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1.

Rima LIII (Gustavo Adolfo Bécquer)

“Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con
el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que los vuelos refrenaban tu
hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la
tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día… ¡esas... no
volverán!

Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su
profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se
adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate, ¡así... no te
querrán!”

Una de las rimas más conocidas y populares de Bécquer, este poema nos habla
del sentimiento de melancolía y tristeza por un amor perdido y roto, ante el
recuerdo de todo lo que compartieron.
2. Estrella brillante (John Keats)

Estrella brillante, si fuera constante como tú, no en solitario esplendor colgada de


lo alto de la noche y mirando, con eternos párpados abiertos, como de naturaleza
paciente, un insomne eremita, las móviles aguas en su religiosa tarea, de pura
ablución alrededor de tierra de humanas riberas, o de contemplación de las
montañas y páramos.

No, aún todavía constante, todavía inamovible, recostado sobre el maduro


corazón de mi bello amor, para sentir para siempre su suave henchirse y caer,
despierto por siempre en una dulce inquietud. Silencioso, silencioso para escuchar
su tierno respirar, y así vivir por siempre o sino, desvanecerme en la muerte.”

Uno de los últimos poemas que escribió John Keats antes de morir de
tuberculosis, esta obra hace referencia al deseo de permanecer por siempre junto
a la persona amada, en una melancolía en la que envidia la posibilidad de las
estrellas de permanecer para siempre en un momento de paz y amor.
3. "Hubo un tiempo... ¿Recuerdas?" (Lord Byron)

“Hubo un tiempo… ¿recuerdas? Su memoria, vivirá en nuestro pecho


eternamente…Ambos sentimos un cariño ardiente; el mismo, ¡oh virgen! que me
arrastra a ti.

¡Ay! desde el día en que, por vez primera, eterno amor mi labio te ha jurado, y
pesares mi vida han desgarrado, pesares que no puedes tú sufrir; desde entonces
el triste pensamiento, de tu olvido falaz en mi agonía: olvido de un amor toda
armonía, fugitivo en su yerto corazón. Y, sin embargo, celestial consuelo llega a
inundar mi espíritu agobiado, hoy que tu dulce voz ha despertado recuerdos, ¡ay!
de un tiempo que pasó.

Aunque jamás tu corazón de hielo palpite en mi presencia estremecido, me es


grato recordar que no has podido nunca olvidar nuestro primer amor. Y si
pretendes con tenaz empeño seguir indiferente tu camino…Obedece la voz de tu
destino, que odiarme puedes; olvidarme, no.”

Este poema de Lord Byron nos habla de cómo una relación que se ha ido
deteriorando con el tiempo empezó como algo hermoso y positivo, en un relato
lleno de melancolía hacia lo que fue y ya terminó.
4. Annabelle Lee (Edgar Allan Poe)

“Fue hace ya muchos, muchos años, en un reino junto al mar, habitaba una
doncella a quien tal vez conozcan por el nombre de Annabel Lee; y esta dama
vivía sin otro deseo que el de amarme, y de ser amada por mí.

Yo era un niño, y ella una niña en aquel reino junto al mar; Nos amamos con una
pasión más grande que el amor, Yo y mi Annabel Lee; con tal ternura, que los
alados serafines lloraban rencor desde las alturas.

Y por esta razón, hace mucho, mucho tiempo, en aquel reino junto al mar, un
viento sopló de una nube, helando a mi hermosa Annabel Lee; sombríos ancestros
llegaron de pronto, y la arrastraron muy lejos de mí, hasta encerrarla en un oscuro
sepulcro, en aquel reino junto al mar.

Los ángeles, a medias felices en el Cielo, nos envidiaron, a Ella a mí. Sí, esa fue
la razón (como los hombres saben, en aquel reino junto al mar), de que el viento
soplase desde las nocturnas nubes, helando y matando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era más fuerte, más intenso que el de todos nuestros
ancestros, más grande que el de todos los sabios. Y ningún ángel en su bóveda
celeste, ningún demonio debajo del océano, podrá jamás separar mi alma de mi
hermosa Annabel Lee. Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño de mi bella
compañera. Y las estrellas nunca se elevan sin evocar sus radiantes ojos. Aún
hoy, cuando en la noche danza la marea, me acuesto junto a mi querida, a mi
amada; a mi vida y mi adorada, en su sepulcro junto a las olas, en su tumba junto
al rugiente mar.”

