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ANDREA CARANDINI

HISTORIAS
EN LA TIERRA
Manual de excavación arqueológica

Traducción castellana y prólogo de


XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS

CRÍTICA
GRIJALBO MONDADOR!
BARCELONA
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las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribu­
ción de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Título original:
STORlE DALLA TERRA
Manuale di scavo archeologico

Cubierta: Enrie Satué


Ilustración de la cubierta: Templo de los Castores y Maallum, Nápoles. Muestra del Proyecto
Eubea en el Musco Nacional de Nápoles. Reconstrucción del Proyecto Eubea (Campi Fiegrei,
1990, y Eubea, 1990). Contracubierta: dibujo de Giancarlo Moscara.
Dibujos de GIANCARLO MOSCARA
C 1991 y 1996: Giulio Einaudi cditore s.p.a., Turin
C 1997 de la traducción castellana para España y América:
CR1TICA (Grijalbo Mondadori, S. A.), Aragó, 385, 08013 Barcelona
ISBN: 84­7423­764­5
Depósito legal: B. 1.282­1997
lmpreso en España
1997.­HUROPE, S. L, Recared, 2, 08005 Barcelona
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

La traducción española de Storie dalla terra. Manua/e di scavo archeolo­


gico aparece, aparentemente, con algunos años de retraso ya que la primera
edición italiana vio la luz en 1981. En realidad, el lector se halla frente a la
traducción de una nueva edición, de 1991, ampliamente renovada y que con­
llevó no sólo una actualización de sus contenidos, sino el volver a escribir el
original, la eliminación de los apéndices finales de la primera edición y la in­
corporación de una serie de nuevos textos del autor.1 También hay que tener
en cuenta que la primera versión de esta obra no es desconocida para los ar­
queólogos de nuestro país, más bien al contrario: muchos somos quienes la
leímos hace ya bastantes años en su versión original. Pero también es cierto
que la riqueza y profundidad de las reflexiones del autor y, especialmente, su
perfecto uso de la lengua italiana ­Carandini no utiliza un italiano fácil, sino
que hace gala de un dominio extremadamente culto del mismo­ dificultan
al lector extranjero que no tenga un óptimo conocimiento del idioma de
Dante la comprensión total, en profundidad, de los conceptos en este texto
expresados.?
A través de las páginas de este libro se da respuesta a todos o casi todos
los temas sobre los que el investigador se interroga al afrontar el trabajo de
campo y por ello su lectura, necesaria para los estudiantes universitarios, es,
en mi opinión, imprescindible para aquellos arqueólogos que no se plantean
muchas preguntas, que no dudan, y se convierte en especialmente recomen­
dada para aquellos, por suerte cada vez menos, que ven en la arqueología de
campo y en las cuestiones estratigráficas un mero divertimento que, aunque
a veces pueda ser útil, poco afecta a los verdaderos problemas de la «Histo­
ria».
Este manual, que es fruto de y, al mismo tiempo, incorpora las experien­
cias y los progresos de la arqueología anglosajona, se enriquece gracias a la
experiencia personal del autor al que, aparte de otros méritos, hay que reco­

l. Esta segunda edición ha sido publicada recientemente, en un formato más económico,


en la colección «Biblioteca Studio» (numero 25) de Einaudi, Turín, 1996.
2. Los errores en el título de este manual (Storia della terra, Storie della tetra en vez de Sto­
rie dalla terra], observados en diversas referencias al mismo en la bibliografía espallola, son una
buena prueba de lo dicho.
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Vlll HISTORIAS EN LA TIERRA }
nocerle el de haber creado una verdadera escuela que ha revolucionado la
arqueología italiana. La simple comparación entre la edición de 1981 y la de
1991 permite observar cómo, durante la década de los ochenta, una parte de la
arqueología italiana, aglutinada en torno a Carandini y al departamento de ar­
queología de la Universidad de Siena y más tarde al de la Universidad de Pisa,
ha sido capaz de desarrollar muchos de los aspectos metodológicos que, en
1981, habían sido sólo meramente esbozados. A esta labor progresiva, fru­
to de un intenso debate teórico ­aún en curso­­­.3 y de una experimentación
constante en el trabajo de campo, hay que sumar algo tan importante como
el haber luchado para que la arqueología oficial ­siempre con tendencia al
ínmcvilismc­­; incorporase a sus procedimientos los resultados obtenidos
por la práctica. Los progresos de la interdisciplinaria escuela de Carandini,
quien actualmente es catedrático de la Universidad de Roma «La Sapienza»,
se reflejan en una rica serie de publicaciones que se hallan incorporadas en
la bibliografía final de este volumen.4 En esta ocasión creo que debe desta­
carse, por su carácter de ejemplo de aplicación de los presupuestos expues­
tos por el autor en la primera edición (1981) de Storie dalla cerra, la publica­
ción de sus excavaciones en la villa romana de Setteñnestre.! Sin duda alguna
dicha experiencia de trabajo de campo contribuyó a la gestación de la edición
(1991) que ahora se traduce al español y cuya aplicación práctica se ha ma­
terializado en las excavaciones realizadas por Carandini y su equipo en la
ladera septentrional del Palatino; la inminente publicación de esta nueva ex­
cavación experimental, de gran importancia para el conocimiento de los orí­
genes de Roma, sin duda perfeccionará y completará, desde una óptica me­
todológica, los contenidos de este manual.6
Pero la verdadera aportación de este libro consiste en no ser solamente
un manual de excavación arqueológica. El lector se halla frente a un texto

3. Un reciente congreso celebrado en Roma (/ materiali residui nello scavo archeologico,


Roma, 16­IU­1996), fue un excelente ejemplo de cómo aquella arqueología italiana que se sien­
te discípula de Carandini, sigue debatiendo acerca de los más diversos aspectos relativos a la
comprensión de los procesos de formación de los depósitos estratigráficos, del valor de los ma­
teriales arqueológicos estratificados y de los caminos que deben seguirse para llegar a su co­
rrecta interpretación. La masiva participación de los integrantes de los equipos, italianos y ex­
tranjeros, que excavan en Roma contrastaba con importantes ausencias de un sector del mundo
universitario, más interesado en una arqueología que­podríamos definir tradicional.
4. Véanse además las obras recientes de Franco Cambi y Nicola Terrenato, lntroduzione
all'archeologia dei paesaggi, «La Nuova Italia Scíentíñca», Roma, 1994, y de Tiziano Mannoni
y Enrico Giannicbedda, Archeologio della produzione, «Biblioteca Studio», 36, Einaudi, Tu·
rín, 1996. Los autores de este último e interesante libro pertenecen a un instituto de la Univer­
sidad de Génova, significativamente llamado «Instituto de Historia de la Cultura Material de
Génova»,
5. Andrea Carandini, ed., Seuefinestre. Una villa schiavistica nell'Etruria romana, Mode­
na, 1985, 2 v. Reflejo de las expectativas despenadas en España por la publicación de esta obra
fue el seminario «Estrat�gia i Análisi Estratigráfica en l'Arqueología del anys 80», impanido por
Andrea Carandini en la Universidad de Lleida (Estudi General de Lleida) en 1985.
6. Andrea Carandini, ed., Palatium e Sacra Via I, monografía del Bollettino dí Archeoto­
gia, Roma (en prensa).
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA lX

que afronta también aspectos tan necesarios como la interpretación de los


indicios y la reconstrucción de las diversas historias. Historias cuyos pocos in­
dicios, contenidos en los estratos, tao sólo pueden captarse a partir de una ex­
cavación metodológicamente correcta y de una justa lectura de la secuencia
estratigráfica. Carandini ilustra un modo concreto de pensar la arqueología,
un modo de reflexionar sobre las cosas y, en la parte final del libro, expone
con gran profundidad los fundamentos intelectuales de este nuevo modo de
afrontar el estudio de los restos del pasado. La estratigrafía arqueológica y la
cultura de los indicios constituyen, para el autor, una unidad,"
Para comprender en su justa medida el texto de Andrea Carandini, el
lector español debe ser consciente de algunas de las muchas diferencias que
existen entre el panorama arqueológico italiano y el de nuestro país. Deseo
por ello, someramente, ilustrar mi opinión ­por lo tanto, subjetiva­ sobre
algunos de los aspectos que distinguen la arqueología española de la italiana.
En lo que respecta a la administración del patrimonio arqueológico hay que
tener en cuenta que la realidad italiana es, por ahora, muy distinta de la es­
pañola. La competencia exclusiva, de derecho y de hecho, del Ministero per
i Beoi Culturali e Ambieotali contrasta claramente con la estructura del lla­
mado Estado de las Autonomías y con la capacidad normativa y ejecutiva de
las diecisiete regiones y nacionalidades españolas en materia de cuJtura y,
consecuentemente, en el campo de la gestión y protección del patrimonio ar­
queológico. La omnipresencia de las soprintendenze archeologiche, estruc­
turas estatales de ámbito regional adscritas al ministerio,8 tiene defensores y
detractores9 pero, sin duda alguna, contrasta con la realidad española por el
reconocimiento social, en tanto que autoridad en la materia, de que dispone
la figura del soprintendente y, en muchos casos, por su prestigio científico. to
Pero, al margen de lo dicho, el elemento más significativo es la existencia de
un Estado central que gestiona directamente su patrimonio y que dispone de
instrumentos para coordinar aspectos tan ·importantes como el inventario del
patrimonio arqueológico (Istituto CentraJe per il Catalogo e la Documenta­

7. Ilustran esta cuestión los tres ensayos finales ( «Lo ordinario y lo importante» I «Proce­
der hacia atrás•/ «Análisis de lo sumergidos), incorporados en la edición italiana de 1991.
8. En algunas regiones como el Lacio coexisten diversas soprintendenze arqueológicas
(Lacio, Etruria Meridional, Roma, Ostia) mientras que en las regiones autónomas (Sicilia, Va­
lle de Aosta ... ) las competencias son regionales.
9. El monopolio casi total que sobre la arqueología de un determinado territorio ejercen
ciertos soprintendenti es justamente criticado por aquellos profesionales, muchas veces prove­
nientes de la universidad, que ven como se les niega el acceso a determinados conjuntos de ma­
teriales, cerrados bajo llave incluso durante decenios, o se les impide con falsas excusas interve­
nir en ciertos yacimientos.
LO. Si tomamos como ejemplo la ciudad de Roma, veremos que al frente de las soprinten­
denze arqueológicas de la antigua Urbs se encuentran Adriano La Regina (Ministerio) y Euge­
nio La Rocca (Ayuntamiento). La figura equivalente en la estructura administrativa española
sería un jefe del Servicio de Arqueología de una Comunidad Autónoma. Salvo pocas ­poquf·
simas­ excepciones estos puestos se hallan ocupados por funcionarios con incipientes carreras
en el campo de la investigación, en ningún caso catedráticos, y cuyas opiniones tienen poca in·
cidencia en la sociedad.
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X HISTORIAS EN LA TIERRA )

zione). Este instituto fue el que, en colaboración con el equipo de Carandini,


elaboró los diversos tipos de fichas de registro que, desde 1984, utilizan todas
las administraciones italianas. En España, el Ministerio de Cultura ­ahora
ya englobado en un nuevo Ministerio de Educación y Cultura­ ha dejado
desde hace mucho tiempo de ejercer buena parte de las pocas pero necesa­ )
rias competencias que le reserva la Ley del Patrimonio Histórico Español )
(Ley 16/1985) y, en el ejemplo concreto del inventario, no existe una verda­
dera colaboración y complementación entre las diversas Comunidades Autó­
nomas para catalogar nuestro patrimonio arqueológico.'! La realidad de la
gestión del patrimonio arqueológico hispánico es muy heterogénea y existen
grandes diferencias entre los planteamientos y las medidas adoptadas por las
diversas comunidades. Destaca en este panorama la labor desarrollada por la
Junta de Andalucía ­en mi opinión, la única región española que cuenta
desde hace más de diez años con una verdadera política de patrimonio­ a la
que Carandini dedica las únicas referencias a nuestro país en este manual.12
Sirva como ejemplo de lo dicho el Programa Especial de Arqueología Urba­
na, promovido por la Junta de Andalucía en colaboración con las universi­
dades de dicha comunidad, para el que se ha diseñado y desarrollado un sis­
tema de documentación específico.P
Otro factor de diversidad entre los ambientes arqueológicos italianos y
españoles reside en el elevado espíritu crítico y la predisposición al debate de
la comunidad científica italiana. Uno de los primeros preceptos que la uni­
versidad de aquel país inculca al estudiante de arqueología es el escepticismo
y el espíritu crítico con el que debe analizar todas las noticias que se le trans­
mitan. No basta que un insigne profesor dictamine que la interpretación de
un determinado número de indicios sea x: debe demostrarlo.14 Esta situación
generalizada es la causa del rico debate científico, a veces exagerado, exis­
tente en Italia y cuyos resultados son altamente positivos para el mundo de

11. Pienso que, sin menoscabar las competencias de las diversas Comunidades Autóno­
mas, el Ministerio deberla promover, como hacía en los años ochenta, foros de discusión enca­
minados a la coordinación de criterios y líneas de actuación. A propósito de los inventarios: A.
Jimeno Martínez, J. del Val Recio y J. J. Femández Moreno, eds., Inventarios y cartas arqueo­
lógicas (Soria 1991), Valladolid, 1993; AA.VV., Catalogacián del Patrimonio Histórico, Instituto
Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de Andalucía, Sevilla, 1996. Véase también M.A. Que­
rol y B. Martínez, La gestión del Patrimonio Arqueológico en España, Alianza Editorial, Ma­
drid, 1996.
12. Véanse los trabajos de Femando Melina y Femando Contreras en la bibliograña final
de este volumen. A propósito de la opinión de Carandini sobre la situación de la arqueología en
Andalucía, que en este libro califica de «Paraíso científico e institucional. .... , véase también La
laurea non/a t'orcheologo [Tavola rotonda, Roma, 8 maggio 1992), Padus s.c.a., Padua, 1993, es­
pecialmente las intervenciones de A. Carandini (pp. 106­107) y X. Dupré (p. 108).
13. Femando Melina et al., «Un sistema de información arqueológica para Andalucía», en
Catalogación del Patrimonio Histórico, Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de
Andalucía, Sevilla, 1996, pp. 76­85.
14. Quien haya tenido la oportunidad de enseñar una excavación a un arqueólogo italiano
recordará una serie interminable de preguntas que pueden llegar a sorprender. En realidad no
es más que una consecuencia de este, en mi opinión positivo, espíritu critico.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA XI

Ja investigación. De la misma manera que Nino Lamboglia tuvo que sufrir los
duros ataques que personajes como Giuseppe Lugli ­el hombre de la técni­
ca edilicia­ hacían al método estratigráfico, Andrea Carandini y los repre­
sentantes de su escuela han sido objeto de críticas por parte de aquellos que
creen que la obsesión por la metodología lleva a olvidar los objetivos finales
de una intervención arqueológica o por aquellos que dan más valor al cono­
cimiento de las fuentes clásicas que a la utilización de una adecuada meto­
dología en el trabajo de campo. Una correcta lectura de este libro permite
observar como Carandini defiende la realización de excavaciones metodoló­
gicamente correctas sin por ello menospreciar, más bien lo contrario, ni a los
autores clásicos ni a las otras muchas fuentes de información histórica. A pe­
sar de ello, los detractores de la Uamémosle «cultura material» han llegado a
acusar al propio Carandini ­creo que injustamente­ de haber traicionado
a Ranuccio Bianchi Bandinelli, el gran maestro de una generación de impor­
tantes arqueólogos italianos ­incluido el propio autor de este libro­. Ca­
randini y su escuela no han despreciado en nada la tradición de estudios so­
bre lo bello de la antigüedad, simplemente los bao complementado con el
estudio y el análisis de lo menos bello, de lo cotidiano, incluso de lo sórdido
pero igualmente importante para la comprensión del pasado, para la com­
prensión de las historias conservadas en la tierra.
Sin embargo, la propensión a la crítica y al debate de nuestros colegas ita­
lianos, tan positiva en ámbitos científicos, se convierte en un factor negativo
cuando las discusiones se centran en aspectos de tipo práctico u organizati­
vo. Pongamos un ejemplo. A pesar de lo mucho que ­creo­ se ha discuti­
do al respecto, todavía no se ha encontrado una fórmula para articular unos
mecanismos de coordinación entre el mundo de la gestión del patrimonio ar­
queológico, representado por las soprintendenze, y los estamentos universi­
tarios que, a parte de sus tareas docentes, se dedican fundamentalmente a la
investigación: la colaboración generalizada entre los profesionales de ambos
campos de actividad representaría un avance importante en el buen gobier­
no del extraordinario patrimonio arqueológico italiano. •s
Contrasta con esta realidad el poco debate existente en España" y que,
en el caso que nos ocupa, explica la escasez de una crítica metodológica o que
las sucesivas ediciones italianas de Storie dalla terra no hayan sido objeto de

15. Evidentemente 54! dan algunas excepciones, debidas a la existencia de una buena rela­
ción a nivel persona.!. En la propia ciudad de Roma, por ejemplo, no existe un marco institucio­
nal en el que los representantes (ministeriales y municipales) de la gestión del patrimonio ar­
queológico, de la universidad y del mundo de la investigación puedan debatir conjuntamente los
problemas que afectan al patrimonio arqueológico de la capital del Imperio.
16. «Arqritica nace como consecuencia de una reOexión sobre el panorama de las publica­
ciones arqueológicas en España, que advierte dos hechos claros: por un lado, la escasa atención
que las revistas especializadas dedican a la recensión ... Por otro lado, la falta de critica en las
escasas publicaciones que se consagran a esta parcela tan importante de la divulgación científi­
ca ... Ante el patente vado de la discusión arqueológica española ... •, Editorial de Arqritica, 1,
Madrid, 1991. Una buena prueba de lo dicho ha sido el fracaso editorial de Arqritica que no ha
superado los 5 años de vida.
Xll HISTORIAS EN LA TIERRA

recensiones ­al menos yo las desconozco­ en revistas españolas especiali­


zadas. Tenemos que aceptar que, en el campo de la arqueología clásica y me­
dieval, la escasa bibliografía peninsular sobre aspectos metodológicos gene­
rada a partir de la generalización en el uso del llamado método Harris se
limita a la difusión del mismo, sin aportaciones críticas y, mucho menos, me­
todológicas.P El panorama arqueológico hispánico no ha sido ni es especial­
mente rico en trabajos de tipo teórico o metodológico y, si nos referimos con­
cretamente a manuales de excavación, resulta claro que los únicos textos
autóctonos que el arqueólogo español ha podido utilizar son la Introducción
al estudio de la prehistoria y de la arqueotogia de campo de Martín Almagro
y la aportación de Manuel Riu al manual de arqueología medieval de Michel
de Bouard. 18 Ambas obras dan su justa importancia a las cuestiones estrati­
gráficas, siguiendo aquella línea que empezó a abrirse camino en nuestra pe­
nínsula en el período de la posguerra partiendo de dos hechos concretos: la
apertura en Madrid de una sede del Instituto Arqueológico Alemán (1945) y
la participación de Nino Lamboglia en los cursos de Ampurias (1947).
Desconozco, aunque seria interesante investigar al respecto, cuáles fue­
ron las repercusiones en España de la publicación en 1954 de la primera edi­
ción de Archaeology from the Earth de sir Mortimer Wheeler, traducido al
castellano en 1961. 19 Pero creo no equivocarme al pensar que el llamado mé­
todo Wheeler empezó a difundirse en nuestro país filtrado por la experien­
cia y enriquecido por las aportaciones personales de Nino Lamboglia, a
quien Carandini define como poswheeleriano. La presencia de Lamboglia,
durante más de veinte años, en Ampurias hizo que dicho yacimiento, por las
especiales características de los cursos allí organizados, se convirtiera en el
núcleo de irradiación de una nueva preocupación por el valor de los estratos
en la excavación arqueológica y, también, por la importancia de los estudios
tipológicos cerámicos como instrumento para el mejor conocimiento de la
cronología a atribuir a la formación de dichos estratos. Los cursos de Ampu­
rias, nacidos en el momento en que Europa quería olvidar su trágico pasado
inmediato y en el que se volvían a poner en marcha los mecanismos de coo­

17. Víctor M. Femández Mart!nez, Teoría y método dt la arqueología, Editorial Síntesis,


Madrid, 1989; Martí Mas Cornellá, «La aplicación del método Harris», en GiseUa RipoU, ed., Ar­
queología, hoy, Madrid, 1992, pp. 61 ss.; Germán Prieto Vázquez, «Sobre el Método Harris de ex­
cavación arqueológica», en Carpetania, pp. 145 ss.; Juan Zozaya, «Aproximación a una metodo­
logía de la arqueología medieval», en Actas del I Congreso de Arqueología Medieval Española
(Huesca 1985), Zaragoza, 1986, l, pp. 67 ss. Especialmente interesante el prólogo a Miquel Barceló
et al., Arqueología medieval En las afueras del «medievolismo», Critica, Barcelona, 1988, pp. 9 ss.
Una situación similar a la española se da también en Portugal: Amilcar Guerra, «Escavar? ... Sim
Obrigado! a resposta de Harris», en Almadan, O, Almada, 1982, pp. 8­10; «Alguns aspectos de
urna escavacao: método, técnica e registe», en Almadan, 2, Almada, 1984, pp. 8­10; Métodose Téc­
nicas de escava¡;tlo: contrlbuitos para um debate, «Oio/Arqueologia», 2 (en prensa).
18. Martín Almagro Basch, lntroauccián al estudio dt la prehistoria y de la arqueología dt
campo, Barcelona, 1960; Michel de Bouard y Manuel Riu, Manual de arqueología medieval De
la prospección a fa historia, Barcelona, 1977. f/1
19. Mortimer Wheeler, Arqueología de campo, México, 1961.
PRÓLOGO A LA EDIOÓN ESPAÑOLA XIII

peración cientíñcaj" reunieron en los meses de verano, en un marco medite­


rráneo de excepción, a arqueólogos españoles, italianos, franceses y de otros
países. El Istituto Intemazionale di Studi Liguri, organismo desde el que
Lamboglia realizaba su intensa labor, fue desde 1947 una de las instituciones
organizadoras. Martín Almagro Basch, director del curso de Ampurias junto
con Lluís Pericot durante veinte años, rendía homenaje, años más tarde, a la
aportación de Lamboglia a dichos cursos y explicaba cómo sus preocupacio­
nes por la estratigrafía y por la tipología hicieron mella en los asistentes a los
mismos;21 fruto de ello fue el primer estudio de una estratigrafía ampuritana,
publicado por Almagro y Lamboglia.F El propio Lamboglia, a partir de esta
experiencia hispánica, realizó otros sondeos estratigráficos en otros yaci­
mientos españoles.P Aquellos cursos ampuritanos estaban plenamente aso­
ciados al concepto de cata estratigráfica y buena muestra de ello era el énfa­
sis que se ponía en las crónicas de los mismos, al indicar el lugar en el que se
había hecho la cata y quién había sido el director de la misma.2'1 Recuerdo
que cuando asistí por primera vez al curso, en 1973, todavía se mantenía lo
que entonces ya era sólo un ritual: el primer día se procedía a la elección de
los puntos en los que se abrirían las diversas catas estratigráficas. Lo limita­
do y puntual de las mismas, hacía que los resultados de dichas excavaciones
fuesen también limitados y no contribuyesen a un progreso en el conoci­
miento de la evolución de la antigua ciudad. Las características de los cursos,
con profesores invitados que impartían sus lecciones teóricas por la tarde y
con alumnos de muchas universidades españolas y algunas extranjeras.P pro­
movieron en gran manera que lo que de nuevo se bacía en Ampurias se di­
fundiese rápidamente por todo el territorio peninsular.P

20. Son los mismos años ca los que, en Roma, se crean la Associazionc lnternazionale di
Archeologia Classica (1945) y la Unionc Intemazionale degli lstituti di Arcbeologia, Storia e
Storia dell'Arte in Roma (1946). Massimo Pallottino, en Speculum Mundi. Roma centro inter­
nazionale di ricerche umanistiche, Roma, 1992, pp. 9­13 y 47­52.
21. Martín Almagro Bascb, «El recuerdo desde España del profesor Nino Lamboglia», Ri­
vista di Studi Liguri, 43, Bordighera, 1977, pp. 17 ss.
22. Martín Almagro Basch y Nino Lamboglia, «La estratigrafía del dccumano A de Am­
purias», Ampurias, XXI, Barcelona, 1959, pp. 1 ss,
23. La excavación estratigráfica realizada por Lamboglia, coa la colaboración de José Sán­
chez Real, en el relleno interno de la muralla republicana de Tarraco, a principios de los años
cincuenta, suministró las pruebas definitivas de la plena romanidad del recinto defensivo de
aquella ciudad, demostrando la validez de la tesis de Joan Serra Vilaró. Nino Lamboglia, «li pro·
blema dellc mura e dellc origini di Tarragona», Miscelánea Arqueolágica, I, Barcelona, 1974, pp.
397 SS.
24. Véase, por ejemplo, «Crónica de los Cursos Internacionales de Prehistoria y Arqueo­
logía en Arnpurias», Miscelánea Arqueológica. 1, Barcelona, 1974, p. KYUJ.
25. En los años sesenta, el propio Andrea Carandini participó como alumno.
26. Un buen ejemplo en Joan Maluqucr, El yacimiento hallstéttico de Cortes dt Navarra.
Estudio critico, «Excavaciones en Navarra», 4 y 6, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1954
y 1958 (en especial el tomo segundo), y Joan Maluqucr, Cita estratigrdfica en ti poblado de «La
Pedrera» en Va/lfogona de Balaguer, Urida, «Publicaciones Eventuales», 2, Universidad de Bar­
celona, Barcelona, 1960.
}
)
XIV HISTORIAS EN LA TIERRA
)
La instalación en España del Deutsches Archéologisches Institut, con la
apertura de una sede en Madrid, creo que no incidió, en los primeros años,
en la difusión en nuestro país del valor del análisis estratigráfico. Pero sí es
cierto que, en un segundo momento, cuando las excavaciones del Instituto se
extendieron por diversas zonas de la península y empezó a publicarse Ma­
drider Mitteilungen (1960), buena parte de la comunidad arqueológica hispá­
)
nica quiso emular la pulcritud de las excavaciones «de los alemanes», exca­ ,
vaciones en las que se aplicaba el método Wbeeler y en cuyas publicaciones
se podían observar secciones y cortes estratigráficos dibujados con gran ma­
estría. No se trata aquí de hablar de la influencia, claramente positiva, que en
la arqueología española ha tenido el Instituto Arqueológico Alemán; deseo
solamente destacar que, durante muchos años, sus excavaciones y, especial­
mente, sus publicaciones han sido un modelo a seguir.27
La arqueología clásica española de los años setenta, en lo que a exca­
vaciones arqueológicas se refiere, era, en parte, fruto de estas in.fluencias y )
continuaba su evolución perfeccionándose en la aplicación del método Whee­
ler/Lamboglia y rellenando los más o menos caóticos diarios de excavación.
La arqueología urbana apenas había hecho acto de presencia y, en conse­
cuencia, no se habían producido aquellos cambios que, en otros países, esta­
ban poniendo en cuestión la utilidad del método vigente. La verdad es que r
poco se ha escrito en España acerca de la introducción y difusión en nuestro
país del uso de los nuevos sistemas de registro de datos arqueológicos com­
pletados con la elaboración del diagrama estratigráfico de Harris.P Pero todo
parece indicar que, paralelamente a cuanto había ocurrido, años antes, con el
método Wbeeler/Lamboglia, introducido en España a través de Ampurias de
la mano de un italiano (Nino Lamboglia), fue de nuevo gracias a la expe­
riencia italiana (excavación de Andrea Carandini en Settefinestre) que el
método Harris llegó a la península a través de Ampurias, esta vez gracias a
un británico (Simon J. Keay) que había participado en la excavación de Set­
tefinestre. Recordando aquellos carteles que bajo la dictadura llenaban las
carreteras de la provincia de Girona y que rezaban «Ampurias puerta de
griegos y romanos en España» podríamos decir que Ampurias también fue la
puerta de entrada de los métodos Wbeeler/Lamboglia y Harris/Carandini en
la península ibérica. Para ser exactos, la primera excavación española en la
que se utilizaron fichas de registro arqueológico fue la excavación de la villa

27. Una visión de los cincuenta años del Instituto Arqueológico Alemán en España en
José María Luzén, «Arqueología alemana en España y Portugal. Una visión retrospectiva», Ma­
drider Mitteitungen, 36, Maguncia, 1995, pp. 1 ss.
28. Véase el prólogo de Emili Junyent a Edward C. Harris, Principios de estratigrafía ar­
queológica, Crítica', Barcelona, 1991, pp. vn ss.; en lo que respecta a Cataluña, véase Isabel O.
Trócoli y Rafel Sospedra, eds., Harris Marrix. Sistemes de registre en arqueotogia / Recording Sys­
tems in Archaeology, «Col. El Fil d'Ariadna. Historia», 9, Publicacions de I'Estudi General de
Lleida, Lleida, 1992, 2 vols. Mi gratitud por las informaciones facilitadas en relación a esta cues­
tión por Luis Caballero (Madrid), Alberto Lépez (Barcelona), Femando Molina (Granada), Ju­
lio Nüñez (Vitoria), Raquel Vilasa (Coimbra) y Juan Zozaya (Madrid).
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA XV

romana de Vilauba en 197929 e inmediatamente en las excavaciones del veci­


no conjunto ampuritano. El mismo año, gracias a la participación del britá­
nico Phi! Banks, Juan Zozaya aplicaba el nuevo método en el yacimiento me­
dieval de Gorrnaz.P
Los primeros años de la década de los ochenta, marcan el período en el
que una parte de la arqueología española, el sector más dinámico y sensible
a los progresos metodológicos, asistió a la aparición de los conceptos de dia­
grama estratigráfico (Harris Macro:) y de excavación en extensión (Open
Area) y en el que, especialmente, se vivió una especie de fiebre que, en algu­
nos ambientes arqueológicos, llevaba a una multiplicación de fichas.31 Quien
tenía acceso a la ficha tipo de un yacimiento determinado, la copiaba inme­
diatamente, modificándola en su formato, para adaptarla a las necesidades de
su excavación. Estos primeros reflejos de la revolución que, en los sistemas
de registro arqueológico, se había producido en otros países europeos, estu­
vieron, afortunadamente, acompañados por un proceso serio de implanta­
ción del llamado sistema Harris en una parte significativa de las excavacio­
nes que se realizaban en nuestro país. Aparecieron publicadas las primeras
intervenciones en las que se habían utilizado fichas de registro, se habían rea­
lizado diagramas estratigráficos y habían sido planteadas bajo los criterios de
la excavación en extensión, siendo pionera en este sentido la publicación de las
excavaciones realizadas en 1982 en el conjunto forense de Ampurias, yaci­
miento que había recuperado ya para usos oficiales y científicos su topónimo
catalán: Empúries.32 De nuevo esta vez, los ya citados cursos de Ampurias,
sirvieron de instrumento de difusión del nuevo método que, al mismo tiem­
po, se difundía también en el centro de la península y que, a partir de expe­
riencias en yacimientos de época medieval, arraigaba en el País Vasco en la
segunda mitad de la década de los ochenta.33
Pero esta conversión al «harrisianisrno» adolecía de una falta de refle­

29. Assumpta Roure, «La primera experiencia amb l'escola anglesa: Vilauba», en Harris
Matrix. Sistemes de registre ... , l, pp, 19 ss.; AA.VV., La 11iJ,/a romana de Vilauba (Camós), «S�­
rie MonogrMica», 8, Girona, 1988, pp. 12­13.
30. Phil Banks y Juan Zozaya, «Excavations in tbe Caliphal Fortress of Gormaz (Soria),
1979­1981: a summary», en Papers in lberian archaeology, «B.A.R, lnternatiooal Series», 193,
1984, pp. 674 ss.; Juan Zozaya, «Evolución de un yacimiento: el castillo de Gormaz (Soria)», en
André Bazzana, ed., Castrum 3, Guerre, fortification et habita/ dans le monde méditerranéen au
moyen 4ge (Madrid, 24­27 novembre 1985), Madrid­Roma, 1988, pp. 173 ss,
31. Una parte del colectivo profesional, desinteresada en los progresos metodológicos apli­
cados al trabajo de campo, sigue todavía pensando que «excavar en extensión» significa afectar
grandes superficies de un yacimiento.
32. AA.VV., El Fórum roma d'Empúries, Barcelona, 1984; véase especialmente el aparta­
do dedicado a metodología y al sistema de registro utilizado, pp. 25 ss.
33. Mercedes Urteaga, que había colaborado con el Depanment o/ Urban Archaeology del
Museo de Londres, fue quien lo introdujo en Euskadi; generalizándose a partir del Curso de Ar·
queolog!a de Intervención (San Sebastián, 1987). Años más tarde (1991), el propio Edward C.
Harris participaría en las «Jornadas Internacionales Arqueología de Intervención», celebradas
también en San Sebastián: AA.VV., Jornadas Internacionales Arqueologla de lntervencién, Go­
bierno Vasco, Bilbao, 1992, 508 pp.
)
)
XVI HISTORIAS EN LA TIERRA

xión y de una puesta en común de experiencias. Una primera iniciativa en di­


cho sentido fue la reunión sobre «Nous metodes de registre i análisi de da­ J
des en arqueologia clássica», celebrada en Tarragona en 1983, que contó con
)
una nutrida participación.>' Años más tarde (1989), un seminario celebrado
en Girona, dio como resultado una excelente publicación que, entre otros )
muchos méritos, incluye una valoración de la aplicación de los nuevos plan­ )
teamientos en diversos yacimientos peninsulares ­básicamente en Cata­
)
luña­, un artículo del propio Harris y una prepublicación de la segunda
edición, a cargo de Craig Spence, del Site Manual del Departamento de Ar­
queología Urbana del Museo de Londres.P
Para finalizar esta mi modesta contribución destinada a aclarar al lector
cuál es el contexto en el que debe enmarcarse la publicación en España del
libro que tiene en sus manos, deseo detenerme, brevemente, en dos episodios
dignos de mención.
En 1986, el Ayuntamiento de Tarragona creó el Taller Escota d' Arqueo­ )
logia {TED'A). Este hecho representó para la arqueología española la pri­
mera experiencia en la que un numeroso e interdisciplinar equipo afrontaba
el estudio del pasado de una ciudad ­Tarragona­ a través, básicamente, de
intervenciones arqueológicas que, en muchos casos, eran generadas por la
propia dinámica de la ciudad. Se creaba pues un primer gran equipo de ar­
queología urbana que, en sus planteamientos y en su organización, recogía la
rica experiencia británica y francesa. No pretendo aquí extenderme sobre las
características de este centro ­sería difícil en mi caso mantenerme en los lí­
mites de la objetividad­,36 pero deseo destacar que, a lo largo de su corta

34. Esta reunión se organizó de forma improvisada y no ha sido ni será jamás publicada.
A este mismo periodo corresponde la aparición de la traducción española de Archeologla e cul­
tura materiale, la primera obra de Carandini traducida a nuestro idioma: Andrea Carandini, Ar­
queologla y cultura material, Mitre, Barcelona, 1984.
35. Isabel G. Trécoli y Rafel Sospedra, eds., Harris Matri.x. Sistemes de registre en arqueo­
logia / Recording Systems in Archaeotogy, «Col. El Fil d'Ariadna. Historia», 9, Publicacions de
l'Estudi General de Ueida, Ueida, 1992, 2 vols. Todas las contribuciones a esta reunión se ha­
llan publicadas en catalán y en inglés. Aprovechando su presencia en nuestro país, Edward C.
Harris fue entrevistado por Isabel G. Trócoli y Joaquín Ruiz de Arbulo para la Revista de Ar·
queologia (109, mayo de 1990, pp. 56­58).
36. A propósito de las características y objetivos del centro, véase Taller Escota d'Arqueo­
logia, 1987­1990, Tarragona, 1990; Xavier Dupré Raveotós, «El Taller Escala d'Arqueologia
{TED'A) de Tarragona», en actas de las 1 Iomades sobre la situaciá professional en l'arqueolo­
gia (Barcelona, 1987), CoHegi Oficial de Doctors i Llicenciats en Filosofia i Lletres i en Cien­
cies de Catalunya, Barcelona, 1992, pp. 201 ss.; «La ricerca scientifica come strumento di tutela
dei beni archeologici: l'esperienza di Tarragona» (actas del congreso Roma e le capital! europe­
ee dell'orcheotogia; Roma, 12/15.()­1991), en Eutopia, 1.2, Roma, 1992, pp. 43 ss.; «Organlzzazío­
ne dell'archeologia in arnbito urbano: il Taller Escola d'Arqueologia {TED'A) in Tarragona
(Spagna)», Ocnus, 2, Universitá degli Studi di Bologna, Bolonia, 1994, pp. 53 ss. Valoraciones
criticas en Josep M. Notta «El TED'A i l'arqueologia urbana a Catalunya», Revista d'Arqueolo­
gia de Ponent, 1, Lleida, 1991, pp. 326 ss.; Simon J. Keay, «New light on the colonia Iulia Urbs
Triumphalis Tarraco (Tarragona) during tbe late empires, Ioumal o/ Reman Archaeology, 4,
Micbigan, 1991, pp. 387 ss.; Carmen Aranegui y Vicente Lerma, «Archéologie urbaine: évolu­
tion recente de la situation en Espagne», Nouvetles de t'Archéotogie, SS, París, 1994, pp. 30 ss.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA XVII

aunque fructífera existencia, el TED'A desarrolló un programa exhaustivo


de organización del archivo de datos y aplicó una metodología coherente. La
experimentación y la reflexión permitieron, también, hacer contribuciones
en este último campo.F
El segundo episodio digno de mención es el relativo a la aportación es­
pañola a la Uamada «Arqueología de la Arquitectura» o aplicación del mé­
todo estratigráfico a la lectura de paramentos. Esta nueva faceta del análisis
arqueológico, desarroUada en Italia a partir de mediados de la década de los
ochenta,38 se halla, en la actualidad, en plena fase de expansión. Expansión
que se refleja en la aparición de nuevas lineas de investigación (análisis es­
tratigráfico de los alzados, estudio de técnicas constructivas, mensiocrono­
logía, reconstrucción de ciclos productivos ... ) y en la individualización de
distintas metodologías para cada una de dichas Líneas.39 La contribución es­
pañola a esta nueva disciplina arqueológica.w que no se ha limitado a la apli­
cación práctica de sus presupuestos, se refleja en trabajos como Leer el
documento construido." en el que se puede observar la solidez de plantea­
mientos, la validez metodológica y los excelentes resultados obtenidos por

37. TED'A, «Registro informático y arqueología urbana», en actas del congreso Archeo­
n y
logia e lnformatica (Roma, 3­5 marzo /988), Roma, 1988, pp. 1 ss.; «Arqueología Restaura­
ción», en Conservation­Restauration des biens culturels. Traitement des supports. Travaux inter­
disciplinaires (Paris, 2­4 novembre 1989), París, 1989, pp. 91 ss.; Xavier Dupré Raventós, «La
organización de los archivos arqueológicos: la experiencia del TED'A•, en Iruerbentzto Arkeo­
logia. Jornadas Internacionales Arqueologla de Intervención (San Sebastián, diciembre de 1991),
Bilbao, 1992, pp. 279 ss.; Joaquín Ruíz de Arbulo, «El registre de dades en l'arqueologia urba­
na: l'experiencia del TED'A,., en Harris Matri». Sistemes de registre ... , l, pp. 41 ss,
38. Véase, en la bibliografía final de este libro, los trabajos de Gian Pietro Brogiolo, T12ia­
no Mannoni y Roberto Parenti, entre otros.
39. Gian Pietro Brogiolo, «Prospcttive per l'archeologia dell'archlteuura», Archeologia
dell'Archttettura, 1 (suplemento a Archeologia Medievo/e, XXII) Florencia, 1996, pp. 11 ss. En
esta misma monografía véase una interesante contribución de un joven arqueólogo espai'lol:
Juan Antonio Quirós, «Produzione di laterizi nella provincia di Pistoia e nalla Toscana medie­
vale e posimedievale», pp. 41 ss.
40. Diversos son los equipos de investigación que se ocupan de esta disciplina: Luis Caba­
llero en el Centro de Estudios Históricos del CSIC (Madrid); Antoni González y Alberto López
en el Servei del Patrimoni Arquiiectánic Local (Barcelona) y Agustín Azcarate y Julio Núñez en
la Universidad del País Vasco (Vitoria).
41. Luis Caballero y Pablo Latorre, eds., Leer el documento construido, número monográ­
fico de Informes de la Construcción, n.º 435 (enero­febrero), CSIC, Madrid, 1995. A destacar
también: Luis Caballero, «El método arqueológico en la comprensión del edificio (sustrato y es­
trucrura)», en Curso de mecánica y tecnología de los edificios antiguos, Colegio Oficial de Ar­
quitectos de Madrid, Madrid, 1987, pp. 13 ss.; Antoni González, «Por una metodología de la in­
tervención en el patrimonio arquitectónico (El monumento como documento y como objeto
arquitectónico)», en Monumentos y Proyecto. Jornadas sobre criterios de intervención en el Pa­
trimonio Arquitectánico, Ministerio de Cultura, Madrid, 1987, pp. 37 ss.; Agustín Azcárate,
«Aportaciones al debate sobre la arquitectura prerrománica peninsular: la iglesia de San Román
de Tobillas (Alava)», Archivo Español de Arqueología, 68, Madrid, 1995, pp. 188 ss.; Alberto
López, ed., tnvestigocions arqueologi.ques i hisroriquts al Berguedá (/1). Sant Lloren; de Pedret
prop Bagd. Sant Quirie de Pedret, «Quaderns Cienufics i Tecnics», 6, Servei del Patrimoni Ar·
quitectónic Local, Barcelona, 1995
)
)
XVIII HISTORIAS EN LA TIERRA

los arqueólogos, y también arquitectos, que en nuestro país dedican sus es­
fuerzos a la comprensión de la evolución histórica de edificios. )
Estoy convencido que la lectura de Historias en la tierra. Manual de ex­
)
cavación arqueológica, ayudará a resolver muchas dudas a quienes dedican
sus esfuerzos a recuperar el pasado mediante, pero no solo, el trabajo de cam­ )
po. También servirá para que ­creo haber entendido que este es uno de los )
objetivos de Andrea Carandini­ los jóvenes arqueólogos y los estudiantes
de arqueología asimilen las muchas y magistrales lecciones contenidas en las
páginas de este libro que ­el lector se dará cuenta de ello­ es mucho más )
que un manual de excavación arqueológica. De ellos también se espera que
reflexionen sobre los numerosos temas planteados y se cuestionen acerca de )
importantes problemas como ­por poner un ejemplo­ el hecho que, mien­
tras en cualquier ciencia «seria» los avances metodológicos son inmediata­
)
mente aplicados o criticados en publicaciones especializadas; en arqueología,
ciertos colectivos profesionales pueden permitirse el lujo y la veleidad de no )
aplicar a sus trabajos los nuevos métodos de investigación sin ni tan siquiera
exponer las razones que les han inducido a una tal decisión. Si la publicación
de este libro contribuye a mejorar algunas de las situaciones aquí brevemen­ )
te expuestas, la arqueología española estará en deuda con su autor.

Xavier Dupré Raventás

Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC)


Noviembre de 1996
PREFACIO

Estratigrafía y técnica de excavación

Este libro es, en su primera parte, un manual de estratigrafía arqueológi­


ca (el adjetivo es necesario para distinguirla de la geológica, que ha sido su
creadora). En él se trata de la filología y del método histórico aplicados al
mundo de los objetos. La crítica de las cosas se fundamenta en los principios
que permiten la excavación de monumentos sumergidos en la tierra o en el
mar, la lectura en profundidad de los que están a la vista y en uso y permite
relacionar entre sí las partes cubiertas y las descubiertas de cualquier edifi­
cio, tumba u otro tipo de estructura. Estas páginas no contienen una historia
concreta, pero explican cómo se pueden llegar a narrar muchas historias de­
sentrañando el universo material.
Los principios de la estratigrafía han sido inventados por una tradición
de estudios reciente, principalmente de nuestro siglo, que ha alcanzado su
punto culminante en la arqueología británica de la última generación. Adop­
té por primera vez el método de excavación británico en Cartago en 1973 y
lo apliqué en Italia en la excavación de Settefinestre desde 1976 (Carandini
et al., 1983; Carandini, 1985a). Una primera edición de este manual se publi­
có en 1981 (Carandini, 1981), contemporáneamente a la traducción del de
Barker (Barker, 1977) y antes de que se desarrollase en Italia una verdadera
«arqueología urbana». Esta segunda edición es una reelaboración completa
y una actualización de la anterior, fruto de contaminaciones entre experien­
cias del mundo septentrional y del Mediterráneo (de Italia al África septen­
trional) que ha durado más de quince años (mis experiencias de excavación
anteriores, entre la segunda mitad de los años sesenta y los primeros setenta,
se guiaban por el método de N. Lamboglia, entonces el mejor que había en
Italia pero que ahora debe considerarse superado).
Ahora puedo tener en cuenta las primeras experiencias de arqueología
urbana en Italia (pp. 23, 30), la edición de la excavación de Settefinestre, que
ha permitido comprobar los enunciados originales y que representa a su vez
un primer manual en lengua italiana de cómo se puede publicar una excava­
ción, la excavación casi acabada de la vertiente septentrional del Palatino,
uno de los lugares estratigráficamente más complejos (siglos vm a.C.­xVI
d.C.): en consecuencia, un campo perfecto para una ulterior precisión meto­
2 HISTORIAS EN LA TIERRA

dológica, y, finalmente, los últimos avances de la propia arqueología británi­ )


ca que sigue todavía en la vanguardia. El lector perdonará las abundantes ci­ )
tas relativas a nuestro grupo de investigación, por ejemplo a la edición de la )
excavación de Settefinestre, necesarias por la voluntad de mantenemos en el
ámbito de una propuesta orgánica de formas y de procedimientos estratigrá­ )
ficos. Este manual no incluye una historia de las excavaciones ni de sus mé­
todos, pero sí la exposición de una tradición metodológica, que tiene sus orí­
genes en Gran Bretaña y que está conquistando Francia e Italia.
Mientras tanto, el clima cultural ha cambiado en Italia. En 1981 la ar­
queología de campo moderna comenzaba a desarrollarse con dificultades.
Hoy, en cambio, se halla oficialmente aceptada (pienso en el sistema de ca­ )
talogación de los bienes arqueológicos finalmente elaborado por el Instituto
central del catálogo) y se difunde cada vez más, elevando notablemente el ni­
vel de estos estudios en las diferentes regiones e incluso en Roma, gracias a
los programas de la Sopriotendenza arqueológica estatal, ideados por A. La
Regina. Se han iniciado incluso las excavaciones en los Foros imperiales, an­
tes bloqueadas por un enfrentamiento ideológico, ahora menos furibundo
(aunque no desvanecido) gracias a una conciencia más difusa de las necesi­
dades urbanísticas de la capital y de la nueva memoria que la actual arqueo­
logía urbana se halla en grado de ofrecer.
El libro conserva algunas limitaciones presentes ya en el texto original.
Es un manual válido para los hábitats rurales y urbanos y algo menos útil
para las estructuras o los restos submarinos (Gianfrotta­Pomey, 1981) y para
las necrópolis. Dedica, voluntariamente, mayor atención a los estratos que a
los bienes muebles y a los restos paleoecológicos contenidos en aquéllos. Ha
sido escrito por un arqueólogo clásico (no por un geoarqueólogo), por lo que
es válido para la Antigüedad y también para la protohistoria, la Baja Edad
Media y la época moderna, pero es insuficiente para la prehistoria y quizás
también para la Alta Edad Media. De hecho, son diferentes las circunstan­
cias en las que la actividad humana es la principal generadora de la estratifi­
cación de aquellas en las que, al contrario, la naturaleza es la que desempe­
ña el papel primordial. En estas últimas el estudio de las sedimentaciones, de
las erosiones, de los transportes y de las pedogénesis es esencial. Por otro
lado, la ciencia de la historia no podrá jamás reducirse a la ciencia de la tie­
rra. Pondría incluso en guardia a los jóvenes arqueólogos protohistóricos,
clásicos y posclásicos contra el peligro de descuidar los estudios tradicionales
para dedicarse desmesuradamente a los cambios biogenéticos. Con toda mi
admiración por este tipo de estudios, tengo que admitir una limitación: cam­
biaría tres geoarqueólogos por un historiador del arte o de la arquitectura
cautivado por la estratigrafía.
La primera edición concluía con apéndices, debidos a otros autores, so­
bre materias específicas o afines al tema principal, materias que aquí se
han suprimido porque merecen por sí solas un manual: de la topografía,
al dibujo, la tipología, la ecología, la geología y la restauración arqueoló­
gicos.
PREFACIO 3

La exposición de las reglas del juego estratigráfico, acompañada por fi­


guras concebidas por mi y realizadas por G. Moscara, ahora revisadas y am­
pliadas, ofrece una guía lógica a los problemas de la estratificación. Cada
guía constituye una traición a la realidad concreta y como cualquier abstrac­
ción de la práctica presupone una tolerancia al menos provisional con la teo­
ría, que se convierte frecuentemente en brújula indispensable para orientar­
se cuando nos hallamos inmersos en el laberinto de las cosas. No he incluido
gráficos ilustrativos de estratigrafías reales, para lo que invito a consultar
otras publicaciones y, en particular, la edición de la excavación de Settefi­
nestre, que constituye la verdadera ilustración de este manual en lo que res­
pecta a cosas concretas.
Para poder extraer excavando el máximo de información y para poder
comparar los resultados de diferentes excavaciones se requiere un mínimo
común denominador en el método que se usará en el trabajo de campo, por
debajo del cual se está fuera del procedimiento útil para la reconstrucción
histórica y se entra a formar parte de lo que, hasta hace poco, era el grupo de
los destructores de la documentación arqueológica depositada en el territo­
rio, grupo en el que había que incluir no sólo a los excavadores clandestinos,
sino también a los propios arqueólogos. Se trata, por lo tanto, de identificar
reglas de conducta para aplicar en la excavación, de forma más sistemática o
concisa según las circunstancias, para individualizar el mayor número posible
de acciones naturales y humanas, de acumulación o de sustracción, intencio­
nadas o casuales. Para ello es necesario analizar tales acciones en el orden
inverso a aquel en que se han producido, como ocurre en el juego de los pa­
lillos chinos. Por otro lado, sin reglas no se crea una verdadera comunidad
científica, que es la premisa esencial para cualquier avance serio en la inves­
tigación. El talento se muestra cada vez menos enemigo de la norma, espe­
cialmente en un trabajo que es también manual. ¿Quizás no es el excavador
un artesano al servicio de la memoria?

Estratigrafía y cultura de los indicios

Pero la excavación implica no sólo desmontar sino también remontar, es


decir, la construcción de una historia en las tres dimensiones del espacio, lo
que no es un hecho exclusivamente instrumental o una cuestión de mera téc­
nica estratigráfica. Por otro lado, cada técnica se relaciona con una cultura
particular, con un sistema de pensamiento más amplio. La estratigrafía es
además un método científico bastante joven respecto a la tradición humanis­
ta de la arqueología histórico­anticuaria e histórico­artística. Es natural que,
en el intento de acreditarse, incluso ante las resistencias de quien la querría
subalterna, la estratigrafía vaya en busca de las disciplinas hermanas consoli­
dadas, de su propio contexto ideal. Se trata de parecidos en las formas y de
contactos reales que unen los diversos conocimientos indiciarios hijos de la
sintomatología médica (Ginzburg, 1979). Por dicha razón, el libro contiene
)

4 HISTORIAS EN LA TIERRA

en su segunda parte tres ensayos dedicados a argumentos de carácter más


general. Se trata también en este caso de reflexiones abstractas, pero que
surgen de experiencias de campo y se refieren a cuestiones muy concretas.
¿Cómo reflexionar sobre Longhi o Bianchi Baodinelli describiendo un alma­
cén de la Roma imperial, cómo analizar el método de Sherlock Holrnes en­
trando en las casas de los cónsules de la República y cómo entender el signi­
ficado de las metáforas arqueológicas de Freud entre los lagartos de las
fortificaciones palatinas? La narración histórica requiere fluidez más que
excursus metodológicos. Pero no siempre conviene renunciar al género me­
todológico, por muy imperfecto que éste sea, convencidos de que «la perfec­
ción del filosofar está en haber superado la forma provisional de la "teoría"
abstracta y en pensar la filosofía de los hechos particulares narrando la his­
toria, la historia pensada».'
Tras haber expuesto las reglas para el desciframiento del universo de los
objetos, ha llegado el momento de encontrar alguna incertidumbre. ¿Qué es
la arqueología? Quizás su secreto reside en la superficie que la separa de las
otras disciplinas indiciarias, que con ella jamás se habían realmente compa­
rado: desde la historia del arte, a la investigación y al psicoanálisis. El estu­
dio vienés de Freud ­pero no su casa, que estaba en el mismo piso­ se mos­
traba como un gabinete de maravillas arqueológicas clásicas y orientales. El
paciente se tumbaba bajo una reproducción del templo de Ramsés II en Abu
Simbel, mientras el analista se sentaba en el sillón vigilado por un retrato ro­
mano. En aquellas habitaciones no había ningún objeto medieval o moderno
porque allí la cuestión era sumergirse en los tiempos antiguos y omnipresen­
tes de las civilizaciones y de los inconscientes.
Aclaradas las relaciones de parentesco entre los diferentes conocimien­
tos indiciarios, se perfilan nuevas colaboraciones culturales que podrían con­
tribuir a recobrar y preservar la materia de nuestro patrimonio cultural. En­
tre estos diversos conocimientos la arqueología, siendo como es curiosa de
lo bello y de lo feo, ávida del placer estético y del histórico, representa un
puente entre los diferentes mundos del arte, del trabajo y de la naturaleza.
Es quizás la disciplina más isomorfa a la vida, en la que el orden y el desor­
den surgen y mueren continuamente, como pasa, por cierto, en la estratifica­
ción.
Los hechos y las cosas de la vida, nuestro primer objeto de indagación,
son en sí mismos inertes y opacos como las piedras,2 pero mientras que sola­
mente la escritura literaria puede dar un toque final de liviandad, también la
reconstrucción histórica, que no es una reproducción, sino una reinvención
verosfmil y formal de la realidad, puede aportar ligereza a la gravedad.
Allí donde se halla confinada sólo la belleza segmentada de los valores
del contexto, como en tantas colecciones de museos, la admiración por lo su­
blime inerte se acompaña frecuentemente con un sentimiento de tristeza. En
este querer aislar la belleza y el lujo del tejido polimorfo de la existencia, los
italianos han superado a cualquier otro pueblo, con todas las ventajas y tam­
bién las distorsiones que tal inclinación conlleva: «la belleza para mí ha sido
PREFACIO
• 5

siempre cosa de italianos y de spaghettanti del espíritu; algo sin nada de


alemán. En esta esfera (alemana] la ética prevalece sobre la estética o más
exactamente en ella se sopesan dos conceptos, por lo que a lo feo se dedica
honor, amor y cuidado».3 Incluso una fealdad o una patología pueden repre­
sentar una verdad. Más allá de la estética de las cosas hay una ética de los
contextos.
Si el pasado nos parece todavía vivo es también porque el tiempo de la
historia puede siempre encarnarse de nuevo en el espacio de las cosas y así
retomar alguna forma de existencia terrenal. No se trata tanto dé extraer
pensamientos de los objetos, como piensan algunos historiadores sólo litera­
tos. La fábrica de las cosas es de hecho uno de los modos en que los pensa­
mientos y los sentimientos humanos alcanzan autónomamente a expresarse,
materializarse y conservarse. Dar prioridad al mundo de lo escrito respecto
al de la materia elaborada (Momigliano, 1962) o viceversa, estar abiertos a lo
bello y ciegos ante lo feo o al contrario, son unilateralidades que nos quitan
lo mejor de la vida, es decir, la compenetrabilidad entre los diferentes len­
guajes que se derivan de nuestras diversas percepciones.
Casi todo el pensamiento del siglo XJX, de matriz liberal o marxista, no
supo impedirse jerarquizar. Pero la cultura que podemos llamar de la mecá­
nica del es y de los quanta siente y razona de forma diversa, difundida en
nuestra cultura, si bien con un retraso de dos generaciones sobre los descu­
brimientos del primer cuarto de siglo (Pais, 1986). Sólo rozando el año 2000
se tiene la sensación de vivir plenamente el espíritu del siglo xx y la nueva
perspectiva nos obliga a considerar las obras del ingenio y del esfuerzo bajo
una nueva luz.
Este libro debe mucho a Riccardo Francovich, Daniele Manacorda,
Maura Medri, Emanuele Papi, Nicola Terrenato y a los otros arqueólogos
con los que trabajo. No habría nacido nunca sin la curiosidad de Salvatore
Settis y de Walter Barberis.

A. c.
Julio de 1991
..

A Ignacio Matte Blanco y a los excavadores de Roma


ESTRATIGRAFÍA
Y TÉCNICA DE LA EXCAVACIÓN

El estudio de la antigüedad debe saber hacer hablar


a los documentos arqueológicos, desde las estatuas y los
arcos de triunfo hasta los más humildes fragmentos ce­
rámicos, su elocuente lenguaje. Y a los jóvenes se les
debe enseñar no ya a dirimir con Mommsen la paleoet­
nología como «ciencia de los analfabetos» o a insultar
junto con algunos seguidores italianos de Mommsen a
los «buscadores de cerámica», sino a integrar el análisis
de la tradición con el estudio de las tumbas y de las es­
taciones.

l
GAETANO DE SANCilS

Dado que existen infinitos modos desordenados las


cosas irán siempre hacia la confusión. ­ No me veis en

¡
realidad sino que veis un montón de información sobre
mí. ­ Las cosas pueden entrar en el mundo de la co­ �
municación sólo por medio de informes. ­ El número "1'
de diferencias potenciales en un objeto es infinito. ­
Sólo poquísimas se convierten en diferencias eficaces,
en informaciones. ­ La información está concentrada
en los contornos. ­ El claroscuro es una cosa óptima,
pero los hombres sabios ven los contornos y por esto los
trazan.

G. BATESON
)
)

)
)

)
)
INTRODUCCIÓN

Una conquista moderna

En las culturas campesinas el hombre aparece todavía relativamente uni­


do a la madre tierra. Mira al subsuelo con ingenuo y ancestral respeto pero al
mismo tiempo lo profana arrebatándole sus tesoros escondidos. Desde me­
diados del siglo vm a.c., en las ciudades griegas en formación se descubren y
se veneran tumbas principescas de época anterior como si fueran de héroes
(Berard, 1982). Durante la purificación de Delos en el 426 a.C., lo que conlle­
vó la remoción de todas las tumbas existentes, se descubrió que la mitad de las
mismas eran carias por el tipo de armas y por la forma de enterrar, entonces
todavía en uso en dicha población anatólica (Tucídides, I.8.1). Al volver a Co­
rinto un siglo después de su destrucción, los romanos saquearon su necrópolis
recuperando terracotas y bronces con los que llenaron Roma (Estrabón,
VIII.6.23). Desde la época homérica los descubrimientos casuales o la bús­
queda de objetos preciosos han sido las únicas formas de una arqueología em­
brionaria (Manacorda, 1988; Pucci, 1988). Las excavaciones en Miseno y en
Sanguigna de Fabrizio del Dongo, en La cartuja de Parma, reflejo de las del
propio Stendhal en Italia, todavía forman parte, aunque nos hallemos en la se­
gunda generación del siglo xrx, de esta misma mentalidad.
Con el desarrollo de la industrialización y el predominio de la ciudad so­
bre el campo el hombre se aparta de la tierra y puede moverse hacia un libre
conocimiento del subsuelo, así como de las cimas montañosas ( el alpinismo
es tan joven como la arqueología). Las actividades productivas hieren la tie­
rra cada vez con mayor profundidad y la investigación científica desvela los
secretos más impenetrables de las cosas. La sección de un terreno se con­
vierte en imagen habitual y por todas partes emergen los restos de los hom­
bres más antiguos. Solamente a partir de mediados del siglo pasado los pocos
milenios de historia que la Biblia avaramente nos concedía se han dilata­
do en un tiempo inabarcable. Algún fanático religioso protesta todavía hoy,
como ocurre en Jerusalén, contra la profanación arqueológica de las tumbas
de los antepasados, así como en Roma lo hacen los amantes de la belleza, por
temor a las heridas infligidas por la excavación al paisaje urbano conservado.
Es como el retraerse ante la disección de un cuerpo, las extravagancias del
alma o la rareza de los elementos. Al encerrarse en los viejos ritos y recorri­
12 HISTORIAS EN LA TIERRA

dos mentales afloran, en el contexto frenéticamente analítico de nuestra épo­


ca, formas de sentir propias de pasadas y más espontáneas culturas. «Vene­
rar» e «indagar» son formas diversas y rivales de amar la tierra en la que se
vive. El arqueólogo estratfgrafo, fruto típico de la modernidad, inspecciona
cajones del mundo jamás abiertos, queriendo saber de los muertos más de )
cuanto ellos supieron o dejaron entender que sabían de su propia vida. Re­ )
sucitar el pasado, no sólo en su palabra sino también en su apariencia ­«me­
jor una cosa vista que cien relatadas»­, ya no es la perversión de pocos es­ ' )
pecialistas sino la tendencia de una época, que mientras aún se esfuerza en )
seguir al progreso llora siempre con mayor amargura los paraísos que ha per­
)
dido. La sensación de haber estropeado el mundo, que lo mejor de la vida so­
bre la tierra baya ya pasado, ha desarrollado la capacidad de razonar hacia )
atrás, refiriéndose a los primeros dolores, a los primeros autores, a los estra­ )
tos más antiguos de la existencia. En la sociedad en la que los viejos son más
numerosos que los jóvenes se desarrolla una atención nueva hacia desencan­ )
tos y ruinas. La Ciudad Prohibida de Pekín resurge espléndida en la proyec­
ción cinematográfica y el palacio del Louvre, el mayor museo del mundo, no
se ha olvidado de excavar ningún detalle del París subyacente, exponiéndo­
lo como museo del mismo museo. He aquí un rasgo típico de esta nuestra )
época.

Proceder hacia atrás

Una casa debe ser continuamente objeto de mantenimiento si se quiere


conservarla, al igual que se sustituyen las células de un organismo, de lo con­
trario inicia su degradación. Las rocas duras y los castillos fortificados tien­
den a convertirse en polvo (hay plantas que saben nutrirse de cal descal­
zando los ladrillos de los muros). Metrópolis enteras duermen ahora bajo
campos de trigo. La tierra lo gana todo y es de la tierra que el arqueólogo es­

I
tratígrafo fundamentalmente se ocupa, como si fuera un campesino de la his­
toria. Mirando haciendas y fábricas con los techos hundidos sobre restos de
utensilios él aprende los procedimientos de la ruina, como la vida clara y
multiforme tiende naturalmente hacia una única dura oscuridad.(Observar
las razones progresivas de un hundimiento no es difícil, porque se trata en
cualquier caso de proceder hacia delante, que es la dirección de la vida a la
que estamos acostumbrados. Arduo es al contrario seguir el camino inverso, v._
es decir, penetrar en las espigas de trigo para reconstruir en la imaginación { '1'
la ciudad destruida subyacente, porque la ruina oblitera y cubre los frag­
mentos de todo lo todavía conservado, de tal modo que el investigador está
obligado a descender de forma antinatural, hacia atrás, en lo desconocido)
/ Pero para utilizar la destrucción a favor de la reconstrucción hay que agudi­
) zar el ingenio, como quien ha perdido un objeto y debe volver a reconstruir
¡ lajornada en tiempos y lugares invertidos. Por dicho motivo hay que desa­
( rrollar el arte de la estratigrafía.
INTRODUCCIÓN 13

Cuestiones disciplinarias

La arqueología de la excavación se basa en principios peculiares y autó­


nomos que sólo en un segundo momento se relacionan con los otros modos
más tradicionales de entender esta disciplina, como el histórico­anticuario y
el histórico­artístico. No se puede leer un epígrafe romano sin conocer el la­
tín, ni una obra de arte sin estar familiarizado con las imágenes. De la misma
manera no se puede indagar en el subsuelo sin conocer las reglas de la estra­
tigrafía. Esto parece obvio pero mientras que interpretar mal un texto o el
estilo de un pliegue desacredita a un investigador, destruir una estratificación
todavía no ha creado problemas de conciencia o retrasado la carrera de na­
die. Esta situación deriva del hecho de que tras la idea corriente de interdis­
ciplinariedad se esconden todavía saberes que predominan sobre otros y que
las filologías nobles, descubiertas ya en el Renacimiento, quieren continuar
mandando sobre las innobles de formación más reciente. Por otro lado, so­
mos cada vez más conscientes de que la calidad de un muro o de una tierra
y la naturaleza de una semilla poco tienen que ver directamente con el tradi­
cional método histórico y de que todas las fuentes, sean literarias o estrati­
gráficas, tienen igual dignidad, aunque no igual linaje, porque facilitan datos
de género diverso, en el buen uso de los cuales existe un mismo deber. Bajo
esta perspectiva las diferentes filologías aparecen como lenguas diversas, que
no pueden estar subordinadas las unas a las otras, ni ser unificadas en un úni­
co idioma, pero si comparadas y traducidas las unas en las otras. Las compa­ (
raciones y las versiones son operaciones delicadas en las que hay siempre f
algo que ganar y también que perder.

Preguntas y respuestas

Las preguntas que siempre preceden y acompañan a una excavación


­la tabula rasa es siempre imposible e indeseable­ deberían nacer no sólo
del diálogo entre el historiador excavador y las fuentes literarias o arqueoló­
gicas ya conocidas, es decir, ajenas a la investigación de campo, sino también
del coloquio directo con las estructuras, el terreno y los objetos de la exca­
vación en curso. Sería necesario por tanto que el estratígrafo supiera silenciar
de vez en cuando su elaborada memoria histórica para poder captar las im­
previsibles novedades que cualquier porción de terreno guarda en su inte­
rior. Mucha documentación estratigráfica ha sido destruida desenterrando
porque no respondía a las cuestiones planteadas previamente y desde fuera
de la excavación. Evidencias más tardías han sido sacrificadas para alcanzar
con rapidez aquellas subyacentes, testimonios evidentes han hecho descartar
aquellos más recónditos y documentos juzgados más importantes han lleva­
do a la destrucción de otros considerados menospreciables. En la arqueo­
logía del territorio debería, en cambio, interesar cualquier cosa que pudiera
encontrarse y sólo una minuciosa programación de la investigación podría
14 HISTORIAS EN LA TIERRA

consentir acelerar la excavación en algunas circunstancias más obvias pa­


ra poder recoger mejor otras más insólitas y Llegar así a conocer a fondo
la estratificación, en toda su duración. Toda excavación tiene de hecho una
limitación de tiempo y de medios, por lo que debe recuperar el máximo de
información posible. Cuanto más amplio sea el espectro de las fuentes to­
madas en consideración a partir de la propia excavación, más amplio el de
las cuestiones históricas, mejor se conducirá la investigación y con mayor
riqueza aparecerá, al final, la reconstrucción histórico­monumental. No exis­
te una cuestión histórica, por muy fundamental que sea, que pueda justificar
el abandono del procedimiento estratigráfico. La fase de contextualización
de una excavación en el conjunto más amplio de los conocimientos adquiri­
dos es esencial para una buena reconstrucción científica, pero dicha fase
resulta mucho más eficaz cuanto menos ha interferido en la fase que lógica­
mente la precede, la de la comprensión de la estratigrafía. El latín y las len­
guas románicas permiten una mejor comprensión del italiano, solamente a
partir del momento en que se ha estudiado su gramática peculiar. De lo con­
trario se comparan confusiones en vez de cosas diversas. La especialización,
más que un mal necesario, es el presupuesto de cualquier saber general de
tipo moderno. Cuanto más amplio, profundo y sistemático haya sido el aná­
lisis de los detalles, tanto más ardua pero también rica será la construcción
de la síntesis capaz de comprenderlos. Preparado para multiplicar las pre­
guntas, el estratígrafo avanzará y rechazará las respuestas a medida que la
evidencia las convierta en más o menos plausibles, evitando introducir su
propia subjetividad antes de que los datos más objetivos hayan sido comple­
tamente aprovechados.

Calidad y cantidad

Si lo escrito y las imágenes no son ya los únicos lugares del valor his­
tórico, entonces resulta claro que no se excava para encontrar estatuas ni
papiros, es decir, para colonizar lo subterráneo con nuestros conocimientos
inveterados. La excavación enriquece cualitativamente la evidencia, acer­
cándose cada vez más a la vida pretérita. El subsuelo no es sólo una reser­
va de sobresuelo sumergido que sacar a la luz, así como un alma no es sólo
un armario que forzar. En la ruina y en la tierra las cosas se degradan en
modos particulares, que son distintos de los destinos de los edificios con­
servados todavía en uso. Lo «enterrado» es más bien «lo enterrado». Al
descender entre los contextos estratificados la evidencia frágil, latente, in­
coherente y heterogénea se revela de forma sorprendente y más difícil­
mente integrable en nuestros conocimientos habituales de aquello que es ya
literaria, artística y anticuariamente conocido. Se trata de saber manejar
sustancias pesadas y opacas, que se levantan al plano aéreo del conoci­
miento, con todos los riesgos de empobrecimiento e imprecisión que se co­
rren cuando se quiere traducir un texto o una dimensión, pero también con
f

INTRODUCCIÓN 15

la posibilidad de dar una forma al movimiento casual de la vida, de trans­


formar la tierra en un libro.

Construcción, ruina y estratificación

El modo en que la vida se transforma por el abandono y acaba bajo tie­


rra es una de las curiosidades principales del arqueólogo. Las construcciones
se hacen de aportaciones y sustracciones de materiales que se suceden pe­
riódicamente en el tiempo interfiriendo las unas en las otras en una misma
porción de espacio. Así es la vida en el mundo de los objetos. Las construc­
ciones acaban sepultadas e inmovilizadas en el terreno. Esta es la condición
final de las cosas en su muerte. Pero ¿cómo se ha desarrollado la agonía y la
descomposición de un edificio? A veces las construcciones acaban bajo tie­
rra momificadas y, por lo tanto, casi intactas, como Pompeya bajo la erup­
ción. Otras veces sufren diversos grados de alteración y de homogeneización,
por deterioro físico y alteración de las relaciones espaciales, basta convertir­
se en difícilmente comprensibles o incluso perderse totalmente. Esto ocurre
cuando el edificio es abandonado y permanece expuesto a la intemperie, caso
en el que se produce la transición de la condición de construcción a la de de­
posición. Erosiones, acumulaciones y transformaciones, debidas a fuerzas na­
turales y humanas, alteran el edificio tal como era en su última fase de vida.
Si entramos en una granja, en una fábrica o en una manzana de casas aban­
donadas podremos observar los diversos estadios de esta ruina progresiva.
Nada hay más instructivo que conocer estos procedimientos de deterioro en
curso por razones de introspección arquitectónica y estratigráfica. Cada rup­
tura es un nuevo punto de vista sobre las peculiaridades secretas de un mo­
numento (Carandini, 1989d).

Deberes del excavador

La primera obligación del excavador no es la de contar agradablemente


una historia sobre La base de impresiones e indicios dispersos, sino La de es­
tablecer, sobre el fondo del relato en formación y más allá del aparente de­
sorden e impenetrabilidad de la estratificación, la secuencia de las acciones
y de las actividades naturales y humanas acumuladas en la estratificación,
dentro de unos determinados espacio y tiempo, primero individualmente se­
paradas y después puestas en relación entre sí. Se trata de relaciones de con­
tigüidad entre las unidades que permiten determinar la secuencia cronológi­
ca relativa. Serán después los materiales contenidos en los estratos los que
permitirán pasar del tiempo relativo al absoluto. Dos estratos, uno encima
del otro, implican que el superior se ha formado después del subyacente y
esto es cierto aunque la cerámica contenida en los mismos indique lo contra­
rio. Aclarada y periodizada la secuencia estratigráfica pueden finalmente
)
)
16 HISTORIAS EN LA TIERRA

emerger los acontecimientos. El relato secundario deviene entonces prota­


gonista, pero siempre dentro de los ámbitos razonables de la secuencia, que )
constituye el imprescindible cañamazo. Historias obtenidas apresuradamen­
te de montones de materiales desorganizados en el espacio y en el tiempo )
constituyen proyecciones sobre aquella pobre evidencia de otras experien­
cias ya conocidas, en busca de una ulterior confirmación. De aquí no provie­
nen historias originales y sinceramente dirigidas hacia la verdad. Cuántas ex­
cavaciones y sus respectivas publicaciones, con unas pobres metodologías \
topográfica, estratigráfica y tipológica, se han visto sacrificadas a las necesi­
)
dades repetitivas de los demasiado desenvueltos hacedores de historias. No
existen fases preparatorias e instrumentales de la investigación subordinadas
a otras más nobles y determinantes, siendo cada fase de la investigación pre­
supuesto de la siguiente. Un excavador analfabeto es tan parcial como un
historiador que no sabe leer el mundo de los objetos (léase el pasaje de De
Sanctis en el epígrafe). Los riesgos de preparaciones unilaterales y mera­
mente tecoicistas se van multiplicando hoy en día en cada uno de los campos
de la investigación científica. Pero no se escapa a la paradoja de la moderni­
dad, por la que cuanto más se estudia una cosa más ignorante uno se con­
vierte en los campos limítrofes, escondiendo las propias carencias detrás de
las de los demás. Ya no serán las relaciones jerárquicas, globales o superfi­
ciales, las que reconduzcan la angosta técnica de las disciplinas en el álveo
unitario de la cultura histórica, sino más bien el respeto recíproco entre los
saberes especializados y la habilidad de convertirlos el uno en el otro en
los modos y momentos más apropiados.

Un juego universal

En su aspecto más físico la excavación sigue procedimientos válidos para


cada lugar y tiempo (lo que muy difícilmente sucede en la investigación his­
tórica tradicional). Las características de una fosa, por las que su corte en los
estratos precedentes es siempre anterior a su relleno, son válidas en Roma,
en Pekín, bajo los Flavios y bajo los Ming. Por esto la arqueología estrati­
gráfica no ve los yacimientos como una selección de bellos restos, sino como
una concatenación continua de acontecimientos en espacios y tiempos deter­
minados, mientras otras ópticas arqueológicas focalizan más bien sobre cul­
turas y lugares concretos. Se crean de este modo la Etruria etrusca, la Mag­
na Grecia griega, etc. (Carandini, 1985b). El desarrollo, reciente en Italia, de
la arqueología urbana (pp. 20, 30) ha reforzado el punto de vista de la con­
tinuidad diacrónica, propio de la cultura estratigráfica. El arqueólogo estra­
tígrafo aparece cada vez más como un tipólogo de las intervenciones natu­
rales y humanas en un monumento y una especie de iconógrafo de sus con­
secuencias sobre el terreno. Es un servidor del mundo de las cosas más que
del de las disciplinas académicas. Para él es importante identificar, describir
y poner en relación estas intervenciones antes de comprenderlas, como los
INTRODUCCIÓN 17

exploradores que señalaban en los mapas islas apenas divisadas. Pero el mun­
do de las estructuras y de los objetos es muy variable, sin una anatomía fi­
ja, por lo que es imposible ser especialista de las manufacturas de todas las
épocas y de todos los lugares. Esto no significa, gracias a la universalidad del
método estratigráfico, que en la excavación de un lugar pluriestratificado el
director deba irse sustituyendo en función de las épocas que se encuentren al
descender. Es en el laboratorio, contemporánea o posteriormente a la exca­
vación, donde deben confluir las competencias de los diferentes especialistas
llamados a intervenir.' Conocemos excavaciones bien dirigidas por estratí­
grafos que no eran especialistas de los contextos explorados. No conocemos,
en cambio, excavaciones bien dirigidas por historiadores, historiadores del
arte y anticuarios especialistas de aquellos contextos pero ignorantes del mé­
todo estratigráfico. Las peores destrucciones se deben a la presunción inver­
sa. Pienso en el joven H. Hurst que había destacado como un óptimo exca­
vador en Gloucester y había sido sabiamente nombrado director de la misión
arqueológica británica en Cartago, aunque no estaba particularmente fami­
liarizado con la cerámica, el arte y la arquitectura norteafricanas. Los gran­
des resultados de su excavación se debieron sin duda a su capacidad de cap­
tar los problemas fundamentales del yacimiento, pero quizás también al
parcial desconocimiento de aquellos lugares y de las preguntas de los inves­
tigadores de la tradición poscolonial franco­italiana y a su familiaridad con la
arqueología provincial de la Europa septentrional, habituada a buscar forti­
ficaciones, edificios de madera, muros expoliados y otras realidades que muy
poco habían interesado a los viejos amantes de aquellas materias (Hurst­
Roskams, 1984). Si hubiese sido un topógrafo de Roma, un etruscólogo o un
especialista de historia arcaica habría investigado de forma diversa las ver­
tientes septentrionales del Palatino, condicionado por mis intereses prece­
dentes, mientras que en las condiciones en las que me hallaba pude excavar
con mayor ingenuidad aquella colina como si hubiese sido un oppidum cual­
quiera. Fue así como alcancé a encontrar las trazas de lo que me pareció era
la fortificación ritual palatina y quizás también las de su pomerium, lo que en
los círculos especializados más acreditados resulta todavía de buen gusto
cuestionar.

Objetividad y subjetividad

No debe creerse, no obstante, que la construcción de la secuencia estra­


tigráfica sea una actividad científica completamente objetiva y exacta. La es­
tratigrafía no es la estratificación. El procedimiento de extraer acciones y sus
relaciones de una estratificación es, al menos en teoría, interminable, porque
un viento más fuerte transporta partículas más pesadas que pueden formar un
estrato diferente del anterior, compuesto por partículas similares pero más
ligeras, porque un estrato de relleno puede distinguirse según se haya for­
mado utilizando una carretilla o una pala y una palada repleta puede distin­
18 HISTORlAS EN LA TIERRA

guirse de una escasa, y así indefinidamente. Incluso un hecho tan concre­


to como la unidad estratigráfica, es decir, una sola acción de la naturaleza o
del hombre, puede convertirse en algo ulterior o diversamente divisible, se­
gún el grado y el tipo de análisis que se haya querido escoger. De hecho, po­
demos individualizar sólo lo que nos parece reconocible y diferente, pero la
propia capacidad de reconocer depende de la de saber captar diferencias y
de la potencia de los instrumentos que se baya querido adoptar para obser­
var los fenómenos. Excavar con inteligencia significa ser conscientes de esta
relatividad, de este abismo que se abre siempre bajo nuestros pies, y al mis­
mo tiempo superar el espanto que provoca escogiendo dónde separar en
aquel desorden y dónde impedir continuar separando. El buen excavador
permanece siempre perplejo ante las piezas (las unidades estratigráficas) en
las que divide el subsuelo. Las percibe como unidades, de lo contrario no las
distinguiría y no basaría en ellas su construcción científica, pero al mismo
tiempo no se cansa de escrutarlas para comprender el secreto de su forma­
ción, y si descubre diferencias, alternancias, preponderancias y secuencias
que le parecen significativas, le asalta la duda: «¿estamos en el mismo estra­
to o ante uno nuevo?». Se halla contradictoriamente empujado a englobar y
neutralizar aquellas diferencias divisadas en el estrato considerado y al mis­
mo tiempo tiende a separarlas como algo ajeno, creando así otros estratos.
En este vaivén entre divisible e indivisible el arqueólogo reconoce su tor­
mento, sin darse cuenta quizás de que se trata del mismo de cualquier otra
disciplina. ¿Los estratos existen y el excavador los reconoce con mayor o me­
nor exactitud, o es el excavador quien inventa sus estratos? Quizás sean cier­
tos ambos puntos de vista. La virtud está en el término medio y en éste está
la unidad estratigráfica. «Perplejamente convencidos» y «lentamente apresu­
rados» son los mejores estados de ánimo con los que podemos intentar trans­
formar la opaca estratificación en una clara estratigrafía.

Destrucción y documentación

Cada fuente debe ser usada con análogas exigencias pero con distinto
grado de rigor, una lectura errónea no daña un texto, ni una mirada falaz des­
gasta una imagen, pero una excavación equivocada o una remoción destru­
yen para siempre la evidencia enterrada. Equivale a quemar las páginas del
único ejemplar existente de un libro inmediatamente después de su lectura.
¿Qué quedaría del mismo sin una transcripción o, al menos, un resumen fi­
dedigno? No se puede levantar un estrato, la preparación de un pavimento,
una cloaca o un muro sin destruirlos. Sólo revestimientos significativos como
mosaicos, frescos y estucos merecen las complicadas y costosas extracciones
no destructivas realizadas por los restauradores. Cuanto mejor es el estado
de conservación de una fase de un monumento, más difícil se convierte el
descender a las fases precedentes subyacentes. No se puede ver una cosa cu­
bierta por otra sin extraerla y, si resulta incoherente, destruirla. La casa de
INTRODUCCIÓN 19

Augusto en el Palatino, bien conservada bajo el relJeno del palacio de época


de Domiciano, sólo se ha podido excavar muy lentamente y por desgracia to­
davía sabemos poco de lo que se esconde debajo de la misma, por culpa de
los importantes trabajos de restauración a los que ha sido sometida y que han
absorbido gran parte de los medios disponibles. En la excavación de la ver­
tiente septentrional del Palatino, en cambio, hemos conseguido alcanzar sin
mucha dificultad los niveles del siglo vm a.C, y el suelo virgen de aquella co­
lina por el mal estado de conservación de los edificios más tardíos y de su de­
coración, motivado por el incendio neroniano y por las excavaciones de épo­
ca moderna. En dichas condiciones, privilegiadas desde el punto de vista de
la estratigrafía y desafortunadas desde el de la restauración, ha sido fácil re­
mover alguna preparación, cloaca y muro, además de los normales estratos
de tierra, para llegar a leer hasta el primer capítulo de aquel enclave (Terre­
nato, 1988). La arqueología de excavación aspira a conocer, donde ello es po­
sible, la secuencia estratigráfica total y para un área lo más amplia posible,
con el fin de reconstruir la historia de un barrio entero. Pero para leer una
estratificación se necesita mucho más tiempo que para leer un libro. Las lo­
sas son más pesadas e impenetrables que las páginas. La excavación es, por
lo tanto, un proceso largo y arduo, y sólo la documentación analítica de las
unidades estratigráficas y su recomposición en la reconstrucción ideal pue­
den reparar el daño de la destrucción que aquélla inevitablemente conlleva.
Así la excavación traduce forzada e irreversiblemente la pesadez de los ma­
teriales y de la tierra en la ligereza de las palabras, de los dibujos y de las fo­
tografías. Por otro lado, sin esta transformación la estratificación sería sólo
silencio y oscuridad, existiendo para nosotros solamente en potencia.

Monumentos e indicios

Ingenuamente se podría pensar que sólo pueden ser interpretados con un


cierto grado de verosimilitud los grandes monumentos y que los frágiles in­
dicios están condenados a la incomprensión. ¿ Qué decir de los restos de mu­
ros aparecidos a lo largo de la vertiente oriental del Foro y que han sido
interpretados como la basílica Emilia, mientras la hasta ahora así identifica­
da sería, en cambio, la basílica Pauli? (Steinby, 1988). De la antigüedad queda
todo, pero en diversos estados de conservación. Limitarse sólo a interpretar,
especialmente en el centro de Roma, los edificios con plantas claras y sig­
nificativos alzados significa seguir las vías de la suerte en vez de las de la to­
pografía. Rechazar la toma en consideración de los pequeños indicios sería
como para un detective interesarse solamente por aquellos homicidios de los
que se dispusiera casualmente de la película. No se trata de descartar las tra­
zas frágiles, sino de utilizarlas en interpretaciones provisionales, útiles hasta
que no se dispone de otras mejores. La vieja arqueología monumental no
puede aceptar este relativismo, al no haberse todavía implicado en los cam­
bios de la moderna hermenéutica, por lo que continúa creyendo ingenua­
)
)

20 HISTORIAS EN LA TIERRA

mente en la simple objetividad de lo real. Desgraciadamente, los propios mo­


numentos de Roma, entre los menos conocidos y publicados de todo el mun­
do romano, demuestran que la conspicuidad volumétrica no siempre es la
causa de los mejores estudios y de las interpretaciones más seguras. Lo que
aparece más evidente puede revelarse especialmente oscuro, corno bien en­
tiende Dupin en La carra robada de Poe, tanto mejor escondida cuanto más
ampliamente expuesta. Las dificultades de la escasa conservación agudizan el
ingenio y obligan a aprovechar cualquier minucia, como sabe hacer el listo
mercader, mientras las fastuosas ruinas tienden a relajar a quien las observa,
como las rentas enflaquecen al señor, a no ser que se las trate con el mismo
rigor aprendido al indagar el más pobre de los indicios. Tampoco se puede
distinguir entre indicios significativos e insignificantes, desde el momento
que el más insignificante detalle unido a otros puede llegar a constituir un
elemento importante (de otra opinión es Giuliani, 1990). Cada gran monu­
mento está siempre formado por un cúmulo de detalles y solamente el reco­
rrido lógico a través de cada uno de ellos puede permitir su comprensión glo­
bal. Ha sido a través de los pequeños y desagradables síntomas de las
enfermedades que se ha comprendido el funcionamiento del cuerpo huma­
no, funcionamiento que el hermoso físico del atleta no revela. Es gracias a los
pequeiíos lapsus que puede entenderse el funcionamiento del cerebro. El an­
ticuarismo monumental sólo puede ser demasiado prudente o imprudente en
demasía. La arqueología estratigráfica puede ser, en cambio, prudentísima y
audaz al mismo tiempo, desde el momento en que el abandono de una hipó­
tesis no impide la presentación filológica de un monumento que solamente
aquélla sabe plenamente comprender. Ya no hay pues razón de inhibirnos el
deseo de historia y la necesidad de interpretación si ponemos a los demás en
condición de contradecirnos a través de nuestro propio análisis y si acepta­
mos que nuestras verdades sean en gran parte sólo probables y provisionales
(Carandini, 1989b).

