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Tobellino de Horas PDF
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de horas
Olga Bruzzone
Edición electrónica – BOLIVIATEL – Marcando el 13 Bolivia Crece
http://www.boliviatel.com.bo
ÍNDICE
Capítulo I ................................................................................................... 3
Capítulo II .................................................................................................. 8
SEGUNDA PARTE .................................................................................. 77
TERCERA PARTE................................................................................. 245
Capítulo I
- ¿Por qué no te das una vuelta y regresas? Estaré libre en unos diez
minutos. No tardan en llegar los del segundo turno, propongo a Eduardo.
- Lo siento querido. Lo siento en el alma. Tengo una cita urgente.
Consulta su reloj. Me mira. Se pasa la mano por la frente.
- No. No puedo, no dispongo de tiempo. Debo irme. Me esperan.
- Piensa un instante - ¿Qué te parece el sábado? ¿Qué te parece si a
esta misma hora vengo a buscarte? – entusiasmado me consulta.
- ¡Ok!, el sábado a esta misma hora. ¡Macanudo! – Brota espontánea mi
respuesta.
En el fondo estoy decepcionado. Dolido. Hubiera querido retenerlo.
Charlar con él... ¡Preguntarle tantas... y tantas cosas...!
- El sábado a esta misma hora vengo a buscarte. Convenido. Ahora me
voy. No puedo demorar.
Nos estrechamos nuevamente en otro fuerte abrazo. Nos cuesta
separarnos.
- ¡Me has dado un enorme gustazo viejo! – Le digo mientras toma el
volante.
Y lo veo partir.
Quedo perplejo. Quedo mirando. Veo perderse el auto en la distancia. Lo
veo confundirse entre tantos otros. Lo veo disolverse entre la bruma. Lo veo
desaparecer en el lienzo infinito de la nieve.
Sigo mirando sin despegar los ojos. Es un mirar sin mirar. Mirar en el
vacío.
perdido. Como unir las hebras desatadas. Como echar de menos. Como
rememorar, y añorar... Como tener entre las manos el recuerdo de lo que había
sido... había sido... y nunca más será...
El frío de la ventisca me perfora el alma metiéndose en la médula. El
viento castiga mis retinas. Se me nublan los ojos.
Capítulo II
Eduardo
su casa frente a la mía. Nuestros caminos habían recorrido el uno junto al
otro. Nuestras vidas se habían deslizado juntas. Se habían compenetrado en
tal forma que apenas existía una suposición que pudiera diferenciarlas.
Ahora
se me presentan imprecisas. No puedo identificarlas con claridad. Se
confunden en un caos borroso de ideas y de sentimientos. Todo había quedado
diseminado con el traslado de mi vida a este ajeno país. Que ahora el mío.
Tiempo hacía que se había operado en mí una ruptura con el pasado.
Rotos los nexos. Me sentía desvinculado. No existía un lazo de conexión. Ni un
puente de voces difundidas. Sumergidos los aconteceres entre las dos orillas
de un estanque de aguas desteñidas no me era dado asirme a la realidad de lo
vivido.
Quebrada la continuidad de mi vida, todo había cambiado. Ya no era lo
mismo. Me sentía extrañamente ajeno.
No me era posible clasificar mis emociones. Me costaba controlar el
tumulto de ideas que alteraban mi cerebro. Me sentía perdiendo los perfiles de
Eduardo,
aún lo veo a su padre: Don Carlos.
Minero acaudalado. Rico hacendado. Dueño de inmensas tierras
productivas situadas en las faldas de los altos nevados donde habitan los
cóndores.
Donde los vientos libremente transitan veloces y livianos silbando entre
los pajonales y recorriendo el infinito altiplano inspeccionando los abismos, las
grietas y los despeñaderos. Jugando con el sol sobre el dorado oleaje de los
cebadales.
Don Carlos.
Sí.
El prototipo del latifundista. Señor feudal inhumano duro altanero
orgulloso.
Presuntuoso de la esmerada educación que brindaba a sus hijos en los
más caros colegios de Londres y París. Sus hijos: Alfonso y Alfredo, mucho
mayores a Eduardo.
Sus hijos.
Los más caros colegios. Productiva la hacienda. Lucrativa la cavidad
oscura de sus minas donde se consumían en condiciones infrahumanas las
vidas de los mineros.
La siembra. La cosecha.
Ajetreo de hombres.
Con el poncho echado hacia atrás para sentirse más alivianados, ponen
al descubierto la camisa raída abierta sobre el pecho y la faja de lana tejida en
colores vivos que sostiene el pantalón de burda contextura.
Fulgencio
maldito cholo picado de viruelas y cara de asesino.
Cupertino
odiador, vengativo, bizco.
Ambos
vigilando activos. Observando celosos la falta más pequeña. El más
mínimo yerro. Siempre en acecho. Listos para caer sobre el incauto indígena
sorprendido por sus voraces ojos de serviles mestizos.
En la mano el látigo. En la montura el revólver. Sayones inhumanos y
abusivos. Bestiales violadores de las indefensas indias. ¡Ante cuya crueldad
tiembla la indiada!
Don Carlos
amo, señor y dueño debe iniciar la siembra. Dos jeeps lo esperan. La
familia anhela también participar de aquel interesante acontecimiento.
Las yuntas prestas aguardan. Con las manos empuñando el arado los
indígenas dóciles y apacibles, esperan.
Los indígenas
tensos de brazos de tendones oscuros y nudosos dominando a la yunta
conducen el arado.
Las mujeres
arrojan la semilla sobre los surcos.
Los mozalbetes
esparcen el abono.
El paso de las nuevas yuntas cierra los surcos.
El sudor que brota del esfuerzo chorrea por las frentes. Pegado está el
cabello al polvoriento rostro. Empapada de sudores fríos la raída camisa.
Extenuados prosiguen la faena.
Sombría la mirada.
Nosotros
protegidos del sol. Al abrigo del viento.
Nosotros cómodamente sentados. Recostados sobre dispares acomodos.
Siguiendo con los ojos el duro laboreo. Nosotros.
Después
Fulgencio y Cupertino se encargan de hacer cumplir palmo por palmo la
faena.
Al terminar la siembra
él pago por todo aquel trabajo abrumador fatigante y duro, y al que
aportan su esfuerzo, sus propias herramientas... sus bestias y todo lo demás...
irrisoriamente consiste en raciones de coca y en abundoso alcohol.
Coca
y alcohol. Alcohol y coca.
¡Productiva la hacienda!
En una hondonada protegida de los helados vientos se halla ubicada la
gran casa de hacienda.
Es una casa solariega antigua, de gruesos muros de adobe revocado...
Pintada de un color ya desteñido. Desteñidas también están las tejas de barro
cocido que la cubren. Las ventanas estrechas y pequeñas se hallan defendidas
y guarnecidas por rejas de hierro forjado, y estilo colonial. Al lado de la casa la
infaltable capilla con su pequeña torre su cruz y su campana.
Enfrente de la casa, los cobertizos: bajo su sombra resguardada están las
vagonetas que nos trajeron de la ciudad y los jeeps para el uso de la hacienda.
Colgando de sus vigas, arreos, ensillados, correajes, aperos, bocados,
En ese patio
tibio de sol, la familia.
Humeantes y sabrosas viandas. Diversiones. Juegos. Charlas... Bailes
folklóricos. La servidumbre sin descanso atendiendo.
En la siega
las innumeras parvas de cebada en horizontes de oro reverberan.
Y...
en las noches...
cuando la sombra y la oscuridad se extienden cómplices sobre la
hacienda.
Los indios
si no fuera por aquellas pocas papas desenterradas con desesperación, y
con premura, y con temor y espanto... perecerían de hambre bajo el techo de
paja de las chozas de barro.
Los tres
disfrutamos del tiempo. Lo empleamos en correr, saltar, subir, rodar,
descender, caer, bajar, ir, retornar, brincar, jugar... y cazar...
Cerros, barrancos y despeñaderos. Atajos y senderos, nos miran transitar.
No nos detiene el viento ni la lluvia, ni el frío, ni el granizo.
El mundo es nuestro. ¡Nuestro!
Debajo de los pies infinita la hacienda. Sobre nuestras cabezas el cielo
azul y el sol. Nos ciñe el viento. Nos satura el olor de la tierra.
¡Somos dueños de la inmensidad!
Abrupta la quebrada. Profundo el abismo.
- ¡Cuidado! - nos advierte Satuco – viene hacia nosotros. Duro es su pico.
Temibles son sus alas. Su aleteo es funesto. Ocúltense detrás de aquella
grieta. No se muevan ni tengan miedo. Su voz era una orden.
Eduardo y yo quedamos pegados a la grieta.
Satuco mira el suelo. Busca una piedra entre las mil que están
diseminadas... Recoge una, la sopesa. La coloca en su honda. Gira la honda
en su brazo seguro lanzándola al aire. Certero ha sido el golpe. Partida la
cabeza. Tambaleantes las alas, de tumbo en tumbo al abismo cae. Arrancando
al caer un peculiar sonido de piedras desprendidas. Macabro tableteo de
proyectiles pétreos. Después... sólo el silencio.
- ¡Satuco! ¡Eres valiente! A nadie temes le digo al recobrarme del susto y
del asombro.
- No creas niño Luis Alberto, temo a los capataces... y a los... - no termina
la frase.
Los tres quedamos en silencio contemplando el abismo.
entiende que puedan resistir toda la adversidad que los rodea... Es raro que
Satuco sea vivaz y espontáneo, pues los indios son mudos y sombríos.
- ¡Ah! Es que a él le damos nosotros la oportunidad. Lo tratamos de igual
a igual. No le hacemos sentir su condición.
- ¿Su condición de esclavo es lo que quieres decir? ¡Y son no más
esclavos...! ¡Siendo ellos los dueños de las tierras! Desposeídos por la
injusticia de los blancos... Desposeídos ya... por las huestes del tirano
Melgarejo que después de hacer una matanza de indios les quitaron las tierras,
repartiéndola entre esbirros y sayones... No quiero juzgar a mi padre, pero
tampoco estoy de acuerdo con él. Hay cosas que no se pueden aceptar...
- Entiendo que la injusticia te rebele. ¿Pero qué puedes hacer tú? Eres el
menor de tus hermanos. Ellos disfrutan en Europa el beneficio que aporta el
sudor y la miseria de estos infelices que no son otra cosa... que terrones de
tierra seca... que son la propiedad raíz. Y que como lo ha dicho no recuerdo
quién “el indio es el único terrón no cultivado, es el adobe mudo” ¡Qué frases
tan cabales! No se puede negar que son adobes resecos a la intemperie y
apisonados por la esclavitud. Además, son los semovientes. ¿Acaso no los
venden como a animales cuando anuncian en la prensa: “Se vende una finca
con 100 indios, 80 vacas, 300 carneros...”?
¿No encuentras inhumano e irracional este proceder tan común y habitual
en nuestro medio? ¡Y nadie levanta la voz en su defensa!
- ¿Nadie? Muy al contrario. Si parece que percutiera aún el eco de esos
hipócritas ensotanados como ese fray Tórrez de Ortiz que decía que los indios
carecían de alma y que eran bestias y no seres humanos.
- También hemos leído en nuestra historia que el dictador Linares – uno
de esos raros gobernantes inteligentes que hemos tenido – comentaba,
diciendo: “que había observado la sevicia a que se encuentran sometidos los
hijos de la tierra por curas y patrones...”
- Pero si el Gran Libertador Simón Bolivar al dejar la presidencia de
nuestro país había recomendado “devolver las tierras a los indios”.
- Está visto que en todas las épocas se las han quitado y que los dueños
actuales son sólo resabios de aquellos lejanos usurpadores...
- ¿Ya ves? ¡Qué diferencia entre el padre y el hijo! Manuel casi no habla.
Parece que un silencio de piedra pesara sobre él y su raza. - ¿No crees que
podríamos hacer algo por ellos si un día nos proponemos empezar?
- ¡Empezar! ¿Empezar qué? Un día... No te comprendo. Luego como si
hubiera alcanzado el sentido de mis palabras dice en voz tan baja que parecía
hablar consigo mismo:
- Creo que hay deseos en la vida que nunca se realizan...
- No hay que desalentarse. Todo está en que la idea no se pierda.
- ¡Ah! Si yo fuera el único dueño de la finca. ¡Qué diferente sería!
- Los años pasan.
- Hoy, o mañana, el hacer algo por ellos significaría una hazaña de titanes
o de Quijotes. ¿Quién se atrevería a hacer algo en beneficio de ellos? ¿Quién
se atreve a tocar la fortuna de los oligarcas? ¿Quién pondría un dedo sobre los
gamonales, sobre los señores feudales? Cualquier innovación se estrellaría
contra su omnímodo poder. ¿Acaso no conoces a mi padre?
Ambos callamos.
- Buena tu idea.
Nuestros pies devoran la distancia.
- ¿Por qué llegan tan tarde?
Exclama la voz inconfundible de alguien que en el umbral del portalón nos
espera angustiada. Impaciente. Preocupada y temerosa – Don Carlos está
enojadísimo. Colérico. Este largo retraso lo ha disgustado. Mejor ni que los vea.
Pasen por el corredor, coman algo y váyanse a acostar sin hacer ruido.
Atravesamos el zaguán de puntillas. En el oscuro patio la luna dibujaba,
indiferente, blancas figuras sobre el fondo negro.
-¡Indio atrevido! ¡Pretender que se vayan los amos, los patrones! ¡Los
dueños de la hacienda! Pagarás con tu sangre tu insolencia.
La alocución la pronuncia en aymara, en la lengua nativa para que toda la
indiada allí presente se dé cuenta del por qué de aquel castigo, y escarmiento...
- ¡No ha sido él... la coca es la que ha hablado! – resuena firme la
vocecilla de Satuco.
Se han ido.
Todo ya estaba dispuesto para partir sin que nosotros nos hubiéramos
dado cuenta. Nuestra pena y nuestra contrariedad eran enormes. No habíamos
pensado que los acontecimientos se precipitaran tan rápidamente...
Las dos vagonetas que nos trajeron a la finca estaban ya listas delante
del gran portalón. Tomamos asiento sin proferir palabra en la misma forma en
que habíamos arribado. Nos sentamos uno junto al otro. Inútilmente
recorremos con la mirada a través de las ventanillas con la esperanza de ver a
Satuco y despedirnos. En vano recorremos la estéril soledad con ojos
desesperados. Ningún indígena asoma. Parecería que la tierra hubiera
absorbido sus formas.
Un silencio pesado cubre la extensa planicie. Un silencio de piedra.
El silencio del insondable yermo... Silencio desolado y total. La soledad
nos mira. Silencio y soledad se adentran en mí, apoderándose de mi alma...
El cielo ha ennegrecido.
Embozada en su oscuro rebozo llega la noche.
¡Mueeeraaan...! ¡Vivaaaa...!
- ¡¡Caramba!! ¡Tenía razón Satuco! ¡De buena nos hemos librado! ¡Habría
que agradecerle! - comenta en voz sonora Eduardo con una entonación que
parecía un reto mezclado de ironía.
Nadie le responde.
Pretende decir algo más. Le doy un codazo para que se calle.
Así
detrás de aquel irresponsable y atrevido contraventor del orden público
“establecido”... pudimos proseguir sin dificultad hasta salir del populoso bario y
encaminarnos hacia las calles del centro de la ciudad para luego dirigirnos a
nuestros domicilios ubicados en el marco principal y “aristocrático” de la urbe.
Mi padre, y Luz María mi hermana mayor, nos reciben con muestras de
alegría. Los acontecimientos del momento los habían tenido preocupados pero,
al vernos todo quedaba despejado...
El pueblo
un pueblo de contrastes incomprensibles. Sufrido y convulso. Crédulo y
desconfiado. Pervertido por el despotismo. Explotado por los curas y por la
demagogia de los oportunistas. Envilecido por la abyecta política, por la pugna
de los partidos y por el caciquismo. Desquiciado. eternamente descontento.
