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EL CUERPO VISTO EN TRES ACTOS:

IMAGEN, BELLEZA Y DISONANCIA


Javier Cano Ramos

En nuestro entorno cultural, el cuerpo se ha convertido en un objetivo claro, muy ligado a los
modos de vida actuales. La sociedad ha ido desechando la renuncia al cuerpo para transformarlo
en una parte esencial de nuestra cultura, en algo que es casi obligatorio reivindicar, en un doble
juego que atiende al control y al consumo. Estamos metidos de lleno en una especie de «moral»
que se concentra en el trabajo, la producción y el ocio en su más amplio sentido; una moral tan
individualizada que potencia, por un lado, ese consumo hasta límites insospechados y, por otro
lado, define con gran exactitud la situación en la que nos hallamos, en un momento en el que la
estética se sobrepone a muchos de los aspectos que definen al hombre.

investigación
Recientemente, la antropóloga francesa Bernadette Puijalon declaraba, al hilo del debate
establecido en torno a Les 50-60 ans, génération pivot, que en nuestra sociedad contemporánea
existe una clara disociación entre la edad biológica, la edad subjetiva y la edad social1. La primera
discurre por las arterias, la segunda la administramos para ser vistos según nos convenga y la tercera
se refiere a aquella que la propia sociedad nos otorga. Estas
dos últimas han generado el que se construya una identidad
bien diferente a la de otras épocas; un imaginario que ha 67
abierto una brecha entre el interior y el exterior de ser
humano. El individuo contemporáneo, consciente de este

ventana abierta
abismo, busca por ello reconciliar a toda costa su propia
imagen con la que se tiene fuera de su dominio.

Estamos, pues, ante una nueva dimensión temporal que
afecta al cuerpo, y donde la apariencia es un factor a tener
presente, puesto que ha hecho de ese cuerpo un espacio
transitorio en el que estamos condenados a «habitar». Tanto
es así que el envoltorio exterior ocupa un lugar importante
en su escenificación: el vestido y el ornato forman parte ya
de nuestra existencia. No son simples objetos al uso, son
el espejo de la historia y la condición del ser humano. Y no
lo son porque nuestra sociedad está inmersa en el mundo
de la imagen, de la competencia y la fragilidad. Esto es, en
un círculo repleto de paradojas que deben contrarrestarse.

Por ejemplo, ante las agresiones que todo ello lleva


aparejado, el cuerpo se defiende con su ocultación. La
En la Edad Media se creía que había una rela- vestimenta se convierte de esta forma en un intermediario
ción médica entre los signos zodiacales y las
partes del cuerpo humano, como muestra ese entre el cuerpo y su entorno con el único fin de amortizar
Hombre Zodiaco pintado en el siglo XV. el duro golpe. Se ha pasado de protegernos de las “miradas

1 PUIJALON, B., Les 50-60 ans, génération pivot, Congrès Nantes, 9 y 10 de junio, 2004.
Tatuaje en la espalda.

impuras”, heredadas de Adán y


Eva, del respeto y de la moralidad,
de la angustia de “vivir” dentro
de un cuerpo culpable de existir
en el medievo y en la cultura
musulmana, de ver los aspectos
religiosos como reguladores de
las consideraciones entre la piel
y el vestido, de «una presencia David Le Breton, antropólogo francés
que ha escrito numerosos ensayos so-
recriminadora y una humanidad bre el cuerpo humano.
tosca»... a la exteriorización de
nosotros mismos2. El vestido hoy sirve para revalorizar el cuerpo,
nos presenta como individuos con identidad, con una singularidad que otrora no existía. Así
poco a poco se ha ido diluyendo aquel cuerpo despreciado, condenado y humillado, entendido
como una «penitencia corporal», como la «abominable vestimenta del alma», que defendiera el papa
Gregorio Magno3, avanzándose hacia tesis más positivas que favorezcan el que la idea de perfección
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de la naturaleza se alcance no en el Paraíso, como se pensaba en el siglo XIII, sino en la misma


vida terrenal.