Aunque la figura de Poe es especialmente recordada por sus obras de terror, este
autor también elaboró algunos poemas, dentro del romanticismo. En este caso el
autor nos habla de la muerte de una mujer a la que amó y a la que sigue amando
pese a que hace años que ha muerto.
5. Cuando en la noche (Gustavo Adolfo Bécquer)

“Cuando en la noche te envuelven las alas de tul del sueño y tus tendidas
pestañas semejan arcos de ébano, por escuchar los latidos de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida cabeza sobre mi pecho, ¡diera, alma mía, cuanto poseo, la
luz, el aire y el pensamiento!

Cuando se clavan tus ojos en un invisible objeto y tus labios ilumina de una
sonrisa el reflejo, por leer sobre tu frente el callado pensamiento que pasa como la
nube del mar sobre el ancho espejo, ¡diera, alma mía, cuanto deseo, la fama, el
oro, la gloria, el genio!

Cuando enmudece tu lengua y se apresura tu aliento, y tus mejillas se encienden y


entornas tus ojos negros, por ver entre sus pestañas brillar con húmedo fuego la
ardiente chispa que brota del volcán de los deseos, diera, alma mía, por cuanto
espero, la fe, el espíritu, la tierra, el cielo.”

En esta obra Bécquer expresa la necesidad de estar junto a la persona amada y


su deseo de estar junto a ella.
6. Quien no ama no vive (Víctor Hugo)

“Quienquiera que fueres, óyeme: si con ávidas miradas nunca tú a la luz del
véspero has seguido las pisadas, el andar suave y rítmico de una celeste visión; O
tal vez un velo cándido, cual meteoro esplendente, que pasa, y en sombras
fúnebres ocultase de repente, dejando de luz purísima un rastro en el corazón;

Si sólo porque en imágenes te la reveló el poeta, la dicha conoces íntima, la


felicidad secreta, del que árbitro se alza único de otro enamorado ser; Del que
más nocturnas lámparas no ve, ni otros soles claros, ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros que aquella que vierten mágica los ojos de una mujer;

Si el fin de sarao espléndido nunca tú aguardaste afuera, embozado, mudo, tétrico


mientras en la alta vidriera reflejos se cruzan pálidos del voluptuoso vaivén), Para
ver si como ráfaga luminosa a la salida, con un sonreír benévolo te vuelve
esperanza y vida joven beldad de ojos lánguidos, orlada en flores la sien. Si celoso
tú y colérico no has visto una blanca mano usurpada, en fiesta pública, por la de
galán profano, y el seno que adoras, próximo a otro pecho, palpitar; Ni has
devorado los ímpetus de reconcentrada ira, rodar viendo el valse impúdico que
deshoja, mientras gira en vertiginoso círculo, flores y niñas al par;

Si con la luz del crepúsculo no has bajado las colinas, henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas, ni a lo largo de los álamos grato el pasear te fue; Si en
tanto que en la alta bóveda un astro y otro relumbra, dos corazones simpáticos no
gozasteis la penumbra, hablando palabras místicas, baja la voz, tardo el pie; Si
nunca al roce magnético temblaste de ángel soñado; si nunca un Te amo
dulcísimo, tímidamente exhalado, quedó sonando en tu espíritu cual perenne
vibración; Si no has mirado con lástima al hombre sediento de oro, para el que en
vano munífico brinda el amor su tesoro, y de regio cetro y púrpura no tuviste
compasión;
Si en medio de noche lóbrega cuando todo duerme y calla, y ella goza sueño
plácido, contigo mismo en batalla no te desataste en lágrimas con un despecho
infantil; Si enloquecido o sonámbulo no la has llamado mil veces, quizá mezclando
frenético las blasfemias a las preces, también a la muerte, mísero, invocando
veces mil; Si una mirada benéfica no has sentido que desciende a tu seno, como
súbito lampo que las sombras hiende y ver nos hace beatífica región de serena
luz; O tal vez el ceño gélido sufriendo de la que adoras, no desfalleciste exánime,
misterios de amor ignoras; ni tú has probado sus éxtasis, ni tú has llevado su
cruz.”