Estancado en una parálisis económica. Obsesionado por su adverso destino.
Mantenido en la ignorancia por la conveniencia de sus opresores y
explotadores.
Mi padre
ya no es el mismo. Lo veo desalentado. Abatido.
- ¿Qué tienes?
- Algo inexplicable. Algo que me lastima y que me duele aquí, aquí, ¡aquí!
– Al decirlo oprime con angustia y con la mano crispada sobre su corazón.
- ¡El corazón! ¡Habrá que consultar con el médico!
- No hijo. No es asunto de médicos – afirma con honda convicción – Lo
que tengo, es algo que muy pocos lo sienten... pocos... muy, muy pocos... es la
Hora la que me lastima y me duele...
Su voz adquiere una sonoridad extraña. Una resonancia sobrecogedora
que enmarca su singular figura en el cuadro rectangular de la ventana junto a la
cual se encuentra ubicado. Sus ojos buscan dolorosamente un punto donde
posar la triste fijeza de su mirada que mira sin mirar.
Me doy cuenta de que una inquietud enorme lo atormenta.
- ¿La Hora? – le pregunto desconcertado y confundido.
- Sí... ¡La Hora!...
El tono de su voz es profundo. Penetrante.
Pesadamente sus palabras caen...
- ¡La Hora! ¡La Hora! ¡La única! ¡La única aprehendida íntegra! ¡Contenida
en su todo y apresada en el instante mismo! Esa Hora amasada con desvelos,
inquietudes y esperanzas... y con sangre... Esa Hora, estaba en nuestras
manos y las manos no han sido capaces de retenerla. Esa Hora se ha perdido
cuando cobraba forma. Cuando se convertía en imagen imperecedera. ¡Esa
Hora...! ¡La única...! ¡Tal vez la última! Estaba en nuestras manos y de ellas se
ha escurrido como se escurre el agua o se escurre la arena... Como se
dispersan las hebras que se desatan. Algo irreparable se ha perdido en esa
Hora. Algo que la acerca a su propia muerte...
La universidad
producto del propio ambiente entraña una problemática de continuas
contradicciones. Cada hecho inmerso en el momento actual crea una confusión
que se hace difícil clarificar. El pueblo no tiene las luces suficientes para captar
lo que sucede. La universidad constituye el centro de gravedad de las
circunstancias por la que atraviesa el pueblo. La juventud, conciente de su
fuerza, abiertamente la manifiesta y por ser metafísica no puede prever las
consecuencias de sus actos y al pretender remediar algunos desaciertos de los
gobernantes sólo consigue intensificar el caos y el desorden.
El alto batiente del árbol queda de pie. De pie. Solo y sin amigos. El árbol
que no afronta su destino se desgaja. Se abate. Se aniquila.
El alto batiente del árbol flaquea. Cede. Cae. Se derrumba. ¡No afronta el
destino!
Ambos sacan a relucir sus botas. Sus botas negras de charol que desde
la Revolución de Abril del 52 se hallaban subestimadas.
Mientras el uno
se manifiesta activo y se revela positivo. Mientras encamina y ordena.
Mientras levanta espejos de ciudades sobre despojos de derrumbe.
El otro
permanece cauto. Prudente. Esquivo. Recogido en la telaraña de su
propia ambición oculta. Espiando desde su recóndito interior sombrío. En
acecho noche a noche acrecentando como un río negro que agranda en la
oscuridad.
En la universidad
los estudios se normalizan. Los alumnos concurren. Las huelgas han
terminado. Aunque no todos están de acuerdo con el actual gobierno.
Pues las botas, son en todas partes resistidas... y más ahora que hacen
ostentación ... de despilfarro...
El estudiantado progresista anhela una sociedad libre y democrática, bajo
el convencimiento de que la extrema riqueza y la extrema pobreza son
incompatibles y que el despilfarro de los militares es ultrajante.
Se constituye en movimientos de reivindicaciones sociales.
Las nuevas ideologías están latentes y germinan.
Existen grupos determinados que hacen suyas las miserias y las
adversidades del pueblo y están dispuestos a sacrificarse por él...
Algo se está gestando ¿Qué es? Nadie lo sabe. Se lo presiente.
Se lo palpa... pero no se lo define...
Entre tanto
la ciudad recobra su ritmo.
La oligarquía nuevamente asume su predominio. Su posición. Se
restablecen los grandes bailes. Las grandes fiestas sociales. Los bailes de
“Beneficencia.” Los bailes de “Presentación en Sociedad” de ciertas
“personitas” de 18 años de edad pertenecientes a las clases “altas”... o a la
clase “adinerada”. (Es difícil admitir que en este siglo existe todavía una
especie da castas). Pero, los de “arriba” son siempre los de “arriba” y están
arriba. ¿Y los de “abajo”? Bueno, los de “abajo” están “abajo”. Quedan abajo y
quedarán abajo... ¿Quedarán?
Y así
alternamos el estudio con la diversión.
Cuando las fiestas nos cansan. Cuando las callejas del placer no nos
seducen. Cuando las farras nos hastían...
En esas horas
nos sentimos capaces de hacer frente a la vida. De solucionar los
problemas que en las discusiones habían quedado sin solución... las
necesidades individuales... los métodos específicos que utilizan al hombre
como materia de explotación y predominio... la posición de los privilegiados que
evitan que se alcance su nivel... la desorientación del pueblo que busca algo en
que apoyarse... la deformación que sufre el país sometido al militarismo...
En esas horas
nuestro propósito es alcanzar el mayor número de elementos para
resolver los males que aquejan a la nación.
En esas horas
nuestras palabras cobran un sentido nuevo. Vencemos los obstáculos.
Las barreras. Las diferencias. Miramos los colores limpios de la vida. La
miramos a través de un prisma diferente, clarificado, simple.
¿Acaso no somos los idealistas, los limpios, los nuevos? ¿Acaso no
somos jóvenes?
En esa horas
nos sentimos macanúdamente prodigiosos.
Se detienen.
- Esta es la gran mansión de Sandra – anuncia ceremoniosamente la
Gringa empleando un tono amigable y jovial. Al decirlo aprieta el botón del
timbre. Pretendo detener su mano pero no me da tiempo.
Alguien cruza el espacioso jardín y mientras Sandra se despide de
nosotros dándole un beso a la Gringa y extendiéndome su temblorosa y
diminuta mano, se abre la elegante reja forjada para cerrarse nuevamente
después de haber dejado pasar por ella a la encantadora figurilla de Sandra
que atraviesa el jardín y luego se desvanece absorbida por la puerta de la
casa.
- No te enojes conmigo si he tocado el timbre. Es porque me he
comprometido traerla a las once y estamos en la hora. De lo contrario no la
hubieran dejado ir a la fiesta. Llegando a la hora creo que poco a poco
lograremos dominar al “ogro” que tiene de padre.
- ¿Es tan... ogro...?
- Ay, no sé lo que es... es algo incomprensible... y Sandra es un encanto...
y su madre también. ¡Es una joya! Esta es mi casa.
Habíamos llegado a la de ella.
- Aunque vivimos pared en medio, nuestra situación es muy diferente. Mis
padres llevan una vida social activa... son muy conocidos... tienen amigos. Me
padre es comprensivo... sin inhibiciones... pero el de Sandra... mejor no te
digo... Bueno Luis Alberto, mañana no te olvides ir a buscarnos al colegio.
Sandra se va sentir feliz de volver a verte.
- ¡Imposible que me olvide!
Al despedirse, abre la reja también de hierro forjado con la llave que lleva
en su bolso. Atraviesa el jardín de su casa y yo retorno sobre mis pasos
desandando el pequeño trecho que me separa de la de Sandra. Enfrente crece
un árbol, uno de tantos que bordean la avenida. Apoyo mi estructura contra el
árbol y quedo pensativo.
Hay luz en algunas ventanas. En el porche un lindo farolillo.
Imaginativamente contemplo la bella figurilla de Sandra. La miro en los ojos
perdiéndome en la profundidad acuosa de su mirada inconcreta.
Una a una se apagan las luces de las ventanas. La del farolillo se
mantiene encendida. Y todo queda a oscuras al apagarse éste.
La ciudad se desentumece.
Comienza el día.
Despierta con el polvo que levantan esas pobres mujeres a esa hora del
amanecer concluyen ya con el barrido de las calles... a esa hora... cargando a
la espalda a sus pequeños hijos... seguidas de los que ya dan sus primeros
pasos... de los que ya caminan... envueltos en el polvo que levantan las
escobas de paja de corta dimensión y de manufactura primitiva que las obliga a
curvarse hasta cerca del suelo para cumplir con la dura faena... Escobas.
Polvo. Niños descalzos. Ojos añorando sueño. Fatiga. Hambre. Polvo girando
en torno de quienes ganan, en su remolino, el mendrugo de pan para alimentar
a sus hijos... mientras que dentro de las casas duermen preservados del frío y
de la intemperie aquellos que al despertar tornarán a ensuciar las calles...
A esa hora
comienza el pregón vocinglero de los canillitas que gritan a todo dar el
diaaarioooo... presss... hoooyyy... Rompiendo con su voz y sus pies desnudos
el frío que ha dejado la noche sobre el asfalto, sobre los adoquines.
Anunciando que la noche imprimió sueños y pesadillas en las páginas que
los editores de los matutinos escribieron para sus lectores...
A esa hora
se expande en el ambiente el peculiar aroma de pan fresco recién
horneado y el de las sabrosas llauchas madrugadoras incomparables
empanadas calentitas, rellenas de queso con ají. El aroma del api humeante,
quemante, espeso que alimenta al obrero, al “indio de carga” que lleva sobre
sus espaldas, mesas, ollas, canastos, y todo el cúmulo de aprestos, con que
las que expenden comidas y alimentos, organizan sus puestos de venta.
entusiasmo. Sin afán. Sin miseria. Sin nada de todo aquello que constituye la
esencia de la vida.
Salí airoso en el debate que debía sostener con otro de los alumnos más
aventajados del curso que dictaba el profesor más exigente. A decir verdad no
sé lo que habré dicho.
Sólo sé que me felicitaron.
San Juan
la noche más larga y más fría del año. Hay quienes afirman que en esa
noche hasta las piedras se trizan por el frío.
La ciudad se calienta al calor de las fogatas encendidas en muchas de las
calles. En los patios de varias casas. En los cerros presentan un espectáculo
singularmente maravilloso. Los ánimos se exaltan alrededor del fuego.
Cohetes, petardos, busca piques, estallan en todas direcciones. Explosión de
colores. El cielo está encendido. El aire está inflamado. El viento se desgaja
cortado por el frío, se refugia en el fuego y salta en alborozo chisporroteo.
Atronador estruendo asciende hasta los cielos y cae derramado en luces desde
la altura. La ciudad se divierte entusiasmada. Ponches de vino y de canela.
Ponches de leche con almendras y pisco. Rondas alrededor del fuego. La
diminuta mano de Sandra apretada en la mía... Entusiasmo. ¡Bullicio! ¡Alegría!
¡Alegre y bella la noche fría de San Juan!
¡FLASH!
Uno a uno
como cuando caen los primeros granos anunciadores de una granizada.
Uno a uno de todos lados van cayendo sin que nadie los hubiera citado. Los
trae la noticia publicada, y la fotografía. El grupo va creciendo... están Julio, el
Flaco, Ludovico, el Rubio, Juan Carlos, el Microbio, el Ñato, Fernando, el Loro,
el Poroto, Hugo, el Petizo, siguen llegando los demás... el Chingo, el Rabito, el
Pato... Todos son yo,yo,yo,yo. Yo opino, yo pienso, yo creo, yo sospecho.
- No se olviden sintonizar esta noche los informativos del exterior son más
completos y más verídicos.
- Ok.
Francia
desde su presidente hasta el último pinche se ponen en actividad.
Critican severamente la actitud de los gobernantes bolivianos.
Quai d’Orsay hace llegar su protesta.
La intelectualidad francesa. La parisina. La élite. Interviene. Comenta.
Reclama. El francés no es cualquier hijo de vecino. “Es hijo de su mamá”. Es
algo extraordinario, maravilloso, insuperable. Es una figura de prestigio
nacional. Internacional. Mundial. ¿Algo más? ¿Y por qué no también in-ter- si-
de-ral?
¡Aaaah...!
Pero las opiniones que se emiten sobre el famoso franchute no
concuerdan... Difieren aquí... y allá...
Mientras unos
lo encomian y lo elogian haciendo resaltar que es Periodista. Fotógrafo.
Escritor. Poeta. Novelista. Revolucionario. Humanista. Sociólogo. Guerrillero.
Filósofo. Cerebro. Pluma. Autor de obras revolucionarias. Importador y
Exportador de revoluciones.
Otros
despectivamente lo consideran traidor, desleal, felón, cobarde soplón, vil
mercenario vendido, advenedizo, cuentero.
No faltan quienes
se sienten impresionados ante su débil y frágil figura y comentan...
¡Pobrecito! Si apenas puede sostener el peso de su carabina. ¡Cómo es
posible que se pueda decir de él que es guerrillero! El cura ha hecho mal en
informar a las autoridades sobre su presencia en la selva. Debería más bien
haberlo tomado bajo su protección para que lo ayude a celebrar misa.
Pobrecito se va a enfermar en la prisión.
- ¿Qué me dicen? ¡Tenía razón yo! ¿Sí o no? Lo mejor que hubieran
podido hacer con ese francés habría sido dejarlo libre para que los mismos
guerrilleros lo juzguen y así, nadie se ocuparía de él, en cambio, al tomarlo
preso lo están haciendo crecer como él mismo jamás lo hubiera soñado en su
vida. Lo están inflando como a un globo y... acuérdense de mí... se va a
desinflar en la misma forma el día que lo dejen en libertad.
Ese día nadie se va a ocupar de él.
En el mundo
el nombre de Bolivia es zarandeado de arriba para abajo y de izquierda a
derecha.
Sobre Bolivia están los ojos del mundo en espera del resultado de los
acontecimientos.
Aquella tarde ninguno de nosotros tiene ganas de estudiar. Nos
encontramos sentados alrededor de la mesa de uno de los boliches ubicados
en las inmediaciones de la universidad.
Sobre la mesa
botellas de cerveza, cigarrillos. Vasos que se vacían lentamente, sin
entusiasmo. Parecería insípido manifestarnos entusiastas y comunicativos en
esa tarde que calladamente se agrieta dejando penetrar a la sombra y con ella
a una especie de angustia. De desasosiego. De tristeza. De no sé qué...
Junto a cada vaso se había hecho un silencio que iba creciendo entre los
otros silencios. Un silencio como el gotear de las cosas. Como el caer de las
hojas.
A medida que el presente iba tomando forma los momentos
desmadejadamente se iban hundiendo en una dimensión de lejanía. De lugares
distantes que ninguno de nosotros tenía ganas de mencionar. Estábamos como
buscando la razón de algo desconocido que nos encogía. Nos hallábamos en
una coyuntura de ideas incompletas de las que no encontrábamos el verdadero
sentido.
Los altoparlantes del boliche transmitían música y de cuando en cuando
daban el informativo. Las noticias siempre eran las misma.
Las mismas.
Cada instante se iba poniendo más empañado. Hasta las paredes que
estaban allí parecían más quietas que de costumbre y más descoloridas.
Música.
La noticia: Nuestros rangers están estableciendo un cerco. Nuestros
rangers entrenados en la lucha de guerrillas. Música. El cerco. La música. La
música. El cerco.
Lo miran.
Los ojos de los soldados ”casi niños” lo miran con el asombro en las
retinas.
Se preguntan
y afirman...
¿Es él?
¡Es él!
¿Es?
¡Es!
La certeza está inconsistente todavía.
- ¡El CHE está tendido! – grita y sus ojos aprisionan veloces la victoria.
