Está en la página 1de 17

Diario de la no resistencia

o
Lecciones para sobrevivir en una ciudad
(Unipersonal a modo de Stand-up comedy)
de Edgar Álvarez Estrada

Personaje: Un hombre de treinta y tantos.


Lugar: La acción se desarrolla en un lugar público

Acto único
Personaje irrumpe en el bar y comienza a jalar atención, toma su celular para
llamar.

PERSONAJE: Hola ¿Quihubo, güey? No sabes lo que me pasó… lo mismo de


siempre, qué va a ser, lo que le viene pasando a todo mundo en esta pinche
ciudad desde que estamos cada vez más pobres Sí, otra vez, otra puta vez…
nada, no, no me pudieron alcanzar, corrí rapidísimo… Sí exacto, se acercaron a
mí y les vi las intenciones, he desarrollado un sexto sentido para esto, pero
cañón, eh… eran dos a pie, se me acercaron mientras otro los esperaba en el
coche ya encendido… pues sí, ya conozco cómo operan, los huelo a los hijos de
la chingada… sí, en fin, salí corriendo hasta que encontré un lugar público con
mucha gente y aquí estoy… no sé qué lugar sea, la neta está medio extraño y
no se ve así que tú digas ¡Wow, qué chido!... Déjame preguntar (a alguien del
público) ¿Disculpa, cómo se llama aquí? ¿Ah, te cae? ¿Qué va haber aquí… un
concierto, teatro, aquí es el mitin? No manches… Se llama: “Equis” (dice el
nombre del lugar) , te juro, güey, no estoy inventando, así, se llama. Pues no sé,
a mí qué chingaos me importa ¿Qué ondita, pasas por mí o no? (Al público)
Perdón, ¿Cuál es la dirección aquí?... gracias… (la repite)… Sí ¿En cuánto

1
tiempo? Okey, pero no tardes más porque me choca esperar, cuando vayas
llegando, me marcas y te espero afuera… sale, bye.

Personaje, pide un “drink” al mesero, se sienta a beber, sonríe a la gente y


brinda con ellos para crear cercanía, ya en confianza, comienza a dialogar con
los espectadores.

Es que no saben lo que me acaba de pasar hace apenas un ratito, me quisieron


asaltar aquí en el cajero que está acá atrás, a unas cuadras. Seguro ya les ha
pasado ¿no? Pinche ciudad, piche inseguridad, ya me tiene hasta… aquí. Pero
qué le vamos a hacer, como dice Cristina Pacheco: “Aquí nos tocó vivir…” y nos
jodemos.

Pero la neta uno se va acostumbrando y va aprendiendo cómo manejar los


asaltos, yo soy experto, me cae. Y digo, si hay alguien aquí que no ha sufrido
un atraco, lo felicito Pero, a ver, vamos a hacer una encuesta: (Al público) ¿A
quien lo han asaltado… cómo, dónde…a quién no? Que alce la mano… (los
cuenta) mejor váyala bajando porque a todos nos va a tocar algún día, a todos.

Miren, les voy a dar unos tips, no para evitar asaltos, pero sí, para evitar la
violencia. Todo lo cuento desde de mi experiencia y la verdad, aprovechen los
consejos que les voy a dar.

Yo desde hace ya muchos años, he tratado de mantener una relación amable


con la delincuencia, en especial con los ladrones y creo que lo he logrado.
Las ratas y yo tenemos un trato:
1. Ellos me asaltan y yo no opongo resistencia;
2. dejo que se lleven todo y no me lastimen;
3. huyen felices y ya que se fueron, agarro valor y se las miento.
Como ven es lo que se llama un “Acuerdo Tácito entre las Partes”… y ellos así
lo entienden.

