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Flojito y Cooperando Edgar Alvarez PDF
Flojito y Cooperando Edgar Alvarez PDF
o
Lecciones para sobrevivir en una ciudad
(Unipersonal a modo de Stand-up comedy)
de Edgar Álvarez Estrada
Acto único
Personaje irrumpe en el bar y comienza a jalar atención, toma su celular para
llamar.
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tiempo? Okey, pero no tardes más porque me choca esperar, cuando vayas
llegando, me marcas y te espero afuera… sale, bye.
Miren, les voy a dar unos tips, no para evitar asaltos, pero sí, para evitar la
violencia. Todo lo cuento desde de mi experiencia y la verdad, aprovechen los
consejos que les voy a dar.
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En uno de mis varios encuentros con esta subespecie humana, decidí que algún
esto me iba a servir para algo, o sea, igual como materia prima para escribir un
libro o una película o aunque sea una canción. O de pérdida: mi tesis en leyes,
soy abogado. Pero también, he de aclarar que tengo inclinaciones artísticas…
en serio, hago de todo: leo en voz alta, declamo chingón, bailo salsa, canto
boleros, escribo crónica de nota roja, he tomado varios de cursos de actuación,
teatro y circo… o sea, soy un tipo “versátil”… y muy sensible, se podría decir. O
sea, hago de todo para sobrevivir y pues… yo pienso que todas esas
experiencias me van a servir, algún día.
Así que yo, de los ladrones, tengo un registro, o sea de nuestros “intercambios”,
de nuestras “transacciones comerciales”, por llamarlas de algún modo.
Así que tomen nota, por que esto les va a servir como medida preventiva para
cuando les toque vivir un mal momento como a mí.
Tenía once años, en plenos ochentas. La fiebre de los patines estaba en todo su
apogeo. Mi tía y su, entonces, novio, nos habían llevado a mis primos y a mí a
una pista de patines de ruedas de las que estaban de moda: era un local cerrado
con música de moda, hielo seco y esfera giratoria de espejitos en el techo.
Vendían malteadas, refrescos y frutsis.
Mis primos y yo nos poníamos gel super punk para ligar niñas a gran velocidad,
(cabe aclarar que a los once años, 13 kms/hr es una gran velocidad) las
alcanzábamos, las rodeábamos y venía lo bueno, les hablábamos al grano:
“¿quieres un frutsi o prefieres una chupa pop?”, yo siempre me las di de más
lanzado y era el que comenzaba con el consabido intercambio de preguntas-
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respuestas: “¿Cómo te llamas? Ah… ¿y tú?, ¿dónde vives? aquí, allá, ¿en qué
escuela vas? en ésta, en la otra, ¿me das tu teléfono? sí, anota”. ¡Órale, me dio
su teléfono, soy todo un galán! Bueno un mini-galán de once años.
Así era la cosa, pagábamos dos horas de patinada y luego nos íbamos de
regreso a casa, orgullosos de nuestras conquistas y con un número de teléfono
anotado en la palma de la mano. Pero ese día no fue así.
-- ¡Qué bárbaros, hijos de su madre, ojetes!— les gritó mi, ahora, tío en tono
desafiante ya que se habían ido, le respondieron con mentadas, risas y
chiflidos.
Ni modo, mi bautizo como víctima del robo se había consumado. Pero no me fue
tan mal y lo reconozco, el domingo siguiente, mi papá me compró unos patines
nuevos, eran mejores y mucho más veloces, ya que con ellos alcancé
velocidades inimaginables… como de 17 km/hr.
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Pasó la fiebre de patines y los arrumbé. Luego me dio por el beis y mi papá me
compró mi manopla, mi bat y mi pelota y los arrumbé; luego me dio por más
cosas, todas las arrumbé. Mis jefes dejaron de creer en mí. Tal vez, por eso soy
así, para vengarme de ellos.
A mi tío, nunca le pude decir “tío”, desde ese día le digo “quihubo, güey”.
Acabando la prepa, iba de viaje a Querétaro a ver a una novia que se había ido
a vivir para allá y me había pedido que la visitara. Tomé un autobús en la Central
del Norte, a mitad del camino pasandito la caseta, dos de los presuntos
pasajeros se levantaron, caminaron hasta el chofer y empuñaron sendas armas
de fuego.
De manera muy lenta, de mi cartera extraje algunos billetes y los escondí bajo el
asiento, sólo dejé doscientos pesos dentro.
