracia, no sí por qué designio ha sido para mí, la más grande oportunidad
de mi vida. Cuando tú estabas en la clínica, nos citaron a todos, uno por uno
como había determinado el Jefe de la Policía en el momento que a ti te
apaleaban esa noche. Cuando me tocó el turno me presenté ante el jefe de
policía que sin más ni menos, y sin ambages, me propuso pasar un
contrabando de cocaína. Categóricamente me dijo que me iban a pagar muy
bien si lo pasaba, pero, que si me hacía sorprender me esperaba la chirola, y
que, si abría la boca y contaba algo a alguien de “el asunto” me iban a silenciar
definitivamente. “Estas son las condiciones que en este momento estás
aceptando”, me dijo. Yo le respondí que estaba de acuerdo y que no tenía
miedo a nadie ni a nada, estoy seguro que cumpliré mi cometido en la mejor
forma. ¿Tienes pasaporte? me preguntó, le respondí que no. “Búscalo” a
Sutano dijo anotando su nombre y dirección sobre un pedazo de papel, él se va
a ocupar de tu pasaporte. Está bien. ¿Cuándo viajo? Le dije. “En un par de
días” me respondió.
Al ver mi decisión me dieron la luz verde y llegué a Miami. Los otros
seguramente demostraron inseguridad o timidez y les hicieron pisar el palito.
En Miami me esperaron dos tipos muy bien trajeados, me invitaron a subir a su
auto, les entregué el paquete, me pagaron en billetes contantes y sonantes. Me
aconsejaron abrir mi cuenta bancaria en uno de los bancos de Miami. Me
llevaron a un buen hotel y después de dos días aparecieron para decirme que
urgía que yo aprendiera inglés que ellos me pagarían el aprendizaje “full time”
que duraba tres meses y que a la vez me pagarían el hotel. Después me
enviaron a Panamá a establecer contactos y también a Colombia, creo que el
resto ya te lo conté. Miró su reloj y me dijo: Me queda todavía algo de tiempo,
de modo que te seguiré contando. Actualmente soy el brazo derecho de la
“organización”. Hace poco que el jefe de policía se hizo humo y nada supe de
él. Como has visto, no bebo, ni menos se me ha ocurrido probar la cocaína,
sería mi ruina.

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- ¿Y no te remuerde la conciencia contribuir a la ruina de millones de


seres?
- Allá ellos... hermano... El que quiera endrogarse que se endrogue igual
que el que bebe que lo haga y el que fuma sabiendo que va a morir con cáncer
que siga fumando. Los vicios, hermano no se pueden evitar. Mi vicio son las
mujeres.
Tengo mucho cuidado. Me mantengo lúcido. Con los ojos y oídos siempre
alertas. Por eso a mí, nadie me echa el guante. Me escabullo. Hablo alemán,
francés, soy un tipo internacional. ¡Y si supieras quiénes andan metidos en este
gran negociado de la cocaína te caes de espaldas! La próxima vez que retorne
te voy a contar con detalles y con nombres.
Volvió a mirar el reloj.
- Me queda todavía tiempo. En el minuto exacto te voy a dejar,
entretanto... ¡Hay tanto! ¡Hay tanto! Que no sé francamente que más podría
decirte pues me has removido la memoria, que ahora tengo un revoltijo en mi
mente que pugna por salir.
(Lo que yo anhelaba era conocer algo de la vida de Sandra, y no sé por
qué no me atrevía a preguntarle). Cuando lo iba a hacer, Eduardo me dijo:
- ¿Te avisé que el Jefe de Policía se hizo humo, ¿no?
- Sí.
- ¿Sabías que era tío de Sandra?
- Lo supuse, era una papa partida con su hermano.
- El jefe me dijo que su hermano quería eliminarte a toda costa, que tu
muerte estaba decidida para antes de que Sandra llegara a Bolivia, porque
temían que podrías cometer a su llegada algún desatino.
- Para serte franco, te diré que yo estaba seguro que la pateadura que me
dieron esa noche era para eliminarme.
Y no pudiendo esperar más le pregunté por Sandra.
- ¿Acaso no has sabido? ¿Acaso no te han avisado?
- ¿Qué?
- ¡Que Sandra y su madre no han regresado de España!
- ¡No es de admirar que se hubiera quedado allí la señora condesa! - le
dije con despecho y con ira.