2
En uno de mis varios encuentros con esta subespecie humana, decidí que algún
esto me iba a servir para algo, o sea, igual como materia prima para escribir un
libro o una película o aunque sea una canción. O de pérdida: mi tesis en leyes,
soy abogado. Pero también, he de aclarar que tengo inclinaciones artísticas…
en serio, hago de todo: leo en voz alta, declamo chingón, bailo salsa, canto
boleros, escribo crónica de nota roja, he tomado varios de cursos de actuación,
teatro y circo… o sea, soy un tipo “versátil”… y muy sensible, se podría decir. O
sea, hago de todo para sobrevivir y pues… yo pienso que todas esas
experiencias me van a servir, algún día.

Así que yo, de los ladrones, tengo un registro, o sea de nuestros “intercambios”,
de nuestras “transacciones comerciales”, por llamarlas de algún modo.

Así que tomen nota, por que esto les va a servir como medida preventiva para
cuando les toque vivir un mal momento como a mí.

1. LA PRIMERA VEZ O DE CÓMO PERDÍ LA INOCENCIA

Tenía once años, en plenos ochentas. La fiebre de los patines estaba en todo su
apogeo. Mi tía y su, entonces, novio, nos habían llevado a mis primos y a mí a
una pista de patines de ruedas de las que estaban de moda: era un local cerrado
con música de moda, hielo seco y esfera giratoria de espejitos en el techo.
Vendían malteadas, refrescos y frutsis.

Mis primos y yo nos poníamos gel super punk para ligar niñas a gran velocidad,
(cabe aclarar que a los once años, 13 kms/hr es una gran velocidad) las
alcanzábamos, las rodeábamos y venía lo bueno, les hablábamos al grano:
“¿quieres un frutsi o prefieres una chupa pop?”, yo siempre me las di de más
lanzado y era el que comenzaba con el consabido intercambio de preguntas-

3
respuestas: “¿Cómo te llamas? Ah… ¿y tú?, ¿dónde vives? aquí, allá, ¿en qué
escuela vas? en ésta, en la otra, ¿me das tu teléfono? sí, anota”. ¡Órale, me dio
su teléfono, soy todo un galán! Bueno un mini-galán de once años.

Así era la cosa, pagábamos dos horas de patinada y luego nos íbamos de
regreso a casa, orgullosos de nuestras conquistas y con un número de teléfono
anotado en la palma de la mano. Pero ese día no fue así.

Salimos del patinerama “Boggie wonderland” -- creo que así se llamaba--.


Caminábamos al coche de mi, ahora, tío; íbamos con los patines colgando sobre
los hombros perfectamente anudados a modo de alforjas, cuales intrépidos
cowboys del viejo oeste cuando oigo:

-- ¡Tú vas con el pelos necios!—

Cuando volteé, detrás de mí estaban unos gorilones como de 20 años,


arrebatándonos los patines, nos dieron un zape, se subieron a su pick- up y
huyeron. Mis tíos ni en cuenta… ellos junto al coche dándose besitos y
pegándose sus arrimones. Hasta que escucharon llorar a mi prima La Beba, se
“percataron del suceso”.

-- ¡Qué bárbaros, hijos de su madre, ojetes!— les gritó mi, ahora, tío en tono
desafiante ya que se habían ido, le respondieron con mentadas, risas y
chiflidos.

Ni modo, mi bautizo como víctima del robo se había consumado. Pero no me fue
tan mal y lo reconozco, el domingo siguiente, mi papá me compró unos patines
nuevos, eran mejores y mucho más veloces, ya que con ellos alcancé
velocidades inimaginables… como de 17 km/hr.

4
Pasó la fiebre de patines y los arrumbé. Luego me dio por el beis y mi papá me
compró mi manopla, mi bat y mi pelota y los arrumbé; luego me dio por más
cosas, todas las arrumbé. Mis jefes dejaron de creer en mí. Tal vez, por eso soy
así, para vengarme de ellos.

A mi tío, nunca le pude decir “tío”, desde ese día le digo “quihubo, güey”.

