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Neobarroco PDF
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Jeong-Hwan Shin
I. INTRODUCCIÓN
Entre Italia y Alemania como fuente del arte barroco, Herbert Read
muestra la postura mediadora. Según Read, el arte nórdico acentúa siem-
pre la expresión de estados espirituales mientras que el arte clásico la
explotación del material. Pero el arte italiano comienza a representar es-
tados espirituales aferrándose aún a su gusto material. Es decir, es psi-
cológico en la intención pero materialista en los medios7. Se trata de la
contradicción estética donde surge la dificultad o rareza del arte barro-
co.
Por otra parte, Francia ha sido considerada como un país de escasa
tradición del barroco, siendo reticente al derroche del movimiento en
función de placer. Por ejemplo, Rene Welleck asegura en un artículo del
año 1946 que Francia es el único país de importancia que prácticamen-
te ha rechazado por completo la adopción del término «barroco»8.
Eugenio d'Ors, sin embargo, fiel a su concepción universalista del ba-
rroco, intenta incluir a Francia en su propio concepto intemporal del mo-
vimiento, al que considera como la expresión artística del absolutismo
y de la monarquía triunfante9. En particular, Jean Rousset afirma su exis-
tencia en este país diciendo que Circe y el pavo real son los temas prin-
cipales del barroco10. De esta manera, Francia pasa a reconocerse en la
crítica literaria como un país de tradición barroca. Rene Welleck, que
negaba la existencia del barroco francés, cambia de opinión, recono-
ciendo que en Francia se produjo un verdadero aluvión de escritos so-
bre la literatura barroca11.
7 Read, Herbert, El significado del arte, Buenos Aires, Losada, 1964, pp. 90-91.
8 Welleck, Rene, «El concepto de barroco en la investigación literaria», op. cit. (nota
2), p. 62.
9 D'Ors, Eugenio, Las ideas y las formas, Madrid, Aguilar, 1966, pp. 38-39.
10 Rousset, op. cit. (nota 3), p. 10.
11 Welleck, Rene, «Postscripto 1962», op. cit. (nota 2), p. 88.
12 Carilla, Emilio, Manierismo y barroco en las literaturas hispánicas, Madrid, Gredos,
1966, p. 432.
13 Hatzfeld, Helmut, Estudios sobre el barroco, Madrid, Gredos, 1966, p. 432. Hay in-
numerables estudiosos, además de Hatzfeld, que han proclamado el papel de España
como foco del barroco: Ortega y Gasset, Guillermo de Torre, Orozco Díaz, Guillermo
Díaz-Plaja, Karl Gebhardt, Nicolaus Pevsner, Ludwig Pfandal y Werner Weisbach,
entre otros.
14 Carilla, op. cit. (nota 12), pp. 19-21.
15 Lezama Lima, «La curiosidad barroca», en Confluencias, La Habana, Letras Cubanas,
1988, p. 230.
tos» por parte de los cronistas del viejo mundo. Según Carpentier, el ba-
rroquismo nace precisamente por la necesidad de «nombrar las cosas»
americanas:
25 Zea, Leopoldo, América en la historia, Madrid, Revista de Occidente, 1970, pp. 18-
24.
26 No pocos críticos niegan el barroco como propia expresión latinoamericana. Se tra-
ta de Ángel Rama, Julio Rodríguez-Luis, Juan Duran Luzio, Arístide Natella,
Leonardo Acosta y Reinaldo Arenas, muchos de los cuales apoyan la literatura de
compromiso. Por ejemplo, Leonardo Acosta dice que lo barroco no es inherente a
América, sino al contrario, superpuesto a lo americano, y condena al barroquismo
americano como fatalismo estilístico inaceptable (Acosta, Leonardo, «El barroco de
Indias y la ideología colonialista», Unión, La Habana, septiembre 1972, pp. 147-154).
27 Carpentier, op. cit. (nota 17), p. 36.
28 Cortázar, Julio, La vuelta al día en ochenta mundos, Madrid, Siglo Veintiuno, 1984,
tomo II, p. 46.
Pero las dos fórmulas del neobarroco coinciden, sin duda alguna, en
demostrar un interés particular en el lenguaje. Por cierto, la preocupa-
ción por el lenguaje no ocurre por primera vez con el neobarroco, sino
que ocupaba un lugar privilegiado en la literatura hispánica ya desde las
crónicas de Indias por su necesidad de fundar una expresión americana,
pasando por el barroco, el modernismo y la vanguardia poética. La no-
vela del lenguaje constituye la culminación de la renovación y del mo-
vimiento autónomo del lenguaje barroco.
V. CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA