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colombia
E n e ro - j u n i o 2011
Enero-junio 2011
ISSN 2027-4688
r Volumen 16-1 2011
r
Página web: http://www.icanh.gov.co/frhisto.htm Imprenta Nacional de Colombia
ISSN: 2027-4688 Bogotá, diagonal 22B No. 67-70
Reseñas
Marina Caffiero. La fabrique d’un saint à l’époque des Lumières [La politica della 241
santità. Nascita di un culto nell’età dei Lumi, 1996]. París: Éhéss, 2006. 223 pp.
Por Renán Silva.
Heraclio Bonilla, ed. Indios, negros y mestizos en la Independencia. Bogotá: 249
Planeta; Universidad Nacional de Colombia, 2010. 340 pp. Por Robinson
Salazar Carreño.
Ascensión y Miguel León-Portilla. Las primeras gramáticas del Nuevo Mundo. 254
México: Fondo de Cultura Económica, 2009. 152 pp. Por Renán Silva.
Ana María Lorandi. Poder central, poder local. Funcionarios borbónicos en el Tucu- 261
mán colonial. Un estudio de antropología política. Buenos Aires: Prometeo
Libros, 2008. 230 pp. Por María Victoria Márquez.
Adriana Rocher Salas. La disputa por las almas. Las órdenes religiosas en Cam- 267
peche, siglo XVIII. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
2010. 470 pp. Por Rodolfo Aguirre.
Información para el envío de manuscritos y suscripciones 275
A u t h o r s 7
Articles
María José Afanador Llach: To Name and Represent: Writing and Nature 13
in the Códice de la Cruz-Badiano, 1552
Andrés Castro Roldán: El Orinoco ilustrado in the Eighteenth Century Europe 42
Guadalupe Pinzón Ríos: William Dampier in the South Sea. English Maps and 74
Diaries in the New Spain’s Pacific Coast Expeditions (18th. Century)
Armando Hernández SouBERVIELLE: Cadiz Constitution Swearing in San 102
Luis Potosí (1813). A Baroque Speech About the Power through
Ripa’s Iconología
María Teresa Aedo Fuentes: The Inquisition Speech’s Ambivalence: The 135
Process of Francisco Maldonado de Silva (Chile, 17th. Century)
Flávio dos Santos Gomes: Africans, Atlantic Traffic and cimarrones in the Bor- 152
der Between French Guiana and the Portuguese America, 18th. Century
José Eduardo Rueda Enciso: Alliance and Interracial Struggle in los Llanos 176
of Casanare (Viceroyalty on New Kingdom of Granada). The Adelan-
tado Juan Francisco Parales’s Case, 1795-1806
Francisco Luis Jiménez Abollado y Verenice Cipatli Ramírez Calva: 209
Conflicts for Water in Tepetitlán (Hidalgo, México), 18th. Century
Reviews
Marina Caffiero. La fabrique d’un saint à l’époque de lumières [la politica della san-
tità. Nascita di un culto nell’età dei lumi, 1996]. París: Editions de l’Ehess,
241
2006. 223 pp. By Renán Silva.
Heraclio Bonilla, ed. Indios, negros y mestizos en la Independencia. Bogotá:
Grupo Editorial Planeta S.A. y Facultad de Ciencias Humanas, Uni- 249
versidad Nacional de Colombia-Bogotá, 2010. 340 pp. By Robinson
Salazar Carreño.
Ascensión y Miguel León-Portilla. Las primeras gramáticas del Nuevo Mun- 254
A
do. México: Fondo de Cultura Económica, 2009. 152 pp. By Renán Silva.
Ana María Lorandi. Poder central, poder local. Funcionarios borbónicos en el tucu- 261
mán colonial. Un estudio de antropología política. Buenos Aires: Prometeo
Libros, 2008. 230 pp. By María Victoria Márquez.
Adriana Rocher Salas. La disputa por las almas. Las órdenes religiosas en cam- 267
peche, siglo XVIII. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
2010. 470 pp. By Rodolfo Aguirre.
information on subscriptions and on submitting manuscripts 275
i
Concepción, actualmente en prensa.
A rmando H ernández S
Es doctor en humanidades y artes de la Universidad Autónoma de Zacate-
cas (México). En la actualidad se desempeña como profesor investi-
gador del Departamento de Historia de El Colegio de San Luis, México.
Entre sus obras están: Nuestra Señora de Loreto de San Luis Potosí (2009);
“El diseño de las nuevas casas reales de San Luis Potosí. Entre lo
barroco y lo académico”, en Fronteras de la Historia 13.2 (2008); “Plata
i
México virreinal. Sus últimas publicaciones son: “Reducción de in-
dios infieles en la Montaña del Chol: la expedición del Sargento Ma-
yor Miguel Rodríguez Camilo en 1699”, en Estudios de Cultura Maya
(2010); Aspiraciones señoriales: encomenderos y caciques indígenas al norte
del valle de México, siglo XVI (2009), como editor; y junto con Verenice
C. Ramírez Calva, como editores, publicó Historia colonial en el Esta-
do de Hidalgo (2009).
G uadalupe P inzón R íos
Es doctora en historia de la Universidad Nacional Autónoma de México,
donde se desempeña como profesora. Sus proyectos de investigación
están enfocados en el Pacífico novohispano; específicamente, en las
políticas defensivas y el desarrollo portuario durante el siglo XVIII. En-
tre sus publicaciones más recientes se encuentran: “En pos de nuevos
botines. Expediciones inglesas en el Pacífico novohispano (1680-1763)”,
en Estudios de Historia Novohispana 44 (2011); “Francisco de la Bodega y
Cuadra y los mapas de Acapulco, Paita y Callao (1777-1789)”, en Mapas
de metade do mundo. A cartografia e a construção territorial dos espaços ame-
ricanos: séculos XVI a XIX / Mapas de la mitad del mundo. La cartografía
y la construcción territorial de los espacios americanos: siglos XVI al XIX
A
coautoría con Elías Gómez Contreras, La república liberal decimonó-
nica en Cundinamarca 1849-1886 (2010); y “Jorge Isaacs y Juan Friede,
pioneros de la modernidad colombiana”, en Los judíos en Colombia.
Una aproximación histórica (2011). También publicó, con el icanh,
la obra Juan Friede 1901-1990: vida y obra de un caballero andante en el
trópico (2008).
R esumen
r
El presente estudio del Códice de la Cruz-Badiano busca recontextualizar este documen-
to como un lugar de encuentro entre diferentes sistemas de escritura y conocimiento.
El análisis de la relación entre la tradición pictográfica-glífica y la alfabética es una forma
de aproximarse a las interacciones culturales entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo,
y de obtener información sobre historia natural que no se encuentra en los textos en
latín dentro de códice. Este es evidencia de un proceso por el cual diferentes sistemas
de conocimiento y expresión coexistieron durante la postconquista. El concepto de
hibridación se utiliza para iluminar los procesos de interacción cultural presentes en
este artefacto colonial del siglo XVI, para así alejarse de ideas recurrentes de contami-
nación o imposición cultural.
A bstract
r
The present study of the Codice de la Cruz-Badiano recontextualizes this document as
a place of encounter between different writing systems and knowledge. The analysis
of the relation between the pictographic-glyphic and alphabetical traditions is a way
to approach the cultural interactions between the Old and the New World and to
provide information about natural history that was not present in the texts in Latin.
The codex is evidence of a complex process by which different knowledge and ex-
pression systems coexisted during the post conquest period. The concept of hibridity
is useful to illuminate the processes of cultural interaction present in this colonial arti-
fact of the 16th century, stepping away from recurrent ideas of cultural contamination
or imposition.
Cuando el maestro di camera del papa Cassiano dal Pozzo regresó de Espa-
ña en 1626 trajo consigo unos manuscritos mexicanos de historia natural1.
Después de visitar en Madrid los jardines de Diego Cortavila y Sanabria,
dal Pozzo, boticario del rey Felipe IV, encontró el Libellus de medicinali-
bus Indorum herbis, un “manuscrito maravilloso”, con ilustraciones de más
de 180 plantas con sus nombres en náhuatl y una descripción en latín de
sus usos medicinales (Freedberg 62). Dal Pozo hizo una copia del Libellus,
mientras que el original fue vendido al cardenal Francesco Barberini, quien
lo guardó en la Biblioteca Barberini, la cual, a su vez, más tarde pasó a ser
parte de la Biblioteca del Vaticano. Este artículo se interesa, precisamente,
en el Libellus de medicinalibus Indorum herbis, o Códice de la Cruz-Badiano,
manuscrito producido en 1552 por el médico indígena Martín de la Cruz y
14 traducido al latín por el traductor nahua Juan Badiano2.
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1 r
Dentro de los manuscritos que Cassiano encontró se encuentran los tratados sobre plantas,
animales y minerales mexicanos del naturalista español y médico de la corte Francisco Her-
nández, producidos entre 1571 y 1578. Al no estar bien organizados, Felipe II decidió hacer algo
al respecto y acudió a su siguiente médico personal para resolver el problema. Nardo Antonio
Recchi, designado en 1582 como el médico del rey, fue encargado de tomar bajo su cuidado
el cultivo de plantas medicinales y de revisar los trabajos de Hernández para ponerlos en
orden. Los miembros de la Academia Linceana en Italia estaban trabajando sobre el llamado
“Tesoro Mexicano” cuando Cassiano llevó consigo las transcripciones de Hernández y otras
cosas relevantes, como el Libellus (Freedberg 246).
2 En 1552 el hijo del virrey, Francisco de Mendoza, envió el manuscrito en latín a España, donde
permaneció, presumiblemente, hasta finales del siglo XVII, cuando fue adquirido por Diego
de Cortavila y Sanabria, boticario real de Felipe IV. El siguiente destino del Libellus fue la bi-
blioteca del cardenal italiano Francesco Barberini, donde permaneció hasta 1902, cuando
esta pasó a ser parte de la Biblioteca del Vaticano. Fue redescubierto en 1929 por el profesor
Charles Upson Clark. Finalmente, en 1991 el papa Juan Pablo II devolvió el Libellus a México
y ahora hace parte de la biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la
Ciudad de México. La copia del siglo XVII, que fue hecha en 1626 por Cassiano dal Pozzo,
el secretario del cardenal Barberini, ahora se encuentra en la Royal Library, en Windsor (La
Cruz, The Badianus).
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diar el grado en el cual este se halla “contaminado” por influencias europeas,
o en encontrar qué está médica o botánicamente correcto en el herbario4.
Autores como Ortiz de Montellano, López Austin y Jill Furst niegan la
validez del Códice de la Cruz-Badiano como una fuente de información
indígena sobre medicina. Sin embargo, en la más reciente evaluación del
mismo, Millie Gimmel establece que el herbario es un ejemplo de “bicul-
turalidad”, porque tiene características tanto de la cultura europea como
de la cultura nahua (“Hacia” 277).
3 rLa hibridación es un concepto que incluye tanto las acciones para acomodarse a las deman-
das de la sociedad colonial como los efectos materiales de esas acciones, por lo cual resul-
ta ser una respuesta orgánica por parte de grupos e individuos a un ambiente cambiante
(Graubart 19-20).
4 La mayoría de los autores que han trabajado sobre el códice se han concentrado en hallar
varios vacíos de información sobre las circunstancias en las que se originó el manuscrito,
y han intentado completar el rompecabezas que rodea la producción del herbario. Como la
única información disponible sobre los autores se encuentra en la fuente, hay ciertos detalles
que son desconocidos. Por ejemplo, supuestamente, Martín de la Cruz no hacía parte del
Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, pero fue comisionado para prestar su conocimiento
sobre remedios y plantas usadas por los nahuas para curar diversas enfermedades del cuerpo
y del alma (Emmart; Hassig; A. López; Ortiz, Aztec; “Una clasificación”; Somolinos).
5 r
J. M. López Piñero utiliza el término “mestizaje cultural” para describir las características
principales de la medicina en Nueva España durante el siglo XVI. Este mestizaje consistió en
la confluencia del galenismo que tenía lugar en Europa con la medicina amerindia (Fresquet
y López 17).
6 El estudio de los nahuas durante el período colonial se ha referido, en la mayoría de los casos,
al análisis de las evidencias coloniales del pasado prehispánico. Tales investigaciones han sido
dominadas por la arqueología y la antropología física, lingüística y cultural. A partir de esta
literatura surge la idea de una contaminación cultural en las fuentes nahuas, que parecen tener
demasiada influencia europea, lo que oscurecería la cultura nahua pura (Aguirre; Horcasitas;
Ortiz, Medicina).
i
astronomía, música y medicina nativa (La Cruz, The Badianus 18). La
administración colonial buscaba educar a los indios nobles para servir
como intermediarios lingüísticos y culturales, y así facilitar el proceso
de evangelización.
La temprana Colonia fue testigo de tensiones en torno a las políticas
hacia los nativos. Los franciscanos buscaban la supresión del sistema de
encomienda, liberar a los indios de todas las formas de servidumbre y ad-
ministrar el Colegio de Santa Cruz (Zurita 10). Con la certeza de que estos
eran una de las diez tribus perdidas de Israel, los franciscanos de Nueva
España concebían a los aztecas como personas racionales e inteligentes,
cuyas hazañas culturales igualaban aquellas de los griegos y los romanos7.
7 rDesde el siglo XVI varios autores creyeron que los nativos de América eran una de las diez tri-
bus perdidas de Israel. Dos de las concepciones más comunes sobre los habitantes del Nuevo
Mundo entre los conquistadores fueron las siguientes: que los indios eran adictos a la desocu-
pación y el vicio, características que se podían corregir a través de la conversión y la acepta-
ción de la fe cristiana y viviendo cerca de los españoles; y que, aun cuando eran criaturas
de Dios, habían permanecido bajo el control del demonio, y que era parte del designio de
Dios, a través de la actividad misionera de la conversión, traer a todos los nativos descubiertos
a la fe cristiana (Glacken 361).
Aun cuando el mal había llevado a los aztecas a la idolatría antes de la llegada
de los españoles, una vez convertidos al cristianismo la gran sociedad azte-
ca podría ser reconstruida sobre principios organizativos precolombinos.
Los proponentes principales de estas visiones fueron Bartolomé de las Ca-
sas, Bernandino de Sahagún y Diego Durán (Duarte 86; Ortiz, Aztec 12).
La inauguración de colegios como el de Santa Cruz de Tlatelolco
generó la creación de una élite letrada y cristianizada que proveyó a la Igle-
sia con los medios intelectuales y lingüísticos para penetrar más efectiva-
mente el mundo indígena (Gruzinski, The Conquest 60). De esta forma, al
acceder a las artes y a la educación cristiana, la nobleza india logró un
mayor estatus que el de los indios tributarios. Esto es visible en el hecho de
que entre 1547 y 1569 los indígenas nahuas administraron el colegio. Tlate-
18 lolco se convirtió, además, en centro de investigación y documentación
i
de la cultura indígena.
A pesar del apoyo del virrey Antonio de Mendoza, el Colegio de
Santa Cruz de Tlatelolco tenía detractores que se oponían a proveer edu-
cación superior y, por ende, un mayor estatus a los nativos8. Un ejemplo de
ello es el caso de Gerónimo López, quien después de visitar el seminario
de Tlatelolco escribió a Carlos V lo siguiente, en 1541: “La doctrina bueno
fue que la sepan; pero el leer y escribir muy dañoso como el diablo”. López
advirtió que, además de enseñarles a los indios a leer y escribir, se les estaba
enseñando la Biblia, la cual distorsionaban y eran incapaces de entender:
Diéronse tanto a ello e con tanta solicitud, que había mochacho, y hay de cada
día más, que hablan tan elegante latín como Tulio; […] A lo cual, cuando esto
se principiaba, muchas veces en el acuerdo al obispo de Sto. Domingo ante los
oidores, yo dije el yerro que era y los daños que se podían seguir en estudiar
los indios ciencias, y mayor en dalles la Brivia en poder, y toda la sagrada Escri-
tura que trastornasen y leyesen, en la cual muchos de nuestra España se habían
perdido e habían levantado mill herejías por no entender la sagrada Escritura,
ni ser dinos, por su malicia e soberbia. (“Carta”)
8 r
Con la fundación del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco empezó a formarse la primera
biblioteca académica de las Américas (Mathes 12-21).
i
peninsulares como Gerónimo López, quienes advertían sobre los peli-
gros de educar a los indios. En un intento por enfrentar la posibilidad de
perder el subsidio de la Corona, Francisco de Mendoza, el hijo del virrey,
solicitó un herbario como regalo al rey Carlos V, para demostrar la uti-
lidad y el mérito del colegio. El curandero más conocido de Tlatelolco,
Martín de la Cruz, fue designado como encargado de preparar el regalo10.
Sin embargo, además de demostrar cuán digno era el colegio,
otras razones explican el interés del hijo del virrey en este particular re-
galo. Carlos Viesca Treviño señala que la familia Mendoza tenía una re-
lación cercana con de La Cruz, lo cual le hacía confiable para ese trabajo.
Además, Mendoza estaba intentando convencer al rey de que expidiera
una licencia para explotar las riquezas medicinales del Nuevo Mundo
(“…y Martín” 481). Sin duda, el conocimiento nahua de las hierbas y
los árboles mexicanos eran fundamentales para esta tarea. A pesar de los
intentos por mantener los subsidios de la Corona para el colegio, entre
1553 y 1558 fue sostenido gracias a la caridad del virrey Antonio de Men-
doza, quien donaba al año ochocientos pesos de minas para el mismo
(Ocaranza 22).
i
esto fue obra del traductor— escribe:
Habrá fluencia de saliva y se mitigará la sed excesiva si se toma una bebida he-
cha de las hierbas silvestres acetosas molidas en agua muy limpia. Ha de agregar-
se la alectoria, que es una piedra preciosa de apariencia de cristal, del tamaño de
una haba, sea de las Indias, se de España, y se encuentra en el buche de las aves
gallináceas, como lo atestigua también Plinio; también se agrega un Milano
de Indias, y un pichón. Todo lo cual se mezcla con la bebida, que es de hierbas
ácidas. (La Cruz, Libellus 235)
11 rAlgunas de las enfermedades que aparecen en el códice son: disentería, epilepsia, hemo-
rroides, melancolía, angina y psora.
de los gallos y de otras aves, y que sirve para curar varias enfermedades.
Aparece en más de diez folios del herbario12.
En varias de las descripciones de enfermedades y remedios el her-
bario hace referencia al binario caliente-frío. En estudios previos sobre el
códice hay una afirmación recurrente: que los autores usaron un modelo
europeo y basaron sus curas en medicina humoral13; sin embargo, esto es
debatible14. En The Natural History of the Soul in Ancient Mexico, Jill Leslie
McKeever Furst argumenta que los mexicas y muchos otros grupos indí-
genas del Nuevo Mundo observaban los cambios en el calor del cuerpo
desde el nacimiento y tenían un interés por mantener el balance entre en
calor y el frío durante el curso de la vida. Esta tesis sostiene que los espa-
ñoles no necesariamente introdujeron la dicotomía de caliente-frío en la
22 práctica médica de Nueva España15.
i
12 r
En el herbario la piedra bezoar se utiliza para estimular la saliva; en un enema para aliviar el
dolor del abdomen; para la disentería; para la diarrea; para el calor excesivo en el cuerpo;
para la fatiga; para la epilepsia; y, en una poción, para los últimos ritos de los agonizantes
(La Cruz, The Badianus 32, 52-54, 70, 79, 94 y 116).
13 Así como en el herbario medieval italiano Tractatus de herbis (c. 1300), el Códice de la Cruz-Badiano
presenta evidencia de la teoría humoral. El origen de la teoría humoral en medicina se remonta
al legado de Galeno y su influyente doctrina sobre los humores, que está basada en los escritos de
Hipócrates, pero se deriva originalmente del sistema de Aristóteles de los cuatro elementos que
componen el universo: tierra, agua, aire y fuego. De acuerdo con esta teoría, cada elemento es el
resultado de la acción de las cualidades elementales: una activa y otra pasiva; la tierra es fría y seca;
el agua, fría y húmeda; el aire, caliente y húmedo; y el fuego, caliente y seco. Todos los seres vivos
contienen estos elementos, y en el cuerpo humano están representados los cuatro humores.
Una persona es saludable cuando los humores están perfectamente balanceados. En un ser
humano de constitución normal la preponderancia de uno de sus humores determina su “com-
plexión” o temperamento: melancólico, flemático, optimista o colérico (Collins y Raphael 6-9).
14 Desde el trabajo de Emmart todas las revisiones del Códice de la Cruz-Badiano han argu-
mentado que la teoría humoral europea tiene una influencia notoria en la fuente.
15 López Austin sugiere que el gran número de fenómenos clasificados como calientes o fríos
va más allá de cualquier división similar de las teorías humorales europeas; este autor indica
que las personas de América estaban mucho más a gusto con esas distinciones y estaban
interesadas en extenderlas, pues tal dicotomía era, básicamente, propia, en vez de haber sido
i
y habían intentado balancear el fuego interno con ceremonias; probablemen-
te, con comida, acciones rituales y hierbas medicinales (Lévi-Strauss 124).
La existencia de tres fluidos vitales que se distribuían en la cabeza
(tonalli), el corazón (teyolia) y el hígado (ihiyotl) era central en la cosmo-
logía nahua. Estos eran centros animísticos que hacían posible la existen-
cia humana. Los nahuas tenían una visión del cuerpo que tendía a compa-
rar los diferentes órdenes taxonómicos y a homologar procesos sociales
y naturales. Buscaban la regularidad en el universo, su total congruencia
r
introducida por los españoles (López 75-123). Messer cree que el razonamiento sobre
lo que es frío o caliente depende no de la transferencia de una clasificación abstracta de la
teoría humoral, sino de siglos de experimentación con comidas, hierbas y procedimientos
nativos del Nuevo Mundo (Foster; Messer).
16 La teoría de los estructuralistas tempranos de que estructuras duales como esta son constitu-
tivas del pensamiento humano se encuentra en el estudio de Lévi-Strauss sobre los indios
de Suramérica e Indonesia. Él muestra que estas sociedades tenían estructuras sociales
binarias en coexistencia con estructuras asimétricas. Dicotomías tales como este-oeste,
sol-luna y tierra-agua se encontraban en dichas sociedades. Lévi-Strauss afirma que no se
debe acudir a perspectivas totalizantes para aceptar que la dicotomía caliente-frío pudo haber
sido lo suficientemente común en el pensamiento humano como para asumir que habían sido
hispanizadas (102, 132-163).
Figura 2.
Nonochton azcapanyxua,
cochizxihuitl, folio 13 v., folio 28.r.
Fuente: La Cruz, The Badianus, placas 20 y 47.
Figura 3.
Temahuiztiliquauitl, tlapalcacauatl,
texcalamacoztli, couaxocotl, yztacquauitl,
teoezquauitl, huitzquauitl, folio 38r.
Fuente: La Cruz, The Badianus, placa 68.
Figura 5.
Tlatonochtli, Códice de la Cruz
Badiano, Códice Mendoza,
folio 49v.
Fuente: La Cruz, The Badianus,
placas 68 y 90.
Figura 6.
Xiuhhamolli —Planta de Jabón—,
folio 9 r.
Fuente: La Cruz, The Badianus, placa 11.
i
orden preciso y jerárquico.
17 r
En sus observaciones generales sobre el sentido etimológico de las palabras en náhuatl en
el códice, Ángel Garibay identifica algunos de los prefijos que sirvieron para clasificar
las plantas (Garibay 223).
Cuahuitl, tepetl, tel Cuah, tepe, te Planta que crece en el cerro o región montañosa
i
crece la planta, el color de la planta y el color de la tierra; las característi-
cas morfológicas, como el olor, el sabor, los efectos que causan las plan-
tas, su relación con ciertos animales o su relación con algún elemento
sagrado o deidad19. La función descriptiva del náhuatl en el códice es
posible gracias a un proceso de hibridación, aquel por el cual el náhuatl
se convierte en lenguaje alfabético. En los casos en los cuales la ecología de
la planta no se especifica en el nombre en náhuatl o en la ilustración —,
por ejemplo, en “Medicina con que se mitiga el dolor de garganta”, en el
folio 19 r.— los autores aclaran dentro del texto en latín el tipo de terreno
en el que se encuentra esta planta:
18
19
r De acuerdo con Horacio Carochi, la palabra atl significa agua.
Algunos de los ejemplos de los nombres de las plantas y sus significados son los siguientes:
huitzquilitli —hierba comestible espinosa—; tetlahuitl —piedra roja—; tlayapaloni —tinte
para ennegrecer o, más bien, para dar color morado—; chipahuacxihuitl —hierba grasosa—;
matlalxochitl —flor azul—; azcapanyxhua —hierba medicinal de la basura—; ohuaxocoyolin
—agrillo del tallo—; cochizxihuitl —hierba del sueño—; huitiuitzyocochizxihuitl —hierba
del sueño espinosa—; yztacapahti —medicina blanca—; atzitzicaztli —ortiga acuática—;
y teonochtli —tuna fina; real, dicen a veces—.
i
el 41r., o “Remedio contra la sangre negra”; en el 49 r., “Remedio con-
tra la purulencia ya agusanada”; o en el 61 r., “Siriasis”, hay referencias
al “vino nativo”, “nuestro vino”, “vino indio”, octli, y “vino nativo dulce”.