Este poema de Víctor Hugo nos habla de la necesidad humana de amar y de vivir
el amor en toda su extensión, tanto en sus partes positivas como negativas, tanto
los aciertos como los fallos, tanto si nos llena de felicidad como si nos arriesgamos
a que nos hagan daño.
7. Negra sombra (Rosalía de Castro)

“Cuando pienso que te huyes, negra sombra que me asombras, al pie de mis
cabezales, tornas haciéndome mofa. Si imagino que te has ido, en el mismo sol te
asomas, y eres la estrella que brilla, y eres el viento que sopla.

Si cantan, tú eres quien cantas, si lloran, tú eres quien llora, y eres murmullo del
río y eres la noche y la aurora. En todo estás y eres todo, para mí en mí misma
moras, nunca me abandonarás, sombra que siempre me asombras.”

Pese a que forma parte de la generación del 27, la obra de Rosalía de Castro es
considerada como parte del Romanticismo, concretamente del conocido como
posromántico (Bécquer y de Castro se encontraban en un momento histórico en
que empezaba a dejarse atrás el Romanticismo en pos del Realismo). En este
corto poema nos habla de la emoción de la sorpresa y el desconcierto que le
genera su propia sombra.
8. ¡La encontré! (Johann Wolfgang Von Goethe)

“Era en un bosque: absorto pensaba andaba sin saber ni qué cosa por él buscaba.
Vi una flor a la sombra. luciente y bella, cual dos ojos azules, cual blanca estrella.

Voy a arrancarla, y dulce diciendo la hallo: «¿Para verme marchita rompes mi


tallo?» Cavé en torno y tómela con cepa y todo, y en mi casa la puse del mismo
modo. Allí volví a plantarla quieta y solita, y florece y no teme, verse marchita”

Este corto poema de Goethe nos habla de la necesidad de tener en cuenta la


totalidad de lo que nos rodea y de lo que forma parte de las personas, en vez de
fijarnos únicamente en su atractivo estético o físico.
9. Rima XIII (Gustavo Adolfo Bécquer)

“Tu pupila es azul y cuando ríes su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor
de la mañana que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y cuando lloras las trasparentes lágrimas en ella se me figuran


gotas de rocío sobre una violeta.

Tu pupila es azul y si en su fondo como un punto de luz radia una idea me parece
en el cielo de la tarde una perdida estrella.”

Bella composición que nos narra algo tan íntimo como una mirada a los ojos de la
persona amada y la belleza y el amor que despierta en quien las mira.
10. Oda al ruiseñor (John Keats)

“Me duele el corazón y aqueja un soñoliento torpor a mis sentidos, cual, si hubiera
bebido cicuta o apurado algún fuerte narcótico ahora mismo, y me hundiese en el
Leteo: no porque sienta envidia de tu sino feliz, sino por excesiva ventura en tu
ventura, tú que, Dríada alada de los árboles, en alguna maraña melodiosa de los
verdes hayales y las sombras sin cuento, a plena voz le cantas al estío.

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo refrescado en la tierra


profunda, sabiendo a Flora y a los campos verdes, a danza y canción provenzal y
a soleada alegría! ¡Quién un vaso me diera del Sur cálido, colmado de hipocrás
rosado y verdadero, con bullir en su borde de enlazadas burbujas y mi boca de
púrpura teñida; ¡beber y, sin ser visto, abandonar el mundo y perderme contigo en
las sombras del bosque!