2. LA SEGUNDA VEZ YA NO FUE TAN EMOCIONANTE

Acabando la prepa, iba de viaje a Querétaro a ver a una novia que se había ido
a vivir para allá y me había pedido que la visitara. Tomé un autobús en la Central
del Norte, a mitad del camino pasandito la caseta, dos de los presuntos
pasajeros se levantaron, caminaron hasta el chofer y empuñaron sendas armas
de fuego.

-- Esto es un asalto, ustedes tranquilitos y nada les va a pasar—gritó uno y


comenzó a avanzar por el pasillo, mientras el otro encañonaba en la cabeza al
conductor.

De manera muy lenta, de mi cartera extraje algunos billetes y los escondí bajo el
asiento, sólo dejé doscientos pesos dentro.

--Nomás no se vayan a querer pasar de listos porque me los quiebro, saquen


lana, relojes, cadenitas y anillos— decía la rata de dos patas en tono
intimidatorio.

Luego iba asiento por asiento, los pasajeros le daban todo. Cuando llegó a mi
lugar, el 35, abrí mi cartera y él tomó sin chistar los 200 pesos, me miró y
siguió…

5
Me desilusioné, pues en el tiempo transcurrido entre el primer asiento y el mío
yo ya había desarrollado una historia de lamentaciones y autocompasión que iba
a contarle, donde yo era caperucito rojo y mi mamá me había dado dinero para ir
a ver y llevar las medicinas de mi abuelita, que estaba enferma, y “si usted,
señor asaltante, me quita ese dinero, mi abuelita va a morir, no quiero que se
muera, por favor, no quiero que se muera, por favor, por favor”. En mi historia
ella se moría y yo, culpable de causar su muerte, le llevaba mariachis a la tumba
y ya bien borracho, le cantaba “Mi cariñito” y le decía: “abuelita, otra como tú…
pos ¿dionde?”. Claro que en mi historia mi abue se parecía a Sara García y yo,
era igualito a Pedro Infante. Total, ya estaba yo desarrollando mi actuación
vivencial y sentida… cuando llegó el ladrón, tomó mis 200 pesos, y se largó.

Me quedé con ganas de actuar.

Consumado el robo, obligaron al chofer a detenerse, se bajaron a media


carretera oscura. Un carro los iba siguiendo, se estacionó tras el autobús, ellos
treparon y se fueron.

Llegamos a Querétaro, el conductor dio parte a las autoridades y se levantó el


acta correspondiente; los agentes nos tomaron declaración a todo el pasaje,
preguntando nuestros generales y el monto robado, todos exageramos, los polis
se reían como diciendo: “sí, güey, te robaron diez mil pesos, ajá”.

Con lo que guardé bajo el asiento, me crucé la calle a una cantinita que está
enfrente de la central, para beber y olvidar. Lo logré, me olvidé del robo, del
susto y de la decepción actoral, bueno me olvidé hasta de mi nombre… y de
reportarme con mi novia.

De los ladrones, del dinero y de Camelia, nunca más… se supo nada.

6
3. LA TERCERA ¿ES LA VENCIDA?

Fue rápida y veloz. Venía bien cansado caminando por la calle de noche, me
acuerdo que venía de clase de “Teoría general del Derecho Mexicano II”
después de chambear como auxiliar administrativo legal en la “Unidad
delegacional adjunta de protección civil” y ya sólo tenía que caminar unas
cuantas cuadras después del aventón que me había dado un compañero de la
Universidad. Caminaba cantando “se hace camino al andar, golpe a golpe…
verso a verso”, yo siempre cantó, me sé muchas canciones. De pronto, mi afán
melódico se vio interrumpido, una pandilla de menores de edad con cuchillos y
otras armas punzocortantes me cercaron, me amenazaron y amagaron con
golpearme, tuve un arranque de valor y les iba a contestar, pero una punta frente
a mí, me contuvo y callé.