Esboza una triunfal sonrisa. ¡Ha caído el CHE! Está tendido – confirma con su
grito la noticia y la rubrica con su sonrisa...
¡FLASH!
¡El CHE ha muerto!
¡El CHE ha muerto en Bolivia!
¡En Bolivia lo han matado al CHE...!
SEGUNDA PARTE
Esa noche te voy a presentar a mis padres me había dicho Sandra. Esa
noche iba a tener para mí un significado inimaginable.
Y...
- La que existe entre patrón y obrero. Mis abuelos maternos eran los
dueños de la hacienda y los tres eran los capataces.
- ¿Los tres? ¿A qué tres te refieres?
- A mi padre y al suyo y al hermano de mi padre. Dice que ambos
hermanos eran tan parecidos de cara, que podían pasar por gemelos, lo único
que los diferenciaba era la estatura, pues el hermano de mi padre era un
hombrón fornido que infundía terror.
(Las preguntas que le formulaba a Sandra iban tomando un giro
profesional. Eran casi un interrogatorio).
- Tu madre y tu padre ¿Eran amigos antes de casarse?
- ¡Nooo! Ella apenas lo había visto alguna vez, pues ella nunca iba con
sus padres a verificar los trabajos de la hacienda. No lo conocía. Se casó sin
conocerlo. Sin saber cómo ni por qué. Por esto, tienes que comprender el
comportamiento de mi padre, era sólo un capataz, un hombre de campo, sin
maneras, rudo. Todo esto te lo confío a ti, nada más que a ti amor mío. Quiero
que sepas lo que él ha sido para que no te dejes intimidar por él. Yo te conozco
a ti y sé cómo eres, por eso, porque te conozco y porque te amo, confío
plenamente en ti.
- Sandra, amor mío, no te equivocas al decir que confías en mí. Estoy
seguro de responder plenamente a tu confianza. Nadie me arrancará el secreto
que hoy me depositas.
Nos miramos en los ojos. La emoción brillaba en los de ella y en los míos.
Estrechamente unidos seguimos bailando por un rato. Luego ella
comentó:
- ¡Qué enigmas encierra la vida!
- ¿Te refieres a...?
- A la casualidad que le salvó la vida a mi madre. Si ella hubiera salido
con sus padres a pasear a caballo en la tarde del accidente, ella también
hubiera perecido con ellos.
- Estás totalmente equivocada. Si “esa tarde” tu madre hubiera salido con
ellos, “esa tarde” tus abuelos no hubieran perecido ahogados.
- ¿Cómo puedes decir semejante cosa, si entre los tres no pudieron evitar
que se ahogaran mis dos abuelos? ¿Cómo te puedes imaginar que no hubiera
perecido también mi madre que no nadaba a la perfección como ellos?
En el bar
se encuentra la mayoría de los amigos. Nos reciben con bromas, con
alegría, con entusiasmo.
- ¿Qué deseas servirte Sandra, y tu Gringa? ¿Prefieren un refresco o un...
- Gracias Julio, Eduardo y Luis Alberto ya nos traen algo. ¿Y Chuqui?
- Se me escapó. Está por el momento con sus padres. Enseguida voy a
buscarla. ¿Linda la fiesta, no?
- Macanuda hermano, macanuda, replica Eduardo que llegaba con los
refrescos.
- ¿Por qué no vamos mejor al comedor? – Propone alguien.
Nos dejamos convencer. Juntamos varias mesas conformando una
grande en la cual los comentarios y la alegría predominan.
Aquellas horas
habían sido dolorosamente devastadoras. Me encontraba destruido como
si una catástrofe hubiera arrasado mi alma. Pesadamente arrastro mis
pensativos pasos dejándome resbalar por la pendiente de las calles en la fría
noche que refresca mi frente. La presencia del silencio sigue mis pasos.
Estoy dolido como si toda la desdicha del mundo me aplastara.
Me encuentro confundido, lejos de mi mismo. Todo está presente en mí
en otra dimensión. Me domina una invencible tristeza. Me siento deprimido. A-
no-na-da-do.
Caminando
puedo rememorar lo acontecido, pero no me siento capacitado para
reflexionar. Pienso que no vale la pena retener y analizar aquel instante tan
desagradable. Pero vale la pena comprobar cómo un gesto y la entonación de
unas palabras revelan a la gente tal cual es. He podido medir su mezquina
chatura. Su actitud me ha lastimado. No por lo que él es, sino, porque él es el
padre de Sandra. ¡Sandra! Te he pedido olvidar este incidente, ¿Y acaso
puedo olvidarlo yo? Inmerso en este interrogante, modelo su figura y contemplo
su rostro. La miro en los ojos con tristeza. Ni tú, ni yo, habíamos sospechado
que podría suceder lo que ha sucedido. Las despectivas palabras de tu padre
me clavaron sus dientes. Y tú, has sentido también la dentellada. No ha sido
una noche alegre como la habíamos proyectado. Ha sido una noche amarga.
Terriblemente confidencial. Reveladora. He abierto los ojos a una realidad
insospechada, como insospechada ha sido también la actitud de tu padre para
¡Ah, si no fuera por esta duda tan grande que llevo adentro!
Me conformaría con mirar en otra forma.
De una ventana abierta brotan los sones de una melodía que se derrama
en fragmentos sobre el silencio de la calle. La escucho. La reconozco. Pongo
atención... Con esa música. Con la melodía. Con esa canción bailamos Sandra
y yo aquella noche en que nos conocimos en la casa de Chuqui.
Nunca lo olvido. No lo podré olvidar.
La invité a bailar. Me entregó su sonrisa.
Revivo aquel instante. Tarareo la tonada. Contemplo sus ojos imprecisos
color de agua, color de viento, color de espera... El ritmo de la música
encamina mis pasos y me sigue. Sandra está a mi lado. Se va conmigo.
- ¿Cuándo?
- En el baile de promoción cuando te contaba la historia de mi madre, ¿no
lo recuerdas?
- No. Al negarlo instantáneamente recordé haberla dicho y recordé
también el haberme propuesto definitivamente no volver sobre este asunto.
Busqué la forma de eludirlo y le dije:
- Te invito a comer chicharrones, sé que te agradan mucho los que sirven
donde don Jorge y estamos tan cerca.
- Regia tu idea. Esos chicharrones me chiflan. Vamos. Y allí te seguiré
contando la historia.
Me sentí defraudado.
Esperamos un poco hasta lograr cruzar al frente de la calle. No
encontraba nada para poder disuadirla de su propósito.
Caminamos unos pocos metros y tropezamos con el Gringo, el Rabito y el
Petizo.
Velozmente pensé que ellos podrían sacarme del paso.
- ¿Ya saben el notición? – preguntó el Petizo.
- Acabamos de leerlo en el anuncio de “El Diario”
- ¿Qué dice?
- Dice escuetamente que el helicóptero en que viajaba el Presidente había
caído envuelto en llamas y que él había perecido carbonizado.
- ¿No dice nada más?
- Nada más. Al pie del anuncio decía que van a dar los detalles en la
edición extra que va a salir más tarde. ¿Qué les parece si vamos a comer unos
chicharrones a modo de esperar que salgan las últimas noticias.
- Macanuda tu idea. Vamos.
Todas las mesas estaban ocupadas como de costumbre, pero don Jorge
vino a nuestro encuentro y nos señaló una que ya estaba quedando disponible.
Saboreamos los chicharrones con la incomparable cerveza paceña
charlando sobre el tema.
- Por fin vamos a tener un presidente civil
- Ni lo sueñes.
- No es cuestión de soñar, constitucionalmente tiene que asumir la
presidencia el Vice.
Los “médicos forenses” nada dijeron sobre esto. El asunto quedó hasta
hoy día sin haber sido esclarecido.
Consulté mi reloj por hacer algo, pues no sabía qué hacer ni qué decir,
me encontraba totalmente alterado. Respiré hondo para cobrar aliento y
apenas pude articular...
- Sandra... amor... me voy...
- ¿Tan pronto? ¡Si acabamos de llegar!
- No quisiera que nos encontrara tu padre.
- ¿De dónde me saltas con eso? ¿Acaso no llegamos todos los días
juntos? ¡No tienes por qué temerle! Sé, que sabes cómo es él, pero si lo ves
Sería absurdo que me muestre tal como soy ahora. Más bien, tengo que
aparentar que sigo siendo el mismo que era. Aunque estoy convencido que ya
no soy el mismo ¡Que contrasentidos encierra la vida!
¡Quién podría imaginar que aquella historia que me había contado Sandra
hubiera alterado mi manera de ser y mi naturaleza interior! He dejado de ser el
que creía ser antes de conocer aquello que Sandra ha depositado en mi
corazón como si depositara en una tumba.
Reduciéndome a un muerto.
¡No!
¡Aún tengo vida!
A mi padre
esta determinación no lo convence pero respeta mis ideas y no le agrada
interferir en mis decisiones. “Derecho Penal. Criminología”. Ha repetido
moviendo la cabeza como tratando de convencerme sin lograr convencerme.
Eduardo
piensa que estoy cometiendo un desatino.
La gringa
categóricamente me ha dicho que es un absurdo. Que he dado un traspié.
Derecho Civil, Derecho Administrativo. ¡Pero Derecho Penal, no entiendo en lo
que te has metido!
Sandra
es la única que no me hace objeción. Que me acepta como soy. Como lo
que anhelo ser. Simplemente me quiere con toda su alma. ¡Y espera con ansia
que me titule para que podamos casarnos!
- Aunque les cause hilaridad les estoy hablando en serio. Es triste que al
actuar de esa manera tan ridícula esté precipitando al país a un caos
espantoso. Pues dijo: “No voy a nacionalizar el petróleo” y zas lo nacionalizó a
las cuarenta y ocho horas. ¿Les parece razonable? ¡Y la que está armando! El
pánico ha cundido. La economía del país está por los suelos. El público retira
sus depósitos de los Bancos y compra dólares y dólares. Hay una fuga de
capitales que da miedo. Nos encontramos en una vorágine incontenible.
- Lo sabemos ¿Y “el artífice” qué hace?
- No sabe dónde está parado ni sabe hacia dónde camina.
- Pero si dice que su gobierno va hacia la ultra-izquierda...
- Sin embargo sus sayones y sus secuaces, los Alfa 66 y los otros de tipo
fascista, son de la ultra-derecha y esos también están cometiendo toda clase
de atropellos.
- Por eso dicen de él “que no sabe dónde comienza su marxismo ni dónde
termina su nacionalismo.”
- Y como si todo esto fuera poco, formula declaraciones a la prensa
extranjera sobre tal o cual hecho afirmando categóricamente... y al día
subsiguiente formula sobre esos mismos hechos su desmentido categórico. ¡Es
un pobre diablo!
- Pero peligroso...
- Saben lo qué dicen el él?
- Nooo...
El petizo nos sopla al oído el adjetivo.
- Mejor no lo repitas. ¡Te pueden silenciar! Está terrible la situación...
- Sí, está terrible. ¿Acaso no han sabido que ha sido también asesinado
ese periodista del M.N.R. en su oficina de trabajo en los días de carnaval...? Y
ese crimen, está quedando en el misterio...
- ¡Aaaah! Pero el más impresionante ha sido ese horrible crimen que ha
sacudido a toda la ciudadanía ocasionado por un lindo paquete de regalo en
cuyo interior había una bomba de tiempo que hizo volar en pedazos a uno de
los más destacados periodistas y propietario de uno de los diarios locales de
más prestigio y a su distinguida esposa.
- ¡Eso sí que no tiene nombre! ¡Nunca han sucedido cosas semejantes!
- Y este macabro hecho está quedando también en el misterio sin que sea
posible aclararlo...
- Por todo esto y por lo que sucederá todavía... tenemos que andar con
cuidado...
- Lo sé, amor. Sé que las cartas serán lo único que nos una... pero...
temo...
- ¿Qué temes amor... qué temes?
- Sabes que tu padre no me quiere.
- Lo sé.
- ¿No crees que él pudiera oponerse a que me escribas? Has aludido a
nuestro cariño mencionando la boda de Ludovico y ya ves en unas pocas horas
ha dispuesto un viaje, mejor no le demos motivo, procura franquear
personalmente tus cartas no se las des a él... que no se entere que me
escribes.
- ¡Ay, Luis Alberto, Luis Alberto...! Si no te conociera, si no te quisiera
como te quiero creería que dudas de la corrección de mi padre. No creo que
interfiera mis cartas. Si tú trataras de conocerlo más a fondo, estoy segura que
pensarías en distinta forma. El que él sea rudo y hosco, es punto aparte.
- ¡Ánimo Luis Alberto! No es para tanto, decía Eduardo, dos meses pasan
como una exhalación, eres demasiado sentimental.
- Ximena viene con nosotros. Su madre y la mía se van juntas.
- ¡Vamos! que la “cucaracha” nos espera.
Los cuatro tomamos asiento dentro de ella.
- ¡Qué feliz Sandra, la envidio – dijo la Gringa.
- Yo también la envidio – respondió Ximena.
- En cambio yo tengo el pálpito que alzaré muy pronto también el vuelo,
dijo Eduardo.
La presencia de Ximena en el sitio de Sandra me lastimaba.
-Alas y buen viento, si quieres te dejamos desde ya en el aeropuerto.
-¡Ya te voy a ver en el momento preciso! Vas a estar toda compungida
como Luis Alberto.
- Yo no tengo su carácter. No soy tan sentimental. El es... ¿Qué eres Luis
Alberto?
- ¡Ay no lo frieguen tanto!, dijo Ximena.
- Déjalos que hablen. Sé como son. Todos los días me hacen lo mismo.
- No puedes negar que la amas a Sandra con el alma.
- “Unos quieren con el alma, otros con el corazón, yo solita te he querido,
alma vida y corazón...” – canta a voz en cuello la Gringa. Celebramos aquella
inesperada salida.
-No es así la canción. ¡Yo se las voy a cantar como es! Y Eduardo
comenzó con su tono zumbón: “Unos quieren con el alma, otros con el corazón,
yo solito te he querido sin camisa y sin calzón...”
Una carcajada general estalló dentro de la “cucaracha”.
- Apuesto que Luis Alberto ni siquiera ha sonreído...
-Por favor... Déjenlo en paz, no lo mortifiquen tanto, intervino nuevamente
Ximena.
-No es por mortificarlo, aclaró la Gringa, él lo sabe muy bien que es para
infundirle coraje ¡Coraje! Es demasiado sentimental. Vive soñando y los
sueños, sueños son. No son para esta época. ¿Es así o no es así, Luis
Alberto?
-Sí Gringa, es así. Soy muy sentimental. Pero coraje ¡coraje! no me falta.
Desconcertado. Sin poder comprender el motivo del rumbo que tomaban las
cosas. Pienso en Sandra y en su madre. Me hallo involucrado a sus vidas. En
esas vidas que se encuentran a merced de un tipo sin escrúpulos que llegó
hasta el crimen por lograr su desmedida ambición...
¡Que situación la del país! ¡Que situación la mía!
Los traspiés del gobierno sumergen a la ciudadanía en un remolino de
inquietudes.
En cambio yo vislumbro la claridad cuando me llegan aquellas pocas
líneas escritas en el avión. Se establecía un puente de palabras trayéndome su
amor y su recuerdo. La sentí segura de sí. Llena de ternura. De candor cuando
dice: “A que no te imaginas en qué lugar del avión te escribo estas líneas... He
observado que uno de los pasajeros ha entregado una carta a la azafata y esto
me ha hecho pensar en la posibilidad de escribirte. ¿Dónde? ¡No importa! Pero
lejos de los ojos de mi padre. La voy a entregar a la azafata en el momento
oportuno... Mi pensamiento está lleno de ti. Cuida mi corazón, te lo he dejado...
Mi madre sabe que te estoy escribiendo, te envía su cariñoso recuerdo. (es mi
cómplice). Te amo. Te beso con el alma... Sandra”.