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- ¡Qué señora condesa ni que ocho cuartos! Pasaron las de Caín pues el
famoso conde resultó ser el capo de una banda de estafadores que lo
apodaban “el conde”. Los tipos habían husmeado quién era el padre de
Sandra. Que entraba y salía de algunos bancos comerciales. Que su mujer y
su hija lucían costosísimas joyas. Que se hallaban alojadas en un carísimo
hotel que ofrecía todas las seguridades a sus clientes. Y lo primero que
hicieron fue hacerles cambiar de hotel y de hoteles valiéndose de sus
tejemanejes con el fin de borrar toda pista.
El chofer del “conde”, no cesaba de llamarlo: “señor conde” por aquí,
“señor conde” por allá, una vez que por pura “casualidad” habían entablado
amistad el padre de Sandra y “el conde”, éste, preparó el terreno charlando de
sus tierras, de sus inmensas posesiones, de sus viñedos, de negociados en los
que invertía sumas fabulosas....
- Sandra me contó en una de sus cartas algo de lo que me acabas de
decir.
- Ya lo comentamos allá, ¿no recuerdas? y que a la madre de la Gringa
también le contaba la madre de Sandra. Pues bien, el “conde” no tardó en pedir
la mano de su bella hija que el padre de Sandra concedió gustosísimo. La boda
se iba a realizar en uno de los castillos del “conde”. Fue entonces que el padre
de Sandra envió la noticia a La Paz y llegó en el momento en que se había
implantado una ley absurda de prensa que ocasionó la cooperativización de
algunos periódicos, por este motivo, la noticia se publicó concisa y breve, lo
recuerdas.
- Sí, lo recuerdo.
- Bien. Así las cosas, el “conde” que era ya, casi yerno del padre de
Sandra, propuso a su “casi suegro” un estupendo negocio en el que, en pocas
horas podía duplicar su capital siempre que fuera una gran suma la invertida
porque el negocio era descomunal y grandioso. El padre de Sandra que estaba
deslumbrado con el futuro matrimonio, cayó en la trampa. Sacó todo o casi
todo su capital girando y regirando cheques aquí y allá para entregar la fuerte
suma en dólares contantes y sonantes. Una vez que la valija de billetes estaba
en sus manos, el “conde” con toda galantería y desinterés la colocó en las
manos de la madre de Sandra diciéndole que más segura estaba en ellas.
Sandra tenía en las suyas el maletín con las joyas de ambas, puesto que

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debían emprender el viaje hacia el castillo del “conde”. Seguramente el padre


de Sandra no cabía en su camisa de orgullo y de felicidad. No así Sandra ni su
madre, ya que se habían dado cuenta que virtualmente estaban prisioneras,
rodeadas del ”conde”, de su chofer y de un primo que los acompañaba, y sobre
todo el padre de Sandra que las vigilaba constantemente a fin de no permitirles
escribir a Bolivia. En camino al castillo y al pasar por no sé qué sitio, el “conde”
dio la orden al chofer de detenerse en la oficina de su abogado, que se
encontraba en un enorme edificio delante del cual los autos no podían
permanecer mucho tiempo, ellos (el conde y el padre de Sandra) tenían que
firmar documentos pertinentes al “negocio”, y no tardarían más de veinte
minutos en retornar, diciendo, que si algún agente de tránsito Impedía a los del
auto quedar esperando en la puerta, podían ir a dar una vuelta y regresar en
ese término de tiempo. Mientras los dos subían a la oficina del abogado, un
agente de tránsito advirtió a los que esperaban en el auto que no podían
permanecer allí y se fueron a dar una vuelta... Los otros llegaron a una oficina,
tomaron asiento en una sala de espera. Después de algunos minutos el conde
dijo que necesitaba ir al reservado, y cómo es de suponer ya no volvió. El
padre de Sandra esperó y esperó. Se encontró perdido. No sabía en qué
oficina se hallaba ni qué es lo que debía preguntar. Siguió esperando. Hasta
que se decidió bajar a la calle.

