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Detrás de la máscara familiar

La familia rígida. Un modelo de psicoterapia


relacional
M. Andolfi, C. Angelo, P. Menghi, A. M. Nicoló-Corigliano
Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis,
Jorge Colapinto y David Maldavsky
La familia rigida. Un modelo di psicoterapia relazionale,
M. Andolfi, C. Angelo, P. Menghi, A. M. NicoR-Corigliano
© M. Andolfi, C. Angelo, P. Menghi, A. M. Nicoli-Corigliano
Primera edición en italiano, 1982
Primera edición en castellano, 1985; primera reimpresión,
1989; segunda reimpresión, 1995
Traducción, José Luis Etcheverry
Unica edición en castellano autorizada por los autores y debidamente protegida en
todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n9 11.723. © Todos
los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores, S. A.,
Paraguay 1225, 72 piso, Buenos Aires.
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cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o
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ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina.
ISBN 950-518-477-8
CENTRO UNIVERSI
DE LA COSTA
BIBUOT
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de
Buenos Aires, en junio de 1995.
Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.
Indice general
9 Palabras preliminares. María Cristina Racazzola
11 Í’refacío
15 Introducción. Familia e individuo: dos sistemas
en evolución
29 1. El diagnóstico: una hipótesis para verificar en
la intervención
46 2. La redefinición como matriz de cambio
56 :3. provocación como respuesta terapéutica
S6 4. La negación estratégicacomorefuerzo
homeostático
105 5. Metáfora y obÍeto metafórico en la terapia
124 6. La familia Fraioli: historia de una terapia
(al cuidado de Katia Giacometti)
164 Conclusiones
169 l3ibliografía
Palabras preliminares
Existen en el mundo algunos terapeutas familiares (como Minuchin, Whitaker,
Sluzki, Palazzoli, Haley, Satir) COfl extraordinaria habilidad para mover y
conmover la rígida estructura que presenta una familia, que consulta
por un miembro sintomático —lo que acostumbramos llamar un «psicótico», un
«neurótico» o un paciente «psicosomático»—. El grupo de Roma (Maurizio Andolfi,
Paolo \fenghi, Anna Nicoló, Carmine Saccu, Claudio Angelo, Katia Giacometti,
entre otros) pertenece a una segunda generación de terapeutas familiares;
personas jóvenes en su mayoría, participan de la creatividad de aquellos geniales
precursores, a la que añaden otra cualidad más difícil de encontrar entre los
primeros: la capacidad de explicar y de sistematizar ordenada y precisamente las
estrategias que ponen en juego y los criterios que las sustentan.
Quizá, dentro de la corriente sistémica, sorprenda la
perspectiva en la que se apoyan ideológicamente, claramente articuladora del
individuo-sujeto con la totalidad, y que es a su vez coherente con el modelo de
intervención que describen, el cual apunta al cuestionamiento de cada miembro de
la familia ‘ su compromiso con su propio moimiento vital.
Andolfi y sus colaboradores fundan el desarrollo de su intervención terapéutica en
la evaluación adecuada de las interacciones entre familia y terapeuta (lo que M. S.
Palazzoli llama «el sistema terapéutico», desplazando el foco diagnóstico desde la
familia hacia una articulación relacional en la que también el terapeuta está
incluido, debiendo percibir la función que aquella le «prescribe» desde los
mensajes de algunos de sus miembros y, a la vez, asumirse a sí mismo en
condiciones de diferenciación personal suficientes como para resignificar
críticamente los pactos vigentes acordes con el statu quo.
Jerarquizan permanentemente la presencia de un equipo
Prefacio
terapéutico como uiia pro1)uesta menos heroica más efectiva en este terreno, tan
difícil tan fructífero, de la salud mental.
La aplicación de esta forma de trabajo, de pocas intervenciones, muy
movilizadora, tendiente a que la familia recupere con rapidez sus recursos
autonómicos, resulta ideal para la instrumentación institucional dentro de una
política sanitaria que valorice la eficacia el cambio, cié primacía a la confianza en
los recursos propios de los sistemas consultantes, más que a la delegación en
«expertos». Por el contrario, no favorece ni la economía ni el narcisismo del
terapeuta que trabaja privadamente. Cada intervención constituye una terapia en
sí misma, y en consecuencia, ahí puede concluir el trabajo del terapeuta
consultado. Por otra parte. este no alienta en absoluto ci reconocimiento hacia sí
mismo por los cambios logrados. de acuerdo con su idea de que ellos se deben a
la capacidad de la familia para obtenerlos.
Si bien el libro se refiere al trabajo comi familias rígidas. en las que el miembro
sintomático aparece firmemente designado y clavado en su función, la
construcción del modelo de intervención define alternativas del accionar
terapéditico aplicables también a familias menos rígidas ( véase verbigracia, el uso
de la metáfora y de los objetos metafóricos, etc.).
Por último, la casuística y las experiencias citadas cii la obra remiten a familias de
una idiosincrasia mu’ semejante a la de las que nos consultan en la Argentina, de
estritetura asimilable por ser muchas veces familias de origen migratorio,
provenientes de Europa meridional. La investigación clinica permitirá delimitar los
alcances de su aplicabilidad a grupos familiares de otros orígenes étnicos
culturales, así como la discusión y la crítica seguirán ciiriqueciendo este fecundo
lugar científico constituido l)0[ la terapia familiar.
Niaría Cristina Bavazzola
Buenos Aires. enero de 1985.
Este volumen es reflejo de la evolución de un grupo eii el lapso de ocho años a
contar desde fines de 1974, cuando comenzó la actividad del Istituto di Terapia
Familiare de vía Reno. Primero nos empeñarnos en buscar objetivos y contenidos
comunes entre nosotros en esta primera fase nos pareció conveniente adoptar lifi
modelo teórico de tipo «estructural», es decir, un esquema que nos permitiera
simplificar la realidad descomponiendo la unidad familiar en sus subunidades
significativas. Las enseñanzas de Salvador Minuchin y su capacidad para observar
la peripecia dramática en el escenario terapéutico fueron los fundamentos sobre
los que empezamos a elaborar un mo- cielo de terapia en que diagnóstico e
intervención dejaban de ser operaciones separadas para convertirse en
ingredientes esenciales del proceso terapéutico.
Si al comienzo nos dedicamos a la observación de perturbaciones leves o
moderadas en niños y adolescentes, trasladamos después nuestra atención a
patologías más graves y de carácter crónico, que en este libro definimos «con
designación rígida». En esta segunda fase, advertimos que el significado-función
del comportamiento perturbado era en muchos casos oscuro ‘ nos obligaba a una
investigación mucho más circunstanciada.
Así, del lenguaje del niño pasamos a escuchar el lenguaje del psicótico. Si bien
descubrimos cierta semejanza entre ambos, el lenguaje del psicótico nos pareció
más rico en connotaciones metafóricas, de más difícil interpretación y, sobre todo,
incompatible con el deseo de asimilarlo a nuestro universo lógico. El fracaso
constante ‘i repetido de nuestro empecinamiento en conseguir «el cambio a toda
costa» despejó el camino para nuevas reflexiones. De este modo, dimos en
preguntarnos si era realmente útil considerar irracionalidad, contradictoriedad,
violencia y excluSión como «deficiencias a corregir», o si estos rasgos se debían
interpretar más bien como elementos constitutivos
it)
11
tic un modo de vida relaci( )lIal (fUe, aunque inadecuado disfuncional en cierto
nivel, podía iiiterpretarse, en otro. torno adecuado y funcional.
Llevarnos la indagación tras la fachada de la familia y así comprobarnos que
enfrentar poner en peligro de manera directa los equilibrios sistémicos que se
habían consolidado con el paso del tiempo sólO tenía por consecuencia reforzar la
estabilidad de la «fortaleza» familiar. En cambio, si eii el sistema terapéutico
neoformado nos convertíamos nosotros mismos en guardianes de la borneos-
tasis familiar, conseguíamos liberar a la familia de la responsabilidad de enfrentar
nuestras tentativas de cambio; en otras palabras: si nos volvíamos «más rígidos»,
permitíamos a la familia hacerse «más flexible».
Esta idea se inspiraba en un filón de pemsamieiito paradójico que había tenido
aplicación clínica a la familia de interacción esquizofrénica, primero cOn
Watzlawick, después con Haley y, de manera todavía más elaborada, con Selvini
Palazzoli y sus colaboradores.
En una tercera fase, la tentativa de comprender de utilizar en sentido terapéutico
la complejidad del mundo familiar acicateó nuestra curiosidad y nos llevó a
examinar más a fondo cada uno de los componentes del sistema terapéutico.
Entonces considerarnos las funciones desempeñadas por los miembros de la
familia como el lugar de encuentro privilegiado entre el individuo y el sistema de
que forma parte, y así comejizamos a observar con mayor atención el intrincado
juego de interacción entre las misiones y los roles que el sistema familiar atribuye
a sus componentes. Particularmente iluminadora en estos últimos años fue para
nosotros la enseñanza de Carl Whitaker, porque nos refirmaba en nuestros
propios intentos de descubrir una metarrealidad terapéutica en que se revelaran
los potenciales individuales de cada uno de los participantes.
Este libro es el resultado de la trayectoria que acabarnos de exponer, pero
también servirá de punto de partida para nuevas investigaciones sobre el individuo
observado en su proceso de desarrollo en el seno de la familia.
El material clínico incluido en el volumen proviene en gran parte (le Maurizio
Amidolfi; Cli cambio, la elaboración teórica y la organización del libro son fruto (le
un debate Y (le IIH iiiteroamnbiodjiiáiuict> entre los cuatro autores, CUyO i )roposil
o 1 i sido nl recer tina contribución diferemiciada vn Sil estilo, 1’ro orgánica (‘1) SIl
CstfllctUra.
De ese intercambio fecundo participó también Katia Cia. eoinetti, quien tuvo a su
cargo el capítulo 6, donde se esbozan las etapas principales de un proceso
terapéutico acorde con los presupuestos conceptuales expuestos.
En primer término, debernos agradecer a nuestros discí1 )11l0s, siguen su
formación en el Istituto di Terapia Familiare (le Roma, por las sugerencias y
críticas con que acompañaron nuestros trabajos para la elaboración de este
volumen; además, estamos en deuda con nuestros colegas del Instituto, que no
sólo nos brindaron sus consejos, sino tue debieron «refrenar» nuestro afán
productivo. Tenemos que mencionar en particular a Carmine Saccu, quien no
intervino directamente en la confección (id libro, pero nos acomnpañó en todas las
etapas de nuestra eolución, estimtilaudo y eni-iquecieiido nuestras reflexiones coi
el aporte de SU experiencia clínica. \Iarcella de \ieliilu realizó la revisión literaria
del manuscrito con espíritu crítico coinpetencia.
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13
Introducción. Familia e individuo:
dos sistemas en evolución
Aunque la familia es la unidad de observación que sirve (le sustento a nuestras
indagaciones, el principal interés que nos mueve es investigar al individuo ‘‘ la
complejidad de su conducta por medio de la comprensión de su desarrollo en el
seno de aquella. La posición de la familia como punto de encuentro entre
necesidades individuales e instanckis sociales, justamente, es lo que nos ha
llevado a integrar diversas modalidades de interpretación del comportamiento h t
imano.
En este sentido, por un lado decidimos observar la famiha como un sistema
relacionsil que supera a sus miembros individuales y los articula entre sí, para lo
cual le aplicamos las formulaciones de los principios válidos para los sistemas
abiertos en general (Andolfi, 1977). Por otro lado, situamos (11 el centro de la
investigación de la familia al individuo y su proceso de diferenciación, según lo
propusieron Bowen (1979), Whitaker y Malone (1953), y Searles (1974). Todo lo
contrario de ahondar el foso entre lo individual y lo relacional, exagerado por
muchos de ios que se dedican a las disciplinas atinentes a la familia, utilizamos el
método relacional con el propósito de obtener una mejor comprensión del hombre
y su ciclo evolutivo.
Es probable que en la tentativa de integrar lenguajes y métodos diferentes las
cosas se hayan complicado en lugar de simplificarse, pero nos pareció que valía la
pena correr este riesgo en aras de un objetivo fundamental, a saber, el intento de
proporcionar una visión dinámica del individuo en su contexto familiar.
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Procesos (le diferenciación en el interior del sistema familiar
Nuestra investigación parte del supuesto de que la familia es un sistema actico en
trasformación con.stante; dicho de otro modo: un organismo complejo que se
modifica en el tiempo a fin de asegurar continuidad ‘y crecin-iiento psicosocial a
ios miembros que lo componen. Este proceso doble de continuidad y de
crecimiento permite que la familia se desarrolle como un «conjunto» y al propio
tiempo asegura la diferenciación de sus miembros.
La necesidad de diferenciación, entendida como necesidad de expresión del sí-
mismo, de cada quien, se integra entonces con la necesidad de cohesión y de
mantenimiento (le la unidad del grupo en el tiempo. De esta manera se hace
posible que el individuo, con la seguridad de su pci. tenencia a un grupo familiar
suficientemente cohesionado, se diferencie poco a poco en su sí-mismo individual;
en este proceso se volverá cada vez menos esencial para el funcionamiento de su
sistema familiar de origen, hasta que al fin se separe de este ,‘ pueda constituir a
su vez, con fuiiciones diferentes, un sistema nuevo.
Diversos autores han descrito en el desarrollo psicológico del individuo la
progresión gradual de un estado de fusiónindiferenciación a un estado de
diferenciación y de separación cada vez mayores. Hoy sabemos que este camino
NO sólo está determinado por estímulos biológicos por la peripecia de la díada
psicológica madre-hijo (Mabler et al., 1978), sino por el conjunto de los procesos
de interacción
que tienen por teatro un sistema de referencia significativo más amplio, como lo es
la familia. A juicio (le algunos investigadores, por ejemplo Bowen (1979), la
impronta familiar es tan determinante que el nivel de autonomía individual se
puede definir muy precozmente en la infancia, y es previsible su historia futura,
«sobre la base del grado de (lifereflciaCiófl de los progenitores y del clima afectivo
doininante en la familia de origen».
La unidad estructural que contribuye a detei’minar la anttOnomía individual de
cada quien es la relación triangular
se instaura entre progenitores e hijo; en esta, el tercer elemento, que cada uno de
los tres representa por turno. constituye el término de cotejo para cualquier
interacción (litre los otros dos. Y en efecto, en una relación dual exulllsiva es
imposible la diferenciación si ninguno de los
dos interactualites consigue definir con respecto a quién se debe producir la
diferenciación. Sería el caso de un navegante que pretendiera definir su posición
sobre la base de un único punto de referencia. Aun en las situaciones en
la relación parece diádica, por ejemplo en las familias de un soio progenitor o en
las parejas, comprobamos que cada uno de los miembros forma parte de una
amplia red (le relaciones que incluye a las respectivas familias de origen. En la
relación más circunscrita se reflejan los innumerables trián,gulos que cada
individuo integra en aquellas. Toda familia ‘a creando y deshaciendo sus propios
triángulos relacionales, y estas peripecias condicionan la evolución de su
estructura. En virtud de interacciones que permiten a los miembros experimentar
lo que está permitido en la relación i lo que no, se forma una unidad sistémica
gobernada por modalidades de relación que son pro. pias del sistema como tal y
susceptibles de nuevas formulaciones y adaptaciones con el paso del tiempo,
según cambian las necesidades de los miembros individuales y del grupo como un
todo. La posibilidad de variar estas modalidades relacionales permite a cada quien
experimentar nuevas partes de sí mismo, en que se espeja el grado de
diferenciación adquirido en el interior de la familia.
Cabe suponer que, para diferenciarse, cada miembro tendrá que ensanchar y
deslindar un espacio personal por la vía de los intercambios con el exterior; así
definirá su identidad. Esta se enriquecerá en la medida en que el individuo
aprenda y experimente nuevas modalidades relacionales que le permitan variar las
funciones que cumple dentro de los sistemas a que pertenece, en momentos
evolutivos diversos y con personas diferentes, sin perder por ello el sentido de su
personal continuidad (Menghi, 1977).
La capacidad de trasladarse de un lugar a otro, de participar, de separarse, de
pertenecer a subsistemas diversos permite desempeñar funciones diferentes de
las que otros cumplen, trocar tinas funciones por otras y adquirir nuevas, proceso
en el cual se expresarán aspectos más y más diferenciados del propio sí-mismo.
Esto enfrenta a la familia con fases de desorganización, necesarias para modificar
el equilibrio de un estadio para alcanzar un equilibrio más adecuado. En este
proceso se pasa por períodos de inestabilidad en que son reajustadas las
relaciones de cohesión-diferenciación entre ms mieml)rOS. Son fases
caracterizadas por la confusión la incertidumbre, ) por
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ello mismo señalan el paso hacia nuevos equilibrios funcionales que se alcanzarán
sólo si la familia piede tolerar el acrecentamiento de la diversidad entre sus
miembros.
La analogía con los fenómenos biológicos es sorpren dente. En efecto, los
miembros de un sistema se comportan como las células de un organismo en el
curso de la evolución embriogenética. Un conjunto indiferenciado y confuso se
convierte poco a poco, sobre la base de informaciones provenientes del núcleo de
los tejidos circundantes, en un órgano específico compuesto por células que
poseen características y funciones diferentes. De esta ma- riera, la función cobra
una dimensión doble: es una característica de cierta célula, pero al mismo tiempo
el producto de la interacción con otras células ‘.‘ con el patrimonio genético. Del
mismo modo, en la evolución del ser humano, en virtud de un intercambio continuo
de conductas-informaciones, cada individuo, al par que se diferencia, adquiere una
identidad específica ‘ funciones peculiares que evolucionan en el tiempo. Estas
funciones, que los miembros de un sistema han negociado tácitamente,
permiten la adaptación al ambiente y el despliegue de la vida de relación. La
mudanza en las funciones de uno de los miembros produce el cambio
contemporáneo en las funciones complementarias de los demás, y es lo que
caracteriza tanto al proceso de crecimiento del individuo cuanto a la continua
reorganización del sistema familiar en el curso del ciclo vital.
Pero no siempre esta evolución se puede producir. En efecto, a veces sucede que
las reglas de asociación que gobiernan al sistema familiar impiden la individuación
y la autonomía de los miembros. Esta falta de autonomía, expresada en la
imposibilidad de modificar las funciones con el paso del tiempo, determina que las
personas coexistan sólo en el nivel de funciones, esto es, las constriñe a vivir
solamente en función de los demás. En una situación así, todos los miembros
experimentan la dificultad de afirmar y reconocer la identidad de sí mismos y de
los demás; ninguno podrá elegir libremente entre poner en escena ciertas
funciones o dejar vacío el papel, sino que estarán constreñidos a ser siempre
como el sistema lo impone (Pi— perno, 1979).
Si de hecho los procesos de (liferenciación se tienen iiie efectuar dentro (le un
sistema en que preexisten e\_ 1wtati’as específicas (011 respecto a las funciones
(le cada
(1uien, la individuación de los miembros tropezará con serios obstáculos. Por
ejemplo, si los padres obligan a un niño a comportarse de continuo como una
persona madura, exigiéndole las prestaciones de un adulto, el pequeño deberá
hacer un esfuerzo para adecuarsc a esa demanda; este empeño será el precio
que tiene que pagar para mantener una relación en que le va mucho. Ahora bien,
el resultado final será una progresiva alienación en la función que le asignaron; el
desequilibrio entre la prestación que le demandan y la madurez emotiva que
debería acompañarla, pero que él no tiene, asimilará su conducta a un recita(l()
automático. Su situación se agravará con posterioridad si en algún momento se le
requieren prestaciones contradictorias con la conducta adulta; poi ejemplo, que
siga siendo pequeñito y no alcance la maduración sexual. Esto inevitablemente
disminuirá su posibilidad de diferenciarse en todos los campos en ue las
demandas son conflictivas o, por lo menos, muy desequilibradas.
Si la función representa el conjunto de las conductas que (lentro de una relación
satisfacen las demandas recíprocas. es evidente que, según las familias, puede
cobrar una connotación positiva o una negativa. En el primer caso, cada quien
adquiere poco a poco una imagen diferenciada de si mismo, de los demás y de sí
respecto de los demás. que puede ser «prov ectada» en el espacio. Esto supone
que cada uno sabe que puede compartir su espacio personal con el de los demás,
pero sin sentirse constreñido a existir sólo en función de ellos. Para que el
encuentro produzca un enriquecimiento recíproco, es necesario que no se lo viva
como una injerencia, sino que ocurra sobre la base (le un intercambio real en que
cada participante da y recibe al mismo tiempo.
En cambio, la función cobra una connotación negativa cuando su asignación es
rígida e irreversible o cuando entra en contradicción con la función biológica; es el
caso en que la función paterna se asigna a uii hijo y no al padre. Esto determina
una alienación progresiva del individuo más involucrado, a expensas del desarrollo
de su sí-mismo y de su espacio personal. Cuando este proceso tiende a hacerse
irreversible, rígido e indiferenciado, se engendra la situación patológica. Si el hijo
asume la función del padre —y no en momentos de imperiosa necesidad, sino de
manera indiscriminada y sin límites temporales—, esa función se convertirá en una
cárcel para él y
I,
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para los demás. En estos casos, cada uno se erige en el artífice y la víctima de
idéntica «trampa funcional».
La falta de confines interpersonales nítidos que deriva de esta modalidad de
relación se traduce en la imposiI)ilidad de participar libremente en relaciones de
intimi(lad
de separación. Mantener de manera continua una distancia de seguridad o, por el
contrario, determinar rda(iones fusionales, he ahí las conductas más comunes en
estos sistemas, en los que se confunde el espacio personal con el espacio de
interacción, el individuo con la función que desempeña, ser por sí mismo y ser en
función de ¡os demás. La injerencia en el espacio personal ajeno y la simultánea
p&dida del propio se pueden convertir entonces en la única posibilidad de
coexistencia. La actitud protectora, la indiferencia, el rechazo, la victimización, la
locura, son primero atributos individualcs constantes, y se vuelven después roles
estereotipados en un libreto siempre idéntico. Si esta modalidad relacional es la
principal o la i’inica posible, el sistema se hará rígido en esa misma medida; la
necesidad vital de vivir en función recíproca hace más y más estériles los
intercambios de interacción, y menos definidas las fronteras, al tiempo que el
espacio personal Se reduce hasta confundirse con el espacio de interacción.
Los miembros de estas familias se pueden comparar con un conjunto de
recipientes. Sumergidos en un líquido, sólo podrán flotar si las superficies que
presentan soluciones de continuidad permanecen soldadas entre sí (figura 1).
Ji—
Por otro lado, si niio de los recipientes consiguiera soltarse y definir con nitidez sus
propios límites, los otros correrían el riesgo de irse al fondo (figura 2).
Figura 2.
Eti estas condiciones, el problema más grande no es tanto cómo diferenciarse
(provecto este ya demasiado aml)ieioso), como el peligro de que otro constituya su
propia autonomía «antes que yo esté en condiciones de establecer la mía». Está
claro que, en un sistema donde prevalecen estos mecanismos de funcionamiento,
la regla fundamental es la imposibilidad de «abandonar el campo». Esto engendra
la necesidad de controlar de continuo que nadie consiga definirse con nitidez; en
efecto, se lo viviría como un acto de independencia , por lo tanto, de traición. Una
vez aprendidas las reglas del juego y la necesidad (le flO modificarlas, hasta es
posible remplazar los jugadores o trocar sus roles. También en la &ección de
nuevos miembros del sistema (p. ej., un compañero o amigos), se privilegiará a
personas que ofrezcan garantías de perpetuar los juegos aprendidos
anteriormente, mientras que se excluirá a las que no brinden esa seguridad
(Piperno, 1979).
Figura 1.
20
21
Una hipótesis (le canihio: flexibilidad y rigidez de un sistema
En toda familia, la diferenciación iiiclividtial ‘s la cohesión del grupo están
garantizadas por el equilibrio dinámico entre los mecanismos de diversificación y
los de estabilización. Los primeros propenden a acrecentar la vanedad de las
interacciones, mientras que los segundos son idóneos para promover la
consolidación ‘ la repetición de soluciones consabidas. Por eso se puede formular
la hipótesis de que el proceso de cambio y el paso de un estadio evolutivo a otro
sobreviene cuando la relación de fuerzas entre las tendencias a la conservación
las tendencias al cambio (le los equilibrios alcanzados se modifica eh favor (le
estas últimas. Así, todo cambio todo ajuste estarán precedidos por un desequilibrio
temporario de esa relación. Ese desequilibrio será tanto más considerable cuanto
más significativos hayan sido el cambio u la desestabilización consiguiente
(Andolfi et al., 1978).
Entonces, la familia se puede considerar como un
tema en trasformación constante, que evoluciona en virtud (le SU capacidad de
perder su propia estabilidad y de recuperarla después, reorganizándose sobre
bases nuevas. Su carácter de sistema abierto nos permite individualizar dos
fuentes de cambio; una interior, que se sitúa en sus miembros y en las exigencias
mismas de su ciclo vital, y una exterior, originada por las demandas sociales
(Andol-. fi, 1977). Los estímulos internos y externos, y las consiguientes demandas
de cambio, obligan a renegociar de continuo la definición de las funciones de
interacción y a rever. por lo tanto, el nexo mismo entre cohesión y crecimiento
individual.
Sobre este proceso influyen diversos factores que derivan de la experiencia
pasada y presente de la familia y de cada uno de sus miembros. En realidad, en la
familia coexisten numerosos niveles de interacción: el de la pareja, el de la familia
nuclear, el de la familia extensa y aquellos que cada individuo por su cuenta
mantiene fuera, en el ambiente más vasto que lo rodea. Esto explica, por elemplo,
que nos resulte imposible analizar la desvinculación de un adolescente si fo
advertimos que, en el momento de descubrir él funciones nuevas en el exterior, las
variaciones de su espacio personal en el interior de la familia provocan
inevitablemente una variación de espa
cios y de relaciones emotivas en el nivel de la pareja parental, entre cada cónyuge
\ sus propios progenitores. Es que un sistema familiar no constituye una realidad
bidimensional simple, sino una realidad tridimensional más compleja, en que la
historia de las relaciones del pasado se encarna en el presente para que se pueda
desarrollar en el futuro. En las familias en que los cambios de relación se perciben
amenazadores, se introduce una rigidez en los esquemas de interacción presentes
y en las funciones desempeñadas por cada miembro, que despuié cristalizan en
relaciones estereotipadas, a expensas (le experiencias-informaciones nuevas y
diferenciadas.
Flexibilidad o rigidez de un sistema no son características intrínsecas de su
estructura, sino que se manifiestan ligadas con el dinamismo y las variaciones de
estado en un espacio y en un tiempo definidos; se las puede especificar por
referencia a la capacidad de tolerar una desorganización temporaria con miras a
una estabilidad nueva. Un sistema que era flexible en el estadio A, acaso se
vuelva rígido en el estadio B (Andolfi et al., 1978). Eii este sentido cabe conjeturar
que una patología individual se manifestará a raíz de modificaciones o presiones
intrasistémicas o intersistém.icas de determinadas entidades que corresponden a
fases evolutivas de la familia; estará entonces destinada a garantizar el
mantenimiento de los equilibrios funcionales adquiridos. De este modo, es posible
que el sistema se trasforme para no cambiar (Ashb, 1971); es decir, es posible que
utilice el input nuevo para introducir variaciones que no cuestionen ni modifiquen
Sil funcionamiento.
Ya hemos dicho que toda tensión, se origine en cambios intrasistémicos (el
nacimiento de ios hijos. su adolescencia. su alejamiento del hogar, la menopausia,
la muerte de
familiar, el divorcio, etc.) o intersisténiicos (cambios de domicilio, modificaciones
del ambiente o (le las condiciones de trabajo, profundas trasformaciones en el
nivel de los valores, etc.), gravitará sobre el funcionamiento familiar requiriendo un
proceso de adaptación, es decir, ulia trasformación de las reglas de asociación,
susceptible de asegurar la cohesión de la familia, por uiii lado, ‘ (le promover el
crecimiento psicológico de sus miembros. 1)01 CI otro (Andolfi, 1977). -
Frente a uiia posibilidad de cambio que el sistema cii su conjunto percihe
traumática. tina reac(-ioh] es ol)rar (le
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modo que Uno de sus miembros asegure la mitigación del stress que aquella
produce, lo asegure por la expresión de una sintomatología. Entre las familias que
utilizan la designación COfll() respuesta U HflU (leinanda de cambio
l)leden distinguir dos tipos:
1. Familias en riesgo
2. Familias con designación rígida
Familias en riesgo. En estas familias la designación es una respuesta provisional a
un suceso nuevo, una tentativa de solución que no se ha vuelto definitiva. El
comportamiento sintomático del miembro escogido contribuye a catalizar sobre él
la tensión, en un momento particularmente riesgoso para la estabilidad del grupo
en su conjunto. Mediante este recurso de atribuir al paciente designado una
función temporaria que mantiene estable cohesionado el sistema, también las
funciones de los demás se modelan s’ se integran con la suya. Tratemos de
mostrarlo en un ejemplo.
La muerte de un abuelo materno x la consiguiente iiitroducción de la abuela en el
núcleo familiar de la hija pueden producir una tensión que amenace cii niveles
diversos a tres generaciones y que requiera un nada fácil proceso de adaptación
para que no se reduzca el espacio de autonomía de cada individuo. Si el
desequilibrio que sobreviene por la inclusión de un miembro nuevo es per(ibido
como una amenaza para la estabilidad de la familia, es posible que un hijo, acaso
un pequeño portador de una perturbación orgánica ‘ por eso mismo más apto para
reactivar un circuito de protección, manifieste un comportamiento regresivo. Por
ejemplo, se negará a ii a la escuela y mostrará actitudes tiránicas e infantiles en la
casa. Si la tensión es trasladada de la trama relacional (le la familia a una sola
rnalla de la red (el comportamiento sintomático del ruño), la abuela podrá
encontrar por fin un espacio dentro de la familia «en bien del nieto». Fste, por
ejemplo, abandonará el cuarto que comparte con el hermano mayor para dormir
con la abuela, quien de esa manera podrá velar su sueño ‘r vigilarlo mejor. Los
padres, preocupados p’ la conducta del hijo, podrán dejar para después resolver
su disyuntiva entre dos ¡calta- (les: de la pareja, que excluye a la abuela, y de
madre e hija. que (x(I1l) e al marido. Así las cosas, los síntomas
del niño representarán una válvula de seguridad para la pareja. que de este modo
podrá mantener a salvo la «armonía conyugal» . El hermano quizá se sienta más
autónomo fuera de casa, pero estará constreñido a desempeñar una función
limitadora en el subsistema de los hermanos; si la distancia entre su manera de
obrar como persona «grande» y la conducta infantil del hermano menor es
amplificada por las necesidades de los adultos, no podrá satisfacer sus demandas
de adolescente. Por otro lado, el paciente estará dispuesto a sacrificar parte de su
propia autonomía para llevar adelante, con su función de miembro designado, la
tarea de atraer sobre sí las dificultades de interacción de la familia.
Este tipo de designación permanece fluctuante, por así decir, hasta el momento en
que la trayectoria vital de la familia pueda pasar de una persona a otra o de una
expresión sintomatológica a otra. Esto permite a los miembros del sistema
experimentar todavía una alternancia (le funciones en virtud de la reversibilidad de
la relación normalidad-patología. No obstante, si este mecanismo de designación.
reversible y temporario, no consigue asegurar a la familia la formación de
ordenamientos estructurales satisfactorios, amenazará con trasformarse en un
mecanismo rígido, en lue la identidad del paciente designado y de los demás
miembros de la familia será remplazada poco a poco por funciones repetitivas,
previsibles en alto grado. En esta trasformación del mecanismo de designación,
que de fluctuante se hace fijo, pesan sin duda los influjos externos que pueden
obrar como un refuerzo, confirmando a la familia en el carácter ineluctable de sus
propias soluciones.
Es muy frecuente que se demande terapia en esta fase (le transición, a saber,
cuando aquel riesgo parece trasformarse cii una certeza incontrovertible. En este
momento la intervención terapéutica puede promover un re- descubrimiento de
potencialidades vitales dentro de un grupo familiar que se ha vuelto rígido, pero,
como cual(luier otro input externo, puede por el contrario contrihuir a reforzar la
condición estática de la familia, haciendo su aporte para que el proceso se vuelva
erónico (Halev, l98O.
Familias con (lesignutción rígida. En este tipo de familia puede suceder que se
peruiba catastrófico ci paso de un
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estadio evolutivo al siguiente. En ese caso, la necesidad del cambio se traduce en
la adopción de una solución consabida, que es aplicada en el presente y es
«prograinada» para el futuro, con el bloqueo de toda tentativa de experimentación
y de aprendizaje (Watzlawick et al., 1974). Esto significa que una solución
adecuada para determinada fase se repropondrá de manera rígida en otras. La
adopción de soluciones previsibles e inmodificables ¡leva a un doble resultado: pol
una parte, reduce y congela el espacio personal de cada miembro, porque vuelve
hipeifuncionantes las funciones recíprocas (en este caso tienden a coincidir
función e identidad), y por la otra iniiioviliza el tiempo, es decir, provoca su
detención en una fase del ciclo vital que corresponde a la solución a pren d ida.
Así, la designación tiende a ser irreversible, porque se la considera indispensable
no sólo para evitar el riesgo (le inestabilidad en ese estadio específico, sino para la
evolución ulterior de la familia. La designación del que debe hacer las veces de
regulador homeostático o, mejor (hicho, su investidura en el proceso de
designación, se hace ahistórica, o sea que deja de ser adecuada a las exigencias
del momento.
De este modo, un síntoma disociativo, un comportamiento anoréxico o depresivo
pueden ser programados para enfrentar el peligro de inestabilidad del momento (p.
ej., la emancipación de un hijo), o para «sobrellevar» la desvinculación de otros
hijos, la muerte de un progenitor y el consiguiente vacío funcional que ese suceso
no podrá menos que producir. En un caso así, la designación habrá dejado de ser
fluctuante para hacerse fija y producirá una cristalización cada vez mayor, no sólo
de la función sintomatológica que desempeña el paciente designado, sino de las
funciones interrelacionadas de los demás miembros del grupo.
Este proceso de estabilización utiliza las energías del sistema para mantener
funciones rígidas que embretan los intercambios en esquemas repetitivos de
interacción. Así, a una, patologfa-funcio’n más y más irreversible en un familiar,
corresponderá una salud-función crecientemente irreversible en los demás. Fsta
condición estática tenderá a impregnar también las relaciones con el exterior, cuya
influencia será filtrada, y orientada al mantenimiento de los mismos equilibrios.
Según lo que llevamos dicho. el comportamiento sintomático cobra un doble
significado; cii efecto, si por una parte representa una trasformación funcional para
la cohesión, por la otra es señal de malestar ‘ de sufrimiento a causa de las
restricciones que impone a todos los miembros del sistema. Es la tentativa de
fusionar aspectos contradictorios de la realidad familiar; es la expresión de un
conflicto entre las tendencias al mantenimiento las ten(lencias a la ruptura de los
equilibrios adquiridos. Pero justamente en esta tentativa de «congelar», en sus
aspectos contradictorios, procesos que evolucionan en direcciones opuestas, el
síntoma puede ser interpretado como metáfora de inestabilidad, como señal que
indica la fragilidad del sistema. Por ello, la utilización del síntoma se convertirá en
uno de los objetivos prioritarios de la intervención ya en la fase de formación del
sistema terapéutico (Andolfi y Angelo, 1980).
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CENTRO WWERSffA mi LA COSTA
1. El diagnóstico: una hipótesis para verificar en la intervención
Sistema familiar y sistema terapntco
Si la propuesta consiste en evaluar la flexibilidad o la rigidez del sistema familiar
partiendo (le la hipótesis de ({UC el terapeuta puede situarse en el «exterior», en
calidad de observador de fenómenos objetivos, neutral y desapegaclo, en ese
caso los objetos primarios de la apreciación serían el carácter repetitivo y la
estereotipia de las pautas de interacción entre los miembros del sistema.
Pero se nos ofrece una perspectiva por enteio diferente si ponemos en
observación el supersisteina farnilia-tera peotas, esto es, la resultante sistémica de
la interacción entre los dos subsistemas en el contexto del tratamiento ( Selvini
Palazzoli, 1980). Ahora bien, tina unidad cTe observación que abarque a todo el
sistema terapéutico nos impone la necesidad de reformular el concepto mismo de
(liagnostico y de cambio. En esta perspectiva, la observación se dirigirá tanto a la
trama funcional qie la familia presenta cuanto al «papel» que ella asigna al
terapeuta, quien inevitablemente se convierte en elemento activo al par (le los
demás, dentro de un sistema que lo comprende. Entonces formará parte del
proceso diagnóstico apreciar adónde apunta la intervención del terapeuta, de qué
modo opera y cómo es utilizada esa intervención por la familia (Halev, 1980). Esta
podrá utilizarla para volver a proponer su propia estructura, con lo que determinará
la formación de un sistema terapéutico igualmente rígido; o bien, si consigue
fracturar la rigidez del sistema, la intervención del terapeuta obrará como input
desestabilizador, y así provocará una redistribución de las funciones y de las
competencias de cada miembro. Por lo dicho, ci diagnóstico depende de la
capacidad del terapeuta para observar desde fuera las interacciones cn que está
envuelto; obrará como el miembro de una orquesta que al tiempo de tocar su
instrumento dirigiera a la orquesta
BIBLIOTECA 24
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misma: para uiia ejeeuc’ióH lograda será necesario que la orquesta lo siga y que
su entrega a la función (jtiC se le atril)U ó no le impida contribuir con su
instrumento al desarrollo del tema musical.
El terapeuta enfrenta tres dificultades: la primera atañe a la necesidad de
individuar la función que la familia pretende atribuirle. Así como no pocos padres
anticiparon en su fantasía la misión y la función del hijo cuyo nacimiento esperan,
de igual manera la familia fantasea la tarea y la función del terapeuta aun antes de
que empiece el tratamiento. Si el terapeuta no quiere quedar prisiotiero de las
expectativas que en él se depositan, debe tener ¡a capacidad de deslindar sus
propias fronteras de las fronteras de la familia, oponiéndosele desde el comienzo
en ¡a definición de la estructura terapéutica (Whitaker, 1977’).
La segunda dificultad atañe a la biisqueda de imágenes definiciones que
correspondan a las funciones desempeñadas por cada uno de los miembros de la
familia, así como a la trama en que se insertan; sólo así se logrará penetrar en lo
vivo de las perplejidades familiares. Empero, no se trata de identificar los lazos, las
reglas o las funciones «verdaderas» que cada imo cumple. sino de construir en el
contexto terapéutico una «verdad propia» que cuestione a la programada por la
familia. Al terapeuta le toca, por medio de stt percepción de lo que sucede en el
momento mismo de su interacción con el grupo familiar, inventar con este una
verdad nueva.
La tercera dificultad proviene de la necesidad de evalitar la intensidad, la fuerza
con que se debe introducir el iriput desestabilizador para que las intervenciones
del terapeuta sean aceptadas por la familia. Importa mucho la respuesta de la
familia a la imagen que aquel le propone tras recoger algunos elementos
contextuales que afloraron en la interacción. De hecho, de la masa de
informaciones verbales y no verbales, el terapeuta escoge los elementos que
sobresalen por su riqueza de significado. Se trata de elementos referibles a
interacciones, actitudes o conductas a menudo ambiguas y contradictorias. Por
ello mismo, al terapeuta le resulta más fácil escoger una imagen diferente de las
que tienen presencia habitual en la familia. Ciertos datos que esta aporta, en el
nivel tanto verbal como no verbal o contextual, se pueden volver muy significativos
justamente porque chocan entre sí; de ese modo se prestan para construir
imágenes (le las relacio
y de los problemas familiares muy diversas y contrapuestas. No es sino
contraponiendo el terapeuta una imagen diferente de la que proporciona la familia
como consigue que aflore la tensión sustentadora del proceso terapéutico.
Para los fines diagnósticos, también la reunión de informaciones adquiere, por lo
mismo, una estmctura diferente de la tradicional: las preguntas ya no se hacen
siguiendo la inspiración del momento, para obtener una masa de informaciones en
que se confunden datos importantes con los triviales; apuntan a los elementos que
son testimonio del conflicto entre tendencia a la cohesión y tendencia a la
diferenciación. La nueva imagen que se crea se convierte en el lugar de definición
de las relaciones del sisterna terapéutico. Si la familia sigue reproporiiendo
inforinaciones ligadas con la imagen que se ha formado de sus propios problemas,
al terapeuta le incumbe crear otra imagen capaz de romper los circuitos repetitivos
del sistema familiar.
El terapeuta utilizará entonces esta nueva imagen como in.put desestabilizador,
para investigar el modo en que el sistema reacciona frente a ella. La respuesta de
la familia a esta operación terapéutica, y su capacidad para iniciar o no un cambio,
proporcionan indicaciones importantes para evaluar su grado de rigidez. El peligro
de que la familia eventualmente reabsorba la intervención nos obliga a redefinir de
continuo nuestra hipótesis diagnóstica, en lugar de aferramos a una definición.
Debemos ser capaces de conceder valor parcial a nuestra hipótesis (Selvini
Palazzoli, 1980), no afirmarla como verdad, sirio utilizarla para introducir una
complejidad nueva que ponga de manifiesto posibilidades y alternativas ya
presentes en el sistema. Con este procedimiento, el terapeuta introduce
imprevisibilidad y alternativas, pero es la familia la que «verificará» la hipótesis
diagnóstica reorganizándose sobre contenidos y valores que forman parte de su
patrimonio existencial.
Trataremos de explicarnos mejor describiendo primero lo que a nuestro parecer
mueve a la familia a demandar terapia, y después las posibles respuestas del
terapeuta a las expectativas del sistema familiar.