Me encuentro reconfortado en medio de mi tristeza.
Después de algunos días en una larga y detallada carta me relata lo que
sus ojos captan: “Estamos deslumbrados: el aeropuerto... la gran ciudad... el
soberbio Palacio Real... La Plaza Mayor... las Fuentes de Cíbeles y de
Neptuno... la Plaza de la Almería... la Puerta del Sol... las Iglesias de San
Francisco El Grande y la de San Antonio de la Florida con los frescos de Goya
a quien tú tanto admiras... las tiendas... el gentío... Nos sacamos fotos en todos
los sitios más pintorescos...”.
Describe maravillosamente.
“El hotel es regio... la comida deliciosa... en el menú elijo algo que me
recuerde las horas que pasamos juntos con la Gringa, Eduardo, tú y yo en
nuestro restaurante preferido... he saboreado una paella que tanto te gusta... y
unas langostas como las que allí las preparan... Quisiera escribirte todos los
días pero es materialmente imposible hacerlo... estamos de un lado a otro.
Admirando... comprando... ¡que feliz me sentiría si estuvieras a mi lado...”.
“Hoy se fue mi padre a cumplir su misión específica, antes de salir nos
dijo que teníamos que cambiar de hotel porque se había dado cuenta que éste
como una exhalación. Y como sus cartas eran tan detalladas yo la seguía paso
a paso en ese ir y venir.
- ¡Sube Luis Alberto! ¡Sube rápido pues el “paco” me hace señas que no
debo parar en este sitio!
Subí velozmente a la “cucaracha” y partimos antes de que el “paco”
tuviera tiempo de tomar el número del vehículo. Me acomodé en el asiento.
Cada vez que ocupaba mi sitio y veía vacío el de Sandra... se me erizaba el
alma y una angustia indescriptible me dominaba... apoderándose de mí...
totalmente.
- Gracias Luis Alberto, me has hecho ganar una apuesta.
- ¿Cómo así?
- Pues te hemos buscado por todos lados, incluso hemos telefoneado a tu
casa y le dije a Eduardo, te apuesto diez pesos que lo encontraremos en el
correo y ya vez... aquí te hemos encontrado.
- ¿No quisieras que te traigamos tu cama al correo para que así te quedes
en forma permanente esperando las cartas de tu bien amada? me preguntó
con su tono burlón Eduardo. Le respondí:
- Si estuviera seguro de recibir cartas todos los días, te aceptaría.
- ¿Creen ustedes que Sandra ha viajado sólo para escribir cartas? Debe
faltarle ojos y tiempo para ver y admirar todo lo...
- Si se tratara de otro país sería comprensible – interrumpió Eduardo -
¡Pero... España! Lo único que encontrará son toros y curas. Cornadas y
sablazos. Eso debe heder a sacristía y a mojigatería. Pero mejor no hablemos
de cosas desagradables pues los curas me revuelven el estómago.
- Bueno. Cambiando de tema... ¿Me pueden decir por qué me han
buscado tanto?
- Porque te has, nos hemos comprometido a asistir a la inauguración de la
obra pictórica del hermano de Pablito y como no está Sandra para hacerte
recuerdo de tus compromisos... ¡No me dirás que no te has olvidado!
- Para ser franco te diré que me he olvidado.
- No me llama la atención. A vos hay que bajarte de las nubes
constantemente.
- ¡No exageres!
Una vez en la calle nos anunció que tenía proyectado exponer sus
pinturas en forma privada, en su casa y solamente para sus amigos.
- ¡Así que también vos pintas, Flaco!
- No lo sabíamos.
- El día que nos invites estaremos todos a admirar tu obra.
- Y haces bien en presentarla en privado.
- ¿Por qué?
- Porque nosotros, “tus amigos” tenemos que darte el espaldarazo.
- A media noche.
- A la luz de las estrellas.
- Y con todos los ritos.
- Sé que eres muy buena conmigo Gringa. Que intentas darme ánimo. No
quisiera que me tomes muy en serio. ¿Crees que alguien se pueda morir la
víspera?
- ¡Que pregunta la tuya! ¿La víspera de qué?
- De algo que está en el aire y que se palpa. De algo que todavía no está
escrito.
- Aunque no capto lo que quieres decir, si no está escrito no tienes por
qué preocuparte.
- ¿Y si ya estuviera escrito?
- Dime, Luis Alberto, ¿estás en tus cabales? ¿Qué has tomado?
- Estoy endrogado. Endrogado de dolor. ¡Quisiera ir a España!
- ¿A qué? ¿Qué harías allí?
- No sé. Pero algo me dice que debo ir. Que Sandra me necesita.
- Está visto que la amas con locura. No es normal lo que te pasa.
- Lo sé. No es normal. Soy la estructura de un laberinto del que no podré
salir jamás. ¡Ah! Si pudiera volar a su lado. ¡Si pudiera viajar a España!
- Supongamos que vayas. ¿Dónde la encontrarías?
- Este es mi problema. ¿Dónde la encontraría?
- En este momento están seguramente en pleno recorrido. No sabemos
en qué lugar. Si estuvieran haciendo un “tour” con alguna compañía de
turismo... quién sabe se pudiera ubicarla. Pero ellos están haciendo un
recorrido por tantos lugares... en el auto particular de un conde del que no
conocemos ni su nombre. ¿te das cuenta?
- Me doy cuenta Gringa de lo absurdo de mi pretensión, de lo absurdo de
mi intento. Por eso me abstuve de consultar a Eduardo de mi proyecto de
viajar. ¡Se hubiera burlado de mí!
- No Luis Alberto, Eduardo no se hubiera burlado. Te hubiera hecho ver
las cosas como son en realidad, como te las hago ver yo. Lo que pasa es que
Eduardo y tú son completamente diferentes. Tú tienes pasta de poeta. Eres un
romántico. No eres para esta época. En cambio Eduardo es positivo. Tú,
dramatizas las cosas. El las recibe como llegan, sin inmutarse.
- No dramatizo, Gringa las veo como son... y nada más...
- El temor prima en ti.
Como era habitual en mi casa, como todos los domingos, aquel domingo
mi padre leía en su sillón los diarios de la mañana. Mi madre había ido a misa.
Yo me aprestaba a salir a dar mi paseo por “El Prado” donde nos reuníamos
los amigos...
- ¡Hijo! No quiero que la noticia te sorprenda en la calle. Lee. - me dijo mi
padre señalando con el índice el lugar en que se hallaba impresa la noticia en
la página del periódico que me extendía.
Leí.
Una interjección se trizó entre mis labios que temblaron de ira y antes que
mi padre pudiera decirme algo, y en lugar de salir por la puerta de salida como
lo tenía previsto, subí a grandes zancadas la escalinata. Llegué a mi habitación
y dando un fuerte portazo quedé encerrado en ella.
Volví a leer. Quería convencerme de lo que había leído.
Mis pensamientos quemaban, tenían un color incandescente... Me
arranqué la corbata que me asfixiaba y no pudiendo destrozar con mis manos a
los que me habían destruido, descargué contra las recias paredes de la
habitación la furia de mi violencia agresiva, logrando sólo... lastimar mis puños.
Tambaleante quedé unos instantes después de haberme desquiciado
como un energúmeno. Caí sobre la cama quedando extendido mirando el cielo
raso de la habitación como un idiota.
Después
oculté la cara entre las manos y lloré desesperadamente como un niño.
Lloré... Lloré hasta quedar rendido hundido en la nada, liberado del peso
de la vida. Sumergido en un pesado sueño.
dar sentido a todo aquello que carecía de sentido... Mis palabras caminaban a
tientas... suplicantes... mordiendo la amargura de la decepción.
Pasaban los instantes como ráfagas flagelando mi alma... Instantes que
me enseñaban la ciencia de sufrir...
No sabía qué hacer. Quedé sentado al borde de la cama mirando el suelo
sin sentir que el tiempo transcurría. Escuché los pasos de mi padre y me puse
de pie peinando con mis dedos el desorden que cubría mi mente y mi cabeza.
Discretamente llamó con los nudillos en la puerta y me encontró de pie.
Puso sus manos sobre mis hombros y me miró en los ojos, yo me miré en
los suyos. Nos abrazamos fuertemente. En silencio. Al desprender sus brazos
de los míos, me dijo:
- ¡Has madurado! La vida es dura. Te ha golpeado. Te ha dado ya... ¡Su
espaldarazo! La vida nos golpea a cada instante y nos enseña a templar el
alma. Nosotros, los que nacimos en esta inmensa hoyada rodeada de
montañas tenemos más profundo el sentimiento... y más grande el corazón...
Consultó su reloj.
- Eduardo ha telefoneado, quiere charlar contigo. En una media hora ha
de estar por aquí. Recuerda que nada ha sucedido. Hay que aprender a llorar
por dentro.
Tienes treinta minutos para alistarte. Estás hecho un desastre. Apúrate.
No tardará en llegar. Al salir cerró la puerta tras de sí y me dejó.
Me di una ligera ablución, me afeité, me cambié de ropa.
Seguimos caminando.
Eduardo retomando el tema, me decía:
- Lo que ha sucedido, tenía que suceder de un momento a otro. Es
necesario tener en cuenta varios factores decisivos. Los vamos a analizar con
calma, fríamente, ahora que te veo tan dueño de ti mismo.
El, no sospechaba que yo me mantenía de pie con gran esfuerzo pues
estaba para derrumbarme... y siguió diciendo:
- Primero vamos a considerar el factor familia. Sandra y su madre son dos
personas encantadoras, yo las quiero mucho. ¡Pero su padre...! ¡Es un gran
porquería! No quisiera tenerlo por suegro, ni que me paguen... A ti, no te
quiere, lo sabes mejor que yo. ¡Ni siquiera te ha permitido visitar su casa! Ha
dejado que Sandra juguetee contigo hasta el momento preciso, es decir, hasta
conseguir algo mejor para su hija. No quiero desmerecer tus cualidades, Luis
Alberto, esta no es mi intención, tú me conoces pero para ese cholo que no
sabe qué hacer con tanto dinero, un estudiante y más concretamente un
“penalista”, no llenaban sus aspiraciones, al contrario...
- ¿Qué tiene que ver en esto el que yo me especialice en criminología? –
le pregunté inquieto... no sabiendo adónde iba.
- Piensa, hermano, que con ese título no te pones a la altura de un
“príncipe azul” según su ambición, y ahora que se le ha presentado la
oportunidad, con el dinero que tiene le ha comprado un ¡Conde! Además,
puedes estar seguro que no te hubiera dejado casarte con Sandra ¡Jamás!
- ¿Nada más que para eso? ¿Estás seguro que para... nada más?
¿Estás... seguro que para eso... no más? – me había preguntado con su tono
zumbón y con determinada malicia.
- ¡Estoy seguro que para eso y para nada más! ¡No te imaginas lo que es
la desilusión...! ¡Y cómo duele! ¡No te imaginas lo decepcionado que me
encuentro! Yo había puesto en ella toda la ilusión de mi vida... Todo lo que
soy... Todo lo que llegaría a ser... ¡Es terrible la decepción! ¡Sandra era todo
para mí...! Todo... ¡Todo! ¿Me entiendes? ¡Ay! Creo que una prostituta hubiera
sido más leal. He perdido la fe en el amor. Te juro que no volveré a amar ni a
confiar en mujer alguna. ¡Te lo juro! He perdido la fe en la vida... Soy un
renegado de mí mismo. ¡Quisiera irme lejos... lejos...! Sin embargo, hay
momentos en que preferiría quedarme... hasta lograr la meta que me he
propuesto... el día que llegue a ser penalista... las cosas cambiarían...
- Hasta ahora no entiendo el por qué de ese tu empecinamiento en
hacerte pe-ne-lis-ta. No sé que pulga te ha picado. Yo no podía decirle el
motivo que me acicateaba, pero hallé una salida y le respondí:
- Es lo mismo que yo no entendía cuando tú optaste por Finanzas en el
momento en que habíamos convenido estudiar “Leyes”. ¿Quién puede
entender lo que sucede dentro de cada uno? ¿Quién? ¿Quién tiene el alma
abierta de par en par? ¿Acaso no hay siempre algo oculto en los profundos
pliegues de nuestro ser que ni nosotros mismos lo entendemos? Y si lo
entendemos, lo guardamos, porque es solamente nuestro... y de nadie más.
¡Ah! Si pudiéramos mirar el alma de cada persona... ¡Qué sorpresas... nos
esperarían! Todos llevamos una careta ¿No crees?
- Creo que esta vez tienes razón.
- ¿Y no crees que sería interesante arrancar la máscara a quién menos lo
espera?
No me respondió. Se hizo un silencio entre Eduardo y yo. No sé en lo que
él pensaba... sólo sabía yo que mis pensamientos ardían.
Al día siguiente
como de costumbre, con Eduardo, tomamos el camino de la universidad.
Esta vez, la careta la llevaba yo. ¡Y bien puesta! Nadie podía sospechar lo que
pasaba dentro de mí... ni lo que mi mente maquinaba...
En cambio,
yo me había propuesto estudiar con ahínco. No sólo para olvidar la
tragedia que me consumía retorciendo mi alma hasta sacarle el soplo de la
vida, sino para alcanzar la capacidad que necesitaba para denunciar al asesino
y arrancarle la máscara detrás de la cual ocultaba sus crímenes.
Charlaba con el “Loco” con tal vehemencia y entusiasmo que él mismo no
podía comprender ni sospechar los móviles que estimulaban mi entusiasmo por
el estudio.
Pero mis fuerzas ya no daban más... Esperaba ese fin de semana como
algo liberador para cobrar el impulso que necesitaba para seguir viviendo. Me
encontraba agobiado.
- Es cierto – afirmó Eduardo – pero tienes dos días por delante para
trabajar.
- No te hagas el interesante.
- Ni que te lleváramos al matadero...
Todos estaban en contra mía.
- Bueno, vamos, vamos Flaco y conste que lo hago por ti.
- Gracias, hermano – me respondió pasándome su brazo por el hombro.
El Flaco se encontraba feliz viéndose rodeado de los del “grupo”.
- ¿Y el Ñato? - preguntó alguien.
- Nos va a dar encuentro, replicó el Flaco.
Su casa se hallaba ubicada a poca distancia de la universidad, de modo
que nos fuimos caminando, charlando, riendo. Al llegar, el Flaco presionó el
timbre. Nosotros tratábamos de hacer el menor barullo posible.
La sirvienta abrió la puerta.
- Pasen – dijo el Flaco y ordenó a la sirvienta:
- Tiene que venir alguien más... estaremos en mi estudio.
- ¿Y tus papás? – había preguntado el Petizo.
- No están. Se han ido a cenar invitados por mi tío. Nos han dejado la
casa libre. Pasen de frente.
Atravesamos el hall y cruzamos el umbral que se abría sobre un pequeño
anexo recién terminado de construir.
- Este es mi estudio, pasen. Adentro.
- ¡Qué lindo estudio Flaco!
- ¡Y que bellos cuadros!
- Nunca nos has dicho que te dedicabas al arte en esta forma...
- A ver miren este lago.
- ¡Y estas montañas!
- Y esta cara de indio tan expresiva.
Los comentarios. Las exclamaciones llenaban el estudio.
- No... así no... le dijo el hippie... – tienes que inhalar con fuerza y
profundamente, así...
El Ñato intentó una segunda vez y surgió el alboroto.
- ¡A mí también dame una fumadita...!
- A mí... a mí...
- ¿Y a mí?
- A mi pueeees...
Yo, hubiera pedido probablemente una, sino hubiera sido por los fuertes
golpes dados a la puerta, por el sonido del timbre que parecía reventar y por
los gritos de la sirvienta que exclamaba:
- ¡¡¡Nooo!!! ¡No pueden entrar! ¡No está el caballero! ¡Es un abuso!
Todos habíamos saltado como con resorte atravesando el hall en auxilio
de la sirvienta y para evitar que irrumpieran... pero “ellos” ya estaban adentro...