Regreso a la arquitectura

La verdad es que los arqueólogos, siguiendo las huellas de los historia­
dores del arte (al menos desde Longhi en adelante), han traicionado a la
arquitectura. Es bastante raro que en una facultad de letras se enseñe de
forma satisfactoria «Dibujo y análisis de monumentos» o «Historia de la ar­
quitectura». A pesar de ello todas las disciplinas arqueológicas en muchas
ocasiones se ocupan de edificios antiguos y deben prepararse para poder
afrontar los problemas que éstos plantean, a partir de las enseñanzas funda­
mentales de la arqueología clásica y medieval. No se trata de enfatizar ex­
clusivamente el lado técnico o ingeníerístico o de exaltar solamente lo histó­
rico­artístico y cultural. Más bien el problema consiste en combinar del modo
más satisfactorio la precisión cuantitativa de las cuatro dimensiones espacio­ .

temporales con la precisión cualitativa de la investigación histórica.
INTRODUCCIÓN 21

Un monumento puede ser tomado legítimamente en consideración des­


de el punto de vista histórico­anticuario, prefiriendo la tradición literaria
(textos, inscripciones, monedas) a la lectura analítica de la realidad material.
Cada óptica consiste de hecho en privilegiar un aspecto respecto a otro y sólo
el ojo de Dios sabe ver cada cosa de forma ilimitada. Por dicho motivo, tam­
bién es respetable tomar en consideración un monumento desde el único
punto de vista de su decoración arquitectónica. Mosaicos, pinturas, capiteles,
arquitrabes y estucos tienen sus tipologías, su historia interna, que es esencial
para comprender la mentalidad de los constructores de aquellos edificios. Lo
mismo puede decirse de las técnicas edilicias, a través de las cuales podemos
comprender los diversos modos de trabajar de los albañiles antiguos. Estos
son los diversos estratos de piel y de músculos del esqueleto arquitectónico,
sin los cuales un edificio antiguo no podría existir. Otro punto de vista es el
estratigráfico, que identifica las diversas partes de las que se compone una
construcción (estratos de tierra y sus correspondientes materiales) para po­
nerlas a todas en relación temporal entre sí. Existe finalmente la óptica que
investiga el esqueleto de un monumento, su lógica estructural y su estática.
Solamente la toma en consideración conjunta de todos estos puntos de
vista, sin considerar aquella en que se está más especializado como la más im­
portante, permite esperar acercarse a la verdad de un monumento. Sería por
otro lado deshonesto no reconocer que nuestra arqueología está especial­
mente rezagada en lo que respecta a los dos últimos puntos de vista (el es­
tratigráfico y el estructural), porque el estratigráfico es un conocimiento re­
ciente sin una gran tradición y porque el estructural es un saber tan antiguo
como el hombre pero lamentablemente olvidado por culpa del predominio
del cemento armado, que ha sustituido a todos los sistemas tradicionales de
construir. Para recuperar los conocimientos de un capataz antiguo, mejor que
el ingeniero moderno y sus cálculos, sirven documentos y tratados sobre este
tema, a partir de época medieval. De nada serviría la experiencia en la obra
sin la comprensión estratigráfica, esto es tan cierto que los monumentos de
época moderna históricamente comprendidos y publicados se cuentan con
los dedos de una mano, aunque no falten arquitectos restauradores e histo­
riadores de la arquitectura que los hayan estudiado. Al mismo tiempo nin­
guna relación estratigráfica, por esencial que sea, es capaz de explicar por
qué una construcción permanece en pie o se derrumba. Bienvenidos sean
por lo tanto los estudios histórico­anticuarios, iconográficos y tipológicos de
cualquier tipo, pero la lectura histórico­estructural de un monumento no
puede prescindir de las lógicas estratigráficas ni de las estáticas.2

¿ Dejar de excavar?

Hay quien piensa, especialmente entre los historiadores del arte, que no
se debería excavar más, limitándose a conservar y conocer lo que se halla a
la vista. Es como decirle a alguien: «reordena tu memoria y no aprendas
)
)
22 HISTORIAS EN LA TIERRA
)
más». Conservar una biblioteca significa estudiar en ella, reordenarla, incre­ )
mentarla y no limitarse a quitar el polvo de los estantes. La excavación es la
premisa necesaria de cualquier estudio y restauración de lo visible y conoci­
do. Solamente sometiendo un edificio a análisis antes de su conservación, se
entiende ya su última fase de vida e inmediatamente afloran, entrelazadas en
una misma porción de espacio, sus fases precedentes y las construcciones que
lo han precedido en aquel lugar. Mientras en superficie las construcciones
aparecen diferenciadas unas de otras, en el subsuelo esto no ocurre y todo
está fragmentariamente preservado en un formidable enredo. Por otro lado,
un edificio sólo es comprensible si se halla inscrito en la serie de sus períodos
de existencia y en el contexto de las otras construcciones que le han precedi­
do y seguido en su mismo espacio. No existe una capa de rebozado o una su­
perficie pavimenta! en la que uno puede legítimamente pararse y decir: «no
quiero saber más». La investigación es como una desmalladura que avanza y
que no se sabe dónde acabará. Dejar de excavar significaría dejar de conocer
la actualidad del mundo material, en sus contextos. ¿Qué sentido tiene para
nosotros una ruina entendida acumulativamente y, por lo tanto, superficial­
mente? El objeto que tenemos delante no es jamás uno solo, pues siempre se
haJJa compuesto por una pluralidad de cosas conectadas de forma diversa y
comprendidas en poco espacio, como los tejidos de un organismo. Tocar un
eslabón significa hallarse inmediatamente ante toda la cadena a la que éste
pertenece. A no ser que uno se conforme con bellos paisajes, ruinas bordea­
das de acantos y fachadas venerables en una visión encantada que se teme al­
terar. Desgraciadamente las carrozas del grand tour ya han salido todas. La
excavación es inevitable por ser uno de los modos de conocimiento de la mo­
dernidad, la cual, si se vive plenamente, hace al encanto amigo del desen­
canto, que el estilo mane de lo prosaico y a la iconografía buena compañera
de la anatomía y de la apariencia, entendida con todo lo que esconde. Así,
explicación y fantasía alcanzan a convivir por primera vez.

Excavación y ahorro

Si se quiere conocer todo hay que excavarlo todo, por lo que cada evi­
dencia resulta devorada por propio deseo de comprenderla. Donde antes
había estratigrafía predominaría el vacío incontrastable. Sin embargo, la con­
gruencia y lo placentero de los testimonios no siempre permiten esta des­
trucción impune para el saber. Resulta inútil destruir estructuras si no hay
una estratificación importante para inspeccionar, así tomo es absurdo demo­
ler muros cuyas cimentaciones hubieran cortado toda la estratificación. Se
trata de escoger, caso por caso, si debe prevalecer la lógica de la excavación
(porque lo más importante está debajo) o la de la valorización (porque lo
más importante ya ha sido descubierto). Pero el ahorro detrae conocimiento
y el conocimiento supone la eliminación del ahorro. En este campo rara­
mente se puede realizar una elección unívoca. El reino del espacio tridimen­

­­­ ­ ­­­­­­­­­­­­­­­�
INfRODUCCIÓN 23

sional es el del compromiso inevitable, al no poder haber dos cosas en el mis­


mo Jugar y no siendo la materia transparente. Por otro lado, no todas las ex­
cavaciones deberían ser conservadas abiertas. Los sondeos pueden rellenar­
se, los muros repicados para ser analizados pueden ser de nuevo revocados
(al menos en los edificios aún en uso) y el resultado de las investigaciones
puede ser difundido mediante textos, gráficos, fotografías y maquetas. Los ar­
queólogos frecuentemente tienden a sobrevalorar lo que han encontrado y
someten estructuras ínfimas a inútiles y costosas restauraciones, dejando mu­
chas veces importantes restos sin atención ni explicaciones. La protección
cognoscitiva (en la que al conocimiento no sigue la conservación material de
las estructuras) tiene sus riesgos pero también sus ventajas. Ha permitido a
Londres, ciudad en la que se practica ampliamente, el conocimiento sistemá­
tico de casi un tercio de la ciudad antigua, hecho sin paralelo. El frenesí por
el palimpsesto tiene tan poco sentido como la fe en la inviolabilidad de los
suelos. Era de justicia excavar la Piazza della Signoria de Florencia. Para le­
gitimar una excavación basta sólo la información histórica que mediante ella
se obtiene, y no tiene sentido pretender resultados espectaculares desde la
óptica histórico­artística. Ha sido también correcta la pretensión de conser­
var en cierta forma visibles los restos por medio de soluciones subterráneas.
Ha sido un error, en cambio, prolongar excesivamente las investigaciones,
desdeñar el contacto con el público y prever la posibilidad de una visión
transparente del subsuelo, porque aquella plaza es un lugar que no puede
aceptar acciones comunes y soluciones incongruentes. Al no tratarse de una
excavación cualquiera, era necesario establecer acuerdos de cooperación con
otras instituciones con competencias diferenciadas para elevar el nivel de la
investigación y ampliar tas posibilidades de consenso. Debía haber sido una
verdadera «excavación urbana», en el sentido actual del término (p. 30). Al
supervalorar el resultado de la intervención arqueológica, sin tomar en cuen­
ta los aspectos estéticos, arquitectónicos y urbanísticos, se corre el riesgo de
desencadenar reacciones negativas, que luego resultan difíciles de frenar. Di­
ferente es et caso de los foros imperiales en Roma, excavados sólo en parte
(respecto a las propias intenciones de los años treinta) y que esperan salir de
sus estrechas fosas para confluir en el amplio paisaje del Capitolio, del Pala­
tino, del Foro romano y del «Paseo arqueológico». Esta es ta única creación
de la Roma umbertina verdaderamente bella (Lanciani, 1876­1913), univer­
salmente acogida como una gran conquista a favor del conocimiento y del
paisaje arqueológico urbano, que tras esta legitimización debemos completar
con coherencia y prudencia en sus presupuestos.

Méritos de una generación

Cada generación conoce sus propios méritos, mientras que ta generación


precedente tiende a infravalorarlos, sosteniendo que ta siguiente se ha limi­
tado a derribar puertas abiertas. La arqueología no se ha desarrollado gra­
. )
1 )

1 )
24 HISTORIAS EN LA TIERRA
)
dualmente, sino en fases, especialmente en países como Italia donde, entre
}
las dos guerras, el trabajo de campo decayó significativamente. Esto ha difi­
cultado la comprensión entre los que se formaron entre los años treinta y los )
sesenta y los que lo hicieron entre los setenta y los noventa. La primera de
estas dos generaciones es la que en Europa ha generalizado el descubri­
miento de la estratigrafía, que se remonta a finales del siglo pasado, y que ha
visto en Italia los primeros arqueólogos de campo verdaderamente moder­
nos, como Lamboglia y Bernabó Brea: figuras, junto a pocas más, tan ejem­ 1
plares como aisladas en un mar de escasa competencia. La segunda genera­ 1 )
ción es la que ha asistido y participado en aquel enorme desarrollo y difusión
en todos los sentidos de la disciplina que los más conservadores se obsti­
nan en negar.
De oscuro y personal pequeño artesanado, cuyos secretos conocía sola­
mente quien lo practicaba, la arqueología se ha convertido en los últimos de­
cenios en un gran juego universal, con sus reglas y sus conocimientos, sus
prácticas y sus teorías, su ciencia y su profesionalidad. Esta maduración no se
puede comprender en términos de continuidad, como todo desarrollo huma­
no que pasa por estadios muy diversos: infancia, adolescencia, juventud ...
Hoy en día, también en Italia, la arqueología ha madurado gracias a incom­
prensiones y esfuerzos dolorosos. El cambio de mentalidad con la época an­
terior, especialmente en el centro de la península y sobre todo en Roma (en
el norte estaba Lamboglia y en el sur Bernabó Brea), era verdaderamente
enorme. Para superarlo era necesaria una sacudida.
Los jóvenes que han participado en la transformación, penalizados por el
aislamiento y el retraso en su carrera, han sido algunas veces intempestivos y
presuntuosos (el clima todavía era el del 68), pero han tenido el mérito de
traer Europa a Italia en lo que respecta a la arqueología de campo, impor­
tando nuevas técnicas, adaptándolas y replanteándoselas desde el punto de 1 )
vista cultural. Sus teorías, ideas y conciencias han sido consideradas por los
defensores del pasado como pura ideología. Sus escritos sobre la historia de
la historiografía arqueológica, los primeros que han arrojado luz sobre la era
fascista y la posguerra, han generado escándalo y se han tomado como un
ataque a la nación. Las simpatías por la arqueología británica han desperta­
do resentimientos contra la pérfida Albión. Los nuevos descubrimientos han
sido considerados como banalidades. Y, sin embargo, aquellos jóvenes no
han negado jamás los méritos de la generación precedente, incluso la han va­
lorado en lo posible, para fundar sobre dichos principios las bases de su más
moderna arqueología.
¿Qué sentido puede tener un manual de excavación para los que piensan
que cada monumento debería ser excavado a su manera? Proliferaban los
manuales de excavación más allá de los Alpes. Éramos tan buenos que ni uno
solo ha sido escrito por nosotros. Historias en la tierra es, por lo tanto, uno de
los muchos resultados de aquella segunda generación, harta del desorden sin
genio como norma de investigación. Quiere explicar las razones de dicha ge­
neración, valorizarla y defenderla, porque el ataque en su contra todavía no
INTRODUCCIÓN 25

ha acabado. ¡Qué tranquila debe ser la vida para quien considera que todo
es obvio, previsible y dado de una vez por todas! ¿Sabremos nosotros enten­
der las quejas ya existentes de los más jóvenes mejor de cuanto hemos sido
capaces de tolerar el descrédito de los mayores? Los jóvenes que nacen mo­
destos nacen ya viejos, porque la potencia creativa del que se embarca por
primera vez en la vida no puede dejar de enorgullecer a quien la posee y no
irritar a quien se haJla más allá del ocaso. Pero las iras de los adultos hacia
los jóvenes, frecuentemente justificadas, no deberían llegar nunca a neutrali­
zar sus méritos. Vengarse de la inteligencia es como castigar la vida. La mo­
destia se aprende con los años.
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1 )
1
1
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)
l. HISTORIA Y PRINCIPIOS
DE LA ESTRATIGRAFÍA

Geología y arqueología

La estratigrafía arqueológica, inicialmente y durante un cierto tiempo, se


ha servido de los principios de la estratigrafía geológica. Esto ha ocurrido con
especial intensidad en aquel centro del poder mundial que era Gran Bretaña
en el siglo pasado e incluso en la primera mitad del presente siglo. Siguiendo
las huellas de los estudios promovidos por los investigadores de la tierra, es­
pecialmente de Charles Lyell, que en 1830 publicó sus Principies of Geology,
aparecía en 1865 Prehistoric Times de J. Lubbock, el primer libro en la línea
de la moderna arqueología. Desde la segunda mitad del siglo pasado los ar­
queólogos europeos habían comenzado a fechar los estratos de origen antró­
pico con las manufacturas, así como los geólogos habían fechado, desde el si­
glo xvm, los estratos de origen natural con los fósiles contenidos en los
mismos.
En Italia este aspecto más científico de la arqueología se desarrolló con
retraso. Tras una breve y rápidamente truncada temporada positivista, inspi­
rada en la cultura del otro lado de los Alpes, floreció el idealismo, que no
supo valorar adecuadamente, por ejemplo, todo lo que los museos londinen­
ses habían ido recogiendo y sometiendo a tipologías desde época victoriana:
desde los objetos naturales a las manufacturas de todo tipo y especie (Ca­
randini, 1979a; Peroni, 1976­1977). Las colecciones de nuestros museos re­
flejan todavía hoy una cultura sustancialmente premoderna. Nuestras revis­
tas científicas, aun siendo meritorias en otros aspectos, tienen una impronta
análoga, como por ejemplo el Annuario della Scuola Italiana di Arene, que
pone en primer plano los estudios de carácter histórico­científico e histórico­
anticuario y recoge los informes de las excavaciones en la parte final y su­
bordinada a los «Atti». Compárese con el paralelo Annual of the Britisñ
School of Athens, en el que los trabajos de campo constituyen el objeto prin­
cipal de la revista (véanse, por ejemplo, las excavaciones ejemplares en la
vieja Esmirna: Nicholls, 1958­1959).
No es fácil explicar las causas de este retraso en Italia, siendo todavía ra­
ros (por el riesgo que implican para la propia carrera) los estudios sobre la

L_
. )
1 )

28 HISTORIAS EN LA TlERRA

)
historia de la historiografía arqueológica contemporánea en lo que respecta
a las actividades de campo.1 Téngase en cuenta que el primer congreso na­
cional celebrado en Italia (en Siena) sobre Come l'archeologo opera sul cam­
po. Per un minimo comune denominatore nei metodi de/l'archeologia degli in­
sediamenti fue en 1981, el mismo año en que apareció la primera edición de
Storie dalla terra, el primer manual de arqueología estratigráfica escrito por
un arqueólogo italiano, por muy extraño que parezca.2
Desde un primer momento las estratificaciones en los yacimientos huma­
nos debieron presentarse más complejas que las producidas por los agentes
naturales, al menos por el carácter incoherente y frágil de los estratos acumu­
lados por los hombres respecto a las sólidas sedimentaciones rocosas. Tam­
bién las manufacturas humanas debieron parecer menos constantes y extra­
vagantes respecto a la evolución regular de los vegetales y de los animales, al
menos por la ausencia de todo tipo de selección natural y por la presencia de
los cambiantes gustos del hombre, que sustituye un objeto más elemental por )
otro más perfeccionado y otras veces hace lo contrario por amor a la tradición.
, A pesar de ello, los arqueólogos se bao dado cuenta con notable retraso que
su ciencia era por diversas razones diferente de la de los geólogos (Harris,
1979). Pero aquel mimetismo casi a la letra, con un siglo de retraso, de lo que
daneses, norteamericanos e ingleses habían ido descubriendo sobre la historia
de la tierra no fue inútil para la arqueología de campo, que conservó un nexo
esencial con el paradigma de los indicios.
La mejor arqueología de la primera mitad de nuestro siglo pertenece to­
davía a la primera época del saber estratigráfico moderno. Alcanza su vérti­
ce con M. Wheeler (1954) y K. M. Kenyon (1956), cuyos trabajos se concen­
traron entre los años treinta y cincuenta. En los años veinte la excavación
podía consistir todavía en desenterrar, como indican los principios metodo­
lógicos de L. Woolley publicados en 1930 y reeditados a principios de los cin­
cuenta con la siguiente y significativa nota del autor: «me he ocupado aquí de
principios y éstos cambian poco o nada». Las excavaciones en Oriente esta­
ban especialmente mal dirigidas, funcionaban a base de propinas (baksheesh)
y era ya una conquista si el arqueólogo se ocupaba de plantas de edificios
además de los objetos muebles (Woolley, 1954). La primera arqueología es­
tratigráfica no nace pues en las ciudades soleadas de Oriente y del Medite­
rráneo, sino en los grises centros fortificados prerromanos de Inglaterra, para
ser exportada a todas partes, como ha ocurrido con el método Wheeler, rá­
pidamente divulgado y adoptado a nivel internacional. Marcó una época la
excavación en los años treinta de Maiden Castle (Wheeler, 1943). En las sec­
ciones de este Hillfort las unidades estratigráficas aparecen perfectamente
definidas y numeradas, incluso para certificar la procedencia de los materia­
les. Esto ocurría por primera vez, es decir, que aquellas secciones marcaron
una época y crearon escuela, lo que desgraciadamente no ocurrió con el son­
deo de Boni en el Comicio, a los pies del Capitolio (Boni, 1900).
En estas sutilezas de importancia fundamental no pensaba en cambio A.
Maiuri (1938), el gran excavador de Pompeya. En sus publicaciones, las es­
HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA 29

tructuras arquitectónicas aparecen, excepto en dos ocasiones (Maiuri, 1973,


figuras 28, 56), completamente liberadas de los estratos, por lo que las rela­
ciones entre muros, estratos y materiales se han perdido. Este y otros defec­
tos de la arqueología de excavación italiana y mediterránea explican la des­
confianza sustancial en este ámbito geográfico hacia la estratigrafía, por lo
que hasta hace pocos años ha prevalecido la datación de los monumentos a
través de las técnicas edilicias (Lugli, 1957) en vez de utilizar los materiales
procedentes de los estratos. Dos casos ejemplifican este modo de ver. El pri­
mero es el de G. Lugli, quien a las justas críticas de N. Lamboglia (la polé­
mica había surgido a raíz de la datación del teatro de Ventimiglia) respondía
despreciando sin duda el método estratigráfico: «con dos cacharros [Larn­
boglia] hace la historia del monumento» (Lamboglia, 1958; Lugli, 1959).3 El
segundo caso es el de P. Romanelli, quien en los años sesenta todavía res­
pondía a R. Meiggs (1960), incluso demasiado airosamente crítico con las la­
bores de excavación en Ostia entre 1938 y 1942, defendiendo que en Ostia las
excavaciones estratigráficas no eran posibles o eran mucho menos determi­
nantes que en otros lugares (RomaneUi, 1961). Incluso M. Pallottino (1963)
se alineó poco después contra la «sobrevaloración» de la estratigrafía ( él pro­
movió las excavaciones de necrópolis más que las de hábitats). Entre finales
de los años cincuenta e inicios de los sesenta la arqueología oficial italiana
era contraria o no veía con buenos ojos el nuevo método (Manacorda, 1982b).
En tal clima desfavorable se excavaron en Ostia (desde 1966) las Termas del
Nuotatore (Carandini­Panclla, 1968­1977). Recuerdo todavía las acusaciones
que se nos hicieron (no sólo por parte de los arqueólogos más ancianos) de
excesiva minuciosidad y de extrema lentitud en la distinción de estratos y en
la clasificación de los materiales. Pero con el paso de los años aquellas pu­
blicaciones se han convertido en puntos de referencia de la arqueología ro­
mana en el Mediterráneo y nadie plantearía ahora las reservas de entonces.
La defensa de la cultura estratigráfica fue en aquellos años especialmente di­
fícil, más de lo que los jóvenes puedan imaginar.
Este desfase en la arqueología de campo se originó en Italia entre las dos
guerras mundiales. Antes la situación era diferente. Piénsese en el Museo Et­
nográfico creado por L. Pigorini en el Collegio Romano (más tarde traslada­
do al Eur por el Ministero dei Beni culturali que, mientras tanto, ocupó el
San Michele, la mejor sede para un nuevo museo arqueológico de la ciudad),
en el Bullettino di Paletnologia Italiana, en el que desde 1882 aparecían sec­
ciones de yacimientos, en las investigaciones pioneras de P. Orsi y en los in­
formes de excavación de G. Boni y de algunos más publicados en las Notizie
degli Scavi de los tres primeros lustros de este siglo (Boni, 1900, 1913) y que
se interrumpieron (D'Errico­Pantó, 1985). La imagen de la base de la Co­
lumna Trajana seccionada, con las cimentaciones y los respectivos estratos
(Boni, 1907), representa un magnífico prólogo sin continuidad y una acusa­
ción a las destrucciones y remociones de las que después Roma fue escena­
rio preferido. Esta regresión de la arqueología es una realidad que se inicia
antes del fascismo (implicando al propio G. Boni, de quien se conocen am­
30 HlSTORIAS EN LA TIERRA

)
plias excavaciones sin publicar y que consistieron en desenterrar restos: Ca­
randini et al., 1986) y se extiende casi hasta nuestros días (condicionando la
mentalidad de quienes, tan sólo partidarios de la arqueología histórico­artís­
tica y monumental, todavía rechazan la estratigráfica considerándola como
un componente puramente técnico y secundario de esta disciplina).
No es una casualidad que la recuperación de la arqueología estratigráfi­
ca tenga lugar en Italia una generación más tarde, discretamente y en una
zona marginal de la península, con las excavaciones de N. Lamboglia en Al­
bintimilium (Ventimiglia), en los años 1939­1940, y las de L. Bernabo Brea
en las Arene Candide, cerca de Finale Ligure, en los años 1940­1942. Ambos
están influenciados por la arqueología de más allá de los Alpes y por la pa­ )
leontología italiana, especialmente de la escuela florentina, a la que se debe
el mérito de la primera excavación sistemática del paleolítico superior italia­
no, publicada por G. A. Blanc en 1920 (Bietti, 1990). La excavación de Ven­
timiglia (Lamboglia, 1950) es la primera de época clásica que puede compe­
tir con las de Wheeler ­si bien Lamboglia nunca siguió dicho método, en
realidad se convirtió en un poswheeleriano ante litteram­, y la de las Arene
Candide (Bernabo Brea, 1946) es la primera que, con iguales características,
se ocupó de nuestra prehistoria menos remota. Estas dos excavaciones ligu­
res, ambas publicadas en Bordighera, dedicaban una especial atención a las
secciones, algo natural para aquella época, dibujadas además con criterios
gráficos muy parecidos (Lamboglia, 1950, figura 2; Bernabo Brea, 1946, figu­
ra 4).
Tan sólo durante la última generación la arqueología estratigráfica ha
conseguido emanciparse de la geología y de la paleontología para autodefi­
nirse como una disciplina histórica específica. Esta última revolución ha te­
nido lugar, una vez más, en Inglaterra, donde ya a finales de los cincuenta se
comenzaba a superar el método de M. Wheeler y se inventaban nuevos prin­
cipios y prácticas, que se afirmaron a lo largo de los setenta y que todavía son
sustancialmente válidos. Pensemos en las excavaciones de S. S. Frere (1971­
1983) en Verulamium, de B. Cunliffe (1971a, 1971b, 1975­1976) en Fishbour­
ne y en Porchester, de M. Biddle (1975) en Winchester y de P. Barker (1975,
1980) en Wroxeter, sólo por citar los más famosos de aquel afortunado mo­
mento.
Entre la segunda mitad de los años setenta y los ochenta los nuevos mé­
todos británicos cruzaron el canal de la Mancha estableciéndose desde el
Louvre al Palatino. De las excavaciones en Cartago y en Settefinestre en
Etruria se ha hablado ya en el prefacio (p. 1) y otras similares también se po­
drían citar, incluso de época medieval (Francovich, 1986; Francovich­Paren­
ti, 1987). Después llegó la experiencia de las excavaciones urbanas en Italia,
decisiva para el progreso de estos estudios en nuestro país.4
En estos últimos años los procedimientos de excavación no hao hecho
grandes progresos. Los temas sobre los que la arqueología británica está aho­
ra trabajando se refieren a otros aspectos, como el uso de los ordenadores, la
paleoecologfa, la arqueometría y los sistemas de archivo y de publicación, es
HISTORIA Y PRlNCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA 31

� . ., ,
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,

FIGURA l. Erosión, movimiento, deposición.

decir, la transición del análisis de la secuencia estratigráfica a la síntesis del


discurso histórico. El método estratigráfico, entendido en un sentido amplio,
es todavía un campo de investigación en expansión y el Museo de Londres
aún es un punto de referencia fundamental (Site manual, 1990).

Estratificación en general

Todas las formas de estratificación, geológicas o arqueológicas, son el re­


sultado de 1) erosión/destrucción, 2) movimiento/transporte, 3) deposición/
acumulación (figura 1). Pero mientras que la estratificación geológica se
debe exclusivamente a fuerzas naturales, la arqueológica es el resultado de
fuerzas naturales y humanas, separadas o combinadas entre sí, por lo que
erosión, movimiento y deposición se entremezclan con obras de destrucción,
transporte y acumulación o construcción (figura 2). El fenómeno de la estra­
tificación tiene siempre, por lo tanto, una doble faz, presuponiendo siempre
la ruina del equilibrio anterior y la formación de uno nuevo. Una cabaña im­
plica un corte de leña, un muro de tierra la excavación de unas arcillas y un
muro de piedra una cantera (figura 3).
En la naturaleza se dan erosiones, abrasiones, desprendimientos y depo­
siciones, aluviones, caídas de detritus, morrenas, dunas y deslizamientos, y to­

FIGURA 2. Alternancia de estratos de origen natural (con trama) y antrópíco (en


blanco).
32 HISTORIAS EN LA TIERRA

FtGURA 3. Destrucción y construcción.

dos ellos conllevan desplazamientos de materiales. Por dicho motivo, las cir­
cunstancias estratigráficas de los yacimientos ubicados en colinas o en mon­
tafias son diferentes de las de los yacimientos en llanuras sedimentarias, por­
que cambian, por ejemplo, los criterios interpretativos en lo relativo a la
deposición de los materiales. El flujo de las aguas superficiales arrastra los
materiales hacia abajo y las cerámicas aparecen rodadas (Mannoni, 1970).
Se conocen también modificaciones de materiales preexistentes sin que
se hayan desplazado, debidas a compresiones, cocciones, perturbaciones bio­
genéticas y metabolismo inducido.! El análisis de una estratificación presu­
pone siempre el análisis de los procesos naturales y/o antrópicos que la han
determinado, con el fin de reconocer las condiciones históricas y paleoam­
bientales que han provocado su formación.
La formación de una estratificación tiene lugar por ciclos, es decir, a tra­
vés de períodos de actividad y de menor actividad o de pausa. Durante las
pausas pueden acaecer muchos fenómenos, pero no procesos de crecimiento
de la estratificación. La acción está representada por los estratos, y la pausa
por las superficies de los estratos. Dichas superficies son películas intangibles
a las que los geólogos han llamado interfacies y representan el período (que
puede ser muy corto) de exposición de un estrato, es decir, el lapso de tiem­
po transcurrido entre un estrato formado y uno que comienza a formarse en­
cima del primero, algo así como su vida.
Una acción de deposición/acumulación conlleva siempre un estrato (el
dato material) y su superficie o interfacies (el dato inmaterial). Generalmen­
te se presta mayor atención al primero que al segundo, pero se trata de un
error, porque la reconstrucción histórica debe tener en cuenta las lagunas de
HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFIA 33

F1GURA 4. 3 y 5: superpuestos; 2: acción de corte (la separación de 3 implica su re­


numeración); 2: resultado del corte (la separación de 5 implica su renumeración);
2: comienza a llenarse; 2: está rellenado por l. Para la numeración, cf. figuras 55­63.

FIGURA 5. La superficie de 2, aunque frecuentada y, por lo tanto, al menos mínima­


mente alterada o consumida, no muestra sustanciales transformaciones en el curso de
su vida, antes de la formación de l.

a e d e F
FIGURA 6. La superficie de 2 ha sido frecuentada y su volumen ha disminuido sensi­
blemente durante su vida, antes de la formación de 1, pero de forma tan uniforme que
resulta irreconocible.

la documentación estratigráfica e imaginar incluso lo que, habiendo existido,


no ha llegado a convertirse en una estratificación positiva.
Una acción de erosión/destrucción nunca conlleva un estrato, pero sf una
falta de estrato o de estratos (el dato material ha sido desplazado a otro lu­
gar) que podemos denominar interfacies o superficie en sí. La superficie que
no presupone un estrato representa la acción de erosión/destrucción y tam­
bién la vida de la superficie misma (figura 4). Por todo ello resulta funda­
mental saber distinguir en cualquier estratificación los estratos de las superfi­
cies de estrato y de las superficies en si.
Unas veces el resultado de las acciones de erosión/destrucción y de trans­
formación es tan mínimo o uniforme que no se reconoce fácilmente (Arnol­
dus Huyzenveld­Maetzke, 1988), mientras que otras veces es evidente y sig­
nificativo y debe ser documentado (figuras 5­7). Los estratos, sus superficies
y las superficies en sí pueden ser a su vez objeto de acciones de deposi­
)
1
)
34 HlSTORlAS EN LA TIERRA

FIGURA 7. La superficie de 6 ha sido frecuentada y su volumen se ha alterado en


vida, antes de la formación de 1, por los cortes 4 y 5, perfectamente identificables,
posteriormente rellenados por 2 y 3.

F1GURA 8. 5 y 7 han sido cortados por 4, más tarde rellenados por 3; posteriormente
se ha efectuado el segundo corte 2, después rellenado por l.

FIGURA 9. Diversas cuencas de deposición, naturales y artificiales, contienen distin­


tas estratificaciones ( a y b ).

FIGURA 10. Diversas formas de depósito, natural y artificial.

ción/acumulación y de erosión/destrucción (figura 8). Esto puede suceder du­


rante su formación, durante su vida y también después de ella.
Los estratos se acumulan en un área determinada que se llama cuenca de
deposición, formada normalmente por una depresión natural o artificial y
también por un espacio cerrado por muros o terraplenes. Cuencas diferentes
presuponen estratigrafías diversas (figura 9). La forma de la deposición de­
pende de los materiales depositados y del tipo de fuerza ejercida por la na­
turaleza o por el hombre al moverlos (figuras 10, 21­23).
HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA 35

F1GURA 11. Superficies de estratos horizontales y verticales.

F1GURA 12. Perímetro y relieve de la superficie de un estrato con curvas de nivel aco­
tadas.

4 '100 o.e.

6 200 «c.

FIGURA 13. 1 es posterior a 2, a pesar de que los materiales indiquen lo contrario, ya


que en este caso deben considerarse materiales residuales procedentes de 4 = 5 y de
6 =7.

Para determinar si una realidad estratigráfica concreta es de origen natu­


ral o antrópico hay que tener presente: 1) el tipo de material estratificado; 2)
el modo en que ha sido erosionado o excavado; 3) el modo en que ha sido des­
plazado o transportado; 4) el modo en que ha sido depositado o acumulado.
Las características principales de un estrato son las siguientes. 1) El es­
trato posee una superficie, que puede ser horizontal, inclinada o vertical (fi­
gura 11). 2) La superficie de un estrato está delimitada por un perímetro y po­
see un relieve que puede representarse con curvas de nivel acotadas (figura
12). 3) Del relieve de la superficie de un estrato, combinado con el de los es­
tratos subyacentes y adyacentes, se obtiene su volumen (figura 68). 4) Todo
estrato tiene una propia posición topográfica en las tres dimensiones espa­
ciales. 5) Todo estrato tiene una propia posición estratigráfica, es decir, una
propia posición relativa en el tiempo en relación a los otros estratos, posición
que se obtiene de las relaciones entre las superficies o las interfacies y no de
los materiales en él contenidos (figura 13). 6) Todo estrato tiene una propia
)
1
)
1
36 HISTORlAS EN LA TIERRA
1
)

FIGURA 14. (a) Material residual de otro estrato más antiguo (triángulo); (b) mate­
rial coetáneo a la formación del estrato (círculo); (e) material de intrusión proceden­
te de otro estrato más tardío (rectángulo).

FtGURA 15. Secuencia estratigráfica de un muro. Si no se numera y distingue la trin­


chera de fundación 7 de los estratos 4 y 5 que la rellenan, el conjunto resultante pue­
de ser considerado anterior al cimiento 6 (lo que es cierto para 7 pero no para 4 y 5)
o posterior (lo que es cierto para 4 y 5 pero no para 7).

cronología absoluta, que se establece en función del material datable más


moderno contenido en sí mismo y que le es coetáneo, siempre que no se tra­
te de un residuo o de una intrusión (figura 14), y gracias a la cronología ab­
soluta de los estratos que le preceden y le siguen en la sucesión estratigráfi­
ca (pp. 153 ss.).
Es justo recordar que los geólogos siempre han reconocido las superficies
de los estratos (llamándoles interfacies), mientras que los arqueólogos sólo
en los últimos años las han tomado sistemáticamente en consideración (Ha­
rris, 1979). Antes de que esto acaeciera no se podía transformar integral­
mente una estratificación en una secuencia estratigráfica y, por lo tanto, en
una estratigrafía (figura 15).

Estratos naturales y arurápicos

Con el danés Steno, el inglés Smith y los escoceses Hutton y Lyell


(1830), que vivieron entre los siglos xvm y XJX, la geología ha adquirido las
nociones fundamentales necesarias para establecer las estratigrafías de la
tierra: fósiles, estratos, interfacies, relación fósiles­estratos y datación de los
estratos con los fósiles (a partir de la evolución de las especies). Las leyes
que permiten reconstruir la secuencia de los estratos rocosos depositados
HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA 37

FIGURA16. Secciones vistas revelan una continuidad original interrumpida en un se­


gundo momento.

FIGURA 17. Una estratigrafía geológica invertida.

en condiciones sedimentarias son las siguientes: 1) ley de la originaria su­


perposición, por la que el estrato más alto es también el más reciente, bajo
el presupuesto de que los estratos no hayan sido alterados y se hallen en su
forma de yacer original; 2) ley de la originaria horizontalidad, por la que los
estratos que se han formado bajo el agua tienen generalmente superficies
horizontales; las superficies de estrato inclinadas comportan modificaciones
sucesivas de su ubicación primitiva; 3) ley de la originaria continuidad, por
la que los estratos no tienen bordes visibles; en el caso de existir se deben
a sucesivas acciones de erosión (figura 16); 4) ley de La sucesión [aunlstica,
por la que los estratos se fechan en función de los fósiles que contienen;
ello conlleva que los estratos desplazados o invertidos se fechan más bien
por los fósiles que contienen que por su superposición en la estratificación
(figura 17).
Al igual que la estratigrafía geológica, la arqueológica se basa en princi­
pios aplicables en cualquier parte, ya que conciernen al aspecto físico de las
acciones humanas, y éste sigue a la regularidad de la naturaleza más que a la
irrepetibilidad de la historia. Esta es la razón por la que en arqueología es­
tratigráfica las distinciones disciplinarias acaban por revestir un significado
relativo. El excavador es un especialista en estratigrafía en sentido general,
capaz de actuar en los más diversos contextos, al estar las relaciones estrati­
gráficas determinadas por la contigüidad entre las superficies o interfacies y
no por los materiales contenidos en los estratos (figura 13), de forma contra­
ria a lo que ocurre en geología por la ley de la sucesión faunfstica. Esta dife­

L
)
)

38 HISTORIAS EN LA TIERRA
)

F1GuRA 18. Los estratos arqueológicos de tierra no pueden ser invertidos: 1 y 2 son
estratos nuevos respecto a 4 = 5 y 6 = 7.

FlGURA 19. La estratigraCfa de un yacimiento es como una isla en el mar de la estra­


tigrafía natural.

rencia entre estratigrafía geológica y arqueológica se debe a la naturaleza in­


coherente de los estratos de tierra que, aunque hayan sido excavados o in­
vertidos, siempre forman nuevos estratos, al margen de la cronología de los
materiales en ellos contenidos (figura 18). La historicidad de nuestro sub­
suelo consiste en esta constante posibilidad de que un estrato se transforme
en otro y en la actitud humana de crear continuamente estructuras verticales
capaces de multiplicar las cuencas de deposición y de infringir la horizontali­
dad de las deposiciones, que es una característica de la estratificación natu­
ral. El comportamiento de los estratos coherentes es cliferente. Se dan casos
en los que estratos constructivos pueden transformarse y presentarse como
estratos rocosos, como por ejemplo en el derrumbe de estructuras en opus
caementicium.
Si pensamos en los yacimientos arqueológicos urbanos y rurales, veremos
que se presentan como islas estratigráficas humanas en un mar de estratos
naturales. En los alrededores o en el fondo de un yacimiento hallamos siem­
pre la estratificación obra de la naturaleza (figura 19). Desde este punto de
vista, subrayar la originalidad de los procesos de sedimentación en los yaci­
mientos arqueológicos respecto a los naturales entraña el riesgo de separar
aquello que en realidad se muestra de forma continua y, por lo tanto, de ais­
lar el yacimiento arqueológico de su contexto ambiental. Por dicho motivo,
algunos especialistas en estratigrafía consideran que la actividad antrópica
genera estratificación al igual que cualquier agente sedimentario y geomórfi­
co (Brogiolo­Cremascbi­Gelicbi, 1988; Cremaschi, 1990). Según los diversos
HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFfA 39

FIGURA 20. En el estrato natural 1 se hallan contenidas huellas de la presencia hu­


mana: 1.1. y 1.2. (1.1. parece más reciente que 1.2. porque se encuentra a una cota más
elevada).

puntos de vista la creación de estratificación por parte del hombre se parece


o difiere, en mayor o menor grado, de la generada por las fuerzas naturales.

Donde la naturaleza prevalece sobre el hombre, como en las excavaciones


prehistóricas (por ejemplo en los yacimientos paleolíticos al aire libre), se ha­
lla a nivel de estrato lo que se encuentra a nivel de territorio (sobre las exca­
vaciones del paleolítico, véase Bietti, 1990). Las evidencias de la vida humana
aparecen aisladas entre sí, como sumergidas en la uniformidad del estrato na­
tural. Al no poderse establecer relaciones estratigráficas entre estas evidencias
aisladas es imposible la reconstrucción de una secuencia estratigráfica en sen­
tido estricto, es decir, basada en las relaciones físicas entre los diversos resul­
tados de las acciones humanas combinados entre sí. La sucesión relativa en el
tiempo puede, en dichos casos, solamente obtenerse a partir de la posición tri­
dimensional de dichas evidencias en el contexto del estrato natural. Aunque
dicho estrato aparezca homogéneo, al menos a simple vista, se puede haber
ido acumulando durante un período de tiempo muy largo y en circunstancias
no siempre idénticas. De ello se deduce que las porciones horizontales, artifi­
cialmente establecidas, más altas de dicho estrato son, con toda probabilidad,
más modernas que aquellas situadas más abajo. En la condición de una real o
aparente incapacidad para distinguir, típica de los grandes fenómenos natura­
les, faltando evidentes relaciones espacio­temporales, la posición tridimensio­
nal de cada una de las evidencias en el contexto del estrato adquiere una
importancia fundamental, convirtiéndose en el único débil criterio de discri­
minación en el ámbito de la deposición uniforme de los materiales. En dicho
caso las evidencias humanas acaban por convertirse en subconjuntos de la se­
cuencia estratigráfica natural (figuras 20 y 28; Cremaschi, 1990). Incluso en
épocas históricas se pueden dar condiciones estratigráficas vagamente análo­
gas, por ejemplo en época alto­medieval, cuando en las antiguas ciudades ya
no funcionan las cloacas y los espacios públicos se ven invadidos por estratos
de barro que acaban por albergar las míseras cabañas de aquellos que todavía
no habían abandonado el yacimiento (Ward Perkins, 1981). Se pueden dar
también estratos de ocupación de época protohistórica considerablemente ho­
mogéneos, en los que la distribución de microestructuras (como los hogares) y
de materiales acaba por ser más significativa que la distinción de estratos, di­
fícilmente documentables.

Alli donde, en cambio, las acciones humanas se intensifican y entrelazan,


superponiéndose y estableciendo sus propias cuencas de deposición, como en
las primeras formas de vida concentrada y continua, la estratificación natural

L
)

)
40 HISTORlAS EN LA TIERRA

FIGURA 21. Con las primeras formas de vida concentrada en un yacimiento prevale­
cen los estratos artificiales sobre los naturales.

. ....
. ·... · .. ·.
.. .... · ..·. ·..
. · :·.····
.: : .. ··. . .
·;\.: ·. ·:··.. . .....

FIGURA 22. Formación de estratos naturales.

queda al margen del yacimiento y acaba por jugar un papel subalterno. Des­
de este punto de vista la ciudad se presenta como un conjunto intensamente
interrelacionado de acciones humanas que excluye fundamentalmente el
predominio de la naturaleza dentro de sus límites. Las estructuras verticales
construidas por el hombre (fosos, terraplenes, empalizadas y muros) estable­
cen conjuntos estratigráficos completamente artificiales, fortificados, no sólo
contra el enemigo, sino también contra la lluvia y los torrentes (figura 21).
Los diferentes modos de actuar de la naturaleza y del hombre pueden
comprenderse en términos de energía. La naturaleza emplea normalmente
energías bastante más bajas que las usadas por el hombre incluso cuando uti­
liza sólo el pico y la pala. Las precipitaciones, los cursos de agua y los vien­
tos desplazan poco a poco y con poca fuerza partículas mínimas. Así se for­
man los estratos homogéneos de los que se ha hablado (figura 22). Con sus
músculos y herramientas el hombre transforma situaciones precedentes,
transporta materiales pesados, construye monumentos que, una vez abando­
nados, se hunden formando grandiosas ruinas, e incluso éstas son la expre­
sión de la alta energía atesorada en aquellas construcciones y, por lo tanto, se
convierten en monumentos de monumentos (figura 23). Por no hablar de las
convulsiones que el hombre llega a producir con sus máquinas y sus artefac­
tos, desde los diques a los rascacielos (figura 24), cuya fuerza es casi similar
a la de la naturaleza cuando se desencadena en un cataclismo. La compleji­
HISTORIA Y PR1NC1PIOS DE LA ESTRATIGRAFfA 41

F1GURA 23.
­�­
Formación de estratos artificiales (en época preindustrial).

F1GuRA 24. Formación de estratos artificiales (en época industrial).

dad de la estratigrafía arqueológica se debe pues a la concentración de la


vida en un lugar determinado y a la capacidad de dividir y de transformar
que posee la alta energía que el hombre sabe generar incluso cuando sólo usa
sus propias manos.
Incluso en los estratos homogéneos producidos por las bajas energías na·
turaJes o en otras condiciones particulares antrópicas (acumulaciones lentas
en cabañas en las que se vive sin limpiar o renovar) pueden darse cambios,
más o menos graduales, debidos a variaciones de energía de los agentes. Fre­
cuentemente, al no alcanzar a captarlos a simple vista, es necesario analizar·
los con mayor profundidad para descubrir las variaciones de fuerza que han
permitido el transporte seleccionado de partículas más o menos grandes. De
tal forma se hace posible articular, a partir de pequeños cambios de energía,
lo que en un principio no se podía distinguir. La capacidad de análisis de la
visión y, por lo tanto, de la reconstrucción estratigráfica depende de la po­
tencia del ojo indagador. Nos quedamos atónitos cuando indagamos la natu­
raleza al microscopio y descubrimos formas que nunca habríamos sospecha·
do. De aquí deriva la necesidad de excavar dichos estratos con evidencias de
, )

42 HISTORIAS EN LA TIERRA

vida humana procediendo por finos niveles artificiales y tomando de los mis­
mos muestras de tierra para analizar en el laboratorio.
Se piensa siempre en el hombre como productor de instrumentos, obras
de arte y arquitecturas. Con menor frecuencia se le considera también como
excavador o constructor, creador de cuencas de deposición y acumulador de
estratificaciones. Por lo tanto, no sorprende que las unidades estratigráficas
por él producidas sean, en muchos aspectos, diferentes de las naturales, espe­
cialmente porque reflejan su complicada forma de proyectar y sus imprevisi­
bles motivaciones. Existe sin duda una relación entre complejidad cultural y
productiva. La relativa sencillez de las mánufacturas y de los yacimientos
prehistóricos se corresponde perfectamente con un mundo que no escribe y,
viceversa, la creación de las obras de arte y de los monumentos refleja fiel­
mente un mundo que sabe escribir. Desde este punto de vista la documenta­
ción escrita se muestra como el complemento natural de la rica producción
artesanal y manufacturada de una sociedad de época histórica. La contrapo­
sición entre escritura y materia trabajada no tiene pues ningún sentido, ya
que cada una de estas dos fuentes puede expresar mejor lo que la otra a du­
ras penas consigue susurrar. De la misma forma que la mente no sustituye al
cuerpo humano, lo escrito no sustituye a lo manufacturado. Estratificaciones
y archivos son dos expresiones de una misma faz.
Hasta ahora se ha reflexionado bastante poco acerca de los diferentes ti­
pos de estratificación. En las épocas prehistórica y protohistórica e incluso en
otras más tardías, como la altomedieval, puede predominar o manifestarse
conspicuamente la estratificación de origen natural o de carácter homogé­
neo. En las otras épocas prevalece, en cambio, la estratificación arqueológi­
ca compleja. En la época industrial el desarrollo de la mecanización, de la
limpieza urbana y de la protección de los monumentos ha modificado el ca­
rácter de la estratificación, a veces complicándola aún más y a veces simpli­
ficándola basta el extremo. Este Libro trata, sobre todo, de la estratigrafía ar­
queológica de la época preindustrial, cuando acaba el predominio del campo,
se establece un antagonismo entre éste y la ciudad y no se ha llegado todavía
al dominio incuestionable de ésta (Carandini, 1979b). Se intentará indivi­
dualizar los principios que permiten leer la estratificación creada artesanal­
mente por el hombre. Existen una serie de constantes en su comportamien­
to sobre el terreno que deben conocerse si se quiere afrontar de forma
metódica el conocimiento de la tierra y de las materias plasmadas por el
hombre. Las reglas de la estratigrafía son, en esta especie de descenso a los
infiernos, nuestro único Virgilio.
2. DE LA ESTRATIFICACIÓN
A LA ESTRATIGRAFÍA

ESTRATEGIAS y Mfaooos DE EXCAVACIÓN

Prospecciones

Mientras el arqueólogo connaisseur se recrea en encontrar confirma­


ciones y negaciones indagando en múltiples lugares y tejiendo horizontal­
mente su trama de conjeturas, el arqueólogo que quiere trabajar sistemáti­
camente en el campo se comporta de forma diversa. Quiere descender hacia
niveles cada vez más detallados para comprender, en el marco de la norma
histórica más general o fuera de ella, el aspecto local, individual y concreto
de un único contexto que frecuentemente confirma, pero con mayor fre­
cuencia desmiente, las certezas existentes en las grandes síntesis. Las tenden­
cias y las cesuras históricas fundamentales no son ajenas a quien está traba­
jando en algo tan concreto como un yacimiento y su territorio. Éstas se
presentan al topógrafo y al estratígrafo de forma mucho más viva y diversifi­
cada que en las fuentes literarias, las cuales, leídas sin una contrastación con
los monumentos, difícilmente pueden ser comprobadas y pueden llevar a vi­
siones falaces como, por ejemplo, aquella según la cual el mundo clásico po­
dría ser considerado como algo sustancial.mente unitario, desde Homero a
san Agustín (Carandini, 1988a, pp. 323 ss.). Las dinámicas y las crisis históri­
cas adquieren perfiles más difuminados y conjuntos más individuales a me­
dida que uno se acerca a tocar tierra desde el empíreo del mundo escrito con­
siderado en sí mismo.
No se trata aquí de enfrentarse a los problemas de la investigación topo­
gráfica, que lógicamente precede a la de la excavación, ya que éstos merecen
un manual propio.1 Pero una vez que dicha investigación baya suficiente­
mente avanzado hacia una unidad geomorfológica, que el paisaje agrario o
urbano haya sido comprendido en grandes períodos y que los yacimientos se
hayan comparado entre sí para dibujar una primera tipología de los yaci­
mientos, se podrá entrar más en el detalle escogiendo al menos una unidad
topográfica para cada tipo de yacimiento que sea objeto de excavación. Na­
turalmente, la relación topografía­excavación puede variar. Se puede imagi­
)
1
)
1
44 HISTORIAS EN LA TIERRA )
1
nar un proyecto eminentemente topográfico que prevea también sondeos, o l
1
un proyecto eminentemente de excavación que prevea también una investiga­ )
ción topográfica de la zona circundante. Si no existe la posibilidad de con­ 1
)
trolar una cierta extensión topográfica los datos obtenidos de la estratificación 1
quedan aislados y sin ninguna posibilidad de generalización. La investiga­
ción topográfica valoriza al máximo una excavación al contextualizarla a ni­
vel territorial y, por lo tanto, multiplicar su relevancia científica. Se puede
comparar al topógrafo con el médico, que ausculta al paciente para determi­
nar la enfermedad por medio de los síntomas más diversos, y al excavador
con el cirujano, que, a partir de la diagnosis médica, actúa en un determina­
do punto del cuerpo. Pero incluso la labor del médico es cada vez menos sub­
jetiva gracias a la contribución de diversos tipos de análisis­no destructivos, y
al topógrafo no le queda otra alternativa que no sea reducir la importancia
del olfato en favor de una investigación más precisa.
El primer objetivo de la investigación topográfica es el de identificar el
mayor número posible de yacimientos y recorridos (o unidades topográficas)
para describirlos de forma adecuada, al igual que el primer objetivo del ex­
cavador es el de identificar y documentar el mayor número de unidades es­
tratigráficas. En segundo lugar, el topógrafo debe intentar conectar entre sí
las diversas unidades topográficas con el fin de reconstruir conjuntos de ya­
cimientos y de recorridos para cada uno de los períodos históricos, exacta­
mente como el excavador debe agrupar en actividades las simples unidades
estratigráficas consecutivas. En tercer lugar, el topógrafo debe hacer planos
de paisajes agrarios o urbanos reconstruidos por períodos y por territorios, al
igual que el estratígrafo debe elaborar gráficos reconstructivos del monu­
mento o del conjunto arqueológico en función de sus fases y de la configura­
ción de sus estructuras.
Si nos limitamos a identificar con precisión yacimientos y unidades estra­
tigráficas compilamos listas de datos útiles sobre todo desde el punto de vista
«patrimonial» y de la protección. Si nos contentamos con esbozar síntesis te­
rritoriales y urbanas basándonos en una documentación escasa y parcial, co­
rremos el riesgo de subordinar aquellos pocos datos a preguntas y respuestas
preestablecidas, por lo que no disponemos de comprobaciones, negaciones y
verdaderos enriquecimientos de los conocimientos previos. Se trataría pues de
superar este anticuarismo territorial para llegar a reconstruir históricamente
fragmentos de paisajes urbanos y rurales (Carandini, 1989f). Un planteamien­
to correcto presupondría una elección razonada y realista del área en la que se
pretende actuar, un análisis formal de la misma que permita establecer series
de acontecimientos y sus mutuas relaciones y, finalmente, una síntesis que no
fuera arbitraria, sino el resultado de datos concretos y de hipótesis planteadas
en contacto con el terreno, considerado éste de forma arqueológicamente sis­ I
temática y no selectiva. 1
Es necesario escoger de forma responsable los puntos en los que excavar.
Deben tenerse en cuenta el tipo y la rareza del yacimiento, 'el estado de con­
servación de la estratificación, su profundidad y complejidad, las caracterís­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 45

F1GURA 25. Desarrollo diferenciado de los cereales ante la presencia de muros y fo.
sos enterrados (Webster, 1964, figura 1).

ticas del suelo (un suelo ácido no conserva, por ejemplo, los restos orgáni­
cos). Para medir previamente la potencialidad arqueológica de una estratifi­
cación (el único dato objetivo sobre el que se puede basar una programación
de la investigación) y calibrar la estrategia a seguir en la excavación podemos
ayudamos con sondeos, trincheras y calicatas, o con análisis no destructivos
como el estudio de la documentación iconográfica, gráfica, escrita y relativa
a investigaciones anteriores, como la interpretación de las fotografías aéreas,
las prospecciones ( con recogida de materiales en la superficie cuadriculada
del yacimiento), los cambios en la vegetación debidos a la presencia de es­
tructuras subterráneas (figura 25), la elaboración de plantas con curvas de ni­
vel, las prospecciones geofísicas y los análisis químicos (Carver, 1983, 1986­
1989; Barker, 1986). Algunos de estos análisis se realizan desde hace años: a
principios del siglo xvn, en Richborough, Carnden observaba los cambios en
la vegetación (Daniel, 1976). Otros han sido adoptados sólo recientemente,
como los experimentados en York (Carver, 1991b; cf. también Clark, 1990).
Existe un punto en el que la labor del excavador, la del topógrafo y la del
paleoecólogo coinciden materialmente. El primero debería unir la estratifi­
cación artificial con la natural que la rodea. Los segundos deberían recons­
truir la configuración de los terrenos en las diversas épocas históricas: caídas
de detritus y aluviones plasman y alteran continuamente el suelo, por lo que
sin su estudio no se puede saber si un vacío de yacimientos es real o se debe
a que dichos agentes naturales han enterrado o erosionado aquellos hábitats.
En dichos casos, se puede recurrir, allí donde termina el yacimiento y co­
mienza el campo circundante, a lo que puede llamarse una trinchera paleoe­
colágica, experimentada en Italia con éxito a los pies de la colina de Settefi­
nestre (Carandini, 1985a, 1 •, pp. 40 ss.). Una excavación mecánica permitió
sacar a la luz y documentar allí un perfil de la estratificación del Valle d'O­
ro, en cuyo centro se halla la colina de Settefinestre, útil para comprender los
modos y los tiempos de la formación de los terrenos. La excavación manual
de un sector de la sección, con la ubicación tridimensional de los materiales
­como debe realizarse en presencia de estratos naturales­, permitió datar
su sucesión. Esencial para datar es la presencia de manufacturas en los es­
tratos, por lo que una trinchera de este tipo debe siempre excavarse junto a
un yacimiento (figuras 26­28).
1 )

46 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 26. Trinchera paleoecológica a los pies de un yacimiento.

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FIGURA 27. Trinchera paleoecológica excavada con máquina y, en parte, a mano.

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FIGURA 28. Trinchera paleoecológica, en parte excavada a mano, con ubicación tri·
dimensional de los materiales numerados progresivamente mediante carteles (siste­ ..
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ma usado en Settefinestre: Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 20­30).
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 47

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FIGURA 29. Excavación siguiendo los muros y sus negativas consecuencias.

Forma de la excavación

Se dice que la peor estrategia o forma de una excavación es la de buscar


muros y seguir su trazado. A pesar de ello, es lícito hacerlo si las crestas de los
mismos sólo están cubiertas por el humus y si este tipo de excavación se limi­
ta a este primer estrato. De lo contrario, el daño es irreparable ya que se pier­
den las unidades estratigráficas y sus relaciones con el propio muro (figura 29).
Por desgracia, fotografías de este bárbaro procedimiento se encuentran en las
propias Notizie degli Sea vi y son el fruto de una falta total de directrices en di­
cho sentido en Italia. De hecho, en el Ministero dei Beni Culturali hay un Ins­
tituto central del catálogo y un Instituto central para la restauración, pero no
existe un instituto para la topografía, la estratigrafía, la arqueometría o la pa­
leoecología, a pesar de que serían necesarios (Carandini, 1986a).
Varios son los modos según los cuales el arqueólogo puede plantear su
excavación superando el humus: una trinchera larga y estrecha, un sondeo,
una serie de sondeos regulares y cuadrangulares (sistema Wheeler) y una
gran área (sistema Barker).
Las trincheras representan la forma más antigua de excavación: «los
obreros cortaban la llanura con una larga trinchera de ocho pies de profun­
didad y lo más estrecha posible» ( excavación en Sanguigna dirigida por Fa­
brizio del Dango en La Cartuja de Parma de Stendhal). Hoy en día, las trin­
cheras sólo se consideran útiles para las estructuras lineales: muros, fosos y
calles. Pero incluso en dichos casos los datos obtenidos sólo se refieren a las
propias trincheras y son difícilmente generalizables, especialmente en los de­
talles, a todo el recorrido de la estructura hipotética. Poco más allá de la ex­
cavación, la calle podría haber sido ocupada por edificios o pavimentada en
forma diversa y las fortificaciones podrían haberse hecho de forma comple­
tamente diferente. Por dicha razón, las estructuras halladas en dos sectores a
los pies de la vertiente septentrional del Palatino, interpretadas como muros
con fosos (Carandini, 1989a, 1990a, 1990b), merecen ser objeto de ulteriores
excavaciones que incrementen o disminuyan el grado de verosimilitud de su
� }
)
48 HJSTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 30. Excavación en forma de trinchera de una fortificación.


1 )

1
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1
e e J

FIGURA 31. Sondeos preliminares en una villa romana (V), con patio (C), jardines
(G), celdas para los esclavos (CS), pocilga (P) y granero (GR). Ejemplo de Settefi­
nestre (Cajandini, 1985a, 1 ­. figura 139).
'
l
1

interpretación. Las ventajas de la trinchera consisten en que permiten plan­


tear rápidamente un problema y obtener de inmediato los primeros datos (fi­
gura 30).
Los sondeos pueden proporcionar indicaciones útiles en relación a la po­
tencialidad del yacimiento. Situados en función de una estrategia concreta
pueden dar respuesta a problemas topográficos fundamentales, tanto a nivel
de ciudad como de monumento. En lo que respecta a la ciudad y a su perife­
ria, pueden ofrecer informaciones relativas a la regularidad de la ocupación,
a las fortificaciones, a las necrópolis, a los barrios suburbanos, a la centuria­
ción y a los yacimientos rurales (Carandini et al., 1983). En lo que se refiere
a un único monumento, los sondeos pueden facilitar datos sobre las relacio­
nes entre las estructuras principales y las técnicas edilicias (figura 31). Tanto
los sondeos como las trincheras pueden ser de utilidad en las labores de pro­
tección. Pero cuanto más articulada en sondeos se halla la excavación, más
difíciles se convierten los alzados planimétricos, la correlación de las dife­
rentes unidades estratigráficas de los diversos sondeos y la comprensión del
yacimiento.
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 49

FIGURA 32. Sondeos cuadrados dispuestos regularmente y separados por testigos


(sistema Wheeler).

La multiplicación sistemática de sondeos regulares separados por testigos


combina la exigencia de no abandonar el sondeo con la de excavar en exten­
sión (figura 32). La idea fue elaborada por Wheeler (1954) y Kenyon (1956).
No se trata aquí de explicar este tipo de excavación, bien ilustrada por sus in­
ventores, perfeccionadores y epígonos (Alexander, 1970; Joukowsky, 1980).
Si bien representó una etapa fundamental de la arqueología de campo y el
inicio de las excavaciones modernas en Europa, en Oriente y en América,
este tipo de excavación tiene también sus limitaciones. Dicho método no se
utilizó bien ni con gran difusión en Italia, sea porque presuponía una exca­
vación estratigráfica cuidadosa y la perfecta regularidad y verticalidad de los
cortes (gran inconveniente para quien está acostumbrado a desenterrar), sea
por la difusión del método de N. Larnboglia, que superaba tales geometrías
en la intervención limitando la difusión del sistema en Italia, Francia, Espa­
ña e, indirectamente, en el África septentrional. Lamboglia nunca formalizó
su método pero suplió dicho vacío con sus cursos en Ventimiglia, Roma y
Ampurias, seguidos apasionadamente por los jóvenes de entonces (Carandi­
ni, 1985c).
A la luz de las experiencias de excavación más avanzadas de la última
generación, desarrolladas en la propia patria de Wheeler, el sistema de
multiplicar los sondeos regulares con precisión militar ya no puede con­
siderarse aconsejable. Esto no significa que quien todavía lo practica no
pueda llevar a cabo un buen trabajo. Significa solamente que se puede ex­
cavar mejor y con mayor eficacia de otra forma. Tampoco puede conside­
rarse que el método Wheeler represente una fase de formación indispensa­
ble para el arqueólogo militante, de hecho, muchos arqueólogos excavan
hoy perfectamente sin haberlo experimentado jamás. Es fácilmente com­
prensible, por otro lado, que el arqueólogo habituado a trabajar bajo la
protección de los vecinos cortes del sondeo pueda sentirse perdido en
la excavación de grandes áreas abiertas y tenga dificultades para aceptar
este nuevo planteamiento (quien escribe ha conocido esta sensación en
Cartago).
Hagamos una relación de los principales defectos del método Wheeler.
)

50 HISTORIAS EN LA TIERRA

F1GuRA 33. (a) Secciones con testigos preestablecidos que eventualmente pueden
quitarse (sistema Wheeler). {bl­3) Sección acumulativa con testigos provisionales y
móviles (sistema Barker).
)

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F1GU1tA 34. Bajo los testigos se esconden sorpresas incluso cuando, a ambos lados, la
estratificación parece regular y sencilJa (crítica al sistema Wheeler).

1) El testigo preestablecido, acabando muchas veces por hallarse en una po­


sición no deseada, puede ser removido con dificultad pero no desplazado,
especialmente en el marco de un rígido sistema de sondeos {figura 33), (
mientras que el sistema de la sección acumulativa (pp. 109 ss.) hace inútil
la presencia de testigos y permite desplazar o añadir secciones en cual­ 1
quier punto y momento de la excavación. 1
2) Los testigos impiden documentar las relaciones estratigráficas existentes
en su interior y sólo permiten establecer relaciones hipotéticas entre son­ 1
deo y sondeo, las cuales, de hecho, podrían revelarse erróneas. La exca­ (
vación de los testigos en una segunda fase es difícil tanto para la identifi­
cación de las unidades estratigráficas y de sus relaciones como para su J
documentación en planta (figura 34). Conservando los testigos regulares
no se llega a construir una secuencia estratigráfica continua para una gran 1
superficie de intervención.
3) Los testigos impiden la visión de conjunto de las unidades estratigráficas
en planta y aumentan las dificultades a la hora de distinguirlas y docu­
mentarlas, compartimentando de forma mecánica la excavación. Unos
mismos estratos pueden ser separados y numerados varias veces compli­
cando inútilmente lo que en la realidad es bastante sencillo. Muchas rea­
lidades que podrían comprenderse si se tomasen en consideración de
forma unitaria, dándoles una ojeada, se quedan sin comprender y fre­
cuentemente se excavan mal. La visión reducida del conjunto hace que
sea, por ejemplo, más complicada la comprensión de agujeros de postes
alineados o de muros {figura 35). Los hombres normalmente viven sobre
superficies y no sobre secciones, por ello son las superficies las que deben
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 51

..l

FIGURA 35. Un mismo estrato o una fila de agujeros para postes separados y par­
cialmente tapados por los testigos resultan más difíciles de comprender (crítica al sis­
tema Wheeler).

FIGURA 36. La visión en sección de lo que se ha excavado no corresponde a la visión


en planta de lo que hay que excavar (crítica al sistema Wheeler).

poder ser examinadas con facilidad, en planimetrías de grandes áreas,


como en un laboratorio al aire libre.
4) La visión constante en sección, facilitada por los testigos, es de poca utili­
dad durante la excavación al poder observarse en la pared lo que ya se ha
excavado y no lo que todavía hay que excavar y que podría configurarse
de forma completamente diversa poco más allá (figura 36). Por otro lado,
el diagrama de la secuencia estratigráfica elaborado sobre el terreno per­
mite un control mucho más riguroso y lógico que las visiones selectivas
que ofrecen los cortes (pp. 82 ss.).
5) Encerrado en el cuadrado que se le ha asignado, el excavador actúa den­
tro de unos límites artificiales en vez de hacerlo en conformidad con las
superficies de las unidades estratigráficas. En función de la velocidad a la
que avanza se halla además en situaciones estratigráficas diversas de las
de sus vecinos, encerrados en los sondeos contiguos, por lo que resulta di­
fícil conducir la excavación de forma paralela y por fases (figura 37).
6) Cuando a los testigos preestablecidos se añaden los que subyacen en mu­
ros y en cloacas no excavados (figura 38) y que aguantan las obras de pro­
tección (figura 39), la excavación se reduce significativamente, las relacio­
nes estratigráficas se comprenden cada vez menos debido a lasfrecuentes
interrupciones y la excavación se paraliza.
)
52 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 37. Diferentes niveles debidos a distintos ritmos de excavación en cada uno )
de los sondeos (crítica al sistema Wheeler).

FIGURA38. (a) Excavación de un muro; (b) excavación de la trinchera de expolio de


un muro; (c) muro sin excavar, con el correspondiente testigo para su estabilidad. >·

FIGURA 39. Los testigos para sostener los muros se suman a los testigos preestable­
cidos, lo que reduce de forma considerable el espacio de la excavación (crítica al sis­
tema Wheeler).
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 53

7) Cuanto más numerosos son los testigos y su excavación, más se retrasa la


investigación y se multiplican las posibilidades de intrusiones, es decir, la
caída e incorporación en un estrato más antiguo de materiales provenien­
tes de estratos más tardíos.!

Hasta hace poco el arqueólogo ha deseado rodearse, por exceso de pru­


dencia, de demasiados apoyos (diafragmas y testigos), haciéndose ilusiones
de poder volver hacia atrás o de poder prever lo que deberá afrontar al ex­
cavar. Pero la excavación es una operación irrepetible, irreversible y sólo de
forma muy limitada previsible, al no existir en un yacimiento arqueológico
un lugar físico idéntico a otro. El excavador acaba pues encerrado entre in­
numerables partes no excavadas que le impiden la visión de lo que él temía
no poder ver o de lo que debería haber visto para poder actuar coherente­
mente. Más que unos bastones para poder caminar, involuntariamente se ha
puesto bastones entre las ruedas. Tras un adecuado aprendizaje en excava­
ciones bien dirigidas, el arqueólogo consigue generalmente llevar a cabo su
labor contando con sus propios medios, como cualquier artesano. Quien des­
pués de tal aprendizaje no alcance todavía dichos resultados, será mejor que
se abstenga de excavar e investigue en los fondos de los museos, donde se
pueden hacer, aún en nuestros días, descubrimientos excepcionales (como el
frontón griego reutilizado en el templo de Apolo Sosiano de Roma, brillan­
temente recuperado y reconstruido por E. La Rocca). Desgraciadamente ar­
queólogos no capacitados para la excavación e historiadores y filólogos no
arqueólogos se obstinan en promover excavaciones, a pesar de que la máxi­
ma virtud de un científico debería ser la de conocer sus propios límites. Para
excavar bien es necesaria una preparación de carácter profesional.
En lo que respecta a la forma de la excavación hay que plantearse una
estrategia flexible por zonas, que permita conciliar el rigor estratigráfico con
la visión amplia de los fenómenos indagados, mediante la cual captar siste­
mas de estructuras y de estratos de tierra lo más complejos y continuos po­
sible. Las grandes remociones de tierra (metropolitanas y coloniales) han
destruido un número incalculable de unidades estratigráficas pero, en com­
pensación, han descubierto barrios enteros de ciudades antiguas. La excava­
ción en grandes áreas que aquí se propone quiere conservar de las citadas re­
mociones la idea de que un edificio o un conjunto de edificios se llegan a
comprender investigándolos en su totalidad en vez de sondearlos ­por bien
que se baga­ parcialmente, pero quiere al mismo tiempo actuar con un con­
trol estratigráfico tan riguroso como el que puede darse, con mayor facilidad,
en un sondeo. G. Boni conseguía excavar mediante sondeos estratigráficos,
pero cuando se ponía frente a grandes áreas desenterraba y enterraba de
nuevo, como hizo en la ladera septentrional del Palatino, lo que obliga a re­
dimensionar su papel de precursor (Carandini et al., 1986). En el fondo, se
trata de la gran excavación del siglo pasado, al estilo de Lanciani o al de Pitt­
Rivers, filtrada por la experiencia de los métodos Wheeler y Lamboglia y cul­
minada con la gran excavación abierta, sin testigos, adoptada por los equipos
)
)
54 HISTORIAS EN LA TIERRA
)
)

1921

FIGURA 4­0. Sondeos arqueológicos más antiguos en un área de excavación más re­
ciente.

arqueológicos de las principales ciudades británicas y, por lo tanto, con el mé­


todo Barker. Al final de esta evolución metodológica la atención se desplaza )
desde lo que se ve en los cortes del sondeo (en sección) a lo que se ve en la
superficie de la excavación (en planta). Las planimetrías acotadas de cada
unidad estratigráfica permiten la reconstrucción de una sección a posteriori
en el punto deseado. Además se dispone de las secciones en los cortes (pp.
111 ss.) y de las añadidas o acumulativas (pp. 109 ss.), a las que no se trata de
renunciar. Por lo tanto, ya no es necesario concentrar preferentemente la do­
cumentación en las secciones.
La forma de la excavación, es decir, el modo de cortar verticalmente el
terreno, deja claras evidencias. Muchas excavaciones sucesivas a intervencio­
nes más antiguas han revelado la forma de investigar de sus predecesores. En
Roma, y en otras muchas ciudades, el inicio de una excavación consiste siem­
pre en el vaciado de los rellenos debidos a intervenciones precedentes, obra
de arqueólogos o de cavadores. Sus cortes verticales deben ser considerados
como verdaderas unidades estratigráficas de la nueva zona de excavación. In­
cluso nuestros propios cortes no son más que las unidades más modernas del
yacimiento (figura 40). Identificar los cortes de las viejas intervenciones y ex­
cavar los correspondientes niveles de relleno es un modo insólito y eficaz de
retomar cuestiones arqueológicas no resueltas y de escribir de forma bastan­
te concreta la historia de las excavaciones, teniendo en cuenta que en los in­
formes publicados los cortes en el terreno no aparecen nunca documentados'
(Carandini et al., 1986). En Pompeya, Maiuri hacía sondeos limitados que
dan información sobre las fases constructivas anteriores a los inicios de la
época imperial, pero que no permiten reconstruir la planta de estos edificios
más antiguos. Pero, al contrario que Boni, generalmente aquél ubicaba su es­
trategia de excavación (Maiuri, 1973). Una planta de las unidades estratigrá­
ficas creadas al excavar no debería faltar en ninguna publicación de una ex­
cavación (figuras 40, 41; Carandini, 1985a, 1 ••, figura 6).
Al concentrar la atención en los yacimientos no debe olvidarse que el
hombre modifica todo el territorio y su paisaje, ocurre solamente que su in­
tervención es a veces más concentrada y profunda (por lo tanto, más fácil de
...

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 55

F1GuRA 41. La excavación y los materiales que produce forman las unidades estrati­
gráficas más recientes del lugar (en algunos casos puede ser útil separar la tierra, las
piedras, los ladrillos y la tierra ya cribada).

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FIGURA 42. Identificación y excavación de fosas agrfcolas.

reconocer) y a veces más dispersa y superficial (por lo tanto, más difícil de


identificar). No sólo existen yacimientos, acueductos y carreteras, sino tam­
bién pequefios núcleos de habitación, campos, fosos y bosques. Se ha desarro­
llado una arqueología de los campos que prevé la remoción mecánica del te­
rreno superficial siguiendo un único nivel artificial y la documentación del
sistema de fosos, que se excavan sólo en parte para fecharlos y relacionarlos
entre sí (figura 42). En Inglaterra, con tal finalidad se han aprovechado los tra­
bajos, realizados con palas mecánicas, que preceden a la apertura de nuevas
graveras. La necesaria eliminación del humus en varias hectáreas, realizada
56 HISTORIAS EN LA TIERRA

en colaboración con los arqueólogos, ha permitido descubrir amplios tramos


de paisajes antiguos, con fosos, carreteras, recintos, casas de campo y pueblos,
que a continuación se excavan selectivamente.3 La excavación en grandes
áreas se ha revelado también útil para la recuperación de jardines y campos
de cultivo (pp. 209 ss.). Se ha ido desarrollando también una arqueología de
los bosques, que partiendo del análisis de amplios sectores de la vegetación ac­
tual reconstruye la del pasado: los oleastros, por ejemplo, permiten presu­
poner la existencia de antiguos olivares (Carandini, 1985a, 1 •, pp. 36 ss., figu­
ras 16­17).

Procedimiento de la excavación

Más importante que la forma es el método o procedimiento de la exca­


vación. Por procedimiento se entiende el modo de identificar, de definir (con
números) y de excavar cada una de las porciones de material coherente
(como los muros) o incoherente (como la tierra) que llamamos estratos y de
documentar cortes y remociones de estratos (de lo que trataremos seguida­
mente: pp. 77 ss.). Al contrario que la forma, el proceder o procedimiento no
deja rastro en el terreno y puede comprenderse solamente a partir de la pu­
blicación. Se puede realizar una labor útil a través de formas de excavación
ya superadas, pero no existe una forma de excavación correcta que pueda
subsanar los daños derivados de un erróneo proceder en la excavación. En
estratos de origen natural y en algún otro caso raro conviene excavar por ni­
veles artificiales o planos, indicando la posición tridimensional de las eviden­
cias de vida o de los materiales (pp. 36 ss. y 45 ss.). Allí donde la homoge­
neidad parece haber cancelado cualquier superficie visible sólo se pueden
fijar puntos en el espacio, como hacen los navegantes en alta mar. Un estra­
to de origen antrópico que tenga una gran potencia, al no poder excavarse
todo a la vez, se puede dividir en estratos horizontales, lo cual no es necesa­
rio documentar porque se trata de una subdivisión por motivos prácticos.
Fuera de dichas excepciones, la excavación arqueológica debe realizarse
siempre por estratos y superficies reales, nunca por planos abstractos (una
excepción, cf. pp. 74­75, figura 70c), y siguiendo el orden inverso a aquel se­
gún el cual se han formado, como debe hacerse en cualquier tipo de recons­
trucción por indicios.
Al tener que reconocer en el terreno realidades diversas como muros, re­
vestimientos arquitectónicos, pavimentos, estratos de tierra y superficies de
destrucción, es necesario encontrar un término general que las abarque a to­
das. Los arqueólogos ingleses han llegado a llamarlas contextos, pero el tér­
mino no es el adecuado, desde el momento en que estratos y superficies son
las unidades elementales de la excavación, las acciones mínimas identifica­
bles o que se ha querido identificar, por lo que es contradictorio definirlas
con un término que significa conjunto, pluralidad de elementos o de accio­
nes. Es aconsejable, por lo tanto, Llamar a aquellas realidades unidades es­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAF!A 57

tratigráficas, reservando el término «contexto» a aquellos grupos de unidades


estratigráficas que constituyen conjuntos de acciones, o las actividades, los
grupos de actividades y los acontecimientos, a considerar dentro de determi­
nadas fases y periodos (pp. 139 ss.).
Así como muchas veces cada estrato parece ulteriormente divisible en
porciones más pequeñas de materia, también la energía o la acción que en él
se ha materializado se puede dividir ulteriormente en segmentos más peque­
ños de actos, por lo que podemos imaginar una o más porciones de materia
para un solo acto o una porción de materia para uno o más modos de hacer.
Un estrato de derrumbe está formado generalmente por un cúmulo de pie­
dras y por la tierra que en un segundo momento se ha infiltrado trans­
formando la composición del propio estrato, pero aunque se trate de dos
porciones de material y de dos acciones el arqueólogo las considera conven­
cionalmente como un único estrato y una sola acción (Arnoldus Huyzenveld­
Maetzke, 1988). Existen, por lo tanto, estratos que en su interior son palimp­
sestos cronológicos, espaciales y de comportamiento, pero la construcción
arqueológica no puede tomar en cuenta, más allá de un cierto limite, esta ili­
mitada divisibilidad de la materia y de los actos, esta procesualidad sin lí­
mites, debiendo llegar en cualquier caso a definir los «ladrillos» con los que
dicha construcción ha sido realizada. Está obligada a reconocer el valor rela­
tivo de la identificación de estas reaJidades, individualización que depende
del tipo de información (físico­química, biológica o antropológica) que de di­
chas realidades se espera obtener, por lo que en teoría se pueden imaginar
diversos tipos de estratigrafía para una misma estratificación, en función de
los intereses del observador (De Guío, 1988). Estas realidades materiales bá­
sicas que no podemos dejar de identificar al separar la tierra son las unida­
des estratigráficas que, de ahora en adelante y por razones de tipo práctico,
consideraremos de forma convencional que corresponden a otras tantas uni­
dades del hacer o unidades de acción. Estas son, al mismo tiempo, realida­
des objetivas y resultado de nuestro análisis o clasificación del terreno. Hay
quien considera el subsuelo como un universo unitario, que sólo el arqueó­
logo articula en porciones distintas, no jerárquicas y no intersecantes entre sí,
cuya suma coincide con todo aquel universo. En dicho caso, las unidades de
la estratificación no serían más que las decisiones analíticas del excavador
(De Guia, 1988). Pero este es un punto de vista extremo. Al igual que se pue­
de considerar extremista contraponer el concepto relativo de unidad estrati­
gráfica con el de procesualidad en la formación de un estrato. Sean los que
sean los progresos en el campo del conocimiento de los secretos que inter­
vienen en la formación de los estratos, la estratigrafía siempre se basará en
unidades y a éstas jamás se les podrá dar menos importancia que a las finas
multiplicidades que existen en su interior y que parecen contradecirlas, ya
que unas presuponen a las otras.
Desde el momento en que las unidades estratigráficas y sus superficies
mantienen una relación de contigüidad, superpuestas físicamente las unas a
las otras, para excavarlas en el orden inverso a aquel en que se han formado

­­ ­ ­ ­­­­­­­­­­­­­­­
58 HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 43. Si se excava 1 y luego 2 todo va bien. Pero si se excava primero 2, 1 cae
sobre 2 mezclándose con él y contaminándolo (a no ser que se apuntale l...).

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FIGURA 44. 1, 2 y 4 cubren pero no están cubiertos por otros estratos, por lo que pue­
den ser excavados; luego le toca el turno a 6 y a 7; después a 8 y, finalmente, a 9 (3, 5
y 10 no son excavables porque son interfacies intangibles o superficies en s{).

FIGURA 45. Superficies sucias; superficies limpias; superficies distintas (pero que to­
davía no se han relacionado entre sí gracias a las superposiciones físicas).

­el único que permite evitar confusiones (figura 43}­ es necesario seguir la
siguiente regla: «solamente se pueden excavar las unidades que no se hallan,
ni tan sólo parcialmente, "cubiertas" ( desde el punto de vista estratigráfico)
por otras unidades estratigráficas» (pp. 120 ss.). Pero mientras es relativa­
mente fácil identificar en sección las unidades que no cubren y que no están
cubiertas por otras (figura 44) ­por dicho motivo en el pasado se privilegió
este tipo de visión y de documentación­, resulta más difícil hacerlo hori­
zontalmente en planta y cuando se excavan grandes superficies. Esta es una
de las mayores dificultades con las que se encuentra uno que está apren­
diendo. Hay que saber distinguir los estratos por su consistencia, su color, su
composición y por lo que contienen. Pero estas características sólo pueden
ser observadas por un ojo experimentado, tras haber limpiado perfectamen­
te las superficies de los estratos (figura 45) y en las condiciones justas de hu­
medad (en el Mediterráneo nos obstinamos en excavar durante los meses
más calurosos por temor a la lluvia, que es la mejor amiga del estratígrafo ).
Las superficies de los estratos deben mostrarse de forma clara, como los te­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 59

FIGURA 46. (a) Para identificar las relaciones de superposición física entre los estra­
tos 1 y 2 hay que incidir en planta con la trowel en el límite entre 1 y 2. Entonces se
ve que 1 sigue por debajo de 2, que, por lo tanto, lo cubre. (b) Puede ocurrir que se
incida de forma errónea, hacia el estrato cubierto. Hay que repetir la operación en la
dirección adecuada, que es la inversa.

*
• 5

FIGURA 47. En la estratificación arqueológica una pieza recuperada a una cota más
baja (cuadrado) puede pertenecer a un estrato más reciente que aquel al que perte­
nece una pieza (asterisco) recuperada a una cota superior. La posición tridimensional
de los materiales no tiene aquí ningún significado (contrariamente a lo que ocurre en
la estratificación natural con vestigios de presencia humana).

jidos de una preparación anatómica. Incluso los muros deben descarnarse


para purificarlos de la tierra. Tras haber distinguido las superficies de los di­
versos estratos, con la punta de un paletín o trowel (figura 143) hay que es­
tablecer las relaciones entre los estratos a partir de sus superposiciones físi­
cas, determinar su cronología relativa y, finalmente, el orden en que deben
ser excavados y comprendidos (figura 46).
Para los materiales contenidos en los estratos no es tan importante su po­
sición tridimensional en el seno de los mismos, como la segura adscripción al
estrato del que proceden. La excavación por niveles crea, desde este punto
de vista, grandes confusiones, al presuponer ­­erróneamente en una excava­
ción arqueológica­ que lo que se halla más abajo es más antiguo que lo que
está por encima ­lo que puede ser, en cambio, cierto en una estratificación
de origen natural (figura 47).
60 HlSTORlAS EN LA TIERRA

Resulta fundamental, a parte de la procedencia de un estrato preciso, la )


posición tridimensional en el interior del propio estrato de los materiales de
construcción, de la decoración arquitectónica y de las esculturas caídas, que
no forman un estrato pero han sido englobados en uno: clavos, parhileras, te­
jas, terracotas arquitectónicas, columnas, capiteles, estatuas y otros materia­
les. Su ubicación en el espacio tridimensional no tiene en este caso un valor
estratigráfico, sino más bien topográfico, para la reconstrucción del edificio
excavado. Lo mismo se puede decir para otros bienes muebles útiles para re­
construir la utilización de los espacios internos de un edificio y, por lo tanto,
su función: concentraciones de materiales que disminuyen el grado de ho­
mogeneidad del estrato al que pertenecen o pequeños restos que pasan por
alto en las limpiezas domésticas, cuya distribución puede indicar el períme­
tro dentro del cual se han desarrollado ciertas actividades laborales o do­
mésticas (Leroi Gourhan, 1974; para una representación gráfica del proble­
ma a través de ordenador, véase Melina González et al., 1986; cf. también pp.
186 ss. y figuras 153­154). Para documentar la posición de los materiales es
necesaria una cuadrícula (p. 102), pero no hace falta ni es aconsejable exca­
var por cuadrículas, por ejemplo de un metro, porque dicho proceder acaba­
ría por dar a la superficie de la excavación el aspecto de un tablero de aje­
drez y la retícula proyectada sobre el suelo dificultaría la visión de los límites
irregulares de los diversos estratos.
Existen, por otro lado, estratos poco homogéneos hasta el punto de que
pueden identificarse a simple vista las diversas fases de su formación. Se tra­
ta de los estratos que no se puede decir que incluyan materiales porque es­
tán exclusivamente formados por materiales, independientemente de que
sean grandes o pequeños, como por ejemplo los estratos formados por el de­
rrumbe de bóvedas de mortero de cal o de estucos pintados.

Centremos nuestra atención sobre estos últimos, aunque lo que sigue


puede ser válido también para otros casos análogos (figura 48). Los estucos
pintados que nos interesa restaurar caen por placas que acaban por formar mi­
croestratos en el seno del estrato de derrumbe. Dichos microestratos estable­
cen relaciones estratigráficas entre sí, motivo por el que es posible reconstruir
la cronología relativa de su caída. De ahí la necesidad de excavar los conjun­
tos de derrumbe microestratigráficamente. Ante este caso la excavación por
niveles o cuadrículas también es perjudicial para la sucesiva restauración de
las pinturas. Se debe descubrir la superficie de las placas, documentándolas
y excavándolas una tras otra como si se tratara de estratos normales. Trans­
portados sin que se pierdan las conexiones originales entre los fragmentos,
restaurados y en algunos casos vueltos a poner en su lugar, estos materiales
especiales pueden ser separados del estrato de derrumbe en el que se han
haJlado para pasar a formar parte de la unidad estratigráfica de revestimiento
a la que en origen pertenecían. Este es un caso de transmigración de materia­
les de un estrato horizontal de derrumbe a uno vertical de revestimiento (fi­
gura 49). En la excavación de Settefinestre, E. Fentress elaboró un método
para excavar los estratos de estucos pintados caídos, método por el que, en el
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 61

b e
FIGURA 48. Secuencia del derrumbe de un techo, muros y estucos pintados. De un
dibujo de E. Fentress (Carandini­Settis, 1979, panel 44).