Me quitaron mi portafolios completito, la cartera y se echaron a correr, los seis


hamponcitos desaparecieron por una de las calles de la colonia, quise
perseguirlos, pero el cansancio y mis finos mocasines me disuadieron de
hacerlo, “pinches adolescentes jodidos y con ganas de joder al prójimo”, pensé.
Los empleados de la gas que está enfrente vieron todo, todito, pero ni se
inmutaron, ya están acostumbrados, yo creo que hasta disfrutan del
espectáculo. Todavía a veces me los imagino sentados, comiendo churrumais y
apostando quién será la siguiente víctima:
-- ¿Cuánto le pones a que a esa “Doñita” le atracan las bolsas?
-.Nel, seguro van sobre el chavo del saco color mostaza, con portafolios.

De verdad, antes me alcanzaba para vestirme bien, me cae, y aunque lo duden,


el color mostaza estaba de moda en los 90, y ya ahora no quiero despertar
envidias y menos tentaciones… pero a mí me gusta vestir bien, muy bien--.
Después del asalto, como ya estaba cerca de mi casa, me seguí caminando a mi
hogar, dulce hogar. Iba muy encabronado y les menté su madre a todos: a las

7
ratas, a los empleados de la gas, a sus clientes, a los vecinos, a la policía
ineficiente y a Salinas de Gortari por heredar tanta delincuencia, a todos.

Y sí, dije a todos.

4. EN SAN MIGUEL DE ALLENDE, GUANAJUATO.

Era yo ya pasante de abogangster y estaba adscrito a la Dirección General


Adjunta de Protección Civil en mi calidad de Auxiliar de Inspector… me habían
mandado como cada fin de año a realizar verificaciones a San Miguel de
Allende, Guanajuato, era pleno Diciembre y yo acostumbro irme de marcha
como decimos en España, bueno a la visita de las 7 casas para que ustedes
entiendan, y luego saltar por “ahí de bar en bar, llorando sin podérmela olvidar,
gastándome la piel en recordar su jurameeeentoooo, perdón, no la quisiera
lastimar…perdón…” Perdón, digo, como les iba diciendo, el pueblo es chico y lo
conozco bien, voy de antro en antro, es que en todos lados me conocen porque
soy buen cliente, llegaba yo y abrían las cadenas, la demás gente nomás me
veía como si yo fuera importante.

Entraba a un antro, un par de tragos y de ahí a otro y ahí le campechaneaba. Me


metía a uno de blues, y luego me pasaba a otro de pop, y ya luego a una cantina
de norteñas, ecléctico que es uno, y ahí estaba yo cante y cante, sin karaoke; la
gente hasta me aplaudía, no es por nada y ya se habrán dado cuenta, pero no
canto mal las rancheras.

Total, al salir de uno de los barecitos del centro, unos malandrines con pistola
me treparon a su nave, me amagaron, amenazaron, me pusieron unas
cachetadas y me bajaron mi varo. Me fueron a botar en la carretera a unos
kilómetros de ahí. Pasaba un taxi, le expliqué lo sucedido y me llevó de regreso
a mi hotel, donde había dejado lana guardada. Según yo me iba a quedar varios

8
días, pero a la mañana siguiente, pobre, asaltado y “sin ilusiones” me regresé al
DF.

Lo que es la vida, a veces, uno se siente más seguro aquí en lo conocido de


nuestra Ciudad… y si lo van a atracar que sean chilangos y no desconocidos,
¿O no? Total, aquí todo queda entre nosotros que, al fin y al cabo, tenemos un
código no escrito ¿Verdad que sí? ¡Salud!

5. EN UN PESERO. CIUDAD DE MÉXICO.

Viajaba en micro sobre Insurgentes ¿Se acuerdan? Cuando no había metrobús


y había peseros en triple fila, parados todo el tiempo… en un alto se subió una
pandilla, en segundos nos quitaron todos nuestros valores.