- ¡Rodéenlos, que no escape ninguno! – era la orden que daba el que
dirigía el pelotón de policías que nos rodearon pistola en mano.
La sorpresa nos había dejado mudos... pero recuperamos de inmediato.
- ¿Qué significa esto?
- ¿Por qué nos rodean?
- ¿Qué crimen hemos cometido?
- Este es un abuso imperdonable.
- ¿Con qué derecho allanan este domicilio que pertenece a...
- ¡Silencio carajo! ¡Es orden superior! Salgan todos y en silencio. ¡carajo!
– Ustedes dos vayan a revisar si no hay otros ocultos – les dijo a sus dos
subalternos.
No tardaron éstos en retornar con los hippies que no salían de su
asombro ni entendían lo que sucedía.
- Por lo menos tendrán una orden escrita para este... abuso... preguntó el
Petizo.
- ¡Cállese carajo! Eso pregúntele al Jefe de Policía. ¡Ahora salgan y
rápido!
- Flaco diles que eres el sobrino del...
Un empellón cortó la frase.
El Flaco apenas había atinado a decir a la sirvienta que absorta
contemplaba aquella escena:
- Dile a mi tía Horti que telefonee a mi papá, ella sabe dónde estáaaaa...
Otro empellón y el Flaco se encontró en la calle donde nos esperaba una
vagoneta a la que los estudiantes y el pueblo apodábamos “la perrera” pues
antes había desempeñado ese oficio. Nos hicieron subir a ella a empujones.
- ¿Si me niego a subir? – interrogó con furia Eduardo.
-¡Usaremos las armas, carajo!
No quedaba más que subir a la “perrera”.
Unos cuantos curiosos presenciaban el la calle habituados ya a
semejantes espectáculos.
Lo leyó. Me miró. Volvió a leer con atención y con mayor atención me miró
y soltó una carcajada que me heló la sangre.
- Así que vos habías sido pues el famoso... ja... ja... ja... Su grasiento
cuerpo se sacudía. Abrió el cajón de su escritorio donde varios papeles
ocupaban una parte. Buscó entre ellos el que necesitaba. Lo leyó sin sacarlo
del cajón.
- De modo que eres el pe-na-lis-ta – Ja... ja... ja... (La palabra penalista
no figuraba en mi carnet) el famoso... ja... ja... ja... Has caído por tus propios
pies. ¡No me lo hubiera soñado! ¡Tampoco conocía estas tus nuevas
actividades... ja... ja... ja...! Estás progresando. Dejó de reir y me preguntó
usteándome:
- ¿Desde que fecha es usted drogadicto y desde qué fecha es usted
narcotraficante?
- No soy ni lo uno ni lo otro – le repuse con calma pese a que me
encontraba aterrorizado.
- ¡Carajo! Responda a mi pregunta. Le he preguntado ¿desde que
fechas?
- Si no soy ni lo uno ni lo otro... ¿cómo le voy a indicar las fechas?
- Te voy a bajar los humos... gallito... – Cabo de guardia, revíselo.
Me encontraba totalmente confundido, sin embargo me apresuré a dar
vuelta los forros de mis bolsillos hacía fuera para que viera que no llevaba nada
de lo que él suponía, reteniendo entre mis manos mi billetera, mis llaves y mis
cigarrillos.
El cabo de guardia me revisó.
- No hay nada jefe.
- ¿Qué oculta entre sus manos?
Le entregué los objetos mencionados. Olfateó los cigarrillos. Abrió mi
billetera, en ella estaba todavía la fotografía de Sandra junto a la de mis
padres. Miró las fotos y nuevamente la risa sacudió su grasiento cuerpo.
Entregó mi carnet al sargento que hacía de secretario.
- “Toma” sus datos – le dijo – Luego al cabo de guardia le ordenó – “Andá
búscalo” al “Puño”.
Los talones del cabo chocaron y salió.
Entretanto en la oficina...
- No todavía, no ha presentado su declaración... ¡Son muchos...! Está
bien señor Ministro.
- ¿...?
- Inmediatamente serán cumplidas sus órdenes señor Ministro. Después
de colgar el auricular había preguntado: -¿Cuál de ustedes es el sobrino de
Ministro?
El Flaco había dicho: “yo”, pero ese “yo” había salido temblando desde el
fondo de su miedo y no había podido llegar a su boca, el terror lo había
paralizado...
- ¡He preguntado cuál de ustedes es el sobrino de Ministro!
- Yo – había dicho nuevamente el Flaco, pero esta vez avanzando un
paso.
- Queda usted en libertad por orden superior. Puede retirarse.
El Flaco había avanzado. Retrocedido. Tambaleado. Y temblando de
miedo había preguntado:
- ¿Y mis amigos?
- Le he dicho que por orden superior queda usted en libertad y que puede
re-ti-tar-se - A ver, cabo de guardia acompáñelo hasta la calle - había
Los del grupo habían imitado mi gesto, y dando la vuelta a los forros de
los bolsillos esperaban haciendo turno hasta que les tome su filiación el
sargento-secretario.
El Flaco, una vez en la calle había esperado en vano que alguno de los
del grupo saliera libre. En vista de que ninguno aparecía había optado por
retornar a su casa. Lo había hecho caminando. No se atrevía a tomar un taxi.
Se hallaba totalmente aterrado.
por la pintura y por la música, hay que fomentar sus dotes”. - ¡Y ahora has
saltado con esto! Si no hubiera sido tu tío, ¿crees que te hubiéramos podido
dar todo lo que tienes? ¿Te has olvidado ya dónde vivíamos antes de que tu tío
sea Ministro? ¿Acaso el desgraciado de tu padre ganaba un centavo...?
- No tienes por qué mencionar esos detalles – había protestado el padre
del Flaco.
- Por que voy a dejar de mencionar si estoy diciendo la verdad. ¿Acaso no
es cierto? ¿Acaso has comprado esta casa? ¿Acaso no está a tu nombre y es
del ministro? ¿Acaso vos tienes algo, pedazo de muerto de hambre? No me
jales la lengua... Este desgraciado de tu hijo ha venido a remover todo este
asunto diciendo “Mis amigos son gente decente...” quiero invitarlos... son lo
mejor de la universidad... Y yo, bruta, le he creído y los decentes han resultado
ser una punta de marihuaneros... Para eso tanto gasto... coctelitos...
empanaditas... bocadillos...
- Pero mamá, déjame que te explique – había implorado el Flaco.
- ¿Qué quieres explicar? Si el jefe de policía ha dicho que tiene en sus
manos el cuerpo del delito. ¿Qué tienes que explicar?
- No han sido mis amigos...
- ¡No! Claro que no. Han sido los míos.
- No quiero decir eso... han sido los brasileros...
- ¡Claro! ¡Yo los he traído a los brasileros a mi casa!
- ¡Mamá! Por favor... déjame explicarte...
- ¡Déjalo que te explique! – intervino el padre.
- Bueno pues... a ver... A ver... ¿Cómo había sido?
- Los hippies eran los que tenían así... así... nada más que así un poquito,
le decía el Flaco indicando con sus dedos el espacio más pequeño que podía
separar el índice del pulgar.
- ¿Un poquito de qué?
- ¡De marihuana... a... – no llegó a terminar la palabra.
- ¿Ya ves? - ¡Había sido cierto lo que decía el jefe de policía! Aunque ni
tú, ni el ministro querían creerle – replicó la madre del Flaco dirigiéndose a su
marido.
El Flaco se dio cuenta que había metido la pata.
- Así que era un poquito... Angelito inocente... ¿Hubieras querido que sea
un quintal...?
Y dirigiéndose nuevamente a su marido continuó – Podrán ustedes decir
que el jefe de policía es un sádico y un criminal capaz de cometer toda clase
de atrocidades y de hacer torturar a los que caen en sus manos, pero ustedes
no se dan cuenta. ¡Que sólo, en esa forma, está pudiendo sostener al gobierno!
Aunque se diga que el Presidente es el que lo mantiene en su cargo a ese
criminal y que está de acuerdo con él en sus sistemas de tortura. ¡Dime!
¿Acaso no se dan cuenta que sólo así se puede sostener al gobierno? ¿Sólo
acabando y limpiando el país de éstos, como lo son todos estos amigos de tu
hijo? ¡Solamente así se puede mantener la tranquilidad del país! ¿No se dan
cuenta? ¿Acaso no se dan cuenta?
El Flaco se sintió perdido, ya no tenía nada que objetar y sin poder resistir
más soltó el llanto.
- ¡Bonita cosa! ¿Ahora te vas a poner a llorar? Es lo único que faltaba
pedazo de maricón, cobarde, sinvergüenza. ¡”Agradece”, más bien, que en este
momento no te pongo de poncho todos tus cuadros y te hago volar sobre la
cabeza todos los discos!
Al decir esto se había retirado a sus habitaciones barbullando entre su
boca.
- Anda a acostarte Flaco, ya es tarde – le había dicho su padre.
- ¿Y mis amigos?
- Tu tío ha dado orden para que los dejen en libertad.
- ¿A Luis Alberto también?
- A todos... a todos... ¡Vete a dormir...!
Fueron los pasos de mis amigos los que llegaron hasta mí... Al mirarme
no se pudo contener el Petizo y exclamó: - ¡Te han hecho mierda!, hermano, te
han hecho mierda estos desgraciados asesinos...!
- Schiiisttt! Cuidado... te van a oír... – aconsejó uno de los del grupo.
Todos ellos me limpiaban con su pañuelo la cara, las manos, la ropa...
- ¡Eduardo! Ya ha llegado tu tío – anunció el Rabito viniendo apresurado y
Eduardo corrió tras de él.
Apoyado en dos de mis amigos pude avanzar hasta la oficina en la que
Eduardo y su tío se aprestaban a pagar la multa, todos habían dado lo que
tenían pero no cubría el total de la suma exigida. El tío de Eduardo solucionó el
problema, de lo contrario, ninguno hubiera podido salir.
- Esto quiere decir que nuevamente piensan tomarlo preso. ¡Y quién sabe
lo que maquinarán hacerle...! ¡No entiendo por qué! – había comentado el
padre.
- Yo tampoco entiendo, dijo Eduardo.
- Es sabido que el jefe de policía es un sádico y un criminal, me han
contado... decía el tío de Eduardo pero el sonido del timbre corto la frase.
El temor había paralizado a todos.
Eduardo abrió la puerta.
- ¡Qué alivio, habías sido tú!
- Has llegado con la velocidad de un rayo.
- Cuando recibí tu llamada telefónica tan angustiada – le dijo a mi madre –
me encontraba todavía vestido y realmente he venido como un rayo. ¿Qué es
lo que tiene Luis Alberto? A ver... veamos...
- Según la versión de Eduardo – dijo mi padre – lo han machucado en la
policía.
-Vamos a ver que te han hecho esos asesinos desgraciados – había
dicho el médico en tanto que se aprestaba a auscultarme y examinarme.
-La nuca... la nuca – dije.
- ¡Caramba! Le han dado un buen golpe... Creo que lo más adecuado
sería conducirlo a una clínica, no podemos dejarlo acá. Voy a charlar con un
colega que tiene una clínica particular bien atendida. ¿Dónde está el teléfono?
En tanto que él hablaba por teléfono, mi padre había subido a vestirse y
mi madre a preparar un maletín de mano con mi pijama y todo lo necesario
para el caso.
- El problema es conseguir una ambulancia – decía el médico al finalizar
su charla telefónica, es algo así como pedir “peras al olmo” pues los
encargados de ellas las usan para sus propios menesteres. Es un abuso
inaudito, pero es así.
- Lo podemos llevar en la misma forma en que lo hemos traído – intervino
Eduardo.
- Creo que sería lo más conveniente – decía mi padre – que ya vestido
para salir descendía los últimos escalones.
El lunes
el Flaco había llegado temprano a la universidad, los del grupo también
estaban antes de la hora.
Eduardo, a quien todos esperaban, había llegado el último y en cuanto
llegó lo acosaron a preguntas.
El les refirió todo detalladamente.
Callados escuchaban.
El Flaco que temblaba mientras Eduardo, visiblemente conmovido,
relataba no pudo más y estalló en sollozos murmurando:
- Todo ha sido por mi culta... yo he insistido...
En la clínica
Eduardo que desde el primer momento había estado con mis padres a mi
lado, era considerado por el personal médico y de enfermeras como miembro
de mi familia. El cartelito que había colgado en la puerta de mi habitación y que
decía “Absolutamente prohibidas las visitas”, no contaba para él.
En la universidad
había cobrado forma lo que hasta hacía poco tiempo sólo se rumoreaba.
Se había realizado el Primer Encuentro Nacional Extraordinario de
Juventudes Universitarias. Se había declarado al “CHE” héroe por la lucha de
la liberación. Había estallado en todas las universidades del país lo que se dio
en llamar la Revolución Universitaria. Por su parte, los estudiantes de
secundaria proclamaban la Revolución dentro de la Revolución.
En la clínica
mis padres acababan de irse contentos porque el doctor les había hecho
entrever que me daría de alta.
Eduardo hacía dos o tres días que no había venido a verme ¡Con aquel
caos universitario no era de llamar la atención...!
Aquella noche
después que se fueron mis padres, había entrado la enfermera igual que
otras noches con la inyección del tranquilizante, al clavarme la aguja me dijo:
- Esta creo que es la última.
- ¿Por qué? – le pregunté.
- Creo que ya le van a dar de alta.
Arregló mi cama. Disminuyó la luz. Se llevó el botellón de agua que ya
estaba casi vacío y salió.
Pasamos al escritorio de mi padre para tomar allí el café. Con los últimos
sorbos de su taza, mi padre, empleando su tono familiar, pero esta vez con
algo de solemnidad decía, dirigiéndose a mí.
- En consejo de familia hemos decidido que debes viajar, mi querido Luis
Alberto.
- ¿Viajar? ¿A dónde?
- No te inquietes. Tienes que ver las cosas como son en realidad.
Seguramente tú, al igual que Eduardo, has debido escuchar lo que el Jefe de
Policía ha afirmado al decir “que vas a reincidir”... Esto entraña una gran
amenaza para ti. En cualquier momento se puede repetir la escena que casi te
cuesta la vida... y hay que evitarlo a cualquier precio. Como te decía, hemos
decidido que viajes, todo ya está listo, Norman ha cumplido un papel muy
importante en este asunto, él ha conseguido mediante los contactos que tiene
en los EE.UU. que a la brevedad posible hubieran enviado tu matriculación en
una Academia de Idiomas a fin de que puedas viajar como estudiante. Todos
tus papeles están en regla, tu pasaporte también, están reservados tus pasajes
en dos compañías para ver si viajas mañana o pasado mañana, lo único que
falta es...
- Justamente es la hora en que debo ir a la policía para conseguir el
“permiso de salida” – decía Norman levantándose de su asiento en actitud de
ausentarse.
- Ojalá te vaya bien Norman. “Esta es la última carta” – le había dicho mi
padre.
- No se extrañen si no regreso pronto, pues tengo que pasar por mi oficina
para ver unos asuntos. Volveré lo antes posible. Y salió. Luz María lo había
- Ya hemos hablado de eso con Norman, pensamos venir todos los días.
Yo los voy a acompañar constantemente hasta que se vayan habituando.
Acuérdate cómo fue cuando me casé y me fui, ahora viajo a cada momento y
sólo les digo hasta luego. Ándate tranquilo Luis Alberto, me voy a ocupar de
ellos continuamente, y si hay algo especial, yo seré quien te ponga al tanto.
Nos despedimos sin mayores rodeos, ni complicaciones pero con honda
pena.
El despedirme de mi madre...
nos abrazamos en silencio. Yo no podía articular ni una palabra. Ella, con
la angustia temblando entre sus labios buscaba consolarme y consolarse.
Rompiendo nuestro silencio pudo decir apenas...