FIGURA 49. El estrato 1 contiene conjuntos de estucos pintados caídos y tres mate­
riales cerámicos. Si una vez acabada la excavación los conjuntos se restauran y se co­
locan revistiendo el muro 4, se desplazan de la unidad estratigráfica 1 a la 2, de for­
ma que en la caja del estrato 1 sólo quedan los tres fragmentos cerámicos.

seno del estrato, las placas de estuco se numeran progresivamente y cada pla­
ca (relativamente coherente o incoherente) se subdivide en subplacas corres­
pondientes a las cajas en las que la subplaca se coloca.'

A veces se oye decir que no se ha podido excavar estratigráficamente


porque el terreno estaba «alterado», pero la alteración ­sea la que sea­ no
justifica jamás el abandono del método estratigráfico, dado que cada una de
las acciones de alteración puede ser identificada y constituir a su vez unida­
des estratigráficas. Nada puede, por lo tanto, escapar a las reglas del juego es­
62 HJSTORJAS EN LA TIERRA
)

b 0
FIGURA 50. (a) Excavación analítica (1, 2 y 4 abandono, 3 y 5 roderas, 6 enlosado, 7
massicciata, 8­15 estratos de preparación, 16 abandono, 17­18 tumba); (b) excavación
sintética {1 abandono, 2 y 3 roderas, 4 calle enlosada, 5 abandono, 6­7 tumba).

tratigráfico y no hay justificaciones posibles para eludirlo. Las intervenciones


a base de cuadrículas o de niveles artificiales confieren la forma de la ele­
gancia estratigráfica a lo que son puras remociones de tierra. Hay que sa­
ber navegar entre los estratos siguiendo las reglas establecidas por las olas de
dicho mar. Quien quiera evitar los vaivenes de la barca deberá renunciar al
viaje.

Excavación experimental, de urgencia y el público

La excavación experimental, en la que se desarrollan las metodologías


científicas, sirve de referencia para medir la información que se pierde en las
excavaciones realizadas con prisas y ofrece un modelo para recordar cuándo
se está obligado a simplificar el procedimiento por motivos de urgencia. Sólo
se puede simplificar lo que previamente parece más complejo y se conoce.
En teoría la excavación de protección debería facilitar una menor cantidad
de información, pero no debería ser una operación diversa desde el punto de
vista cualitativo. El problema reside en saber resumir procedimientos modé­
licos consiguiendo, al mismo tiempo, recoger los datos principales de cons­
trucciones, vida, reutilización, expolio, destrucción, abandono, presencia es­
porádica y reocupación de un determinado yacimiento. Es lo contrario que
seleccionar sin un criterio, creyendo que lo que se deja de lado sólo son de­
talles inútiles. Muchas veces es precisamente en algunas minucias donde se
esconde lo esencial de una estratificación (figura 50). Para enfrentarse a ex­
cavaciones que podríamos llamar de urgencia, el arqueólogo debería ser
excepcionalmente experto, lo que difícilmente sucede por culpa de la prepa­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 63

ración casi exclusivamente histórico­anticuaria e histórico­artística, en cual­


quier caso preferentemente literaria y poco habituada al territorio y al terre­
no, de los inspectores de las soprintenderue+ debida a la unilateralidad en
sentido tradicional de la preparación facilitada por las universidades y a la di­
ficultad que tienen las administraciones responsables de la tutela a colaborar
con aquéllas. Sólo un cirujano que sabe realizar una determinada operación
en el bien dotado quirófano de un hospital urbano sería capaz de culminar
con éxito la misma intervención apresuradamente en una sala de un hospital
rural.'
En Italia hay una tendencia a hacer sondeos aquí y allá, en función de un
difundido espíritu de protección del patrimonio que, aunque sea burocráti­
camente correcto y ventajoso (cada inspector tiene su pequeña excavación,
etc.), se ha revelado completamente improductivo. Sin duda sería mucho más
útil excavar sólo en dos de cada diez yacimientos, haciendo veloces sondeos
en los restantes, que excavar parcialmente los diez, pero ello implicaría que
los funcionarios y los universitarios fueran capaces de colaborar entre sí y,
posiblemente, unos con otros. La elección de las prioridades debería hallar­
se, en cierto modo, en relación con las cuestiones historiográficas planteadas
a nivel internacional y debería realizarse conjuntamente por las soprinten­
denze, las universidades y las regiones (sobre las dificultades en dicho sen­
tido, cf. pp. 163 ss.). Una lista previa de cuestiones científicas no estaría libre
de peligros, pero ayudaría a programar y a marginar las intervenciones aisla­
das, ajenas a un proyecto y a un interrogante histórico, que todavía carac­
terizan la situación actual. El único camino posible para aunar protección e
investigación es escoger y programar: qué debe excavarse totalmente, qué
parcialmente, dónde hacer sondeos, dónde no se debe excavar y qué debe
dejarse para futuras excavaciones (p. 65).
No existe un Jugar igual a otro. La anatomía de los yacimientos humanos
no se repite como la de los animales. Por dicho motivo resulta difícil, pero
posible, jerarquizar las intervenciones, porque incluso las particularidades
arqueológicas pueden encuadrarse en tipologlas y no faltan repeticiones y si­
metrías arquitectónicas en los edificios que permitan reducir de forma inteli­
gente las intervenciones (figuras 51­53).

En el congreso de Siena de 1981 sobre Come l'archeologo opera su/ cam­


po (p. 37), T. Mannoni ilustró el modelo estratégico para las intervenciones de
protección utilizado entonces en Liguria por la Soprintendenza, el Instituto de
historia de la cultura material y los entes locales. Este modelo se articulaba en
tres niveles.
En el primer nivel estaba la arqueología de superficie o la excavación de
urgencia. Además de la obvia documentación horizontal (prospección, fotoin­
terpretación, etc.), se usaba también la documentación vertical (prospecciones

• Profesionales cuyas competencias corresponden a las que en Espai'la tienen los arqueó­
logos territoriales o provinciales. Véase el Prefacio a la edición española, pp. rx­x, (N. del t.)
)
)
64 HlSTORlAS EN LA TIERRA

)
FIGURA 51. Una habitación excavada por cuadros alternos (se obtienen dos seccio­
nes normales entre sí).

FIGURA 52. Un conjunto regular puede ser excavado por cuadros, como si se tratase
de una sola habitación (figura 51). Ejemplo sacado de la pocilga de Settefinestre (Ca­
randini, 1985a, 1 .. , figura 284).

FIGURA 53. Un complejo simétrico puede excavarse en su mitad, de forma que seco­
nozca al menos una habitación de cada tipo. Ejemplo sacado del peristilo de Settefi­
nestre (Carandini, 1985a, 1 ••, figura 95).

geofísicas, calicatas, remociones de humus, limpiezas, excavaciones de urgen­


cia no estratigráficas, etc.). Un caso interesante a este respecto es el de la Tal­
bot Street de Worcester (Barker, 1977, figuras 44­45), donde a causa de una
nueva construcción se excavó mecánicamente una trinchera detrás de la mu­
ralla de la ciudad, trinchera cuya sección se limpió y dibujó caracterizando to­
dos sus estratos por fases (cf. también p. 113; figura i07).
En el segundo nivel estaban las excavaciones preventivas, parciales o to­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 65

FrGuRA 54. Imagen ideal de una excavación urbana entendida como laboratorio
abierto al público {obsérvese la entrada, el recorrido, los paneles explicativos y la sala
didáctica).

tales, realizadas en puntos amenazados por intervenciones modernas. Para di­


chas excavaciones hay que tener una notable capacidad de previsión. Deben
Llevarse a cabo estratigráficamente. Respecto a las excavaciones programadas
(véase el nivel sucesivo), éstas tienen la desventaja de que deben realizarse
dentro de un plazo determinado.
En el tercer nivel se hallaban las excavaciones programadas, para realizar
en general en yacimientos abandonados. Son la sede ideal para las excavacio­
nes experimentales. En estas y en otras excavaciones, como en los policlínicos,
deberían formarse profesionalmente los jóvenes arqueólogos y ponerse al día
los menos jóvenes.
En los tres niveles propuestos se observa una interesante variación en la
dosificación de investigación y de protección, pero la investigación está pre­
sente en todos ellos.s

Sea cual sea la naturaleza de la excavación, experimental o de urgencia,


deben siempre eliminarse los recintos que la bagan impenetrable a la visión
exterior. Las excavaciones urbanas, especialmente, deben ser visibles y, en
grandes líneas, comprensibles para los transeúntes. Las excavaciones gene­
ran incomodidades, deben ser objeto de consenso más que de debate y no
tienen otra finalidad que la de ampliar, profundizar y preservar la memoria
colectiva mejorando la vida en la ciudad. En Inglaterra se ha consolidado la
costumbre de abrir las excavaciones a los visitantes, de hacerles pagar una
entrada (que ayuda a costear las investigaciones), de distribuirles foUetos, de
preparar recorridos con paneles explicativos que remiten a números ubica­
dos en la excavación visibles desde lejos, de preparar puntos de audición con
grabaciones explicativas de corta duración accionables mediante un botón,
de organizar pequeñas exposiciones con audiovisuales y de prever la venta de
libros y recuerdos de la excavación (figura 54). Ha comenzado a hacerse tam­
bién en Italia (piénsese, por ejemplo, en los paneles que se han expuesto en

,L.
)
)
66 HISTORlAS EN LA TIERRA )
)
Roma en diversas excavaciones de la Soprintendenza arqueológica). Pero a
dichas actividades debería dar continuidad un museo histórico­topográfico
en el que presentar maquetas con las reconstrucciones de las estructuras ar­
quitectónicas, si fuera posible a tamaño natural. Desde esta óptica resulta
ejemplar la excavación de Coppergate en York, en un principio visitada por )
un millón de personas y a la que ha seguido el Viking Centre con la recons­ )
trucción de una parte de la York vikinga y de su excavación, visitado por casi
un millón de personas al año.? El concepto es el de implicar al público en el )
problema básico de la reconstrucción arqueológica, utilizando incluso me­
dios espectaculares. Pero en Italia se está todavía lejos de todo esto, prevale­
)
ciendo aún la idea de que los restos materiales antiguos hablan por sí solos y
que explicaciones y reconstrucciones son de mal gusto y restan encanto a los )
originales, lo que no es cierto si las explicaciones se hacen de forma adecua­
da y en la justa medida. Colecciones de ruinas como nuestras áreas arqueo­
lógicas y colecciones de objetos como nuestros museos, no pueden ser, a fi­ )
nales de este siglo, el único modo de presentar el pasado.

LAS UNIDADES DE LA EXCAVACIÓN

Identificar acciones y sus relaciones

Pasar de la tierra por excavar a la tierra excavada significa pasar de una


realidad en origen inerte, indistinta y desconocida a su representación divi­
dida en partes, relacionada en el espacio y en el tiempo. Las partes son las
que consideramos las acciones básicas materialmente reconocibles y recono­
cidas, es decir, las unidades estratigráficas (p. 57). Una acción o una unidad
estratigráfica se convierte en interpretable sólo cuando se inserta en el siste­
ma de relaciones que la une a las otras. Dichas relaciones se presentan en un
primer momento como relaciones físicas que pueden ser reconducidas sim­
plificándolas y abstrayéndolas en relaciones relativas en el tiempo dentro de
una secuencia estratigráfica. En primer lugar vemos el «cubre/cubierto» y só­
lo a continuación comprendemos el «después y el antes» que le siguen.
Las relaciones estratigráficas captadas en su aspecto físico son las si­
guientes. 1) Relaciones de contemporaneidad: «igual a» y «se une a» (figuras
55, 56). 2) Relaciones de sucesión en el tiempo: «cubre/cubierto por», «se
apoya en/se le apoya», «corta/cortado por», «rellena/rellenado por» (figuras
57­60). 3) Existen finalmente casos de relación inexistente, por la que en au­
sencia de una contigüidad física la relación en el tiempo entre dos acciones
puede ser solamente intuida escogiendo a ojo lo más verosímil en función de
las oportunidades brindadas por la secuencia estratigráfica (figura 61).
En este último caso nos hallamos fuera de las relaciones estratigráficas en
sentido estricto y dentro de las relaciones de las llamadas correlaciones in­
terpretativas, relaciones que, bien mirado, pudiendo verse fuertemente con­
dicionadas por las características físicas de las unidades estratigráficas y casi l
1
\
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 67

0=G
F10URA 55. Relación «igual a» (una fosa ha separado en las unidades 3 y 4 un estra­
to originalmente unitario).

F1ouRA 56. Relación «se une a» (dos muros que forman un ángulo han sido cons­
truidos juntos sin que uno se apoye en el otro).

GJ
1
0
FIGURA 57. Relación «cubre/ cubierto por» (el estrato 1 cubre parcialmente al 2, por
lo que tiene que haberse formado con posterioridad al 2).

F1GuRA 58. Relación «se apoya en/ se le apoya» (el muro 1 se ha apoyado al 2 in­
mediatamente después de su construcción o en un momento de su vida, por lo que es
en cualquier caso más tardío).
68 HISTORIAS EN LA TIERRA

. cp )

0=G
FIGURA 59. Relación «corta/ cortado por» (la fosa 2 ha cortado los estratos 3 = 4, que,
por lo tanto, son anteriores).

)
FIGURA 60. Relación «rellena/ rellenado por» ( el estrato 1 ha rellenado la fosa 2, que, )
por lo tanto, es anterior).

o
1 o1
,f
;f

2
' 2

4 4
1
)
1
5 5

6 1 )
F1GuRA 61. Ejemplos de diversas correlaciones entre la unidad 3 y las 2, 4 y 5 en un )
diagrama estratigráfico.

FIGURA 62. Faltan relaciones físicas entre los estratos 3 y 4, pero dadas sus caracte­
rísticas de estratos de derrumbe muy similares y apoyándose ambos sobre los pavi­
mentos análogos 5 y 6 y sobre el propio muro 7, se puede suponer una correlación
cronológica entre los estratos 3 y 4 y otra entre 5 y 6.
DE LA ESTRATIFTCACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 69

0
1
0

FIGURA 63. (a) Numeración equivocada. (b) Numeración correcta. La identificación


entre las dos partes separadas de una sola unidad original (3 = 4) se reconstruye des­
pués de haberlas numerado, excavado y documentado separadamente, como si se tra­
tase de dos unidades distintas.

elt ....
���

®0J)rfj
FIGURA 64. Algunos ejemplos de las infinitas relaciones topográficas posibles.

enredadas en una aleatoriedad circunscrita por las relaciones estratigráficas


estrictas, pueden incluirse también en las relaciones estratigráficas entendi­
das en un sentido amplio (figura 62; pp. 140 ss.).
Ha llegado quizás el momento de aclarar las diferencias existentes entre
relaciones estratigráficas y relaciones topográficas. La relación estratigráfica
en sentido estricto sólo se da sustancialmente en un caso: el de la sucesión tem­
poral (del tipo «cubre/cubierto por»). La relación de contemporaneidad, en
cambio, consiste fundamentalmente en una relación de identidad restablecida
entre partes distintas de una sola unidad original, separada después por otras
acciones sucesivas (figura 63), por lo que debe considerarse, al igual que en el
caso de la relación inexistente, como una relación estratigráfica sui generis.
Así pues, mientras la relación estratigráfica estricta es tan sólo una, es de­
cir, «cubre/cubierto por» = «después/antes», las relaciones topográficas son
configuraciones espaciales potencialmente infinitas (figura 64). Por dicho
motivo al editar una excavación, la documentación de las relaciones estrati­
gráficas puede ser integral o bastante amplia, mientras que la de las relacio­
nes topográficas no puede ser más que el resultado de una drástica selección,
aunque responda a una lógica explicativa concreta (pp. 116 ss.).

,.L,
­:, )

70 H1STOR1AS EN LA TIERRA

En la excavación se establecen relaciones espaciales (topográficas) y


temporales (estratigráficas) entre las diferentes partes de materia en las que
se han concretado las acciones y de las que queremos reconstruir su configu­
ración espacial y su secuencia cronológica. Una excavación correcta se deno­
mina estratigráfica y no topográfico­estratigráfica, porque una excavación no
estratigráfica puede ofrecer también representaciones topográficas, aunque
escogidas arbitrariamente fuera de la secuencia cronológica, es decir, sin ha­
ber sido filtradas por las relaciones estratigráficas ­piénsese en los grabados
de tema arqueológico de Piranesi o los dibujos de ruinas de la École des Be­
aux Arts, entre finales del siglo XVIII y principios de nuestro siglo­, mientras
que una excavación estratigráfica presupone siempre representaciones topo­
gráficas seleccionadas en relación con las necesidades de la reconstrucción
científica y, por lo tanto, de las relaciones estratigráficas y de su periodiza­
ción. En síntesis, una excavación no estratigráfica se mueve en tres dimen­
siones, mientras que la estratigráfica lo hace en cuatro dimensiones; es la
cuarta dimensión ­el tiempo­ la que especialmente distingue a un tipo de
excavación del otro.
La arqueología monumental, en cambio, era esencialmente topográfica.
Sólo se ocupaba de grandes monumentos relativamente bien conservados, de
los que quería recuperar su configuración global o, al menos, la de su fase
constructiva «principal» (pp. 18 ss.). No se preocupaba de las acciones indi­
viduales ni de las unidades estratigráficas, como el pintor que abandona los
detalles en busca del efecto de conjunto, porque no estaba verdaderamente
interesada en captar el desarrollo cronológico, que sólo se puede restablecer
correctamente prestando atención a cada momento y dándole una importan­
cia similar a la que cada fotograma tiene en una secuencia cinematográfica.
Una película proyectada en una pantalla proporciona una visión continua y
nítida de la realidad, precisamente gracias a la fatigosa y aparentemente ob­
sesiva labor de filmar el mínimo movimiento y enfocar todas las cosas, visión
cubierta por el efecto realista de la globalidad (algo parecido a lo que ocurre
en las vistas de Canaletto). Opuesta es, en cambio, la óptica del impresionis­
ta, sustancialmente antiarqueológica, porque sacrifica los detalles al efecto
global, entendido más bien como una sensación.
Cada avance en el conocimiento presupone la capacidad del pensamien­
to de dividir el mundo en partes y La de recomponerlo por tipologías y con­
textos, superando en la síntesis la meticulosidad del análisis. El método es­
tratigráfico se parece al modo en que se nos muestra la realidad y al modo en
que la mente llega a comprenderla. Su fuerza descriptiva e interpretativa re­
side en su isomorfismo con la vida, sólo que, tratándose de una reconstruc­
ción a posteriori de la existencia, ha perdido la pesadez de la vida adquirien­
do la Ligereza contenida en el arte del relato.
1

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 71

Estratos: volúmenes, superficies y tipos

La materia objeto de excavación es discontinua, mostrándose unas veces


más homogénea y otras más diversificada. Excavar correctamente significa
captar los planos regulares e irregulares que separan estas homogeneidades
relativas y diversas, como si tuvieran menor resistencia o parcial exfoliación
respecto de la compactabilidad de la materia estratificada, para poder sepa­
rarla netamente en partes. No es suficiente distinguir una zona de transición
más o menos gruesa entre las varias indivisibilidades, aunque en algún caso
también puede darse. Hay que distinguir, sea como sea, un plano de distin­
ción o de cambio principal si se quiere avanzar en la excavación. Las dudas
a este respecto son altamente perjudiciales. Las zonas de materia relativa­
mente homogéneas y las zonas de transición constituyen los estratos, y los
planos de cambio sus interfacies o superficies. A veces se interviene allí don­
de la separación se muestra implícita y lo que debe hacerse es actuar decidi­
damente y distinguirla. En tal caso, el reconocimiento del plano de distinción
es sencillo, como cuando se quiere separar el polvo de la superficie brillante
de una mesa. Otras veces el reconocimiento del límite es más complejo, por
la presencia de una zona de transición, debida a un cambio general de las ca­
racterísticas de la estratificación que se interpone entre dos homogeneidades
relativas, poniéndolas en crisis (figura 65). Sean cuales sean las característi­
cas del límite, debidas a menor intensidad o lentitud en el proceso de acu­
mulación, de corte o de erosión, sea cual sea el tipo de transición, de mayor
o menor grosor, y sea cual sea la diferencia entre los estratos en contacto, la
excavación no se autodivide y, por lo tanto, es el excavador quien la divide
en función de la realidad objetiva y de la información que de ella quiere ob­

EHUTII
­­­­­­
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• • • • • • • • • • • • •

b
FtGURA 65. Distinción de los estratos: (a) sencilla; (b) compleja (la flecha indica el
plano de cambio, el paréntesis la zona de transición y el corchete las zonas de homo­
geneidad y la entidad total de los estratos).
72 HlSTORIAS EN LA TlERRA

#IMOfENEt,A, UIATIYA 'l ES,ACIO


r,E TIEMfl

F1GURA 66. El volumen de un estrato se caracteriza por una relativa homogeneidad


y por la superficie o interfacies de la distinción.

F1GURA 67. Posición estratigráficamente intercambiable (por lo tanto, equivalente)


de los materiales de un estrato.

tener (Arnoldus Huyzenvel­Maetzke, 1988; De Guio, 1988). Esto no quiere


decir que las divisiones sean siempre subjetivamente arbitrarias.
Los estratos aparecen, por lo tanto, desde el punto de vista estratigráfico,
como porciones de materia relativamente homogénea e indivisible (figura 66),
por lo que componentes como los materiales arqueológicos son equivalentes
y su posición se convierte en intercambiable en el seno de aquéllos. La opor­
tunidad de determinar la posición tridimensional de algunos materiales espe­
ciales dentro de un estrato, para comprender mejor la naturaleza del mismo o
para reconstruir la arquitectura de un edificio o el uso de sus salas, no se ha­
lla en contradicción con lo dicho, que se refería, más que a la estratigrafía, a la
dinámica de la formación de un estrato o a la reconstrucción de un monumen­
to, cuestiones, estas últimas, eminentemente topográficas. El volumen de un
estrato puede pues compararse a una bolsa relativamente homogénea, en el
sentido de que la posición de los objetos que se hallan en su interior es estra­
tigráficamente equivalente, como la de la calderilla en un portamonedas. El
interior de dicha bolsa es, por lo tanto, pobre de espacio y de tiempo signifi­
cativos ( desde el punto de vista estratigráfico), mientras que su interfacies o
superficie está constituida por una película plenamente distinguible en el es­
pacio y en el tiempo. Lo que importa no es la disposición de la calderilla en el
portamonedas, sino el hecho de que ésta no salga para pasar, quizás, a otro
monedero (figura 67). Pero si tomamos en consideración los estratos desde el
punto de vista de la geoarqueología, en especial donde prevalecen los proce­
sos naturales (yacimientos paleolíticos al aire libre, estratos de hábitat y de
abandono de tipo especial, etc.), en dichos casos incluso la realidad interior del
estrato es significativa, ya que puede permitir elaborar un diagnóstico de los
procesos de erosión, sedimentación y pedogénesis que la han originado (Cre­ ,)
maschi, 1990), pero se trata de un significado que no supera los límites del es­
trato y no los cuestiona, motivo por el que ha sido identificado como tal, ni � ..
afecta a las relaciones ni a la secuencia estratigráfica. r)
)
1
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA 73

F1GURA 68. (a) La distinción de los estratos posteriores y la forma del estrato 3 vie­
nen dadas por su interfacies, mientras que su volumen está comprendido entre su in­
terfacies y parte de las de los estratos 4 y 5. (b) La formación del volumen del estra­
to 3 está comprendida entre la superficie del estrato 4 y su propia superficie y ha
durado aproximadamente un día (31 de diciembre de 1980). (e) La vida del estrato 3
está comprendida entre su interfacies y la formación del volumen de 2 y ha durado
aproximadamente un día (2 de enero de 1981).

La capacidad que tiene un estrato de tierra de ser distinguido de aquellos


que lo cubren y su propia forma vienen determinadas por la interfacies o su­
perficie, mientras que su volumen se halla comprendido entre dicha superfi­
cie y la de los estratos que éste cubre físicamente (figura 68a). El tiempo de
formación de un estrato es posterior a la superficie del estrato más tardío
de los que cubre y anterior a su propia superficie (figura 68b). El tiempo de
la vida de un estrato es posterior a su superficie y anterior al inicio de la for­
mación del volumen del estrato más antiguo de los que lo cubren físicamen­
te (figura 68c). El estrato puede pues ser considerado como un ser vivo. Se
puede hablar de su formación como de una gestación. Un estrato en forma­
ción todavía no ha creado su superficie, que sería como su piel, pero puede
ya sufrir malformaciones como ocurre con las patologías en los fetos. Com­
pletada su superficie, et estrato ha culminado su fase prenatal. Después está
su vida, más o menos larga y afectada por rebajes y destrucciones. Llega fi­
nalmente la muerte cuando el estrato es cubierto, total o parcialmente, por
estratos más modernos, aunque ulteriores daños pueden producirse tras la
muerte, durante su sepultura. Dos estratos mezclados entre sí pierden sus
superficies originarias para adquirir una nueva, que configura un nuevo es­
trato (figura 69). En la superficie de un estrato de tierra se concentra buena
parte de su identidad. Cada estrato de tierra tiene una sola superficie, ta su­
perior, desde el momento en que la inferior coincide con la superior de los
estratos que han sido físicamente cubiertos por éste (figura 68a). Podríamos
decir que un estrato de tierra horizontal se parece a un lenguado, que vive
plano en el fondo del mar, con su piel que se mimetiza con la arena y los dos
74 HlSTORlAS EN LA TIERRA

�':i

­·­·­·­·


FIGURA 69. Mezclados y desplazados los estratos 1 y 2 pierden sus superficies y, por
lo tanto, su identidad y se homogeneizan en el nuevo estrato 3, identificable gracias a
su superficie. )

ojos hacia arriba, mientras su mitad inferior está limitada por una membra­
na clara que no es una verdadera epidermis.
La metáfora del «nacimiento, vida y muerte» de un estrato no debe to­
marse, como ya hemos visto, como una verdad absoluta, pues éste puede ser
)
objeto de alteraciones ( aportaciones, remociones, traslados y modificaciones
físico­químicas) en cualquier momento sucesivo a una primera aportación de
materia y, por lo tanto, incluso durante su formación. Los ciclos de deposi­
ción y de posdeposición no tienen que ser sucesivos en el tiempo y pueden
combinarse entre sí: un topo no espera para cavar su madriguera a que un es­
trato haya acabado de formarse, como ocurre frecuentemente en el humus.
Desde esta óptica el suelo no debe verse como algo estático, sino como una
realidad en continua transformación a causa de los procesos de alteración de
posdeposición causados por la fauna, la flora, el hielo/deshielo, los movi­
mientos de materiales en pendientes debidos a la gravedad, la expansión/con­
tracción de las arcillas, los gases del suelo, el viento, los fenómenos artesia­
1
nos, el crecimiento y rotura de cristales, la resolución y precipitación de sales
en el suelo, los fenómenos telúricos, las formas de degradación/cambio del es­ 1
tado físico­químico, la erosión natural, el corte/remoción por parte del hom­

',
bre y el paso de animales y hombres (De Guío, 1988).
Los materiales que aparecen sobre la superficie de un estrato y bajo el vo­ 1
lumen del que se le superpone son, con frecuencia, de difícil interpretación. Se
pueden atribuir al estrato superior con la ventaja de no contaminar con mate­
1
riales posiblemente más tardíos el inferior, como pasa con las intrusiones.
También se pueden atribuir a la vida y/o al abandono del estrato inferior y sim­
bolizar, en sí mismos, una especie de unidad estratigráfica sin tierra. A veces
·I
los materiales correspondientes a la vida y/o al abandono se superponen y
quedan englobados en el nivel superior de un estrato que ha cumplido las fun­
ciones de un pavimento de tierra batida (pp. 186 ss.). En tal caso, lo más pru­
dente sería excavar el estrato en dos niveles, el primero con una limpieza enér­
gica de la parte superior del volumen y el segundo retirando la parte más baja
(por lo tanto, no contaminada) del volumen del estrato (figura 70). Este es uno
de los casos raros en los que un estrato arqueológico debe ser excavado en dos
niveles por motivos que no son meramente prácticos, porque es uno de los po­
cos casos en que dos acciones radicalmente diferentes pueden confundirse en
lo que parece una sola unidad estratigráfica, que no se puede dividir en dos es­
tratos por la homogeneidad física de su composición.
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAÁA 75

b 3

FIGURA 70. (a) Las tres piezas dispuestas entre los estratos 1 y 3 pueden atribuirse al
volumen del estrato 1 y, también, (b) a la vida y/o abandono del estrato 3 y, en dicho
caso, determinan, incluso en ausencia de la tierra, el estrato intermedio 2. (e) Si pie­
zas correspondientes a la vida y/o al abandono del estrato 3 (por lo tanto, originaria­
mente, de un teórico estrato 2) ban sido englobadas por apisonamiento en el nivel su­
perior del estrato 3, este último deberá ser excavado en dos niveles: 3a (que contiene
las piezas del estrato teórico 2) y 3b (la parte no contaminada de 3).

FIGURA 71. Tipos de estrato (unidades estratigráficas positivas): (a) horizontal; (b­f)
verticales (rellenos unitarios de fosas, montones, terraplenes, empalizadas y muros).

Hasta ahora hemos hablado de estratos horizontales y concretamente de


los que son incoherentes y están formados mayoritariamente por tierra. Pero
si un estrato es cualquier acumulación de materia, debemos aceptar también
la existencia de estratos más o menos coherentes y, por lo tanto, también más
o menos verticales: rellenos unitarios de fosas, montones, terraplenes, empali­
zadas y muros (figura 71). Estos últimos con sus propias características. Cuan­
do se trata de muros, generalmente son compactos como piedras y tienen en
los lados bordes expuestos que no interrumpen una original continuidad al
ser superficies originales del estrato (figura 11). Su volumen difícilmente pue­
de ser homogéneo dada la distribución diferenciada de sus componentes en­
tre cimentaciones y alzado, núcleo y paramento, adorno, adentellado y pa­
nel, etc.
)
1
)
76 HISTORIAS EN LA TIERRA l)
1
)
1
)

b
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1
1
1
FlGURA 72. (a) Un estrato se deposita en la depresión A; {b) los muros de una casa
determinan la cavidad Ben la que se depositan estratos; (e) en las cavidades A y B se 1
depositan otros estratos que modifican su forma; {d) la cavidad B está saturada y 1 )
queda obliterada por un estrato de la depresión A, que está también casi llena y, por
lo tanto, cercana a la obliteración. 1

Cuanto más altos, continuos y compactos son los estratos verticales, en


mayor grado tienen la particuJaridad de formar cuencas de depósito estrati­
gráfico (figura 9), al contrario de lo que ocurre con los horizontales que pue­
den modificar u obliterar cuencas de depósito, pero generalmente no forman
otras cuencas nuevas (figura 72).
Aclaradas las características y la tipología de los estratos, se ve clara la
razón por la que hay que separar los depósitos siguiendo su superficie. En
ella se concentra, de hecho, su plano de separación de los estratos superiores,
su configuración espacial y su tiempo de vida; en dos palabras: su fisonomía
y su historia. ResuJta también obvio el motivo por el que hay que evitar cor­
tar o contaminar aquellas bolsas de homogeneidad relativa que son sus volú­
menes. Finalmente, se entiende la diferencia entre excavar y desenterrar, ya
que esta última actividad no es más que una caza de objetos aislados de los
volúmenes y de las superficies en las que se hallan estratigráficamente archi­
vados, destruidos mediante este absurdo ejercicio venatorio.
Podemos excavar el volumen más o menos homogéneo de los estratos
dando, de forma subjetiva, mayor o menor importancia a las desigualdades
internas de dicha homogeneidad (figura 73), pero no podemos excavar sus
superficies. Estas películas intangibles en las que reside gran parte del valor
espacio­temporal implícito en la estratificación tan sólo se pueden reconocer
y documentar. Se presentan como intersticios a través de los cuales el cono­
cimiento penetra en lo profundo, al igual que las rafees que siguen las dis­
continuidades y las menores resistencias para penetrar en el subsuelo.
DE LA ESTRATIFlCACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 77

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flGURA73. La estratificación (a) puede interpretarse de forma más homogénea (b)


o menos homogénea, hasta el punto de identificar una distinción (c).

Superficies en sí

Tenemos tendencia a creer que las piezas en las que desmontamos el sub­
suelo son solamente aquellas bolsadas de relativa indistinción que constitu­
yen los estratos con sus volúmenes y sus superficies. Se trata de un error por­
que conocemos acciones materialmente reconocibles que no son estratos. De
hecho, tanto el hombre como la naturaleza, aparte de depositar y acumular,
erosionan, gastan, desmontan, expolian y destruyen. La propia excavación es
una de estas actividades. Podemos definir estas acciones como negativas, y
son tan importantes como las positivas, que reconocemos con mayor facili­
dad. Una empalizada es tan importante como un terraplén.
Para el excavador la dificultad reside en el hecho de que cada remoción
de material se hace evidente mediante la ausencia del mismo, habiéndose
convertido el volumen de estratificación removido en una o más unidades es­
tratigráficas en otro lugar, y lo que ya no está no se puede tocar, excavar ni
limpiar pero sí identificar, dibujar y fotografiar. Al limpiar la «superficie» de
un estrato se extrae en realidad el nivel inferior del volumen del estrato su­
perior o se raspa ligeramente la capa superior del volumen del estrato infe­
rior, por lo que, en realidad, nunca se limpia una superficie, se pone en evi­
dencia por el contacto correctamente identificado entre los dos volúmenes de
dos estratos. Dichas superficies negativas son, por lo tanto, un no ser en cuan­
to a su volumen, una laguna de la estratificación, interfacies o superficies en
sí, donde las diferentes superficies ( el «techo» y el «lecho») confluyen en una
única superficie de discontinuidad (De Guío, 1988).
Estas superficies de unidades estratigráficas negativas deben distinguirse
de las superficies de las unidades estratigráficas positivas, de las que ya he­
mos hablado. Estas últimas sirven para distinguir en el espacio y en el tiem­
po los volúmenes de los estratos y constituyen un aspecto de su esencia, dado
que mantienen sus mismas relaciones estratigráficas, por lo que no tiene sen­
tido numerar el volumen y la superficie de un estrato, ya que esta última no
constituye una verdadera unidad estratigráfica. Las transformaciones sin des­
plazamiento o aportación de materia, debidas a compresión, cocción o qui­
mismo inducido, tampoco modifican la secuencia de la estratigrafía, por lo
que resulta absurdo distinguirlas como unidades estratigráficas, aunque sir­
van para comprender la génesis y la historia de los estratos que las han su­
frido (Leonardi, 1982).
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78 HISTORIAS EN LA TIERRA
1
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FIGURA 74. Tipos de superficies en sí (unidades estratigráficas negativas): verticales


(a­e) y horizontales (d­e). Si el desgaste o el rebaje de un estrato horizontal (d) es
completo y uniforme puede resultar difícil de reconocer {figura 6).

FIGURA 75. Unidades estratigráficas negativas verticales (B, C, O, F) y horizontales


(A, E, G) destruyen unidades estratigráficas positivas verticales (B­G) y horizontales
{A).

Las superficies de unidades estratigráficas negativas se hallan en cambio


repletas de información propia, tienen una validez en sí mismas, desde el mo­
mento que mantienen relaciones estratigráficas propias, que nada tienen que
ver con las de los estratos que las delimitan. Este último tipo de superficies
son, por lo tanto, unidades estratigráficas (aunque negativas) a todos los
efectos y deben reconocerse, numerarse y documentarse adecuadamente si
se quiere reconstruir la secuencia estratigráfica íntegramente.
Se puede establecer una tipología de las unidades estratigráficas negati­
vas que, al igual que las positivas, pueden ser verticales y horizontales. Verti­
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 79

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FtGURA 76. Unidades estratigráficas negativas verticales (a­b) y horizontales (c­d)


destruyen unidades estratigráficas negativas verticales (a­b) y horizontales (c­d).

cales son las fosas, los fosos y los propios cortes de una excavación arqueo­
lógica (figura 74). Horizontales son las erosiones y las remociones a nivel de
estratos horizontales (figura 75d) y los arrasamientos o destrucciones de es­
tratos verticales, como las crestas de los muros (figura 75e). Las unidades es­
tratigráficas negativas verticales (figuras 75a­c) pueden destruir a su vez uni­
dades estratigráficas positivas horizontales y verticales (figura 75) y unidades
estratigráficas negativas verticales y horizontales (figura 76).
Debemos recordar que además de las unidades estratigráficas positivas y
negativas, debidas a la sedimentación y a la erosión, se dan también, en ca­
sos de superficies expuestas, obliteraciones de los caracteres sedimentarios
por obra de los procesos pedogenéticos (Crernaschi, 1990).

Numerar las acciones

Se ha dicho que excavar significa dividir en partes, pero ¿dónde está la


división y dónde la parte? El muy abstracto concepto de unidad estratigráfi­
ca traspasa las características precisas de una simple acción que se ha ma­
terializado (muro, agujero de poste, etc.) y ayuda así a concentrarse en las
relaciones entre las unidades, que si no quedarían en un segundo plano res­
pecto a la seductora e ilimitada configuración topográfica de lo real. El con­
cepto de unidad estratigráfica tiende pues a reducir las diferentes acciones y
sus relaciones en el espacio al mismo grado de abstracción de las relaciones
estratigráficas, es decir, de la cronología relativa. Lo que equivale a reducir
un muro o una cloaca al mismo nivel de sencillez de un antes y un después.
Para ello es necesario pasar de la identificación topográfica de una acción a
su identificación numérica. El muro se convierte en el número 1.003 y la cloa­
ca en el número 1.027, para poder llegar a pensar y a decir con facilidad que
1.027 corta a 1.003 y, por lo tanto, es posterior.
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80 HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 77. Tipología de las unidades estratigráficas (UE).

)
)
11
1
F1GURA 78. Hay tres soluciones gráficas para numerar el estrato 68: (a) solución a
J )
descartar por reiterativa; {b) solución para las secciones; (e) solución para las plantas.
1 )

J
Los arqueólogos han comenzado a numerar regularmente los estratos des­
de los años treinta, pero todavía son muchos los estratos sin numerar en las ex­
trañas secciones publicadas, incluso recientemente, en las Notizie degli Scavi
(entre ellas las, por otro lado bien dibujadas, de la excavación de Pirgos en el
Supplemento WI de 1970), por lo que este criterio se puede considerar en Ita­
lia de nueva adquisición. Todavía parecía más raro numerar los muros, mien­
tras que muchas veces se han numerado en las plantas las habitaciones de un
edificio, operación justa pero que no suple la falta de numeración de los mu­
ros, ya que las habitaciones no son unidades estratigráficas, sino conjuntos de
éstas y, en consecuencia, actividades ya interpretadas (pp. 145 ss.). Tan sólo re­
cientemente se ha comenzado a numerar las superficies en sí de las unidades
estratigráficas negativas: fosas, fosos, rebajes de estratos y arrasamientos de
muros. La experiencia enseña que es justo uniformarse a la norma siguiente:
«toda unidad estratigráfica positiva o negativa, horizontal o vertical, natural o
artificial, casual o intencionada, además de ser identificada, relacionada con
las demás y documentada, debe ser numerada en una única serie progresiva de
números árabes, sin que sea necesario que el orden de la serie numérica co­
rresponda al orden de la secuencia estratigráfica». Se pueden ilustrar los dife­
rentes tipos de unidades estratigráficas a numerar en un diagrama (figura 77).
En sección se atribuye el número que indica un estrato a su volumen, mientras
que en planta éste aparece sobre su superficie (figura 78).
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 81

Al numerar las unidades estratigráficas se debe evitar lo siguiente. 1)


Prever series separadas de números y/o de letras para diversos tipos de uni­
dades, por ejemplo una para estratos y otra para muros y demás estructuras
(hubo un tiempo que en Gran Bretaña y en Italia se distinguían los layers =
«estratos» de las [eatures = «elementos», en la actualidad todos ellos com­
prendidos por el concepto de context = «unidad estratigráfica»). 2) Incluir en
la serie numérica de las unidades estratigráficas números relativos a conjun­
tos de unidades o actividades, como las habitaciones, etc., que deben perte­
necer a otra serie; en el caso que se quiera indicar a qué actividad o a qué
grupo de actividades pertenece una unidad estratigráfica se pueden agrupar
números de diferentes series separados por un punto: 1.1.l. = grupo de ac­
tividad 1, actividad 1, unidad estratigráfica 1 (pp. 139 ss.). 3) Usar letras de
cualquier tipo, porque son numéricamente demasiado limitadas, o números
romanos, porque son demasiado complicados. 4) Combinar números árabes
o romanos con letras, porque dicha combinación establece una jerarquía in­
terpretativa, operación en sí misma legítima, pero que debe realizarse inde­
pendientemente y después de la identificación numérica de las diversas uni­
dades; una de las pocas excepciones es la de las letras a y b ocasionalmente
añadidas al número de un pavimento de tierra batida que se va a excavar en
dos niveles para evitar intrusiones de materiales relativos a la vida y/o al
abandono, englobados por acción de las pisadas en la propia tierra batida
(pp. 74­75). 5) Reutilizar un número ya atribuido a una unidad cancelada; los
números suprimidos deben permanecer como tales. 6) Atribuir el mismo nú­
mero a partes separadas de una misma unidad originaria (figura 63). 7) Ha­
cer coincidir premeditadamente una serie numérica con la sucesión estra­
tigráfica; los números se atribuyen de hecho sin un orden establecido, a me­
dida que se identifican las unidades. Este criterio no ha sido seguido en los
dibujos ilustrativos que acompañan a este texto por la necesidad de hacer ex­
plícito de forma inmediata el orden de la secuencia estratigráfica, evitando
tener que añadir a cada imagen el correspondiente diagrama estratigráfico.
8) Dar dos veces el mismo número o renumerar. 9) Numerar una unidad es­
tratigráfica negativa con el número de la unidad más moderna cortada por
aquélla, asociado al de la unidad más antigua que la rellena (Galiberti, 1989),
porque de hacerlo así no sería posible numerar durante la excavación una
fosa antes de haberla vaciado completamente y eso es algo que se hace de
forma gradual en el caso de unidades muy profundas o que puede no llegar
a realizarse, como sucede frecuentemente con los pozos.
Una atención especial debe dedicarse al punto 4, dado que dicho error se
remonta al propio origen de la arqueología estratigráfica moderna en Italia
y, en concreto, a la excavación de Ventimiglia (Lamboglia, 1950). Lamboglia
había elaborado un sistema mediante el cual se numeraban los estratos de
aquel yacimiento teniendo en cuenta una periodización previamente esta­
blecida, por lo que un determinado número romano correspondía siempre a
un período histórico concreto de la ciudad y eran las letras que acompaña­
ban a dichos números romanos las que indicaban los diferentes estratos. El
}
)
82 HISTORIAS EN LA TIERRA

defecto de este método consiste en la confusión a priori del análisis con la


síntesis. Hay que convertir, en cambio, en algo sencillo y flexible la identifi­ )
cación de las unidades estratigráficas eliminando cualquier tipo de agrupa­ )
ción o de periodización previo. El arte de excavar y de interpretar una exca­
vación reside en no introducir los aspectos más subjetivos y de síntesis antes
de que el análisis más objetivo haya evidenciado ya todos los datos y, por lo
tanto, las aportaciones que puede ofrecer al relato (pp. 139 ss.). Además
)
Lamboglia numeraba sólo los estratos, como era normal en aquella época, y
no los cortes en los mismos ni tampoco los muros, pero estos últimos los in­ )
dicaba con letras. Otro sistema de numeración se adoptó en la excavación de
)
Frattesina di Fratta Polesine (Bietti Sestieri, 1980).
La tradición británica pretendía que el número de las unidades estrati­ )
gráficas se representara dentro de un círculo para distinguirlo de otros tipos )
de numeraciones; pero ello no es necesario porque son más bien las otras nu­
meraciones las que deben distinguirse de la serie numérica principal, como
por ejemplo la de los materiales especiales (small finds), cuyo número puede
representarse, por ejemplo, dentro de un triángulo.
La numeración de las unidades estratigráficas de un monumento en gran
parte excavado puede articularse por medio de dos series numéricas, la pri­
mera relativa a las partes del monumento que se hallan ya a la vista y la se­
gunda a la posible excavación del mismo. Pero desde un punto de vista es­
trictamente lógico deberían identificarse todas las unidades estratigráficas, a
la vista y por excavar, en una única serie de números (p. 91). Los responsa­
bles de diferentes sectores de una misma área de excavación pueden utilizar
también una misma serie numérica. Para no correr el riesgo de utilizar más
de una vez el mismo número, basta con prenumerar las fichas que se van a
utilizar (estas son las opciones escogidas en la excavación en la vertiente sep­
tentrional del Palatino). Otra posible solución es la de asignar a cada sondeo
o sector un conjunto de números predeterminados, del 1 al 999, del 1.000 al
1.999, etc. Al primer responsable que agota los 999 números se le pone a dis­
posición un nuevo millar de números.
Se ha dicho que el propio sondeo o área de excavación constituye una
unidad estratigráfica negativa, por lo que se le podría reservar el número
cero, al que debería corresponder una ficha de documentación, del tipo de la
SAS (pp. 91 ss.). En dicho caso el número uno correspondería al humus.
Para el registro de las unidades estratigráficas, véase la p. 161 ss.

Secuencia estratigráfica

La excavación presupone la articulación del pesado subsuelo en partes


discrecionales y su recomposición en un modelo que le devuelva su sentido
unitario original, pero impregnado por el perfume de la interpretación. Sin 1
reconstrucción nos perderíamos en el maremagno de las unidades estratigrá­ �
ficas. No hay representación espacial que pueda servir de forma exhaustiva a

'
J.
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 83

,IAIITA

'UIITA

FIGURA 79. La sección ilustra diacrónicamente una secuencia estratigráfica a lo lar­


go de un solo plano vertical: las plantas ilustran sincrónicamente un período o una de
sus fases. Los puntos de interrogación indican las lagunas en la documentación, tanto
en planta como en sección.

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lTI=ITJ 1 r:p [O
• tri
b
e
1

FIGURA 80. (a) Relación de igualdad (1 y 2 representan la misma unidad); (b) rela­
ción en el tiempo (la unidad 2 bajo la unidad l significa que la precede en el tiempo);
(e) correlaciones (las unidades 1 y 2 puestas a un mismo nivel se consideran contem­
poráneas).

este fin. De hecho, las secciones y las plantas seleccionan siempre un aspec­
to diacrónico o sincrónico de la realidad que se quiere representar y no per­
miten la visión global de todas las unidades estratigráficas, de sus relaciones
y correlaciones esenciales, la única que permite controlar de forma sintética
toda la estratificación traducida en estratigrafía (figura 79).
Una representación global de la estratigrafía no puede ser topográfica, es
decir, realista, sino solamente estratigráfica, es decir, reducida a la única di­
mensión del tiempo relativo, lo que conlleva el paso del verismo al simbolis­
mo, como por ejemplo un diagrama en el que aparezcan todas las unidades es­
tratigráficas reducidas a números. En el diagrama dichos números se inscriben
en un rectángulo y las relaciones esenciales que se establecen entre ellos se re­
presentan por líneas de conexión entre los rectángulos que contienen los nú­
meros. Este diagrama se parece a un árbol genealógico (figura 80) en el que las
tres dimensiones de la topografía, intraducibles en la bidimensionalidad del
papel, pueden ser introducidas reduciéndolas a la bidimensionalidad cronoló­
gica de un «antes» y de un «después», y, por lo tanto, a la cuarta dimensión del
tiempo, la cual se puede representar en una hoja aunque recurriendo en algu­
nos casos a la solución gráfica de los «puentes» (p. 86).
A esta solución se ha llegado, sólo en tiempos recientes, después de un
84 HISTORIAS EN LA TIERRA

1 )
1 1
2 ;5

FIGURA 81. (a) La unidad 1 precede estratigráficamente a la 2 y a la 3 (se baja por las
líneas de 1 a 2 y a 3), que no mantienen entre sí ninguna relación estratigráfica propia·
mente dicha (no se puede subir ni desplazarse lateralmente de 2 a 3 o viceversa).

4 6 4 6

FIGURA
H H
5 1
82. La unidad 4 estratigráficamente es más tardía que la 5 y la 7. La unidad
7 tiene una relación estratigráfica directa con la 4. demostrada por las dos líneas que
separadamente conectan la unidad 4 con la 5 y la 7, lo que sirve para ilustrar que nin·
guna relación estratigráfica directa conecta la unidad 6 con la 5 (al no poderse desde
6 subir a 4 para después bajar a 5), como podría erróneamente pensarse si el diagra­
ma se hubiese hecho en forma de H: véase la segunda solución propuesta (en la que
de 6 se baja a 5, lo que implica una relación inexistente entre ambas unidades).

1

hL-g
F1GURA 83. Si bien existe una relación física de superposición entre la unidad 2 y la
5, la línea que las conecta directamente es reiterativa, dado que esta misma relación
se halla ya indicada por la línea que pasa por la unidad 3, que en la secuencia asume
una posición intermedia entre ambas unidades.

'
_________ _¡_ __ •• J

FIGURA 84. La ley de la sucesión estratigráfica permite pasar de la estratigrafía (a)


al diagrama estratigráfico (b) en su versión reiterativa, por lo tanto, equivocada, y en
su versión correcta, simplificada.
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 85

largo esfuerzo. Frente a la necesidad de controlar las cerca de diez mil


unidades estratigráficas identificadas en la excavación de la Lower Brook
Street, en Winchester, sin tener que consultar miles de fichas y de gráficos, E.
C. Harris inventó en 1973 el matrix o diagrama estratigráfico (Harris, 1979).
Se trata de la mayor conquista de la arqueología estratigráfica contemporá­
nea (en 1972, había aparecido en Londres el volumen de J. Hayes Late Ro­
man Pottery, que facilitaba los mejores fósiles directores para datar estratos
para más de medio milenio de historia romana). Las sucesivas críticas y pro­
puestas alternativas al matrix, aunque útiles, no han conseguido devaluar la
importancia del descubrimiento ni perfeccionar sustancialmente las solucio­
nes prácticas (Carver, 1983­1990). Con el diagrama estratigráfico de Harris se
cierra definitivamente a principios de los setenta la fase wbeeleriana iniciada
en Maiden Castle en 1934 y la lambogliana iniciada en Ventimiglia en 1938,
y se abre la de la arqueología de campo de nuestros días, que pronto alcan­
zará los veinte años de vida.
Las reglas necesarias para construir un diagrama estratigráfico son las
siguientes. 1) La relación estratigráfica entre dos unidades se expresa con
líneas de conexión entre sus dos números; dicha relación se sigue sólo re­
corriendo las líneas de arriba hacia abajo y nunca al contrario (figura 81).
2) Las conexiones en forma de H son equívocas, y expresan relaciones en­
trecruzadas que no existen (figura 82). 3) Contrariamente a lo que ocurre en
geología, la secuencia estratigráfica arqueológica no puede equipararse al or­
den físico de la estratificación, por lo que hay que evitar transferir inmedia­
tamente las relaciones físicas al diagrama (figura 83). Por lo que sólo se de­
ben expresar las relaciones esenciales entre las unidades, descartando líneas
de conexión redundantes. Esto se obtiene aplicando rigurosamente la ley de
la sucesión estratigráfica: «la relación esencial de cualquier unidad estratigrá­
fica a) con las más antiguas o b) con las más recientes es: a) en el primer caso
la relación entre la unidad estratigráfica en cuestión y la unidad estratigráfi­
ca más tardía de todas las más antiguas; b) en el segundo caso la relación en­
tre la unidad estratigráfica en cuestión y la unidad estratigráfica más antigua
de todas las más recientes» (Harris, 1979; figura 84). 4) Al construir el dia­
grama hay que estudiar la disposición más conveniente de las diversas ramas
para evitar inútiles mezclas de líneas (figura 85). El orden ideal sería el que
hace corresponder la serie de ramas de la secuencia de izquierda a derecha

1
r­1­,g r
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6
1,
1

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1

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4 9

FIGURA 85. Diagrama estratigráfico: (a) mal dispuesto; (b) bien dispuesto (las uni­
dades 7 y 8 se han invertido).
)
86 HISTORIAS EN LA TIERRA

1 1

r­1i­J
1'21 128 f2? 122

fl.'1

132

1J5
1

FtGURA 86. La línea que va de la unidad 129 a la 134 pasa por debajo (indicándolo
con un semicírculo) de la línea que une las unidades 130 y 135, por lo que se evita que
la unidad 129 aparezca en relación directa, de hecho inexistente, con la unidad 135.

con la de una visita guiada al monumento que tenga una propia lógica, fase
por fase. Pero en un yacimiento complicado ocurre inevitablemente que, in­
cluso después de haber estudiado las mejores disposiciones de las ramas del
árbol estratigráfico, un cierto número de unidades estratigráficas se hallen
entrelazadas de forma tao compleja que hace inadecuada la representación
bidimensional del diagrama. En dicho caso, es necesario servirse de una so­
lución que sugiera un elemento tridimensional, lo que se obtiene introdu­
ciendo en el diagrama semicírculos de conexión o puentes, que permiten a las
líneas horizontales cruzarse con otras verticales evitando, gracias a esta es­
pecie de «paso subterráneo», cruzarlas perpendicularmente y crear relacio­
nes inexistentes a los niveles estratigráficos subyacentes (figura 86). En cual­
quier caso, es necesario reducir los puentes a lo estrictamente imprescindible
para obtener un diagrama claro. 5) Al final del diagrama deberían aparecer
dos siglas: FE = Final de la excavación), que indica el punto en el que la ex­
cavación ha debido interrumpirse; o FEA = Final de la excavación arqueo­
lógica, que significa que se ha llegado a lo que en lenguaje convencional se
llama la tierra «virgen».
La utilidad del diagrama estratigráfico se puede comprender aplicándo­
lo tan sólo al dibujo de una sección (figura 87), pero resulta todavía más evi­
dente si incluimos en él todas las unidades estratigráficas, aparezcan o no en
las secciones y las plantas del período.
La elaboración del diagrama estratigráfico corre paralela a la excavación.
Más exactamente sigue a la identificación con la trowel de las relaciones en­
tre las unidades estratigráficas (figura 46) previa a la propia excavación, si
bien finalizada ésta debe ser recontrolada. Al final de cada jornada hay que
verificar y reorganizar el diagrama para continuarlo al día siguiente. Una vez
en el laboratorio se debe proceder a unificar los diversos diagramas del área
de excavación, inicialmente elaborados por los responsables de los diversos
sectores. El diagrama global del área de excavación, correspondiente a un
DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA 87

m
w1
1'12
1
.,.1
15
1
­ 1 b
1
e 1f

FIGURA 87. (a) Sección; (b) axonometrfa desgajada de la sección; (c) diagrama es­
tratigráfico de la sección.

edificio o a un conjunto de edificios, se adjunta finalmente a la documenta­


ción global de la excavación, es decir, a la ficha SAE.
El diagrama elaborado durante la excavación indica el orden según el
cual deben excavarse las unidades estratigráficas (figura 88), pone en evi­
dencia eventuales incongruencias y errores cuando todavía se está a tiempo
de subsanarlos y ayuda a programar la investigación. Desde este punto de
vista sustituye la función que anteriormente cumplían los testigos. Pero en
vez de ocultar las relaciones estratigráficas las pone todas en evidencia de
forma simultánea.
En el caso de un edificio de una sola planta puede valer la pena subdivi­
dir el conjunto objeto de análisis en conjuntos más funcionales y limitados
1 ' como las habitaciones. Pero ante un edificio de diversas plantas puede resul­
tar conveniente plantear el análisis articulándolo por paredes. Con la combi­

1,
J
)

88 HISTORIAS EN LA TIERRA )

a
F1ouRA 88. (a) Se identifican con la trowel las relaciones de superposición física en­
tre las unidades estratigráficas que se han diferenciado en superficie; (b) se elabora el
diagrama que indica el orden bajo el cual excavar dichas unidades (1, 3, 6 y 8 pueden
ser excavadas simultáneamente en primer lugar, después le llega el tumo a 5 y, final­
mente, a 10).

nación de los alzados se obtiene en este caso un alzado general interior que
puede relacionarse con el exterior por medio de las aperturas. Más tarde se­
rán los pavimentos los que conecten las cuatro paredes de los alzados de de­
talle (Francovich­Parenti, 1988, p. 278, figuras 14­15). La estratigrafía de los
edificios tiene algunas características propias en lo relativo aJ «cubre/cubier­
to», las correlaciones y la repetibilidad de los experimentos estratigráficos,
características que deberían identificarse y describirse mejor.
A continuación veremos cómo el diagrama desarrolla una función de
guía esencial en todas las operaciones de síntesis que siguen a la excavación,
del estudio de los materiales a la determinación de las actividades o de los
grupos de actividades a la periodización y a la elaboración de las plantas
compuestas o de período, que son el presupuesto fundamental de las recons­
trucciones finales.
3. LA DOCUMENTACIÓN

LAS FICHAS

Fichas de las unidades estratigráficas y de sus materiales

Después de haber identificado y numerado las unidades estratigráficas y


de haber establecido sus relaciones estratigráficas es necesario describirlas.
Resulta difícil decir si la descripción debe preceder a la redacción del dia­
grama estratigráfico o viceversa, al ser una presupuesto de la otra. En una
época no lejana se describían las unidades estratigráficas en el «diario de ex­
cavación». Esto se realizaba sin un orden preciso ni unas normas concretas,
por lo que las noticias se acumulaban de forma parcial y arbitraria. Actual­
mente, la descripción se recoge en fichas preestablecidas en las que se pre­
vén los apartados que hay que rellenar y después completar y controlar tras
haber documentado gráficamente la unidad, al menos con una planta acota­
da (pp. 116 ss.), tras haberla excavado. Sin una documentación objetiva, el
diario de excavación puede servir como máximo para registrar las reflexio­
nes interpretativas y estratégicas de la dirección de la excavación. Las fichas
son para el método Barker­Harris lo que el diario de excavación era para
el de Wheeler­Lamboglia.
Quien escribe ha introducido en Italia, a partir de 1976, las primeras fi­
chas de sondeo o área de excavación, de unidad estratigráfica, de unidad es­
tratigráfica de revestimiento y de unidad topográfica.1 Las fichas fueron pre­
sentadas, discutidas y mejoradas por una comisión creada en el seno del
Instituto central del catálogo, en la que estaba presente el equipo de Settefi­
nestre, y también en el congreso de Siena Come l'archeologo opera su/ cam­
po de 1981 (Carandini, 1981, pp. 103 ss.). El Instituto central del catálogo dio
a conocer a continuación las Norme perla redazione della scheda di saggio
stratigrafico (SAE) (Parise Badoni­Ruggeri, 1984) y las normas para la re­
dacción de las otras fichas relativas a aquélla, de unidad estratigráfica (UE),
de unidad estratigráfica de revestimiento (UER) y las tablas para los mate­
riales de las unidades estratigráficas (TMA). El mismo Instituto difundió a
continuación la Struuurazione dei dati delle schede del catalogo. Beni archeo­
logici immobili e territoriali (Parise Badoni­Ruggeri, 1988), donde aparecían
también las fichas correspondientes a la investigación topográfica, que com­
)

90 HJSTORJAS EN LA TIERRA

pletaban así el sistema de fichas principales necesarias para la arqueología de


campo. )
La jerarquía con la que dichas fichas fueron concebidas es la siguiente.
De las fichas de Yacimiento (SI) dependen por un lado (sector topográfico) )
la ficha de Conjunto arqueológico (CA}, de la que dependen las de Monu­ )
mento arqueológico (MA} y de Monumento arqueológico­hija (MAH}, y por
el otro (sector estratigráfico), la ficha de Sondeo arqueológico estratigráfico
(SAE}; de ambas partes (sectores topográfico y estratigráfico) dependen las )
fichas de Unidad estratigráfica (UE), de Unidad estratigráfica mural (UEM) )
y de Unidad estratigráfica de revestimiento (UER); de estas últimas dependen
finalmente las Tablas de los materiales (TMA}, la ficha de Material arqueoló­
gico (RA) y la ficha para la Numismática (N). Las fichas de SI, CA, MA y )
MAH deberían estar descritas en manuales de topografía y de dibujo ar­
queológico, lo que se echa verdaderamente en falta. En este sistema la ficha
MA representa el documento en el que se deben describir las unidades to­
pográficas o de yacimiento halladas en la investigación topográfica y la lec­
tura estratigráfica de un monumento no excavado. Esto conlleva que para un
mismo monumento las unidades estratigráficas observadas, pero no excava­ )
das, sigan una numeración especial y formen parte de la ficha MA, mientras
que las excavadas tengan otra numeración y consten en la ficha SAE. Para
resolver esta dicotomía de la documentación, debida al sistema informático
utilizado, hay que hacer referencia a las fichas SAE en la MA. Queda, por
otro lado, que las unidades estratigráficas relativas a un solo monumento,
leídas en alzado o excavadas, pertenecen a nivel ideal a un único conjunto
por lo que, en principio, podrían numerarse dentro de una única serie numé­
rica (p. 82 ).
El hecho de que el Instituto central del catálogo baya sabido captar la
novedad de la arqueología experimental, coordinar los resultados de las
mejores experiencias de excavación y llegar, antes de 1988, a un sistema re­
lativamente orgánico de fichas topográficas, estratigráficas y tipológicas, lo
que no tiene paralelo en las otras parcelas de los bienes culturales, artísti­
cos, arquitectónicos y etnoantropológicos, es sin duda algo verdaderamente
relevante. Las fichas aumentarán, se mejorarán y se completarán. Faltan al­
gunas fichas y estamos especialmente retrasados en el campo del glosario y
en el del dibujo arqueológico. Pero las fichas disponibles son más que sufi­
cientes para considerar cerrado, al menos para la administración central de
los bienes arqueológicos, el período de desfase, que ha durado unas dos ge­
neraciones, de la arqueología italiana en el sector de la arqueología de cam­
po. Hay que esperar que los arqueólogos que excavan estén a la altura de
este conjunto de fichas, se adapten a ellas de forma inmediata y compren­
dan su importancia. Los años ochenta han sido fundamentales a este res­
pecto y abren sin duda las puertas a la arqueología de campo del próximo
milenio.
Totalmente negativo es, en cambio, el hecho de que el Instituto central
del catálogo se desinterese del final de toda catalogación, es decir, de las pu­
LA DOCUMENTACIÓN 91

­­­­­:­­

FIGURA 89. Sondeos y áreas de excavación dentro de las diversas zonas en las que se
ha subdividido el yacimiento.

blicaciones arqueológicas, que deberían estar mejor coordinadas a nivel na­


cional. Dicha actitud conlleva una absurda separación entre catalogación y
edición que consiente perpetuar de forma temporalmente ilimitada las «pro­
piedades» institucionales y privadas de bienes arqueológicos, y que impone
límite a la libertad de investigar, y el culto a lo inédito, mientras que cada vez
somos más conscientes de que los comentarios que se pueden hacer de un
monumento son potencialmente infinitos, por lo que hay que redefinir cuál
debe ser el papel de la primera publicación de cada uno de ellos.
El manual del Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Lon­
dres presenta fichas todavía no incluidas en el sistema del Instituto central
del catálogo y que deben tomarse en consideración para completarlo: la ficha
de unidad estratigráfica lígnea, la de unidad estratigráfica de deposición fu­
neraria y aquellas para muestras paleoambientales (Site manual, 1990).
El sistema de fichado se debería poder actualizar y difundir teniendo en
cuenta las investigaciones de vanguardia italianas y extranjeras. La cristaliza­
ción podría ser el límite de un fichado entendido de forma demasiado buro­
crática y el sistema informático debería garantizar una ductilidad razonable.
Al relacionar las voces de las fichas del Instituto central del catálogo se
indican los títulos de los párrafos, de los campos y, sólo en algunos casos, de
los subcampos, para los cuales se remite a las normas anteriormente citadas.

Ficha de sondeo arqueológico (SAE)

Las voces previstas son las siguientes:

l. Códigos de catalogación: 1.1. Ficha SAE, 1.2. Código unívoco, 1.3. Enti­
dad que ficha, 1.4. Entidad competente.
2. Referencia a otras fichas: 2.1. Localizaciones (2.1.1. Localización geográfi­
ca, 2.1.2. Centro histórico, 2.1.3. Zona urbana [figura 89), 2.1.4. Sector ur­
)
)
92 HISTORIAS EN LA TIERRA

llNA J )
)

FIGURA 90. El sector 1 del sondeo 12 realizado en la zona B no se ha completado, )


por motivos científicos o prácticos, mientras que se ha avanzado en el sector 2. )

bano, 2.1.5. IGM (NT. Mapa del Istituto Geografico Militare), 2.1.6. Par­
cela catastral, 2.1.7. Datos de excavación: Entidad responsable, Entidad fi­
nanciadora, Autor de la excavación, Fecha de la excavación, Colabora­
dor/es de excavación, Bibliografía).
3. Objetos: 3.1. Sondeo, 3.2. Habitación, 3.3. Sector (figura 90), 3.4. Cuadrí­
cula.
4. Cronologla: 4.1. Cronología genérica, 4.2. Cronología específica, 4.3. Cri­
terio de datación.
5. Datos técnicos: 5.1. Posición del sondeo, 5.2. Medidas, 5.3. Cota, 5.4. Con­
diciones finalizada la excavación, 5.5. Restauraciones a realizar, 5.6. Pro­
puesta de excavaciones a realizar.
6. Datos analiticos: 6.1. Geomorfología, 6.2. Geología, 6.3. Pedologfa, 6.4. Si­
tuación agrícola y natural, 6.5. Uso actual del terreno, 6.6. Investigaciones
precedentes, 6.7. Motivo de la excavación, 6.8. Observaciones acerca del
método, 6.9. Interpretación, 6.10. Secuencia cultural, 6.11. Observaciones.
7. Datos administrtuivos: 7.1. Situación jurídica, 7.2. Condicionantes existen­
tes, 7.3. Uso actual, 7.4. Propuestas para la protección y la revalorización.
8. Documentación: 8.1. Documentación fotográfica (8.1.1. Tipo, 8.1.2. Orga­
nismo/propietario, 8.1.3. Colocación, 8.1.4. Número de negativo, 8.1.5.
Autor, 8.1.6. Fecha, 8.1.7. Cota, 8.1.8. Bibliografía), 8.2. Documentación
gráfica, (8.2.1. Tipo, 8.2.2. Escala, 8.2.3. Organismo/propietario, 8.2.4. Co­
locación, 8.2.5. Número de inventario, 8.2.6. Autor, 8.2.7. Fecha, 8.2.8. Bi­
bliografía), 8.3. Representación gráfica del matrix (diagrama estratigráfi­
co), 8.4. Videodisco, 8.5. Bibliografía específica, 8.6. Referencia a viejas
fichas, 8.7. Elaboración, 8.8. Funcionario responsable, 8.9. Revisión e in­
formatización, 8.10. Fecha de registro, 8.11. Actualización.

Ficha de unidad estratigráfica (UE)

Las voces previstas son las siguientes:

l. Unidad estratigráfica.
2. Códigos de catalogación: 2.1. Código unívoco, 2.2. Entidad que ficha, 2.3.
Entidad competente.
LA DOCUMENTACIÓN 93

3. Referencia a otras fichas.


4. Localización: 4.1. Habitación, 4.2. Sector, 4.3. Cuadrícula, 4.4. Objeto.
5. Cronología: 5.1. Relaciones estratigráficas, 5.2. Cronología genérica, 5.3.
Cronología específica, 5.4. Perfodo o fase estratigráfica, 5.5. Elementos
que fechan.
6. Datos técnicos: 6.1. Medidas, 6.2. Cotas, 6.3. Estado de conservación, 6.4.
Fiabilidad estratigráfica.
7. Descripción del estrato/Datos analiucos: 7.1. Criterios de distinción, 7.2.
Modo de formación, 7.3. Componentes, 7.4. Consistencia, 7.5. Color, 7.6.
Descripción, 7.7. Interpretación, 7.8. Materiales presentes, 7.9. Muestras,
7.10. Flotación, 7.11. Cribado, 7.12. Análisis en laboratorio, 7.13 Observa­
ciones.
8. Documentación: 8.1. Documentación fotográfica, 8.2. Documentación grá­
fica, 8.3. Videodisco, 8.4. Bibliografía específica, 8.5. Referencia a viejas fi­
chas, 8.6. Redactor, 8.7. Funcionario responsable, 8.8. Revisión e informa­
tización, 8.9. Fecha de registro, 8.10. Actualización.

Nos parece adecuado hacer algunos comentarios y proponer algunas


mejoras. En la voz Unidad estratigráfica (1) habría que precisar si es «po­
sitiva» o «negativa». Las subvoces relativas a las Relaciones estratigráficas
(5.1.) deberían ser, para la secuencia física: «se une a», «se apoya a/se le
apoya», «cubre/cubierto por», «corta/cortado por», «rellena/rellenado por»,
y para la secuencia estratigráfica: «igual a», «comparable a», «más antigua
que» (precisar la UE más antigua de las más tardías) y «más tardía que»
(precisar la UE más tardía de las más antiguas). La voz Período o fase es­
tratigráfica (5.4.) debería contemplar también el número de actividad o del
grupo de actividades. En cuanto a las cotas (6.2) en la ficha de Londres se
ha previsto, en la cara posterior, una tabla y un espacio para croquis relati­
vos a las cotas y, por delante, un pequeño rectángulo en el que poner una
x cuando las cotas se han tomado en relación al nivel del mar y se han in­
dicado en la planta de la unidad estratigráfica (p. 116 ). En los Datos ana­
líticos (7) se deberían indicar también los instrumentos utilizados en la ex­
cavación. En relación a los Componentes (7.3), las voces previstas para
describir la unidad estratigráfica positiva en la ficha de Londres son: l.
Consistencia, 2. Color, 3. Composición/dimensión de las partículas (por en­
cima del 10 por 100), 4. Inclusiones (por debajo del 10 por 100), 5. Grosor
y extensión, 6. Otros comentarios. Para describir la unidad estratigráfica
negativa las voces son: l. Forma en planta, 2. Ángulos, 3. Dimensiones/pro­
fundidad, 4. Borde (arriba), 5. Lados, 6. Borde (en el fondo), 7. Fondo, 8.
Orientación, 9. Inclinación del eje, 10. Modificaciones de la forma original,
11. Estratos que rellenan, 12. Otros comentarios. En Londres se ofrece la
siguiente guía para la descripción de la composición de un estrato: «Frota
entre el pulgar y los dedos el sedimento mojado. ¿El sedimento es predo­
minantemente arenoso y granuloso? l. No. ¿El sedimento se pega como la
plastilina? 1.1. Sí. ¿El sedimento es muy viscoso y difícil de deformar? 1.1.1.
Sí = Arcilla. 1.1.2. No. ¿El sedimento se rompe netamente con facilidad?

L
J
)
94 HISTORIAS EN LA TIERRA

1.1.l.l. No = Arcilla Limosa. 1.1.1.2. Sí = Arcilla arenosa. 1.2. No. ¿El sedi­ )
mento tiene una consistencia lisa como la seda? 1.2.1. No= Limo arenoso. )
1.2.2. Sí. ¿El sedimento tiene también una consistencia viscosa? 1.2.2.l. Sí=
Limo arcilloso. 1.2.2.2. No = Limo. 2. Sí. ¿El sedimento mancha los dedos?
2.1. Sí. ¿El sedimento adquiere la forma de una bola adherente? 2.1.l. Sí= )
Arena arcillosa. 2.1.2. No = Arena limosa. 2.2. No. ¿Los granos de arena )
son iguales o mayores que los de azúcar? 2.2.l. Sí= Arena gruesa. 2.2.2. No.
¿Los granos de arena son como los de la arena marina o de las dunas?
2.2.2.1. Sf = Arena mediana. 2.2.2.2. No = Arena fina».
Hay que tomar seriamente en consideración las observaciones hechas a
la ficha de UE por Balista et al. (1988), aunque el tipo de documentación for­
malizada que éstos proponen es complicado, difícil y largo, por lo que hurta
mucho tiempo a la propia excavación. Nos parece justo profundizar en la lec­
tura analítica de los fenómenos sedimentarios y pedogenéticos (una de las
mayores carencias actuales de la arqueología de excavación), pero hacer hin­ )
capié de forma demasiado unilateral en esta dirección corre el riesgo de ha­
cer olvidar que es el abe estratigráfico elemental el que frecuentemente se ol­
vida en las excavaciones y que un exceso de tecnicismo en dicha línea puede )
desmotivar a los excavadores o distraerles de los otros aspectos del conoci­
miento que también son importantes para la comprensión de la excavación.
Una nueva propuesta de ficha de UE para la prehistoria ha sido planteada
por Galiberti (1989). Sin negar la utilidad de dichas contribuciones, la nece­
sidad de separar la arqueología prehistórica de la histórica es algo más la­
tente en el Mediterráneo que al otro lado de los Alpes y este interés en mar­
car las diferencias perjudica, a veces, a las dos.

Ficha de unidad estratigráfica mural (UEM)

Las voces previstas son las siguientes:

l. Unidad estratigráfica mural.


2. Códigos de catalogación: 2.1. Código unívoco, 2.2. Organismo que ficha,
2.3. Organismo competente.
3. Referencia a otras fichas.
4. Localización: 4.1. Habitación, 4.2. Sector, 4.3. Cuadrícula.
5. Objeto.
6. Cronología: 6.1. Relaciones estratigráficas, 6.2. Cronología genérica, 6.3.
Cronología específica, 6.4. Período o fase estratigráfica, 6.5. Elementos
que fechan.
7. Datos técnicos: 7.1. Medidas, 7.2. Cotas, 7.3. Orientación, 7.4. Estado de
conservación, 7.5. Restauraciones modernas, 7.6. Fiabilidad estratigráfica.
8. Descripción de la estructura/Datos analíticos: 8.1. Tipología de la estructu­
ra, 8.2. Técnica constructiva, 8.3. Material constructivo que la forma, 8.4.
Material constructivo que la une, 8.5. Configuración del paramento, 8.6.
Sistema de construcción, 8.7. Signos de cantera o de obra, 8.8. Trazas de la
LA DOCUMENTACIÓN 95

elaboración, 8.9. Elementos decorativos de las caras vistas, 8.10. Descrip­


ción, 8.11. Inscripciones, 8.12. Escudos, emblemas, etc., 8.13. Interpreta­
ción, 8.14. Muestras, 8.15. Análisis de laboratorio, 8.16. Observaciones.
9. Documentación: 9.1. Documentación fotográfica, 9.2. Documentación grá­
fica, 9.3. Videodisco, 9.4. Bibliografía específica, 9.5. Paralelos bibliográ­
ficos, 9.6. Referencia a viejas fichas, 9.7. Redactor, 9.8. Funcionario res­
ponsable, 9.9. Revisión e informatización, 9.10. Fecha de registro, 9.11.
Actualización.

La ficha tiene que hacer referencia a una tipología de materiales y de téc­


nicas constructivas previamente establecida (Lugli, 1957; Brogiolo, 1988; Pa­
renti, 1988b ). No debe olvidarse la descripción de las cimentaciones «en trin­
chera», «vistas», etc. y del tipo de alzado que se deduce también de los
estratos de degradación y de derrumbe. Es importante indicar el resegui­
miento de las juntas. Véase también la ficha de UEM elaborada por R. Pa­
ren ti (Francovích­Parenti, 1988, p. 253).

Ficha de unidad estratigráfica de revestimiento (UER)

Si se excava un estrato formado por estucos caídos, deberán describirse


sus características globales en la ficha de UE, acompañada con la descripción,
en un cuaderno o ficha específica, de las diversas placas de estuco pintado
caído.
Esta descripción se articula según las voces siguientes, elaboradas por E.
Fentress para la excavación de Settefinestre (Fentress­Filippi­Paoletti, 1981;
Fentress, 1982).

l. Conjunto (número árabe).


2. Coherente/incoherente (subrayar).
3. Bandejas de subconjunto (números romanos en minúscula de las bandejas
utilizadas para colocar los subconjuntos en los que se ha subdividido el
conjunto para comodidad en su transporte).
4. Bandejas de fragmentos esporádicos del conjunto (número total).
5. Cara arriba/abajo (subrayar).
6. Cubre /cubierto por (relaciones físicas de los conjuntos entre sí).
7. Pared (indicar la pared Norte, Sur, Este u Oeste a la que probablemente
el conjunto pertenecía).
8. Bandejas de esporádicos (numeradas aparte con números romanos en mi­
núscula porque no se pueden asociar a ningún conjunto coherente o inco­
herente).

Para esta parte, cf. pp. 60 ss. Mientras que la ficha de UE resulta en par­
te insuficiente para la descripción de estratos cuyo interior deba excavarse
microestratigráficamente (como en el caso de estucos pintados caídos), es del
todo inadecuada para la descripción de unidades estratigráficas de revestí­
)

)
96 HISTORIAS EN LA TIERRA

miento arquitectónico in situ (UER) o restauradas y reconstituibles in situ


(pavimentos que no sean de tierra, pinturas y estucos). De ahí la necesidad
de elaborar una ficha de UER con la aportación fundamental de M. de Vos
(en Carandini, 1981, pp. 325 ss.).
Las voces previstas son las siguientes:

l. Unidad estratigráfica de revestimiento.


2. Códigos de catalogación: 2.1. Código unívoco, 2.2. Organismo que ficha,
2.3. Organismo responsable.
3. Estructura del complejo: 3.1. Referencia vertical.
4. Referencia a otras fichas.
5. Localizaciones: 5.1. Localización geográfica (colocación), 5.2. Coloca­
ción específica, 5.3. Inventario del Museo o de la Soprintendenza, 5.4.
Localización geográfica (del hallazgo), 5.5. Modalidad del hallazgo, 5.6.
Habitación, 5.7. Sector, 5.8. Cuadrícula, 5.9. Datos de excavación.
6. Objeto: 6.1. Definición (6.1.1. Pared, 6.1.2. Pavimento, 6.1.3. Techo).
7. Cronologla: 7.1. Relaciones estratigráficas, 7.2. Cronología genérica, 7.3.
Cronología específica, 7.4. Fase estilística, 7.5. Período o fase estratigrá­
fica, 7.6. Elementos que fechan.
8. Datos técnicos: 8.1. Medidas, 8.2. Perfiles/ángulos, 8.3. Estado de conser­ )
vación, 8.4. Restauraciones modernas, 8.5. Fiabilidad estratigráfica.
9. Descripción de la estructura/Datos analíticos: 9.1. Estratos preparatorios
(9.1.1. Número del estrato, 9.1.2. Grosor, 9.1.3. Color, 9.1.4. Componen­
tes inorgánicos, 9.1.5. Componentes orgánicos, 9.1.6. Dibujos guía, 9.1.7.
Improntas posteriores), 9.2. Superficie, 9.3. Relación entre el revesti­
miento y la estructura arquitectónica, 9.4. Descripción y/o esquema de­
corativo, 9.5. Inscripciones, 9.6. Interpretación/Noticias histórico­críticas,
9.7. Dibujos, 9.8. Muestras, 9.9. Análisis de laboratorio, 9.10. Observacio­
nes.
10. Documentación: 10.1 Documentación fotográfica, 10.2. Documentación
gráfica, 10.3. Videodisco, 10.4. Manuscritos, 10.5. Bibliografía específica,
10.6. Paralelos bibliográficos, 10.7. Exposiciones, 10.8. Referencia a vie­
jas fichas, 10.9. Redactor, 10.10. Funcionario responsable, 10.11. Revisión
e informatización, 10.12. Fecha de registro, 10.13. Actualización.

Ficha de unidad estratigráfica llgnea (UEL)

Una ficha para la madera todavía no ha sido elaborada por el Instituto


central del catálogo. La madera se conserva en los terrenos embebidos de
agua y, por lo tanto, anaeróbicos. En Inglaterra esta situación se da frecuen­
temente, como en los casos ya famosos de York y de Londres.
La ficha en uso en Londres, además del número de la unidad y los códi­
gos de catalogación, prevé las siguientes voces:

l. Tipo (viga horizontal, palo, elemento de unión, mesa, viga de coronación,


estaca, etc.).
LA DOCUMENTACIÓN 97
2. Posición (vertical, diagonal, horizontal).
3. Orientación.
4. Sección (con espacio para el dibujo, en el que se indican incluso los de­
talles naturales de la madera, corteza, anillos de crecimiento, meollo, nu­
dos, etc.).
5. Estado de conservación.
6. Dimensiones (inmediatamente después del hallazgo).
7. Tipo de elaboración {tronco escuadrado, cortado en dos mitades, en cua­
tro partes, serrado de forma radial o paralela).
8. Trazas de elaboración.
9. Juntas y anclajes.
10. Signos intencionados o grafitos.
11. Otras observaciones (variaciones de color y otras trazas).
12. Método de la documentación (en relación a las condiciones de la made­
ra, si se ha dibujado y fotografiado antes o después de la excavación,
etc.).
13. Reutilizaciones (trazas de usos precedentes).
14. Diagrama estratigráfico.
15. Interpretación: referencia a un edificio, a un medio de transporte o a otra
cosa (y a las correspondientes fichas de UE).
16. Documentación.
17. Cotas (indicadas en el reverso).
18. Muestras.

En el sistema londinense el edificio o el medio de transporte de madera


deberían ilustrarse en conjunto en una ficha de UE que debería hacer refe­
rencia a cada uno de los elementos de madera, y describir cada uno en su co­
rrespondiente ficha de UEL (Site manual, 1990). Una correcta descripción de
las maderas implica disponer de un glosario de carpintería (sobre las diver­
sas formas de serrar un tronco de árbol, cf. ibid., 1990 y Donati, 1990, figura
39, de donde hemos sacado la figura 157c).
La numeración de los diversos tipos de unidades estratigráficas (UE,
UEM, UER, UEL) debe ser una sola. Las fichas anuladas deben conser­
varse. Las unidades identificadas en sección pero no durante la excavación,
o no excavadas pero en parte visibles, pueden describirse en las fichas pre­
cisando las circunstancias de su identificación. Antes de rellenar cada ficha
habría que indicar en el correspondiente registro: 1) el número de la unidad,
2) su definición, 3) a qué sector de la excavación se refiere, 4) la fecha, 5)
la firma del responsable. Las fichas deberían conservarse en un clasifica­
dor por orden numérico, en el que poderlas controlar y consultar fácilmen­
te. La copias de las fichas pueden organizarse de otra forma (por sondeos
o sectores) para uso de los responsables de los diferentes sectores de la ex­
cavación. Para rellenar las fichas hay que escribir con letra clara y utili­
zar una terminología estándar para facilitar la memorización e informatiza­
ción de los datos. Para ello hay que elaborar un glosario. Un intento en
este sentido se hizo en el marco del proyecto «Eubea» relativo a la catalo­
gación de los bienes arqueológicos de Nápoles y de los Campos Flegreos.2
98 HISTORIAS EN LA TIERRA

Es urgente la elaboración de una normativa en dicho sentido por parte del


Instituto central del catálogo.

Ficha de unidad estratigráfica de deposición funeraria (UED)

Una ficha para las deposiciones funerarias no ha sido todavía elaborada


por el Instituto central del catálogo.
En Londres se usa una ficha para el contenedor funerario (Site manual,
1990), la cual, además del número de la unidad y los códigos de catalogación,
prevé las siguientes voces:

l. Unidades que rellenan el corte de la tumba.


2. Corte de la tumba.
3. Esqueleto.
4. Forma, dimensiones y características del contenedor funerario.
5. Descripción y diagrama estratigráfico (del que debe excluirse el número
del esqueleto).
6. Estado de conservación.
7. Tratamiento conservativo.
8. Documentación.
9. Cotas (en el reverso).
10. Materiales (en relación con el contenedor: clavos y otros materiales a in­
cluir en la planta).
11. Muestras.

En Londres se usa también una ficha para esqueletos humanos (Broth­


weU, 1972; Site manual, 1990) que incluye, además del número de la unidad
y los códigos de catalogación, las siguientes voces:

l. Tipo de tumba.
2. Corte de la tumba.
3. Contenedor funerario.
4. Gráfico del esqueleto (colorear los huesos conservados).
5. Cotas (cráneo, sacro, pies).
6. Orientación.
7. Posición del esqueleto.
8. Estado de conservación.
9. Descripción (medidas, posición de las extremidades, patologías, etc.).
10. Relaciones físicas.
11. Diagrama estratigráfico (sólo si no hay contenedor funerario, ya que la
posición estratigráfica es idéntica a la de este último).
12. Calidad de la excavación y de la recogida de materiales.
13. Tratamiento conservativo.
14. Materiales asociados con el esqueleto (precisando también cómo se han
recogido}.
LA DOCUMENTACIÓN 99

Tablas de materiales (TMA)

Los materiales localizados durante la prospección, en la excavación y los


conservados en los almacenes, quizás sin una procedencia precisa pero aso­
ciables a tipos bien conocidos, se describen en las tablas de materiales ar­
queológicos (TMA) preparadas por el Instituto central del catálogo.
Las voces previstas son las siguientes:

l. Tabla de materiales.
2. Códigos de catalogación: 2.1. Código unívoco, 2.2. Organismo que ficha,
2.3. Organismo responsable.
3. Referencia a otras fichas.
4. Localizaciones: 4.1. Localización geográfica (colocación), 4.2. Coloca­
ción específica, 4.3. Inventario del Museo o de la Soprintendenza, 4.4.
Localización geográfica (del haUazgo ), 4.5. Modalidad del hallazgo, 4.6.
Datos de excavación.
5. Objeto: 5.1. Objeto (5.1.1. Definición del material, 5.1.2. Clase/Varíe­
dad/Representación, 5.1.3. Producción, 5.1.4. Forma, 5.1.5. Definición,
5.1.6. Ttpo).
6. Cronologla: 6.1. Cronología genérica, 6.2. Cronología específica.
7. Daros técnicos: 7.1. Material y técnica (7.1.1. Técnica de elaboración,
7.1.2. Superficie externa [tratamiento], 7.1.3. Superficie externa [color],
7.1.4. Superficie interna [tratamiento], 7.1.5. Superficie interna [color],
7.1.6. Pasta), 7.2. Decoración (7.2.1. Definición/Molduras, 7.2.2. Técnica,
7.2.3. Posición, 7.2.4. Descripción).
8. Daros cuantitativos: 8.1. Ejemplares enteros (8.1.1. Número [total], 8.1.2.
Diámetro del borde, 8.1.3. Diámetro del fondo, 8.1.4. Altura, 8.1.5. Peso
total, 8.1.6. Inventario), 8.2. Ejemplares reconstruidos (8.2.1. Número
[total], 8.2.2. Diámetro del borde, 8.2.3. Diámetro del fondo, 8.2.4. Altu­
ra, 8.2.5. Porcentaje de circunferencia, 8.2.6. Peso total, 8.2.7. Inventario),
8.3. Fragmentos (8.3.1. Parte conservada, 8.3.2. Número, 8.3.3. Peso,
8.3.4. Diámetro del borde, 8.3.5. Porcentaje de circunferencia, 8.3.6. In­
ventario).
9. Datos anallücos: 9.1. Datos epigráficos, 9.2. Análisis de laboratorio, 9.3.
Observaciones.
10. Documentación: 10.1. Documentación fotográfica, 10.2. Documentación
gráfica, 10.3. Paralelos bibliográficos, 10.4. Referencia a viejas fichas,
10.5. Redactor, 10.6 Funcionario responsable, 10.7. Revisión e informati­
zación, 10.8. Actualización.