Ya dijimos que en las familias en que los cambios relacionales impuestos por el
proceso de desarrollo se porciben como una amenaza, se genera uni rigidez cada
vez
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de ms esquemas ijiteractivos ‘ de las funciones qu cada miembro desernpeíía,
hasta llegar a la expresión (le un patología individual tanto más .cusada e
irreversible cuanto más indispensable se experimente la estabilidad de’ sistema en
su conjunto. En efecto, este se trasforma para no cambiar. Los roles, las
funciones, las relaciones, los espacios de interacción se vuelven rígidos. El
sistema remplaa el stress propio de todo cambio evolutivo por una teilsión de otro
tipo, la que gira en torno del comportamiento sintomático de uno de sus miembros,
el paciente designdo en quien se canalizan las preocupaciones y las angustias de
todos (Nicoló Saecu, 1979). El paciente designado representa de este modo la
imposibilidad del cambio al mí51T1O tiempo la única fuerza para este. Su
comportauiento obtiene el resultado de congelar, en sus aspectos contradictorios,
procesos que evolucionan en dirección opuesta, perO a la vez da ocasión a un
input nuevo, la intervención terapéutica. Garante de la estabilidad del sistema y
potencial punto de ruptura de ella, la conducta del paciente (lesigndo representa
una suerte de metáfora del dilema de una fauiiilia que querría nocerse
permaneciendo inmóvil.
A la luz de estas premisas es más comprensible la contradicción que la familia trae
consigo a la terapia: la demanda de intervención parece brotar del dilema que
acabamos de describir, pero con el agregado de una entidad nueva, el terapeuta,
que debería hacer suya la paradoja presentada por la familia y po1 lo tanto,
aijudarla a
verse Jzacíendo que permanezca inmóvil (Angelo, 1979).
Ahora bien, para aprehender la complejidad de la situación terapéutica debemos
imaginar que dentro de familias con designaCión rígida se genera en cada
miembro una incapacidad para reapropiarse de condiciones conflictivas
(le contradicciones (moverse o permanecer inmóvil, depencier o separarse),
temibles a punto tal que requieren si u negacióli. En esa situación, cada miembro
se adapta a una visión de la realidad que es complementaria de la visión (le lOS
demás: existen el enfermo y el ano, el agresor la víctíma, el sabio y el
incompetente, y existen de manera rígida y al mismo tiempo armónica, tanto por lo
que toca a los 1nomentos como a los lugares cii que las funciones respectivas se
deben cumplir. Así com en la familia está el que actúa la tendencia a moverse y el
que en cambio Personifica la inmovilidad, del mismo modo se prefiguran
lO papeles que e1 terapeuta deberá (lesempeñar \ que se
le asignarán ci el ji tenor de la mu\ a estmnct tira t(napu 1- tica. También él debe
entrar cmi la r(’1)tCu’itt(1(ión de la papelescomoun actor más cii 1umicmi puedan
pro\ ectan algunas de las funciones origiiiariaiflcm ite encarnadas v° un miembro
de la familia (Andolfi y Angelo 1980). Xl objetivo es el mismo: evitar también en la
interacción terapétttica las contra(liCCione.9 que (ada ‘IflO teme ririr en el nivel
personcil.
Contactos telefónicos eomi este o aquel miembro del sistema, cartas de
presentación, comunicaciones directas o iii - directas de otros profesionales,
instituciones asistenciales o amigos de la familia, he ahí algunos de los
instrumentos. en apariencia neutros, con que el sistema familiar puede planificar
anticipadamente las reglas de la relación .‘ los papeles que cada uno deberá
representar. Esta programación será tanto más previsible cuanto más rígida sea la
trama relacional del grupo familiar, que tenderá a encasillar al terapeuta en su
propia estructura de reglas y fmiciones aun antes del primer encuentro. Si lo que la
famnilia teme es cambiar y no lo contrario, paciente ‘r familiares se presentarán
unidos en la propuesta de un programa de trabajo que no modifique los equilibrios
adquiridos. Si el terapeuta lo acepta, o si de algú9 modo se enreda en él,
terminará por ser un elemento de refuerzo de la condición estática-patología de la
familia. Por otro lado. cada vez estamos más convencidos de que la facilidad con
que muchos terapeutas caen en el juego de los papeles asignados no obedece
sólo a su inexperiencia, sino, en muchos casos, a exigencias del terapeut.l
semejantes a las exigencias (le la familia; nos referimos a la programación de una
relación estable en grado sumo, que no ponga en
peligro sus propias inseguridades. Con este proceder la familia no aprende nada
sustancialmente nuevo: sólo utiliza con mayor refinamiento sus propios esquemas
disfuncionales, manteniendo intactos los roles asignados a cada miembro. Esto en
perjuicio de la identidad personal de todos.
es sustituida por funciones repetitivas y previsibles en alto grado (Piperno, 1979).
En un contexto así, será también repetitiva ‘‘ previsible la función desempeñada
pm el terapeuta si siente parecido temor de cambiar y de descubrir en sí mismo
expresiones nuevas que pueda representar en la relación con los demás.
En otros casos, el (ímbit() en que se clesencuelve el en- (neutro puede definir de
manera tan rígida las reglas
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(untextuales ‘, po1. lo tanto, las funciones por desempeñar,
que tanto la familia como los operadores queden impedidos de empeñar partes
vitales de sí mismos en la relación terapéutica. Esta modalidad es la norma en
todas las instituciones que fundan la intervención en presupuestos
«asistenciales», esto es, donde la terapia es definida como hacer algo en lugar de
otro (se trate de un individuo o de un grupo familiar) que se presenta como
incapaz o que es así rotulado.
Es claro que también el sistema terapéutico puede ser evaluado con los mismos
criterios de flexibilidad y rigidez aplicados al sistema familiar. Un sistema
terapéutico se puede calificar de flexible si en la trayectoria de la terapia es capaz
de variar la relación entre las funciones desenWeñadas po1 sus miembros
(terapeuta y familiares), así como el nivel de individuación de cada uno en el curso
del proceso terapéutico. En cambio, se vuelve rígido (lo que puede ocurrir en
cualquier estadio del proceso, aun al comienzo) si no es capaz de ofrecer a sus
miembros la oportunidad de librarse de expectativas y funciones estáticas en favor
de niveles funcionales nuevos y más integrados, que permitan la diferenciación de
los individuos Andolfi et al., 1978).
La utilización de las defensas familiares
Al comienzo del capítulo dijimos que el objetivo de la intervención es trasladar el
problema de la familia al sistema terapéutico y, en consecuencia, hacer que el
terapeuta participe de las dificultades que eran exclusivas de la familia hasta el
momento de la consulta. Trataremos ahora de exponer en concreto el modo en
que ello sucede y la razón por la cual esta redefinición del vínculo puede llegar a
ser una primera respuesta terapéutica a las expectativas contradictorias de las
familias con designación rígida.
Si partimos de estas expectativas, justamente, podemos enfrentar una primera
tarea que suele poner en dificultades al terapeuta: el modo de hacer que se
empeñe en
terapia una familia que se presenta con una demanda contradictoria, y de lograrlo
sin correr el riesgo de quedar atrapado en el mecanismo de la familia, que parece
pre
decir al terapeuta un fracaso si tuina iniciativas o forzai lo a intentar lo imposible si
se declara impotente. La expe,iencia nos ha enseñado que ci primer escollo que
se debe 5alvar no es descubrir la manera de defendernos de una familia a todas
luces manipuladora, sino evitar la tentación (le recurrir a la defensa. En efecto,
defensa y ataque son aspectos complementarios de una misma modalidad
relacional que inevitablemente desemboca cii un antagonismo estéril.
NumerosíSimoS errores que hemos cometido en el curso de los años, apreciables
por la incapacidad de «alcanzar» a la familia en lo vivo de sus aprietos, nos haii
convencido más más de que el terapeuta si en lugar de reaccionar en alguno de
los niveles con que la familia entra en relacióii con él, se (Ipropia (le su íntegro
mecanisrno) paradólico, no tendrá necesidad de defenderse de las respuestas de
signo contrario de la familia, porque esta ({uedará automáticamente privada de la
única posibilidad que tiene de contradecirlo (Andolfi \lenghi, 1977). Si lío es posible
entrampar al terapeuta cii un juego tan iiiú[ji como paralizante la familia quedará
desarmada y del)erá descubrir otras modalidades de relación o interrumpir
enseguida la terapia. En cualquiera (le los dos casos sobrevendrá una situación de
incertidumbre que puede representar un punto de ruptura para la condición
estática del sistema familiar. Si prescindimos de la forma en que se realiza la
intervención, nuestra línea estratégica recoge entonces en sí misma la
contradicción de las demandas, con lo que fuerza al sistema terapéutico a operar
en un nivel diverso, en que las contradicciones pueden ser comprendidas y
resueltas.
Como lo expuso brillantemente Selvini Palazzoli en su artículo «Why a Long
Interval between Sessions?» (1980), también nosotros hemos introducido una
notable variación en el intervalo entre las sesiones con respecto a nuestra práctica
anterior, en que la terapia se prolongaba a veces mucho en el tiempo, y el
intervalo entre una sesión y otra era muy pequeño «porque la familia no se podía
arreglar sola». En esa época no advertíamos que nosotros mismos obrábamos
como refuerzo de la condición estática de la familia, y en consecuencia
promovíamos la formación de sistemas terapéuticos en que el terapeuta terminaba
por erigirse en guardián de la estabilidad emotiva de todos, incluida la propia.
Hoy la marcha de nuestras terapias es muy diferente
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porque la relación se define mucho más rapidamemite: si el terapeuta consigue
«entrar», ello sucede en las primeras sesiones o aun en la primera consulta. Y si
no consigue entrar en relación con partes vitales de la familia. sea i rque están
demasiado escondidas o por el miedo que él tiene de arriesgarse en su trama
relacional, es probable que el sistema terapéutico no se forme o que la famnilia no
regrese. En algunos casos, esta interrumpirá preeoznwnte la terapia aunque el
terapeuta haya logrado alcanzar en lo vivo condiciones de conflicto
contradicciones importantes, como si temiera más los efectos de la redescubierta
vitalidad de sus miemhro que los de stt aparente muerte psicológica.
Si la rapidez y la intensidad de la relación que proponernos a la familia aumentan
el riesgo de una interrupción precoz, disminuyen la probabilidad de que el
terapeuta quede entrampado en una relación completamente improductiva: cuanto
más rápida sea su acción redefinidora. más incisiva será la intervención
reestructurante. Salvo que demorai’se en detalles inútiles persiga el propósito de
confundir a la familia o de distraer su atención de otras maniobras terapéuticas,
mantenerse a la espera de «momentos mejores» hará previsibles los pasos del
terapeuta. lo que impedirá el aumento de la tensión. Tanto es así, (1uC se puede
suponer que para cada sistema existe un límite de tiempo dentro del cual puede
alcanzar éxito una intervención determinada. Traspuesto ese límite sin que medien
cambios, se admitirá que la velocidad con que la familia es capaz de aprender y
prever las reglas con las cuales se mueve el terapeuta, y las contrarnaniobras
consiguientes. alcanza para anular cualquier efecto desestabilizador.
Comoquiera que fuere, aclaremos que adoptar Ja lógica
q’ aprisiona a la familia y que impide a sus miembros crecer e individuarse no es
sólo una técnica, un sistema meramente eficaz para responder con una contra-
paradoja a la paradoja de la familia, sino más bien el resultado del modo en que el
terapeuta cencihe su práctica (le relación con ci prójimo (Minuchin y Fishirian,
1981). Si logra aceptar la exigencia de la familia de cambiai
no cambiar, de pedir ayuda y al mismo tiempo negarlo. es probable que la
expresión paradójica de la familia se vuelva más comprensible y se convierta en
ocasión de encuentro, más que de juicio. Al mismo tiempo, una respuesta en dos
niveles («Sí, te ayudo sin ayudarte»), en la
]musma línea de la demanda (le la familia, puede determimar el nacimiento de un
fuerte vínculo: el terapeuta entrará en los ámbitos más privados de la familia
justamente porque es capaz de neutralizar sus defensas sin (1Iwdar prisionero de
ellas.
Si el terapeuta elige hacer terapia contemplando los problemas de la familia desde
adentro, deberá entrar en los espacios familiares más recónditos pero también
tomar distancia y regresar a sus propios espacios. Este entrar !J salir, partici par
y .se/)ararse, empleado como modelo de enc(ientro, exige del terapeuta que se
sienta a la vez entero divisible, y que madure técnicas y estrategias en el interior
de sí en lugar de emplearlas pai’a evitar inc]ividuarse en el contexto terapéutico
(W’hitaker et al., 1969’. Esto significa colocarse en el nivel de la fami]ia o bien en
un metanivel respecto (le ella; significa ejercitar una función terapéutica sin estar
identificado con ella.
Tratemos de hacer más concreto, con un ejemplo. cuanto venimos diciendo. Tomiv
era un adulto joven puesto en terapia porque presentaba un comportamiento
psicótic’o cm fases alternadas de catatonía. La madre, en Un primer contacto
telefónico, refirió que desde hacía algunos meses él había adoptado una actitud
mu\ extraña: no salía de casa, rehusaba toda relación con ella ‘ con los hermanos
hasta el punto de refugiarse en un mutismo total. La madre presentó la situación
como desesperada. pero declaró confiar en que «el terapeuta lograría convencer
al hijo de que volviera a la normalidad». En la entrevista participaron Ton , la
madre, el hermano mayor, (los hermanas y la hija de cinco años de una de ellas.
Tony asumió enseguida el papel central de paciente designado:
empezó a recorrer la sala de arriba abajo, lentamente, a la vez qie de tiempo en
tiempo. con los ojos desorbitados, arrojaba miradas a sus familiares, que
permanecían sentados en un diván, acurrucados, como a la espera de una
respuesta resolutiva de parte del terapeuta. Este, en lugar de ignorar el ostentoso
paseo de Tony, prefirió permanecer de pie en un ángulo de la sala, como
queriendo comunicar a los presentes que sólo Tony tenía el derecho de decidir
cómo y cuándo pocha comenzar la consulta. De hecho, el comportamiento del
terapeuta tenía por efecto amplificar la tensión va presente 7 trasformarla en un
stres.ç de interacción; en lugar de sufrirla o distenderla. él mismo se convertía en
su sostenedor.
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Tras unos minutos de silencio cargado de significados recónditos, Tonv decidió
tomar asiento; de vez en cuando arrojaba penetrantes miradas a sus familiares,
cada vez más acoquinados en el diván. Fue entonces el turno del terapeuta, quien
se sentó frente a él en el lado opuesto del diván. Rompió el silencio, y volviéndose
a los familiares de Tonv declaró con tono decidido: «Tengo un problema y no creo
poder ser útil si antes no me ayudan a resolverlo: quiero que cada uno de ustedes
trate de entender bien lo que Tony está diciendo». Los invitó entonces, empezando
por la madre, a buscar una posición mejor para entrar en contacto visual con Tony
de manera de escuchar lo que quería decir. Y todos debían desempeñarse en esta
tarea sin recurrir a palabras.
¿Qué propósito buscaba el terapeuta con este comienzo? Tras convertir en
interactiva una tensión que inicialmerite sólo apuntaba a él, se hizo todavía más
impredecible presentándose como una persona que tenía un problema. Si su
problema precedía a todos los demás, tocaba a la familia ayudar al terapeuta, y no
a la inversa (Andolfi y Angelo. 1980). Es un ejemplo de adopción de la lógica
paradójica de la familia; así se declaraba la disposición a ayudarla, pero sin
ayudarla, a saber: por el recurso de redefinir las expectativas hasta el punto de
invertir los papeles entre quien se suponía debía ayudar y quien, en cambio, debía
ser ayudado. Si el terapeuta no quiere permanecer enredado en una trama de final
va contado, debe participar en la acción cambiando la definición del rol de cada
qt1ieI, incluido el propio.
Su acción es aceptada por el grupo familiar si atina a discernir en la sesión los
elementos nodales que le permitan proponer una estructura de remplazo. Esos
elementos se pueden tornar de los datos contextuales que atañen a la trama
funcional del sistema y a la relación que cada miembro trata de establecer con el
terapeuta. Ahora bien, este rastreo no es fácil, porque a menudo la familia se
desvive para definir como significativas las informaciones en mayor medida
predecibles y a sugerir nexos que eviten un compromiso personal (Andolfi y
Angelo, 1980).
En el caso de Tonv, nos pareció elemento nodal el hecho de que el joven se
rehusara a hablar, y el pacto de silencio de todo el grupo familiar. Si el terapeuta
se hubiera vuelto hacia Tonv y él también recibía un rechazo.
se habría reforzado la expectativa familiar, que quiere ver fracasar al terapeuta
para confirmar la ineluctabilidad de la situación. En cambio, si se hubiera puesto a
hablar (le Tonv con la madre y los hermanos, inevitablemente habría ahondado el
foso entre los normales —los que hablaban— ‘v el atípico que se negaba a hablar.
Con su pedido de ayuda dirigido a los familiares, y justamente en el campo en que
se perfilaba su fracaso, el terapeuta desarticulaba cualquier programa que la
familia pudo pretender poner en escena en la sesión. De este modo, la negativa
de Tony a hablar se definía implícitamente como un modo diferente de
comunicarse el muchacho; en consecuencia, se obligaba a los demás a renunciar
al papel de espectadores para convertirse en protagonistas de una acción que
exigía de ellos una exposición directa. «Escuchar» atentamente a Tonv, que no
hablaba, y referir después al terapeuta lo comprendido, constreñía a los demás
miembros (le la familia a sacar a luz sus fantasmas personales, en lugar de
atrincherarse en informaciones prefabricadas e impersonales, limitadas a la
conducta del joven.
Pedir a los familiares que colaboraran, y pedírselo utilizando los mismos
instrumentos que traían apercibidos para la defensa del statu quo, era un modo de
romper los esquemas rígidos que impedían a cada uno de ellos mdividuarse, y
que no permitían que el paciente designado se librara del papel de centinela de la
fortaleza familiar. Por otra parte, esto mismo es lo que la familia querría si no
tuviera miedo de perder las seguridades adquiridas merced a la artificiosa
descomposición de la realidad en recuadros separados.
Si los familiares se resistían declarando que era imposible comunicarse con Tony
sin utilizar palabras, el terapeuta habría podido replicar que, si Tony era capaz de
hablar con la mirada, ellos también podían aprender algo
él parecía hacer con tanta facilidad. En este sentido, el problema del rehusamiento
a hablar se redefiniría como una capacidad, esto es, hablar sin palabras, que
también los demás podían aprender. Nadie podría negarse a hacer la prueba,
porque ello significaría asumir un papel explícito de no colaboración, contrario al
deseo de cambiar. En este nuevo contexto, tampoco el paciente designado
quedaba en libertad de representar su propia negativa a hablar; en efecto, el
terapeuta le habría podido pedir lo mismo que pidió a los demás, a saber, que «se
comuni
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cara sin palal)ras», es decir, que representara en virtud de una orden su conducta
sintomática. Así Tonv, tanto si hablabacomosi se negaba a hacerlo, empezaría a
perder su función de controlador oficial de la familia.
Así como en la recomposición de un mosaico el agregado de nuevos fragmentos
al conjunto permite unirle otros, en el escenario terapéutico cada uno de los
actores de la familia es llamado a representar justamente las partes de sí mismo
que había previsto mantener ocultas por ser afectivamente comprometedoras.
Para que este juego de recomposición se lleve a cabo, también el terapeuta debe
«arriesgar en la relación» las fantasías que le son sugeridas por los elementos que
la familia aporta; las puede reproponer entonces en forma de imágenes, acciones
o escenas, susceptibles a su vez de estimular a cada uno a proporcionar datos
nuevos o asociaciones ulteriores. Esto lleva a una intensificación de 1(1 relación
tera1)éntica, por— que si los elementos nodales (le la trama familiar son recogidos
y reorganizados en las sugestiones del terapeuta. este queda incluido de manera
definitiva en el nuevo sistema.
Corno advertirnos en el ejemplo de Ton’>, el terapeuta utiliza muy precozmente
algunos elementos contextuales que la familia aporta y los exacerba hasta
convertirlos en la estructura portadora de un libreto de remplazo. Para ello es
preciso traer al primer plano las funciones de los diversos miembros, manifestadas
en la comunicación no verbal: la actitud, las características físicas, la posición
espacial del paciente y de los familiares. También los elernentos históricos que
han contribuido a definir las funciones de cada miembro harán su aparición a
medida que cobre profundidad la investigación de su significado en el ciclo de
desarrollo de la familia. Es entonces esta la que aporta el «material», en tanto el
terapeuta coloca las señales indicadoras para el trayecto de las asociaciones.
El terapeuta, escenificador del drama familiar
Lo que importa no son los hechos en sí, ni su historia cronológica, sino la
interpretación personal del mundo en
que cada uno se articula a sí mismo, sus propias necesidades, las funciones que
desempeña en la relación, los su-
((SOS familiares nus significativos en la trayectoria del uklo vital (Andolfi y Angelo,
1980).
Para ejemplificarlo referiremos la primera sesión comi la familia de Giorgio, un
paciente psicótico de 26 años.demás de él. se encontraban presentes en la
entrevista su padre, de 72 años, que llevaba un audífono y se sentó tparte,
encorvado el cuerpo y con la expresión de alguien
(111C se da por muerto bajo el peso de la edad; la madre, se sentó cerca del
paciente ‘>r tenía aire muy afligido;
el heimano mayor y su mujer, que tomaron a su cargo presentar el «historial de la
enfermedad». Destacaron el aspecto orgánico, remitiendo sus primeras
manifestaciones al período que siguió a un trauma cerebral del enfermo a
consecuencia de un accidente que tuvo en la calle. Con actitud idónea y un
lenguaje rico en terminología psiquiátrica (<síndrome disociativo», «temáticas
paranoides>, etc.), el hermano refirió los diagnósticos que se habían hecho y
enumeró los fármacos prescritos, al par que preguntaba ma y otra vez, junto con la
madre, cuál podía ser la me(licina más adecuada jara Giorgio. El contexto que se
delineaba era de tipo «médico», con una connotación orgánica de los síntomas.
En ese punto el terapeuta interrumpió la secuencia, con una pregunta que
trastornó el libreto que la familia proponía para la entrevista.
1’. (terapeUta) (dirigiéndose a Giorgio, que hasta ese momento había mantenido
una expresión obtusa): ¿Cuándo murió tu padre. antes o después que empezara
tu enfermedad?
Giorgio (a todas luces perplejo, busca subterfugios, pide explicaciones; al fin,
suspirando): . . .Me ha puesto en un aprieto.., verdaderamente en un aprieto, sí,
porque... (Silencio.) Disculpe, debo ir al baño un momento.
Madre: Sí, anda; primero debes ir...
T.: A mí me parece que puedes responder antes.
Giorgio: Sí, puedo decir esto... (divaga).
T.: ¿Antes o después?
Giorgio: Bueno, fue después que me atacó la enfermedad.
En ese momento el terapeuta hizo la misma pregunta a los familiares.
Hermano: El hecho es, a mi juicio, que él dejó de sentir
a mi padre como una persona a la que...
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T.: Pero si \o no estoy hablando de Giorgio; estoy tratando de saber desde cuándo
está muerto papá.
Terció la madre: que iban para cuatri años que no atiiiaba a nada, que las
preocupaciones...
Ilernwno: Hace más o menos un año; (ligamos, desde el momento en que perdió
casi completamente el oído.
T.: Entonces, ¿fue después? hermano: Sí, sí.
Madre: Después. (Silencio.) T.: ¿Murió de tristeza?
Madre: Bueno, es cierto.., después, ¿entiende?, poco a
POCO.
T.: ¿Y tienen ahora un nuevo jefe de familia?
Madre: Bueno, no sabemos qué debemos hacer. Has’ que encontrar una medicina
que lo cure. (llaNa de lo difícil que le resulta soportar la situación.)
T. (toma un recetario y se inclina hacia 1(1 madre como si fuera a complacerla en
la prescripckn de un fármaco):
Para que yo pueda prescribir el fármaco apropiado, usted debe ayudarme a
comprender si tiene que ser una medicina para un tonto que de repente debió
ocupar el puesto de su papá, o una medicina para un tonto que decidió hacer
morir al padre para ocuparle el puesto. Creo que este es un problema y que no
podemos seguñ adelante hasta que no lo hayamos aclarado.
El lenguaje adquiere una importancia fundamental, como se advierte en el pasaje
trascrito: por medio del lenguaje, el terapeuta operó una integración de algunos
elementos nodales, anticipando nexos que la familia no había establecido aún y
acerca de los cuales era de ese modo constreñida a proporcionar informaciones.
Ahora bien, en el acto mismo de proporcionarlas no podía menos que aceptarlas
en su fuero interno, lo cual creaba las premisas para un cambio.
En este caso, como en el anterior, se puede advertir que entre todos los elementos
de su historia la familia escog - los que mejor armonizan con el guión que trae
consigo, y que forman su esquema: el diagnóstico, los medicamentos, el trauma
cerebral, etc. Por su parte, el terapeuta procura cambiarles el significado y
proponer otros elementos que modifiquen el esquema originario, definien
do las funciones de cada miembro en el interior del sistema. ¿Cómo consigue el
terapeuta intuir rápidamente la distribución y las características de las funciones
recíprocas? Kn el momento en que la familia se presenta, él recoge ma cantidad
de elementos que extrae de actitudes verbales y no verbales y de estructuras
relacionales repetitivas; ellos le proporcionan la percepción de una Gestalt
abarcadora que tomará como término de referencia para
trabajo de redefinición. En el caso que ahora consideramos, la actitud del padre y
su posición espacial, la (onducta (le! hermano mayor, la proximidad del paciente a
la madre y su expresión obtusa, la ubicación de aquella entre sus dos hijos: todos
estos elementos, pues, indicaban que el padre desde hacía tiempo había perdido
su puesto en la familia, y los dos hijos, con las funciones contrapuestas de «sabio»
r (le «tonto», habían sido comisionados para cubrirlo. Entonces el terapeuta
organizó activamente los elementos proporcionados por la familia y construyó una
trama que poco a poco se iría enriqueciendo en el curso de la sesión. Es como si
en el material que la familia presenta existieran elementos de significado
particularmente rico a los fines de la definición de las relaciones entre los
componentes; estos elementos nodales constituyen los puntos de intersección de
escenificaciones diversas que el terapeuta y la familia, cada uno por su lado,
tratan de hacer representar, y en cuyo interior son alojados los datos históricos.
Para aclarar mejor el concepto recurramos a la figura 3, donde, en un espacio
limitado, compartido parcialmente, se representan dos diferentes modelos de
vestido. Imaginemos que el círculo que los contiene encierra todos los datos
disponibles de la historia familiar. Si partimos del presupuesto de que el modelo
proporcionado por la familia corresponde al vestido entero con falda, deslindado
por los círculos llenos y las líneas continuas, el construido por el terapeuta
corresponde al vestido en piezas, de blusa y pantalones, representado por los
puntos citados, y por los círculos blancos y las líneas quebradas: como se
advierte, basta la introducción de algunos puntos «nodales» suplementarios para
trazar contornos que modifiquen la Gestalt y el significado de conjunto del dibujo.
Vali(rndose de los puntos nodales como elementos estructurantes, la familia
tratará de proponer su propio «vestido»; empezará entonces a describir sus
características y demandará del tera
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peuta que la siga en su propio marco de referencia. Si este se deja envolver en la
operación, corre el riesgo (fr hacer suyo el modelo propuesto. Si, por ejemplo, cii la
situación que acabamos de exponer, el terapeuta se hubiera demorado en solicitar
informaciones sobre todos 10% exámenes y consultas a que el paciente se había
sometido. (le hecho habría contribuido a reforzar la imagen del «paciente
enfermo». Por eso es decisivo jue sepa recogei con rapidez los elementos
significativos del marco que le proponen, y los organice en uiia trama de remplazo.
1)el éxito de esta operación dependerá no sólo el control del proceso terapéutico,
sino la posibilidad de producir uit brusco desequilibrio en la rígida definición de las
funciones asignadas a cada uno, que estorbe eventuales tentativas de
compensación homeostática.
Lo que llevamos dicho puede dar lugar a equívocos:
en efecto, podría nacer la sospecha de que el terapeuta trata de imponer a la
familia una realidad propia, totalmente arbitraria y ajena a los problemas que esta
le presenta. Y esta sospecha podría reforzarse además por el hecho de que el
comportamiento del terapeuta es activo, tanto que se lo podría definir como
«manipulatorio». Eti nuestra opinión, el terapeuta no introduce elementos
«externos» si cuanto dice o hace en la sesión es fruto del material que ha surgido
en su trascurso. En efecto, se debe
limitar a reestructurar los elementos que le ofrecen ( Menghi, 1977); pondrá de
relieve los menos manifiestos, releará a un segundo plano otros que aparecían
destacados, o modificará las secuencias en que se asocian. La estructura de
remplazo se va encarnando en imágenes aisladas apenas definidas, que hacen
las veces de estímulo para enriquecimientos que aportará la familia hasta que
termine por construir una nueva «armazón». Es justamente la utilización de los
datos ya presentes en la historia familiar lo que promueve la formación de un
estrecho vinculo asociativo entre terapeuta y pacientes, sin el cual la terapia no
podría proseguir. Algunas intervenciones que parecen totalmente arbitrarias
quiebran las secuencias interactivas no hacen otra cosa, en realidad, que tradicir
al plano verbal cuanto el terapeuta ha percibido en ci nivel no verbal o en el nivel
asociativ:j. Está claro que la organización del material es im proceso activo del
terapeuta y por ello mismo recibe la influencia de su propia historia y personalidad.
En este sentido st’ puede decir que el terapeuta y su modo de percibir la realidad
soii los «elementos externos» introducidos en el sistema.
Si preguntamos qué es lo que el terapeuta preteiide alcanzar, la respuesta
espontánea será que intenta modificar las reglas de la familia. Sin embargo, el que
tiene experiencia en sistemas rígidos sabe cuán difícil es comprobar ese cambio
en el curso de la terapia; lo que se observa es, a lo sumo, una variación de la
inteusidad con que actúan las reglas y, sobre todo, una trasformación de las
funciones asignadas a cada miembro. Si la terapia tiene éxito. la rigidez inicial de
la trama funcional de la familia es remplazada poco a poco por una mayor
elasticidad en la atribución de las funciones singulares. Una estructura familiar
altamente estable es sustituida en el tiempo por una organización nueva, la
terapéutica, inestable y proví
•sional. El proceso llegará a su término cuando los componentes de la familia sean
capaces de elegir, esto es. cuando estén en condiciones de aceptar lo
«imprevisible» y esto forme parte de sus «reglas» (Andolfi y Angelo, 1980).
Para conseguirlo, tendrán que aprender a aprender, es decir, modificar los
esquemas sobre cuya base se desarrollaba hasta ese momento la elaboración de
sus experiencias. Tamaño suceso explica las resistencias que la familia opone; el
problema principal es «cómo superarlas»: el método que exponernos es una de
las respuestas posibles.
Figura 3.
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2. La redefinición como matriz de cambio
Redefinición de la relación terapéutica
Como se expuso en las páginas anteriores, la formación del sistema terapéutico
es un proceso que prevé continuas intervenciones del terapeuta en el sentido de la
redefinición. Este parte de la definición más o menos explícita que la familia hace
de sí, y procura modificarla cambiando el significado de las interacciones entre sus
miembros o entre estos y él mismo. La redefinición tiene el propósito de trastornar
las pautas de comunicación entre los diversos subsistemas, hasta que su
mantenimiento se vuelva imposible y se engendre una modificación
suficientemente estable de la trama relacional y de los valores que la sustentan.
Como estas familias se empeñan de continuo en asimilar a los esquemas
habituales cualquier información nueva, cada redefirjición corre el riesgo de ser
englobada en pautas consabidas, lo que la volverá inoperante. En efecto, la familia
intentará extender al sistema terapéutico sus propias reglas, porque buscará el
mejor modo de enredar al terapeuta en su propio juego. El terapeuta se ve
entonces, desde la primera sesión, en la necesidad de redefinir Jas relaciones
dentro del subsistema «familia», y entre él y uno o más miembros de ella. El
resultado final es el mismo, porque el cambio de una sola relación influye por vía
de consecuencia sobre las demás; en efecto, todas contribuyen al equilibrio del
sistema en su conjunto. De hecho, cualquier estímulo significativo introducido en el
interior del sistema tenderá a modificar la relación entre sus miembros, pues
pondrá de manifiesto características nuevas. Pero si el terapeuta advierte que su
nuevo inpttt es utilizado para recrear en una forma diferente un equilibrio tan rígido
como el anterior, deberá cambiar su re- definición o ampliar la complejidad de
esta, de manera de mantener el grado de incertidumbre que promueva la
evolución de la relación (Whitaker, 1977). En la práctica, si se quiere evitar que
cada información nueva sea organizada dentro de esquemas consabidos, la
«lectura» de las relaciones requiere nuevas y nuevas definiciones a medida que
se avanza.
Para definirse a sí misma, la familia utiliza modalidades explícitas e implícitas;
estas últimas consisten en todas las actitudes y conductas no verbales que
califican las interacciones entre los familiares y entre estos y el terapeuta. Este, a
su vez, puede redefinir las relaciones en el nivel explícito (casi siempre verbal) o
implícitO (casi siempre no verbal); es lo que muestra el siguiente fraginento de
sesión.
Era la familia de un paciente psicótiCO de 14 años; la componían la madre, el
padre. el paciente designado y su hermano mayor, que en esa primera sesión no
estuvo pre. sente. Desde el comienzo el paciente polarizó sobre sí la atención con
un comportamiento extravagante y un lenguaje incongruente, frente a lo cual los
padres reaccionaban con angustia ‘ turbación.
1’.: ¿Cuánto tiempo por día tienen que soportar esta mú sica en casa?
Padre: Continuamente.
1’.: ¿Cuántas horas, más o menos? (Hace esta pregunta dirigiéndose al paciente.)
Carlo: Depende de ellos, según cómo me irriten.
T.: Es decir que si te cansan demasiado, respondes «con música».
Carlo: Así, así; es cuestión de puntos de vista. Cuando tienen que hablar conmigo,
ellos dicen «eres siempre exagerado, dices siempre las mismas cosas, tienes una
idea fija». ¿Y qué? ¿Quiénes van al paraíso? ¡Los que tienen una idea fija!
Padre: Pero, ¿eso qué significa?
Carlo: Y bueno, en el paraíso... la justicia, la verdad, ¿saben ustedes dónde
están? ¿De parte de quiénes están? T. (con aire de indiferencia, haciendo como
que no escucha, toma un cenicero de pie y se lo alcanza al paciente):
Puedes tenerlo un momento mientras hablo?
Carlo: Con mucho gusto. (Toma el cenicero y lo sostiene ulI poco 1er(lnta(lo con
una urano, con expreskn de desconcierto, todo lo cual le hace adoptar una pose
ahstmrda !Í ridícula.)
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1’.: Pero no, debes apo arlo en el suelo, así. (Corrj’e un pOCL) la posicioji dci
;;ack’nte, colciéndola 111(25 i,uuitural tod(lcí((.)
T. (a /09 ¡>adres): ¿Quién de ustedes dos piensa que este hijo es más un actor o
más un tonto? ¿Cuál de las dos cosas?
Pa(lre: En este momento está.
1’.: No, le pido uiia respuesta simple.
Padre: Bueno, mitad y mitad, porque esperamos que sea algo pasajero. Porque
antes estaba bien, hace dos años era normalísimo.
T.: Sí, ¿pero hoy? (Repite 1(1 pregunta.)
I’adre: Tenemos casi la misma opinión.
Madre: Pero quizás él es más optimista.
T.: ¿Qué significado tiene ese optimismo? ¿Se inclina más al tonto o al actor?
Padre: Al actor, sin duda.
Como se advierte, la redefinición del terapeuta no teiidía sólo a ridiculizar la
conducta del paciente y a disipar el clima de tragedia y de angustia con que se la
vivía en la familia, sino, además, a crear un contexto que diera congruencia a sus
acciones, confiriendo un significado preciso y una connotación de conducta
voluntaria a sus extravagancias. Y al mismo tiempo, demandaba al paciente
l1e definiera su relación con el terapeuta; por vía indirecta le comunicaba: «Si
quieres establecer una relación fecunda conmigo, debes explicarte más, debes
hablar de tus
problemas de manera comprensible, sin recurrir a estratagemas infantiles. Si has
conseguido engañar a tus padres, has de saber que no lograrás lo mismo
conmigo». Este mensaje alcanzaba al propio tiempo a ios padres en la forma de
una invitación implícita a no dejarse «tomar el pelo», moviéndolos a que
apreciaran de otra manera la actitud del hijo.
Aun en los casos en que la demanda del terapeuta de obtener informaciones
diferentes de las proporcionadas en ese momento por los pacientes parece
solamente destinada a precisar un problema o una determinada conducta, en
realidad pone esa conducta en relación con el modo en que actúan los demás. Por
medio de preguntas que se insertan en una «sintaxis» relacional, las diferencias
entre los diversos miembros del sistema adquieren un valor importante como
informaciones (Selvini Palazzoli, 98O). Por
consiguiente, ya la modalidad de recopilación de las informaciones importa una
tentativa de redefinición.
Los diálogos que hemos reproducido ponen de manifiesto que, a diferencia de
otras técnicas, el objetivo no es lograr que los miembros de la familia se
comuniquen mejor entre sí o de manera más comprensible; en efecto, la
comunicación siempre es mediada por el terapeuta, quien escoge el intrnt que
introducirá, recurriendo a pregulitas que lo vehiculizan. No consideramos
necesario un cotejo o un diálogo entre las personas que asisten a la sesión, como
no sea para permitir al terapeuta recopilar (latos COfl miras a sus intervenciones o
para imprimirles mayor fuerza, utilizando lo que ha salido a la luz en el curso de
las interacciones. Es posible que los intercambios más útiles se produzcan de
manera espontánea fuera (le las sesiones, por vía de la elaboración posterior (le
las «definiciones» que el terapeuta dio de lo sucedido. De hecho, el cambio
consiste en el trabajo continuo que cada miembro realiza para definirse respecto
de la definición dada por el terapeuta, lo que llevará a una mudanza de los
modelos de relación y de los valores en juego. Esto importa modificar la
distribución “ la amplitud de los espacios personales, y liberar las valencias que
hasta ese momento permanecían ocupadas en funciones estereotipa(las (le
interacción.
Redefinición del contexto
Cada uno da una definición de sí no sólo por lo que dice, sino por las acciones que
realiza, los instrumentos o los objetos que emplea, el modo en que los usa o el
significado que les atribuye: todos estos ingredientes contribuyen a la creación del
contexto en que se desenvuelven los intercambios de interacción, al par que, de
rechazo, son condicionados por este.
Esto es válido también en terapia, y se puede observar que conductas, objetos de
uso común o personal, así como actos ritualizados, se utilizan para manifestar las
propias intenciones, comentar conductas de los demás y, en definitiva, proponer
contextos para la inserción de los intercambios relacionales. En ocasiones basta
con introducir un elemento nuevo —p. ej., realizar una acción diferen
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te, producir un desplazamiento espacial de las personas, modificar el ritmo de las
interacciones intercalando silencios o proponer intercambios entre ciertos
miembros del sistema— para obtener un cambio del contexto (Selvini Palazzoli,
1970; Andolfi, 1977); y este cambio, a su vez, condicionará las interacciones
posteriores. De este modo, actuando sobre esos elementos y por medio de ellos,
el terapeuta tiene la posibilidad de redefinir las relaciones en diversos niveles.
Veamos un ejemplo.
Era una sesión con la familia de una paciente afloréxica de veinte años, que
participaba en la terapia junto con sus padres y una hermana menor. El contexto
era de falsa colaboración, y la familia utilizaba un repertorio «interpretativo»
adquirido en el curso de una experiencia terapéutica anterior; esto creaba un clima
de debate formal. La madre era quien se mostraba más empeñada en esta
actividad, al tiempo que controlaba que no afloraran emociones demasiado
intensas. Hacia la mitad de la sesión, el terapeuta empezó a juguetear con el
cenicero que tenía junto a sí; tomó unas colillas de cigarrillo, empezó a
desmenuzarlas lenta metódicamente, sin hablar, y con aire absorto dejaba caer los
pedacitos al suelo; la familia continuaba hablando, pero sus miembros prestaban
atención, como fascinados, a lo que sucedía, y lo hacían por períodos cada vez
más prolongados. Sobrevino un cargado silencio.
T. (dirigiéndose a la madre, pero con la vista fija en las colillas que desmenuzo).-
¿Por qué no prueba de hacer lo que “o hago? Si lo hiciera, quizá lograría sentir en
lugar de permanecer prisionera del mar de palabras que viene vomitando desde
hace tantos años. (Le alcanza una colilla de cigarrillo, que la madre empieza a
desmenuzar automáticamente.)
Madre (tras un largo silencio): ¿Que lo estos- desmenuzando todo? ¿Es lo que
qiiere decir?
T.: Es lo que yo siento si me pongo en su lugar.
Madre: justamente, que se está desmenuzando todo. Que todo lo que digo es
inútil; que está equivocado lo que digo, que quizá sin darme cuenta de lo que
hago, sólo pienso en mí misma y no en los demás. Que entonces voy
po1 un camino equivocado, rio sé...
T.: Pero vaya a descubrir cuál es el pedacito que pertenec-e a la mamá, cuál al
papá, cuál a las hijas.
Madre: Justamente, todo es una gran confusión.
T.: Pero, ¿por qué en vez de hablar no desmenuza? ¿Se sirve otra? (le ofrece, en
la palma de la mano, otras colillas). Madre: Entonces, ¿qué deben hacer estas
personas además de pedir asistencia?
T.: Desmenuzar...
Madre: Pero en algún momento se termina de desmenuzar...
T.: No; de estas hay muchísimas, se las encuentra por todas partes. Y están los
que desmenuzan con las manos, los que desmenuzan con el cerebro,
desmenuzan siempre. Están los que han desplazado todo dentro de las células
cerebrales. (Indica a la paciente anoréxica, y alude al hecho de que «se hace la
intelectual».) Hasta el punto de comer con las células cerebrales, orinar con las
células cerebrales, defecar con las células cerebrales y lamer las migajas de los
otros con las células cerebrales.