La apariencia, en este sentido, constituye la superficie, un


signo, una metamorfosis constante que esconde un mundo
íntimo que tiene algo de física, de química y de biología. Dos
caras que apenas tenían que ver una con otra, se «reúnen» ahora
68 para concebir un cambio simbólico que englobe la unidad y la
dualidad. Se ha abierto una nueva etapa a la hora definir el cuerpo.
La noción corporal ha virado ese «habitar» al hacer emerger la
ventana abierta

parte más íntima en nuestro exterior. Eso nos permite ser el


objeto de las miradas ajenas, determinando una interrelación
entre el individuo, la sociedad y «los otros»: nos vemos abocados
a representar un papel público y la interpretación que ellos hagan Wol Vostell, Maja,
de nosotros puede influir en nuestra personalidad. Óleo sobre lienzo, 1985

Esta visión actual determina, sin que quepa lugar a muchas dudas, un cuerpo que se toma como
medio de expresión, como un complemento del lenguaje, permitiéndonos, por un lado, traspasar
el velo de la vestimenta y abrir el camino a las sensaciones y, por otro lado, entrelazar estética,
terapia y repercusión social. El cuerpo, como señala David Le Breton en Signes d’identité, tatouages,
percing et autres marques corporelles et conduites à risque, se convierte en una especie de archivo4
donde se registran todos los cambios que se produzcan en nosotros mismos. Un archivo que, en
ocasiones, está tan desordenado que llega a confundir, merced a la ayuda de la publicidad y de los
medios de comunicación, edades, tiempos y sexos. Los cuerpos se transforman con una rapidez
inusitada. Tan inusitada que la ausencia de razonamientos, la introducción de artificios y el deseo
de presentarse como un producto nos conducen a un callejón sin salida, a una gran contradicción
en el que se enfrentan una individualización a ultranza con la aprobación del grupo. Hoy cambiar

2 FUMAGALLI, V., Solitudo Carnis. El cuerpo en la Edad Media, Nerea, Madrid, 1990, véase la introducción.
3 LE GFOFF, J. y TRUONG, N., Una historia del cuerpo en la Edad Media. Paidós, Barcelona, 2005, véase el
prefacio.
4 LE BRETON, D., «Sociologie du corps: perspectives», en Cahiers Internationaux de Sociologie, volumen
XC (enero-junio), Presses Universitaires de France, París, 1991.
de cuerpo equivale a cambiar de vida y de envoltorio. Ese cuerpo se ha convertido en un auténtico
campo de batalla que ha dado al traste con El canon de Policleto, aquel libro perdido y buscado
por los mejores tratadistas del Renacimiento5. Lo que antes se tenía como unitario, ha pasado a
ser algo dual, algo que oscila entre la identidad y la incertidumbre. Es como una especie de obra
de arte, se halla sujeto a las modas y tendencias. Es una idea ambivalente, mitad pública y mitad
privada, que provoca en los otros entusiasmos o rechazos. La unidad y la estructuración de épocas
anteriores se suplen con el acoso sistemático de nuevos actores, relacionados con acierto por Frank
Perrin, como las pasarelas (y todo lo que arrastra), la clonación, las nuevas tecnologías, la cultura
cíber o la «promoción de lo inorgánico»6. Vivimos bajo la tiranía de lo aparente: el cuerpo se aísla y
se convierte en una realidad propia, al margen incluso del alma y del espíritu. El cuerpo no es sino
una especie de rompecabezas al que hay que modelar para dar una mejor apariencia, una pieza con
la que se puede especular.

El cuerpo, desde esta perspectiva, ha roto el valor sagrado que tuvo para convertirse en el
emblema de uno mismo. Es un reflejo fiel del estilo de vida que llevamos, de la personalidad que
tenemos (o que nos hacen tomar), es una protección psicológica contra un exterior hostil. En este
sentido, hoy no ha perdido parte de la carga simbólica que ha tenido en otras sociedades, puesto
que testimonia creencias y prohibiciones.

investigación
II

Los signos externos de felicidad, los cuerpos que rebosan salud, cuerpos graciosos, musculosos,
elegantes, jóvenes, perfectos, cuerpos publicitarios que invaden diariamente la vida en todas sus
dimensiones... son las referencias para que los deseos se hagan realidad. Nuestra imagen no pierde la 69
esperanza de aproximarse a la cualidad estética de esas «estrellas» e, incluso, conquistarla algún día.
Es una especie de «euforia perpetua» que conlleva insidiosamente una parte peligrosa y negativa,

ventana abierta
que puede resumirse en la marginación social. Aquellos que no partan de un canon fijado por el
momento no tendrán las mismas oportunidades.

