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Detras de La Mascara Familiar
Detras de La Mascara Familiar
[El terapeuta afirma, (le una vez por todas, que en un juego de articulaciones,
cada miembro de la familia tiene su rol y su función, y estos roles y funciones se
integran entre sí. Por ello, justamente, el cambio es algo temible; por ello la terapia
puede ser muy peligrosa a menos que se haga frente común con la honzeostasis
del sistema. Esto equivale a una negación estratégica (le la terapia: «Hago la
terapia para no hacerla».]
El terapeuta como regulador homeostático y agente (le diferenciación al mismo
tiempo
Por el recurso de reforzar de continuo la vertiente homeostática, el terapeuta
introduce un input imprevisible, no sólo respecto de la lógica familiar, sino de una
lógica «social» de intervención psicoterapéutica. En esta línea, pidió a Giuseppe
que hiciera venir a la sesión siguiente a sus hermanos; justificó la necesidad de su
presencia con el empeoramiento que había sufrido y la urgencia de brin- (lar
apoyo a los padres. Con esta ampliación del sistema, el terapeuta se proponía no
sólo una redefinición del problema por referencia a la 9sitonomía de los padres
respecto de ios hijos, sino además una descomposición del conflicto concentrado
en el comportamiento sintomático del paciente. Así empezaba a delinearse la
redistribución de la atención y de los conflictos en los espacios personales y (le
interacción de cada miembro.
En esa sesión estuvieron presentes, además de Giuseppe, el padre y la madre,
los dos hermanos y la hermana: Franco, de 36 años, que vivía en la misma cuidad
donde ejercía la profesión de abogado; Andrea, de 34, casado, que residía en otra
ciudad, donde trabajaba en un banco, y Giovanna, de 22, que concurría a la
universidad y pasaba en el hogar todos los fines de semana.
Franco: Creemos que podría ser útil que se alejase del ambiente familiar.., pero no
sé ahora, con esta terapia familiar que se ha iniciado...
1’.: La terapia familiar en verdad no está encaminada, ni siquiera se ha iniciado...
Aquí sólo iniciamos el trabajo con las familias que presentan las condiciones
adecuadas.
[El terapeuta insiste en la negación estratégica (le la terapia. De este modo obliga
a los miembros del sistema a buscar, individuar y experimentar nuevas
configuraciones relacionales y personales, que por el momento lo tienen a cl como
punto de referencia.]
Franco: ¿Las condiciones adecuadas
T.: Sí, las condiciones adecuadas: En el caso de ustedes no me parece que se
pueda comenzar la terapia familiar; sobre todo porque considero... considero que
los padres se sienten en una situación extorsiva, de extremo malestar.
Franco: . . .Pero yo creo... tengo la impresión de que es acaso la familia la que lo
ha perjudicado... con cierta educación . . . cierta formalidad . . . quiZáS inadecuada
para estos tiempos.
T.: 1Ah!, pero entonces . . . ¡un moento entonces la historia es diferente... Usted
considera que la familia produce un malestar en Giuseppe, y no Giuseppe el que
lo produce a la familia...
1 El terapeuta acoge esta esquematiZGCió1 del problema y pone (le relieve su
valor diferenciador.]
Franco: Bueno, digamos que ahora es Giuseppe el que produce malestar a la
familia.., sin embargo, en el pasado... por cierto que mi hermano no nació ayer...
considero que al principio ha sido l familia la que lo perjudicó...
T.: En ese caso también sobre usted debió de influir.
[El terapeuta trata (le investigar, en clave diferenciada, el subsistema (le los
hermanos.]
Franco: Bueno, puede ser que cada uno de nosotros haya reaccionado de manera
diferente... Andrea y yo nos hemos apartado de cierta formalidad... En cambio él
es menor, se encontró en condiciones diversas.., quizá más próximo a Giovanna...
Padre: No quiero entrar en polémicas... pero sufro con la sola idea de enviarlo
fuera de casa.. . En sus actuales condiciones no sé...
[El padre re pro pone la centralidad de Giuseppe como paciente.]
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Conclusiones
Con la reconstrucción longitudinal de la terapia de la familia Fraioli hemos
intentado recomponer en sus partes el abordaje que en este libro presentarnos. Si
bien es posible distinguir una parte más estratégica, que apunta a la ruptura de la
rigidez disfuncional del sistema familiar. y otra que se podría llamar más
estructural, orientada a la reorganización de una nueva estructura familiar
(Stanton. 1981), en realidad en cualquier fase se puede observar la afirmación de
un mismo proceso: la pro gresica diferenciación de los espacios de los indicicluos
y la consiguiente pérdida de rigidez del sistema como un todo por la vía del
acrecentamiento de sus potenciales de información. La ruptura de la rigidez del
sistema familiar, que impedía un intercambio satisfactorio de informaciones,
coincide coii la activación de potencialidades individuales escondidas tras las
funciones reductoras del libreto familiar. De hecho, la ]iberación y el
redescubrimiento de los espacios personales de cada miembro de la familia
constituyen el resorte má% poderoso para descubrir las posibilidades de nuevas
configuraciones relacionales en el interior del sistema.