Por medio de una conducta no verbal, poco a poco se modificó el contexto en que
se desenvolvía la sesión, lo que hizo que las interacciones posteriores cambiaran
de significado. Las colillas en las manos del terapeuta y lo rítmico de su
desmenuzamiento ponían de manifiesto la verbosidad de la familia y revelaban
una dimensión temporal que por su lentitud determinaba una atmósfera de mortal
aburrimiento. En el momento mismo en que cabía esperar que prestara la máxima
atención a los esfuerzos que la familia hacía por parecer convincente y
cooperadora, el terapeuta se abstrajo de lo que ocurría y se dedicó a una
operación aparentemente sin sentido, desligada por completo del contexto
planteado. Era como si comunicara, por el canal no verbal: «No me interesa
absolutamente nada lo que están diciendo, porque sé que no corresponde a los
sentimientos reales de ustedes y, sobre todo, no es lo
que en este momento los preocupa principalmente. Los
discursos de ustedes dejan traslucir que han perdido la fe
en la posibilidad de tener una relació’i satisfactoria con
• los demás. Sólo si aceptan vivir su sentimiento de impo
tencia pueden esperar obtener algún elemento útil de esta terapia».
El nuevo contexto no sólo redefinía las relaciones en el interior del sistema
familiar, sino las relaciones entre este y el terapeuta. Este recurrió a un quehacer
marginal para escapar del contexto inicial y crear uno diferente, en que
1’
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a menos que pienso. (Mira su marido la
su propia acción adquiría una posición más y más central, y cargada de
significado.
Como en el caso de los demás procedimientos que permiten redefinir el problema,
también en este, de la modificación del contexto, las intervenciones más eficaces
se sitúan en un nivel implícito; casi siempre utilizan comunicaciones no verbales,
que resultan menos manipulables y están menos expuestas a respuestas
defensivas.
Redefinición del problema
La redefinición del problema que la familia trae y, por lo tanto, de su demanda de
terapia, no se podrá llevar a cabo mientras la conducta sintomática del paciente
permanezca artificiosamente aislada del contexto de las relaciones donde tiene su
sitio natural: sería como confundir un cristal mineral con la sustancia química de
que se compone, cuando en verdad sólo representa una de sus posibles
expresiones estructurales.
Nuestro objetivo es, en consecuencia, trasferir el síntoma a un plano relacional,
haciendo de manera que a los ojos de todos se revele funcional para el
mantenimiento de las relaciones. Se trata, entonces, de analizar la estructura de la
que el problema es manifestación, y de redefinir las relaciones que lo originan. Si
conseguimos quitar a la «perturbación» las connotaciones reductoras y
desvalorizantes que en general se le atribuyen, podremos situarla en una
dimensión relacional diferente que nos permita procurar modalidades nuevas de
relación. Así, la conducta sintomática, que por lo común es considerada un
problema individual, se convierte en un problema de todos los miembros de la
familia, en una realidad más compleja. Desde luego que no alcanzaremos este
resultado con sólo explicar a la familia los conceptos de la circularidad; es preciso
redefinir en la práctica las relaciones i el contexto en que se desenvuelven. Por
esta vía se alcanzará. junto con la familia, una descomposición y una
reestructuración de los elementos constitutivos del problema, los mismos que
permitirán observarlo en una dimensión diferente.
A título de ejemplo reproduciremos W1 fragmento de li entrevista inicial con la
familia de una niña de 12 años.
1 aira, cii’ iada a consulta por prol)lelnas de «depresión anorexia». Desde el
estallido de los primeros trastornos. Ja familia, con el pretexto (le la enfermedad
de la hija. vivía prácticamente separada; por consejo de una psicóloga. la niña
había sido trasladada, con su madre, a (le unos parientes. Desde ese momento
Laura obligó a
padres a turnarse a su lado. En Ja sesión estaban presentes la paciente, sus
padres. y sus hermanas Marina. (le 9 años, Carla, de 5. En la primera parte de la
entrevista se había hablado de la importancia de la abuela materna, que tenía una
actitud «dulce» hacia Laura, afirmación por otra parte desmentida por la paciente.
,\Íadre (dirigiéndose a Laura): ¿Le puedo contar al doctor
111e antes de estar mal eras muy apegada a la abuela?
Laura: Sí, sí.
T. (a la madre): Disculpe usted, pero, ¿siempre pide permiso a su hija cuando
quiere manifestar algo que usted piensa
Madre: Antes uio pedía permiso a nadie ahora, desde que se ha creado esta
situación en casa, por temor de herir la susceptibilidad...
Laura (interrumpiendo): Sin embargo, lo acabas de decir. Madre: . . . le pido
permiso.
T.: ¿A quién más le pide permiso cuando quiere manifestar su opinión sobre algo?
Madre: A nadie; a mi marido no.
Laura: No; ahora, a todos.
Madre: Puede ser que ahora pida permiso a todos porque me siento la persona
acusada, si se puede decir así...
T.: ¿Es así como usted se siente?
Madre: Sí, me siento así; antes de abrir la boca lo pienso bien porque siempre
temo equivocarme.
T.: Vaya una, posición la suya. .. (Se dirige al padre:) ¿También el papá pide
permiso a Laura cuando quiere decir algo?
Padre: Normalmente no, ni siquiera ahora; me equivoque, pero... a veces digo lo
que a Laura.) ¿No es cierto?
T. (se dirige a la madre): 1e parece que imita muy bien, ¿sabe usted?
Madre: ¿Dice que mi marido me imita?
T.: En cuanto a pedir permiso, sigue los pasos de usted.
Madre: Hay que ver desde qué punto de vista se lo mira.
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1’. (se dirige a Laura): Ti-asládate aquí Con la silla, pero ¡usto a mitad de Camino
entre mamá y papá. (Laura se traslada y se sienta exactamente en medio de sus
padres.)
Madre: Bueno, en este período Creo que ocurre ustameHte eso.
T. (habla a Laura con tono resuelto): Laura, ¿eres una niña (le 12 años o King
Kong?
Laura: Una niña de 12 años.
T. (sigue dirigiéndose a Laura): ¿Y por qUé entonces en tu casa te tratan como a
King Kong? Pero, ¿sabes tú quién es King Kong?
Laura: Sí, sí.
T. (ahora se dirige a las hernianitas): ¿Y ustedes saben quién es King Kong? (Y
ante el gesto de negación de ellas:) Explícaselo tú, Laura.
Laura: Es un mono enorme, fuerte: hasta han hecho una película.
1’. (se va de la sala y regresa con una pila (le almohadones que coloca en la silla
de Laura, quien entonces sigue en medio de los padres, pero en posición mucho
más elevada):
Mira, no quiero decir que te parezcas a un mono, sino sólo que pareces una
persona muy alta, que está por encima de todos, y de la que todos tienen miedo.
¿Has visto cómo te miran papá y mamá cuando hablas tú? Dime un poco, ¿cómo
has hecho? Porque yo a los 12 años no tenía en casa toda la importancia que
tienes tú. Explícame el secreto. ¿Cómo has hecho para adquirir tanta importancia?
Laura (desde lo alto de su posición, con ira): No soy importante ni siquiera ahora,
soy normal.
T. (a Laura): ¿Papá y mamá te piden permiso más a ti o se lo piden más a la
abuela?
Laura: Creo... que a ninguna de las dos.
T.: ¿Cómo? ¿No has advertido que mamá apenas abre la boca teme equivocarse,
y por eso está siempre turbada?
Laura: Yo no lo creo.
T. (a la madre): Observe, señora; no sólo se siente atribulada, sino que ni siquiera
le creen.
Madre: Así es.
T. (al padre): ¿Usted cree que su esposa se siente en dificultades en este
período?
Padre: Sí, creo que sí.
Laura (con aire resentido): ¡Epa, epa!
T.: He prestado mucha atención a lo que ustedes dicen, pero sinceramente me
gustaría que me ayuaaran a enten
der sobre qué podríamos trabajar juntos, porque todavía no lo tengo en claro.
Como se advierte, ci problema expuesto por la familia fue redefinido por medio de
una lectura diferente de los roles atribuidos a cada miembro. La figura de Laura, a
quien inicialmente habían presentado como una niña necesitada de asistencia de
afecto porque se sentía deprimida e impotente, adquirió, a medida que se
sucedían las preguntas v las respuestas, connotaciones por completo diferentes,
hasta que su rol cambió totalmente. Merced a una serie de preguntas y de
observaciones, se subvirtió el significado de la relación entre la paciente y sus
padres: la «pobre niña» agobiada por la enfermedad se convertía en la poseedora
de atributos de fuerza sobrehumanos; era la persona que dominaba todas las
comunicaciones intrafamiliares. Al parecer, ello sucedía sobre la base de
necesidades de las que ella se hacía intérprete por delegación voluntaria de todos
los miembros de la familia. Para reforzar la «nueva» imagen de Laura, el terapeuta
recurrió primero a un desplazamiento espacial, con lo cual reestructuraba
visualmente la relación entre la niña y los padres; después echó mano de objetos
(los almohadones) por medio de los cuales exageró el papel de Laura hasta
volverlo ridículo.
En estos pasajes asistimos a un progresivo cambio del contexto, que poco a poco
se expandió basta rozar lo grotesco cuando se propuso la imagen de King Kong:
en ese proceso la angustia iba creciendo, para desahogarse al fin en una risa
liberadora.
Resulta evidente que la subdivisión que hemos establecido entre los diversos tipos
de redefinición persigue sobre todo un objetivo didáctico. En la práctica, la
redefinición explícita, la implícita y la de contexto se producen casi siempre de
manera simultánea y se refuerzan unas a otras. La redefinición explícita es
preparada, modulada, precisada por la implícita, y a la inversa; el contexto es
modificado por las redefiniciones verbales ‘i no verbales, y a su vez las puede
volver más eficaces o absolutamente inútiles.
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3. La provocacióncomorespuesta terapéutica
La inducción de una crisis
En las familias con designación rígida, el temor de que un miembro pueda poner
en peligro los esquemas de interacción habituales sustrayéndose de las reglas del
juego hace que cada uno ejerza un control más y más estricto sobre el otro, y
genera una fuerte tensión emotiva. En la vida cotidiana, los miembros de estas
familias eligen no elegir, justamente sobre la base de una tensión y de una
angustia que los constriñen a obrar siempre según las modalidades impuestas por
un cristalizado mito (le unidad (Ferreira, 1963). Es decir que la tensión hace las
veces de combustible para ese continuo ajetreo que lleva a modificar mucho para
no cambiar nada.
Pero si por un lado la tensión es funcional para la Lomeostasis, por el otro su
intensidad puede alcanzar con el tiempo un nivel tan elevado que se constituva en
acicate para el cambio. Esto no significa que, en el momento en que estas familias
se deciden a demandar terapia, estén dispuestas a cuestionar sus propias
relaciones, sino que la tensión interna ha llegado a un punto en que ya no puede
ser contenida por la función que el paciente designado desempeña. No obstante
su presencia, en el momento de iniciar una terapia aumenta de nuevo la ameriaza
de descompensación de los equilibrios actuales y, con ella, la posibilidad de tener
que volver a pactar las reglas, las funciones y los espacios de cada miembro.
Reaparece entonces el peligro de una variación descontrolada del status de cada
uno, que en un tiempo lejano o reciente había hecho necesaria la designación de
un chivo emisario.
La sintomatología del paciente designado representa las dos instancias que la
familia expresa al terapeuta: por un lado, una demanda de asistencia, y por el otro
el temor de una crisis. Pero si en el pasado la amenaza de una crisis había (lacio
nuevo impulso a esquemas de interacción
a gasta(los. con mayor razón en este momento, frente a la
necesidad de una terapia, la familia se sentirá amenazada
y unida más que nunca para evitar una crisis tan deseada
como temida.
Lo expuesto nos lleva a contemplar desde dos ángulos diversos la necesidad de la
intervención terapéutica. Por un lado tenemos el sufrimiento real y, por el otro, la
lógica del funcionamiento familiar. Si para mantener la invariabilidad de este última
va no basta la función del chivo emisario, será preciso reunir fuerzas nuevas. Para
conseguirlo, el sistema familiar utiliza un viejo esquema: centralizar a un solo
individuo, con el fin de hacerle asumir las tensiones de todos. Con un mecanismo
semejante al empleado con el paciente, estas familias son capaces (le trasferir sus
tensiones a otra persona, situada fuera de su núcleo, englobándola en la lógica de
«avs’jdanos porque a no sabernos qué hacer».
A menudo estas familias a han buscado y encontrado entre parieittes y amigos. a
los individuos más aptos para proporcionar una asistencia que refuerza la
estructura fauiiiliar (le siempre; pero en la mayoría de los casos, esos terapeutas
improvisados abandonan precipitadamente el campo cuando la carga de las
tensiones familiares se hace gravosa. Es el momento en que se advierte la
necesidad (le un genuino «profesional», uno que no abandone fácilmente la lucha.
Es decir, de alguien que por definición se ocupe de curar al enfermo mental. Hete
aquí, pues. que la presencia del terapeuta permite a la familia desviar, con un
mecanismo análogo al empleado en el paciente, la tensión que ella ya no puede
contener en su interior. De hecho, se pedirá al terapeuta que administre esa
tensión de manera de no cuestionar los ordenamientos precedentes, y todavía
menos la definición de enfermedad del paciente. Si el terapeuta se deja enredar
en la lógica familiar que discierne en el paciente la única fuente de dificultades, él
mismo se asemejará al enfermo:
será el portador de un malestar cuya correlación con los problemas de los demás
será de difícil averiguación.
Es asícomodesignación del paciente y demanda de terapia resultan ser dos
momentos distintos en el tiempo. pero análogos por su significado funcional; en
efecto, en uno como en el otro la familia trata de evitar la tensión entre sus
miembros eligiendo un portador oficial. En los (lOS casos, el sistema familiar en su
conjunto, justamente
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¡x)r estar en peligro, se ernpeiia (91 sOstener más activamente que de costumbre
su propia estructura disfuncional. Lo paradójico es que debe mostrarse más fuerte
en el mismo momento en que se siente más débil. 1)e esto se infiere que la
familia, cuando demanda terapia, presenta tina rigidez mayor que la habitual.
Junto a la demanda de terapia como tal, se manifiesta de manera implícita una
modalidad de interacción que tiende a trasferir esa rigidez al sistema terapéutico
en su conjunto. Aunque la sintomatología del paciente es la señal más visible de
que ha llegado la hora de enfrentar el sufrimiento de todos, el miedo de hacerlo
moverá a la familia a desear que el terapeuta se limite a rellenar con la mayor
rapidez las grie-. tas abiertas en el interior de su organización, esto es, que
intervenga en una situación de emergencia, en lugar de enfrentar una crisis que se
dibuja incontrolable y amenazadora para el mantenimiento de la estructura familiar
(Minuchin y Barcai, 1969).
Jackson y otros terapeutas habían observado ya cuán inútiles son las tentativas de
provocar bruscos cambios en familias que no están en crisis, y cuán eficaz
resultaba en ocasiones obrar de manera que «el sistema familiar se salga de los
límites que se ha impuesto a sí mismo» (Jackson, 1957). También Haley (1980) ha
puesto de relieve la importancia de intervenir en familias en un momento de
desequilibrio, y señalado que es mucho más trabajoso producir cambios en su
organización cuando el tratamiento va contribuyó a atenuar el malestar. Hoffmann
(1981) nos ha proporcionado otra confirmación: explicó
lue a menudo la terapia puede no traer consigo una restauración del orden, sino
introducir complejidad. En otras palabras, frente a un sistema familiar que
demanda asistencia para resolver sus dificultades circunscribiéndolas, puede
convenir una respuesta que aumente las variables en juego hasta el punto de
provocar una pérdida de control sobre los equilibrios preexistentes.
La experiencia clínica nos ha llevado a compartir las citadas observaciones;
hemos llegado a la conclusión de que la mejoría necesariamente debe pasar por
un estado de crisis del funcionamiento familiar. Por lo tanto, nuestra tarea será la
opuesta de la que espera la familia: procuraremos inducir ese mismo desequilibrio
que ella querría evitar (Searles, 1974). No sólo nuestra lectura de los trastornos
será mucho más amplia que la interpretación res-
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trictiva (1ue hace la familia, sino que dondequiera que preexista una inestabilidad,
nuestro objetivo será acentuar- la; y en su ausencia, intentaremos sacarla a la luz.
La familia demanda estabilidad y nosotros le inducimos un desequilibrio: una
bomba en lugar de un remiendo.
La posibilidad de determinar una crisis en la familia está estrictamente ligada a la
intensidad de la intervención. ¡Cuántas veces en el pasado pretendimos derribar
paredes a golpes de mondadientes! En la revisión de algunas de nuestras propias
terapias, nos vimos como personajes patéticos en aquellos intentos de «respetar a
la familia y sus ritmos»; no advertíamos la desproporción entre nuestros nobles
intentos y la rapidez con que la familia neutralizaba toda nuestra estrategia.
Una paciente anoréxica de 18 años refiere con tono monótono el sufrimiento que
le produce sentirse escindida en dos partes, una que quiere crecer, mientras la
otra quiere permanecer niña. Si nos pasara inadvertido el absoluto dominio que la
muchacha ejerce sobre padres y hermanos, y lo poco que ellos hacen para
impedírselo, po&íamos sentirnos apenados por su dilema y creernos en la
obligación de adquirir más informaciones sobre este punto haciendo más
preguntas, a ella y a sus familiares. Si se nos escapara la palmaria incongruencia
entre la gravedad de la sintomatología de la muchacha y el tono de intelectuales
de salón de los miembros de la familia, acaso esperaríamos a que cada uno
formulara sus hipótesis sobre la cuestión; nos guiaría en ello el propósito de hacer
aflorar después eventuales discordancias; también podríamos dejar
que la paciente se desfogara a su gusto, con la esperanza de que al fin dijera algo
resolutivo que hiciera explotar un conflicto real.
Quienquiera que tenga experiencia en estas familias sabe muy bien que eso
nunca ocurrirá, sino que se entraría en un laberinto interminable en que todos
verificarían su satisfacción consigo mismos por descubrir que eran profesores en
una materia tan interesante, y sin verse obligadOs a arriesgar nada en planos
mucho más quemantes. Nuestra paciente habría seguido sintiéndose bien
protegida en ese mecanismo familiar que, a cambio de su rehusamiento a la vida,
le daba la posibilidad de no hacer ¡tunca elecciones autónomas, ‘ permanecer
siempre, no obstante ello, en el centro de la escena. Los padres ha-
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brían seguido evitando un cuestionamiento que nunca habían emprendido,
mientras la hermanita menor habría permanecido aferrada a la ilusión de que
podía llevar a cabo su desvinculación a la sombra de la hermana enferma. Y todo
esto, con el cOnsentimiento y el apoyo de un terapeuta «respetuoso».
En estos años trascurridos, pues, hemos caído en la cuenta de que la familia se
siente sostenida sobre todo por la intensidad del influjo terapéutico. Se siente
encauzada socorrida justamente por la capacidad y la rapidez desplegadas por el
terapeuta para tomar el control de la relación y romper los esquemas de
interacción habituales.
En efecto, si es cierto que en la batalla por el control (le esa relación terapéutica
no resignará fácilmente las armas, es también cierto que en esa pugna valorará la
seguridad que el terapeuta demuestre no dejándose enredar y. en consecuencia,
la posibilidad de aceptar los riesgos de un cambio con la guía de aquel. Pero si
nuestro primer objetivo es inducir una crisis, deberemos preocuparnos por reunir la
fuerza que nos permita provocarla y actuar de manera que la intensidad de esa
crisis sea directamente proporcional al grado de rigidez del sistema familiar.
Nuestra intervención se plantea entonces como una res- ¡mesta a los in1)uts que
nos son enviados por la familia. Desde la primera relación que ella trata de
establecer con nosotros, es decir, desde el momento en que es enviada a consulta
y citada (el llamado telefónico anterior a la sesión, las manipulaciones
emprendidas en torno de la presencia o ausencia de sus miembros, los primeros
minutos (le la primera entrevista), apreciamos la posibilidad de ser reabsorbidos
en el interior de las reglas familiares (Selvini-Prata, 1981). Sobre la base de
nuestra vulnerabilidad,
que es desde luego subjetiva y está ligada a la relación irrepetible entre este
terapeuta y esta familia, calibramos la intensidad de la intervención.
Por la observación de la intensidad y la índole de las comunicaciones que la
familia nos envía, hemos aprendido a responderle con una modalidad casi
mimética, a saber:
imitando ciertos mensajes y acentuando su intensidad de manera proporcional a la
intensidad con que nos llegan. Si la intensidad de la intervención es directamente
proporcional a la rigidez del sistema familiar, la índole de nuestras respuestas lo
será respecto de las comunicaciones que la familia nos envía. En efecto, un
lectura atenta de
estas últimas nos permite apreciar las que podrían poueriios en ma ores
dificultades, «devolver» a la familia mensajes que no la enfrenten a nosotros en
esos planos, sino que más bien calquen con fidelidad su estructura.
Las familias nos han enseñado la inutilidad de entrar cii competencia sobre «quién
tiene más razón»; por eso hemos elaborado una lógica de intervención que da la
razón a la familia en la incongruencia de sus mensajes, (le modo de constreñirla a
soportar íntegramente su peso (Andolfi y Menghi, 1977). En ese momento los
propios miembros del grupo familiar sentirán menos amenazadora y más
liberadora una crisis real de sus relaciones recíprocas.
El paciente designado: puerta de entrada
en el sistema
El comportamiento sintomático, que por lo común es considerado expresión de
sufrimiento del individuo y de los demás miembros del sistema familiar, ofrece
ganancias indudal)les a uno y otros. Suele cometerse el error de descuidar este
aspecto no advertir entonces la función (le! chivo emisario el enorme poder que se
le asocia; en efecto, el carácter involuntario del síntoma permite al que lo presenta
definir controlar sus relaciones con los demás regular las relaciones de los demás
entre ellos. En consecuencia, el gran acuerdo que por lo común borra toda
divergencia dentro de estas familias consiste en que el enfermo, la persona que se
debe curar, es sólo el paciente designado. Su presencia es esencial para todos,
porque hace las veces de regulador homeostático de la iiiteracción familiar y
porque su misma atipicidad les permite cristalizar eii el tiempo todas las relaciones
de función-dependencia recíproca que los encadenan entre sí. En virtud de su
presencia adquiere una justificación más que verosímil el «estar constreñidos a
ser» y la imposibilidad de quebrar el despiadado control que cada uno ejercita
sobre los demás.
La enorme importancia de la función de chivo emisario explica que las tentativas
de cuestionar su centralidad y (le extender de manera explícita la problemática a
todas las relaciones del grupo familiar resulten tan arduas, cuando no terminan en
el fracaso. En efecto, aceptar una redef i
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iiición de ese alcance significaría para la familia perder el instrumento más eficaz
que le permite mantener su circuito habitual. Significaría enfrentar demasiado
precozmente la pobreza de sus intercambios de interacción, la impermeabilidad de
las fronteras recíprocas y la estrechez del espacio personal concedido a cada
miembro. Significaría, en la práctica, abandonar la terapia o iniciar con el terapeuta
una polémica tan interminable cuanto inútil.
Para mayor confirmación de lo que llevamos dicho, reparemos en que las más de
las veces el paciente designado es «traído» a Ja terapia; es que nadie le puede
reconocer, en su condición (le paciente, poder alguno de decisión —que por otra
parte él tampoco reclama—. Y aun en los casos en que él mismo es quien pide la
intervención y hace las veces (le elemento de unión para el resto de la familia, se
lo consienten en función de su diversidad. Su comportamiento en la sesión parece
reforzar por lo meiios cinco aspectos fundamentales que la familia en su conjunto
muestra al terapeuta:
1. La centralídad absoluta de su función de enfermo, que CII lo sucesivo ocupa el
universo de la familia, anulando cualquier otra problemática. Ha dejado (le ser una
persona; es solo una enfermedad, al tiempo que los demás miembros se han
convertido en médicos y enfermeros.
2. La imprevisi.bilidad el carácter ilógico de sus comunicaciones, aun las más
trivialmente congruentes.
3. El carácter incoluntario de toda su conducta. Cuantas accic.’ies lleva a cabo son
miradas con melancólica resignación. «No es él quien lo quiere, sino su
enfermedad», parece el convencimiento de todos. Y con la cobertura de ese
supuesto, el paciente designado se puede permitir cualquier conducta.
4. Las consecuencias nocivas que la enfermedad del paciente designado produce
en toda la familia. «A no ser por esta cruz, Ja nuestra sería una familia feliz.»
5. La inutilidad de los esfuerzos de todos (familiares, amigos, parientes y médicos)
para modificar su comportamiento. En esta manifestación de buena voluntad mal
correspondida está implícita la idea de que habiéndolo intentado tantos, ya no se
puede esperar que alguien obtenga mejores resultados.
(52
Sobre la base de esta situación, el sistema familiar hace sus demandas:
«Ayódennos a cambiar al paciente, sin interferir en las relaciones en que participa.
Ayúdennos a curarlo aunque sea imposible».
No hace mucho tiempo, la madre de un paciente esquizofrénico llamó por teléfono
a nuestro Instituto para solicitar terapia. Tanta fue la urgencia que supo comunicar,
que la secretaria que Ja atendió se sintió obligada a interrumpir Ja sesión de uno
de nosotros para que la señora pudiera hablar inmediatamente con un terapeuta.
Le solicitó una entrevista va mismo, al tiempo que le comunicaba que la situación
se arrastraba sin cambios desde hacía unos once años. Declaró además que
había consultado tantas clínicas ‘ a tantos terapeutas que ya no tenía fe en que su
hijo curara. Agregó que esperaba que el doctor mio se pondría a indagar la
relación de ella con sus hijos. Dijo que se había hecho ya esa tentativa en Suiza,
donde no habían solucionado nada. Concluyó afirmando que
por lo menos en ese país se. habían mostrado humanos, mientras que en Italia
todos habían dado muestras de un cinismo increíble. Preguntada si el hijo había
participado en la decisión de emprender una nueva terapia, respondió que nunca
reaccionaba juiciosamente y que, si lo consultaran, era probable que no
consintiera y se podría haber mostrado agresivo con ella.
No reparar en la incongruencia entre una demanda aparente de cambio y una
demanda sustancial de inmutabilidad, entre una demanda de curación y una
definición más o menos explícita de incurabilidad, significa invariablemente caer
en el juego homeostático que determina el mantenimiento del paciente designado
en la función de enfermo. ¿De qué manera curaríamos al paciente si no podemos
modificar las reglas que sostienen su conducta? Todas las veces que, ignorando
las comunicaciones contradictorias que nos enviaron, aceptamos sin prevenciones
un papel terapéutico, la incurabilidad del paciente y la normalidad de la familia se
convirtieron, tarde o temprano, en un motivo de lucha entre dos bandos: por una
parte, el terapeuta empeñado en empujar al sistema a un cambio más amplio, y
por la otra la familia, empecinada en demostrar su buena voluntad y el fracaso iel
terapeuta.
La. tensión y la agresividad que estas situaciones suelen generar en el terapeuta
nos movieron a reparar en un hecho asaz evidente: en el interior de las
comunicaciones
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que estas familias nos hacen estón presctes elementos (11— (<unente
provoca(lores. Si analizamos las secuencias del ejemplo anterior, advertiremos
que el terapeuta se puede sentir intensamente provocado, sobre todo en su propio
rol. Fn efecto, la madre del paciente solicita la asistencia de mi experto, pero al
propio tiempo lo piiva de los atributos ({UC esa calificación implica. En esencia,
demanda ayuda porque se siente impotente, pero a la vez es ella la (1h1 define
los tiempos y modos de la intervención. Prevé inú tiles las eventuales iniciativas
espontáneas del terapeuta:
«No habían solucionado nada», o peligrosas: «Se podría haber mostrado
agresivo». Por su planteo de un problema de urgencia, ejerce una presión emotiva
sobre el terapeuta, al que empero le comunica la inutilidad de una participación
más solícita, en vista del carácter crónico de la situación. Acto seguido, insinúa
una calificación de cinism para el terapeuta: «Por lo menos en Suiza se habían
mostrado humanos.. cii Italia en cambio.. . ». Y a todo esto no dejaba de
manifestar su poca fe en el éxito de una terapia tan solicitada.
Era en si mismo algo natural que reparásemos en los mensajes provocadores
entre los que la familia nos enviaha; pero al mismo tiempo esto nos sugería una
primera hipótesis de trabajo: ¿por qué no focalizar justamente el aspecto
provocador de las comunicaciones que estas fainilias nos hacían, e imaginar
intervenciones estratégicas (fue fueran respuestas a esos mensajes?
Al comienzo no reflexionamos en esta hipótesis, menos aún nos esforzamos por
procurarle una teorización adecua(la; de todas maneras, representó el punto de
partida de una serie de tentativas. Así, decidimos seleccionar algunas
comunicaciones entre las que nos enviaban las familias, y responder a ellas de
manera de poner de relieve ciertos elementos. Nos pareció, en efecto, que
podíamos relegar muchas informaciones a una posición secundaria al par que
empujábamos al primer plano otras, justamente las que más nos impresionaban
por su carácter provocador. Se trataba de fragmentar el complejo esquema
comunicativo de la familia en partes, de las que utilizaríamos sólo algunas, las
más intensamente provocadoras. En lugar de recurrir a la defensa o de enfrentar a
la familia, convenía que el terapeuta valorizara e hiciera propios los componentes
provocadores que podrían enredarlo en posiciones improductivas. El modo en que
presentamos el anterior
llamado telefónico es un ejemplo de lectura selectiva, como la que decidimos
hacer. En efecto, en ella se escogieron sólo los elementos que consideramos
provocadores; se dejaron de lado todos los demás, que el llamado ofreció en
abundancia. Y al mismo tiempo que el terapeuta los seleccionaba, los mensajes se
utilizaron hasta convertirlos en la estructura vehiculizadora de la nueva interacción
entre él y la madre.
Puesto que el carácter provocador de ciertas comunicaciones familiares está
expuesto a una valoración absolutamente subjetiva, entendimos que cada
terapeuta podía responder a la familia trabando con ella una relación personal
(Nlenghi, 1977). Como fruto de una relación entre terapeuta y familia original e
intensa desde todo punto de vista, consideramos que nacería un nuevo esquema
de comunicación, del cual el terapeuta, al tiempo que lo integrabacomouna de sus
partes, tendría empero el control.
Resolvimos entonces que nuestra respuesta de contra provocación utilizaría como
punto de ataque del sistema justamente al paciente designado: si la familia
provocaba al terapeuta y controlaba el sistema terapéutico por la vía del paciente
designa(lo, también el terapeuta trataría, pür el mnisnio canal, de provocar a la
familia y de controlar el sistema terapéutico. En lugar de luchar contra la
centralidad, nos pareció que debíamos tratar de utilizarla. Pensamos que un
procedimiento eficaz para alcanzar el interior de estos sistemas familiares 1,odía
consistir en mantener y acentuar la posición del chivo emisario, que sería nuestra
puerta de ingreso al sistema. Si este último lo había comisionado para llevar todo
el peso del fardo familiar y lo había elegido mediador de toda interacción, lo mismo
haríamos nosotros, inmovilizándolo en su función. Así su comportamiento, definido
como involuntario, se volvería a los ojos de la familia absolutarnente voluntario. El
que por definición ocupaba una posición tan central a causa de su incapacidad
para desplegar una conducta adecuada y alttónoma, debía ser enfrentado por el
terapeuta en un franco desafío que lo remacharía en su centralidad, a la vez que
la hacía aparecer enteramente intencional.
De este modo, la visión del problema y la relación terapeuta-familia
experimentaban una radical redefinición en el interior (le una provocación tan
intensa cuanto desequili— bradora de todo el sistema familiar. La redefinición se
integraba en la provocación y era su resultado último.
1
M
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Niarcos tenía 16 años. l)esde hacía linos meses hablaba de manera extraña, decía
ser un piel roja y adoptaba las actitudes del caso. En la escuela se aislaba más y
más. Con frecuencia, cuando oía ciertas palabras se tapaba los oídos ‘., llorando,
profería invectivas contra su padre y su madre. Esta, por teléfono, declaró que la
conducta de su hijo la paralizaba. Se mostró en extremo preocupada, pero al
mismo tiempo parecía participar visceralmente de esa conducta: abundó, con
morosidad, en detalles sobre las actitudes excéntricas del muchacho; describió
con minucia sus gestos y su vocabulario de «apache». El terapeuta quecló
impresionado por la actitud contradictoria de la madre:
por un lado su preocupación por el hijo, por el otro la familiaridad y la vivacidad
con que se internaba en sus «aventuras de piel roja»; la monotonía con que
proporcionaba informaciones sobre su vida familiar presentaba un franco contraste
con la vitalidad con que entraba en los detalles de la sintomatología de Marcos. Al
terapeuta, el requerimiento de la madre le sonó más o menos así: «Marcos y su
imitación de los pieles rojas son para mí el único motivo de interés y de vida;
ayúdeme a hacer que cambie su conducta». No hace falta explicar la difícil
posición en
que se veía el terapeuta.
En este punto se podían hacer varias hipótesis y conjeturas sobre el significado
relacional de las informaciones recogidas por teléfono. ¿En qué medida la
sintomatología del muchacho camuflaba las necesidades de ios demás? ¿Cuáles
serían estas necesidades? ¿Por qué Marcos, justamente, debería proteger una
relación de pareja empobre. cida por la monotonía? ¿Por qué era imposible admitir
esto último?
Había tantas hipótesiscomocaminos que pudieran llevar a verificarlas. Se trataba
entonces de descubrir la vía más directa para entrar en la familia utilizando las
informaciories va obtenidas. Trascribiremos las escaramuzas iniciales (le la
primera sesión:
Madre (en el momento en que entra el terapeuta): Buenas tardes.
T. (le da la sueno): Mucho gusto en conocerla... ¿Ya hablé con usted por teléfono?
Madre: Sí, fue conmigo.
T. (señala a Marcos, que permanece de pie, con un brazo levantado y una pose
teatral): ¡Ah! Tú cres Toro Sentado.
No sé como se hace el saludo piel roja; me parece a mí que es así: ¡Huh jujú!
(Emite un alarido de piel roja.)
Marcos: Pero, ¿quién se atreve a burlarse?
T.: ¡Ah!... ¿no hacen así?
.‘ilarcos (con voz gutural): ¡No hacer bromas!
T. (con ademán burlón): ¡Nooo! Pero si es una voz de cowboy, no es la voz de un
piel roja. (El padre y la ma- ((re ríen.)
Marcos: ¡Sí que lo es! Esta es una voz de piel roja.
T.: En mi opinión no tienes gran competencia en la materia. Debo decirte que
durante doce años he visto filmes (le pieles rojas, y te aseguro que esa es la voz
del viejo del Oeste, y mal imitada, por añadidura.
Marcos: Pero yo...
T. (interrumpiéndolo): ¿Cómo te llamas? No te pregunto por tu nombre artístico,
sino por el otro.
Marcos: Nada de nombre artístico. Yo tengo dos nombres. T.: Dime el primero.
Marcos (con tono enftitico): Es el nombre del Santo Evangelista San Marcos.
T.: ¿Cuál es tu característica más importante... San Marcos?
Marcos: ¡ Ninguna característica!
T.: Oye, mi nombre es el de un santo mártir y virgen. ¿Tú qué eres?
Madre (a Marcos): ¡Qué bien recitas hoy!
T.: No señora, no me parece nada bien, es ridículo. (A Marcos:) Sabes, a nuestro
instituto viene mucha gente interesante, pero tú ni siquiera eres interesante, sólo
eres aburrido. Me habían dicho que eras imaginativo con los apaches, tu mamá
me había mencionado a los pieles rojas, y en cambio te dedicas a los santos, a los
temas clásicos. Un aburrimiento mortal.
«Un aburrimiento mortal». El tema del aburrimiento, nunca admitido en esta
familia, era introducido por el terapeuta por la vía del paciente designado. Desde el
comienzo de la sesión, Marcos había sido el medio fundamental con que familia y
terapeuta trataban de alcanzar idéntico resultado: el control del sistema
terapéutico. Pero como en ese empeño el sistema familiar, ya por teléfono en la
persona de la madre, había proporcionado al terapeuta una serie de preciosas
informaciones, él pudo utilizarlas ganándoles de mano al paciente y su familia.
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El terapeuta advirtió enseguida el aspecto provocador de la sintomatología de
larcos, y lo convirtió en el instrumento esencial para su contraprovocación. De ese
modo privaba al muchacho del habitual dominio que ejercía sobre las relaciones
familiares, dirigidas por él en virtud de su conducta. El carácter voluntario de esta
se exageró hasta el punto de hacerla mucho más incómoda, tanto para (‘1 como
para los demás.
¿Qué habría sucedido si el terapeuta no aceptaba el reto por el paciente
designado y prefería evitar su sintomatología o restarle importancia? Con
seguridad el proceso se habría alargado y se habrían reducido las posibi.. lidades
de éxito.
No creemos que este sea el único procedimiento para entrar en una realidad
familiar compleja, pero podemos tener la certeza de que simplifica mucho las
cosas y nos pone por sí mismo al resguardo de «correr por delante de la familia»
sin respetar sus tiempos, Lstando ella, como en efecto lo está, encadenada a la
ostensible sintomatología del paciente. Intervenciones que pretendieran evitar el
encontronazo con la sintomatología y desplazar el problema del paciente
designado, probablemente serían frenadas por este mismo o por alguno de los
miembros de la familia, quienes en un momento «difícil» podrían reclamar un
diagnóstico, un pronóstico y una terapia para el pobre Marcos.
La función estable del paciente designado, expreión final de una organización
familiar rígida, constituye el punto de partida de nuestro trabajo. Si iniciamos
nuestro (amino terapéutico atacando la función del paciente designado, obraremos
en armonía con el mecanismo que llevó a la designación de un chivo emisario.
De la función del paciente designado a la red de las funciones familiares
La intervención provocadora debe llevarnos a entrar en comunicación con todos
los miembros de la familia por el mismo camino que ellos utilizan habitualmente
para comnunicarse entre sí: el paciente. Para conseguirlo, es esencial que se
confiera a este una función diversa que rede- fina de manera radical sus
características de enfermo,
tan caras a toda la familia. Además del carácter voltintario de su conducta, será
preciso entonces atribuirle una nueva función que lo señale como el controlador
oficial de la familia, como aquel sin cuyos afanes esta no se podría m na nejar.
¿Pero de dónde proviene esta idea de atribuir al paciente designado esa función
de regulador homeostático del sistema familiar? Las propias familias nos la han
indicado. Nos han traído siempre la realidad de uno de sus miembros, que
inmoviliza a los demás en torno de su propia enfermedad. Pero la ambigiiedad del
mensaje familiar COflsiste en justificar este resultado como fruto de la enfermedad
del paciente. Por eso mismo, nuestro objetivo principal consiste en redefinir su
comportamiento como voluntario. Después será mucho más fácil traer a luz su
función dentro (le la familia, puesto que es algo que va pertenece al patrimonio
cognoscitivo de esta.
En síntesis, el terapeuta escinde en dos partes el mensaje de la familia: «El nos
inmoviliza, pero no lo hace adrede»; sólo admite la primera parte, y pone de
relieve su importancia. Si la función de «inmovilizar» se define como necesaria e
insustituible (»Ningún otro en la casa sabría desempeñarla tan bien»), el sistema
quedará privado de su excusa para continuar un juego relacional que necesita de
un chivo emisario para mantenerse. «El paciente designado es tan importante
porque de manera voluntaria y lógica lleva a cabo acciones útiles para el
funcionamiento familiar.» No es, desde luego, una frase mágica que podamos
propinar al final de la sesión, sino que representa el resultado último del trabajo
realizado por el terapeuta va durante la primera entrevista. Esta intervención por
un lado repropone provocadoramente al paciente en su papel de centinela oficial
del sistema y, por el otro, subvierte implícitamente sus características.
Por medio de un esquema enteramente arbitrario, el terapeuta atribuye con
exclusividad al paciente designado la tarea de poner a la familia a salvo de
variaciones indeseadas. Con la caricatura y el refuerzo de su función, obtiene las
informaciones sobre la organización familiar
que son necesarias para llevar la intervención más a fondo. Observando la
modalidad con que el sistema trasmite su propia problemática, sea de manera
espontánea o durante la provocación del paciente designado, el terapeuta puede
vislumbrar la trama de interacción de la familia y formu
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lar una hipótesis parcial (le funcionamiento. Antes de la sesión o en el curso de
ella, cada miembro envía mensajes al terapeuta responde a los de este según
esquemas preordenados por la organización familiar. Al mismo tiempo que el
paciente designado desempeña «juiciosamente» su función el terapeuta empieza
a provocarlo en ella, la familia actúa ostensiblemente las conductas que le son
más peculiares.
De hecho, si es cierto que la provocación dirigida al paciente designado es sólo un
medio para desequilibrar el sistema familiar en su conjunto y para obtener
informaciones privilegiadas sobre su funcionamiento, también es cierto que para
conseguirlo el terapeuta tiene que haber vislumbrado algún elemento referido a las
funciones de otros miembros del sistema, y concebido hipótesis sobre la trama
rekicional que las une. Llegado a este punto, podrá vincular la función del paciente
designado con las funciones de los demás y, entonces, atacarlo en su papel de
sostenedor de ciertas modalidades de interacción. Así, el paciente designado no
será provocado como individuo aislado, sino como integrante de un sistema más
amplio.
En todo este proceso, el terapeuta se toma la libertad de indicar en el paciente
designado la causa de muchos acontecimientos, aun sabiendo que, si es lícito
hablar de causa, sólo se la podría imputar al funcionamiento del sistema familiar
en su conjunto. Es que el paciente designado, en virtud de lo inescrutable de su
conducta, se presta
para ser señalado como el artífice de muchos acontecimientos, y es posible
atribuir a su voluntad ya las primeras hipótesis que el terapeuta ha formulado
sobre el funcionamiento de la familia; así se las podrá expresar y verificar sin
correr el riesgo de atribuir culpa alguna a la familia ni de apartar al paciente
designado de la atención general.
Continuemos con el caso de Marcos.
T. (a Marcos): ¿Cómo es que prefieres el papel de Toro Sentado a hacer lo que
hacen tus compañeros de 16 años? ¿O algunas veces te olvidas de los pieles
rojas y te tomas algún descanso?
Padre: Siempre. Siempre con la historia de los apaches. T. (con un gesto indica a
Marcos que epera una respuesta (le él.)
Padre: Algunas veces...
Marcos (interrulnj)iéndOlo): ¡Oh, depende de.
7’.: Disculpe, pero querría una respuesta de él. (Señala (1 Marcos.)
Marcos: Depende de ellos. . . si me irritan.
T.: Es decir que si te cansan demasiado, respondes a lo piel roja.
Marcos: Bueno... no justamente...
T.: Entonces, si haces el papel de Toro Sentado es porque ellos, en tu opinión,
hacen algo que todavía no sabemos.
Marcos: Ellos dicen.. . ,itre ellos dicen muchas cosas... Madre (interrumpe al hijo y
se dirige con afabilidad al marido): Siempre ha sido un poco raro Marcos, ¿no
crees? Se parece a tu mamá...
T. (a Marcos): Pero tú, ¿te haces más el piel roja cuando crees que tu mamá ya no
soporta a tu padre, o cuando ella se pone la máscara de la resignación?
Padre: Mi mujer considera que yo debería ser más enérgico con Marcos.
T.: Por la manera en que se agita Toro Sentado, como mínimo está pensando que
su esposa lo considera un fracasado... ¡qué más enérgico!
Padre: Nunca me ha tenido en mucho.
Marcos (se pone a gritar): Esta es seriedad, querido mío, querido mío. No saben...
son superficiales, son ateos. El gobierno italiano.., los comunistas...
T. (a Marcos): Linda tarea la que haces. Pero, ¿cómo se te ha ocurrido que a tu
padre no le basta la máscara del fracasado deprimido y a tu madre la de resignada
sonriente. ¿Desde cuándo empezaste a creer que si no haces tus tristes
caricaturas, ellos se destruirían?
Madre: Efectivamente, Marcos siempre fue muy aprensivo. Cuando pequeño tenía
la idea fija de que vo me
pudiera ir.
T. (a Marcos): ¡Ah! Fue entonces cuando empezaste a pensar que eras esencial
para la familia. Quizá no tuviste toda la culpa... Si estás tan convencido, tendrás
tus buenos motivos. No creo que te convenga cambiar de idea
descansar, ni siquiera un momento.
Dijimos va que la familia se relaciona con el terapeuta sobre la base de las
expectativas que se ha formado de su función profesional, y que en cambio,
justamente por la previsión de estas expectativas, a aquel le conviene presentarse
con una función enteramente i;nprecisible. Así,
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mientras los padres esperaban una indagación sobre las causas de la conducta
patológica del hijo, el terapeuta lanzó el grito de guerra de los pieles rojas,
invadiendo desde el primer minuto el territorio del paciente. No sólo no contrarió la
conducta de Marcos, sino que la anticipó y provocó. La redefinición de la relación
terapéutica así producida tiende a desequilibrar enseguida el esquema
organizativo de la familia.
Ya en esta fase inicial, sobre la base de la relación que los miembros de la familia
querrían establecer con el terapeuta y de las primeras reacciones frente a su
intervención desestabilizadora, aquel obtiene informaciones específicas sobre la
programación de la familia y sobre las funciones que se asignan a cada uno de su
componentes.
Los ejemplos expuestos hasta ahora revelan que se pue(le provocar al paciente
designado enfrentándolo de manera (lirecta, cara a cara. Con el siguiente ejemplo
mostraremos
lue esa misma maniobra se puede llevar a cabo con la exclusión ostensible de ese
enfrentamiento. Es importante observar que en ambos casos la centralidad del
paciente designado se acentúa, no se contraría. Como (le costumhre, la elección
entre las dos estrategias nos es sugerida por la familia, cuya tendencia
procuramos respetar, acentuándola. Cuando el paciente desigiiado tiende a
controlar los circuitos familiares incluyéndose de manera abierta y activa en todo
intercambio, optaremos por la primera:
y nuestra elección recaerá en la segunda si el control y la centralidad se actúan
por la vía de la autoexclusión y el rehusamiento (de la sexualidad, del alimento, de
hablar).
El padre, la madre y el hermano de Donatella eran oriundos de Calabria, y de
Cerdeña el marido. La traían de Reggio Calabria, donde en los dos últimos meses
había sido atendida y alimentada por los padres. Donatella era anoréxica: medía
1,70 m y pesaba 28 kg. En la primera sesión, entró sostenida por su madre y su
hermano Nunzio, sin decir palabra; la seguían, a distancia, padre y marido.
T.: Buen día. (A Donetella.) Parece muy fatigada, tenga la bondad de sentarse ahí.
Si se cansa permaneciendo de pie, después estará demasiado fatigada para
hablar. (La hace sentar a sus espaldas, excluyéndola totalmente del círculo (/Ue
en cambio form( Con el resto (le la familia.)
Padre: No está bien.
1,. indicando cort la lflaHÜ, sin uolcerse, (1 la paciente que tiene (1 SUS
espaldas): ¿Cómo se llama?
.Iadre: Donatella.
En este caso, el ataque a la paciente designada se hacía por medio de su
exclusión. La centralidad que Donatella ¡nantenia por el recurso de su ostensible
rebusamiento de comer y de hablar le fue prescrita y teatralizada. En lo sucesivo,
Donatella sería provocada de continuo con una suerte de exclusión-inclusión. Si
por una parte se la había 1artado físicamente, por el otro se la incluiría una y otra
vez emi el discurso, sin darle ocasión de intervenir.
P. (mirando en derredor): ¿Cuál es la persona a quien Donatella ha conseguido
preocupar más?
!Iaclre (tras un instante de silencio): A la mamá. (Alcanza una carpeta al
terapeuta:) Son los análisis que se ha hecho. ‘1’. (tomando la carpeta): Esto me
hace ver que es usted la peiso1a a quien su hija ha logrado angustiar más.
Padre: Verdaderamente nos ha preocupado a todos.
‘1’.: Pero usted parece más resignado, me da la impresión de que tuviera poca fe
en que esta situación pueda cambiar. Por su expresión me parece que 1)onatella
ha conseguido preocupar mucho a la mamá, pero que a usted lo ha hecho sentir
absolutamente impotente.
Padre: Efectivamente...
T. (lo interrumpe y se vuelve al marido): ¿Es usted el marido?
Madre (entremetiéndose): Sí.
T.: ¿Cuánto lleva de casado?
Madre (entremetiéndose otra vez): Dos años y un poco.
Marido: Se cumplen dos años en mayo.
T.: ¿Donatella comenzó enseguida a hacerle sentir que se había casado con
media persona y no con ima persona entera?
Marido: Pero en verdad sos’ yo quien se siente medio hombre. Lo cierto es que en
Cerdeña, Donatella y yo estuvimos juntos poco o nada, porque casi todo el tiempo
estuvo con ellos y no conmigo, que soy el marido. El último año se sintió muy mal
y pasó todo el verano en Reggio... o me quedé solo.
T.: Opino que Donatella está convencida de que esta parte de la familia (indica a
los padres y al hermano) nunca se 1)odrá separar de ella.
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73
Madre: Entonces no se hal)ría debido casar.., porque no fuimos nosotros (señala a
su marido) los que quisimos el matrimonio. Lo quisieron ellos dos, contra nuestra
voluntad. Y si o acepté, fue porque me convenció mi hijo.
Las preguntas. destinadas a diferenciar a los miembros de la familia, se hicieron
de suerte que se entendiera que Donatella lo había hecho todo voluntariamente.
Por las informaciones de que va disponía, y por las continuas interrupciones de la
madre, el terapeuta conjeturó que la función de Donatella era mantener unidas las
dos familias, la nueva y la antigua: «Media persona» podía significar que era mu
delgada, o que una mitad estaba cii un lado y ¡ma mitad en el otro.
La provocación dirigida a Donatella fue el recurso que permitió alcanzar a otros
familiares, en este (‘aso el man— do, quien fue justamente el que ligó cuanto
decía el terapeuta con algo que lo afectaba cii primera persona. En este momento
se podía decir que el terapeuta había ciitrado en la familia. En efecto, se hablaba
(le problemas reales; no sólo aceptaban el hecho de que estaban atados a la
enfermedad (le Donatella, sino además que esta podía er la responsable. La
madre dejó de hablar de carpetas \ (le síntomas. y abordó problemas internos
familiares.
T.: ¿Qué fue lo (lh1C hizo su hijo? .íadre: Un trabajo de persuasión.
T. (al hermano Nunzio): ¿Cómo hizo para cometer uii error tan fiero? ¿Cómo pudo
creer que su hermana de verdad 1)odía separarse del resto de la familia?
Hermano: Ella me dijo que se realizaba de esa manera, casándose.
T.: Lo engañó a usted.
¡fernwno: Me pareció oportuno convencer a mi madre. En el fondo, el matrimonio
era una elección importante para la vida de mi hermana.
T.: Pero, ¿no había comprendido usted que su hermana está habituada a jugar
con la vida de los demás?
Hermano: No, no me había dado cuenta. (Sobreviene un silencio (le varios
minutos.)
Padre: Es probable que juegue con nuestra vida. (Llora.) Madre: ¡ Me quiero morir
yo! No mi hijo... ni mi hija.
Quiero morir o porque va tengo 58 años. Es mejor morir, no ver, no sentir.
74
L
T. (al hermano): Vea, ha logrado que su madre, que tiene 58 años, se sienta como
si tuviera 88... Su madre hablacomosi tuviese un pie en la fosa.
El terapeuta había observado que el hermano se situaba de continuo como
intermediario entre instancias diversas,
que esta función suya, de «puente», se activaba cada vez que aparecían
tensiones. Entonces sugirió la idea de que era víctima de un circuito que creía
controlar. De ese modo su función de puente se veía como un medio que
Donalelia empleaba a su gusto para sus propios fines. Los papeles se invertían
por completo: no era la familia la que había llevado a Donatella a poner en peligro
su vida, sino ella (1uien, con su síntoma, amenazaba la vida de los demás.
‘1’. (dirigiéndose otra vez al hermano): Pero a mí me parece que aquí la persona
más engañada por Donatella es usted (lo señala con el dedo), porque lo ha
convencido de que podía tranquilamente tomar el puesto de ella en la casa. Su
hermana no creyó ni por un segundo que podía ser remplazada por usted, pero se
lo hizo creer así. hermano (con tono grave): Tengo la sensación de haber sido
usado con frecuencia por mi hermana.
T.: No con frecuencia: ¡siempre!
Ilermanv (a la hermana): ¿O me equivoco?
T. (le impide, con la mano, ver a Donatella): No, no se lo pregunte porque ella
nunca le dará una respuesta de persona adulta. El problema es que lo ha
engañado doblemente porque, por una parte, le hizo creer que podía ocupar en su
casa el lugar de Donatella y recibir el mismo afecto de su padre y su madre, y por
otra parte consiguió ella todavía más cariño que antes, con esa historia de no
comer. Apuesto a que en este momento sus padres no tienen ni un minuto para
dedicarle, porque continuamente están con la cabeza puesta en la que se muere
de hambre. Madre: Dice la verdad, porque Donatella siempre me dice:
«Quieres más a Nunzio que a mí». Es totalmente cierto lo que dice el doctor. Es
claro que yo tengo el pensamiento en mi hijo, pero sin duda la que más nos tiene
ocupados es ella, que está en esas condiciones.
Con esta intervención, el terapeuta pasaba a indagar la relación entre hermano y
hermana, y entre estos y los padres. Al hermano se le atribuía la característica de
no
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ser nunca el artífice de sus propias acciones, sino que actitaba siempre en
relación con las exigencias de los demás. ¡No había escapatoria para él! Si esta
era la situación cii que se encontraba, no podía seguir con la ilusión de que se
evadiría alguna vez; pero esta misma ilusión era la que le impedía cambiar. A
Donatella se le refirmó la prohibición de hablar, pero con el mensaje implícito: «Si
quieres hablar, deberás hacerlo con modalidades diversas de las empleadas hasta
ahora».
La función de Donatella salía a la luz en toda su complejidad. Empezaban a
dibujarse sus lazos con las funciones que desempeñaban los demás familiares.
Con este ejemplo hemos intentado esclarecer el hecho (le que para inducir una
crisis terapéutica y empujar al sistema más allá de su esfera de estabilidad, el
terapeuta debe atribuir a la conducta sintomática una función susceptible de ligar
entre sí a los miembros de este sistema; así se vuelve interactiva la tensión que
hasta ese momento volcaban sobre la paciente designada. El stress, del que
I)onatella se había convertido en la única depositaria, se redistribuyó finalmente
entre todos. La cerrazón que la familia había establecido para mantener a salvo
sus propias interacciones fue utilizada por el terapeuta (le un modo
diametralmente opuesto. La paciente designada, que siempre había servido para
cerrar, se convertía en el medio principal para abrir.
Desafío a la función y apoyo a la persona
Cuando la familia llega a la primera entrevista, tratamos de que sus miembros se
empeñen enseguida en el trabajo terapéutico. Cada uno debe sentirse lo
suficientemente motivado a regresar para participar en algo que lo toca en primera
persona.
El objetivo y la principal dificultad consisten, entonces, en alcanzar individualmente
a cada uno de los miembros iara ponerlo en condiciones de elegir entre lo que
suele hacer y lo que querría hacer, entre lo que es y lo que querría ser. De
acuerdo con otros psicoterapeutas, en particular Farrelly y Brandsma (1974),
creemos que la idea (le la responsabilidad por las propias opciones puede ser muy
util en psicoterapia, en la que demasiado a menudo
se tiende a considerar a las personas como víctimas de poderes incontrolables.
Sigamos con la sesión de Doriatella.
l)o,uztella: Estoy harta de estar siempre en el centro de todo (comienza a llorar) ..
» Quiero una vida que sea mía
déjenme en paz. ¿Por qué están siempre pendientes (le mí? Siento un peso
tremendo. (Prorrumpe en llanto on al,undantes la’grimas.)
T. (se acerca a Donatella y se sienta a si, lado poniéndole una mano en 1(1
espal(la): Mira, Donatella, ‘o percibo tu
peso, pero también percibo tu terror... (Sobreviene un largo silencio.) . » El terror
que te llevó a hacer siempre ista farsa del palo de escoba (señala el cuerpo de
Donatella). ])oniitella (esboza una sonrisa): Pero a mí no me gusta.
1’.: Lo sé, lo sé, pero si de esa manera arriesgas la vida, el precio que te crees en
la obligación de pagar. Tanto
más si arriesgando la vida obligas a los demás a no discutir nunca nada. Se han
quedado inmóviles como estatiias. . pero este es el único modo que conoces para
man— tener alejado el terror.
Donatella asiente.
Tras un silencio de algunos minutos, el terapeuta despide a la familia fijando la
próxima reunión.
En este último extracto se advierte claramente la importancia del paciente
designa(lo como modulador de la intensidad de la contra provocación terapéutica.
En efecto» el terapeuta puede calibrar la relación establecida con el
paciente sobre la base de las confirmaciones de este a sus intervenciones. En una
primera fase, el terapeuta negó toda posibilidad de diálogo, pero aceptó el
intercambio cuando la paciente introdujo elementos menos manipuladores ‘ más
ligados con su sufrimiento.
Algunos de los requisitos prácticos insoslayables para empeñar a los miembros de
la familia en la terapia han siclo expresados con brillo por Farrelly y Brandsma
(1974):
«El terapeuta lo hace todo de manera más acentuada (le lo que se estila en la vida
cotidiana. La intensidad (le la voz es mayor que en la conversación normal, y to(lO
resulta amplificado. En la terapia debe existir un fuerte aspecto dramático e
hiperbólico. [..» 1 No sólo el terapeuta elaborará las respuestas del cliente, sino
que también
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echará mano de sus reacciones subjetivas, sus intuiciones y fantasías, sus
asociaciones internas e idiosincrásjcas como material para construir sus propias
respuestas».
Con un lenguaje a veces desacralizaclor, intuye verba- liza dudas y tabúes que los
miembros de la familia ni se atreven a considerar; de esta manera reduce ese
espeso manto de solemnidad que tan a menudo envuelve todo, impidiendo a los
individuos mostrarse claros y explícitos. He aquí una frase dirigida en sesión a un
famoso cirujano que disimulaba tras la fachada del prestigio profesional su propio
sentimiento de inferioridad: «Pero ¿por qué es preciso que se sienta siempre una
mierda cuando no tiene un bisturí en la mano?». Tengamos en cuenta que suscitar
enojo por las propias debilidades suele ser un estímulo constructivo para que
alguien deje de sentirse víctima y llevar a cabo opciones. Provocar una reacción
emotiva inmediata, aunque sea desagradable, permite a ios pacientes responder
al terapeuta de modo más acorde con sus propias emociones; así evitan la
discrepancia entre lo que se siente y lo que se dice, que es el principal
impedimento para el cambio.
El modo en que el terapeuta, por medio de la provocación, puede activar a una
persona para que se haga cargo de sus problemas se resume en la etimología de
la palabra «pro-vocar»: llamar para. que salga, hacer salir. En una suerte de
desafío a la función del paciente y, por medio de este, a las funciones de los
demás miembros del sistema familiar, se hace aflorar una definición más clara de
las exigencias y potencialidades de cada quien. Cuando esto empieza a ocurrir, se
vuelve inevitable la ‘risis tan temida. En los sistemas rígidos es tarea ardua,
porque se ejerce un control estricto sobre la emotividad individual, por lo común
sacrificada en nombre de uiia indiferenciada emotividad familiar. En estos casos,
sobre todo, no se avanzará mucho si no se logra crear un stres suficiente para
constreñir a alguno de los miembros a quebrar la «lealtad familiar»
(BoszormenyiNagy y Spark, 1973). Es preciso entonces que uno de .1os
miembros sienta
que es más fácil reaccionar ele modo diferenciado y personal a la provocación del
terapeuta, que seguir siendo el fiel ejecutor de un recitado repetitivo. La mayor
facilidad (le la primera opción no se debe a que el terapeuta allanara esa vía, sino
a que hizo mucho más dificultosa la otra.
Por su alianza con la mitad negativa de la ambivalencia (lije las personas nutren
hacia sus propias funciones, el terapeuta la lleva hasta sus extremas
consecuencias, moviendo a cada uno de los miembros a adentrarse de una vez
por todas en las limitaciones ‘<i los sufrimientos que esas funciones traen
aparejados. Sólo así se vuelve posible optar por el cambio. Esta decisión, como
por otra parte la
(le no cambiar, es de índole emotiva, una suerte de reacción instintiva
insoslay’able en ese momento. La claridad y la conciencia acerca de la razón por
la cual se elige una conducta ‘‘ no otra llegan después, si es que llegan.
La provocación es un instrumento extraordinariamente poderoso para crear estas
condiciones emotivas porque promueve la tensión en el interior de la familia.
Posteriormente es tarea del terapeuta ligar esta emotividad con algo distinto de
aquello a lo que antes adhería. Con anterioridad, cada uno de los miembros de la
familia se sentía constreñido a representar únicamente las funciones que
condecían con las funciones de los demás, y ese constreflimiento se mantenía por
el miedo a tener que separarse. Ahora el terapeuta crea una intensidad emotiva
todavía más fuerte, !ttstamente porque la liga con el sufrimiento y /4’! carga que
esas funciones determinan en el que las interpreta. Los actores de este recitado
con libreto fijo son provocados en el mismo terreno de sus caricaturas más
estereotipadas; por eso se ven en la imposibilidad de cultivar la ilusión de que
podrán desenvolverse dentro de las funciones que se les han ido atribuyendo con
el paso del tiempo. Cada uno de los miembros de la familia debe entonces
definirse con respecto a su propia ambigüedad, y elegir. Ante todo, el paciente
designado deberá hacerlo entre dos caminos: mantenerse coherente hasta el final
con el papel de paciente, que sólo se puede diferenciar de los demás por su
enfermedad, o propender a su propia diferenciación, posible por la expresión de
instancias independientes de las funciones que tiene asignadas.
Daremos un ejemplo en que la función del paciente designado, unida a la de los
demás familiares, se convirtió vn el instrumento emotivamente más idóneo para
moverlos a definirse. Alberto, heroinómano de 20 años, permanecía sentado en
silencio entre sus padres, con una expresión de culpa y de vergüenza. Con su
actitud impedía que el padre, la madre y la hermana mayor desplazaran a otra
parte sil eje de atención: parecían paralizados por su presencia.
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T. (extrae del bolsillo una feringa de plástico, ij la muestra a Alberto): ¿A quién
ayudas más con esta?
Alberto (tras un largo silencio): No entiendo.
T. (le pone la jeringa en la mano): ¿A quién ayudas más con esta? (Sobreviene en
la sala un silencio tenso que dura varios minutos.)
Alberto: A mi padre.
Padre: ¿Así me ayudarías?
T. (toma la ¡eringa de 1(1 mano de al padre): ¿Cómo?
Padre (colérico): ¿Cómo, qué?
T.: Su hijo ha dicho creer que lo cree que su hijo pretende ayudar?
Padre: No creo tener necesidad de
T. (entregando la ¡eringa a la madre): Parece que su marido me ha tomado
ojeriza ... no tiene ninguna intención de ayudarme a comprender.
Padre: Pero si yo.
T. (interrumpiéndolo): Su turno va pasó ... escuchemos a su esposa.
Madre: Quizás. . . Alberto piensa que mi marido. . . sabe que en casa yo siempre
he corrido con todo... El no me escuchó ni cuando tenía necesidad de él. . . (Se
echa a llorar.)
1’. (alcanza la ¡eringa a 1(1 hermana): Te oímos. hermana (agitando la feringa en
lo alto): Sobre todo ayuda a papá haciéndole comprender que cuando usa esta..,
es lo mismo que cuando él bebe.
Está claro que la familia tenía en ese momento motivos válidos para regresar a la
sesión siguiente. El consultorio terapéutico se había convertido en un lugar en que
habían aflorado diferencias y tensiones que no se podían recuperar con la
facilidad habitual; menos aún podían haber resuelto los problemas de todos. En
suma, en un lugar que difícilmente se pudiera abandonar antes de alcanzar una
solución.
La familia queda atrapada justamente por la fuerza con que sus miembros son
provocados personalmente en un desafío tan atractivo que son incapaces de
rehuirlo. Ese atractivo deriva del hecho de que pacientes y familiares se ven
imposibilitados de mantener la confusión que de ordinario generan entre ellos
mismos las funciones que clesempean. Toda vez que el terapeuta ataca las funcio
nes de las personas y las mueve a identificarse con estas, los miembros de la
familia ya no pueden seguir confundiendo la conducta con el individuo que la
manifiesta. En esa situación, ellos mismos reivindicarán una autonomía y utia
dignidad que hasta ese momento habían sofocado.
Sornos 0 110 S0OS sistémicos?
Como nuestra intervención provocadora ha recibido en alguna ocasión la crítica de
ser asistémica, creernos que vale la pena recapitular algunos aspectos ilustrativos
de nuestro modo de provocar a las familias.
El terapeuta remplaza al paciente designado, quitándole su centralidad. Los
ejemplos que hemos referido muestran con claridad que el terapeuta le arrebata
literalmente su puesto de administrador de la operación familiar, a la espera de
tiempos mejores en que la familia a no tenga necesidad de un director de orquesta
para sobrevivir. Pero hasta que ese momento llegue, el terapeuta seguirá siendo el
tramitador funcional de las tensiones familiares,comolo había sido el paciente
designado, con la diferencia de que este contribuía a mantener la organización de
la familia, mientras que aquel se pro- (liga para quebrarla. Si el primero era
previsible en su atipicidad, el segundo defrauda toda expectativa. En efecto,
cuando le proponen asociarse en el plano de la comprensibilidad racional y
responder con un diagnóstico a los problemas de la familia, el terapeuta —que no
quiere caminar por un terreno que se ha vuelto ambiguo, a causa de la definición
de irracionalidad asignada a la conducta del paciente— se empeña, en
intervenciones imprevisibles para la familia. Justamente esta imprevisibilidad suya
impide la estructuración de funciones interrelacionadas estáticas. Por eso su
posición central no se convierte en el apoo de la estaticidad del sistema, sino que
es uno de los elementos más desequilibradores.
En las fases iniciales e intermedias (con las que coincide aproximadamente la
provocación), el terapeuta trata (le hacer todavía más gravosa la situación de
incomunicabilidad que reina en la familia; para ello, en lugar de promover la
interacción verbal, la impide. Mientras por un lado hace que se sienta la necesidad
de un sinceramiento
Alberto y se la entrega
a udi a usted. ¿Cómo su ayuda.
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directo entre sus miembros, por el otro lo impide manteniéridose como el
interlocutor único de cada uno. Esto podría sugerir la idea de que nuestro abordaje
sería por lo menos irrespetuoso de una teoría que discierne en la interacción la
clave principal de interpietación y de intervención. Sin embargo, en toda relación
diádica entre el terapeuta y un componente de la familia se insertan elementos
provocadores también para ios demás familiares. Por ejemplo: «A Aima se le ha
metido en la cabeza que usted (se dirige a un hermano de la paciente) tiene un
terror pánico de asumir sus responsabilidades fuera de casa, lejos del afecto (le
sus padres». Con lenguaje fuertemente provocador, el terapeuta ataca al hermano
de .nna en una problemática de desvinculación pero al mismo tiempo:
1. mantiene su provocación dirigida a Anua, a (phd) le
atribuye pehisamientos ‘ acciones sin consultarla;
2. formula una definición diversa (le la relación de Anua
1011 su hermano;
:1. i1icluy en el mecanismo a los padres, quienes, aunque
«con buena intención», sostienen esta situación.
Todos recibían lo su o. En una relacióii presuhitamente diádica entre terapeuta
hermano, de la que parecían excluidos los demás, cada uno sin embargo era
provocado en euestiones que lo ponían en estrecha relación con los demás. Pero
se trataba de una interacción silenciosa, tanto más intensa cuanto más había sido
solicitada e impedida al mismo tiempo. Si antes la familia, en el intento de
contener la tensión dentro de límites aceptables, evitaba interactuar en
problemáticas sustanciales, ahora será ella misma la que reivindique el derecho a
hacerlo.
Recordemos el caso de Marcos: «Pero. tú, ¿te haces más el piel roja cuando
crees que tu mamá ya no soporta a tu
padre, o cuando ella se pone la máscara de la resignación?»; un poco más
adelante: «Pero, ¿cómo se te ha ocurrido que a tu padre no le basta la máscara
del fracasado?.. . ¿Desde cuándo empezaste a creer que si no haces tus tristes
caricaturas, ellos se destruirían?», O en el caso de una familia con el padre
alcoholista. «Cuándo empezó a preocuparte que tu madre se desespere si tu
padre bebe?». He ahí otros tantos ejemplos de una silenciosa activación triódica
en que cada frase liga a tres per
sonas cori tres definiciones arbitrarias de las funciones de cada una.
Bien sabemos que la elección de las definiciones depen. de de la específica
personalidad del terapeuta, pero justamente esta abre la posibilidad de a$ociarse
con la familia, participando en el proceso terapéutico. En efecto, el terapeuta
participa sobre la base de los elementos que ha recogido de cada uno de los
miembros de la familia, de las emociones que estos le suscitan y de la intensidad
de su contacto personal con todo ello. Si después consigue conjugar los datos
recogidos de otra manera que la familia,
pero con no menor credibilidad e intensidad emotiva, terapeuta y familia
participarán juntos en la construcción
de un sistema nuevo.
Muchas veces hemos oído decir que cierta intervención es sistémica y otra nO;
más aún, que una es «más sistémica» que la otra, en una lógica en que el juicio
sobre «lo sistémico» parece derivar más del grado de asepsia del terapeuta hacia
los componentes de la familia, que de la obediencia a un modelo circular. El
presupuesto de ciertas afirmaciones parece consistir en que mientras más distante
se mantenga el terapeuta de las emociones que experimenta CII la sesión, menor
riesgo correrá de enredarse en una lógica lineal. Tememos, por nuestra parte, que
esa actitud no provenga del deseo de ser coherente con un modelo sistérnico, sino
del miedo de no conseguirlo. En efecto, puede suceder que esas reflexiones
deriven de una escisión entre un «pensar sistémico» y un «sentir lineal», en
verdad poco compatibles.
Sólo si consideramos al individuo como un proceso emergente que siempre tiene
la posibilidad de manifestarse de maneras diversas, podremos utilizar con libertad
nuestras emociones frente a la conducta de alguien; y esto, con arreglo al criterio
de provocar la manifestación y no el objeto (Dell, 1980). Pero si, por desdicha, aun
declarándonos sistémicos, confundimos las manifestaciones con los objetos,
recalaremos en la convicción de que las manifestaciones de un individuo son
inherentes sólo al individuo mismo; entonces intentaremos hacerlo cambiar, en
lugar de modificar las funciones que desempeña o ]o que dice o hace; de este
modo quedaremos definitivamente bloqueados en un sistema de referencia digital
en que el objete ha cambiado, o no lo ha hecho. Pero si realmente sentimos la
enorme diferencia entre decir gue cierto individuo es tonto y decir que
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su conducta es tonta, podremos atacar con tranquilidad su función sintomática y
las funciones a ella ligadas, sin temor de que juzguen que no somos bastante. .
sistémicos o, peor aiin, sin quedar tristemenV enredados en un circuito causa-
efecto.
Si nuestro modo de hacer terapia se puede valer de la imitación de tantas
actitudes familiares es justamente porque el obrar de la familia no es lineal ni
circular; la interpretación que ella hace de su funcionamiento se puede llamar
lineal, mientras que la nuestra se definirá como circular. En consecuencia, no
vemos motivo para renunciar a esos instrumentos de control de la relación que
tanto poder confieren a la familia. No sólo no renunciamos a ellos, sino que
tratamos de apropiárnoslos para incrementar la flexibilidad de nuestra panoplia de
recursos al servicio de una clave de lectura circular y de una consiguiente lógica
de intervención. Si los gestos, el lenguaje, los silencios, el humorismo, el
dramatismo, etc., pueden ser instrumentos de manipulación en manos de la
familia, ¿por qué razón nos presentaríamos desarmados nosotros? Si Marcos nos
pone en situación difícil con su papel de piel roja, ¿poi qué podría avergonzarnos
responderle de la misma manera? Si el paciente se pasea por la sala amenazando
a su padre con el dedo, lo mismo podemos hacer nosotros con él, siempre que se
inserte en un proyecto terapéutico. Es evidente que esto reclama un alto grado de
exposición personal y, en el fondo, de riesgo. Pero, si el terapeuta no arriesga,
¿cómo arriesgaría la familia?
Otra objeción nos hacen quienes, preocupados por el nivel de tensión que se crea
en la sesión, se preguntan si no puede resultar destructivo para la familia y, en
particular, para el paciente. A estos objetores respondemos que nuestro trabajo
consiste en orientar de manera diferente la tenSión que la familia ya trae consigo,
redistribuyéndola entre sus miembros. Por eso, si la tensión aumenta en cierto
plano, se la puede contener con más facilidad en otro, por el hecho mismo de que
el terapeuta modifica su índole. Además, ya no se nos ocurre ver en el paciente la
personificación de la fragilidad, ni consideramos que ciertas funciones
desempeñadas por él y por sus familiares puedan evolucionar en virtud de una
postura protectora. El problema, si lo hay, se plantea en el sentido, ya señalado,
de no confundir las funciones con los individuos que las desempeñan. Por eso
nuestra tarea es atacar las funciones
84
L
y apoyar a los indieiduos, e citando cuidadosamente hacer lo contrario (Menghi,
1977).
«En un lecho yacían dos personas o, por mejor decir, un hombre y su enfermedad.
El médico entró en la estancia, los ojos vendados, armado de un grueso bastón.
Una vez próximo al lecho, empezó a dar palos de ciego sobre el enfermo y la
enfermedad. No recuerdo exactamente (l1ifl murió a consecuencia de los golpes...
me parece que fue el enfermo» (Alarcón, 1978).
Ile aquí quizás el riesgo más común, el más grave.
85
4. La negación estratégica como refuerzo homeostático
¿Participar o apartarse?
La intervención provocadora tiene la característica de ser explícitamente activa y
de empeñar al terapeuta en un enfrentamiento directo con la familia; la experiencia
nos ha demostrado que es útil alternar esta actitud con otra de signo en apariencia
opuesto, que permite anticipar las posibles retroacciones de la familia y restarles
eficacia.
El mensaje en dos niveles («Sí, te ayudo no ayudándote»), que era nuestra
hipótesis como respuesta terapéutica a la demanda paradójica de la familia, se
puede traducir en una intervención específica que bautizamos «negación
estratégica». Se trata de una técnica paradójica: el terapeuta se alía con la parte
homeostática del sistema, desocultando y amplificando las razones que están en
la base de la imposibilidad de cambiar. Por ejemplo, ante un paciente
que ha experimentado una notoria mejoría, el terapeuta puede afirmar: «Es muy
peligroso lo que ahora sucede. Su hijo quiere darles a entender que ya no tiene
necesidad de delirar. Pero la situación parece todavía más grave ahora que antes,
porque él sabe muy bien que no podrá renunciar por mucho tiempo a su conducta.
Es comprensible que tú (al paciente) quieras confundir los tuyos; lo que no me
gusta es que pretendas confundirme también a mí». De este modo la familia se ve
frente a un terapeuta que se ha apropiado de sus temores y terrores, y que toma
el partido de la imposibilidad de cambiar negando la oportunidad (le la mejoría. El
terapeuta condensa diversas operaciones en esta negación de la mejoría: recalca
el significado fun(jonal del síntoma, vuelve a lanzar la provocación al paciente
designado para destacar su posición de poio homeostático del sistema terapéutico
y, sobre todo, prevé las retroacciones de la familia, anticipándose a su tentativa de
reinstalarse sobre los equilibrios anteriores. En este sentido, la negación se
asemeja a aquel koan del budismo
Zeis en que el discípulo, en el primer grado de su aprendizaje, recibía del maestro
una tarea imposible: «Si mantienes la cabeza baja te azotaré; si la alzas te
azotaré». Así como negar toda solución posible opera la metamorfosis del
discípulo, de igual modo la negación estratégica mueve a la familia a desafiar la
posición homeostática adoptada por el terapeuta. En el afán de demostrarle (11W
es capaz de evolucionar en una perspectiva menos pesimista, puede llegar a
cuestionar y reestructurar definiciones y reglas que mantenían el statu quo.
La formación de la relación terapéutica, la mejoría del paciente designado, la
modificación de la trama funcional intrafamiliar, el final de la terapia o el
requerimiento de una intervención nueva tras una interrupción, he ahí otras tantas
etapas de un proceso en que la negación puede obrar a modo de estímulo para
reconsiderar lo que se ha conseguido, como punto de partida para una indagación
ulterior. Si esta intervención ha. de resultar eficaz, es indispensable que se
vehiculice en una relación intensa entre terapeuta y familia. Esta relación debe
entonces servir de marco esencial a la negación estratégica (Napier y Whitaker,
198fl. que desprendida del lazo terapéutico puede resultar una mera acción
mecánica y hasta nociva si la familia entiende que el terapeuta es indiferente a sus
problemas o incapaz de comprenderlos.
Para un terapeuta que haya decidido contemplar desde adentro los problemas de
la familia, entrar en los espacios familiares y dista nciarse (le ellos son momentos
inevitables e inescindibles. Negar la terapia o el objetivo que se acaba de alcanzar
son medios que permiten al terapeuta separarse de cuanto él mismo ha activado,
dejando en manos de la familia un trabajo que ya no estará mediado directamente
por su presencia. Así como en la provocación participó para construir la relación
con el paciente, igualmente ahora parece separarse de cuanto ocurre, pero en
realidad no hace más que modificar su modalidad de participación; de hecho hace
ver que comprende las dificultades de la familia, pero se niegacomoagente de
cambio, con lo que desafía a aquella a retomar la administración de sus propios
problemas. Así se determina una inversión de la tendencia: de protagonista que
era, ci terapeuta se convierte en espectador de las iniciativas de la familia.
La alternancia de momentos de participación, en que el terapeuta entra en el
espacio emotivo de la familia (pro-
86
87
vocación), y de separación, cii que parece salir de él (negación), se asemeja al
movimiento del péndulo: las dos oscilaciones, de sentido opuesto, son
complementarias porq’ -’ la oscilaciÓn en un sentido tiene un significado en sí
misma, pero también es indispensable para la oscilación contraria. Esta marcha en
ciclos es reflejo especular de la marcha de la tensión en el interior del sistema
terapéutico. En efecto, si en la fase de la provocación el terapeuta mantiene un
enfrentamiento directo con el paciente designado y la familia, por la negación
abandona su posición de centralidad para moverse en un espacio más externo,
desde donde podrá observar los movimientos de aquella. La tensión, que en la
fase provocadora se actuaba en el interior de la relación terapeuta-familia es ahora
redistribuida totalmente en el interior del grupo familiar, con lo que desplegará
todas sus potencialidades de trasformación
diferenciación (Nicoló y Saccu, 1979). En la intervención provocadora el terapeuta
modificó la cualidad de la ten- sión; p eso justamente la familia puede ahora, con
más facilidad, coritenerla y elaborarla.
Mostremos en un gráfico la marcha cíclica de la relación participaciónseparación
Advertimos que el punto B, que representa el plinto máximo del movimiento de
participa
ción del terapeuta en el interior del sistema terapéutico, y que corresponde al pico
máximo de la tensión, es también el momento en que comienza bruscamente su
separación de la familia El carácter secuencial de la relación de
participaciónseparación en el tiempo es la expresión de ese tránsito evolutivo en
que el ciclo posterior (A1, B1, A2) representa un progreso respecto del anterior (A,
B, A1), y así sucesivamente El paso de uno al otro se caracteriza por un
progresivo aumento de la complejidad y de la di-
88
ferenciación en el ámbito del sistema terapéutico, hasta que se llega a la
separación final, es decir, a la escisión del sistema terapéutico.
De lo contrario, la familia podría negar de antemano la eficacia de las sesiones o
el valor de los objetivos alcanzados (p. ej., la mejoría de los síntomas), y delegar
por completo en ci terapeuta la responsabilidad del cambio; de esta manera se
presentaría de nuevo como objeto
pasi\’o en manos de alguien que mientras más se afana en el sentido del cambio,
más contrariado es por un grupo que se cohesiona para demostrar su propia
impotencia. Se llegaría a una suerte de tironeo de una misma soga con el
terapeuta, en que la inmovilidad obedecería a la posición igual si contraria de los
dos contendientes. Si aquel. haciendo suya la lógica paradójica de la familia,
suelta imprevistamente la presa, la familia se encoitrará desequilibrada y movida a
adoptar las posiciones de participación activa que un momento antes pretendía
delegarle. La iicgación estratégica tiene justamente el significado de hacer que el
terapeuta «afloje la cuerda», anticipándose así a los movimientos que la familia se
preparaba a hacer.
La negación (le la terapia
En general, las fases iniciales de un pi oceso terapéutico un período de adaptación
recíproca entre familia
terapeuta. Como hemos visto en los capítulos anteriores, esta adaptación está
predeterminada por las expectativas
qnie cada parte se forma sobre la otra. La misma demari(la de terapia, como
motivación, es presentada por la familia con una cohesión ficticia que se alcanza a
expensas (le las motivaciones personales de sus miembros. Así, tras la presencia
física de ios familiares se puede esconder una escasa disponibilidad personal para
participar y, por lo tanto, una negativa a considerarse parte activa en las
modificaciones posibles. No pocas familias trasmiten esta información ya desde la
demanda telefónica.
La madre de un tóxicodependiente de 18 aíios nos llamó por teléfono para solicitar
una cita. Aniticipó que la suya era una familia unida y feliz, pero que el marido, un
importante hombre de negocios, declaraba no poder participar en las sesiones,
aunque él mismo había solicitado la
A,
89
terapia NOS dijo que le parecía una violencia exponer a la hija de 12 años a las
«repercusiones» de una terapia familiar, concluyó preguntándonos si dadas todas
esas circunstancias, juzgábamos oportuna una sesión. Le responclimos que no. . .
y pie por lo demás su pregunta itos asombraba. Le dijimos saber que, de haberlo
querido, ella habría sido capaz de convencer a los demás. Pero como se trataba
de una familia tan feliz, por sí solo el pro- Nema de la hija desaconsejaba una
intervencióii nuestra, que no sería violenta, pero resultaría inquietante. La señora,
desconcertada con nuestra respuesta, replicó si lo coHsiderábamos oportuno se
empeñaría en traer a toda la familia. Otra vez negamos la terapia diciendo que
sólo un llamado telefónico en primera persona de todos y cada tino de los
miembros de la familia nos podría convencer. Que nosotros mismos haríamos de
abogados del diablo, > desaconsejaríamos vivamente a cada uno emprender la
experiencia, salvo que expusiese sólidas motivaciones para ello. Y en efecto,
todos los miembros nos llamaron por teléfono fijamos la primera sesión sólo
después que hubieron manifestado las razones personales que los llevaban a
interesarse en la terapia. Esas repetidas ruegaciones, practicadas desde el primer
contacto, tuvieron el efecto de ligar fuertemente a cada uno de los integrantes de
la familia con nosotros y de modificar completamente una situación que parecía
perdida desde el principio.
-Señalamos va que mientras más rígida sea la organización familiar, más útil será
la negación temprana. En efecto, hemos hecho la experiencia de que es peligroso
entrar en connivencia con las familias y posponer para la
primera entrevista una definición más clara: nos pueden (lar la espalda en el
momento mismo en que intuyen la necesidad de un compromiso individual. Negar
asistencia desde el comienzo puede parecer prematuro y violento, pero en
realidad anticipa los tiempos de la terapia, porque deja en claro que no estamos
dispuestos a aceptar demandas delegatorias y contradictorias. Por otra parte, si
intentáramos reconsiderar el problema desde otro punto de vista, a saber,
consintiendo en satisfacer las expectativas de la familia, no haríamos más que
reforzar los mecanismos tendientes a reconsolidar la estabilidad preexistente.
Negar estratégicameite la terapia por ser «demasiado peligrosa para un equilibrio
familiar tan bien consolidado» es imprevisible para quienes esperan uit terapeuta
dispues90
to a hacer todo lo posible para obtener lo imposible, y por eso mismo redefine las
expectativas de todos.
Ilustrémoslo con un ejemplo. La familia Giovine (pa(Ire, madre y dos hijos)
demandó terapia porque los padres, médicos los dos, estaban preocupados por su
hijo (le 21 años, que había interrumpido los estudios y no trabajaba. Habían
andado mucho tiempo en busca del «mago», pero enseguida descalificaban y
rechazaban en bloque cuantas experiencias terapéuticas habían empren(lido.