El cambio que la imagen del cuerpo ha sufrido a


lo largo de la historia, hoy, sin duda, se nos muestra
como algo estrechamente vinculado a los avances
técnicos y científicos. El hombre aparece ante sí
como un cuerpo que se remite y se aparta a la vez
de su condición más humilde. La fragilidad de su
estructura, la enfermedad, la vejez, la muerte... es
algo que se nos ha vuelto insoportable. Ese cuerpo
se ha convertido de forma casi imperceptible desde
los años sesenta en un auténtico caos que nos toca
ordenar dignamente a la altura de las circunstancias
actuales. David Le Breton ha analizado a través de
sus libros y ensayos la lógica social y cultural que guía
Una variedad de sushi es exhibida
y justifica el interés que Occidente tiene por todo lo
sobre el cuerpo de una mujer. concerniente a lo corporal.

5 RAMÍREZ, J.A., Copus solus. Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, Ediciones Siruela, Ma-
drid, 2003, p. 21.
6 Cfr. MAYAYO, P., «La reinvención del cuerpo», en Tendencias del arte, arte de tendencias a principios del
siglo XXI, Cátedra, 2004, p. 86.
Nuestro encuentro con el cuerpo se manifiesta en un exceso de consumo de productos para
regular nuestra afectividad. Existen pócimas para dormir, para despertarse, para estar en forma,
mejorar la memoria, el rendimiento, la ansiedad, el agobio... para estar plenamente activo y
responder a las exigencias que nos marca el tiempo. El cuerpo está programado y se ha convertido
es una especie de bosquejo que se borra y se corrige en función de las imperfecciones que se vayan
entrecruzando. Recurrimos con frecuencia, consciente o inconscientemente, al mito del enfant
perfait, un ser fabricado con materiales de calidades morfológicas y genéticas. Nos transformamos
en artefactos cuya finalidad no es sino la búsqueda de una «humanidad gloriosa».

Indudablemente, el cuerpo así entendido nos conduce a un nuevo narcisismo, a la envidia, a la


disputa, a las contradicciones interiores, a la frustración por no ser lo que debiera ser. Esta visión
materialista de la persona provoca de manera irremediable una angustia vital que atormenta a los
adolescentes y obsesiona a los hombres y mujeres: el cuerpo es el reflejo de uno mismo. El cambio
de apariencia física puede llegar a borrar de la condición humana el rastro de cualquier huella
intelectual y moral. El reduccionismo al que estamos sometidos es de tal calibre que la estética
se sobrepone al paso y al peso del tiempo, y todo lo que la modernidad aportó se va alejando de
nuestras mentes. Los cuerpos no son más que «borradores que han de corregirse o materiales que
deben crearse».
investigación

Y el cuerpo así es entendido como une especie de no-lugar, como un objeto transitorio,
manejable según los deseos o la imaginación del individuo. Tal vez quien mejor ha expresado
esta idea tan confusa y tan difusa, ha sido el gran teórico del arte y de diseño, el argentino Tomás
Maldonado: «existe una ambivalencia de fondo en las realidades virtuales y hasta en toda la cultura
de la virtualidad»7. Lo contrario del lugar y lo corporal nos remite a una construcción concreta8.
70 O, como dice el mismo David Le Breton, el texto sustituye al sexo, la pantalla del ordenador a la
carne o no existe temor alguno a contagiarse de sida o de cualquier enfermedad de transmisión.
Sólo nos queda la figura del hombre fuera del cuerpo y, por ende, nosotros estamos encaminados
ventana abierta

hacia una humanidad sin sensorialidad.

III

Se abre un abismo entre la condición


humana y la historia, marcando el camino
el culturalismo, las prótesis y la cirugía.
Tendemos a no aceptar las alteraciones que
nos conducen inexorablemente a la vejez,
al cambio de imagen. Por ello, el cuerpo
en una lucha contra sí mismo no permite,
apelando al alto grado de narcisismo que
nos invade, enfrentarse con la decrepitud. Y
lo hace hasta tales extremos que el hombre
contemporáneo acude cada vez más, por
ejemplo, a la incineración, como bien ha
Para algunas personas, su imagen no es agradable,
defendido Philippe Ariès en su ensayo sobre y por ello se recurre cada vez con más frecuencia
la historia de la muerte en Occidente9. a la cirugía facial