El auto no estaba. Los minutos corrían. Volvió a subir, ya no sabía a qué


oficina. Habían tantas. Volvió a bajar... ¡Todos se habían hecho humo...! Y fue
tan tremendo el golpe que recibió que cayó en la calle a consecuencia de un
síncope... lo llevaron a un hospital, creo que había sufrido una embolia cerebral
o no sé qué, el caso es que quedó semi-paralítico y que perdió el habla casi por
completo.
- ¿Y qué fue de Sandra y de su madre? Pregunté con angustia y
desesperación.
- Que las encontraron amordazadas y maniatadas dentro del auto, que
era un auto robado.
Ellas también tuvieron que ser hospitalizadas, las hallaron lejos del lugar
en que había caído su padre y no tenían documentos Pasaron las de Caín
como te dije hasta que al fin fueron a dar con el padre de Sandra que se

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encontraba muy mal. Sin embargo pudo girar algunos cheques y ordenar la
venta de la casa que tenían en La Paz. Estaba fundido económicamente y el
hospital le costaba un ojo de la cara. Eduardo volvió a mirar su reloj y siguió
diciendo mientras yo lo escuchaba con un filo clavado en el pecho.
- Que el padre de Sandra había muerto después de varios meses y que la
única beneficiada con todo este asunto, resultó la madre de Sandra que se
había casado con el médico que atendió... al difunto...
- Me alegro por ella repuse pensando en que el asesino padre de Sandra
por fin había pagado sus crímenes - ¿Y qué fue de Sandra? ¿Qué sabes de
ella? Le pregunté desesperadamente.
- No seas tan impaciente, déjame pensar. De Sandra no sé gran cosa, no
sé si se habrá casado... Sólo puedo decirte que dentro de la carta que envió su
madre a la madre de la Gringa, en la que le participaba su matrimonio y todo lo
sucedido, Sandra envió una carta cerrada, a tu nombre, para que te sea
entregada en tus propias manos. Esa carta la guarda la madre de la Gringa,
pues no pierde la esperanza de encontrarte algún día.
Esa carta yo te la voy a traer a mi regreso. Y te voy a traer todas las
noticias, pues estoy casi seguro que mantienen correspondencia entre ellas. La
madre de la Gringa me la va a confiar a mí. ¡Te lo aseguro! Y como ahora estoy
justo a la hora de partir te pido que le des un beso a Layda y otro a tu hijo, la
próxima vez los voy a conocer... y sabes en qué fecha llego...
- Eduardo, Eduardo quiero pedirte un inmenso favor, sé que me lo vas a
hacer... Por el momento no digas nada de Layda ni de mi hijo a la Gringa ni a
su madre... no quiero que sepa Sandra... después... tal vez... quizá... ya se
verá...
- ¡Ok! Si me pides que no diga nada, puedes estar seguro que no diré
nada. Tú me conoces. Ahora venga un abrazo mi querido Luis Alberto.
Nos abrazamos y al hacerlo le dije que le diera un beso grande en mi
nombre a la Gringa y otro a su hijo, a mi querido tocayo, y que diera mi
cariñoso recuerdo a la madre de la Gringa.
- Ok. Se los daré.
- ¿No quieres que te acompañe hasta tu auto? Le pregunté.
- No, querido, no... Yo me manejo solo... Prefiero ir solo que... – mal
acompañado, terminé su frase.