A lo lejos perderme, disiparme, olvidar lo que entre ramas no supiste nunca:

la fatiga, la fiebre y el enojo de donde, uno a otro, los hombres, en su gemir, se


escuchan, y sacude el temblor postreras canas tristes; donde la juventud, flaca y
pálida, muere; donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza y esas desesperanzas
con párpados de plomo; donde su ojo claro no guarda la hermosura sin que, ya al
otro día, los nuble un amor nuevo.

¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo, no en el carro de Baco y con sus
leopardos,

sino en las invisibles alas de la Poesía, aunque la mente obtusa vacile y se


detenga. ¡Contigo ya! Tierna es la noche y tal vez en su trono esté la Luna Reina
y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas; pero aquí no hay más
luces que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas sombrías y senderos
serpenteantes, musgosos.
Entre sombras escucho; y si yo tantas veces casi me enamoré de la apacible
Muerte y le di dulces nombres en versos pensativos, para que se llevara por los
aires mi aliento tranquilo; más que nunca morir parece amable, extinguirse sin
pena, a medianoche, en tanto tú derramas toda el alma en ese arrobamiento.

Cantarías aún, mas ya no te oiría: para tu canto fúnebre sería tierra y hierba. Pero
tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal! No habrá gentes hambrientas
que te humillen; la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída por el emperador,
antaño, y por el rústico; tal vez el mismo canto llegó al corazón triste de Ruth,
cuando, sintiendo nostalgia de su tierra, por las extrañas mieses se detuvo,
llorando; el mismo que hechizara a menudo los mágicos ventanales, abiertos
sobre espumas de mares azarosos, en tierras de hadas y de olvido. ¡De olvido!
Esa palabra, como campana, dobla y me aleja de ti, hacia mis soledades.

¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien como la fama reza, elfo de engaño. ¡Adiós,
adiós! Doliente, ya tu himno se apaga más allá de esos prados, sobre el callado
arroyo, por encima del monte, y luego se sepulta entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño? Se fue ya aquella música. ¿Estoy despierto? ¿Estoy
dormido?”

Un poema de Keats que nos habla de lo eterno y lo caduco, de la añoranza y la


percepción de la belleza, del deseo de permanecer para siempre contemplando lo
maravilloso del universo y de la melancolía.
11. Una vez tuve un clavo (Rosalía de Castro)

“Una vez tuve un clavo clavado en el corazón, y yo no me acuerdo ya si era aquel


clavo de oro, de hierro o de amor.

Sólo sé que me hizo un mal tan hondo, que tanto me atormentó, que yo día y
noche sin cesar lloraba cual lloró Magdalena en la Pasión. “Señor, que todo lo
puedes —pedile una vez a Dios—, dame valor para arrancar de un golpe clavo de
tal condición.” Y diómelo Dios, arránquelo.

Pero... ¿quién pensara?... Después ya no sentí más tormentos ni supe qué era
dolor; supe sólo que no sé qué me faltaba en donde el clavo faltó, y tal vez... tal
vez tuve soledades de aquella pena... ¡Buen Dios! Este barro mortal que envuelve
el espíritu, ¡quién lo entenderá, Señor!”

La autora nos narra en este texto el sufrimiento que nos genera un amor sufrido o
problemático, e incluso podría servir para uno no correspondido, y el vacío y la
añoranza que puede dejar el dejarlo atrás pese al dolor que nos provocaba.
12. Cuando por fin se encuentra dos almas (Víctor Hugo)

“Cuando por fin se encuentran dos almas, que durante tanto tiempo se han
buscado una a otra entre el gentío, cuando advierten que son parejas, que se
comprenden y corresponden, en una palabra, que son semejantes, surge
entonces para siempre una unión vehemente y pura como ellas mismas, una
unión que comienza en la tierra y perdura en el cielo.

Esa unión es amor, amor auténtico, como en verdad muy pocos hombres pueden
concebir, amor que es una religión, que deifica al ser amado cuya vida emana del
fervor y de la pasión y para el que los sacrificios, más grandes son los gozos más
dulces.”