Todos afirmaban que el único lunar que turbaba su paz idílica era la actitud de
Ferdinando. Negaban la existencia de cualquier conflicto en la familia o expresa-’
han este convencimiento de modo eufemístico con gran despliegue de modales
educados y recíproca condescendencia. El acuerdo para acudir a la terapia
parecía el máximo de los esfuerzos de que era capaz la familia, guia(la por la
madre, jefe indiscutido de la situación. El diálogo se eiitabló después que la madre
había hablado con tono competente acerca de la depresión del hijo, sus so-
matizaciones ‘>i su hipocondría.
Madre: Me siento culpable porque es como un niño anoréxico. Se le dice «come,
come!», y él no lo hace. Mi hijo no estudia. Tiene períodos de depresión. Quizá la
culpa es mía. ¿Qué cree usted, doctor?
T.: No me interesa el discurso sobre las culpas. Lo que 110 consigo entender es
por qué han venido a Roma.
Ma(lre: No comprendo lo que quiere decir. No sabemos nada. Díganos qué
debemos hacer, en este punto nosotros no sabemos lué hacer.
T.: Desde cierto punto de vista es mejor rio saber nada. No creo que ‘o pueda
ayudar, porque no soy un mago. Por otra parte, si me ayudaran a entender mejor o
hacer algo por ustedes, se verían obligados a volver a casa menos unidos de lo
que llegaron. Y ese e un gran riesgo.
Padre: Esta discusión es interesante. Ferdinando decía que se dejó arrastrar hasta
aquí. Siempre se deja arrastrar.
T.: Y en esto, ¿a quién se parece de ustedes dos?
Padre: A mí. Mi mujer es la que dirige.
Madre (irritada): Hay personas pie tienen un carácter, y otras un carácter distinto.
Ferdinando: Vea, en esta familia uno nunca puede decir lo que piensa. Mis
palabras son interpretadas como una agresión. Vale más quedarse callado.
91
T.: Esto’ (le acuerdo contigo. Vale más que se queden todos callados .N o inc
parece que en estas condiciones sea posible una terapia porque tú (a Ferdiiwndo)
te debes convencer de (11W si tienes dificultades, puedes también somatizarlas.
En el fondo te gusta el papel que has adoptado, y además no hay nadie que
pueda desempeñarlo en tu lugar. ¿Quién si no tú, podría ocupar tu puesto?
Ferdinando (con acrimonia): Pero.., quizá mi padre, se me parece más.
Padre: Yo en general hago las cosas para no causar fastidio y...
T.: Creo que es verdaderamente inútil pioseguir. No puedo contar sólo con la
vitalidad de la mamá... En efecto, si aceptaran el fracaso en la vida de Ferdinando,
podrían mantener para siempre esta situación en que la mamá es una persona tan
vital; papá en el fondo tiene su hobbij, su profesión; y la pequeña María Lieja tiene
su escuela, etcétera, etcétera.
Madre: Sabe, doctor, mi marido hace seis años que está enfermo y muy nervioso:
parece Parkinson fl() Sé cómo dividirme entre estas dificultades.
Padre (visiblemente agitado): ¡ Desmintámosla de una vez
por todas! La verdad es que mi mujer me consideró siempre un cero a la izquierda,
profesionalmente no me tiene ninguna estima. Desde la universidad, donde nos
conocimos, ella era «la buena». Yo rendía los exámenes porque ella me
empujaba; mi mujer pretende meterse en todo se siente superior. Digamos las
cosas como son, de ima vez por todas, No sé si esto ie resulta útil, doctor, pero es
rarísimo que nosotros cuatro hablemos como lo haceiflOS hoy.
Negar repetidamente la utilidad de la terapia tuvo el efecto de desorientar las
expectativas de la familia x’ de anticiparse a una conducta repetitiva: descalificar e
interrumpir toda experiencia terapéutica. El terapeuta hizo como que aceptaba el
nivel literal de las comunicaciones:
«En esta familia reina la paz y la armonía» y se demostró poco dispuesto a
trabajar sin la autorización y la ayuda «necesarias para arruinar la de la familia».
La anticipación y la desorientación creadas por la negación arrebataron a la familia
el poder habitual y le hicieron tocar el fondo de una situación ambigua. La negativa
del tera92
peuta a entrar en colusión con la regla de «fingir educa(lamente el intento de
modificar la situación», puso a la familia en una encrucijada: ayudar de verdad al
terapcii. ta o interrumpir las sesiones.
La negación de la mejoría
La mejoría expresa un momento de gran inestabilidad cii el curso del proceso
terapéutico; el equipo de terapeiitas se podría sentir inducido a estabilizar la
evolución del proceso en esa fase. En efecto, puede ocurrir que la relación de
participación-separación se desequilibre a favoi (le una participación activa y de
continuación del tera peuta, quien así correrá el riesgo de sustituir a la familia en la
iniciativa y quedar enredado en las mallas seducto ras de una mejoría temporaria
y parcial.
La familia en ese momento ya no se presenta como un frente único, sino que pone
en escena una nueva incongruencia: si el paciente manifiesta una mejoría
sensible, los demás familiares pueden en ciertos casos marcar un empeoramiento,
en neto contraste con la evidencia de los hechos. Por un lado, la familia señala
progresos mediante su portavoz oficial, y por el otro, expresa la imposibilidad (le
admitir la mejoría.
De estas premisas nace la estrategia terapéutica destinada a reforzar la mejoría
por medio de su negación. Lo
ocurre es redefinido como nn empeoramiento de la situación; esto confirma la tesis
de que es mejor no cambiar nada. La intervención terapéutica consiste, en efecto,
en solicitar a la familia que mantenga estable la situación en el preciso momento
en que se verifican los primeros cambios. Para ello se le mostrarán, por ejemplo,
los peligros inherentes a una modificación de las reglas. Una vez más el ataque al
sistema se produce por medio del paciente designado, a quien ahora se desafía
en su mejoría. Concretamente, este desafío produce el efecto de reforzai la
tendencia al cambio del sistema por vía de la no aceptación explícita de la mejoría
(Searles, 1961).
Hemos observado que reconocer de manera explícita la mejoría del paciente
designado, en esta fase, suele empujar a la familia a negar los resultados
alcanzados y a destacar con renovada insistencia cada mínima dificultad del pa-
92
93
ciente. Después de preguntarnos por la razón de estas respuestas, hicimos la
hipótesis de que derivaban de la sensación de peligro que la familia vive a causa
de la ameiiaza que la mejoría le plantea en el nivel de la interacción (Searles,
1961). Pero si también esta vez el terapeuta se pone de parte de la homeostasis
aun antes de que haya te nido tiempo de hacerlo la familia, esta en lo sucesivo se
sentirá obligada a retomar su propio camino, aunque deba enfrentar conflictos
diferentes el surgimiento de problemas nuevos.
Otra táctica que se ha revelado útil consiste en definircomopeligrosa la mejoría. En
esta fase delicada, la ambivalencia respecto de la doble posibilidad de cambiar (di’
ferenciación) o de permanecer inmóvil (cohesión) ya no se encierra solamente en
el paciente designado y en su síntoma, sino que se sitúa en el nivel d las
funciones de cada uno de los miembros. Por ello, hablar de los riesgos inherentes
al cambio y convocar en la sesión los fantasmas, ‘ los temores consiguientes,
pei’mite dar cuerpo a esas fantasías y hacerles perder su carácter destructivo
(Napier y Whitaker, 1981).
A veces las intervenciones que acabamos de exponer se pueden acompañar con
la prescripción de no cambiar, de este modo: se solicitan las conductas que
acentúan las reglas disfuncionales del sistema y la función sintomática. A esta
estrategia, ya descrita por muchos autores (Haley, 1976; Watzlawick et al., 1971;
Selvini Palazzoli et al., 1975), se la presenta como una indispensable precaución
destinada a evitar un cambio peligroso para la familia. Paradójicamente, produce
el efecto de sustentar la mejoría ‘a en curso, porque estimula una cohesión nueva
en el seno del grupo familiar, que ahora debe demostrar con hechos
capacidad de cambiar.
Consideremos un ejemplo. Elsa era una anoréxica grave de 15 años. Hija única de
un político, hacia cuatro años que se abstenía de comer, de continuo tomaba
eméticos y se había encerrado por completo en su casa. Sólo se trataba con su
madre, mujer muy inteligente, pero frustrada en sus relaciones con el marido. Dos
íncubos pesaban sobre la familia: la decadencia mental de la abuela paterna,
centro y alma de la familij dci padre (una familia patriarcal de origen meridional) y
la decadencia fisica del padre, afectado de leucemia crónica. En las sesiones
anteriores, el terapeuta había provocado a la pa-
ciente en su función de vinculo entre los padres y de coistinuidad histórica
respecto de la familia paterna. Los elementos de muerte que su sintomatología
simbolizaba eran, en efecto, un modo de expresar tanto la grave enlermedad del
padre, que todos conocían, pero de la que no se podía hablar, como la
arterioesclerosis de la abuela. punto de apoyo primario de ese sistema. Y todo
había coincidido con un reacercamiento de la madre al padre y a la familia de él.
Así, se estaban constituyendo fronteras nuevas entre familia nuclear y familia
extensa, y entre la pareja parental y Elsa. Las sesiones habían producido una
mejoría sustancial en los síntomas de la muchacha, así como en las relaciones
familiares ‘ de pareja. En este punto, el terapeuta decidió negar la mejoría y, para
conferir más peso al aspecto paradójico de esa negación, la escenificó en el
ámbito de una sesión de almuerzo. Toda la familia sintió curiosidad y participó
activamente en la preparación de esa comida especial. Elsa se puso a ostentar su
hambre como si pretendiera comunicar que todo su problema era cosa del
pasado. La observación de esa actitud movió al terapeuta a intervenir enseguida:
T.: Este, en el fondo, no es un almuerzo serio, sino sólo de prueba. (Se dirige a
Elsa.) ¿Y eso qué es?
Elsa: Es el segundo plato; me lo como todo.
T.: ¿Entonces comes pastas y segundo plato?
Elsa: Los como por separado, primero las pastas y después el segundo plato.
T.: Ciertamente, ya entiendo. Pero, ¿vas a vomitar antes o después de comer?
Elsa: No, no vomito; más bien debo decir que últimamente algo ha cambiado, en
realidad si siento una languidez voy...
T.: ¡Hum! Lo que pensaba. La verdad es que no me convences.
Elsa: Me he comido el pastel dulce, la pizza...
T.: .. . Nunca te había visto tan indisciplinada como hoy. Habrás aumentado unos
gramos, ¿o me equivoco?
Eisa: Sí.
T. (en tono irónico): ¡Muy bien!
Elsa: Gracias. (Los familiares ríen.)
T.: No entendiste el modo en que dije muy bien! Elsa (con un hilo de voz): ¿Por
qué?
95
1.: Porque fl() estoy convencido de que lo hagas como lo haría tu tío si tiene ganas
de gustar unos tallarines: se los (orne, y no le importa nada si cría pancita. En
cambio tú aumentaste unos gramos para confundir las cosas, y no sería la primera
vez. ¿Por qué debías comer de más hoy, ruando sientes esa languidez? Entrarías
en el terreno de lo que hacen las personas adultas, y tú no te lo puedes permitir,
bien lo sabes.
Elsa: Sin embargo, aunque usted diga (I1IC no, yo espero estar en vías de
curarme.
T.: ¡El milagro de San Genaro! Permíteme: ¿qué ha carnl)iado para que te puedas
curar, para que puedas dejar de hacer lo que por tanto tiempo has hecho?
Elsa: Por ejemplo, también reanudé la relación con mi prima. Cuando estaba mal
tendía a aislarme mucho. En cambio ahora me trato con muchachos (le ini edad y
50v más abierta.
‘1’.: Eso es secundario, no ha sucedido nada contigo aquí dentro. (Señrzla al resto
de la familia.)
Elsa: No creo que las relaciones de familia puedan cambiar...
T.: ¿Y entonces? Te veo más tonta ahora que antes. Por lo menos antes tenías
una lógica. Eras la única que habías comprendido enseguida, y bien, lo necesaria
que eras para tu familia y el modo en que todos te utilizaban. Tienes una función
importante, hacerte pelotear de una palle a la otra. ¿Cómo harán para hablarse tu
padre y tu madre sin tí? ¿Y me quieres hacer creer que tus problemas
desaparecieron y andas mejor?
Elsa: No desaparecieron, pero algo está cambiando.
T.: No debe suceder más, y tú sabes por qué. Sabes que no ha cambiado nada en
el almuerzo de ustedes, en casa. ¿No es así? (Hace esta pregunta a ¡os padres.)
Madre: Mi marido es una persona que come rápido, lo hace con velocidad porque
tiene necesidad de.
Padre: Como rápido para correr a echarme una siestita.
Madre: A él le interesan las cosas simples, veloces, que le permitan irse enseguida
a la cama...
Padre: En verdad, algunas veces me gustaría salir de noche a tomar aire. Por eso
bar. Pero a menudo salgo solo, porqiEWTRP tiempo para comer. Normalmente
invito aQ!ii mujer a que me acompañe, pero cuando está Elsa mi muiiente obligada
a quedarse con ella en casa.
96
Madre: Tú me consideras obligada, pero a mi me fastidia esa obligación.
Padre: Si Elsa se queda sola en casa, mi mujer a las 22.20 empieza a decirme
«debemos volver»; eso me causa pesadumbre, ‘‘ entonces prefiero salir solo.
‘J’. (u Elsa): ¿Comprendes ahora por qué es una tontería que hagas intentos para
sanar, aunque sean tan míseros como estos? ¿Comprendes por qué debes seguir
siendo estúpida y pensar sólo en cuántos gramos incorporas o cuánto vomitas?
Nadie en esta casa está en condiciones (le prescindir de ti.
En este fragmento de sesión, el terapeuta efectuó ujia serie de negaciones que
utilizaban el mismo material que la paciente alegaba como prueba de su mejoría.
Desde el comienzo declaró no aceptarlo («Nunca te he visto tan indisciplinada
como ho»), lo que estimulé a Elsa en la defensa de sus logros (<No, no vomito;
más bien debo decir que últimamente algo ha cambiado»; «Aunque usted diga que
no, yo espero, creo que estoy en vías de curarme»). La pregunta provocadora que
el terapeuta hizo («Cómo harán para hablarse tu padre y tu madre sin ti?») (laba
por cierta la improbabilidad de un cambio ligado al vínculo de todos los miembros
del sistema. Pero esta misma pregunta fue la que movió a la pareja a poner sobre
el tapete sus propios problemas. Acaso en otro contexto la pregunta habría
parecido acusadora, pero en este caso expresaba la aceptación emotiva del
terapeuta hacia cual( 1uier elección que hiciera la familia, aun si era una elección
sintomática.
Hacia la escisión del sistema terapéutico
En cierto momento, la familia advierte la necesidad de verificar su propia
autonomía con independencia del apo)o del terapeuta; el proceso terapéutico
puede entonces encaminarse hacia una resolución gradual. Cuando esto sucede,
el terapeuta se puede declarar con franqueza en favor del cambio y reasegurar a
la familia en las posicio-. nes alcanzadas. Pero como en cada estado de transición
el miedo a lo desconocido y las dificultades reales pueden iroinover ci regreso a
situaciones anteriores, es posible
97
BIBLIOCÁ
97
11e la familia se oponga a la escisión del sistema terapéutico y presente recaídas
que justifiquen nuevas demandas de intervención, pero que bloquearían el
proceso de independencia en curso. Si el terapeuta aceptara, no haría más que
convertirse en un elemento estabilizador.
La cohesión que antes se producía en torno del paciente, en el curso del proceso
terapéutico se ha ido tramando en torno del terapeuta, vivido como nuevo
regulador homeostático del sistema. Por esa razón puede ocurrir que la familia se
oponga a la escisión del sistema neoformado, en el intento de estabilizar su nueva
organización.
Trataremos de ilustrar mediante un gráfico la evolución
A II
• Paciente designado
O Miembro de Ja familia
Terapeuta
de las interacciones dentro del sistema, según sus fases. La familia que en la fase
A se organizó en torno del paciente designado, en la fase B se reorganiza en torno
del terapeuta. Si no es capaz de alcanzar la fase C, que supone la separación de
este último, tratará de estabilizarse en el punto B. En ese caso la terminación del
proceso terapéutico debe ser promovida por el terapeuta por medio de la ruptura
de la organización anterior (fase B). Frente al deseo de la familia de proseguir con
las sesiones, que a menudo se expresa en la afirmación «todavía quedan cosas
por resolver; si no permanece con nosotros, el paciente puede sufrir recaídas», el
terapeuta tiene la posibilidad de mantener la coherencia y continuidad de la
relación por la negación misma de su función terapéutica. Entonces podrá
responder: «Sí, los veré dentro de
dos meses, pero únicamente si son capaces de salir adelante solos y si el
paciente está bien»; en la sesión que siga, la enfermedad dejará de ser el canal
privilegiado por el cual la familia mantiene relación con el terapeuta.
Consideremos el caso de una familia cuya terapia, al cabo de unos cuatro meses,
parecía encaminada hacia una conclusión satisfactoria. Reconsiderada la
situación y evaluados los resultados, el terapeuta pidió a la familia que volviera
pasados tres meses; el intervalo se debía utilizar para consolidar las posiciones
alcanzadas y resolver alguisas dificultades señaladas por la propia familia en las
últimas reuniones. Pero esa sesión sólo se realizaría si cada uno de los miembros
juzgaba positivo el empeño demostrado por los demás para el logro de lo
acordado entre todos. En caso contrario, se pospondría. De esta manera, se
solicitaba a la familia que volviera a presentarse ante el terapeuta sólo para
comunicarle que de hecho ya no tenía necesidad de él. Trascribiremos algunos
pasajes de esa reunión final.
Padre: Nos vimos...
.“iíadre: En noviembre...
Laura: Sí, a comienzos de noviembre.
T.: Quiere decir que pasaron tres meses. ¿Respetaron la regla de volver sólo si
cada uno de ustedes estaba satisfecho con las mejorías obtenidas?
Padre: Por mi parte diré que sí... (se ríe) como personas serias.
T.: ¿Puede darme alguna prueba de esta seriedad?
Padre: Las mejorías han sido...
Laura: ¿Las puedo escribir en el anotador?
T.: ¿Por qué no?
Padre: Sobre todo, anota, nuestras relaciones. Las relaciones entre mamá ‘.i papá.
(A su esposa.) Entre nosotros se ha producido una mejoría clara porque hay más
comprensión. Todos los problemas que surgen se hablan, se discuten, se
resuelven. Mi mujer y yo tenemos ahora una madurez emotiva que quizás antes
no teníamos... Ahora me parece que casi la he alcanzado, casi... Estamos en la
buena senda.
T. (al marido): No corra demasiado ahora, por favor. Hasta este momento hemos
hablado de las relaciones entre ustedes. (Se dirige a la esposa.) Señora, ¿usted
cómo se sitúa en este discurso?
98
99
Madre: Estoy de acuerdo con mi marido, sobre todo ahora que hablamos mucho
más.
1’.: Pero, ¿antes hablaban menos?
Madre: Muy poco, va fuera de cosas triviales como de cosas importantes. Ahora,
aunque tenemos distinta opinión sobre muchos puntos, llegamos a un arreglo,
salimos adelante.
‘1’. (con aire (le incredulidad): ¿En tres meses consiguieron esto?
Padre: Sí, y también hemos logrado tomar una decisión para los domingos: yo con
las niñas más grandecitas voy al partido, o bien vamos todos a la montaña.
T. (a Laura y Marina): ¿A ustedes les gusta ir al partido? Laura zj Marina (al mismo
tiempo): Sí, sí, nos divertimos muchísimo.
T.: En cambio, antes no iban al partido ni a la montaña. ¿Es así?
Padre: Yo iba al partido...
Madre: Y v( me quedaba luchando... 1’.: ¿Y en la montaña cómo andan, siempre
juntos?
Laura: No, con gente. Pero antes andábamos solos. Estábamos sólo los de la
familia y nos divertíamos menos. T. (a Laura): Porque tú antes sólo tenías amigos
más pequeños que tú, ¿o recuerdo mal?
Laura: Sí, es cierto.
T.: ¿Y ahora?
Laura: Tengo amigos, muchachos y chicas.
T.: Temo que este anotador no te alcance. Han estado desaforados este último
tiempo.
Madre: Desde la Navidad, el mes pasado.
T.: Eso es, porque recuerdo un llamado telefónico que no me gustó nada.
¿Cuándo fue?
Madre: A comienzos de diciembre.
Padre: Un momento no muy simpático.
T.: Estoy contento de no haber aceptado el pedido de asistencia que me hicieron.
Los habría privado de la satisfacción de superar con sus propias fuerzas un
momento difícil.
Laura (recogiendo la insinuación): ¿Debo anotar los progresos a hechos o los que
quedan por hacer?
T.: Haz esto: traza una raya en el anotador. Arriba están los ya hechos; abajo
puedes anotar los que todavía restan. Así tendremos un cuadro bien hecho y
simple para verificarlo juntos dentro de cinco meses, antes del verano.
1
La propia familia, como a menudo sucede, pareció sugerir el rumbo por medio del
paciente designado. Acordar una nueva reunión para después de algunos meses
le permitía sentir que el sistema terapéutico seguía vivo, cori la diferencia de que
ahora el «terapeuta» era algo de lo que el sistema familiar se había apropiado; así,
poco a poco desaparecía la necesidad de buscarlo fuera.
Si el terapeuta tiene el convencimiento de que la familia alcanzó una organización
nueva que le permite administrar sus problemas de manera autónoma, ni siquiera
una recaída será motivo suficiente para reiniciar las sesiones. En efecto, nos
parece desaconsejable que el terapeuta muerda el señuelo de sentirse tan
necesario para un grupo familiar de cuya evolución constituye un momento
importante por el hecho mismo de ser temporario. En estos casos nos parece
conveniente negar la reanudación de la terapia definiendo la recaída como un
intento de la familia de volver a confiarle un rol ya superado.
El caso que a continuación expondremos ilustra la pieOCiÓfl (le la recaída,
procedimiento por el cual el terapeuta procura reforzar ios resultados ya
alcanzados movien(lo a la familia hacia la escisión definitiva del sistema
terapéutico.
Esta familia había realizado una terapia familiar durante unos dos años y medio a
causa de la sintomatología esquizofrénica qrie presentaba María, la segunda de
tres hijos. En el momento de la primera intervención, la situación parecía
desesperada: la madre y los tres hijos, desde la mayor, Giovanna, de 32 años,
hasta Franco, el menor, de 18, dependían totalmente de los padres, y su vida
emotiva y de relación era confusa y se encerraba entre las cuatro paredes (le la
casa. En la primera fase de la terapia, María, en una suerte de pulseada con los
terapeutas, había hecho una fuerte regresión y pasado dos largos meses en
cama; en ese período debían darle de comer en la boca, era encoprética y
enurética. Este estadio dejó paso, poco a poco, a una serie de progresos, hasta
que se produjo un genuino cambio en la vida familiar. Los padres, que empezaron
a percibir su pensión jubilatoria, mantenían una relación más serena y de tiempo
en tiempo se permitían salir de vacaciones. Los tres hijos habían enfrentado, cada
uno peruonalmente, problemas de inserción social y laboral, y habían tomado
decisiones importantes: Giovanna, la mayor, comenzó a dictar clases en una
comarca lejos de Roma,
100
101
donde se había establecido. Franco se había dedicado a la militancia en un partido
político, mientras María retomaba los estudios universitarios, y desde hacía un año
se desempegaba con satisfacción en un empleo de medio día. Habían trascurrido
dos años desde la última sesión de control, cuando de repente Giovanna llamó por
teléfono para solicitar asistencia a causa de ima «recaída de María, que estaba
mu’ nerviosa y pedía con insistencia poder recuperarse en una clínica
psiquiátrica». El padre había llamado a Roma cori urgencia a la madre, que estaba
de vacaciones en su pueblo nata].
Una indagación telefónica más detenida reveló un suceso inesperado: Giovanna
había tenido durante dos años una relación con un colega, y proyectaban casarse
en poco tiempo más, pero una afección cancerosa maligna y rápida hal)ía
determinado la muerte de novio unos meses antes. Giovanna reaccionó con
mucha reserva y dominio de sí, pero después del suceso María había vuelto a
estar «nerviosa».
El terapeuta, convencido de la eficacia del trabajo cumplido en el pasado, concibió
la hipótesis de que si aceptaba la «recaída» de María, como la habían definido, no
haría más que «exhumar» la antigua designación de la hermana para encubrir un
problema real, con lo cual impediría a la familia y a Giovanna elaborar el dolor de
aquel terrible luto. Aceptó entonces ver a la familia por una sesión, la propia familia
1o confirmó en sus hipótesis.
Todos estuvieron presentes en la reunión; al sentarse dejaron en el medio una silla
vacía, hecho que el terapeuta recogió en la dimensión de un mensaje metafórico
de la familia.
T.: ¿Saben ustedes de quién es esta silla?
Padre: Del doctor, ¿no?
T.: ¡Pero no! El doctor se sienta en esta otra. Esa es la silla del que está peor. El
que sufre más se debe sentar ahí. (El terapeuta se refiere a un sufrimiento, no a
una enfermedad. María se levanta y lentamente se sienta en el puesto vacante.)
Madre (tras un largo silencio): A punto estuve de ocuparla yo. Me sentía incómoda
y había pensado en trasladarme.
María: Yo estoy incómoda aquí en el centro. Quizás es mejor que vuelva al lugar
de antes.
Padre: El primer impulso es el que vale; ahora ya estás ocupando la silla.
T. (a Giovanna): Pero, ¿cuáido sucederá que en esta familia alguien se interese
por ti?
Giovanna: No sé. Es posible que no haya hecho nada para llamar la atención.
T.: ¿Cuántos siglos crees que pasarán hasta que lo hagan? Iadre: Yo la ayudé
cuando estuvo mal, por eso mismo quedé mal yo después de la muerte de
Antonio.
T.: Bla, bla, bla. Una persona no se siente mal por estat cerca de la hermana o de
su novio que muere. Estos motivos son sanos y normales. (A Giovanna.) Siempre
en esta familia ha alguien que pasa por una situación más difícil que la tuya, ¿te
has dado cuenta? ¿Por qué no
1)ruebas de cambiar de lugar para ver cómo estás tú cii esa silla una vez al
menos? ¿O tú (a Alaría) tienes siempre necesidad de hacer el papel de tonta?
María: No, por cierto, es mejor que ella haga el papel de tonta. Y por otra parte yo
no soy tonta, sólo estoy desesperada.
T.: Me gustaría saber si Giovanna no ha estado más desesperada una vez.
María: Ella dice que no. La reina de estar mal soy siempre yo. No es culpa mía. No
sé por qué Giovanna quiso venir aquí; no sé si estaba preocupada por ella o por
mí.
T.: Es el gran enigma; ¿qué crees tú?
María: Creo que está preocupada por ella misma y de buena gana le cedo esta
silla. (A Giovanna.) Te cedo esta silla si la quieres, porque ya estoy harta de este
papel de primera actriz. ¿Quieres sentarte aquí?
Giovanna: No lo sé. En mi opinión, cuando una persona ha pasado los treinta
años, como es mi caso, no debe octipar el centro de la atención en medio de la
familia.
María: Entonces, ¿qué querías hacer aquí?
Giovanní,: Sobre todo quería venir porque se habla de ciertas cosas que de otra
manera nunca se enfrentan. Por lo menos nos miramos a la cara. Pero yo no
quiero esa silla, me resulta incómoda porque quiero resolver de otro modo mis
dificultades. No veo por qué hay que ser siempre una actriz en medio de la familia.
Franco (es el hermano): Lo ves, Giovanna, siempre hay alguien más dispuesto
que tú a ocupar ese lugar.
Giovanna: Eso forma parte de la vida.
T.: ¡Justamente porque forma parte de la vida! En la vida las emociones de las
personas tienen una importancia muy diversa; aquí, si María hace el teatro
napolitano (eleva la
102
103
voz), todos acuden Alá, Alá es grande!»; pero si tú tienes un amor y lo pierdes, a
nadie le importa nada. (A (;iovanrul.) Si acepté verte fue porque imaginaba lo que
para ti significaba haber encontrado una relación importante fuera de casa y
haberla perdido, y no por desavenencias, sino porque se produjo una muerte...
¿Qué significado tiene esto para ti a los 34 años? Esperaba que se llegase a
hablar de esto ho, de problemas reales. Por eso me siento confundido ‘
desilusionado.
fra,ico: En efecto, Giovamia estu o mal, ha sufrido imicho.
María: A mí me parece, en cambio, que ha reaccionado muy bien. Tiene un
carácter que reacciona bien, O quizás. . . ahora empiezo a creer que también ella
hizo el recitado, lo mismo que yo durante tantos años. Yo recitaba el papel tic la
tonta, ella ha recitado otro papel.
T.: Eso es cierto. ¿Cómo has recitado tú, Giovanna?
(;iov(znucI: ¿Cómo he recitado? Traté de hacerte, María, un discurso muy claro, Vi
que participaste mucho en todo lo de Antonio. Entonces te dije: la situación es así,
traternos de superarla. Pero está claro que dentro (le mí no la había superado. Y
después, cuando mamá volvió, ¿acaso se habló de lo ocurrido? No! Yo me lo
guardé adentro mientras recitaba ante ustedes el papel de la que finge
que nada ocurrió. Ese es el recitado que o hice, y no pretendía que los demás se
molestaran por lo que me había sucedido a mí.
Madre: ¿Tú crees que guardándolo para ti nosotros no nos dolíamos? Yo me dolía
lo mismo, aunque tú no lo dijeras.
El terapeuta recogió desde el comienzo el mensaje que la familia le envió: «1-la’>
una silla vacía entre nosotros». Pero, ¿qué representaba? La silla del 1ue está
peor, respondió él; y enseguida redefiniócomosufrimiento lo que la familia se
aprestaba a presentarcomoenfermedad. Bajo la letra de la redesignación, el
terapeuta intuyó el sufrimiento de Giovanna. Negó entonces a María el derecho de
volver a centralizar la atcnción, porque era otra iwrsoiia c1iiien lo tenía y porque
hal)ía otro motivo más lógico que el de «hacer el papel de comodín». Así,
negándole esa ceiitralidad, le propuso desempeñar un papel diferente en la
familia. La brusca negación de la recaída, y el hecho de apuntar con ci dedo a un
dolor real, tuvo el efecto de sacudir a la familia y de hacer que cada miembro
sintiera ci (lerecho al propio sufrimiento,
El lenguaje metafórico
La metáfora está ampliamente presente en el lenguaje cotidiano, donde, por la
evocación de imágenes de semejanza, permite reproducir la realidad y los objetos
del mundo circundante, como podría hacerlo un mapa en relación con un territorio.
Ahora bien, a diferencia del mapa, el lenguaje y sus imágenes metafóricas
cambian de significado no sólo según el contexto en ciue se sitúan, sino según las
connotaciones que se agregan en virtud de las circunstancias de su empleo (Eco,
1975; Conte, 1981). Ello implica que, según los casos, cobrará mayor relieve esta
o aquella característica del objeto de la situación o de la acción a que la metáfora
se refiere, como si un objeto cualquiera revelara características diferentes bajo la
ción de un haz de luz que explorara su superficie desde diferentes ángulos.
Así se explica que la metáfora se preste a que la utiliecu los miembros de la
familia para expresar estados de ánimo o situaciones de vínculo; o el terapeuta,
para llevar adelante su trabajo de análisis y de reestructuración. Parece que la
metáfora brotara de nuestro común reclamo de detener el perpetuo fluir de la
realidad y apropiárnoslo; sería el intento de recuperar lo que se pierde en la
experiencia de todos los días por medio de algo que lo recuerde. El mismo
síntoma que el paciente o la familia presentan se puede convertir en la metáfora
de un problema relacional, el intento de conciliar exigencias contradictorias por
medio de un símbolo polivalente.’
1 Esto explica que no baste la pesquisa del suceso o de loS Sucesos
«traumáticos», y de la vivencia que se tuvo de ellos, para resolver ci problema
existencial del individuo o de la familia; en efecto, el momento de su reevocación
pertenece a un contexto diferente y se inserta en una estructura cognitiva que les
imparte una connotaci(n de algún modo distinta. Por ejemplo, cuando un adulto
recuerda en la terapia las emociones asociarlas cun el trauma de la separaci(n
5. Metáfora y objeto metafórico en la terapia
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105
Así, un paciente desavenido coH su cónyuge, pero dependiente de él, puede
manifestar con un vómito irreprimible su imposibilidad de tragar lo que anda mal
en la relación; acaso este síntoma se convierta en el medio para poner de
manifiesto su exasperación, al tiempo que le permite mantener una relación de
dependencia. Es como si el aspecto metafórico del síntoma lograra conciliar lados
contrapuestos de la realidad, y obtuviera su simultánea cristalización. En efecto, si
el síntoma no es resuelto, con el tiempo se puede convertir en el cruce de caminos
en que confluyen sitimcioues muy distantes entre sí. Para retomar el ejemplo
anterior: el vómito del paciente expresará los problemas conyugales, pero además
se convertirá en la metáfora de otros problemas de relación, por ejemplo con las
familias de origen, en una continua caza de imágenes que se reflejan unas en
otras como figuras en un salón de espejos. De ese modo se habrán creado una
superposición y una condensación de situaciones que se manifestarán por el
mismo símbolo. Entonces el síntoma puede perder poco a poco sus caracteres de
especificidad: el símbolo del malestar específico se convertirá en el síntoma en
sentido generalizado, ajeno al espacio y al tiempo, y válido en cualquier
circunstancia; será sólo la historia personal la que confiera un tiempo y un espacio
particulares a sus manifestaciones.
Por lo general, en el momento de intervenir el terapeuta, la evolución de la
«metáfora» del paciente hacia características cada vez más abstractas e
inespecíficas ha llegado a su culminación; por eso mismo, él se encuentra en la
necesidad de iniciar un proceso opuesto a fin de redescubrir en el interior de la
imagen presentada los elementos históricos y relacionales originarios. Podrá
entonces condensar en una metáfora propia los datos de observación recogidos
en el curso de las interacciones entre los miembros del sistema terapéutico; en
ese caso utilizará imágenes genéricas y adaptables a muy diversas situaciones,
pero que contengan elementos singulares que se pue(lan superponer
perfectamente a la situación en examen.
de uno de sus progenitores, se encuentra de hecho en una condición muy diversa
de la situación originaria, porque en su historia personal intervinieron muchísimos
factores desde aquel momento. Por eso, el significado que atribuya al episodio en
cuestion sera fruto de numerosas interacciones de Su experiencia pasada, que,
por su repetición, concurrieron a plasmar su actual estructura conitiva.
En la metáfora, pues, tanto si es expresada por los pacientes en sus síntomas
como si es el terapeuta quien los enfrenta a ella, observamos operar mecanismos
análogos a los que se activan en cada uno de nosotros cuando se infringen las
reglas que mantienen la coherencia de los mensajes enviados por el interlocutor.
En efecto, si a) yo Ii) digo algo e) a alguien d) en una situación específica. puedo
evitar definir la relación negando uno de estos elemeiltos, o los cuatro. Puedo: (1)
negar que personalmente comuniqué algo; b) negar que algo haya sido
comunicado; c) negar que haya sido comunicado al otro, y d) negar el contexto en
que se lo ha comunicado (Halev, 1974). Esto 110 sólo es válido para el lenguaje
verbal, sino para el no verbal, cii que cada elemento puede ser respetado en uit
nivel y negado en otro.
En el caso del paciente sintomático, es manifiesto que formalmente no envía
mensaje alguno, puesto que su condueta no es voluntaria y, en consecuencia, «no
es él» quien comunica algo; no se establece una comunicación estructurada de
manera explícita y, por lo tanto, no se la
puede reconocer formalmente como tal; menos aún cuando no está dirigida
manifiestamente a la persona con quien interaeti’ia el paciente. Por otra parte,
cuando el terapeuta emplea la metáfora para responder al paciente, utiliza ese
mismo tipo de procedimiento, y la negación puede recaer sobre uno o más
aspectos formales de la comunicación. La metáfora es trasmitida del mismo modo
en que el pa- (‘lente manifiesta el síntoma; en virtud de su contexto ij (le SU forma,
se afirmen y niegan al mismo tiempo el conten 1(10 del mensa/e o su destinatario
(Bateson, 1976).
La metáfora literaria
Para que se comprenda mejor lo que llevamos dicho, lo ejemplificaremos con un
extracto de la primera sesión con una anoréxica de 15 años; participaron los
padres. la abuela paterna y otros parientes del padre. En la primera parte de la
reunión habían aflorado notables diferencias entre los padres, sobre todo acerca
de la centralidad (le la abuela, al par que la posición de la madre se presentaba
más bien marginal, porque no se sentía aceptada 1)o1 la familia del marido. El
nacimiento de Carla, la pa-
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107
ciente ai loréxica, parecía haber contribuido a desplazar el eje del familiar eii el
sentido de un reacerca— miento entre los padres, a expensas de quedar ella
como la intermediaria «oficial» de todas sus relaciones.
1’. ((11 padre): ¿Entonces Caila los avudó a unirse y a se— pararse al mismo
tiempo? ¿Quiere decir que lo que no hizo usted por su esposa, lo pudo hacer por
su hija?
Padre: En cierto sentido fue así.
1’. (a la paciente): Tú, bella señorita... No logro entencler por qué esta bella
señorita se ha sentido tan grandiosa, tan... ¿Conoces a Don Quijote? l)on Quijote
creía siempre que vencería; en cualquier empresa, él siempre se entremetía..,
pero al cabo era un pobre Cristo que recibía palos a diestra y siniestra... En
apariencia un gran J)ersOflaje, pelo en el fondo uno que... ni siquiera sabía quién
era. ¿No? ¿Estás de acuerdo?
C(lrlO: Yo me debo.
T. (interrumpiéndola): Pero era un poco como tú. Tenía tu apariencia, tenía todo
esto. (Indica la figura de la pa— (lente.) Siempre un atuendo perfecto, con su
rocín, su escudo... Tú en lugar de la espada y del escudo tienes tina linda carterita,
un vestidito (le damita, pero tengo la sensación de que por dentro te pareces a
Don Quijote, porque se te ha puesto en la cabeza que vencerás, como él lo creía;
que puedes tomar sobre ti todas las tensiones
que por aquel lado (señala a los padres) no se pueden administrar; el odio feroz
que tu mamá sigue alimentando, pero que debe negar siempre... Y entonces te
has hecho cargo de odios, de extorsiones y de alguna otra cosa que todavía no
tengo clara, y te has puesto a dirigir el tránsito con tu rocín... Noble gesto, pero
ciertamente...
Carla: No sé si he hecho esto, pero si lo hice.., en cuanto a mí lo hice
incoiicientemente.
1’.: ¡Hurn!, con ese «inconcienternente» no cambia el guisado.., porque si lo
empezaste a hacer inconcientemente, ahora lo sigues haciendo con conciencia
(Carla intenta replicar, pero su padre la hace callar.). . . Sabes muy bien que tu
mamá nunca fue aceptada, que tu mamá tiene la sensación de que lo que ha
conseguido lo consiguió porque estabas tú y no por ella misma, ‘ acaso alguna vez
ha pensado que mejor sería que no hubieras nacido... (Carla prorrumpe en llanto.)
La única diferencia está en que Don Quijote nunca lloraba, y esto me consuela; si
9
logras llorar quiere decir que... 5 menos seguro que tendrás el fin de Don Quijote.
Como lo muestra el análisis del fragmento reproducido. medio de la imagen de
Don Quijote se conseguía figurar cii concreto urna serie de conductas y de
funciones de la paciente, al tiempo que se le atribuían las connota(iones que
caracterizaban al personaje, que entonces re1 )resentaba un término de cote/o.
De esta manera, Carla a no debía buscar una definición de si en una realidad en
movimiento y en relaciones continuamente mudables:
en efecto, esos procesos quedaban fijados en una imagen (jite en sí misma
contenía una definición y una historia,
obrabancomoelemento de compalación «externo» a la paciente. Este es un punto
muy importante. porque tina de las niavores dificultades con que cada persona
tropieza en su proceso evolutivo y en su afán de cambiar es, justamente, no poder
salirse (le sí misma para cote¡arse con la propia imagen. Ahora bien, el cambio
sólo puede brotar de un cotejo, es decir, de la apreciación de la diferencia entre un
estado y otro, de una discontinuidad y tina esquernatización arbitraria del continuo
fluir de la experiencia.
La imagen proporcionada define no sólo al miembro designado, sino a las
relaciones e interacciones que mantiene con los demás, situándolas en una
atmósfera irreal y fantástica. Así, aunque el mensaje representativo se envía cii
apariencia a una sola persona, su estructura incluye de manera indirecta a las
demás en la medida en que están en relación con aquella. Es como si se les
dijera: «En el momento en que aceptan el intercambio con Carla, entran ustedes
en un mundo de fábula». También este mundo pierde las características
espaciales temporales específicas, a la vez que mantiene los atributos de
universalidad ligados con el personaje literario. Es este el que establece el marco
en que se desenvolverán los intercambios posteriores, mientras que los detalles, y
por lo tanto también su situación espacial y temporal específica, serán
proporcionados por la posición de Carla en la historia familiar y por la definición
que los demás dan de ella, y ella de sí misma por sus propias acciones. Por otra
parte, el mundo de la literatura y el teatro nos proporciona un ejemplo de este
proceder cuando nos propone la reedición (le un personaje clásico en un drama
moderno.
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1 a metáfora contextual
El empleo de la metáfora no se lirnita a una situación como la que expusimos, en
que el terapeuta hizo explícita la referencia a la persona, operando él mismo la
ligazón con la imagen metafórica. En otras situaciones, esto mismo se lleva a cabo
de manera mucho más sutil, por la amplificación de expresiones singulares de
significado metafórico de los pacientes mismos, que pasarían inadverti(las si no se
las extendiera de suerte que dejen de ser un ekmento del discurso para
convertirse en su nu’irco contextual, según lo veremos con más detalle cuando
tratemos del objeto metafórico.
En otros casos, el terapeuta puede condensar en una metáfora muchos elementos
que pudo observar en el curso de las interacciones familiares, haciendo de
manera que la ulterior definición de los rasgos de detalle de la metáfora se
produzcan por obra de los pacientes, como en el ejemplo que a continuación
referiremos.