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- Así es, prefiero ir solo que mal acompañado, dijo riendo con su tono
zumbón y se fue.

Cerré la puerta y volví a mi asiento frente al sillón que dejó vacío Eduardo
y quedé como escuchándolo todavía... Mirando con los ojos abiertos como en
una pantalla cinematográfica todo aquello que acababa de relatarme...
Pensaba insistentemente en Sandra... ¿Se habrá casado? ¿Estará soltera?
¿Me seguirá amando? ¡Qué me contará Eduardo a su regreso!

La luz del día me encontró en la misma posición. Aquella noche no había


podido pegar los ojos.

El timbre del teléfono me devolvió a la realidad. Era Rebeca que me


anunciaba que en unas minutos más llegarían ella y Norma a la casa a fin de
prepararla para recibir a Layda y a mi hijo.

Me pasé la afeitadora eléctrica... peiné como pude mis cabellos. Arreglé


más o menos el cuello de la camisa y la corbata...

Llegaron ellas con el entusiasmo en los ojos y en las manos, pues traían
flores y paquetes... al verme me preguntaron:
- ¿No has ido todavía?

Yo apenas tuve tiempo de saludarlas y salí diciendo: Ya me voy... ya


voy...
Y me fui rumbo al hospital en busca de Layda y de mi retoño.

Un par de días después de la linda fiesta, porque fue una linda fiesta la
que preparamos para recibir a Layda y a mi hijo, llamé a Fernando y Jenny por
teléfono. Quedaron sorprendidos al escucharme... Charlamos largo y de todo...
Se alegraron de que tuviera un hijo... y de que Layda fuera tan buena...
Cualquier día nos volveremos a ver, nos dijimos...

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Me sentí aliviado de haber cumplido con ellos... ¡Habían sido tan buenos y
generosos conmigo...!

Eduardo me había dejado con una tremenda duda clavada en el alma.


Estoy seguro que él no se dio cuenta de la situación en que me dejó... pero
Layda, sí, pues un día de esos me dijo:
-Amor te veo muy preocupado, desalentado... Creo que trabajas
demasiado... Además estoy pensando que has perdido el tiempo en esa
estación de servicio
- Te he conocido a ti...
Se rió. Me reí. Nos reímos.

- Dejando a un lado esto...


Veo que don Giácomo es muy desconsiderado contigo, pues trabajas
todos los días de la semana, no tienes los sábados libres...
- Amor no lo juzgues mal a don Giácomo. Yo he sido el que ha pedido
trabajar todos los días cuando tomé ese empleo para llenar mi soledad...
- Bueno, entonces, ahora deberías pedirle que te deje libre los sábados.
- Se lo voy a pedir y estoy seguro que me lo va a conceder.
- Tampoco has tenido vacaciones desde que yo te conozco.
- Efectivamente nunca he tenido vacaciones, no hubiera sabido qué hacer
con ellas...
- Entonces, por qué no charlas con él sobre este asunto también.
- Mañana mismo voy a hablarle en cuanto llegue al trabajo.

Al retornar por la tarde llegué con un mundo de novedades a mi casa.

- Te traigo muy buenas noticias le dije a Layda: He charlado con don


Giácomo y me ha concedido los sábados libres, me ha dicho que el día que
quiera puedo pedir mis vacaciones, y, algo más.
- ¿Algo más?
- Sí, que ha decidido ampliar el negocio poniendo una sección de lavado y
otra de reparación de autos a cargo de Gino y que si yo pudiera aportar un
capital podría entrar como socio ocupándome de la administración del negocio.

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- ¡Qué bien, me alegro! Así ya podrás tener un cargo más importante.