El terapeuta, por vía de la rede fin icién, la pro cocación y la negación estratégica
(Andolfi, 1977; Andolfi et al.. 1978), ejerce tina acción desestabilizadora sobre el
sistema familiar, obrando en diversos niveles:
a. Acepta la centralidad del paciente designado, con lo que subvierte por completo
su razón de ser, porque redefine su comportamiento como lógico, voluntario y útil;
b. constriñe también a los demás miembros a su restringido espacio personal, que
coincide con la función asignada por la específica lógica familiar;
e. pone de manifiesto y separa las contradicciones y los conflictos condensados
en la conducta sintomática, redistribuyendo así tensiones y conflictos por los
espacios personales y subsistémicos de cada miembro;
d. vuelve difícil o hasta imposible toda respuesta lue tienda a reproponer viejas
reglas y comportamientos repetitivos;
e. impide a la familia estahilizarse en torno de un equilibrio nuevo que sólo
represente una trasformación funcional idéntica a la precedente (Ashby, 1971);
f. trae a la luz fantasmas y miedos referidos al cambio, atenuando su valor
destructivo, y
g. activa el cotejo y la renegociacióñ de deseos necesidades individuales que ya
no se enmascaran tras la patología de uno de los miembros.
En el curso de este proceso, el terapeuta inicialmente ocupa el lugar del paciente
designado y se centraliza, con lo cual mueve a cada uno de los miembros a
definirse respecto de él. Es decir que convoca aquellas demandas
que nacen del cotejo de cada quien con su función; puesto que esta ya no se
actúa en el espacio de interacción, pierde el valor de conducta compartida con un
objetivo; de esa manera pone de manifiesto una identidad empobrecida y reducida
a una sola dimensión. Estas mismas demandas, aunque se expresen a menudo
en un nivel fantaseado, y siempre dentro de una estructura de contención en que
el terapeuta es garante, en primera persona, de la homeostasis familiar,
representan por sí mismas una información nueva y desestabilizadora.
Por el hecho de centralizarse y mantenerse de manera coherente en el polo
homeostático, el terapeuta modifica de hecho la configuración interactiva del
sistema, pero al mismo tiempo niega estratégicamente la posibilidad de cambio.
Lo que se persigue es abrir una brecha en la rigidez del sistema familiar, el
abandono de sus certezas y el comienzo de una búsqueda y una experimentación
(le configuraciones nuevas en el orden personal y de relación. El terapeuta opera
redefiniciones continuas que impiden al sistema familiar estabilizarse en torno de
una definición única; de ese modo, no permite que los miembros de la familia
inserten la intervención terapéutica en los antiguos esquemas de referencia.
Simultáneamente se descubren espacios personales nuevos y se reabren canales
de interacción, los que constituyen un acrecentamiento de los potenciales
informativos y, por lo tanto, de las posibilidades de reestructuración.
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En este plinto es posible proceder a la verificación de la estructura nueva, lo que
marca el paso de un abordaje estratégico a uno más típicamente estructural. Este
paso se caracteriza por la progresiva descentralización del terajieuta, hasta que se
llega a la escisión del sistenm terapéu‘‘(o.
Eii una primera fase, mientras los miembros de la famuja reivindican los cambios
sobrevenidos en función del terapeuta y del desafío con él iniciado, este responde
con la negación estratégica de la mejoría. Es decir que manifiesta uiia
disponibilidad mayor para aceptar los movimientos del sistema familiar, pero la
suhordina a una verificación concreta; para ello reclama uima acción que lleve a
resultados visibles en orden a los cambios de que los miembros (le la familia se
vanaglorian. Esa verificación se produce en la Sesión, para que sea después
continuada en la casa, lo que refuerza la tendencia al cambio amplifica el proceso
terapéutico más allá de la hora de reunión. Con este Proc’edimiento el terapeuta
pone el acento en la necesidad de que sea la familia la ({1IC se haga cargo de los
riesgos inherentes al cambio. Si la familia es capaz de poner en práctica, con
miras al terapeuta, modalidades imuevas de comunicación, podrá al rimismo
tiempo experimentar entre sus propios miembros las ventajas del cambio
aprender a funcionar de manera autónoma. En este estadio, el terapeuta conserva
SU posición central de regulador honieostático, y manifiesta su duda y su
perplejidad hacia las demandas de cambio, cuyos riesgos sigue destacando. Esto
permite a la familia ulteriores desequilibrios en el sentido del cambio, que se
manifestará como una acrecentada capacidad de cada miembro para individuar-
se en el interior del sistema.