Estas referencias aluden al pulque, la bebida alcohólica nativa extraída
del maguey. La conexión semántica entre el pulque como vino ejempli-
fica la capacidad de asimilación de artefactos culturales y lingüísticos de
Europa por parte de los nahuas al asociar su propio pulque con el latín
vino Indico. Lo mismo ocurre con varios nombres de animales del Nue-
vo Mundo usados para preparar algunos remedios que aparecen nom-
brados en latín como animales europeos conocidos. Algunos ejemplos
son hormigas, palomas, águilas, gansos, halcones, búhos, cuervos, ga-
llos, perros, zorros, leones, ratones, etc. Alrededor de la mitad de los
nombres de animales permanecen en náhuatl. Es decir, la construc-
ción del códice como un artefacto híbrido lo hace receptor de sentidos
igualmente descifrables, tanto en un contexto europeo como en uno
nahua. Sin embargo, al ser un regalo para el rey de España, el manuscri-
to aparenta congraciarse con los estándares europeos para este tipo de
textos, aun cuando en niveles detallados de análisis, como hemos visto,
no es tan fácil atribuir una naturaleza exclusivamente nahua o europea
a sus contenidos.
r
20 Varios autores han señalado la similitud entre el códice y herbarios europeos de la misma
época. Somolinos d’Ardois (185) considera el herbario mexicano dentro de un grupo de
herbarios medievales, como el Hortus sanitatis, de John von Kaub.
i
El tamaño de las plantas es uniforme y el número de ellas en cada folio está
entre una y cuatro, excepto en los folios 38 r., 38 v. y 39 r., que contienen entre
siete y once plantas cada uno, junto con el nombre en náhuatl en cada una
de ellas. Cada parte de las plantas está dibujada sin mucho detalle, si se las
compara con otras ilustraciones europeas del mismo período.
Se pueden apreciar en esas imágenes las partes de la planta: el tallo,
las flores, las hojas, las espinas y las raíces. Estas últimas, en casi todas las
ilustraciones, están pintadas con considerable detalle, dan información
sobre el tipo de terreno en el que se encuentra la planta21. En varias ilus-
traciones las raíces están encapsuladas, como en una roca; es decir, en un
pictograma circular, que en muchos casos representa el glifo nahua para
piedra: tetl (f. 38 v., figuras 3, 4, 5, 6 y 7). En términos botánicos se podrían
describir las ilustraciones como inexactas, debido a la falta de detalle. Sin
embargo, si se comparan estos dibujos con otras representaciones nahuas
21 rEn comparación con las ilustraciones del Códice Florentino, los dibujos de las raíces juegan
un papel central en las representaciones del Libellus. La sección dedicada a historia natural
en el Códice Florentino tiene muchos árboles y plantas dibujados sin las raíces y sin dema-
siados detalles.
i
herbácea.
r
22 El altepetl es una entidad étnico-política con una organización modular o celular, común a
otras esferas de la sociedad nahua (Lockhart, The Nahuas 14).
i
la función cognitiva como la estética juegan un papel central en el códice.
El estilo de pintura, los patrones de los nombres en náhuatl alfabé-
tico, los remedios descritos en latín y la dicotomía frío-calor hacen que
el códice se caracterice por ser un artefacto híbrido. El único elemento
nahua en el análisis pictográfico que se puede caracterizar con certeza
como tal son los glifos. El herbario de tipo europeo —tal como ha sido
analizado por varios estudiosos— aparece, entonces, como un artefacto
que reviste mayor complejidad y al cual tiene más sentido leerlo con el
lente de la hibridación, frente a la dificultad de trazar fronteras claras en-
tre una cultura y la otra. Los sistemas de escritura y de conocimiento son
producto de un proceso de hibridación propio del contexto colonial que
se hace evidente en el códice. Los elementos de la cultura nahua y la tradi-
ción europea en el códice crean un espacio híbrido, en el cual las fronte-
ras entre uno y otro son difusas. Aun cuando la intención de los autores
fuera cumplir con estándares europeos, la cultura nahua se mezcla con la
cultura colonial, lo que denota una articulación dialéctica. La pregunta
en este punto es si la hibridación es “intencional” o “no intencional”; en
otras palabras, ¿es deliberado el “estilo híbrido” que se ha intentado ca-
racterizar a través de este artículo? ¿Es el estilo híbrido una prueba de la
conciencia que tienen los nahuas de su audiencia?
rConclusión
Para 1550, dentro del contexto del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco
existía un ambiente en el cual las tradiciones médicas europeas y nahuas
podían coexistir sin que una se impusiera sobre la otra. Gimmel reconsi-
dera el códice para mostrar la importancia de encontrar un texto “puro” de
medicina indígena dentro de él. Apartándonos de la idea de pureza, pero
siguiendo la tesis de Gimmel, en el ámbito de los “sistemas de escritura”
esta coexistencia le permitió permanecer a un sistema nahua para ordenar
la naturaleza, al nombrar las plantas en náhuatl alfabético sin que esto en-
trara en conflicto con la naturaleza europeizada de los contenidos, el uso de
latín y las representaciones visuales de las plantas. En este sentido, si es o
36 no una fuente colonial “pura” o “contaminada” no es relevante para enten-
i
der cómo la élite nahua experimentó y le dio sentido al mundo que emergió
con el contacto (“Hacia” 277).
El reto es descubrir la forma como diferentes escrituras y formas de
conocimiento se mezclan, como evidencia de un proceso cultural por el cual
los indígenas nahuas asimilaron características de la cultura europea y las
utilizaron para su propio beneficio. Sin embargo, los modos de expresión
y cosmologías nahuas no desaparecieron con la adopción del náhuatl alfa-
bético. La tradición continúa como parte inherente del códice por la capa-
cidad de los autores de ajustarse a los sistemas de escritura y pintura traídos
por los españoles y de incorporar la visión nahua23. Nombrar la naturaleza
en náhuatl y cumplir con los estándares europeos hace de Juan Badiano
y Martín de la Cruz portadores de una doble conciencia que da cuenta
de la naturaleza dinámica del proceso de hibridación del siglo XVI en Tla-
telolco. En muchos casos las fronteras entre una cosmología y sistema
de escritura se borran, y la búsqueda de pureza o contaminación en los
23 r
Lockhart señala cómo los indios que vivieron durante el primer siglo de la Conquista se adap-
taron muy fácilmente a las técnicas de escritura traídas por los españoles. También valora
la supervivencia de la cultura nahua y la persistencia de su organización social y cultural.
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24 rGruzinski asevera que los indios de Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco dieron la impresión
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R esumen
r
El presente artículo estudia el fenómeno de la lectura en la Europa del siglo XVIII, a par-
tir del caso del Orinoco ilustrado (1741-1745), del jesuita español José Gumilla. Se trata
de una primera contribución al estudio de la recepción y la circulación de esta obra, a
través de las múltiples lecturas que de Gumilla hicieron sus contemporáneos en Espa-
ña, Francia y los Países Bajos. El objetivo es poner esta obra en el contexto de su época,
tanto desde el punto de vista literario como de la historia de las ideas, y subrayar cómo
la ambigüedad de la producción y la recepción del libro tienen mucho que ver con el
proceso histórico de la Ilustración, tan complejo como la obra misma.
Palabras clave: José Gumilla, jesuitas, Ilustración, siglo XVIII, historia de la ciencia.
A bstract
r
This article studies the reading process phenomenon during the European En-
lightenment through the case study of El Orinoco ilustrado (1741-1745), written by
José Gumilla, a Jesuit from the Kingdom of New Granada. It is the first contribu-
tion to the study of reception and circulation of the work of this Spanish missionary
by means of the multiple interpretations of contemporary readers in Spain, France
and the Netherlands. The main objective of this paper is to understand the book in
the context of its time, from a literary point of view as well as from the standpoint
of history of ideas. It also underlines how the ambiguity of the reception process,
definitely as ambiguous as the work itself, is related to the historical progress of the
Enlightenment.
i
libro se convirtió en una referencia obligada de geógrafos y científicos para
esta parte de América, y suscitó la curiosidad no solamente del público cul-
to, sino también la de filósofos y académicos de toda la Europa ilustrada.
En un principio la intención del autor fue misionera y política: dejar un
testimonio de su experiencia que sirviera como punto de partida a futuras
generaciones de misioneros y dar a conocer la potencialidad de las rique-
zas de este nuevo río para futuros proyectos de colonización. Pero poco a
poco el contacto con la Ilustración fue generando en el autor nuevas pre-
guntas que, sumadas a su intención inicial, transformaron su obra, dándole
un carácter más heterogéneo.
Fue así como El Orinoco ilustrado mezcló cuestiones que hoy por hoy
nos parecen completamente contradictorias: la elegancia literaria del ensayo
renacentista con la retórica seca de la disertación científica; la lógica teoló-
gica con el empirismo científico; la ternura apostólica con la descripción
etnográfica; la maravilla de lo inexplicable con la explicación razonada de
los fenómenos naturales. Todo esto aparece en Gumilla como en una es-
pecie de Summa del Orinoco que merece muchas lecturas atentas para
entender a cabalidad la riqueza de su contenido. Muchos académicos han
estudiado el carácter científico y literario de la obra dentro del contexto polí-
tico e histórico de la época. Este artículo presenta una primera contribución
i
Dentro de los procesos de lectura del público culto, los publicistas,
los libelistas o los periodistas, traductores o vulgarizadores de las ideas
nuevas, juegan un papel fundamental. Son la cara de la moneda más inte-
resante del lector culto, por oposición al erudito; justamente por ser los en-
cargados de producir y divulgar los textos y encarnar los gustos del público.
Aunque no son los únicos que han dejado testimonio de la recepción
de los libros y de las ideas que contienen, son, acaso, el mejor termóme-
tro de la recepción literaria y de la naciente opinión pública.
La otra cara de la moneda es la de aquellos lectores cultos para quie-
nes la manera de apropiarse de lo leído no necesariamente fue a partir de
un ejercicio de escritura, sino mediante una oralidad renovada que dis-
cutía sobre lo actual y lo novedoso. Estos lectores replicaron y discutieron
en los salones los conocimientos adquiridos en la lectura de novedades, y
participaron en la divulgación de las obras haciendo lecturas públicas. En
fin, hemos de mencionar al ancestro del lector ordinario, aún excepcional
en el siglo XVIII, que solo busca en los libros evasión y distracción. Su lec-
tura es ocular, introspectiva, solitaria. De estos dos tipos de lector no pode-
mos hablar más que en términos sociológicos, pues sobre casos específicos,
a menos que se trate de un texto canónico, son pocos los rastros escritos
i
es grande. Veremos hasta qué punto Gumilla influencia la obra de este
abate holandés.
Antes de mirar en detalle la aparición de las dos primeras ediciones
del Orinoco ilustrado y los ecos de su recepción, detengámonos un mo-
mento en la situación de la Ilustración española en la década de 1740, un
entorno desde el cual nuestro jesuita pensó y escribió su obra. Aunque las
ideas científicas y filosóficas del empirismo y del racionalismo materialista
pasaron también a la Península, la mayor parte de la élite ilustrada practicó
lo que Joel Saugnieux denomina “el cristianismo ilustrado”; es decir, una
forma de racionalismo moderado, que no es, como en el caso de Francia
y de los Países Bajos, totalmente hostil a la fe y a la religión católica. Por
el contrario, y como lo señala este historiador, “las luces y la religión, la fe y
la razón no fueron siempre contradictorias y muchos fueron los que, tanto
en la Iglesia como fuera de ella, pretendieron seriamente conciliarlas” (15).
No se trata solamente —como lo señalaba todavía hace algunos años Pie-
rre Chaunu, despreciando y simplificando la complejidad del movimiento
ilustrado español— de “procurarse contra la Inquisición todas las audacias
jansenistas y precríticas del siglo XVII francés” (285). Tanto reformadores
como eclesiásticos reciben el eco de las nuevas ideas: así lo prueba la lucha
i
dre Juan Patricio Fernández (1726); la Historia de la Compañía de Jesús de la
Provincia del Paraguay, por el padre Pedro Lozano (1755); una edición de
San Francisco Xavier Sus Cartas, en que se deja ver…. su fervoroso espíritu….
y un ardiente amor de la virtud, y un implacable odio de los vicios (1752), así
como una traducción de las célebres Cartas edificantes y curiosas escritas de
las missiones estrangeras, traducidas del francés por el padre David Madrid
(1754-1767). Sin embargo, el libro se inscribe mucho más dentro del mo-
vimiento ilustrado, y en este sentido opera una distancia en relación con
la tradición jesuita. Tan solo el título resume el enfoque que Gumilla quiere
dar a su obra: El Orinoco Ilustrado, Historia Natural, Civil, y Geographica de
este Gran Rio, y de sus caudalosas Vertientes: Gobierno, usos y costumbres de los
indios sus habitantes, con nuevas, y utiles noticias de Animales, Arboles, Frutos,
Aceytes, Resinas, Yervas y Raíces medicinales; Y sobre todo, se hallarán conversio-
nes muy singulares a N. Santa Fe, y casos de mucha edificación. El uso de la voz
ilustrado es ya muestra de la voluntad de incluir el libro en el contexto del
Siglo de las Luces:
Este agregado de noticias, escribe el autor en el prólogo con humilde ele-
gancia, dara motivo para que el Gran Rio Orinoco, hasta aora casi descono-
cido renazca en este Libro con el renombre de ilustrado, no por el lustre que
de nuevo adquiere, sino por el caos del olvido, de que sale à la luz publica.
(Gumilla 1741, xxv)
i
interesado en la historia eclesiástica y en la historia natural americana, un
medio compuesto, esencialmente, de catedráticos, y donde su éxito fue ful-
gurante. De ello tenemos dos pruebas fundamentales.
En primer lugar, la necesidad manifiesta de una segunda edición,
donde Gumilla pudiera ampliar su erudición y defender mejor su punto de
vista. Esto parece señalar el autor en la introducción de 1745, cuando anota:
Algunas personas han dificultado, con ánimo de averiguar mas la verdad, y
otras, así Españolas como Estrangeras, de la mas sobresaliente Literatura, y de
la mas ilustre Nobleza, cultivadas en las bellas letras, se han dignado reconve-
nirme sobre lo lacónico de algunas noticias, que indican mas fondo del que
ligeramente apunté: por lo qual en esta impresion procuraré dar á todos satis-
facción, sin detrimento de la brevedad que deseo. (5)
[…] lo que en 1741 comienza como un capítulo que muestra la anaconda como
un terrible espectáculo de la naturaleza, se convierte, con pruebas adicionales,
en el capítulo más largo y científico de la edición definitiva de 1745. (47)
i
de los Equinoccios. La primera recepción de la obra de Gumilla en Francia se
sitúa, justamente, en torno a la polémica sobre la figura de la Tierra y las me-
didas equinocciales, y, por ende, dentro del contexto de los descubrimien-
tos geográficos, aunque su divulgación en círculos más amplios se debe,
en gran parte, a los jesuitas y a sus seguidores. Veamos esto con más detalle.
Dos circunstancias extraordinarias, y casi simultáneas, contribuyeron
a la llegada del Orinoco ilustrado a Francia. La primera es el descubrimien-
to en 1740, por el jesuita Manuel Román (amigo y compañero de Gumilla),
de una comunicación fluvial entre el Orinoco y el Amazonas. Desafortu-
nadamente, Gumilla solo estuvo al corriente de ello a su regreso a la Nueva
Granada, en 1743: demasiado tarde para que la corrección de la segunda
edición (1745) alcanzara a llegar a España (Backer 297). Una segunda cir-
cunstancia es la coincidencia de este descubrimiento con la expedición de
1 rDe aquí en adelante, a excepción de unos cuantos, los títulos originales de las obras y los
periódicos citados han sido traducidos al español, para comodidad del lector. Remito, pues,
al final del artículo, donde se encuentran, en orden cronológico y de acuerdo con las fechas
citadas en el texto, los títulos originales de las principales obras utilizadas como fuente.
Los textos citados han sido, igualmente, traducidos del francés, incluyendo la versión fran-
cesa del Orinoco ilustrado, que aparece en itálicas cuando es traducción mía.
Dos años más tarde estos hechos fueron divulgados al público culto,
junto con una primera reseña de la obra en el célebre periódico Mémoires
de Trevoux. También llamadas “Memorias para la Historia de las Ciencias
y de las Bellas Artes”, Trevoux fue un periódico concebido por los jesuitas
franceses en 1701 para publicar todo lo que pareciera curioso, teniendo en
cuenta el objetivo edificante y apologético de la religión. Se trataba de sa-
tisfacer las cada vez más crecientes necesidades de novedad y curiosidad
de las clases superiores, los nobles, los funcionarios y los miembros de
las profesiones liberales. Sin embargo, ni el corte ideológico del periódico
—próximo al partido devoto— ni su estilo —poco polémico— eran del
gusto de los sabios ni de los filósofos ilustrados. Voltaire decía de este perió-
dico que lo conformaban “tontos traductores, tontos compiladores, tontos
autores y aún más tontos lectores” (Hatin 264). Con todo, su rol, como el
de tantas otras revistas del mismo corte, fue importante en el proceso de la
ilustración europea, pues contribuyó al desarrollo de lo que, como hemos
visto, algunos académicos denominan “la revolución de la lectura”.
Esto es lo que observamos en la reseña sobre Gumilla, publicada
en un largo artículo de 75 páginas en los números de enero y de diciembre
de 1747 y de enero de 1748. El autor, anónimo, parece entusiasmado por
las informaciones y novedades contenidas en la obra, pues concede que:
i
vez se expone al resentimiento de su marido que la considera sospechosa
de infidelidad”; o la excentricidad de los ritos funerarios de los sálivas,
y la tranquilidad —o más bien la estupidez— con la que esperan la muer-
te: tal es el caso de aquel viejo padre de familia, quien, como un “perfecto
estoico” y cansado de “una vida inoportuna”, pide a sus hijos que lo entie-
rren vivo; o el nomadismo de los guahibos y chiricoas, “que realizan las
maravillas fabulosas de los Caballeros andantes”; o, más aun, las pruebas
extravagantes que practican los indios para hacerse capitanes, como, por
ejemplo, pedir ser cubiertos de hormigas (2343). “No creemos —comenta
el periodista— que existan en Europa oficiales suficientemente aficiona-
dos a las distinciones y los honores para comprar a tal precio sus grados
militares” (Mémoires, diciembre 1747: 2510).
del siglo XVIII francés, y ensalza, con el mismo tono apologético tan
común entre los autores jesuitas del siglo XVII, la idea cristiana de ci-
vilización. Hablando de las depravaciones de los Indios de Orinoco, el
artículo concluye:
Todos estos horrores desaparecen a medida que el Cristianismo se introduce
en estos pueblos. La Religión pone todo en orden, permite y depura la razón,
devuelve al hombre su humanidad, inspira y embellece los sentimientos natu-
rales […]. Su número aumenta, se crean nuevas poblaciones que reconocen
las leyes. (2524)
i
mezclan obras de carácter devoto y edificante, como un Tratado de discipli-
na religiosa, traducido de Thomas Kempis, o El Sentimiento afectuoso del alma
hacia Dios, del caballero Lasne d’Aguebelles (1763), así como decenas de
otros títulos del mismo tenor. Esta alianza entre fe y razón, tan típicamente
jesuita, es una prueba de la complejidad del fenómeno ilustrado en Francia
y de las múltiples facetas que este puede representar. Sin embargo, hay una
ruptura muy clara entre este tipo de Ilustración y la que practicaban los
racionalistas duros. Quizás, el libro más interesante de los que fueron pu-
blicados por Girard en esta época, y que nos permite comprender la posi-
ción ideológica de los jesuitas, sea una obrita del abate Chaudon, publicada
en 1767 bajo el título Diccionario anti-filosófico para servir de comentario y de
corrección al Diccionario filosófico de Voltaire y a otros libros que han aparecido
en nuestros días contra el cristianismo.
En cuanto al traductor, Marc Antoine Eidous (1724-1790), claramen-
te hay que situarlo más próximo al racionalismo radical que al partido je-
suita. En efecto, Eidous es conocido tanto por sus textos libertinos como
por su cercanía con Diderot. Se sabe, por ejemplo, que estuvo “embastilla-
do” por la virulencia de sus textos pornográficos en la vena de un Aretino,
y que fue, así mismo, el traductor, con Diderot, del Diccionario Universal de
Medicina (1746), uno de los primeros trabajos importantes del filósofo fran-
cés (Feller 3: 309). Aun así, Eidous no hace verdaderamente parte del
mundo intelectual parisino. Es, por así decirlo, un subalterno del mundo
de la edición, un polígrafo prolífico que vive, esencialmente, de la traduc-
ción de obras de corte muy variado. Con todo, sus constantes son el exo-
tismo y los relatos de viaje, las obras que suscitan cada vez más interés
entre los lectores no especialistas. Así, por ejemplo, traduce del inglés una
Historia de la China (1766), Un Viaje al Levante de Federico Hesselquist (1769)
y una Historia de Rusia de Mikhail Vasil’evich Lomonosov (1772). Como tra-
ductor, su reputación es bastante mediocre. Grimm, el gran amigo de
Diderot, explica, por ejemplo, que Eidous no necesitaba sino quince días
para traducir un volumen (Diderot y Grimm 7: 150). Otros contemporá-
58 neos lo catalogan como un traductor “más que mediocre”, cuyos trabajos
“tienen la huella de una rapidez funesta para el buen gusto” (Feller 3: 309).
i
i
de 1758; nuevamente de la pluma de Freron, pero esta vez, en su Année Litté-
raire, periódico desde donde se consagra a atacar a los miembros de la En-
ciclopedia y a defender la Religión y el statu quo. El artículo tiene el mismo
tono que el publicado en 1756, y trata in extenso de los dieciséis capítulos
que componen la parte etnográfica de la obra. Su carácter “exótico” es lo
más susceptible de interesar al lector no erudito, pues, como dice: “estos
cuadros de costumbres extranjeras que nos parecen extrañas es muy gra-
cioso para los lectores filósofos y para los que no lo son” (349).
Más interesante es la segunda reseña, publicada esta vez por Trevoux
el año siguiente, aunque tampoco se propone ninguna crítica de fondo so-
bre las ideas del autor. Se plantea, ante todo, una crítica formal de la traduc-
ción que deja translucir la misma propensión editorial por la búsqueda
de un lector estándar. El periodista deplora que el traductor no haya hecho
aún más cortes de la versión original, pues explica que “el libro español tra-
ducido en su totalidad no sería del gusto de nuestra nación […] y que la
obra reducida de un tercio hubiera sido más agradable a la lectura […]”,
2 rFF: Fondo Français. Aunque el fondo documental se llama Fondo Malesherbes, aparece con
la nomenclatura del Fondo Français en la Biblioteca Nacional de Francia (nota del editor).
razón por la cual hubiera sido eficaz suprimir “[…] varias disertaciones
poco interesantes o incluso totalmente inútiles” (Mémoires, 1759, 640). Sin
embargo, las supresiones propuestas por Trevoux no necesariamente co-
rresponden a las que propone la censura. Mientras que las últimas atacan
las digresiones en materia de trabajo misionero y de religión, las de Trevoux
se refieren más a las largas disertaciones de corte naturalista y científico,
como el extenso capítulo sobre las serpientes.
La traducción contiene, así mismo, “varias construcciones sospe-
chosas, […] frases viciosas, y […] faltas de lengua”, como también, al-
gunas inexactitudes, libertades y contrasentidos (640). En este orden de
ideas, es interesante notar cómo la lectura de Eidous transforma al indio
en un ser aún más salvaje de aquel que nos pinta el misionero. Hablando
60 de uno de los remedios usados entre las indias de la nación Guamo, Gu-
i
i
formato de las dos ediciones españolas con el de la edición francesa. El
libro francés es editado en tres volúmenes in doce (es decir, lo que hoy po-
dría llamarse formato de bolsillo), mientras que el formato español es el
tradicional in quarto de los libros eruditos. Así, la edición francesa parece,
más bien, pertenecer a esa clase de libros “interesantes” que apasionaban
al cada vez más numeroso público culto, y que eran publicados descuida-
damente con la febrilidad de una rebosante actividad editorial. Esta idea
es la que sostiene Trevoux en su artículo de 1759, pues “verdaderamente,
las relaciones de viaje no exigen ni la fineza, ni el colorido de un discurso
académico” (640).
Ahondemos ahora un poco más en las lecturas eruditas de la obra
de Gumilla. Ya hemos visto cómo en España el éxito de las temáticas cien-
tíficas le vale a la obra una acogida importante. Pero no será sino a partir
de 1758, año de la edición francesa, cuando la obra encontrará una cierta
acogida en el mundo científico europeo, por la atención especial que porta
Gumilla a las ciencias naturales y a la etnografía. Esta acogida se debe, en
gran medida, al rol de los Países Bajos, donde la libertad para publicar atrae
a la vanguardia intelectual. La tradición de estos como refugio de librepen-
sadores es una de las más antiguas de Europa. Pensemos en el caso de Eras-
mo de Rotterdam o el de Descartes, quien en 1629 huyó del asedio parisino
i
gundo no es menester más que celo y la Providencia hace el resto” (1 parte
3: 73-75). La obra de Gumilla es, pues, una de esas relaciones interesantes
en las que “sería imprudente confiar”, por encontrarse en ella “cantidad de
hechos absurdos, disertaciones aburridas que entrecortan el discurso en
varios lugares, y que están llenas de todos los viejos errores de la Escuela.”
Sin embargo, se considera necesario acordarle un mínimo de confianza
al autor, pues aunque el lector tienda a pensar que sus observaciones son “el
producto de una imaginación asustadiza”, el periódico reconoce cómo
“el padre Gumilla no relata más que lo que ha visto”, y que el libro “merece
ser leído, salvo la disertación en la que se esfuerza por justificar la conquista
de los Españoles […]” (2 parte 1: 99).