Para cuestiones de método en el estudio de los materiales, véase el volu­


men segundo de la edición de la excavación de Settefinestre (Ricci, 1985).
Es aconsejable redactar para cada estrato una ficha de síntesis relativa a
los materiales, que tenga en la parte frontal la lista de las clases y, detrás, el
detalle de las producciones, formas y tipos.
Existen incluso fichas relativas a la distribución espacial de los materia­
les, como la que forma parte del sistema de documentación del Departa­
100 HISTORJAS EN LA TIERRA

mento de Prehistoria de la Universidad de Granada (Registro Arqueológico,


1986).

Ficha de material arqueológico (RA)

Los materiales únicos o especiales y los tipos de las diversas clasificacio­


nes de los productos en serie se describen en fichas de bien arqueológico
mueble elaboradas por el Instituto central del catálogo (Papaldo­Ruggeri­
Signore, 1988). Se trata de las fichas de material arqueológico (RA) y nu­
mismático (N). )
Para la ficha RA Las voces previstas son las siguientes:
)
l. Códigos de catalogación: 1.1. Tipo de ficha, 1.2. Código unívoco, 1.3. Or­
ganismo que ficha, 1.4. Organismo responsable.
2. Estructura global: 2.1. Referencia vertical, 2.2. Referencia horizontal.
3. Localización: 3.1. Localización geográfica/Ubicación de la colección, 3.2.
Colocación específica, 3.3. Ubicación original, 3.4. Referencia a la ficha
del contenedor, 3.5. Tipo de colocación, 3.6. Inventario del Museo o de
la Soprintendenza, 3.7. Localización geográfica/Lugar de procedencia,
3.8. Colocación especifica, 3.9. Fecha, 3.10. Localización geográfica/Lu­
gar donde se conserva, 3.11. IGM, 3.12. Parcela catastral, 3.13. Modali­
dad del hallazgo, 3.14. Datos de excavación, 3.15. Referencia a la ficha
del contenedor, 3.16. Área geográfico­cultural, 3.17. Referencia a objetos
del mismo contexto.
4. Objeto: 4.1. Objeto (4.1.1. Definición, 4.1.2. Detalle definición tipológica,
4.1.3. Denominación/Dedicación, 4.1.4. Clase/Producción), 4.2. Cantidad,
4.3. Tema, 4.4. Relación con obra original final, 4.5. Reutilización.
5. Cronologla: 5.1. Cronología genérica, 5.2. Cronología específica, 5.3.
Fase estilística, 5.4. Período o fase estratigráfica.
6. Definición cultural: 6.1. Autor, 6.2. Contexto cultural, 6.3. Localización
geográfica, 6.4. Área geográfico­cultural de ejecución.
7. Datos técnicos: 7.1. Material y técnica, 7.2. Medidas, 7.3. Estado de con­
servación, 7.4. Exámenes del objeto, 7.5. Restauraciones.
8. Datos analiticos: 8.1. Descripción, 8.2. Inscripciones, 8.3. Escudos, emble­
mas y marcas, 8.4. Noticias histórico­críticas.
9. Datos administrativos: 9.1. Compra, 9.2. Condición jurídica, 9.3. Notifica­
ciones, 9.4. Enajenaciones, 9.5. Exportaciones.
10. Documentación: 10.1. Fotografías adjuntas, 10.2. Fotografías existentes,
10.3. Radiografías, 10.4. Diapositivas, 10.5. Documentación gráfica, 10.6.
Videodisco, 10.7. Fuentes manuscritas, 10.8. Bibliografía específica, 10.9.
Paralelos bibliográficos, 10.10. Exposiciones, 10.11. Referencia a viejas fi­
chas, 10.12. Redactor, 10.13. Funcionario responsable, 10.14. Revisión e
informatización, 10.15. Fecha de registro, 10.16. Actualización.

Para no alargamos no ilustramos la ficha numismática (N) elaborada si­


guiendo la ficha RA y añadiendo los «campos» específicos. Por ahora es iné­
dita pero se puede consultar en el Instituto central del catálogo.
LA DOCUMENTACIÓN 101

Ficha de las muestras paleoambientales (FMP)

Una ficha para las muestras de suelo todavía no se ha elaborado por par­
te del Instituto central del catálogo.
La que se usa en Londres (Site manual, 1990), además del número de
unidad estratigráfica y de muestra (a numerar en un registro especial) y de
los códigos de catalogación, prevé las voces siguientes.

l. Porcentaje de todo el estrato.


2. Medidas y cantidad en litros (un cubo = más o menos 15 litros).
3. Recogida de la muestra (en planta o en sección).
4. Grado de contaminación.
5. Inclusiones (huesos, cerámica, madera, materiales orgánicos, etc.).
6. Carácter del estrato.
7. Cronología del estrato.
8. Motivo de la muestra (comprendidas las cuestiones más concretas).
9. Croquis para localizar la posición de la muestra.

Una ficha para cada material o muestra paleoambiental con el fin de ob­
tener identificaciones o precisar cronologías (Cl4, dendrocronología, etc.) no
ha sido todavía elaborada por el Instituto central del catálogo. Se usa, en cam­
bio, en el Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Londres.3

Los GRÁFICOS Y LAS FOTOGRAFÍAS

Medidas tridimensionales

Para elaborar secciones y plantas es necesario disponer de puntos segu­


ros en el espacio en los que anclar la representación dibujada de la realidad.
Se podría creer que la fotogrametría puede sustituir los dibujos tradicionales
pero no es así (Caciagli, 1981, pp. 351 ss.). El dibujo arqueológico se caracte­
riza por la ventaja inigualable de ser una mezcla de representación objetiva
y de selección e interpretación subjetiva de la realidad; pensemos en el alza­
do de un muro, en el que aparezcan las superficies subrayadas y se hayan co­
loreado los diversos materiales constructivos y los diferentes morteros (figu­
ra 109). El dibujo arqueológico no es una imagen más o menos realista de la
realidad, sino una representación más o menos realista de la realidad inter­
pretada en sus componentes y en las relaciones entre los mismos. Se trata
pues de un dibujo más científico que artístico o documental, que debe adap­
tarse a las necesidades de la estratigrafía. Por dicho motivo gran parte de la
documentación gráfica no debería delegarse en dibujantes o arquitectos,
siendo los arqueólogos capacitados para dibujar con exactitud y también con
inteligencia los que deberían elaborarla. De lo contrario el dibujo se super­
pone, desde fuera, a la excavación en vez de enraizarse en ella y ser la re­
102 HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 91. Sistema de triangulación a partir de piquetas situadas en los bordes del
área de excavación (las lineas discontinuas indican algunas mediciones de control).

presentación de su proceder. En aquellos casos en los que no puedan evitar­


se los dibujantes externos, éstos deben conocer las reglas del juego estrati­
gráfico. Ya no se trata de imitar a los dibujantes del siglo XIX o de principios
de este siglo, que con hábiles trazos intentaban hacer las plantas más atracti­
vas y perspicuas. Se trata más bien de conjugar el aspecto arquitectónico con
el estratigráfico, sin temer que los detalles analíticos del segundo puedan
fragmentar la organicidad de visión sintética del primero. No faltan especia­
listas que trabajen en esta línea como M. Medri y R. Parenti (Medri, 1981 y
1988; Parenti, 1988a; pp. 20­21 y 119­120). Especialmente urgente sería dis­
poner de un manual arquitectónico­estratigráfico de dibujo arqueológico
(para un dibujo de tipo arquitectónico, cf. Giuliani, 1976). Aquí sólo pode­
mos dar algunas indicaciones de carácter general.

En una excavación se pueden usar tanto la técnica del dibujo indirecto,


que se sirve de instrumentos ópticos, como el dibujo directo, que se sirve de
medidas tomadas con dobles cintas métricas aplicando el sistema de la trian­
gulación (figura 91). Dicho sistema consiste en individualizar la posición de
un punto en el espacio partiendo de la posición de dos puntos ya conocidos.
El ideal reside en la combinación de ambas técnicas: la primera válida para
el encuadramiento general y la segunda para la documentación de detalle.
Un modo sencillo para establecer un sistema de referencia para las me­
didas tomadas en horizontal en la excavación es el de crear una cuadrícula
del yacimiento. Se pueden así identificar los puntos a definir en el espacio
por medio de coordenadas. Imaginemos una excavación orientada norte­sur.
Se escoge al suroeste de la excavación un punto de origen 0/0 que se halle
fuera de la misma y que servirá solamente como punto abstracto de referen­
cia. Partiendo de dicho punto se establece un sistema de coordenadas sobre
la excavación, de forma que los ejes se dispongan paralelamente a los ejes
principales del yacimiento a excavar. Para evitar confusiones los valores en
los ejes, alrededor y dentro de la excavación, tienen que ser diferentes. Esto
LA DOCUMENTACIÓN 103

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FlGURA 92. Teoría del sistema de coordenadas. (a) Punto teórico de origen (0/0). (b)
Falso punto de origen, seleccionado con el fin de tener en la excavación secuencias de
números en las centenas y en las decenas para las abscisas y las ordenadas (1201200)
para evitar posibles confusiones (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969).

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FtGURA 93. Una aplicación del sistema de coordenadas a un área de excavación. Las
piquetas (d) se han colocado alrededor de la excavación a intervalos de un metro y
las varillas metálicas (e) en la excavación a intervalos de dos o cuatro metros. 135/237
indica un punto y también, precedido por M (M 1351237), el ángulo suroeste de un
metro cuadrado (a). 147.51/2388.49 indica un centímetro cuadrado (b). Una sección
puede, por lo tanto, identificarse indicando los dos puntos que delimitan la línea de
sección (e) (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969).

se obtiene imaginando el área de la excavación colocada asimétricamente


respecto a las coordenadas, de tal manera, por ejemplo, que en el eje de las
abscisas tengamos valores cercanos a 200 m y en el de las ordenadas valores
cercanos a 100 m (figura 92). Las subdivisiones de los ejes se indican colo­
cando alrededor de la excavación una serie de piquetas a intervalos regulares
de 1 a 5 metros, según las necesidades. En el interior de la excavación las in­
tersecciones de las coordenadas se evidencian con varillas metálicas. Pique­
tas y varillas tienen que estar marcadas con sus propias coordenadas, indican­
do primero el este y luego el norte (figura 93). Con dicho sistema un metro

,L;
104 HlSTORJAS EN LA TIERRA

FIGURA 94. Parrilla para dibujar las plantas en la excavación (Barker, 1977, figu­
ra 50).

cuadrado o un punto en la excavación se pueden identificar con la sola refe­


rencia a las coordenadas. Si se añade su cota, cada punto está perfectamente
localizado en el espacio tridimensional.
Con el sistema de coordenadas indicadas en el terreno se pueden utilizar
parrillas de un metro de lado y subdivididas en cuadrados de 20 centímetros
de lado (figura 94). Las parrillas facilitan el dibujo rápido de cualquier deta­
lle sobre película sin necesidad de tomar nuevas medidas (es decir, a ojo),
desde el momento que, a escala 1:20, 20 cm corresponden a los lados de los
cuadrados del papel milimetrado, El marco de la parrilla puede ser de made­
ra o metal y las divisiones internas de hilo de nylon. La parrilla se debe utili­
zar bien nivelada, motivo por el que debería apoyarse en varillas móviles que
permitieran mantener su horizontalidad incluso en superficies desiguales,
evitando las piedras sobresalientes de los estratos (Biddle­Kjolbye Biddle,
1969). Con el sistema de coordenadas los posibles errores no se suman, como
puede ocurrir con la triangulación, porque el error en un cuadrado se descu­
bre inmediatamente al pasar al siguiente. También es posible utilizar la trian­
gulación en el marco del sistema de coordenadas.
En lo relativo a las medidas verticales, se escoge un punto fijo fuera de
la excavación y se le considera como cota cero e, inmediatamente, se calcu­
la la relación entre dicho punto y el nivel del mar. Para medir la cota de un
punto de la excavación tan sólo se necesita un nivel óptico estacionado (fi­
gura 95) y una mira. La primera operación consiste en medir la altura de
estación del instrumento respecto al punto cero. En la práctica se coloca el
nivel óptico donde resulta más cómodo para poder observar, simultánea­
mente, los puntos de los que se debe calcular la cota y el punto cero. Su­
cesivamente se dirige la visual a la mira colocada en el punto cero y se lee
la medida que coincide con la altura del instrumento (figura 96). Se des­
plaza la mira sobre el punto a medir y se lee la nueva medida. Para esta­
blecer la relación altimétrica entre ambos puntos hay que restar a la altura
· del instrumento la medida leída en el punto a acotar. Así se obtienen cotas
negativas o positivas en función de que los puntos estén colocados por en­
LA DOCUMENTACIÓN 105

FIGURA 95. El nivel óptico.

FIGURA 96. La mira y quien la sostiene vistos desde el nivel óptico. La medida que
se lee en la mira es 162,5 cm.

cima o por debajo del punto cero. Cuando el punto a acotar se halla fuera
de la visión del instrumento, por estar demasiado alto respecto de éste, se
puede utilizar la mira invertida, haciendo coincidir su cero con el punto a
acotar y sumando en vez de restar a la altura del instrumento la medida le­
ída sobre el punto a acotar (figura 97).

En el Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Londres las


cotas se indican en la parte posterior de la ficha de unidad estratigráfica, pre­
cisando la cota del punto cero respecto al nivel del mar, el valor de su lectura
en la mira y la suma de ambos valores, de la que se obtiene la altura del ins­
trumento sobre el nivel del mar. A continuación hay una lista, con numeración
progresiva, de las lecturas de los puntos acotados, lecturas que se restan de la
altura del instrumento para obtener la cota de los puntos sobre el nivel del
)
)
106 HISTORIAS EN LA TIERRA )

)
MICA

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FtGURA 97. Uso del nivel óptico y de la mira para tomar cotas. (a) Punto cero:+ 120
cm (altura del instrumento). (b) Punto a tomar: 120 cm (altura del instrumento)­220
cm (medida leída sobre el punto a tomar)= ­100 cm (cota del punto). (e) Punto a to­
mar: 120 cm (altura del instrumento) ­ 90 cm (medida leída sobre el punto a tomar)
= + 30 cm (cota del punto). (d) Punto a tomar: 120 cm (altura del instrumento)+ 350
cm (medida leída sobre el punto a tomar con la mira invertida) = 470 cm (cota del
punto).

mar. Cuando las cotas sobre el nivel del mar se calculan y se trasladan a las
plantas de unidad estratigráfica ello se indica en la voz relativa a las cotas, que
se halla en la parte posterior de la ficha de unidad estratigráfica.

Los dibujos (secciones, alzados y plantas) se pueden numerar progresi­


vamente en una sola serie, o en dos series, sin un orden especial, y escogien­
do una serie para las plantas (colocando antes del número la letra P) y otra
para las secciones y alzados ( colocando antes del número la letra S). En Lon­
dres, tanto las plantas como las secciones de una unidad estratigráfica llevan
el número de ésta, lo que facilita mucho su localización. Por otro lado, con­
viene indicar en el dibujo el lugar, el año, el número del sondeo o del área,
la escala, la fecha, el autor del dibujo y, a veces, el diagrama estratigráfico.
Para los dibujos que no corresponden a una sola unidad estratigráfica todos
estos datos deben anotarse en un registro de La documentación gráfica para
no dar dos veces el mismo número y para disponer de una lista completa de
la documentación. Este registro corresponde, evidentemente, al registro de
las fichas de unidad estratigráfica (p. 160 ss.) y al registro de los materiales sig­
nificativos (pp. 118, 212). Cada excavación debería tener su propio estilo de
documentación con criterios gráficos uniformes. Piedras, írnbrices, tejas y la­
drillos deben dibujarse de forma realista y a escala, pero esto no puede ha­
cerse con el mortero y con otros componentes menores de un estrato, que de­
ben distinguirse con símbolos gráficos (Carandini, 1985a, 1 *, figura 7). El uso
de lápices de colores es aconsejable siempre que se utilicen de la misma mar­
LA DOCUMENTACIÓN 107

ca y serie y se coloree un determinado tipo de material con el mismo núme­


ro de lápiz.

Secciones y alzados

Las secciones son cortes o roturas a través de la estratificación que per­


miten apreciar la dimensión vertical del yacimiento de la forma en que se ha
ido acumulando a través del tiempo. Muestran secuencias de unidades estra­
tigráficas, al contrario de las plantas que ilustran momentos específicos y, me­
diante éstos, períodos de un determinado monumento.
Los métodos de Wbeeler y de Lamboglia no se preocupaban de la docu­
mentación de las unidades que no quedaban cortadas por una sección. La
sección había sido elevada a la categoría de reina de la documentación, pero
el método de las grandes áreas ha redimensionado su importancia compen­
sándola con la de la planta, hasta entonces infravalorada (Barker, 1977 y
1986).
Hasta los años veinte en Inglaterra y los cuarenta, o quizás más, en Ita­
lia, las secciones eran, en primer lugar, cortes arquitectónicos, dibujados al
acabar la excavación, o sea perfiles de estructuras o ilustraciones de situa­
ciones topográficas y arquitectónicas (Maiuri, 1973) y no imágenes del con­
junto de la estratificación, o sea de muros y de estratos tomados en cuenta
también a través de sus relaciones recíprocas.
El uso de la sección se difundió de forma preferente para los cortes en
los que se documentaban estratos horizontales, normalmente aislados de las
correspondientes estructuras constructivas, por lo que parecían estrechos po­
zos estratigráficos, casi calicatas. Estos análisis angostos y profundos del te­
rreno pueden ser útiles en geología, campo en el que la superposición física
coincide en general con la secuencia cronológica, y para valorar la potencia
arqueológica de un yacimiento, pero son completamente inadecuados para
documentar las estratificaciones arqueológicas complejas que no presentan,
como es de todos conocido, superposiciones regulares. Cuanto más limitada
es la sección, más se alcanza la ilusión de hallarse ante una estratificación ho­
rizontal y de poseer, por lo tanto, la llave para la comprensión de la estrati­
grafía del yacimiento. Dichas secciones profundas y estrechas son hijas de
una arqueología de campo dubitativa, que frente a las grandes remociones
de tierra tradicionales reacciona atrincherándose en labores teóricamente
correctas pero tan limitadas que hacen que sus resultados carezcan de valor
real (figura 98).
De la ausencia de secciones o de las secciones reducidísimas hay que pa­
sar a las amplias y profundas, repletas de unidades estratigráficas interrela­
cionadas entre sí que son la verdadera imagen de las cuencas estratigráficas
creadas por el hombre, especialmente desde que vive en grandes centros ha­
bitados.'
La sección sirve para evidenciar las relaciones físicas de la estratificación
­­­
108 H1STORIAS EN LA TIERRA

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F1GuRA 98. La excavación y la sección «a pozo» simplifican la estratigrafía oscure­
ciendo la complejidad de la realidad (en línea discontinua).

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1
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FIGURA 99. Dos secciones paralelas de un Limón ofrecen dos imágenes diversas en­
tre sí. Lo mismo ocurre en una estratificación.

l
1
a lo largo de un determinado plano vertical, cuya posición en el espacio tie­
ne que figurar en planta. Inmediatamente después de dicho plano la situa­
ción puede cambiar incluso de forma drástica (figura 99). En este sentido se
puede afirmar que la sección ofrece una visión muy selectiva de una estrati­
ficación pero capaz de ilustrar su complejidad y su profundidad.5 La sección l
)
representa a sí misma y poco más. Por lo tanto, considerar la sección como la
1
mejor guía para una correcta actuación en la excavación tiene poco senti­ l
do, porque se excava inmerso en un espacio tridimensional y la sección sólo 1
\
comprende dos dimensiones. Solamente la planta acotada consigue, en cier­
ta forma, sugerir las tres dimensiones dentro de la limitación bidimensional
del papel, por lo que parece más isomorfa a la estratificación y a su excava­
ción. También por este motivo el excavador debe excavar como si fuese un 1
helicóptero que aterriza verticalmente y no como un avión que vuela en ho­ )
1
rizontal (figuras 100, 101).
Allí donde predominan los intereses sedimentarios y pedológicos la sec­
ción es la base de la documentación (Balista et al., 1988; Brogíolo­Cremaschi­
Gelichi, 1988; Cremaschi, 1990), por lo que la preferencia por un tipo de do­
cumentación gráfica depende también de las características de la excavación
y de los intereses preferentes de los excavadores.
Lamboglia dio un paso adelante respecto a la rígida cuadrícula wheele­
riana al evitar realizar sondeos demasiado pequeños y al disponer secciones
móviles a lo largo de los puntos cruciales de la excavación. Las cotas se to­
maban a partir de unas gomas elásticas colocadas a nivel por encima de la ex­
cavación. De tal manera se obtenía solamente el perfil de las superficies de
1
1
1
LA DOCUMENTACIÓN 109

FIGURA 100. (a­e) Excavación incorrecta según la imagen de la sección (las unidades
2 y 4 se mezclan).

F1GURA 101. (A­F) Excavación correcta según la planta (la sección de los estratos en
curso de excavación se indica con un punteado).

los estratos antes de ser excavados y no el volumen de los mismos. La venta­


ja consistía en disponer de un sistema dúctil de secciones que los testigos de
Wheeler impedían obtener, el riesgo estaba en la multiplicación de secciones.
De hecho, éstas nunca eran suficientes porque las unidades estratigráficas
que no pasaban por una sección no quedaban reflejadas en la documentación
detallada. Al tener que realizar muchas secciones, la excavación se retrasaba
sin que a cambio se obtuviera una documentación analítica de todas las uni­
dades estratigráficas. Por este y por otros motivos el método de Lamboglia
no llegó a superar el nivel alcanzado por la mejor arqueología de campo del
período comprendido entre las dos grandes guerras europeas. A pesar de ello,
quien aprendió de él las primeras nociones en una época claramente contra­
ria a la cultura estratigráfica, no le estará jamás suficientemente agradecido
(Carandini, 1985c y 1987a).
Si se colocan en planta, se acotan y se fichan todas las unidades estrati­
gráficas ya no es necesario multiplicar las secciones. Son suficientes las del
perímetro de la excavación y alguna otra más especialmente significativa,
que se puede obtener quizás de las propias plantas acotadas de las unidades
estratigráficas, siempre que las cotas se hayan tomado frecuentemente y si­
guiendo una serie de alineaciones preferenciales.
Conocemos diferentes tipos de secciones: acumulativa, en el corte, oca­
sional e interpretada (de la móvil ya hemos hablado).

Secciones acumulativas. Pueden ser de una sola unidad estratigráfica,


de una habitación, de un sondeo o de un área de excavación (figura 102).
En este último caso se presenta como una sección en el corte añadida en el
interior de la excavación. Se trata de excavar cada estrato de forma parcial
hasta la línea de sección o en dos partes alternadas, es decir, a lo largo de
110 HISTORIAS EN LA TIERRA

b e

FIGURA 102. Secciones acumulativas de unidades, habitaciones y sondeos o áreas de


excavación. En (a) y (b) la excavación se ha planteado también por cuadros alternos.

a b e
FIGURA 103. El testigo estrecho y temporal no es una solución aconsejable.

dos líneas de sección, como se hace en la excavación por cuadrículas. Des­


pués de haber dibujado el estrato según el perfil de su superficie y según
las características internas de su volumen {lo que no se podía hacer en la
sección móvil), se excava la parte restante del estrato de tal manera que de­
saparece materialmente la línea de sección. Con este sistema se pueden ob­
tener pequeñas o grandes secciones en el corte que se superponen pero que
no dejan trazas físicas, sin tener que dejar permanentemente franjas estre­
chas o anchas de tierra que interrumpen la continuidad de la información
estratigráfica. Los testigos, aunque sean largos, estrechos y se quiten rápi­
damente, complican de forma significativa las labores de excavación (figu­
ra 103).
Las ventajas de la sección acumulativa consisten en ser al mismo tiempo
como una sección en el corte y una móvil, en que puede ser planteada, des­
viada o abolida en cualquier momento y en que conlleva una perfecta co­
rrespondencia entre planta y sección. Su defensor es Barker (1977) que, jus­
tamente, recomienda hacerlas con el nivel óptico, ya que las gomas elásticas
del sistema tradicional fácilmente se destensan.
Las secciones sólo se pueden plantear después de haber alcanzado el pri­
mer estrato de abandono, expolio o destrucción y, por lo tanto, las crestas de
algunos muros. Plantear secciones sobre el humus es hacerlo a ciegas. No
LA DOCUMENTACIÓN 111

F1GURA 104. Cartelitos con los números de los estratos, sujetados con clavos, en las
superficies de los estratos, en planta y en sección.

obstante, el humus tiene que ser acotado para poder añadir su perfil a las sec­
ciones que se planteen sucesivamente.

Secciones en los cortes. Las secciones en los cortes son primordialmen­


te las de los cortes del sondeo o del área de excavación y, ocasionalmente, las
de algunos testigos. Deberían dibujarse a medida que avanza la excavación y
compararse, al final, con lo que se ve de forma global en el corte. Para ganar
tiempo muchas veces se dibujan al acabar la excavación, pero puede suceder
que la lluvia u otros incidentes hayan dañado su superficie. Puede ser útil el
uso de cartelitos, con los números de los estratos, fijados durante la excava­
ción en las superficies de las correspondientes unidades estratigráficas (figu­
ra 104). En Gran Bretaña se utilizan los «white water proof labels with one
hole». La visión de conjunto del corte puede revelar a posteriori unidades es­
tratigráficas o relaciones entre sí mismas no vistas o mal interpretadas du­
rante la excavación. En tal caso, se pueden numerar las unidades estratigrá­
ficas no identificadas, rellenar sus correspondientes fichas de UE y corregir
las que se habían ya redactado (sin anular las indicaciones primitivas y fe­
chando las correcciones). Las modificaciones deben aparecer en el dibujo fi­
nal de la sección. No hay que olvidarse de actualizar los cartelitos que certi­
fican la procedencia de los materiales.

Secciones ocasionales. Se trata de secciones que aparecen en el corte


pero que no han sido planteadas por el excavador. Se deben al vaciado de an­
tiguas destrucciones o a cortes modernos de estratificaciones precedentes.
Este es el caso que se da cuando se excava el relleno de una fosa o de una
trinchera cuyas paredes, si se limpian con atención, son indicadores precio­
sos de porciones de tierra no excavada (figura 105). En la estratificación que
')
1 )
112 HlSTORJAS EN LA TIERRA

')
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J 2
4

)
6 6

FIGURA 105. Pared de una fosa excavada incorrectamente, a la izquierda, y corree­ )


tamente, a la derecha. Solamente a la derecha puede aparecer la sección que muestra )
los estratos 3­6 cortados por 2.

...1

. 1
)

)
1
FIGURA 106. Trincheras entrecruzadas de expolio de muros mostrando secciones oca­
sionales que permiten conocer, al menos parcialmente, la estratificación del lugar, sin
necesidad de excavarla.

aparece en el corte y que no se tiene intención de excavar es conveniente nu­


merar las unidades, rellenando las correspondientes fichas de UE y dibujan­
1
do sus secciones con el fin de hacer una especie de excavación sin excavar (fi­ )
gura 106). 1
En ocasiones los medios mecánicos que se utilizan para hacer trinche­
ras o en áreas al aire libre dejan a la vista secciones de notable interés. Di­
chas secciones deberían dibujarse e interpretarse y se les debería sacar el
máximo rendimiento desde un punto de vista científico. Este autor vio hace
años en Cagliari una gran trinchera excavada mecánicamente y con cortes
especialmente nítidos a lo largo de una calle perpendicular al puerto. Se po­
dían distinguir el antiguo muelle, las murallas, una zona de respeto y final­
mente las casas, pero allí no había ningún arqueólogo para dibujar la sec­
ción, probablemente una de las más representativas que jamás se podrá
obtener de dicha ciudad (figura 107). Lamentablemente sólo en raras oca­
siones las obras de iniciativa privada o pública se utilizan para incrementar
el conocimiento histórico de un yacimiento, desde la prehistoria hasta la
edad moderna.
LA DOCUMENTACIÓN 113

FIGURA 107. La excavación de una gran trinchera para una cloaca urbana pone a la
vista una sección ocasional.

Secciones interpretadas. La sección interpretada puede ser útil en di­


versas circunstancias, para simplificar secciones complicadas de cara a re­
construir mentalmente lo ocurrido6 o para elaborar secciones simplificadas
de realidades complicadas, documentadas en intervenciones de urgencia
(Barker, 1977, figuras 44­45).
En ocasiones las secciones pueden resultar demasiado complicadas y re­
pletas de unidades estratigráficas, por lo que puede considerarse adecuado
desdoblarlas en dos dibujos: uno más veraz en lo referente al volumen de los
estratos y el otro más esquemático e interpretativo, solamente con los núme­
ros de las unidades estratigráficas y algunos pies de figura explicativos (Bar­
ker, 1977, figura 16).
Frente a un corte con estratos relativos a diversos períodos se puede con­
siderar útil representar, junto a la sección detallada, otra articulada en fun­
ción de grupos de estratos caracterizados con una trama o con un color para
cada período. Un dibujo de este tipo permite una visión interpretada del con­
junto de la estratificación, que puede ser eficaz para los más variados niveles
de comunicación y que puede perfectamente acompañarse con la sección re­
constructiva en la que se debe basar.7 La sección interpretada corresponde,
en cuanto al nivel de elaboración, al de las plantas compuestas.

Criterios gráficos. Se aconseja evitar el dibujo de las secciones llamado


realista, es decir, con matices entre los diferentes estratos que en realidad no
aportan nada a su definición. La estratificación no está constituida sólo por
el volumen de los estratos, por sus composiciones pluriformes, sino también
por sus superficies y por las superficies en sí que no pueden representarse
más que con líneas continuas. Por otro lado, lo que cuenta en una sección ar­
� )
)
114 HISTORIAS EN LA TIERRA

b e d

F1GURA 108. Diversos modos de dibujar una sección. (a) Las superficies no se indi­
can con líneas. (b) Sólo se indican con líneas las superficies de las unidades estrati­
gráficas negativas. (c) Se indican con líneas todas las superficies. (d} Se indican con Lí­
neas todas las superficies y las de las unidades estratigráficas negativas con un trazo
más grueso.

queológica son las relaciones entre las diferentes superficies, ya que de ellas
se puede obtener la secuencia física de la estratificación. De ahí la necesidad
de dibujar con precisión los contornos de los estratos. Hay que determinar
mediante la excavación dónde acaba un estrato y dónde comienza el si­
guiente. Tal decisión debe tener un paralelismo gráfico en las líneas que per­
miten reconocer las superficies de la unidad estratigráfica en sección. Los es­
tratos tienen una individualidad propia y nosotros no podemos renunciar a
separarlos mediante la excavación. La sección no es el retrato fisonómico
sino la documentación de una estratigrafía en un plano vertical, no como se
muestra sino como se ha comprendido: objetiva y al mismo tiempo impreg­
nada de interpretación. Wheeler y Larnboglia hacían bien al separar con lí­
neas continuas los límites de los estratos. La solución de indicar solamente
con líneas las superficies de las unidades negativas (Harris, 1979, figura 15}
es visualmente desafortunada, al igual que aquella antinaturalista de indicar
con una línea más delgada las superficies de los estratos y con una más grue­
sa las superficies en sí (figura 108).
Cada excavación debe adoptar una simbología para caracterizar la com­
posición y las inclusiones de los diversos estratos que resultaría difícil de ha­
cer de forma realista, como humus, estructura constructiva seccionada, arci­
lla, arena, tierra mezclada con mortero, cenizas, tierra, preparación de pared,
pavimento de mosaico, pavimento en spicatum, pavimento de cal y fragmen­
tos de cerámica, batido de cal, preparación de pavimento, firme de piedras y
argamasa, mortero y fragmentos de opus caementicium, estucos, carbón, pie­
dras, desechos.!
En el Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Londres las
secciones se dibujan a escala 1:10, indicando los puntos cardinales y las coor­
denadas espaciales en los extremos de la línea de sección. Pero no hay que
respetar siempre dicha escala, corrientemente se utiliza la 1:20. Resulta có­
modo que la escala de las secciones se corresponda con la de las plantas.

Alzados. El método estratigráfico sirve para leer el subsuelo pero


también para comprender los monumentos ya excavados, liberados de sus
LA DOCUMENTACIÓN 115

7
1
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1
2
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1

FIGURA 109. Interpretación de la secuencia estratigráfica de una pared. (a) El muro


1 está hecho en opus incertum (siglo II a.C.). (b) El muro 2, en opus reticulatum {fi­
nales del siglo I a.C.), se apoya en el l. (c) Los muros 1 y 2 son cortados para abrir la
puerta 3 (época flavia). {d) Los muros 1­3 se arruinan fonnándose las superficies 4 y
5 (siglo v d.C.). (e) El muro 6, de pequeños sillares de piedra calcárea, se superpone
a los muros 1 y 2, restaurando la pared pero dándole mayor altura (siglo x11 d.C.). (f)
El muro 6 se abandona y se forma la superficie 7 (siglo XVI d.C.).

estratos de tierra, o que no han sido nunca completamente englobados en


el subsuelo por haber permanecido siempre en uso. Las pinturas y los es­
tucos que revisten el cuerpo de una construcción crean la ilusión de que se
trate de un monumento unitario, pero con sólo quitar ese piadoso velo di­
cha unidad se desmorona frente a la aparición de lagunas, roturas, tapiados,
subdivisiones y suturas, que son las heridas que normalmente el tiempo in­
fiere a los edificios. Transformar estas alteraciones de cimentaciones, bode­
gas, muros, puertas, ventanas, techos, revestimientos, bóvedas y cubiertas
en una explicación de toda la construcción por fases es el objetivo de la es­
tratigrafía de los alzados (algunos ejemplos significativos en Francovich­
Parenti, 1988). Esta lectura estratigráfica hay que acompañarla con la estra­
tigrafía de excavación, por debajo de los pavimentos de la planta baja o
de aquellos de los pisos superiores que puedan esconder estratos, como los
refuerzos de las bóvedas (Bonora, 1979). La manzana de casas existente en­
cima de la Cripta de Balbo, sin inquilinos, permite combinar ambos géne­
ros de estratigrafía con el objetivo de la restauración. Impresiona ver exca­
var hacia arriba liberando de los estucos las paredes medievales y modernas
y ver reaparecer las torres medievales que en dichos muros se ocultaban.
Por desgracia gran parte de los palacios y de las iglesias de Italia se estu­
dian sólo de forma superficial por historiadores del arte y de la arquitec­
tura que, sólo en raras ocasiones, son expertos en estratigrafía. Por dicho
motivo, las restauraciones de edificios adolecen frecuentemente de un aná­
lisis previo. Tampoco es que se trate de dejar los monumentos en un esta­
do de palimpsesto más propio de una ruina que de un edificio vivido. Pero
una cosa es una nueva capa de pintura que hace de envoltorio a una es­
tructura sustancialmente desconocida, y otra es una nueva capa de pintura
116 HISTORlAS EN LA TIERRA

que recubre un objeto finalmente comprendido en sus diversas partes (Ca­


randini, 1987b; Francovich­Parenti, 1988).
El dibujo en alzado de una pared supone, además de la sección de los
muros perpendiculares a la misma, el dibujo piedra a piedra o ladrillo a la­ 1
drillo del muro de fondo, distinguiendo los diferentes tipos de mortero. Sólo
en algunos casos es correcto utilizar convenciones gráficas que simbolicen di­
ferentes tipos de técnicas constructivas. Líneas bien evidenciadas deberían
definir el contorno de cada una de las unidades constructivas delimitando las
'
1
superficies originales y de distribución, verticales y horizontales. Con colo­
res diferentes se pueden indicar en el dibujo los diversos tipos de materiales
utilizados (piedra calcárea, arenisca, ladrillo, mortero, estuco, etc.). Para no )
deformar demasiado un buen dibujo con líneas marcadas de superficies y
números de unidad resulta útil prever, junto al dibujo realista, dibujos es­
quemáticos que acentúen los aspectos estratigráficos e interpretativos (figu­
ra 109), como en la iglesia de Sao Osvaldo en Gloucester (Carver, 1987, fi­
gura 31; RodweU, 1981). También se pueden hacer alzados de cada una de las
fases o de los períodos, como los realizados por M. Serlorenzi para Santa Lu­
cia in Selci en Roma (figura 1­VI).
La fotogrametría ayuda a realizar y completar este tipo de documenta­
ción. Pero nada podrá jamás sustituir la paciente labor de análisis y de razo­
namiento en contacto directo con las estructuras. Para que una idea (una uni­
dad de información) pueda infiltrarse en una imagen hay que dibujarla.
La decoración arquitectónica debería estudiarse en relación con la lectu­
ra estratigráfica de las preparaciones de los pavimentos y de los muros. Por
desgracia esto no se ha podido llevar a cabo ni en Pompeya, donde la merito­
ria documentación fotográfica de los mosaicos y de las pinturas ­urgente por
la rapidez con la que dichos revestimientos se degradan­ se halla todavía es­
cindida de la documentación de las estructuras constructivas (Pompei, 1990).

Planimetrias

Plantas de las unidades estratigráficas. Parece evidente que deba elabo­


rarse de cada unidad estratigráfica la correspondiente planta acotada y que
dichas plantas formen parte de la documentación analítica normal de toda
excavación estratigráfica. A pesar de ello todavía sobrevive la idea de que las
plantas tengan que corresponder solamente a los estratos verticales ( como
los muros), a una selección de los estratos horizontales (como los pavimen­
tos decorados) y a un grupo concreto de superficies en sí (como las tumbas).
Esta óptica discriminatoria ha llevado a elaborar planimetrías con muros
descarnados y sin fundamento, con excepción de las habitaciones con mosai­
cos u otros pavimentos de lujo. Pero según la visión de la arqueología estra­
tigráfica, un estrato de tierra, una fosa o cualquier otro tipo de unidad estrati­
gráfica tienen el mismo derecho de aparecer en una planta que un muro; un �
pavimento de mármol o una tumba. 1
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FIGURAS 1­VJ. Roma, Santa Lucia in Selci,. Alzado d e perfodo de M. Serlorenzi. Fa­
ses 1­VII.
118 HISTORIAS EN LA TIERRA

Antes de excavar una unidad estratigráfica hay que dibujar en planta el


contorno de su superficie, ligándola a estructuras murales ya dibujadas y/o a
la retícula del sistema de coordenadas (pp. 101 ss.). En este segundo caso,
pueden utilizarse hojas previamente impresas que, además de las intersec­
ciones de las coordenadas, prevean en su parte inferior una serie de casillas )
que se deberán rellenar. Esto no excluye, naturalmente, que pueda conside­ )
rarse conveniente representar algunos estratos, no sólo en su calidad de su­
perficies, sino también por las características materiales de la parte superior )
visible de sus volúmenes (pavimentos decorados, estratos de ocupación con
distribución significativa de los materiales, etc.). El borde de la unidad se in­
dica con una línea continua, mientras que posibles superficies de destrucción
que hayan afectado al estrato se deben indicar con una línea discontinua. Si
la visión de una superficie queda interrumpida por el límite de la excavación,
este último se indica con punto­línea­punto (pp. 125 ss.). Además de rellenar
las diversas voces previstas en las casillas de la hoja impresa no hay que ol­
vidarse de dar los números de las coordenadas a una de las intersecciones de
la retícula para poder situar la planta en el espacio. La planta debe incluir un
número adecuado de cotas que se trasladan al dibujo a partir de la ficha de
unidad estratigráfica. El punto acotado se indica con un triángulo con el vér­
tice hacia abajo. A mayor desnivel de la superficie, tanto mayor debe ser el
número de puntos acotados. Éstos sirven también, más tarde, para poder re­
construir secciones. En una planta no puede aparecer más de una unidad a
no ser que diversas unidades colindantes se hallen en la misma posición es­
tratigráfica. Puede indicarse la posición de los materiales arqueológicos sig­
nificativos por sí mismos o por su distribución preferente (Registro arqueo­
lógico, 1986). Los materiales significativos dibujados en planta tienen que
estar numerados con cifras árabes insertas en triángulos, para no confundir­
las con las de las unidades estratigráficas, y deben recopilarse en un listado
en el correspondiente registro de los materiales significativos.

Las hojas impresas por el Departamento de Arqueología Urbana del Mu­


seo de Londres, que en su parte posterior tienen una cuadrícula milimetrada
para secciones y plantas, se han concebido de este modo. Tienen unas dimen­
siones de 29 x 32 cm y un espacio reservado para el dibujo, de 25 X 25 cm,
que en cada uno de sus lados está limitado por seis pequeñas cruces colocadas
a 5 cm de distancia para la intersección de las coordenadas. Trabajando a es­
cala 1:20 los cuadrados de 5 X 5 cm corresponden a una superficie real de 1 X
1 m que se hace corresponder con el sistema de coordenadas implantado en la
zona de excavación. Si una unidad estratigráfica se extiende hacia otros cua­
drados limítrofes (más de 10 cm), ésta se dibuja en otras hojas correspondien­
tes a los cuadrados citados. Encima de triángulos invertidos se indican las co­
tas sobre el nivel del mar que se registran también en la ficha de unidad
estratigráfica. Las plantas (y las secciones) tienen el mismo número de la uni­
dad estratigráfica a la que corresponden. No hay necesidad de indicar el nor­
te, porque el sistema de coordenadas está ya orientado con el norte arriba. La
escala se indica solamente cuando no es la habitual 1:20 (o 1:10 para las sec­
LA DOCUMENTACIÓN 119

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FIGURA 110. Hoja preimpresa para plantas y secciones a utilizar en áreas de excava­
ción con cuadrícula (modelo en uso en el Departamento de Arqueología Urbana del
Museo de Londres).

ciones). Las voces que aparecen en la parte inferior de la boja son: dibujo de,
control, fecha y yacimiento. La intersección inferior­izquierda (suroeste) debe
contener los datos de las coordenadas. En esta misma parte de la boja, dos lí­
neas verticales y dos horizontales determinan nueve cuadrados de los que hay
que indicar con una x el central, correspondiente a la hoja en cuestión, y los
adyacentes si por ellos se extiende la misma unidad estratigráfica, documen­
tada en otras hojas. En el espacio destinado al diagrama estratigráfico sólo
se indican las unidades excavadas y ya dibujadas en el mismo cuadrado. En el
espacio destinado a observaciones se indican ocasionales símbolos especiales
utilizados para caracterizar el dibujo u otras eventualidades. El número de
planta/unidad se repite en la hoja, arriba a la derecha, para facilitar su locali­
zación en el clasificador (figura 110).

Plantas compuestas o de periodo. Tarea esencial del arqueólogo exca­


vador, la tercera en importancia tras la identificación de tas unidades estrati­
\
)
120 HISTORlAS EN LA TIERRA )
)
gráficas y la construcción de la secuencia estratigráfica por períodos, es la de
dar cuenta del aspecto topográfico del monumento. Dicho fin no se puede al­ )
canzar sólo con las plantas y las secciones de cada una de las unidades estra­
tigráficas.
Las mejores plantas de hace años destacaban más por el realismo y la
precisión del dibujo que por el rigor de los principios en los que se inspira­
ban. En el siglo pasado y a principios del presente siglo las plantas ilustraban
la situación en un momento determinado de la excavación, muchas veces se ' )
sombreaban para obtener un rudimentario efecto axonométrico y las carac­
terizaciones adolecían de leyendas explicativas. En el mejor de los casos se
trataba de plantas arquitectónicas y no arqueológicas, en las que el arte de­
tallado del dibujo prevalecía por encima de las reglas del juego estratigráfi­
co. Este tipo de plantas se realizan todavía y son ejemplo de una tradición
ininterrumpida (Giuliani­Verduchi, 1987). Teniendo que reconstruir la Roma
de los Tarquinios entre el Aventino y el Esquilino, con el fin de hacer una
maqueta para una exposición inaugurada en Roma en 1990, recibí algunas
críticas porque reproducía no sólo los edificios construidos ex novo por los
)
Tarquinios, sino también aquellos más antiguos que habían reutilizado, como
obviamente era mi obligación. En la maqueta de toda Roma, a cargo del co­ )
misario científico de la exposición, no aparecían los edificios anteriores al pe­
ríodo considerado y entonces en uso, había sólo una selección de los edificios
construidos por los Tarquinios (no estaba, por ejemplo, el Circo Máximo),
con grandes incongruencias cronológicas, como la presencia simultánea de )
los templos de Fortuna y Mater Matula y los de Saturno y de los Cástores
que, en cambio, se excluían mutuamente (Carandini, 1990a; las maquetas se
hallan ahora en el Museo della Civiltá Romana de Roma). Esto indica que
las plantas por períodos es un concepto que en Italia todavía no está sufi­
cientemente claro ni difundido.
La propia idea de planta se ha ido precisando gracias a las excavaciones
en grandes áreas. Ésta aparece como documentación de conjuntos de super­
ficies de unidades estratigráficas construidas, vividas, reutilizadas, expoliadas,
destruidas y abandonadas dentro de unos determinados períodos de tiempo,
es decir, una planta compuesta de superficies de un mismo período. En teo­
ría podríamos tener tantas secciones como planos verticales fuésemos ca­
paces de imaginar en el área de una excavación. En teoría podríamos tener
tantas plantas compuestas o de período como unidades estratigráficas identi­
ficadas. Por lo tanto, las plantas podrían considerarse como una serie de fo­
togramas (unidad por unidad) que ilustraran sucesivamente la acumulación
de la estratificación a través del tiempo. Pero al igual que no se pueden di­
bujar todas las secciones imaginables, tampoco se pueden dibujar todas las
plantas de una excavación. El dibujo animado de la secuencia de las diversas
acciones materiales se puede hacer una vez, con fines experimentales o di­
dácticos, pero no más. Se debe pues escoger el momento a representar si­
guiendo rigurosos principios pero no arbitrariamente, como siempre se ha
hecho. Escoger razonadamente la planimetría significa extraer las diversas
LA DOCUMENTACIÓN 121

F1GURA 111. Cinco estratos vistos en transparencia. Solo el estrato 1 cubre y no es


cubierto. La vida del estrato 1 es la que data la planta.

plantas de las unidades estratigráficas, coetáneamente en uso en un mismo


período, que se quieren componer entre sí y mostrarlas juntas en una única
imagen planimétrica. Las otras plantas de unidades estratigráficas se dejan
aparte y pueden aparecer o no en otras plantas compuestas o de período. De
ahí la idea de la planta compuesta, en el sentido de que se compone de va­
rias plantas de unidades estratigráficas conectadas entre sí según la lógica de
la historia del monumento al que pertenecen. En una planta de este tipo un
porcentaje elevado de las superficies de las unidades estratigráficas sólo apa­
recen parcialmente, ya que se hallan en parte cubiertas por otras unidades.
Tan sólo la unidad más reciente de todo el conjunto sin duda alguna aparece
en su totalidad. La fecha de esta última marca también la fecha de la plan­
ta, en el sentido de que su cronología más real coincide siempre con el período
de vida de la unidad más reciente contenida en la planta, aunque la propia
planta puede ilustrar unidades estratigráficas formadas en un marco crono­
lógico precedente y reutilizadas durante ese mismo período (figura 111).
Al no poder verse completamente en estas plantas los contornos de las
superficies de las diversas unidades, no se pueden deducir de ellas las rela­
ciones estratigráficas ni las secuencias, lo que sí permite la sección que, en di­
cha ventaja, justifica su razón de ser. Mientras la validez y la duración de la
planta está limitada por una sola unidad estratigráfica (la más moderna),
aunque en aquélla se representen parcialmente otras unidades de la misma
fase, la sección tiene la validez y la duración de todas las unidades en ella re­
presentadas y, por lo tanto, también de todos los períodos de la estratigrafía.
Lo que antes era importante en una planta era el cuidado y la precisión
del detalJe más que la lógica del dibujo. Aparecían muros de diversas fases,
adosados y superpuestos en los modos más diversos (figura 112). En dichos
casos, más que de plantas arqueológicas se trataba de repertorios gráficos de
estratos verticales, en parte útiles pero inaceptables como documentación
planimétrica básica de la excavación. En aquellas plantas se veían complejos
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122 HISTOR1AS EN LA TIERRA )
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FIGURA 112. Tres grupos de tres fases constructivas sucesivas, representadas de for­
ma acumulativa al final de cada serie. Dichos edificios, constituidos por la suma de to­ )
das sus fases, históricamente no han coexistido jamás a excepción hecha de la visión
que de ellos tiene el arqueólogo una vez acabada la excavación.

amasijos de estructuras que frecuentemente representaban realidades que


nunca habían existido históricamente y que eran simplemente el resultado de
la suma de muros de diferentes períodos. Lo que el arqueólogo veía al fina­
lizar la excavación, una vez eliminados los estratos de tierra y conservadas las
estructuras, se presentaba como el resultado de la investigación. Este tipo de
dibujos se realizaban porque sólo los muros, que por su forma larga y estre­
cha se podían añadir y superponer fácilmente, tenían derecho a aparecer en
planta. Una vez establecido que todas las unidades tienen derecho a ser re­
presentadas en planta, este tipo de plantas absurdas ya no se pueden repetir.
Los estratos horizontales cancelan con su propia extensión los muros oblite­
rados de las fases precedentes, obligando así a razonar histórica y no ya glo­
balmente (figura 113). Por otro lado, incluso las superposiciones de muros
acababan por ocultar importantes realidades, aunque fuese por poco, hasta el
punto que no se podía deducir de aquellas plantas si un muro cortaba o se su­
perponía a uno precedente, o si dos muros se apoyaban en un tercero (figu­
ra 114).
Aunque este tipo de plantas diacrónicas y arbitrariamente selectivas no
tienen sentido en el campo de la documentación científica, pueden resultar
de utilidad para fines prácticos siempre que los muros de las diferentes fases
se caractericen de forma diversa. Las plantas de final de excavación pueden
ser una base útil para elaborar las plantas compuestas y, también, para inter­
venciones de restauración o valorización de la excavación. También pueden
LA DOCUMENTACIÓN 123

F1GURA 113. Dos fases sucesivas de un mismo edificio. El estrato 5 ha cubierto y, por
lo tanto, borrado los muros de la habitación 1, mientras que se apoya en los de la habi­
tación 4 que constituyen un añadido a los muros de la precedente habitación 2, inme­
diatamente anterior a la formación del estrato 5. La representación de los estratos ho­
rizontales impide materialmente la elaboración de plantas diacrónicas acumulativas.

+i
F1GURA 114. Dos muros superpuestos en una planta diacrónica pueden interpretar­
se de tres formas diversas (un muro se superpone a otro, o lo corta, o dos muros se
apoyan en un tercero).

jugar un papel de síntesis didáctica de los principales acontecimientos cons­


tructivos que se han sucedido en el tiempo, pero en los casos más complica­
dos resultan incomprensibles incluso para el arqueólogo que no esté familia­
rizado con dicha excavación. En la excavación de la vertiente norte del
Palatino, al final se elaboró una planta global de las estructuras a escala 1:20,
en hojas separadas, que fueron reducidas y conectadas entre sí a escala 1:50.
Las plantas de estrato, al igual que las secciones a escala 1:20, se realizan bien
triangulando desde las estructuras, bien utilizando la cuadrícula, especial­
mente útil cuando las estructuras son poco accesibles por estar lejos, más pro­
fundas o invisibles por no haberse descubierto todavía. Cada estructura mu­
ral que se excava se borra del dibujo a lápiz de la planta de interfase y se
traslada a plantas de estructuras articuladas en grandes períodos cronológi­
cos. El espacio que de este modo queda libre en la planta de interfase sirve
para insertar posibles nuevas estructuras subyacentes, por lo que dicha plan­
ta es siempre un espejo real y actualizado de la excavación. El contorno es­
quemático de los diversos muros se dibuja inmediatamente después de que
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124 HISTORIAS EN LA TIERRA

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FtGURA 115. Elaboración de una planta compuesta o de período (la elección de un )


ejemplo elemental sirve para que se comprenda el procedimiento aunque no su utili­
dad, utilidad que se pone en evidencia ante estratigrafías más complicadas). )

aparezcan, pero su caracterización no se realiza hasta que les Llega su «tur­


no» en la secuencia estratigráfica de la excavación.
Así se evitan los bordes de planta superpuestos a la planta general de las
estructuras, que siempre creaban problemas de lectura. En el caso de estruc­
turas que no se excavan, es suficiente la planta 1:50 (esta forma de proceder
ha sido experimentada por N. Terrenato y M. Serlorenzi).
Solamente en contextos especialmente sencillos se pueden elaborar las
plantas compuestas directamente en la excavación, ya que en los restantes
casos se aconseja reconstruirlas en el laboratorio. El punto de partida es el
diagrama estratigráfico por períodos, ya que a un determinado número de
períodos y fases principales debe corresponder igual número de plantas com­
puestas, así como a un determinado número de unidades estratigráficas pre­
sentes en el diagrama para un período o fase debe corresponder igual núme­
ro de plantas de unidad a tener en cuenta al elaborar la planta de dicho
período o fase (figura 115; Harris, 1979, figura 29). Evidentemente, en las
plantas no aparecen las unidades estratigráficas que se hallan completamen­
te cubiertas por otras unidades que se les superponen.
La planta compuesta es un documento filológico con aparato cólico pero
no todavía una reconstrucción, motivo por el que las superficies de las uni­
dades presentes en aquélla deben aparecer en su estado de conservación real
sin haber sido completadas con líneas discontinuas fruto de la interpretación
(figura 116). La planta compuesta representa un punto intermedio entre la
planta final de la excavación o de las diversas unidades estratigráficas analí­
LA DOCUMENTACIÓN 125

t'

FIGURA 116. En la planta compuesta las superficies de destrucción deben represen­


tarse tal como son, sin substituirlas por punteados integradores o interpretativos. (a)
Sección. (b­e') Plantas. (e2) Versión tradicional y errónea de e1•

ticamente documentadas y la planta reconstructiva con sus recorridos. Es


aconsejable que esta última se elabore a una escala no muy alta, ya que me­
rece reflejar un determinado número de detalles cuya visión debe ser global."

Criterios gráficos. Si queremos pasar de la planta con diversas fases de


la excavación o de las excavaciones terminadas ­de la que el ejemplo más
famoso son las láminas de la Forma Urbis de Lanciani (1893­1898)­ a las
plantas compuestas por períodos o fases, si queremos pasar pues de la repre­
sentación narcisista del resultado final de la labor del arqueólogo a planime­
trías lo más objetivas posible de las diversas fases en las que se puede perio­
dizar un monumento, un barrio o una ciudad, hay que traducir la planta
arquitectónica del estado real de las cosas en plantas repletas de gramática
estratigráfica, es decir, susceptibles de aunar la representación crítica de las
unidades, fase a fase, período a período.
Es necesario establecer una filología de los elementos inmuebles que lle­
gue a concretarse en criterios gráficos específicos. La propuesta que presen­
tamos se basa en la experiencia adquirida en las excavaciones británicas e ita­
lianas en Cartago (Hurst­Roskams, 1984; Carandini et al., 1983), en la edición
de la excavación de Settefinestre (Carandini, 1985a, 1•, pp. 26 ss., figura 6;
1 ••, passim) y en una reflexión sintética y crítica sobre ambas y también so­
bre la experiencia adquirida en la excavación de la vertiente septentrional
del Palatino por M. Medri (Medri, 1988).

Unidades estratigráficas de otra [ase. No están en las plantas compuestas a


no ser que tapen o hayan destruido unidades de la fase, apareciendo en tal
caso como una sombra vacía en los Iímites no originales de las unidades de la
fase tapadas o destruidas.
Unidades estratigráficas de la fase. Muros, mosaicos, enlosados, etc., se ca­
racterizan de forma naturalista en su estado de conservación, con cotas abso­

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126 HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 117. Diferentes tipos de hachures según el perfil de la unidad estratigráfica


negativa (indicaciones del Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Lon­
dres).

lutas sobre el nivel del mar (indicadas sobre triángulos con el vértice hacia
abajo) y números de unidad estratigráfica (precedidos, si es necesario, por el
número de sondeo o área seguido de un punto). Los muros y los paramentos
determinan unidades funcionales o habitaciones que tienen un número propio
(precedido por la letra A), que debe indicarse en el Registro de las habitacio­
nes. Los muros existentes bajo el plano de sección, por lo tanto vistos de for­
ma virtual, se caracterizan de forma naturalista para documentar la técnica
constructiva a nivel de su coronamiento. En realidad estas crestas de muros
son superficies de destrucción, que deberían ilustrarse en otra fase, ya que la
superficie original de un muro es la que se hallaba a nivel del techo. Pero si­
guiendo este criterio nos hallaríamos ante la paradoja de representar de for­
ma realista los muros sólo en su fase de obliteración, por lo que hay que re­
presentar la técnica en la fase de construcción, dejando para la obliteración
solamente el límite sin caracterizar de las correspondientes interfacies de des­
trucción. Los muros conservados en alzado por encima del plano de sección y,
por lo tanto, seccionados por éste se pueden representar con una línea conti­
nua para los paramentos, ya que el núcleo, a dicho nivel invisible, puede apa­
recer entre líneas discontinuas. Para indicar la calidad de los materiales de
construcción se pueden utilizar simbologías de trazos que, por el nivel de abs­
tracción, deben explicarse en una leyenda. También se pueden caracterizar
con colores o trazos diversos tipos de unidades estratigráficas: pavimentos de
calles, preparaciones de cal y cerámica, argamasa y cal, preparaciones y suelos
de tierra, estratos de desechos, muros de arcilla, derrumbes de muros de era­
ticium, de arcilla y de piedra, derrumbes de techos y estucos y derrumbes de
tejados. Los pavimentos en opus spicatum pueden representarse con una cier­
ta caracterización para indicar la orientación del motivo. Los revestimieñtos
murales se pueden indicar con una ligera línea continua paralela al muro y con
LA DOCUMENTACIÓN 127

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FIGURA 118. Alzado y plantas compuestas de muros de tres fases constructivas; con
línea discontinua las estructuras reutilizadas (Medri, 1988, figura 3).

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119. Alzado y plantas compuestas de muros de dos fases constructivas; con
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línea discontinua los muros reutilizados (Medri, 1988, figura 4).

un punteado irregular en el interior. Líneas continuas representan los límites


originales de las unidades. Si están interrumpidas por los limites de la excava·
ción se usa la línea­punto­lfnea que sirve para definir sondeos, áreas y testigos
en la excavación. Los límites no originales de las unidades, debidos a destruc­
ciones posteriores o al hecho de estar cubiertas por unidades más modernas y
conservadas, se indican con una línea discontinua. Es preferible indicar las re·
laciones de apoyo entre dos muros con ambos límites de dichas estructuras.
Las depresiones y fosas se indican con hachures (figura 117). Elementos espe­
ciales de los muros de la fase (ventanas, vanos, etc.), que no aparecen en las
caracterizaciones de los muros por hallarse por debajo de la cota de sección,
se indican con líneas de puntos en la caracterización. Los muros que prosiguen
en las plantas limítrofes se indican brevemente con contornos de línea­punto­
punto­línea, sin caracterización interna.
128 H1STOR1AS EN LA TIERRA

Unidades estratigráficas reutilizadas. Dichas unidades aparecen en planta


coa sus límites pero sin caracterización naturalista interna ni cotas ni números
de unidad. Se puede dar el caso de unidades de poca entidad que para sinteti­
zar aparezcan en planta sólo como reutilizadas. En dicho caso deben identifi­
carse con su número de unidad estratigráfica entre paréntesis. Los límites no
originales se indican con líneas discontinuas. Para destacar los diversos tipos
de unidades reutilizadas se pueden usar colores u otros símbolos, como en el
caso de pavimentos, batidos y suelos, preparaciones de pavimentos, revesti­
mientos murales (estucos, mármoles, conducciones) y pulvinos, umbrales, es­
calones, bases, conducciones, muros y estratos (figuras 118­119).

Fotografías

Damos unas pocas y sumarias indicaciones ya que el tema merece un tra­


tamiento especial.
Las fotografías de excavación frecuentemente se hacen mal ( como se ve
ojeando las Notizie degli Scavi). Ya que una máquina fotográfica normal es un
instrumento que fácilmente puede estar a disposición de cualquier excavación,
es importante saber usarla en función de las necesidades de la estratigrafía.
La documentación fotográfica puede ser mucho más exacta y detallada
que un dibujo. En muchos casos, especialmente en las excavaciones de ur­
gencia, puede llegar a sustituir a algunos gráficos. Pero la fotografía dismi­
nuye inexorablemente la capacidad de observación mientras que el dibujo la
agudiza. Lo ideal es complementar ambos tipos de documentación.
Las máquinas fotográficas «formato Leica» (24 x 36) sirven para este fin,
aunque el resultado del formato 6 x 6 es mejor. Habría que tener, al menos,
dos máquinas para blanco y negro y para las diapositivas en color. En este úl­
timo caso hay que disparar tres veces, una para el archivo y las otras dos para
las conferencias y la prensa. Es mejor no utilizar películas muy sensibles, a no
ser que se trate de casos especiales. Cuanto más cerrado está el diafragma,
mayor es la profundidad del campo enfocado. El objetivo normal es el más
fiel, pero el gran angular encuadra más estructuras, por lo que frecuente­
mente es el más adecuado para dar una idea de conjunto de un contexto es­
tructural. Los carretes de una excavación deben numerarse y cada fotografía
debe identificarse mediante el número de carrete y de fotograma. El uso del
fotómetro permite al director y a los responsables de la excavación tomar fo­
tografías de ésta con unas ciertas garantías de éxito. El fotómetro debe en­
focarse a unos 15 cm del objeto que se va a fotografiar. Si las luminosidades
son diversas en diferentes puntos de la excavación hay que escoger una o es­
tablecer una media.
Antes de fotografiar hay que limpiar la excavación siguiendo un orden.
Hay que empezar por las superficies verticales (muros) para bajar a las hori­
zontales (estratos) hasta llegar a las superficies de las unidades negativas (fo­
sas)."
LA DOCUMENTACIÓN 129

Los detalles. Se deben fotografiar aquellos estratos cuya composición o


color tiene un interés especial o características de difícil reproducción me­
diante un dibujo, por motivos técnicos o de tiempo: derrumbes de piedras,
conjuntos de tejas o de estucos, niveles de ocupación, muros de arcilla, agu­
jeros para postes, unidades incomprensibles, estructuras por excavar, esque­
letos, etc." Resulta útil fotografiar los alzados de los muros (especialmente
cuando no hay tiempo para dibujarlos o detallarlos), partes significativas de
secciones y materiales significativos in situ, especialmente aquellos que co­
rren el riesgo de estropearse al ser levantados. En las fotografías de seccio­
nes los cartelitos con los números de las unidades estratigráficas no molestan,
pero hay que evitar enfatizar con el paletín las superficies de los estratos para
hacerlas más visibles. Hay que quitar todas las gomas elásticas.
Para estas fotos generalmente hacen falta: 1) pequeñas pizarras en las
que indicar el lugar, el sondeo/área (si es necesario) y el número de unidad
en la que se ha puesto la pizarra, que no debería ser la protagonista de la fo­
tografía; 2) decímetros de color blanco y rojo, a colocar bajo la pizarra; 3) pe­
queñas flechas de color blanco y rojo para indicar el norte, a colocar sobre la
pizarra. La disposición de estos tres elementos debe ser ordenada y estar
bien orientada en relación al punto de vista. A veces toda esta parafernalia
complica y desluce inútilmente las imágenes, especialmente cuando son para
publicar. En dicho caso, es aconsejable hacer también fotografías sin los ele­
mentos citados.
El encuadramiento debe estudiarse bien, privilegiando las orientaciones
paralelas o perpendiculares a las superficies que se quiere documentar y, en
especial, a los muros. La luz difusa es generalmente la ideal. Un trozo de
plástico utilizado como pantalla puede hacer las funciones de una nube.
Otras veces puede ser más adecuada la luz rasante, en especial para eviden­
ciar pequeños detalles. Las superficies que quedan dentro del encuadra­
miento deben haber sido perfectamente limpiadas poco antes, de manera que
los estratos no se sequen y adquieran una tonalidad grisácea uniforme. La
utilización de un gran angular basculante puede ser útil para encuadrar efi­
cazmente alzados y mosaicos u otras superficies pavimentales de una cierta
extensión. Mejor pocas fotos bien escogidas, cuidadas y clasificadas que mu­
chas mal hechas y desordenadas.

Los conjuntos. Muy útiles resultan las fotos que encuadran toda el área
de excavación y el paisaje en el que ésta se encuentra. Para obtener tal re­
sultado hay que subir al lugar más alto que se pueda: un edificio o una coli­
na. Una o más fotografías montadas juntas de un barrio de una ciudad o de
una zona de campo se pueden después tranquilamente transformar en un di­
bujo con la reconstrucción de los edificios antiguos en el contexto de la geo­
morfología de la zona, como se hizo en la villa de Settefinestre (Carandini,
1985a, 1 *, figuras 38, 114), en un barrio de Bolonia y en Comacchio (Gelichi­
Merlo, 1987; Merlo, 1990), en Rocca San Silvestro (Francovich, 1988, gráfico
de P. Donati) y en Luni (Donati, 1990, pp. 96­97). También son de gran utili­
s
130 HISTORIAS EN LA TIERRA
)
)

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11
)

FIGURA 120. La fotografía de conjunto de un área de excavación no tiene que ser )


una imagen de las excavaciones, sino una reproducción de superficies de unidades es­
tratigráficas de un período determinado, limpias y libres de cualquier objeto (obsér­
vese el uso del metro, de la pizarra y de la flecha para indicar el norte).

dad las fotografías tomadas desde un globo (en Italia las primeras son de G.
Boni: Carandini et al., 1986, figura 127), desde una cometa, desde un ala del­ )
ta, desde un helicóptero o desde un avión, pero aquí se entra ya en el campo
de la topografía arqueológica.'!
A falta de sistemas sofisticados para tomar fotografías desde arriba hay
que conformarse con escaleras ligeras de dos hojas con prolongación o con
andamios diversos. También para las fotografías de conjunto hay que tener
en cuenta todos los detalles. En este caso también son más aconsejables los
encuadramientos paralelos o perpendiculares a los ejes principales de las es­
tructuras a documentar y el uso del gran angular basculante, porque la ven­
taja de poder encuadrar un gran sector de excavación es superior a las des­
ventajas de las deformaciones ópticas. Tanto la limpieza de la excavación
como la luz difusa son también aquí requisitos fundamentales. La aurora, el
crepúsculo y el cielo nublado son circunstancias favorables para fotografiar
conjuntos. Los estratos deben estar bien expuestos, los muros descamados,
las fosas vaciadas, los cortes verticales, los bordes de la excavación limpios,
sin gomas elásticas ni trastos (figura 120): no tiene que haber personas, ni ins­
trumentos de trabajo, ni cajas de materiales, etc. Una de las buenas razones
para excavar grandes áreas por fases es la de poder representar en una foto­
grafía una realidad más o menos sincrónica, aunque una fotografía nunca po­
drá sustituir a una planta compuesta de período o de fase.
También puede resultar útil hacer una mosaico de fotografías verticales
de forma que se cubra todo el área de la excavación. Dichas imágenes am­
pliadas a la misma escala de la planta general pueden servir para compro­
barla y completarla en sus detalles (Barker, 1977 y 1986). En toda fotografía
tiene que aparecer la pizarra, el metro y la flecha indicando el norte, pero
también es bueno planificar alguna fotografía sin estos instrumentos.
LA DOCUMENTACIÓN 131

LA INFORMÁTICA

El uso del ordenador

Utilizar un ordenador en la excavación para la documentación escrita


(fichas) sirve para comprobar y controlar los contenidos de la información
mientras se sigue excavando. Si se hace así se puede disponer y acceder con
facilidad a una gran cantidad de datos relativos, por ejemplo, a campañas
anteriores o a trabajos de otros grupos de investigación. Esta visión puede
parecer limitativa si tenemos en cuenta las múltiples posibilidades de in­
vestigaciones matemático­estadísticas y de elaboración que los medios in­
formáticos ponen a nuestra disposición. Pero todo esto corresponde ya a
una fase posterior de la investigación, más allá de la propia excavación. La
posibilidad de crear listados, de establecer comprobaciones entrecruzadas
entre los materiales presentes en los estratos y la secuencia estratigráfica,
de calcular porcentajes de cualquier componente de los estratos y muchas
otras más, son objetivos fácilmente alcanzables si se decide estandarizar el
contenido de las fichas de papel y archivarlas mediante un ordenador. Des­
de este punto de vista el tiempo que se ahorra es mucho, incluso si se toma
en consideración el esfuerzo que representa la inserción de los datos: pién­
sese solamente en las repercusiones que para las fichas tienen las sucesivas
comprobaciones manuales cuando la documentación de la excavación as­
ciende a miles de unidades estratigráficas. En algunos casos se plantea el
problema de no poder recuperar los datos omitidos o equivocados si las
fichas no se comparan, pasado un cierto tiempo, con otros tipos de docu­
mentación gráfica y fotográfica. Sometiéndose a un procedimiento de re­
cogida, archivo y comprobación de los datos de forma simultánea a la ex­
cavación, todos estos riesgos se reducen considerablemente. El uso de un
ordenador, que por naturaleza está rigurosamente estructurado, obliga de
hecho al usuario a una corrección formal y, por lo tanto, lógica, que difícil­
mente se puede alcanzar con el procedimiento tradicional de rellenar las fi­
chas de papel.
En Italia hay pocas experiencias en este campo,13 contrariamente a lo
que ocurre en otros países, como Gran Bretaña (un buen ejemplo son las ac­
tas de numerosos congresos sobre Computer Applications in Archaeology),
en los que los grupos de investigación se han agrupado hace ya años para de­
sarrollar su actividad de campo con la ayuda del ordenador. La única inicia­
tiva concreta en este sentido a nivel nacional es la del Instituto central para
el catálogo, que desde hace años ha iniciado un estudio de viabilidad para la
informatización de las fichas de inventario, en colaboración con el Cnuce
(Centro Nazionale Universitario di Calcolo Elettronico) de Pisa (Parise Ba­
doni­Ruggeri, 1988). Recientemente, dicho Instituto ha presentado una pro­
puesta para la estructuración de los datos que incluye también todas las fi­
chas arqueológicas y facilita de forma gratuita un programa de data entry
llamado Sa.xa. Sistema di acquisizione controllata del/e schede dell'arte, que es
1
)
1
132 HISTORIAS EN LA TIERRA

fruto de la colaboración entre el Instituto del catálogo e IBM y ha sido rea­


lizado por A. Cipollini.
Gran parte de la experimentación ha sido concedida por este Instituto a
los proyectos financiados por el articulo 15 de la ley 41 de 1986, entre los cua­
les el proyecto «Eubea» (para la catalogación de los bienes arqueológicos de )
Nápoles y de los Campos Flegreos) ha sido el único que se ha beneficiado
de todo el conjunto de fichas arqueológicas y ha colaborado activamente para
introducirlas en el programa Saxa. En este proyecto el trabajo de campo se
ha desarrollado contemporáneamente a la informatización de los datos rela­
tivos al análisis y a la documentación de los monumentos (asimilable en mu­
chos aspectos a la investigación estratigráfica de la excavación), a la topo­
grafía urbana y rural y al fichado de los materiales, mientras que en lo
relativo a la excavación el sistema se ha utilizado para la reelaboración y la
documentación de excavaciones realizadas en los últimos años en el centro
histórico de Nápoles (Campi Flegrei, 1990).
La organización del trabajo se ha estructurado de esta forma. Cada gru­
po disponía en el laboratorio de uno o más ordenadores personales de la
Bull, con disco duro de 30 Mb, con una capacidad media, en relación a las di­
versas directrices del Instituto del catálogo, de unas 3.000 fichas cada uno.
Todos los ordenadores utilizan el sistema de entrada de datos del programa
Saxa y el grupo de trabajo se encargaba de introducir las fichas según las nor­
mas establecidas por el proyecto. Como complemento del data entry se dis­
puso de un sistema de programas para hacer algunas comprobaciones. De he­
cho, Saxa no permite hacer todas las comprobaciones que serían necesarias
para la creación de un banco de datos, ya que se trata de un programa de pa­
rámetros limitados. En cambio, se ha aprovechado a fondo la posibilidad de
Saxa de gestionar diccionarios controlados, estableciendo a priori una selec­
ción de vocablos considerados idóneos para la variedad de evidencias que
había que catalogar. Los principales controles externos al proyecto Saxa se
han ocupado de la congruencia de las relaciones estratigráficas, de la com­
probación de la elaboración en los campos correspondientes a las diversas
voces de la ficha considerados obligatorios, de las relaciones estructurales en­
tre las diversas fichas y del desarrollo de las abreviaciones bibliográficas. To­
dos estos controles se realizaban en un momento inmediatamente sucesivo a
la introducción de los datos, según un procedimiento establecido por normas
internas y bajo la responsabilidad directa de cada grupo de trabajo. A conti­
nuación los datos pasaban de las sedes periféricas a la central, mediante dis­
quettes o líneas telefónicas, siendo almacenados en un ordenador (Main fra­
me DPS 7000, modelo 50, memoria hard 40 Mb) capaz de contener todo el
banco de datos del proyecto, que asciende a unas 50.000 fichas. En dicha sede
se repetían los controles efectuados en las sedes periféricas y se comprobaba
la congruencia de las relaciones estructurales entre todas las fichas que for­
man la base de datos y la síntesis y el contenido formal de los campos obje­
to de investigación. La corrección de los errores la efectuaba después cada
uno de los grupos de trabajo en las sedes periféricas. La fichas consideradas
LA DOCUMENTACIÓN 133

adecuadas y aprobadas tras las correcciones pasaban a formar parte definiti­


vamente del banco de datos.
Se trata de un procedimiento muy articulado creado para gestionar un
sistema de información bastante complejo. Pero no siempre es posible o ne­
cesario plantearse las cosas bajo una óptica tan global. En una excavación,
puede ser útil poner en marcha tan sólo un segmento de todo el procedimien­
to, como por ejemplo la introducción de los datos para registrar los datos
de las fichas de papel, estableciendo previamente una cantidad de comproba­
ciones en diccionarios, relaciones estratigráficas y todo lo que se considere
oportuno.
Mucho más amplio y difícilmente limitable a la excavación es el tema de
los gráficos y de las imágenes elaboradas con ordenador. Las posibilidades
que se ofrecen al usuario en este campo son muy numerosas: desde sistemas
sencillos y de relativo bajo coste a sistemas sofisticados y costosos, creados
para dar respuesta a exigencias concretas en el campo de la imagen. Desde
el punto de vista gráfico, la excavación tiene su lugar adecuado en el mar­
co de los programas de cartografía numérica, en los que se ofrece la posibili­
dad de establecer un nexo concreto entre territorio y evidencias aisladas por
medio de sistemas de referencia en coordenadas geográficas. Problemas más
concretos de representación gráfica de la excavación se pueden resolver con
programas Cad (Computer Assisted Design).
Por lo que respecta a las imágenes, preferentemente fotográficas pero
también gráficas, las posibilidades principales son dos: el archivo de imáge­
nes fijas no elaborables y el archivo de imágenes digitalizadas elaborables.
Hay también sistemas interactivos que permiten la posibilidad de comproba­
ciones entrecruzadas con datos de tipo diverso, texto e imagen.14
1
)

4. NARRACIÓN Y EDICIÓN )

De las cosas al hombre

Las operaciones que, de la prospección y de la excavación, llevan a la na­


rración histórica se pueden representar sintéticamente en un diagrama arti­
culado en seis niveles, tres analíticos y tres sintéticos (véase la p. 135). Es en
los niveles sintéticos donde tenemos que detenernos ahora, ya que son és­
tos los relativos a la interpretación y a la edición de una excavación.
Se ha dicho que las unidades estratigráficas son realidades físicas positi­
vas o negativas que deben ser interpretadas como resultados de acciones (pp.
56 ss.). Pero para poder comprender dichos resultados individuales de accio­
nes hay que llegar a definir el conjunto al que pertenece cada acción, el seg­
mento de acciones que tienen un mismo fin y que se hallan en una misma
secuencia temporal. Algo parecido a que sólo se puede comprender el signi­
ficado concreto de una palabra si ésta se halla inmersa en el contexto al que
pertenece, es decir, a una frase. Justamente porque nos falta el hombre, con
su mentalidad y sus gestos, las consecuencias de sus acciones materiales no
pueden explicarse si no se toman en consideración por grupos y en series. Un
estrato se muestra ininteligible en sí mismo si no se considera, por ejemplo,
parte de la preparación de una carretera, formada por tantos otros estratos
con análogas funciones (figura 50).
Tales grupos de acciones aparecen a nuestros ojos como una acción in­
sistente, o un grupo secuencial de acciones que tienen el mismo fin, es decir,
como una actividad. Mientras que la unidad de acción es una realidad estra­
tigráfica con una propia carga de objetividad, lo que no quiere decir privada
de subjetividad (tan sólo la estratificación es completamente objetiva pero la
estratigrafía no), la unidad de actividad es una realidad con un carácter más
subjetivo, aunque se base en unos fundamentos bastante objetivos. Mucho
más subjetivos son los grupos de actividad (véase más adelante).
Las unidades de acción se ha dicho que constituyen las verdaderas y pro­
pias unidades estratigráficas, ya que son las realidades físicas más elemen­
tales que se ha considerado adecuado individualizar al excavar. Cuando
decimos que en un área de excavación se han encontrado 6.000 unidades
estratigráficas, queremos decir que éstas son las únicas que se han hallado,
porque si se hubiera hallado otra habríamos identificado 6.001 unidades. El
NARRACIÓN Y EDICIÓN 135

1.1
Búsqueda del
sitio por exca­ Psleoambieme, Reconstrucciones, Preguntas
var encuadramiento análisis no des­ históricas
topográfico truciívos, sondeos

1.2
Planteamiento Sistema de refe­
de la excava­ Forma Procedimiento reacias para las
ción de la excavación de la excavación planimetrías
de la excavación

1.3 Fichas de UE,


Las unidades de muestras, Secciones y alza.
estratigráficas de materiales, Plantas de UE y Fot�as
dos de UE de sus conjuntos de etallc
y tablas y de sus conjuntos
de materiales
1

Planta de son­ lipologlas Textos de pre­


deos,trw Diagrama de constructivas. scntación
Ficha SAE yde las UE �uitcctónicas del sondeo/área
las secciones y e los suelos de excavación

2.1 Diagramas de Texto�


Secciones vo de pe
Acuvidades,
generales Plantas Fotografías de ��
de acti . grupos de
gru,P? de de período conjunto
actividades, interpretadas actividades
períodos
y(r� y actividades

u Sea:iones Dibujos re·


Restauración Texto aarrsu­
Reconstrucción Plantas Axooomttrlas de los mate·
y narración y alzados OOOSllUCIIVOI vo de conclu­
rccoosttuctJvas rcOOOSllUCll\'IS nales llllllUC· sión
rcCX>DStnlClJVQI en alzado bles

2.3
Comunicación Publicaoón de Publicación de
Archivo las estructuras los materiales

Folletos M:uetas Proyectos


e im genes Exposición de valorización
y publicaciones tridimensionales o musco
divulgativas del monumento
informatizadas
)
)
136 HISTORIAS EN LA TIERRA

aspecto subjetivo reside solamente en el hecho de que distinguiendo las uni­


dades el excavador puede no haber sido «suficientemente» analítico en lo
que respecta a la identificación de todas las acciones «significativas» de una
estratificación. Sería muy interesante que dos arqueólogos cuya pericia fue­
ra indiscutible pudieran excavar a su manera la misma porción de espacio es­ )
tratificado para comparar al final el número de unidades halladas por ambos
)
al excavar. Sólo de esta forma se podría medir el grado de subjetividad en
una excavación arqueológica. Pero este experimento no puede realizarse
dado que dos lugares estratigráficamente idénticos no existen, visto que re­
sulta difícil determinar que dos arqueólogos tienen la misma pericia y acep­
tado que cada excavador se mueve por intereses diversos.
Las unidades de actividad, a su vez constituidas por segmentos de se­
cuencia de unidades de acción, conJJevan un ulterior deslizamiento hacia la
subjetividad interpretativa. El solo hecho de decidir el modo de articular la
secuencia estratigráfica se convierte en algo que no puede considerarse neu­
tral. Es como alterar la puntuación de un texto que puede conllevar cambios
en su significado. Por otro lado, el trabajar con ramas de secuencias en cier­
to modo conectadas entre sí es menos arriesgado, en el sentido de pérdida
del grado de objetividad, que conectar ramas secuenciales separadas entre sí
por medio de las frágiles lianas de las correlaciones, porque éstas se basan en
paralelismos entre objetos separados, en cronologías afines y en posiciones
análogas en el diagrama, pero no en obligadas relaciones estratigráficas. Al
pasar de las acciones a los grupos de acciones el grado de objetividad dismi­
nuye ulteriormente y crece, en compensación, el de la narrativa, es decir, el
del significado histórico que nosotros damos a las cosas.
Si no empezamos a reunificar lo que antes hemos distinguido en la apa­
rente indistinción del suelo, con la cautela de quien sabe que pierde seguri­
dad y el coraje de quien busca el significado de los objetos, toda la labor de
análisis previa pierde su finalidad. Imaginémonos a una araña que teje una
tela espesa, minúscula y bien anclada a objetos cercanos. Probablemente se
morirá de hambre porque la posibilidad de que un insecto pueda caer en su
trampa es mínima. Pero si, en cambio, ensancha su tela en polígonos cada vez
más amplios, aguantados por tirantes fijados a apoyos lejanos, no dejará de
cazar cada día a su presa, si bien habrá aumentado el riesgo de ver destruida
su grandiosa construcción. Quien quiera desplegar su red de conocimiento
relacionando las cosas entre sí con el arma de la abstracción e insertándolas
en clases cada vez más amplias corre riesgos análogos. El constante dividir y
reagrupar del estratígrafo no es más que el proceso del conocimiento en el
modo en que éste se refleja en el mundo terrenal de las cosas.
No nos podemos impedir el avanzar hipótesis ni el pretender una capa­
cidad asociativa desde el principio, cuando estamos todavía en la fase de di­
vidir para suscitar las cosas como elementos distintos de las tinieblas unifi­
cantes de lo subterráneo. Muchas de las más brillantes ideas que leemos en
el relato de una excavación nacen ya en los primeros días del proceso cog­
noscitivo, del primer encuentro con los objetos, con la misma rapidez con la
NARRACIÓN Y EDICIÓN 137

que se manifiesta una pasión. Pero estos golpes de intuición iniciales también
son peligrosos, pudiendo conducir a errores tan inútiles cuanto clamorosos,
por lo cual es mucho más inteligente fijarse con la mente en blanco a la nor­
ma del árbol estratigráfico, para que los frutos nazcan de éste tras la madu­
ración y no se cuelguen al mismo desde fuera, como se hace con los árboles
de Navidad. Todo esto significa que, a cada paso hacia la interpretación libre
y personal, debemos asegurarnos de haber exprimido la linfa estratigráfica
en cada una de sus gotas de relativa objetiva necesidad. Sólo entonces nues­
tra audacia reconstructiva provendrá de la esencia de las cosas y, cuando se
vea obligada a separarse momentáneamente de ellas, representará en cual­
quier caso su espíritu en la forma más consecuente. En esta fantasía al hu­
milde servicio de la verdad, dentro de los límites en los que ésta pueda ma­
nifestarse, reside la parte éticamente mejor y estéticamente más bella del
trabajo del excavador.
Hay que tener buena capacidad de síntesis para dominar una avalancha
de hechos aislados que puede aplastamos antes de que hayamos sido capa­
ces de extraer la porción de discurso en aquéllos implícita. Pero si no experi­
mentamos el drama de la pérdida de objetividad no estaremos nunca seguros
de haber utilizado cada uno de los indicios mínimos como un ladrillo para
erigir nuestra construcción histórica. Por otro lado, ¿qué edificio erigiríamos
si no sintiéramos el deseo de liberarnos razonablemente de aquellos ladrillos
para imaginamos la futura arquitectura y para proyectar el modelo con el
que capturar lo que queda de la verdad después de haberla desmontado para
sacarla a la luz? Sin la obsesión divisora del detalle y el delirio unificador de
la teoría (vicios mentales extremos templados por su continua alternancia)
no existe una investigación profunda, pero es difícil mantener en equilibrio
estas dos tendencias opuestas.
En el momento en que se pasa del reino de la secuencia estratigráfica de
las unidades de acción al de la secuencia de las unidades de actividad, el ex­
cavador cruza el límite que separa la materialidad de la documentación de la
narración de las vicisitudes humanas. Las unidades de actividad ya no son
de hecho realidades estratigráficas, sino grumos de problemas y, por lo tan­
to, de narraciones: núcleos de existencia traducidos en artefactos. Habiendo
partido de los «átomos» de la materia documental, entrevemos ya a este ni­
vel una historia que va tornando forma. Nada hay más fascinante que este
proceso de destilación que traduce el desorden indefinible de los mundos pa­
sados en estados de cosas organizadas y configuradas. Aquí reside la capaci­
dad de revivificación de la arqueología.
Como en todo buen proceso de destilación, se dan diferentes momentos
en los que tienen que acaecer cosas diversas. Anticipar el después o retrasar
el antes no lleva a buenos resultados, al igual que la entrada a destiempo de
un instrumento musical. Una intervención con un grado excesivo de subjeti­
vidad desentona en una fase inicial de la reconstrucción, mientras que puede
insertarse armoniosamente en una fase final. La discusión a un cierto nivel
tiene que tomar en cuenta sólo los datos ya presentados en los niveles pre­

.L
)
1
)
1
138 HISTORIAS EN LA TIERRA

cedentes, sin anticipar otras consideraciones que deberán exponerse en aque­


llos sucesivos. De todos es bien conocida la fragilidad de las hipótesis. Son )
como pequeños tiranos que reinan, tras haber matado a su antecesor, a la es­
pera de morir ellos mismos asesinados. Si una estratificación se ha traducido
en relato siguiendo estas reglas, hipótesis concretas o piezas de reconstruc­
ción pueden sucumbir ante los ataques de la crítica, pero la herida produci­
da por esta falsificación rápidamente se rinde ante otros datos más difícil­
mente cuestionables. De esta forma, la raíz del organismo científico no se ve )
afectada y el daño puede repararse fácilmente, como una vía de agua en una )
nave construida con compartimentos estancos.
Cuanto más radicalmente profundo es el nivel de la investigación y más
se acerca a las partículas que nos interesa considerar «últimas» de la materia
histórica, más desconcertante nos parece la naturaleza humana; igual que al
observar cualquier objeto al microscopio, cuando las formas más banales y
razonables parecen de improviso tan extravagantes que convierten en razo­
nables las más abstractas inspiraciones de los pintores. La invención arbitraria
y la incursión furtiva pueden revitalizar una aburrida realidad ya sabida, pero
quien no se canse de excavar y de pensar no tendrá necesidad de drogas esti­
mulantes para experimentar el placer de lo desconocido. Lo habían ya com­
prendido los grandes novelistas del siglo pasado, desde Balzac que en Béatrix
mira a Guéronde como una «Herculanum de la Féodalité, moins le linceul de
lave». Esta «archéologie morale» suya es la que le permite prescindir de la
remoción de los estratos de tierra para descubrir el aspecto antiguo incluso
del más reciente pasado, que merece ser estudiado en sus mínimos residuos
como si se tratara de una nueva civilización enterrada. En esto difiere el no­
velista de los historiadores normales, «plus occupés des faits et des dates que
des moeurs». ¿No son las costumbres enterradas de los hombres la cultura de
la materia por ellos transformada en vida? Toda la Comédie no es más que
una «archéologie du mobilier social»,1 una antropología ­los campesinos
franceses son vistos como pieles rojas: «il n'y a pas besoin d'aller en Ameri­
que pour observer des sauvages»­2 que sabe transformar la estratificación
( «le mobilier» ), a través de la estratigrafía ( «l'archéologie» ), en un relato hu­
mano («social») que sea verosímil: «Je vais vous faire rever avec du vrai».3
El arqueólogo estratígrafo de hoy y este género de novelista ya extingui­
do dejan frecuentemente los grandes acontecimientos en un segundo plano
para aventurarse en la oscuridad de las pequeñas acciones, emociones y ob­
sesiones, que por su cantidad y encadenarse determinan una gran parte de
nuestra vida, quizás mayor que la fijada por los grandes acontecimientos que
siempre han hecho historia. Ambas partes saben que la explicación del desa­
rrollo histórico es infinitamente más compleja de cuanto creen los que de la
historia se consideran profesionales. Prefieren tomar desde una cierta dis­
tancia la «comedia humana» y afrontan con paciencia, podríamos decir que
a cámara lenta, la descripción de los detalles, evitando especialmente preci­
pitarse sobre la solución del relato. Para ellos la esencia que buscan reside en I
el trazado del itinerario y entre mil dificultades llegan a entrever, al fin, las l
l
1
NARRACIÓN Y EDICIÓN 139

cimas de los grandes acontecimientos, pero, sin la expansión y acumulación


gradual de las colinas, ¿qué serian aquellas montañas?

