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LA NATURALEZA DEL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

Elaborado por Viviana Parra Cortes 1

El conflicto armado en Colombia, se ha caracterizado por ser un conflicto interno con


causas estructurales generadas por la exclusión social y la desigualdad económica en el
país. Una guerra, cuya duración formal llega a más de 50 años, y que ha dejado heridas tan
profundas en todas las esferas de la vida de los colombianos (Ramos, 2017), ya que este
conflicto, ha traspasado al plano político e inclusive al cultural, evidenciándose en algunos
casos una normalización y legitimación de los actos violentos como cultura (Padilla y
Bermúdez, 2016), en el siguiente ensayo, se expondrá inicialmente lo orígenes, las causas
estructurales, la tipología y las características propias del conflicto armado en Colombia,
realizando un análisis frente a la normalización de este fenómeno que afecta actualmente
las relaciones interpersonales y los procesos de paz que vive actualmente el país.

Los orígenes del conflicto armado en Colombia se dan aproximadamente en los


años sesenta, sin embargo, la génesis de las tensiones datan en la década de 1940 a partir de
algunos eventos que sirvieron de plataforma para una evolución que desencadenaría en la
aparición de la FARC y el ELN en el país (Niño, 2017), no obstante, no hay que desconocer
el papel de las huelgas, por ejemplo de 1924 en la Tropical Oil Company y en la United
Fruit Company en 1929, así como “las luchas de colonos y campesinos por los baldíos y de
los indígenas contra la usurpación de sus tierras” (Fajardo, 2014, p. 14), acontecimientos
que avivaron la generación de una cultura de resistencia en los ciudadanos ante la
vulneración de sus derechos.

Atendiendo a la organización que realiza Ordoñez (2013), frente a la periodización


de la violencia en el país, se puede identificar tres periodos claves para comprender el
conflicto armado en Colombia, el primero de ellos, “La violencia bipartidista”,
caracterizada por la intensificación de la tradicional confrontación nacional entre liberales y
conservadores (Gaitán, 2016), en el cual se ubica todas aquellas represiones de las luchas
reivindicativas, y eventos como el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de
abril de 1948, que provocó la revuelta popular conocida como “el bogotazo” (Comisión
Histórica del Conflicto y sus Víctimas, 2015).

1
Estudiante de la especialización en gerencia social - Escuela Superior de Administración Pública
Por otra parte, en el periodo denominado “Violencia revolucionaria”, en la cual se
analiza las implicaciones ideológicas posteriores a la revolución cubana que motivaron la
creación de grupos armados en el país, a los que se les denomina guerrillas, como el ELN,
El Ejército Popular de Liberación (EPL),  M-19 , y las FARC, sin embargo, esta expansión
militar guerrillera también conllevo a que generaran las AUC (Autodefensas Unidas de
Colombia), grupos de autodefensas como ejércitos de carácter privado para narcotraficantes
y la industria de las esmeraldas, los cuales se generan con la idea de acabar con la guerrilla
en zonas como Magdalena Medio, Córdoba, Urabá y Orinoquia (Bello, 2008).

Finalmente, el tercer periodo se denomina “Violencia Narcotizada”, el cual continúa


con la línea de la creación del paramilitarismo, pero ahondando el análisis en un conflicto
que Ordoñez (2013), denomina “más difuso y complejo” (p. 249), ya que en esta violencia
es producto de la permeabilidad de la sociedad colombiana frente a la cultura del
narcotráfico y la violencia urbana, lo cual, avivo la generación de otros fenómenos que
actualmente golpean al país como lo es el sicariato, la corrupción, el aumento de la
criminalidad urbana, el crimen organizado, las Bacrim, entre otros (Prieto, 2013).

A partir de lo expuesto anteriormente, se puede atribuir el conflicto armado en


Colombia a diversas causas, y el hecho de que sea prologado, inclusive imposibilita aún
más dicha atribución especifica de causalidad, ya que una causa en un momento, deviene
consecuencia en otro, por lo que en ese sentido, se puede hablar más acertadamente de una
problemática multicausal, en la que los fenómenos se han generalizado y han conformado
un contexto sistemático de violencia en el país.

Frente a la caracterización, este conflicto se ha distinguido por dos cosas, como ya


se ha mencionado: primero, por ser un conflicto prolongado, ya que la confrontación
armada en el país es una de las más antigua en el mundo y segundo, por ser un conflicto
complejo, debido al número de actores involucrados: el Estado, los grupos guerrilleros y el
paramilitarismo (Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, 2015).

Entonces, ¿Qué tipo de conflicto es el colombiano? Para poder definir su tipología


es necesario enmarcar la naturaleza de sus actores, la razón de sus disputas y la forma o
método en la que desarrollan su actuar. En ese sentido, se han definido diversas tipologías,
entre las que se encuentran por ejemplo la tipología que señala al conflicto armado
colombiano como un conflicto interno, atendiendo precisamente a los actores y al “origen”
de la disputa como factores propios de la nación, una segunda tipología, que se enmarca
dentro de la globalización lo define como un “conflicto regional complejo” ya que este trae
repercusiones internacionales, y finalmente aquella tipología que se centra en la intensidad
militar, sus tácticas y tipo de armamento lo define como un conflicto armado “no
convencional”, ya sus tácticas operativas no se desarrollan por ejemplo en grandes batallas
a campo abierto (Trejos, 2013).