Luego iba asiento por asiento, los pasajeros le daban todo. Cuando llegó a mi
lugar, el 35, abrí mi cartera y él tomó sin chistar los 200 pesos, me miró y
siguió…
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Me desilusioné, pues en el tiempo transcurrido entre el primer asiento y el mío
yo ya había desarrollado una historia de lamentaciones y autocompasión que iba
a contarle, donde yo era caperucito rojo y mi mamá me había dado dinero para ir
a ver y llevar las medicinas de mi abuelita, que estaba enferma, y “si usted,
señor asaltante, me quita ese dinero, mi abuelita va a morir, no quiero que se
muera, por favor, no quiero que se muera, por favor, por favor”. En mi historia
ella se moría y yo, culpable de causar su muerte, le llevaba mariachis a la tumba
y ya bien borracho, le cantaba “Mi cariñito” y le decía: “abuelita, otra como tú…
pos ¿dionde?”. Claro que en mi historia mi abue se parecía a Sara García y yo,
era igualito a Pedro Infante. Total, ya estaba yo desarrollando mi actuación
vivencial y sentida… cuando llegó el ladrón, tomó mis 200 pesos, y se largó.
Con lo que guardé bajo el asiento, me crucé la calle a una cantinita que está
enfrente de la central, para beber y olvidar. Lo logré, me olvidé del robo, del
susto y de la decepción actoral, bueno me olvidé hasta de mi nombre… y de
reportarme con mi novia.
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3. LA TERCERA ¿ES LA VENCIDA?
Fue rápida y veloz. Venía bien cansado caminando por la calle de noche, me
acuerdo que venía de clase de “Teoría general del Derecho Mexicano II”
después de chambear como auxiliar administrativo legal en la “Unidad
delegacional adjunta de protección civil” y ya sólo tenía que caminar unas
cuantas cuadras después del aventón que me había dado un compañero de la
Universidad. Caminaba cantando “se hace camino al andar, golpe a golpe…
verso a verso”, yo siempre cantó, me sé muchas canciones. De pronto, mi afán
melódico se vio interrumpido, una pandilla de menores de edad con cuchillos y
otras armas punzocortantes me cercaron, me amenazaron y amagaron con
golpearme, tuve un arranque de valor y les iba a contestar, pero una punta frente
a mí, me contuvo y callé.
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ratas, a los empleados de la gas, a sus clientes, a los vecinos, a la policía
ineficiente y a Salinas de Gortari por heredar tanta delincuencia, a todos.
Total, al salir de uno de los barecitos del centro, unos malandrines con pistola
me treparon a su nave, me amagaron, amenazaron, me pusieron unas
cachetadas y me bajaron mi varo. Me fueron a botar en la carretera a unos
kilómetros de ahí. Pasaba un taxi, le expliqué lo sucedido y me llevó de regreso
a mi hotel, donde había dejado lana guardada. Según yo me iba a quedar varios
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días, pero a la mañana siguiente, pobre, asaltado y “sin ilusiones” me regresé al
DF.
Iba a abrir su monedero para apoquinarle al botín, pero cuando uno de ellos se
le acercó, yo creo la vio muy jodida porque le dijo: “No manita, tú eres valedora,
no nos des nada, carnala”. ¡¡Le perdonaron el robo!!
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Es más, ni me vaya a oír ¿No andas por aquí, verdad, Yuyis? ¿No? Ah, qué
bueno porque nomás se pone punk y es de las que sueltan madrazos. Alto a la
agresividad, ¿no?
¡Esquina bajan!
6. EL DEL BAR
Fuimos a echar el “dancing” a un lugar de esos donde hay show en vivo y toda la
cosa, acá por la Colonia Roma, el lugar estaba lleno y bien animado. Entre
cantante y cantante se escuchaba música grabada para bailar.
-Se los va a cargar la chingada. Quiero que aflojen todo— dijo uno.
- Cuidado, hay viene una patrulla, todos calladitos o se los carga la verga —
sentenció el de la entrada.
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- No mames, van a sospechar si ven que no hay desmadre -le contestó otro–
mejor que sigan, como si hubiera gran jolgorio. Y a la orden del jefe, en la pista
continuó el bailongo:
Por primera vez en mi vida, al bailar salsa, me salió la vuelta de cascada, ésta
donde se entrecruzan los brazos y luego las manos caen semejando la caída del
agua ¡Me puse feliz! nunca antes me había salido. Para mi mala suerte nadie se
dio cuenta, ni siquiera mi novia y como no nos permitían hablar entre nosotros,
no pude ni presumirle ¡Puta! Eso era como un karma, mi capacidad creativa
había sido eclipsada nuevamente.
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Ese día terminé con aquella novia que no sabía moverse... ¡Por supuesto que
me refiero al baile, eh!
Ya pasó el tiempo y a veces creo que no fue casualidad que no me robaran esa
noche, pienso que alguno de los ladrones era buen bailarín de salsa y vio mi
vuelta de cascada tan magistralmente ejecutada en tan tensa situación que
como homenaje, decidió no despojarme de mi lanita, como gesto de respeto de
bailarín a bailarín… sí, eso fue… Una prueba más de nuestro acuerdo tácito.