7 ARIÈS, PH., Historia de la muerte en Occidente, El Acantilado, Barcelona, 2000.


8 AUGÉ, M., Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, Editorial Gedisa, 1998, p.57-58.
9 ARIÈS, PH., Historia de la muerte en Occidente, El Acantilado, Barcelona, 2000.
Asistimos a una especie de tragicomedia donde lo esencial es la felicidad, es como algo imperativo
que va diluyendo la realidad en el progreso de una cultura cada vez más «médicalizada». Los debates
éticos sobre una muerte digna están ahí, plantean el cambio de ser «dueños» de nuestro cuerpo
por «propietarios» de su imagen, la certeza de un cuerpo joven que olvida paulatinamente nuestro
espíritu. Sólo nos queda enfrentarnos con el tiempo, con la fragilidad de nuestro cuerpo, con la
verdad - y no el artificio - en la enfermedad, en el hospital. Es el lugar donde tomamos conciencia,
no sin desconsuelo, del sentido de la finitud. Nos hacemos vulnerables, demasiado vulnerables,
aunque, como se ha apuntado más arriba, las técnicas médicas, su desarrollo prodigioso, a través
de las ecografías, las radiografía, o el escáner nos hacen creer que el cuerpo no es más que un
instrumento a nuestra disposición.

En este sentido, sin echar la vista muy atrás, los valores dominantes hasta los años sesenta han
dado paso a otro tipo de culto que ha generado al llamado «ser postmoderno». Gille Lipovetsky así
lo expresa en su libro sobre el vacío y el individualismo contemporáneos10. Las grandes empresas
humanas se han transformado en pequeños grupúsculos donde es más fácil satisfacer nuestros
deseos: el orden y las grandes líneas maestras a seguir son trabas que necesariamente han de
evitarse. Prevalece el interés personal sobre el ideal. Ya no existen las grandes causas sociales, todo
se ha reducido a la salud y a lo corporal. El deporte, los nuevos hábitos alimentarios, las terapias,

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la filosofía oriental... marcan la regla: yo y siempre yo.

Marc Augé ha definido este desbordamiento de la realidad en el concepto de «mirada moderna»,


condensada en el cine, como si fuese una metáfora donde el individuo se ve y se reconoce11. Lo
trascendente da paso a las sensaciones: la persona y su dimensión física requieren toda nuestra
atención. Paradójicamente, en el siglo XX se ha hecho un recorrido inverso a la hora de afrontar el
término de «lo bello». Si la Ilustración lo defendió como única cualidad estética a tener en cuenta, 71
la centuria pasada lo hizo desaparecer por completo en el ámbito artístico, achacándole cierta
comercialización y considerándolo casi un estigma, un desdoro12. Pero esta aparente contradicción

ventana abierta
viene a incidir, utilizando caminos opuestos, sobre la importancia que la modernidad, como se
ha apuntado, dio al cuerpo y a su admiración. De hecho, la banalización a la que están sometidos
hoy estos dos conceptos, belleza y cuerpo, han llevado a ese ideal ilustrado en la década de los años
noventa a emparentarlo y asociarlo con la «disonancia».

Hemos convertido al cuerpo en un juego político. No se reconoce, según el antropólogo francés,


la dualidad que aportó la modernidad, sino que se ha construido una nueva: el dualismo entre
cuerpo y alma ha cesado para dar paso al desdoblamiento del hombre y su propio cuerpo. Una vez
que éste se separa de aquél se convierte en un objeto que puede borrarse, modificarse, moldearse
según el gusto. Se convierte, paradójicamente, en mercancía y, a la vez, en algo abstracto: las
referencias culturales se van borrando, la religión pierde la facultad de congregar al hombre en torno
a unas creencias comunes y algunos científicos se nos revelan como los nuevos padres que otorgan
certidumbres y anuncian un futuro con cambios espectaculares, merced, eso sí, a la genética y al
ciberespacio. Todo un conglomerado que ha de hacernos reflexionar sobre la peligrosa tendencia
que tenemos a la mecanización excesiva de nuestras vidas. Y en este punto nos hallamos.

10 LIPOVETSKY, G., La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1986.


11 Opus cit., AUGÉ, M., Gedisa, Barcelona, 1998.
12 DANTO, A. C., El abuso de la belleza, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42 y ss.

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