Conmigo iba mi amiga la Yuyis, es actriz universitaria y venía de ensayo y de su


clase de baile folklórico, en pants, con leotardo y huipil, toda sudada y fodonga…
fachosa pues.

Iba a abrir su monedero para apoquinarle al botín, pero cuando uno de ellos se
le acercó, yo creo la vio muy jodida porque le dijo: “No manita, tú eres valedora,
no nos des nada, carnala”. ¡¡Le perdonaron el robo!!

Después de que se bajaron y echaron a correr, yo me carcajeaba de la Yuyis.


Una señora embarazada se puso mal, comenzó a llorar, sentí pena y lástima. A
los diez minutos, ella seguía gritando histérica, ya no sentí lástima, sino coraje,
la quería ahorcar, pinche vieja escandalosa, ni le habían hecho nada.

A mí nomás me quitaron treinta y siete pesos. Fue lo más emocionante de ese


día. A la Yuyis… no le gusta que cuente esta historia, porque aunque está es
bien vanidosa y ese día hasta unos pinches vagos la despreciaron.

9
Es más, ni me vaya a oír ¿No andas por aquí, verdad, Yuyis? ¿No? Ah, qué
bueno porque nomás se pone punk y es de las que sueltan madrazos. Alto a la
agresividad, ¿no?

¡Esquina bajan!

6. EL DEL BAR

Fuimos a echar el “dancing” a un lugar de esos donde hay show en vivo y toda la
cosa, acá por la Colonia Roma, el lugar estaba lleno y bien animado. Entre
cantante y cantante se escuchaba música grabada para bailar.

Procura coquetearme más y no reparo de lo que te haré


Procura ser parte de mí y te aseguro que me hundo en ti

Llevábamos media botella de ron, éramos otro abogado, nuestras respectivas y


yo; cuando hacia la una de la mañana, entraron cuatro tipos. De la nada,
aparecieron cuernos de chivo y gritos amenazantes.

-Se los va a cargar la chingada. Quiero que aflojen todo— dijo uno.

Se distribuyeron. Uno al fondo resguardando barra y zona de camerinos, otro en


la entrada y dos más que pasaban mesa por mesa, a desvalijarnos.
Yo estaba bailando al momento de la violenta irrupción.

- Cuidado, hay viene una patrulla, todos calladitos o se los carga la verga —
sentenció el de la entrada.

10
- No mames, van a sospechar si ven que no hay desmadre -le contestó otro–
mejor que sigan, como si hubiera gran jolgorio. Y a la orden del jefe, en la pista
continuó el bailongo:

“Como los unicornios van desapareciendo…


Un amor como el nuestro no debe morir jamás”

Por primera vez en mi vida, al bailar salsa, me salió la vuelta de cascada, ésta
donde se entrecruzan los brazos y luego las manos caen semejando la caída del
agua ¡Me puse feliz! nunca antes me había salido. Para mi mala suerte nadie se
dio cuenta, ni siquiera mi novia y como no nos permitían hablar entre nosotros,
no pude ni presumirle ¡Puta! Eso era como un karma, mi capacidad creativa
había sido eclipsada nuevamente.

Siguieron asaltando al resto de la concurrencia. Entre el barullo del baile y el


nerviosismo, se les olvidó registrarme a mí… fui el único que se salvó de que lo
desvalijaran, hasta al cocinero y al mago – porque actuaba un mago muy soso
en el show, mi chava decía y estaba necia con que era el maguito Rody, ese
pinche chamaquito antipático que salía en “Chiquilladas”. Creció y nomás no se
le quitó lo pesado--.

Había un ataque colectivo de histeria en el bar. Mucha gente lloraba. Yo,


acostumbrado a este tipo de emociones, me senté a fumar mientras
contemplaba la escena. Lo que siguió era lo de esperarse, los malos huyeron y
los buenos llegaron demasiado tarde

A la pregunta del oficial, contesté que me habían birlado el efectivo y mi reloj.


