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CATTARUZZA “La historia y la ambigua profesión de historiador en la argentina de entreguerras.

[1918-1939]
En los años posteriores a la 1°GM, los miembros de la NEH ya se diferenciaban de la tradición historiográfica
heredada y del mundo de las letras a partir del dominio del método que les permitía el tratamiento objetivo de su materia.
A su vez, extendían su presencia en las universidades. A partir de esos momentos, la NEH habría conducido a un proceso de
ampliación y consolidación de las instituciones de la historia profesional, que se desarrollará en las siguientes épocas con
gran éxito. En tiempos de la 2°GM la base institucional había crecido con la fundación de nuevas carreras, revistas
especializadas, contacto con centros extranjeros, el estado consultando a los historiados que subsidiaba y retribuía.

Una historia científica, profesional y patriótica


A largo del XIX europeo se trasformó la Historia desde una actividad practicada libremente a una disciplina
profesional, cambio relacionado a la creación de una base institucional, a los controles académicos y el establecimiento de
patrones de legitimación. El fortalecimiento de los espacios profesionales, entre ellos el de los historiadores, formó parte del
vasto proceso de organización del aparato estatal, y por ende de la consolidación del orden capitalista en su versión
finisecular.

Cattaruzza afirma que lo propio de la situación argentina es que la constitución de una estructura administrativa
dedicada a la historia fue sumamente lenta (pocas facultades de humanidades, archivos pobres, pocos alumnos en las
escuelas). Desde finales del XIX actúo sobre la historia una fuerte demanda estatal, vinculada a la tarea de unificación
cultural de las masas que llegaban desde Europa: la difusión de un pasado nacional tenía un papel importante (manuales,
retratos, estatuas…liturgia patriótica) El Estado demanda intervención a la Historia para formar, mediante el aparato
educativo, patriotas y ciudadanos en los inmigrantes la Historia de entreguerras tiene ese lugar en la acción estatal sobre la
sociedad.

De acuerdo a las premisas de la NEH, el documento (fuentes escritas estatales) y la crítica documental eran
elementos centrales en la constitución de una historiografía de nuevo tipo, estaban empeñados en la práctica de una
historia “objetiva”, libre de presiones facciosas (presentes en los descendientes de los que habían participado en las luchas
del XIX). Por eso, una de las acciones que emprendió la NEH fue retomar, mejorar y multiplicar la publicación de series
documentales (iniciada en las últimas décadas del XIX), intentando poner los documentos a disposición del conjunto de
historiadores. Se publicaron grandes volúmenes que compilaban fuentes: Documentos relativos a los antecedentes de la
independencia de la república argentina (1912), y Documentos para la historia del virreinato del río de la plata (1913). A lo
largo de los años ‘20 y ‘30 terminó de tomar formar un amplio número de documentos éditos que podían funcionar como
un gran archivo, fragmentado y disperso, pero accesible. Los fondos estatales fueron la fuente casi exclusiva de recursos para
aquellas publicaciones.

Otro punto del proceso de fortalecimiento de la historia profesional en el que el Estado desempeño un papel
principal fue en la fundación de centros de educación superior para obtener credenciales habilitantes para docencia e

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investigación (FFyL 1896, Secc Hist 1905, IIH 1921, 1904 INSP, JHNA-AHN) . En esas aulas se obtendría la credencial
necesaria para la inserción laboral de quienes habían estudiado historia, y habrían de crearse redes de sociabilidad
profesional. Las facultades fueron además sedes de los institutos de investigación más dinámicos. Sin embargo la inserción
laboral y la entrada al universo de los historiadores no dependieron centralmente de la habilitación obtenida. A la vez que la
cantidad de estudiantes era escasa.