Es más que probable que las posteriores lecturas eruditas de Gumi-
lla hayan tenido como punto de partida las reseñas holandesas, pues todas
contienen, ya en germen, los temas que desarrollará luego la academia, tan
atenta por entonces a las ideas que luego darían nacimiento a la antropo-
logía física del siglo XIX. Así, por ejemplo, el pasaje donde Gumilla habla
de la existencia de una pequeña negrita manchada de blanco, propiedad de
una de las haciendas de la Compañía de Jesús en Cartagena, llama la atención
de varios sabios europeos. Tal es el caso de la obra de un cirujano de Ruán,
i
nal en el que Gumilla la había utilizado; es decir, para explicar la despobla-
ción del Orinoco.
i
guacaritos y caymanes, se reconoce aquí epilogada y reducida á pocos pliegos, é
imprime en la mente, en corto tiempo, un enorme agregado de especies, sobre
manera melancólicas, fatales y retraentes, las quales precisamente han de en-
gendrar en los ánimos una notable aversión hacia aquellos Países, y una firme
resolución de no acercase á ellos; pero es muy fácil de disipar y desvanecer
este melancólico nublado; porque todo este torbellino de especies funestas,
que estrechadas á breves páginas, espanta; no es así allá en sus originales, á
causa de no estar ellos juntos y amontonados en un Lugar, en una Provincia,
ni en solo un Reyno [...]. (2: 176)
El río Orinoco alimenta en su seno monstruos mucho más terribles que aque-
llos que se encuentran en el mar. Las riberas de este río son funestas a cual-
quiera que pretenda acercarse a ellas; la muerte acecha a cada paso; unas veces
son las aves de rapiña, sedientas de sangre humana y que persiguen a los viaje-
ros que felizmente consiguen escapar a las trampas que les tienden los animales
anfibios; otras veces son los frutos que presentan un alimento envenenado,
o acaso la triste campiña que riega aquel río exhalando olores pestilentes. En
breve, la naturaleza en otros lados tan bienhechora, parece haber reunido en
aquel país todo lo que puede contribuir a la destrucción de su más bella obra.
(Journal 2.1: 84)
i
y aunque manifiesta las exigencias metodológicas de los discursos científi-
cos, filosóficos e históricos de entonces —exigencias que evolucionan en
función de sistemas más cerrados de pensamiento o de prejuicios más espe-
cíficamente determinados— es particularmente en el caso de las prácticas
eruditas donde es más palpable la ambigüedad del proceso de recepción.
Una de las nuevas exigencias metodológicas que guían las lecturas de en-
tonces es el criterio de veracidad de las relaciones, en las que juega el carác-
ter testimonial y contemporáneo de su producción.
A medida que las noticias se hacen más sofisticadas y la curiosidad por
lo extranjero crece, se afinan así mismo los criterios de fiabilidad de los in-
formantes, y la selección entre las buenas y las malas relaciones se hace más
sistemática. Esto es patente en el juicio que se hace Cornelius de Pauw sobre
Gumilla, aunque, finalmente, sigue flotando una ambivalencia: por un lado,
su aversión a las crónicas jesuitas, consideradas llenas de fanatismo, y, por el
otro, el crédito que, por tratarse de testimonios recientes, finalmente termina
dándoles. Esta ambivalencia es notoria entre todos los eruditos ilustrados, de
Voltaire a Buffon. Un ejemplo de ello es la forma como las Cartas Edificantes
jesuitas fueron traducidas al gusto de los filósofos por Rousselot de Surgy,
un sabio que en sus Memorias geográficas, físicas e históricas sobre Asia, África
y América, de 1767, se propone compilar todo lo que en los jesuitas hubiera
Barnadas, José María. “Unas cartas desconocidas del P. José Gumilla: 1740-1741”.
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27-53, 189-191; (marzo 1759): 623-640. [París]: Chez Chaubert. Impreso.
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servir à l’Histoire de l’Espèce humaine. 3 vols. En doceavos, XIV +2 tablas, 406p; 364p.;
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R esumen
r
El texto analiza la relevancia y la influencia que tuvieron los diarios de viaje y los mapas
elaborados por el inglés William Dampier durante las expediciones marítimas que se
llevaron a cabo por el Pacífico novohispano desde fines del siglo XVII. Ello se debe a
que este navegante transitó en tres ocasiones por esos litorales, entre 1682 y 1710, y sus
observaciones y experiencias fueron plasmadas posteriormente en textos que se convir-
tieron en fuente de consulta obligada para otros navegantes que, igualmente, viajaron a
esas costas. Las expediciones en las que participó Dampier son ejemplo de los procesos
de cambio acaecidos en las políticas navales y mercantiles inglesas sobre los territorios
americanos, y sus obras se convirtieron en instrumento de consulta para quienes conti-
nuaron incursionando en el Mar del Sur.
Palabras clave: William Dampier, cartografía, navegación, comercio, océano Pacífico,
siglos XVII y XVIII.
A bstract
r
This text analyses the influence that the diaries and maps elaborated by William Dam-
pier along New Spain’s Pacific Coast had on subsequent expeditions from the late XVII
century onwards. His experiences navigating the coast on three voyages between 1682
and 1710 were recorded in writings that became a source of valuable information for
other sailors that traversed these waters. Dampier’s voyages are an example of changes
in British naval and commercial policies regarding the American territories at the time,
and his work became an indispensable reference to those who continued to incursion
into the South Seas.
Key words: William Dampier, cartography, navigation, Pacific Ocean, 17th and 18th
centuries.
i
centivar estas navegaciones, las autoridades les concedieron ayudas, las
cuales consistieron en permisos de llevar mercaderías para comerciar
en Nueva España. Con el tiempo, los cargamentos remitidos se volvie-
ron la razón principal que daba sentido a estas travesías (Yuste, Emporios
36-37).
recopilados por Richard Hakluyt (Ita, Viajeros 39-45)1. Este tipo de narra-
ciones fueron conocidas y ampliamente difundidas; no obstante, no fue sino
hasta mediados del siglo XVII cuando se les retomó en las navegaciones
inglesas. Ello se debió a las políticas lideradas por Oliver Cromwell,
quien desde el gobierno inglés intentó atacar el monopolio español so-
bre el comercio americano, y cuya avanzada culminó con la captura de
Jamaica en 1655; este asentamiento no fue reconocido como inglés hasta
1670, con la firma del “Tratado de Madrid” (Gall 142; García de León 75-76;
Haring 111; Lynch 231)2. A partir de esta nueva posesión, los ingleses pron-
to dirigieron sus intereses al Mar del Sur, con fines tanto de saqueo como
mercantiles, y empezaron a acceder a él a través de Centroamérica y, poste-
riormente, por Sudamérica (Fisher 97; Jarmy 182-184).
76 Uno de los personajes más conocidos de los que participaron en
i
1 r
Richard Hacluyt, el geógrafo, se dedicó a compilar narraciones de viaje de ingleses que tran-
sitaron por las colonias hispanoamericanas hasta 1598; posteriormente logró hacerse con más
informaciones. Su obra se tituló The Principal Navigations, Voyages, Traffiques of these 1600 years.
2 Los ingleses habían intentado tomar Santo Domingo, pero fueron rechazados, por lo cual sus
esfuerzos se volcaron sobre una posesión menos protegida, como lo era Jamaica. Respecto al
Tratado de Madrid, España aceptó la ocupación inglesa sobre dicha isla a cambio de que se
redujeran las agresiones y los contrabandos en las costas hispánicas.
i
del territorio novohispano y la forma como lo usaron para atacar los asenta-
mientos españoles. Además, permite analizar la forma como los intereses in-
gleses se dirigieron al Pacífico, así como algunos de los fines que perseguían.
Para comprender la relevancia y las consecuencias de la obra de
Dampier vale la pena retomar la idea de Mercedes Maroto, quien dice que
el Pacífico fue un espacio conceptualizado, inventado y producido a partir
del contacto que se tuvo con él, y cuyos elementos se modificaron y ade-
cuaron paulatinamente (24). Si bien esta idea puede ser aplicada en otros
espacios, en este caso no se debe olvidar que el creciente interés de los ex-
pedicionarios europeos sobre dicho océano desde fines del siglo XVII llevó
a que se multiplicaran los informes que se tenían de él, así como a que se
reestructurara su imagen, y se revalorizaran y exaltaran las posibilidades que
ofrecía. En el caso de las fuentes británicas, si bien en ellas se tenían muchas
referencias sobre el Mar del Sur, la obra de Dampier sirvió para detallarlas
aún más, por lo cual ese océano se convirtió en destino para navegantes in-
gleses, lo que significó un mejor conocimiento de dichos litorales y, a la larga,
mayor contacto con ellos. Ni los mapas ni las descripciones de Dampier
son un reflejo de la realidad; es decir, no son “retratos” de los litorales ame-
ricanos, sino, más bien, documentos cargados de intencionalidad, con un
discurso que debe ser leído e interpretado, como el de cualquier otro texto de
la época (Harley 62-63). En este caso, la obra de dicho navegante fue hecha
para mostrar los lugares que podrían ser útiles a las navegaciones y que les per-
mitirían a las tripulaciones conseguir bastimentos, evitar zonas muy pobla-
das por españoles, con el fin de eludir las emboscadas y, principalmente,
señalar los lugares donde podrían obtenerse botines. Por tanto, los mapas y
los textos de Dampier deben ser analizados en su contexto, ya que responden
a la mentalidad y exigencias de las sociedades de su momento (Barber 8).
Es pertinente analizar los mapas y los diarios de navegación referen-
tes a los litorales novohispanos con los cuales contaban los ingleses, ya que
estos muestran cómo los intereses británicos sobre el Mar del Sur alcan-
zaron paulatinamente regiones más septentrionales, y ello implicó mayor
conocimiento y experiencia sobre ellos. El caso de Dampier debe ser estu-
78 diado con más detalle, ya que sus viajes y documentaciones demuestran lo
i
anterior, así como la transición por la cual pasaron las navegaciones ingle-
sas, y que fueron desde expediciones financiadas por particulares hasta via-
jes en los que también intervino la Corona; evidencia del creciente interés
de estos actores respecto a participar en las incursiones por el Mar del Sur.
3 r
Ya para el siglo XVII el término bucanero no se refiere a los hombres que en la isla Tortuga caza-
ban ganado cimarrón y preparaban carne ahumada, o boucan, la cual vendían a las naves no espa-
ñolas que necesitaban alimentos durante la centuria anterior, sino a hombres que tras diversos
enfrentamientos con fuerzas españolas habían modificado sus actividades y se dedicaban al
saqueo de puertos y naves hispánicos, aunque de forma más organizada que la de los piratas.
i
recordar que durante la segunda mitad del siglo XVII varias potencias
europeas, entre ellas Inglaterra, se posicionaron en los puntos débiles
del Caribe español, y a partir de ellos expandieron su presencia en la
región (Stein y Stein 135). Esto explica la estancia de Dampier en las costas
campechanas.
Si bien su arribo fue con cortadores de palo de tinte, cabe mencio-
nar que Dampier se distinguía de sus compañeros, pues contaba con
cierta preparación: pudo realizar algunos estudios de latín y aritmética
(Gray xxii-xxiii). Esta puede ser la razón por la cual no congeniaba con
sus acompañantes, y, al parecer, era común que se separase de ellos, con el
fin de dedicarse más a sus cuadernos de notas. En ellos describió la
flora y la fauna de Campeche, así como el comportamiento, los usos y
las costumbres de los hombres que allí laboraban, como puede verse
a continuación:
Los cortadores de palo de tinte son por lo general hombres fuertes y robustos,
y cargarán pesos de 300 o 400 pesas, pero se deja a la elección de cada hombre
cargar lo que le place, y por lo común se ponen de acuerdo muy bien a ese res-
pecto, porque se conforman con trabajar muy duro. Pero cuando llegan los
barcos de Jamaica con ron y azúcar, son también muy proclives a malgastar
su tiempo y su dinero. (Dampier, Dos viajes 193)
Por otro lado, parece que a Dampier le interesaba más dirigirse a otros
territorios americanos de los cuales tenía referencia; especialmente, en el
Mar del Sur, por contar estos con riquezas importantes, como las flotas de
la plata peruana o el Galeón de Manila. Esto era porque conocía diversos
textos referentes a las colonias hispanoamericanas, lo que le permitía contar
con información relativamente precisa de los lugares a donde quería diri-
girse. Se sabe sobre las obras que consultó gracias a que en sus narraciones
las refiere; algunas de estas son la de Alexander Oliver Exquemelin: History
of the Buccaneers (Dampier, A New 5)4; la narración de Thomas Gage5 The
English American or a New Survery of the West Indies (Dampier, A New 154;
Ramírez 7-17); el diario de viaje de John Narborough6 An Account of Several
Late Voyages and Discoveries to the South and North (Bradley 266-272; Dam-
80 pier, A New 171) y los textos de Richard Hakluyt The Principal Navigations,
Voyages, Traffiques of these 1600 years7. Todas ellas influyeron en Dampier y
i
4 rEsta obra fue compilada por Exquemelin durante sus incursiones en América, las cuales se
iniciaron desde 1666. La obra cuenta con un apartado escrito por Basil Ringrose, compañero
de expedición y amigo de Dampier, y quien murió en costas novohispanas.
5 Inglés que, como dominico, pasó por Nueva España con el fin de dirigirse a Filipinas, pero
terminó en Guatemala. En 1637 desertó de la orden y regresó a Inglaterra, donde se convirtió
al protestantismo. Para 1648 publicó su obra, en la que da detalladas informaciones del mundo
hispanoamericano. Dampier menciona que sabía de la ciudad de León, en Guatemala, por el
texto de Gage, quien estuvo en esa zona.
6 Almirante inglés que en 1669 recibió la orden de explorar la América meridional tanto en
el Atlántico como en el Pacífico, por lo que cruzó el Estrecho de Magallanes, navegó por las
costas chilenas y regresó a Inglaterra en 1671. Paró en un puerto al que llamó Port Desire, en
las costas argentinas. A raíz de su viaje escribió un diario que se publicó en 1694.
i
ciones por el Pacífico.
r
8 Estas islas fueron descubiertas en 1574 por el español Juan Fernández, y desde fines del XVIII
sirvieron de parada a muchas embarcaciones no españolas que incursionaron en el Mar del Sur.
9 Las coronas inglesa y española estaban unidas en contra de la francesa, ante las políticas
tomadas por Luis XIV, quien en 1688 había ordenado la invasión del Palatinado.
i
Cabo de Hornos, para recalar en las islas Juan Fernández. Esta expedición
se acercó a las costas de Panamá, y allí se les unió la nave “Cygnet”, coman-
dada por el capitán Charles Swan, así como las comandadas por los capi-
tanes Townley, Harris y el francés Gronet. Estos bajeles intentaron atacar
la flota de la plata que viajaba de Lima a Panamá en 1685, pero sus esfuer-
zos resultaron infructuosos (Gray xxxii-xxxiii). Con esta perspectiva, fue
necesario decidir un nuevo destino, por lo que la expedición se separó y
únicamente dos naves optaron por dirigirse a costas novohispanas. En una
de ellas, la “Cygnet”, iba Dampier (Dampier, A New 157).
Sobre este punto vale la pena reiterar que uno de los objetivos per-
seguidos por Dampier era la captura del Galeón de Manila y, por tanto, se
comprende que se haya unido a la expedición que se dirigía a costas novo-
hispanas. De hecho, es posible apreciar en su obra el conocimiento que te-
nía de la nave y de su travesía, pues hace referencia al lugar donde Thomas
Cavendish logró capturarla (Dampier, A New 181; Schurtz 278). Por otro
lado, Dampier describe detalladamente la navegación de los galeones, los
tiempos en los que hacían viaje, los lugares donde paraban a reabastecer-
se y el tipo de cargamentos que llevaban. En su narración explica que los
galeones viajaban entre Manila y Acapulco una vez al año; que llegaban
a costas novohispanas en enero y debían partir de ellas en marzo; y que a
[La atalaya] Es un lugar cercano a la playa, ideado por los españoles para que
sus indios vigilen. Hay muchas de ellas en esta costa, algunas construidas desde
el suelo con madera; otras son sólo pequeñas jaulas colocadas en los árboles,
lo suficientemente grandes para que en ellas tengan cabida dos o tres hombres
sentados, provistas de una escalera para subir y bajar. En estas torres nunca falta
un indio o dos durante todo el día y los indios que viven cerca se encuentran
obligados a turnarse en ellas. (Dampier, Dos viajes 59)
When our Canoas came to this pleasant Valley [Banderas], they landed 37
Men, and marched into the Country seeking for some Houses. They had not
gone past three Mile before they were attackt by 150 Spaniards, Horses and 85
Foot […] In this action, the Foot were armed with Lances and Swords,
i
and were the greates number, never made any attack; the Horsemen had each
a brace of Pistols, and some short Guns. (Dampier, A New 180)
i
Imagen 1.
Perfiles de costa
desde Sonsonate
hasta Huatulco10
Fuente: Funnell,
A Voyage.
10 rAunque esta imagen es de un viaje posterior (es decir, el de la nave “Saint George”, comandada
por Dampier, que transitó por costas novohispanas entre 1703 y 1704), de todas formas es
útil para ejemplificar la relevancia que se daba a los perfiles de costa en las navegaciones, y, por
tanto, la necesidad de referirlos con detalle.
88
i
Imagen 2. Sobre este punto hay que hacer hincapié en la importancia que
Mapa de
la parte media Dampier le dio a los mapas, pues, a pesar de que los navegantes pudieran
de América contar con detalladas descripciones de los lugares por los que transita-
Fuente:
Dampier, A New.
ban, en realidad las imágenes serían muy útiles al momento de reconocer
los sitios referidos en los textos, por lo cual era necesario tratar de elabo-
rarlos con detalles precisos y señalando sus características físicas. Así lo
indicó él mismo:
I have here, as in the former Volumes, caused a Map to be Ingraven, with
a Prick’d Line, representing to the Eye the whole Tread of the Voyage at
one View; besides Draughts and Figures of particular Places, to make the
Descriptions I have given of them more intelligible and useful. (Dampier,
A Voyage “Preface”)
i
para la segunda mitad del siglo XVIII estarían en la búsqueda de regiones
donde asentarse para establecer navegaciones directas por el Pacífico.
Finalmente, para 1686 los ingleses se dirigieron al Poniente, y en
su travesía pasaron por Guam, Mindanao, las Visayas y Luzón, donde
esperaron el arribo del galeón, pero al no tener perspectivas sobre su lle-
gada regresaron a Londres por el Cabo de Buena Esperanza. Para 1697
se sabe que Dampier estaba en Inglaterra, pues fue entonces cuando se
publicó su obra A New Voyage Round the World, en la cual se mencionan
los lugares por los que transitó (Gray xvii)11 . Si bien esta obra es rica en
descripciones de los territorios americanos, cabe reiterar que parte de
la riqueza de la obra se debe a los mapas con los que cuenta, los cuales
muestran las zonas referidas a lo largo del texto, como lo indica el pro-
pio Dampier:
11 rLa obra de Dampier tuvo éxito, e inmediatamente fue reeditada; incluso, se le pidieron
más textos, y eso llevó a que en 1699 se publicara un suplemento que contenía los “Viajes
a Campeche” y “Discourse on the Trade Winds”, el cual recibió el nombre de Voyages and
Discoveries.
For the better apprehending the Course of the Voyage, and the Situation of
the Places mentioned in it, I have caused several Maps to be engraven, and
some particular Draught of my own Composture. (A New 4-5)
90
r De bucanero a oficial de mar
i
i
vesía se llevó a cabo durante la Guerra de Sucesión Española; esto es, que,
al ser enemigas esta corona y la inglesa, se autorizaba a las embarcaciones
británicas para hacer corso sobre asentamientos y embarcaciones hispa-
nas. Por tanto, Dampier tenía licencia para atacar puertos y naves en las co-
lonias americanas, y, de preferencia, al Galeón de Manila (Bradley 277-278).
A este navegante pronto se le unió la embarcación “Cinque Ports”, coman-
dada por el capitán Stradling; juntas cruzaron el Cabo de Hornos y llega-
ron a las islas Juan Fernández. Posteriormente, esos bajeles se separaron y
Dampier se dirigió a Guayaquil, de donde fue ahuyentado por barcos espa-
ñoles. La nave inglesa se dirigió al norte, transitó por las costas de Realejo y,
posteriormente, se trasladó a Zihuatanejo, lugar donde los ingleses vieron a
hombres a caballo e indios que les impedían que se acercaran a abastecerse
de agua, por lo cual les hicieron algunos disparos y, al parecer, la gente
hostil se dispersó. No obstante, prefirieron no arriesgarse en ese lugar sino
mejor viajar más al norte; al ver los montes de Motines se acercaron a tierra
y encontraron un río y varias tortugas, con las que pudieron reabastecerse.
12 rEste viaje no fue narrado por Dampier, pero se sabe de él gracias al diario de viaje elaborado
por uno de los tripulantes, William Funnell, cuyo texto fue publicado en 1707 y está referido en
la bibliografía de este trabajo.
tripulantes para conseguir bastimentos con el fin de viajar a las Indias ho-
landesas y, posteriormente, regresar a Inglaterra, lugar al que arribó en 1707
(Gerhard 204-207; Gray xxxvii-xxxix; Schurtz 282-283). Para su mala suerte,
la nave que se les había separado llegó antes que la de él, y uno de sus tri-
pulantes, William Funnell, había narrado el fallido intento de captura del
Galeón; esto afectó el prestigio de Dampier (Gray xxxix).
Pese a la mala fama que pudo ganarse al comandar de forma defi-
ciente las embarcaciones “Roebuck” y “Saint George”, lo cierto fue que su
tránsito por los lugares visitados, en especial los americanos, le permitió
obtener un gran conocimiento sobre ellos. En el caso de las costas novo-
hispanas, su experiencia sobre dichas zonas fue tan relevante que posterior-
mente fue usada en otras expediciones.
i
navegante que conocía con detalle los litorales americanos, pues había
transitado por ellos en dos ocasiones (Bradley 281-282; Gerhard 209-210;
Rogers 6; Spate, Monopolists 278-283).
De esta travesía Rogers también hizo un diario de navegación,
el cual fue publicado y llevó por título Cruising Voyage Round the World,
y entre cuyos objetivos estaban dar a conocer diversas bahías y señales
del Pacífico que pudieran compilarse en una gran obra, y que sirviera a los
pilotos en el tráfico por este océano; es decir, más o menos los mismos
objetivos de Dampier. El diario de Rogers fue publicado en 1712 y en él
se incluyó un mapa en el que se señalaron los lugares por los que transitó
la expedición y que, en gran medida, se basó en el del propio Dampier,
pues iba siguiendo sus instrucciones (Rogers, Cruising Voyage).
Las naves a cargo de Rogers, “Duke” y “Dutchess” salieron de Bristol
en agosto de 1708. En enero del siguiente año doblaron el Cabo de Hornos
y en mayo llegaron a las islas Juan Fernández. Luego de atacar varias naves,
en abril de 1709 tomaron Guayaquil y no liberaron la plaza hasta cuando
no recibieron un rescate de treinta mil pesos. Posteriormente, se dirigieron
a las costas novohispanas, y para octubre arribaron a las islas Marías, a las
cuales llegaron debido a que, según indicó Dampier, en ellas se podrían
94
i
Imagen 4.
Extracto de conseguir bastimentos; esto fue verdad: cuando los ingleses arribaron al
“Un mapa
del Mundo” pequeño archipiélago obtuvieron agua y tortugas. En su diario de viaje
Fuente: Rogers Rogers describió estas islas y señaló los lugares donde hicieron aguada,
consiguieron madera y el tipo de aves o de animales terrestres que consu-
mieron, entre otros temas, lo cual deja ver la importancia de la descripción
en este tipo de travesías, así como la relevancia de ubicar lugares donde
pudieran conseguirse bastimentos (Rogers 266-269 y 275).
Los ingleses tuvieron una junta en la que se discutió el destino a
seguir, y en ella se acordó dirigirse a Cabo San Lucas, lugar sugerido
i
Mientras los ingleses consideraban la posibilidad de alejarse de Ca-
lifornia y dirigirse a Guam o a Brasil, para abastecerse antes de su regreso
a Inglaterra, el 22 de diciembre divisaron su codiciada presa. Se trataba de
la nave “Nuestra Señora de la Encarnación”, de cuatrocientas toneladas, la
cual iba armada con veinte cañones y veinte pedreros13, contaba con 193
hombres a bordo e iba comandada por el capitán Jean Presberty, antiguo
miembro de la factoría francesa de Cantón y hombre poco experimentado
en las navegaciones. Los ingleses persiguieron el galeón y lograron captu-
rarlo. Los detenidos pronto informaron que se aproximaba otra embarca-
ción, la “Nuestra Señora de Begoña”, de novecientas toneladas. Esta nave,
sin embargo, estaba mejor pertrechada para la defensa, e iba comandada
por un experimentado navegante: Fernando de Angulo. Durante el ataque
dicho galeón, incluso, logró provocar daños a las naves inglesas, por lo cual
estas tuvieron que dejarlo ir. Así lo describió Rogers:
13
rEl pedrero, según el Diccionario de autoridades, era una pieza de artillería que servía para com-
batir en el mar contra los navíos y las galeras, y, en tierra firme, para defenderse de los asaltos
enemigos; arrojaba balas de piedra o una gran cantidad de balas menudas, con lo cual se
gastaba menos pólvora que con las piezas artilleras de los otros géneros.