¿Qué tal que digo que no me habían robado nada y despierto sospechas por
cómplice? Creo que mi declaración fue convincente, por fin, de algo me habían
servido las clases de actuación. Ya luego el licenciado y yo nos fuimos a mi casa
y nos empujamos el resto de la botella.

11
Ese día terminé con aquella novia que no sabía moverse... ¡Por supuesto que
me refiero al baile, eh!

Ya pasó el tiempo y a veces creo que no fue casualidad que no me robaran esa
noche, pienso que alguno de los ladrones era buen bailarín de salsa y vio mi
vuelta de cascada tan magistralmente ejecutada en tan tensa situación que
como homenaje, decidió no despojarme de mi lanita, como gesto de respeto de
bailarín a bailarín… sí, eso fue… Una prueba más de nuestro acuerdo tácito.

7. CERO Y VAN… ¿CUÁNTAS? YA NI ME ACUERDO

Fue allá por Satélite, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme. Salimos
de casa de Ángela, otro cuate y yo, íbamos a comprar cigarros al seven-eleven,
mientras caminábamos, contándonos nuestras penas de amor, ah, porque los
hombres también nos contamos esas cosas, y no señores, no me vean con esa
cara, pues tener valor para contarse esas cosas, es de hombrecitos y no de
gays, en fin, venía limpiándome una lagrimita por una mujer que me hizo sufrir. Y
sí, los hombres también lloramos, pues qué… entonces una patrulla se acercó
lentamente, nos detuvo, nos preguntaron que si traíamos drogas, era obvio que
no, pero aun así, nos treparon, nos hicieron preguntas, nos pasearon por varios
minutos, finalmente nos bajaron la poca lana que traíamos, luego nos botaron en
un lugar que no conocíamos, se fueron con la sirena encendida. ¡¡Me habían
atracado unos policías!! Me enchilé, caminamos mentando madres y poco
después, a gritos detuve a otra patrulla y les dije: unos colegas suyos nos
acaban de robar, así como lo oyen. Suban y los buscamos ¿Cómo eran? Flacos,
prietos y pelones, como ustedes comprenderán. No les hizo gracia mi
comentario. Nos bajaron. Tuve que tomar un taxi a casa de mi abuela, ella vive
por allá. A las dos de la mañana tuve que ir a tocar y pedir prestado para el taxi.
Nunca le pagué, a pesar de que había provocado su muerte por no llevar sus

12
medicinas, y ella que me había ayudado a desarrollar aquella escena en el
segundo asalto. Mi abue es re´buena conmigo, me cae.

Abuelita… otra como tú… pos ¿Diónde?

8. LA DEL SECUESTRO EXPRESS.

Algunas noches, mientras duermo intranquilamente, se reproduce tal y como


fue. Todavía me acosan las imágenes como si fuera ayer, todo es tan vívido y
cercano que no es posible hacer a un lado la angustia, sucede así, casi siempre;
detalles más, detalles menos.

Clásico, mi amigo Marco y yo salimos de un antro bien servidos y abordamos un


minitaxi. A las pocas cuadras frena el chofer y se suben dos tipos, obviamente,
cómplices del taxista. A mí me acomodan en el piso donde no hay asiento, en el
lugar del copiloto. Los otros dos flanquean a mi cuate en el asiento trasero, lo
encañonan. Nos dan un rol por calles que no conocemos, gritos léperos,
amenazas y otras técnicas intimidatorias que ya conozco, trato de relajarme. Mi
amigo va muy borracho, y transcurre la escena que a continuación detallo.