Multiplicaron los institutos: El dirigido por Ravignani, la Sociedad de Historia Argentina (1931), el Instituto San
Martiniano y el Instituto Juan Manuel de Rosas.Del conjunto de las instituciones dedicadas a la historia, las más activas y
formalizadas intentaron disputar un lugar en la reciente estructura de la historia profesional, en particular durante los ´30.
Lo que estaba en juego era la obtención de recursos, la organización de sistemas de consagración autónomos, el control del
acceso a los cargos en las distintas alternativas, los contactos con el exterior, la autoridad científica. La puja la ganó la Junta
al convertirse en Academia y conseguir fondos para la Historia de la Nación Argentina, de gran valor simbólico.

Tales disputas no tuvieron tonos estridentes ni fueron libradas por grupos homogéneos reunidos en torno a
interpretaciones del pasado distintas, el escenario era desordenado, además, todos coincidían en los requisitos
metodológicos exigidos a la historia científica y en la “función social” del historiador, que en los ’30 era fortalecer la
conciencia nacional. Junto al control ejercido sobre las instituciones de la disciplina, y a lo fructífero de la relación que
aquellas mantenían con el estado, el triunfo ideológico de la NEH se dio en la creación de una imagen del historiador
profesional y de su tarea que gozó de aceptación general.
La Sociedad (1931) buscaba intervenir en el mundo profesional, por eso enviaba a historiadores a congresos y
seminarios en el exterior. Tenía su Boletín y su colección de libros Biblioteca de la Sociedad de Historia Argentina. Intentó
acercarse al poder e incidir en la toponimia. La integraron Álvarez, Ibarguren, Carbia, Molinari, Becú, Bois, Irazusta. El elenco
se superpone a la Academia e incluso al Rosas, lo que demuestra que eran ámbitos reconocidos mutuamente y refuta la idea
comúnmente aceptada de que fue un choque violento entre bloques históricos uniformes, disciplinados, constituidos por
revisionistas y hombres de la “historia oficial”, o por contrahistoriadores amateurs vs. profesionales… La dinámica se
aproxima a la de un campo complejo, variado, heterogéneo. Allí se libraban disputas entre centros e individuos que
simultáneamente eran pares y competidores, en un espacio cuyos límites coincidían con los que el protocolo metodológico
de la nueva escuela había establecido para la historia científica.
Los revisionistas fueron aceptados como polemistas posibles por las instituciones de la historia profesional. Sólo
promediando la 2da Guerra mundial comenzó a esbozarse con alguna claridad una línea que dividía a los rosistas de los
demás. Todavía a finales de los 30, otras instituciones historiográficas reconocían al Instituto Rosas como una de ella sino
que además dialogaban. Por otro lado, si para 1918 la NEH era un grupo reducido en FFyL, para los ’30 ya había formado un
sistema de relaciones entre los viejos miembros, instalados en la dirección de las instituciones.
Se destaca la importancia de las revistas de historia en el proceso de constitución de un espacio historiográfico
profesionalizado, las publicaciones fueron resultados pero también agentes de ese proceso. Su aparición sólo fue posible al
existir al existir investigadores e institutos, y al mismo tiempo contar con un público potencial integrado por los mismo
historiadores, que no eran un mercado por lo cual estas revistas dependían de los recursos estatales. Boletín de