The Enemy was a brave lofty new Ship, the Admiral of Manila, ando this the
first Voyage she had made; she was call’d the Bigonia, of about 900 Tuns, and
could carry 60 Guns, about 40 of wich were mounted, with as many Pate-
reroes, all Brass; her Complement of Men on board, as we were inform’d,
was above 450, besides Passengers. They added, that of the Men on board
this great Ship were Europeans, several of whom had been formerly Pirates,
and having now got all their Wealth aboard, were resolved to defend it to the
last. (Rogers 302)
r Comentarios finales
William Dampier fue un personaje excepcional, que, si bien participó en
campañas de bucaneros, en realidad distaba de ser uno de ellos; sin embar-
go, su presencia en expediciones le permitió conocer y describir muchas
zonas en las que los ingleses tenían prohibido el tránsito, como las co-
lonias hispanoamericanas. Sus experiencias le dieron la oportunidad de
elaborar detallados diarios de viaje que contenían tanto descripciones
de los litorales americanos como mapas que posteriormente fueron to-
mados como referencia en otras navegaciones. Como se ha dicho, el hecho
i
encargar a oficiales de mar que participaran en ellas, como fue el caso de
Rogers y del propio Dampier.
rBibliografía
F uentes primarias de archivo
98
a. Manuscritos
i
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i
101
R esumen
r
El 8 de mayo de 1813 se celebró la jura de la Constitución de Cádiz en San Luis Potosí.
La ceremonia contempló la colocación de un tablado complementado con una serie
de figuras alegóricas cuya base simbólica y formal subyace en la obra Iconología, de
Cesare Ripa. Por medio de un discurso simbólico y ceremonial barroco, el ayun-
tamiento pretendió aleccionar al pueblo potosino no solo respecto a la observación
de las leyes recién promulgadas, sino, más importante aún, revitalizar la imagen del
rey como figura preeminente en el panorama monárquico español. Frente al le-
vantamiento insurgente en Nueva España, la ceremonia fue ocasión, también, para
recordarle al pueblo que la monarquía hispánica no dudaría en usar las armas contra
sus agresores.
Palabras clave: Constitución de Cádiz, juramento, San Luis Potosí, Iconología, Cesare
Ripa, siglo XIX.
A bstract
r
May 8th 1813, the Cadiz Constitution was sworn in the city of San Luis Potosi. The
ceremony included the placing of a tableau, which was complemented by a series of
allegorical figures whose symbolism and form are found in Cesare Ripa’s “Iconología”.
Using a symbolic language and baroque ceremonial, the “Ayuntamiento” or City Hall
tried to teach the Potosino people not only about the observance of the new laws, but
much more important, to bring new life to the Spanish monarch as the main figurehead
of the Spanish monarchic system. With the insurgent or independence movement
rising in the New Spain, the ceremony was also an occasion to remind the people that
the Spanish crown would not hesitate to use arms against its aggressors.
Key words: Cádiz Constitution, swore, San Luis Potosí, Iconología, Cesare Ripa, 19th century.
i
fica de la que se echó mano para la representación de las imágenes alegóri-
cas que complementaban esta ceremonia? ¿Cuál es el discurso que subyace
en la fiesta descrita? Son preguntas que nos hemos planteado, y que tra-
taremos de responder a la luz de la interpretación de los documentos que
comentan estos festejos.
Se debe partir del hecho de que la constitución de 1812 fue el resul-
tado del trabajo emprendido en las Cortes de Cádiz entre 1810 y 1814, en
el que se discutió el devenir de la entidad política conformada por la mo-
narquía hispánica (es decir, españoles peninsulares y americanos); sobre
todo, respecto a la situación imperante en España tras la sacudida que esta
sufrió a partir de 1808, a raíz de la invasión napoleónica (Breña 119; Fe-
rrer 161). Lo importante de estas cortes fue que en ellas se sumaron tanto
intereses monárquicos como liberales, y todos ellos se conformaron en
1 rEn palabras del teniente letrado, don José Ruiz de Aguirre, esta fiesta “ha sido la más célebre
que se ha visto en ella [la ciudad]”. En el anexo 1 se incluye la transcripción completa del
documento (aheslp, I 1813-1814, caja 51, exp. 4).
2 r
Fue justamente en Cádiz donde el vocablo “liberal” empezó a ser empleado como término
político a mediados de 1810 (Breña 126).
3 En las actas de cabildo de 1812, del fondo Ayuntamiento del aheslp, no se menciona nada
sobre la organización de estos festejos. Desafortunadamente no existen en dicho fondo
las actas correspondientes a 1813, las cuales podrían habernos esclarecido muchas interro-
gantes, como quiénes fueron los encargados directos del festejo, así como los ejecutores
materiales de las obras dispuestas.
i
virrey —sobre todo si se considera que el mismo bando real que ordenaba
la jura especificaba la privación de los cargos y los oficios reales en caso
de incumplimiento o tardanza—. Eso nos remite, también, a la costum-
bre barroca de querer “maravillar con el relato de lo sucedido” (Bonet
52)4. La narración se convierte así en una suerte de continuación del acto
mismo y, por consiguiente, en una confirmación de lo allí representado;
en este caso, confirmación de la fidelidad del pueblo potosino hacia la
constitución y, de forma tácita, al rey. El recuento de los acontecimientos
acaecidos entre el 8 y el 9 de mayo de 1813 comienza haciendo énfasis
en el patriotismo del pueblo potosino, empleando para ello el exceso
de elogios —en un recurso literario muy barroco— en torno al júbilo
causado por una función que habría “llenado de felicidad los corazones
4 rExisten dos versiones de la relación en San Luis Potosí: una en el fondo de Alcaldía Mayor,
y otra en el de Intendencia del aheslp; ambas se complementan, pues contienen datos que
enriquecen tanto una como otra versión. Para la descripción del tablado usaremos, prin-
cipalmente, la que existe en el fondo de Intendencia. Existe una tercera versión en el Archivo
General de la Nación, en el fondo de Historia, aunque es el original de la copia existente
en el fondo de Intendencia del aheslp.
5 r
Esta obra apareció por primera vez en Roma en 1593, aunque contó con ilustraciones solo
hasta la edición de 1603 (Esteban 413) y se convirtió de inmediato en uno de los tratados
de emblemas más influyentes de su tiempo. Interesa aquí rescatar su uso en el siglo XIX para
las celebraciones de la jura en San Luis Potosí.
107
i
Figura 1.
“Alegoría
de Europa”.
Cesare Ripa
(Siena, 1613)
Fuente: Ripa,
Iconología.
108
i
Figura 2.
“Alegoría de Europa
y América” (1660)
Fuente: Cuadriello,
ed. Juegos.
Figura 3.
“Alegoría de América”.
Cesare Ripa (Siena, 1613)
Fuente: Ripa, Iconología.
i
fueron veinte varas de longitud por doce de altura; es decir, 16,76 x 10,05
metros (aheslp, AM 1813, doc. 6, f. 1 r.)6. Comparado con la obra de las ca-
sas consistoriales que se estaba realizando en 1813, el tablado ocupaba poco
menos de un tercio de la longitud del edificio y rebasaba la altura del primer
cuerpo de este; se trataba, en consecuencia, de un monumento triunfal
bastante considerable. El tablado semejaba un templo de estilo corintio, con
cinco arcos en el frontispicio y dos más en los costados. Tenía, entonces,
unas ocho varas de ancho (6,70 metros), de acuerdo con la proporción es-
tablecida a partir de la descripción del frontispicio del tablado.
Considerando que las casas consistoriales no estaban concluidas, la
construcción efímera que representaba el fastuoso tablado adquiría mayor
importancia, y se ajustaba más a la dignidad de la ceremonia. Era la teatrali-
dad del barroco de los siglos XVII y XVIII, que continuó en la ciudad durante
el siglo XIX, como se constatará a la luz de los elementos complementarios
6 rEscapan también de la historia los nombres de los encargados de los preparativos, aunque
entre ellos debieron de estar don José Ruiz de Aguirre, al ser este quien dio cuenta de la
festividad, y don Ignacio Salgado, a quien se menciona como encargado de la construcción
de las esculturas de alabastro.
que describiremos. En las pilastras que sustentaban el arco central “se pin-
taron al natural los dioses de la Guerra y la Ciencia, y en sus bases se inscri-
bieron los correspondientes sonetos alusivos, colocándose en la clave de
este mismo arco un tarjetón con otro soneto”. Conforme a esto, conclui-
mos que se trataba de las representaciones de los dioses Marte y Minerva,
respectivamente; ambos, con panoplia. Y aunque, desafortunadamente,
no tenemos noticia del contenido de los sonetos, podemos inferir que para
el caso de Minerva pudo usarse el célebre verso de Horacio: “Tu nihil invita
dices faciesque Minerva”7, el mismo que Ripa menciona cuando se refiere a
la alegoría de la Academia y hace relación de esta con la figura de Minerva,
al representar dicha diosa a la sabiduría y la ciencia (Ripa, Iconología 1: 6).
Una frase que, por otro lado, se circunscribe en el tenor del tablado, en el
110 que las leyes escritas establecían lo que se debía hacer; por tanto, estar fuera
de ellas significaba contravenir la Constitución y al rey. Así, la frase se
i
7 r
“Tú nada dirás y harás si no lo quiere Minerva”. Se tomó aquí la traducción de la versión
castellana de la Iconología, de Ripa, publicada por Akal en 1987.
i
de los insurgentes.
8 r
El texto en latín que formó parte del libro que coronó este tablado, y sobre el cual volveremos
más adelante, mencionaba, precisamente, la importancia de considerar la Constitución como
una guía para gobernarse y vivir rectamente; es decir, vivir sabiamente, sin trasgredir el orden.
Además, la alegoría de la sabiduría había sido empleada a menudo en la arquitectura efímera
destinada a los monarcas españoles, como en el caso de las exequias de Felipe IV (Mínguez,
“Arte efímero” 94).
i
Minerva, y en la cual se había representado la “autoridad” por medio del
escudo de armas de la monarquía española, sustentado por dos mun-
dos que representaban Europa y América, y sobre los cuales se había
antepuesto un libro abierto con el siguiente texto: “Compendium hic ha-
bes legum cunctarum edictum quae regendi docent modumque recte vivendi”.
En la traducción libre que hemos hecho tal enunciado reza lo siguien-
te: “Aquí tienes un compendio de todas las leyes que te enseñan a go-
bernarte y vivir rectamente”. El libro estaba apoyado, a su vez, sobre los
escudos de armas de España y de América (Nueva España). La com-
posición nos hace recordar el frontispicio de la tesis de don Francisco
Antonio Ortiz dedicada al mecenas, el duque de Albuquerque, en 1660
(fig. 2). El libro y su texto simbolizaban la Constitución, la cual enseña-
ba a “gobernarse y vivir rectamente”, y que aplicaba tanto para España
como para sus territorios de ultramar, tal y como había sido enunciado
durante la presentación impresa de la Constitución, la que, según se ex-
plicaba, había sido hecha para “el buen gobierno y recta administración
del Estado”. Es decir, la rectitud del gobierno y la del pueblo se basaban
en el respeto a las leyes y al monarca. De esta forma la sabiduría de las
leyes, como única forma legítima de convivencia, se extrapolaba a la
sabiduría del monarca.
9 r
Europa como representación de España, ya que para el momento de la Constitución de
Cádiz, en su artículo I, se reconocían como propiedades de España en Europa únicamen-
te aquellas pertenecientes a la península y sus islas
i
tución gaditana era prueba de ello—; es decir, ser constante y fiel a la mo-
narquía española, aun a pesar de la invasión napoleónica y del recién acae-
cido alzamiento insurgente. En consecuencia, la imagen de la Constancia
no representaba en sí misma la búsqueda de que la población asumiera una
actitud iterativa respecto a las leyes, sino, más bien, un proceso de toma de
conciencia sobre la necesidad de observar las leyes y respetarlas, leyes que
estaban encarnadas en la Constitución y que se fundamentaban en un pa-
sado común entre España y América.
En la segunda imagen estaba figurado un varón de aspecto grave, co-
ronado de laurel y palma; en una mano portaba una lanza, y en la otra, un
escudo en el que se pintaron los dos templos de Marcelo. Aunque señalada
en la misiva que se envió a Calleja, como representando al Respeto, esta
imagen está tomada, en realidad, de la alegoría del Honor de la obra de
Ripa, y en la que se prefigura a “un hombre de aspecto venerable, coronado
de palma, con un collar de oro al cuello, y otros brazaletes también de oro,
que con la diestra sostendrá una lanza y con la siniestra un escudo, sobre
el que han de aparecer pintados dos templos”; sobre el escudo tendría es-
crita la frase “Hic terminus haeret” (“Este límite está fijo”), haciendo alusión
a los templos de Marcelo (Iconología 1: 345). La explicación que da Ripa
de esta alegoría encaja perfectamente en el discurso que se buscaba dar
i
tre España y América, que, en la práctica, era ficticia. Antes al contrario, más
bien parece existir una postura cercana al “servilismo”, adjetivo empleado
por los propios actores de las Cortes de Cádiz para denominar una de las
facciones que encabezaban este intento de cambio (Breña 122)11. Es de-
cir, estaríamos ante la demostración de un ayuntamiento y una ciudad cu-
yos principales se manifestaban, eminentemente, como de filiación realista
y de un conservadurismo absoluto. Si bien es cierto que los cambios se
aceptaban y esperaban como benéficos, aquellos también se mostraban
afectos a una cierta inamovilidad, y la figura regente seguía conservando
la mayor de las importancias12. La esencia liberal de los estatutos gaditanos
fue omitida por el ayuntamiento potosino por la forma como su jura fue
celebrada, lo cual significa que, al menos en San Luis Potosí, quedaba claro
cómo la balanza se había inclinado del lado de la figura del rey antes que
11
12
rLa que buscaba la preeminencia de la figura del rey. La otra facción era, lógicamente, la liberal.
Eso al no poder hablar, por supuesto, del pueblo en general, si bien la abulia que, a nuestro
parecer, mostró en el movimiento insurgente de 1810, más que a un sentimiento prorrealista, la
consideramos ligada a la amarga experiencia que sufrió en 1767, con el sofocamiento de
los tumultos que ejecutó con mano militar José de Gálvez.
13 r
Al decir de Antonio Bonet Correa, en el siglo XVIII se pierde lo mitológico por lo histórico,
y lo emblemático por la alegoría racional (61).
i
concluido el Supremo Consejo de Regencia, y se pasó, posteriormente,
a “lanzar reales a la multitud allí reunida” (el estipendio y la distracción de
los que hablábamos), teniendo como fondo del acto la salva de artillería
(parte de la plaza estaba ocupada por tropas de caballería y de infantería)
y el repique de campanas. La expresión al final del relato de que en los fes-
tejos “no se notó el más mínimo desorden” (aheslp, I 1813-1814, exp. 4, f.
2 v.), y la presencia de las fuerzas armadas, amén de la temática militar que
(como lo hemos observado) contenía el tablado, refuerzan la idea de
que esta manifestación de júbilo fue, al mismo tiempo, una forma de con-
servación del orden, una suerte de represión con un discurso claramente
dirigido a un pueblo que había mostrado ya varias veces el desacato hacia
la autoridad. No puede pasarse por alto que las demostraciones de poder
siempre acaban recurriendo, también, a una demostración del “poderío”
(Balandier 117); de esta forma el orden que representaba la constitución
gaditana hubo de mostrarse así mismo en la celebración, mediante los apa-
ratos de control.
La caída de la noche no fue motivo para abandonar la fiesta. El tablado
fue iluminado en su interior por más de trescientas luces dispuestas en
tres candiles de plata y veinte faroles, así como por cincuenta hachas, las
cuales iluminaban tanto el barandal que circundaba el tablado como la
balaustrada que lo coronaba; todo esto engalanado por una orquesta que en-
tonaba “himnos, odas y canciones patrióticas de moderna y exquisita com-
posición”. De esta forma, la arquitectura efímera, en la “noche hecha día”
(por las luminarias), adquiría una super realidad metafísica y lírica, de ca-
racterísticas barrocas por este juego de luces y sombras (Bonet 73). No
podemos pasar por alto la experiencia sonora, parte indiscutible de todo
acto festivo; sobre todo, en lo referente a innovación, ya que se mencionan
composiciones modernas y patrióticas. Cabe recordar que fue a través de
estas fiestas como se introdujo cierta variedad y novedad en cuestiones ar-
tísticas (Bonet 59). Sería muy importante para la historia de la música local
que se pudiese recuperar esa parte de la creación artística a través de las
partituras, hoy perdidas.
120 De interés político resulta el juramento tomado al intendente en
i
i
enunciado donde va implícito el “a diferencia del intendente que hubo de
quedarse en su casa durante la jura” (aheslp, I 1813-1814, exp. 4, f. 2 v.). Aho-
ra bien, en la carta existente en el fondo de Ayuntamiento, que está dirigida
al Cabildo, no se menciona tal detalle. Esta alusión era, sin duda, una clara
crítica del teniente letrado al intendente y su enfermedad, frente a Calleja.
Esto también había ocurrido en mayo de 1811, cuando este último (en su
papel de brigadier) y el teniente letrado Ruiz de Aguirre solicitaron al virrey
Venegas que sustituyera de su cargo de intendente a don Manuel Jacinto
de Acevedo, pues su enfermedad no le permitía lidiar con los insurgentes
(Irisarri 59). Aun las fiestas eran ocasión para dejar al descubierto las dife-
rencias entre el Ayuntamiento y la Intendencia.
Los festejos debieron de concluir con una misa, en la cual, previa-
mente al ofertorio, se leyó de nueva cuenta toda la Constitución, a lo que
le siguió el exhorto del cura párroco de seguirla y respetarla, así como res-
petar al rey. Al dar su respaldo la autoridad religiosa, quedaba completo y
legitimado el mensaje de poder implícito en la jura de la Constitución, co-
menzado por la autoridad civil a través del ceremonial y la escenificación
del acto que hemos comentado. Se confirmaba aquello de que era dog-
ma de la Iglesia la obligación de fidelidad, obediencia y respeto que deben
los vasallos a los soberanos, lo cual había sido señalado en un sermón de
i
bien de manera parcial, el manejo del discurso bélico implícito en la jura de
la Constitución en la ciudad. Pero, ¿quiénes se consideraban a sí mismos
baluarte de la ciudad? Sin duda, el tablado y el despliegue festivo eran, al
mismo tiempo, una fórmula de congratulación con el virrey, la cual expre-
saba la postura del grupo en el poder; no así la del pueblo llano, al cual se
le estaba mandando un mensaje de sometimiento ante el poder virreinal.
Además de una filiación realista, lo que parecía haber era una clara
simpatía de parte del grupo que detentaba el poder en la ciudad hacia la fi-
gura de Calleja, quien desde el 4 de marzo de 1813 ostentaba el cargo de vi-
rrey de Nueva España. De esta forma, tanto el afecto hacia la persona como
los intereses despertados por la élite y el gobierno potosino en torno a un
virrey que les resultaba familiar, bien podrían justificar en un primer plano
el derroche mostrado a lo largo de la festividad, y también la profusión de
detalles con que fue descrita la celebración, a diferencia de las austeras no-
tas que al respecto se enviaron desde otros lugares14. La certificación del
14 rPor ejemplo, desde Guadalajara se envió razón de que se habían dispuesto cuatro tablados
en diferentes lugares de la ciudad, mas no tenemos noticia sobre qué contenía cada uno de
estos (AGN, H 403, f. 1 r. y v.).
i
forma, el gran tratado de iconografía del barroco seguía encontrando, por
su eficacia, cabida en el imaginario académico e ilustrado de principios del
siglo XIX, y, con ello, el recurso simbólico pervivía (Mínguez, “El rey” 41).
El empleo de la alegoría y su mensaje cifrado se manifestaban en la ciudad
de San Luis Potosí como continuidad de la tradición barroca del uso de
la imagen en su calidad de medio de significación cultural con funciones
comunicativas y de persuasión, que superaba las decorativas o afirmativas
de la construcción verbal (Krieger 17) y se constituía, además, en un claro
mensaje aleccionador del poder político de turno. Era la muestra clara de
la intelectualización del arte con fines políticos y de manipulación, de clara
raigambre barroca.
iba muy de acuerdo con el orgullo español (Bonet 52). Así mismo, la rela-
ción nos permite comprobar que el protocolo empleado para la jura cons-
titucional seguía siendo el mismo que para una jura real, y partiendo del
hecho de que la dignidad y la majestad de los reyes de España no permitía
con facilidad las novedades (Martínez 171), se entiende que el ceremonial
no sea sino la continuación de un formulismo llevado a su máxima expre-
sión durante los siglos precedentes, y que se repetía ahora en una ceremo-
nia del siglo XIX. Se trataba tan solo de una transposición de procedimien-
tos, empleados ahora en una festividad que tenía, en la forma, un objetivo
constitucional, pero en el fondo mantenía su adhesión inamovible al rey.
Esto mismo habría de suceder con los festejos que años después se lleva-
ron a cabo en San Luis Potosí, durante los cuales se conservaron aspec-
tos protocolarios y formales que provenían del inmediato pasado virreinal,
como en el caso de la jura a Iturbide, el 29 de septiembre de 1822, durante la
cual la ciudad preparó, además de toda la parafernalia correspondiente,
la instalación de un tablado, a la usanza de las juras de los reyes españoles; o
15 r
Actualmente preparamos un trabajo sobre este plano y sobre la historia de los festejos y el
tablado referido. Podemos adelantar tan solo que las alegorías representadas en este forman
parte del repertorio iconográfico descrito también por Cesare Ripa.
i
después de la jura en la ciudad, el rey volvía al viejo régimen absolutista.
La ceremonia, bajo la máscara de jurar la Constitución, había mani-
festado de nueva cuenta, con un aparato y un ceremonial barrocos, el po-
der de la monarquía, y, principalmente, el de su rey; de sus leyes, sí, pero las
leyes del monarca, así como del poder de sus armas.
rBibliografía
F uentes primarias
a. Archivos
Archivo General de la Nación de México (AGN).
Historia (H) 403.
16 rAl propio Calleja le dedicaron un elogio en el que se le prefiguraba como “el ángel tutelar de
los buenos vasallos de Fernando VII” (Ferrer 166).
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---. Iconologia di Cesare Ripa Perugino […]. Appresso gli Heredi di Matteo Florimi, 1613. Con
licenza de’ Superiori. Ad instanza di Bartolomeo Ruoti libraio in Fiorenza. Florencia,
1613. Impreso.
---. Iconologia: or, Moral Emblems, by Caesar Ripa. Wherein is Express’d, varios Images […]
128 By the Care and at the Charge of P. Tempest. Londres: Benj. Motte, 1709. Impreso.
i
B ibliografía secundaria
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130 Ruiz Medrano, Juan Carlos. Fiestas y procesiones en el mundo colonial novohispano. Los
conflictos de preeminencia y una sátira carnavalesca del siglo XVIII. San Luis Potosí:
i
Excelentísimo Señor
Entre cuantos testimonios tiene dados esta Capital y su Provincia de su
patriotismo y obediencia a nuestra Nación, ninguno es más recomendable
que el que acaba de dar en la solemne función del juramento de la Consti-
tución Política de la Monarquía Española, pues desde que se tuvo noticia
de su contenido, todos los habitantes sin excepción anhelaban porque
se acercara la hora de su vista y promulgación. Llegó por fin este día tan
plausible y deseado, día ciertamente digno de remitirse a la posteridad, por-
que el corazón más triste y melancólico se hubiera convertido en un
mar de júbilo y alegría con haber presenciado los semblantes y demostra-
ciones de estos referidos habitantes.
Luego que se dieron los primeros pasos con arreglo a lo dispuesto
por esa superioridad, mandó convocar el señor Intendente a este Ilustre
Ayuntamiento, el cual comunicó a cuatro de sus individuos para que dis-
pusieren lo más conveniente a fin de solemnizar del mejor modo tan glo-
rioso acto, para el cual habiéndose asignado el día ocho del corriente, se eri-
gieron antes dos primorosas estatuas de alabastro que se hicieron traer de
más de cien leguas de distancia trabajadas perfectamente por dirección
de don Ignacio Salgado, Mayordomo Fiel de Alhóndiga de esta ciudad, las
que presentaban al público a la Europa y América, tenidas estrechamente
y colocadas en uno de los extremos de las Casas Consistoriales, sostenían
una lápida en que se hallaba esculpida esta inscripción: Plaza de la Cons-
titución. Al otro extremo se erigió un magnífico tablado que representaba
un salón de veinte varas de longitud y doce de altura en su fachada exterior,
sobre el orden corintio, distribuidos en su frente cinco arcos y dos en cada
uno de los costados sobre sus correspondientes pilastras. En las dos de és-
tas que sostenían el arco de en medio se pintaron al natural los dioses de
la Guerra y la Ciencia, y en sus bases se inscribieron los correspondientes
i
salva de artillería y un refresco abundante y magnífico que se sirvió con
esmero a toda la comitiva.
El siguiente día, domingo nueve, como a las siete de la mañana,
pasó el mismo teniente letrado acompañado de varios sujetos de dis-
tinción a la morada del mencionado señor Intendente a recibirle el ju-
ramento cuyo acto concluido regresándose al tablado donde se hallaba
este Ayuntamiento acompañado de todos los cuerpos indicados, fueron
presentando públicamente el juramento sobre el libro de los Santos Evan-
gelios y delante de una imagen de Cristo Crucificado, finalizando este
acto como el día anterior, con repique general y salva de artillería, que se
repitió en la solemne función de Iglesia, donde estaba patente el Diviní-
simo Señor Sacramentado.