La paciente, deprimida desde hacía muchos años, se presentó en la sesión con su
actual marido con el anterior, que seguía administrando los biei;es de la familia;
además estaban sus hijas, de los dos matrimonios. Era todavía atractiva, a pesar
de su edad su «depresión»; esmerada en su aspecto exterior y atenta a la
impresión que causaba, por su mQdo de presentarse y de hablar imponía a todos
la centralidad de su persona. El cabello arreglado en forma de turbante y una larga
boquilla en la mano daban el toque que completaba su imagen de mujer fatal. Los
dos maridos tenían aire más bien distraído y ausente, como si estuvieran ahí por
pura casualidad; las hijas parecían pobres huérfanas en busca de un punto de
referencia; la atmósfera general era de un grupo de personas sobre las que
pesaba el hechizo de un «hada maléfica».
T. (en el momento de iniciar la sesión, aun antes de sentarse): ¿Tendrían la
amabilidad de dejar libre un sillón
para la mamá? (Indica un sillón situado en un ángulo. donde hay amontonados
objetos personales. A la paciente.) Señora, ¿querría usted sentarse ahí? (A los
demás.) ¿Puecien ustedes cerrar el círculo ‘ olvidar la presencia de Tiziana? Todos
saben que no hay esperanza alguna de aquel lado. (Señala a Tiziana, que
permanece sentada en
el sillón.) Esta reunión será útil únicamente si ustedes, o alguno de ustedes, logra
salir del maleficio... ¿O todos han renunciado ya...?
Primer marido (con aire sorprendido): No entiendo. T.: ¿Hay esperanza para
ustedes? ¿Pa’a quién has’ más, para quién menos?
Giulia ((le 27 añOs, primogénita del primer nmtrimonio, con tono fúnebre): Creo
que cada uno de nosotros trata de hacerse un camino para vivir bien.
T.: Sí, tú hablas de lo que uno busca, pero o me refería a lo que uno tiene. ¡No es
lo mismo!
Giulia: Creo que cada uno de nosotros vive.., buscando. T,: ¿Usted, por ejemplo,
se ha librado del maleficio? Giulia: ¿Qué entiende usted por maleficio? Este. . .
este malestar a causa de ciertos hechos de cmrácter familiar. No, no me he
librado; seguramente que no.
T.: ¿Es usted la que está más adentro?
Giulia: Sin duda que estoy muy mal. 1-lay cosas que pueden ocurrir ahora pero
que pueden traer consecuencias después. Ella, la más pequeña, por ejemplo.
(Mira a Sabine, la hermanita de once años.)
T.: ¿Eso es como si pudiera producir daños a distancia? Ginlia: No lo sé, quizá los
haya producido ya, pero los puede haber peores más adelante. Ademas de todo,
siento también la responsabilidad por ella. En cierto sentido es una niña.
T.: ¿Que usted le haga de mamá a Sabina, forma parte del maleficio?
Giulia: No es que le haga de mamá.., a veces me preocupo por todo lo que le
sucede, además de lo que me toca.
T.: ¿Tiene hijos usted?
(;iulia: No, no tengo... Creo que no quiero tenerlos porque no estoy en
condiciones... no tendría serenidad de ánimo, no podría dar nada de bueno a mis
hijos, creo.
T.: Quiere decir que el maleficio le ha llegado hasta el útero. (Se dirige acto
seguido a Grazia, la primogénita del segundo matrimonio.) ¿Y tú cómo estás?
¿Tienes más esperanzas de escapar del maleficio?
Grazia: Más o menos como ella. (Mira a Giulia.)
T.: Es decir que tampoco tú tendrás hijos. (;rizia: Más o menos como ella. (Mira a
Giulia.) T.: ¿Cuánto tiempo hace que actúa en ti el maleficio?
Crazia (con una mezcla (le ira y resignación): Bueno, creo que desde siempre o
casi... ¡bah!, no lo sé con precisión.
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Como se advierte, el terapeuta obligó a sus interlocutores a cotejarse con la
imagen que les habría proporcionado (el maleficio), que se fue definiendo más y
más en los detalles, adquiriendo connotaciones personales a medida que se
avanzaba en las respuestas. En el momento mismo en que todos aceptan la
metáfora, esta se convierte (JI la estructura vehiculizadora del discurso y toda
afirmación se sitúa de manera implícita en su interior. Por lo tanto, el terapeuta
seru1l(1 la vía para el curso de las (ISO— (i(ICiOneS, mientras que 1(1 ftmnti(ia
provee el «material».
En este proceso se integran dos mundos de percepción, que derivan de dos
diversas historias personales: el mundo del terapeuta y el de la familia; el producto
de esta integración pasa a formar parte de la cultura del sistema terapéutico y de
este modo se erige en iu poderoso factor (le asociación entre los elementos que lo
componen. En el ejemplo que acabamos de dar, el sigilo de que se había
producido esa asimilación al patrimonio cultural común fue proporcionado por el
uso espontáneo que uno de los miembros de la familia hizo de la misma imagen
que el terapeuta había propuesto antes.
En ocasiones, el terapeuta se sirve de continuas metáforas hasta llegar a un
discurso alegórico en que a menudo la conexión con el sujeto real a quien apunta
es establecida sólo por el contexto en que se desenvuelve el diálogo. En estos
casos, el terapeuta puede traer a cuento fantasías que se le ocurrieron o relatos
sobre otros pacientes, en que, para evitar eventuales objeciones, el nexo con las
personas directamente interesadas puede ser negado con frases del tipo «Pero no
me refería a usted», o «Este detalle evidentemente no tiene nada que ver con
usted». La idea del símil, aunque se la niegue formalmente, es empero propuesta
por vía implícita, como veremos en el ejemplo que sigue, En él, la familia fue
invitada a crear un cuento que contenía alusiones evidentes a su problema; este
procedimiento se justificaba por la edad del paciente designado, Marco, un niño de
cinco años que había sido puesto en terapia por problemas de «identidad sexual».
El objetivo era volver explícita la relación entre la función de los síntomas de
Marco y las funciones de los padres, en un clima en que estos pudieran expresar
sus propios conflictos sobre su sexualidad. Era preciso dar una respuesta a este
interrogante: ¿quién tiene el pene en la familia, papá o mamá?
‘1. (en el momento (le entrar): Ahora quiero jugar con ustedes. Dejemos las sillas y
sentémonoS en el suelo. (Todos lo hacen, riefl(lo.) El juego será así: los grandes
cuentan un cuento a los niños. . empiezo yo.
Madre: ¿Y quién sigue?
T.: Decidan ustedes Había una vez un niño que no sabia bien si papá tenía el
hace-pipí o si lo tenía mamná. . . ¿Quién sigue, mamá o papá?
,Iadre: Marco, debes escuchar.
Padre (a Marco): Entonces. . . Este niño que no sabía si papá tenía el hace-pipí o
la hace-pipí, ¿cómo se las arregla para saber lo que tiene papá? Se dice: «Si lo
voy a mirar cuando se desviste, lo averiguo. Pero si lo quiero saber sin verlo
desvestido, ¿qué hago?».
1’.: ¿Continúa mamá?
Marco: Continúo o. Ya lo sé: ;es el hace-pipí!
Madre: ¿Quién lo tiene?
Marco: ;Lo tiene papá, lo tiene papá!
Madre: Entonces este niño, en la duda, se pone los vesti(los de mamá y la ropa de
papá, pero la ropa de papá se la pone debajo, y encima el vestido de mamá.
Marro: No!
T.: Y tanto se empeña en ponerse los vestidos (le niamá encima ‘ la ropa de papá
debajo que consigue confundir las ideas de todos; justamente porque sabe que si
quiere que todos se queden ti.anquilos, es mucho mejor usar la pollera sola o los
pantalones solos.
Padre: No lo sé, pero como usa la pollerita y los pantalones, hace papel de
hombre cuando le conviene, y papel de mujer cuando le resulta cómodo, ¿o no?
T.: Eso es, sí.
El ol)jeto metafórico: «invención» del terapeuta
Hemos visto que una de las características de la metáfora es que consigue crear
una imagen de las emociones, de la conducta, del carácter o las relaciones que
una persona tiene dentro de un sistema. En la práctica, los objetos representables
son infinitos, aunque para nuestros fines sólo nos interesan algunos. Hablamos de
«objetos» porque toda representación es una «fotografía» de la realidad, es decir,
una cristalización arbitraria de esta; por eso
112
113
mismo ofrece la ventaja de presentarse como un elemento observable,
sustancialmente exterior al fluir de los sucesos; y podemos cotejarla con ese fluir
porque, fijándolos eH el tiempo, confiere «realidad» a una serie de procesos que
de otro modo serían indefinibles.
El terapeuta puede también, en el curso de la sesión, elegir los objetos materiales
que le parezcan más aptos para representar comportamientos, relaciones,
interacciones actuales o reglas de la familia en tratamiento. En ese caso deberá
observar con particular atención las interacciones familia-terapeuta (y las
repeticiclies de comunicación que presentan), donde él mismo se inserta con su
modo de presentarse, su personalidad y sus vivencias emotivas. La elección del
objeto metafórico es por lo tanto un acto de su inventiva, con el que introduce un
nuevo «código» que define e interpreta cuanto está sucediendo; sobre la base de
este código se empezarán a redefinir las relaciones entre los diversos miembros
de la familia, y entre estos el terapeuta (Angelo, 1979).
l)aremos un ejemplo tomado de la misma sesión de la que trascribimos un
fragmento al comienzo del capítulo 2 (pág. 47). Estarnos en la segunda parte de
una entrevista; se analizaba la función de la madre de Carlo (el paciente
designado. de 14 años) y el modo en que esa función se articulaba con la de los
demás componentes. Alguien acababa de decir, refiriéndose a la madre, que
quizás ella era la «clave de bóveda» para comprender la situación familiar; el
terapeuta se apropió en el acto de esa imagen metafórica.
T. (a 1(1 madre): No sé dónde, en qué cerradura da vueltas esta clave o llave.
¿Qué puertas abre, qué puertas mantiene cerradas? ¿Cuáles son los registros?...
Si usted tuviera que hablar de sí misma, ¿cómo describiría sus llaves y sus
Pdlertas?
Madre: Qué le puedo decir... Todo bien mirado, una mujer que vive bastante. . .
con los pies sobre la tierra, para las cosas de orden práctico.
T.: Pero las llaves...
Madre: Mi Dios, ¿en qué sentido?
T.: Toda persona tiene llaves, ¿no? De la casa, del automóvil...
Ma(ire: Y... sí...
T.: Una persona puede tener la de la puerta principal, la
del dormitorio si es que está cerrado con llave; las llaves del necessaire.
Madre: Eso es; varios tipos de llave..
T. (continuando): Puede dar o no dar las llaves a los demás.. . ¿Ha entendido
ahora lo que le pido?
Ma(lre: Qué papeles tengo, en suma.
T.: Eso es, qué cosas abre usted qué cosas cierra.
Madre: Las llaves las administro yo. (Se ríe.)
T.: ¿Cuáles?
Madre: Las llaves de casa.
T.: Sí, pero yo no conozco la casa. Fodría tener veinte habitaciones o sólo dos...
yo no sé. También, algunas llaves podrían ser más importantes que otras.
Madre: Deme un punto de apoyo, porque no. . . (Risas.)
Padre: La llave es figurativa.
1’.: Usted quiere umi punto de apoyo.. . ¿o tiene un manojo de llaves en su bolso?
Madre: Sí. . . (Hurga en el bolso, y extrae un mazo (le llaves.)
T.: ¿Por qué no toma estas llaves y las distribuye.. Vaya dando algunas llaves a
los demás, diga qué habitaciones abren. Conserve las llaves quc- esté segura de
poseer, y dé a los demás las restantes. Al que no tenga nada, no le dé nada.
Madre (empieza a desprender las llaves y a distribuirlas, haciendo comentarios en
voz alta): La llave de la cocina la guardo para mí, sin discusión, porque a esta no
me la quita nadie... (Risas.) La llave de la sala por mitades, porque una mitad es
propiedad de mi hijo (el hilo mayor), que no permite que se entre en cierto lugar de
la habitación...
T.: Muy bien. Entonces dé media sala a Gianni. Madre (continía): A este señor
(señala al paciente) le doy la llave de mi dormitorio porque es su amo y
propietario... A mi marido no sabría qué darle, porque...
Padre: Soy un desterrado... (Sonrisa intencionada.)
Madre: Ah! Bueno, sí, él tiene su escritorio, un escritorio donde hay mucho
desorden y donde yo no puedo meter los pies porque se me ponen los pelos de
punta...
T.: ¿A quién no le conviene la llave que tiene, y querría otra?
Padre: Yo ¡ejém!, la llave que ya no tengo, esa querría... 7’.: ¿Qué llave querría?
Padre: La del dormitorio.
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‘1’.: Discuta si se la pueden conceder.
Padre: Debería dármela él. (Señala al paciente.)
T.: Tómela.
Este fragmento muestra cómo es posible valerse de una imagen expresada por
uno de ios participantes para amplificarla, trasformándola en el eje en torno del
cual girará toda la sesión. La ventaja que tiene la utilización de una metáfora
tomada directamente de los pacientes consiste
el hecho de que así se reduce la posibilidad de eventuales resistencias, puesto
que la imagen ya forma parte (le 5U patrimonio perceptivo y simbólico y, por lo
tanto, es muy difícil que se la niegue. Pero en este punto deja de ser exclusiva de
los pacientes; en efecto, el relieve que se le confiere deriva de una percepción del
terapeuta y de un acto creador de este, que la convierte en el lugar de encuentro
de dos mundos diversos (Nicoló, 1980). Además de constituir un importante
elemento de relación, la metáfora se vuelve el punto de partida de un movimiento
circular en que cualquier respuesta a la imagen que el terapeuta o su interlocutor
propusieron e un estímulo para la producción de nuevas imágenes.
Por el hecho mismo de escoger las llaves de la madre, la metáfora se materializa
en el uso de un objeto que no sólo refuerza la imagen, sino su significado de algo
que es propiedad de la familia. Es como si en las llaves de la madre se encarnaran
relaciones, hábitos y reglas existentes en el interior del grupo.
El objeto metafórico, más aún que la metáfora, permite al terapeuta
descentralizarse: dejar de ser el punto de referencia, el foco de la atención, lugar
que ahora ocupa el elemento material que está en medio del grupo, que pasa de
mano en mano, y es sopesado, contemplado, como si fuera el depositario de un
secreto por descifrar (Angelo, 1979). Siempre nos ha llamado la atención la
semejanza entre el objeto metafórico y los objetos empleados por los chamanes
en sus ritos de curación, cuando «extraen» la enfermedad del paciente y la hacen
así visible en una imagen concreta.
El objeto puede ser un modo muy eficaz de «tomar distancia» cuando la situación
se vuelve confusa o se está en un punto muerto; con el uso del objeto metafórico
se recrea, en efecto, la oportunidad de arrojar la pelota a la familia y de observar
desde fuera lo que sucede. Al mis-
mo tiempo se pone de relieve un sólido punto (le refereacia sobre el cual se puede
volver al cabo de cada paréntesis de interacción.
Más que en la metáfora, en el objeto metafórico se evidencia la coexistencia de
varios niveles de comunicación:
e1 predominio de informaciones en los plaios visual y táctil hace que se acentúe la
contraposición entre el significado literal y material, y el simbólico del medio
utilizado, lo que produce confusión en el destinatario del mensaje, que ya no sabe
con exactitud a cuál de los dos niveles se tiene que referir. Y como al mismo
tiempo se le da también la posibilidad de hablar sobre aspectos significativos de
sus relaciones, se siente tan animado a enfrentarlas como dueño de calibrar su
intensidad Esto es evidente en particular cuando se utilizan como objetos
muñecos, cuya función de pantalla de proyección hemos mencionado muchas
veces. Por eso es importante que la elección del medio representativo admita una
referencia al mismo tiein1)0 muy precisa y muy vaga: un objeto será tanto más
eficaz cuanto más evoque algunos detalles de la situación, de la relación o del
personaje que está destinado a representar; y por otra parte. cuanto más apto sea
para propoponer un contexto genérico y ambiguo. Esto aumentará el grado de
tensión y de confusión d:i interlocutor, que es el presupuesto indispensable para la
búsqueda de significados y de comportamientos diferentes.
El objeto metafórico: elemento de dramatización
El hecho de que la metáfora puede hallar su apoyo material en el objeto
metafórico permite utilizar este para dramatizar las relaciones, sea por medio de
un diálogo directo —si se trata de un muñeco o al menos de un objeto que
represente a tina persona—, o del pasarse el objeto de una persona a otra, en que
la acción misma es la que adquiere un significado simbólico, mientras que para el
objeto queda la misión de vehiculizar todas las connotaciones que los
participantes, incluido el terapeuta, le atribuyen.
En el caso que a continuación referimos, el terapeuta entró a la sesión con una
pelota que en su interior tenía una bolsita de arena, lo que volvía imprevisible su
trayec
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toria; V en efecto, Ci) la superficie se leía, estampada, la fraSe «crazij bali».
T. (en el mismo momento de entrar, se dirige a Carla, la paciente. SeñUl(1fl(lO la
pelota que lleca consigo): Esta eres tú.
Carla (mirando la pelota, ij en voz ha/a): ¡Hermosa!
T.: La traje deliberadamente. Pero es una iwlota espetial . . . ¿Sabes por qué es
especial?
Carla: No.
T. (se
Carla:
Padre (a su hija): ¿No te causa curiosidad? Ca ría: No quiero.
T.: ¿Alguien siente curiosidad? (Al ;xiclre:) ¿Siente usted curiosidad por saber a
qué se parece su hija? (Le (la la pelota.)
Padre (perplejo, hace dar vueltas a la pelota entre sus manos y mira lo escrito en
1(1 superficie): Sé (111é quiere decir «cruz y», porque «crazy horse» significa
«caballo loco»; por lo tanto, es «pelota loca».
T.: Empiezo a entender pm qué se parece a su hija.
Pa(lre: No, no consigo descubrir una conexión.
T.: Puede lanzársela a su hija, (iuizá de esa manera uste(les dos lo comprendan...
¡Arrójela!
Padre (a la hija, des pués (le arro jurie la pelota, que describe una trayectoria
caprichosa, y con tono burlón): ¿Lo ves? ¿Has visto qué extrañas trayectorias
describe.., no te parece? Si juegas con una pelota así, te toman por Felé... Pelé
hacía estas cosas con una pelota normal
T.: ¿Y ella (señala a Carla) consigue hacer que las pelotas normales hagan cosas
locas?
Carla: ¿Por qué se me parece?
T.: ¿Lo sabes?
Carla: No.
T.: Quieres hacer siempre el papel de Pierino, pero no eres Pierino, ¿sabes?
Padre (a la hija): ¿Averiguaste en qué se te parece?
Carla: ¿Que tiene actitudes extrañas?
Padre: ¿Por qué, tú tienes actitudes extrañas?
Carla: Porque la pelota no es una pelota común, hace cosas diferentes, no te lo
esperas, no Sé
1’. (a la madre): ¿Y usted, señora, nos puede ayudar?
Madre: Lo estoy pensando...
‘1’.: Mu bien; tómela entonces. (La madre tuina la pelota y la mira, perpleja.) Quizá
debiera usar un poquito esta pelota. Si la usa, puede que se le ocurra con más
facilidad. ¿Por qué no se la arroja a su marido o a su hija? Verá que le acude
alguna idea... Hay tanto espacio aquí, hagan lo que les parezca. (Los miembros (le
la familia empiezan a jugar entre ellos arrojándose la pelota,
(file casi siempre se desvía (le su trayectoria.)
Carla (al cabo, dirigiéndose al terapeuta): ¿Será porque, al contrario de las otras
pelotas, esta pelota se mueve un poco como ella quiere y no como uno !G espera?
T.: No me debes convencer a mí; trata de hablar con tus padres.
Carla: Yo no lo sé; le pregunto a usted si es verdad.
1’.: Yo te he pedido respuestas, no te pedí que me hagas preguntas.
Madre: Lo único que puedo decir es que esta es una pelota fuera de lo común,
una pelota diferente de las demás, que tiene reacciones diferentes de las demás. .
. Entonces, esa es una semejanza con Carla y su conducta
Quizá, muchas veces ha reaccionado frente a los problemas, a las cosas... de
manera diferente de lo que se suele reaccionar.
Carla (al terapeuta): ¿Esta pelota tiene algo adentro que la hace moverse así?
Padre: Prueba, ove. (La hija obedece, dando goipecitos 1(1 pelota.)
Carla: ¿Es otra pelota? ¿Y también yo tengo adentro algo que me hace mover de
manera tan extraña?
Padre: ¿En qué sentido?
Carla: No lo sé, la pelota.., es ella la que dirige el juego; por mi parte, a veces creo
ser grande y poder jugar sola, a veces me engaño.
Padre: Si aceptamos esta versión, sería como decir que nosotros nos engañamos
con ella y es ella la que juega con nosotros
El fragmento que hemos reproducido introduce una diinensión nueva en el uso del
objeto metafórico y de la metáfora en general: tras la equivalencia inicial pelota
loca-paciente y las primeras tentativas de interpretacin, el terapeuta invitó a los
miembros de la familia a empeñarse en una interacción en que el objeto
imprevisible se volvía, al mismo tiempo, estímulo para la acción clave de
la alcanza): ¿Quieres mirarla, quieres probarla? No.
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un significado que se debía averiguar. Así, cada uno de los miembros tuvo la
oportunidad de actuar sus propias relaciones con la paciente y, por medio de ella,
con los demás, al tiempo que conseguían distanciarse mirarse desde afuera. A
menudo, este es un preriequisito para que se produzca un vuelco en la visión que
cada uno tiene de la realidad; lo confirman las últimas palabras del padre:
«Sería como decir que nosotros nos engañamos con ella y es ella la que juega
con nosotros». También eii este caso se lo consiguió amplificando una de las
características de la función del paciente designado, que de esa manera cobra
dimensiones tan grandes que vuelveii grotesca esa característica o las
relacionadas con ella.
El objeto metafórico: «invención» de la familia
Otro modo de utilizar objetos en la terapia es valerse (le los que la familia trae
consigo a la sesión y que emplea con un significado inicialmente diverso del que le
atribuirá el terapeuta. Cada quien, en la vida de todos los (has y dentro de los
diversos sistemas en que participa, está rodeado de objetos que contribuyen a
definir el contexto de las interacciones o a calificar las características de las
personas que los utilizan, y sus modalidades de relación. Por ello, es posible
utilizar los objetos, de manera más o menos deliberada, como instrumentos (le
comunicación (Miller, 1978). Daremos un ejemplo tomado de la terapia con la
familia de dos niños obesos: Paolo, de (lOce años, y Franca, de diez. Se
presentaron en la sesión con una bolsa de frutas, que comían con avidez, sii
cuídarse de los circunstantes, pero situándose en el centro de la atención general.
El padre se sentó un poco apartado, mientras la abuela parecía mantener una
relación privilegiada con la madre. El cuadro de conjunto hacía pensar en una
inversión de los roles entre padres e hijos: el terapeuta decidió señalarlo.
Padre: Los niños son niños y no padres...
T.: Depende, parece que él (señala a Paolo) hace el papel de padre, puesto que
trae la comida para todos.
Padre: Tiene razón, se llena continuamente, come.., come . . . es un tragón.
‘J’.: ¿Nunca le da nada de comer al papá?
Padre: ¿Sabe usted?, conmigo esas cosas no caminan; yo no como, yo no soy
tragón. El puede hacer lo que quiera, o sigo siendo así.
T. (a Paolo): ¿Nunca se te ocurre dar a otro la última cosa que te queda para
comer? (Paolo tiene en la mano oua banana; ante la pregttnta, ofrece la banana a
la madre.) Madre (con expresión (le ligero fastidio: No, a mí se me pasa totalmente
el hambre; en suma, no puedO’...
Padre (al hito, señalando la banana): Llévatela a casa, liéx’atela a casa.
1.: Entonces ei problema que los trajo aquí es que los adultos no quieren el
alimento de los niños
Madre: El problema es otro; estamos aquí porque nuestros niños son tragones, y
cuando paseamos por la calle la gente se ríe viéndolos tan gruesos.
T.: Es claro; si los padres no comen nada, ¿cómo podrían disminuir de peso los
hijos, en vista do que ellos se lo comen todo? (Al padre) ¿Papá no puede comer ni
siquiera un trozo de banana?
Padre: ¿Debo comer ahora la banana?
‘1’.: Sí.
Madre: ¿liemos venido aquí para tomar la merien(la? (Se ríe.)
1’.: Me gustaría saber qué les sucede a los hijitos si papá se come un trozo de
banana. ¿Les preocupa que papá se ahogue. si come la banana?
JIa(lre (sonríe): Me parece que uste(l nos pone en ridículo
T.: Bueno, todos nosotros tenemos una parte ridícula, y puede ser entonces que
usted tenga razón. Pero lo que a mí me parece ridículo es que en esta familia sólo
ios hijos (ornan, y los adultos no.
En este caso el terapeuta utilizó la comida que los niños habían llevado a sesión y
que los progenitores tomaban como punto de referencia para sustentar su
definición del problema (la obesidad de los hijos); la utilizó, decirnos, para redefinir
su significado y conferirle un valor metafórico. La comida se coiivirtió en mediadora
de las relaciones familiares, de las que así se investigaban los nexos las
posibilidades de interacción. El recurso de poner de relieve la inversión jerárquica
permitió al terapeuta desplazar la atención sobre problemas diferentes de
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los propuestos al comienzo. Por último, haciendo que la alusión a estos problemas
se mantuviera encubierta, se dificultaban eventuales cuestionamientos.
La tradición y la cultura ofrecían la posibilidad de asociar la comida con los demás
aspectos de la vida de relación (relaciones sexuales, intercambios afecti’vos,
relaciones de poder, etc.); esto la volvía apta para llevar adelante un diálogo sobre
esos aspectos, sin tener que recurrir (le manera expresa a preguntas
embarazosas. En este sentido, el objeto-alimento se convertía en un verdadero
calificador de inensa/es.
Tanto en el uso de la metáfora como del objeto metalórico, y quizás en cualquier
forma de terapia, es posible
ic surjan elementos de juego (Bateson, 1976; Andolfi, 1977; Keith y Whitaker,
1981). Arduo sería señalar la importancia del juego para cada uno de nosotros; lo
cierto es que toda persona, en el curso de su existencia, debe pasar de continuo
por un «juego» a fin de alcanzar un equilibrio en las relaciones con la realidad y
las personas con quienes vive. Desde niño, cada quien juega con los coetáneos
recreando situaciones de vida o procuran(lo interpretar roles que corresponden a
los ideales que los adultos le trasmiten. Por medio del juego experimenta la
realidad (le manera paradójica; en efecto, cumple actos reales, pero en un
contexto que niega su realidad, al par
ItIe los objetos mismos que utiliza adquieren características multiformes; en efecto,
al mismo tiempo «son ‘>‘ no son» lo que representan. Esto permite a cada
persona verificar la visión que tiene del mundo y de las relaciones con los demás
en una situación ficticia, pero que en buena parte se puede superponer a la real, y
en la cual la distinción entre uno y otro plano está dada sobre todo por elementos
contextuales.
Estas situaciones se repiten permanentemente en la vida adulta en el curso de las
relaciones cotidianas, en que el significado de lo que se dice y hace se mantiene a
me- inicio en un nivel implícito o, todavía más, es negado. Si (jueremos
«comprender mejor» a nuestro interlocutor respecto de un asunto que nos interesa
particularmente, podemos adoptar una conducta bromista, dejar caer una
observación y esperar la reacción del otro antes de decidir la dirección en que
proseguiremos: utilizar un lenguaje alusivo o serio, negar lo mismo que acabamos
de decir asegurando que «bromeábamos», o admitir nuestras inten
ciones y sentimientos reales, etc. En fin, construirnos con nuestro interlocutor un
juego en que poco a poco se delinean articulaciones precisas que forman los
puntos de referencia en torno de los cuales nos podemos mover en las ulteriores
exploraciones. Es un modo de percatamos del valor relativo de las cosas y de la
realidad, y que en def initiva nos permite «reírnos» también de lo que es «serio» o.
. . «debería serlo». Si conseguimos hacer humorismo sobre nosotros mismos, nos
redimensionai’emos y podremos observarnos, lo que lleva a la aceptación de
nuestras inevitables contradicciones es la premisa para su superación.
Es fácil advertir, cii las situaciones de que hemos informado, que las
extravagancias que contenían y ci humorismo ciue de ellas brotaban pudieron
cohvertirse en instrumeiito de conocimiento. Si la realidad> y el sentimiento de lo
trágico que en ocasiones lleva adherida se puede trasformar en juego, quizá sea
posible desatar el lazo de las funciones estereotipadas de los diversos miembros
del sistema. libcraj potencialidades creadoras.
cErn”° UNNESU
DE IR COSTR
BBLOTE
122
123
6. La familia Fraioli: historia de una terapia *
(al cuidado de Katia Giacometti)
Trataremos de ilustrar cuanto llevamos dicho valiéiidonos del caso de una familia
con paciente esquizofrénico,
que tratamos en nuestro Instituto en 23 sesiones, una cada
días.
La familia Fraioli acudió a nuestro consultorio tras años de infructuosas
intervenciones, efectuadas en distintas épocas y con diversos métodos. El núcleo
familiar vivía eis una pequeña ciudad de la Italia del Norte. y su nivel socio- cultural
era de clase media. El padre, médico, era un hombre severo, con una educación
rígidamente católica y sexofóbica; la madre, ama de casa consuetudinaria,
administraba subterráneamente un rol dominante en la orgaIsización de la vida
familiar. Una gran 1iferencia de edad, de trece años, separaba a los padres. De los
cuatro hijos, tres varones y una mujer, la más joven tenía 22 años vivía fuera del
hogar, como los otros dos hermanos, de 36 y de 34 años. Sólo Giuseppe, el
tercero en el orden cronológico, y que era el paciente designado, vivía con los
padres.
Giuseppe tenía 28 años; unos años antes, se había
pezado a aislar más y más, al punto que ya no salía de la casa. Su retraimiento
progresivo de la realidad externa, su depresión, su agresividad administrada
dentro de la casa culminaron en preocupantes crisis de agitación psicomotriz, en
fabulaciones de sesgo sexual o religioso, y aun en tentativas graves de suicidio. El
joven, no obstante haberse graduado en leyes con brillantes calificaciones, había
abandonado toda esperanza de trabajo y pasaba el tiempo en su habitación o
merodeando por la casa, per
En este capítulo retomamos el caso Fraioli, que ya se publicó en forma resumida
en un artículo anterior (Andolfi et al., 1978) y que aquí reelaboramos,
enriqueciéndolo con partes significativas para la comprensión del proceso y
completándolo con un seguimiento.
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seguido por fantasías sexuales y de muerte; se masturbaba de manera ostensible,
excitándose con ropas íntimas de la madre; había expresado el deseo de
mantener relaciones sexuales con ella. Su designación era de antigua data y
estaba documentada por un gravoso currículo, que comprendía diversos tipos de
psicoterapia (desde la intervención farmacológica hasta la psicoanalítica),
realizados por conspicuos profesionales. No alcanzaron esos intentos para evitar
varias internaciones en una clínica psiquiátrica. La vida familiar hacia tiempo que
estaba dominada por la enfermedad de Giuseppe, que de continuo reclamaba la
atención de la madre y las intervenciones moralistas del padre.
La intervención como proceso desestabilizador
Apenas diez minutos habían trascurrido desde el comienzo de la primera sesión,
de la que participaban el pa- tire, la madre y el paciente designado. Giuseppe,
sentado entre los padres, se veía muy tenso, fija en el suelo la mirada, casi
inexpresiva, mientras los padres hablaban sobre él; continuamente se
interrumpían uno al otro y hablaban al mismo tiempo.
Madre: El es el penúltimo; el primero tiene 36 años y trabaja como abogado en
Génova; el segundo tiene 34 años, y trabaja en un banco, en Ferrara ... La más
pe( 1ueña...
Padre (habla al mismo tiempo que su mu/er): . . . El tiene posibilidades óptimas,
pero... ahora se enterará usted de sus problemas. . . Esta es la razón por la que se
ha desviado. . . Nosotros estamos dispuestos todo sacrificio.
Sabe usted, es llevar una cruz ver a un hijo empequeñecido de ese modo...
[El padre pro ponía la centralidad de Giuseppe, quien, a medida que sus padres
hablaban, parecía empequeñecerse más y más, como si redu/era su espacio
físico.]
Madre (habla al mismo tiempo): Como é fue el tercer varón, yo esperaba una
hija... y como a diferencia de los otros tenía un carácter más dócil y sensible, lo
tuve más
125
apegado a mí... También él mostraba preferencia para estar conmigo, por ejemplo
para que pasáramos juntos las vacaciones, cosa que los dos mayores
prácticamente nunca hicieron.
Padre (hal)la siinultaneaniente): No es que se lo considere la oveja negra...
Modestamente hablando, mire usted, yo so cristiano hasta el punto de sostener
que se debe decir: «Señor, Señor, haz la voluntad del Padre nuestro que está en
los cielos , a mí me ha enviado un hijo así y yo lo cuido, trato de ayudarlo, y él, en
cambio, rehúsa esta ayuda.
1’. (al padre): Me gustaría saber lo que le ocurre ahora a Giuseppe, porque yo en
su lugar me sentiría muy iii- cómodo.
¡El terapeuta recibe y hace explícitos los mensajes no verbales que Giuseppe
enviaba. Su actitud se podría interpretarcomoincoherente; el terapeuta, en cambio,
la lee»comola manifestación (le un estado de ánimo comprensible. El terapeuta
hace ver que se interesa por el paciente como persona, por sus sentimientos y por
todo lo (lite dice más allá del síntoma. De esta manera acepto 1(1 tentralidad (le
Giuseppe, pero se (isocia con él de Vtanera imprevisible respecto (le las
expectativas del sistema.¡
Giuseppe: No me siento para nada incómodo .. (Farfullo palabras inconexas.)
T.: Pero en este momento pareces estar muy incómodo. se ve por la postura que
has adoptado.
¡El acento recae sobre el espacio físico del paciente, que se muestra
notablemente encogido, invadido por el es pa(lo verbal y emotivo (le los padres.]
Giusej1e: EJi este momento estoy con bronca.
T.: ¡Hurn con bronca... ¿Es por estar aquí?
[El terapeuta conecto con él mismo el estado emotivo (Íd paciente, introduciendo
un elemento (le definición externo al sistema.]
Giuseppe (con tono más decidido): No, estoy con bronca porque las mías son
todas puterías, no necesito que nadie me tenga consideración, no necesito qUe
nadie me ayude
en mis puterías. mc puedo arreglar solo perfectamente bien.
[El paciente respon(le (le manera protoci cloro para ei terapeuta, (11 tie;nl)o que
los p(l(lres a(loptan 1(1 actitud preocupada. (blonda 11 resign(Ida de quien tiene
un hijo enfermo. La familia (lesa fía (ISÍ (II terapeuta a probar fuerzas en una
causa perdida.]
T.: Dame uit ejemplo de putería; porque es pOSiI)le que el modo de emplear este
término en Roma sea diferente del uso que le dan en tu tierra ... Puede ocurrir ojiie
hai)les de cosas diferentes de las que yo podría imaginar.
[El terapeuta no emprende la retira(Ii’ ante el lengua/o’ provocador (le Giuseppe; al
contrario, fi/a en ese lenguaje la atención y lo retorna. La tranquilid(l(l con que se
re— tonta ij analizo la frase del joven confiere a sil eoll(lli(ta lina con flOt(lLiófl (le
normalidad.]
El terapeuta aceptaba el desafío de todo el sistema utilizaba la centralidad del
paciente para introducir una nueva esquematizaclon «El paciente tiene
importancia tau grande porque de manera “lógica” voluintaria” cumple acciones
“esenciales” para el funcionamientO de la faunilia».
Giuseppe (con aire provocador): Me gustaría darles por el culo a las mujeres, pero
nunca he hecho nada.
¡El paciente repropone su oentralidad con expresiones provocadoras.]
1’.: ¿Dices que querrías . .
Giuseppe: Darles por el culo . . . pero nunca he hecho nada.
T.: ¿Quieres decir que nunca les diste por ci culo o que nunca tuviste relaciones
sexuales?
[El terapeuta insiste en obtener respuestas precisas y concretas, lo cual resto
«onigin(llidl(1(l» 0 1(1 aclitud (le Giuseppe. Esto quita poder al paciente designado,
y drama— ticidad al contexto.]
126
127
Giuseppe: Relaciones sexuales he tenido a veces
solo con ciertos m(tudos . .. cii todo caso siempre con
prostitutas.
1’.: Bueno, esas están más dispuestas, ¿no? ¿Dónde está el problema? Me refiero
a darles por el culo...
GiiI.sej)/)e (con expresión de sorpresa): ¿Cómo dice?
T,: Quiero decir ... en la práctica están más dispuestas, i o? En el fondo tienen una
percepcion más desenvuelfa de su propio cuerpo... ¿o también has tenido
problemas en ese caso?
[La implícita rede finición de la conducta incoherente, aceptada COlfl() liorinal, es
una contraprovocación para el ,)aciente designado y su familia. Frente a ella,
Giuseppe responde con sorpresa. Aquí empieza lo que /)Odríamo,s llamar «la
caricature de la patología». El uso (lel humorismo, CI UC encontrarenio,ç taml)ién
en otros pasa/es, tiende a desdramatizar el contexto y a crear una mayor distancia
respecto del problema.]
‘E.: No he comprendido dónde está la putería si no es en el sentido literal de andar
con putas; pero no he entendido lo ((ll querías decir con esto ... ¿Me lo puedes
explicar iiii poco mejor?
(;iI1’e/)))e: Tengo un sentimiento de vergüenza que me inhibe, me inhibe siempre
‘E.: ¿Quieres decir que te inhibes en el deseo de darles por el etilo o en el de tener
relaciones sexuales más amplias? No lo tengo en claro.
Gill,se/)))e: He hecho este año, quizá también el aüo pa- sacio, alguna propuesta
fuera de lugar a alguna mujer, con resultados siempre negativos.
‘E.: Sí, pero no está claro en qué consiste la putería. Madre (con voz 1)ersiI(lsivu):
Puedo
‘E. (a Giuseppe): Me has dicho que estás con bronca por tus puterías ... Creo que
hay infinidad de jóvenes de tu edad que (lesean darles por el culo a las mujeres;
no veo
en qué eres tú tan especial. ¿O querrías un súper-darles por el culo. .. una cosa
muy especial? ¿Será esto lo que te pone mal?
¡Por el recurso de privar a Giuseppe del apoyo de los familiares, se vuelve más
incómoda su posición y se evita Im esta se in.serte en el juego familiar... Ahora el
tera128
;)euta tiene firmemente la iniciativa en sus manos, e invita (11 paciente (1 un
enfrentamiento directo.]
(;iIIse,)l)e: Creo que es una cosa que nunca obtendré
1’.: ¿De ti mismo o de las mujeres?
(;ilIs•e1)j)e: ¿Cómo dijo?
‘E.: ¿l)e ti mismo O (le las mujeres?
/ LI contexto se ha vuelto ahora absolutamente «norinsil»; a poco pierde solidez la
diferencia entre el «atípico’>
1/ los demás’. Las respuesta.v .5Ofl (le una total coherencia.]
(;ii.$eJ)j)e: De las mujeres.
‘E.: ¿Estás seguro?
Giuseppe: Creo que sí.
‘E.: Porque por el modo en (ILIC hablas parece que tuvieras problemas contigo
mismo, qie te causan pesadumbre.
[El terapeuta recoge (le continuo la (ictitu(l de sufrimiento que deja ver la conducta
no verbal del paciente, más allá del contenido provoca(Ior.]
Tras la posterior intervención del padre y de la madre.
itie insistieron en la gravedad de la conducta (le Giuseppe, el terapeuta comentó:
‘E.: No consigo entender.., ustedes han hecho un viaje larguísimo en tren,
pernoctaron en Roma para venir aquí... Si el problema es ese de dar por el culo,
no alcanzo a ver la gravedad de la situación.
[El terapeuta niega de manera explícita la enfermedad e implícitamente comunica,
separándose del sistema por un momento, que no está dispuesto a permanecer
dentro de las reglas de relación que mantienen el statu quo. Está dispuesto a
entrar, pero en un nivel diferente.]
Padre: Pero por este problema ha intentado suicidarse
T.: De acuerdo, pero todavía me faltan las transiciones, no me parece que este
problema de dar por el culo merezca tanta atención, la intervención de tantos
profesores.
Los padres narraron diversos episodios con el fin de aclarar el decurso de la
locura de Giuseppe, pero el tera
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129
peuta los interrumpió y retomó la provocación al joven. En efecto, no se trata de
recoger informaciones al azar, en una masa en que se confunden los datos
pertinentes con los triviales, sino de acoger los elementos (verbales, y sobre todo
no verbales) que son expresión de un conflicto entre necesidad de diferenciación y
necesidad de cohesión, que representan la tentativa de fusionar aspectos
contradictorios de una misma realidad (Andolfi y Angelo, 1980). Cuando el
terapeuta interrumpió a los padres y retomó la provocación a Giuseppe, perseguía
un doble objetivo:
desbaratar ci guión que la familia traía a la entrevista, y procurar la formación del
sistema terapéutico tomando como eje un input que resultara desestabilizador
para las expectativas del sistema familiar (Andolfi et al., 1978) y eerrara el paso a
cualquier tentativa de manipulación por medio del síntoma.
T.: Un momento, señora; el caso es que Giuseppe sigue con bronca y yo no logro
trabajar con ima familia que tiene liii hijo de . . . ¿cuántos años? (Dirige la pregunta
a Giu.s eppe.)
[El terapeuta impide que los familiares re propongan a Giuseppe en su
designación (le paciente. A la vez, centre en él mismo la atención de la faniilia, que
resulta deseolocada respecto (le! estereotipo (le reunión que tenían pret -istO.]
Giuseppe: Veintiocho.