Los malandrines le ordenan cerrar los ojos, Marco acata la orden, pero como va
tan borracho al suspender la entrada de luz por las ventanas del alma, o sea los
ojos, pues le provoca sueño y comienza a cabecear para abandonarse a los
brazos de Morfeo, los maleantes se dan cuenta, le gritan: “No te duermas” y
madres, le sorrajan un zape en la frente, al sentir el golpe, Marco reacciona,
trata de mostrarse despierto y vivaracho, por lo tanto, abre exageradamente los
ojos, los malvivientes al verlo así, le dicen: “pero que cierres los ojos” y madres,
otro chingadazo, sólo que ahora en la nuca. Su cabeza semeja a una pera-loca.
Marco cierra los ojos, se vuelve a quedar dormido y nuevamente se repite la
secuencia entera: cabeceada, grito, madrazo, apertura de ojos, grito, madrazo,

13
cabeceada. Siento lástima por mi amigo y les digo: “ya, no le peguen, no
manches, viene bien pedo” y madres, otro chingadazo, nomás que ahora me
toca a mí en la cabeza. Un “tú no te metas” secundó la acción violenta. “Ni
modo, pendejo, para que no te vuelvas a sentir paladín de la justicia, eso te pasa
por compasivo”, me reclamo molesto a mí mismo, claro que me lo digo en
silencio, que tal que me oyen, se encabronan y me toca otro chingadazo. Como
muy pocas veces en la vida -- y eso, Diosito bien lo sabe-- hago gala de la
discreción. Juro por lo más sagrado que me cuesta mucho trabajo, pero lo logro.
Guardo silencio.

Llegamos a un cajero automático, nos quitan tarjetas y preguntan nuestro NIP,


con la amenaza de que si no es, van a plomear a mi cuate, a él le dicen lo
mismo, “ojalá que en su peda recuerde su nip, si no, me carga”, pienso en ese
momento. Los números resultan correctos, respiro. El asaltante baja por la lana,
saca lo más que puede y regresa. También nos quitan dinero en efectivo,
celulares y relojes. Acto seguido, nos van a botar por rumbos del aeropuerto, no
sin antes dirigirnos una advertencia: “los vamos a dejar aquí, pero cuando
arranque el coche, cierran los ojos, cuentan hasta veinte y luego, ya pueden
voltear, si no lo hacen, se van a arrepentir”, decimos que sí y nos invitan a bajar
del auto. Apenas contamos hasta tres y en cuanto escuchamos el ruido del
motor que se aleja, nos envalentonamos, volteamos, corremos para perseguir el
coche y gritamos “pinches ratas, regresen, esto no se va a quedar así,
regresen”, ellos no responden a nuestro desafío y huyen cobardemente. Mucha
gente nos ve, pero nadie atiende nuestra demanda de justicia. El taxi se va
perdiendo entra calles oscuras. Al revisar nuestros bolsillos, Marco descubre
algunas monedas que no sé por qué quedaron escondidas, “mira, traigo lana”.
Con eso llegamos, pienso, pero no se lo digo porque me parece muy obvio el
uso que le daremos a esas monedas. Marco se dirige a una tienda de abarrotes
a hablar por teléfono y pedir ayuda a algún conocido, yo me siento en la
banqueta a lamentar mi suerte. Marco sale de la tienda “¿A quién llamaste?
¿Van a venir por nosotros?”, le cuestionó. Lo veo destapar una cerveza de lata,

14
me ofrece otra y pone cara de que no tiene idea de qué le acabo de preguntar.
“Como serás pendejo, después de lo que nos pasó todavía quieres seguir
chupando…” le reclamo mientras le quito la cerveza nueva. Después de
negociar y explicar a la dueña del negocio lo acontecido me regresa unos pesos,
llamo a Beto, uno de nuestros cuates, el ojete de mierda dice que no puede ir
por nosotros. “Algo se te ha de ofrecer, culero”. Cuelgo el teléfono. Con lo que
sobra de la llamada y la cerveza katafixiada, nos alcanza para viajar en metro.
Mientras caminamos a la estación, Marco comenta orgullosamente, “tienes que
reconocer que fue toda una aventura y estuvo chingona, ¿por qué no lo usas de
material para un cuento o para tu tesis?”. “Chinga tu madre, pinche borracho
desconsiderado”.