El señor cura, licenciado don José Anastacio Sámano, a pesar de su
quebrantada salud, celebró el Santo Sacrificio de la misa, e hizo una elo-
cuente y análoga exhortación al pueblo, y habiéndose leído antes del oferto-
rio en el púlpito toda la Constitución, concluida la misa se recibió al pueblo
y al clero el correspondiente juramento, después de lo cual entonándose
solemnemente el Te Deum, pasó toda la comitiva a las Casas Consistoria-
les donde de nuevo se sirvió un exquisito refresco sin exceptuarse a persona
R esumen
r
El artículo aborda el proceso inquisitorial seguido a Francisco Maldonado de Silva
por el Tribunal de la Inquisición de Lima, entre 1626 y 1639, bajo el cargo de ser here-
je judío, y con la perspectiva de lo que Homi Bhabha denominó “una analítica de la
ambivalencia”, para estudiar los mecanismos discursivos que producen la ambigüe-
dad y la inestabilidad de la verdad del inquisidor. El poder inquisitorial construye
su autoridad discursivamente articulando ciertas formas de diferencia cultural y
racial a partir del concepto de herejía. Su principal estrategia es la ambivalencia: la
afirmación-negación de la diferencia que la funda. Los mecanismos de resisten-
cia de Francisco Maldonado evidencian que esta escisión productiva en el ejercicio
del poder inquisitorial constituye una amenaza para la autoridad de este poder y des-
estabiliza su verdad.
P alabras clave:Inquisición, Virreinato del Perú, Francisco Maldonado, Chile,
siglo XVII.
A bstract
r
This article examines the inquisitorial trial, 1626-1639, against Francisco Maldonado de
Silva accused by the Tribunal de la Inquisición de Lima of being a Jewish heretic, from
the perspective of what Homi Bhabha calls “an analysis of ambivalence” to study the
discursive mechanisms that produce ambiguity and the instability of the truth of the
inquisitor. The inquisitorial power constructs its authority through discourse, articula-
ting certain forms of cultural and racial difference starting with the concept of heretic. Its
principal strategy is the ambivalence: the affirmation-denial of the founding difference.
The mechanisms of resistance of Francisco Maldonado are evidence of this pro-
ductive split in the exercise of inquisitorial power that constitutes a threat to its autho-
rity and destabilizes its truth.
Key words: Inquisition, Virreinato del Perú, Francisco Maldonado, Chile, 17th century.
1 r
Francisco Maldonado de Silva (1592-1639) nació en San Miguel de Tucumán. Era hijo del ci-
rujano portugués Diego Núñez de Silva, converso, y de Aldonza Maldonado, “cristiana vieja”.
Cuando Francisco tenía nueve años su padre fue arrestado por la Inquisición, acusado de ju-
daizar, procesado por el Tribunal de Lima y reconciliado en 1605. A los dieciocho años Fran-
cisco se trasladó al Callao en busca de su padre, y obtuvo en la Universidad de San Marcos
de Lima los títulos de bachiller y de cirujano. Posteriormente se trasladó a Santiago de Chile,
y en 1619 fue nombrado cirujano mayor en el Hospital San Juan de Dios. Se casó en 1622 con
Isabel de Otañez, cristiana vieja, y se radicó en la sureña ciudad de Concepción, donde fue
arrestado por judaizante en 1627, a raíz de la denuncia de una de sus hermanas. Véase una aca-
bada investigación sobre la vida y el proceso a Francisco Maldonado de Silva en la obra del
historiador Günter Böhm Historia de los judíos en Chile, Volumen I. Período colonial. El bachiller
Francisco Maldonado de Silva, 1592-1639 (1984). Puede consultarse también una obra anterior
de Böhm, en la que recoge casi íntegramente el proceso de Francisco: Nuevos antecedentes para
una historia de los judíos en el Chile colonial (1963). La historia de Francisco Maldonado ha sido
también materia literaria de las novelas Camisa limpia (1989), del escritor chileno Guillermo
Blanco, y La gesta del marrano (1991), del escritor argentino Marcos Aguinis.
i
a las que se tratará de reducir por medio de una serie de prácticas de
vigilancia y apropiación. Su autoridad, sin embargo, depende de la pre-
sencia y de la repetición constante de esas diferencias. De tal modo, la
principal estrategia del discurso del poder inquisitorial es la ambivalen-
cia en la afirmación-negación de la diferencia que la funda. Esta escisión
productiva en el ejercicio de su poder constituye, a su vez, una amena-
za para su autoridad, que se pretende otorgada por Dios, y, por tanto,
categórica y universal.
Remitiéndonos exclusivamente a la Inquisición americana, que se
atiene estrictamente, en todo caso, al modelo de la Inquisición española
de la que forma parte, observamos que la Real Cédula de creación del San-
to Oficio en Indias (México y Perú) define la misión de este tribunal en
relación con una oposición básica y el trazado de una diferencia. La opo-
sición se expresa en términos de fe: verdad/error; nuestra santa fe/doctri-
nas falsas y sospechosas, dañadas creencias, falsas opiniones; la santa fe y
religión católica/herética pravedad y apostasía. De aquí surge la diferencia
entre los fieles y devotos cristianos católicos y “los que están fuera de la
obediencia y devoción de la Santa Iglesia católica romana”. La dimensión
política de esta diferencia emana de la definición del rey español como
el “celador de la honra de Dios”, y de España como la nación elegida para
2 r
La Inquisición española se creó en 1480 con el objetivo de combatir la herejía y fortalecer
la identidad religiosa, social y política de España, de modo que, más allá del objetivo
religioso, constituyó al mismo tiempo un importante instrumento político y de control social
(Bennassar). Ambos objetivos, el religioso y el político, se unieron también en el caso de la
Inquisición americana (Ramos). El Tribunal de la Inquisición fue creado en México y Perú en
1569 por la Real Cédula de Felipe II, y no solo a petición de diversos funcionarios eclesiásticos
y civiles que aducían razones de crisis religiosa y moral, sino, también, por una necesidad de
la Corona de controlar la hostilidad política y la penetración ideológica derivadas de la agudi-
zación del conflicto religioso en Europa. Particularmente en el caso de Perú, el Santo Oficio
se estableció como uno de los mecanismos adecuados para fortalecer la autoridad del Estado
frente a la situación de inestabilidad política existente durante la década de 1560 (Guibovich 34).
3 Es necesario precisar que, como aparato del poder colonial español, la Inquisición no ejercía
jurisdicción sobre la población indígena, sino solamente sobre la feligresía católica; princi-
palmente los “cristianos viejos” y los criollos. Vigilaba también a los conversos y no católicos
que pasaban clandestinamente a las colonias españolas americanas y que podían desafiar el
dogma católico o la autoridad de la Iglesia romana, tales como protestantes, judíos y musul-
manes. No obstante, aunque se trataba de una institución eclesiástica, la Inquisición actuaba
i
elegida ni inventada por los hombres; en consecuencia, al ser revelación
divina es la única fe verdadera, universal y católica. Toda otra fe o doctrina
es elección privada e invención que se aparta de la verdad, y, por tanto, ra-
dicalmente errónea. En rigor, el concepto de hereje se aplica a quienes ya
pertenecen a la Iglesia por el bautismo. Así, Juan de Torquemada y otros
precisan que la herejía es una opinión o dogma falsos sostenidos por quie-
nes profesan la fe cristiana, y que al hacerlo, ellos mismos eligen separarse
de la Iglesia en virtud de esta opción (Jiménez 202).
El discurso inquisitorial se construye, pues, sobre la base del concep-
to de herejía, de acuerdo con el cual se afirma la verdad como fuente de su
autoridad, y esta verdad se representa como existente previamente, como
evidente por sí misma, y no como construida o definida por este mis-
mo discurso. Los planteamientos del inquisidor se basan en la afirmación
r
en representación del rey y trabajaba coordinadamente con la autoridad civil, y sus prácticas
de control afectaban a todo el cuerpo social y contribuían a la homogeneización religiosa y
cultural, tanto como a fortalecer el orden político.
4 Para una síntesis de los “delitos” definidos y perseguidos por la Inquisición y la significación
política de ellos, véase Pérez y Escandell (1: 644-648).
5 r
El sambenito es “el escapulario grande, de paño vulgar amarillo, que se pone a los reos herejes
o sospechosos de herejía con sospecha vehemente y en algún otro caso particular” (Jimé-
nez 207). René Millar precisa que después de que los reconciliados y los relajados terminaban
de llevarlos, los sambenitos se colgaban en la iglesia parroquial con el nombre del penitencia-
do y la herejía en la que había incurrido, con el fin de que “quedara memoria del delito que
había cometido y fuera un recordatorio permanente de la infamia que le afectaba” (73).
6 De acuerdo con Doris Moreno, el auto de fe no solo era la demostración pública del triunfo
del dogma sobre el que se asentaba la sociedad, sino, también, una fiesta sagrada.
7 Prohibiciones consignadas en los edictos de fe emitidos por la Inquisición, como, por ejem-
plo, en el promulgado solemnemente por los inquisidores en la catedral de Lima para el mo-
mento del establecimiento del Tribunal en el virreinato del Perú, transcrito por Medina en su
Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile (134-137).
i
El edicto de fe que los inquisidores leyeron solemnemente en la Ca-
tedral de Lima a su llegada a la capital virreinal (en 1570) conmina a todos
los residentes a denunciar directamente ante el Tribunal la serie de atenta-
dos contra “nuestra santa fe católica”, los cuales enumera de forma detallada.
En una frase que encierra y revela, una vez más, la ambivalencia que postulo,
el edicto ordena este procedimiento “para que mejor se sepa la verdad y se
guarde el secreto” (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 137). Verdad
y secreto, visibilidad y ocultamiento, son las claves que articulan el discurso y
el ejercicio de la autoridad inquisitorial. Del mismo modo, los procesos y las
cárceles son secretas, en tanto los rituales de castigo y de absolución son ex-
hibiciones públicas. Lo efectivo de la actividad inquisitorial dependía de
esta ambivalencia. La proliferación constante de la herejía y de herejes a quie-
nes perseguir y castigar es parte de un “fracaso estratégico” que asegura su
presencia y vuelve necesaria su función de vigilancia y control (Bhabha 113).
8 rLa abjuración se define como “detestación de la herejía. [Es] Abjuración de formali, la que hace
quien está declarado por hereje. Abjuración de vehemente, la del que está declarado por sospechoso de
herejía con sospecha vehemente. Abjuración de levi, la del declarado por sospechoso con sospecha
leve”. La reconciliación es “la absolución de las censuras en que ha incurrido el hereje confiten-
te arrepentido, a la que precede una especial fórmula de abjuración” (Jiménez 184 y 206).
i
Oficio 348). Con ello, Francisco desarma la “máquina”9 inquisitorial, pues
no cabe amenazarlo ni ofrecerle piedad para que reconozca su delito, no
procede aplicar el tormento para obtener una confesión, no son necesa-
rios los elaborados interrogatorios para extraerle más información o para
tratar de descubrir contradicciones en su declaración. La única posibilidad
es tratar de convertirlo a la fe cristiana, convencerlo del error de la religión
judía. El enfrentamiento con el reo tendrá que llevarse a otro plano, pues
Francisco discute el dogma cristiano con su propia lectura de la Biblia10.
Para instruirlo y convencerlo se despliegan todos los recursos per-
suasivos con los que cuenta el Tribunal, y se da lugar nada menos que a
quince conferencias, cada una de varias horas de duración, entre los califi-
cadores del Santo Oficio y Francisco Maldonado. Se trata de verdaderas
9 rExpresión utilizada por los mismos inquisidores para referirse al aparato y a los procedi-
mientos de los procesos (Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio 369).
10 Nathan Wachtel ha estudiado el contenido teológico y filosófico de los únicos textos escritos
por Francisco Maldonado que, por estar adjuntos al mismo proceso inquisitorial, se conser-
varon: dos cartas en latín a la Sinagoga de Roma y un cuadernillo de cinco páginas, fragmento
de sus notas redactadas en prisión (Wachtel, “Francisco”; La fe).
r Palabra y cuerpo
En el tránsito de hereje a cristiano que procura la Inquisición, Francisco
Maldonado ha seguido una trayectoria inversa, pues según relata él mis-
mo durante el proceso, fue criado como cristiano devoto, y a la edad de
dieciocho años se convirtió a la ley de Moisés, luego de haber leído el diá-
logo Scrutinium Scripturarum, de Pablo de Santa María; El Burguense11, y de
11 r
Pablo de Santa María, nacido en Burgos en 1350 como Shlomo Halevi, rabino y estudioso
de la Sagrada Escritura y del Talmud, se convirtió al catolicismo y aceptó el bautismo en 1391.
Su Scrutinium Scripturarum es un tratado antijudío impreso en 1591. Un ejemplar de esta obra
i
Con esta adscripción Francisco afirma y reivindica su diferencia, sin
intención alguna de disimularla ni de negarla, como de él lo requiere el po-
der inquisitorial. Al mismo tiempo, rescata una tradición religiosa más anti-
gua que la cristiana al afirmar que, de acuerdo con la Biblia, la ley de Moisés
fue “dada por Dios y pronunciada por su misma boca en el monte Sinay”,
con lo cual arrebata para el judaísmo la legitimidad que se había dado a
sí mismo el discurso de la Inquisición al definir el cristianismo como una
religión dada por Dios frente a la herejía, que sería invención humana.
Maldonado invierte la relación Jesucristo/Moisés=Verdad/mentira, para
tener “por mala” la ley de Jesucristo y dar “por buena, para salvarse en ella”,
la ley de Moisés. Los inquisidores no rebaten esta afirmación, sino que
desacreditan la “ciencia y sabiduría de la Sagrada Escritura” que Francisco
r
fue encontrado en el inventario de bienes de Francisco Maldonado al ser detenido en Con-
cepción en 1627 (Böhm, Historia 26).
12 Recordemos que en los Hechos de los Apóstoles, en el Nuevo Testamento, se otorga importancia
fundamental al relato de la conversión de Saulo, quien luego de transformarse en creyente y
apóstol de Jesucristo será llamado por su nombre romano de Pablo (Lc 13, 9). La de Saulo-
Pablo se constituirá en el paradigma de toda conversión cristiana.
dice tener, y consignan en el registro del proceso que no conocía bien las
oraciones ni la doctrina cristianas (Medina, Historia del Tribunal del Santo
Oficio 349, 350 y 371). Se preocupan, en cambio, de mostrar el conocimiento
acabado que tenía de las oraciones judías y del Antiguo Testamento:
En 27 de julio del dicho año de 627 se le hizo la segunda monición, y dijo que
había guardado los sábados, conforme lo manda la ley de Moisés, por pare-
celle inviolable, como los demás preceptos della, y mandarse así en uno de
los capítulos del Éxodo, que refirió de memoria; y que siempre había rezado
el cántico que dijo Dios a Moisés en el Deuteronomio, capítulo 30, que co-
mienza “Audite coeli quoe loquor”, y lo escribió todo de su letra, diciéndolo
de memoria en la audiencia; y escribió también el salmo que comienza “ut
quid Deus requilisti in finem”; y otra oración muy larga que comienza “Domine
Deus Omnipotens, Deus patrum nostrorum Abraham, Isaac et Jacob”, y refirió otras
146 muchas oraciones que rezaba con intención de judío. (Medina, Historia del
Tribunal del Santo Oficio 350)
i
13 r
Wachtel se refiere en su estudio a las posibles significaciones de este nombre elegido por
Maldonado de Silva (“Francisco”).
i
r El final
Si el terreno de enfrentamiento entre la Inquisición y Francisco Maldona-
do es, fundamentalmente, el del discurso y el cuerpo, ellos serán también
los lugares donde se aplicará la sentencia de relajación a la justicia y al brazo
seglar; esto es, su condena a la hoguera, con sus libros atados al cuello.
Se queman su cuerpo y su escritura, que, una vez más, se hacen uno. La
hoguera era el castigo reservado para los peores delitos, tenía el significado
de purificación, pero también se consideraba que afectaba al alma, pues se
privaba al individuo de sepultura sagrada, se lo dejaba definitivamente
sin salvación y se le daba muerte eterna, como un anticipo del Juicio Final
(Moreno 174). Contra este significado Francisco afirma “que los que mo-
rían quemados no morían, sino que su Dios los tenía siempre vivos” (Me-
dina, Historia del Tribunal del Santo 347). Su resignificación de la muerte en
la hoguera afirma su certeza de salvarse en la Ley de Moisés y acceder a la
vida eterna. El objetivo de calcinar el cuerpo del hereje era también el de
borrar del todo su memoria, pero es el mismo discurso del inquisidor el
que conserva la memoria del bachiller Francisco Maldonado, al registrar
14 r
El Tribunal de la Inquisición de Lima encargó al clérigo Fernando de Montesinos la rela-
ción del Auto de Fe de 1639 (Böhm, Historia 141).
i
son extremadamente significativas15. Una está situada al comienzo, en el
primer interrogatorio que le hace el inquisidor, y la otra es esta última, con
la que termina el proceso. En las primeras palabras citadas de Francisco
este dice: Yo soy (“yo soy judío, señor…”); en las últimas afirma: Dios me
reconoce en lo que soy (Medina, Historia del Tribunal del Santo 348). Esto
es, cada vez que se le concede la palabra, Maldonado afirma su diferencia
y su verdad, su palabra peligrosa se filtra en el discurso del inquisidor por
los intersticios que este mismo discurso abre, en virtud de la ambivalencia
que lo constituye.
No obstante, el gesto de Dios triza también la identidad de Fran-
cisco Maldonado; o mejor dicho, la de Heli Judío, pues lo asimila al Cris-
to a quien negó una y otra vez. En este último juego de inversión Fran-
cisco se ha identificado con Jesús: ambos son los hijos de Dios Padre, los
justos perseguidos injustamente, los siervos sufrientes (Is 52, 13-15 y 53).
La de Dios es la última palabra registrada en el proceso; lo cierra, pero no
15 rDebe recordarse, en todo caso, que solo contamos con una síntesis del proceso, enviada por
los inquisidores de Lima al Consejo Supremo de la Inquisición en España, pues el original
se extravió tras la supresión del tribunal limeño.
rBibliografía
Bennassar, Bartolomé. Inquisición española: poder político y control social. Barcelona: Crítica,
1981. Impreso.
150 Böhm, Günter. Historia de los judíos en Chile, volumen I. Período colonial. El bachiller Francisco
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i
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---. La fe del recuerdo. Laberintos marranos. Buenos Aires: FCE, 2007. Impreso.
151
R esumen
r
El artículo analiza las experiencias históricas de los cimarrones en un área de fron-
tera atlántica continental entre la Guyana Francesa y la América portuguesa durante
el siglo XVII. Las expectativas de los fugitivos africanos se abordan relacionando el
movimiento del tráfico atlántico de esclavos —sus variaciones, los volúmenes y las
procedencias—. De esta forma se reflexiona sobre los ambientes sociales, étnicos y
geográficos que fueron encontrados y recreados en las selvas de estas zonas fronteri-
zas. En un territorio de conflictos, enfrentamientos, disputas coloniales y expectativas
de identidades, surgieron espacios de cooperación, donde los colonos europeos y las
poblaciones de indígenas y de africanos se reinventaron como culturas y comunidades.
Los circuitos demográficos del tráfico atlántico estaban conectados a la experiencia
de africanos de diversas procedencias y a la posibilidad de encuentro de estos, a través de
las fugas y de las comunidades transétnicas en una zona de frontera transnacional
durante la Colonia.
P alabras clave: Esclavos, cimarrones, Guyana Francesa, América portuguesa, fronte-
ras, siglo XVIII.
A bstract
r
This paper analyzes the historical experiences of the cimarrones (maroons) in a con-
tinental Atlantic borderland between French Guiana and Portuguese America in the
eighteenth century. Associating aspects of the Atlantic slave trade— its variations,
amounts and origins— I address the African fugitives’ expectations. Thus, I reflect on
the social, ethnic and geographic environments they found and recreated in the forests
in those border areas. In a region rife with conflict, confrontations, colonial disputes,
and expectations regarding identity, spaces of cooperation emerged where European
settlers, indigenous peoples and Africans reinvented themselves as cultures and com-
munities. As a result, the demographic circuits of the slave trade were connected to the
i
vestigaciones desde los últimos años del siglo XVII. Las comunidades se for-
maron en 1730 y los reclamos aumentaron durante las décadas de 1780 y 1790.
Hombres y mujeres oriundos del África occidental y central, de las
regiones de Senegambia, la bahía de Benín, la bahía de Biafra, Sierra Leo-
na, Angola, Benguela, y de los puertos de Bissau, Cacheu, Luanda, Loango,
Uidá, Gabón, Calabar, Popó, Bonny, Gorée y Mpinda, entre otros, desem-
barcaron tanto en Cayena, en la Guyana Francesa, como en Belén, en el
Gran Pará. Fueron a trabajar en áreas coloniales, tanto portuguesas como
francesas, en factorías, plantaciones de arroz, ingenios de aguardiente, culti-
vos de mandioca, pastoreo de ganado y construcción de fuertes militares
(Alencastro). Crearon comunidades en las unidades de labor, y también se
mezclaron con los indios. Al huir a las selvas —en direcciones opuestas—
rehicieron sus identidades, y de esta forma se encuentran otros tantos per-
sonajes del mundo del trabajo.
¿Cómo se conectaron estos sectores en la selva? ¿Cómo fue la et-
nogénesis de las comunidades de africanos que huyeron hacia Cayena,
procedentes de Belén, y viceversa? ¿Cómo sintieron dicho proceso las
poblaciones indígenas? Un estudio sobre la etnohistoria de los waiãpi
—indígenas de la región de Amapá— abordó las narraciones de su
memoria y de sus ritos de pasaje que habían registrado las disputas entre
franceses y portugueses, y las consiguientes alianzas y conflictos en los gru-
pos étnicos, fueran indígenas o africanos. Los waiãpi se referían a los grupos
de negros como los tapajón (posiblemente, fugitivos africanos y sus des-
cendientes), con los que entraron en contacto (Gallois).
En este artículo analizamos las experiencias históricas de los cima-
rrones en un área de la frontera atlántica continental. ¿Quiénes eran estos
fugitivos africanos? ¿Qué ambientes sociales, étnicos y geográficos encon-
traron y crearon en estas áreas de frontera? Entre conflictos, enfrentamien-
tos, disputas coloniales y expectativas de identidades bien pueden haber
surgido espacios originales de cooperación, donde los colonos europeos,
las poblaciones indígenas y los africanos se reinventaran como culturas y
154 comunidades (Bennett). Destacamos las lógicas demográficas del tráfico
i
r Invadiendo fronteras
En áreas de fronteras internacionales (entre la Capitanía del Gran Pará,
la América portuguesa y la Guyana Francesa), disputadas por intereses
colonizadores de Portugal y Francia, aparecieron cada vez más fugitivos
(Salles; Vergolino-Henry y Figueredo). La región de Amapá —justa-
mente la que hacía frontera con la Guyana Francesa— era la que cau-
saba más aprensión. Con la ayuda de pequeños comerciantes, colonos y
grupos indígenas, los africanos esclavos, tanto del lado portugués como
del lado francés, migraban en busca de libertad. Cuestión compleja, pues
aquella región era el escenario de disputas por dominios coloniales. En
1724 un barco proveniente de la Guyana Francesa fue detenido por las
autoridades portuguesas en Belén, estas obedecían una orden del Consejo
Ultramarino. Se descubrió que la intención de sus tripulantes era realizar
actividades comerciales en la región de frontera (“Carta del rey D. João”;
“Cartas del gobernador”; “Oficio del gobernador de Pará José da Sena”).
i
CUE 5: arch. cod. 1.2.24, f. 149 v. y 7: arch. cod. 1.2.26, ff. 180 v., 193 v.-194 r.).
1 rAnais 7: doc. 428, oficio de 16/03/1734, p. 209; apep, C 667, of. de 26/05/1756, 695, of. de 17/08/1755 y
696, of. de 06/04/1767; “Carta del gobernador”, 22 agosto 1759; “Carta del gobernador”, 8 noviem-
bre 1760; ihgb, CUE 7: arc. cod. 1.2.13, ff. 193 v.-194 r.
[…] pues de ellos se mantenían amigos parte del año, viniendo del mocambo
adonde eran refugiados en los campos de estas gentes a los que no sólo lleva-
ban los [víveres] que encuentran, sino también ropas y herramientas”. (“Ofício
da Câmara”)
Algunos años antes lo que realmente se temía era que los fugitivos
se fueran a la “población de Maroni, que los franceses de Cayena han sido
inducidos a establecer” (apep, C 609: of. de 20/06/1780). Parte de la frontera
estaba ocupada por mocambos, grupos indígenas, y desertores, y se decía
que en la montaña de Unari había “un habitante francés con 150 negros”
(apep, C 347, of. de 21/02/1793).
i
las tierras de los franceses. Según los cimarrones, “estaban muy bien”, tenían
“campos grandes y que los suyos [víveres] los vendían a los franceses, por-
que con ellos tenían comercio”. En el mocambo donde moraban también
había un padre jesuita, enviado por los franceses, y era este mismo quien “los
gobernaba y que tenían muy buena suerte”. En aquella ocasión parte de
los habitantes estaba fuera del mocambo, pues “habían partido a hacer una
salazón para su padre y otros que hacía poco tiempo que habían terminado
de hacer ladrillos para que los franceses hicieran una fortaleza”. También,
según el africano Miguel, los cimarrones andaban “siempre armados con
sus facones” y su vestimenta estaba “teñida con Caapiranga”. Debido al he-
cho de ya haber temores y desconfianzas, esta detallada información dejó
atónitas a las autoridades del Gran Pará. La cuestión en aquel momento
no parecía ser, simplemente, contener fugas constantes, vigilar a los espías
franceses y oír sus desafueros y los reclamos de los propietarios.
establecían contactos con esclavos, pero “no venían a obligar a los negros” a
huir, y al mocambo solo “irían los que quisieran ir por su libre voluntad”. Re-
velaron que “el camino por el que solían venir a la villa, ya no era por el [río]
flechal”, sino más “próximo a la banda donde Manoel Antônio de Miranda
tiene el corral para amor de los blancos que iban tras ellos”. Además de eso,
tenían una “canoita” en el Río Araguari, pues cuando “iban y venían” cruzaban
“en el ella de una a otra banda” (apep, C 259: of. de 1794; “Auto de perguntas”).