- Y casi me olvido decirte que esta tarde Gino salió como un bólido del
trabajo porque tuvo que llevar a Elva al hospital y si todo marcha bien, esta
noche será padre...
- Ay, Luis Alberto, antes que sea más tarde y mientras preparo la cena,
quisiera que vayas a comprar una tarjeta que exprese, en grado superlativo,
nuestros sentimientos para Gino y Elva. El regalo lo tengo ya desde hace
tiempo, sólo me falta la tarjeta.
- Ok. Voy enseguida.
- Espera unos minutos. De paso quisiera que me compres lo que voy a
anotar en esta lista.

Me fui directamente al sitio donde vendían las tarjetas. Dejé mi auto


delante de un parquímetro, puse las monedas correspondientes y entré a
buscar la tarjeta que me había pedido Layda. Leí una y otra y otra hasta que
por fin encontré una apropiada y a su gusto.

Al retornar a mi auto. El “ticketero” - como lo llamaba yo – estaba listo


para ponerme la papeleta. Al verme me dijo:
- Dese prisa si no quiere que le extienda el “ticket” reglamentario. Pues el
marcador del parquímetro ha cesado ya de funcionar hace 35 segundos... ex –
ac-ta-men-te...

Prisa... Prisa...

Los latinos somos unos inadaptados en el mundo de la prisa. Donde no


se puede pensar... ni expresar los sentimientos... Todo es prisa.
¡Maravilloso mundo de la prisa!

Encendí el motor, presioné el acelerador y me alejé a prisa... árboles,


postes, casas, calles pasaban a prisa delante de mis ojos y ante las ruedas
veloces de mi auto.

Prisa.

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Las computadores lo hacen y lo controlan todo.

Prisa.

Expresada en lindas tarjetas, impresas en todas las formas de manifestar


los sentimientos en las diversas circunstancias, tarjetas para manifestar la
alegría, el dolor, para felicitar adecuadamente en una boda, en un nacimiento,
en un cumpleaños; en cualquier acontecimiento de la vida y de la muerte....
Todo impreso en frases alegres... o dolidas... De tal suerte que los
sentimientos se compran en tarjetas de acuerdo a los medios económicos de
los que las adquieren...

Prisa... Prisa...

¡Maravilloso mundo de la prisa!

Donde se muere y se vive a prisa. En el momento exacto. A la hora


adecuada.
Todo es preciso, fijo, conciso. Todo está planeado. Detallado.
Proporcionado. Cabal. El modo de vivir o de vestir. La manera de ser o de
morir. Todo está dispuesto en cajas. Presentado en llamativos plásticos. A
medida. Ajustado al momento. En varios colores. En idéntica forma. Hechos al
mismo molde. Los sabores están bellamente envasados en frascos, en latitas
llamativas. Preparados. Precocidos. Con un mismo sabor... Cajas. Envases.
Envolturas. Paquetes. ¿Dónde está la lista que me dio Layda? Ya estoy cerca
de mi casa.

¡Ay! tengo que retornar hasta el supermarket.


Entré con la lista en las manos. Salí con un gran número de frascos y de
latas, de paquetes y de envases...

- Amor, has demorado mucho...

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- Tu tarjeta... tu tarjeta, querida, pero te he traído una linda mírala,


expresa como tú querías, en grado superlativo... nuestros sentimientos...

La cena estaba lista.


Mientras cenábamos volvimos a charlar sobre el asunto de la sociedad
que iba a formar con don Giácomo y de la suma que iba a invertir en dicha
sociedad. Layda estaba conforme.
Quedamos unos minutos en silencio. Luego le dije:
- Estoy pensando comprar una linda casa con jardín, a tu nombre y a
nombre de nuestro hijo.
- ¿Qué dices? ¿Para mí... y para nuestro hijo...? ¿No crees que lo lógico
sería decir que para nosotros tres?
- No pongas esa cara amor... no he querido ofender tus sentimientos. Lo
hacía, en vista de que yo invierto en la sociedad con don Giácomo una parte
del dinero que tengo en el banco... la otra... la quería invertir a favor de
ustedes... Tú entiendes de finanzas mejor que yo, de modo que te dejo a ti la
decisión.
Ok. Lo importante por el momento es arreglar el asunto con don Giácomo.
La compra de la casa para los tres... la vamos a ver con tiempo. Además, amo
tanto este departamento en el que encontré la felicidad... - me dijo mimosa,
reclinando la cabeza sobre mi hombro.
- Yo también amo este departamento.
Un beso selló nuestro acuerdo.