Toda esta historia de conflicto en Colombia, como anticipaba en la introducción, ha


generado un sinfín de consecuencias culturales que actualmente imposibilitan procesos de
perdón, reconciliación y paz en nuestra sociedad. Y es que en el caminar de la historia de
Colombia, no se desconoce que todos los ciudadanos nos hemos formado alrededor de una
cultura de violencia, la cual, ha permeado las interacciones y la comprensión del actuar
socialmente aceptado, en la que los actos violentos se aceptan como mecanismos de
defensa y de afrontamiento ante las necesidades propias e inclusive ante la reclamación de
derechos. En ese sentido, tal y como lo menciona Kristinsdóttir (2015):

La violencia es en buena parte consecuencia de un comportamiento arraigado en


contextos infundidos por desigualdades sociales y basadas en la clase social, el
género, la raza o diferencias religiosas. Detrás de la normalización de la violencia se
encuentran los discursos, es decir, saberes y verdades representativos de los
contextos históricos y culturales de cualquier lugar, que producen las normas y las
percepciones existentes en una sociedad (p. 103).

Por lo cual, es innegable considerar que la violencia nos ha permeado a tal punto en
el que ha transformado nuestra forma de pensar las relaciones humanas, y es que como
hemos visto actualmente en los conflictos que se presentan en el país, aun continuamos en
la polarización de ideas, aun, aunque estamos en un “proceso de paz”, se distinguen
discursos de aprobación de la violencia y de la venganza como forma de responder y de
actuar ante las injusticias, aun, nos distinguimos por ser un país que no se desprende de una
historia marcada por el dolor del asesinato, las desapariciones forzosas, el desplazamiento,
y la incertidumbre de poder tener las oportunidades para avanzar.
Aunque los acuerdos de La Habana, son el consolidado de las transformaciones que
necesitamos para avanzar y “desenraizar el conflicto armado de las estructuras sociales”
(Padilla y Bermúdez, 2016, p.221), ¿Cómo podemos volver a sacar la violencia de nuestra
cultura? ¿Cómo podemos resignificar las experiencias de dolor y de lucha y convertirlas en
posibilitadores para un verdadero cambio social? , ¿Cómo podremos deslegitimar la
violencia que se ha normalizado en nuestro país?

Para concluir, considero que todas estas preguntas deben analizarse en medio del
proceso de “posconflicto”, que actualmente transitamos, definido como la fase que vino
después de la firma definitiva de los acuerdos de paz. Este posconflicto, supone la
oportunidad para empezar a reconstruir un nuevo país, que simiente su cultura en la
capacidad de perdonar y de construir paz atendiendo y acogiendo la diferencia y al
reconociendo del otro como un ser digno de derechos, que merece y deber ser escuchado.

Este proceso es la oportunidad para empezar de nuevo, ya que propende acción en


las victimas (a las cuales se dirige estrategias de rehabilitación y reconstrucción,
procurando restablecimiento de la verdad y estructurando una atención integral),
rehabilitación institucional (la cual está enfocada en repensar el papel de la participación
del estado en el posconflicto), cooperación internacional (en la que se incluye la
participación de la comunidad internacional en la reconstrucción del pueblo después del
conflicto armado), avance (dejar atrás las falencias del estado, evaluar los factores sociales
e institucionales que denotaron la guerra) y asistencia humanitaria (proporción de planes de
atención humanitaria a corto y largo plazo, aquí se ubica la atención de emergencia)
(Garzón, Parra y Pineda, 2003).

Con toda esta historia de violencia, deberíamos ser capaces de comprender que no
se puede legitimar la violencia como medio para solucionar el conflicto, ya que esto solo
atrae aún más violencia, aquella que queremos dejar ir de una vez por todas de nuestro país.
Deberíamos empezar a incorporar en nuestros discursos la idea de la reconciliación, de la
hermandad y del perdón, estas son ahora, las cualidades que se deben fortalecer o formar
en los ciudadanos, por ello, las nuevas pedagogías para la paz tienen tanta relevancia en la
actualidad, y es que si, definitivamente si debemos ser formados para comprender y atender
al necesitado, es por medio de la educación que podemos aprender a desligarnos de la
violencia que durante muchos años ha sido nuestro único referente y empezar a cambiar el
odio y la represión, por la escucha activa y la comprensión, debemos ser capaces de
defender y de reclamar nuestros derechos, pero no pensando individualemtne si no en el
avance colectivo, somos todos los que deberíamos querer la paz: somos todos los que
deberíamos comprometernos con este fin.

Referencias

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mitad del Siglo XX. Rev. Crim. vol.50 no.1. Recuperado de:
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