Respecto a los contactos con los colonos franceses: “su asistencia era
del Araguari para allá, pero que todos los negros fugados estaban de este
lado”. Sabían que tenían sus habitaciones en las márgenes del Araguari, en
tierras de los dominios portugueses, pero “para ir a trabajar a la tierra de los
franceses, atravesaban un río de agua salada para ir, y que iban de mañana y
158 volvían de noche”, y que “cuando venían, dejaban la mitad de las provisio-
i
nes en medio del camino para cuando volvían”. Y en este mocambo vivían
“todos los negros que desta villa [de Macapá] han huido” (apep, C 259;
“Auto de perguntas”). Vivían del otro lado de la frontera portuguesa; sin
embargo, comerciaban, trabajaban y mantenían diversas relaciones con los
franceses del otro lado. La garantía de éxito de esta estrategia era atravesar
diariamente la frontera, tarea que parecía no ser fácil. Cortaban ríos y sel-
vas, y hasta llevaban provisiones para largas jornadas.
r Escenarios transnacionales en el
Gran Pará y la Guyana Francesa
i
esclavos por año, en un contrato de veinte años. En 1690, además, se forma-
ría la Compañía de Cacheu y Cabo Verde, para introducir anualmente un
mínimo de 145 africanos por un precio predeterminado. El flujo de esclavos
africanos fue modesto a lo largo del siglo XVII. De 1692 a 1721 fueron intro-
ducidos 1.208 al Gran Pará. Los precios seguían altos, y los colonos —cada
vez más ávidos de trabajadores africanos— terminaban endeudados. A
pesar de todo, entre 1756 y 1788 fueron introducidos 25.556 africanos a Ma-
ranhão y el Gran Pará. De estos, 16.077 fueron llevados, específicamente, a
varias regiones del Gran Pará. Antes de 1755 no hay estadísticas; la entrada
de africanos fue irregular, y a gran parte de ellos se los desvió hacia Ma-
ranhão. Durante el período 1757-1800 serían desembarcados 40.935 en San
Luis. En medio de los intentos de introducción de africanos al Gran Pará
hubo, durante el siglo XVIII, varios conflictos que involucraron a autorida-
des coloniales y metropolitanas, así como a habitantes de Belén y de San
Luis. Habitantes y negociantes de Belén se quejaban de que eran siempre
postergados y tenían desventajas en relación con el comercio de africanos
hacia Maranhão (Carreira; Dias; Goulart; MacLachlan; Salles).
En términos de agricultura, las principales áreas de desarrollo del
Gran Pará quedaban alrededor de Belén y el delta de Macapá. Entre 1773 y
i
cas de azúcar y aguardiente que producían para el mercado interno, en la
apertura de campos de cultivo en la selva, en el pastoreo y en los servicios
domésticos en los alrededores de Cayena. En 1789 había 10.748 esclavos y
494 libertos, para una población de 1.307 blancos. Casi veinte años después,
en 1808, la población esclava de Guyana era de 12.355, y el número de liber-
tos, 1.157. Mientras la población blanca había disminuido en un 28%, la
esclava aumentaba casi en un 15%. Por su parte, la población de libertos
tuvo un aumento del 134% (Cardoso, La Guyane; Economia; Man-Lam-
Fouck, L´Identité).
El problema de los negros cimarrones también surgía en la Guyana
Francesa. Una de las rutas de fuga —como ya vimos— llevaba al Gran
Pará. Ciro Cardoso se refirió a un interesante documento —también pu-
blicado por Richard Price— sobre los grupos cimarrones en la Guyana
Francesa. Se trata del interrogatorio al cimarrón Louis, capturado en el mo-
cambo de Monteigne Plomb en 1748. Se describe ahí la organización inter-
na del mocambo, formado por treinta cabañas y habitado por 72 cimarrones.
Practicaban la agricultura de coibara y abrían anualmente nuevas áreas
de cultivo, donde plantaban mandioca, maíz, arroz, camote, ñame, caña de
azúcar, banana y algodón. Complementaban su economía mediante la
pesca y la caza, para las que tenían fusiles, arcos y flechas, trampas y perros.
También realizaban actividades artesanales y fabricaban bebidas para su
propio consumo (Cardoso, Economia; Price, Maroon). Se sabe, incluso,
que entre 1802 y 1806 una de las cuadrillas más famosas de cimarrones de
la Guyana Francesa era liderada por el negro Pompée. Para el período cita-
do, hacía unos veinte años que él había establecido una economía agrícola
estable en su mocambo, llamado Maripa. Usando la selva y los ríos como
protección, durante años Pompée y sus secuaces tuvieron éxito en la lucha
contra las tropas coloniales enviadas de Cayena (Moitt).
r Africanos, negros
162 cimarrones y mocambos
i
i
siendo muchos los que facilitan los muchos ríos, riachuelos e islas de este país
y muy remotos, esparcidas las poblaciones. (apep, C 552: of. de 20 de abril 1798)
i
el impacto, en términos de procedencia, de los africanos que llegaron a la
Guyana Francesa y el Gran Pará durante los siglos XVII y XVIII. Hay, por
ejemplo, registros de 72 viajes hacia la Guyana Francesa; corresponden al
siglo XVII solo nueve de esos viajes, de los cuales únicamente seis tienen
indicaciones de puertos y áreas africanas de embarque. Predominaban los
africanos provenientes de Senegambia, en el África occidental, de los puer-
tos de Gambia, Saint-Louis y Goreé. Los otros dos viajes eran del África
central, vía puerto de Mpinda, y de África occidental, vía Bahía de Benín,
puerto de Uidá. Prevalecían, de este modo, los africanos occidentales, con
el 83% de los casos. Durante el siglo XVIII hay cambios en estos patrones.
A lo largo de la primera mitad del siglo tenemos veintitrés viajes; quince de
ellos, identificados. Los africanos occidentales seguían siendo prepon-
derantes, con el 80%, pero ahora también aparecían entre ellos los de la Ba-
hía de Biafra, con el 20%; y los puertos de Bonny y Calabar, así como la Bahía
de Benín y el puerto de Uidá, con el 53%. En la segunda mitad del siglo XVIII
las áreas de Senegambia —los puertos de Gambia, Gorée y Saint-Louis—
vuelven a tener fuerza, con el 53,5% de los africanos occidentales (Hall).
Dentro del conjunto del tráfico atlántico hacia la Guyana Francesa
—siglos XVII y XVIII— fue posible verificar —en los viajes cuya proce-
dencia fue identificada— que prevalecía el África occidental, con el 77,2%,
N° de viajes
2ª mitad del siglo XVIII 117
Período Identificados 112
No identificados 5
Senegambia 84
África central 27
166
Grandes áreas
Bahía de Benín 1
de procedencia
Total del África central 27
i
Hacia el Gran Pará tenemos registros de 117 viajes, pero solo du-
rante la segunda mitad del siglo XIX. Aunque se pueda verificar la predo-
minancia del África occidental, con cerca del 76%, los africanos centrales
sumaban el 24% de las grandes áreas de procedencia. De Senegambia,
los principales puertos eran Cachéu y Bissau. Se destaca la ubicación
de los puertos del África central, con el 74% proveniente de Luanda, pero
también con embarques en Loango, Cabinda y Benguela (Eltis, Richard-
son y Behrendt; Silva).
Con tal composición demográfica, había más africanos occidentales
concentrados en la región de la Guyana Francesa, mientras que en la Amé-
rica portuguesa había una mayor concentración de africanos centrales.
i
atravesaban toda la región de la Guyana Occidental, guiados por indios,
eran, invariablemente, africanos, criollos y mestizos, y hablaban, por lo
menos, una lengua indígena (Dreyfus). La cuestión de la lengua fue un
factor importante en la colonización de la Amazonia. Los grupos indígenas
podían comunicarse al principio solo con los religiosos en las misiones,
y después, con traficantes y colonos en las fronteras. Las lenguas podían
crearse solo con el fin de comerciar, uniendo grupos indígenas distintos y
diversos colonos extranjeros. Por otra parte, en 1759 Mendonça Furtado,
el gobernador enviado por Pombal al Gran Pará, destacaría, con aires de
sorpresa, los siguientes acontecimientos:
Lo primero fue venir a mi casa, unos niños, hijos de una de las principales per-
sonas de esta tierra y, hablando yo con ellos, que, entendiendo poco portugués,
comprendían y explicaban bastante en la lengua tapuia o llamada general.
Lo segundo fue ver debajo de mi ventana a dos negros de los que próximamente
se están introduciendo de la costa de África, hablando desinhibidos la mencio-
nada lengua y no entendiendo nada de la portuguesa. (Mendonça 223)
solo tenían a “parientes” del otro lado, sino que todos hablaban la “lengua
general”. Alexandre Rodrigues Ferreira describió a los indios que inten-
taban capturar africanos cerca de la frontera, puesto “que en los distritos
en los que se hallaban, andaban negros holandeses acompañados por
indios caripunas, cautivando al gentío y ejerciendo sobre ellos toda suerte
de hostilidades”. Al mismo tiempo que se intentaba vigilar las fronteras e
impedir invasiones extranjeras que realizaban explotaciones económi-
cas e intercambios mercantiles y tráfico de indios, era necesario contac-
tar y atraer a grupos indígenas diversos —muchos de ellos, rivales—,
para que también pudieran servir de aliados. En agosto de 1784 llegarían
noticias “sobre los negros holandeses que, ayudados por los indios cari-
punas” andaban juntos. En 1786 este mismo autor diría de la región de
168 frontera del Río Branco:
i
i
r Consideraciones finales
Aún son raros los estudios comparados sobre cumbes, maroons, palenques,
mocambos y quilombos (Groot; Price, “Subsistance”; Sheridan). Entre la
Guyana Francesa y el Gran Pará, en la América portuguesa de la segunda
mitad del siglo XVIII, africanos y fugitivos bien pueden haber realizado en-
cuentros interétnicos. Las regiones de frontera con formas de ocupación
y de movimiento de colonos y tropas diferentes fueron, seguramente, de-
terminantes. Allí los fugitivos produjeron aventuras semejantes a aquellas
de los maroons de Le Maniel en la isla de Saint-Domingue, en el siglo XVII.
Estos prófugos trabaron —durante casi cien años— luchas y alianzas con
españoles y franceses, y se beneficiaron —a veces— por la ubicación geo-
gráfica, puesto que en diferentes ocasiones las autoridades españolas les
dieron poca importancia a los movimientos de los fugitivos, constituidos
—en su mayor parte— por esclavos del lado francés de la isla. Entonces,
la persecución de los maroons involucró innumerables intereses entre co-
lonos, autoridades y disputas coloniales. Algunos labradores y hacendados
del lado español comerciaban con los fugados y los mantenían informa-
dos de cualquier movimiento de tropas francesas enviadas a perseguirlos.
También las generaciones de grupos de fugitivos pueden haber sido seme-
jantes a las de Jamaica a comienzos del siglo XVII: en ellas se juntaban afri-
canos propiedad de colonos tanto españoles como ingleses (Campbell;
Debbasch). En fin, procesos semejantes se dieron en la frontera entre el
Gran Pará y la Guyana Francesa, con la participación de franceses, luso-
brasileños y el movimiento de fugitivos en comunidades.
Así, en esta área de fronteras transnacionales una faceta de la disputa
se daba muy alejada de los tratados y las diplomacias coloniales y metro-
politanas francesas, holandesas, españolas, inglesas y portuguesas. Colonos,
autoridades regias locales, militares, soldados desertores, indios de las aldeas,
170 tribus indígenas no contactadas, esclavos, hacendados, traficantes, comer-
i
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175
R esumen
r
El artículo narra y analiza los hechos de violencia interétnica sucedidos en los Llanos
de Arauca, Casanare y Meta entre 1795 y 1806, cuando el adelantado Juan Francisco
Parales, afrodescendiente de Barinas, Venezuela, intentó dos reducciones de indígenas
guahibo-chiricoas en los sitios de Las Cachamas y el Zumi, las cuales, al menos en un
principio, contaron con el apoyo de los hacendados y los pobladores de la zona, y luego,
por el contrario, fueron violentamente atacadas por ellos mismos, lo cual generó perma-
nentes hechos de violencia que derivaron en odio y resentimiento contra los indígenas
de la mencionada etnia, y en una odiosa práctica cultural, conocida como “la guahi-
biada”, que desde entonces y hasta años recientes estuvo presente en la región. Parales
no solo logró organizar a los guahibo-chiricoas, sino que a las bandas de indígenas se
unieron blancos pobres, mestizos y mulatos que pusieron en aprietos a las autoridades.
Palabras clave: Guahibo-chiricoa, violencia, conflicto interétnico, Llanos Orientales,
Nueva Granada, Venezuela, siglo XVIII, siglo XIX.
A bstract
r
This paper analyzes the interethnic violent events occurred in Los Llanos (Arauca, Ca-
sanare and Meta) between 1795 and 1806 when Juan Francisco Parales, the Adelantado,
an African-descendant from Barinas, Venezuela, tried two native guahibochiricoa reser-
vations in the places known as Las Cachamas and El Zumi which at the beginning were
supported by landowners and common people from the area but then this reservations
were attacked by the same ones who had supported them before; permanent violent
1
r Este artículo es una versión reducida de la tercera parte de la monografía “Poblamiento y di-
versificación social en los Llanos de Casanare y Meta entre 1767-1830” (1989), presentada como
requisito para obtener el título de Magíster en Historia Andina, en la Universidad del Valle,
Colombia. Los fondos para la investigación fueron proporcionados por la Fundación para la
Promoción de la Ciencia y la Tecnología del Banco de la República.
i
la mañana del día siguiente se dispusieron a esconder los cadáveres de los in-
dígenas, ataron los cuerpos por parejas a las colas de cuatro mulas y se fueron
a un claro de sabana, donde hicieron una hoguera. Durante más de un día los
cadáveres estuvieron quemándose; al cabo de dicho lapso los restos de las
víctimas fueron revueltos con los huesos de vacas muertas, para evitar que se
notara que se trataba de cadáveres humanos. No obstante, dieciocho días
después los genocidas fueron detenidos por las autoridades colombianas2.
Las indagaciones adelantadas por los jueces dieron un corpus de
respuestas que sorprendieron a las autoridades, a los medios de comunica-
ción y a la opinión pública, pues todos los sindicados, con el mayor despar-
pajo y escuetamente, respondieron que:
[…] matar indios no era malo, ni mucho menos un delito, que era como una
chanza y que eso no tenía castigo pues eran como animales salvajes, dañinos,
que mataban a los otros animales, a las reses. Desde pequeños a los llaneros
2 rAugusto Gómez reproduce en su libro Indios, colonos y conflictos Una historia regional de los llanos
orientales 1870-1970, en el anexo 1, una serie de testimonios sobre el hecho, extractados del
expediente de La Rubiera que reposa en el Juzgado Segundo Superior de Ibagué. Por su
parte, el periodista Germán Castro Caycedo, quien actuó para la ocasión como reportero
de El Tiempo, cubrió la noticia, y la cuenta en su libro Colombia Amarga.
les enseñaron a odiarlos pues eran dañinos por lo tanto eran frecuentes esos
actos, hacerlos era una hazaña que la cometía todo el mundo: la policía, el
ejército, la marina, los hacendados, etc. (Castro 41-53)
3 r
La “guahibiada”, o cacería de guahibos, es una práctica cultural muy común en la Orinoquia
colombiana, que se ha adelantado desde los primeros tiempos de contacto entre ese grupo
indígena y la sociedad colonizadora.
4 Según el padre Juan de Rivero, el grupo se dispersaba desde los rincones más retirados
del Orinoco, del río Meta y del Airico, hasta el piedemonte, en la población de San Juan de
los Llanos (12).
i
en 1761. Su dueño era don Juan Báez; desde niño se dedicó a las labores de
vaquería. Debido a un altercado con un hermano de su amo, a quien hirió
de muerte, huyó y se internó en los inmediatos llanos de Cuiloto-Arauca,
pertenecientes a la jurisdicción de Chire, e inició una vida de vagabundo y
aventurero. Se convirtió en ladrón y en cuatrero, por lo que fue sumariado
en Guadualito y Arauca. Desde entonces mostró cualidades de líder, una
gran capacidad de comunicación y don de convencimiento con los indíge-
nas, cuya lengua había aprendido y cuyas costumbres conocía; los aborí-
genes acabaron volviéndose sus cómplices en delitos contra la propiedad
ajena (AGN, JC 97, ff. 461 r. y f. 472 v. y 181, f. 940 r.). A comienzos de 1796
convivió definitivamente con los guahibo-chiricoas, estableció una sólida
alianza interétnica basada tanto en la confianza como en ciertos actos de
rebeldía e intrepidez, como cuando estando:
Lorenzo Maher de mayordomo de la hacienda de don Joseph Marín se le advo-
có el Parales, considerable número de indios al hato, y que el Maher, puesto en
defensa con sus peones, aprendieron al Parales y llendose a llevárselo al amo, se
le huyo en el transito, y se introdujo de nuevo con los indios. (AGN, CI 29, f. 296 r.)5
Durante año y medio, entre 1797 y 1799, logró que se le unieran tre-
cientos indígenas, quienes, en su mayoría, habían estado reducidos en el
pueblo de Cravo Norte —encargado, a su vez, a los agustinos descalzos—,
y a quienes el adelantado recogió y convenció para que construyeran ca-
sas y ramada para una iglesia en el caño de las Cachamas, a orillas del río
Casanare, cerca donde este se junta con el río Tame, en límites con la ha-
cienda de Caribabare6. El estilo que imprimió Parales a esa reducción fue
poco ortodoxo, pues las construcciones no eran estables y los indígenas
“[…] siempre andan dispersos en partidas y Parales anda todos los días
con diversos de ellos […] dañan los guahibos reses todos los días, no sólo
en un sitio o hato, sino en diversos, […] en el hato de San Joaquín, San Ni-
colás y Santa Rita, todos en Caribabare y aquel día, lo menos que deboran
son tres reses”. Por otra parte, debido a una imprudencia cometida por un
agregado de la mencionada hacienda, los indígenas acabaron el poblado
(AGN, JC 97, ff. 454r., 457 r., 460 r. y 466 v.).
En efecto, según el relato del gobernador don Remigio María Bo-
badilla y Certejon, Parales había enviado
6 r
En la actualidad el mencionado caño se denomina Guajibo, y en él se encuentra la población
de Puerto Gaitán, en los límites entre los departamentos de Arauca y Casanare.
i
en todo tiempo. (AGN, JC 97, ff. 457 r.-458 r.).
Los asesinatos por parte de los guahibos eran una modalidad nue-
va del conflicto. Era público y notorio que habían “ejecutado número
crecido de muertes, así de blancos, como de los que han hecho con los
demás indios de los pueblos conquistados”. Pero lo que más preocupaba
a los hacendados, los vecinos y las autoridades era que habían llegado,
en la noche del 12 de junio de 1797, a la ciudad de Chire (AGN, JC 97, ff.
455 r.- 455 v., 458 r.-v. y 459 v.).
7 rMás o menos a menudo, en los documentos coloniales se los tacha de “miserables”, epíteto
con el que también se llamaba a los indolentes y a los faltos de espíritu.
[…] en el presente año [1799] al mismo tiempo que los guahibos estaban
causando tan graves y continuos daños, no falto quien, que usa piedad mal
entendida, diese a muchos de ellos acogida en el Puerto de San Salvador de
Casanare, pero no respetando ellos en sus hurtos ni aun las cortas sementeras
de los poblados, a quienes se trataba de agregarlos sino que antes bien desde allí
hacían incursiones a otras labranzas de la vecindad, me ví precisado [Francisco
Larrarte] a mandar salir del Puerto a los guahibos y con ellos a su caudillo
Parales, que no hacía más que autorizar o que lo menos disimular sus malda-
des”. (AGN, JC 97, f. 467 v.)
i
La petición fue impugnada por Carvajal ante el alcalde ordinario de
Chire, y dio lugar a una investigación judicial que fue llevada a cabo por el
alcalde de la Santa Hermandad de Casanare. La principal objeción radicó
en los métodos utilizados por Parales, y en que para el momento de la nue-
va petición los indígenas no estaban de asiento en el sitio y continuaban
repartidos en partidas, por lo cual se consideraba como inviable el nuevo
intento. Se insistió en que el “adelantado” no era el individuo idóneo para
brindar un “buen ejemplo” a los indígenas. Se resaltó que a partir del robo
de ganado, el cual superaba en mucho las necesidades alimentarias de los
indígenas establecidos en el sitio de Las Cachamas, Parales había montado
un lucrativo negocio, consistente en vender cueros de res, apenas curtidos,
o en forma de “petacas”, en la Guayana.
Respecto a lo de su “mal ejemplo”, Parales fue interrogado:
[…] si por este mismo amor y la sumisión que le prestan, corrige los defec-
tos más graves de los indios castigando a los malhechores, o al contrario: Su
influjo es de tan poca autoridad que no se atreve a reprimirlos en los mayores
excesos y si esto fuera así, diga por qué. (AGN, JC 97, f. 470 r.)
Su respuesta fue:
Que con afecto el declarante corrige en el modo posible con razones y suaves
amonestaciones los defectos de sus indios, particularmente los que tocan a
hurtos, porque sólo tres de ellos ha llegado a castigarlos por el temor de que se
le dispersen porque viendo sólo que él ha estado entre ellos no lo toman entre
otros y aun exponer su vida, bien convencido de la facilidad que tienen en su
modo de pensar y obrar”. (AGN, JC 97, f. 472 r.)
i
rales han de ser los daños más considerables”. (AGN, JC 97, f. 459 v.)
8 rMayúsculas nuestras.
raciales que habitaban los Llanos, y les infundió ánimos para perderle el
miedo al blanco y actuar con mayor desenvoltura, pues antes del período
1794-1795, cuando Parales comenzó a cohabitar con ellos,
[…] no cometían los excesos dichos pues tan solo se experimentaba cogiesen
una tal res para comer, y esto se remediaba con que el administrador de la
Hacienda de Caribabare, don Francisco Quiñones, asociado de algunos ve-
cinos salía cada año por el verano, y los retiraba asignándoles algunos tiros al
aire, con lo que quedaba remediado el corto daño, y si en el día se experimenta
lo contrario con el auxilio del malvado de Parales pues cuando se ha intentado
alguna correría lejos de ausentarse los indios han resistido y han corrido a los
que les siguen. (AGN, CI 57, f. 290 v.)
[…] desde mucho antes que el declarante tomara esta empresa [la de la re-
ducción] los indios estaban enseñados a matar la hambre hurtando ganados
y frutos de las sementeras y también caballos para enlazar reses […] que la
instrucción y habilidad que se les supone la tenían para entonces [1797], pues
es constante que ellos con mucho antes hurtaban caballos de los hatos de
Caribabare como de las haciendas inmediatas que no los dedicaban sino es
para enlazar ganados y que el declarante no sabe donde o de quien aprendie-
ron semejante operación. (AGN, CI 57, f. 473 r.)
i
que fueron beneficiados don Francisco Larrarte9 y don Domingo Joseph
Benítez. Estos, junto con otros hacendados que, simultáneamente, fungían
como autoridades en las ciudades y los pueblos llaneros, lo objetaron y pre-
sionaron, con el argumento del “mal ejemplo”, para que la segunda petición
fuera rechazada. El adelantado continuó insistiendo, pues el lugar nunca
había sido abandonado totalmente. Existía cierta identificación territorial,
y gracias a su braveza habían logrado que las autoridades, los hacenda-
dos y los colonos los respetaran, situación que molestaba e incomodaba a
los propietarios de hatos, pues Las Cachamas se constituyó en un peligro
latente para sus intereses. En 1801 Parales se presentó nuevamente con
veintiún indígenas, supuestamente reducidos por él, para solicitar permiso
de restablecer el sitio, y, nuevamente, dicho permiso le fue negado.
Así, a partir del establecimiento en Las Cachamas se desató una in-
controlable violencia interétnica, que tuvo como consecuencia la odiosa
práctica de cazar guahibos. Así lo anunció en agosto de 1799 don Manuel
Guarín, apoderado de Carvajal, quien se quejó ante los desmanes y atrope-
llos de los guahibos, que tenían como objetivo
sangre, o como pudieran, ellos tenían la culpa y que de eso se alegraría. (AGN,
JC 97, f. 475 v.)
i
tinuarían los asaltos, los hurtos y los asesinatos. Benítez afirmó que Zumi
quedaba a solo un cuarto de legua (1,05 km) del hato de San Nicolás, lo
cual fue desmentido por el gobernador Bobadilla, en inspección ocular ade-
lantada por él mismo, y quien determinó que el pretendido sitio distaba:
[…] dos leguas del hato [8,4 km], el punto más cercano de la susodicha ha-
cienda, en parte enteramente desierta, en terreno muy seco y salido, a la orilla
del río Casanare y con dilatadas vegas para hacer rozas y útiles trabajos. (AGN,
CI 29, f. 655 r.)
i
trol geopolítico. La situación cambió radicalmente a partir de 1767, pues los
Llanos se convirtieron en una región de inversión y colonización sin ma-
yor control, lo que implicó la agudización de los conflictos; especialmente,
los de carácter interétnico.