Actividades, grupos de actividades y acontecimientos/períodos

La secuencia estratigráfica es, ante todo, una serie de resultados mate­


riales de acciones ordenada en el tiempo relativo: «primero esto, después
aquello». En el campo de las acciones mínimas lo que cuenta es «el antes y el
después», es decir, la concatenación continua de los acontecimientos. Inten­
tar fechar de forma absoluta cada mínima acción individual es una operación
irrelevante y técnicamente bastante difícil. Ha habido una etapa caracteriza­
da por el culto a la unidad estratigráfica en sí misma, reacción comprensible a
la costumbre precedente de desenterrar (Lamboglia, 1950; Carandini­Panella,
1968­1977). Pero ahora ya hemos entrado en una nueva etapa de la arqueo­
logía, diferente y más avanzada, que sabe indagar en la formación de cada es­
trato sin perderse en él, sabiendo que el significado histórico más estimado
reside en la arquitectura de conjunto de la estratificación, en un hábitat o en
una necrópolis.
A medida que se pasa de los segmentos secuenciales de acciones a las ac­
tividades, a los grupos de actividades y a los acontecimientos/períodos, se en­
tra en el reino de la transformación, del tiempo absoluto, del «cuando». Si la
unidad interpretativa de base no es la unidad de acción o estratigráfica, sino
la unidad de actividad, es esta última a la que hay que atribuir una cronolo­
gía absoluta y la que se convierte en núcleo primario de la descripción y de
la interpretación. La datación absoluta de una actividad es bastante más se­
gura que la datación absoluta de una sola acción. Esta última, de hecho, ra­
ramente dispone de recursos suficientes para poder fecharse por sí sola,
mientras que en el caso de la actividad son varios los estratos cuyos materia­
les concurren en la datación, por lo que ésta se basa en una documentación
más amplia. El paso de las acciones a las actividades simplifica notoriamen­
te la estratificación, permitiendo tomarla en un nivel considerable de sínte­
sis. En el caso de Settefinestre se pasó de 4.064 unidades estratigráficas a 450
actividades en sentido amplio, por lo que en término medio se necesitaron en
aquella reconstrucción nueve acciones para constituir una actividad (Caran­
dini 1985a, 1 **, índices).
Una vez determinadas las actividades hay que subir otro escalón en la
síntesis, aglutinando las propias actividades en grupos de actividades y en
acontecimientos/períodos. Los grupos de actividades designan grupos de ha­
bitaciones que forman un barrio o grupos de tumbas correspondientes a una
unidad familiar­social. Los acontecimientos/periodos se refieren a soluciones
de continuidad relativas a un edificio, una manzana, una necrópolis, y articu­
lan de forma significativa un segmento de historia distinto. En casos espe­
cialmente sencillos (como el de Settefinestre) puede resultar útil fechar los
períodos en vez de cada una de las actividades, pero en las excavaciones ur­
, )
1 )
140 HISTORIAS EN LA TIERRA 1 )
1
banas el problema se puede plantear de forma diversa. Con la fase y el pe­
ríodo estamos ante el mismo nivel de síntesis que con las plantas compues­
tas, de hecho, la determinación de las fases y de los períodos es la condición
previa de las plantas relativas a éstos. Hay que recordar que, mientras exis­
ten plantas de unidades de acción o estratigráficas y de fases o períodos, no
se prevén las plantas de actividad o de grupos de actividades, al menos en
cuanto se refiere a la documentación básica de la excavación. Es a nivel de
las fases y de los períodos donde las unidades de la excavación conectan con
los grandes acontecimientos históricos, por lo que «una» destrucción de Car­
tago se convierte en «la» destrucción de Cartago del 146 a.C. y «un» incen­
dio de Roma se convierte en «el» incendio del 64 d.C.
En tomo a este proceso, que ve la materia prima del relato desplegarse
gradualmente a través de diversos y progresivos niveles de síntesis hasta lle­
gar a la narración histórica, se ha reflexionado mucho en Inglaterra y, parti­
cularmente, en el Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Lon­
dres, que ha redactado un manual (en 1986, con sucesivas actualizaciones)
para la redacción de los informes de las excavaciones a archivar. A partir de
estas recientes reflexiones y adaptándolas a nuestras circunstancias expone­
mos cómo desde el punto de vista práctico se puede pasar de las unidades es­
tratigráficas al diagrama interpretado y periodizado.
Para empezar hay que aclarar algunos conceptos. El diagrama estratigrá­
fico es como un árbol. Los recorridos a través de las ramas, formados por la 1
)
sucesión temporal de las acciones interrelacionadas estratigráficamente, de­ 1
terminan las secuencias. Allí donde convergen todas las secuencias hay un
punto nodal. Donde lo hacen solamente algunas secuencias hay un punto se­ )
minodal, cuya eficacia en la determinación de la secuencia es menor a la del 1
punto nodal, porque en aquél no confluyen todas las secuencias estratigrá­ )
1
ficas vecinas al mismo. La longitud de recorrido de una secuencia viene de­
terminada por la distancia entre los puntos nodales y los seminodales. Un
tramo del recorrido de una misma secuencia, compuesto por dos o más uni­
dades estratigráficas, se llama segmento. Cuando unidades de diferentes se­
cuencias se reagrupan en una sola unidad de interpretación se dice que se in­
corporan a ésta. Cuando unidades de interpretación se colocan al mismo 1
nivel del diagrama significa que sus cronologías son correlativas entre sí. Una )
1
actividad puede incorporar diversos segmentos de una misma secuencia o de
diversas ramas secuenciales conectadas a un mismo punto nodal. Los seg­
mentos de secuencia y las actividades son, tras la definición interpretativa de
cada una de las unidades estratigráficas (estrato de construcción, de ocupa­
ción, de destrucción, etc.), los primeros núcleos sintéticos de interpretación,
aún bien ligados a los criterios estratigráficos: son, por lo tanto, unidades pri­
marias de interpretación. Los grupos de actividades, en los que pueden in­
corporarse actividades diversas relativas a las mismas o a diferentes ramas de
secuencias ligadas a varios puntos nodales, son, en cambio, unidades secun­
darias de interpretación, ya que prescinden mayoritariamente de las relacio­
nes estratigráficas y siguen, más bien, criterios interpretativos. Uno o más
1
J NARRACIÓN Y EDICIÓN 141
1
grupos de actividades, secuenciales o correlativos, constituyen el diagrama
1 estratigráfico de una unidad topográfica o de un edificio. A un nivel todavía
1 superior pueden imaginarse conjuntos de grupos de actividades pertenecien­
tes incluso a edificios distintos, que determinan acontecimientos importantes
1
relativos a un conjunto de unidades topográficas o de edificios. Si todos los
grupos de diferentes diagramas relativos a un conjunto arqueológico pueden
ponerse en correlación entre sí, se obtienen fases y períodos, es decir, unida­
des de tiempo que se hallan en relación con la globalidad del objeto en estu­
dio. Por lo tanto, pueden imaginarse dos tipos distintos de diagramas: 1) es­
tratigráfico, o de unidades estratigráficas, y 2) interpretativo, o de actividades
y de grupos de actividades. En este último caso, el número de cada actividad
va precedido por el número de grupo de actividades. Las relaciones a un ni­
vel superior entre grupo y grupo o entre actividades de grupos diferentes
pueden superar las dimensiones del diagrama y pueden presentarse como re­
alidades correlativas entre diferentes árboles estratigráficos. Dichas correla­
ciones no constituyen, no obstante, ulteriores unidades de síntesis que deban
ser numeradas.
Llegados a este punto, puede resultar útil individualizar la jerarquía de
las estructuras que se pueden identificar en una excavación. Los estratos (mu­
ros, pavimentos, etc.) son como las hojas del árbol estratigráfico. Conjuntos
de estratos que forman divisiones funcionales de estancias (alcobas, implu­
vios, hogares, etc.) son como las pequeñas ramas. Las estancias son las ramas.
Diversas estancias que forman un sector (del atrio, del peristilo, de los baños,
etc.) son los troncos. Uno o más sectores constituyen una unidad topográfi­
ca, es decir, un edificio, como una casa, y corresponden a un árbol estrati­
gráfico. Un conjunto de edificios constituyen una parte de un complejo, un
grupo de árboles, y todos los edificios, como los distintos edificios de una mis­
ma villa o las casas de una misma ínsula, forman el conjunto arqueológico de
un yacimiento determinado, es decir, el bosque. Los diagramas estratigráficos
elaborados en la propia excavación o ya en el laboratorio pueden correspon­
der a más de un edificio, pero resulta oportuno hacer coincidir los diferentes
sectores de una excavación con los diversos edificios de un conjunto, de for­
ma que a los distintos edificios puedan corresponder, al editar el estudio,
cada uno de los diagramas interpretativos (como se hizo en la villa de Sette­
finestre).
Al interpretar un diagrama estratigráfico es aconsejable seguir los si­
guientes criterios, actualmente en uso en el Departamento de Arqueología
Urbana del Museo de Londres. 1) Es necesario, ante todo, articular el árbol
del diagrama en troncos y ramas, es decir, en diferentes bloques estratigráfi­
cos delimitados por los puntos nodales y serninodales, y acompañar el núme­
ro de las unidades estratigráficas con su interpretación o definición. 2) En el
marco del primer bloque estratigráfico tomado en cuenta hay que individua­
lizar la secuencia primaria, la compuesta por el mayor número de unidades
estratigráficas, para poder organizarla en segmentos interpretativos, en la que
uno o más de estos segmentos puedan formar actividades o núcleos de acti­

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)

)1
142 HISTORIAS EN LA TIERRA
)

vidades. 3) Es necesario, por lo tanto, identificar en el propio bloque estra­


tigráfico las secuencias secundarias, terciarias, etc., compuestas por un núme­
ro decreciente de unidades estratigráficas, para organizarlas en segmentos
interpretativos, en los que formar actividades independientes o partes de ac­
tividades a incorporar en los núcleos de actividades ya identificados en la se­
cuencia primaria. 4) Hay que hacer lo mismo con los otros bloques estrati­
gráficos y si se quiere incorporar actividades pertenecientes a los mismos
bloques estratigráficos o a bloques distintos hay que formar grupos de acti­
vidades (figura 121; Carandini, 1990).
)

)
Las reconstrucciones gráficas
)
Toda la documentación gráfica de una excavación no se publica, ya que
es objeto de un proceso de condensación sintética similar al que se ha visto
en relación al diagrama. Las plantas de las unidades estratigráficas se dividen
en dos grupos. El primer grupo sirve para elaborar las plantas compuestas y
el segundo acaba, tras haber sido utilizado, en el archivo donde, en el futuro,
servirá para el control general de los datos. Las secciones de cada una de las
unidades estratigráficas también se dividen en dos grupos, el primero de los
cuales, formado por las unidades estratigráficas más significativas, será el úni­
co que llegará a la imprenta. También en dos grupos se dividen las grandes
secciones y los alzados, editándose sólo el primero, formado por los gráficos
más elocuentes. La documentación más importante a elaborar en forma de
dibujo la constituyen, como ya se ha dicho, las plantas compuestas y de pe­
ríodo que, por norma, tienen que publicarse todas. Las secciones interpreta­
das con unidades estratigráficas caracterizadas por períodos y las plantas es­
quemáticas caracterizadas por fases de las estructuras constructivas pueden
facilitar ulteriormente la lectura de la excavación, permitiendo su compren­
sión a los historiadores y a todos aquellos que estén interesados en ella.
Pero si queremos tomar en consideración los edificios como realidades
globales, la documentación gráfica hasta aquí descrita resulta insuficiente.
Faltan las reconstrucciones en las que el arqueólogo restaura la integridad de
los restos a partir de pruebas, indicios y comparaciones. Éstas pueden pre­
sentarse en forma de plantas (basadas en la planta compuesta), de sección­
alzado (basada en la sección interpretada), de axonometría (basada en las
anteriores) y de dibujos en perspectiva, que pueden hacerse también a partir
de fotografías (Carandioi, 1985a, 1 **, figuras 55 y 88; Merlo, 1990, figuras 7,
23 y 27). El punto culminante de la reconstrucción arqueológica es la crea­
ción de objetos tridimensionales como las maquetas, cuya publicación, en
forma de fotografía, puede ser de gran utilidad.
Una vez relegado el aparato filológico a los correspondientes gráficos
(como las plantas compuestas), uno tiene ya la libertad de recrear la realidad
perdida en las reconstrucciones de conjunto y de detalle. Si las reconstruc­
ciones deben simular la vida perdida, intentando recuperar lo que podríamos
NARRACIÓN Y EDICIÓN 143

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FIGURA 121. El primer número se refiere al grupo de actividades, el segundo a la ac­


tividad y el tercero (entre paréntesis) a la acción o unidad estratigráfica. Las activi­
dades 6 y 7 son posteriores a la 8 y anteriores a la 5, pero no existe una relación de
precedencia entre ellas. La secuencia primaria es la de la izquierda porque tiene dos
unidades estratigráficas más, mientras que la secundaria es la de la derecha, que tie­
ne dos unidades estratigráficas menos. En este bloque estratigráfico son frecuentes
los puntos nodales (1­3, 10­12, 19­20). Como puede observarse, las actividades pue­
den tener secuencias diversas (primaria y secundaria) porque se refieren a los mismos
puntos nodales. En dicho caso, los grupos de actividad se refieren a un mismo bloque
estratigráfico, pero en otros casos éstos pueden unificar actividades de secuencias
convergentes en puntos nodales diversos.

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144 HISTORIAS EN LA TIERRA
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llamar los proyectos arquitectónicos originarios, tienen que ser no ya esque­ )
máticas sino naturalistas y, mucho mejor, si están enriquecidas con el color
(Carandini, 1985a, 1 • y 1 ••, passim). Por dicho motivo, las reconstrucciones
pueden ser de parte de una habitación, de una estancia, de un grupo de éstas 1
o sector, del conjunto de un edificio o de una parte o la totalidad de un con­ )
junto. En las plantas reconstructivas hay que indicar los recorridos (de los 1
)
propietarios, del servicio, etc.), es decir, la circulación entre las diferentes sa­ 1
las, aunque sólo sea para mostrar en la reconstrucción del período sucesivo h}
cómo el tapiado de algunas puertas y la apertura de otras es suficiente para )
alterar el significado de toda la planimetría. En los correspondientes pies de 11
figura se explican las funciones de cada una de las estancias, que pueden va­ )
11
riar en los periodos sucesivos (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 97, 134 y 138).
Pero las reconstrucciones en su conjunto no presuponen solamente la totali­ 1
dad del aparato filológico aplicado a lo relativo a la excavación, sino también )
l
un amplio conocimiento de la historia, del arte y de la antigüedad, que es el )
que permite establecer los paralelismos necesarios. La altura de las diversas
estancias de la villa de Settcfinestrc se ha reconstruido, por ejemplo, a partir
de la media de las medidas que se pueden obtener en las estancias análogas
mejor conservadas en la zona del Vesuvio (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 164
ss.) y una casa aristocrática de la Roma arcaica se ha reconstruido, decorado
y amueblado inspirándose en las tumbas etruscas coetáneas de Cerveteri y
Tarquinia (Carandini, 1990a, la maqueta se conserva en el Museo della Ci­
viltá Romana de Roma).
En el siglo pasado y a principios del presente se documenta una verda­
dera pasión por las reconstrucciones gráficas, las maquetas y las casas de ta­
maño natural hechas siguiendo modelos antiguos, como la del arqueólogo S.
Reinach en Beaulieu­sur­Mer, y por todo lo que pueda servir para facilitar la
comprensión de los monumentos del pasado.4 Después de la última guerra
mundial este interés ha sido eliminado, sustituido por propósitos de equí­
voco cientificismo (Carandini, 1987b). Nada hay más mezquino y perjudicial
que este culto fetichista por lo que queda, sea un fragmento o una ruina,
y que prohíbe la hipótesis reconstructiva incluso sobre el papel. Para recons­
truir es necesario basarse en una infinidad de datos detallados y en una vas­
ta cultura. Tan sólo quien no dispone de aquélla puede simular que los anti­
guos vivían entre muros de dos palmos de altura y al aire libre. Carece de
sentido opinar que una hipótesis no merece una reconstrucción porque otras
hipótesis también sean posibles o porque haya sido formulada en un mo­
mento demasiado reciente. No es justo que tan sólo deban publicarse o dar­
se a conocer las soluciones ya consolidadas o unívocas. Los lectores y los
observadores tienen el derecho de conocer las diversas tendencias interpre­
tativas y lo que está ocurriendo en el campo de la investigación. Existe un te­
mor paralizante y autodestructivo a equivocarse, por lo que se evitan las re­
construcciones injustamente consideradas demasiado audaces o se las acepta
tan sólo como vagos trazos volumétricos o divagaciones divulgativas alejadas
de la seriedad de la investigación científica. Se deben soportar, en cambio, los
NARRACIÓN Y EDICIÓN 145

posibles errores que podamos cometer, considerándolos no como desviacio­


nes de la verdad, sino como elementos productores de movimiento hacia una
verdad, en cualquier caso, inalcanzable.
Puede resultar aquí de utilidad una experiencia personal. Al preparar
con S. Settis la exposición relativa a la excavación de la villa de Settefinestre
(Carandini­Settis, 1979) tuve la ocasión de reflexionar por primera vez sobre
las reconstrucciones para ayudar al público a entender la naturaleza del mo­
numento. Al levantar gráficamente muros, pilares y columnas y al prever co­
berturas surgían problemas arquitectónicos que acabaron por constituir el
patrimonio de preguntas a partir del cual se planteó la sucesiva campaña de
excavación. De ello se deduce que excavar en la forma más rigurosa y re­
construir gráficamente en la forma más completa, en vez de contradecirse,
constituyen fases opuestas y complementarias de una misma investigación.
Las hipótesis reconstructivas constituyen un medio fundamental para com­
prender, mediante lo que ha desaparecido parcial o totalmente, lo que, en
cambio, todavía existe. Así se explican finalmente las realidades estratigráfi­
cas en un contexto más amplio y problemático y se busca de tal manera cada
uno de los indicios que permitan reconstruir una estructura lo menos arbi­
trariamente posible.'
Por otro lado, sin reconstrucciones gráficas no se puede pensar en ma­
quetas ni en imágenes tridimensionales en el ordenador para exposiciones y
museos,6 ni en valorizaciones al aire libre en los parques arqueológicos. No
es siempre conveniente restaurar de forma radical un edificio porque algunos
derrumbes especialmente significativos, hermosos y famosos constituyen en
sí mismos un documento de la historia del monumento, un monumento del
monumento, y son parte integrante de un paisaje de ruinas clásico del que no
sabríamos prescindir, aunque la pasión romántica por la ruina sea para no­
sotros algo ya superado. Es aconsejable no manipular demasiado las ruinas,
haciendo, en cambio, gráficos reconstructivos o maquetas junto a ellas o, aún
mejor, en el museo local.
Un cierto retraso en las reconstrucciones arqueológicas explica por qué
en Italia faltan libros de divulgación arqueológica seria, con ilustraciones re­
constructivas del tipo de las realizadas por Connolly (1979), Hoepfner (re­
construcción de las casas de Priene del Antikenmuseum de Berlín) y Case­
Ui.7

La edición de las estructuras

No es económicamente posible ni, en principio, aconsejable publicar


todo el continuum que de los pequeños detalles conduce a las grandes evi­
dencias. Una parte de la documentación debe reservarse para el archivo de
la excavación, si puede ser bien organizado y consultable, dejando sólo lo
mejor para la edición (Grinsell­Rahtz­Williams, 1974). La parte que debe de­
jarse para el archivo es, sin duda, la relativa a cada una de las unidades es­
)
146 HISTORJAS EN LA TIERRA

tratigráficas (fichas y documentación correspondiente). Por otro lado, resul­ )


ta útil que todas las unidades estratigráficas identificadas se mencionen, al )
menos una vez, en la publicación para poder, si se diera el caso, acceder al ar­
chivo mediante cada ladriJlo (unidad de información) de la construcción
científica y permitir el control de la publicación en cada uno de sus puntos.
Las microfichas, en un sobre al final del volumen, pueden ser un puente en­
tre archivo y edición, que permite aligerar notablemente la publicación (en
Italia muchos editores rechazan esta solución).
No se puede publicar un conjunto arqueológico sin subdividirlo en uni­
dades topográficas o monumentos. Los diferentes edificios o cuerpos de fá­
brica o sus diversos pisos se convierten en los apartados naturales de la pu­
blicación. A veces incluso un único edificio puede parecer demasiado grande
para poder entrar en una sola planta compuesta, por lo que conviene subdi­
vidirlo en partes o sectores (parte urbana/atrio, parte urbana/peristilo, parte
rústica, basis, etc.). Estas divisiones después pueden aparecer recompuestas
en el diagrama interpretativo, en el texto y en las plantas reconstructivas.
El texto relativo a los diversos cuerpos de fábrica debería comenzar con
una introducción con noticias sobre la estrategia y la táctica de la excavación, )
sobre los excavadores y sobre otros aspectos generales de la investigación.
Las diferentes actividades de cada cuerpo se deberían exponer articulándo­
las en períodos, fases y grupos de actividades, los mismos que figuran en el
diagrama interpretativo del edificio. Períodos/fases y eventualmente grupos
de actividades deberían tener sus propias introducciones. A veces resulta útil
fechar cada una de las actividades citando los materiales más significativos,
desde el punto de vista cronológico. Otras veces se pueden fechar mejor los
grupos de actividades y no faltan ocasiones en las que basta fechar fases y pe­
ríodos. Cada actividad debería estar definida por un número de actividad
precedido por el de grupo de actividades, a continuación de los cuales debe
haber un título que ilustre su interpretación, acompañado por el número de
la habitación o de las habitaciones implicadas: 3.27 Reestructuración de los
baños pequeños (A. 48, 57 y 33) = Grupo de actividades 3, Actividad 27, Re­
estructuración de los baños pequeños (Habitaciones 48, 57 y 33). En el dia­
grama del edificio y en el texto deberían aparecer también los grupos de ac­
tividades y las actividades «fantasma», que son conjuntos de acciones no
excavados o sólo razonablemente previstos (como el revestimiento desapa­
recido de una habitación que ha sido totalmente sustituido en una fase suce­
siva, o como las habitaciones de un primer piso razonadamente hipotetizado,
etc.). Dejar de lado estos grupos de actividades «fantasma» significa no ser
lógicos y crear lagunas inexplicables en la secuencia de la narración, que para
ser continua y no desconcertar debería evitar cualquier tipo de bloqueo y de
�,
salto. Si bien crear unidades estratigráficas «fantasma» sería un error imper­
donable, los grupos de actividades y las actividades «fantasma» están permi­
tidas en cuanto que unidades interpretativas encaminadas a convertirse en
puentes para superar los vacíos de la documentación.
Cada edificio o cada uno de sus pisos tiene que tener en la publicación su
NARRACIÓN Y EDICIÓN 147

propio diagrama por períodos y articulado en grupos de actividades y activi­


dades. Para compensar la falta del diagrama estratigráfico por acciones, que
en muchos casos no se puede publicar a causa de sus dimensiones, se puede
recurrir a la solución de publicar los segmentos de dicho diagrama que hacen
referencia a las diversas actividades. Pero esta solución también es costosa.
Un resultado parecido se puede obtener, con un coste mínimo, utilizando al­
gunas habilidades y signos diacríticos en la escritura. El texto que ilustra una
actividad debe, en dicho caso, mencionar las acciones que la componen según
el orden establecido en el diagrama. Para poder obtener el diagrama estrati­
gráfico del texto basta seguir las reglas siguientes: 1) cada vez que se sube de
nivel en el diagrama por acciones, se debe poner detrás del punto un guión;
2) cuando hay que volver hacia atrás en el diagrama con el fin de comenzar
a explicar la secuencia, a partir de otra rama del diagrama, hay que poner un
punto y aparte. Cuando diversas actividades se encuentran en el mismo nivel
en el diagrama interpretativo, deben describirse siguiendo el orden ( de iz­
quierda a derecha) del diagrama de actividades, que debería coincidir con el
de una visita didáctica ideal al monumento. Dicho orden puede cambiar, na­
turalmente, según los períodos.
Una unidad estratigráfica se puede identificar así: NAS, 3.24 (4.114) =
Edificio de los nuevos alojamientos para el servicio, grupo de actividades 3,
actividad 24 (sondeo/área 4, unidad estratigráfica 114). En la excavación de
un conjunto resulta conveniente utilizar una única serie numérica para no te­
ner que especificar, como ahora, el número de sondeo/área, lo que complica
notablemente el texto. Cuando aparece una misma unidad estratigráfica en
diversas áreas, sondeos o sectores se identifica con diversos números, por lo
que resulta necesario establecer equivalencias. En el texto deben aparecer, al
menos una vez, todas las equivalencias, mientras que en los otros puntos o en
los dibujos puede aparecer sólo el número más bajo de las diversas identifi­
caciones. Al describir las acciones hay que ser claros y concisos. Cuando se
repiten unidades estratigráficas o materiales estructurales resulta útil hacer
referencia a diversas tipologías que deben ilustrarse al inicio de la publica­
ción: técnica de construcción de los muros (cuyos números de tipo pueden es­
tar precedidos por 1: 1.1, 1.2, etc.), umbrales (2.1, 2.2, etc.), revestimientos
pavimentales (3.1, 3.2, etc.) y parietales (4.1, 4.2, etc.), revestimientos de te­
rracota (5.1, 5.2, etc.), y seguir de este modo (incluso para los revestimientos
de los techos, para los estratos de tierra, etc.). Los bienes muebles de interés
estructural (vidrios de ventana, clavos, ladrillos, etc.) se pueden tratar inde­
pendientemente en el texto relativo a los bienes muebles, pero deberían
mencionarse en las descripciones de las actividades. AJ principio de los gru­
pos de actividades relativos a los revestimientos o a las preparaciones hay
que ilustrar los elementos extraídos de la excavación (materiales muebles in­
cluidos) y del estudio comparativo de carácter literario y monumental, que
se han utilizado para las reconstrucciones gráficas de detalle y de conjunto,
de tal forma que la explicación de la excavación tienda a aquel tipo de re­
composiciones de hechos e imágenes que constituyen el objetivo primordial
148 HlSTORlAS EN LA TIERRA

de toda investigación arqueológica. En la descripción de las actividades se


puede unificar la descripción con la interpretación e incluso llevar esta últi­ )
ma al final del texto, después de un punto y aparte. Lo ideal sería una escri­
tura fluida y comprensible incluso para el lector no especializado.
Las restauraciones de las decoraciones arquitectónicas deberían publi­
carse aparte, después del texto relativo al último cuerpo de fábrica, haciendo
referencia a las diferentes actividades. También pueden preverse aparte otras
elaboraciones críticas de carácter especial (ilustraciones de maquinaria, arti­
lugios técnicos, etc.). Al final de la investigación debería publicarse un pro­
yecto de valorización del conjunto arqueológico.
Las diferentes reconstrucciones y las diversas narraciones de aconteci­
mientos por cuerpos constructivos deberían confluir en el modelo interpre­
tativo final, que constituye la elaboración concluyente de la publicación de la
excavación. La descripción de las actividades corresponde realizarla a los res­
ponsables y vicerresponsables de cada sector de la excavación, mientras que
la elaboración final se reserva al director de la excavación, al igual que el
control de toda la edición.
El índice de la publicación de una excavación podría articularse en los si­
guientes apartados: 1) Introducción. 2) Cuestiones históricas y conocimien­
tos adquiridos. 3) Estrategia de la excavación. 4) Método utilizado en la do­
)
cumentación (escrita y gráfica). 5) Paleoambiente y contexto topográfico del
conjunto. 6) Tipología de las técnicas constructivas, de los revestimientos ar­
quitectónicos y de los suelos. 7) Descripción de la secuencia interpretada y de
las reconstrucciones de los diversos edificios del conjunto por períodos, fases,
grupos de actividades y actividades. 8) Restauraciones. 9) Otros estudios crí­
ticos. 10) Proyecto de valorización. 11) Interpretación final. 12) índices {Ha­
bitaciones, Grupos de actividades/actividades, Unidades estratigráficas). 13)
Bibliografía (Carandini, 1985a, 1*, 1**, sumario de los dos tomos). Este
modo de entender la publicación de la excavación puede servir para publicar
en el mejor modo incluso excavaciones realizadas con métodos estratigráfi­
cos superados y también viejas excavaciones (Carandini­Panella, 1977, pp.
415 ss.; Carandini et al., 1989).
También es posible pensar en publicaciones de excavaciones más ágiles
que se limiten a ilustrar sintéticamente los grupos de actividades estratigráfi­
cas relativas a una sola excavación o a diversas excavaciones y para uno o
más períodos históricos. Esto se puede realizar especialmente cuando en un
departamento de arqueología urbana la metodología utilizada está, desde
hace tiempo, unificada, es de alto nivel y se halla perfectamente archivada,
como ocurre en el departamento del Museo de Londres (Aspeas of Saxo­
Norman London, 1988). Depósitos y archivos inadecuados constituyen los
presupuestos de publicaciones mastodónticas, porque lo que no se incluye en
la publicación corre el riesgo de perderse irremediablemente.
Una propuesta interesante, relativa a la publicación de excavaciones, ha
sido avanzada por D. Manacorda (Manacorda et al., 1990), gracias a la cual
se puede pensar una publicación más ágil que la de Settefinestre. La pro­
NARRACIÓN Y EDICIÓN 149
puesta se basa en la publicación esencial de los materiales muebles, presen­
tados al final de los textos relativos a los grupos de actividad o a las activi­
dades, con el objetivo de datarlos de forma absoluta y comprender sus fun­
ciones. Resulta controvertido saber si se deben incluir también los materiales
significativos sólo desde un punto de vista tipológico. Se prevén ilustraciones
selectivas de piezas importantes desde una óptica tipológico­cronológica y
funcional, con pies de figura de una cierta consistencia. Muchos estratos ar­
queológicos tienen un interés meramente instrumental y sólo algunos de
ellos incluyen depósitos de gran interés ceramológico o de otro tipo. En di­
cho caso, se puede recurrir a apéndices, o incluso a publicaciones separadas
e independientes de núcleos de materiales importantes por sí mismos, al mar­
gen de la relación con las estructuras con las que se hallaban asociados en la
estratificación. También resulta controvertida la conveniencia o no de inter­
calar, período por período, las síntesis histórico­topográficas, reservadas a
quien ha dirigido la investigación, entendidas como introducciones a las ilus­
traciones de los grupos de actividades y de las actividades, reservadas en
cambio a los responsables y a los vicerresponsables de la excavación. La pu­
blicación de documentos ajenos a la excavación pero directamente relacio­
nados con el yacimiento o interesantes como paralelos, según este modelo,
debería incluirse en los textos de síntesis.
Una vez que se ha decidido que la publicación de los materiales esté en
función del objetivo que se considera principal de la publicación, es decir, de
las estructuras topográfico­arquitectónicas,8 es mejor eliminar de la publica­
ción los materiales aislados que tienen un mero valor tipológico, con el fin de
no incrementar la exposición de los acontecimientos histórico­estructurales
con aportaciones de carácter eminentemente erudito. Esta suma de diversas
contribuciones específicas puede colocarse mejor en sedes más especializa­
das. Diferente puede ser el destino de contextos consistentes y orgánicos de
materiales muebles más directamente relacionables con la historia del yaci­
miento. Pero nada impide que se publiquen en otro lugar. Quizás resulta más
adecuado mantener separados los diversos niveles de síntesis, empezando
por el relativo a los grupos de actividades y a las actividades y siguiendo con
el de la síntesis histórico­topográfica, de forma que la lectura de los dos ni­
veles se pueda desarrollar consecutivamente, nivel a nivel, sin tener que sal­
tar fragmentos de texto para poder reemprender el discurso que se había
elegido seguir. Parecería lógico ilustrar las actividades con las imágenes de
las estructuras, dejando para las láminas finales las figuras de los materiales
importantes desde el punto de vista tipológico­cronológico y funcional. Du­
rante muchos años la arqueología se ha interesado primordialmente por los
materiales bellos considerándolos aisladamente de sus contextos topográfi­
cos. La ceramología actual corre el riesgo de repetir el mismo error: dejar en
un segundo lugar el aspecto arquitectónico y decorativo, que debería ser,
en cambio, el objetivo principal. La cerámica puede convertirse por sí mis­
ma en el objeto principal de una publicación, por ejemplo en una investiga­
ción acerca de la reconstrucción de la producción y circulación de los pro­
)

150 HISTORIAS EN LA TIERRA

duetos, pero en dicho caso el enfoque prescinde completamente de las es­ )


tructuras entre cuyos restos se han hallado dichos materiales. De hecho, no ·)
cambiaría nada si hubieran sido hallados en otro lugar cercano: la relación
entre materiales y estructuras es en la mayoría de los casos completamente
casual. La decisión que debe tomarse antes de publicar una excavación es la
de distinguir el punto de vista que da prioridad a los objetos inmuebles de
la topografía, de la arquitectura y de la decoración de aquel que da prioridad
a los objetos muebles relativos a los productos, cuyo nexo con los objetos in­
muebles no sea de carácter cronológico o funcional. Estos dos diferentes re­
gistros de lectura de los hallazgos de un lugar sólo pueden, de hecho, combi­
narse en una publicación desde una óptica de anticuario, pero no desde una
óptica propiamente histórica.
Sean cuales sean las opciones, más analíticas o sintéticas, que se tomen en
relación a la publicación de una excavación, ésta no puede acabar siendo una
narración brillante de un atraco ni una aburrida descripción de una secuen­
cia estratigráfica. En el primer caso nos hallamos ante un historiador o un an­
ticuario que improvisadamente se transforma en arqueólogo de campo. En el
segundo el arqueólogo de campo se resiste a convertirse en historiador. Re­
sulta, por lo tanto, oportuno que nazca y se desarrolle una nueva figura pro­
fesional, la de alguien que sepa ser artesano, científico de la estratigrafía e
historiador, aunque de forma particular, al ser él mismo también un buen co­
nocedor analítico de las estratificaciones. Cualquier conocimiento de tipo
histórico­anticuario es incompleto si no se basa en el conocimiento detallado
de los edificios antiguos y viceversa. Estas dos competencias del arqueólo­
go de campo no pueden y no deben considerarse excluyentes, subordinadas
o incompatibles. En realidad son modos diversos de investigar conformes a
evidencias de distinto género, traducibles entre sí, aunque se pague en ello
cada vez un cierto precio: la historia también tiene sus aduanas. La estrati­
grafía, por ejemplo, puede ser plenamente traducida en historia a condición
de perder mucho de su oscura e ilimitada complejidad original. Esto signifi­
ca que una publicación arqueológica con fines históricos representa sólo una
parte de la estratificación y es así, no sólo porque en una publicación se está
obligado a simplificar la realidad indagada, sino también porque una parte de
lo que se ha excavado, encerrada en la masa de los estratos y en el vacío
de las superficies, puede no llegar a percibirse o resistirse, incluso, a nuestro
deseo de comprender. Entre los hechos y la relación entre los hechos poten­
cialmente contenidos en la tierra y en los muros antes de la excavación y la
publicación de la excavación, por muy perfecta que pueda ser, existe siempre
una distancia, que al mismo tiempo debemos aceptar e intentar reducir al re­
latar y reconstruir el mundo de las cosas.
De la excavación se saca sustancialmente un modelo, una iconografía, es
decir, un empobrecimiento de la realidad multiforme, pero este es el precio
que hay que pagar para entender un fragmento de mundo muerto, el cual, de
no ser así, conservaría intactos sus archivos pero no existiría para nosotros·
sino en su oscura e inerte potencialidad. Lo importante es que la construc­
NARRACIÓN Y EDICIÓN 151

ción intelectual de la publicación corresponda en esencia a lo que se ha ha­


llado y sea funcional a su inteligencia. La traducción de la tierra en un libro
puede resultar una digna reparación al análisis destructivo que toda excava­
ción conlleva. Para que la reconstrucción sea ágil debe ser exacta pero tam­
bién apasionada. Quien no se haya sentido emperador o esclavo y no haya
vivido entre las ruinas de las casas y de las prisiones reedificadas por medio
de la razón y de la fantasía no habrá puesto verdaderamente a prueba la va­
lidez de sus reconstrucciones. En dicho caso, su reposición de tejas y de bó­
vedas sobre las cabezas de los antiguos se convertirá en algo inerte que nun­
ca llegará a rozar la ligereza, la frescura y el encanto que posee la vida
reconquistada (Carandini, 1986b).

EL catálogo y la publicación

Hace años la documentación arqueológica era poca y entre ella y la pu­


blicación de una excavación había una gran diferencia. La catalogación pre­
veía, de hecho, pocos apartados y el dibujo de los monumentos no conlleva­
ba ni grandes investigaciones ni preocupaciones. Hoy en día, en cambio, las
fichas son extremadamente analíticas y el dibujo presupone la comprensión
estratigráfica del monumento. Se puede decir, por lo tanto, que si la docu­
mentación de un monumento se realiza correctamente, su reconstrucción y,
en consecuencia, el alma de su publicación está ya prácticamente realizada.
Por desgracia los métodos arqueológicos se desarrollan con mayor rapi­
dez que la experiencia práctica y que la mentalidad burocrática. Aún en
nuestros días, algunas soprintendenze conceden la ejecución de catálogos y
documentación gráfica a profesionales externos a los que, sin embargo, se les
niega cualquier tipo de derecho de publicación. Ello no es de extrañar si se
piensa que los monumentos excavados desde el siglo pasado por las soprin­
tendenze se hallan vetados sin limite de tiempo a la investigación.
Esto conlleva una expropiación de trabajo científico, una grave limita­
ción de la libertad de investigación, la difusión de una mentalidad polariza­
da y propietaria en relación a los monumentos convertidos en feudos perso­
nales y, por lo tanto, una multiplicación de lo inédito. Resulta fácil hacer
inaccesible un bien público, pero mucho más difícil resulta analizarlo y pu­
blicarlo (porque las grandes cantidades de datos acaban por dificultar su asi­
milación). Todos los hallazgos pasados deberían liberalizarse y los derechos
sobre las excavaciones de los funcionarios y de cualquier otro tipo de exca­
vador deberían limitarse a un plazo máximo de cinco­diez años. La publica­
ción de los monumentos debería ser el objetivo real de todo catálogo y de
toda documentación, que, al margen de las recomposiciones contextuales y
de las reconstrucciones, no tienen ningún significado, si no es el de llenar inú­
tilmente los almacenes de las soprintendenze con montones de papeles.
Como cualquier texto literario, todo monumento puede ser estudiado y co­
mentado cuantas veces se desee, por lo que la obsesión de acaparar porcio­
152 HISTORIAS EN LA TIERRA

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NARRACIÓN Y EDICIÓN 153

FIGURAS VU­Vlll. Castillo de Hen Domen, Montgomery, Gran Bretaña. Fase X


(1150 d.C.). Reconstrucción de P. Barker (P. Barker ­ R. Higham, Hen Domen, Mont­
gomery, A Timber Castle on the English­Welsh Border, Royal Archaeological Institu­
te, 1988), planimetría y reconstrucción.
)

154 HISTORIAS EN LA TIERRA

nes de territorio sobre el que pretender derechos exclusivos y de salvaguar­


dar escrupulosamente lo inédito, sin límite de tiempo, resulta un indicador
inequívoco de pobreza crítica y de incapacidad historiográfica. En dicho
)
caso, la «protección» de los bienes arqueológicos se traduce en su perversión.
)

La publicación de los materiales

La excavación arqueológica es como un Jano bifronte, del que una cara es


la actividad de campo y la otra la actividad de laboratorio para el estudio de
)
los materiales, al que aquí sólo se hace una mención dado que el tema merece
ser objeto de un manual específico. El estudio sistemático de los bienes mue­
bles, los llamados materiales arqueológicos, se está difundiendo cada vez más
y con ello se va afinando el método de clasificación tipológica necesario para
el estudio de las producciones, especialmente de aquellas en serie. La ilustra­
ción caótica de la cultura material, con los dibujos inútiles de tipos cerámicos
incluso demasiado conocidos, deja paso ya a la publicación simplificada de la
esencia de la documentación. La publicación de los materiales puede consti­
tuir un segundo momento de la edición de una excavación, contribuyendo a la
historia de la producción artesanal y manufacturera y de la circulación de mer­
caderías en un determinado lugar (Giardina­Schiavone, 1981; Giardina, 1986).
El progreso de los estudios ha cerrado ya la fase en que la publicación de
cualquier conjunto de materiales procedentes de cualquier estrato constituía
un acontecimiento importante y hay que llegar a tomar, incluso para la edi­
ción de los materiales, decisiones de carácter sintético. No deben publicarse )
todos los contextos, aunque todos deben conservarse en el depósito de los
objetos procedentes de la excavación. Hay estratos en los que sus materiales
proporcionan poca información, por lo que pueden excluirse de la publi­
cación; otros contienen, en cambio, objetos interesantes por sí mismos por­
que comprenden objetos desconocidos, realidades productivas especiales y
circunstancias paleoambientales interesantes ( como el instrumentum y los
desechos alimentarios de uo barrio servil, o las semillas que atestiguan una
vegetación de marismas en un determinado lugar, permitiendo así pensar en
el abandono de los canales de la centuriación, etc.) o dan información sobre
la circulación de mercaderías especiales (como un vertedero de ánforas). En
dicho caso comparar con otros contextos más o menos coetáneos resulta de
gran importancia. Incluso en muchos casos esto resulta más importante que
el propio contexto estructural en que los objetos han sido hallados. )
Una aclaración metodológica sobre clases, formas, tipos, tipos de pasta,
)
tratamiento de las superficies y de los revestimientos, tipos de decoración,
criterios de cuantificación, elaboración de los datos, presentación gráfica,
etc., se encuentra en la introducción al segundo volumen de la publicación de
la excavación de Settefinestre (Ricci, 1985). En dicho trabajo hay también un
glosario y el estudio de los materiales organizados según los siguientes gru­
pos: Materiales de construcción, Herramientas y conducciones, Elementos y
NARRACIÓN Y EDICIÓN 155

acabados de ventanas y de muebles, Enseres de la parte rústica y elementos


de la decoración de la parte urbana, Instrumentos de trabajo agrícola, caza,
pesca y medidas, Instrumentos de trabajo doméstico, Contenedores de alma­
cén y de transporte, Objetos de cocina y de despensa, Vajilla de mesa, Ele­
mentos para iluminación, Recipientes para el lavado e incensarios, Instru­
mentos para la preparación de sustancias, Objetos para escribir, de culto, de
aseo, de ornamento, de farmacia y de juego, Objetos de diverso uso y Restos
orgánicos. Para el fichado de materiales en serie, véanse las pp. 99 ss. En las
conclusiones de dicho estudio hay una síntesis sobre los sistemas de alimen­
tación patronal y de los esclavos. En los apéndices están los inventarios de las
pastas, de las pastas vítreas, de los revestimientos, de las decoraciones y de
los sellos; allí se estudia también el lugar en el que se producían los ladrillos,
las cazuelas y las ánforas utilizados en la villa, y finalmente se analizan los
huesos trabajados. Concluye la bibliografía. Diagramas estadísticos, mapas
de distribución y tablas facilitan la percepción sintética, cuantitativa y cuali­
tativa, de los fenómenos documentados. Pero este no es más que uno de los
tantos modos según los cuales los materiales pueden ser tratados en la publi­
cación de un conjunto monurnental.?

Los materiales y la cronología absoluta

Una moneda o cualquier otra pieza datable halJada en un estrato no ofre­


ce más que un terminus post quem para la unidad estratigráfica en cuestión,
siempre que sea la más tardía de las coetáneas a la formación del estrato y
que, por lo tanto, no sea residual o una intrusión. Si la moneda es del 73 d.C.,
el estrato se habrá formado en el 73 d.C. o en cualquier otro momento pos­
terior incluso muy alejado de aquel año. En la excavación de la base de los
pilares de la catedral de Worcester, cuya fundación se data sin duda alguna
en el 1084 d.C., tan sólo se encontró cerámica romana, pero no por ello se
pensó en retroceder la fecha de aquel edificio a la edad antigua (Barker,
1986, p. 141). La ley del terminus post quem tiene que respetarse siempre.
Otra ley es la del terminus ante quem, por la que, si la cronología de una uni­
dad estratigráfica nos es conocida, todas las otras que la preceden en la se­
cuencia son más antiguas. La cerámica del siglo n d.C. hallada en un estrato
más reciente que otro que contiene cerámica del siglo III d.C. pierde todo va­
lor cronológico: incluso si se halla documentada en cantidad, debe ser consi­
derada como un simple residuo. Si cuatro estratos presentan, desde abajo, ce­
rámica del siglo rv a.c., del 111, del II y del 1, ello no significa que sean de época
romana. Podría tratarse de estratos medievales e incluso modernos (Barker,
1977, pp. 192 ss., y 1986, figura 76).
No es posible en estas páginas afrontar los diversos métodos cientfficos
de datación, de los que puede disponer el arqueólogo (dendrocronología,
C14, etc.). Afectan a problemas especializados completamente específicos y
merecen ser tratados aparte (Fleming, 1976).
)

5. LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA

EL EXCAVADOR

El director de la excavación

No puede haber más de una persona dirigiendo la excavación y en ella


deben recaer las mayores responsabilidades. Las direcciones colegiadas ge­
neralmente no conducen a buenos resultados. Dado que existen tantos mo­
dos de ver las cosas como personas participan en una investigación, resulta
difícil avanzar en los estudios sin dar una prioridad en las decisiones a aquel
que tiene mayor experiencia, lo cual implica, inevitablemente, una jerarqui­
zación del poder.
El director de una excavación puede recibir indicaciones del director de
un proyecto o de un comité científico, pero su autonomía operativa debe ha­
llarse plenamente garantizada. El director, en definitiva, no debe convertirse
jamás en el brazo técnico de una mente histórica considerada superior.
Al director de la excavación corresponden no sólo los aspectos cientlfi­
cos sino también aquellos prácticos de la investigación. Por dicho motivo,
debe estar en la excavación lo más posible. En razón del conjunto de res­
ponsabilidades que sobre él recaen, su autoridad no debe ponerse en tela de
juicio excepto en casos extremos. Representa algo más que el primus inter
pares. Una excavación gestionada de forma asamblearia es como una opera­
ción quirúrgica en la que las decisiones se tomen por votación. Debemos te­
ner el mismo respeto hacia la tierra que hacia el cuerpo humano. Una exca­
vación en la que reina el desorden es una excavación que no funciona. Por
otro lado, alli donde la autoridad no se respeta espontáneamente y, especial­
mente, allí donde uno no se recrea trabajando la excavación tampoco fun­
ciona. El director no es un dictador ni un comandante (aunque debamos re­
conocer que la arqueología de campo debe mucho a militares como Pitt
Rivers y Wheeler). Su autoridad debe basarse, por lo tanto, en el diálogo con
los colaboradores que él ha escogido y en el consenso. Debe saber dirigir, es
decir, dar la oportuna prioridad a unas decisiones en detrimento de otras.
Debe ser él quien marque el ritmo de la investigación. Pero una excavación
en la que todo esté rígidamente previsto y en la que no haya espacio para ex­
presar la propia creatividad se empobrece y llega a bloquearse. La libertad
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 157

de expresión y de experimentación debe articularse en una gestión unitaria,


que corresponde al director establecer y garantizar en favor del interés ge­
neral de la investigación. Se trata de saber armonizar diversas personalida­
des, diversos conocimientos, tiempos diversos y diversos sondeos, áreas y sec­
tores. En una excavación surgen continuamente intereses particulares, que
sólo pueden satisfacerse si responden al proyecto común en el que participa
la comunidad científica que forma la excavación. Por dicha razón, el director
debe saber resolver los problemas puntuales, previendo lo que pueda acae­
cer sucesivamente a partir de los primeros indicios y del conocimiento que él
posee de la totalidad del proceso científico que se está Uevando a cabo.
La creación de un equipo, una comunidad científica, conlleva problemas
psicológicos no menospreciables, especialmente en países en los que no hay
una tendencia al espíritu comunitario y a la identificación con las institucio­
nes. El director debe saber limitarlos, sin mezclar los propios problemas con
los de los demás, colocándose por encima de las partes e impidiendo con vi­
gor que la agresividad supere un cierto nivel. En las excavaciones de Sette­
finestre y del Palatino, en las que han participado entre 40 y 120 investiga­
dores, evidentemente ha habido problemas, pero siempre ha sido posible
neutralizarlos en favor del éxito de la investigación. Una gran comunidad
científica con un justo nivel de competitividad, pero esencialmente pacífica,
es un objetivo alcanzable, si bien algunas veces ello entraña ciertas dificulta­
des.
El director de la excavación debe poseer también dotes de organizador y
de empresario. De hecho, puede tener que coordinar una comunidad cientí­
fica, un grupo considerable de hombres y de mujeres competentes en diver­
so modo y medida, que cooperan para alcanzar una misma finalidad científi­
ca. El problema no reside en el hecho de coordinar un grupo «artesanal» de
pocos arqueólogos, sino en el de dirigir decenas de investigadores en una es­
pecie de empresa científica. El que dirige no debe estar capacitado para todo,
pero debe saber ser el intermediario entre las diferentes habilidades, todas
ellas necesarias para obtener el objetivo final, como hace el director de or­
questa o cinematográfico.
Una excavación debe ser eficiente y productiva, dado su elevado coste
económico. Los ritmos no deben ser demasiado lentos: un exceso de minu­
ciosidad resulta claramente perjudicial. La lentitud no es sinónimo de exca­
vación bien hecha y acaba por privilegiar fatalmente las fases más tardías de
la estratificación en detrimento de las más antiguas, a las que también hay
que llegar. Hay que distinguir las diferentes unidades estratigráficas, pero re­
sulta inútil indagarlas con perplejidad y «acariciándolas» con los instrumen­
tos. En las excavaciones británicas se oyen bromas del tipo: «if in doubt, have
it out», «if still in doubt, put it back», «if you still don't understand it, get rid
of it fast, before tedious discussion is generated» y también: «a !ayer is a load
of dirt of no importance whatever, until proved otherwise», La duda puede
disminuir el volumen de información al igual que el exceso de velocidad. La
excavación debe terminar en un plazo determinado y razonable de tiempo.
158 HISTORIAS EN LA TIERRA

El director de una excavación debe, por lo tanto, decidir con rapidez


cómo excavar y evitar atrincherarse en un laberinto de testigos. El excesivo
temor a la subjetividad en la interpretación y fantasear sobre una inexisten­
te objetividad absoluta de la estratigrafía resulta inoperante. Es más temible
la falta de habilidad. La capacidad de excavar está ligada a la inteligencia y
a la experiencia, pero no a la edad y mucho menos al nivel académico o fun­
cionarial. Hay que tener una gran elasticidad para plantear y retirar hipóte­
sis, sugeridas primero y desmentidas más tarde por la evidencia. )
Pero la eficiencia no debe transformar tampoco la empresa científica en )
una industria taylorística. Las cadenas de montaje en las que los anillos están
demasiado separados entre sí son perjudiciales. Debe existir una relación en­ )
tre productividad profesional y razonamiento científico. Los excavadores de
un área deben poder conocer también las otras áreas de la excavación. Los
que clasifican los materiales deben poder conocer la excavación, y los exca­
vadores, los materiales. Se trata, al fin y al cabo, de evitar que la alienación
se apropie de la excavación, sin que por ello se tenga que renunciar a una efi­
caz cooperación. Este difícil equilibrio resulta más fácil de mantener en las
excavaciones experimentales en yacimientos abandonados o en áreas ar­
queológicas protegidas que en las excavaciones urbanas o de salvamento, en
las que el tiempo apremia y la eficiencia debe ser mayor.
El director de la excavación y sus colaboradores pueden tener un «diario
de excavación», en el que anotar observaciones, problemas de método, es­
trategias, tácticas e hipótesis. Puede ser una especie de historia de la excava­
ción, la excavación de la excavación. Este mismo manual nació de un diario
científico de este tipo.
Al director de la excavación corresponde más que distinguir las unidades
estratigráficas el recomponerlas en un dibujo de conjunto. El director es el
único que puede siempre moverse libremente por la excavación, sin otra ma­
yor competencia que la de suturar, reunificar, reagrupar y sintetizar. Debe
comportarse no como deus ex machina, que tras una breve ojeada resuelve
cada uno de los problemas, sino como aquel al cual, inmerso con los otros in­
vestigadores en el proceso de análisis, corresponde la tarea de propiciar y
realizar la recomposición de las unidades estratigráficas en la dirección de la
narración histórica y de la reconstrucción monumental.
Corresponde primordialmente al director ocuparse de las relaciones pú­
blicas y del contacto con las instituciones y los medios de comunicación. Los
que son titulares de un permiso de excavación se hallan ante el problema de
las solicitudes de permiso para excavar, de las ocupaciones temporales, del
estado del yacimiento, de las primas por hallazgos, de los informes finales de
cada campaña (informe, fichas, gráficos, fotografías e inventario de los ma­
teriales). La diligencia debe ser máxima porque los procesos burocráticos son
lentos y existe el riesgo de no cumplir los plazos previstos para el inicio de la
excavación. Las relaciones con los propietarios no son sencillas. General­
mente, éstos son menos comprensivos cuanto más acomodados e instruidos.
Finalmente, existe el delicado problema de la política de publicaciones.
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 159

El director de la excavación tiene que preocuparse de obtener fondos y


hallar el mejor modo para gastarlos. El modo en que se transmiten los resul­
tados de la investigación a los medios de comunicación no resulta indiferen­
te desde este punto de vista. Las administraciones locales pueden facilitar im­
portantes ayudas de tipo logístico e instrumental (uso de escuelas y casas de
colonias para alojar a los investigadores, preparación de comedores y labo­
ratorios, trabajos de carpintería, uso de excavadoras y camiones). A cambio
se pueden presentar los resultados científicos de las excavaciones en una ex­
posición y asesorar acerca de los problemas de los bienes culturales arqueo­
lógicos de la zona en la que se realiza la investigación. Se debe informar acer­
ca de la investigación a la comunidad local. Con dicha finalidad, resulta útil
preparar visitas a los laboratorios y a las excavaciones, conferencias y pane­
les didácticos al aire libre.
Corresponde al director la elección de sus colaboradores. Ante todo se
plantea el problema de reclutar a jovenes excavadores. Para ello puede utili­
zarse una ficha que se envía, por ejemplo, a las universidades, ficha en la que
se incluyen los siguientes apartados: nombre, apellidos, lugar de nacimiento,
dirección y teléfono particulares y del lugar de trabajo, disponibilidad de ve­
hículo (tipo y matrícula), vacuna antitetánica (vacunado/sin vacunar), curri­
culum (estudiante/licenciado, universidad, curso académico, título y director
de la tesis, universidad y fecha en la que ha leído la tesis, experiencia prece­
dente en excavación, clasificación y restauración de materiales, otras activi­
dades).
Especialmente delicada resulta la elección de los responsables de la ex­
cavación, de los materiales y de la documentación gráfica. Éstos constituyen
la espina dorsal de la investigación. El director no debe dirigirse directa­
mente a los excavadores, sino que siempre tiene que comunicar con los res­
ponsables, evitando así directrices contradictorias.
El director de la excavación puede prever otros responsables: para la pa­
leoecología, la topografía, las tipologías, la restauración, las relaciones públi­
cas y las exposiciones, la administración, la logística, el instrumental y las
compras, la informática y los archivos de documentación (gráficos, fichas, fo­
tografías y registros). Debe hallarse en contacto también con los especialis­
tas en los diversos tipos de materiales arqueológicos y con los geólogos, los
pedólogos, los botánicos, los zoólogos, los antropólogos, los geógrafos, los cli­
matólogos, los historiadores de la agricultura, etc.
El director debe continuar su labor con sus más estrechos colaboradores,
durante los meses en los que la excavación se interrumpe, organizando semi­
narios relativos a la investigación. Es en el marco de esta escuela en el que
debe surgir la edición de la excavación, de la que debe responsabilizarse el
director.
Generalmente, en las grandes excavaciones urbanas, los responsables,
los ayudantes y los excavadores reciben un salario, mientras que los jóvenes
inexpertos colaboran de forma voluntaria. Afortunadamente, se va generali­
zando el uso según el cual los estudiantes de arqueología, además de los ins­

)
160 HlSTORJAS EN LA TIERRA

critos a los cursos de especialización," deban haber participado en activi­


dades de campo. Pero basta que los departamentos de arqueología y, en es­
pecial, las escuelas de especialización no dispongan de «policlínicos», labo­
ratorios e investigaciones de campo garantizados mediante acuerdos con el
Ministero dei Beni Culturali, la enseñanza de la profesión de arqueólogo se­
guirá siendo abstracta e ineficaz. Hay que ver con buenos ojos la creación de
un colegio profesional de arqueólogos, siempre que el examen de acceso al
mismo sea severo e incluya las nuevas metodologías topográficas, estratigrá­
ficas, tipológicas y paleobotánicas del trabajo de campo.
Corresponde al director de la excavación idear exposiciones y proyectos
de valorización relativos al área de excavación.
Todo director de excavación desea poder disponer de una organización y
de estructuras como las que se han descrito anteriormente (figuras 122 y 123).
Generalmente este deseo está destinado a verse sólo en parte satisfecho.

Los responsables de la excavación

El director de la excavación tiene que poder contar con la pericia de los


responsables de sondeo o mejor de sector. Éstos participan directamente
en la excavación coordinando y controlando de forma amistosa pero firme la
labor de los otros excavadores menos expertos (ayudantes, excavadores,
aprendices y eventuales peones). Las operaciones que el responsable de la
excavación debe controlar son, por orden, las siguientes: 1) Controlar la for­
ma de la excavación, acordar con el director posibles modificaciones, con­
trolar la verticalidad de los cortes de la excavación. 2) Controlar la limpieza
de las superficies de los estratos, su identificación y las relaciones estratigrá­
ficas existentes, individualizando sucesivamente los estratos que hay que ex­
cavar. 3) Hacer las fotografías necesarias. 4) Asignar un número de unidad
estratigráfica al estrato que se va a excavar o describir, indicándolo en el re­
gistro de las unidades estratigráficas. 5) Controlar la planta del estrato y las
cotas. 6) Escoger las secciones y los alzados que se van a documentar, de
acuerdo con el responsable del dibujo, ocupándose de su realización, de la
numeración y de su inserción en el registro de documentación gráfica.
7) Controlar la primera redacción de las fichas de US. 8) Controlar que las
cajas y las bolsas para los materiales tengan la etiqueta de referencia. 9) De­
cidir los instrumentos que se van a utilizar, en qué dirección y de qué modo
se van a recoger los materiales; controlar la ejecución de la excavación y la
recogida de los materiales; ocuparse de la eficiencia y la seguridad de los exca­
vadores; controlar que la tierra restante se lleve al punto acordado y que los
materiales acaben en el almacén. 10) Mantener el contacto con el responsa­
ble de los materiales y, si hay, con el de la paleoecologfa para las restaura­
ciones urgentes, la toma de muestras y el tratamiento de materiales particu­

• Equivalentes a los cursos de doctorado espai'loles. (N. del L)


LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 161

l#lft.MJTICA T
AUltrl

FIGURA 122. Dirección y sectores de actividad y de responsabilidad previsibles en


una excavación .

.... .. . . . . ... . ...


s

FIGURA 123. Esquema de la excavación ideal. (A) Área para fragmentos arquitectó­
nicos. (B) Cocina y comedor. (C) Alojamientos y baños. (D) Dirección, administración
y archivo. (E) Responsables de los sectores de la excavación y archivo correspondien­
te. (F) Responsables de los materiales, muestras y clasificaciones, con archivo. (G) La­
boratorio para materiales, tipologías y clasificaciones, con archivo. (H) Responsable y
laboratorio de dibujo, maquetas y exposiciones, con archivo. (I) Responsable y labora­
torio de fotografía, con archivo. (L) Responsable y laboratorio de restauración, con ar­
chivo. (M) Responsable y laboratorio de paleoecologfa, con archivo. (N) Responsable
y laboratorio de topografía, con archivo. (O) Biblioteca y seminario para proyectar ex­
posiciones y preparar la publicación de la excavación. (P) Depósito de herramientas.
(O) Depósito de materiales y muestras. (R) Sala de exposiciones. (S) Aparcamiento.
162 HISTORIAS EN LA TIERRA

lares. 11). Encargarse de completar las fichas de US finalizada la excavación.


12) Elaborar el diagrama estratigráfico (controlando las referencias a las fi­
chas y a las plantas) y delinear, numerándolas y registrándolas, las primeras
actividades. 13) Atribuir números a las habitaciones, indicándolas en el re­
gistro correspondiente. 14) Controlar que dibujos y fichas se hallen perfecta­
mente archivados. 15) Colocar, si es necesario, los cartelitos con los números
de las US en los cortes de la excavación. 16) Seguir la didáctica del propio
grupo de trabajo. 17) Controlar que, al final de cada jornada, se deje la ex­
cavación ordenada y preparar los instrumentos necesarios para el día sucesi­
vo. 18) Entregar al final de la carnpafia de excavación toda la documentación
al director de la misma.

Los excavadores

Hasta hace poco tiempo la excavación estaba considerada como una obra
llena de peones, en la que sólo de vez en cuando aparecía el arqueólogo o un
ayudante suyo para controlar la investigación. De hecho, la excavación se ad­
judicaba a empresas privadas inexpertas en excavaciones arqueológicas es­
tratigráficas, que no funcionaban por unidades estratigráficas sino por metros
cúbicos de tierra excavada o por niveles de profundidad abstractos. Esta
práctica reprobable, que por desgracia no ha desaparecido completamente,
reflejaba la concepción según la cual la excavación era una operación exclu­
sivamente de carácter práctico y, por lo tanto, esencialmente un movimiento
de tierras.
Pero ahora la excavación se presenta cada vez más como la actividad de
investigación de una comunidad científica en una porción de estratificación
o en un monumento transformados en laboratorio al aire libre, en el que se
desarrollan actividades científicas complejas. Una comunidad de este tipo
puede también servirse de obreros, pero estudiantes y licenciados en ar­
queología son los que, en cualquier caso, deberían jugar un papel principal.
Al menos una tercera parte del presupuesto global de una excavación debe­
ría estar destinado al trabajo de los arqueólogos (como se desprende de la
experiencia de las excavaciones urbanas en Roma). En cirugía es el médico,
y no el enfermero, quien opera. Por dicha razón es fundamental poder retri­
buir a los jóvenes por el trabajo de excavación (lo cual por ahora todavía no
es posible), por la documentación realizada (esto es, en cambio, posible) y
por publicar lo que se ha encontrado (sólo ocurre en casos excepcionales).
Lamboglia excluía una participación directa del arqueólogo en la exca­
vación. Podía entrar en el sondeo para dirigir desde más cerca al obrero, para
recoger materiales y para documentar las estructuras. No han faltado en los
años pasados casos especiales en que arqueólogos han trabajado incluso de
forma manual en sus excavaciones. Pero la participación normal del arqueó­
logo en todas las operaciones manuales de la excavación es una conquista re­
ciente. La experiencia británica de las grandes excavaciones sin obreros ha
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 163

sido, desde este punto de vista, una auténtica novedad. Que fuera posible lle­
var a cabo en Italia una excavación sólo con el trabajo manual de estudian­
tes y licenciados se demostró por primera vez, a grao escala, en la investiga­
ción italobritánica de Settefinestre (1976­1981) y, posteriormente, en las
sucesivas experiencias en el campo de la arqueología urbana, en el que el tra­
bajo profesional y el de los voluntarios han sabido integrarse con el de los
obreros, especialmente necesario allí donde el volumen de cada estrato es
apreciable (a partir de algunas excavaciones urbanas en Roma se ha calcula­
do que sería necesario un obrero por cada seis arqueólogos). En estos casos
no se ha observado jamás ningún tipo de oposición del arqueólogo al traba­
jo manual, oposición que se ha dado en el caso de algunos restauradores
acostumbrados a trabajar sólo con objetos ya extraídos del terreno y en la os­
curidad del laboratorio. Una restauración de urgencia en la excavación re­
sulta todavía rara en Italia, aunque materiales estructurales como estucos
pintados o materiales muebles cuya recuperación resulte particularmente de­
licada constituyen una realidad cotidiana en las excavaciones (Carandini,
1986a; Melucco Vaccaro, 1989).
Problemas como la capacidad física de soportar esfuerzos, el seguro (ga­
rantizado por la universidad para los estudiantes), la vacuna antitetánica, la
seguridad (uso de escaleras, vestuario correcto, cascos, formas de moverse, de
levantar pesos y de usar los instrumentos), las dotaciones y los conocimien­
tos de curas de urgencia, el uso de instrumentos mecánicos, las obras de pro­
tección, etc., son de una importancia fundamental y están adecuadamente
tratados en el manual del Departamento de Arqueología Urbana del Museo
de Londres (diciembre de 1988). Una cierta experiencia en trabajo de cam­
po es fundamental para el arqueólogo profesional, especialmente desde que
no excavan sólo los obreros. También resultan útiles los «reglamentos» de las
excavaciones, en los que la obviedad de algunas normas sólo puede irritar
a quienes están habituados a trabajar sobre todo con mano de obra asala­
riada y no con un gran número de estudiantes y licenciados (Manacorda,
1982a).
No existen muchas oportunidades en la civilización industrial para fundir
manualidad y cultura, esfuerzo e ingenio. Desde este punto de vista la exca­
vación arqueológica es un lugar ideal de formación en el sentido de una re­
composición entre mente y cuerpo y de una reunificación del conocimiento
histórico (los más reacios entre los antiquistas a lo que representa la excava­
ción son los jóvenes filólogos clásicos y es con ellos con quienes los arqueó­
logos tienen mayores problemas para colaborar).

La excavación y las instituciones

Desgraciadamente las soprintendenze arqueológicas están demasiado


cargadas de funciones burocráticas y son demasiado poco autónomas de los
organismos centrales del ministerio del cual dependen. Los sueldos son
164 HISTORIAS EN LA TIERRA

inadecuados, la competencia científica de sus miembros no se reconoce de


forma suficiente y no se les da permisos por motivos de estudio. Por dichas
razones estas instituciones se encierran frecuentemente en sí mismas y no
desarrollan suficientemente colaboraciones con las universidades y los mu­
seos locales, haciendo difícil, además de la catalogación y la publicación de
los monumentos, la investigación arqueológica de campo en un sentido ac­
tual y a gran escala, que difícilmente puede llevarse a cabo por los diver­
sos inspectores, aunque estén capacitados, que trabajan fundamentalmente
solos.
En un contexto institucional y normativo diferente, el inspector podría
ser el alma en tomo a la cual formar y hacer girar una amplia comunidad
científica. Patriotismos burocráticos o académicos, con las correspondientes
rivalidades, son desde este punto de vista perjudiciales para los bienes cultu­
rales, que no piden ser salvados por esta o aquella estructura administrativa
o científica y reclaman la más amplia colaboración entre las diferentes insti­
tuciones del Estado y, entre éstas, las empresas con capital público o privado
(construcción, informática, etc.) ocasionalmente implicadas. El grado de bu­
rocracia de cualquier decisión se mide según el grado de defensa del privile­
gio corporativo y de la «propiedad» sobre los monumentos respecto de las
posibilidades reales de combinar fuerzas diversas con el fin del conocimien­
to y de la protección (las opciones de la Soprintendenza Archeologica di
Roma en este sentido han adquirido el valor de ejemplares).
La utilización de cooperativas debe considerarse positivo, aunque resul­
te completamente desafortunado que las soprintendenze concedan la realiza­
ción de trabajos de excavación a una sola o a unas pocas cooperativas, ex­
cluyendo así la colaboración de las universidades y los museos locales, los
sujetos más cualificados y con mayores derechos. Una tal situación de sus­
tancial monopolio ofrecido a pequeños grupos privados, por llamarlo de al­
guna manera cooptados en la arqueología de Estado, conlleva altos costes,
empleo de jóvenes no suficientemente preparados para hacer frente a traba­
jos demasiado numerosos e insuficiente control científico. Dicho monopolio
da una imagen aparente de apertura y de cooperación modernas en la ar­
queología de campo, pero en realidad consolida viejas prácticas burocráticas
y cerrazones corporativas. Desprovistos de una autonomía real, los jóvenes
de dichas cooperativas acaban por ser explotados por la institución que les
otorga los trabajos en exclusiva de forma clientelar y subalterna, favorecien­
do perfiles profesionales anómalos y técnicamente unilaterales. El trabajo, en
cierta forma garantizado, se paga con la expropiación de los derechos cientí­
ficos y, por lo tanto, con una especie de proletarización del excavador. Sepa­
rar las tareas de excavación y de documentación de la publicación de los re­
sultados en ellas obtenidos debe ser considerado, en principio, como algo
perverso.
Para permitir investigar a los funcionarios y que los investigadores dis­
pongan de los materiales arqueológicos a estudiar, para llegar a catalogar el
patrimonio arqueológico y desarrollar correctamente las actividades de cam­
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁcnCA 165

po, para publicar y valorizar los monumentos, hay que replantear de nuevo
la relación entre las soprintendenze y la universidad. Éstas deben poder ha­
llarse en la condición de formar historiadores y arqueólogos profesionales,
pero ello no es posible si no se abren campos institucionales y normativos,
que no consistan solamente en la simpatía y la buena disposición individual,
para una colaboración sustancial en el conocimiento y la salvaguarda de los
bienes culturales arqueológicos. Para ello los ministerios competentes debe­
rían dotar a los departamentos de arqueología o, al menos, a las escuelas de
especialización con laboratorios y con medios para investigar en museos y en
el campo, es decir, «policlínicos» arqueológicos (Francovicb, 1981, pp. 357 ss.;
Francovich­Parenti, 1988, pp. 13 ss.).
Un paraíso científico e institucional se creó en 1984 en la comunidad au­
tónoma de Andalucía, donde la arqueología de protección es ágil, todavía no
se ha burocratizado y participa de la investigación, y la arqueología universi­
taria se halla implicada en la protección del patrimonio. Las dos arqueolo­
gías se encuentran anualmente en congresos en los cuales los proyectos fi­
nanciados por la comunidad autónoma se ilustran para justificar la inversión
realizada con dinero público. Se excava en años alternos para poder publicar
e incluso el trabajo de publicación se paga gracias a la financiación pública
que, en general, es sustanciosa.

El responsable de los materiales

Una figura importante en la excavación es el responsable de los materia­


les recuperados al excavar y cribar la tierra. Debe ser una persona experta en
tipologías de materiales arqueológicos y capaz de organizar tumos de exca­
vadores para el lavado, el siglado, la clasificación y el embalaje o la coloca­
ción de los materiales en el almacén. Debe saber aplicar a los materiales un
primer tratamiento conservativo, vigilar que éstos estén separados estrato
por estrato y dividirlos en clases y, después, en formas y tipos. Debería visi­
tar, al menos una vez por semana, la excavación. A falta de un experto en
malacología debería ocuparse también de los materiales osteológicos, de las
muestras y de la flotación, a realizar de acuerdo con los responsables de la
excavación. Una especial atención hay que dedicar a los materiales particu­
lares, que deben tratarse aparte por motivo de su fragilidad, rareza y seguri­
dad. Debería haber una lista de los mismos en el correspondiente registro.
Resulta útil elaborar para cada estrato una ficha en la que se resuman los di­
versos géneros de materiales recuperados. El responsable de los materiales
contribuye junto con los responsables de la excavación a definir los estratos
o las actividades cuyos materiales valga la pena publicar, a controlar las co­
rrespondencias y a fechar las actividades. Pero para tratar a fondo este tema
sería necesario un manual de tipología arqueológica, manual que todavía no
ha sido escrito.
r )

1 )

166 HlSTORJAS EN LA TIERRA


)
Los responsables del dibujo, de la paleoecolog{a y de la restauración

Cuanto más grande y complicada es una excavación, mayor es el nú­


mero de responsables y de especialistas que deben hallarse implicados en
ella. En primer lugar es necesario disponer de un responsable del dibujo ar­
quitectónico­estratigráfico y de un responsable de la paleoecología. Ambos
campos deberían tratarse en manuales concretos (Medri, 1981; Jones, 1981).
Por desgracia nos hallamos ante especializaciones que se encuentran todavía
en sus inicios, siendo rarísimos los dibujantes que saben conjugar sus conoci­
mientos específicos con las necesidades de la estratificación arqueológica, e
igualmente raros son los arqueólogos paleoecólogos, para los que no está
prevista todavía una carrera adecuada en el seno de las instituciones. Se tra­
ta de las dos mayores Lagunas de nuestra arqueología. Sería necesario crear
un Instituto central para la topografía, la estratigrafía, el dibujo y la paleo­
ecología arqueológicos que debería coordinar esta materia a nivel nacional
(Carandini, 1986a). Hay también una demanda de restauradores arqueológi­
cos de campo que deberían tener conocimientos diversos de los que poseen
los restauradores de obras de arte antiguas, pero todavía no se es suficiente­
mente consciente de ello.1 Existen también otras especializaciones útiles para
la excavación arqueológica como la geología, la sedimentología, la pedolo­
gía, la botánica, la zoología, la antropología, la geografía, la climatología, la
historia de la agricultura y de la urbanística, la archivística y la informática.2
No es posible aquí ilustrar la citada serie de especializaciones, pero re­
sulta esencial delinear el modo en que éstas deberían entenderse. Suponga­
mos la existencia de un grupo de excavadores. Es indispensable que sepan
dibujar plantas, secciones, alzados y objetos, fotografiar, realizar operaciones
elementales de consolidación y restauración, recoger datos ambientales y
comprender la formación de un estrato de tierra. El arqueólogo debe ser has­
ta un cierto grado autosuficiente. Más allá de dicho límite se hace necesaria
la presencia del especialista que, idealmente, debería ser un arqueólogo me­
jor que un investigador con una formación diversa. En vez de multiplicar las
«ciencias auxiliares» de la arqueología, sería mejor ampliar el propio con­
cepto de arqueología hasta incluir progresivamente en él todos los campos de
la investigación que necesita. La creciente conciencia ecológica probable­
mente facilitará esta evolución y se llegará a una idea más integrada de mé­
todo histórico y de método científico. La arqueología puede aportar una con­
tribución determinante para la superación de la distancia existente entre las
dos culturas. Pero mientras sean necesarios especialistas externos a una ar­
queología entendida de forma demasiado limitada, la colaboración deberá
desarrollarse en el sentido de adiestrar al arqueólogo de manera que cada
vez se sienta más autosuficiente y se reduzca progresivamente la necesidad
de una intervención directa del especialista.
Resulta de utilidad citar dos ejemplos relativos al dibujo y a la restaura­
ción de monumentos. Responsable del dibujo en Settefinestre y en la exca­
vación en la ladera septentrional del Palatino fue M. Medri, que se licenció
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 167

con C. F. Giuliani ­catedrático en Roma de Dibujo y análisis técnico de mo­


numentos antiguos (Giuliani 1976, 1990)­, realizando un trabajo sobre un
edificio de Ostia, excavado con el método estratigráfico (Carandini­Panella,
1968­1977). Esta combinación de experiencias se ha conectado más tarde, en
Settefincstre, con la habilidad reconstructiva de S. Gibson, formada bajo las
directrices de J. Ward Perkins (Gibson, 1991). Esto ha permitido a M. Medri
y a otros licenciados en Letras realizar con un planteamiento unitario la do­
cumentación gráfica para la edición de la excavación de Settefinestre, excep­
to una serie limitada de gráficos complejos realizados por la propia S. Gib­
son. En la excavación del Palatino la autonomía de los arqueólogos, desde
este punto de vista, es ya total, hasta el punto de que M. Medri ha llegado a
coordinar el dibujo y el análisis de los principales monumentos de los Cam­
pos Flegreos, encargados por el Ministero dei Beni Culturali al proyecto
«Eubea» (1987­1990), cuyos resultados fueron expuestos en una exposición
celebrada en Nápoles en 1990 (véase Eubea, 1990, y Campi Flegrei; 1990),
mientras M. Serlorenzi la sustituía en sus responsabilidades en el Palatino.
Tomemos ahora el caso del restaurador que llega a una excavación. Es
necesario que sepa afrontar una pluralidad de materiales y de manufacturas
y no se atrinchere en especializaciones como pintura, mosaico, bronce, etc.
Tiene que interesarse además no sólo en el objeto en sí, sino también en su
contexto; no sólo en su materialidad específica, sino también en el método
más adecuado para extraerlo de su matriz terrestre. No se trata de que espe­
re a que los estucos lleguen al laboratorio, sino de participar activamente en
su recuperación. El restaurador no debería usar solamente el bisturí y tra­
bajar en la oscuridad de una habitación. Debería conocer también el uso de
instrumentos más pesados y aprender a soportar el calor del sol a la intempe­
rie. De hecho, no hay una solución de continuidad entre excavación y res­
tauración. Incluso en el caso en que fuera necesario trazar un límite entre ex­
cavación y restauración, habría que ampliar las competencias de ésta. Cuando
hay que proceder cuidadosamente a la excavación de materiales contenidos
en un estrato, esto significa que se pretende reconstruir alguna manufactura.
Aquí se plantea el problema de la conservación, como en el caso de la exca­
vación microestratigráfica de estucos pintados caídos {Fentress­Filippi­Pao­
letti, 1981; Fentress, 1982). Cuando en la excavación de Settefinestre nos en­
contramos ante el problema de los estucos pintados caídos, descubrimos que
el problema que planteaba su recuperación no había sido nunca seriamente
planteado, ni por los arqueólogos ni por los restauradores. En este caso fue­
ron los arqueólogos los que resolvieron la cuestión, aunque en realidad era
de incumbencia de los restauradores. Los conjuntos de estucos de hecho se
encuentran generalmente conservados en un único estrato arqueológico y
pertenecen a una única manufactura de artesanía artística (la pintura de una
habitación) que se ha destrozado. Para descubrir el sistema con el que recu­
perar los fragmentos caídos, los arqueólogos utilizaron su capacidad de saber
desmontar la estratificación, pero el restaurador también se ocupa de estra­
tos y dibuja sus secciones (como ocurre con las pinturas) y hubiera podido
)
)
168 HISTORIAS EN LA TIERRA )
encontrar una vía mediante la rnicroestratificacíón de los estucos pintados )
caídos si solamente hubiese decidido que se trataba de un problema suyo y
que debía afrontarlo. Otro ejemplo de colaboración entre arqueólogos y res­
tauradores puede ser el que se presenta cuando hay que limpiar con un bis­
turí estructuras para clasificarlas gracias a pequeñas variaciones de color, o
para identificar trazas imperceptibles de otras estructuras ya perdidas (he
visto un caso de este tipo en la excavación de la catedral de Ginebra).' De
este modo se abren nuevas fronteras para aquella restauración arqueológica
de campo de la que hay una gran necesidad en los centenares de excavacio­
nes que se abren cada año en Italia.

Los responsables de la logística y de los instrumentos

Cuanto más una excavación se configura como una comunidad científica


que realiza labores manuales e intelectuales, tanto más resulta útil que se
proceda con atención a resolver las necesidades logísticas. No se puede ex­
cavar con tranquilidad si no se dispone de comida, alojamiento, transporte e
instrumental adecuado, especialmente cuando no se trata de una excavación
urbana. Es necesario, pues, que una o más personas se dediquen a estas cues­
tiones.
Las situaciones cambian de una excavación a otra, por lo que no se pue­
den dar indicaciones unívocas. En verano es posible alojarse en una escuela.
En dicho caso, hay que pensar en las colchonetas, los colchones, en los tur­
nos de limpieza, en regular los horarios ( despertador, comidas, trabajo, se­
minarios, tiempo libre, silencio), en organizar los laboratorios, en las medi­
das higiénicas (como lavar la fruta y la verdura) y en las relaciones con la
gente del lugar. Lo ideal para las comidas es un comedor, organizado si es po­
sible en la escuela. El desayuno pueden prepararlo los excavadores, pero los
bocadillos y la fruta para la merienda (cuando se hace horario continuado),
la comida fría al regresar del trabajo y la cena deben ser preparados y coci­
nados por personal especializado. También hay que establecer un menú se­
manal y comprar al por mayor. Ante tal experiencia de vida comunitaria re­
sulta útil disponer de un reglamento (Carandini­Settis, 1979, pp. 27­29).
En caso de que la excavación esté lejos del alojamiento y en un lugar en
el que no existan medios de transporte público hay que organizar el traslado
diario de forma que se pierda el menor tiempo posible. De gran utilidad son
los medios de transporte de los que disponen los departamentos universita­
rios, pero hay que utilizar también los medios propios de los excavadores, re­
embolsando la gasolina y las posibles reparaciones.
Conviene unificar las operaciones relativas a los instrumentos y herra­
mientas, desde la adquisición a las reparaciones. Resulta beneficioso conser­
var el inventario de todos los instrumentos de trabajo, responsabilizando al
máximo a los excavadores (los paletines o trowels y el material de dibujo
tienden a perderse). Puede ser útil marcar las herramientas con una sigla de
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 169
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F1GURA 124. Los limites de la excavación se indican con gomas elásticas fijadas en
clavos dispuestos de tal manera que no coincidan con los ángulos de la misma.

la excavación. Cada sondeo, área o sector de excavación debe tener su pro­


pia dotación de herramientas. No resulta operativo ahorrar en las herra­
mientas de excavación, cuyo presupuesto debe calcularse con tiempo. Para el
material de dibujo y para la documentación hay que disponer de contenedo­
res adecuados. También hay que buscar un depósito para los instrumentos y
las herramientas, especialmente para los meses en que no se excava.

EXCAVAR

Sondeos, áreas y sectores

Decidir la forma de una excavación es siempre una operación difícil, al


igual que lo es delimitar el tema de estudio, especialmente allí donde diver­
sas construcciones se han superpuesto en un mismo lugar. No se trata jamás
de una apuesta, sino del éxito de un razonamiento. La unidad de excavación
debe establecerse tras investigaciones previas no destructivas, indagaciones
documentales y de archivo y amplias eliminaciones de humus. Tan sólo al lle­
gar al primer estrato de destrucción se está en condición de escoger los pro­
bables límites definitivos de la excavación. Éstos pueden señalarse mediante
sondeos o pequeñas áreas con gomas elásticas fijadas en clavos colocados en
el terreno de forma que no coincidan con los ángulos de la excavación (figu­
ra 124). A medida que la excavación avanza hay que cortar verticalmente las
paredes de tierra a lo largo de los límites de la excavación para poder repre­
sentarlas gráficamente en sección.
No se trata tanto de conocer una superposición de estratos y de segmen­
tos de muro, cuanto una porción de estructura de hábitat o de necrópolis
suficientemente amplia que nos permita entenderla lo más posible en su con­
junto. Al delimitar la excavación no sólo hay que tener en cuenta las estruc­
turas originalmente cubiertas, sino también los espacios descubiertos, quizás
recintados: calles, patios, huertos, jardines, vergeles y recintos para animales.
)
170 HJSTORIAS EN LA TIERRA
)

)
)1
F1GURA 125. Entre el Límite de una excavación y un muro paralelo al mismo se ex­
)
cava con dificultad por falta de espacio. Puede darse el caso que aparezca en la sec­
ción un segmento de muro poco visible y no documentado en la excavación. Esto ocu­
rrió en Settefinestre (Carandini, 1985a, 1 .. , figura 257, UE 30.70).