Este pequeño poema refleja el encuentro con la persona amada, un amor


romántico que surge de la comprensión y de la unión y correspondencia de los
sentimientos del uno con los del otro.
13. Acuérdate de mí (Lord Byron)

“Llora en silencio mi alma solitaria, excepto cuando esté mi corazón unido al tuyo
en celestial alianza de mutuo suspirar y mutuo amor. Es la llama de mi alma cual
aurora, brillando en el recinto sepulcral: casi extinta, invisible, pero eterna… ni la
muerte la puede mancillar.

¡Acuérdate de mí!… Cerca de mi tumba no pases, no, sin regalarme tu plegaria;


para mi alma no habrá mayor tortura que el saber que has olvidado mi dolor. Oye
mi última voz. No es un delito rogar por los que fueron. Yo jamás te pedí nada: al
expirar te exijo que sobre mi tumba derrames tus lágrimas.”

Este corto poema de Lord Byron refleja el deseo de ser recordado tras la muerte,
de permanecer en el corazón de quienes nos amaron.
14. Un sueño (William Blake)

“Cierta vez un sueño tejió una sombra sobre mi cama que un ángel protegía: era
una hormiga que se había perdido por la hierba donde yo creía que estaba.

Confundida, perpleja y desesperada, oscura, cercada por tinieblas, exhausta,


tropezaba entre la extendida maraña, toda desconsolada, y le escuché decir: “¡Oh,
hijos míos! ¿Acaso lloran? ¿Oirán cómo suspira su padre? ¿Acaso rondan por ahí
para buscarme? ¿Acaso regresan y sollozan por mí?” Compadecido, solté una
lágrima; pero cerca vi una luciérnaga, que respondió: “¿Qué quejido humano
convoca al guardián de la noche? Me corresponde iluminar la arboleda mientras el
escarabajo hace su ronda: sigue ahora el zumbido del escarabajo; pequeña
vagabunda, vuelve pronto a casa.”

William Blake es uno de los primeros autores e impulsores del romanticismo, y uno
de los que impulsó la búsqueda del uso de la imaginación y la emoción por encima
de la razón. En este poema observamos cómo el autor nos narra un extraño sueño
en el que alguien perdido debe encontrar su camino.
15. Canción del pirata (José de Espronceda)

“Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino
vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en
todo mar conocido del uno al otro confín.

La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas
de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado,
al otro Europa, y allá a su frente Estambul; “Navega velero mío, sin temor, que ni
enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu
valor.

Veinte presas hemos hecho a despecho, del inglés, y han rendido sus pendones,
cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi
ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar.

Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra, que yo tengo
aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay
playa sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé
pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la
fuerza y el viento, mi única patria la mar.

A la voz de ¡barco viene! es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido
por igual: sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!;yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo


que me condena, colgaré de alguna entena quizá en su propio navío. Y si caigo
¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo de un esclavo como un
bravo sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la
fuerza y el viento, mi única patria la mar.

Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del
negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y
del viento al rebramar, yo me duermo sosegado arrullado por el mar. Que es mi
barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única
patria la mar”.

José de Espronceda es uno de los máximos representantes del primer


Romanticismo español, y este poema altamente conocido nos refleja al ansia de
libertad, de explorar y de ser capaz de determinar el propio destino.
16. Conócete a ti mismo (Georg Philipp Friedrich von Hardenberg)

“Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo, y lo ha hecho en todas


partes, en las cimas y en las simas del mundo. Bajo nombres distintos –en vano–
se ocultaba siempre, y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos infantiles revelaba a sus hijos
las llaves y el camino de un castillo escondido.

Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma, pero esos pocos se
convertían entonces en maestros del destino. Discurrió largo tiempo –el error nos
aguzó el ingenio– y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad. Feliz quien se ha
hecho sabio y ha dejado su obsesión por el mundo, quien por sí mismo anhela la
piedra de la sabiduría eterna.

El hombre razonable se convierte entonces en discípulo auténtico, todo lo


transforma en vida y en oro, no necesita ya los elixires. Bulle dentro de él el
sagrado alambique, está el rey en él, y también Delfos, y al final comprende lo que
significa conócete a ti mismo.”