No sobra agregar que el esfuerzo de Parales, independientemente de
lo que hicieran los indígenas —y que sí preocupaba a los hacendados—,
era realmente importante: para 1801 existían 31 pueblos de misión. Tres de
ellos (Macuco, con 1.800 indígenas; Surimena, con 2.068; y Casimena, con
1.032), antiguos pueblos de misión de los ignacianos y con más de sesenta
años de funcionamiento, contaban con recursos propios y estaban pobla-
dos por etnias horticultoras, inclinadas a dejarse reducir, culturalmente di-
ferentes de los guahibos. Tales pueblos estaban ubicados en el curso medio
del río Meta y contaban con una población mayor a la lograda por Parales.
Estaban a cargo de los agustinos recoletos, quienes eran auxiliados, a su
vez, con un estipendio anual de entre 150 y 200 pesos anuales por cada sa-
cerdote, y contaban con una escolta (Rausch).
Sostuvo Benítez que uno de los dos hombres por él contratados,
don Rafael Sánchez, sí estaba cumpliendo labores misionales propias de un
adelantado: reducir a los indígenas y enseñarles la doctrina cristiana, acción
les consentía toda la libertad que querían para robar, mostraban hallarse allí
poco gustosos, que por eso temía que quemaran el pueblo y se esparcieran.
(AGN, JC 174, f. 287 r.)
Ahora bien, el sitio del Zumi, a diferencia del de Las Cachamas, mos-
tró un hecho bien significativo: los guahibo-chiricoas habían estableci-
do, a instancias del adelantado Parales, una alianza interétnica con otros
sectores de la creciente población llanera:
[…] ayudados los guahibo-chiricoa de otros bandidos delincuentes, fugitivos
y libertinos que perseguidos de la justicia han buscado por asilo de sus delitos
la junta de tales indios. (AGN, CI 57, f. 300 r.)
i
a los niños tiernos y cometiendo detestables crímenes con cadáveres de las
mujeres que matan, como se ha reconocido por diversas vergonzosas señales
y posituras en que las dejan. (AGN, CI 57, f. 300 v.)
Con el fin de prevenir algún tipo de ataque, los pueblos y las ciu-
dades tomaron medidas preventivas, consistentes, por ejemplo, en poner
guardias de noche; pero dado el número de bandas que transitaban por
el espacio llanero y el arrojo y osadía con que enfrentaban a los blancos,
10 r
Según se pudo comprobar, Faquias, originario de Barinas (Venezuela) y empleado de Larrarte,
había sido el encargado de adelantar el negocio entre Parales y los dos hacendados. Fue él
quien entregó al capitán las piezas de lienzo, las hachas y machetes. Un día después de dicha
entrega se produjo el incendio en el sitio del Zumi, y, según parece, no le pagó a Parales los cien
pesos pactados. Aunque era una figura clave dentro del proceso, nunca se logró su declaración,
pues huyó de la región y se estableció en Barinas.
i
barbaros, antes que se vea la entera desolación de ellos, a V.E. suplicó [Cándido
Nicolás Girón, apoderado de Benítez] se digne mandar su retiro a partes distan-
tes, donde se puedan ejecutar sus estragos, para que las poblaciones gozen de la
paz y seguridad que es de justicia […] el rey tiene mandado que indios de seme-
jante conducta sean perseguidos, castigados y alejados, y aca se nos prohíbe usar
de nuestra natural defensa. (AGN, CI 30, f. 876 v. y 57, f. 330 v.)
11 r
El gobernador Bobadilla recogió los testimonios y las pruebas de los hechos entre junio de
1802 y el 2 de julio de 1803. El voluminoso expediente fue enviado a Santafé de Bogotá, a don
José Ignacio de San Miguel, miembro del tribunal de la capital virreinal.
[…] le entregara dos piezas de lienzo, dos libras de pólvora y unos machetes
y otras cosas, completo de los cincuenta que había de pico en lo tratado, y
que él recibió lo referido de mano de dicho Vargas y que todavía le deben los
doscientos. (AGN, JC 174, f. 291 r.)
i
go Rojas, quien haciéndole cargo a dicho Vargas que porque había dado aquel
fusil, le respondió que no se le diera nada, que él le daría con qué pagarlo, que
no había que detener la salida de los indios por la falta de arma de fuego. (AGN,
JC 174, ff. 318 v. y 319 r.)
[…] el asunto era muy sabido pues había sido promovido por los expresados
Larrarte y Benítez, como que en una ocasión hallándose el tal cura [don Juan
Eligio Algecira] en compañía de un religioso candelario, su apelativo Paramo,
el doctor don Francisco Javier García, y un escribiente de este, cuyo nombre
no supo decirle cual era, llegaron los dos [Benítez y Larrarte] y hablando
sobre los daños que recibían de tales indios llegaron a decir que aunque les
costase los habían de sacar de allí; que en este acto les improbó el citado Dr.
García sus pensamientos diciéndoles que se dejaran de eso de una vez que
habían número de indios muy considerable ya reducidos; que posteriormente
se retiraron y se fueron a su casa”. (AGN, JC 174, f. 298 r.)
Benítez me decía que qué medio tomaríamos para salir de los indios, y que si
sería bueno quemarles el pueblo […] Pero como no pudo conseguir de mí lo
que intentaba por haberle yo suplicado que no me mezclara en este asunto me
ordenó fuera y mandara a don Xavier Vargas para que trajera al negro Parales
al hato de San Joaquín en donde se encontraba Benítez aguardándolos. (AGN,
JC 174, ff. 318 r. y 319 r.)
i
en su tiempo se han dado. (AGN, JC 174, f. 366 r.)
Figura 1.
Área de acción de Juan Francisco Paredes
Fuente: Intendencia del Casanare.
Del año 1799 a esta parte hay de menos en la provincia más de diez haciendas
de entidad se han destruido, no contando las de menos consideración. Pero,
sin comparación, son muchas más las estancias, trapiches y otros estableci-
mientos que han arruinado pues las estancias, más útiles a esta ciudad que
son: La Guerrera, los Palmares y la Manga, los han dejado sin habitadores por
cuyo motivo va la provincia en decadencia. (AGN, CI 29, f. 650 r.)
12 r
Desde 1769 había conflictos de proporciones mayores con los indígenas guajiros, que tienen
muchos puntos comunes con los sucedidos en los Llanos, así como otros en discrepancia;
pero quizás fueron una consecuencia del interés de la Corona española por centralizar aún
más el poder de la metrópoli y garantizar el dominio sobre las colonias.
i
venía armar, pues se podía generar un conflicto interétnico de grandes
magnitudes: muchos de los posibles soldados habían sido víctimas, di-
recta o indirectamente, del desenfrenado accionar de los indígenas, y en
vez de servir para pacificarlos podían convertirse en elementos de cons-
tante venganza.
Se restituyó la antigua escolta del Casanare, la que había sido des-
montada en 1797, y de la que hacían parte treinta hombres, pero no se asig-
naron los diez hombres al Zumi. La escolta actuaba de manera itinerante,
y no se la armó ni dotó convenientemente, lo que fue aprovechado por
los guahibos para incrementar sus acciones en Cuiloto y todo el Casanare.
Fue así como en 1804 se informó que la “audacia de los gentiles es mayor,
[intentan] asaltar el cuartel y robarles a los soldados sus caballerías y labran-
zas” (AGN, CI 29, f. 649 r.). En parte, la falta de adecuada dotación de la escolta
radicó en que el gobernador Bobadilla no expidió las respectivas órdenes
para que los alcaldes ordinarios de Chire y Pore, donde se concentraban
los armamentos y las municiones, proveyeran a la escolta de lo necesario.
Ante la presión de los vecinos se planteó, por parte del alcalde ordinario
de Chire, que desde Santafé de Bogotá se trasladaran cien fusiles y se les
repartieran a los vecinos más expuestos al accionar guahibo-chiricoa; pero
como el costo de esa conducción era de setenta pesos y debía ser asumido
202 […] tanto más inconsiderada y distante de escarmentar a los indios, cuan-
do la temeridad de tales habitantes en vivir distantes de poblado y distantes
i
Las prioridades de los colonos eran otras, pero cuando se daba una
incursión violenta de los indígenas en sus parcelas reaccionaban con ira: se
reunían y realizaban correrías (guahibiadas) en busca de los culpables.
A veces podían saciar su sed de venganza; por lo general, contra inocentes.
Otras veces no lograban nada, y con ello se incrementaron los genocidios
y los etnocidios. Así lo expresó en 1804 el gobernador Bobadilla:
[…] esta especie de guerra que siempre se ha vivido en la Provincia […] no
deberá dudarse de tan funesto incremento considerándose que tales correrías se
reducen a la reunión de un número considerable de vecinos animados del ciego
espíritu de venganza susodicha, que a los seis, ocho o más días después de suce-
dido el desastre, recorren la vega de tal río, o paraje en donde aun piensan hallar
los gentiles autores, en tales circunstancias sería menos sensible o descargasen
su ira en ellos, por lo que sin duda debe acrecer, es que los gentiles criminales
hayan retirado, y trasladado a otro río, y que si se encuentran algunos sean
distintos, y por tanto inocentes para expiar un crimen ajeno. (AGN, CI 29, f. 654 v.)
i
46 varones y 58 mujeres, para un total de 104 indígenas, que iniciaron algu-
nos cultivos; pero la noche del 29 de junio Martínez y los tres hombres de
la escolta fueron asesinados, las sementeras arrasadas y los ranchos destrui-
dos. Los indígenas huyeron. Un tiempo antes del intento de Martínez
lo había precedido en idéntica labor el barinense Juan José Maldonado,
quien corrió igual suerte. El continuo levantamiento de los indígenas
involucró a todos los sectores de la sociedad llanera. Los comerciantes,
por ejemplo, no podían transitar por los caminos, pues eran asaltados,
y la inquietud y la zozobra eran permanentes. El suministro de ganado y
mercancías, tanto desde los Llanos hacia las ciudades de Santafé y Tunja
como desde estas hacia aquellos, era escaso, y los precios, por los riesgos
que se corrían, eran cada vez más altos13.
13 rEn ello influía que no existiera sino una vía de acceso al Casanare, desde la provincia de Tunja:
el antiguo camino de Chita, lleno de dificultades, como el paso de grandes y torrentosos ríos
(especialmente, el Casanare), y el tránsito por peligrosos riscos y el cruce del páramo, por el
que una “saca” de ganado proveniente del Casanare a Chita, que nunca llegaba completa, dura-
ba doce días en verano y veinte en invierno, y un cargamento de mercancías gastaba entre ocho
y diez días en tiempo seco. Si a esas dificultades se les sumaban las derivadas de enfrentar una
banda de guahibos, lanzarse a dicha aventura era como para pensarlo dos veces.
i
los hacendados y a las autoridades, y en los que el indígena fue considerado
como un “enemigo” a quien se podía exterminar sin consideración alguna.
No es aventurado decir que desde entonces, y por las ideas difundidas de
miedo, terror y destrucción total, se instituyó en el Llano la práctica cultural
de la “guahibiada”, marcada por el odio y el desprecio, así como por la per-
secución y el etnocidio. Una situación que el adelantado Parales visualizó
y advirtió por anticipado, como también lo hizo el gobernador Bobadilla.
Si bien los hechos que se han narrado cubren algo más de una dé-
cada, y son de corta duración, el conflicto entre los guahibo-chiricoas con
la “sociedad mayor” y la consiguiente violencia interétnica son de larga
duración y han tenido momentos, como los referidos, durante los cuales
se agudizaron. El que nos ocupó se convirtió en un pico alto de este fe-
nómeno, pues derivó en un movimiento social de cierta magnitud: en él
convergió más de una rebelión, comprometió a localidades enteras, y,
en realidad, a toda la región llanera. Los sectores involucrados fueron de
diverso origen: indígenas reducidos e irreductibles, hacendados grandes
y pequeños, colonos y, en fin, blancos ricos, pobres y mestizos. La vio-
lencia debió de ser mayor que la evidenciada en los casos enunciados;
esbozamos los protagonizados por los indígenas, pero no sabemos sobre
los ejecutados por la contraparte.
206
rBibliografía
i
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208
i
R esumen
r
En este artículo se plantea una aproximación a las luchas por el control y el acceso al agua
entre las élites regionales hispanas y criollas y los pueblos de indios de la jurisdicción de
Tula, durante el siglo XVIII. Una lucha que, en definitiva, hundía sus raíces en las nuevas
perspectivas económicas regionales, provocadas por el descenso de la actividad gana-
dera. De esta manera, hacia el siglo XVIII la economía regional volteó la mirada hacia el
cultivo de granos, sin dejar de lado la cría de ganado para las matanzas. Dentro de
este contexto, las élites regionales, antiguas propietarias de grandes hatos de ganado, in-
virtieron importantes capitales en la construcción de una infraestructura hidráulica (zan-
jas, presas, jagüeyes), encaminada al riego de los cultivos. Sin embargo, eran los pueblos
indios quienes desde antaño habían controlado una parte importante de los recursos
hídricos disponibles, por lo cual la confrontación fue el resultado inevitable del proceso.
P alabras clave:Agua, conflicto social, Nueva España, Tepetitlán, siglo XVIII.
A bstract
r
In this article an approach it is considered to the fights by the control and access to the
water between the Hispanic and Creole regional elites and the peoples of Indians of
the jurisdiction of Tula, in 18th century. It was a fight that really sank its roots in the
new regional economic perspective, caused by the reduction of the cattle activity. So
that towards 18th century the regional economy turned around the glance towards the
grain crops, without leaving of side the upbringing cattle for the slaughters. Within this
context, the regional elites, old proprietors of great ranches of cattle, invested impor-
tant capitals in the construction of a hydraulic infrastructure (ditches, prey, jagüeyes)
directed to the irrigation of the crops. Nevertheless, they were the peoples of Indians
who from long before had controlled an important part of the hydro resources available,
reason why the confrontation was the inevitable result of the process.
K ey words:Water, social conflict, New Spain, Tepetitlán, 18th century.
1 rLa Endó es un embalse de aguas negras con capacidad para almacenar 182 millones de metros
cúbicos de líquidos residuales provenientes del valle de México y del corredor industrial Tula-
Tepeji (entre los que se encuentran los que vierten la termoeléctrica “Federico Pérez Ríos” y
la refinería “Miguel Hidalgo”, de Pemex, ubicadas en Tula de Allende), por lo que es conocida
como la “cloaca o fosa séptica más grande del mundo”. Cubre una superficie de 1.260 hectáreas
y fue construida entre 1947 y 1952, por órdenes del entonces presidente de México, Miguel
Alemán Valdez. Su finalidad original era almacenar grandes volúmenes de aguas pluviales. Fue
a partir de la década de 1970 cuando empezó a recibir descargas de aguas residuales. En 1975 se
concluyó la primera etapa de construcción del drenaje profundo de la ciudad de México, que
actualmente se conforma a partir de varios interceptores que fluyen hacia un mismo conducto
para evacuar las aguas. El Emisor Central inicia en Cuautepec, en la delegación Gustavo
A. Madero, D. F.; atraviesa la autopista México-Querétaro, a la altura de Cuautitlán, y continúa
su curso hasta el puente del lugar llamado Jorobas. Enseguida descarga el líquido en el río
Salado, y este, a su vez, lo hace en las presas Taximay y Requena; luego, en el río Tula, y ensegui-
da, en la presa Endó. Con ella se satisface el riego agrícola a las regiones de Tula e Ixmiquilpan,
mientras que las aguas del río Tula continúan hasta unirse al Moctezuma, y van a desembocar
al Golfo de México.
2 El nombre de Tepetitlán es del idioma náhuatl; significa tepetl, “cerro” o “sierra”; tepetla, “serra-
nía” o “montaña” y titla, “entre”; es decir, “entre cerros” (Peñafiel 57 y 190). En otomí se conoce
como Madietex o Medietezc, con el mismo significado (Azcué y Mancera 287).
i
y varias rancherías. Era ese un terreno que, a pesar de ser “montuoso”,
con valles, barrancas, cerros y mesetas, resultaba una buena tierra para
el cultivo de maíz, trigo y fruta. Tal fertilidad se debía, principalmente, a
su localización, pues se encuentra justo en la confluencia del río Gran-
de (actualmente río Tula) y el río Chico (hoy llamado Rosas). En el
primero sus aguas corrían de sur a norte, mientras que en el segundo lo
hacían de este a oeste. Pero tal ubicación no aportaba únicamente bene-
ficios a la agricultura, sino, también, perjuicios a sus moradores, por las
inundaciones que sus avenidas provocaban. El pueblo sujeto de Tepexi
es descrito como un lugar con clima templado, “muy agradable para la
fertilidad de sus campos y cañada llena de huertas y frutas ricas de todas
especies” (AGN, P 7, ff. 297 r.-v.).
Antes del siglo XVIII fueron pocos los litigios entre agricultores
originados por el uso del agua en la región de Tula. Desde las prime-
ras décadas posteriores a la Conquista, y por los dos siglos siguientes, la
problemática en torno al uso y el aprovechamiento del agua se centró, más
bien, en la persistente lucha entre pueblos de indios y ganaderos, pues
los ganados bebían el agua de los principales ríos de la región, e, incluso,
la tomaban de las zanjas de riego destinadas al cultivo (AGN, GP 6, exp.
724, f. 724 v.; I 7, exp. 314, f. 156r. y 13, exp. 273, f. 237 v.). Cuando a finales
3 rEl aumento de los conflictos por el agua fue un proceso verificado en todo el virreinato novo-
hispano durante la segunda mitad de los siglos XVII y XVIII. (Lipsett; Wobeser, El agua;
La formación).
i
Figura 1.
Atitalaquia, Atotonilco, Tlamaco, Apazco, Tlahuelilpan y Tlaxcoapan se Pueblos y
haciendas
beneficiaban con las aguas del río Salado; a la vez, Xuchitlán estaba cer- de la región,
siglo XVIII
cano al río Rosas, y Tepexi y Xipacoya, al Salto (figura 1)4.
Fuente: AGN, VM,
v. 241, e. 1, ff. 159-173.
En el siglo XVIII, del río Tepexi se alimentaba el sistema de riego
que surtía a la hacienda San Nicolás Caltengo y al pueblo de Tepexi
(AGN, I 30, exp. 425, ff. 396 r.-396 v.; M 60, ff. 128 r.-129 v.). Uno de los más
importantes sistemas de riego de la región, conocido con el nombre de
4 rPaso, Papeles de la Nueva España. Geografía 18, 21, 143, 166, 218, 219, 223, 226 y 209; Papeles de la
Nueva España. Segunda Serie 14, 17.
La construcción de canales que cruzaban por terrenos ajenos a los del 215
dueño de la obra también era motivo de asiduos enfrentamientos. Juan Gó-
i
mez de Cervantes Jaso y Osorio y el pueblo de Tula mantuvieron constantes
fricciones por la construcción de un acueducto de varios kilómetros que llevaba
el agua del río Tepexi a las haciendas de Santa Efigenia y Buena Vista, pues cru-
zaban por terrenos de los indios. Era el mismo caso de la hacienda Caltengo, la
cual conducía el agua a sus campos de cultivo por las zanjas que llegaban a Tula.
Las filtraciones de los canales también fueron motivo de disputa entre pueblos
como Doxey y la hacienda San Miguel Chingú. Había también otros puntos pro-
blemáticos en torno al agua, como la fabricación de presas río abajo, la apertura
de ladrones para desviar el agua o tomar más agua de la estipulada, la escasez de
lluvia, los abusos en el sistema de tandas y turnos, o, simplemente, el manteni-
miento de la infraestructura hidráulica6. En las líneas siguientes analizaremos los
conflictos por el uso y el control del vital líquido que protagonizaron las haciendas
de San Lorenzo Endó, San Pedro Mártir Nextlalpan y el pueblo de Tepetitlán
(AGN, M 60, ff. 128 r.-129 v.; 71, ff. 272 v.-274 r.; 73, f. 137 r. y T 3.616, exp. 4, ff. 1 r.-64 v.).
5 rFlorescano señala que entre 1740 y 1749 se dejaron sentir al menos tres sequías en el valle de
México. Desde finales del siglo XVIII hubo varias severas y continuas, y la de 1808 a 1811 fue
una de las que más afectaron a la población, pues tuvo importantes consecuencias sociales.
6 Para un estudio de caso en la Nueva España, véase Wobeser (“El agua” 143-146).
216
i
Curvas de nivel
Cartas topográficas:
Mapa 2.
Zanja
de riego
de las
haciendas
Nextlalpan
y Endó,
siglo XVIII
Fuente:
AGN, VM, v. 251,
e 1, ff 159-173.
i
Mapa 3.
Hacienda de Nextlalpan, siglo XVIII
Fuente: AGN, MPI, mapa 2.476, clasificación: 978/1130.
Uno de los litigios más violentos que se dieron por el uso del agua
en la región fue, precisamente, el originado en torno a las aguas del arroyo
de Sayula, al norte de Tula, pues la disputa amenazó con convertirse en
rebelión. En 1747 los indios de Tepetitlán entraron en fuertes disputas con
el dueño de la hacienda San Lorenzo Endó, don Baltasar de Vidaurre, pro-
curador de la Real Audiencia, por el uso del agua del arroyo de Sayula. Las
218 mercedes de agua a la hacienda databan de principios de ese siglo, cuan-
i
i
años después.
El 10 de enero de 1747, cuatro días después de que don Tomás de San
José y Bárcenas fue elegido gobernador de los naturales del pueblo de
San Bartolomé Tepetitlán, don Baltasar de Vidaurre, procurador de núme-
ro de la Real Audiencia de México, se dirigía al virrey don Juan Francisco
de Güemes y Horcasitas, I Conde de Revillagigedo, en estos términos:
i
que les afectaban (La rebelión 56-57, 79-83).
A partir de la segunda mitad del siglo XVII, y especialmente iniciando
el siglo XVIII, se asiste en la Nueva España a un crecimiento de población
generalizado, y a una recuperación importante de la india en particular, lo
que duró hasta 1810, cuando había triplicado su población, hasta llegar a
la cifra aproximada de tres millones. Esta regeneración supuso para la
población india que sus tierras resultaran insuficientes para atender a un
sector en crecimiento. Arij Ouweneel es cauteloso al respecto. Sin poner en
duda el inicio del crecimiento demográfico de la población novohispa-
na desde mediados del siglo XVII, señala que primero creció la población
en los pueblos de indios, pero hacia 1750 se incrementó también el núme-
ro de habitantes de los centros urbanos más grandes. Según este autor, el
campo novohispano no pudo proporcionar “suficientes medios de vida a
la gente, y que la presión ecológica era bastante alta para pasar a la intro-
ducción de cambios en el sistema económico”, lo que explicaría la apertura
de nuevas empresas en las ciudades y en los centros mineros cubiertos con
nuevos pobladores (20-22).
El crecimiento de la población india generó miseria en el mundo ru-
ral, donde se originó una escasez de tierras; la expansión de las haciendas
fue el germen de esta carencia a lo largo del siglo XVIII. Desde siglos atrás
se anexionaron tierras siguiendo diversas fórmulas, como las adquisicio-
nes ilegítimas de tierras por las haciendas que después “componían”; o la
apropiación de tierras de los pueblos de indios durante épocas en que estos,
por su declive demográfico, no podían cultivarlas ni mantenerlas bajo su
control, y cuando sus caciques o principales rentaban o vendían a los
hacendados (Nickel 50-51). Junto a las tierras estaba el agua. El despo-
jo o la adquisición de las primeras equivalían a lo mismo con el preciado
líquido. Las tierras más codiciadas eran las cercanas a los humedales o las
que podían ser regadas, al disponer de los mejores suelos. Con la recu-
peración demográfica de la población india en el siglo XVIII las tierras y las
aguas de muchos pueblos resultaron exiguas para que sus habitantes pudie-
222 ran cubrir sus necesidades básicas; incluso, muchos pueblos quedaron
cercados por las haciendas y lejos de las fuentes hídricas (Wobeser, La
i
formación 66-67).
Fue en ese momento cuando se intensificó la lucha por la tierra y el
agua. Los pueblos trataron de recuperar los recursos perdidos valiéndose,
principalmente, de la vía legal. Para Friederich Katz (79-80) y John Coast-
worth (49) esta presión sobre la tierra, aunque solo fuera una entre otras
causas, puede explicar también el aumento del número de alzamientos y
conflictos sociales y políticos en el campo novohispano durante el siglo
XVIII. Es por ello por lo que cuando analizamos el conflicto que se presen-
tó en 1747 entre los naturales de Tepetitlán y el dueño de la hacienda de
San Lorenzo Endó debemos tener en cuenta, a lo largo de este, las razo-
nes expuestas con anterioridad. Por una parte, el papel de las autorida-
des indígenas, sujetas a la obediencia de los mandos virreinales, pero, a su
vez, su implicación con la comunidad y su problemática. Por otra, el cre-
cimiento demográfico como elemento condicionante en los pueblos
y argumento de presión sobre las tierras de las haciendas. Por último, el
componente económico, la escasez de tierra y agua para sobrevivir y la de-
pendencia, cada vez mayor, con respecto a la hacienda para subsistir.
A la hora de analizar estos conflictos debemos tener presente quién
elabora y emite la información, y con qué fin. Por ello, podemos señalar
i
a sus oficiales de república para hacerle relación de la sumaria “por los vio-
lentos despojos”, lo que escuchó de estos fue la objeción a la acusación,
aduciendo que el informe estaba mal hecho8. Sin embargo, los primeros
testigos presentados por Vidaurre fueron enfáticos en sus declaraciones: el
gobernador y los naturales de San Bartolomé Tepetitlán habían roto la ca-
ñería, invadido las tierras de la hacienda Endó y construido ranchos; o sea,
perjudicaron notoriamente las cosechas de trigo de la hacienda, además de
afectar a los propios indígenas de Tepetitlán:
[…] pues en la forma que estaba [la cañería] les era muy útil a los naturales
porque para que llegara a regar las tierras de dicha hacienda es necesario que
pase por medio del dicho pueblo de que se benefician todos sus habitantes,
y ahora con el estrago hecho se incomodan de tal calidad que necesitan de
andar mucho trecho por dicha agua […]. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 13 r.-16 r.)