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publicaciones del IIH (1922), Boletín de la JHyN (1924). A la vez, hacían más sólidos esos circuitos y paulatinamente la
publicación en ellas se transformó en una instancia legitimadora de la pertenencia a la profesión, con gran peso simbólico.
Sus características, sobre todo de la revista del IIH (aplicación de códigos técnicos-tratamiento científico-concentración
absoluta en términos históricos-búsqueda del lector especializado) contribuyeron a fortalecer la trama de la profesión y a
separarla de otros ámbitos de la cultura.
Cabe preguntarse si es posible proponer una imagen del pasado nacional que resultara propia de los ámbitos de la
historia institucionalizada. Conviene tener en cuenta que la NEH había insistido en la aplicación estricta de los preceptos
metodológicos que podía organizar, con independencia de las preguntas formuladas, una nueva visión del pasado, esta vez
objetiva. Así el problema de la interpretación quedaba en un segundo plano, y los ajustes serían el resultado natural del
acatamiento de las normas del método. Los “nuevos historiadores” se avocaron en la historia nacional y se concentraron en
la organización institucional. El origen de esta tendencia hay que hallarlo en una preocupación por la identidad Argentina
alentada por una demanda estatal particular y una concepción de la tarea del historiador que al insistir sobre la base
documental ponía límites claros al horizonte temático legítimo (avalado por el “método”). Los problemas tratados eran los
de la historia política, con especial atención a las cuestiones jurídicas e institucionales. Si bien había antecedentes previos de
estudios económicos o culturales (por ejemplo JAG en La ciudad indiana), seguían predominando los políticos.
La uniformidad relativa de preguntas no llevó a respuestas idénticas. Es imposible hallar una interpretación integral
del pasado nacional que pueda atribuirse a la NEH o la historia profesional. 1
Durante el periodo que analizamos, los funcionarios del área educación volvieron a insistir en la necesidad de la
utilización de la escuela en la organización de identidades colectivas en clave nacional y a adjudicar a la enseñanza de
historia un lugar importante en ese plan. Los historiadores profesionales no desatendieron esa dimensión que se atribuía a
su actividad: Levene publica libros de texto para la escuela secundaria en 1912. La tarea docente que miembros de la NEH
desarrollaron en el Instituto Nacional del Profesorado también se relaciona con estas inquietudes, así como la voluntad de
expansión profesional. Más allá de las diferencias individuales, los historiadores parecen como grupo haber respondido a
esa demanda estatal desde fines de los años ´20. Lo hicieron en sus ponencias y artículos pero también accedieron a
cargos en el área educativa. Levene afirmaba: los historiadores desempeñan una función social, además de la tarea
científica que cumplen siguiendo la estrella polar de la verdad. Ese fin educativo se realiza haciendo conocer los grandes
hechos y los grandes hombres, y a amar esa incorpórea deidad, la imagen encendida de la patria.

Para 1940, según Carbia la NEH albergaba a 3 corrientes:

- Centros de BA y LP
- Estudios históricos en provincias
- La que busca resignificar a la Dictadura

Con esto Carbia demostraba, orgulloso, que nada quedaba fuera de la NEH y que se había impuesto la historia científica.