Por otro lado, tampoco es bueno partir de una excavación limitada para am­
pliarla sucesivamente, porque ello supone la pérdida de relaciones estrati­
gráficas y de tiempo. Una indicación precisa más: no es aconsejable situar los
límites de la excavación cerca de un muro y paralelamente al mismo porque
en el espacio que queda entre el muro y el límite pueden perderse impor­ )1
tantes unidades estratigráficas (figura 125).
En las excavaciones urbanas el área de excavación debería determinarse
también en función de la topografía del conjunto y las posibles divisiones en
sectores de responsabilidad deberían coincidir con los diferentes edificios,
quizás de un mismo conjunto. Es preferible no subdividir la intervención en
demasiados sondeos o áreas de excavación que conllevan el inconveniente de
tener diversas series numéricas, necesarias para identificar las unidades es­
tratigráficas. La lógica de la excavación requiere un conocimiento global de
toda el área a estudiar pero, a veces, hay que adecuarse a contingencias de ti­
po práctico que obligan a respetar ciertas zonas (árboles, muros no excava­
dos, conducciones, obras de protección) y a limitaciones en el avance de la
excavación (figuras 38, 39).
Hay que intentar escoger, especialmente en zonas urbanas, espacios que
no estén demasiado alterados por unidades estratigráficas sucesivas, como
rebajes, vertederos o subterráneos (figura 126). En las zonas rurales prevale­
ce la acumulación, y la estratificación aparece sustancialmente inalterada en
sus diversas fases, mientras que en las zonas urbanas la acumulación y la des­
trucción se mezclan y, frecuentemente, esta última prevalece. La consecuen­
cia de ello es una estratigrafía llena de lagunas. De fases 'histéricas completas
pueden quedar mínimos residuos o incluso nada (figura 127). A veces las es­
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 171

FtGURA 126. Fosas y construcciones subterráneas destruyen las estratificaciones pre­


cedentes. Sólo pequeñas parcelas de las mismas se mantienen intactas.

AflO ISOO

FtGURA 127. En contextos urbanos muy estratificados, rebajes y nuevas construccio­


nes pueden cancelar segmentos enteros de estratificaciones (en este ejemplo una in­
tervención del siglo XVIII ha eliminado estructuras fechadas entre los siglos xn y xv).

tructuras murales se han cortado unas a otras de forma que de un muro que­
da sólo un pequeño tramo en un punto y otro tramo en otro, por lo que no
resulta fácil comprender que, en realidad, se trata de la misma unidad estra­
tigráfica. Al reconstruir la secuencia hay que tener en cuenta estas destruc­
ciones, estos vacíos y estos mínimos restos de estructuras, que quizás fueron
de grandes dimensiones. La importancia de una estructura no puede juzgar­
se por el grado de conservación con el que ha llegado hasta nosotros: de la
muralla de Teodosio II en Cartago sólo se conservan algunas pocas piedras
(Carandíni et al., 1983).
Un problema especialmente complejo es el de los cortes de la excava­
ción, en concreto cuando superan un metro y medio de profundidad. Llega­
dos a este punto hay que reforzarlos, al igual que se deben apuntalar los mu­
ros inestables (figura 128). Para que un corte sea seguro debe tener una
inclinación de 45 grados o debe estar escalonado, lo que resulta más aconse­
jable especialmente para el dibujo de las secciones en los cortes (figura 129).
En uno de los lados de la excavación resulta útil, si ello es posible, disponer
de una rampa para la extracción de la tierra y para permitir el acceso de
medios mecánicos. Si la estratificación, en la parte superior, se presenta poco
coherente es mejor hacer ta­ludes, escalonados u otro tipo de protecciones,
reservando los cortes verticales para aquellos puntos en los que la estratifi­
172 HlSTORlAS EN LA TIERRA

FIGURA 128. (a) Refuerzo de una pared. (b­c) Apuntalado de muros inestables.
Ejemplo de Settefinestre (Carandini, 1985a, l .. , figura 212).

FIGURA 129. (a) Corte apuntalado. (b) Corte en talud (45 grados) ante una estratifi­ 1
cación frágil. (e) Corte escalonado.
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FIGURA 130. (a) Corte junto a una calle (estratificación compacta). (b') Corte junto
al muro de un subterráneo. (b2) Corte junto a un estrato frágil, que debe evitarse.

cación sea más compacta. En las ciudades, las calles y los muros perimetrales
de los edificios vecinos resultan de gran utilidad para establecer los límites de
la excavación (figura 130). También es importante determinar cuál es el lu­
gar más adecuado para acumular la tierra procedente de la excavación y es­
tablecer el recorrido de las carretillas para acceder al mismo. Los temas re­
lativos a estas cuestiones prácticas, a los que aquí se hace una breve mención,
se hallan suficientemente ilustrados, en lo que concierne a los arqueólogos,
en el manual del Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Lon­
dres (diciembre de 1988).
LA EXCAVAOÓN COMO PRÁcnCA 173

FIGURA 131. Dirección en la que debe avanzar la excavación.

Comportamientos

Hay que calcular con atención el número y la formación de los excava­


dores en relación a las dimensiones y a la naturaleza de la excavación. En
ciudades abandonadas o en yacimientos rurales pueden organizarse excava­
ciones experimentales y didácticas incluso numerosas (un centenar de exca­
vadores). Pero en excavaciones de urgencia o urbanas, en las que no se co­
noce la naturaleza de la estratificación y en las que hay que proceder con una
cierta velocidad, es mejor limitar el número de arqueólogos a tres o cuatro
decenas de profesionales, con algún obrero y algún voluntario.
Resulta oportuno que los excavadores avancen excavando en un único
frente por razones de «dirección» estratigráfica, de conservación de la lim­
pieza de las superficies ya expuestas y de seguridad. También debe haber una
justa distribución de los excavadores más expertos entre aquellos que tienen
menos experiencia. No hay que asignar porciones geométricas de excavación
(a no ser que estén delimitadas por estructuras o formen una habitación),
procediendo de manera que ésta se uniforme a la naturaleza de las unidades
estratigráficas que aparecerán. No hay que pisar los estratos que ya se han
limpiado para no tener que repetir diversas veces la misma labor y para po­
der comparar en cualquier momento las diferentes superficies que salen a la
luz. Por dicho motivo, es mejor que el excavador retroceda, como un cangre­
jo (figura 131). Sobre algunos estratos frágiles o fangosos es mejor colocarse
o pasar sobre tablas o tablones. En ciertas circunstancias delicadas es mejor
descalzarse antes de entrar en la excavación. Se aconseja excavar tanta tierra
cuanta uno sea capaz de eliminar progresivamente (no menos de un capazo
y no más de una carretilla), de forma que la excavación esté siempre limpia
y todas sus partes sean visibles.
Es un error limpiar y volver a limpiar las superficies de una excavación
para comprender globalmente la estratificación. Hay que actuar resolviendo
gradualmente y en el orden adecuado cada uno de los problemas. Sólo en el
laboratorio, agrupando las unidades estratigráficas en actividades, grupos de
actividades y acontecimientos o períodos se puede llegar a una visión de con­
junto. Querer comprenderlo todo antes de tiempo hace perder tiempo, mien­
tras que seguir las reglas del juego, con una comprensión gradual, hace ganar
tiempo.
)

174 HJSTORIAS EN LA TIERRA

)
)

1 )
FIGURA 132. No hay que colocarse ni sentarse junto a los perfiles de ta excavación.
)
)
Los principiantes tienden a sentarse en la excavación para descansar e in­
cluso para excavar. Es mejor estar fuera de la excavación y no resulta fácil
excavar sentado. Hay que evitar sentarse en los perfiles o sobre los muros,
por motivos de seguridad y de conservación (figura 132). La mejor posición
para excavar es de pie o arrodillado, utilizando rodilleras o alfombrillas (fi­
gura 145). Pueden usarse guantes, pero es cierto que tras pocos días de tra­
bajo sin guantes se forman unos callos que los hacen innecesarios.

1
EL uso de Las herramientas" )

1 \
Pensar que técnicas especialmente desarrolladas puedan hacer innecesa­
1
ria la habilidad del hombre en la excavación equivale a equiparar la investi­
gación estratigráfica a un proceso industrial. La excavación será siempre una 1
forma de artesanía especializada. Incluso en las grandes excavaciones britá­
nicas no se ve un despliegue de instrumentos sofisticados. Existen actividades
de campo tecnológicamente muy bien dotadas pero cuyos resultados cientí­
ficos son bastante modestos.
Para excavar, ante todo, hay que saber mover el propio cuerpo en rela­
ción con los instrumentos que uno debe usar. Para aquellos que se han for­
mado en la universidad este conocimiento no puede darse por descontado.
La primera cosa que hay que aprender es a no cansar excesivamente la espi­
na dorsal. Para ello, por ejemplo, hay que doblarse hacia adelante partiendo
de la zona de la pelvis sin curvar los hombros ni la espalda, de manera que
toda la zona dorsal se mantenga básicamente plana (figura 133).
Para algunos trabajos hay que saber usar el pico. Resulta útil para traba­
jos pesados, para preparar perfiles de tierra e, incluso, en trabajos ligeros en
los que el pico resulta más adecuado que la alcotana. En este último caso hay
que coger el mango del pico con una mano en posición avanzada (figura 134).

• El lector observará algunas diferencias entre las herramientas utilizadas en Italia y las 1
que normalmente se utilizan en las excavaciones realizadas en nuestro país: palas, paletas, pale­ �
tines, capazos ... (N. del t.) 1 )
l
1 )
1
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 175

FIGURA 133. Posición de la espalda: (a) incorrecta; (b) correcta.

F1GuRA 134. Uso «ligero» del pico (en lugar de la alcotana).

FIGURA 135. Uso «pesado» del pico. (a) Cómo levantar la herramienta. (b) Cómo
bajar la herramienta.

Para trabajos de mayor dureza hay que levantar el pico hacia arriba, in­
cluso por encima de los hombros si es necesario (Joukowski, 1980, lo prohí­
be). Al bajarlo hay que aprovechar la fuerza de gravedad. Para ello resulta
oportuno desplazar, durante la caída, la mano izquierda hacia la otra mano
(figura 135). La tierra debe trabajarse en orden y a la misma profundidad
para facilitar la intervención sucesiva con la pala. Para romper muros y bó­
)
•)
176 HISTORIAS EN LA TIERRA :n
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1


',
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1
FIGURA 136. Uso erróneo de la pala. 11

vedas el uso del pico no es aconsejable, siendo más adecuado un mallo o, in­
cluso, un martillo neumático. Excavar con el pico entraña la recolección no
exhaustiva de los materiales existentes en el estrato. 1
' )

Pueden utilizarse dos tipos de palas. La pala de forma triangular (medi­


terránea) y la de forma rectangular {nórdica). Se trata de herramientas bas­
tante distintas entre sí. Los inexpertos cogen la pala de forma triangular de­
masiado por abajo y con la mano derecha excesivamente avanzada (figura
136). La pala debe cogerse más arriba y con la mano izquierda en posición

, )

avanzada. Para meter la pala en el montón de tierra removida por el pico hay
que aprovechar todo el peso del propio cuerpo, apoyando la mano izquierda
en la rodilla izquierda. No se debe empujar la pala con el pie, como si fuera '�
1
una laya. Si hay necesidad de hacerlo ello indica que no se ha sabido apro­
vechar el peso del cuerpo o que la tierra no ha sido suficientemente frag­
mentada con el pico. Una vez introducida la pala en el terreno hay que bajar
un poco, pero de golpe, el mango con la mano derecha para levantarlo in­
mediatamente después de modo que quede la tierra bien ubicada en la base
de la pala. Aprovechando el propio peso de la pala llena hay que balancear
la herramienta hacia atrás tanto cuanto sea necesario para palear la tierra ha­
cia el lugar escogido. Al palear hacia adelante, cuanto más se baja la mano
derecha más hacia arriba va la tierra, lo que resulta especialmente útil cuan­
do la carretilla se encuentra en un punto elevado. Cuanto más seco es el mo­
vimiento de lanzar la tierra, ésta se mantiene de forma más compacta en el
aire durante su trayecto {figura 137). Hay que evitar caminar con la pala lle­
na yendo hacía la carretilla. Usándola lateralmente la pala puede servir para
recoger tierra (figura 138), pero este movimiento es incómodo y para ello re­
sulta más adecuado utilizar la azada.
El uso de la pala de forma rectangular {figura 139) es especialmente efi­
caz. Para hincarla en la tierra también en este caso hay que utilizar el peso
del propio cuerpo, haciendo fuerza con la mano izquierda sobre la rodilla iz­
quierda. Para ello hay que doblarse significativamente, lo que para algunos
resulta muy fatigoso. Aprovechando el peso de la herramienta llena hay que
balancear la pala hacia atrás para lanzarla después hacia adelante y palear.
Cuanto más se baja la mano derecha en este movimiento, más alto va a pa­
r
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 177

FtGURA 137. Uso correcto de la pala, articulado en cuatro momentos (a­d).

FrGURA 138. Cómo utilizar la pala para recoger la tierra.

FtGURA 139. La pala rectangular.

rar la tierra paleada (figura 140). La pala rectangular desplaza más tierra, la
lanza más arriba y es especialmente útil no sólo para recoger la tierra en un
montón, sino también para limpiar las superficies de los estratos, evidente­
mente de forma menos precisa de cuanto pueda hacerse con una trowel
178 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 140. Uso de la pala rectangular, articulado en tres momentos (a­e).

)
1
)
1
)

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FIGURA 141. Cómo utilizar la pala rectangular para recoger la tierra y limpiar por
encima la superficie de los estratos antes de utilizar la trowel.

(véase más adelante). En estos casos hay que girar la pala tirándola hacia uno
mismo con la derecha y apretando hacia abajo con la izquierda (figura 141). ,
Por motivos de seguridad es de importancia fundamental controlar el buen )
1
estado de los mangos de las herramientas citadas.
La herramienta reina de la excavación es la paleta inglesa, de forma
triangular, puntiaguda, forjada en un único trozo de acero y con mango. Exis­
ten de diversas medidas pero la más aconsejable tiene 10 cm de longitud. En
inglés se llama pointing trowe/. Esta herramienta tiene muy poco que ver con
la paleta normal que se usa en el Mediterráneo, grande, flexible y sin punta,
completamente inútil en una excavación (figura 142). La trowe/ también pue­
de fabricarse en Italia y en las excavaciones se ha generalizado ya el uso del
verbo «traulare». •
La trowel sirve para muchos usos pero sobre todo para rebajar el volu­
men de los estratos no muy consistentes y para completar la excavación de

• En Espai'la el uso de esta herramienta no se ha generalizado, aunque se utiliza en algu­


nas excavaciones. (N. del L)
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 179
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FIGURA 142. La paleta británica, o trowel, y la paleta mediterránea.

FiGURA 143. Posibilidades de uso de la trowel (a­d).

F1GuRA 144. El recogedor.

aquellos estratos duros cuando hay que identificar las superficies de los es­
tratos subyacentes. Resulta adecuada también para limpiar los muros, ya que
penetra fácilmente en los intersticios de las piedras. Puede utilizarse con de­
licadeza o con fuerza según la presión que se ejerza sobre la misma. Cogién­
dola por la hoja o utilizándola al revés se incide y se rasca con gran eficacia.
Cuando un estrato es muy compacto es conveniente romperlo usando esta
herramienta a modo de puñal (figura 143). Excavar con la trowel permite la
recolección casi total de los materiales contenidos en el estrato.
Es aconsejable utilizar la trowel asociada al recogedor (figura 144), de
forma que el movimiento para extraer la tierra y exponer la superficie del
nuevo estrato coincida con el transporte de la tierra con el recogedor (figura
)
180 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 145. Uso de la alfombrilla para proteger las rodillas y movimiento de la


mano con la trowel para llevar la tierra al recogedor, que se vacía después en el cubo. )

)
1
)

)
FIGURA 146. Instrumento en forma de gancho (de jardinería) útil para limpiar los 1
muros. )
1
)

145). La tierra contenida en el recogedor debe echarse en un cubo y éste, a


su vez, debe vaciarse en la carretilla.
Para extraer la tierra de los agujeros de postes de pequeñas dimensiones
es mejor utilizar cucharas, modificando según las necesidades la inclinación
del mango de las mismas. Algunas herramientas de jardinería pueden ser úti­
les para el arqueólogo, al igual que las de cirugía y de odontología lo son para
el restaurador. Existe, por ejemplo, una herramienta de jardinería con forma
de gancho que es muy útil para limpiar muros piedra a piedra (figura 146).
Dicha labor puede completarse limpiando los paramentos con cepillos, cuyo
uso en cambio se desaconseja para los estratos de tierra.
La estratigrafía se inventó en los países húmedos, en los que por esta cir­
cunstancia la tierra revela mejor su composición y color. En los países cáli­
dos resulta útil rociar con agua al final de cada jornada las superficies de tie­
rra, con un pulverizador. También se pueden tapar los estratos con plásticos
para conservar la humedad natural del terreno. Lo ideal sería excluir los me­
ses demasiado calurosos, pero ello no es posible por el miedo mediterráneo
a la lluvia.
Para evitar accidentes hay que trabajar en paralelo, evitando el uso cruza­
do de las herramientas, especialmente del pico y de la pala. Cuando el que usa
el pico se halla en acción, el paleador debe alejarse y viceversa. Una carretilla
colocada en el borde de la excavación es peligrosa porque podría caer sobre
los excavadores ( el reborde de la carretilla es­cortante). Mejor colocarla a una
cierta distancia del corte, especialmente si la excavación es profunda.
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 181

FtGURA 147. Criba en suspensión.

Recoger, cribar, flotar

A cada tipo de herramienta corresponde un modo más o menos cuida­


doso de recoger los materiales. Ante estratos particularmente importantes
(rellenos de trincheras de fundación, estratos de ocupación, estratos quema­
dos, rellenos de fosos, pozos, cloacas, bogares, hornos, letrinas, estercoleros,
etc.) conviene examinar la tierra desplazándola con la trowel de un lado al
otro de la criba usada como contenedor o incluso tamizarla con una criba de
mano. Si la tierra a controlar es mucha o se quiere tamizar más detallada­
mente con agua puede ser útil el uso de una criba en suspensión (figura 147).
A veces puede ser necesario tirar materiales como tejas o ladrillos, pero en
dicho caso hay que contabilizarlos y conservar muestras de los diversos tipos
descartados.
Para recoger de forma sistemática restos de moluscos, insectos, pequeños
mamíferos, pájaros, peces y semillas es oportuno someter a flotación mues­
tras de los estratos del volumen de un cubo (10­15 litros) que no hayan sido
previamente cribadas.

El instrumental necesario para la flotación consiste en un bidón metálico


(de 1,20 X 0,80 m), agua y cribas. La llegada del agua al bidón se hace a tra­
vés de un agujero practicado a unos 90 cm del suelo y conectado con una pie­
za metálica a un tubo de goma. Un grifo a nivel del fondo del bidón permite
el vaciado y la limpieza del contenedor. En el interior, a unos 110 cm del sue­
lo, dos piezas metálicas soldadas a las paredes sostienen una criba del mismo
diámetro que el bidón y de mallas anchas (4­5 mm). Su función es la de rete­
ner eventuales materiales inorgánicos (cerámica, vidrio, etc.). El recipiente se
llena de agua y el acceso de ésta se regula de manera que el líquido afluya len­
tamente y a una velocidad constante. La tierra a flotar se vierte en una criba
colocada en el agua por encima de la anteriormente descrita. Esta segunda cri­
ba está formada por un recipiente de plástico al que se ha sustituido el fondo
por una red metálica o de nylon de malla muy tupida (200 micras). La tierra
l
)
182 HISTORIAS EN LA TIERRA

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)
b
a )
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FIGURA 148. La flotación. (a) Sección del bidón. (b) Funcionamiento.
J
)
se vierte en pequeñas cantidades. La segunda criba se sostiene con una mano
mientras que con la otra se remueve la tierra para facilitar su filtrado, al final
se vierte todo en el agua. Con esta simple operación los materiales orgánicos, )
cuyo peso específico es menor que el del agua, flotan y ayudados por el conti­
nuo fluir del agua caen en una tercera criba, igual a la segunda, colocada fuera j
del bidón, bajo la boca de salida del mismo. Los materiales orgánicos recogi­
dos se dejan secar en esta última criba. Entonces se extrae del agua la primera
criba de malla ancha y se recuperan los posibles materiales inorgánicos. Pa­
ra concluir la operación se vacía el recipiente para extraer la tierra deposita­
da en el fondo abriendo el grifo correspondiente (figura 148}. Una vez secos,
los restos orgánicos se envuelven con materiales que impidan la formación
de moho, como tela, papel absorbente o «scottex», y se encierran en bolsas de
plástico con la correspondiente etiqueta en la que se indican los datos relati­
vos a la localidad, el año, el área y el estrato (Camaiora, 1981, pp. 299 ss.).

Lista de herramientas

Los instrumentos y herramientas necesarios para la excavación, exclui­


dos los necesarios para la prospección, la restauración y la paleoecología, de
los que aquí no se habla, son los siguientes (esta lista puede servir como guía
en la preparación de una excavación):

1) Prefabricados y su contenido, techos, cubiertas móviles semicirculares


de plástico (tipo invernadero) para excavar bajo la lluvia, aseos de campo, ba­
surero, vallas, cartel y paneles didácticos. 2) Piquetas, maceta, punteros metá­
licos, cordel, clavos de albañil. 3) Hoces, rastrillos, tijeras de podar. 4) Medios
mecánicos para excavar. 5) Mazas, picos, azadas, palas triangulares y/o rectan­
gulares. 6) Rodilleras o alfombrillas, alcotanas, trowels, ganchos para limpiar
muros, cucharas, recogedores, cubos, pinceles, cepillos y escobillas. 7) Pulveri­
zadores y tubos de plástico para humedecer el terreno. 8) Clavos, etiquetas, ro­
tuladores indelebles. 9) Cribas de mano y/o en suspensión, bidones y cribas
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 183
para la flotación. 10) Sierras, martillos, tenazas, pinzas, minio, pequeño grupo
electrógeno a motor de explosión y utensilios con él relacionados. 11) Bandejas,
cajas, bolsas y bolsitas para los materiales, cajas de cerillas para las monedas,
etiquetas de plástico y etiquetas para la procedencia de los materiales. 12) Ca­
rruchas, tablones, carretillas, bomba de aire para la rueda de las carretillas,
máquinas para el transporte de la tierra, bomba aspirante. 13) Tablas, puntales
y cuñas (para labores de protección), cascos y botas. 14) Sacos de arcilla ex­
pandida (Leka) y red de plástico tipo mosquitera para proteger pavimentos
y frescos, pequeños bloques de cemento para proteger los límites de la ex­
cavación, argamasa y otros materiales para proteger la parte superior de los
muros. 15) Libros para clasificar los materiales, código Munsell, mesas y ta­
buretes, barreños grandes, cepillos, tinta china (blanca y negra), plumas con
plumilla, bolsas, bolsitas y cajas, etiquetas adhesivas, rotuladores indelebles,
tijeras para papel, cinta adhesiva para paquetes, cordeles, fichas, guantes de
goma, grapadora, balanza, plantilla para círculos, pie de rey, lente de 10 au­
mentos. 16) Máquinas fotográficas con un objetivo normal y un gran angular,
fotómetro, trípode, películas, escalera de varios tramos, pizarra, tiza, goma
elástica, decímetros, medios metros, flechas para el norte (pintadas en blan­
co­rojo). 17) Fichas SAS, fichas de los diversos tipos de UE, de las tablas
materiales, de RA, fichas de muestras paleoecológicas, registros varios y con­
tenedores. 18) Mesas, taburetes, maderas para dibujar, cuadrículas, jalones,
plomadas, niveles de albañil, niveles de cuerda, niveles ópticos, miras, brúju­
las, cuerdas de albañil, goma elástica de sección circular, cinta adhesiva trans­
parente vegetal, cinta adhesiva de colores vivos, chinchetas, etiquetas para
paquetes, clavos de diversas medidas y con gancho para pared, martillos, pin­
tura roja y pincel, cuchillas, pinzas para la ropa, cintas métricas de 20 m,
cintas metálicas de 50 m, metros plegables de 2 m, escalírnetros, reglas de
60 cm, escuadras, goniómetros, compases con alargo, papel de lija, lápices, afi­
lalápices, portaminas, minas, gomas, afilaminas, lápices de colores, rotulado­
res indelebles de punta fina y de punta gruesa, plomadas, contenedores, blo­
ques de papel milimetrado, papel miJimetrado en rollo, hojas de papel vegetal
o poliéster de diversos tamaños, papel vegetal en rollo de 95 gr, plástico inde­
formable (poliéster) de grosor mediano, plástico en rollo para dibujos direc­
tos, tubo de plástico para el papel y los dibujos de gran formato, carpeta para
los dibujos de formato pequeño (Medri, 1981, pp. 335­336).

A veces resulta esencial el uso de palas mecánicas para eliminar humus,


estratos naturales relativamente estériles, estratos muy recientes horizontales
o que rellenan subterráneos y rellenos de excavaciones arqueológicas prece­
dentes. Nada impide que todo un yacimiento, por ejemplo de las dimensio­
nes de un oppidum, pueda ser liberado del humus, revelando así toda supla­
nimetría y permitiendo plantear de la forma más eficaz la estrategia de la
excavación. La labor de la pala excavadora deben seguirla pocos arqueólo­
gos que conozcan el funcionamiento de estas máquinas y los peligros que su
uso conlleva. Mientras la pala descarga la tierra en el camión los arqueólo­
gos tienen que limpiar rápidamente las superficies para indicar en qué punto
las palas deben poner fin a su trabajo (generalmente a nivel de las crestas de
los primeros muros). La pala debe comenzar desde el lado opuesto a aquel
)

184 HISTORIAS EN LA TIERRA

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F1GURA 149. (a) Infraexcavar el estrato 1, con posibilidad de intrusiones (el triángu­
lo) en el estrato 2. (b) Superexcavar el estrato 2 afectando al estrato 3, con posibili­
dad de incluir un residuo (el cuadrado) en el estrato 2.

FIGURA 150. Excavación de un pequeño sondeo para comprobar la relación de su­


perposición entre los estratos 1 y 2, de lo que se deduce, leyéndolo en la sección, que
1 es posterior a 2.

en el que se halla la terrera. Tras la acción de la pala excavadora ( o «descor­


tezamiento») comienza el verdadero trabajo arqueológico. Este tema es ob­
jeto de adecuada atención en el manual del Departamento de Arqueología
Urbana del Museo de Londres (diciembre de 1988).

COSAS QUE EXCAVAR

Estratos horizontales

Hay que limpiar con atención la parte superior de los volúmenes de los
estratos horizontales para descubrir perfectamente sus superficies. Resulta
más peligroso no excavar completamente un estrato que excavarlo excesiva­
mente afectando al sucesivo. En el primer caso se incurre en el gran riesgo
de la intrusión, mientras que en el segundo se crea la posibilidad de aumen­
tar artificialmente la proporción de los residuos, lo que no crea problemas
desde el punto de vista de la cronología (figura 149). Cuando la superficie de
un estrato no se ve clara en sus relaciones estratigráficas es mejor no dejarse
llevar por la obsesión de las secciones, que lleva a cortar verticalmente los es­
tratos para obtener una visión de las relaciones de los mismos en sección
(figura 150). Es mejor afrontar el problema desde arriba evitando las des­
trucciones cognoscitivas. Si los estratos no se distinguen significa que las par­
tes superiores de sus volúmenes no se han limpiado correctamente. En dicho
caso, hay que rebajar unos pocos milímetros para llegar a identificarlos. Es
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 185
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FrouRA 151. (a) Excavar «a contrapelo» conlleva riesgos. Para buscar el estrato 5, ya
diferenciado del estrato 3, el excavador se «come» el estrato 4. (b) Esto no puede ocu­
rrir si se excava siguiendo el orden de las superposiciones físicas de los estratos y si,
en vez de buscar un estrato determinado, se busca una nueva unidad estratigráfica
cualquiera, como el estrato 2 por debajo del l.

mejor destruir poco sobre una superficie amplia que mucho en una reducida.
Si nos imaginamos un área perfectamente limpia, ésta se nos presenta como
un conjunto de superficies de diversa composición y color. Observando esta
especie de planta compuesta al natural no se pueden obtener directamente
relaciones entre las diferentes superficies, por lo que resulta necesario inda­
gar ulteriormente allí donde dichas relaciones son visibles, es decir, inspec­
cionar con delicadeza las juntas de las superficies para ver cómo se relacio­
nan entre s{ (figura 44).
Hay que ir en busca, no de un estrato concreto, sino de cualquier tipo de
cambio, incluso pocos millmetros por debajo de la última superficie identifi­
cada. Contrariamente, si se busca algo ya conocido, existe el riesgo de perder
estratos mientras se va en su busca. Por esta razón, es necesario que los ex­
cavadores avancen en dirección de la pendiente y siguiendo la dirección de
las superposiciones estratigráficas. De hecho, cuando se excava a contrapelo,
por llamarlo de algún modo, se corre el riesgo de actuar en dos o más estra­
tos a la vez, al estar obsesionados en buscar un estrato preestablecido (figu­
ra 151). Una unidad estratigráfica no se presenta inmediatamente como una
acción interpretada. Se trata, simplemente, de una acción, quizás incompren­
sible, pero identificable e interpretable en un segundo momento.
Se tienen que observar con atención los estratos de destrucción y de
abandono considerados generalmente de poca importancia y que, en reali­
dad, son fundamentales para reconstruir el alzado de un edificio en ruinas.
Dichos estratos pueden revelar que los muros perirnetrales de una construc­
ción eran de piedra y los internos de arcilla o en opus craticium, que una par­
te de la construcción tenía un segundo piso (como puede observarse a partir
de las diferencias en el grosor del estrato de arcilla de muros disgregados),
cuáles eran las paredes cubiertas y las que estaban expuestas a la intemperie,
186 HISTORlAS EN LA TIERRA

las formas de vida precaria, no siempre fáciles de apreciar, que pueden ha­
berse dado en un edificio a lo largo de su proceso de expolio y de abandono
(Carandini, 1985a, l**, pp. 82­99, figuras 157­160). Distribuciones concretas
de materiales aflorantes pueden indicar la presencia de edificios de made­
ra de los que aquellos materiales constituían la preparación o el pavimento,
como en el poblado posclásico surgido sobre los niveles de destrucción de la
basílica romana de Wroxeter (Barker, 1977, p. 110; 1986, pp. 106 ss.). Otras
veces, en cambio, son las dimensiones especiales de los estratos o sus colora­ )
ciones concretas las que indican formas pobres de hábitat (Barker, 1977, fi­ )
gura 38; 1986).
Hay que poner mucha atención en el estudio de las diferentes fases de un
mismo edificio. Puede haber sido objeto de variaciones incluso durante su
construcción. Puede haberse degradado en modos y tiempos diferentes en
cada una de sus partes. Puede haber atravesado por períodos económicos, so­
ciales y culturales muy distintos, que se habrían reflejado en diversas mane­
ras de utilizarlo, modificarlo y ampliarlo. Lejos de conformarse con continui­
dades inexistentes ­«el yacimiento ha sido habitado desde el siglo 11 hasta el
VI d.C.»­, el excavador busca las soluciones de continuidad, incluso los mí­
nimos cambios que afectan a la vida de una estructura (casa de campo, villa
catoniana, varroniana, columeliana, pliniana, pequeño pueblo de campesi­
nos, refugio de pastores y bandidos, etc.). Una arqueología que se limite a to­
mar nota de la persistencia de los yacimientos durante largos períodos, que
no sepa captar las interrupciones y alcanzar la esfera de los acontecimientos
(sobre este problema, véase Musti, 1989, p. 80), es una arqueología incipien­
te, inmadura y, en definitiva, poco útil para la narración histórica.
Hay que intentar comprender la formación de cada estrato. Por dicho
motivo, cada arqueólogo debería tener nociones elementales de sedimento­
logía y de pedología. La primera estudia los procesos de acumulación y de
erosión: aluvión, deposición de detritus, coladura, desplome y hundimiento.
La segunda estudia la transformación de las superficies expuestas: formación
de horizonte orgánico, actividad biológica, procesos de fisuración, químicos, de
movimiento de arcillas, arado, pisado, infiltraciones de tierra, asentamien­
tos (Limbrey, 1975; Arnoldus Huyzenveld­Maetzke, 1988). Los secretos de la
formación de los estratos, siempre interesantes, son tan necesarios de desve­
lar cuanto mayor es la influencia de los agentes naturales, cuanto más sim­
ples y efímeras son las huellas de la vida humana y cuanto más el abanico de
las fuentes se reduce solamente a la información estratigráfica ( como en la
prehistoria, en la protohistoria y en la época altomedievaJ).
Un simple estrato puede revelar, a veces, su propia dinámica de forma­
ción de forma muy evidente, lo que ocurre en las acumulaciones poco ho­
mogéneas, como los estratos de estucos, de bóvedas y de elementos arqui­
tectónicos y escultóricos caídos (pp. 60 ss.). En dicho caso, el estudio de la
formación de los estratos es el presupuesto de cualquier tipo de restauración
rigurosa y de recomposición de los conjuntos iconográficos, como en el fa­
moso caso de los frontones de Olimpia (figura 152). En el caso de bóvedas
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 187

FIGURA 152. Ante el derrumbe de estructuras en alzado sus diversos componentes


deben colocarse en planta con el fin de que sea posible su reconstrucción gráfica o la
restauración de la estructura y de su decoración arquitectónica.

FIGURA 153. La caída o el abandono de materiales concentrados en un lugar deter­


minado puede indicar el uso de dicho espacio en una habitación determinada e in­
cluso su función.

caídas hay que identificar los diversos elementos y los perfiles de ruptura y
colocarlos en planta con una flecha que indique la dirección del derrumbe y
el grado de inclinación. Hay que dibujar una sección de cada uno de los ele­
mentos, en la que se destaquen sus características más relevantes. A cada
pieza se le puede dar un número de conjunto, como se hace con los estucos,
al que pueden referirse las piezas más fragmentarias y esporádicas (pp. 95 ss.).
Gracias a la superposición de los conjuntos se puede comprender la dinámi­
ca del derrumbe de una cubierta, llegando de esta forma a la reconstrucción
del edificio (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 235­236).
188 HISTORIAS EN LA TIERRA

a b
FIGURA 154. (a) Las piedras y los ladrillos se dejan sobresalir en los cortes, si no se
hacen agujeros. (b) Para leer la estructura de los suelos, especialmente de la arcilla,
no hay que alisarlos en sección, sino trabajarlos con la trowel, primero hincada y des­
pués usada lateralmente.

Hay que excavar cuidadosamente los estratos de ocupación, que pueden


revelar mediante la distribución de los materiales, incluso aquellos más pe­
queños, las actividades que se han desarrollado en un cierto sector de una ha­
bitación. Por esto es necesario poner en planta los materiales característicos
y especiales que tienen distribuciones preferentes, con el fin de identificar es­
tructuras o actividades latentes (figura 153). Sobre esta cuestión, resulta sig­
nificativo el caso de los cráneos sin esqueleto, despellejados y untados de
aceite, hallados en Wroxeter (Barker, 1986, pp. 107­108).
No siempre resulta fácil identificar los pavimentos de tierra batida, pero
la diferencia de consistencia respecto de los estratos precedentes o la fácil y
neta separación con los estratos posteriores y los objetos y los materiales caí­
dos sobre su superficie pueden indicar su función de planos de vida. Igual­
mente pueden indicarla la regularidad de la superficie, la abrasión de las
inclusiones, la presencia de bogares, de agujeros para postes, los desgastes
concretos a lo largo de ciertos recorridos y las relaciones especiales con las
estructuras. A veces, los estratos de ocupación de los yacimientos prehistóri­
cos, protohistóricos y altomedievales resultan difíciles de distinguir, como
ocurre con los estratos naturales. Finalmente, es importante buscar trazas de
pavimentos de madera, tales como clavos, cuya distribución regular puede
mostrarse claramente en una planta (manual del Departamento de Arqueo­
logía Urbana del Museo de Londres, 1988).
Para evitar intrusiones, la regularización de los cortes de la excavación
debe realizarse inmediatamente después de la remoción de un estrato, cuan­
do la tierra está todavía húmeda. En función de las dimensiones y consisten­
cia del estrato esta tarea se realizará con el pico o con la trowel. Si piedras,
tejas u otros materiales sobresalen en el corte, hay que dejarlos en su lugar
cortando el terreno a su alrededor para evitar agujeros. Los cortes de mate­
rial arcilloso no se deben alisar, sino trabajarse con la trowel, para poder ha­ f/:."'1
cer la lectura de su estructura (figura 154; Carandini, 1985a, 1 ••, figura 136).
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁcnCA 189

o
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FrGURA 155. La parte alta de una fosa o de un montón pueden aparecer en planta
bajo el mismo aspecto.

Rellenos de fosas y montones

El relleno unitario de una fosa puede mostrarse como un estrato de for­


ma mayoritariamente vertical. Pero en las fosas, los estratos se superponen
por norma general unos a otros horizontalmente (figura 173), por lo que el
efecto de verticalidad acaba por desaparecer.
Un carácter, en parte, vertical tiene un montón de tierra, cuya cima pue­
de presentarse, en principio, igual que la boca de una fosa, ya que los bordes
internos de ésta tienden frecuentemente a ser entrantes. Pero mientras la tie­
rra que rellena una fosa debe ser excavada en primer lugar, la que constitu­
ye un montón debe excavarse al final (figura 155).

Márgenes y terraplenes

Entre los estratos verticales pueden contabilizarse márgenes y terraple­


nes para la contención de aguas o defensivos, estos últimos generalmente
asociados a fosos. Se conocen terraplenes con o sin armadura de madera (fi­
gura 156), que pueden ser de diversos tipos (Buchsenschutz­Ralston, 1981, p.
27, con una tipología de las fortificaciones transalpinas). Los terraplenes pue­
den estratificarse uno encima de otro, como en el célebre caso de Maiden­
Castle (AJexander, 1970, figura 56). La tierra para el terraplén se obtiene ge­
neralmente al excavar el foso. Cuando se abandona La fortificación la tierra
del terraplén tiende a rellenar de nuevo el foso (figura 176).

Muros, columnas y «suspensurae»

Mientras que de las construcciones de madera no quedan más que man­


chas en estratos, formas de estratos, encajes para bigas y agujeros para pos­
190 HlSTORlAS EN LA TIERRA

FIGURA 156. Terraplenes (con y sin estructura de madera) asociados a fosos (Webs­
ter, 1964, figura 7).

tes, los muros tienden, en general, a conservarse. De los muros de arcilla sólo
se conserva, a veces, la parte inferior (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 123­125,
139­142 y 151­152), incluso de los muros con banqueta de piedra y alzado de
arcilla se conserva sólo su parte inferior y, raramente, se puede documentar
su alzado de arcilla. Sin embargo, se conservan los estratos formados por la
arcilla disgregada depositados a los lados de la banqueta de piedra (ibid., fi­
guras 27, 136, 151 y 152). Los muros con alzado de arcilla, bien documenta­
dos en época arcaica, también son muy frecuentes en época helenística y ro­
mana, incluso en edificios de lujo y con frescos: desde las casas de Delos a la
villa de Settefinestre. El sistema con el que se construían estos muros loco­
nocemos gracias a Vitruvio (Carandini­Settis, 1979, pp. 49 ss.; Carandini,
1985a, 1 *, pp. 61 ss.), a tratados del siglo xvm (Costruziorü di case in terra,
1793) y a testimonios actuales facilitados por las tribus bereberes, especial­
mente de Marruecos (figura 157a; Donati, 1990). La variedad existente de
muros con armazón de madera, cañizos y arcilla (figura 157b)4 o con arma­
zón de madera y paneles de obra (Carandini, 1985a, 1*, figura 62; 1••, figu­
ras 128 y 146­147; Merlo, 1990) es muy grande. Los propios muros de piedra
o en opus caementicium se pueden construir de muchas maneras, suficiente­
mente estudiadas por los especialistas en técnicas edilicias como para ilus­
trarlas de nuevo aquí.!
Hay que conocer los principales tipos de cimentaciones de un muro para
poder comprender a fondo la relación entre los estratos y las estructuras
(Giuliani, 1990). Los tipos de cimentaciones son: 1) vista de frente, es decir,
de trinchera ancha, con los obreros trabajando dentro de la trinchera, o vista
por encima, es decir, trinchera estrecha, con los obreros trabajando sobre el
muro o en los bordes de la propia trinchera; las trincheras después se relle­
nan con tierra (Parenti, 1988b, figura 2); 2) a saco, con la trinchera (compac­
tada o sin compactar) completamente llena de mortero; 3) a saco, con la trin­
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 191

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FIGURA 157a. Construcción de un muro de arcilla (de un dibujo de P. Donati, com­


binado con Francovich­Gelichi­Parenti, 1980, figuras 27 y 33).

FtGURA 157b. Armazones de madera con paneles de madera, corteza y arcilla y con
adobes (Donati, 1990, figura de la p. 54).
)
)
192 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 157c. Diversos modos de serrar un árbol (Donati, 1990, figura de la p. 39).

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a b e

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6
4

10

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FIGURA 158. Principales tipos de cimentación: (a) vista; (b) a saco; (e) a saco con pe­
queñas trincheras de cimentación; (d) a saco y vista superpuestas; (e) a saco o a fosa
vista en un lado y vista en el otro.
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁcnCA 193
1

FIGURA 159. Superposición de muros de naturaleza y períodos diversos (Fréderik,


1967, figura 68).

chera (compactada o sin compactar) sólo parcialmente llena de mortero, por


lo que entre el borde de aquélla y el muro, normalmente más estrecho que la
cimentación, se forman pequeñas trincheras de cimentación llenas de tierra;
4) a saco en trinchera (compactada o sin compactar) en la parte inferior y vis­
ta, con trincheras llenas de tierra, en la parte superior; 5) a saco en trinchera
(compactada o sin compactar) o con trinchera estrecha en un lado y vista en
el otro (figura 158). Cuando un muro utiliza una cimentación anterior debe
darse un número a esta última y otro distinto a aquél. En ocasiones muros
con tipos de cimentaciones análogos o diversos pueden encontrarse super­
puestos unos a otros (figura 159).
Resulta siempre delicado el definir la relación existente entre los pavi­
mentos y los muros, pero en algunos casos la conexión entre estratos hori­
zontales y verticales es especialmente complicada, por ejemplo, en el reves­
timiento arquitectónico de una habitación, en la que a los estratos verticales
del muro y de un estrato de mortero se apoyan los estratos horizontales del
sustrato del pavimento, de la preparación y de la base del mosaico, en los
que, finalmente, se apoyan los estratos verticales de cal y de calcita de los es­
tucos (Carandini, 1985a, 1 •, figura 87). Otras relaciones complejas entre es­
tratos verticales y horizontales se dan en otros puntos de la decoración ar­
194 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 160. (a) Muro asociado a un terraplén añadido o rehecho en una segunda
fase; (b) muro asociado a un terraplén contemporáneo (Webster, 1964, figura 7).

quitectónica (ibid., figuras 90, 91 y 120; 1 u, figuras 220, 221, 225 y 226), en
las maquinarias agrícolas (ibid., pp. 32 ss., figuras 241 ss.), en las letrinas
(ibid., figuras 18 y 119­121), en los pozos y en las cisternas (ibid., figuras 14 y
44), en las cocinas tibid., figuras 36 ss.) y en las pavimentaciones de calles en
su relación con las cloacas y los muros perimetrales de los edificios que las
delimitan (manual del Departamento de Arqueología Urbana del Museo de
Londres, 1988).
Se conocen muros de fortificación generalmente asociados a fosos, como
los de Esmirna (Nicholls, 1958­1959), como los supuestos en la base de la ver­
tiente septentrional del Palatino, datables entre los siglos VIII­VI a.C. (Caran­
dini, 1989a, 1990a y 1990b) o como los hallados en el Lacio (Guaitoli, 1984),
llegando hasta el muro de Teodosio U en Cartago (Carandini et al., 1983;
Hurst­Roskams, 1984; Hurst, 1986b). Se conocen también muros asociados
a terraplenes, en los que el muro puede haber sido añadido o rehecho en
un segundo momento o puede formar parte del proyecto inicial (figura 160).
Un famoso ejemplo del primer caso es la muralla serviana de Roma (Gjers­
tad, 1960, figuras II ss.). Ejemplos del segundo caso son muchas de las forti­
ficaciones de Italia central, como la muralla de Pompeya (Maiuri, 1929, figu­
ra 12).
Las columnas no son todas de piedra ni de mármol. Hay columnas de
madera y también columnas construidas, para cuya elaboración se han podi­
do utilizar ladrillos con uno de sus lados redondeado. En este caso, al caer
una columna puede hacerlo de forma unitaria o rompiéndose en numerosos
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁcnCA 195

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F1GURA 161. Una estructura termal con suspensurae presenta problemas a nivel de
secuencia estratigráfica.

pedazos (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 21, 26­29, III, 136, 150, 154, 190, 194,
289 y 305).
En los monumentos antiguos difícil.mente se conserva una estratigrafía a
doble nivel, excepto en el caso frecuente de las suspensurae de los complejos
termales, en donde los pilares de ladrillo aguantan el pavimento de la sala
que se halla suspendido por encima del pavimento real de la construcción.
Este es un típico ejemplo en que la sucesión física de los estratos no corres­
ponde con la secuencia estratigráfica (figura 161; ibid., figura 130). Otros ca­
sos similares son los tubos de terracota de los muros de las termas tibid., fi­
gura 221), las cloacas de época moderna construidas en galería (manual del
Departamento de Arqueología Urbana del Museo de Londres, 1988) y las
galerías subterráneas hechas por los expoliadores para recuperar materiales
de construcción, bien documentadas en Roma, especialmente en el Palatino.

Desgastes, rebajes y destrucciones

Se trata de superficies en sí de tipo horizontal. Los desgastes, cuanto más


difundidos se hallan y horizontales son, menos fácilmente se pueden recono­
cer (figuras 5 ss.). A veces son mínimos y sólo plantas con curvas de nivel
muy detalladas pueden ponerlos en evidencia (figura 162). Los desgastes per­
miten identificar actividades, recorridos y el aspecto final de habitaciones, in­
cluso la presencia de muebles o elementos decorativos especiales (figura 163;
Barker, 1986, figuras 80 ss.). Algunos desgastes deben ponerse en relación
con maquinaria de tipo agrícola, como los debidos al recorrido del asno al­
rededor de un molino de aceite (Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 96 y 349).
Otros desgastes han llevado a reconocer restauraciones antiguas, por ejem­
plo de mosaicos (ibid., figura 346).
También los rebajes, si han sido realizados de forma horizontal y en gran­
des tramos, son difíciles de identificar, a no ser que se encuentre el corte ver­
tical en la estratificación que les precedía. Su presencia puede sospecharse en
196 HISTORIAS EN LA TIERRA

FtGURA 162. Vida y desgaste (1) de la calle 2.


)
)

F1GUllA 163. Vida y desgaste (2) de un pavimento de tierra batida l. En un ángulo


de la habitación y de forma regular el pavimento no ha sufrido desgaste. En dicho
punto se puede suponer la presencia de un mueble de madera (por debajo del cual no
se pasaba la escoba ni se caminaba).

zonas saneadas y en los movimientos de terrenos que generalmente preceden


a los trabajos de urbanización (figura 164; Carandini et al., 1983, figura 4).
Cuando en una excavación afloran las crestas de los muros, en realidad
lo que aflora no son los muros, sino sus superficies de destrucción (figura
165). En el caso en que un edificio haya sido abandonado globalmente en un
mismo momento, no es necesario, como debería hacerse por rigor metodoló­
gico, numerar cada una de las interfacies de destrucción de cada uno de sus
muros. Uno puede limitarse a numerar solamente la actividad correspon­
diente (Carandini, 1985a, 1 ••, pp. 86 ss. y figuras 158­160). Hay que limpiar
con mucha atención las superficies de destrucción (las crestas) de los muros,
ya que puede ocurrir que una parte de un estrato de destrucción, formado
básicamente de piedras, se confunda con una parte de muro in· situ (figura
166).
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 197

11 b

F1GURA 164. Rebaje de tumbas y de vertederos con ocasión de trabajos de urbani­


zación. Ejemplo de Cartago (Carandini et al., 1983, figura 4).

� DEJ D OÍlJ [] [E
I b e d r

FIGURA 165. La coronación de un muro a través de una secuencia de plantas com­


puestas. (a) 1: estrato de destrucción. (b) 2: interfacies de destrucción del muro 5.
(e) 3 y 4: estratos pavimentales. (d) 5: muro y su correspondiente cimentación. (e) 6:
trinchera de cimentación. (f) 7 y 8: primeros estratos cortados por la trinchera 6.

a b

F1GURA 166. Hay que identificar correctamente y limpiar a fondo las superficies de
destrucción (las crestas) de los muros, eliminando toda traza de otros estratos de des­
trucción más tardíos formados por piedras.

Agujeros y trazas de estructuras de madera

La madera, cuando está embebida de agua, se conserva. Casos famosos


de estructuras de madera conservadas son los waterlogged deposits de las ri­
beras del Támesis en Londres (Miller­Schofield­Rhodes, 1986) y las cabañas
de la York vikinga,6 por no hablar de Spina y de las terramaras del vaJle del
Po (Saeflund, 1939). En el Mediterráneo, esto ocurre muy raramente.
Las paredes de madera también pueden delimitar depósitos estratigráfi­
cos diferentes. A veces, las diferencias entre la estratigrafía interna y la ex­
terna son los únicos elementos que permiten reconocer su existencia.
198 HISTORIAS EN LA TIERRA


b
. ..

. .. ••

FIGURA 167. (a) Tablas de madera de un umbral fijadas con tacos y estacas clavados
verticalmente en el suelo. Estructura conservada en situación anaeróbica en York
(Barker, 1977, figura 81). (b) Elementos que se hubieran encontrado en planta si la
madera se hubiese descompuesto.

Las construcciones de madera pueden estar simplemente apoyadas en el


suelo, teniendo solamente algunos postes hincados en la tierra (figura 167).
Las formas o las coloraciones de los estratos y las concentraciones especiales
de materiales (piedras, cerámica, etc.) pueden indicar su presencia. Casos
ejemplares de este tipo son Hen Dolmen y Wroxeter, y las construcciones sa­
jonas y normandas de Londres.7 Para evidenciar la presencia de estas cons­
trucciones resulta necesario hacer plantas detalladas y caracterizadas en sus
más mínimos detalles, de manera que se evidencien los diferentes tipos de
materiales y los diversos componentes de los estratos arqueológicos asocia­
dos a dichas estructuras, que difícil.mente pueden observarse a simple vista.
Fases históricas enteras han dejado en la estratificación poco más que la som­
bra de sí mismas.
En otros casos los postes de las construcciones de madera se han hinca­
do en el suelo, en agujeros y fosas. El agujero representa el alojamiento del
poste y debe distinguirse de la fosa en la que se halla, creada para anclarlo
en el suelo. Estas trazas se pueden reconocer si se limpian adecuadamente
los estratos que han sido cortados por estos agujeros y fosas. Un poste pue­
de descomponerse in situ pero también puede haber sido extraído cuando se
abandonó el edificio (figura 168).

La historia de una estructura de madera se puede articular en diversas fa­


ses. 1) Imaginemos que se excave una fosa 2) para insertar en ella un poste.
3a) Si no se halla en un terreno embebido de agua el poste se puede descom­
poner a nivel del suelo o 3b) puede destruirse por incendio y, en dicho caso,
todo o parte de lo que queda de este poste puede carbonizarse. 4a) Los vacíos
1
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 199
1

F1GURA 168. (a) Agujero con poste. (b) Agujero de poste, con poste descompuesto.
(el) Agujero de poste arrancado (sección); (c2) agujero de poste arrancado (planta).
El agujero (e) es un agujero de expolio (Barker, 1977, figura 31).

del poste descompuesto se llenan de tierra, o 4b) puede que se desee restau­
rar la estructura, que se eliminen los restos del poste y que se excave una nue­
va fosa para el nuevo poste con una forma y unas dimensiones distintas de la
anterior. 5) Esta última operación puede repetirse muchas veces (hasta quin­
ce veces en las puertas de algunos hillforts británicos).

En dichos casos, se crean situaciones estratigráficas muy complicadas que


requieren una gran pericia de sus excavadores, que deben usar el sistema de
las secciones acumulativas o por cuadrantes (figura 169). Otras veces, palos
y vigas pueden haber sido insertos en el suelo dentro de trincheras, como en
una empalizada localizada en la vertiente septentrional del Palatino, para­
lela a los muros considerados de fortificación (Carandini, 1989a, 1990a y
1990b). Pero las situaciones estratigráficas de este tipo son difícilmente codi­
ficables, debido a la variedad de tipos de muros de madera y de tipos de ci­
mentaciones existentes (figura 170).

Fosas

Al igual que las fosas para los postes, también los otros tipos de fosas o
trincheras pueden evidenciarse limpiando con atención los estratos a los que
cortan. A veces, la tierra que rellena una fosa puede ser similar a la del pri­
mer estrato cortado por la misma, por lo que la fosa se observa claramente
sólo a partir del estrato sucesivo, de características claramente diversas (fi­
gura 171).
202 HISTORIAS EN LA TIERRA

F1GURA 172. Avatares estratigráficos de un basurero (destacados con fines didácti­


cos). (a) El basurero acabado de colmar. (bl) El basurero tras un cierto tiempo. (b2)
El basurero transcurrido más tiempo.

1
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FIGURA 173. Fosas cortadas entre sí (siguiendo el orden cronológico: 6, 4 y 2). r\

posibilidad de que haya intrusiones en los intersticios de una fosa, resulta


aconsejable datar el corte de la fosa mediante el terminus ante quem facili­
tado por los materiales que se encuentren en los estratos depositados en el
fondo de la misma, generalmente no contaminados. La estratigrafía se com­
plica cuando hay muchas fosas, se cortan unas a otras y perforan de formas
diversas los estratos más antiguos. Esta destrucción de la estratificación se
compensa por el hecho de que tales fosas contienen grupos «cerrados» de
materiales, generalmente bien conservados, gracias a los cuales se pueden
establecer las tipologías cerámicas. En cambio, resulta aburrido excavarlas
cuando corresponden a horizontes cronológicos de los que conocemos ya los
aspectos ceramológicos. Es importante establecer la sucesión de las fosas que
se cortan unas a otras y que cortan, a su vez, los estratos horizontales prece­
dentes; para ello hay que distinguir las diferentes tierras de los diversos es­
tratos, con la complicación de que una parte de la pared de una fosa puede
estar formada por el estrato o los estratos de relleno de una fosa anterior,
cortados a su vez por una fosa sucesiva (figura 173).
1
l
1
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 199

FIGURA 168. (a) Agujero con poste. (b) Agujero de poste, con poste descompuesto.
(el) Agujero de poste arrancado (sección); (c2) agujero de poste arrancado (planta).
El agujero (e) es un agujero de expolio (Barker, 1977, figura 31).

del poste descompuesto se llenan de tierra, o 4b) puede que se desee restau­
rar la estructura, que se eliminen los restos del poste y que se excave una nue­
va fosa para el nuevo poste con una forma y unas dimensiones distintas de la
anterior. 5) Esta última operación puede repetirse muchas veces (hasta quin­
ce veces en las puertas de algunos hillforts británicos).

En dichos casos, se crean situaciones estratigráficas muy complicadas que


requieren una gran pericia de sus excavadores, que deben usar el sistema de
las secciones acumulativas o por cuadrantes (figura 169). Otras veces, palos
y vigas pueden haber sido insertos en el suelo dentro de trincheras, como en
una empalizada localizada en la vertiente septentrional del Palatino, para­
lela a los muros considerados de fortificación (Caraodini, 1989a, 1990a y
1990b ). Pero las situaciones estratigráficas de este tipo son difícilmente codi­
ficables, debido a la variedad de tipos de muros de madera y de tipos de ci­
mentaciones existentes (figura 170).

Fosas

Al igual que las fosas para los postes, también los otros tipos de fosas o
trincheras pueden evidenciarse limpiando con atención los estratos a los que
cortan. A veces, la tierra que rellena una fosa puede ser similar a la del pri­
mer estrato cortado por la misma, por lo que la fosa se observa claramente
sólo a partir del estrato sucesivo, de características claramente diversas (fi­
gura 171).
)

200 HISTORIAS EN LA TIERRA

12
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FIGURA 169. (al) Excavación de un agujero (sección); (a2) excavación de un aguje­


ro (planta). (bl) Se introduce el poste en el agujero (sección); (b2) se introduce el
poste en el agujero (planta). (el) El poste se descompone (sección); (c2) el poste se
descompone (planta). (dl) El poste se quema (sección); (d2) el poste se quema (plan­
ta). (el) El poste se sustituye una primera vez excavándose otro agujero (sección);
(e2) el poste se sustituye una primera vez (planta). (fl) El poste se sustituye una se­
gunda vez excavando un segundo agujero (sección); (fl) el poste se sustituye una
segunda vez (planta). (gl) La estratificación tal y como la encuentra el arqueólogo
(sección); (g2) la estratificación (planta). En (f) y en (g) se distinguen los agujeros de
los orificios, lo que no ocurre en (e), porque el orificio ha sido completamente des­
truido por el agujero sucesivo (Barker, 1986, figuras 5­6).
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 201

FIGURA 170. Diversos tipos de cimentaciones de muros de madera (Aspeas of Saxo­


Norman London, 1988, figura 61).

11 b

FlGURA 171. Se puede pasar por alto la parte superior de una fosa. (a) Excavación
incorrecta. (b) Excavación correcta.

En las épocas en las que no había servicios de limpieza urbana existía el


problema de dónde tirar la basura. Este problema se resolvía utilizando áreas
y edificios abandonados (Carandini­Panella, 1968) o excavando abundantes
fosas. El material orgánico arrojado en una de estas fosas, al disolverse y re­
ducir su volumen, podía crear el hundimiento de los estratos que cubrían la
propia fosa. El problema se solucionaba echando un nuevo estrato de nive­
lación. Con el hundimiento y la reducción de los estratos superiores que re­
llenaban la fosa podía producirse una caída de materiales de los estratos su­
periores del relleno y de los que habían sido cortados por la fosa, por lo que
solamente los estratos inferiores se mantenían sin contaminaciones (figura
172). En consecuencia, la excavación de este tipo de fosas puede convertirse
en tarea verdaderamente complicada. Los materiales caídos en los intersti­
cios de la fosa pueden ser confundidos con sus paredes que, en cambio, se en­
cuentran más atrás, porque la fosa, mientras tanto, se ha abombado. El es­
trato que ha colmado el hundimiento del estrato superior de la fosa puede
ser un buen indicador de la presencia, a nivel inferior, de una fosa. Vista la
)
202 HISTORIAS EN LA TIERRA

FIGURA 172. Avatares estratigráficos de un basurero ( destacados con fines didácti­


cos). (a) El basurero acabado de colmar. (bl) El basurero tras un cierto tiempo. {b2)
El basurero transcurrido más tiempo.

FIGURA 173. Fosas cortadas entre sf (siguiendo el orden cronológico: 6, 4 y 2).

posibilidad de que haya intrusiones en los intersticios de una fosa, resulta


aconsejable datar el corte de la fosa mediante el terminus ante quem facili­
tado por los materiales que se encuentren en los estratos depositados en el
fondo de la misma, generalmente no contaminados. La estratigrafía se com­
plica cuando hay muchas fosas, se cortan unas a otras y perforan de formas
diversas los estratos más antiguos. Esta destrucción de la estratificación se
compensa por el hecho de que tales fosas contienen grupos «cerrados» de
materiales, generalmente bien conservados, gracias a los cuales se pueden
establecer las tipologías cerámicas. En cambio, resulta aburrido excavarlas
cuando corresponden a horizontes cronológicos de los que conocemos ya los
aspectos ceramológicos. Es importante establecer la sucesión de las fosas que
se cortan unas a otras y que cortan, a su vez, los estratos horizontales prece­
dentes; para ello hay que distinguir las diferentes tierras de los diversos es­
tratos, con la complicación de que una parte de la pared de una fosa puede
estar formada por el estrato o los estratos de relleno de una fosa anterior,
cortados a su vez por una fosa sucesiva (figura 173).

1
l
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 203

Deposiciones funerarias

La excavación de las deposiciones funerarias implica el conocimiento de


la amplísima tipología de estas unidades estratigráficas, la cual no entra en
los objetivos de este trabajo. Resulta evidente que tumbas y necrópolis pue­
den hallarse también en un yacimiento, debido al movimiento de crecimien­
to y de recesión al que están sujetos los centros urbanos. La Cartago romana
está construida en gran parte sobre las necrópolis púnicas y en época tar­
dorromana las necrópolis reocupan los espacios que habían perdido (Caran­
dini et al., 1983). Lo mismo ocurre en Roma, por ejemplo en el Esquilino, don­
de una necrópolis tardorromana se extiende por el área que precedentemente
había ocupado la Porticus Liviae (Panella, 1987). Por otro lado, La propia po­
sición de las necrópolis alrededor de un hábitat poco conocido puede ayudar
a definir su historia y su topografía general (Colonna, 1986, lám. IIJ).
Acerca del modo de documentar las tumbas en las fichas correspondien­
tes véase la p. 98 (Brothwell, 1972; Barker, 1977, figura 36). La excavación de
las necrópolis es más fácil que la de los hábitats, al tratarse, en el primer caso,
de unidades estratigráficas más bien sencillas, repetitivas y previsibles. Lo
que puede convertirse en complicado y costoso es la recuperación de los
ajuares y su posterior conservación. Este tipo de excavación ha atraído des­
de siempre a los arqueólogos porque es el único que permite recuperar ob­
jetos íntegros en un contexto cerrado. Por dicho motivo todavía existen en
Italia hábitats antiguos completamente desconocidos y esta situación no
cambiará hasta que no se tenga más confianza en la productividad de las ex­
cavaciones en poblados y ciudades. Los ajuares y los restos orgánicos de la
tumbas, que informan sobre la edad y el sexo de los individuos, son testimo­
nios fundamentales para la reconstrucción de las relaciones sociales y de la
mentalidad de las sociedades antiguas, como, por ejemplo, las manifestacio­
nes de las primeras aristocracias en las necrópolis de la Italia central del si­
glo Vil! a.C.8
De la misma manera que resulta inviable la comprensión de las activida­
des relativas a un edificio si no se consideran por los grupos de actividades
que lo componen, las actividades de las deposiciones funerarias deben tra­
tarse también por los grupos de actividades que componen la necrópolis, por
grupos de tumbas, si se quiere comprender la dimensión social de las prácti­
cas funerarias. Hay que identificar contextos de deposiciones que puedan po­
nerse en relación con segmentos estructurados de la sociedad y que deben
considerarse como unidades mínimas de análisis estructural y de cronología
relativa. Las tablas de asociación, basadas en la tipología de los materiales,
toman, en cambio, las tumbas como unidad de análisis. Por dicho motivo, si
bien son adecuadas para establecer la cronología media de un período, no
consiguen definir los grupos que forman sistema y, por lo tanto, la estructura
social de la necrópolis.?
204 HISTORIAS EN LA TIERRA
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F1ouRA 174. Diversos tipos de fosos defensivos (Alexander, 1970, figura 54).
1
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1
Fosos y trincheras

Existen fosos de muchos tipos: desde los de los campos {figura 42) a 1
los defensivos (figura 174). Gracias a la arqueología experimental, sabemos )
1
que los fosos cambian notablemente en un período de diez afios {Coles, J
1973, figura 13). Poco después de su creación el frente del terraplén y el 1
foso comienzan a rellenarse con un primer estrato de origen natural. Por
ello, sus perfiles se presentan ya atenuados. Después de un cierto tiempo
un foso ya obliterado puede ser cortado por uno sucesivo {figura 175). Una
serie de fosos, cortados uno dentro de otro y datados en el siglo vn y pri­
mera mitad del VI a.c., bao sido localizados en la vertiente septentrional del
Palatino, estando relacionados con murallas consideradas de carácter ritual
(Carandini, 1989a, 1990a y 1990b). Los fosos pueden identificarse inclu­ 1
so en una sola trinchera, pero el experimento debe repetirse para aumen­ )
tar o corregir la información obtenida. Solamente una excavación en exten­ 1

sión puede proporcionar la secuencia completa de las diversas intervencio­


nes a lo largo de una misma línea defensiva (Barker, 1977, p. 42, y 1986,
figura 9).
Las trincheras de fundación de los muros son muy importantes. Pueden
ser sencillas o compactadas, anchas o estrechas, completamente o sólo 'par­
cialmente rellenadas por la cimentación (figura 159). El estrato que las relle­
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 205

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1,

FIGURA 175. Historia de un foso. (a) El primer foso acabado de excavar. (b) En cur­
so de colmatación. (e) Se excava un segundo foso que corta al precedente y que rápi­
damente comienza también a colmatarse.

na es, generalmente, posterior a la construcción de la fundación y anterior o


contemporáneo a la construcción del muro correspondiente.

Cortes de muros

Al igual que todos los tipos de unidades positivas, los muros también
pueden ser cortados verticalmente por cualquier tipo de unidad negativa. Un
muro puede haber sido cortado para modificar una estancia, abrir una puer­
ta o una ventana, excavar una fosa, una tumba, un foso o una canalización,
incluso todo el frente de un edificio puede haber sido desplazado, recons­
truido o destruido por la inserción de un nuevo edificio (como el palacio de
los reyes musulmanes por el de Carlos V en la Alhambra de Granada). Es­
tos cortes verticales deben distinguirse de los horizontales, que producen un
rebaje del nivel del muro, determinando las llamadas crestas.
\
1
206 HISTORIAS EN LA TIERRA ?
1
Trincheras de expolio

La arqueología tradicional solamente estaba interesada en las grandes 1
realidades monumentales. Actualmente estamos capacitados para utilizar el )
más mínimo detalle para nuestros fines reconstructivos e incluso para deli­ '>
mitar la planta de estructuras ausentes, es decir, de edificios cuyos muros han
)
sido «saqueados». Su forma nos la sugiere la forma de las trincheras de ex­
polio. Por suerte, los ladrones de piedras no hacían excavaciones estratigrá­ )
ficas y se limitaban a seguir las estructuras que querían expoliar, sin excavar
a los lados. Las trincheras de expolio ofrecen pues noticias sobre el propio
expolio y sobre la alineación de la estructura «saqueada», de la que frecuen­
:;
1
temente quedan restos en el fondo de la trinchera. En algunos casos, estas
trincheras afectan a las de cimentación. En dicho caso, existe el riesgo de ,)
que, excavando la de expolio, la tierra de la de cimentación pueda caer y )
1
mezclarse con la de aquélla. Ante una tal situación, resulta aconsejable ex­ )
cavar primero la trinchera de cimentación para garantizarse su integridad, 1
aunque debería excavarse primero la de expolio (figura 176).1º
Uno de los primeros en excavar trincheras de expolio fue Wheeler en
1 '
)
Verulamium en los años treinta. La metodología y la práctica se han desa­
rrollado mucho desde entonces, especialmente en la excavación del Old 1
Minster de Winchester (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969). El fondo de la trin­ }
chera es el que indica la dimensión original del muro expoliado. Debemos 1
)
presuponer que las cimentaciones de una misma época son aproximada­ 1
mente análogas; en consecuencia, las trincheras de expolio deberían ser si­ )
milares en cuanto a su anchura y profundidad. Debemos presuponer que ')
las cimentaciones de épocas diversas son diferentes y, por lo tanto, sus trin­
cheras de expolio deberían poder distinguirse claramente. Existen excep­
ciones a esta regla, como cuando se observan diversos tipos de cimentacio­
nes para diferentes tipos de estructuras en alzado en un mismo edificio y en 1
)
una misma fase edilicia. Dos cimentaciones que no estén ligadas entre sí
l
implican la conservación de una fina porción de suelo no excavada por las )
trincheras de expolio de las dos cimentaciones, ya que éstas tienen una for­
ma curva en la parte inferior (figuras 180 y 181). Cimentaciones diferentes
y muros que se apoyan los unos en los otros pueden pertenecer a fases dis­
tintas pero también a una misma fase edilicia. Tampoco es obligatorio que
el expolio se realice en un único momento, ya que puede identificarse una
secuencia de expolio. Esta secuencia puede reflejar exclusivamente los tiem­
pos internos del expolio o los tiempos diversos de abandono de cada una
de las partes de un mismo edificio.
Para captar esta complicada serie de relaciones hay que excavar las trin­
cheras de expolio en grandes áreas, cortándolas transversal y longitudinal­
mente, y siguiendo una serie de indicaciones: 1) a un mismo muro corres­
ponde una misma trinchera de expolio (figura 177); 2) dos muros vecinos y
contemporáneos pueden ser expoliados contemporáneamente o uno después
del otro (figura 178); 3) dos muros situados uno al lado del otro pero de di­
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 207

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FIGURA 176. Trinchera de expolio (b ), con reconstrucción de la estratificación desa­


parecida (a) (Barker, 1977, figura 13).

FIGURA 177. Muro y su correspondiente trinchera de expolio; la anchura del fondo


de ésta indica la del muro expoliado (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969).

ferentes períodos pueden ser expoliados contemporáneamente, uno tras otro


(figura 179), o en períodos diferentes (figura 180).
En las trincheras de expolio del conjunto del Atrio de Calígula, bajo el
aula domiciana situada junto a Santa Maria Antigua en Roma, se recupera­
ron diversos muros en piedra seca dispuestos transversalmente, a intervalos
regulares, construidos probablemente por los expoliadores durante su activi­
dad, con el fin de contener la tierra acumulada en los tramos de trinchera cu­
yas estructuras ya habían sido saqueadas. Estos muros tenían su cara vista en
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208 HISTORIAS EN LA TIERRA 1

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poráneamente o uno tras otro (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969). ,,,
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FIGURA 179. Dos muros vecinos y de época diversa pueden ser expoliados contem­
poráneamente o uno tras otro (Biddle­Kjolbye Biddle, 1969).

el lado sur, lo que indicaba que las tareas de expolio de las estructuras se lle­
varon a cabo avanzando de norte a sur (Hurst, 1986a).

Canalizaciones

Las canalizaciones pueden ser de tipos diversos y presentar diferente gra­


do de complejidad, desde la fistula, al bajante en terracota, o a la cloaca.'!
Las fistulae generalmente se encuentran incorporadas en los estratos hori­
zontales (Carandini, 1985a, 1••, figuras 14, 52, 92, 93, 119, 187, 191, 196, 217
y 269), o están protegidas por canalizaciones de obra (figura 181).
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 209

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1 :

F1GURA 180. Dos muros vecinos y de diversa época (por la diferencia existente en­
tre las trincheras y por las porciones de tierra dejadas entre ellas) pueden ser objeto
de expolio en momentos diferentes; el muro de la izquierda había sido ya expoliado
antes de la construcción del de la derecha, que también fue expoliado más tarde
(Biddle­Kjolbye Biddle, 1969).

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1

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FIGURA 181. Canal para fistula (sección). Ejemplo de Settefincstre (Carandini,


1985a, l**, figuras 183, 191).

Las cloacas ocupan mucho espacio en una excavación, más en horizontal


que en profundidad. Por dicho motivo, son las estructuras constructivas más
adecuadas para ser desmontadas con el fin de poder avanzar, donde sea ne­
cesario, en las zonas estratigráficas más profundas (Terrenato, 1989).

Trincheras agrícolas

Raramente los arqueólogos se han ocupado de estudiar las superficies


cultivadas de los vergeles, de los jardines, de los huertos y de los campos. Im­
portantes resultados se han obtenido, entre otros, en la zona vesubiana (Jas­
hemski, 1979 y 1987; Cunliffe, 1971b; Carandini, 1989e).
Cuando afloraba la roca, podía bastar rebajar su nivel en una determina­
da superficie o cortar en la misma trincheras en las que colocar la tierra para
cultivar. Las formas de dichas trincheras proporcionan informaciones acerca
del tipo de cultivos practicados (figura 182; Carandini, 1988a, p. 306).
En el fondo de un estrato de tierra cultivada pueden encontrarse cavida­
des paralelas que pueden interpretarse como trazas de la herramienta con la
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210 HISTORIAS EN LA TIERRA
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FIGURA 182. (a) Arboricultura en Crimea (documentación de S. Strzeleckij). (b) •)


Cultivo promiscuo de la vid en los alrededores de Roma, cerca de la Via Laurentina
(dibujo de M. Medri; cf. Carandini, 1988a, p. 306). ')
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1
)
que se trabajó el terreno en profundidad (figura 183). En un terreno inade­ 1
cuado para el cultivo se pueden haber excavado surcos en los que colocar tie­
rra buena para cultivar. No resulta fácil identificar estas unidades, porque son
diversas las tierras cortadas por dichos surcos y diversas las que los rellenan, 1
por lo que el único elemento homogéneo y unificador es el propio corte de )
1
los surcos (figura 184). Muros de piedra seca y cambios de tierras con limites
regulares pueden indicar los parterres de un jardín (Carandini, 1985a, 1 **, fi­
guras 193­197). Se puede, por lo tanto, reconstruir huertos y jardines en cual­
quier parte, incluso en aquellas zonas que no han sido cubiertas por antiguas
erupciones volcánicas.

Lo EXCAVADO

Cómo dejar la excavación

Antes de dejar una excavación, especialmente si no se ha llegado al final


de la misma, debería hacerse la planta de todas las superficies de las unida­
des estratigráficas, incluso de aquellas que sólo se ven en parte. Los cortes de
la excavación deberían protegerse con bloques prefabricados de cemento
l LA EXCAVACIÓN COMO PRÁcnCA 211

TtAlAS
PECUIT/rl
(.¡PE U UYA!)

FIGURA 183. Trazas de la actividad agrícola identificadas en el fondo de un estrato


de tierra cultivada (Carandini, 1985, 1 .. , figuras 181, 192, 194).

8 b e

FIGURA 184. Surcos de cultivo. (a) Superficie formada por diversos estratos antes de
la excavación de los surcos. (b) Surcos excavados. (c) Surcos llenos de tierras diver­
sas, adecuadas para el cultivo (Carandini, 1985, 1 ••, figuras 203, 204, 207, 208 y 210).

para conservar las secciones. Las crestas de los muros, si están expuestas a la
intemperie, deberían consolidarse. Los pavimentos de calidad pueden cu­
brirse con arcilla expandida (Leka), tela de mosquitera y tierra. Los estucos
pintados también pueden protegerse con arcilla expandida contenida por un
muro de piedra seca, tela y tierra. Las bases de columna de obra y de estuco
u otros elementos del género se pueden proteger del mismo modo, utilizan­
do estructuras de madera forradas con tela de mosquitera como contenedo­
res de la arcilla (figura 185).
Los estratos horizontales se pueden tratar con herbicida. Las unidades
estratigráficas negativas deberían rellenarse con tierra. Sólo en casos espe­
ciales puede descartarse el recubrir la excavación y plantearse el problema
de su valorización. No es adecuado dejar las ruinas abandonadas y sin vigi­
lancia o invertir demasiado dinero para dejar a la vista restos que no sean
212 HISTORIAS EN LA TIERRA
.
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1'111.1

TEI.A II Ml�IIITEU

NISAICI

F1GURA 185. Protección de arcilla expandida de un estuco pintado, de una columna


de obra estucada y de un mosaico. Ejemplo de Settefinestre (solución propuesta por
el Instituto central para la restauración).

verdaderamente importantes. En la valorización de una excavación pueden


plantearse cuatro niveles de actuación: 1) panel informativo, protegido por
una pequeño tejado, en la excavación cubierta de tierra y con alguna parte
visible en profundidad; 2) panel informativo y muros bajos visibles, incluso
reconstruidos; 3) panel informativo y restos a la vista con las crestas de los
muros consolidadas; 4) panel informativo y estructuras restauradas y prote­
gidas con una cubierta. Véase el proyecto de valorización de Settefinestre
que, en algunos aspectos, contiene propuestas innovadoras más tarde adop­
tadas en Pompeya (Carandini, 1985a, 1 **, pp. 253 ss., figuras 358­360).
El Instituto central para la restauración debería potenciar la investiga­
ción en este campo con el fin de poder proporcionar indicaciones sobre so­
luciones técnicas a adoptar en diversas circunstancias.12

Tratamiento de los materiales arqueológicos

Todo Jo que se ha recogido excavando, cribando, flotando, debe lavarse


sin utilizar ácidos para no dañar los materiales y no perjudicar futuros análi­
sis. Las terracotas arquitectónicas con restos de pintura no deben lavarse.
Debería asegurarse a los bronces un primer tratamiento de conservación
(Dowman, 1970; Leigh, 1981; Donati­Panerai, 1981). Los materiales deben
signarse directamente o de forma indirecta en sus contenedores, indicando la
excavación, el año, el área (si es necesario), el estrato, en algunos casos el
conjunto y el subconjunto ­por ejemplo, los estucos pintados­, y en otros
casos el número de pieza significativa. Las piezas significativas deben tener­
se aparte para no verse perjudicadas por el predominio de la cerámica y
deben indicarse con su número en un registro especial. Posteriormente, el
material se debe dividir por clases, debe contarse y ficharse en fichas provi­ fA,
sionales, por estratos, y guardarse en bolsas que deberán conservarse en ban­ 1
LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA 213

F1GURA 186. Embalaje de un estuco pintado una vez arrancado de la pared. Ejem­
plo de Settefinestre (solución propuesta por el Instituto central para la restaura­
ción).

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­..
TAfA

1/STIN PE UIUEUO

FIGURA 187. Caja de embalaje para contener las partes en las que se ha dividido un
mosaico arrancado. Ejemplo de Settefinestre (solución propuesta por el Instituto
central para la restauración).
)
1
)

214 HISTORIAS EN LA TIERRA

dejas o cajas. Los fragmentos de estuco deben conservarse en cajas de ma­


'
dera o de poliéster y los que han sido hallados in situ y posteriormente arran­
cados deberían embalarse para su transporte con conglomerado, poliéster y
tablero {figura 186). Las diversas partes en las que se haya dividido un mo­
saico arrancado u otros materiales frágiles y pesados deberían embalarse en
cajas de madera (figura 187).
Una vez en el laboratorio, se pueden iniciar los trabajos de restauración
(que deben registrarse en la correspondiente ficha de restauración), la clasi­
ficación final de los materiales por formas y tipos, la cuantificación definitiva
­utilizando las Tablas de materiales {Arthur­Ricci, 1981; Ricci, 1985) y las
fichas RA y N­ y los análisis arqueométricos (Mannoni­Molinari, 1990, pp.
43 ss.).
Existen convenciones para la documentación gráfica de la cerámica (Ca­
randini­Panella, 1973) y para la elaboración de tablas y de histogramas (Ríe­
ci, 1985; Saguí­Paroli, 1990).
No forma parte de los objetivos de este trabajo tratar más a fondo este
aspecto de la investigación de campo, tema que merecería tratarse en un ma­
nual de tipología de los materiales arqueológicos, tan necesario pero todavía
por escribir.
ESTRATIGRAFÍA
Y CULTURA DE LOS INDICIOS
)
)

)
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)
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE

Entre los conocimientos menos violentos y más comprensivos debe in­


cluirse la arqueología, que indaga el mundo de forma ordenada en el tiempo
y en la disposición contextual de los objetos, curiosa de todo lo que encuen­
tra. Sería necesario entender en profundidad esta voracidad indagadora, res­
petuosa de las circunstancias, y esta necesidad de descender en profundidad,
sin forzar nada y según el estado de los objetos, para relatar modelos de rea­
lidad lo más concretos posible.
El arqueólogo cree en un mundo en el que el efímero poder de los pensa­
mientos y de las emociones se ha materializado de forma duradera en los mo­
numentos. Para él los verdaderos paraísos son los perdidos, en los que ya
no hay penas ni placeres, sino simplemente cosas. Esta fuga del hombre hacia
sus cosas ­el cleptómano compensa con el hurto un acto de amor inexisten­
te­ puede significar miedo de mirar en el alma ­«fuga lejos de nuestra vi­
da real que no tenemos la valentía de mirar, fuga que se llama erudición»­­,1
pero ¿no es quizás saludable esta huida, si nos enseña a ver lo humano, más
allá de los recovecos del yo, en las entrañas de los soportes materiales de la
existencia?
El secreto de la arqueología no reside tanto en la disciplina cuanto en las
relaciones que mantiene con otros saberes similares o, sólo aparentemente,
distantes. Arqueología e historia del arte, por ejemplo, podría ser un punto
de partida útil. Materias diversísimas pero que, al mismo tiempo, se hallan la
una compenetrada con la otra: la historia del arte estudia cosas, al igual que
la arqueología, pero seleccionándolas drásticamente, casi al margen de la his­
toria ­excepto de la historia de las imágenes­, en un modo que la arqueo­
logía rechazaría utilizar.s
Ya se vislumbran las etapas de este itinerario entre ambas disciplinas. Pri­
mera etapa: la arqueología se ha identificado con la historia del arte de tal
manera que la parte histórico­artística ha acabado por convertirse en el todo
arqueológico, perjudicando a este último. Segunda etapa: la arqueología se
emancipa de la historia del arte y desarrolla sus propios métodos: tipológico,
estratigráfico y topográfico. Tercera etapa: la arqueología y la historia del
arte podrán conjuntarse de nuevo con ventajas recíprocas. Este itinerario
puede interesar a todos los que son conscientes de vivir engarzados a este do­
ble nuestro, pero mucho más duradero, que es nuestro hábitat, hecho de con­
218 HISTORIAS EN LA TIERRA

diciones naturales combinadas con productos del esfuerzo y con creaciones


del ingenio. Antes se consideraba el entorno como algo externo al hombre,
si bien no es más que nuestro último estrato de piel, una dermis impregnada
de todos nuestros humores.
De la memoria de lo que queda de nosotros, una vez que desaparecemos, )
se encargan los arqueólogos y los historiadores del arte, los cuales ven lasco­
)
sas de dos modos distintos a pesar de tener en la mente un mismo fin: usar
los fósiles de la existencia para evaluar el pasado y proyectarlo en el futuro, ¡
como cuando en un viaje llevamos la fotografía de uno de nuestros padres,
ya fallecido. Este es el sistema para utilizar el tiempo escapando a su ley, em­
boscándolo en su opuesto, es decir, el no tiempo.
Todo hombre siente esta necesidad, pertinencia fatal de su evolución.
Pero en el arqueólogo y en el historiador del arte esta necesidad etológica es
llevada al extremo, según una patología en cierto modo creativa. Estudiar sus
comportamientos, amplificados y evidentes, ¿no significa acaso analizar y re­
componer las inclinaciones de todos?

Longhi fue un Croce de los objetos. ¿ Cómo aceptar su «estilo, única mo­
ral del arte» ?3 Más tarde matizó la cuestión,4 pero su compenetración con el
espíritu de las diversas épocas se parece mucho a la licuefacción y es dema­
siado adverso al control de los documentos ajenos al reino de lo bello. En él,
el mostrar la «poesía figurativa» prevalece sobre el demostraré
Si el estilo es la única moral del arte, el contexto acaba por jugar un pa­
pel secundario. Sirve, como máximo, para establecer el «valor de conexión
ambiental», más importante cuanto menor es el valor cualitativo intrínseco
de una obra. Un cuadro aislado, juzgado desde el punto de vista estilístico
como «mediocre», puede ascender al grado de «importante» si se analiza en
el contexto de sus circunstancias materiales. Ante objetos de gran calidad el
valor de su contexto acaba por ser algo accidental.6
Longhi polemizó con Croce manteniéndose no obstante fiel a su estética.
Las artes pictóricas, plásticas y arquitectónicas para él formaban parte de la
«poesía figurada» y esta última pertenecía a la «poesía sin ulteriores especi­
)
ficaciones». Longhi parece en esto más «crociano» que el propio Croce, por­
que incluye en las artes mayores a la arquitectura, que Croce en cambio dis­
tinguía prudentemente de la verdadera poesía figurada. Longhi, sin quererlo,
facilitaba la indistinción entre poesía literaria y artística, que Croce teorizaba
basta el límite de decretar la muerte de una historia del arte autónoma, que
Longbi obviamente no podía aceptar.7 Aboliendo cualquier distinción de gé­
nero entre las artes mayores, el crítico de arte acentuaba el idealismo del fi­
lósofo, pero al mismo tiempo estaba obligado a atenuarlo, contradiciéndose,
para defender la legitimidad de su disciplina.
Longhi se contradecía además cuando reabsorbía en el concepto de poe­
sía los aspectos prácticos ligados a la arquitectura, pero no los de las otras ar­
tes aplicadas­desplazando por lo tanto el límite entre poesía y no poesía, para
trazarlo de nuevo, falto de lógica, inmediatamente después. Del templo de la
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE 219

poesía figurada se expulsaban pues las producciones del artesanado artístico:


«agrura ... de mercancía corriente», como las definió en una recensión a la
primera exposición sobre los etruscos.8 A pesar de los límites de aquella ini­
ciativa y de la cultura de los etruscólogos, en equilibrio confuso entre arte e
historia (como se demostró también en las exposiciones de la generación su­
cesivaj.? aquella dura crítica inaugura los ataques indiscriminados de los his­
toriadores del arte a los arqueólogos que no se dedican exclusivamente al
culto del estilo, el último de los cuales se desencadenó con ocasión de la ex­
cavación de los foros imperiales de Roma.l''

El culto exclusivo de la forma artística por parte de algunos historiado­


res del arte es un aspecto de la «consideración monumental» que Nietzsche
valientemente criticaba: «si la consideración monumental del pasado domina
sobre otras formas de consideración ... el propio pasado sale perjudicado:
grandes partes enteras de aquél se olvidan, se desprecian y pasan como un
flujo gris e ininterrumpido, mientras que emergen como islas sólo los hechos
aislados».'! Nietzsche aparece aquí como un precursor del Novecento.
De hecho es en nuestro siglo cuando la importancia del contexto asume
un primer plano, llegando a marcar todo el exordio del Tractatus logico­phi­
losophicus de Wittgenstein (1921}:

... lo que ocurre, el hecho, es el subsistir de estados de las cosas. El estado de


las cosas es un nexo de objetos. Para la cosa resulta esencial poder formar par­
te constitutiva de un estado de cosas. No podemos comprender ningún objeto
fuera de la posibilidad de su nexo con otros. Si puedo concebir el objeto en el
contexto del estado de cosas, no puedo concebirlo fuera de la posibilidad de
este contexto. La cosa es independiente de la medida en la que puede ocurrir
en todas las situaciones posibles, pero esta forma de independencia es una for­
ma de conexión con el estado de cosas. Cada cosa está como en un espacio de
posibles estados de cosas. Este espacio podemos pensarlo vacío, pero no pue­
do pensar las cosas sin espacio. La posibilidad de su ocurrir en estados de co­
sas es la forma del objeto. El objeto es lo fijo, lo subsistente; la configuración
es la variedad, lo inconstante. En el estado de cosas los objetos se atienen uno
a otro, como los eslabones de una cadena. En el estado de cosas los objetos es­
tán en una determinada relación uno con otro. La totalidad de los estados de
cosas subsistentes es el mundo. El subsistir de estados de cosas es la realidad.
La totalidad de estados de cosas subsistentes determina también qué estados
de cosas no subsisten. AJ subsistir de estados de cosas le llamamos un hecho
positivo; al no subsistir, un hecho negativo. La imagen presenta la situación en
el espacio lógico, el subsistir y el no subsistir de estados de cosas. La imagen
es un modelo de la realidad.