- Duro es el sacrificio, hijo querido, como grande es el consuelo de
saberte a salvo.
Besó mi frente y besó mis mejillas, yo besé las suyas y no puedo decir...
si era su llanto... o eran mis lágrimas las que su rostro humedecían y bañaban
el mío...
- Hijo de mi alma, vete... vete... no vayas a llegar tarde... tu padre y
Norman ya están en el auto.
Nos abrazamos nuevamente.
Al separarme de ella fue un terrible arrancón el que sufrió mi alma y no le
dije... “hasta pronto”... porque el silencio había desdibujado aquella frase... y
era tan grande mi dolor que carecía de voz para hacerme escuchar...
En el aeropuerto
un nuevo desgarramiento debía sufrir mi alma...¡Qué ya podía arrancar el
dolor de mi ser... si nada... nada más que dolor quedaba...!
El avión despegó.
Sólo pude mirar desde la altura la huída de las cosas. Huía la ciudad.
Huían las montañas nevadas, los sembradíos, los caminos, los senderos del
Altiplano, los techos de paja de las chozas de barro. ¡Satuco, Manuel! El
Esta vez el destino nos ha jugado una mala pasada. Nos ha traído a los
dos hasta aquí y no nos ha dejado encontrarnos.
Sin embargo estás aquí... lo sé... estoy seguro...
Abatido desalentado y triste repetía estas últimas frases mientras ajustaba
el cinturón de seguridad momentos antes de alzar vuelo hacia la última etapa
que tenía que recorrer.
- Esa... esa es una de mis valijas y aquella otra también – dije señalando
mientras mi pensamiento volaba hasta Miami. Mi pensamiento retornó a las
maletas.
- ¿Sólo esas dos?
- Sí. Sí. Sólo esas dos.
- Toma una tú, yo te ayudo con la otra, creo que sigues mareado. Levanté
la más pesada y dejé a Fernando la más liviana.
- Vamos. Ven a mi lado. Ya te va a pasar. ¡Nueva York te va a
impresionar!
Era la tercera vez que escuchaba esa frase. ¿En qué forma me habría de
impresionar? El tiempo me lo dirá.
- Creo que sí. Es una gran ciudad, le respondí.
- Más de lo imaginable. Yo que vivo acá tantos años no la conozco... Ni
los que nace acá llegan a conocerla.
- Yo tengo una idea más o menos por las películas. He visto muchas
veces los barrios de Harlem y otros lugares donde actúan los gangsters y
también he visto el centro.
- Una cosa son las películas. No quiero llevarte hoy por el barrio negro.
Hay tiempo para conocer la otra cara de las cosas.
Así charlando habíamos llegado al sitio en que estaba parqueado su auto.
Fernando abrió la maletera y acomodamos las valijas. Sentados uno al lado del
otro, Fernando había comenzado a mencionar los sitios por los que pasábamos
y lo que encontraba digno de nombrar. Luego me dijo:
- He alquilado para ti – a pedido de tu padre – un apartamentito
pequeñísimo, quiere que asumas tu propia responsabilidad. Quiere que
aprendas a batirte solo en la vida. Veo que tiene razón en esto, pues “allá”
somos toda la vida “hijitos de familia”, “acá”, la lucha por sobrevivir enseña y
endurece. Yo ofrecí mi casa para recibirte, pero él ha insistido en que vivas
solo como todos los estudiantes; esta independencia te enseñará a gobernarte
y ser dueño de ti mismo. No queda lejos de aquí. Esa región es Queens y allí
habitan la mayoría de los latinos, esto no es muy halagador porque los latinos
no son lo mejor que digamos, pero podrás desenvolverte mejor.
Además la Academia donde vas a estudiar también se encuentra por ese
lado, no tan cerca de donde tú vivirás pero con la facilidad del ´”subte” podrás ir
- Tenemos que ponerlas sobre la cama dijo al colocar la que él traía. Hice
lo mismo y ambos quedamos de pie.
Esta es mi celda de presión volví a comentar conmigo mismo. Creo que
Fernando escuchó mi pensamiento porque me decía:
- En este pequeño espacio vital tienes todo lo necesario para sobrevivir.
Tienes cama, cuarto de baño, cocina, refrigerador, closet para la ropa, sitio
para las maletas, teléfono, televisor y estos pequeños armarios que contienen
algo para subsistir – decía al abrir uno de ellos – contienen café, té, azúcar,
galletas y latas de comidas que solamente tienes que calentar... Y aquí en el
refrigerador hay jugos de fruta congelados, leche fresca, mantequilla y todo lo
necesario para los primeros días después tú... Le interrumpí para abrazarlo
agradeciéndole por todo lo que había hecho por mí.
- No tienes por qué agradecerme, me siento feliz de serte útil y ahora
ponte cómodo mientras hablo por teléfono. El unos minutos más salimos.
Penetré al mini-cuarto de baño y salí después de haberme refrescado la
cara, de alisarme el cabello y arreglarme un poco.
- Estoy listo – le dije.
- Yo también, dijo colgando el auricular del teléfono. ¡Vamos!
- ¡No hay duda que vivimos en mundos diferentes! A ver cuéntame cómo
fue tu asunto con la policía.
Le referí como había sido recalcando que ese maldito jefe de policía me
tenía cierta aversión.
- Así son esos cholos cuando ocupan algún cargo que les permite dar
rienda suelta a sus mezquinos y perversos instintos. ¡No los trago a esos
cholos! En cambio nuestros indios son otra cosa diferente. ¡El indio es
caballeroso! ¿No crees?
- En mi concepto es de un valor humano incalculable... No pude decir más
porque la rubia platinada le dijo algo a Fernando en inglés que yo no entendía.
- Dice que pasemos al comedor, que la cena ya está.
En el trayecto me explicaba que para mí era más fácil llegar a pie desde
donde me iban a dejar que para ellos dar una vuelta a esa hora en que el
tráfico era imposible. Me sugirió así mismo que si quería tomar un taxi le
mostrara el planito al chofer que fácilmente encontraría la calle y que él me
ayudaría. Además me dijo que como al día siguiente era domingo, me lo iban a
dedicar por entero, que me durmiera hasta tarde porque ellos los domingos
dormían más de lo habitual y que él, me iba a llamar por teléfono para que lo
esperara listo. Charlando de otras cosas más, llegamos al punto determinado.
Les agradecí por todo.
Así
habían pasado muchas calles y muchos minutos sin que me hubiera dado
cuenta que habían pasado. La figura de uno o de otro policía me infundía
confianza y seguí caminando por algún tiempo más, hasta encontrar la esquina
de mi calle, de modo que allí en lugar de seguir con la gran corriente desvié
doblando hacia la izquierda.
No tardaron en llegar.
Sentí un gran alivio cuando al salir encontré mi calle, pues para mí era la
primera vez que utilizaba esa ruta subterránea y no dejó de afectarme. Lo
importante había sido que el primer paso estaba dado. Esto me daba más
confianza en mí.
Sin embargo cada vez que penetraba al edificio en el que habitaba me
invadía una tristeza indefinible. La nostalgia se apoderaba de mí. El vacío y la
soledad estaban esperándome detrás del umbral. Pensaba en mi casa. En mis
padres. En lo mío. Echaba de menos las calles de mi ciudad llenas de
conocidos y de amigos que a cada paso encontraba. Pensaba en Eduardo y la
Gringa. ¡En Sandra! El desaliento me aplastaba. Me sentía abatido.
Descorazonado.
Este viaje no era para mí una bella aventura. Era un cambio de mundos
completamente diferentes. Era la consecuencia de una circunstancia adversa.
Yo no hubiera deseado emprenderlo, había sido obligado a llevarlo a cabo. Me
sentía perdido. Todo era nuevo e incomprensible. Incomprensible el idioma. Me
encontraba extraño. Vacío.
Había conocido ese vacío por primera vez cuando Sandra viajó y más
aún, cuando leí la noticia de su matrimonio. Y el vacío agrandaba minuto a
minuto torturándome.
Después de cerrar la puerta con llave por dentro me dejé caer sobre la
cama. Estaba vencido. Abrumado. Derrotado. El desaliento me aplastaba. Me
asfixiaban las cuatro paredes que me cercaban. No quisiera llegar a la
Ese lunes
el sol entraba por la única ventana de mi celda. Amarillento. Pálido. Sin
fragancia. Sin olor ni color. Opaco. Desmadejado.
en quince días. Al salir del Banco una florería irrumpía con la belleza y el
colorido de mil flores. Próximamente le llevaré a Jenny un ramo de flores me
dije y seguí caminando en busca de los cigarrillos. Di cien vueltas admirando lo
que había. Anotando en mi cabeza aquello que podría necesitar pues había
ropa de toda clase. Farmacia. Peluquería. ¡Todo! Salí y emprendí el regreso.
Después de caminar unos cuantos metros me di cuenta que no había
comprado los cigarrillos. Volví sobre mis pasos y entré hacia la derecha, antes
había entrado hacia la izquierda y ahí, a la entrada estaba la venta de
cigarrillos.
Al retornar a mi apartamento
pude comprobar que las cinco largas calles que había tenido que recorrer
me parecían menos largas. Tenían otra cara. Me sentía satisfecho del
resultado de aquella beneficiosa exploración. Todo es relativo me dije. He
salido irritado y violento y regreso reposado y tranquilo.
Aquel martes
amanecía brumoso.
El viento golpeaba con furia la única ventana de mi celda.
Llovía.
La lluvia persistía,
invitaba a la intimidad del diálogo ¿Dialogar en esta mi soledad? Escribiré
a mis padres y charlaré con ellos. ¿Qué podría decirles? ¿Que estaba feliz y
asombrado de esta maravillosa ciudad? No. No me encontraba feliz ni nada me
llamaba la atención. ¿Que estaba triste y angustiado? ¡Para qué angustiarlos a
ellos! ¿Con qué objeto los iba a atormentar? Lo más conveniente sería
hablarles de Fernando y de Jenny. Del cariño y la atención que me prodigaban.
De la agradable cena que me ofrecieron en su casa la noche que llegué. Del
matizado domingo que me regalaron. De su elegante y lujoso apartamento
situado en Park Avenue, uno de los barrios más caros de Nueva York donde
habitan ex-mandatarios, artistas de cine, multimillonarios, grandes hombres de
negocios... Del paseo hasta la estatua de la Libertad. Del panorama que se
divisa del Empire Etate Building... De que en mi apartamento está todo al
alcance de la mano y del anhelo que me consumía de volverlos a ver cuanto
antes.
A mi hermana Luz María le redoblé el pedido que cuidara de nuestros
queridos viejos. Que deseaba para ella y para Norman toda felicidad y progreso
en su hogar y en los negocios de mi cuñado. Con eso llené dos largas cartas y
tuve una charla animada y cariñosa...
Cerré las cartas. Les puse las estampillas.
Después de arreglar el desorden que por todos lados me rodeaba, quedé
por largo tiempo debajo de la abundante ducha.
Entretanto había dejado de llover.
Llevé las cartas al correo del Centro Comercial pese a que habían
buzones en las calles.
Luego que compré dos buenos blue jeans, tres camisas sport, un par de
zapatos de gruesa suela de goma, un ligero blusón, el dependiente que me
atendió me aseguró que era impermeable. Pagué con el primer cheque en
inglés ayudado por la cajera que me dio el comprobante de mi compra.
Al retornar
En realidad,
la verdad era que yo no quería convertirme en una carga obligatoria para
ellos. ¡Bastante ya habían hecho por mi! El estar en compañía de Jenny y
Fernando de allá en cuando lo encontraba justificable. ¡Pero todos los fines de
semana... no...!
Noooo. No. No quería constituirme en algo gravoso y pesado. De modo
que me fui sólo a un “match” de béisbol y visité toda la tarde el Museo de Arte
Moderno.
Fue así
como conocí a Steve, joven médico canadiense que hablaba el
castellano.
Por su parte Jenny había invitado a Linda, que para decir verdad no hacía
mucho honor a su nombre, era una amiga que habitaba en el mismo edificio.
Salimos juntos.
- ¿Has venido en auto?
- No. No tengo. Hago uso del “subte” solamente.
- Gracias Steve. Dime qué es lo que tengo que hacer y estaré listo a la
hora que me indiques.
- Tienes que sacar visa para ir al Canadá. Es obvio que tienes que llevar
tu pasaporte... pero...
- ¿Pero qué?
- Que tu pasaporte es boliviano.
- ¿Y qué?
- Que te podrían hacer dificultades.
- ¿Por qué?
- Por el asunto de drogas. Desconfían de los bolivianos y de algunos otros
latinoamericanos. Pero si llevas tus papeles en regla no habrá problema,
además vas conmigo.
como dejándose barrer por su claridad. Parecía, como que las estrellas
corrieran por el suelo perseguidas por la velocidad de los haces de luz de los
vehículos.
que duelen y lastiman el alma. Son como manchados con rojez de sangre. No
me vas a comprender y estoy seguro que nunca he de contemplar en otro sitio
la profundidad y el dolor de esos ocasos...
- Creo haberte dicho que todo depende del estado anímico. De todos
modos. ¿Podrías explicarme cómo es el Altiplano?
- Te lo voy a describir en pocas palabras como a ti te agrada resumir.
¿Ok?
- Ok.
- El Altiplano... Es una extensa estepa triste. Maravillosamente triste. Lo
circundan la soledad y los silencios. La soledad se apodera del alma. Los
silencios se escuchan... porque sólo las piedras hablan. Hablan con la voz
milenaria de los Andes. Hablan de mitos y de ancestros. Hablan del caos. De la
eterna noche del principio... Hablan las voces calladas... del silencio...
El Altiplano
es una pampa inmensa de árida belleza impresionante. Es como un mar
ausente de indefinidas y carentes playas donde ha quedado petrificado el
tiempo, conformando un horizonte de granito de altivas cumbres, cubiertas por
las nieves eternales donde anidan los cóndores...
Altivas cumbres... y grietas abismales de simas insondables donde
chirrían los vientos. Vientos amenazantes ascendiendo violentos en locas
espirales hasta trizarse contra los heleros. Vientos despavoridos que cruzan
ululando por los breñales. Vientos que siiiilban entre las recias briznas de los
hirsutos pajonales. Vientos, que gimen en la quena del indio añorando la
grandeza de tiempos legendarios desaparecidos, que han quedado perennes y
expectantes en la tensa oscuridad de los recuerdos.
Lo que encierra esa tierra abrumada por el sol, es imposible describirla.
Es un compendio de fragmentos de un mundo que subsiste encerrado en un
vacío de esperanzas. Es... es... como hundir los pies en el principio... en la
noche sin nombre...
La emoción que se siente al contemplar esa grandiosa soledad profunda
que agranda con el sonido de la quena y del bombo, que se escuchan lejanos,
es imposible de expresar. ¡Hay algo grande que contar... no hay palabras para
describirlo!
No hay duda que yo soy un soñador. Me dije para mis entretelas. Y nadie
podrá entenderme.
Nuevamente en la calle
caminando llegué hasta el edificio de la Corte Suprema y más allá
encontré el de la Biblioteca Nacional, frente al cual, ondeaban en el jardín de
Las Provincias, las banderas de éstas.
Entremos
le dije a la sombra de mi tristeza que no me abandonaba. La luz rojiza, el
olor espeso de los cigarrillos, la música, el murmullo de las voces.
La mesera me condujo a una mesa situada en un ángulo. Era la única que
quedaba libre. Pedí un café y un coñac.
Mis ojos poco a poco se habituaban al ambiente y me puse a observar.
Frente a mí, una linda chica sola en una mesa, me miraba con insistencia.
Me di cuenta que me miraba y me di cuenta de su belleza a través de las
parejas que bailaban y quedé sorprendido cuando la vi delante mío.
Fugazmente pude ver que llevaba unos blue jeans ajustados y una blusa
transparente donde se dibujaban dos botones rosados. Me pidió un cigarrillo.