Este poema de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, más conocido por su
pseudónimo Novalis, nos habla de la necesidad del ser humano de auto
conocerse con el fin de poder ser verdaderamente libre.
17. A la soledad (John Keats)

“¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir, que no sea en el desordenado sufrir de


turbias y sombrías moradas, subamos juntos la escalera empinada; observatorio
de la naturaleza, contemplando del valle su delicadeza, sus floridas laderas, su río
cristalino corriendo; permitid que vigile, soñoliento, bajo el tejado de verdes ramas,
donde los ciervos pasan como ráfagas, agitando a las abejas en sus campanas.

Pero, aunque con placer imagino estas dulces escenas contigo, el suave
conversar de una mente, cuyas palabras son imágenes inocentes, es el placer de
mi alma; y sin duda debe ser el mayor gozo de la humanidad, soñar que tu raza
pueda sufrir por dos espíritus que juntos deciden huir.”

Este poema refleja la parte positiva de la soledad como momento de


contemplación, pero a su vez la necesidad de compañía humana como algo
eternamente deseable.
18. ¿Por qué, mariposilla? (Mariano José de Larra)

“¿Por qué, mariposilla, volando de hoja en hoja, haciendo vas alarde ya de


inconstante y loca? ¿Por qué, me di, no imitas la abeja que industriosa el jugo de
las flores constante en una goza? Advierte que no vaga del alelí a la rosa, que una
entre miles busca y una fragante sola. Y cuando ya la elige hasta exprimirla toda,
jamás voluble pasa sin disfrutarla a otra.

¿No ves también que el pecho de ella liciones toma? que así jamás libado deje de
amor la copa. Si en tus cambiantes raros el sol que te colora deslumbra nuestros
ojos con tintas mil vistosas; ¿Por qué, avecilla leve, rehúsas voladora, sola una flor
y un cáliz cubrir de orgullo y gloria? Para el batir tus alas, para en las blancas
pomas, y en el turgente seno de la que el pecho adora. Allí una florecilla dulce,
fragancia hermosa, al seno de mi Fili con ambición le roba.

Vuela, mariposilla, que si una vez tan sola en sus matices quieta de sus delicias
gozas. No ya más inconstante has de querer traidora volver a la floresta a revolar
entre otras. Vuela, avecilla, vuela, recoge sus aromas, y tórnate a mí luego y dame
cuanto cojas.”

Este poema de Mariano José de Larra nos narra la comparación entre la conducta
de la mariposa y la abeja, donde la primera explora sin profundizar en las flores
mientras la segunda se queda con una sola. Se trata de una clara referencia al
comportamiento de los seres humanos en las relaciones de pareja y en la
sexualidad.
19. Fresca, lozana, pura y olorosa (José de Espronceda)

“Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta
sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Más si el ardiente sol
lumbre enojosa vibra del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color
perdido, sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi vena en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de
gloria y de alegría. Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los
aires sube la dulce flor de la esperanza mía.”

Breve poema de José de Espronceda en la que nos habla de cómo una esperanza
puede surgir a gran velocidad para truncarse poco después, especialmente en lo
que se refiere al ámbito del amor.
20. A la estrella nocturna (William Blake)

“¡Tú, ángel rubio de la noche, ahora, mientras el sol descansa en las montañas,
enciende tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona y sonríe a nuestro
lecho nocturno!

Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los azules cortinajes del cielo,
siembra tu rocío plateado sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos al
oportuno sueño. Que tu viento occidental duerma en el lago. Di el silencio con el
fulgor de tus ojos y lava el polvo con plata.

Presto, puestísimo, te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo y el


león echa fuego por los ojos en la oscura selva. La lana de nuestras majadas se
cubre con tu sacro rocío; protégelas con tu favor”

Un poema de William Blake en que el autor nos narra cómo le pide a la luna que
brille y proteja la calma, la paz y el amor que transcurren durante la noche.

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