Días más tarde convenimos en buscar en los diarios los anuncios que
ofrecían casas en venta, pues según Layda era mejor hacerlo prescindiendo de
las firmas comerciales que se ocupan de la compra venta de propiedades.
Así
cada día y sobre todo los sábados, echábamos un vistazo a la lista de
casas de ocasión publicadas en la página correspondiente.

Aquel sábado por la mañana


yo me encontraba tratando infructuosamente de arreglar el pequeño
desperfecto de uno de los juguetes de mi retoño. Layda como de costumbre,

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abrió las páginas del periódico leyendo las noticias principales, para luego
enfrascarse en la página que anunciaba venta de casas.

- Escucha esta noticia – me dijo – está en primera plana y en grandes


titulares.
Yo la escuchaba sin abandonar mi trabajo. Layda leía: “La policía de
Montreal ha incautado cuatro kilos de cocaína echando el guante al famosísimo
narcotraficante internacional Eduardo......... de nacionalidad boliviana...
¡Al oír el nombre de Eduardo con sus dos apellidos el juguete se hizo
trizas en mis manos y saltó la cuerda con estruendo!
- ¿Qué paso?
- Que... que no sirvo... para... mecánico – respondí aterrado por la noticia.
- Pienso lo mismo y ya te lo advertí repetidas veces. Deja ese juguete y
escucha.
- Me he propuesto arreglarlo.
- Dudo que lo puedas hacer – ¡Ay!, he perdido el hilo de lo que estaba
leyendo, ¡no sé dónde quedé...!
- En Eduardo... ... de nacionalidad boliviana – le respondí recobrando mi
sangre fría.
- Sí. Sí, en Eduardo... ... de nacionalidad boliviana ¿Lo con...
- ¿Qué fecha es hoy? - la interrumpí levantando que formulara la
pregunta.
- ¡Ay Luis Alberto! No te comprendo que vengas con nimiedades
queriendo saber qué fecha es hoy cuando estoy leyendo algo que podría
interesarte por tratarse de un boliviano. Tienes el calendario delante de los
ojos. Por favor no me interrumpas lo que estoy leyendo...
- Perdona querida, perdona, sigue leyendo. Te escucho. sigue leyendo...
Llayda siguió leyendo: ”Una pequeña infracción de tránsito cometida por
los ocupantes de un Mercedes Benz, hizo que el policía que se acercó al
vehículo, descubriera el contrabando por el excesivo nerviosismo de J. Asbín,
también de nacionalidad boliviana que trataba en vano de cubrir con su cuerpo
el maletín que estaba entre ambos pasajeros”.

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Pese a que me encontraba desesperado pensando en Eduardo que había


caído preso por culpa del que lo acompañaba... en el momento que llegaba
aquí... en la fecha anunciada... ¡Trayéndome la carta y las noticias de
Sandra...! Seguí escuchando a Layda.

Mis manos dejaron caer los pedazos del juguete... que se dispersaron
sobre la mesa como se en un vendaval lo hubiera destruido.

Layda leía:
“Al conocer este incidente el diplomático boliviano acreditado ante el
gobierno del Canadá solicitó la inmediata libertad de sus compatriotas bajo su
fianza personal. Al habérsele negado, manifestó que haría llegar de su país a
uno de los más prestigiosos juristas para asumir la defensa de los detenidos” -
¿Lo conoces al diplomático boliviano?

- Alguien me dijo que es un “tipo macanudo”...

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