Fue allá por Satélite, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme. Salimos
de casa de Ángela, otro cuate y yo, íbamos a comprar cigarros al seven-eleven,
mientras caminábamos, contándonos nuestras penas de amor, ah, porque los
hombres también nos contamos esas cosas, y no señores, no me vean con esa
cara, pues tener valor para contarse esas cosas, es de hombrecitos y no de
gays, en fin, venía limpiándome una lagrimita por una mujer que me hizo sufrir. Y
sí, los hombres también lloramos, pues qué… entonces una patrulla se acercó
lentamente, nos detuvo, nos preguntaron que si traíamos drogas, era obvio que
no, pero aun así, nos treparon, nos hicieron preguntas, nos pasearon por varios
minutos, finalmente nos bajaron la poca lana que traíamos, luego nos botaron en
un lugar que no conocíamos, se fueron con la sirena encendida. ¡¡Me habían
atracado unos policías!! Me enchilé, caminamos mentando madres y poco
después, a gritos detuve a otra patrulla y les dije: unos colegas suyos nos
acaban de robar, así como lo oyen. Suban y los buscamos ¿Cómo eran? Flacos,
prietos y pelones, como ustedes comprenderán. No les hizo gracia mi
comentario. Nos bajaron. Tuve que tomar un taxi a casa de mi abuela, ella vive
por allá. A las dos de la mañana tuve que ir a tocar y pedir prestado para el taxi.
Nunca le pagué, a pesar de que había provocado su muerte por no llevar sus
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medicinas, y ella que me había ayudado a desarrollar aquella escena en el
segundo asalto. Mi abue es re´buena conmigo, me cae.
Los malandrines le ordenan cerrar los ojos, Marco acata la orden, pero como va
tan borracho al suspender la entrada de luz por las ventanas del alma, o sea los
ojos, pues le provoca sueño y comienza a cabecear para abandonarse a los
brazos de Morfeo, los maleantes se dan cuenta, le gritan: “No te duermas” y
madres, le sorrajan un zape en la frente, al sentir el golpe, Marco reacciona,
trata de mostrarse despierto y vivaracho, por lo tanto, abre exageradamente los
ojos, los malvivientes al verlo así, le dicen: “pero que cierres los ojos” y madres,
otro chingadazo, sólo que ahora en la nuca. Su cabeza semeja a una pera-loca.
Marco cierra los ojos, se vuelve a quedar dormido y nuevamente se repite la
secuencia entera: cabeceada, grito, madrazo, apertura de ojos, grito, madrazo,
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cabeceada. Siento lástima por mi amigo y les digo: “ya, no le peguen, no
manches, viene bien pedo” y madres, otro chingadazo, nomás que ahora me
toca a mí en la cabeza. Un “tú no te metas” secundó la acción violenta. “Ni
modo, pendejo, para que no te vuelvas a sentir paladín de la justicia, eso te pasa
por compasivo”, me reclamo molesto a mí mismo, claro que me lo digo en
silencio, que tal que me oyen, se encabronan y me toca otro chingadazo. Como
muy pocas veces en la vida -- y eso, Diosito bien lo sabe-- hago gala de la
discreción. Juro por lo más sagrado que me cuesta mucho trabajo, pero lo logro.
Guardo silencio.
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me ofrece otra y pone cara de que no tiene idea de qué le acabo de preguntar.
“Como serás pendejo, después de lo que nos pasó todavía quieres seguir
chupando…” le reclamo mientras le quito la cerveza nueva. Después de
negociar y explicar a la dueña del negocio lo acontecido me regresa unos pesos,
llamo a Beto, uno de nuestros cuates, el ojete de mierda dice que no puede ir
por nosotros. “Algo se te ha de ofrecer, culero”. Cuelgo el teléfono. Con lo que
sobra de la llamada y la cerveza katafixiada, nos alcanza para viajar en metro.
Mientras caminamos a la estación, Marco comenta orgullosamente, “tienes que
reconocer que fue toda una aventura y estuvo chingona, ¿por qué no lo usas de
material para un cuento o para tu tesis?”. “Chinga tu madre, pinche borracho
desconsiderado”.
Me hirvió la sangre, eran varios los asaltantes trabajando, todos muy jóvenes.
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A la víctima le calculé, por sus canas y arrugadas, más de 60 años. Se trataba
de algo que yo había vivido en carne propia y no podía quedarme así.
Ese día descubrí que Darth Vader era mi padre y me pasé al lado oscuro.
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Y recuerden, la voz de la experiencia me dice que siempre es mejor coadyuvar
de la mejor manera, así que sigan mi consejo: “flojitos y cooperando”, o lo que
es mejor, “con calmita y nos amanecemos”.
¿Estamos?
Estamos.
Saca una bolsa de lona que deposita en una mesa, luego una pistola, corta
cartucho y con calma se dirige a la audiencia
Así que sus valores en esta bolsita y no se quieran hacer los héroes porque ya
saben. Aflojando, aflojando. (Al teléfono) Bueno, ya estuvo… los mareé con un
“choucito”… Te digo que esto de la “actuada” siempre se me he dado… ¿Ya
estás aquí? Ok, no apagues el motor, ahí te voy… Señores, gracias por su
cooperación y que se la sigan pasando bonito. Buenas Noches.
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