Me puse de pie y le ofrecí asiento mientras mis manos temblorosas buscaban
los cigarrillos.
- ¿Cómo te llamas?
- Luis Alberto, le dije al encender su cigarrillo. ¿Y tú?
No era Sheila la que bailaba conmigo... era Sandra... Su mismo talle fino y
delicado, su mismo porte... y la misma dulzura de su rostro.
¿Estaré soñando?
- Bailas muy bien.
- Y tú eres bella. Me fascinan tus ojos tan profundos y de tanta ternura.
- Eres galante.
- Quisiera decirte muchas cosas pero no poseo el idioma correctamente...
- Lo hablas muy bien.
Nuevamente sonrío y seguimos bailando.
Una aventura amorosa con esta linda chica quién sabe sería una evasión
para mi espíritu atormentado, pensé.
- ¿Dónde estás alojado?
- En el Chateau.
En el centro de la ciudad
se levantaban sin ser exageradamente elevados, bellos edificios como
tallados en cristal. Pequeñas casitas de cuentos de hadas bordeaban el Canal
y delineaban los grandes barrios modernos con jardines esmeradamente
cuidados. Antiguos barrios de casonas pesadas, recargadas y pintadas con
colores espesos. Avenidas arboladas. Calles comerciales en las que se veían
lujosas vitrinas de modas y de artefactos mil. Una que otra iglesia. Escuelas en
todas las regiones. Numerosos y modernos hospitales. Pequeñas bosquecillos
diseminados entre los diversos barrios y regiones. Puentes aquí y allá, una
veces sobre el río Ottawa y otras, sobre el Rideau.
En tanto que yo llenaba mis ojos mirando todo lo que veía, Steve me iba
relatando lo que encontraba digno de mencionar.
- Este puente – me dijo – es el límite entre Ottawa y Hull, es decir el límite
con la bella provincia.
- ¿Cuál es la bella provincia?
- Quebec. El problema es, que Quebec, está agitado por los separatistas,
pues en esa provincia predomina el francés y en las otras provincias el inglés,
de modo que existe una especie de discordia entre anglosajones y latino-
francófonos.
- Yo creo que deben ser los latinos-francófonos los que promueven la
trifulca, basta ver toda la turbulencia que existe en Latinoamérica.
- Es importante analizar la sicología de esas dos razas. Unos amantes de
la paz y la organización. Los otros... mejor no te digo. Todo es temperamental.
- Existe también influencias telúricas.
- Es verdad y lo lamentable es, que Canadá es un gran país
maravillosamente organizado, industrializado, productivo y sin problemas
raciales y no faltan quienes quieren romper la armonía que predomina.
- Creo que es un problema mundial producido por la influencia de las dos
grandes hegemonías...
- No precisamente... pero... existe cierta intervención...
En tanto que nos abismábamos en la charla y rodábamos sobre la
autopista, nos internábamos en un grandioso e interminable bosque que me
hizo exclamar. ¡Qué belleza! Árboles. Árboles. Árboles. Interminablemente...
Retornamos.
Mis ojos regresaban plenos de paisaje. Mi corazón continuaba anegado
de profunda tristeza.
que para todos los que la conocen sea admirable y la más grande ciudad del
mundo. A mí no me convence.
- Si como dices te agradaría vivir acá, en Ottawa, yo podría ayudarte. No
es un problema sin solución. Y ahora tenemos que darnos prisa, pues en unos
minutos más tenemos que salir de regreso a Nueva York para llegar a una hora
conveniente mañana. Tengo mucho que hacer allí.
Consultó su reloj.
- Dormiremos unas cuantas horas en el camino en algún hotelito. De
modo que manos a la obra.
dio cuenta que el efecto del “shock” había declinado me ofreció un vaso de
whisky.
- No soy amigo de los tranquilizantes en estos casos. Es preferible un
trago fuerte... que te haga reaccionar y sobreponerte. Son cosas de la vida,
querido Luis Alberto.
Lo bebí de un solo golpe y me puse de pie.
- Fernando... Me voy...
- Descansa un poco. Yo te voy a acompañar más tarde a tu casa.
- No Fernando... No... Me voy solo... Te agradezco... Me siento con
suficientes fuerzas para irme solo.
- No te insisto. ¡Veo que eres todo un hombre! Me abrazó con emoción.
- Coraje, hermano, coraje... me repitió dos veces.
Jenny se acercó. Me abrazó murmurando: “I´m sorry”.
Fernando me entregó un cable, diciéndome:
- Es para ti.
Sin leerlo
lo guardé en el bolsillo y salí.
Después de cerrar la puerta de mi celda con llave por dentro me
derrumbé sobre la cama. Tenía ganas de gritar. Mordí los nombres del padre
de Sandra y del Jefe de la Policía en una maldición.
Mis ojos vaciaron hasta la última gota de sus lágrimas.
Mi madre querida... mamita querida. ¿Por qué te has ido dejándome en
una desolación total? ¿Por qué? ¿Por qué te has ido mamita? ¿Por qué?
Interrogantes y frases sueltas brotaban incoherentes de lo más hondo de mi
ser.
Escuchaba el golpear del viento en la ventana... que repercutía en mi
cabeza como un latido inmenso torturando mi mente. Una palidez de abandono
doblegaba mi alma desangrándola.
El color del silencio se acentuaba a mi alrededor. Los minutos parecían
arrastrarse haciéndome mirar la vida como algo ajeno...
Veía que las paredes se alargaban. Que daban vueltas arrollándome
hasta hundirme en una negra y profunda oscuridad...
El sonido del teléfono me sacó de aquel abismo.
Algo después...
Cobré aliento y proseguí leyendo:
“A Norman le han encomendado verificar un proyecto de construcción en
el Brasil, esto nos da la oportunidad de llevar a nuestro querido padre a ese
país para que se distraiga un poco... Nos ha costado mucho convencerlo...
pero al fin ha accedido. Vamos a permanecer allí unos veinte días que
seguramente van a hacerle bien... está acabado... Cuando recibas esta carta
probablemente estaremos ya de regreso a Bolivia... Te besa con dolor tu
hermana, Luz María”.
Comenté con Fernando todo lo acontecido. Le llevé los recortes para que
los leyera.
- ¡Es una vergüenza lo que sucede en Bolivia! “Seis gobernantes en
cuarenta y ocho horas”. ¡Es inaudito, es inaudito! ¡Y lo que vendrá en los
próximos años! Pues estamos yendo de mal en peor. Es muy acertada la idea
de tu padre de venirse a los EE.UU.
- Tendré que alquilar un departamento más amplio.
- Primero tienes que estar seguro de que ha de venir. Es solamente una
idea, la de tu padre, en cuanto te confirme ya se verá...
- Y si no da tiempo para conseguirlo.
- No te preocupes Luis Alberto, pues tu padre tiene en cualquier momento
su sitio en nuestra casa. Lo que sí, es aconsejable que mantengas tu situación
de estudiante.
Pese a que no estaba con ellos todos los fines de semana, no dejábamos
de mantenernos en contacto. Así cuando Steve me escribió una tarjeta a la
dirección de Fernando inmediatamente me avisó diciéndome que fuera a cenar
con ellos para que a la vez pudieran entregármela. Las noticias de Steve
venían de Marruecos y nos anticipaba que la próxima vez nos escribiría de
algún lugar todavía no definido. Esto, nos impedía darle respuesta.
Luz María me envió los poderes que yo debía firmar y hacerlos legalizar
en el Consulado de Bolivia. Este asunto me tomó varios días pues cada vez
que me hacía presente en dicha repartición me decían: “Vuelva mañana”, Los
personeros del Consulado no se habían sacudido de esa frase que era
característica de nuestro país. De tal suerte, que después que Fernando y
Jenny viajaron, yo pude con bastante demora, remitir esos papeles a mi casa.
Calculaba que tardaría en llegar entre quince a veinte días, esa era la
alternativa en que se encontraba la correspondencia, no sé si se debía a este
lado del mundo esa demora o a los correos de Bolivia. Otros veinte días
durarían en salir a flote los asuntos en los que estaban empeñados mis
familiares y otros quince para que me hagan saber el resultado... Esto ponía
delante de mis ojos una perspectiva alentadora por un lado, y por el otro, de
una larga e interminable espera... que agrandaba el hueco de mi soledad...
afrontar los primeros días. Compré sábanas, frazadas, toallas. .. Todo sin salir
de mi presupuesto ya que a mi retorno a Nueva York también tenía que pagar
los alquileres y hacer otros gastos en los que incluía los pasajes para nuestro
retorno al Canadá. Después de lo cual me quedarían unos pocos billetes....
pero como para entonces ya estaría con mi querido padre... todo resultaría
conforme a lo planeado.
Podía sentirme realmente tranquilo de haber realizado aquello para
recibirlo... pero no sé... no sé por qué... la angustia no me abandonaba... ¡Sería
tal vez por tantos recuerdos tristes que me torturaban...!
dinero de tu padre se hicieron dos partes iguales, una para tu hermana y otra
para ti. De estas sumas se dedujeron algunos gastos que se hicieron para el
entierro y para pagar los impuestos. Las copias y recibos te envío,
correctamente legalizados y firmados por el abogado y los testigos. Todo te lo
adjunto a esta carta.
Los restos de tu padre fueron velados en el Congreso Legislativo como le
correspondía por haber desempeñado altos cargos y la cartera de Ministro
anteriormente. El entierro fue una demostración de profundo dolor y aprecio de
sus amigos. Luz María que hasta el último momento manifestó una entereza de
carácter admirable, al regresar del cementerio cayó en un abatimiento tal que
me hizo temer por su vida. Los médicos que la atendieron me informaron que
necesitaba reposo y tranquilidad. Actualmente está atendida en la clínica. En
pocos días estará recuperada y en condiciones de viajar. Nada más puedo
decirte querido Luis Alberto. El dolor nos une en este momento. Te abraza tu
cuñado Norman”.
Como un autómata saqué las dos maletas del closet. las llené con mi
ropa. En el maletín de mano guardé cartas, fotografías, recibos, cheques y
otros papeles. Todo en desorden.
cheque por cincuenta dólares que era el saldo que me quedaba después de
deducir la suma que debía cancelar por el alquiler, el teléfono y otros pagos.
Retorne hasta mi habitación. Llamé al encargado del edificio y le entregué
los cheques correspondientes. Le dije que le regalaba todo lo que quedaba en
la habitación. Llamé un taxi por teléfono. Me apresté a salir. El hombre me miró
perplejo y me ayudó con una de las maletas y era tal su asombro que
solamente antes de que partiera el taxi me preguntó, a qué dirección se debía
enviar mi correspondencia.
- ¡Nadie me va a escribir! – le dije al cerrar la puerta del taxi que me llevó
hasta el aeropuerto.
Abrí los ojos sin saber si era de día o si era de noche. Si era el sol o si
eran las luces encendidas las que me permitían mirar la botella de whisky que
estaba sobre la mesa delante de mis ojos.
Mi chaqueta estaba por el suelo junto a las maletas.
Volví a llenar mi vaso. Quedaba casi la mitad. Pero cuando abrí los ojos la
próxima vez... estaba completamente vacía. Una sed horrible y un amargo
sabor a cobre me quemaba la boca. Borracho y tambaleante me encaminé al
cuarto de baño, hundí la cabeza en el lavabo bebiendo agua como un animal
sediento. Luego saqué del bolsillo de mi pantalón, mi billetera y la arrojé lejos...
y así vestido como estaba dejé caer la ducha sobre mi maloliente humanidad
hasta recuperar algo de mi dignidad. Enseguida me saqué la ropa mojada,
zapatos, medias, pantalón y todo lo demás y proseguí debajo del agua hasta
recobrar la lucidez.
Ottawa ya no era la misma ciudad que había conocido poco antes. Todo
había cambiado. Me parecía una ciudad totalmente diferente. Los árboles
estaban vacíos, taciturnos, tristes. Sin vida. Helado viento estremecía sus
desnudas ramas. Eran un paisaje desolador y deprimente.
¡Habían desaparecido las flores... Había desaparecido el verdor... había
desaparecido toda su belleza!
Toda aquella desolación parecía el reflejo de mi alma...
Tengo que buscar trabajo volví a repetir al salir del Banco. Compré un
periódico y arrojé todas sus páginas a uno de los tantos basureros que existen
en las calles reservándome solamente la de avisos que ofrecían trabajo. Entré
a un restaurante. Pedí el menú del día y comí sin saber lo que comía mientras
marcaba con la lapicera los empleos que me parecían los más adecuados a
mis conocimientos.
Al salir del restaurante tomé un taxi y lo contraté por un par de horas a fin
de agilizar la búsqueda, además no conocía la ciudad. Retorné desalentado sin
haber encontrado trabajo. Me quedaba la posibilidad de llamar por teléfono,
pues algunos de los avisos sólo daban el número telefónico para hacer la
solicitud.
Después de llamar a varios de ellos quedé más descorazonado... Todos,
todos me daban la misma respuesta “Para optar este empleo necesita usted
unos años de experiencia en trabajo canadiense”. Algunos exigían dos años,
otros, tres años, no faltaron los que pedían cuatro. Yo no podía comprender
cómo podría adquirir esa experiencia si nadie me daba la oportunidad para
adquirirla...
Ahí, en ese sitio coloqué mi auto aquella mañana inolvidable a las 7 a.m.
¡Por fin había conseguido un empleo! No me convencía que fuera realidad,
pero el overol en que me hallaba enfundado lo confirmaba. Con todo no sabía
si compadecerme o reírme de mí mismo. Yo... Yo trabajando en una estación
de servicio y metido dentro de un overol. Yo, que había sido un universitario
aventajado. Yo, que había sido un “dandy”, como me llamaba Sandra, la Gringa
y los amigos de aquellas épocas que ahora me parecían tan lejanas como
inverosímiles. Quedé pensando con nostalgia en el pasado...
- Luis Alberto no te preocupes, es un trabajo sencillísimo, te voy a indicar
lo que tienes que hacer, decía la voz de Gino creyéndome preocupado por lo
que tenía que hacer.... y me indicaba algunos pormenores.
Al salir del trabajo comentaba con Gino sobre la estupenda belleza del
otoño...
Y así era.
El viento frío arrancaba ya las hojas de los árboles que caían como lluvia
de encendidas brasas que agonizantes crepitaban al arrastrarse por el suelo
calcinadas... y mustias... y sin vida... Asomaba el inclemente frío precursor del
invierno.
Al sentirlo llegar me pregunté acobardado si podría resistir... otro nuevo
invierno...
Por fin
una tarde apareció. La emoción me dejó inmovilizado. Mi corazón latía
con tal violencia que me sentí palidecer. Mimosa y provocativa balanceaba su
llavero entre el pulgar y el índice. Lleno de ansiedad avancé tratando en vano
de aparentar tranquilidad.
- ¿No me esperabas?
- Sabía que vendrías.
- Eres consentido, guapo boliviano. ¿Cómo te llamas?
Aquel calificativo no sé por qué me exasperó y recuperando mi aplomo,
secamente le respondí a la vez que le interrogué...
Al evocar esa música... ya no era Layda la que estaba allí. Era Sandra.
Me aterró aquella dualidad que nuevamente me golpeaba y estrujé mi cabeza
entre las manos pretendiendo apartarla.
- ¿Te sirves el café con azúcar... o con crema?
- Gracias, solamente con azúcar.
- La música, los perfumes y las flores tienen el privilegio de transportarnos
lejos. ¿Hasta dónde te has ido escuchando tu música...?
- No he logrado irme, pues he quedado enredado en la maraña oscura de
tus cabellos... y perdido en el fondo sin fondo de tus verdes pupilas...
- ¡Qué poeta!
- ¡Al contemplarte quién no se inspira...!
- Tu música es la que te está inspirando, tu nostalgia... ¿Cuántos años ya
vives aquí?