Este credo en los objetos y en su relación como sustancia constante y va­


riable del mundo es la moral inversa de la historia del arte, por lo tanto, la
moral de la arqueología o, aún mejor, de una nueva cultura que considera las
cosas bellas y lujosas que nos rodean en la sedimentación histórica general
del mundo.
)
1
)
220 HISTORIAS EN LA TIERRA
>
La mentalidad estética de Longhi ha sido difícil de superar. Se enraizaba
en el pensamiento de Flaubert: «la moral del arte consiste en su propia be­
lleza y estimo sobre todo y ante todo el estilo ... Considero como algo muy
secundario el aspecto histórico y exacto de las cosas. Yo busco sobre todo be­
lleza».'? Uno de los primeros avances hacia una mentalidad más moderna en )
el campo de la historia del arte lo ha realizado en Italia Biancbi Bandinelli. )
En su incipiente madurez todavía estaba cerca de Longhi, hasta tal punto que
fue inducido a separar la crítica de arte de la erudición de los anticuarios, de )
los tipólogos y de los excavadores. Para él sólo la cultura del historiador del )
arte era rica en pensamientos, por lo tanto en vida, mientras que la habilidad
del arqueólogo no era más que ornamento, pasatiempo y juego. En el inten­
to de redimir el desorden del vasto conjunto de documentos antiguos el
Bianchi Bandinelli de aquellos años se acerca mucho a la «crítica figurativa
pura» de Longhi.13 En esta línea él introdujo el historicismo idealista de Cro­
ce en los estudios arqueológicos.
Pero ya en este primer período se pueden encontrar diferencias con
Longhi y Croce ricas en desarrollos futuros. Bianchi Bandinelli siempre ha­
bía contrastado el sidéreo aislamiento del arte y su explicación en términos
literarios. Las obras de arte para él no eran singularidades irrepetibles, por­
que con objetos aislados no se llegaba a una historia del arte, que presuponía
en cambio la relación de las obras maestras con el tejido de conexión que las
había hecho posibles. La esencia íntima del arte representada por el estilo
debía, según él, ser convertida en historia, pero no con falacias lingüísticas
sino con argumentos claros.
Esta náusea tan poco italiana hacia esteticismo y retórica se debía quizás
al componente germánico de Bianchi Bandinelli, que ha impedido que su
amor por la forma se convirtiese en un culto exclusivo. Sin embargo, era su
componente italiano el que prefería la creación individual a cualquier esque­
ma iconográfico, distinguiéndose en esto de Warburg, a quien había criticado
severamente: «partiendo de tales bases no se contribuye a la historia del arte ...
La decisión en este campo vendrá siempre dada por La personalidad del artis­
ta, no por el concepto o el argumento que éste trate».14 Pertenecía al Bianchi
Bandinelli de Siena esta mentalidad antitécnica, que quería reducir la reali­
zación de la obra al momento de la intuición creativa. Pertenecía al Bianchi
Bandinelli aristócrata la reacción «espiritual» al dominio de la ciencia y a la
homologación de la cultura industrial. Pero pertenecía al Bianchi Bandinelli
europeo la aversión hacia el esteticismo y el amor por la historia integral.
Los hechos prácticos y materiales del arte, primero entendidos como
«trabajo preparatorio» y, por lo tanto, postergados, dieron gradualmente, a
partir de los años cincuenta, un vuelco, hasta hacerle anteponer la historia de
la cultura artística al juicio de valor formal. De Croce de los objetos, como
había ya sido Longhi, Biancbi Bandinelli se transformó gradualmente en un
anti­Croce. La cultura artística se había ya convertido para él en el puente de
conexión entre el mundo espiritual y el práctico. La esfera del arte acababa
pues rozando la estructura económica de la sociedad.
LO ORDlNAR10 Y LO IMPORTANTE 221

En este proceso de maduración el historiador del arte antiguo se había


convertido en favorito respecto al historiador del arte moderno. De hecho,
hasta principios del Renacimiento el artista no había sido más que un arte­
sano más o menos hábil, y sólo a partir del siglo XVI se independizó de la
práctica. El materialismo del segundo Bianchi Bandinelli reside en su querer
salir del sistema cerrado del arte, en busca de nexos históricos siempre más
numerosos y de relaciones contextuales cada vez más intensas procedentes
de mundos ajenos al del arte. Los nexos no debían proponer reflejos y yux­
taposiciones sociológicas, sino captar la esencia de las circunstancias, para
fundir el aspecto intelectual y artístico con el histórico y práctico.
El último Bianchi Bandinelli se había dado cuenta de que la arqueología
ya no era el aspecto negativo de la historia del arte, que mientras tanto ha­
bía ido madurando convirtiéndose en una ciencia histórica, consciente de sus
metodologías, gracias también al trabajo de los prehistoriadores, anterior­
mente tan despreciados. Después de haber absorbido toda la arqueología en
la historia del arte antiguo, para salvarla del tecnicismo, se dio cuenta de que
era esta última la que formaba parte de la más amplia arqueología. Cuaren­
ta años antes el joven Bianchi Bandinelli se hallaba en las antípodas. Pero es
precisamente esta vía contradictoria entre fronteras opuestas la que ha abier­
to a la arqueología italiana puertas que para la historia del arte medieval y
moderno de este país ahora ya no pueden cerrarse.

Bianchi BandineUi creía captar en el estilo el estado de ánimo del artista.


Sabía pues valorar los aspectos «irracionales» de la obra de arte. Sin embargo,
desaprobaba el componente emotivo de la vida. Mito, biografía, psicología
e inconsciente eran para él como decadencia putrefacta, de tal manera que
consideraba indiscutible la superioridad de la mente sobre el corazón. ¿No ha­
bían sido el nazismo y el fascismo una explosión de impulsos y narraciones mí­
ticas irracionales en las masas?
Para no dejarse fagocitar por la vorágine del abismo de esta barbarie y
para prepararse a las esperanzas del socialismo Bianchi Bandinelli quería sal­
var la parte mejor de la antigua cultura para transmitirla al nuevo mundo que
estaba naciendo. La racionalidad era la única brújula que quedaba para na­
vegar entre guerras, sublevaciones sociales y sufrimientos del sentimiento,
por lo que la historia era admisible pero no los aspectos míticos de la exis­
tencia. En esto, él pertenecía claramente al universo que precede a Freud y
a los grandes físicos del Novecento.
La actitud de Mann era la opuesta y no dejó de expresar a Bianchi Ban­
dinelli su incongruencia: «usted no debe irritarse cuando el elemento inne­
gablemente aristocrático de su tenue es considerado como un contraste exci­
tante e incluso divertido de sus convicciones políticas».'! Esta observación
irritó a Bianchi Bandinelli que no contestó a Mann.16
Tanto Bianchi Bandinelli como Mann temían la barbarie derivada de la
decadencia de la burguesía y del auge de las multitudes pequeño­burguesas.
Pero mientras que Bianchi Bandinelli creía poder descartar la mala historia
222 HISTORIAS EN LA TIERRA

(la de la pequeña burguesía) para escoger la buena (la del proletariado) y, en


realidad, escogía la no historia o mito del comunismo ­de ahí la incon­
gruencia del jacobino racional y aristócrata capturado por la irracionalidad
de una ideología utópica­, Mann evitaba cualquier «comparación excitan­
te», rechazando el bolchevismo y manteniéndose fiel a los valores de la grao
burguesía en el ocaso: casi por una «última recapitulación del mito occiden­
tal ... antes que caiga la noche ... y un profundo olvido»."
En su infalible e irónica dignidad de último burgués, Mann aborrecía la
«profundidad» alemana y su irracionalidad perversa, evitaba esperanzas mí­
ticas de igualitarismo salvador, aceptaba el ocaso de su sociedad, pero no por
ello se endurecía en el racionalismo humanista en el que se habían encerra­
do los últimos ejemplares de la especie burguesa. Mantuvo abierta, en aque­
lla época tremenda, la puerta de la razón inversa juzgando al movimiento psi­
coanalítico como la «única forma de antirracionalismo moderno que no
ofrecía el más mínimo agarradero a abusos reaccionarios»,18 y considerán­
dolo como una fuerza benéficamente humana de aquel mito «del que en los
últimos decenios se había abusado ... como medio de la antirrevolución os­
curantista».'? Antes que comulgar con el mito del nuevo «cristianismo» co­
munista, prefirió dedicarse, en la tetralogía del relato bíblico, a la «forma pri­
mordial de la vida». De esta manera Mano tuvo el mérito de salvar, en un
período de profundas heridas, la unidad antinómica de lo humano, entre ra­
zón y emoción, consciente e inconsciente, historia y mito, sin que ello le asus­
tara.
Para Bianchi Bandioelli no había mitos buenos cuyo uso fuera benéfico,
aunque ello pueda extrañar en un historiador de la antigüedad clásica. El ins­
tinto primitivo o subconsciente era según él siempre malo. ¿Pero no era el
propio comunismo un mito cuyas raíces se hundían en las sociedades comu­
nitarias de los orígenes? Biaochi Bandinelli se liberaba de la ahistoricidad del
mito en el presente mitificando la historia futura.
Encerrado en el racionalismo, Bianchi Baodinelli condenaba también la
cultura figurativa abstracta por irracional, legitimando sólo la realista.P co­
mo si el trágico destino del arte contemporáneo no mereciese aquel respe­
to que Mano, en cambio, supo tributarle.21 Las formas inorgánicas de los cua­
dros informales ¿no representaban quizás las fantasías evocadas desde las
profundidades del alma, de la materia y del cielo? ¿No parecían las telas de
KJee pintadas al microscopio y las de Kaodinski al telescopio, imágenes rea­
listas, en tanto que abstractas, de las angustiosas verdades reveladas por
nuestro siglo?

Barridos por la guerra los anacronismos más evidentes y transcurridos


numerosos decenios de paz, ahora podemos constatar el resultado de aque­
lla incipiente barbarie temida en la posguerra. La revolución no se ha he­
cho, pero se ha pasado imperceptiblemente a una nueva cultura, alteración
profunda de los equilibrios tradicionales y también restauración de valores
antiguos. La burguesía, última forma de aristocracia ampliada, ya ha desapa­

\

LO ORDlNARlO Y LO IMPORTANTE 223

recido, si bien es imitada superficialmente por el nuevo sujeto social: la clase


media. En 1983 este aglomerado humano reciente se ha colocado por enci­
ma de las viejas clases incluso en Italia (46,4 por 100).22
Todavía la industrialización no había tenido tiempo de manifestarse en el
modo más vistoso, acabando con el mundo campesino y asfaltando el terri­
torio, cuando ya inmediatamente se había convertido en postindustrializa­
ción, en una cadencia acumulativa de tiempos nunca vista, por lo que muchos
de los de nuestra generación han vivido en pocos decenios eras enteras del
desarrollo de la humanidad. Las clases sociales de la burguesía y del proleta­
riado ven desplazarse sus límites y erosionarse sus territorios, atraídas por el
nuevo giro de la humanidad. La sabiduría de esta nueva sociedad, que ha su­
cedido a la irracional pequeña burguesía, es la revolución de la nostalgia, el
metabolismo sin convulsiones. Desde este punto de vista, la primera mayoría
bieoestante que ha llegado democráticamente al poder conservando la de­
mocracia se ha convertido, con el cambio de siglo, en la base social del mun­
do posfreudiano y posteinsteiniano. Han desaparecido las identidades mo­
nolíticas burguesas y proletarias y ha aparecido una clase que no admite
sacrificios en nombre de objetivos lejanos, ávida de placeres inmediatos, mi­
mética e ínvasora.P ¿Qué tiene que ver este próteo narcisista hasta la diso­
lución de la ética y de la estética en el kitsch con el puritanismo riguroso de
las viejas clases sociales que habían inventado la industria?
Placeres superficiales e indecorosos hao reemplazado a los aprendizajes
hacia las sublimaciones de las formas y de los estatus. La sociedad ya no es
una pirámide a escalar. Las palabras de W. Meister ­«siento una imparable
inclinación hacia aquel armónico perfeccionamiento de mi naturaleza que el
nacimiento me impide»­ resultan incomprensibles en el tiempo del desor­
den y de la escisión en el remolino de la movilidad social sin sentido.

Para entender las diferencias culturales entre las viejas clases apenas
eclipsadas y la categoría actual hay que volver a Nietzsche, que contrasta la
cultura burguesa y prevé proféticamente nuevas necesidades, hoy en día en
grao parte satisfechas por los actuales detentadores del poder.

Existe un desprecio simulado hacia todas las cosas a las que en realidad
los hombres atribuyen la máxima importancia, hacia todas las cosas próximas
... Viceversa, la estima de las «cosas más importantes» no es casi nunca del
todo genuina ... Una desagradable consecuencia de esta doble hipocresía es
que las cosas próximas, como por ejemplo comer, vivir en una casa, vestirse,
tener relaciones sociales, no son hechos objeto de reflexión ... y ... puesto que
estas cosas se consideran degradantes, si se les retrae la propia seriedad inte­
lectual y artística.e'
Debe admitirse que las cosas más cercanas de todas son generalmente mal
vistas y muy raramente tomadas en cuenta ... Ser ignorantes, no tener los ojos
dirigidos hacia lo que es pequeño y ordinario ­esto es lo que hace que para
muchos la tierra no sea más que «un valle de lágrimas» ... Curas y maestros y
la sublime ambición de dominio de los idealistas de todo tipo ... comienzan ya
224 HlSTORlAS EN LA TIERRA

inculcando al niño que lo que cuenta es otra cosa ... Ya Sócrates se defendía
con todas sus fuerzas contra esta altiva dejadez de lo humano a favor del hom­
bre y con un dicho de Homero solía llamar la atención acerca del verdadero
ámbito y de la esencia de todos los remedios y de los pensamientos: «es esto y
sólo esto ­decía­ lo que de bueno y de malo me ocurre en casa».2.1
Nosotros debemos volver a ser buenos vecinos de las cosas próximas y no
dejar de mirarlas en modo tan despreciativo como hasta ahora se ha hecho,
mirando a las nubes más allá de aquéllas ... Quien ha aprendido a despreciar
el presente y las cosas cercanas y la vida y a sí mismo­ y nosotros ... recibi­
mos todavía hoy en nuestra sangre por herencia algo de este veneno del des­
precio hacia las cosas cercanas.P
Es característico de una cultura superior el apreciar las pequeñas verda­
des no espectaculares, halladas con un método severo, más que los errores jo­
cosos y deslumbrantes, debidos a épocas y hombres metafísicos y artísticos. La
primera reacción ante aquellas verdades es un gesto de desprecio, como si nos
hallásemos Crente a cosas ilegítimas: cosas modestas, vacías, frías, que se pre­
sentan aparentemente tan poco estimulantes cuanto bellos, espléndidos, em­
briagadores, incluso beatiñcantes se presentan aquellos ... Los que rinden cul­
to a las formas, con su criterio de lo bello y de lo sublime, tendrán en principio
buenas razones para reír, pero apenas la valoración de las verdades discretas
y el espíritu científico empezarán a dominar ... 27
Hasta ahora era ... la rareza ... la que ennoblecía. Pero nótese al respec­
to que sobre la base de esta norma se ha juzgado injustamente y calumniado
en bloque a favor de las excepciones todo aquello que era habitual, inmedia­
to e indispensable, todo lo que, en definitiva, servía para conservar la especie
y constituía en general la regla de la humanidad hasta nuestros días. Conver­
tirse en el abogado de la regla: esta podría ser quizás la última forma y la ültí­
ma gentileza con la que se manifiesta sobre la tierra el sentido de la nobleza.P

Actualmente los que adoran la forma y desprecian las cosas cercanas,


como algunos historiadores del arte, son un residuo de la cultura burguesa
estigmatizada por Nietzsche. Es la supervivencia de la Italia de la moda, del
lujo y de la apariencia estética, que sucede a aquella industriosa de época ro­
mana tardorrepublicana, tardomedieval y protomoderna. Las ideas estéticas
de Croce representan el vértice de este moderno rechazo de la modernidad,
antes de la industrialización de la segunda mitad de este siglo o de los gustos
de la preponderante clase media en el sexto país más industrializado del
mundo. ¿Quién hubiese dicho que el hombre científico, entendido como «de­
sarrollo ulterior de aquel estético»,29 habría entrado en el sentir general gra­
cias a los que rinden culto a las cosas cercanas, desde la gran técnica a los ins­
trumentos mínimos de la vida cotidiana, y que son los herederos de la
pequeña burguesía? ..
Esta nueva clase pretende reforzarse para explorar el más alto de los cie­
los y la fuente de energía más escondida en el fondo de la materia. ¡Todo lo
contrario del desprecio hacia lo que es indispensable, habitual, ordinario, cer­
cano y normal! No existe un ámbito de la vida privada que no tenga ya una
sección específica en un comercio, cuyos manuales no se vendan en las libre­

l
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE 225

rías y cuyo ejercicio no se desarrolle durante el tiempo libre. Cuánta seduc­


ción «en el encendedor de puros de sobremesa, en el sabor Pepsodent, en la
habitación para los hobbies, en los desodorantes, en el «training» autógeno,
en la Polaroid, en la parapsicología, en Snoopy y en la camisa informals P? El
culto a Jo sublime tenía sentido en una sociedad de pocos, pero cuando pre­
valece la corte de la multitud festiva, las consideraciones de Nietzsche se con­
vierten en anticuadas, en cuanto que sus aspiraciones anticipadoras están ya
completamente realizadas.
La ausencia del conflicto básico entre los diversos elementos sociales lle­
va a lo unívoco, a la homologación y a la nulidad. He aquí uno de los aspec­
tos de la temida barbarie. Sin embargo, hay que reconocer un cierto avan­
ce en la superación de la cultura de la estética, con su insoportable altivez y
su obsesión por lo sublime. Sin bien aprecia la estética de las cosas, la nue­
va sociedad no desdeña la ética de los contextos y aunque admira las cosas
importantes sabe apreciar el valor de aquellas cotidianas. La nueva cultura
antropológica que se está formando sabe valorar como ninguna la diversidad
de cada una de las obras y, al mismo tiempo, la unidad indistinta de la exis­
tencia.

El saneamiento cultural del gran número de documentos que nos ha le­


gado el pasado no podía iniciarse en Italia sino partiendo de Winckelmann,
como hizo Bianchi Bandinelli. Esta opción se explica teniendo en cuenta la
confusión existente en el mundo anticuario de la primera mitad de siglo, tan
alejado del rigor y la sistematización del siglo pasado. Pero aquella nueva ar­
queología de entonces, que era la historia del arte antiguo, sólo consiguió re­
dimir en parte el conjunto de los monumentos; amplios sectores continuaron
sumergidos en el primitivo desorden. ¿Qué hacer con las artes figurativas,
desde la arquitectura a aquellas cuyo carácter es aún más técnico? Una de las
caras del Jano bifronte del mundo de los objetos estaba todavía en la sombra.
La opción histórico­artística, que al inicio de la labor de saneamiento había
constituido un punto básico, acabó por convertirse en lo opuesto: demasiada
documentación quedaba todavía en manos del pernicioso mundo anticuario.
La propia exigencia de establecer nexos entre las cosas, sentida fuertemente
por el segundo Bianchi Bandinelli, acababa bloqueándose poco más allá de
los limites del arte. Cualquier trama de conexión faltaba cuando uno se acer­
caba a las estructuras económicas de la sociedad que parecían una oscura e
impenetrable marisma. A falta de un saneamiento total se hacía real el peli­
gro de las correspondencias mecánicas entre arte e historia, justamente te­
midas por Biancbi Bandinelli.
¿Cómo se podía extender el saneamiento a las ignoradas razones de la
vida práctica? Esta fue una preocupación del anciano Bianchi Bandinelli.!'
Al final de su vida había comprendido que, además de una buena historia del
arte, podía haber una buena iconografía, un buen interés anticuario, una bue­
na tipología, una buena estratigrafía y una buena topografía. El desarrollo de
las investigaciones en estas abandonadas direcciones por parte de la genera­
(
)

226 HlSTORIAS EN LA TIERRA

ción sucesiva permitió finalmente extender el saneamiento a todos los cam­


pos de la evidencia material y establecer estrechas y vivas relaciones en el
conjunto caótico de los documentos, más allá del arte, hasta alcanzar las raf­
ees más profundas de la existencia humana. A través de la cultura material la
cultura figurativa encontraba un fuerte y continuo nexo con la vida y, gracias
a ello, tomaba nueva luz. De esta manera se volvía a la arqueología omnívo­
ra del XIX, que miraba de igual manera los fósiles dejados por el hombre y los
medios de producción y de circulación, pero disponiendo de nuevos instru­
mentos heurísticos entonces sólo intuidos, el primero de los cuales es la lec­
tura estratigráfica de construcciones, estratos, materiales, desarrollada desde
los años treinta ­pero sobre todo desde los sesenta­ de nuestro siglo.32

Las obras de arte, con sus cronologías y sus materialidades, también se


colocan, como las obras fruto del esfuerzo físico, en el tiempo y en el espacio
tridimensional, es decir, en el conjunto ilimitado de los contextos documen­
tales. La consecuencia es que las anomalías artísticas acaban dependiendo de
las analogías de la vida práctica y viceversa, en una única secuencia de cir­
cunstancias. Para adecuarse a esta constatación no basta con añadir nuevas
lentes al ojo del viejo especialista en arte capaz de asociar los estilos a las per­
sonalidades de los artistas. Como máximo se llegarla a una historia social del
arte, una historia del arte con un cierto sentimiento de culpabilidad, lo que
es ya un paso adelante respecto al desentendimiento original, pero así no se
alcanzaría todavía una historia sin otras especificaciones. La historia social
del arte ha intentado integrar la historia del arte entendida como historia for­
mal con otros dos componentes: un primer componente específicamente so­
cial, relativo a las condiciones de la producción, del disfrute y de la crítica
(comitentes, artistas, público, historiadores del arte), y un segundo compo­
nente más propiamente cultural, relativo a las condiciones del patrimonio
iconográfico y decorativo {las imágenes despojadas de la manera propia de
cada estilo).
Pero tales conexiones, aun siendo fundamentales, no agotan todas las po­
sibles integraciones contextuales, como por ejemplo, la integración, dejada
de lado incluso por la historia social del arte, con las obras no figuradas y con
los otros objetos de la vida. Sin esta última integración no se puede alcanzar
la deseable continuidad de las relaciones contextuales y reaparece inmedia­
tamente aquel deterioro de los tejidos históricos que acaba dividiendo el uni­
verso de los objetos en dos galaxias completamente separadas entre sí.
Para superar este lamentable estado de cosas hay que decantarse por
acompañar a la historia formal, cultural y social del arte (y a la historia de la
historiografía artística) con una historia arqueológica del arte, lo que signifi­
ca añadir a los métodos tradicionales del historiador del arte otros dos tipos
de investigación, el anticuario y el tipológico­estratigráfico­topográfico. Esta
es la respuesta debida al interrogante con el que acaba un famoso ensayo so­
bre la historia social del arte: «una historia social del arte debe plantearse de f
forma prioritaria el problema de la des­jerarquización de sus objetos».33
LO ORDlNARlO Y LO IMPORTANTE 227

Para el mundo antiguo existe ya una historia arqueológica del arte, pero
no es así todavía para el mundo medieval y el moderno, lo cual también es
responsabilidad de los arqueólogos posclásicos que, hasta ahora, no se han
preocupado de los grandes monumentos y de sus decoraciones, temiendo las
críticas de los historiadores del arte y de la arquitectura o quizás por un ex­
cesivo amor por las cosas marginales. Si bien es cierto que la arqueología ha
aprendido mucho de la historia del arte en lo que respecta a la crítica figura­
tiva ( como demuestra la obra de Bíanchi Bandinelli) y que en el terreno de
las relaciones de producción e iconográficas la arqueología y la historia del
arte se han intercambiado experiencias útiles (si bien el arqueólogo, «dumm
aber fleissig», ha desarrollado procedimientos y pruebas más certeros), en el
campo de las antigüedades (abandonado para la época posclásica a los anti­
cuarios del mercado) y en el de la tipología, de la estratigrafía y de la topo­
grafía la arqueología tiene muchas cosas que enseñar a la historia del arte.

La construcción de las diversas tipologías ­formales e iconográficas,


productivas y de disfrute, estratigráficas y topográficas­ necesita reglas de
juego apropiadas a cada una de ellas (no se puede excavar siguiendo el mé­
todo histórico­artístico), que sepan combinarse entre sí (un retrato encontra­
do en un estrato también debe analizarse estilísticamente) en el ordenado
proceder del análisis, a la síntesis, a la comunicación que representa la narra­
ción histórica. En realidad es en el relato y en las reconstrucciones donde se
mide la capacidad de aunar el arte con la vida, por medio de series de tipos
y de tramas. La recomposición social y material de las creaciones culturales
con la existencia lleva a la totalidad y a la satisfacción, porque el mundo de
los hombres y el de las cosas acaban por presentarse en su unidad natural. La
arqueología y la historia del arte se presentan pues como dos aspectos de una
misma disciplina.
Abrazar globalmente el multiforme universo de los objetos no es siem­
pre necesario. Pero también hay que saber hacerlo, sin que ello parezca una
excentricidad; cuando se actúa de tal manera ante ciertos objetos deben co­
nocerse los límites de dicha tarea, para evitar que se considere corno algo ab­
soluto confundiendo la parte (nuestros intereses subjetivos) con el todo. El
posible objeto de nuestro trabajo es, por lo tanto, cualquier cosa (además de
cualquier escrito) que se nos presente, no importa que sea mueble o inmue­
ble, sencilla o complicada, escogida o descartada. Esta es la ética de la más
pura investigación, en origen más protestante y europea que católica y me­
diterránea, pero que en el proceso de unificación cultural en curso ya no pue­
de limitarse a una única área de creencias.
Hay que estar atentos para que esta posible nueva historia de los objetos
no sea restrictiva, vértice único de una nueva pirámide, porque en tal caso se
acabaría neutralizando la bipolaridad contradictoria entre estilo y contenido,
símbolo y economía, arte y vida, que constituye el campo magnético revitali­
zador de la arqueología y de la historia del arte. Tipologías especiales y na­
rraciones sectoriales no dejan de ser por ello tan importantes cuanto tramas
(
)

228 HISTORIAS EN LA TIERRA

más amplias, siempre que el investigador sea consciente de la escala en la que


trabaja y de la relatividad de los diferentes puntos de vista y de los diversos
niveles de investigación.
Conservar una visión bipolar del trabajo intelectual, en el que disciplina
e interdisciplinariedad sean la corriente alterna de la tensión historiográfica,
significa preservar en la cultura el sabor de la vida, desde el momento en que
cada día actuamos y reflexionamos, por un inevitable mecanismo del pensa­
miento, procediendo por series de tipos en una misma clase de objetos ­«es­
tas rosas son más vistosas que las otras»­ y por tramas de series de tipos en
clases diferentes de objetos ­«y adornan mejor esta habitación vacía». Se­
ries de tipos y series de contextos son pues las abscisas y las ordenadas sobre
las que regulamos siempre nuestra existencia. El punto no puede hacerse
sólo con aquellas o viceversa sólo con éstas, como tampoco se navega a dis­
tancia o se excava a fondo sin combinarlas, en la historia como en la vida. Las
tramas no son el fin y los objetos no son los medios o viceversa, ambos re­
presentan necesidades de distinción y correlación igualmente importantes y,
por lo tanto, que no pueden subordinarse recíprocamente. Cuanto más desa­
rrollemos dichos parámetros, más verosímil aparecerá nuestra investigación,
pareciéndose a la lámpara de un quirófano, que no crea sombras. El cultivar
de forma satisfecha una sola de estas opciones, sin que salga a la luz la nos­
talgia por la otra, es un signo de pobreza mental. Desde este punto de vista,
el enigmista, el catalogador, el erudito y el anticuario pueden legítimamente
parecernos, como le ocurría a Bianchi Bandinelli, privados de armonía espi­
ritual, estériles, obstinadamente protervos. El interés nace cuando la sólida
unilateralidad se funde con la curiosidad incierta.

Si tomamos en consideración aquel síntoma de la creatividad individual


que es el estilo, nos damos cuenta de que es refractario a relaciones directas
con la realidad social, y que cuando lo queremos doblegar a ésta, se estable­
cen vínculos genéricos porque la forma es de por sí un factor personal, de cor­
ta duración e indómita a todo lo que le es ajeno. Para poder conectarla con
los hechos y con la memoria de una comunidad hay que evitar cualquier tipo
de presión, superar el obstáculo de la subjetividad y retroceder (o avanzar)
alcanzando gradualmente el contenido y el contexto. U� buen punto de par­
tida en esta dirección lo constituye la iconografía que, al contrario que el es­
tilo, aúna diversas manos y maneras, dura en el tiempo y se integra fácil­
mente en los aconteceres colectivos de una sociedad. Este es el modo más
elegante para llegar desde las superficies elaboradas de la creatividad del in­
dividuo a aquellos contenidos de pensamiento, valor y significado que han
sido útiles para realizarlas.P' Por otro lado, la importancia reservada al estilo
no es la misma en todas las épocas: «en un edificio griego o cristiano todo sig­
nificaba algo en relación a un orden de cosas más elevado; esta atmósfera
plena de infinito significado rodea el edificio como un velo encantado. La be­
lleza tenía sólo un papel secundario, sin prejuzgar sustancialmente el signifi­
cado básico ... ¿En qué consiste hoy para nosotros la belleza de un edificio?
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE 229
Lo mismo que la de un hermoso vestido de una mujer sin espíritu: algo pa­
recido a una máscara».3s
La relación del artista con el comitente tampoco ha sido siempre la mis­
ma, en el sentido que el trabajo técnico y la creación formal, que son prerro­
gativas típicas del productor y del artista, se han encontrado en los diversos
momentos históricos más o menos unidos o separados de la problemática
cultural y de la formulación de los contenidos, prerrogativa tradicional del
comitente.
Diferente ha sido, por otro lado, el valor atribuido a la personalidad en­
tendida como individualidad y, por lo tanto, el grado de relevancia estética
que se le ha concedido; de hecho, unas veces prevalecen las diferentes per­
sonalidades de los grandes maestros y otras la labor artesanal de las maes­
tranzas. Por esto la monografía, como género de la historia del arte, no tiene
un valor unívoco en función de diferentes circunstancias: en la de las grandes
personalidades la atribución individual de las obras asume un valor crítico de
primer plano, en la de las escuelas la atribución individual asume un valor
atenuado y en la de los talleres no tiene ningún valor.36 Hay una historia de
los artistas y de su categoría y hay una historia de los productos artesanales.
Sería, por lo tanto, insensato convertir la historia del arte en la biografía de
las diversas personalidades, quizás ante el temor de ver cómo se desdibujan
la originalidad artística del individuo o de una única obra en las condiciones
de colaboración de la producción, donde resulta problemático distinguir las
manos y donde las más diversas obras tienen un significado propio en tanto
que combinadas entre sí en una serie o en un contexto. El universo creativo
de un individuo constituye tejido histórico al igual que el orden contextual de
cosas creadas por diversas individualidades o por diversos individuos que co­
operan con un único fin. La historia de cada uno de los artistas o de cada una
de sus escuelas puede acompafiarse con las historias de los contextos, orga­
nizadas por habitaciones, apartamentos, plantas, edificios, manzanas, ciuda­
des y territorios. Existe la calidad de las diversas obras pero también la de un
conjunto de objetos, es decir, de la combinación de muchas obras de género,
nivel, producción y función diversos en un mismo escenario histórico. El va­
lor contextual es independiente del valor estilístico; aún mejor, existe tam­
bién un estilo del contexto que nos lleva a decir: «este salón es muy feo aun­
que esté lleno de bellos objetos», o: «este salón es muy bonito aunque su
decoración sea muy modesta». En definitiva, ante un montaje o un conjunto
arquitectónico es posible recrearse al igual que ante una forma aislada.
Esta bipolaridad de los paradigmas de la investigación, isomorfa respec­
to a nuestra propia mente y a sus poderes de división y unificación, conlleva
la superación no sólo de la ética de Croce y de sus sucesivas reencarnaciones,
sino también de la propia historia social del arte, entendida como la última
extensión posible de la disciplina histórico­artística tradicional. Llegados a
este punto, el tema es el de las relaciones entre arqueología e historia del
arte, del todo con la parte, de la no poesía con la poesía, donde el valor de
las cosas distintas valoriza el de los estados de cosas y viceversa. ¿Qué sentí­
1
)
230 HJSTORlAS EN LA TIERRA

do tienen pues dos disciplinas separadas, en las que se desarrollan unilate­


ralmente sensibilidades opuestas que deberían en cambio recomponerse, si
queremos comprender las metamorfosis de los objetos y de sus reinos?

La existencia de estímulos internos que aspiran a la distinción de las co­


sas sublimes y a su fusión con las cosas comunes implica que el investigador
debería controlar ambos códigos: uno más interior y el otro más externo al
arte. Por otro lado, los propios historiadores del arte más ligados al código
heurístico del estilo han utilizado en su investigación concreta el código liga­
do a la contextualidad con el fin de reconstruir las personalidades individua­
les de los artistas.
La necesidad de disponer de un código bipolar no es sólo una cuestión )
arqueológica o histórico­artística, sino que se fundamenta en los más comu­
nes procedimientos utilizados por cualquiera de nuestras actividades espiri­
tuales, como han demostrado los lingüistas.37 Éstos han descubierto que las
principales funciones del lenguaje son dos. La primera consiste en la selec­
ción entre términos alternativos del que parece más adecuado, y la segunda
en la combinación de diversas unidades lingüísticas en unidades más amplias
como las frases. En el caso de la primera función, se trata de escoger, en el de­
pósito de todas las partes del lenguaje, el morfema que mejor se presta a ser
insertado en la combinación contextual del período, para expresar con ma­
yor vivacidad un concepto o una emoción. En el interior de aquel depósito
de partes lingüísticas existen grupos de términos relativamente intercambia­
bles entre los cuales cada una de las partes se halla emparentada por grados
diferentes de similitud. En el caso de la segunda función, se trata de actuar
fuera del depósito lingüístico para combinar los diversos morfemas en un
contexto o frase a través de relaciones gramaticales y sintácticas de contigüi­
dad. Resulta evidente que un signo sólo puede ser interpretado en relación a
las alternancias posibles en el interior del depósito lingüístico o a los tipos de
conexiones o secuencias posibles en el contexto.
Esta naturaleza bipolar del comportamiento verbal se encuentra en las fi­
guras retóricas de la metáfora y de la metonimia: «mientras que la metoni­
mia aprovecha relaciones que realmente existen en el mundo exterior y en
nuestro mundo conceptual ... la metáfora, en cambio, se basa en relaciones
que nacen de la propia intuición que da vida a la metáfora en cuestión». La
metáfora fija equivalencias imaginativas que fuerzan lo real y abren caminos
completamente nuevos, como ocurre por excelencia en la poesía. De hecho,
la metonimia «se desarrolla dentro de un único campo sémico», aprovechan­
do «una relación lógica entre dos términos de un mismo campo, expresando
uno en sustitución del otro, y cuanto mayor es la distancia que separa los tér­
minos de un mismo campo, mayor es la expresividad de la metonimia». La
metáfora, en cambio, «exige una consideración metonímica dentro de dos
campos sémicos diferentes y una síntesis integradora, y cuanto mayor es la
distancia que separa los campos asociativos que contienen los términos im­
plicados, los respectivos campos sémicos, mayor es la eficacia de la metáfo­
LO OROlNARIO Y LO IMPORTANTE 231

ra». De ello se deduce que «la única figura fundamental es la figura de la con­
tigüidad: en un primer grado ésta se realiza en metonimia o sinécdoque y en
el segundo se multiplica y se espesa en metáfora». Esta contigUidad concep­
tual no es más que «la proyección abstracta de una contigUidad que puede
existir de forma preliminar en el espacio y en el tiempo de la realidad física
o psíquica o entre un elemento del mundo material y un elemento del mun­
do interior».38
Traducido al mundo de las cosas, es como decir que en el origen está la
contigüidad metonímica del contexto y sólo a continuación, mediante una
condensación intuitiva, fantástica e innovadora, aflora la similitud metafóri­
ca del estilo. El estilo existe porque tiene un sentido tan lábil del contexto
que le permite fundir dos o más conjuntos, forzando de tal manera a su pro­
pia geografía pero, al mismo tiempo, exaltándoles en su nueva fusión. Por
ello el tipólogo, el estratígrafo y el topógrafo serán mejores cuanto en mayor
manera consigan conectar, de forma inductiva o deductiva y aprovechando
los más tenues indicios, actividades aparentemente alejadas que pertenezcan,
en cambio, a una misma secuencia productiva, a una misma cuenca estrati­
gráfica o a un mismo paisaje. De tal manera aquéllos desvelan metonimias vi­
vientes, nuevas configuraciones y circunstancias del mundo. Mientras que el
historiador del arte y el anticuario, metáforas vivientes, serán mejores cuan­
to en mayor manera consigan imaginar abductivamente conexiones entre
paisajes, cuencas y secuencias diversas, y todavía con mayor habilidad cuan­
do paisajes, cuencas y secuencias se hallen dispersas y sea necesario combi­
nar las cosas con verosimilitud y fantasía.

La bipolaridad del comportamiento verbal ha sido revelada gracias al es­


tudio de aquella disfunción del lenguaje que se llama afasia. Se han docu­
mentado dos tipos de afasia. El primero consiste en una disfunción en la se­
lección o similitud y esta incapacidad para establecer analogías o metáforas
se suple con la capacidad opuesta para construir frases, es decir, relaciones de
contigüidad y de dependencia de carácter espacio­temporal o metonimias. El
segundo tipo de afasia consiste en la disfunción opuesta, relativa a los nexos
de contigüidad, por la cual no se sabe formar proposiciones gramatical y sin­
tácticamente estructuradas; dicha incapacidad para establecer aquellas uni­
dades contextuales complejas que son las frases se suple con la capacidad
opuesta para escoger las simples unidades que son las palabras que, en dichas
circunstancias, acaban agrupadas en montones caóticos de morfemas y no en
períodos bien estructurados.
La afasia de la similitud implica una alteración de las facultades metalin­
güísticas, una imposibilidad de decir lo que es una cosa indicando a qué se
parece, mientras que la afasia de la contigüidad implica una alteración de la
capacidad para crear jerarquías entre las diferentes partes del lenguaje. Ha
sido observado que resulta más fácil estudiar ( de hecho han sido más estu­
diados) los aspectos de la similitud metafórica que los de la contigüidad me­
tonímica, de tal manera que la propia bipolaridad de las funciones lingüísti­
)

)
232 HISTORIAS EN LA TIERRA

cas ha sido olvidada a favor de uno solo de los dos polos. Esta orientación
unidireccional de la investigación se explica por la homogeneidad de los me­
dios disponibles para tratar las metáforas, respecto a la heterogeneidad de
los medios necesarios para tratar las metonimias. Llevando la cuestión a tér­
minos literarios equivaldría a decir que se ha estudiado más la poesía, sede
primordial de la metáfora, que la prosa, sede primordial de la metonimia.39
Estas preponderancias se observan también en las investigaciones ligadas
al mundo de los objetos, en las que los investigadores han sufrido con mayor
frecuencia la afasia de la contigüidad, reduciendo la bipolaridad funcional
que regula aquel mundo a la sola función de similitud. Se ha estudiado más
la poesía de las obras de arte que la prosa de las cosas de la vida. Desde este
punto de vista se podría decir que el historiador del arte ha sufrido general­
mente de afasia de la contigüidad y el arqueólogo de la de la similitud, in­
cluso que la propia existencia de dichas disciplinas es fruto de la afasia y, por
lo tanto, si se quiere, de una enfermedad. La existencia de una historia del
arte arqueológica en los estudios clásicos, mucho más rara en los estudios
posclásicos, se explica por el hecho de que las lagunas en el campo de la si­
militud, típicas en lo que nos queda del mundo antiguo, nos han inducido a
dar mayor valor a los datos de la contigilidad.
El lenguaje y las obras del hombre deberían estudiarse pues en toda la
variedad de sus funciones contrapuestas y antes de tomar una de ellas en
consideración se debería entender en qué modo se relaciona con las otras. Si
no, nuestro comportamiento investigador hacia los objetos parece descom­
pensado y falto de reequilibrio. De forma diversa se han comportado los gran­
des escritores del siglo xtx, a partir de las novelas históricas de la primera mi­
tad de aquel siglo,40 que han sabido combinar el componente «fantástico» de
la metáfora con el «realista» de la metonimia, esforzándose en poner en es­
cena las acciones libres de sus personajes en atmósferas concretas en el espa­
cio y en el tiempo. Bajo esta óptica, la novela «realista» presenta un modelo
ideal en el que los historiadores de las cosas, prescindiendo de que sean ar­
queólogos o historiadores del arte, deberían inspirarse para superar su inspi­
ración unilateral.41 El mundo de los objetos, de hecho, ya no lo imaginamos
como una lista patrimonial de obras maestras, sino como tantas cosas diver­
sas en transformación combinadas en diferentes series de estados de cosas
sucesivos en el tiempo.

Ejemplo de la cultura unilateral de los investigadores era, para Bianchi


Bandinelli, el mal gusto que imperaba en sus casas, y él se identificaba gus­
tosamente con el dicho «tel le logis tel le maitre».42 El paseo que el propie­
tario hizo dar un día a un sobrino para enseñarle su villa de Geggiano, cerca
de Siena.? es una muestra de la originalidad de su cultura y ofrece un ejem­
plo espontáneo de unión entre arqueología e historia del arte. En el paseo
por las diversas habitaciones de la casa, se le ve gustosamente en su labor en
una condición dictada por condiciones de vida orgánicas, no condicionadas
por actitudes disciplinarias y en un contexto material todavía íntegro, rico en
LO ORDINAR10 Y LO IMPORTANTE 233

memorias históricas y en emociones personales, de experiencias prácticas li­


gadas a la agricultura y de meditaciones sobre cuestiones artísticas, en las que
el buen conocedor todavía no ha tomado a su presa para llevarla al cielo de
lo sublime escogiendo las cosas importantes de las ordinarias. Finalmente
disponemos pues de la narración de una casa italiana, de sus arquitecturas y
de sus mobiliarios, que se han sucedido a causa de los cambios aportados por
el paso de los años.
Este es un hecho bastante raro, porque la mayoría de los historiadores del
arte, especialmente en Italia, ha delegado el importantísimo tema de la deco­
ración y el mobiliario en los anticuarios, es decir, en comerciantes. En realidad
son estos mercaderes, a falta de anticuarios de la cultura, los únicos detenta­
dores y transmisores de los conocimientos extendidos a las cosas más o menos
bellas, sencillas y prácticas que decoraban residencias, palacios e iglesias. No
es una casualidad que en nuestro país abunden los museos formados por co­
lecciones, que falten absolutamente los que ilustren construcciones y sus rela­
tivos mobiliarios y que el mejor libro sobre la casa en la edad moderna baya
sido escrito por un investigador del Victoria and Albert Museum." tipo de
museo aquí inexistente. Triste es el monopolio italiano de los anticuarios, por­
que sus conocimientos analfticos de los objetos se dirigen, con el fin de vender,
a desmembrar más que a reconstruir los sucesivos contextos que los conte­
nían en el tiempo agrupados. Los historiadores del arte, abandonando casi
completamente a los comerciantes el conocimiento de las artes aplicadas, efí­
meras, menores y de las otras técnicas productivas, han recibido a cambio el
privilegio, que no es indigno pero tampoco es noble, del expertise. Así, lamen­
talidad patrimonial, que ve los objetos principalmente como acumulación y
colección de cosas más que como su asociación que el tiempo constantemen­
te transforma, se ha difundido pervirtiendo el sentido del entorno material.
Por ello se ha convertido en más prestigioso el estudiar la biografía y la pro­
ducción de un pintor, quizás muy poco significativo, al que poder atribuir un
elegante nombre convencional, que seguir el ejemplo de Wackernagel, que en
el primer libro de historia social y de arqueología del arte reconstruía" con­
juntos arquitectónicos, mobiliarios y funciones, por ejemplo los del Palazzo
Vecchio de Florencia, partiendo no de un artista o de una obra, sino de grupos
de artistas y de artesanos que se habían comprometido a realizar para una se­
rie de comitentes una sucesión de escenas históricas tridimensionales en las
que representar sus dramas públicos y privados.
Bianchi BandineUi, en la visita de Geggiano, parte del contexto monu­
mental: uno de los poquísimos que, a nivel de residencias privadas, se ha con­
servado casi intacto. En primer lugar se presentan los propietarios, sus ante­
pasados y comitentes. Siguen las principales fases constructivas y decorativas:
las torres, la residencia del siglo XVI, la fase de 1768 y la de 1911. Clave de la
historia es el bisabuelo de Ranuccio que, habiendo sido desheredado a cau­
sa de la primogenitura (a la que pertenecía Geggiano), afortunadamente se
halló falto de medios para transformar el conjunto del siglo XVIII mediante
una restauración neoclásica a la moda.
)1

)
234 HISTORIAS EN LA TIERRA

La narración de la casa se desarrolla en dos líneas: la de la interpretación


espontánea «aquí en casa» y la del hombre culto, conocedor de historias lo­
cales y que se basa en lo que se había salvado del archivo doméstico. En cada
habitación el propietario explica la disposición, el nombre, los personajes que
la frecuentaban y las diversas funciones a lo largo de los años: de sala de bi­
llar a comedor en la última fase ( en el siglo xvm se comía en los salones o en
la cocina). Después la mirada se fija en los componentes fijos, como los pa­
peles pintados franceses, que Je recuerdan aquellos fabricados en Vertiere en
Rojo y negro (en Europa la moda relacionada con la decoración circulaba
de forma inmediata). La decoración orgánica de una habitación era, en el si­
glo xvm, una ambición que presuponía un proyecto unitario elaborado por el
arquitecto, el tapicero y los otros artesanos o artistas. En Geggiano esto se ve
claramente en la ornamentación pictórica de los muebles, acorde con el pa­
pel pintado, curiosamente fijado sobre bastidores de madera, como se hacía
en aquella época. Con el paso del tiempo los muebles se habían mezclado,
pero Bianchi Bandinelli los había vuelto a poner en su Jugar gracias a los in­
ventarios de la casa, indicando los añadidos que, como los cuadros del salón,
provenían de la Villa del Pavone, edificio neoclásico que él vendió rápida­
mente.w
Las relaciones establecidas entre los diversos objetos son estrechas y di­
versas: como la existente en la habitación de Alfieri entre el grabado del aus­
tro­ruso Suvorov y un opúsculo sobre el escritorio que ataca a los austro­ru­
sos por haber expulsado a los franceses; como la que hay entre una cama
monumental, en la que había dormido Pío VI, y un embajador de Inglaterra,
Alfieri y una equívoca señora Mari, una especie de Milady de la época; como
la que une a un retrato de un antepasado suyo con Stendhal, de quien pare­
ce fue un rival en asuntos amorosos.
Las iconografías de las pinturas murales se habían sacado de grabados,
pero habían sido adaptadas a las dimensiones de las paredes y actualizadas
en función de la moda. También irrumpen en la pintura acontecimientos rea­
les, como algunos actores, quizás los que representaron en el teatro hecho
con setos delante de la casa alguna de las tragedias de Alfieri que allí había
vivido, y entre ellos Porellino, mencionado por el escritor y representado,
premeditadamente, en el breve trozo de pared que queda cubierto por la
puerta de la casa cuando ésta se abre. También aparece a cabaJlo la mal fa­
mada señora Mari relacionada al lema antiliberal de «Viva María», a un po­
gromo sienés con correspondiente cena de celebración, a un poema del ar­
quitecto liberal Fantastici (el mismo que había proyectado el edificio y el
mobiliario de la Villa del Pavone) y a la reforma religiosa de Leopoldo de
Toscana.47
La misa en italiano defendida por Leopoldo anticipaba la reforma aná­
loga de la época de Bianchi Bandinelli; la adaptación de los grabados para las
pinturas de las habitaciones le recordaba análogos procedimientos en la pin­
tura pompeyanarf las restauraciones destructivas neoclásicas Je evocaban
análogos destrozos perpetrados por las soprimendenze a los monumentos; un
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE 235

grabado de Goethe le había sugerido el transformar a Alfieri (el usuario más


famoso de la villa) en el autor de Ifigenia, para aumentar el interés histórico
del edificio a los ojos de los soldados alemanes que querían dinamitarlo; los
revolucionarios franceses eran para él los bolcheviques del siglo xvm y así se­
guía trazando nexos, entre pasado y presente, parecidos a los de la novela his­
tórica.
Tan sólo una vez recurre Bianchi Bandinelli al tema estilístico, al descar­
tar la atribución a Moder de las pinturas murales sobre tela del «salón ver­
de». La actividad de este pintor en la villa se deduce no de un análisis formal
sino de una noticia publicada en una guía de 1840. Es cierto que la casa de
Geggiano no contiene obras maestras, aunque sea en conjunto una obra maes­
tra, pero este uso limitado del tema estilístico quizás indique que, en la vida
cotidiana y frente a objetos que siempre se ha tenido delante, el estilo con sus
inefabilidades y misterios juega (y probablemente jugaba en la vida de aque­
llos señores) un papel bastante menos decisivo del que pretende otorgarle el
encarnizamiento científico, mercantil y poco elegante de los atribucionistas,
mientras que en aquellas circunstancias más bien adquieren relevancia las
iconografías y los símbolos, a causa de las fantasías y recuerdos que saben
suscitar en los usuarios de la casa, que gracias al arte y a los objetos más di­
versos llegan a alcanzar mentalmente pasajes de vida lejanos y ya transcurri­
dos.
Relaciones entre objetos que transportan a relaciones humanas: esta es
la verdadera arqueología y la más amplia historia del arte. En 1848 el histo­
riador inglés Macau lay escribía: «los lectores ... lamentarán que historiado­
res con grandes miras no hayan ahorrado alguna página de acontecimientos
militares o de intrigas políticas para hacemos conocer, en cambio, cual era el
aspecto de los salones o de los dormitorios de nuestros antepasados».49 Una
observación análoga podía o podría hacerse para las aulas y los servicios de
los edificios públicos y de las iglesias. Incluso los monumentos más insignes
son de hecho completamente desconocidos y se hallan sustancialmente iné­
ditos. Bianchi Bandinelli, al presentarse como «humilde topógrafo» de su
casa, pone en evidencia la grandeza de un «historiador con pocas pretensio­
nes» (Macaulay).
¿Sólo un anfitrión que también sea crítico de las obras de arte puede con­
seguir una óptima narración? Quizás no, siempre y cuando el historiador del
arte y el arqueólogo sean capaces de abandonar su profesionalidad y de sen­
tirse, con un poco de imaginación, dueños o usuarios de las arquitecturas y
de los objetos que pretenden estudiar. Si no se dispone de una cultura que in­
cluso sepa dejar de lado la especialización, no es posible volver a activar la
circulación sanguínea de un monumento. Pueden crearse utilísimas morfolo­
gías, tipologías, series y secuencias, pero no se consigue la tensión necesaria
para recobrar una vida ya transcurrida.
Al construir a través de la propia conciencia y de la propia alma la na­
rración histórica, verdadera y al mismo tiempo fantástica, el narrador se ha­
lla ante la paradoja que todos experimentamos cotidianamente entre afirma­
)
236 HISTORIAS EN LA TIERRA

ción y negación de la autonomía de la forma y negación y afirmación de la


unidad de la vida. Por este motivo la visita guiada de Geggiano no es una cu­
riosidad oral fijada por casualidad en un texto, al margen de los escritos im­
portantes del historiador del arte, y tampoco es un ensayo de erudición local
de un aristócrata provinciano, es el testimonio espontáneo y concreto de cómo
un hombre que es también un investigador ha sabido evitar, por su naci­
miento y por su esfuerzo personal, las mediaciones, las mutilaciones y las ho­
mologaciones que afligen al académico normal, consiguiendo de este modo
preservar la particularidad, frescura y unidad de su contexto humano, prácti­
co y espiritual: «sólo cuando haya renunciado definitivamente a los ideales
intelectuales que todavía me mueven me pondré en marcha, frecuentaré co­
legas, reuniones, conferencias y ceremoniass.v
)
En esta época de mediocridad social, ¿quién podría pronunciar una fra­ 1
se de este tipo sin provocar una sonrisa? No existe un recorrido de prestigio
que no sea ansiosa y sistemáticamente perseguido. La personalidad de Biao­
chi Baodinelli conocía también límites conspicuos, pero no fronteras prees­
tablecidas, y tampoco había orientado su vida utilitariamentc hacia faculta­
des individuales para convertirse en un hábil prestidigitador de una sola
especialidad. Su curiosidad tendía a una educación armónica del carácter,
por lo que vienen a la mente las palabras de Goethe: «en el caso en que la
sana naturaleza del hombre actúa como un todo, cuando éste se siente en el
mundo como una grandiosa totalidad ... bien podría en dicho caso el univer­
so considerar su meta alcanzada». Arqueología e historia del arte: se trata
también de una cuestión de equilibrio personal.

A la generación que, entre los años treinta y setenta de nuestro siglo, sos­
tuvo el cientificismo de la historia, desarrollando análisis estructurales de cir­
cunstancias históricas colectivas, ha sucedido otra que prima la descripción
narrativa, coloca de nuevo al hombre en el centro de la investigación y vuel­
ve a escribir en el «bello stile». ¿De la ciencia histórica se ha regresado a la
literatura histórica?
Esta restauración del relato se debería a la idea de que cuanto mayor es
el cientificismo de los procedimientos tanto menor es la relevancia de los
resultados." Resultaría más tranquilo aceptar que en este campo no hay
vencedores ni vencidos, que a una época de polaridad metodológica ha su­
cedido otra dispuesta a aceptar la compatibilidad entre los diversos paradig­
mas, por lo que la analítica y la narrativa, el estudio de las circunstancias y
del hombre, acaban por potenciarse mutuamente: «una mayor conciencia de
la dimensión narrativa no conlleva atenuar las posibilidades de conocimien­
to de la historiografía, sino al contrario intensificarlas».52
Desde los años setenta se ha desarrollado una tendencia «irónica» fren­
te a la verdad histórica. White había mantenido, por ejemplo, que detrás de
cada historia hay un substrato preconceptual, un paradigma mctahistórico,
por el que la investigación histórica no sería más que un arte: «en cualquier
campo de estudio no reducido (o elevado) todavía al estado de ciencia ver­
LO ORDINARIO Y LO IMPORTANTE 237

<ladera, el pensamiento sigue siendo prisionero del modo lingüístico con el


que procura comprender el perfil de los objetos».53 Por lo tanto, no habría
modos más o menos realistas de hacer historia, sino solamente opciones de
tipo estético y moral. De ahí derivaría el carácter ficticio de cualquier re­
construcción.
En una línea análoga está también Duby. Para él no hay una historia que
pueda ser estudiada de forma completa, sino numerosos discursos que pueden
hacerse sobre el pasado y con un valor cognoscitivo bastante limitado. La his­
toria no sería más que una literatura de evasión, y los diversos métodos de
la investigación, sólo géneros literarios incapaces de garantizar una relación
con la realidad objetiva. De vez en cuando Duby admite que la historia es una
fantasía con sólidas bases ( «grumos de sueño formados en contacto con los
documentos») y que atracción y rigor pueden convivir, pero luego vuelve a de­
fender que una historia puede ser más o menos rica, pero no más o menos ver­
dadera. Fuentes densas o escasas, en serie o puntuales, no importa: el cientifi­
cismo no es más que una ilusión. Tan sólo cuenta el «fuego vital» que debe
inflamar al historiador cuando se proyecta a sí mismo en el mundo y crea sus
irnágenes.>'
Ante esta unilateralidad subjetivista puede contestarse que la «"patolo­
gía de la representación" no agota la posibilidad de esta última. Si no hubie­
se sido capaz de corregir las propias ideaciones o ideologías basándose en las
indicaciones procedentes del mundo exterior, la especie del Horno sapiens
hace mucho que hubiese desaparecido. Entre los instrumentos intelectuales
que le han permitido adaptarse al entorno que la circunda debe incluirse
también, después de todo, a la historiografía».55 Ciertamente existen factores
emocionales, estéticos y morales que condicionan la investigación histórica,
pero no se entiende por qué tienen que ser incompatibles con la exactitud
científica y la verosimilitud. Una concepción más tolerante y bipolar no im­
plica que presuponga un sentido global y final de la historia, ni un deber
emancipador de la ciencia, sino simplemente la capacidad humana de reco­
ger la esencia {el modelo) de un fenómeno, incluso más aJlá de sus infinitas
representaciones posibles, para perfeccionarla hasta el infinito con otras re­
presentaciones y aproximarla aún más a la inalcanzable verdad completa.
Desde este punto de vista, añadir a la narración literaria las tres dimensiones
espaciales, gracias al conocimiento del mundo de los objetos, aumenta el
efecto de integridad y verdad, porque aumentan las posibilidades de obser­
vación y de verificación. Cuando en la excavación de la villa romana de Set­
tefinestre apareció una pocilga= idéntica con todo detaJJe a una descrita por
ColumeJJa, entendí que Columella no había contado una fantasía, sino un
tipo de edificio rústico que entonces existía de verdad y era de uso común.
Al mismo tiempo el texto de Columella demostraba que la construcción que
habíamos interpretado intuitivamente como una pocilga lo era de verdad.
Mientras que la pocilga de Columella no podía verse, porque resulta arduo
obtener una imagen de un texto, la pocilga de Settefinestre podía observar­
se en todas sus partes (incluso aquellas a las que no prestó atención el autor
J
1
)
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238 HISTORIAS EN LA TIERRA )
1
)
antiguo). Era una representación total, tanto en sentido cualitativo (natura­ 1
leza y forma de los materiales, etc.) como cuantitativo (número de establos y )
entidad de los almacenes, del patio, etc.), por no hablar de la relación de esta 1
)
construcción con los otros cuerpos de la villa, por ejemplo con el muy pare­ 1
cido y vecino alojamiento de los esclavos (noticias que el texto literario no 1
proporciona). Aquella pocilga acababa por mostrarse, gracias a la binocula­ }
ridad textual­arqueológica, como un relato ilustrado, una fotografía con pie 1
explicativo, una película con banda sonora, una realidad ...
1
No creo que una reconstrucción retrospectiva en el tiempo pueda coinci­ l
dir perfectamente con los acontecimientos tal y como acaecieron, que lo que 1

escriben los historiadores sea lo que realmente ocurrió, que historia de la his­
1
toriografía e historia puedan identificarse. Demasiada riqueza original de fe­ )
nómenos y de atmósferas se ha desvanecido con el paso del tiempo. Dema­ 1
)
siada es la nueva conciencia y capacidad de sueño con la que nos lanzamos
sobre los monumentos. Al resucitar el pasado les prestamos parte de nuestra )
sangre, haciéndoles vivir con ello otras existencias, como en la metempsico­ 1
sis. Ningún acontecimiento se halla jamas sólo y acabado en el pasado, pero 1
siempre está de alguna manera activo en su futuro, por la continua actuali­ )
zación a la que le somete el hombre continuamente. Pero algo de la sustan­ 1

cia original permanece siempre a través de las transformaciones de los pun­ 1


tos de vista. El núcleo de una verdad no se pierde a través de sus varias vidas, )
1
sino que se expande, tanto en lo que respecta a la cada vez más profunda
comprensión como en lo relativo a la traición. La propia verdad es en el fon­
do bífida: ella misma y al mismo tiempo también otra, y sólo en esta parado­
ja podemos decir que no la captamos e incluso que la captamos.f

I�
1

l
PROCEDER HACIA ATRÁS

En un afortunado ensayo, Cario Ginzburg ha demostrado que alrede­


dor de los años setenta del siglo pasado se había ido consolidando en Eu­
ropa un nuevo modo de investigar, el paradigma indiciario, que se encuen­
tra en el historiador del arte Morelli, en el psicoanalista Freud y en el
escritor de novelas policiacas Conan Doyle. El método procedería de la sin­
tomatología médica. Morelli, Freud y Conan Doyle en realidad habían es­
tudiado medicina. 1
Ginzburg contraponía entonces el paradigma indiciario, capaz de un
cientificismo elástico, al de Galileo, cuyo cientificismo es, en cambio, riguro­
so. En el paradigma indiciario, interpretado en sentido venatorio y adivina­
torio, él encuadraba también las investigaciones del historiador, que no segui­
ría reglas formalizables y declarables sino, eminentemente, su olfato.
Intervine inmediatamente en el debate que sobre aquel ensayo surgió
sosteniendo que los dos paradigmas (el indiciario y el de Galileo) más que
coincidir con las «dos culturas» se encontraban y enfrentaban en todos los
campos del saber.2 Esta opinión derivaba de mi experiencia de arqueólogo
habituado a trabajar en el campo. ¿Cómo no reconocer en la investigación
estratigráfica el modo de trabajar riguroso del cirujano más allá de aquel más
vago del médico y del adivino? El arqueólogo fundamentalmente es un his­
toriador que utiliza filologías especiales aplicadas a los objetos, que sólo de
forma muy imperfecta pueden reducirse a la habilidad del cazador, en espe­
cial del cazador de tesoros. ¿O el arqueólogo no es un historiador?
A estas críticas Ginzburg respondió proponiendo de nuevo la contrapo­
sición de los dos paradigmas y su coincidencia con las «dos culturas»: «entre
los paradigmas sigo considerando útil distinguir dos estrategias, una dirigida
a reconstruir la norma más allá de las anomalías individuales (el paradigma
indiciario)».3 Así, Ginzburg excluía de nuevo de la investigación histórica,
que es investigación de individualismo, la estrategia científica de la investi­
gación.
Mantuve mis ideas y continué considerando más interesante no tanto la
separación teórica de los dos paradigmas (legítima en sí misma, si no se ab­
solutiza) cuanto su imbricación (pragmática, no comprometedora) en cada
rama del saber. Aceptaba con Ginzburg que el historiador siempre se en­
frenta a indicios, pero éstos pueden presentarse de diverso modo: más o me­
)

240 HISTORIAS EN LA TIERRA 1


(
nos aislados, o conectados entre sí en series y contextos. Los primeros me pa­ 1
l

recía que podían captarse mejor con el olfato del cazador, mientras que los i
segundos mejor con el rigor formal del científico.4
El triunfo de lo adivinatorio en la investigación histórica llevaba fatal­
)
mente a una concepción demasiado tradicional y limitada de la investigación )
histórica, al borde del autolesionismo. Luego llegó un nuevo ensayo de Ginz­ 1
)
burg, más equilibrado y aceptable, aunque tuvo menos éxito que el prece­ 1
dente.! Un lustro de debate no había pasado en balde.
1
)
Unos años más tarde llegó a mis manos Estudio en escarlata de Conan 1
Doyle, en una reimpresión de la tercera edición (Londres, 1898). Pensé en­ )

tonces en controlar de cerca el método de Sherlock Holmes, que en esta story 1


)
hace su primera aparición.6 Grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta que
)
los procedimientos y las aspiraciones del investigador tenían aún menos que
ver con el método indiciario de Ginzburg de cuanto había pensado en mis �
primeras reflexiones. 1
El libro comienza con una nota sobre el detective firmada por un tal Dr. 1
J. BeU. El editor revela que se trata del médico que había sido el maestro del )

médico­escritor Conan Doyle, inspirador directo del famoso personaje: «el


Sherlock Holmes original». No sorprende, pues, que Sherlock Holmes (de
aquí en adelante citado por sus iniciales) sea en esencia un químico y un es­
pecialista en anatomía y que Watson sea también un médico cirujano. El mé­ 1
)
todo de trabajo de estos médicos que no hacen de médicos se ilustra, aparte 1
de la nota citada, en los primeros y últimos capítulos de la novela, uno de los )

cuales se titula significativamente «La ciencia de la deducción». Podemos


ahora analizar dicho método recordando que S. H. no buscaba leyes genera­
les sino individuos únicos (los autores de los delitos), como ocurre en las in­
vestigaciones del historiador. Medí entonces el grado de cientificismo de sus
procedimientos y me pareció mucho más alto de lo previsto. 1
)

S. H. no es un detective público o privado, con responsabilidades ante ter­


ceros, sino un simple asesor, que ofrece opiniones trabajando en el anonima­
to ( como Morelli, velado bajo el seudónimo Lermolieff). Sus conocimientos
son extraños y variopintos: «excéntrico en sus ideas, un entusiasta en algunas
ramas de la ciencia». Los estudios de S. H. son variados, multilaterales y ex­
céntricos respecto de las profesiones reconocidas de la época: «ha acumula­
do mucho saber heterodoxo». Era un apasionado del saber definido y exac­
to, lo que no dejaba de sorprender en aquella época positivista, por el hecho
de que el objeto de la investigación no era un microbio sino el hombre. Wat­
son, representante del sentir general de entonces, no deja de expresar su dis­
gusto: «Holmes es demasiado científico y, para mi gusto, tiene demasiada
sangre fría». Se ocupa de individuos, pero con la lejanía del que disecciona,
sin pasión excepto por la propia investigación: «los mínimos indicios de las
circunstancias le interesan muchísimo y satisfacen una curiosidad insaciable,
casi inhumana por lo impersonal». En el primer encuentro Watson descubre
)

)
PROCEDER HACIA ATRÁS 241

que S. H. no sabe nada de literatura, de filosofía, de astronomía y de política.


Pero conoce drogas, venenos, suelos; es un experto en anatomía y en quími­
ca; es un óptimo espadachín y un buen violinista. Las fronteras de estos co­
nocimientos y sus relaciones eran lo que sorprendía, todos ellos orientados a
una finalidad práctica, donde los comportamientos humanos valían tanto
como los reactivos (para descubrir, por ejemplo, restos de sangre en un ves­
tido). En la cámara anatómica S. H. hace cosas horribles, como pegar a los ca­
dáveres «para comprobar hasta qué punto pueden provocarse contusiones
después de la muerte» (igual que en la arqueología experimental, cuando se
construye y se prende fuego a una cabaña, para comprender el efecto inver­
so). Nos hallamos en el límite entre ciencias naturales y ciencias humanas, lo
que ocurre en tantas disciplinas históricas «heterodoxas».

Para que la literatura policiaca pueda estimular la observación ­escribe


el Dr. J. Bell­ aquélla debe ocuparse de los procedimientos además de los
resultados. Las historias tienen que ser breves y bien escritas, de modo que
el lector pueda fácilmente retener las circunstancias, sin olvidar los aconteci­
mientos importantes. La mente del investigador debe estar, por lo tanto,
abierta al objetivo, despejada de detalles inútiles, libre de cualquier adiposi­
dad cultural: «la mente de un hombre es, en origen, como un desván vacío que
debe llenarse de mobiliario útil. Un loco la inunda de inútiles chucherías,
pero un hombre astuto sólo depositará en ella los instrumentos que puedan
servirle en su actividad y tendrá una gran variedad de ellos. Es un error pen­
sar que las paredes de aquel desván sean elásticas. Llega un momento en el
que cada añadido representa olvidar algo que se sabía precedentemente. Por
ello resulta muy importante no tener hechos inútiles que expulsen a codazos
a los que son útiles». La mente del detective debe estar despejada, especial­
mente al comenzar la investigación: «para empezar me acerqué a la casa con
la mente libre de cualquier impresión». Es el vacío previo con el que uno se
prepara a acoger los hechos sin prejuicios, casi como desinfectar la parte an­
tes de cortar con el bisturí o disponerse a escuchar. S. H. es un maestro en la
ciencia de la deducción y del análisis. La observación aguda y sistemática es
para él como una segunda naturaleza. El arte de la investigación ha alcanza­
do con él su grado más alto de cientificismo.

A S. H. no le interesa una selección de hechos destacados, sino el conjun­


to entero de fenómenos. Escribe en un diario londinense un artículo titulado
«El libro de la vida», en el que el investigador explica su método que Watson
desaprueba en parte. En sus páginas puede leerse que al investigador le in­
teresa todo lo que ocurre. La aspiración de conocer la totalidad de las activi­
dades humanas y naturales es la premisa en la que se basan sus procedi­
mientos: «las ideas, si deben interpretar la naturaleza, tienen que ser tan
amplias como la naturaleza».
El conocimiento de la humanidad tiene como modelo el modo en que se
conoce a los individuos: «el verdadero objeto de estudio de la humanidad es
242 HISTORIAS EN LA TIERRA

el hombre». Al hombre sano se le conoce a partir del enfermo, porque los


síntomas extraños de este último son el mejor vehículo para entender el fun­
cionamiento del normal: «es un error confundir lo extraño con el misterio».
De hecho, son los elementos nuevos e insólitos los que nutren más fácilmen­
te las ilaciones del pensamiento, mientras que la obviedad las embota: «lo
que está fuera de lo normal es más una guía que un obstáculo». Lo común y
lo cotidiano son, por lo tanto, lo más difícil de conocer: «el crimen más común
resulta ser muchas veces el más misterioso». Los fenómenos extraños deben
conocerse con exactitud, al igual que uno conoce las características, los an­
dares y las costumbres del mejor amigo o como ocurre en la diagnosis del ci­
rujano. El experto en el método analítico­deductivo sabe intuir los pensa­
mientos más recónditos de un hombre, a partir de una expresión o de una
mirada, y es aquél quien aprende del sujeto en cuestión y no al contrario. De
esta manera accede a las profundidades del mundo interior, el más difícil de
alcanzar, a partir de las manifestaciones más elementales del mundo exterior:
«aunque este ejercicio pueda parecer infantil agudiza las capacidades de ob­
servación». El método analítico­deductivo se aplica a partir de las uñas, de
los callos, de los zapatos y de los vestidos, para llegar a las más complejas
cuestiones morales.

El que indaga debe saber apreciar el valor del mínimo detalle: «incalcu­
lable es la importancia de lo infinitamente pequeño». Para una gran mente
nada es demasiado pequeño. Ha sido la medicina la que, por primera vez, ha
hecho tangible la importancia de lo ínfimo, al descubrir el mundo de los mi­
crobios: «saber identificar y valorar con precisión incluso las menores dife­
rencias es la virtud esencial de cualquier diagnóstico médico», ha escrito el
Dr. J. Bell. Su doble le responde: «para mi ojo experimentado cada signo so­
bre aquella superficie tenía un significado». Freud añade a este interés «mo­
relliano» por el detalle el interés por los «desechos» (El Moisés de Miguel
Ángel), en el sentido de que lo que se rechaza puede ser más significativo que
lo que se ha elegido. Pequeño, roto, feo y descartado, estos son los rasgos tí­
picos del detaUe. A pesar de que su apariencia no sea exactamente estética,
el buen investigador lo tiene muy en consideración.
S. H. llega a brillantes resultados gracias a intuiciones que le surgen en
casa o en el curso de sus pesquisas: «no hay nada mejor que la documenta­
ción de primera mano». Esta intuición del detective recuerda a «un perro de
caza, de pura sangre y bien adiestrado». Pero la intuición de S. H. es sólo apa­
rentemente venatoria: «llegué a la conclusión sin darme cuenta de los pasos
intermedios que, sin embargo, existían». En su intuición pesa, más que un in­
controlable olfato adivinador (típico de los investigadores mediocres), la
conciencia de los pasos mentales rigurosamente individualizados y relacio­
nados, siempre exhibidos con una elegante demostración al final del relato.
La chispa de genialidad es para él una condensación fulgurante de reglas for­
malmente aplicadas: «toda la secuencia de pensamientos no ocupó más de un
segundo». En esta intuición la regla y la falta de éstas son amigas y se poten­
PROCEDER HACIA ATRÁS 243

cían mutuamente, contrariamente a lo que ocurre en condiciones de «genia­


lidad y falta de reglas». A quien le observa con pereza S. H. parece un nigro­
mante y un verdadero científico al observador agudo. Cuando cierra el caso
y desvela sus procedimientos los mediocres detectives gubernamentales se
quedan boquiabiertos. Estos son los verdaderos perros de caza, ajenos a la
disciplina mental.

S. H. parte del presupuesto de que «no hay nada nuevo bajo el sol y todo
hecho tiene su precedente». Lo que cuenta es saber controlar la casuística:
«hay una gran familiaridad entre los diversos crímenes y, si se conocen con
precisión los detalles de un millar de casos, sería extraño no llegar a resolver
el que hace mil uno». De esta manera se vuelve a la imagen del amigo ínti­
mo: «se le reconoce rápidamente, incluso entre una muchedumbre de hom­
bres vestidos todos igual, que sólo se distinguen por las pequeñeces, por lo
que conociéndolas se puede proceder a la identificación». Para alcanzar sin­
gularidad en una muchedumbre hay que buscar extrañezas en lo pequeño,
alli donde todo parece uniforme y normal. Las pequeñeces se convierten en­
tonces en enormidades. Pero para seleccionar estas pequeñas grandezas, es­
tos detalles significativos, es necesario el tamiz del método tipológico, que
sabe articular cosas y acontecimientos en grupos, formas y tipos, siguiendo
reglas previamente establecidas (como en la clasificación botánica). La pre­
cisión tipológica Lleva al investigador a escribir grandes monografías sobre
temas aparentemente fútiles, como la de S. H. «sobre las ciento catorce varie­
dades de ceniza de tabaco». Tipos de zapatos, improntas, manchas y suelos
atraen la atención del detective: «tras largas caminatas me ha mostrado
­­dice Watson­ salpicaduras de barro en sus pantalones y por su consisten­
cia y color sabía decirme en qué parte de Londres se habían producido»
(como el arqueólogo cuando clasifica los estratos). Si el test de S. H. sobre las
manchas de sangre se hubiese descubierto antes, centenares de criminales no
estarían libres, confundidos con la gente. El problema reside en identificar en
el ovillo incoloro de la vida la trama de lo que se quiere identificar: «nuestro
deber es devanar, aislar y exponer en su totalidad ... » (como hace el ar­
queólogo con los estratos, antes de excavarlos). Para determinar una crono­
logía resulta válido el razonamiento según el cual lo que «cubre» es más tar­
dío que lo que está «cubierto»: «botas de cuero habían pisado aquel suelo y
sobre aquellas huellas habían caminado zapatos de punta cuadrada», calza­
dos evidentemente por alguien que había llegado allí en un segundo mo­
mento (un razonamiento estratigráfico típico del excavador).

Los indicios pueden recogerse en diversas condiciones: en contextos po­


bres o ricos. Los contextos ricos contienen un mayor número de elementos y
de relaciones, que facilitan e intensifican el proceso analítico­deductivo del
pensamiento: «este delito hubiese sido mucho más difícil de descubrir si el
cuerpo de la víctima se hubiera encontrado por la calle, sin el repertorio de
detalles sensacionales que lo han hecho sorprendente» hallados en la habita­
)
)
244 HISTORIAS EN LA TIERRA

ción en la que se ha cometido el crimen. Si el dato se recoge, en cambio, «por


la calle», fuera de su contexto original pierde gran parte de su capacidad ex­
plicativa (como una pieza privada de su contexto de hábitat o funerario).
Cuanto más saturado de relaciones espacio­temporales bien conservadas se
halle un contexto, más rico es en aquellos «extraños detalles» que permiten
descifrar un cuadro humano y a sus protagonistas.

S. H. otorga la misma importancia a las cosas que a las relaciones entre


éstas. Cuando faltan algunas relaciones y la cadena de los acontecimientos se
rompe, allí comienza su reconstrucción. Para navegar por una interrupción
hay que saber orientarse y, por lo tanto, construir una teoría. En cambio,
cuando los lazos se conservan, hay que seguirlos con paciencia, incluso en su
trivial obviedad, para no perder el hilo. Hay una cierta elegancia en este jue­
go de acontecimientos, a veces banales, que llevan a resultados sorprenden­
tes. Pero hay que manejar al menos uno de los extremos de la madeja para
poder empezar a pensar: «toda la vida es una cadena, cuya naturaleza pode­
mos conocer sólo con disponer de uno de sus eslabones». El caso se cierra
cuando se identifica el último eslabón y se conecta al resto de la evidencia:
«¡el último eslabón! ­gritó exultante­. El caso está resuelto». De vez en
cuando S. H. se desalienta, pero inmediatamente recupera su optimismo: «de­
bería tener más fe y saber que cuando un hecho parece que se opone a una
larga secuencia de deducciones siempre acaba demostrándose que puede ser
interpretado de otra forma». No hay lugar para una explicación que contra­
diga la serie o el contexto en el que se encuentra inserta. El sistema de las cir­
cunstancias acaba por jugar el papel principal.

La secuencia de los acontecimientos y de las cosas se reconstruye invir­


tiendo la dirección normal del procedimiento, es decir, yendo hacia atrás,
para llegar desde los resultados a sus presupuestos: «es muy importante sa­
ber razonar al revés» (también en la excavación se procede desde el después
al antes). Este procedimiento elemental es difícil de seguir para quien no esté
habituado a ello, porque en la vida normal resulta más útil «razonar hacia
adelante». Por esto, «de cincuenta que saben razonar de forma sintética, uno
sabe hacerlo de forma analítica». Por lo tanto, el método de S. H. no es sola­
mente deductivo, sino que procede hacia atrás a través de observaciones ana­
líticas y reconstrucciones hipotéticas. No hay duda de que en la vida cotidia­
na procedemos espontáneamente hacia adelante (sintéticamente), sin damos
cuenta de los pasos infinitos que damos y que rápidamente olvidamos. Pero
en la investigación de lo desconocido hay que evidenciar todos estos pasos,
reconstruyéndolos en el sentido contrario a aquel en que se han producido
pues de lo contrario se pierde el hilo de la concatenación y se pone en en­
tredicho la propia investigación. Allí donde los nexos son seguros hay que
disponerlos ordenadamente en la secuencia. AIJí donde son inseguros hay
que hacer conjeturas actuando por exclusión, desde lo menos probable a lo
más verosímil.
PROCEDER HACIA ATRÁS 245

¿Cómo puede ser interpretado el método analítico­deductivo de S. H.?


En un libro editado por Eco y Sebeok7 hay dos respuestas. La primera pa­
rece estar en contradicción con lo que acabamos de exponer. S. H. no usaría
el método deductivo, sino el abductivo, cuyo espíritu estaría condensado en
esta sentencia de Peirce: «debemos conquistar la verdad adivinando». Pero
S. H. afirma: «no intento nunca adivinar». Se trata claramente de una inter­
pretación muy forzada.
La segunda tesis resulta más convincente.8 S. H. usaría la inducción ( ob­
servación), la abducción (o hipótesis) y la deducción (o consecuencia nece­
saria), con un regreso final a la inducción que permitiría poner a prueba las
hipótesis y las consecuencias deducidas de las hipótesis. Estos son los tres ti­
pos de inferencia usados universalmente, por el ama de casa y por el cientí­
fico. S. H. babia de método analítico­deductivo, en el que «analítico» parece
que comprendería a la inducción y a la abducción, a lo que se añade la «de­
ducción». ¿Cómo explicar entonces que S. H. sea más científico en sus proce­
dimientos que sus despreciados colegas y que el hombre corriente?
Las abducciones de nuestro investigador están llenas, además de un coti­
diano sentido común, de conocimientos ligados a las ciencias experimentales
y a los diversos saberes de carácter tipológico. S. H. observa más de una vez
que sus hipótesis adolecen de originalidad, riesgo y creatividad. Son simples
y lineales: «no tienen nada de prodigioso». Se puede Llegar a la conclusión de
que «Holmes y Peirce exaltan caracteres opuestos de la abducción: Peirce los
creativos, originales e innovadores; Holmes, al contrario, los que son confor­
mes a los códigos y a las leyes reconocidas».9 El tipo de abducción de Peirce
(se deduce el caso del resultado adivinado) es completamente diferente del
de Holmes (se deduce el caso del resultado de forma automática o semiauto­
mática, o seleccionando entre una serie de posibilidades más corrientes). Se
trata pues de una abducción más codificada que creativa y, por lo tanto, com­
pletamente desprovista de riesgo.'? Fracasa de esta forma el último intento
de reducir a S. H. a un perro de caza.