Comienza entonces una segunda fase, que coincide con la progresiva
descentralización del terapeuta y la verificación, por la propia familia, de la
mudanza sobrevenida en la relación entre espacios personales y espacio de
interacción. Esto no significa ausencia de conflictos y de problemas, sino
capacidad para enfrentar esos conflictos sin experimentar la necesidad de
esconderse tras una, patología. Los cotejos en el interior del sistema familiar se
vuelven más directos, y el terapeuta mantiene la posición de su activador. Ahora
sus intervenciones, más típicamente estructurales, apuntan a ayudar a los
miembros de la familia para que definan sus fronteras individuales y
subsistémicas,
a activar esquemas nuevos de relación, scan internos o externos, y a idear
soluciones futuras practicables, de las que se podrá constituir en el 1)unto de
referencia con miras a ma verificación periódica
La aparente simplicidad de las líneas terapéuticas y la inteligibilidad de las
intervenciones características de esta fase podrían inducirnos a no valorar su
importancia e incimnrir en errores por 1)recipitación y superficialidad. Los
movimientos del terapeuta, en efecto, deben favorecer ahoJa el alejamiento
progresivo y, por lo tanto, una, disminución gradual del poder que antes había siclo
menester para la intervención.
La escisión del sistema terapéutico trae aparejado por último, el
reclescubnimiento, en el interior de la familia, de sus valencias autoterapéutieaS,
su capacidad para utilizar los nuevos inputs, provenientes de su interior o del
exterior, como oportunidades de cambio y de crecimiento. El objetivo final es que
el proceso iniciado continúe sin jue sean a necesarios los apovo.s terapéuticos.
Para volver al caso de la familia Fraioli, nos parece pa— radigmnático el modo en
que p a poco se redefinió el eomupoítannento sintomático del paciente. Al
comienzo, el teralwlmta, desde ima Posición central, lo redefiniócomológico.
voluntario y útil. Después por una ampliacióii de la tríada padre-madre-hijo al
sistema familiar, que incluía a los otros dos hermanos varones y a la hermana,
redefinió pragmáticamente ci problema por referencia a un conflicto generacional.
Se pasó así de una indifereneiada emotivicladi familiar en torno del síntoma, a
timia mayor diferenciación tic los conflictos. La vuelta a la tríada permitió poner en
relación la autonomía del hijo con la de los padres, y esta redefinición del
problema fue reforzada por una clara división subsisténlica entre la pareja y
Giuseppe.
Todos estos cambios sobrevienen en un contexto en que el terapeuta se mantiene
en el polo homeostático y prescribe en clave provocadora las reglas disfuncionales
del sistema, al tiempo que niega estratégicamente cualquier mejoría producida. El
momento de giro fundamental en el
proceso terapéutico es aquel en que los miembros de la familia modifican su
percel)ciófl de la conducta del paciente, es decir, cuando dejan de poner el acento
en
patología para consid mar su significado relacionl. c puede iniciar entonces una
búsqueda de autonomía, pero se presentan junto a ella el miedo del cotejo y de la
verifica—
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Bibliografía *
ción. Es la primera realimentación indicadora de que advi— no el proceso de
redefinición, de la nueva visión conceptual y emocional de los problemas, que
ahora se pueden enfrentar, en lugar de eludirlos (Watziawick et al., 1974).
Ahora las demandas son más persoiiales y ya no se deben esconder tras la
sintomatología. Los diarios que la madre llevaba, iniciados en forma impersonal y
centrados en la conducta patológica del hijo, se convirtieron en ocasión
para reflexionar sobre su propia vida, sobre la relación entre la autonomía de la
pareja en el interior de ella misma y frente al hijo.
En el curso del proceso terapéutico la familia se muestra, más y más, como un
conjunto de individuos, i menos como un sistema que reacciona en bloque. La
posibilidad tic una estructura nueva se presenta en el momento en que, por el
redescubrimiento de los espacios personales y subsistérnicos, se puede reconocer
de nuevo la relatieidad (le los significaclo.s atribuibles a 1(1 realidad, y formular
deseos que se miden con los límites de esta. En particular
para el paciente designado, pero también para. los demás, la función rígida va no
es preferible a la amenaza de una falta de identidad.
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