Normalmente, despierto en ese momento, inmediatamente marco el teléfono,


escucho la voz de Marco y, con todo el resentimiento acumulado durante
muchas noches de pesadillas recurrentes, le digo muy lentamente: “Chinga tu
madre, pinche borracho desconsiderado”. Él sólo ríe.

9. UNA DE CAL POR LAS QUE VAN APENAS.

Después de la pasividad mostrada por el ciudadano promedio cuando me han


visto víctima de los asaltos, juré que yo si tenía la oportunidad, intervendría. Así
que el día llegó y la oportunidad apareció.

Caminando una tarde, a esa hora cuando comienza a oscurecer, al lado de un


mercado que está por los juzgados, alcancé a distinguir varios cuerpos en una
especie de danza frenética. Seguí caminando y al acercarme escuché:

-- Te dijimos que nos dieras todo.

Me hirvió la sangre, eran varios los asaltantes trabajando, todos muy jóvenes.

15
A la víctima le calculé, por sus canas y arrugadas, más de 60 años. Se trataba
de algo que yo había vivido en carne propia y no podía quedarme así.

Una voz me decía en un oído: “No te metas, no es de tu incumbencia, no te


arriesgues”…en el otro escuchaba insistentemente: “es tu obligación de
ciudadano, actúa, haz algo”. Las dos fuerzas debatían en mí, Eros y Tanatos en
forcejeo violento, la decisión la tenía que tomar y lo hice: “me meto, pues qué
madres…”, y me metí; comencé a repartir chingadazos, patadas, puñetazos, de
todo, uno por aquí, otro por allá. No me podían controlar, mi energía estaba
desbordada… me empujaron a un lado, yo temblaba y tuve que respirar hondo
varias veces para tranquilizarme; me alejé de la escena, y mientras caminaba
lentamente, muy orgulloso me felicité a mí mismo por la buena madriza que le
habíamos metido al pinche viejito.

Ese día descubrí que Darth Vader era mi padre y me pasé al lado oscuro.

10. FINAL. TODAS LAS QUE FALTAN

Yo no quería ser así, simplemente, me vi envuelto en un entorno violento y de


delincuencia, sólo reaccioné y… ¿qué más puedo hacer… si como dice la
canción, “yo soy rebelde porque el mundo me hizo así”?...

Así que si usted, amable espectador, me llega a reconocer en algún asalto,


desde este momento le extiendo mis sinceras disculpas y niego rotundamente
mi participación en los actos que se me imputan. Si llegamos a realizar alguna
“transacción” de este tipo, le suplico que no me haga enojar porque, de verdad,
no me gusta lastimar a la gente. No me malentiendan, sigo siendo abogado,
pero con esta maldita crisis, no hay dinero que alcance y uno tiene que buscar
otras chambitas… como ésta.

16
Y recuerden, la voz de la experiencia me dice que siempre es mejor coadyuvar
de la mejor manera, así que sigan mi consejo: “flojitos y cooperando”, o lo que
es mejor, “con calmita y nos amanecemos”.

¿Estamos?

Estamos.

Saca una bolsa de lona que deposita en una mesa, luego una pistola, corta
cartucho y con calma se dirige a la audiencia

Así que sus valores en esta bolsita y no se quieran hacer los héroes porque ya
saben. Aflojando, aflojando. (Al teléfono) Bueno, ya estuvo… los mareé con un
“choucito”… Te digo que esto de la “actuada” siempre se me he dado… ¿Ya
estás aquí? Ok, no apagues el motor, ahí te voy… Señores, gracias por su
cooperación y que se la sigan pasando bonito. Buenas Noches.

Dispara al aire y sale.


Oscuro

17

También podría gustarte