T.: De veintiocho años. Si tuvieses diez años, yo podría aceptar que
permanecieras aquí en sikmcio, con cara de bronca, mientras tus padres hablan
acerca de ti; pero como tienes veintiocho, no puedo aceptarlo. En consecuencia, o
nos vemos obligados a interrumpir o es preciso que hablemos del motivo por el
cual estás con bronca.
[Si no se acepte mantener al paciente designado en su P(11)el especial (le
enfermo que es preciso proteger, significe que tampoco se puede aceptar su
silencio. Por eso el terapeuta definió como voluntario el silencio de Giuseppe, lo
mismo que a sus demás niveles de varticipack5n en la sesión. El esquema de
ataque al síntoma (y por lo tanto a la organización (lis funcional del sistema),
sostén de la persona, se nlanten(lría constante en toda la terapia.]
(;iuse/);)e: Mi estado emotivo depende
1’.: Quizá te lo debo explicar mejor: ma persona puede estar deprimida,
preocupada, triste, pero si está con bronca es seguro que no ha de colaborar.
¿Comprendes lo que quiero decir? Esto es lo que me preocupa: si estás con
bronca no nos puedes ayudar. Papá, mamá, yo. . . si cualquiera de nosotros
estuviera con bronca no podría avudar. .. Si no enfrentamos el problema de la
bronca no puedo seguir adelante. ¡Hasta debí interrumpir a mamá, que me
hablaba de lo que sucedió en 1972! Puede ocurrir que estés con bronca conmigo.
[Es un snensa/e (lefinido para Giuseppe ij el resto de la familia: «Aquí es necesaria
la colaboración (le todos». El terapeuta mti(la su posición: (le observador externo
se convierte en miembro participante; por el hecho de poner el acento en la
«relación con él», produce un desplazamiento (le la patología, que (le ja (le tener
su se(le en el in(lividuo para instalarse en sus relaciones (Andolfi, 1977). El tera—
¡)ellta se sitúa como punto (le referencia en el i’ la fa— tijília debe buscar una
organización nueva. Una de las reglas nuevas consiste en que cada quien se debe
mdlvi— (litar como elemento actico y participante. Y efeetiuamen[e, el j)roce.so de
diferenciación (le cada lilu) (le los miembros tOlfl(1 como plinto (le partida 1(1
relación con el terapeuta.]
Giu.se)pe (con voz animada): Sí; la verdad es que mientras esperaba para venir a
verlo, o decía: «Y encima tengo que ir a lo de ese hincliapelotas».
/ Giuseppe retorna la prOvOc(lciótl.]
1’.: Me gusta que digas las c’osa.s con las palabras justas; eres sincero.
[El terapeuta redefine lo (ticho (le ?flanera positiva y lanza un desafío a la regla del
sistema (f mme sacrifica toda manifestacion emotiva individual a una emotividad
familiar (Bowen, 1979).]
Giuseppe: Tanto es así
T.: Pero o quiero entender una cosita . . . por qué estas con bronca aquí hoy.
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/ El terapeuta vuelve a invitar al paciente a que se en— frente con él (le manera
(lirecta y concreta. El hecho de negarse conw agente de cambio es paralelo a una
acción (le (liferenciacion que, tomandocomopunto de partida al terapeuta, no
cuestiono abierta mente los eq uilibribs intra— fain lijares.]
Gil1.seI)I)e: ¿Por qi tengo rotas las pelotas?
‘1’.: Sí, eso justamente.
(;iusep))e: Porque para mí esta situación es un peso, un peso tremendo. Tengo los
huevos rotos, tengo una bronca bestial porque... Por ejemplo continuamente les
rompo las pelotas a mis padres . .. cosa que naturalmente no hago con mis
hermanos y mi hermana, porque sin duda tengo miedo de que me tornen por
tarado... Entonces con ellos no lo hago.
1’.: Un momento; lo he comprendido todo hasta cierto puntu, y desde ahí a no
entiendo; porque a mi parecer no te tomarían por tarado, sino que te mandarían a
la mierda.
1 El terapeuta retorna el lenguaje del paciente, con lo cual rede fine su
conductacomoadecuada. En este punto coinienza 1(1 diferenciación entre 1(1
conducta protectora de los padres. (/Ite presupone la existencia (le un enfermo, y
la conduct(1 no protectora (le los hermanos, que presupone el carácter voluntario
de cuanto Giuseppe hace o dice, IJ S1( res/)On.s’abiiid(,d.J
Giuseppe: Sí.
T.: No es lo mismo que tomarte por tarado.
Giuseppe: . . . por tarado y al mismo tiempo me mandarían
a la mierda.
¡Es interesante observar que Giuseppe tiende a reproposu definición (le patología
y 1(1 indiferenciación de los
(lenzá,s miembros.]
T.: No, creo que te mandarían a la mierda porque no se les ocurriría considerarte
tarado. Es una diferencia grande con tus padres, que te protegen porque están
preocupados y temen que seas tarado, por lo cual no te pueden mandar a la
mierda.
[El ter(lj)euta repropone la diferenciación subsistémica.]
Giuseppe: ¿Cómo dijo? ¿Que mis padre5 temen . . . ?
T.: Tus padres en el fondo están preocupados porque no eres capaz de ser adulto,
de ser autónomo, y piensan que si te mandan a la mierda podrías empeorar.
¡El terapeuta no ataca directamente (1 los padres, sino que destaca que su actitud
protectora i SU estigmatización (le Giuseppe nacen de su amor tj (le su
preocupación.]
En esta primera sesión, el terapeuta ‘lesbarató ((IS expec— tativas que la familia
traía, en el sentido de reconsolidar Ja estabilidad del sistema. Por el recurso de
aceptar la centralidad del paciente, pero iiegando estratégicamente la patología y
el carácter involuntario de su conducta, determinó que fueran vanos todos los
iiiteiitos de reproponer las viejas reglas de relación (Hale’. 1974). Al situarse como
punto de referencia emotiva para todos los miembros del sistema, el terapeuta
comunicaba a la familia que no estaba dispuesto a dejarse enredar en su juego
relacional. Al tiempo que desafiaba a la organización disfuncional por medio de la
provocación dirigida al paciente,
aceptaba ninguna respuesta que se ajustara al libreto repetitivo de la familia. Así
consumaba una acción de diferenciación entre los diversos miembros con
respecto a él, por la vía de impedir cualquier comunicación que no
pasara por su persona.
Redefinir la conducta del paciente como lógica, voluntaria y útil representaba un
desafío a la estabilidad del sistema, cuyas retroacciones estarían dirigidas a
demostrar que el paciente designado no se podía conducir de manera lógica ni
voluntaria, ni, mucho menos, útil para la familia.
Reproduciremos algunos pasajes de la sesión que siguió; nos mostrarán las
retroacciones familiares con respecto a las intervenciones cumplidas en la sesión
anterior (Hale)’, 1970):
Madre: Es probable que usted no esté informado, pero después que lo vimos, en
los días que siguieron.. . miércoles, jueves, viernes, Giuseppe estuvo peor que
antes, siempre mal dispuesto, encerrado en su habitación.
[La familia hace ostentación de un gran empeoramiento, que es atribuido a la
sesión anterior. El mensaje es ckjro:
«Esta terapia no sirve; más aún, es nociva ... pero . . .1
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¡‘adre: l’ermal)eció aislado ... díganos qué debemos hacer. [ . . . asístanos
igualmente».]
Madre: Se quedó mucho tiempo en casa, tirado en la cama. . . Hablamos con el
profesor Rossi sobre la posibilidad de internarlo en su clínica por algún tiempo.
Gillse1)))e: Me he llevado a la clínica el código, el manual de procedimiento penal;
trataré de estudiar algo porque fines de octubre tendré que prestar juramento
como procurador legal... y en ese período pensaba seguir desarrolIando
actividades con mi hermano, que es abogado.
[La (On(iucta i, los lnensaie.r de Giuseppe siguen tras— mítiendo las partes
contradictorias de lina misma realidad:
necesidad (le diferenciación y necesidad (le cohesión. En efecto, emerge una
conducta autónoma de Giuseppe (pensar en los exámenes ij en su futuro laboral
como abogado), (/IIC empero se inserta en un contexto aue la niega, la internación
«planificada con miras a un período normal de (‘.stlI(lio». El terapeuta tratará de
descomponer este mensa/e (lO!)le: acogerá el aspecto homeostático, pero para
re- definirlo en 1(1 lógica (le la voluntariedad. logicida(l y utilidad.]
CI’.: No enteticlí quién es el que. opina que en esta situación estás mejor en la
clínica.
Giuseppe: ¿A mí me lo pregunta?
T.: Sí, porque tengo la impresión de que quieres dar a entender que tu familia
querría apartarte, mientras que a mi parecer es tu manera de intentar ganar para ti
la victoria de Pirro.
[El foco se mantiene (le continuo sobre el paciente designa(lo.J
Giuseppe: ¿En qué sentido? ¿Me lo puede usted decir?
T.: Embromar, que quieres entrar en la clínica para embromar. ¿Está claro?
[El terapeuta insiste en el carácter voluntario (le la hospitalizaci(’z ‘le Giuseppe.
Este es el que ha ele gido ingresar en la clínica, y no porane esté enfermo, sino a
fin de concentrar sobre él la atención de los demás.]
(;iuse1)j)e: Pero, ¿de qué manera embromaría?
‘1’.: Embromar en el sentido de que tus padres tendrán (1UC acudir, llamar por
teléfono, ocuparse de muchas cosas . . . permanecer todo el tiempo alrededor tuyo
[Por medio (le la conducta del paciente designado, el terapeuta comienza a
indivi(luar 1/ (le finir los espacios ij las fufl(io oes de los (lemás. ¡
(;iI1.se,)l)e: Pero me parece que ellos de todas maneras están preocupados
cuando permanezco ci casa, tanto que muchas veces
T.: No les atribuyas cosas
/ El terapeuta prosigue su operación. destinada a
(II paciente del control sobre las relaciones familiares y a impedir que estas
iflv(l(l(Ifl los’ espacios’ (le! paciente.]
Giuseppe: Mi madre me ha dicho muchas veces que esta situación es
insoportable.
T.: No atribuyas cosas a mamá ... eres tú quien eligió internarse en la clínica.
[Se machaca sobre el carácter voluntario (le la conducta (le Giuseppe.]
(;iuse1)pe: No es que lo haya elegido; yo no quería internarme, pero a fuerza de
romperme las pelotas...
1’.: Sabes, estoy dispuesto a aceptar tu falta de colaboración, me atengo a ella.
Pero creo que en la ocasión anterior eras más sincero...
Giuseppe: ¿En qué sentido está dispuesto a aceptar mi falta de colaboración?
T.: En el sentido de que haces el papel del que tiene que ser sostenido con las
muletas, y obligas a tus padres a hacer el papel de los que te deben convencer
para que tengas ánimo . . . ¿Pretendes insinuar que se deben sentir culpables por
tu conducta? En este momento me parece que ustedes (a los padres) están muy
alarmados por la extorsión de Giuseppe, que intenta matarse si no le andan
suficientemente alrededor. No creo que se pueda iniciar una terapia a menos que
ustedes dejen csta situación exactamente como está; de ninguna manera se debe
desequilil)rar una situación reglada por un acuerdo tan perfecto.
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[El terapeuta afirma, (le una vez por todas, que en un juego de articulaciones,
cada miembro de la familia tiene su rol y su función, y estos roles y funciones se
integran entre sí. Por ello, justamente, el cambio es algo temible; por ello la terapia
puede ser muy peligrosa a menos que se haga frente común con la honzeostasis
del sistema. Esto equivale a una negación estratégica (le la terapia: «Hago la
terapia para no hacerla».]
El terapeuta como regulador homeostático y agente (le diferenciación al mismo
tiempo
Por el recurso de reforzar de continuo la vertiente homeostática, el terapeuta
introduce un input imprevisible, no sólo respecto de la lógica familiar, sino de una
lógica «social» de intervención psicoterapéutica. En esta línea, pidió a Giuseppe
que hiciera venir a la sesión siguiente a sus hermanos; justificó la necesidad de su
presencia con el empeoramiento que había sufrido y la urgencia de brin- (lar
apoyo a los padres. Con esta ampliación del sistema, el terapeuta se proponía no
sólo una redefinición del problema por referencia a la 9sitonomía de los padres
respecto de ios hijos, sino además una descomposición del conflicto concentrado
en el comportamiento sintomático del paciente. Así empezaba a delinearse la
redistribución de la atención y de los conflictos en los espacios personales y (le
interacción de cada miembro.
En esa sesión estuvieron presentes, además de Giuseppe, el padre y la madre,
los dos hermanos y la hermana: Franco, de 36 años, que vivía en la misma cuidad
donde ejercía la profesión de abogado; Andrea, de 34, casado, que residía en otra
ciudad, donde trabajaba en un banco, y Giovanna, de 22, que concurría a la
universidad y pasaba en el hogar todos los fines de semana.
Franco: Creemos que podría ser útil que se alejase del ambiente familiar.., pero no
sé ahora, con esta terapia familiar que se ha iniciado...
1’.: La terapia familiar en verdad no está encaminada, ni siquiera se ha iniciado...
Aquí sólo iniciamos el trabajo con las familias que presentan las condiciones
adecuadas.
[El terapeuta insiste en la negación estratégica (le la terapia. De este modo obliga
a los miembros del sistema a buscar, individuar y experimentar nuevas
configuraciones relacionales y personales, que por el momento lo tienen a cl como
punto de referencia.]
Franco: ¿Las condiciones adecuadas
T.: Sí, las condiciones adecuadas: En el caso de ustedes no me parece que se
pueda comenzar la terapia familiar; sobre todo porque considero... considero que
los padres se sienten en una situación extorsiva, de extremo malestar.
Franco: . . .Pero yo creo... tengo la impresión de que es acaso la familia la que lo
ha perjudicado... con cierta educación . . . cierta formalidad . . . quiZáS inadecuada
para estos tiempos.
T.: 1Ah!, pero entonces . . . ¡un moento entonces la historia es diferente... Usted
considera que la familia produce un malestar en Giuseppe, y no Giuseppe el que
lo produce a la familia...
1 El terapeuta acoge esta esquematiZGCió1 del problema y pone (le relieve su
valor diferenciador.]
Franco: Bueno, digamos que ahora es Giuseppe el que produce malestar a la
familia.., sin embargo, en el pasado... por cierto que mi hermano no nació ayer...
considero que al principio ha sido l familia la que lo perjudicó...
T.: En ese caso también sobre usted debió de influir.
[El terapeuta trata (le investigar, en clave diferenciada, el subsistema (le los
hermanos.]
Franco: Bueno, puede ser que cada uno de nosotros haya reaccionado de manera
diferente... Andrea y yo nos hemos apartado de cierta formalidad... En cambio él
es menor, se encontró en condiciones diversas.., quizá más próximo a Giovanna...
Padre: No quiero entrar en polémicas... pero sufro con la sola idea de enviarlo
fuera de casa.. . En sus actuales condiciones no sé...
[El padre re pro pone la centralidad de Giuseppe como paciente.]
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Franco: Mi padre quiere decir que no es partidario de apartarlo de la vida familiar.


Andrea: Pero recuerda que también yo. . . en aquel pe-. ríodo, cuando estaba en
Génova
Padre: Es cierto que se puede hacer la prueba, pero hasta que no haya
recuperado un POCO el equilibrio.., no sé. ¿Qué opina usted?
[En el conflicto, padre y madre buscan la mediación del terapeuta.]
Madre: Sí, ¿qué nos aconseja usted, profesor?
T.: No logro entender qué ventaja tendría para todos ustedes acudir a sesiones
familiares . . . no veo ninguna ventaja porque esta es una familia que en ciertos
planos no tiene posibilidad de cambiar ciertas actitudes, pero no es 1)01’ culpa de
nadie.
[La negación (le la utilidad de la terapia introduce un iliput i?n/)reVisible y
(lesestabilizador. La familia no tiene más alternativ(, que continuar en sus
tentativas de tras- formación. 1
Franco: Entonces usted debería explicarme dónde faltamos . . . en qué sentido no
somos adecuados.
En este momento el terapeuta procuró dramatizar la situación en que se
encontraba la familia; sus miembros debían reconsiderar las cosas y tener bien
presente «lo l)ien que esta familia funciona unida». Por lo tanto, de cada miembro
se pedía que se mantuviera junto a los demás y al mismo tiempo se alejara de
ellos. Ante la demanda de romper el círculo, el subsistema de la pareja y el de los
hijos se sepai’aron, pero, terminada esta secuencia, se retomaron las posiciones
anteriores y el paciente designado volvió a ocupar su puesto entre los padres. Sin
embargo, todos habían experimentado la diferencia que supone ocupar posiciones
diversas y, por la vía de esta diferenciación metafórica, la posibilidau de cambiar.
El trabajo del terapeuta prosiguió con la señalada intencionalidad.
T. (a la madre): ¿Estaba mejor antes o lo está ahora?
Madre: Sin Giuseppe, profesor, en este momento me sen-
tiría muy bien sin Giuseppe, con mi marido y mi hija, si ella se quisiera quedar...
T,: Y en esta situación, ¿cómo cree usted que se sentiría su marido?
Madre: Bueno, en esta situación quizá c sentiría peor que yo... El no ve tan bien el
alejamiento de Giuseppe.
Padre: No, no, en estas condiciones, con tres tentativas de suicidio. . . es preciso
que alcance el mínimo de equilil)riO
1’.: Mus’ bien, oigamos a los hermanos.
tEl terapeuta trabaja en la diferenciación en el interior (le los subsiste mas.]
Franco: Estoy bien así...
T.: ¿Crees que Giuseppe te crearía los mismos problemas
que crea a tus padres?
Franco: No, seguro que no.
T.: Has hecho una afirmación grave.., es muy peligrosa... Yo no creo que sea la
familia la que vuelve extraño a Giuseppe... pero de lo que él dice se podría sacar
la conclusión de que si Giuseppe estuviera alejado, se comportaría de manera
enteramente diversa...
Giuseppe: Pero vea usted, mi situación es un gran despelote.., no atino a hacer
nada...
[El paciente designado repropone su centralidad ante la amenaza de una situación
con flictiea (Haley. 1974) ..J
Franco: La única posibilidad de que alcance cierto equilibrio está en que nos
pongamos de acuerdo sobre ciertos errores cometidos (a los padres) por ustedes,
permítanme
lue lo diga... porque ciertamente no he sido yo quien lo educó . . . Ciertas
restricciones . . . la religión
Giuseppe: Disculpa, no... no empecemos ahora... porque cuando yo tenía aquellas
crisis...
[La tensión ha aumentado; el conflicto entre el .suhsistenza de los padres y el de
los hilos se agudiza, y el paciente designado se propone como el elemento
salvavidas...]
Franco: Bueno, déjame hablar, después dirás que no’ es verdad, pero lo harás por
cortesía. El hecho es que uste(les nOS consideraban ovejas negras... papá y
mamá, por-
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que vivíamos por nuestra cuenta, mientras que a ti te considerabas la oveja
buena... Y como tú también te sentías Ja oveja justa, te veías reforzado en esa
orientación, pero en cierto momento eso mismo te paralizó.
[...pero Franco se lo impide. Ahora es un miembro de la familia el que trata
«normalmente» a Giuseppe, y evita 1(1 actitud habitual, (le falsa protección.]
Padre: Es verdad, Giuseppe... ¿tú qué dices?
Giuseppe: Pero no, no...
Franco: Entonces yo quiero hacer una pregunta... ¿Es o no es verdad que a él lo
consideraban el bueno y nosotros éramos ios de mala conducta? ¿O pretenden
negar también esto?
T.: Avizoro grandes peligros en esta familia si hiciéramos una terapia familiar..,
avizoro muchos peligros porque es tina familia en que hay muchas energías y
posiciones divergentes entre ustedes... Por eso, si hiciéramos una terapia,
saldrían a la luz estas diferencias... sería muy peligroso.
[El terapeuta parece impedir el proceso de diferenciación por ser peligroso para el
equilibrio familiar. Después de haber convocado las diferencias y ayudado a que
salieran a la luz, destaca su peligrosidad. Por el recurso de negar
estratégicamente la terapia, se sitúa activamente en él polo homeostático y obra
de manera que la familia se desequilibre.]
Como el enfrentamiento entre padres e hijos se hacía más riguroso, Giuseppe
intervino de pronto para reproponer el problema de dar por el culo a las mujeres y
su miedo de morir e irse al infierno. Pero puesto que el terapeuta se situaba de
continuo como el garante más estable de la homeostasis, las contradicciones
condensadas en el comportamiento sintomático de Giuseppe podrían convertirse
poco a poco en los contenidos (sexualidad-religión-moralismo) de un conflicto
generacional y de pareja, en que la función del paciente se hacía menos necesaria
y eran más raros los momentos en que se lo triangulaba.
T.: Me parece que todavía, aunque poseemos algunas informaciones más,
estamos bien lejos de poder comenzar
una terapia... Sobre todo temo por ti (señala a Giuseppe), porque no querría que
hicieses cosas aventuradas, que canibiases tu conducta... eso sería muy
peligroso. Podría suceder que papá y mamá de repente s encontraran ante un
abismo... Papá podría sufrir un colapso o mamá caería en una depresión... Acaso
Franco se sintiera reabsorbido por la familia, x’ comenzaría a descuidar su
trabajo... Giovanna podría perder su actitud reflexiva, descubrir que va no se
siente capaz de llevar adelante las tareas en que se ha comprometido, entrar en
crisis con su novio y experimentar la necesidad de volver a casa para permanecer
junto a mamá... Andrea podría angustiarse con la idea de que no consigue mejorar
las cosas, y sentirse culpable.
[Es evidente que, aun manteniéndose estratégicaineflte en el polo homeostático, el
terapeuta ha dado comienzo a un trabajo de individuación de las áreas de conflicto
e insatisfacción ligadas con las funciones que cada miembro desempeña en este
juego relacional rígido. En un contexto tranquilizador, en que el terapeuta se erige
en garante de la homeostasis, se introduce la anticipación de fantasías
catastróficas respecto de un cambio.]
Coherente con la posición que había asumido, el terapeuta insistió en sus dudas
sobre la utilidad de llevar adelante una terapia y prescribió a Giuseppe que «se
mantuviera alerta y conservara su función como garantía para el terapeuta».
En la sesión que siguió, se declaró satisfecho con Giuseppe porque había
conseguido mantener con rara coherencia su función.
T.: Antes de empezar, quiero felicitar Giuseppe por las garantías que me está
dando. Ahora veamos el modo en que los demás pueden ayudarlo también en
esto
Franco: Oiga, doctor... yo tenía la intención de introducirlo en un empleo... Como
es el momento oportuno para presentarse en un concurso, hice que preparara la
solicitud...
T.: Pero, ¿sabe usted que su hermano tiene un compromiso en este momento?
Franco: Sí, un compromiso con esta terapia
T.: No, no me entienda mal... Giuseppe tiene un compromiso con la familia, una
función que nadie más puede
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desempeñar... Lo habrá mirado bien. . . ¿no le impresiona como una persona que
en este período está muy ocupada?
Las garantías consistían en mantener las cosas como estaban. Aferrado a este
supuesto, el terapeuta hizo actuar en la sesión los fantasmas sobre lo que
sucedería si Giuseppe abandonaba la función que le incumbía. De esta manera
introdujo el «fantasma del cambio», simbolizado por la imierte del paciente, y
verificó el miedo y las fantasías que a él se anudaban en los dos subsistemas, de
los padres y de los hermanos.
T. (a la J)areja): ¿Cuál de los dos cree que la muerte de Giuseppe lo
desequilibraría más?
Madre: El remordimiento me torturaría toda la vida
Padre: El dolor sería inconmensurable ... pero yo no ex1e- rimentaría sentimientos
de culpa
T.: Usted, señora, ¿me está diciendo que Giuseppe contilujaría manteniendo su
función?
.Iadre: Sabe, profesor, sobre aquellos hechos . . . los problemas sexuales ... Quizá
debí haber hablado con mi man(lo en cambio sólo atino a llorar . . lo resuelvo todo
con el llanto.
T.: ¿Sobre los problemas sexuales de Giuseppe?
Padre: Sí, los nuestros han terminado hace tiempo
Iadre: Naturalmente, han terminado ... entre otras cosas porque los hechos (le
Giuseppe influyeron también sobre las relaciones matrimoniales
Padre: Sí, produjeron frialdad.
Madre: Vea, haber oído a Giuseppe hablar de esas actividades sexuales. . . hasta
la posibilidad de que se pusiera a espiar.
Padre: Acabó por liquidarlo todo...
T.: Si he comprendido bien, usted dice que Giuseppe terminó por reunir en él toda
la sexualidad de la familia.
Después el terapeuta se dirigió a los hermanos, indagó sus fantasías y puso de
manifiesto la función del paciente designado con relación a la desvinculación de
ellos.
Franco: . . . Entiendo la raíz de la situación.., él siempre estuvo más con los
padres, era el hijo modelo, el predilecto.
Gioi’anna: Quiere decir que en definitiva él ayudaba a que
los demás tuvieran más libertad ... Era, por así decir, el
plilito de apo o, mientras nosotros hacíamos en mayor medida lo que queríamos.
‘1’.: ¿Quien de ustedes corre el riesgo (le empeorar más si la situación cambia?
¡‘rauco: Bueno, quiZá mis padres.
(;iov(lllna: Por lo menos papá tiene una profesion para desahogarse ... Creo que
sería mamá
(iIIrel)pe: Pero . . . ¿cómo explica iistel mi conducta cie loco
¡ FI paciente (le.signado repropone su (entralidad.]
T.: Aunque Giuseppe siga a udándome eoii garantías, (luerría tener más. Me
gustaría que ustedes, ¡unto con papá V mamá, discutieran para evaluar a tondo
quién podría sufrir un empeoramiento mayor por el hecho de venir aquí . . . y que
después evalúen las energías y la aVU(Ia que, llegado el (‘aso, los demás podrían
proporcionar a esa persona
Porque o 11(1 (‘reo que sea posible aceptar uiia terapia que llegue a provocar la
ruina de uno (le los participantes.
El hecho de que el terapeuta asumier la función de ge— rallt(’ de la honieos’ta.sis
familiar, y el hecho de que la tensión se i’edistribuvera por los espacios ineractivos
subsistémicos pr los espacios personales de los diversos mieml)ros, hicieron
posibles algunos movimientos de Giuseppe hacia su autonomía. En efecto, el mes
que siguió, al tiempo ({ilC proseguía la colaboración de los hermanos y la
profunclización del enfrentamiento generac’ional entre los dos subsistemas
(I\linuchin, 1976), Giuseppe empezó a salir
a ocuparse de sus estudios. Más y más cobraba realce el problema de la
ole,svinculación recíproca de los padres
el hijo. Pero el terapeuta sabía que la familia no podía reconocer esa mejoría
porque ello requeriría la modificación (le reglas que, disfuncionales en un nivel,
eran protectoras (le la integridad de la familia en otro. Por ello, a los pocos
segundos de iniciada la sesión siguiente, centrada de nuevo en la tríada padre-
madre-paciente designado, el terapeuta tomó la iniciativa descalificando la
evidente mejoría. Para hacerlo recurrió al humorismo, con lo cual, por un lado,
iwgaba la mejoría y, por el otro, reproponía un nivel de enteiidimiento y
complicidad.
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T.: Giuseppe, me gustaría preguntarte va mismo Si hubo algún inconveniente esta
semana. Veo en tu cara que estás menos alerto de lo habitual.
(;illsel),Je: ¿Qué quiere decir?
T.: Menos alerta. ¿Qué ha sucedido de nuevo? (;iILep1)e: He embromado un
poco.
T.: No, las cosas normales no me interesan, me refiero a u Iconvenientes graves,
cosas extraordinarias.
/ El terapeuta quiere ir más cillá (le las fantasías más nc. gativas de la familia.
Cualquier cosa que sus miembros (ligan sobre empeoramiento, siempre estará por
debajo (le sus iones.]
Giuseppe (sorprendkk): No, inconvenientes graves, no.
T.: Entonces me equivoqué; sin embargo...
Padre: Tuvimos una enorme dificultad para traerlo aquí, porque entre otras cosas
esta mañana...
T.: De acuerdo, pero eso se cuenta en las dificultades normales . . . yo sigo on la
impresión de que tú, Giuseppe, estás menos alerta...
Giuseppe: No entiendo lo que (11iere decir.
Madre: Me permito inmiscuirme, pero acaso el doctor se refiere al hecho de que
hayas desarrollado actividades (1U& J)() son las habituales, ¿no es verdad,
doctor?
[La madre, con esta intervención suya, proporcionó (Ii terapeuta una
realimentación importante respecto de una comprensión de la lógica y de isis
funciones. Así se invierte el proceso de asociación. Al comienzo era el terapeuta el
que se asociaba con la familia; ahora esta se asocia con ii. utilizando su kígica y
su esquematización.]
T.: Usted, señora, tiene un sexto sentido.
Madre: Sobre esto deberías decir (se dirige a Giuseppe) que has logrado
permanecer ante la mesa de trabajo... 1’.: ¡Por eso es que me impresionas menes
alerta!
[El terapeuta sigue recle finiendo la mejoría con calificaciones peyorativas.]
Padre: Aunque después dijo que todo e inútil, que todo eso no sirve para nada; lo
dijiste a continuación, ¿no? Dijiste que atentarías contra ti nhismo.
144
Giuseppe: Sé perfectamente que si un día me pusiera a hacer lo que hacen mis
hermanos, lo lograría muy bien, pero debería renunciar a
‘1’.: A la función.
Giuse/)pe: No sé a qué . . . debería renunciar a un mundo fantástico
T.: A la función; y me parece que eres muy ingenuo cuando adoptas una conducta
diferente. Ingenuo, porque te engañas creyendo que alguien pueda o quiera tener
la función (IUC desempeñas tú ... ¿Tienes algún nombre para sugen r?
1 Es evi(lente e/ aspecto j)rococa(lor (id mensaje, tanto para ))acidnte (Onu) para.
ci sistema en su conjunto.]
(;ilI.se/)/)e: ¿Cómo dijo? No ni.
‘1’.: ¿Tienes algún nombre para sugerir, alguien que pueda ocupar tu puesto en la
casa, desempeñándolo con la aten— (in debida, como lo haces tú?
El terapeuta siguió redefiniendo la actitud diferente de Giuseppe como inoportuna
y peligrosa para la estabilidad de la familia. Concluyó la sesiÓn cOfl una
prescripción que tcndía a reforzar las reglas disfuncionales del sistema (Andolfi ‘>
Nlenghi, 1977):
Los padres debían observar con extr€ma atención toda conducta «anómala> que
Giuseppe tuvicra en el curso del día y por las noches discutirlo entre todos y
trascribirlo
prolijaniente en un cuaderno.
fr Giuseppe debía permanecer siempre en la casa durante las dos semanas
siguientes. sin modificar su conducta habitual. Todo comportamiento adulto, fuera
voluntario o solicitado por los padres, se debía considerar incorrecto,
porltle representaría un intento de Giuseppe de sustraerse de su «función»
esencial en el interior de la familia.
Giuseppe por un lado, y por el otro los padres, debían garantizar la ejecución
correcta de esta tarea mediante el procedimiento de poner por escrito cualquier
incorrección
se incurriera.
ti. La sesión siguiente sólo se produciría a condición de cada uno de los miembros
presdntara el material escrito requerido.
145
Esta redefinición de los eventuales movimientos autónomos de
Giuseppecomoincorrectos respecto de la función qe él desempeñaba en la familia
reafirmaba la alianza del terapeuta con la tendencia homeostática del sistema;
esta íiltima era «convocada», además, por la prescripción de la conducta
sintomática y de algunas reglas familiares, representadas por el control
exasperado de ios movimientos individuales que los padres y Giuseppe ejercían
recíprocamente. De esta manera, el terapeuta se proponía hacer explícito el
funcionamiento de esta familia y aumentar la carga que cada uno de sus
miembros debía snbrellevar. Esta líiba tendía a una mayor separación de los
espacios gene- racionales y a una autonomía individual creciente.
En la sesión que siguió, los padres y Giuseppe se presentaron con una serie de
anotaciones que expresaban, de cli— ferentes modos, el desacuerdo con el
terapeuta en lo que se refería a la importancia (le la «función». Giuseppe siguió
saliendo y empezó a enviar al terapeuLi mensajes en los que se hacía cada vez
más manifiesta su impaciencia ante la aprensión de los padres.
A título de ejemplo, y en sucesión temporal. reproduciremos extractos del material
escrito qu’ llevaron a la sesión, respectivamente, el padre, la madre y Giuseppe:
Padre: «Se muestra con evidencia la (‘)ntra1)o.sición entre la actitud negativa de
Giuseppe. que usted define corn “coherente”, y el intento de construir algo con
miras a su existencia autónoma. Por lo que toca a la idea recurrente del suicidio,
se muestra cada vez más extorsiva. liiterrogado sobre esto en alguna ocasión,
responde que su conducta está destinada a lograr que los padres le tengan con-
miseración. [ .
«Aislamiento total. A la noche encontró fuerzas para estudiar. Frente a sus
discursos destructivos yo reacciono tratando de desarmarlo. Le hago
exhortaciones continuamente. [ . . . j Mi reacción es casi instintiva. { . . .
»Esta mañana estuvo en los tribunales coii el hermano, pero cuando volvió declaró
que seguía perdiendo su tiempo. A la siesta se quedó en la cama, para salir
después sin meta fija. Volvió a las 21.30 y durante la cena habló con
madre acerca de los hijos de Andrea, mostrando cariño hacia ellos. Pero después
se ensombreció, y fueron vanos mis intentos de averiguar qué le ocurría. [ . . 1
»Por la mañana fue de nuevo a los tribunales. J)espués del
146
aInllierZ() se puso a estudiar y fue al campo de deportes. l)c regreso. retornó el
estudio. Salió después de cenar, y volvio a CS() de las 24. Traía un humor
aparentemente nor— tial, pero a la una de la madrugada vino a despertarnos para
que le diéramos un somnífero porque no podía dornir, estaba agitado. 1 . . .
«Ausencia de mi esposa, que ha ido a visitar a su sobrina. Entonces mc quedé en
casa con Giuseppe. Preveía pasar horas difíciles. En cambio, extrañarnentc,
Giuseppe se Vio más distendido que de costumbre y por momentos hasta (H
actitud de colal)oracion. EStuVO CII 511 habitación, estu(liando. Yo no fui a verlo.
No obstante nada sucedió. A la toche cenamos juntos y lIal)lamos SOl)If. asuntos
triviales. Esto mc lleva a la coinitisión de que quizá nuestra
tencia col (l lo induce a menudo a aianifestaciones que crean en nosotros, los
familiares, tm estado de preocupación V (le i1uietiicl».
\Iadre: « Esta mañana salió durante una hora más o menos, (nfl mameluco, para ir
al campo de deportes (incorrección). la siesta estuvo fuera cerca de una hora. De
regreso tenía aspecto agitado. Le pregunté enseguida si le había pasa1 algo. \ me
respondió que lo secuía persiguiendo la idea de suiciclarse. Como se había metido
en la cama, el padre lo exhortó a iio permanecer ahí y a leer algunas páginas del
libro de estudio (incorrección de parte del pa— (Ire). [...]
»Fugaz y reducida al mínimo su colaboración con el hermamio. A la siesta hizo
intentos ocasionales e intermitentes de estudiar, sin eficacia ninguna. La expresión
de su rostro era más bien sombría. Después salió (incorrección). Estuvo fuera
tinas dos horas, y yo sentí gran angustia. De regreso a casa no quiso cenar, pero
cenó después. solo. [...]
»Pasó casi toda la mañana en cama en estado depresivo (como de costumbre). A
mediodía vino el amigo Federico. Cosa extraña, Giuseppe lo quiso ver y habló con
él durante una hora y media. Después del almuerzo salió para encontrarse con un
ex compañero de estudios. Regresó a eso de las 15 y tomó a salir (incorrección). A
la hora volvió a casa, se dio tina ducha, se cambió se puso a estudiar desde las 16
hasta las 19 (incorrección). El estado (le ánino do Giuseppe ha cambiado. No
parece deprimido, sino bastante activo. Después de la cena llamó por teléfono a
147
(lOS conocidos y aceptó la invitación d( Franco, el her— mano. para (1Ue Se
presentara la inafiana siguiente cii la sala de los abogados a fin de prestar
juramento.
«Esta mañana no pude evitar regañarlc Y exhortarlo a reaccionar contra su
(lepresión (incorrección (le oil porte)
[..1
»l’or la mañana, después de mantener nii breve contacto con su hermano por unas
cuestiones legales, salto para Cli— .:ontrarse con ini alYiigo (in(orrccción). Se
acosto a la siesta, se levantó a las 18 con un humor negro. Repitió una vez más
pie debía resignarse a proseguir su existencia con el ritmo habitual y con la
tentación de rnbai revistas pomo gráficas. Después salió y poco después llamó
1)01’ teléfono diciei do pie se quedaría a cellar cii casa de un amigo zncorreccion).
[1
»Durante casi todo este día. Giuseppe descuidó su función. 1)urante la mañana
acndió a los tribunales a prestar el juramento re2lamentario 1ara presentarse al
próximo examen de procurador legal (incorrección). A l siesta se quedó un rato en
casa y traté de hablarle y d’ alentarlo a reaccionar, de infundirle confianza. Salió a
eso tic las 19. Después de la cena, no obstante que tenía iiia (‘ita para ir al
cinematógrafo, no 1(1 hizo. Lloraba n)(’ decía que, cuando o a no esté, no tendría
ninguna persona a (1uien hacer confidencias».
(;ili.se1)))e: «\o se puede escapar de la realidad (le la vida, Por eso, sea que
prosiga con este lío de terapia familiar, sea que no lo haga. seguramente que no)
se puede escapar. 1 ns demás no cometen incorrecciones conmigo. [ . . .
»En este período he vivido como he podido. La mañana del miércoles fui a casa
de mi amigo Mateo. Yo lo bahía llamado por teléfono para pedirle que me ayudara
a poner &l barco en condiciones. Después fui al estudio de mi hermano Franco,
Pero en realidad todo es inútil, no se puede escapar de •la realidad. Sil) duda que
puedo ir a ver a mi hermano, pero esto no cambia nada ... Llegados a este punto,
quizá sería mejor acal)ar, e lugar de continuar con todas estas puterías. [ . . . 1
>Seguí ‘ endo a encontrarme con Franco, me quedé a cenar en casa de un amigo,
un ex compañero de escuela, [ . . . pero quiZá lo único que debería hacer sería
tomar nota pasivamente de esta situación, inclinar definitivamente la cabeza y
seguir \endo a Roma, aun si eso no cambia nada.
Sólo que no se puede resistir pasivamente en una situación absurda».
Al fiiial de la sesión, el terapeuta se declaió muy afeeta(l() por la escasa
colaboración en la terapia y por la ligereza con que Giuseppe descuidaba su
vigilancia.
El cambio como desafío al terapeuta
En este plinto se inició una Fase nueva, caracterizada pnr la progresiva
de,scentralizacion (lc’l terap(’nta. (1iiC culminaría con la escisión del sistema
terapéutico. La descentrolización se produciría de manera progresiva hasta la
ccrifi’ codón de los espacios de interacción de la nueva estructura del sistema
(Nlenghi. 1977).
Al comienzo, sin embargo, la manifestación de oiiia mdi— viduación mayor de los
espacios de pareja y personales mantenía al terapeuta en la posición tic garante
de la un— n)eostasis familiar , cii consecuencia, centralizado cii sil función de
regulador homeostático en rem1)laZ() del paciente designado. La familia
reivindicaba la mejoría todavía en relación con el desafío iniciado con el terapeuta,
y que había culminado en la negación estratégica de aqileha. Por SU parte, el
terapeuta, aunque profundizaba los espacios personales y subsistémicos,
perilianecía en la posición del que niega la utilidad de un cambio y pone tic
manifiesto sus dificultades y sus riesgOs y en este punto los riesgos habían dejado
de ser genéricos porque se ligahan con las demandas concretas que cada
miembro enipezaba a hacer por sí mismo y con relación al otro. Poi’ eso la
intervención no contenía amenazas a la homeostasis familiar, que en cambio
representaba un obstáculo y al mismo tiempo una garantía para las primeras
instancias de cambio; justamente en virtud del proceso de desmantelamiento de
estos obstáculos, para demostrar al terapeuta lo infundado de sus temores, la
familia adquiría una autonomía más grande. Reproduciremos fragmentos de la
sesión 13 con los padres:
Madre: Ahora me siento un poco cansada, «aplastadas>, ¿me entiende usted?
Pero el) la incertidumbre me he concedido un descanso.
148
149
Padre: Pero o le puedo hacer la síntesis. En estos últimos tiempos, efectivamente
Giuseppe se ha movido.., no ha permaiecido en cama. Fue un poco a los
tribunales con su hermano, se puso a estudiar algo, lleva consigo libros.
[En esta fase (le la ter(Ipia el p(1(lre es mucho más activo !/ responsable.]
1’.: ¿Libros para lliñoS?
[El estilo sigue siendo prorocador, aunque a la vez es burlón y humorístico,]
Pa(lre: No, libros (le derecho . . En efecto, se ha producíd() una tentativa de
inserción. Es verdad que si después se le pregunta, dice: «Yo lo hago, pero estoy
convencido de que para mí todo está terminado». Salvo el hecho de que antes era
coherente con esta 1)ostslra absolutamente negativa \ se quedaba en casa; ahora,
si su hermano lo llama al juzgado, él va
T.: No me fío. Me sorprende que usted, después de tantas (“p(’riell(’ias. se confíe
tan ciegamente.
/ . pero el terapeuta de/a entender al mismo tiempo:
- No obstante que hai1a tenido tantas experiencias riegati— cas’, espero que
lrste(l no haya perdido todo optimismo».]
Padre: Yo no me fío; ‘o consulto, se lo cuento a usted.
T.: Le digo que no me fío. Hoy no esperaba saber de mejorías. A lo sumo,
teatralizaciones ... Es decir, algo que no fuera tan riesgoso ‘ara todos ustedes.
¡El ter(lpeuta pone el acento en la necesidad (le que ellos luiS lflos a,s,unan los
riesgos inherentes (II C(Iml)iO.]
Ma(lre: A mí también me parece que Giuseppe da pasos adelante
[Ahora 1(1 une joría es conipartida explícitamente por los (lOs Padres. Parece que
la incredulidad que el terapeuta oste flt(1 tiene el poder (le reforzar su Convicción.]