1 Dice Cattaruzza que, cuando el Revisionismo propone impugnar “historia oficial” hacia mediados del 30, hace la vista gorda sobre los
matices que había en la NEH, y trata a todo el grupo como un conjunto más bien homogéneo, por ejemplo, no mencionan a Ravignani
reivindicando federalismo y Rosas.
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El revés de la trama: los límites de la historia profesional
Si para 1940, Carbia se mostraba tan orgulloso, ya en 1927 Ravignani era menos optimistas y había explicitado
algunos obstáculos a la profesionalización de la historia y afirmaba: Ni Mitre ni López han sido sustituidos. No debemos
engañarnos (…) si bien es cierto que lo realizado no es estéril, tampoco debemos ser conformistas. Ravignani consideraba
fundamental la actividad docente, pero veía que había una ausencia de monopolio, ejercido por la disciplina, sobre la
inserción laboral en los puestos que se suponían destinados a quienes se formaban en sus centros. Esta cuestión se
relaciona con lo exiguo del reclutamiento de nuevos estudiantes. La carrera no prometía ascenso social a sus estudiantes, no
conseguía privilegios estatales a la hora de competir con otras profesiones por los puestos de trabajo.
Además, se dificultaba la función docente porque dentro de las mismas instituciones había personas que mantenían
con la investigación y la enseñanza una relación relativamente alejada, y otras tantas que las compartían con muy diversas
actividades laborales. Los miembros de la NEH eran en su mayoría abogados. Para ellos, la inserción en el mercado laboral
en tanto historiadores no resultaba sencilla (aún no existía la dedicación exclusiva en la Universidad).
Asimismo, seguían actuando los amateurs. La consolidación de la historia profesional no condujo al fin de la
investigación del pasado llevada adelante por quienes no se encontraban en sus huestes, a cuyas interpretaciones el mundo
de la cultura otorgaba un importante reconocimiento. Existía otro conjunto de entidades que se dedicaba al estudio y la
divulgación del pasado en los años de entreguerras, las Juntas del interior, que tenían un tono general no especializado, eran
asociaciones más propias de una etapa previa a la profesionalización de la disciplina, continuaban funcionando a comienzos
de los ´40 y cultivaban una historia despreocupada de los estándares metodológicos planteados por la NEH, dedicada a los
personajes locales.
La interacción con el resto de la cultura letrada continuaba en los márgenes del espacio controlado por la NEH y allí,
sin eficacia en el corazón de la disciplina, circulaban críticas. Por ejemplo, Alejandro Korn criticaba irónicamente a la NEH y
planteaba su desacuerdo con la transformación de la historia en una técnica, reducida al dominio del método. Había
profesionales que esperaban más de la historia, intelectuales que continuaron estudiando el pasado y ofreciendo sus
propias interpretaciones. Sobre sus notas no actuaba un control académico, sino la consagración por el mercado o por la
aceptación fundada en el prestigio del autor en otros terrenos. Lograban resonancia, por ejemplo R. Rojas, Puiggrós,
Scalabrini Ortiz.
El tipo de problemas que estos intelectuales se planteaban, por ejemplo la posibilidad de desarrollo capitalista autónomo o
los efectos del imperialismo sobre la economía argentina, no entraban en el universo mental de la NEH.
Por otro lado, la ausencia de renovación en los grupos dominantes de la profesión, evidenciada en la reiteración
permanente de la primera línea de la vieja NEH en los cargos de dirección, era grave si se atiende a su propio proyecto. No
incorporaban nuevos estudiosos y accedían a cargos más por cooptación que por mérito. Asimismo, Cattaruzza señala que a
pesar de tener numerosos contactos con el exterior, la NEH NO se interiorizó en los cambios de la historiografía mundial del
período entreguerras. Las ignoró deliberadamente, eludiendo cualquier discusión conceptual. Sí tomaron cosas de Langlois-
Seignobos, Bernheim, pero otros aportes importantes fueron dejados de lado, o se mencionaban pero sin llevarse a la
práctica (caso de Berr o Febvre). Hacia 1945, a pesar del hermoso balance de Carbia, la historia profesional argentina vivía
una situación equívoca:
-La barrera técnica que distanciaba una práctica historiográfica “científica” de la actividad amateur era débil.

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- No funcionaba un sistema basado en las credenciales educativas ni se controlaba el acceso a los puestos de
trabajo. Establecimiento de vínculos con el estado que dependía de estrategias individuales.
- la historiografía parecía renuente a plantearse nuevas preguntas y ofrecer explicaciones de largo aliento.
PROFESIONALIZACIÓN IMPERFECTA SÓLO SOSTENIDA POR RECONOCIMIENTO DE LOS PARES Y VÍNCULOS CON EL ESTADO

A finales del período estudiado (comienzos del ’40) la aparición de Las ideas políticas en la Argentina en 1946 de
José Luis Romero, aparece como síntoma de esta situación y expresa el desarrollo historiográfico por fuera del circuito
profesional:
-“Las ideas políticas en la Argentina” no posee cánones de historia profesional, no tiene aparato erudito.
- recoge la propuesta formulada por fuera de profesionalismo de los ’30.
- reconociendo etapas basadas en lo social (“aluvial”, por inmigración) y análisis de períodos muy cercanos.
- se reivindica tomando partido (problema de la objetividad) para caracterizar al presente sin renegar de
compromiso político
- trabajo de interpretación (no sólo “hacer decir a los documentos lo que explícitamente decían”)

NEH EN CRISIS, PRETENSIONES DE “VACIA OBJETIVIDAD”.

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