El método analítico­deductivo de S. H. se parece mucho al de la investi­


gación arqueológica. El arqueólogo también persigue el «libro de la vida» e
intenta alcanzar un grado cada vez mayor de cientificismo. Que después lo
consiga no es tao importante como su profunda convicción en ello. No se tra­
ta de una disciplina con el mismo grado de precisión que las ciencias natura­
les, pero sí con el mayor grado de precisión posible en el campo de las cien­
cias humanas y de la historia. Más que en paradigmas distintos deberíamos
pensar en un continuum entre lo más exacto y lo menos exacto, donde los
tres tipos de inferencia que todos utilizamos indistintamente (inducción, ab­
ducción y deducción) se entrelazan y predominan, arrastrando consigo a
otros subtipos propios como la abducción «codificada» y la «creativa».
Ginzburg no ha descrito los procedimientos de S. H., sino el modo en que
se escribe la historia, cubierto bajo la máscara que tenía más bien el nombre
que no la fisonomía de Conan Doyle. Pero el verdadero Conan Doyle pen­
)
246 HISTORIAS EN LA TIERRA

saba de modo diferente del Ginzburg historiador. El historiador tradicional )


utiliza de hecho los métodos de la tradición humanista más que los derivados
de la sintomatolcgía médica, básicamente ajenos a su cultura. El arqueólogo
de campo está, en cambio, obligado a utilizar todos estos métodos, por lo que
es uno de los primeros en tener derecho a sentarse a la misma mesa de di­ )
sección anatómica que Morelli, Freud y Conan Doyle.
)
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO

La historia de la historiografía puede ser considerada desde el punto de


vista de la creciente voluntad de indagar niveles cada vez más profundos de
la existencia del hombre, desde las culturas materiales a las emociones de la
mente, antes más bien dominio del literato: la Comédie humaine de Balzac es
una «archéologie du mobilier social».' Pero cuanto más profunda es la in­
vestigación del historiador, más se ve obligado a acompañar sus conocimien­
tos tradicionales con otros completamente modernos, como por ejemplo el
«estratigráfico». La estratigrafía es un método tan joven como esencial para
quien quiera adentrarse ordenadamente en el mundo de lo sumergido. Los
arqueólogos lo han heredado de los geólogos, y los psicoanalistas, a su vez,
de los arqueólogos, por lo que podríamos atribuir al conocimiento de la tie­
rra la paternidad del conocimiento de la mente. Mientras que las relaciones
entre arqueología y geología son relativamente evidentes, las que existen en­
tre arqueología y psicoanálisis son más oscuras, por lo que vale la pena con­
tinuar reflexionando sobre este extraño tema.2
En Construcción del análisis (1937) Freud establece una comparación en­
tre psicoanálisis y arqueología. De la misma manera que el psicoanalista le­
vanta la barrera de la remoción y resucita en la conciencia lo que estaba rele­
gado a la inconsciencia, el arqueólogo remueve la tierra y devuelve a la luz
todo lo que estaba enterrado en el subsuelo. El primero resucita recuerdos y
el segundo restaura monumentos. Para Freud, Pompeya es el perfecto equi­
valente del inconsciente removido. La elección de Pompeya no es una casua­
lidad. La ciudad vesuviana no ha sufrido una transformación estratigráfica, no
ha sido completamente digerida por el tiempo, en dirección al desorden, como
ocurre en cambio con la mayor parte de los asentamientos antiguos, solamen­
te ha sido erradicada del paisaje vesuviano a consecuencia de la erupción que
la cubrió con una espesa capa de materiales volcánicos.
En el caso de la Pompeya del 79 d.C., la excavación arqueológica sólo
pretende «liberar» las estructuras del material volcánico y restaurarlas sin
grandes dificultades, por su excepcional estado de conservación. Parece que
no se ha perdido nada de la ciudad original: las relaciones espaciales están
casi intactas y nosotros podemos pasear por sus calles como si nos hallásemos
fuera del tiempo, al igual que cuando fantaseamos sobre la vida pasada que
renace. Ante tan especial circunstancia la excavación simplemente consiste
248 H1STORIAS EN LA TIERRA

en generar una energía contraria a aquella que produjo la sepultura de los


restos, ya que todo lo que se haJla debajo es parecido a lo que está encima y
el orden formal de lo enterrado se ha mantenido sustancialmente inalterado
respecto al orden que antecedía a su cobertura temporal: como a aquel que
es sepultado en vida por un terremoto y al que se debe y se puede exhumar
y salvar. Esto recuerda las condiciones del inconsciente removido. Pero mien­
tras hagamos referencia a esta arqueología de recomposición no podremos
tener en cuenta la diversidad de lo sumergido, es decir, de la verdadera es­
tratificación. El descenso a los infiernos, con las infinitas posibilidades que
ofrece el caos, aún no ha comenzado.
Llegados a este punto nos ayuda Ignacio Matte Blanco,' que nos condu­
ce a un Freud más inquietante y mucho menos conocido, al primer descubrí­ )
dor de aquella función irreducible del ser que es el inconsciente no removi­
do. Las fulgurantes intuiciones de Freud sobre este tema se convierten con
Matte Blanco en teoría científica desarrollada. Se trata de descubrir la lógi­
ca de lo enterrado para poder traducir, con método, aquella realidad más os­
cura a nuestro modo más claro de razonar. Convertir en consciente al in­
consciente no parece ya, en estos términos, una pura cuestión de energía o
de técnica analítica. Más bien significa descubrir el comportamiento anóma­
lo de las estructuras que hay más allá de la conciencia, antes consideradas
como «irracionales», para poder transformarlas, dentro de lo posible, en con­
ciencia, sin Llegar jamás a disolverlas por el hecho de ser una función perma­
nente del ser.
Matte Blanco ve el inconsciente no removido como un conjunto de bol­
sas de indiferenciación envueltas por peitculas de diferenciación. Esta ima­
gen recuerda la de la estratificación arqueológica, en la que los estratos, que
son como bolsas de homogeneidad, se combinan con superficies, que son pe­
lículas de una mayor beterogeneidad.4 La comparación es sugestiva pero po­
dría inducir a error si no se aclarase que en las bolsas del inconsciente reina
una homogeneidad absoluta, que adolece de espacio­tiempo como nosotros
lo entendemos, por lo que las diferentes partes son en su interior idénticas
entre sí y al conjunto que las contiene, mientras que en las bolsas de la es­
tratificación reina sólo una homogeneidad relativa, Llena todavía de espacio­
tiempo, por lo que los materiales de un estrato son en ciertos aspectos equi­
valentes pero nunca idénticos entre sí: el capitel y los tambores de columna
que forman un estrato de destrucción son de hecho equivalentes solamente
respecto a la «función proposicional» de la estratigrafía y no lo son respecto
a todas las funciones proposicionales posibles, como por ejemplo la de la res­
tauración, etc. El capitel no es igual a la columna desde el punto de vista de
la reconstrucción arquitectónica (mientras podría serlo en un estrato del in­
consciente). Pero entonces, ¿basta qué punto puede considerarse válida la
analogía entre arqueología y psicoanálisis?
El problema está en que para definir nuestro mundo material sumergido
no es suficiente la distinción drástica entre espacio­tiempo y su ausencia, en
el sentido de espacio tridimensional y de tiempo lineal. Hay que imaginar
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO 249

más bien una graduación de condiciones entre estos dos extremos, por lo que
debe entenderse a qué nivel un fenómeno se registra en el campo existente
entre la forma y la no forma, entre el orden y el caos. Imaginemos que una
biblioteca incendiada se transforme en un estrato de cenizas. Se trata de una
evidencia estratigráfica completamente diferente de la que ofrece Pompeya.
A partir de las lesiones y de las contracciones de la ciudad vesuviana pode­
mos acercarnos fácilmente a la integridad de la ciudad en época flavia, pero
desde el estrato de cenizas no podremos reconstruir con fidelidad la biblio­
teca incendiada. Podremos, como máximo, comprender que las cenizas son
lo que queda de la biblioteca e intentar obtener de aquel estrato negruzco el
máximo de información sobre una estructura que ha dejado de existir.
Al transformarse en ceniza, una gran cantidad de espacio segmentado y
de tiempo narrado se ha perdido para siempre al esfumarse irreversiblemen­
te las letras, los libros y el propio orden de los mismos. Con la catástrofe su­
frida por este cerebro social, la identidad discontinua de la palabra se ha
transformado en un silencio casi ininterrumpido. La confusión producida es
enorme pero no total porque ha quedado un estrato de cenizas que tiene, aJ
menos, una fecha y un límite. Queda pues una especie de «bolsa» que con­
tiene algo que no parece ser muy interesante. Con el incendio hemos des­
cendido con temor al espectro de la morfogénesis, nos hemos acercado al lí­
mite más allá del cual la homogeneidad deja de ser relativa y tiende a ser
absoluta. Si no hubiese quedado ni el estrato de cenizas, pero pudiésemos co­
nocer la realidad de la biblioteca quemada a través de fuentes no estratigrá­
ficas, en dicho caso se hubiera superado el límite y nos habríamos hallado en
el punto en el que se pierde cualquier tipo de distinción y que nosotros con­
sideramos la nada.
Pero volvamos a nuestro estrato de cenizas. El excavador se esforzará
para descubrir la mínima diferencia, la más modesta traza de espacio­tiempo,
y se aventurará en él como en un infinito intensivo con la esperanza de re­
cuperar en profundidad todo lo que se ha disuelto en la superficie. Intentará
de todas maneras traducir, al contrario que el incendio, las cenizas en estan­
terías, libros y caracteres y, si tiene suerte, llegará quizás a recuperar briznas
de textos e indicios de su colocación original, pero no podrá jamás pasearse
entre los libros como, en cambio, ahora puede todavía pasearse por las caJJes
de una Pompeya recientemente excavada y restaurada. En el caso de la bi­
blioteca se ha producido el desorden y la contracción de una riquísima mul­
tiplicidad de funciones proposicionales en una sola función, la de su ruina y
tendencial reductio ad unum. Por el estrato­bolsa de cenizas se interesarán,
no ya los bibliotecarios que escaparon al incendio y para los que «todo se ha
perdido», sino el arqueólogo que llega mucho tiempo después de la catástro­
fe y al que esta materia informe, pero todavía con algunas briznas de espa­
cio­tiempo, le parece aún reveladora y matriz de una historia que si no ha­
bría desaparecido completamente. ¿ Ubicar y dimensionar la biblioteca de
Alejandría no sena ya una labor útil para quien quisiera reconstruir el mal
conocido urbanismo de la antigua ciudad? Los pobres estratos a los que se
)
)
250 HISTORIAS EN LA TIERRA

reduce la ilimitada variedad de la vida son considerados por el arqueólogo no )


como trabas al conocimiento, que hay que remover, sino como vehículos de
comunicación entre lo que ha sido y lo que todavía es. La estratificación, hija
de la negación de la historia, se presenta pues, al menos potencialmente,
como generadora de historia bajo la forma de la memoria.
Hay un isomorfismo entre los dos modos que, según Matte Blanco, cons­
tituyen la psique (el indivisible y el divisor) y los modos constitutivos del en­
torno material antropizado (el sumergido y el emergente). Hasta ahora los
historiadores se han ocupado preferentemente del emergente y del sumergi­
do removido (como en el caso raro de Pompeya) más que del sumergido es­
tructural ( como el caso normal de la biblioteca de Alejandría). De forma aná­
loga muchos psicoanalistas se han ocupado más de la conciencia o del
inconsciente removido que del inconsciente no removido, que es el más re­
volucionario de los descubrimientos de Freud. En los dos casos la esencia
profunda y especial de lo sumergido no se ha alcanzado.
También la teoría de los «niveles» de Matte Blanco, según la cual en los
más elevados prevalecería el modo divisor y en los inferiores el modo indivi­
sible, parece similar a la secuencia vertical del mundo material, en la que en
alto prevalece el mundo disperso en las varias distinciones de la vida, y en la
parte baja, el mundo en el que reina una menor distinción o una indistinción
completa como en el mundo de la muerte. Es quizás de esta imagen del uni­
verso material de la que el inconsciente obtiene su tradicional localización en
lo «profundo». La pluriespacialidad y la atemporalidad de algunas funciones
de la psique se ha reducido así a la imagen tridimensional de la tierra antro­
pizada: arriba la historia que se construye y abajo la historia que se va des­
haciendo o que ya se ha desestructurado.
El hombre deja que las fuerzas naturales confundan y homogeneícen las
realidades ultradistinguidas en los límites consentidos dentro del mundo físi­
co. De este modo construye un mundo propio material invertido, removido y
dotado de una estructura peculiar, ciertamente diferente de aquel en el que
vive, sometido en cambio a un proceso incesantemente ordenador, segmen­
tador y generador de formas. Excavar estratigráficamente significa en primer
Jugar salvar del caos, mediante la división, todo Jo que ha sido condenado a
precipitar en los procesos unificadores de la descomposición y, en segundo
Jugar, recomponer nuevamente en unidades ordenadas todo lo que ha alcan­
zado a dividir en base a las pobres relaciones espacio­temporales todavía
conservadas en el subsuelo.

Queda por descubrir qué tipo de relación pueda existir entre la memoria
en el interior de nuestro ser y la memoria en el mundo material exterior, por
ejemplo en una ciudad multiestratificada. El malestar en la cultura (1929)
contiene una reflexión de Freud de máxima importancia:

... llegamos así al problema más general de la conservación en lo psíquico,


problema hasta ahora poco tratado, pero estimulante e importante hasta el
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO 251

punto de que, incluso ante un pretexto insuficiente, podemos permitirnos de­


dicarle un poco de nuestra atención: Desde el momento en que hemos supe­
rado el error de suponer que el olvido al que estamos habituados signifique
destruir la traza de la memoria, es decir, una anulación, avancemos en la hi­
pótesis opuesta, es decir, que en la vida psíquica nada puede morir una vez
formado, que todo se conserva en algún modo y que, en circunstancias opor­
tunas, por ejemplo a través de una regresión que empuje bastante lejos, todas
las cosas pueden ser sacadas a la luz. Intentemos aclarar el contenido de tal
hipótesis recurriendo a un parangón procedente de otro campo. Tomemos
como ejemplo la evolución de la Ciudad Eterna. Los historiadores enseñan
que la Roma más antigua era el Septimontium, una federación de los asenta­
mientos en las diversas colinas, más tarde la ciudad delimitada por las Mura­
llas Servianas y, todavía después, tras las transformaciones del período repu­
blicano y del alto Imperio, la ciudad que el emperador Aureliano rodeó con
una nueva muralla. No queremos tomar en consideración las transformacio­
nes ulteriores de la urbe. Preguntémonos más bien qué puede todavía encon­
trar en la Roma actual de tales precedentes un visitante que, supongamos, esté
dotado de vastos conocimientos históricos y topográficos. Exceptuando algu­
nas interrupciones, verá casi inalteradas las Murallas Aurelianas. En algunos
puntos podrá encontrar lienzos de las Murallas Servianas exhumados en el
curso de excavaciones. Si tiene datos suficientes ­más que la arqueología con­
temporánea­ quizás podrá trazar en la planta de la ciudad el recorrido com­
pleto de estas murallas y el perímetro de la Roma quadrata. De los edificios
que entonces estaban incluidos en este marco no encontrará nada o algunos
pocos restos: de hecho aquéllos ya no existen. Lo máximo que un óptimo co­
nocimiento de la Roma republicana podría permitirle seria el poder indicar los
lugares en los que se alzaban los templos y los edificios públicos de aquel pe­
ríodo. Lo que ahora ocupa aquellos lugares son ruinas. No se trata de las rui­
nas de aquellos edificios, sino de sus reformas posteriores, tras incendios y des­
trucciones. No es necesario recordar que todos estos restos de la antigua
Roma se hallan diseminados en la complejidad de una gran ciudad surgida en
los últimos siglos, a partir del Renacimiento. Sin duda algo de antiguo está to­
davía enterrado en el subsuelo de la ciudad o bajo sus construcciones moder­
nas. Este es el modo en que la conservación del pasado se nos presenta en lu­
gares históricos como Roma. Planteemos ahora la hipótesis fantasiosa de que
Roma no sea un hábitat humano sino una entidad psíquica, con un pasado tan
largo y rico, una entidad en la que nada de lo que antes existió haya desapa­
recido, en la que junto a la más reciente fase de desarrollo subsistan todas las
fases precedentes. En el caso de Roma, esto significaría que en el Palatino los
palacios de los Césares y el Septizonium de Septimio Severo se alzarían toda­
vía con su antiguo esplendor, que Castel Sant'Angelo tendría aún en su cima
las bellas estatuas con las que estuvo adornado hasta el asedio de los godos,
etc. Pero no es suficiente. En el lugar ocupado por el palacio Caffarelli se al­
zada de nuevo, sin que este edificio tuviera que ser derribado, el templo de Jú­
piter Capitolino y no sólo en su aspecto más reciente, como lo vieron los ro­
manos de la época imperial, sino también en su aspecto original, cuando
todavía presentaba formas etruscas y estaba decorado con antefijas de terra­
cota. AUí donde ahora se halla el Coliseo podríamos admirar la desaparecida
Domus Aurea de Nerón; en la plaza del Panteón encontraríamos no sólo el
252 HISTORIAS EN LA TIERRA

Panteón actual, como lo dejó Adriano, sino también en el mismo espacio el


edificio de Marco Agripa; un mismo terreno estaría ocupado por la iglesia de
Santa Maria sopra Minerva y por el antiguo templo sobre el que ésta fue cons­
truida. La evocación de una u otra vista dependería sólo de la orientación de
la mirada o del punto de vista del observador. Evidentemente carece de sen­
tido desarrollar esta fantasía que conduce a algo inimaginable o, mejor dicho,
absurdo. Si queremos representar la sucesión histórica en términos de espacio,
ello sólo puede obtenerse mediante una yuxtaposición en el espacio; de hecho,
un mismo espacio no puede ocuparse de dos modos diferentes. Nuestro inten­
to parece un juego de ocio y tiene una única justificación: evidenciar lo lejos
que estamos de poder controlar las peculiaridades de la vida psíquica median­
te una representación intuitiva. Pero todavía debemos pronunciarnos respec­
to a una objeción. Se nos puede preguntar por qué hemos elegido el pasado
de una ciudad para compararlo con el pasado psíquico. La hipótesis de la con­
servación de todo el pasado solamente sirve para la vida psíquica a condición
que el órgano de la psique se haya mantenido intacto, que su tejido no se haya
visto dañado por un trauma o por una inflamación. Pero influjos destructivos
comparables a estas causas de enfermedad los hay en la historia de todas las
ciudades, también en ciudades con un pasado menos ajetreado que el de
Roma, incluso si, como Londres, no han sido nunca destruidas por un enemi­
go. El desarrollo de una ciudad, por pacífico que sea, incluye demoliciones y
sustituciones de edificios; una ciudad es pues, en principio, inadecuada para 1
una comparación con un organismo psíquico. Aceptamos esta objeción. Re­ )
1
nunciando a un vivo efecto de contraste, escojamos un objeto de comparación
más acorde, como el cuerpo de un animal o de un ser humano. En este caso
también nos hallamos ante la misma situación. Las fases anteriores del desa­
rrollo no se han conservado de ninguna manera, se han diluido en las poste­
riores, a las que han proporcionado la materia. El embrión no puede identifi­
carse en el adulto. Parece claro pues que sólo en lo psíquico es posible una
conservación de todos los estadios anteriores junto a la estructuración final y
que no estamos en condiciones de representar este fenómeno en términos vi­
suales. Quizás Uevamos esta hipótesis demasiado lejos. Quizás deberíamos
conformarnos con afirmar que en la vida psíquica el pasado se puede conser­
var y no se destruye necesariamente. Pero también puede ocurrir que ­por
norma o excepcionalmente­ incluso en el ámbito psíquico algo de lo antiguo
se borre o se absorba hasta el punto de no poder ser de ninguna manera res­
taurado o revitalizado, o que, en general, la conservación dependa de deter­
minadas condiciones favorables. Es posible, pero nada es lo que sabemos al
respecto. Solamente podemos confirmar que en la vida psíquica la conserva­
ción del pasado es más una regla que una sorprendente excepción.

Mientras que el pasado de las realidades naturales tiende a desaparecer


­el cuerpo de un anciano no es el de un niño y de los grandes saurios hoy
ya sólo subsiste el cocodrilo­, en la psique lo primitivo se conserva normal­
mente junto a lo que, en cambio, se ha ido transformando. Olvidar no signi­
fica haber destruido el pasado, porque en la psique todo se conserva en po­
tencia y puede ser sacado de nuevo a la luz. Existen pues realidades en las
que el pasado se conserva casi de forma regular (como en la psique) y otras
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO 253

en las que se destruye casi de forma regular (como en los cuerpos de los ani­
males y los humanos).
Algo parecido a lo que ocurre en la psique puede observarse en algunas
instituciones religiosas y sociales, en las que las nuevas fórmulas se acumulan
a las precedentes tan sólo modificándolas de forma muy lenta, como en la
«estratigrafía» de las fiestas de primavera y de las bodas en el Lacio, desde la
protohistoria a la época medio republicana romana:

... por esto la «estratigrafía» de las fiestas primaverales y de las bodas, posible
gracias al insistente perdurar de ritos y leyendas, tiene un interés extraordina­
rio para la historia de la mentalidad y de las estructuras sociales. Pero a dife­
rencia de las estratigrafías arqueológicas, en las que los estratos se distinguen
claramente y los materiales más antiguos en ellos contenidos son una especie
de reliquia inútil, la estratigrafía ideológica es así sólo en apariencia: los es­
tratos no se definen de forma mecánica y lineal, sino que se muestran como
clusters, burdamente definibles en sentido cronológico, de elementos en parte
antiguos y en parte recientes y pertenecientes a momentos de llegada diversos,
y así los fósiles no se convierten nunca en tales, sino en épocas muy lejanas de
su nacimiento y de su uso principal, siendo continuamente forjados y pro­
puestos de nuevo en los diversos «estratos», hasta el límite de su consumo.'

Ha llegado el momento de establecer qué semejanzas puedan existir entre


la psique y los estratos de un asentamiento humano. Como observa Freud, en
un mismo lugar de una ciudad podemos tener diferentes reformas de un mis­
mo edificio, a las que se han superpuesto edificios completamente diversos.
Esto se materializa en un complejo heteróclito de restos que se yuxtaponen
superponiéndose en un mismo lugar, porque un mismo espacio no puede ser
ocupado por dos edificios diferentes. La ciudad se devora a sí misma en su evo­
lución, salvando, unas veces más y otras menos, viejas partes de sí misma, por
lo que no puede evitarse la destrucción y de esta manera se forma, entre de­
moliciones, reconstrucciones y restos intactos, la estratificación ciudadana. Si
la ciudad se asemejase a un organismo psíquico, dotado también de propieda­
des atemporales e hiperespaciales, deberíamos imaginarla como una realidad
fantástica, en la que en un mismo lugar podrían alzarse a la vez y en el mismo
espacio todas las construcciones que en realidad se sucedieron en aquel lugar,
a diversas cotas y en períodos diversos. Pero se trata de una visión que sola­
mente un sueño puede escenificar, con algún recurso, como los sugeridos por
Freud, del cambio de la mirada o del punto de vista.6 Tan sólo en la realidad
psíquica puede darse una tan amplia conservación de los estadios anteriores
«junto a» (sería mejor «junto con») la estructuración final, debido a las facul­
tades multidimensionales y atemporales que aquélla posee.
Los habitantes de una ciudad también quisieran poder comportarse tan li­
bremente como la psique, pero no pueden hacerlo, porque están obligados por
las tres dimensiones espaciales a destruir aquí, a salvar allá, a reutilizar más
allá y finalmente a construir ex novo. Pero todo esto lo hacen imitando las más
ricas posibilidades de la psique, es decir, comprimiendo todas estas activida­
254 HISTORIAS EN LA TIERRA

des en un mismo lugar, para conservar lo más intacta posible la configuración


topográfica del sitio en el que viven y con el que se identifican: no quieren l
alejarse de allí por temor a una excesiva dilatación horizontal o crecimiento l
vertical del yacimiento (por dicho motivo Los Ángeles y Nueva York son fun­ ·¡
damentalmente anómalas). El embrollo condensado del yacimiento pluries­
tratificado se debe pues al intento comprometido de triclimensionalizar el l
«sueño» imposible de la absoluta compatibilidad espacial, mientras que la rea­ 1
lidad material sólo permite como máximo superponer una cosa a otra, y es por
dicha razón que el suelo de la ciudad aumenta progresivamente en altura. La
identidad escondida de una ciudad no es pues más que un sueño, consiste en
el valor emocional de la larga duración (Roma ciudad eterna) y de la ubica­
ción topográfica inalterada (la Roma de las siete colinas). Se desearía una ciu­
dad inmutada y al mismo tiempo renovable, con las mismas cualidades que la
psique, pero se acaba por tener simplemente una ciudad pluriestratificada.
En verdad nuestra psique tampoco consigue conservarlo todo, aunque
sólo sea por las fantasías que ulteriormente deforman las primitivas im­
presiones: «alguna cosa puede no ser restaurable ni revitalizada», admite el
propio Freud. Por otro lado, la organización material de una ciudad también
tiene permanencias extraordinarias, como el trazado de las Murallas Aure­
lianas, el curso de la Via Flaminia, que continúa en el de Via del Corso, el
Panteón, templo pagano y después iglesia cristiana, y Pompeya donde, qui­
tada la sábana de lava, todavía se puede pasear. Podría observarse, no obs­
tante, que las Murallas Aurelianas están cortadas en diversos puntos, que la
cota de la Via Flaminia es más baja que la de la Via del Corso, que la deco­
ración del Panteón no es la del antiguo templo y que Pompeya, quitados los
materiales volcánicos, necesita una restauración para mostrarse inalterada. A
pesar de ello, cuando se asfalta de nuevo una calle no se le cambia el nom­ �
bre, aunque su cota aumente: es la misma y no es la misma calle. En las per­ \
duraciones del tejido urbanístico, en las reutilizaciones ininterrumpidas y en t
la protección extraordinaria de los materiales volcánicos se tiene la impre­
sión de que el tiempo y el espacio, incluso en los compromisos debidos a la
inevitable tridimensionalidad de la realidad espacial exterior, se han conser­
vado mejor que en otros sitios, en los que diferentes realidades sucesivas hao
sido obliteradas casi por completo. En esta reutilización continuada, en esta
capacidad de un determinado estrato de transmitir al que se le superpone el
mensaje: «cambia lo menos posible e imftame», estamos en condiciones de
captar, a un nivel pobre, lo que con una riqueza infinitamente mayor consi­
gue realizar la psique. Pero la psique también debe doblegarse a los compro­
misos tridimensionales en el momento en que quiere traducir sus propias
multidimensionalidades en La aparición de un sueño, que para nosotros sólo
puede ser tridimensional: tres hombres diferentes pueden ser considerados
como uno solo por el inconsciente, pero para poder presentarse en esta mis­
teriosa (¡no para el inconsciente!) unidad trinitaria tienen que manifestarse
en una única figura, quizás con la cabeza del primero, el cuerpo del segundo
y el vestido del tercero. A causa de estos mismos compromisos espaciales la
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO 255

ciudad se parece a la psique (especialmente en la visión del sueño), aunque


en comparación juegue el papel del pariente pobre. El encanto de Roma resi­
de pues en la frecuencia y la astucia de los compromisos monumentales y es por
esta razón que Freud la eligió como imagen terrenal de la memoria humana.
En la realidad material exterior existen diversos grados de conservación
o de menor alteración de las relaciones espaciales. Basta con desmontar una
calle como Via del Corso para encontrar los pavimentos de la vía romana
precedente. Basta con un pequeño esfuerzo de fantasía o una modesta res­
tauración para poder ver el Panteón como un templo pagano. Basta con una
reparación para dar a las casas de Pompeya la vivacidad que la lava ha su­
perficialmente alterado. Resulta más difícil imaginar aquellas estructuras que
han sido destruidas de forma más amplia. No es de extrañar pues que un vi­
sitante normal prefiera el Panteón a las cimentaciones fragmentadas de un
templo en ruinas. Se necesita en realidad mucha sabiduría reconstructiva
para poder apreciar aquellas cimentaciones con el mismo interés que se sien­
te espontáneamente ante el Panteón. Estando habituados a los extraordina­
rios recursos de nuestra psique, disfrutamos cuando conseguirnos encontrar
riquezas análogas frente a nosotros: el Panteón intacto, como la amada casa
de nuestros abuelos en el recuerdo. El Panteón es pues un excelente símbo­
lo de las prácticas conservadoras del inconsciente, bajo la óptica en la que se
nos muestra lleno de atemporalidad y de multiespacialidad.
Este intenso isomorfismo entre el mundo psíquico interior y el mundo
material exterior es necesario, no tanto para el arqueólogo, cuanto para el
historiador del arte moderno, acostumbrado como está a moverse en los mis­
mos espacios que son el objeto de sus investigaciones. ¡Qué peligro sería un
arqueólogo que quisiera excavar en aquellos reverendos lugares, interrum­
piendo la Via del Corso, para encontrar la Vía Flaminia, excavando en el
Panteón de Adriano para encontrar el de Agripa, sondeando la Pompeya de
los romanos para exhumar la de los samnitas! Los vacíos y las discontinuida­
des creadas por estas investigaciones violarían la escenografía en la que el
historiador del arte puede pasar con desenvoltura de lo antiguo a lo moder­
no y viceversa: como si el espacio y el tiempo no hubiesen evolucionado. Esta
necesidad de totalidad y de puntos topográficos firmes es tan fuerte en los
historiadores del arte que viven los espacios actuales de viejos edificios me­
dievales o del Renacimiento como si fuesen idénticos a los espacios origina­
les. Quizás por esta razón no existen estudios reconstructivos de arquitectu­
ras, decoraciones y mobiliarios de palacios y de iglesias, analizados período
por período. Y la verdad es que incluso lo que parece menos transformado
también ha sido objeto de transformaciones, en mayor o menor medida, en
las diversas fases (basta comparar algunos rincones de Roma con las viejas
fotografías de los Alinari). * Existe pues una necesidad de reconstruir la me­

• Familia de fotógrafos florentinos, en activo en la segunda mitad del siglo xrx. Documen­
taron ampliamente tanto los monumentos antiguos como los paisajes urbanos y las obras de arte
de Italia. (N. del t.)
256 HISTORIAS EN LA TIERRA
)

moria en cada lugar y para cada época, en el suelo y en el subsuelo, en la an­ )


tigüedad y en la modernidad.7
Larvada o evidente, la destrucción está siempre al acecho. Da latigazos a
la costumbre conservadora de la psique pero activa las facultades restaura­ )
doras del pensamiento, acostumbrado a tender puentes sobre las lagunas y a
hacer conjeturas de lo que falta. Llegados a este punto entra en escena el ar­ )
queólogo. Éste ha aceptado en sí mismo la dualidad existente entre la rique­
za conservadora de la psique y la pobreza conservadora del mundo. Es el es­ )
pecialista de los modos de la destrucción y de la conservación en los hábitats.
No se asusta ante los organismos monumentales estratificados, al igual que
no lo hace el forense ante el cadáver que va a diseccionar. Consigue estudiar
apasionadamente estos pequeños mundos en los que generalmente ya no es )
posible vivir: pequeñas porciones enterradas y que, en cierto modo, han so­ l
brevivido a las demoliciones del tiempo. En vez de temer esta descomposi­ )
ción, el arqueólogo la afronta para sacarla a la luz y recomponerla, al menos
en su científica fantasía: junto a los monumentos más deteriorados coloca re­
construcciones gráficas o en relieve para transmitir el sentido de la perdida
totalidad. Cuanto más se ha alterado la antigua forma y más raros e incon­
gruentes son los indicios, más se esfuerza en su investigación, afinando las re­
glas del juego estratigráfico y actuando como un médico indefenso en busca
del remedio a una enfermedad o como un detective que sigue las pistas de un )
crimen que debe ser castigado. El arqueólogo avanza incluso frente a la no­
forma absoluta, es decir, a la pérdida total, en la que el tiempo y el espacio
han sido engullidos por la homogeneidad absoluta que en el mundo de los
objetos toma la forma de la desaparición. Apoyándose en este vacío él avan­
za comprendiendo lo que queda de lo que ya ha desaparecido. Si entre un es­
trato y el sucesivo hay un vacío de decenios o de siglos, es acerca de éstos que
él se hace preguntas, para entender lo que ha ocurrido en la secuencia con­
tinua del tiempo. En los casos con mayor fortuna, a costa de insistir sobre
lo que falta, él se da cuenta de que no falta todo, llegando a captar algún
mínimo indicio de lo que, en un primer momento, parecía completamente
perdido. ¡Se dice rápido «no queda nada»! Pero no hay nada tan difícil como
borrar todas las huellas, como en un crimen considerado perfecto. La homo­
geneidad absoluta es absolutamente rara en el mundo material.
Pero para reconstruir estos mundos perdidos en parte es necesaria una
metodología especial, que no puede limitarse al sentido común cotidiano.
Hay que saber actuar hacia atrás, reconstruyendo en el orden adecuado cada
uno de los eslabones de la cadena de los acontecimientos. Tan sólo transfor­
mando el laberinto en una secuencia lógica podemos llegar a aclararlo final­
mente. Con sólo saltarse un nexo, incluso secundario, uno pierde el hilo y se
queda en aquel extraño mundo de la condensación y la oscuridad. Esta es la
razón de ser del método estratigráfico. Incluso el psicoanalista no consigue
penetrar en el inconsciente si no conoce las extrañas modalidades del com­
portamiento, completamente antinómicas en relación a las del pensamiento.
En el fondo, el arqueólogo reconstruye una psicopatología material de la
ANÁLISIS DE LO SUMERGIDO 257

vida, aislando lo que se ha salvado y sus nexos para reorganizarlo, como si se


tratase de volver a hidratar una flor seca.
La comparación entre mundo interior y mundo exterior ha puesto en evi­
dencia las diferencias y las similitudes existentes entre las ciudades y la psi­
que. En los niveles de la ciudad y en los de la psique se ve pues un continuum
entre entidades formadas y entidades deformadas, entre lo que se levanta or­
denadamente en superficie y lo que se encuentra sumergido en el interior de
las construcciones o en el subsuelo, entre el mundo luminoso en el que vivi­
mos y el mundo de las tinieblas en el que somos enterrados. El cimiento de
la historia que se construye es siempre la historia destruida. Para quien co­
noce el método de la «profecía retrospectiva» resulta posible revivir la anti­
güedad no sólo moviéndose por el edificio entero del Panteón, sino también
observando una construcción expoliada de la que apenas queda su propia
sombra. Invirtiendo la dirección de nuestra experiencia cotidiana en el mun­
do «entero» ­en el que la materia es constantemente reorganizada, por lo
que el universo de las formas se va multiplicando­ llegamos a entender in­
cluso el descenso a los Infiernos, salvando de la remoción, de la alteración y
de la ilegibilidad lo que una vez tenía contornos y que ha sido después con­
denado a los procesos disolutivos y unificadores de la ruina. Ver como un
edificio se descompone a través de los años, degradándose a lo menos formal
y a lo casi informe, es tan interesante como observarlo mientras se constru­
ye, como un mosaico que tesela a tesela adquiere su iconografía elaborada, o
va perdiéndola gradualmente. Sean las que sean las posibilidades de conser­
vación del pasado por parte de la psique respecto a las propias del asenta­
miento humano, lo importante es este espectro sin solución de continuidad
entre lo que es rico en distinciones y relaciones y lo que es pobre y adolece
de ello por la intervención, cada vez más frecuente y al final preponderante,
de lo indistinto. Si aceptamos avanzar en esta línea, entendemos que la com­
prensión de un determinado lugar urbano, que coincida en superficie con al­
gún edificio todavía en uso, no puede ser justa ni completa si no se controla
la superposición y la destrucción de todas las estructuras que allí han surgido
a través del tiempo y de las que el edificio todavía en uso no es más que el
último representante.

Benjamin ha interpretado así el Angelus Novus de Klee: «donde se nos


muestra una cadena de acontecimientos [el ángel] ve una catástrofe que acu­
mula sin tregua las ruinas y las vierte a sus pies. Él quisiera detenerse, des­
pertar a los muertos y recomponer lo que se ha roto. Pero una tempestad
proveniente del Paraíso se ha apoderado de sus alas y es tan fuerte que él no
puede cerrarlas. La tempestad le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al
que da la espalda, mientras que el montón de ruinas asciende a él en el cie­
lo».8
Podemos imaginar, junto a éste, a otro ángel que actúe en sentido con­
trario. Allí donde el Angelus Novus sólo ve catástrofe, éste observa una con­
catenación de acontecimientos que le permite recomponer lo que se ha roto.
258 HISTORIAS EN LA TIERRA

Con las alas plegadas alcanza a liberarse de la tempestad que proviene del
Paraíso. No desprecia el cúmulo de ruinas que se eleva aJ cielo y que todo lo
oscurecería si no fuera por su empeño incesante en aclarar. En este recorri­
do hacia atrás los muertos y sus cosas viven una segunda vida, expuestos de
nuevo a la luz y sometidos a la piadosa exégesis del ángel, en un comentario )
perpetuo. El pasado se convierte así en actualidad y crece como el presente
hacia un futuro sin limites.
Estos dos ángeles presiden nuestra vida y son fuerzas contradictorias
pero necesarias de la existencia tal y como nos ha sido dada.
NOTAS
Prefacio (pp. 1­5)

l. B. Croce, Con tributo olla critica di me stesso, 1915. A favor de uoa separación radical en­
tre filosofía e historia estaba D. Cantimori (c!. p. 157, nota 1).
2. l. Calvino, «Leggerezza», en Lezioni Americane, 1988.
3. T. Mano, Considerazioni di un impolitico, 1918.

Introducción (pp. 11­25)

l. Con una visión en parte distinta, B. D'Agostino, lntroduzione a Barker (1977).


2. Sobre estas cuestiones, pero con otra orientación, véase Giuliani (1990) y Francovich­
Parenti (1988), p. 19, con crítica de R. Francovich a R. Bonelli.

l. Historia y principios de la estratigrafía (pp. 27­42)

l. Manacorda (1982b), (1982c), (1983), (1985a), (1988); D'Errico­Panto (1985); Archeolo­


gia italiana (1986), en el que las actividades italianas en el Mediterráneo se comparan con el es­
tado de la investigación en la península; Guidi (1988); para la historia de los descubrimientos ar­
queológicos véase Daniel (1976); en relación a la arqueología norteamericana, Trigger (1989) y
Lamberg Karlowsky (1989).
2. La edición de las actas del congreso se vio paralizada, con galeradas hechas, por el cierre
de la editorial De Dona to. Las ponencias presentadas en aquella ocasión fueron las siguientes: T.
Poner, Le indagini topografiche in Gran Bretagna; D. Whitehouse, Le indagini topografich« bri­
tanniche in Italia; P. Gianfrotta, L'esperienza della Forma ltaliae; M. G. Celuzza, L'esperimento
dett'Ager Cosanus; M. Torelli, Topografía e epigrafia; M. Jones, Paleoeco/ogia archeologica: G.
Gullini, Per un approccio sistematico al territorio; G. Pucci, Scavo e cultura materia/e fra '700 e '800
(Pucci, 1988); D. Manacorda, La stratigrafia in un seco/o di ricerche italiane (Manacorda, 1982b);
A. Carandini, Metodo di scavo e principl della stratigrafia; H. Hurst, La stratigrafia degli elevati;
R. Francovich, Restauro architettonico e archeologia; F. Donati­E. Fentress, Scavo della decora­
zione pittorica pariera/e; A. Melucco, ll restauro sullo scavo; T. Tatton­Brown, Lo scavo stratigra­
fico negli interventi di tutela in Inghilterra; T. Mannoni, La scavo strangrafico negli interventi di tu·
tela in Liguria; A. La Regina, Per una ripresa degli scavi nei Fori a Roma: problemi di método; F.
Badoni, La documentazione scritta dello scavo; A.M. Bietti Sestieri, La scheda di saggio; C. Pane­
Lla, La scheda di unitd stratigrofica; M. de Vos, La scheda di unitd straügrafica di rivestimento (pa­
vimenti e decorazione parietale); A. Ricei, Le sched« dei repeni di scavo; A. Carandini­M. Medri,
La documentazione grafica; H. Hurst, Come pubblicare uno scavo; G. BaUantini, Per un sistema
museale organico in Toscana; P. Pelagatti, Lo scavo come museo all'aperto; S. Settis, La mostra ar­
cheologica: G. Gullini, Scienz.e orcheologiche e tsüuuioni; l. Angle, Per un raccordo fra ricercne
sperimentali e i/ Ministero peri beni culturali e ambientali; G. Vallet, Come prosegulre i/ dibanito
in rapporto con l'arcñeologia francese; A. Carandini, Problemi in vio di soluzione e da risolvere.
)
)
260 HISTORIAS EN LA TIERRA

El debate anunciado con la arqueología francesa no se llevó a cabo pero la Universidad de ">
Siena, con sus ciclos de lecciones, ha continuado siendo el más importante centro de debate so­ ).
bre estas cuestiones. En 1987 el tema ha sido L'architettura e il restauro dei monumenti (Franco­
vich­Parenti, 1988; sobre el tema véase también Carandini, 1mb), en 1988 Le scienze applicate
all'archeologia (Mannoni­Molinari, 1990), en 1989 Lo scavo: dalla diagnosi atl'edizione (Fran­
covich­Manacorda, 1990) y en 1991 l/archeologia del paesaggio (Francovich­Manacorda, e.p.).
3. Significativo es el episodio relatado por Lugli (1959): «me gusta recordar la sorpresa que
tuve en una excavación estratigráfica para recuperar algún fragmento del primitivo templo de
Júpiter (Capitolino]. A ocho metros de profundidad se entrevé una pieza de hierro esmaltado,
de forma redondeada, con asa lateral fácilmente reconocible ... Nos miramos atónitos, luego

empezamos a reír. Cerramos rápidamente la excavación y del templo de Júpiter de los Tarqui­
nios ya no se habló más». La estratigraña como método para fechar monumentos no está con­
templada por Giuliani (1990), p. 21.
4. Hudson (1981); Manacorda (1981), (1982a), (1983), (1985b), (1987); Carandini et al.
(1985); Casragnoli et al. (1985); Visser Travagli­Ward Perkins (1985); La Rocca­Hudson (1986);
Milanese (1987); Panella (1987) y (1990); Archéologie urbaine (1982); Archeologla urbana in
I'
Lombardia (1984); con un ensayo de M. Carver sobre la arqueología urbana en Europa y la
bibliograña correspondiente; Archeologia urbana a Napoli (1984); Archeologia urbana e restau­
ro (1985); Francovich­Parenti (1988); Archeologia urbana a Roma (1989); Morselli­Tortorici
(1989).
5. Barker (1977), pp. 119 ss.; Leonardi (1982); Devoto (1985); Amoldus Huyzenweld­
Maetzke (1988); Balista atal. (1988); De Guio (1988); Brogiolo­Cremaschi­Gelichi (1988); Cre­
maschi (1990).

2. De la estratificación a la estratigrafía (pp. 43­88)

l. Delano Smith (1979); Potter (1979); Celuzza­Regoli (1981), pp. 301 ss.; Ammerman
(1981); Keller­Rupp (1983); Macready­Thompson (1985); Shennao (1985); Haselgrove (1985);
De Guio (1985); Ferdiere­Zadora Río (1987); Maire Vigueur­Noyé (1988); Carandini­Celuzza­
Fcntrcss (1981); Regoli­Terrcnato (1989); Barker, c.p.; Fcntress, e.p.; Pasquinucci (1989); sobre
el planteamiento de un proyecto arqueológico topográfico y de excavación, cf. Carandini
(1988b) y Regoli (1988); para un debate acerca de la arqueología del paisaje y la Forma Italiae,
cf. Carandini (1989() y Sommella (1989); véase también Celuzza­Fentress (1990); Redman
(1990); Barker­Lloyd (1991), Francovich­Manacorda, e.p.
2. Cuando a la multiplicación de las secciones en los cortes se añade la costumbre de cribar
la tierra en los límites de los sondeos, como ocurrió en la excavación de Koster Site (lllinois) que
aparece en la portada del manual de Joukowsky (1980), entonces el riesgo de intrusión es exce­
sivo. El manual de Barker (1977) es citado por Joukowsky como uno de «los libros más útiles».
pero no ilustra la técnica de excavación en grandes áreas y propone de nuevo el método Whee­
ler.
3. Véanse los Annual Reports de la Oxfordshire Archaeological Unit; Benson­Miles (1974);
Barker (1986), figuras 26 a­d,
4. Véase una propuesta de ficha en las pp. 95 ss.: Fentress­Filippi­Paoletti (1981); Fentrcss
(1982); Carandini (1985a), 1 ••, pp. 215 ss.
5. B. D'Agostino, «Prefacio» a Barker (lm).
6. Mannoni (1985); l. Ferrando Carbona, en Francovich (1988), pp. 119 ss.; Carver (1989).
7. Véanse los «Annual Reports» del York Archaeological Trust; la 0/ficial Guide de Jorvik.
Viking Centre; el St. Saviour's Archaeological Resource Centre, en el que se implica al público
en el estudio y conservación de los materiales; el arqueólogo­manager es Addyman (1988); véa­
se también Carandini (1989c); la Universidad de York organiza desde 1990 un Master's Degree
en «Archaeological Heritage Management».
NOTAS (PP. 4­145) 261
3. La documentación (pp. 89­133)

l. Inicio de la excavación de Settefinestre en el verano de 1976; Ponencia al congreso del


Centro Nazionale perla Ricerca, Scienza e tecnica perla ricerca archeotogica, Roma, octubre de
1976; Carandini (1977a); Carandini (1977b), pp. 419 ss.; exposición Schiavi e padroni nell'Etru­
ria romana realizada en Pisa en 1978, en Roma en 1979 y en París en 1981; Carandini (1979a),
pp. 304 ss.; Carandini­Settis (1979); Carandini (1981).
2. P. Arthur, O. Gasperetti y M. Medri, «Vocabolario per i bcni immobili», en Sistema di
schedatura del progetto «Eubea». Le se/rede archeologiche, Nápoles, 1989, pp. 200 ss., documen­
to inédito; Eubea (1990).
3. Dimbleby (1967); Comwall (1974); Renfrew­Monk­Murphy (1976); Evans (1981); Jones
(1981); st« manual (1990).
4. Nichols ( 1958­1959), figura 7; Carandini et al ( 1983); Carandini ( l 985a), 1 .. , pas­
sim.
5. En la citada excavación de la Lower Brook Street de Winchester, de 30 x 20 X 2 m
(1.200 m cúbicos], se localizaron más de 10.000 unidades estratigráficas; en la excavación de la
vertiente septentrional del Palatino, de unos 4.000 m cuadrados, con una profundidad media de
2,5 m [10.000 m cúbicos) pero con muchos menos estratos de tierra, dada la presencia de gran
cantidad de muros y de excavaciones anteriores, se identificaron unas 5.000 unidades.
6. Por ejemplo, Carandini et al. (1983), figura 19; Carandini (1985a), l .. , figuras 164­167,
197, 210,239,240,303.
7. Nichols (1958­1959), figura 7; Schofield­Dyson (1980), portada; Carandini et al. (1983),
figura 19; Carandini (1985a), 1 ••, figuras 164­167; Miller­Schofield­Rhodes (1986), passim.
8. Wheeler (1954); Browne (1975): Joulcowski (1980); Carandini et al (1983), hoja añadida;
Carandini (1985a), 1 •. figura 7.
9. Carandini (1985a), l .. .possim; una visión diferente en Giuliani­Verduchi (1987).
10. Para bibliograCía, cf. Carandini (1981), p. 283, y especialmente Braccgirdle (1970), Con­
Ion (1973) y Dorel (1989).
11. Carandini (1985a), 1••, por ejemplo figuras 21, 26, 29, 86, 123, 136, 139, 144­146, 150,
151, 192,203,204.
12. Bradford (1957); Schrniedt (1964); Schoder (1974); Piccarreta (1987).
13. Cf. Boiletuno di informationi. 10, 1989, n. 1, del Centro de elaboración automática de
datos y documentos histórico­artísticos de la «Scuola norrnale superiores de Pisa. Véase tam­
bién las actas del congreso Archeologia e lnformatica, Roma, 1989.
14. Este texto es un resumen de Medri (1990), en el que se recoge la bibliograCía principal;
véase también Polese (1990); Mannoni­Molinari (1990), pp. 425 ss.; Moscati (1990); cf. también
la nueva revista Archeologio e calcolatori. l, 1990.

4. Narración y edición (pp. 134­155)

1. Comedie humaine, Avant­propos (1842).


2. Les Paysans (1844).
3. /bid.
4. Pompei (1980­1981); Roma antiqua (1985); Pison (1988); Getty Museum (1988).
5. Véanse, por ejemplo, las numerosas reconstrucciones en Spinazzola (1953); Nicholls
(1958­1959); Cunliffe (197la) y (1985); Grinsell­Rahtz­Williams (1974); Carandini­Ricci­De Vos
(1982), atlas, hoja 11; Hurst­Roskams (1984); Ralcob (1984); Renfrew (1985), figuras 9.4­9.5; Ca­
randini (1985a). 1•­1 .. ; Gelichi­Merlo (1987); Francovich (1988), pp. 39­41; Barker­Higham
(1988) (figuras Vll­Vlll); Carandini et al. (1989); Rakob (1990): Barker (1990), figura 14; Pa­
renti (1990); Merlo (1990); Gibson (1991); cf. también Brogiolo (1988) (láms. 1­5).
6. Exposiciones sobre los etruscos en Toscana en 1985: Carandini (1985b); templo dórico y
jónico de Siracusa en el Museo de Siracusa en 1987: Voza (1987); exposición sobre el proyecto
«Eubea" en Nápoles en 1990: Campi Flegrei (1990) y Eubea (1990); exposición sobre la Roma
de los Tarquinios en Roma en 1990: Carandini (1990a), figuras en pp. 83, 97­99.
J
)
262 HISTORJAS EN LA TIERRA

7. Carandini (1985a), 1 .. , cubierta, este dibujante publica generalmente en Gran Bretaña;


Donatti (1990) es una excepción en el panorama italiano.
8. En relación a la reunificación de las artes bajo el signo de la arquitectura según Semper,
Morris y Gropius, cf. Carandini (1979a), pp. 54 ss.
9. Publication en archéologie (1986); Molina et al. (1986); resulta ejemplar Saguí­Paroli
(1990), cuyos principios han sido ilustrados por L. Saguí, en Francovich­Manacorda (1990); cf, )
también Gabucci­Tesei (1989); sobre la tecnología cerámica, véase Cuomo di Caprio (1985) y
Mannoni­Molinari (1990); sobre los métodos más modernos para hacer una tipología, cf. Con­
treras Cortés (1984).

5. La excavación como práctica (pp. 156­214)

l. Leigh (1981); Donati­Panerai (1981); Carandini (1986a); Melucco­Vaccaro (1989), pp.


256 SS.
2. Para algunas de estas especializaciones, véase Mannoni­Molinari (1990), pp. 209 ss.
3. Un ejemplo español de coordinación entre arqueólogos y restauradores integrados en un
mismo equipo, en Taller Escotad' Arqueologia, «Arqueología y restauración», en Conservation­
Restauration des biens culturels, París, 1989, pp. 91 ss.
4. Oestenberg (1975), lám. 132; Aspeas of Saxo­Norman London (1988), figura 70, con una
pequeña tipología; Carandini (1990a); Donati (1990); Merlo (1990).
5. Lugli (1957); Adam (1984); Parenti (1988b), figuras 3­6; sobre el movimiento de los blo­
ques con levas, sobre los andamios encajados y los medios para levantar, cf. Pompei (1981), pp.
98­99; Giuliani (1990); Donati (1990); sobre las formas de cortar el tronco de un árbol, cf. Do­
nati (1990), figura de la p. 39 y aquí figura 157c.
6. Hall (1980); sobre la «wet site archaeology», cf. también Carver (1987), p. 5; sobre las fi­
chas de USL, cf. pp. 96 ss.
7. Barker (1977), figuras 70­71, 76­77; (1986), figuras 35, 36, 53, 79, 88; Aspeas of Saxo­Nor­
man London (1988), figuras 61, 70; para la «trace archaeology», cf. también Carver (1987), figu­
ra 6.
8. Cazzella (l982), pp. 173 ss., con problemática y bibliografía. Bieti Sesrieri, e.p.
9. O'Shea (1984); Bietti Sestieri (1986), con bibliograf!a; Bartoloni (1989), pp. 30 ss., con bi­
bliografía; D'Agostino (1990); Bietti Sestieri (1990); Bietti Sestieri, e.p.
10. Barker (1977), figura 13, y (1986), figura 10; Carandini et al. (1983), figuras 24­30.
11. Carandini (1985a), 1 ••, figuras 14, 44, 52, 92, 93, 121, 135, 183, 186, 187, 191, 195, 212­
217, 222, 223, 235, 264­269, 354 y 355.
12. Melucco (1989), con bibliografía, en la que, no obstante, no aparece la primera edición
de este manual ni la publicación de Sertefinestre, cuya excavación fue, durante algunos años,
campo de prácticas para los alumnos del Instituto central para la restauración.

Lo ordinario y lo importante (pp. 217­238)

l. M. Proust, El tiempo recobrado.


2. Este es un tema sobre el que ya he reOexionado (Carandini, 1979a), pero posteriormen­
te el razonamiento se ha desarrollado. En la segunda mitad de los años setenta pretendía refor­
zar la arqueología frente a la preponderante historia del arte. Ahora, en cambio, constato que la
arqueología tiene más fuerza y está preparada para renovar sus relaciones con la historia del
arte.
3. R. Longhi, Ma//ia Preti, 1913.
4. Id., Per una critica d'arte, 1950.
5. C. Ginzburg, «Mostrare e dirnostrare», Quaderni storici, 1982, pp. 702 ss.
6. R. Longhi, Relazione su/ servizio delle cose d'ane, 1939.
7. Id., Omaggio a Croce, 1952.
8. Id., Una mostra friabile, 1955.
NOTAS (PP. 145­233) 263

9. Carandini (1985b).
10. Censor incansable de la arqueología en Roma es F. Zeri, L'inchiostro variopinto, Milán
1985. De su polémica se disocia E. Castelnuovo, en L'Indice, 3, 1986, p. 31. Cf. también los artf­
culos de A. Carandini en l'Unité, 4 de mano de 1981, p. 3; Pace e guerra, 10 de marzo de 1983;
1/ Corriere della Sera, 20 de marzo de 1983 (Corriere romano); Rinascita, 3 de junio de 1983; 11
Messaggero, 26 de octubre de 1983; y Carandini (1985d).
11. Sul'urilird e il danno della storia per gli uomini, 1874.
12. Cartas a L Bonfant, 1877, y a G. Sand, diciembre de 1875.
13. Longhi, Mania Preti, cit.
14. R. Bianchi Bandinelli, en La critica d'arte, 1942, p. 11. G. Agosti, «La fortuna di Aby
Warburg», Quademi stortct, 1985, p. 40.
15. Carta del 3 de mayo de 1953.
16. Como se desprende de una carta a G. Einaudi del 28 de junio de 1953.
17. Carta del 16 de enero de 1952.
18. Carta del 1 de mayo de 1929.
19. T. Mann, José y sus hermanos, 1933­1943.
20. R. Bianchi Bandinelli, Organicitá e astrazione, Milán, 1956; id., Arcñeologia e cultura,
Roma 19791, p. 197, nota 8. Cf. también A. Carandini, Rinascita, 16 de febrero de 1985.
21. Carta del 14 de agosto de 1948.
22. P. Sylos Labini, Le classi sociali negli anni'BO, Roma­Bari, 1986.
23. M. Enzensberger, Su/la piccola borghesia, Milán, 1983. G. Ruffolo, La qualitd socia/e,
Roma­Bari, 1986.
24. F. Nietszche, Humano, demasiado humano, 1879, 11.2.5. (trad. cast.: Edaí. Madrid, 1984).
25. lbid., 11.2.6.
26. /bid., 11.2.16.
27. /bid., 1878, 1.1.3.
28. Id., La gaya ciencia, 1887, I.55. (trad. cast.: Akal, Madrid, 1988).
29. Id., Humano, demasiado humano, cit.
30. Enzensberger, Su/la píceo/a borghesia, cit.
31. R. Bianchi Bandinelli, Introduzione all'archeologia, Roma­Bari, 1975.
32. Cf. pp. 30 ss.
33. E. Castelnuovo, «Per una storia sociale dell'arte», Paragone, 313, 1976, pp. 3 ss. y 323,
1977, pp. 3 ss. Cí. también Arre, industria e rivoluzione, Turín, 1986.
34. S. Seuis, «Artisti e commiuenli fra Quauro e Cinquecento», en Storia d'ltalia Einaudi,
4, Turín, 1981; id., Presentación a A. Sesnec, La sopravviventa degli antichi del, TurCn, 1981, e
Introduccián a F. Saxl, La [ede negli astri, Turín, 1985.
35. Nietzsche, Humano, demasiado humano, cit.
36. A. Carandini, "La cultura e il comportamento professionale delle maestranze artigiane
tardo­anricbe», en La parola del passato, 1963, pp. 378 ss.
37. R. Jakobson, Saggi di linguistica generale, Milán, 1986; Ginzburg, Mostrare e dimostra­
re, cit.
38. A. Henry, Metonimia e mera/ora, Turín, 1975.
39. Jakobson, Saggi; cit.
40. VV.AA .. Storie su storie. Indagine sui romam:1 storici (1814­1840), Vicenza, 1985.
41. C. Ginzburg, «Provee possibilitb,en N. ZemonDavis, /1 rirornodi Martín Guerre, TurCn,
1984, pp. 131 ss. (hay trad. cast.: El retorno de Mart(n Guerre, Antoni Bosch, Barcelona, 1984).
42. Véase M. Pratz, Filosofia dell'orredamento, Milán, 1981.
43. R. Bianchi Bandinelli, Geggiano, Ed. del Grifo, Montepulciano, 1985. Cf. lám. 37.
44. P. Thomton, // gusto della casa (1620­1920), Milán, 1984.
45. M. Wackemagel, // mondo degli artlsti ne/ Rtnascimento florentino. Committenti, bot­
theg« e mercato dell'arte, Roma, 1994. El Palazzo Vecchio se toma en consideración no acumu­
lativamente, como resultado final de una serie de alteraciones, sino como una historia de «equi­
librios» urbanísticos, arquitectónicos, decorativos, artísticos y funcionales, de los que a veces
quedan pocas trazas, por lo que hay que reconstruirlos paso a paso. El palacio se analiza como
lo harCa hoy en día un arqueólogo, tomando en consideración las diversas fases del barrio y de
)
)
264 HlSTORlAS EN LA TIERRA

la plaza, la fachada, los interiores, tanto sus disposiciones como sus decoraciones. Se siguen los
traslados de las estatuas y de los mínimos enseres, fijándose incluso en las bases para los obje­
tos y en otros mínimos detalles, fundamentales, no obstante, para la reconstrucción de las visio­
nes de conjunto. Se propone incluso la búsqueda en el mercado de las piezas perdidas. Para cada
fase constructivo­dccoraliva se estudian las fuentes de financiación, los encargos y los artistas.
Incluso para cada una de las habitaciones se dibujan las que en lenguaje arqueológico se llama­
rían plantas y alzados «de fase", para poder dibujar los diversos contextos, a las que hay que
ailadir lo que falta y eliminar lo que ha sido ai\adido. Salen a la luz las funciones de las salas e
incluso el ceremonial correspondiente. Iglesias, palacios, elementos necesarios para fiestas y es­
pectáculos se estudian a partir de la secuencia de los assetti y luego se afronta el estudio parti­
cularizado de esculturas, pinturas, etc. Wackcmagel ha escrito: «debemos actuar con el interés
universal puro y objetivo del botánico, que encuentra dignos de observación no sólo las flores y
los frutos peñumados, sino también toda la estructura del árbol, cada una de las briznas de hier­
ba e incluso las malas hierbas»,
46. R. Bianchi Bandinelli, «Un tempo lontano», Studi Etruschi, 24, 1955­1956, pp. xt ss.
(texto que me indicó G. Agosti).
47. ld., «Storieua d'Italia», en Da/ diario di un borghese, Milán, 1962, pp. 414 ss.
48. Id., Storiciul deil'ane dassica, Florencia, 1950, pp. 145 ss.
49. Thornton, // gusto della casa, cit.
50. Bianchi Bandinelli, Da/ diario, cit.
51. Es una idea provocadora de C. Ginzburg, «Spie. Radici di un paradigma indiziario», en
W.AA. Crisi della ragione, Turín, 1979, p. 169 que contrasta con todo lo afirmado de forma más
razonada en Prove e possibilitd, cit.
52. /bid.
53. H. White, Retorica e storia, Nápoles, 1978.
54. G. Duby, 11 sogno della storia, Milán, 1986.
55. Ginzburg, Preve e possibiliul, cit.
56. Carandini, 1985a, 1••, pp. 182 ss.
57. Fundamental acerca de la relación entre una cosa en sí misma e informe/información es
G. Bateson, Verso una ecologia della mente [1972) y Mente e natura [1979) (cf. epígrafe).

Proceder hacia atrás (pp. 239­246)

l. C. Ginzburg, «Spie. Radici di un paradigma indiziario», en W.AA., Crisi della ragione,


Turín, 1979. Para comprender mejor las posiciones de Ginzburg, cf. G. Miccoli, Delio Cantimo­
ri: La ricerca di una nuova critica storiografica, Turín, 1970, pp. 203 ss,
2. A. Carandini, «Quando l'indízio va centro il método», Quaderni di Storia, 11, 1980, pp. 3
ss.; id., Paradigma indiziario e conoscenza storica, ivi, 12, 1980, pp. 30 ss.
3. C. Ginzburg, Quaderni di storia, 12, 1980, pp. 50 ss.
4. A propósito de indicios débiles y fuertes, cf. A Pinelli, «In margine a lndagini su Piero di
C. Ginzburg», Quademi di storia, 5, 1982, p. 693.
5. C. Ginzburg, «Prove e possibilitá», en N. Zemon Davis, JI ritomo di Martín guerre, Turín
1984, pp. 131 SS.
6. Una primera versión del texto siguiente se publicó en francés en los trabajos dedicados
a E. Castelnuovo, «Une médecine pour les objets», Études de Lettres. Université de Lausanne,
octubre­diciembre de 1985, pp. 7 ss. Desde entonces muchas veces inicio mis cursos en la uni­
versidad con las primeras gestas de Sberloclc Holmes: un manual ideal de arqueología investi­
gadora.
7. U. Eco­T, A. Scbcolc, ed., JI segno de! tre. Holmes, Dupin e Pierce, Milá.n, 1983. (hay trad.
cast.: El signo de los tres, Lumen, Barcelona, 1989).
8. /bid., véase el ensayo de M. A. Bonfantini y G. Proni sobre A Study in Scarlet, retoma­
do también por U. Eco.
9. // segno dei tre, cit., p. 149.
10. /bid., p. 244.
NOTAS (PP. 233­257) 265

Análisis de lo sumergido (pp. 247­258)

l. Avant­propos, 1842: véase aquí la p. 138.


2. Una primera versión de este texto fue leída en un congreso en Roma sobre l. Matte
Blanco, publicada más Larde en Alfabeto, 36, 1982, pp. 19 ss. En esta segunda versión he añadi­
do al final parte de otro texto, relativo a la comparación freudiana entre psique y asentamiento
humano y entre los diversos modos en que se conservan y se destruyen la memoria y los monu­
mentos, que era la parte final de un ensayo relativo a las causas primeras de la discusión entre
arqueólogos e historiadores del arte a propósito de la excavación de los Foros imperiales de
Roma (Carandini, 1985e).
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Addendum (22.12.1993)

El volumen Procesi [ormativi della stratificazione archeologica editado por G.


Leonardi (Padua, 1992) merece un comentario. Según el editor, de poco sirve seg­
mentar los estratos de tierra en función de simples criterios visuales y físicos y acabar
por interpretarlos como simples contenedores de acontecimientos: «sólo el conoci­
miento de los procesos que originan las deposiciones arqueológicas permite la deseo­
dificación de una estratificación y permite su interpretación». Pero obligar al arqueó­
logo a un análisis sistemático «genético­procesual» de cada uno de los estratos sería
como obligar al crítico literario o al historiador a dar la etimología de cada una de las
palabras mencionadas en las fuentes que utiliza, al historiador del arte a encontrar to­
dos los precedentes iconográficos y a cada individuo a analizar su propio inconscien­
te tras un sueño, una emoción o una acción. El presupuesto de una tal actitud es que
se puede y se debe alcanzar el «conocimiento absoluto», como si fuera posible tocar con
la mano la realidad objetiva de las cosas ( o sea la verdad) y no estuviéramos natural­
mente obligados a recoger sólo limitados conjuntos de indicios (los geoarqueólogos
deberían leer a este respecto las obras de G. Bateson, publicadas por Adelphi). Se
pretende alcanzar la «historia total» partiendo de la más absoluta parcialidad, carga­
dos de un lastre de detalles en una sola dirección que impide avanzar: una verdadera
paradoja. Para llevar a cabo la «descodificación total» sería necesario que en cada una
de las excavaciones «constantemente presente» hubiera un geoarqueólogo. Esto sig­
276 HISTORIAS EN LA TIERRA

nifica la paralización de las investigaciones o el duplicar unilateralmente el personal


arqueológico, lo cual es imposible. El dato más evidente de este Libro es la fealdad del
lenguaje utilizado y la actitud categórica y catequística, elementos que más que esti­
mular hacia la ciencia generan un rechazo hacia la exactitud y una añoranza de las
buenas letras, lo que, sin duda alguna, no formaba parte de los objetivos de los auto­
res. Gran parte del texto no aporta nuevas ideas, sino que hace reformulaciones ter­
minológicas en jerga de cosas resabidas, lo que equivale a decir de forma complicada
cosas banales con el fin de darse más importancia de la que se merece. La arqueolo­
gía de excavación es una ciencia histórica y no puede hundirse en las arenas movedi­
zas de los infinitos intensivos sincrónicos, debe moverse en el diacronismo de la se­
cuencia estratigráfica. Es cierto que el resultado final, representado por los estratos,
presupone acciones precedentes, reconstruibles en parte, pero el historiador tiene
que, llegado a un cierto punto, volver a mirar al cielo {los geoarqueólogos se paran
generalmente en la metodología y sus resultados concretos son, frecuentemente, de­
cepcionantes). Una cosa es excavar la cabaña del tío Tom y otra Roma. En situacio­
nes complejas los materiales se encuentran reelaborados y confundidos hasta el pun­
to de no manifestar directamente comportamientos humanos significativos y legibles.
En tales circunstancias, las leyes de la física y de la estática pueden ser de poca utili­
dad frente a confusas rarezas y a inenarrables trabajos de una sofisticada cultura hu­
mana. Las cuencas de origen, las pérdidas y las reelaboraciones de materiales, las
transfonnaciones químicas y biológicas y las alteraciones posdeposicionales existen y
deben conocerse, más de lo que se conocen hoy en día, pero para reconocer historias
en la tierra hacen falta otras cosas, una mayor modestia y unos intereses más amplios.
Una borrascosa exactitud sin cultura es tan dañina como lo contrario, por lo que no
deben seguirse mecanismos preestablecidos en la recogida de los datos geopedológi­
cos sin preocuparse por el destino de las observaciones captadas. La mente del exca­
vador no debe hallarse repleta de detalles inútiles para su reconstrucción. Liberémo­
nos pues de las utopías inútiles, busquemos mínimos comunes denominadores en el
proceder de la investigación (cuántos arqueólogos se han quedado parados en las téc­
nicas de los años treinta) y que una inteligente práctica, hecha de normas y de intui­
ciones, reine en las excavaciones.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONÍMICO
Abu Simbel, 4 Cantimori, D., 259 n. 1
Adriano, 255 Carandini, Andrea, vn­xvrn, 263 o. 20, 264
Agosti, G., 263 n. 14 n. 2, 265 n. 2
Agripa, 255 Cartago, 17,30, 125, 140, 171, 194,203
Agustín, san, 43 Castelnuovo, E., 263 o. 10, n. 33, 264 o. 6
Alejandría, 249 Cerveteri, 144
Alfieri, Viuorio, 234, 235 Cipollini, A., 132
Alinari, 255 Columella, 237
Almagro, Martín, XII, XIII Comacchio, 129
Ampurias, 49 Conan Doyle, Arthur, 239­246
Andalucía, 165 Corinto, 11
Ángeles, Los, 254 Croce, Benedetto, 218, 220, 259 n. 1
Arene Candide, 30 Cunliffe, B., 30

Balzac, Honoré de, 138, 247­249 D'Agostino, B., 259 n. 1, 260 n. 5


Banks, Phil, xv De Sanctis, Gaetano, 9, 16
Barberis, Walter, 5 De Vos, M., 96
Barker, Pbilip, 1, 30, 47, 54, 89, 110 Delos, 11, 190
Bateson, G., 9, 264 n. 57 Duby, G., 237, 264 o. 54
Beaulieu­sur­Mer, 144
Bell, J., 240­242
Eco, Umberto, 245, 264 n. 7, n. 8
Benjamin, Walter, 257, 265 n. 8
École des Beaux Arts, 70
Berlín, 145
Enzensberger, M., 263 o. 23
Bernabó Brea, L., 24, 30
Esmirna, 27, 194
Bianchi Bandinelli, R., xr, 220, 221, 225, 227,
Estrabón, 11
232, 233­236
Biddle, M., 30
Blanc, G. A., 30 Fantastici, S., 234
Bolonia, 129 Fentress, E., 60, 61 f.
Bonfantini, M. A., 264 n. 8 Fishboume, 30
Boni, G., 28, 29, 53, 54, 130 Flaubert, Gustave, 220
Bordighera, 30 Florencia, 23, 233
Bouard, Michel de, x11 Francovich, Riccardo, 5, 30
Bullettino di Paletnologia Italiana, 29 Frattesina di Frata Polesine, 82
Frere, S. S., 30
Freud, Sigmund, 221, 239, 246, 247­250
Calvino, Italo, 259 n. 2
Camden, 45
Campos Flegreos, 97­98, 132, 167 Galileo Galilei, 239
Canaletto, 70 Geggiano, 232­236
)

278 HlSTORJAS EN LA TIERRA )

Gibson, S., 167 Luni, 129


Ginebra, 168 Lyell, sir Charles, 27, 36
Ginzburg, Cario, 239­246, 264 a. 51, n. 1
Giuliani, C. F., 167 )
Gloucester, 17, 116 Macaulay, T. B., 235
)
Goethe, Johann Wolfgang, 235, 236 Maidcn Castle, 28, 85, 189
Gran Bretaña, 27, 111, 131 Maiuri, A., 28, 29, 54 )
Granada, 205; Universidad de, 100 Manacorda, Daniele, 5, 148
Guéronde, 138 Mann, Thomas, 221­222, 259 n. 3
Mannoni, T., 63
Marruecos, 190 )
Harris, E. C., xiv, xv, 85 Matte Blanco, Ignacio, 248­250, 265 n. 2,
Hayes, J., 85 n.3
Medri, Maura, 5, 102, 125, 166
Hen Dolmen, 198
Henry, A., 263 n. 38 Meiggs, R., 29
Moder, 235
Holmes, Sherlock, 240­245
Homero, 43 Morelli, G., 239, 246
Moscara, G., 3 )
Hurst, H., 17
Hutton, James, 36
Nápoles, 97, 132 )
Nietzsche, Friedrich, 219, 223­224, 263 n. 24
Inglaterra, 30, 55, 65, 107 Notizie degli Scavi, 29, 47, 80, 127
Instituto central del catálogo, 89­101, 131 Nueva York, 254

Jacobson, R., 263 n. 37 Olimpia, 186


Jerusalén, 11 Orsi, P., 29
Joukowsky, manual de, 260 a. 2 Ostia: Termas del Nuotatore, 29

Pallottino, M., 29 )
Kandinski, Vassili, 222 Papi, Emanuele, 5
Keay, Simon J., xrv Parenti, R., 102
Kenyon, K. M., 28, 49 París: Louvre de, 12, 30
Klee. Paul, 222, 257 Peirce, J. R., 245
Koster Site (lllinois), excavación de, 260 n. 2 Pekín, Ciudad Prohibida de, 12
Pericot, Lluís, xm
Pigorini, L., 29
La Regina, A., 2 Pinelli, A., 264 n. 4
La Rocca, E., 53 Pío VI. papa, 234
Lacio, 194 Piranesi, G. B., 70
Lamboglia, N., XI, xu, xm, XIV, 24, 29, 30, 49, Pirgos, 80
81,82, 89, 107, 109, 114, 162 Pisa: Cruce (Centro Nazionale Universitario
Lanciani, R., 53, 125 di Calcolo Elettronico), 131
Leopoldo de Toscana, 234 Pitt­Rivers, Julian, 53, 156
Liguria, 63 Po, valle del, 197
Londres, 197, 198; Museo de, 31, 91, 96­97, 98, Poe, Edgar Allan, 20
101, 105­106, 114, 118, 119, 127, 140, 141, Pompeya, 28, 54, 116, 194, 209, 212, 247, 249,
148, 172, 184; riberas del Támesis, 197; Vic­ 250,254, 255
toria and Albert Museum, 233 Porchester, 30
Longhi, R., 218­220 Porellino, 234
Lubbock, J., 27 Pratz, M., 263 n. 42
Lugli, G., xi, 29 Priene, 145
fNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONl'MJCO 279

Proni, G., 264 n. 8 Steno, N., 36


Proust, Marcel, 262 n. 1 Suvorov, A., 234
Sylos Labini, P., 263 n. 22

Ramsés II, 4
Reinach, S., 144 Tarquinia, 194
Richborough, 45 Tarquinios, 120
Rocca San Silvestre, 129 Teodosio II, 171, 194
Roma, 11, 16, 23, 54, 66, 140, 251; Circo Má­ Terrenato, Nicola, 5, 124
ximo, 120; Collegio Romano, 29; Columna Thomton, P., 263 n. 44, 264 n. 49
Trajana, 29; Comicio, 28; Cripta de Balbo, Torelli, M., 265 n. 5
115; Forma Urbis, 125; Foro romano, 19, Tucídides, 11
23; foros imperiales, 2, 23, 219; muralla ser­
viana, 194; Murallas Aurelianas, 254; Mu­
seo della Civiltá Romana, 120, 144; Museo Valle d'Oro, 45
Etnográfico, 29; Palatino, 17, 30, 53, 82, Ventimiglia, 30, 49, 81, 85
123, 125, 157, 261 n. 5; Panteón, 254­255; Vertiere, 234
Porticus Liviae, 203; San Michele, 29; San­ Verulamium, 30, 206
ta Lucia in Selci, 116; Santa Maria Anti· Vitruvio, 190
gua, 207; templo de Apolo Sosiano, 53;
templo de Fortuna y Mater Matula, 120;
templo de los Cástores, 120; templo de Sa­ Wackemagel, M., 233, 263­264 n. 45, 265 n. 7
turno, 120; Via del Corso, 254­255; Via Fla­ Warburg, A., 220
minia, 254 Ward Perkins, J. B., 167
Romanelli, P., 29 Wheeler, M., XII, XIV, 28, 30, 47­54, 89, 107,
Roskamus, 17 114, 156, 206
White, H., 235, 264 n. 53
Winckelmann, J. J., 225
Sanguigna, 11 Winchester, 30, 85, 206, 261 n. 5
Sebeok, Thomas A., 245, 264 n. 7 Wittgenstein, Ludwig, 219
Serlorenzi, M., 116, 124 Woolley, L, 28
Settefinestre, vm, 1, 30, 45, 60, 89, 99, 129, Worcester, 64, 155
139, 141, 144, 145, 154, 157, 163, 166, 190, Wroxeter, 30, 186, 198
212, 237, 261 n. 1
Settis, Salvatore, 5, 145, 263 n. 34
Siena, 28, 89; Universidad de, 260 n. 2; Villa York, 45, 66, 96, 197; Universidad de, 260 n. 7
del Pavone, 234
Spence, Craig, XVI
I Spina, 197 Zeri, F., 263 n. 10
Stendbal, Henri Beyle, 11, 47, 234 Zozaya, Juan, xv
'

ÍNDICE ANALÍTICO
acciones, 56, 66; numerar las, 78­82 decoración arquitectónica, 116
acontecimientos, 57, 139­142 dejar la excavación, cómo, 210­212
actividades, 57, 81, 139­142, 143 f. deposición, 31­33
acumulación, 31­32 deposiciones funerarias, 203
agujeros, 197­199 desgastes, 33 t.. 195­196
alfombrilla para las rodillas, 180 f. destrucción, 31­32 y r, 34, 196
altura de estación, 104­105 diagrama estratigráfico, 51, 80 y r, 82­88, 89,
alzados, 88, 101, 107, 114­116, 127 f., 128 r, 106, 124, 134, 140, 146, 147
129 diario de excavación, 89, 159
alzados de los períodos, 116, 117 f. dibujo, 102­107
áreas de excavación, 53, 169­172 dirección correcta en una excavación, 108­109
arqueología: e historia del arte, 217­238; y geo­ y f., 173 y (., 185 y (.
logía, 27­31, 247; y psicología, 247­258 director de la excavación, 89, 156­160
arqueología de monumentos, 20­21 discurso histórico, 31, 134­138
arqueometría, 30 documentación gráfica, 101­127

Cad (Computer Assisted Design), programas, ediciones, véase publicaciones


133 edilicias, técnicas, 29, 95, 190­192 f.
canalizaciones, 208­209 embalaje, 213 f.
cartelitos con los números de los estratos, 111 erosión, 31 y r, 32­34
y f. escala de dibujo, 114, 118­119 y r, 123
catálogo, véase publicaciones espalda, posición de la, 174, 175 f.
cimentaciones, 36 f., 190 especializaciones útiles para la excavación,
cloacas, 79, 195 166
colegio profesional de arqueólogos, 160 estrategia de la excavación, 45, 47­56
columnas, 194 estrategia de la investigación arqueológica,
comportamientos, 173­174 239­246
conjunto arqueológico (CA), 90, 141 estrato, véase unidad estratigráfica
contextos, 56 estucos, 60­61 y r, 95­96, 115, 129
coordenadas, 102­104 excavación arqueológica: «a contrapelo», 185
cortes de los muros, 205 y f.; de urgencia, 62­66; experimental, 62·
cotas, 54, 93, 104­106 y r, 118 66; por cuadros, 63, 64 f.; prehistórica, 39,
crestas de los muros, 110, 196, 197 f. 42; rural, 170; siguiendo los muros, 47 y f.,
criterios gráficos, 113­114, 118­119, 125­127 193; urbana, 23, 30, 169­170
cronología absoluta, 36; y los materiales, 152 excavadores, 159­ 160, 162­163, 173
f., 155 expoliadores, 195
cronología relaliva, 59, 79
cuadrícula, 60, 102, 119 f.
cubo, 180 y f. fichas, 89­101, 131; de conjunto arqueológico
cuenca de deposición, 34, 39, 42, 76, 197 (CA), 90; de material arqueológico (RA),
1
INDICE ANALITICO 281

90, 100, 214; de monumento arqueológico márgenes, 189


(MA), 90; de monumento arqueológico­ materiales: coetáneos, 36 y f.; deposición de
hija (MAH), 90; de muestras paleoambien­ los, 32; especiales, 82, 106, 118; intrusión,
tales (FMP), 101; de sondeo arqueológico 36; posición y distribución de los, 39, 45, 56,
estratigráfico (SAE), 82, 87, 90, 91­92; de 59­60, 72, 99, 118, 187 f.; publicación de los,
tablas de los materiales (TMA), 90, 99, 214; 149­155; recogida de, 181­182 y f.; residua­
de yacimiento (SI), 90; de unidad estrati­ les, 36 y f.; sobre la superficie del estrato,
gráfica (UE), 90, 92­94; de unidad estrati­ 74­76; tratamiento de los, 212­214; y el flu­
gráfica de deposición funeraria (UEO), 98; jo de las aguas superficiales, 32
de unidad estratigráfica de revestimiento materiales que produce la excavación, 55 f.
(UER), 90, 95­96; de unidad estratigráfica medidas tridimensionales, 101­107
lfgnea (UEL), 96­98; de unidad estratigráfi­ medidas verticales, véase cotas
ca mural (UEM), 90, 94­95; para la Numis­ medios mecánicos, 45­46 f., 171, 183­184
mática (N), 90, 214 método: abductivo, 239­246; analítico­deduc­
flotación, 181­182 y f. tivo, 239­246; de Baker, 47, 54; de Lambo­
forma de la excavación, 47­56, 169­172 glia, 49, 109; de Wheeler, 47­54; inductivo,
fosas, 170, 189 y f., 198, 199­202 239­246; por niveles, 56, 60
fosos, 40, 45 y r, 47, 55 y t. 194; y trincheras. mícroestratos, 60­61
204 y f.­205 y f. microfichas, 146
fotografías, 128­130 mira, 104, 105 f.
fotogrametría, 101, ll6 montones, 189
movimiento, 31­34
muros, 40, 47, 59, 75, 80, 82, 94, 115­116, 121,
geología, 37; y arqueología, 27­31 122, 123 r, 128, 129, 190­195, 196
globo aerostático, 130
grupos de actividad, 134­138, 139­142, 146
necrópolis, véase deposiciones funerarias
nivel óptico, 104, 105 y f., 106 y f., 110
habitaciones, 80, 88, 126, 141, 146, 162, 195 niveles de la excavación, 51­52 f., 56
hachures, 126 r, 127
herramientas, 174­184; carretilla, 176, 180; ce­ objetivo gran angular, 128­130
pillo, 180; criba, 181 y f.; cubo, 180 y f.; cu­ obreros, 162­163
chara, 180; gancho, 180 y f.; lista de, 182­ ordenadores, uso de los, 30, 131­133
183; pala, 176 y f.­178 y f.; paleta, 178, 179
y f.; pico, 174, 175 y f., 176; trowel (paletCn),
59 y r, 86, 178­179 y r, 181; uso de las, 180 paisaje agrario, 43, 44
hillfort • 28 paisaje urbano, 43, 44
historia arqueológica del arte, 226­227 paleoecología, 30, 160
humus, 47, 55, 82 paradigma de Gallico, 239­245
paradigma indiciario, 28, 56, 239­245
pared de la excavación, 172 f., 174 f., 188
infraexcavar/superexcavar, 184 y r, 197 f. parrillas, 104 y f.
intcríacies, 32, 36, 77­78, 195­196 perímetro, 35
investigación, 239­246 periodización, 81­82, 120
períodos, 139­142
piquetas, 103 y f.
lectura estratigráfica de las preparaciones de pizarra, 129
los pavimentos y muros, 116 planimetría, véase plantas
leyes geológicas, 36­37 plantas: compuestas o de período, 119­125,
límites de la excavación, 169 y f., 170 124 L, 142; de interfase, 123; de las unida­
des estratigráficas, 116­119, 120­125, 139,
142, 145­146; reconstructivas, 142­145
madera, estructuras de, 197­199 posición: estratigráfica, 35; relativa en el tiem­
maquetas. 142­145 po, 35; topográfica,35
282 HISTORIAS EN LA TIERRA

postes de madera, 198­201 f. superposiciones de muros, 122, 123 f.


potencialidad arqueológica de una estratifica­ suspensurae, 195
ción, 45, 54
presentación de una excavación, 65 y f.­66
terraplenes, 189
procedimiento de la excavación, 56­62
testigos, 49 y f.­53, 87, 110 y f.
prospecciones, 43­46 f.
topografía, 43­45
prospecciones preliminares, 45
triangulación, 102, 104
protección con arcilla expandida, 211
trincheras, 47, 48, 112 f., 113 f., 204­205; agrí­
publicaciones, 91, 134­138, 145­153, 158
colas, 209­210 f.; de expolio, 112 r., 206­207
público en las excavaciones, 65­66
f., 208 f.; paleoecológicas, 45
punto nodal y seminodal, 140
tubos de terracota, 195

rebajes, 171 r., 195­197 unidad de acción, 56, 134­139


reconstrucción, 32, 60, 70, 72; gráfica, 142­145, unidad de actividad, 134­139
154 r.­155 r. unidad estratigráfica, 56­57, 66, 78, 79 r, 89; ci­ \
refuerzo y apuntalado de una pared, 171­172 clos de deposición y de posdeposición, 74;
y f. color de, 58, 93; composición, 58, 93; consis­
registro: de la documentación gráfica, 106; de tencia, 58, 93; de acción, 57, 134­139; de des­
las fichas, 106; de las unidades estratigráfi­ trucción, 185; de ocupación, 188; excavación
cas, 82, 162; de los materiales especiales, ordenada de, 57­58 y r, 59 C., 87­88 f.; gra­
106, 118 nulometría, 93­94; homogénea, 71, 72 y r,
relación estratigráfica, 57­60, 66, 67 C., 77­78, 76; humedad, condiciones de, 58; identifica­
83 y f., 85­88; correlativa, 66­68 f., 140; cor­ ción de, 57­60, 66­70, 71­72, 185 y f.; inclu­
tado por, 66, 68 f.; cubierto por, 58 y f., 66, siones, 57, 93; límite de, 35, 59 y f., 60, 71,
67 C., 69; de apoyo, 66, 67 f.; de contempo­ 118; limpieza de, 58, lll, 183, 196, 197 f.; ne­
raneidad, 66, 69; de sucesión, 66; igual a, gativa horizontal, 77, 78 y r, 80 r, 81; nega­
66, 67 f.; inexistente, 66, 69; redundante, 85; tiva vertical, 77, 78 y f., 80 r, 81; numeración
rellenado por, 66, 68 f. de, 68 r, 69 y f., 78­82; planimetría, 54, 89,
relaciones topográficas, 69­70 92­93, 116­119; posición estratigráfica, 35;
relieve, 35 y f. posición topográfica, 35, 93; positiva hori­
rellenos de fosas, 189 zontal, 75 y r, 77, 78­79, 80 f., 184­188; posi­
responsables: de la excavación, 160­162; de la tiva vertical, 75 y f., 77, 78 y f., 80 r, 189; pro­
logística y de los instrumentos, 168­169; de ceso de formación, 31­34 y f., 39­42, 57,
la paleoecologfa, 166­168; de la restaura­ 72­74, 77, 93; superficie de, 32­33 y r., 57­58
ción, 166­168; de los materiales, 165; del di­ y f., 73­76, 77­78 y r., 81; volumen de, 72­73,
bujo, 166­168 77, 80; zona de transición, 71 y r., 93
unidad topográfica, 90, 141­142
unidades de interpretación, 140­142
Saxa, programa informático, 131­133
secciones, 50 y r, 51 y r, 58, 83 y f., 86­87 f., valorización, 148
107­114; acumulativas, 50, 54, 109­111, 118; varillas metálicas, 103
en los eones, 54, 111; interpretadas, 109, volumen, 35
113; móviles, 108; ocasionales, 109, 111­112
sectores, 169­172
secuencia estratigráfica, 82­88 «white water proof labels­, 111
sondeos, 47, 48 y f.• 49 y f., 50­51, 54 r., 169­
172 yacimientos, 38, 43, 45, 54­55, 141; en altura,
subterráneos, 170 32; en llanuras, 32 141; fichas de (SI), 90
ÍNDICE

Prólogo a la edición española, por XAVIER DuPRt RAVENTÓS. Vil


Prefacio 1

ESTRATIGRAFÍA Y TÉCNICA DE LA EXCAVACIÓN

Introduccién 11
Una conquista moderna 11
Proceder hacia atrás 12
Cuestiones disciplinarias 13
Preguntas y respuestas . 13
Calidad y cantidad . 14
Construcción, ruina y estratificación 15
Deberes del excavador. 15
Un juego universal. 16
Objetividad y subjetividad . 17
Destrucción y documentación 18
Monumentos e indicios 19
Regreso a la arquitectura 20
¿Dejar de excavar? 21
Excavación y ahorro 22
Méritos de una generación 23

l. Historia y principios de la estratigrafía 27


Geología y arqueología 27
Estratificación en general . 31
Estratos naturales y antrópicos 36

2. De la estratificación a la estratigrafía 43
Estrategias y métodos de excavación 43
Prospecciones . 43
Forma de la excavación 47
Procedimiento de la excavación 56
Excavación experimental, de urgencia y el público . 62
284 HISTORIAS EN LA TIERRA

Las unidades de la excavación . 66


Identificar acciones y sus relaciones 66
Estratos: volúmenes, superficies y tipos 71
Superficies en sí 77
Numerar las acciones . 79
Secuencia estratigráfica 82

3. La documentación . 89
Las fichas . 89
Fichas de las unidades estratigráficas y de sus materiales 89
Ficha de sondeo arqueológico {SAE) . 91
Ficha de unidad estratigráfica (UE) 92
Ficha de unidad estratigráfica mural (UEM) 94
Ficha de unidad estratigráfica de revestimiento (UER) .
Ficha de unidad estratigráfica lígnea (UEL)
95
96 !
Ficha de unidad estratigráfica de deposición funeraria (UED)
Tablas de materiales (TMA)
98
99 l
Ficha de material arqueológico (RA) . 100 i
1
Ficha de las muestras paleoambientales (FMP) . 101
Los gráficos y las fotografías 101
Medidas tridimensionales 101
Secciones y alzados 107
Planimetrías 116
Fotografías. 128
La informática 131
El uso del ordenador 131

4. Narración y edición 134


De las cosas al hombre. 134
Actividades, grupos de actividades y acontecimientos/períodos . 139
Las reconstrucciones gráficas 142

¡
La edición de las estructuras 145 1
El catálogo y la publicación 151
La publicación de los materiales 154
Los materiales y la cronología absoluta. 155

5. La excavación como práctica


El excavador .
El director de la excavación
156
156
156
!
J

Los responsables de la excavación 160


Los excavadores 162
La excavación y las instituciones 163
El responsable de los materiales 165
Los responsables del dibujo, de la paleoecología y de la restauración 166
Los responsables de la logística y de los instrumentos . 168
fNDICE 285
Excavar 169
Sondeos, áreas y sectores 169
Comportamientos . 173
El uso de las herramientas . 174
Recoger, cribar, flotar 181
Lista de herramientas 182
Cosas que excavar . 184
Estratos horizontales 184
Rellenos de fosas y montones 189
Márgenes y terraplenes 189
Muros, columnas y suspensurae 189
Desgastes, rebajes y destrucciones 195
Agujeros y trazas de estructuras de madera 197
Fosas .. 199
Deposiciones funerarias 203
Fosos y trincheras . 204
Cortes de muros 205
Trincheras de expolio 206
Canalizaciones . 208
Trincheras agrícolas 209
Lo excavado 210
Cómo dejar la excavación 210
Tratamiento de los materiales arqueológicos 212

ESTRATIGRAFÍA Y CULTURA DE LOS INDICIOS

Lo ordinario y lo importante 217


Proceder hacia atrás 239
Análisis de lo sumergido 247

Notas . 259
Bibliografía . . . . . 266
Índice onomástico y toponímico 277
f ndice analítico 280

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