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totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales (2020), he dudado sobre cómo
titularla, pues entiendo que lo natural es ampararse en un enunciado relacionado con el tema del
libro, y verdad es que no faltan asuntos a los que referirse, porque Benegas toca una gran
variedad de asuntos y, además, consigue alinearlos en una perspectiva unitaria, inteligente y
persuasiva. Sin embargo, he preferido titular subrayando una cualidad de este trabajo suyo que, a
mi modo de ver, es muy original, a saber que se trata de un libro escrito por un periodista pero
que está en las antípodas de lo que suele entenderse por tal, puesto que lo que nos da Benegas en
este texto, que se lee con la misma facilidad con que se desciende por un tobogán, es una imagen
nítida y profunda de la cultura política dominante en el mundo contemporáneo, una instantánea
precisa y muy bien enfocada de algo que es pura actualidad pero que está tratado con la hondura
y la perspicacia del mejor análisis sociológico y cultural.
Javier Benegas dice practicar un periodismo lento, lo que constituye una manera modesta de aludir
a que hace un periodismo profundo, reflexivo, pensado, crítico. El periodismo suele tener mala
fama en casi todas partes, y muy en especial, en el mundo intelectual (que tampoco está como
para presumir, pero ese es otro tema) por su tendencia a subrayar lo contrario de lo que en verdad
importa. Chesterton decía con humor que “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘‘Lord
Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”, lo que subraya, en particular,
la función de trampantojo que puede tener el oficio, pero que, leído de una manera oblicua, define
bastante bien el tipo de periodismo que encontramos en este texto de Benegas, porque el Lord
Jones cuya existencia se ignora es un tipo harto peligroso.
Es bastante obvio que una gran mayoría de ciudadanos no está siendo consciente del modo en que
se manipula su manera de entender el mundo, de cómo los numerosos ingenieros sociales que se
dedican con empeño a corregir lo que entienden son los abundantes errores que cometemos en
nombre de la libertad, nos la roban por completo para que podamos sentirnos bien satisfechos por
colocarnos en el lado correcto de la historia, entre los virtuosos y las almas bellas que se han
propuesto fabricarnos un mundo perfecto. Así pues, hablar de Lord Jones es importante porque
tendemos a no advertir a qué se dedica con entusiasmo y muy variados métodos.
La corrección política y todas sus prolijas y diversas derivadas de ingeniería social afirmativa se
nos presentan en una mirada histórica que se remonta a comienzos del pasado siglo, a la primera
gran guerra, y a políticas socialdemócratas posteriores (muy en especial en los experimentos
suecos), dando cauce a políticas públicas mucho más encaminadas a cambiar a las personas que a
resolver problemas de la forma menos costosa y más pacífica. Esta suerte de revolución silenciosa
conduce a subvertir uno de los principios elementales de una democracia moderna, aquello de que
los ciudadanos no dependan del Gobierno, sino éste de aquellos. Es frecuente atribuir este tipo de
tendencias a lo que algunos han llamado marxismo cultural y creo que Benegas acierta al situar
sus raíces bastante más atrás.
Las sociedades siempre han cambiado de manera natural, y en esto consiste la historia y el futuro,
pero ahora se pretende que los cambios sean diseñados por expertos y acatados por ciudadanos
sumisos cuya conciencia moral quede atrapada por la consigna imperante, sea el feminismo, las
cuestiones de género, las exigencias dietéticas de la salud, o el ecologismo más rampante. En el
corazón mismo de estas políticas está la destrucción de las formas habituales de la autoridad (que
siempre se funda en un reconocimiento libre) para suplirlas por el mero poder, un proceso que
conducirá de forma inevitable, si no se ataja en la forma debida, a sociedades autoritarias en las
que la crítica al poder de los gobiernos estará severamente censurada, pues se habrá convertido a
los gobiernos en instrumentos del bien sin mácula alguna.
Benegas señala que buena parte de estas monsergas han sido aceptadas tanto por la derecha
como por la izquierda, con la diferencia de que la izquierda ha tenido la astucia de proponerlas
como ideales mientras la derecha ha tendido a refugiarse en su aceptación a consecuencia de su
empeño en ser un mero gestor económico. De esta forma, el colectivismo deja de ser una
limitación y se convierte en la meta soñada por el progresismo.
El libro está lleno de buen número de hallazgos colaterales porque Benegas tiene el valor de
defender sus convicciones, por ejemplo, a elogiar a las redes sociales frente al tópico interesado
(la ética de la mentira que infecta a muchos medios tradicionales) que las tilda de manipuladoras,
y proporciona, además, numerosas sugerencias y pistas para la lectura, entre las que destacaría el
estupendo estudio de Joshua Kalla y David E. Broockman (2018) sobre los efectos reales de las
campañas en los resultados electorales.
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