- ¿Años? ¿Cuántos inviernos querrás decir!
- Bueno. ¿Cuántos inviernos?
- Con el que viene van a ser... cuatro... si no he perdido la cuenta.
- ¿No te gusta el invierno?
Casi todos ellos preferían irse a la cabaña los viernes por la tarde
después de su trabajo. Gino y yo sólo podíamos ir los domingos en la mañana,
nuestro trabajo no nos permitía ir antes. De modo que Layda y Elva habían
optado ir junto con nosotros, de tal suerte, que los sábados por la noche nos
íbamos los cuatro a bailar...
La abracé... la retuve entre mis brazos... el brillo de sus ojos iluminó los
míos y así quedamos largamente... largamente en silencio... La dicha no tenía
palabras para expresarse...
TERCERA PARTE
Para ambos
era un reencuentro... después de varios años.
Un reencuentro. ¿Dónde?
¿Aquí? ¿Allá?
Sí. Allá. En nuestra ciudad. En la que habíamos pasado nuestra infancia.
Nuestra adolescencia. Donde habíamos sido jóvenes.
Si, allá en nuestras calles trepadoras y sinuosas, que nos habían llevado
a tantos y diversos sitios. A un lugar. A una cita. Calles por nuestros pasos
transitadas. Nuestros pasos. Pasos que habían resonado sobre el asfalto,
sobre los adoquines. ¡Nuestros pasos irreversibles...!
Sí, allá
en nuestra ciudad con sus casas y plazas. ¡con su “Prado” concurrido de
amigos...!
Este reencuentro era para mí como volver allá. A mi mundo que yo había
abandonado presionado por las circunstancias. A ese mundo... que yo... lo
había abandonado y que paradójicamente lo llevaba adentro como una
consecuencia lógica de mi propio ser, de mis raíces, de mi arcilla, de mi
terruño, de lo mío, de lo que estaba en mí y que nadie ni nada tendría la
suficiente fuerza para arrancármelo. Nada, ni nadie. Ni el dolor. Ni el
sufrimiento. Ni la distancia. Ni la ausencia. ¡Ni toda la felicidad y las amarguras
juntas...!
Llegamos. Parqueamos los vehículos, tomamos el ascensor y subimos.
- Pasa Eduardo...
- ¡Pucha carajo! ¡Qué lindo departamento! El otro día cuando te vi
abasteciendo de combustible a los autos en esa estación de servicio protegido
hasta las orejas por un gorro cubierto de nieve que ocultaba tu rostro, creí que
habitabas en un iglú.
- ¿En un iglú? Tú siempre el mismo. No has cambiado. ¡En un iglú!
- Algo queda de lo que fui, me querido Luis Alberto, algo de lo físico. Pero
ya no soy el mismo. Ya no soy el que tú conociste. La vida me ha cambiado.
Ahora soy otro. ¡Ahora soy el verdadero Eduardo! Soy el Eduardo que tú no
has conocido...
- Es difícil dejar de ser lo que hemos sido. ¿Prefieres whisky? ¿Ron con
coca cola? Siéntate. Tenemos tanto que charlar....
- Prefiero whisky y por favor sin agua, con hielo solamente. Yo pienso que
no es lo mismo ser, que recordar lo que creemos que hemos sido. ¿Te has
casado? Hay manos de mujer por donde miro. Estoy ansioso de saber... estoy
desorientado...
- El que está desorientado soy yo, pues te miro y te remiro y ¡no puedo
convencerme que estés aquí...! Además... ¡Desde hace pocos días soy padre
de un lindo retoño! Layda está todavía en el hospital. Ella es tan buena y tan
comprensiva que me ha dicho que hoy dejara de ir a visitarla para que pueda
charlar tranquilamente contigo.
- Ahora que te oigo decir cita urgente, más tarde me van a llamar por
teléfono. He dado el número del tuyo. No creo que esto te incomode. Además
la llamada la hacen de un teléfono público.
- Cómo se te ocurre que me pueda incomodar, ni lo pienses.
- Ojalá pueda conocer mañana a Layda, a tu hijo y a tus amigas.... ¡Lo
que es yo... ya no tengo amigos...!
viaje de Sandra y de su madre a España, ya que su padre había ido a ese país
a comprar el material escolar para todo el país. ¡Un gran negociado en aquella
ocasión! Quise preguntar por ellas, pero no me sentí con valor.
Quedamos ambos un momento en silencio. Eduardo se servía unos
bocadillos.
- Creyeras que estos bocadillos me recuerdan a mi hijo, la Gringa los
hace muy parecidos y mi Luis Alberto acaba con ellos.
-¿No tienes una fotografía de él, de mi tocayo? ¡Quisiera conocerlo!
- Nunca llevo fotografías, pero antes de salir de viaje esta vez, estuve con
la Gringa y me dio la última que ella le había sacado. Diciendo esto vaciaba sus
bolsillos sobre la mesa.
- Voy a aprovechar de poner en orden todas estas minucias a ver si
encuentro la foto.
Se hallaba hojeando su pasaporte y no pude dejar de exclamar:
- ¡Caramba! ¡Viajas con pasaporte “Especial”! La próxima vez lo harás con
pasaporte “Diplomático”.
- Al paso que voy. ¡No ha de ser raro! No encuentro la fotografía. Pensé
que la tenía aquí, la he debido dejar. Levantó su pasaje de avión y me lo
mostró diciéndome, te apuesto, que no sospechas a quién he encontrado
cuando fui a comprar este boleto.
- Has ganado la apuesta.
- Al Satuco! al hijo de Manuel...
- ¡Al Satuco! ¡No me digas! ¿Dónde lo has encontrado? ¿Cómo está?
- Lo encontré al pasar delante del Ministerio de Asuntos Campesinos, yo
iba a comprar mi pasaje a esa agencia de viajes que había en los bajos de “El
Diario”. ¿Recuerdas? Cuando Oí una voz que detrás de mí llamaba: señor
Eduardo, señor Eduardo... Di la vuelta para mirar quién era y era él. Está alto,
fornido, su misma cara y sus ojos vivaces. ¡Satuco! ¿Qué haces aquí? Le
pregunté. Soy líder campesino niño Eduardo y he venido a reclamar por unas
injusticias al Ministerio. ¿Y el niño Luis Alberto? Fue lo primero que me
preguntó. Se ha ido lejos... le respondí y él como pensando en aquellos
tiempos dijo, seguramente... seguramente se ha ido lejos... El yatiri ha mirado
en la coca y ha dicho que lo ha visto lejos... ¿Y está bien? Está muy bien... muy
bien. Tenía... que decirle que estabas bien, no me quedaba otra cosa.
llegar antes que él. Sin embargo a la vuelta de ese mi viaje ya no regresé a mi
casa. Me compré un departamento en uno de los edificios del Prado y la
pasamos ahí macanudamente con la Gringa, el problema fue que después de
varias semanas que la pasamos regio, me dijo que estaba esperando un hijo...
Tuve que aplazar mi segundo viaje que ya lo tenía más o menos planeado y
tuvimos que casarnos. Nuestra boda fue “comme il faut”. Salvamos todas las
apariencias. Mi padre se mantuvo discreto, yo indiferente. Los padres de la
Gringa viajaron a Sucre después de la boda. Virtualmente se puede decir que
vivían allí, pues tenían proyectado vender su casa de La Paz. La Gringa y yo
quedamos algunos días en “nuestro” departamento, luego ella se fue al lado de
sus padres y yo emprendí mi segundo viaje que se prolongó por varios meses.
Estuve en Francia donde tomé cursos intensivos de francés. Visité Alemania,
España, en fin varias capitales europeas en un ir y venir a merced del viento
que soplaba. Al retornar de aquel viaje, probablemente le hubiera preguntado a
tu padre tu dirección pero ya no lo vi, llegué después que había fallecido, tu
hermana había viajado no sé a qué lugar del mundo. Y como decía el Petizo “tu
casa ya no era tu casa”. Me fui a Sucre para el nacimiento de mi hijo que lo
bautizamos con tu nombre y con toda pompa. Durante mi ausencia los padres
de la Gringa habían vendido su casa de La Paz instalándose definitivamente en
Sucre, de modo que yo compré allí un pequeño paraíso a nombre de la Gringa
y de mi hijo, una bella casa de campo para que mi hijo tenga una infancia feliz
al lado de su madre y de sus abuelos que lo adoran. Y aunque te parezca raro,
la Gringa y yo iniciamos nuestro divorcio de común acuerdo. Yo viajo
continuamente y como te lo afirmé no sirvo para hombre casado, pero cada vez
que puedo voy a visitarlos, no tengo esa obligación que detesto y como ves mi
vida va girando y girando derrochando las horas como en un torbellino
maravilloso.
- Como un torbellino, bien lo has dicho, todos giramos en un torbellino de
horas.
- Hasta que la última nos diga “stop”. Mientras tanto hay que gozar y
disfrutar. ¿No crees?
- Yo diría, aceptar lo que venga.
- Eres muy conformista hermano.
- ¡Qué señora condesa ni que ocho cuartos! Pasaron las de Caín pues el
famoso conde resultó ser el capo de una banda de estafadores que lo
apodaban “el conde”. Los tipos habían husmeado quién era el padre de
Sandra. Que entraba y salía de algunos bancos comerciales. Que su mujer y
su hija lucían costosísimas joyas. Que se hallaban alojadas en un carísimo
hotel que ofrecía todas las seguridades a sus clientes. Y lo primero que
hicieron fue hacerles cambiar de hotel y de hoteles valiéndose de sus
tejemanejes con el fin de borrar toda pista.
El chofer del “conde”, no cesaba de llamarlo: “señor conde” por aquí,
“señor conde” por allá, una vez que por pura “casualidad” habían entablado
amistad el padre de Sandra y “el conde”, éste, preparó el terreno charlando de
sus tierras, de sus inmensas posesiones, de sus viñedos, de negociados en los
que invertía sumas fabulosas....
- Sandra me contó en una de sus cartas algo de lo que me acabas de
decir.
- Ya lo comentamos allá, ¿no recuerdas? y que a la madre de la Gringa
también le contaba la madre de Sandra. Pues bien, el “conde” no tardó en pedir
la mano de su bella hija que el padre de Sandra concedió gustosísimo. La boda
se iba a realizar en uno de los castillos del “conde”. Fue entonces que el padre
de Sandra envió la noticia a La Paz y llegó en el momento en que se había
implantado una ley absurda de prensa que ocasionó la cooperativización de
algunos periódicos, por este motivo, la noticia se publicó concisa y breve, lo
recuerdas.
- Sí, lo recuerdo.
- Bien. Así las cosas, el “conde” que era ya, casi yerno del padre de
Sandra, propuso a su “casi suegro” un estupendo negocio en el que, en pocas
horas podía duplicar su capital siempre que fuera una gran suma la invertida
porque el negocio era descomunal y grandioso. El padre de Sandra que estaba
deslumbrado con el futuro matrimonio, cayó en la trampa. Sacó todo o casi
todo su capital girando y regirando cheques aquí y allá para entregar la fuerte
suma en dólares contantes y sonantes. Una vez que la valija de billetes estaba
en sus manos, el “conde” con toda galantería y desinterés la colocó en las
manos de la madre de Sandra diciéndole que más segura estaba en ellas.
Sandra tenía en las suyas el maletín con las joyas de ambas, puesto que
encontraba muy mal. Sin embargo pudo girar algunos cheques y ordenar la
venta de la casa que tenían en La Paz. Estaba fundido económicamente y el
hospital le costaba un ojo de la cara. Eduardo volvió a mirar su reloj y siguió
diciendo mientras yo lo escuchaba con un filo clavado en el pecho.
- Que el padre de Sandra había muerto después de varios meses y que la
única beneficiada con todo este asunto, resultó la madre de Sandra que se
había casado con el médico que atendió... al difunto...
- Me alegro por ella repuse pensando en que el asesino padre de Sandra
por fin había pagado sus crímenes - ¿Y qué fue de Sandra? ¿Qué sabes de
ella? Le pregunté desesperadamente.
- No seas tan impaciente, déjame pensar. De Sandra no sé gran cosa, no
sé si se habrá casado... Sólo puedo decirte que dentro de la carta que envió su
madre a la madre de la Gringa, en la que le participaba su matrimonio y todo lo
sucedido, Sandra envió una carta cerrada, a tu nombre, para que te sea
entregada en tus propias manos. Esa carta la guarda la madre de la Gringa,
pues no pierde la esperanza de encontrarte algún día.
Esa carta yo te la voy a traer a mi regreso. Y te voy a traer todas las
noticias, pues estoy casi seguro que mantienen correspondencia entre ellas. La
madre de la Gringa me la va a confiar a mí. ¡Te lo aseguro! Y como ahora estoy
justo a la hora de partir te pido que le des un beso a Layda y otro a tu hijo, la
próxima vez los voy a conocer... y sabes en qué fecha llego...
- Eduardo, Eduardo quiero pedirte un inmenso favor, sé que me lo vas a
hacer... Por el momento no digas nada de Layda ni de mi hijo a la Gringa ni a
su madre... no quiero que sepa Sandra... después... tal vez... quizá... ya se
verá...
- ¡Ok! Si me pides que no diga nada, puedes estar seguro que no diré
nada. Tú me conoces. Ahora venga un abrazo mi querido Luis Alberto.
Nos abrazamos y al hacerlo le dije que le diera un beso grande en mi
nombre a la Gringa y otro a su hijo, a mi querido tocayo, y que diera mi
cariñoso recuerdo a la madre de la Gringa.
- Ok. Se los daré.
- ¿No quieres que te acompañe hasta tu auto? Le pregunté.
- No, querido, no... Yo me manejo solo... Prefiero ir solo que... – mal
acompañado, terminé su frase.
- Así es, prefiero ir solo que mal acompañado, dijo riendo con su tono
zumbón y se fue.
Cerré la puerta y volví a mi asiento frente al sillón que dejó vacío Eduardo
y quedé como escuchándolo todavía... Mirando con los ojos abiertos como en
una pantalla cinematográfica todo aquello que acababa de relatarme...
Pensaba insistentemente en Sandra... ¿Se habrá casado? ¿Estará soltera?
¿Me seguirá amando? ¡Qué me contará Eduardo a su regreso!
Llegaron ellas con el entusiasmo en los ojos y en las manos, pues traían
flores y paquetes... al verme me preguntaron:
- ¿No has ido todavía?
Un par de días después de la linda fiesta, porque fue una linda fiesta la
que preparamos para recibir a Layda y a mi hijo, llamé a Fernando y Jenny por
teléfono. Quedaron sorprendidos al escucharme... Charlamos largo y de todo...
Se alegraron de que tuviera un hijo... y de que Layda fuera tan buena...
Cualquier día nos volveremos a ver, nos dijimos...
Me sentí aliviado de haber cumplido con ellos... ¡Habían sido tan buenos y
generosos conmigo...!
Prisa... Prisa...
Prisa.
Prisa.
Prisa... Prisa...
Días más tarde convenimos en buscar en los diarios los anuncios que
ofrecían casas en venta, pues según Layda era mejor hacerlo prescindiendo de
las firmas comerciales que se ocupan de la compra venta de propiedades.
Así
cada día y sobre todo los sábados, echábamos un vistazo a la lista de
casas de ocasión publicadas en la página correspondiente.
abrió las páginas del periódico leyendo las noticias principales, para luego
enfrascarse en la página que anunciaba venta de casas.
Mis manos dejaron caer los pedazos del juguete... que se dispersaron
sobre la mesa como se en un vendaval lo hubiera destruido.
Layda leía:
“Al conocer este incidente el diplomático boliviano acreditado ante el
gobierno del Canadá solicitó la inmediata libertad de sus compatriotas bajo su
fianza personal. Al habérsele negado, manifestó que haría llegar de su país a
uno de los más prestigiosos juristas para asumir la defensa de los detenidos” -
¿Lo conoces al diplomático boliviano?