Padre: ¿Pero no oíste al doctor hace un momento decir que no se fía de esta
tentativa de jnsercjón’? Lo afirma él; di.
ce: «Yo no me fío», y puede ser que tenga sus razones. Tanto más cuanto (1UC el
propio Giuseppe declara «Me tengo que poner a trabajar»; y después «No lo
consigo».
Madre: Sobre eso debo decir algo que he notado en él del 15 al 26.,. Ha pasado
esos días positivamente; frecuentó todas las mañanas el estudio de su hermano y
permaneció poco tiempo en casa.
Padre: . . .‘no podemos fiarnos? De acuerdo; este muchaeho puede hacer una
locura mañana, pero, en efecto.
entre las demás cosas ha ocurrido también un hecho positivo. Giuseppe ha
triunfado en ima causa, y nosotros nos enteramos casualmente por los diarios ... ni
siquiera Sa— híamos que se ocupaba de esa manera del asunto... En definitiva,
creo que aun no haciéndonos ilusiones, como usted decía . . . El mismo Franco,
que siempre es objetivo y nunca se desequilibra, ayer le dijo a mi esposa
[Se tiene la impresión de que los padres intentan conven— (er al terapeuta (le la
mejoría producida. Pero dar crédito
sus’ argumentos podría ser 1(1 senal para que se batieran en retirada en este
esfuerzo familiar hacia la «curación»; el mantenimiento del polo homeostático por
parte del teraj)euta es un punto firme y un factor tranquilizador que per— mnite
(II .siste una ((ese quilibrarse hacia ulteriores calnl)ioS.]
,‘Íadre: . . . que notaba que Giuseppe se interesaba más en su trabajo
Padre: . , . notaba (1UC había cierto interés.
T.: No me fío de todo esto, es demasiado riesgoso... Giuseppe no puede
abandonar así su función. No me han dado garantías suficientes.
[El terapeuta da a entender que sólo abandonara sus reservas en caso de
comprobar cambios más sustanciales.]
No obstante que dejó entrever la posibilidad de ulteriores cambios, el terapeuta
dedicó el resto de la sesión a reproponer una inmovilidad absoluta en las
funciones respectivas y en las modalidades de relación que se habían puesto de
manifiesto en las sesiones anteriores. En particular, invitó a Giuseppe a mantener
su iol de «centinela»,
(lije tan útil era para todos y que con tanta abnegación desempeñaba. El carácter
repetitivo de las conductas prescritas por el terapeuta aprisionaba a cada quien en
el espa
150
151
cío limitado de su función y creaba un creciente malestar. LOS padres empezaban
a sentir la carga del control que ejercían sobre Giuseppe: en la misma nedida en
que era traído a la luz prescrito p1’ el terapeuta, se vivía con cierto «sentido del
ridículo», atestiguado por el siguiente (‘1)iSoclio, que refirió la madre:
«A las 17.:30, Giuse1)1)e salió para ir a la misa vespertina diciendo que enseguida
volvería. Pero cian las 19.30 y no había vuelto; o estaba muy inquieta, entre otras
cosas porque sospechaba que eso ocurriría. En consecuencia, (lesl)L iés de haber
llamado por teléfono al amigo Mateo, mi marido fue a inspeccionar el puente
ferioviario que Giu‘ppe había mencionado más de una vez. Cuando el padre a
había salido, Giuseppe volvió y contó que se había ido a encontrar con un amigo.
Al enterarse de (lije el padre había salido para buscarlo, cobró una xpresión
sombría y se recluyó en su silencio. Sólo después que volvió el pa(lre, que estaba
un poco turbado, (lijo algo para reprocharnos nuestra aprensión. En efecto, rep
usándolo, nos paeeió todo desproporcionado hasta un poco iclíeulo i no fuera por
los antecedentes. En este niism() momento en
iiie escribo me pregunto OT cuánto tie:.ipo to(lacía tendr( que seguir poniendo por
escrito las veces que Giuseppe ll(lce esto o lo otro, entre otras cosas nurque él
cada vez está más “rebelde” e “incorrecto”».
Por su parte, Giuseppe, que adoptaba una actitud más
más «rebelde», enviaba mensajes de impaciencia más coherentes:
«Si por lo menos cada uno pudiera per1ianecc’r cii su pro— pía esfera sin tener
siempre encima los ojos de los demás. De hecho, parece imposible conseguirlo.
Pero a mí me rompe las pelotas, que así sí, que así no ...
Todo esto llevó a un aumento (le la tensión, que el sistema expresó por medio del
paciente en la sesión 141. Reproduciremos la explosión final, que tuvo por
resultado la ausencia constante de Giuseppe en las sesiones que siguieron:
Giuseppe.. Esta aml)ivalencia sustancial de tener que ir a un psiquiatra para
contarle las propias puterías. ¡No! LIc-
152
.ados a este punto, que se vayan todos a la mierda, yo acepto mi vida como es, y
no me rompan más las pelotas; en suma, maldita sea, yo no les rompo las pelotas
a los demás y (lije los demás no me las rompan a mí. Así estaremos a mano.
‘1’.: Me parece que Giuseppe a su modo dice c1ue esta tarde 110 tiene ganas de
lloriquear .Me complace. No esperaba
(‘Sto.
/ El tcrapeltt(1 de fine j)ositiv(Imente las afirmaciones de Giuseppe, que
demuestran su capacidad (le poner límites (litre él ,,i los demás o su tentativa en
ese sentido. «No es— peraba esto» significa: «No esperaba que él expresara tan
francamente .511 .Sllfrilniento por tener que presentar siem— prc’ 1(1 parte 111(15
jiObT(’ 1/ lllOliOtoll(1 (le SI’ mismo.]
Una nueva estructura
1 .a ausencia física (le Giuseppe en las sesiones siguientes fue considerada
positiva 1)01’ Cl equipo terapéutico, pues salic’ional)a cii la práctica tui (amblo en
la estructura familiar. Por primera vez, el inpllt desestabilizador partía del sistema
familiar mismo. Con anterioridad no se soportaba la menor distancia entre
Giuseppe y los padres, sobre todo la madre: ahora, la constante participaciói en la
terapia de la pareja sola era indicio (le una modificación impor— taiite. En efecto,
los 1)adres admitían cudir solos sin que los paralizara la angustia que los
movilizaba en torno del hijo. También hal)ían eoiisegniclo salir una noche dejando
solo a Giuseppe. Así refirió la madre el episodio:
« \li marido y o salimos después de la cena dejando solo cii casa a Giuseppe, que
no estaba del todo tranquilo y tenía en sus manos la soga para hacer gimnasia.
Volvimos a medianoche. Giuseppe a estaba en l cama. Tenía la luz encendida y
fuimos a darle las buenas noches. Cuando se enteró de citie habíamos ido al
cinematógrafo, dijo que debía de haber pasado mucho tienipo desde la última vez
(ISIC habíamos hecho una cosa así».
Al mismo tiempo se tuvo noticia de un aumento notable en la autonomía de
Giuseppe. Después (le algunas sesio
153
lles, utilizadas SOl)ie todo paJa consolidar las distancias adcjuiriclas, el terapeuta
envio uiia carta a Giuseppe, Los padres fueron sus portadores.
Con esta cOlflhiiiicacjói 1 al itc cies ¡ ,nado se buscaba:
u. l)ar LII) r(’(mocinLieiIto a los (‘sfilerZos (file hacía Ciii— Sepp( para consolidar su
autonomía;
b. repr1uo’r ulLa prescripcion siuitom;ttológica con Iiiiiieiito proxocador ( Aiidolfi
\lc’nghi. 1976. 1977).
e. i doi zar Lilia clara clivisióti siihsist(’mca entre la pareja
\\
o’. (‘LI relacl(’)lI la alitoiioniía del hito (OIL la de loS padres.
Heprodiic’imos iiitegraineiite el te\tO (le la Calta:
Querido (ltlscppe \Ie liao (argo (lo los esfuerzos que haces cii estos i’mltinios
tien11)os pai’a soh ti más productiva tu participaciói cii la terapia familiar. Y tanto
más proclue— ti’ a porque se produce a distancia, sin o’! riesgo de asumir
actitudes dependientes pa as iii ..mhargo. te solii,itn (file no rennncie a la
(reatjujjad coi itenida (‘II tUs coiidi l(tas habituales (como permanecer mucho
tid’Tllpo (‘1) cama. mas - tnrbarte repetidamente, rolnper las pelotas. atneiia,ar toii
atentar contra ti mismo, no desempeiiarte (‘LI LiLa actividad laboral) hasta que no
te ha as asegul aclo perfectamente de (fue tus padres está)) cii conclicioijes de
c’aiiiinar solos sil) (flLC necesiten de tu fililcióli ».
J uiito con la calta se impartieron a los padlrc’s estas mstrucciones
u. La carta debía ser leída todos los días (‘1) voz alta por el padre o la madre en
presencia cTe los otros dos:
1,. de tiempo en tiempo debía seguir a la lectura iii a (liselisión sobre las
reflexiones que la carta provocaba cii cada lillo de ellos;
e. en el caso de que Giuseppe se rehuara a lrticipar, la lectura debía ser hecha por
los padm’es solos (‘II el horario establecido pero en tilia hahitaciáil diferente o
fuera (le la casa;
(/. sólo habría LILa sesión siguiente si su cumplía con (‘Sta i’’ cripci 611.
La carta reforzaba y sancionaba la línea estratégica de esta fase. Redefinía la
conducta de Giuseppe calificándola de creadora, y traía a la luz, por el hecho de
prescribirlas, las características funcionales del sistema familiar. Además.
presentaba una semejanza formal con los mensajes del paciente designado, que
hacía una cosa nositiva pero simnul— táimeamente sentía la necesidad de
definirla como negativa; ofue tenía tina conducta autónoma, pera euiseguicla
debía conipensarla con uuua c’olldulc’ta sintomátea. Por otra narte, ‘sólo
formalmente la carta se dirigía a Giuseppe. El vercla— tlero destinatario era todo
el sistema familiar, y de hc’c’lio todo el sistema respondería a ella después. 1 ai
tercera con— clición, la ouie indicaba q em ausencia de Giuseppe los padres
realizarían la lectura fuera de la casa. determinaba para el padre la uimadre tina
ocasióu 1 más para cotejarse
reforzar su espacio (le pareja. clesvimmc’umlándose (id hijo. I-n efecto, los
crecientes imiovimientos de Giuseppe cmi el seumtido c1e la antononi ía exigíal 1
que paralelamente se
pK1jera rc’estruic’tuirar el sumhsistemiia de la pareja. Fn las pOSt(’i’ioi’es
reuniones (‘(111 (‘1 marido y la esposa. el t(’rapeui— ta. por el rec’uirso de lles ar
hasta la exasperación la inipo— sihilidad (le un encuentro de l)ardja que 110
pasara por la trmammguiiación de Giuseppe (hecho reforzado por la leetuui’a de la
carta en la casa), traía al primer plano la (‘xi— ieuucia de reencontrar (‘sl)aciOS
l)’sonales “ espacios (‘01)1— 1)artidos que va lic) se limitaran a (‘onversac’iones
sobre la
patología del hijo.
Emm ese momento el terapeuta se valió de un abordaje más típicamente
estructural. En efecto, la uerifi(’m’ión de oua estructura umzieca esta caracterizada
por el UIEIHLIOHO (le 1(1 función (le regulador homeostático que el terapeuta
había clesenipeiiado hasta ese moiriento, y por la capacidad de la familia para
reorganizarse sin necesidad de utilizar la patología. En esta fase, la intervención
estructural consiste en supervisar las interacciones alternativas que la familia
actúa de manera autónoma en procura de un nuevo equilibrio dinámico (Andolfi,
1977).
De uno de los informes escritos tras la lectura de la carta, se infería que los padres
habían alcanzado una comprensión más clara. En efecto, observaba la madre:
« e pclría deducir que somos nosotros los que flOS beneficiamos con la función de
Giuseppe para salir adelante por nuestra cueumta. Al contrario me parece que es-
154
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lles, utilizadas SOl)ie todo paJa consolidar las distancias adcjuiriclas, el terapeuta
envio uiia carta a Giuseppe, Los padres fueron sus portadores.
Con esta cOlflhiiiicacjói 1 al itc cies ¡ ,nado se buscaba:
u. l)ar LII) r(’(mocinLieiIto a los (‘sfilerZos (file hacía Ciii— Sepp( para consolidar su
autonomía;
b. repr1uo’r ulLa prescripcion siuitom;ttológica con Iiiiiieiito proxocador ( Aiidolfi
\lc’nghi. 1976. 1977).
e. i doi zar Lilia clara clivisióti siihsist(’mca entre la pareja
o’. (‘LI relacl(’)lI la alitoiioniía del hito (OIL la de loS padres.
Heprodiic’imos iiitegraineiite el te\tO (le la Calta:
Querido (ltlscppe \Ie liao (argo (lo los esfuerzos que haces cii estos i’mltinios
tien11)os pai’a soh ti más productiva tu participaciói cii la terapia familiar. Y tanto
más proclue— ti’ a porque se produce a distancia, sin o’! riesgo de asumir
actitudes dependientes pa as iii ..mhargo. te solii,itn (file no rennncie a la
(reatjujjad coi itenida (‘II tUs coiidi l(tas habituales (como permanecer mucho
tid’Tllpo (‘1) cama. mas - tnrbarte repetidamente, rolnper las pelotas. atneiia,ar toii
atentar contra ti mismo, no desempeiiarte (‘LI LiLa actividad laboral) hasta que no
te ha as asegul aclo perfectamente de (fue tus padres está)) cii conclicioijes de
c’aiiiinar solos sil) (flLC necesiten de tu fililcióli ».
J uiito con la calta se impartieron a los padlrc’s estas mstrucciones
u. La carta debía ser leída todos los días (‘1) voz alta por el padre o la madre en
presencia cTe los otros dos:
1,. de tiempo en tiempo debía seguir a la lectura iii a (liselisión sobre las
reflexiones que la carta provocaba cii cada lillo de ellos;
e. en el caso de que Giuseppe se rehuara a lrticipar, la lectura debía ser hecha por
los padm’es solos (‘II el horario establecido pero en tilia hahitaciáil diferente o
fuera (le la casa;
(/. sólo habría LILa sesión siguiente si su cumplía con (‘Sta i’’ cripci 611.
La carta reforzaba y sancionaba la línea estratégica de esta fase. Redefinía la
conducta de Giuseppe calificándola de creadora, y traía a la luz, por el hecho de
prescribirlas, las características funcionales del sistema familiar. Además.
presentaba una semejanza formal con los mensajes del paciente designado, que
hacía una cosa nositiva pero simnul— táimeamente sentía la necesidad de
definirla como negativa; ofue tenía tina conducta autónoma, pera euiseguicla
debía conipensarla con uuua c’olldulc’ta sintomátea. Por otra narte, ‘sólo
formalmente la carta se dirigía a Giuseppe. El vercla— tlero destinatario era todo
el sistema familiar, y de hc’c’lio todo el sistema respondería a ella después. 1 ai
tercera con— clición, la ouie indicaba q em ausencia de Giuseppe los padres
realizarían la lectura fuera de la casa. determinaba para el padre la uimadre tina
ocasióu 1 más para cotejarse
reforzar su espacio (le pareja. clesvimmc’umlándose (id hijo. I-n efecto, los
crecientes imiovimientos de Giuseppe cmi el seumtido c1e la antononi ía exigíal 1
que paralelamente se
pK1jera rc’estruic’tuirar el sumhsistemiia de la pareja. Fn las pOSt(’i’ioi’es
reuniones (‘(111 (‘1 marido y la esposa. el t(’rapeui— ta. por el rec’uirso de lles ar
hasta la exasperación la inipo— sihilidad (le un encuentro de l)ardja que 110
pasara por la trmammguiiación de Giuseppe (hecho reforzado por la leetuui’a de la
carta en la casa), traía al primer plano la (‘xi— ieuucia de reencontrar (‘sl)aciOS
l)’sonales “ espacios (‘01)1— 1)artidos que va lic) se limitaran a (‘onversac’iones
sobre la
patología del hijo.
Emm ese momento el terapeuta se valió de un abordaje más típicamente
estructural. En efecto, la uerifi(’m’ión de oua estructura umzieca esta caracterizada
por el UIEIHLIOHO (le 1(1 función (le regulador homeostático que el terapeuta
había clesenipeiiado hasta ese moiriento, y por la capacidad de la familia para
reorganizarse sin necesidad de utilizar la patología. En esta fase, la intervención
estructural consiste en supervisar las interacciones alternativas que la familia
actúa de manera autónoma en procura de un nuevo equilibrio dinámico (Andolfi,
1977).
De uno de los informes escritos tras la lectura de la carta, se infería que los padres
habían alcanzado una comprensión más clara. En efecto, observaba la madre:
« e pclría deducir que somos nosotros los que flOS beneficiamos con la función de
Giuseppe para salir adelante por nuestra cueumta. Al contrario me parece que es-
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tamos enredados condicionados por nuestro hijo; este condicionamiento dejaría de
existir si él adoptara actitu(les adultas y lógicas. En todo caso, yo, la madre, llego
eti concreto a la conclusión de que nosotros, los padres, dehemos esforzarnos
para no dejarnos condicionar por su función. Por otra parte, nos pat’ece entrever
en sus manifestaciones externas un intento tolerado de inserción. Por ejemplo, la
noche que volvimos (le Roma observamos que Giuseppe se había preocupado por
prepararse la cena. Esto llevaría a inferir que él podría adquirir cierta autonomía
en caso de (/ ije nosotros nos desengancháramos».
Los 1,adres, al parecer. habían tomado la valiente determinación de luchar, con la
a’ uda del terapeuta, contra la necesidad (le la función. Reproduciremos extractos
de dos sesiones con los padres solos, significativos porque sefialan el paso de la
triangulación de Giuseppe al cotejo (le
pareja y a una diferenciación ma or dentro (le ella. Se observará que en el curso
(le este pro’so la posición del terapeuta se descentralizaba más y más.
Madre: ¿Sabe llste(l?, tengo la sensación de que al fin d cuentas Giuseppe
termina.., terminaba liii 1)0(0 p01 seguir mi proPia senda.
1’.: ¿En qué sentido?
íadre: En las relaciones sociales... Me parece que tan)hién él tiene ese tipo de
malestar, de temor a tratar con los demás, que \ o tenía.
Padre: Pero conmigo eras extravertida ólo hacia el exterior eras más cerrada, pero
en fin de cuentas también a mi me venía bien eso. . . Sabes, quiZá por mi
carácter.., todo este ajetreo. este andar saliendo, nunca me gustó mucho.
Madre: Tampoco a mí, pero en cierto momento advertí
que no era bueno para los hijos... Además de que quizá tampoco era bueno para
mí... porque muchas veces me reproché no haber cultivado amistades... haber
sido un
pOCO cerrada...
Padre: Pero cuando encontraste al sujeto que andaba lo— quito te abriste...
T.: ¿Loquito era él?
Padre: Loquito era yo.
Madre: Pero no heios realizado... Sí, nos hemos querido bien, hemos tenido estos
hijos. . . pero hemos realizado poco para nosotros,..
Padre: Tal vez ahora que nuestros hijos son grandes nos podamos permitir un
poco de tranquilidad, un poco de descanso... Efectivamente, ‘o siempre he sido un
poco jansenista.
Como cierre de la sesión, después que marido y mujer hubieron evocado el
pasado y reanimado, por los recuerdos, un interés recíproco, el terapeuta les pidió,
«aun sabiendo que no serían capaces de hacerlo», que llamaran por teléfono a
Giuseppe para decirle que regresarían a la mañana siguiente y se quedaran en
Roma esa noche, «no con el propósito de hacei’ algo determinado, sino como
entrenamiento, como esfuerzo para no dejarse condicionar por la conducta del hijo
(y ior el miedo de ellos)». La pareja recibió esta prescripción (Andolfi ‘‘ Menghi,
1976) con
1)erplejidad; el padre habló de compromisos de trabajo, la madre de los problemas
de la atención del hogar. Salieron (liciéndose que acaso sería posible, acaso no,
En la sesión siguiente, la madre empezó diciendo que habían ido al teatr()
después de tantos años.
Madre: Estoy convencida de que nosotros, los padres, debemos iniciar este
desenganche de los hijos... La vía para obtenerlo es por cierto larga y difícil.., pero
yo creo en su real eficacia... Por mi parte, quizás es ridículo.., pero me inscribí en
el Instituto Italofrancés para retomar el estudio de la lengua francesa y asistir a las
conferencias. Así tuve la posibilidad de volver a ver personas que ya conocía.
ejemplo una ex compañera de escuela que ahora es profesora de letras.
Padre: Y además... después de tantos años hemos decidido hacer un viaje este
verano.
1’.: Tengo la impresión de que si quieren hacer este viaje tendrían que lograr
primero credibilidad ante sus hijos. (Sale.)
Madre: Quizá sea verdad, también Giovanna dijo «Espero q’ lo hagan». Quizá
sería necesario empezar con alguna pequeña excursión.
T. (entra): Mis colaboradores me hicieron notar que ese viaje es sólo una hipótesis
de trabajo, no una certeza.
Padre: Creo que el viaje se hará ciertamente.
T.: Pero, ¿qué sucede si alguien de la casa arroja un salvavidas.. . al que se pueda
aferrar el que tiene miedo de ahogarse? Giuseppe, o también Giovanna, podrían
arro
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¡ar uno de estos salvavidas para ver si ustedes se aferran a él...
.Íadre: ¿Cuál podría ser, por ejemplo, uno de esos salvavidas?
Padre: Por ejemplo, Giuseppe podría tener una de aquehas crisis... ¡pero esta vez
no tendrá efecto!
ía(1re: No, no, no sucederá.
Escisión del sistema terapéutico
En la sesión que siguió, marido y mujer reafirmaron su voluntad de emprender el
viaje; en ese sentido, trajeron un programa detallado. Las garantías ya, no eran
para el terapeuta, sino que cada uno se comprometía con el otro y con su deseo
de hacer la experiencia. Por otra parte, los informes sobre la, lectura de la carta se
habían convertido, para los miembros de la pareja, en motivo de reflexión sobre su
vida pasada, sobre las relaciones con los hijos y con la familia de origen de cada
uno. Declararon haber observado con sorpresa y satisfacción que lograban no ha-.
blar de Giuseppe, sin sentirse culpables. Además, destacaron el hecho de que
este había mejorado a consecuencia del distanciamiento de ellos. Dijeron haber
quedado confundidos porque Giuseppe se había desenganchado haciendo una
excursión a Asís antes que ellos emprendieran su viaje; se sintieron como si les
hubiera «ganado de mano».
Giuseppe proporcionaba continuas noticias de sus propios progresos y definió su
conducta diciendo que «ahora [es] normal». La sintomatología anterior no se había
vuelto a presentar, aunque afirmaba no haber resuelto todavía sus problemas,
que, empero, él mismo definía, en una carta dirigida al terapeuta, como «dificultad
para decidir, autodeterminarse e insertarse en la vida, adulta». En ocasiones
manifestaba cierta preocupación por el futuro, pero se empeñaba en actividades
en lugar de refugiarse en las actitudes regresivas de antaño. Había pasado con
buen resultado un examen de habilitación profesional; colaboraba en la
administración del estudio de su hermano y estudiaba a fin de mantenerse
actualizado. Para las vacaciones, hizo viajes con amigos y se declaró satisfecho
con la nueva experiencia. Había trabado amistad con un joven de su edad, y
pasaba parte de su tiempo libre con él. Algunas
veces había ido de visita a casa de su hermano mayor, que vivía en una ciudad
vecina y con quien había establecido una relación significativa. hacía proyectos de
vacaciones para el año siguiente; en particular, programaba con detalle un viaje
por el Lazio y la Umbría.
En una sesión de control, después de las vacaciones, los padres afirmaron que
habían aflorado tensiones a causa de la «diversidad tan grande de nuestros
caracteres», pero también declararon que se sentían revitalizados por estas
discusiones. El padre sostuvo «haber redescubierto a Giovaima», la hija menor, y
que había recuperado con ella una relación que, sin quererlo él y sin advertirlo, se
había perdido prácticamente. Fue también el padre quien hizo reflexiones sobre
esta experiencia terapéutica cuando había trascurrido un año, en una carta dirigida
al terapeuta:
Con sinceridad le debo decir que nuestras experiencias con usted en esas
veintitrés sesiones fueron mu’ exigentes y de gran tensión, pero sin duda hemos
logrado una fe renovada en nosotros mismos y en nuestra capacidad para
enfrentar los problemas que vendrán, sobre todo por el avance de la edad. [...]
Giuseppe sigue inseguio sobre la elección profesional que hará. [...] Giovanna
su propia crisis, pero tengo mucha fe en sus dotes (le inteligencia y en el diálogo
que se ha iniciado entre nosotros. [...] Mi mujer y yo hacemos augurios para
(lije continúen los signos de este renacimiento; yo personalrnente garantizo mi
compromiso. [ ... ] Habrá advertido usted que le hablo como a un amigo, y este me
parece un punto muy positivo.
El alejamiento gradual de la terapia, confirió a los miembros de la familia Fraioli
una mayor independencia y los puso en la necesidad de hacerse cargo de los
cambios sobrevenidos y asumirlos con plena conciencia. En este sentido, todos, el
terapeuta incluido, hicieron un balance. En esta última fase de separación de la
familia, el terapeuta tiene que ser capaz de producir justamente el cambio
atestiguado poi el señor Fraioli, el abandono de la fnncióri de terapeuta para
encontrarse como persona que puede tener un intercambio con otra persona
sobre problemas que ya no se esconden tras la patología.
Reproduciremos algunos pasajes de una, conversación entre el terapeuta y
Giuseppe en las fases finales de la tera
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pia. El proiio Giuseppe fue (lujen solicitó el encuentro a solas, declarando la
necesidad de un cotejo directo.
Giuseppe: A mi juicio, en este punto es necesario ser con- (retos. Se trata de
decidirse entre no poder y no querer. Sin embargo, creo que en la vida una
persona no se auto- determina nunca del todo por sí misma. . . se determina sólo
en parte, porque también hay otros factores que la obligan, le facilitan las cosas, la
obstaculizan... En otras palabras, las cosas son así... Debo decir con claridad en
este momento que en las relaciones con el otro sexo no doy pie con bola, en el
sentido de que hoy es difícil trabar una relación seria con las muchachas...
T.: Cuando iba a la escuela, tenía un amigo que decía
que para hacer algo era necesario recurrir a putas. Nosotros le decíamos que era
una cosa triste. Al final lo llevamos, y entonces él se echó atrás... De esa manera,
me
parece que armas un discurso para negártelo en el momento mismo en que lo
haces... Es como si dijeras «El verdadero problema es con el otro sexo», pero no
está del todo claro si no puedes o no quieres, y después declaras:
«Pero en el fondo la culpa es de las muchachas». Me parece que continuamente
descubres justificaciones para no enfrentar el problema... Es como aquello de dar
por el culo... ¿te acuerdas?
[Ahora el terapeuta puede hablar abiertamente de las contradicciones presentes
en los mensales de Giuseppe.]
Giuseppe: La primera sesión, de setiembre de 1977.
T.: ¿Te acuerdas, entonces? ¿Cuál era la diferencia que tuvimos tú y ‘o sobre
esto?
[El contexto es intenso. Se trasunta la complicidad propia (le dos personas que
tienen una historia común. El cotelo es directo, de persona a persona.]
Giuseppe: No me acuerdo con precisión...
T.: Tú hablabas de dar por el culo, y en cambio a mí me parecía que la cosa era
con una pequeña palabrita antepuesta.
Giuseppe: Un súper-dar por el culo.
T.: Justamente, un dar por el culo muy especial... porque mi impresión no es que
tengas dificultades con las
mujeres —casi todos las tienen—; el problema está en que esperas no sé qué
cosa de las mujeres. Quizás entonces te conviene masturbarte con Pkiyboy...
Claro es que quizá no sea satisfactorio...
Giuseppe: Diría que en modo alguno lo es.
T.: Entonces el problema está justamente en la insatisfacción de que has hablado.
Giuseppe: Sí. . . permanente insatisfacción.
T.: Sabes, en Pie yboy hay mujeres especiales. ¿1-las visto mujeres con celulitis
en Playboy?
(;iti.seppe: No.
‘1’.: . . . ¿o una mujer que muestre los primeros signos de la vejez?
Giuseppe: No, no, es evidente.
T.: Entonces, esas son supermujeres. A ti te gustan más
c1ue las reales. Tienes un poco esa tendencia a ser «súper»
y extraordinario.
(;iuseppe: Admito que es verdad lo que usted dice, que
o quiero demasiado... Pero yo ahora... querría... Me
c.xplicaré con un ejemplo concreto...
Giuseppe empezó a contar un encuentro que tuvo con una muchacha en el tren,
su turbación, el descubrimiento de intereses comunes, la agradable sorpresa de
que ella debía tomar de regreso el mismo tren, y después sus vanos intentos de
volver a encontrarla en la misma estación los días siguientes.
Giuseppe: Quiero decir que... digamos... Me parece que en teoría las ocasiones se
podrían preseniar... pero desmiés puede resultar difícil encontrar un enganche
práctico... Este es un caso particular, porque, aunque me ocupé de lograrlo, no la
vi más...
T.: Pero en este caso, ¿no pudiste o no quisiste?
Giuseppe: No, en este caso quería, por lo menos deseaba.. . pero, repito, no
conseguí reencontrarme con ella..
T.: Es probable que se trate todavía de esa disyuntiva entre poder y querer, en el
sentido de que subsista alguna función que debes desempeñar... y por eso no te lo
puedes permitir... Todavía subsiste mucho de esa disyuntiva. Si hasta hace poco
tiempo no sólo no podías tener una relación con una mujer, sino probablemente ni
siquiera ¡una relación adulta con cualquiera... ponerte a conversar con personas
adultas sin necesidad de lloriquear...
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Es probable que quede todavía alguna función que debes desempeñar... a la que
te hayas aficionado... v a causa de la cual tienes dificultades para sentirte
Giuseppe. Cuando venías aquí hace un año no eras Giuseppe... cras una masa de
cosas.. . atentar contra ti mismo, ideas fijas.
extorsiones... ¿Te acuerdas? Era una masa de funciones que debías desempeñar.
No sé exactamente en qué punto estás ahora...
[El estilo sigue siendo provocador, pero ahora al terapeuta le es posible reconocer
abiertamente los cambios sobrevenidos.]
Giuseppe: No sé... sin duda las cosas han cambiado... pero no es fácil enfrentar
los problemas que existen... Quizá los demás... Yo me siento desarmado... sobre
todo con las mujeres...
T.: Justamente por eso me pregunto para qué abandonarías las funciones en que
eres experto... para convertirte en un adolescente o un preadolescente que hace
sus primeras armas y que quizás hasta se ruboriza si habla con tina chica... Y
después tengo la impresión de que todavía estás demasiado interesado en lo que
debes responder a los demás, en lugar de pensar en lo que te importa decir. Pero
tú, ¿qué quieres para ti?
Ginse1pe: Es probable que yo ni siquiera sepa lo que verdaderamente quiero...
1’.: Lo cine me interesa saber es si quieres hacer alguna cosa por ti o si todavía
estás empeñado en tus funciones.. (;iusepje: No creo... pero en este momento no
tengo todavía una respuesta. . . es difícil comenzar... Pero sin duda ahora logro
reírme más de mí mismo.., tomarme menos en serio.
Aunque el terapeuta sigue utilizando un estilo provocador a fin de sondear la
capacidad de Giuseppe para conservar sus propias fronteras, por su modo de
comunicarse se muestra más dispuesto a discutir las dificultades del joven, que en
ese momento se presentaba como un adolescente turbado que debía enfrentar
sus insuficiencias, sin sentir la necesidad de esconderse tras una patología. Acaso
Giuseppe ya estaba en condiciones de hacer demandas más individualizadas.
Lo mismo valía para los padres que. producida la desvin
culación de los hijos,1 debían enfrentar problemas ‘iejos y nuevos, pero sin
necesitar ya de triangulaciones patológicas. En ese momento el terapeuta pudo
por fin declarar- se abiertamente favorable al cambio producido y felicitarse de
manera explícita con los miembros de la familia por los esfuerzos hechos y los
resultados conseguidos. Había concluido su obra de desmantelamiento de la
rigidez del sistema, así como la simultánea apertura de alternativas nuevas; pero
la verificación última de la estructura nueva compete a la familia y a los individuos
que la componen (Menghi, 1977).
1 En los últimos años hemos asistido con cierta frecuencia a terapias familiares
exitosas que después llevaron a demandas de terapuz individual por parte del
paciente designado o de algún otro miembro. Consideramos esta evolución un
resultado positiro (leI trabajo realizado en el conjunto de la familia.
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Conclusiones
Con la reconstrucción longitudinal de la terapia de la familia Fraioli hemos
intentado recomponer en sus partes el abordaje que en este libro presentarnos. Si
bien es posible distinguir una parte más estratégica, que apunta a la ruptura de la
rigidez disfuncional del sistema familiar. y otra que se podría llamar más
estructural, orientada a la reorganización de una nueva estructura familiar
(Stanton. 1981), en realidad en cualquier fase se puede observar la afirmación de
un mismo proceso: la pro gresica diferenciación de los espacios de los indicicluos
y la consiguiente pérdida de rigidez del sistema como un todo por la vía del
acrecentamiento de sus potenciales de información. La ruptura de la rigidez del
sistema familiar, que impedía un intercambio satisfactorio de informaciones,
coincide coii la activación de potencialidades individuales escondidas tras las
funciones reductoras del libreto familiar. De hecho, la ]iberación y el
redescubrimiento de los espacios personales de cada miembro de la familia
constituyen el resorte má% poderoso para descubrir las posibilidades de nuevas
configuraciones relacionales en el interior del sistema.
El terapeuta, por vía de la rede fin icién, la pro cocación y la negación estratégica
(Andolfi, 1977; Andolfi et al.. 1978), ejerce tina acción desestabilizadora sobre el
sistema familiar, obrando en diversos niveles:
a. Acepta la centralidad del paciente designado, con lo que subvierte por completo
su razón de ser, porque redefine su comportamiento como lógico, voluntario y útil;
b. constriñe también a los demás miembros a su restringido espacio personal, que
coincide con la función asignada por la específica lógica familiar;
e. pone de manifiesto y separa las contradicciones y los conflictos condensados
en la conducta sintomática, redistribuyendo así tensiones y conflictos por los
espacios personales y subsistémicos de cada miembro;
d. vuelve difícil o hasta imposible toda respuesta lue tienda a reproponer viejas
reglas y comportamientos repetitivos;
e. impide a la familia estahilizarse en torno de un equilibrio nuevo que sólo
represente una trasformación funcional idéntica a la precedente (Ashby, 1971);
f. trae a la luz fantasmas y miedos referidos al cambio, atenuando su valor
destructivo, y
g. activa el cotejo y la renegociacióñ de deseos necesidades individuales que ya
no se enmascaran tras la patología de uno de los miembros.
En el curso de este proceso, el terapeuta inicialmente ocupa el lugar del paciente
designado y se centraliza, con lo cual mueve a cada uno de los miembros a
definirse respecto de él. Es decir que convoca aquellas demandas
que nacen del cotejo de cada quien con su función; puesto que esta ya no se
actúa en el espacio de interacción, pierde el valor de conducta compartida con un
objetivo; de esa manera pone de manifiesto una identidad empobrecida y reducida
a una sola dimensión. Estas mismas demandas, aunque se expresen a menudo
en un nivel fantaseado, y siempre dentro de una estructura de contención en que
el terapeuta es garante, en primera persona, de la homeostasis familiar,
representan por sí mismas una información nueva y desestabilizadora.
Por el hecho de centralizarse y mantenerse de manera coherente en el polo
homeostático, el terapeuta modifica de hecho la configuración interactiva del
sistema, pero al mismo tiempo niega estratégicamente la posibilidad de cambio.
Lo que se persigue es abrir una brecha en la rigidez del sistema familiar, el
abandono de sus certezas y el comienzo de una búsqueda y una experimentación
(le configuraciones nuevas en el orden personal y de relación. El terapeuta opera
redefiniciones continuas que impiden al sistema familiar estabilizarse en torno de
una definición única; de ese modo, no permite que los miembros de la familia
inserten la intervención terapéutica en los antiguos esquemas de referencia.
Simultáneamente se descubren espacios personales nuevos y se reabren canales
de interacción, los que constituyen un acrecentamiento de los potenciales
informativos y, por lo tanto, de las posibilidades de reestructuración.
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En este plinto es posible proceder a la verificación de la estructura nueva, lo que
marca el paso de un abordaje estratégico a uno más típicamente estructural. Este
paso se caracteriza por la progresiva descentralización del terajieuta, hasta que se
llega a la escisión del sistenm terapéu‘‘(o.
Eii una primera fase, mientras los miembros de la famuja reivindican los cambios
sobrevenidos en función del terapeuta y del desafío con él iniciado, este responde
con la negación estratégica de la mejoría. Es decir que manifiesta uiia
disponibilidad mayor para aceptar los movimientos del sistema familiar, pero la
suhordina a una verificación concreta; para ello reclama uima acción que lleve a
resultados visibles en orden a los cambios de que los miembros (le la familia se
vanaglorian. Esa verificación se produce en la Sesión, para que sea después
continuada en la casa, lo que refuerza la tendencia al cambio amplifica el proceso
terapéutico más allá de la hora de reunión. Con este Proc’edimiento el terapeuta
pone el acento en la necesidad de que sea la familia la ({1IC se haga cargo de los
riesgos inherentes al cambio. Si la familia es capaz de poner en práctica, con
miras al terapeuta, modalidades imuevas de comunicación, podrá al rimismo
tiempo experimentar entre sus propios miembros las ventajas del cambio
aprender a funcionar de manera autónoma. En este estadio, el terapeuta conserva
SU posición central de regulador honieostático, y manifiesta su duda y su
perplejidad hacia las demandas de cambio, cuyos riesgos sigue destacando. Esto
permite a la familia ulteriores desequilibrios en el sentido del cambio, que se
manifestará como una acrecentada capacidad de cada miembro para individuar-
se en el interior del sistema.
Comienza entonces una segunda fase, que coincide con la progresiva
descentralización del terapeuta y la verificación, por la propia familia, de la
mudanza sobrevenida en la relación entre espacios personales y espacio de
interacción. Esto no significa ausencia de conflictos y de problemas, sino
capacidad para enfrentar esos conflictos sin experimentar la necesidad de
esconderse tras una, patología. Los cotejos en el interior del sistema familiar se
vuelven más directos, y el terapeuta mantiene la posición de su activador. Ahora
sus intervenciones, más típicamente estructurales, apuntan a ayudar a los
miembros de la familia para que definan sus fronteras individuales y
subsistémicas,
a activar esquemas nuevos de relación, scan internos o externos, y a idear
soluciones futuras practicables, de las que se podrá constituir en el 1)unto de
referencia con miras a ma verificación periódica
La aparente simplicidad de las líneas terapéuticas y la inteligibilidad de las
intervenciones características de esta fase podrían inducirnos a no valorar su
importancia e incimnrir en errores por 1)recipitación y superficialidad. Los
movimientos del terapeuta, en efecto, deben favorecer ahoJa el alejamiento
progresivo y, por lo tanto, una, disminución gradual del poder que antes había siclo
menester para la intervención.
La escisión del sistema terapéutico trae aparejado por último, el
reclescubnimiento, en el interior de la familia, de sus valencias autoterapéutieaS,
su capacidad para utilizar los nuevos inputs, provenientes de su interior o del
exterior, como oportunidades de cambio y de crecimiento. El objetivo final es que
el proceso iniciado continúe sin jue sean a necesarios los apovo.s terapéuticos.
Para volver al caso de la familia Fraioli, nos parece pa— radigmnático el modo en
que p a poco se redefinió el eomupoítannento sintomático del paciente. Al
comienzo, el teralwlmta, desde ima Posición central, lo redefiniócomológico.
voluntario y útil. Después por una ampliacióii de la tríada padre-madre-hijo al
sistema familiar, que incluía a los otros dos hermanos varones y a la hermana,
redefinió pragmáticamente ci problema por referencia a un conflicto generacional.
Se pasó así de una indifereneiada emotivicladi familiar en torno del síntoma, a
timia mayor diferenciación tic los conflictos. La vuelta a la tríada permitió poner en
relación la autonomía del hijo con la de los padres, y esta redefinición del
problema fue reforzada por una clara división subsisténlica entre la pareja y
Giuseppe.
Todos estos cambios sobrevienen en un contexto en que el terapeuta se mantiene
en el polo homeostático y prescribe en clave provocadora las reglas disfuncionales
del sistema, al tiempo que niega estratégicamente cualquier mejoría producida. El
momento de giro fundamental en el
proceso terapéutico es aquel en que los miembros de la familia modifican su
percel)ciófl de la conducta del paciente, es decir, cuando dejan de poner el acento
en
patología para consid mar su significado relacionl. c puede iniciar entonces una
búsqueda de autonomía, pero se presentan junto a ella el miedo del cotejo y de la
verifica—
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Bibliografía *
ción. Es la primera realimentación indicadora de que advi— no el proceso de
redefinición, de la nueva visión conceptual y emocional de los problemas, que
ahora se pueden enfrentar, en lugar de eludirlos (Watziawick et al., 1974).
Ahora las demandas son más persoiiales y ya no se deben esconder tras la
sintomatología. Los diarios que la madre llevaba, iniciados en forma impersonal y
centrados en la conducta patológica del hijo, se convirtieron en ocasión
para reflexionar sobre su propia vida, sobre la relación entre la autonomía de la
pareja en el interior de ella misma y frente al hijo.
En el curso del proceso terapéutico la familia se muestra, más y más, como un
conjunto de individuos, i menos como un sistema que reacciona en bloque. La
posibilidad tic una estructura nueva se presenta en el momento en que, por el
redescubrimiento de los espacios personales y subsistérnicos, se puede reconocer
de nuevo la relatieidad (le los significaclo.s atribuibles a 1(1 realidad, y formular
deseos que se miden con los límites de esta. En particular
para el paciente designado, pero también para. los demás, la función rígida va no
es preferible a la amenaza de una falta de identidad.
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