8 rAcudieron don Tomás de San José y Bárcena, como gobernador de los naturales de San Bar-
tolomé Tepetitlán, así como don Julián Cornejo, don Marcelo de Santiago, don Pedro Cerón,
don Antonio Rodríguez y don Domingo Felipe como oficiales de república.
de Tepetitlán hay que juzgarla, como dice Tilly, dentro del análisis de la
eficacia con la cual las organizaciones de las distintas acciones colectivas
emplean los recursos de los que disponen para alcanzar sus objetivos.
Este autor hace énfasis en las motivaciones individuales que llevan a
participar en una acción colectiva, lo que demuestra cómo las organi-
zaciones antes de movilizarse por la lucha de los recursos disponibles se
agrupan con base en intereses compartidos. En este caso, las mujeres de
Tepetitlán actúan con violencia ante una injusticia dirigida contra sus in-
tereses personales, cuando son agredidas no solo en su espacio familiar,
sino, también, en el comunitario. Puede afirmarse, pues, que cuando la
violencia se volvía una necesidad, las mujeres indias participaban en los
tumultos a la par con los hombres.
Un numeroso grupo de mujeres indias mostró su oposición a la res-
titución dirigida por el receptor Gómez de Tagle, con:
[…] algarada y voces descompasadas en su idioma otomí, que preguntado al
intérprete qué querían decir respondió que lo que decían era que por ningún
motivo consentirían en que abriese dicho caño ni que se restituyese el agua
aunque les cortasen la cabeza. (AGN, T 776, exp. 1, f. 17 v.)
i
de restitución:
[…] por los movimientos y resistencia que hicieron las indias de este pueblo
movidas de su gobernador y naturales, además de otros movimientos y bu-
llicios que advierto en dicho gobernador antes inquietando toda la plebe y
después haciéndoles que entrasen en el templo de este pueblo y sacasen con
gran desacato e irreverencia al Santo Titular. (AGN, T 776, exp. 1, ff. 21 r.-v.)
i
La réplica de la Real Audiencia fue consecuente con la forma
como se había estado llevando el asunto, y más siendo don Baltasar de
Vidaurre el procurador de dicha institución. Las peticiones del gober-
nador y sus oficiales de república en torno a la restitución de los cinco
sitios de ganado menor quedaron en un segundo plano. El fiscal de la
Real Audiencia tomó una serie de medidas que marcaron el inicio de
una nueva fase en el conflicto. Sus disposiciones se encaminaron a rea-
lizar una segunda restitución de las aguas y las tierras a Vidaurre, y a de-
tener al gobernador, don Tomás de San José y Bárcena, “como principal
cabecilla y caudillo”, así como proceder a indagar quiénes fueron el resto
de los dirigentes que fomentaron la resistencia a la primera restitución.
Para ello se nombró como juez al abogado de la Real Audiencia, don
Carlos de Perera, y se destinó una fuerza militar de cuatro soldados de
caballería para llevar a cabo la ejecución de las diligencias previstas por la
fiscalía (AGN, T 776, exp. 1, ff. 25 r.-26 v.).
Como ya señalamos, se inició una nueva etapa en lo judicial, una
que ofrece datos más precisos sobre antecedentes, causas y desarrollo del
conflicto que estamos analizando. Y esto último ocurrió, especialmente,
a través de las declaraciones de los indios participantes y encausados en
9 rEl teniente del partido de Tepetitlán, Esteban de Rebolledo, señala que los indígenas invadie-
ron las tierras de la hacienda y rompieron la cañería del agua por persuasión del gobernador.
En parecidos términos se expresa el antiguo gobernador, don Nicolás Bernardino: “que el ac-
tual gobernador era el culpable y que no podía meter la mano en este conflicto porque el
gobernador tenía a todos los indios conspirados y también a las indias”.
i
preso a buen recaudo”. Ningún miembro de la república de indios quiso
asistir a la restitución, y la amenaza surtió efecto: señalaron que obede-
cían lo estipulado por la Real Audiencia; es decir, no oponían resistencia
alguna a la labor del juez. Quienes sí plantearon rebeldía fueron las indias
que ya resistieron bravamente al primer acto de restitución, al negarse a
obedecer las órdenes del juez y amenazar con ir a México, donde se en-
contraban su gobernador y parte del grueso de la población de Tepetitlán.
El juez decidió detenerlas hasta terminar sus diligencias, y sacar sus con-
clusiones (AGN, T 776, exp. 1, ff. 34 r.-36 r.).
La toma de posesión de las tierras y aguas reclamadas por Vidau-
rre se realizó con suma facilidad, sin aparente oposición india. El juez y los
testigos, acompañados de la guardia militar procedente de la ciudad de
México, llegaron al lugar donde se produjo la rotura de la tarjea, o cañería,
y en el que se vertía el agua. En nombre del rey “le restituyó y amparó [a
Baltasar de Vidaurre] a el uso y goce de dichas aguas según y en la misma
conformidad que él y sus causantes los habían gozado”. El siguiente paso fue
restituir las tierras de la hacienda que Vidaurre reclamaba como suyas; en
concreto, eran tres ranchos y una presa donde había agua para riego del
trigo sembrado en la hacienda. Dos ranchos estaban ocupados por antiguos
arrendatarios de Vidaurre, a quienes los indios les pidieron que no reco-
i
la tarjea. Al final, reunidos los indios en junta, en la portería del convento
franciscano de Tepetitlán, redactaron un documento, para después con-
currir todos a cortar el agua que pasaba por la hacienda de San Lorenzo
Endó. Inculpó al gobernador Bárcena como a principal cabecilla y como
a alguien que no conocía las causas de este conflicto, por los pocos meses
que llevaba en su puesto (AGN, T 776, exp. 1, ff. 41 v.-43 r.).
Más explícito, por su condición de antiguo gobernador de los natu-
rales de Tepetitlán, pero opuesto a la labor de Bárcena como tal, fue don
Nicolás Bernardino. Él empezó su declaración enumerando a los par-
ticipantes activos en el movimiento, aparte del gobernador: “guiados y
capitaneando la turbamulta el mismo [Francisco] Interial, el gobernador,
Antonio Rodríguez, escribano, y su yerno Hilario, y éste dijo ‘que si no
rompían el agua, no hacían nada para empezar el pleito y que se reirían
los españoles’”. Precisamente, cuando el juez Perera proporcionó la lista
de cabecillas del tumulto aparecieron los cuatro citados por Bernardino.
Además, inculpó a las indias retenidas por el juez como las principales
dirigentes de las mujeres que permanecieron vigilando la cañería o tarjea
rota cuando se inició el tumulto, y que detrás del accionar de ellas esta-
ban las órdenes de Bárcena (AGN, T 776, exp. 1, ff. 44 r.-v.). Por último, en
10 r
La lista la encabezaban: don Tomás de San José y Bárcena; Francisco Interial; Antonio Ro-
dríguez, escribano de república; Hilario, yerno del anterior; Julio Cornejo, alcalde; Pedro
Cerón y Diego Felipe, fiscales de la Iglesia. Las indígenas fueron Dominga Inés; sus dos
hijas, Bartola Dominga y Juana Dominga; Andrea Inés, hermana de la primera citada; y
Tomasa Dominga, alias Tomasa María.
i
lo cual querían dejar claro el carácter comunitario del acto, lo que se vio
reflejado cuando redactaron y firmaron el papel en la portería del convento
antes de salir a romper la tarjea (AGN, T 776, exp. 1, ff. 83 v., 85 v., 87 r.).
En idénticos términos se expresó el detenido Francisco Interial, cuando
señaló que era falso que don Tomás de Bárcena fue quien alteró al pue-
blo, sino que fue este quien acudió al gobernador a pedirle permiso para
romper la zanja del agua (AGN, T 776, exp. 1, f. 89 r.). Cuando, varios meses
después se entregó a las autoridades de la Real Audiencia el gobernador
Bárcena, sobre este asunto señaló que cumplió con todas las obligaciones
de su cargo y, como tal, ni apremió a sus gobernados a romper la tarjea ni
los coaccionó a impedir la restitución ordenada por la Real Audiencia, sino
que fueron “ellos mismos […] impelidos de la urgente necesidad de la falta
de agua rompieron la tarjea y resistieron la restitución sin que en ello tuvie-
se yo particular influjo” (AGN, T 776, exp. 1, f. 97 v.). Ruiz Medrano señala
que este tipo de tumultos comunitarios poseía una base de organización
asentada fuertemente en redes informales de resistencia que se consolida-
ban, de forma colectiva y consensuada, una vez que el conflicto estallaba
(“Los tumultos” 36).
Las causas y los motivos por los cuales los indios de Tepetitlán se mo-
vilizaron para romper la cañería y tomar tierras de la hacienda de Baltasar
i
na Dominga María por qué construyeron un jacal en uno de los ranchos
invadidos de la hacienda de Vidaurre, ella, además de señalar que el sitio
donde construyeron era propio del pueblo, expresó que se tuvieron que ir
a dicho lugar “porque en el que tenían en el pueblo ya no cabían sus hijos”
(AGN, T 776, exp. 1, f. 83 v.). En parecidos términos se expresaron las indias
Andrea María y Tomasa María. Así mismo, Juan Antonio Rodríguez de
Estrada, escribano de república y detenido, declaró que haber sacado al
santo patrón de la iglesia del pueblo y llevarlo a la ciudad de México “lo
hizo el común por venir a pedir dónde vivir porque ya en el pueblo no
caben” (AGN, T 776, exp. 1, f. 91 v.). Con ello podemos responder a los de-
seos expresados por el gobernador don Tomás de San José y Bárcena por
recuperar los cinco sitios de ganado menor que desde 1664 disfrutaron los
sucesivos dueños de la hacienda Endó. Baltasar de Vidaurre, su último
poseedor, se negaba a entregar los títulos y las mercedes que demostraban
la propiedad de estos al pueblo de Tepetitlán, y, por ende, su dominio y los
acueductos de agua que por dichas tierras pasaban, y que fueron ocupados
el 9 de enero de 1747 (AGN, T 776, exp. 1, ff. 22 r.-24 v.).
Las irradiaciones de este tumulto tuvieron sus resultados a corto
plazo. En 1748 las autoridades virreinales libraron un despacho para que
rBibliografía
236
F uentes primarias
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F uentes secundarias
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Renán Silva
Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia
i
querido, en buena hora, ofrecer un contexto político y cultural del proble-
ma analizado, e incluir sus preguntas en un horizonte mayor, a partir del
cual todas las ricas descripciones ofrecidas por la autora encuentran su
perspectiva histórica y antropológica.
Así pues, para Marina Caffiero se trata de poner la “obra, vida y mila-
gros” del futuro santo en un sistema de relaciones complejas en el interior
de la Iglesia Católica, en un momento de una coyuntura política particular
(Europa ilustrada y Europa revolucionaria); es decir, en una de las fases
más intensas de ascenso a la modernidad, de tal forma que el estudio rea-
lizado permita explorar dos tipos de problemas historiográficos mayores.
Por un lado, el de los modelos de santidad, considerados en el cuadro más
amplio de estrategias de las que se dota la Iglesia Católica para enfrentar los
retos de la modernidad y avanzar en un proceso de reconquista de una so-
ciedad laica y secular que se le escapa, para lo cual se ha fijado, desde finales
del siglo XVIII, dos grandes blancos: las clases populares y las mujeres. Por
otro lado, explorar el problema de las formas de estructuración simbólica
de la imagen de un nuevo santo, y, en este caso, de un “nuevo tipo” de san-
tidad, al tiempo que se exploran las funciones sociales y culturales del
santo propuesto a los fieles como motivo de devoción y como inspirador
de una conducta recomendada.
i
herido de manera pasiva, sino que, en buena medida, había promocionado
(por ejemplo, en sus escuelas de primeras letras y en los sermones domini-
cales); entre otras cosas, porque se trataba de conquistas de civilización,
y no solo de fórmulas polémicas de la Ilustración.
i
Las redes de promoción, las fraternidades de interesados, los cuerpos
profesionales en busca de protector y de principio de identidad, todas esas
formas de construir desde abajo la religión y ampliar la esfera de influencia
de la Iglesia —que están presentes de manera tan evidente, por ejemplo,
en el marco de la sociedad hispanoamericana de los siglos XVI al XVIII—
son pruebas fáciles de integrar en un análisis cuando se quiere demostrar
el carácter socialmente organizado de formas de santidad, de modelos de
espiritualidad, de prácticas de devoción, que de otra manera seguirán apa-
reciendo como “hechos de mentalidad”, como “hechos de cultura” o, aun
peor, como “formas de idiosincrasia” que carecerían de historia.
La religión y las formas de piedad ilustrada, el posible jansenismo de
algunas de las autoridades virreinales, la posición de los ilustrados en torno
a las formas de religiosidad popular, el propio conflicto entre “ciencia y reli-
gión” de los ilustrados (para decirlo en palabras de Jaime Jaramillo Uribe),
el paso del ideal de virtud como la había conocido el siglo XVII a la for-
ma moderna del virtuoso útil y activo, la competencia entre modelos de
santidad que movilizan los párrocos en el siglo XIX (el de la utilidad social
y el de la devoción), como parece deducirse de las descripciones de Ma-
nuel Ancízar en su Peregrinación de Alpha, son todos interrogantes que nos
siguen esperando, como más hacia atrás nos siguen esperando la Virgen
de Chiquinquirá o san Pedro Claver, y sobre los cuales la documentación,
además, se encuentra editada. El libro de Marina Caffiero puede ser, entre
varias otras cosas, una buena guía para emprender la exploración.
La Iglesia y la religión son, ante todo, hechos sociales, productos
creados por la sociedad, a la que, a su vez, dan forma y color, y, a veces,
su propio contenido. Son, pues, creaciones históricas posibles de explicar
más allá de esta o aquella pequeña etnografía sobre esta o aquella peque-
ña devoción, y el principio de su inteligibilidad, como lo muestra el libro
de Marina Caffiero, aparece (o por lo menos se hace posible) cuando los
problemas que se asocian a la religión y a la Iglesia se ponen en el marco
contextual y relacional que permite comprenderlos.
248
i
ley ni rey”. Cada sector poblacional presentó una posición en relación con
el proyecto independentista o realista; cada uno defendió unos privilegios,
sus intereses y sus derechos adquiridos por un pacto consuetudinario con
la Corona; cada uno buscó ser incluido en los gobiernos republicanos o
en su contraparte realista, para adquirir derechos y libertades. No obstante,
no hubo conexiones sociales y políticas entre ellos, ni, mucho menos, con-
ciencia de cambio, lo cual aseguró el triunfo momentáneo de los ejércitos
del rey y la posterior consolidación del poder de los blancos y los criollos
ilustrados en la fundación de las repúblicas independientes.
Uno de los aportes más interesantes del libro en sus distintos capí-
tulos es otorgarles a los sectores populares o subalternos un lugar trascen-
dental en la historia de las luchas por la emancipación y dejar de lado la
250 incompleta y parca interpretación de la Independencia que involucró a
i
i
Otro elemento importante del libro es el enfoque regional, que ha
posibilitado profundizar en ciertos sectores poblacionales de un territorio
específico enmarcado por una provincia o una jurisdicción de cabildo, así
se evitan las generalizaciones. Diferenciar a los indios realistas de Santa
Marta (Nueva Granada), Pasto (Nueva Granada) y Coro (Venezuela) de
los republicanos de Cochabamba (Bolivia), Cusco (Perú) y Puerto Viejo
(Venezuela), así como la posición neutral de aquellos que habitaban las
provincias de Tunja y Santafé (Nueva Granada); o a los negros realistas
del valle del Patía (Nueva Granada) de los que optaron por el bando repu-
blicano, como los de Cartagena (Nueva Granada) y Esmeraldas (Quito).
Igualmente, los vaivenes de los negros, esclavos y mulatos de Venezuela y
Popayán para reclutarse en uno u otro bando, de acuerdo con los ofreci-
mientos de libertad y privilegios; o los viejos antagonismos de los indíge-
nas peruanos y las débiles alianzas de criollos, mestizos e indios en aquel
virreinato. Aquellos estudios han permitido matizar las diversas expe-
riencias regionales y de segmentos populares frente a la Independencia,
sin forzarlas a generalizaciones y a una sola expresión frente a los aconte-
cimientos emancipadores.
Por otra parte, el enfoque regional ha permitido acceder a una
variedad de fuentes desconocidas por la historia tradicional (llamada
Finalmente, hay dos componentes más que rescatar del libro. El pri-
mero es el llamado de atención para realizar balances historiográficos no
solo del período de la Independencia, sino de cualquier otro, lo cual hizo
Alfonso Múnera (capítulo 3) al comparar las distintas versiones de la histo-
ria que se han producido sobre la intromisión de los sectores negros y mu-
latos en la independencia de Cartagena. El segundo es la visión desde un
espectro más amplio, que desborde los límites provinciales y nacionales,
para comparar las diversas experiencias de los denominados subalternos.
Esta perspectiva fue la utilizada por Miguel Izard (capítulo 10) al descri-
bir, a lo largo del continente americano, los grupos que buscaron refugio
en zonas inhóspitas para huir del control de las autoridades. Así mismo,
Christine Hünefeldt (capítulo 13), al reflexionar en el marco sudamericano
sobre los distintos mecanismos utilizados por líderes militares patriotas y
realistas para reclutar esclavos, así como sobre las estrategias de estos últi-
mos para hallar ubicaciones ventajosas en los ejércitos y la sociedad de los
países independientes. Estos dos elementos permiten ampliar las formas para
abordar el pasado, observar lo que se ha hecho y formular nuevas pregun-
tas con las investigaciones de otros países y de las décadas pasadas.
Una de las preguntas que quedaron pendientes en la mayoría de los
capítulos, y que no se han planteado muchos historiadores que estudian
i
indios peruanos se levantaron contra la república “traidora” y solicitaron el
regreso del rey.
Renán Silva
Universidad de los Andes, Colombia
i
dieron, y la de muchos otros posteriores que sobrevivieron y mejoraron
los trabajos pioneros de de Olmos y de Gilberti, obedeció a exigencias del
nuevo poder civil. Se trataba, pues, de conocimiento con fines prácticos
de dominación y con metas precisas en cuanto a los resultados buscados:
conocer las nuevas sociedades amerindias con fines de explotar riquezas
e imponer “lo sobrenatural cristiano”, para decirlo en el agudo lenguaje de
Serge Gruzinski. O, dicho de la forma hoy dominante: se trataba de impo-
ner el poder colonial sobre los pueblos sometidos.
Una de las enseñanzas más valiosas de la obra que reseñamos es que
los procesos sociales de que se trata pueden ser mucho más ricos, comple-
jos, matizados y ambiguos de como lo hace creer el uso actual (de origen,
en apariencia, foucaultiano) de las categorías “poder” y “dominación”. En
primer lugar hay que señalar, como advierten los autores del libro, que es-
tas “artes de la lengua” no habrían sido posibles sin una consideración de
“humanismo universalista” sobre su carácter de lenguas, y no de “dialectos
del diablo” o de formas de comunicación de menor estatuto que las len-
guas europeas. El hecho innegable de que formaran parte de empresas
de poder (pero, ¿qué no lo es?) no hace desaparecer la presencia de tal
perspectiva universalista, y no puede conducir a omitir que, como inves-
tigaciones, las gramáticas de Olmos y de Gilberti se localizan en el mismo
i
lengua”, sin necesidad de agotar en él las posibilidades y las singularidades
de la nueva lengua estudiada. De tal manera que nada parece desmentir el
maravilloso paso adelante que los dos frailes habían dado al considerar las
dos lenguas que examinaban como creaciones universales y singulares,
expresión del pensamiento y la cultura, al mismo título que lo eran las
lenguas europeas.
En este pequeño libro resalta también la forma como se encuentra
presente en la elaboración de estas dos gramáticas lo que en un lenguaje de
moda se llamaría el “concurso del otro”. No hay que tener una gran inteli-
gencia para darse cuenta de que no era posible describir un vocabulario y
avanzar luego a la estructura de una lengua, pasando, desde luego, por su
fonología y llegando, incluso, hasta aspectos muy detallados de su pragmá-
tica, como lo hicieron estos frailes, sin recurrir a los propios hablantes, sin
estar cerca de las civilizaciones estudiadas, sin interesarse por su sabiduría
acumulada, sin recurrir a lo que Gilberti llamó “las pláticas de los vie-
jos sabios”, lo cual indica que no todo se reducía a la simple dominación
y al interés egoísta. La historia de la lingüística escrita en Europa, con una
perspectiva puramente etnocentrista, nunca se ha dado cuenta de la forma
como el estudio de las lenguas del Nuevo Mundo se constituía en una fuente
importante para el estudio universal del instrumento por excelencia de
comunicación entre los humanos, pero tal hecho no debe ser conside-
rado como extraño. Los europeos se han negado a sí mismos muchas
formas de enriquecimiento cultural por su falta de universalismo, por
su negativa implícita a considerar que solo existe una especie huma-
na (con variedades diversas, y, a veces, extremas), un hecho agravado
recientemente por todos los propagandistas, de un lado y de otro de la
geografía académica, de “alteridades extremas”, que dividen al género hu-
mano a la manera de elementos separados por su maldad excesiva o por su
bondad intrínseca, según el bando del cual se participe.
El libro se cierra con algunas consideraciones breves sobre “el tesoro
de las lenguas indígenas”, parodiando con fina ironía a Covarrubias, y con
el recuerdo de que esas lenguas, aún habladas por millones de personas
258 en México, abarcan una visión del mundo transformada en sonidos, pa-
i
i
en calidad de esclavas. Un punto sobre el cual no se sabe casi nada, a pesar
del intento de uso de “métodos regresivos” y de conectar “etnografía del
presente” con investigación histórica del pasado.
Las formas de comunicación iniciales en los primeros encuentros,
la aparición de los llamados “lenguaraces” (los indígenas bilingües), la in-
mersión de frailes y curas seculares en las lenguas de los indígenas, la im-
posición del castellano, los intentos de implantar el latín en algunos grupos
indígenas y mestizos para usos religiosos, todos los cuales son aspectos
centrales para avanzar en el análisis del proceso de evangelización —y para
cuyo estudio los materiales de archivo parecen ser abundantes—, si-
guen siendo aspectos por estudiar. Y más allá de la política de la lengua,
la acción de la vida social misma, por fuera de toda acción planeada: el
papel del comercio en la imposición del castellano, las lenguas de la co-
municación en las minas, en las haciendas y en los obrajes, las formas del
intercambio en el mercado o en los ámbitos familiares, donde sirvientes
y domésticos debían hacer uso de un castellano complejo, repleto de vo-
cablos provenientes de su propia lengua, de la lengua impuesta, y aun de
frases prestadas al latín, un complejo universo cultural y conceptual muy
importante que está por estudiarse.
En esta obra, Ana María Lorandi condensa y reelabora sus últimos estudios
sobre los primeros funcionarios borbónicos que actuaron en la antigua
Gobernación del Tucumán. Más allá de su sólida experiencia en el campo
de la etnohistoria, esta vez la autora recupera diversas tradiciones teóricas
para abordar prácticas, ideas y conflictos presentes en esta jurisdicción
durante las décadas previas a la implementación de las reformas político-
administrativas más importantes del poder colonial. El trabajo se enfoca en
la actuación del gobernador José Manuel Fernández Campero (1764-1769)
y en los principales conflictos que atravesaron su gestión en las ciudades
del Tucumán; sobre todo, en Córdoba, Jujuy y Salta. Lorandi reconstruye
con detalle los diferentes discursos y prácticas presentes en ese clima de
tensiones, con base en un conjunto de fuentes inéditas, entre las que se
destacan cartas de gobernadores y actas capitulares, juicios de residencia a
funcionarios coloniales, pleitos por límites jurisdiccionales, denuncias en
torno a la administración de los bienes de los jesuitas expulsos, entre otros,
sustanciados ante las audiencias de Charcas y de Buenos Aires, e instancias
judiciales superiores en la metrópoli.
Como se anuncia en el título del trabajo, la perspectiva de análisis
privilegiada ha sido la antropología política. Al identificar dichas fuentes
como documentos que contienen diversas “voces” de aquel pasado, Lorandi
se propone un análisis que contemple los discursos y las conductas de los
actores individuales y colectivos, y la relación de estos con las normativas y
i
poderosos de la gobernación, fuertemente vinculados a la orden por me-
dio de intereses económicos y políticos. Otro factor de conflicto fueron
las medidas de Campero en torno a la defensa de la frontera con las pobla-
ciones indígenas del Chaco y al control de los recursos económicos dis-
ponibles para ello (la recaudación del gravamen de “sisa”), que activaron
resistencias en las distintas ciudades de la gobernación. Aquí también la
presencia jesuita, a través de misiones volantes en el Chaco (y el respaldo
que esta tenía entre sectores criollos, en la Audiencia de Charcas, e incluso
en la corte virreinal de Lima) fue un factor de desestabilización del pro-
yecto impulsado por Campero.
Un segundo plano de análisis permite observar estos acontecimien-
tos a la luz del proyecto más amplio del reformismo borbónico. La autora
sostiene que los primeros ministros de Carlos III (1759-1788) comenzaron
implementando políticas menos rupturistas que las dispuestas durante
las últimas décadas de ese siglo, y que se sustentaban, mayormente, en el
nombramiento de funcionarios dotados de una clara convicción polí-
tica y moral acorde con el pensamiento de dichos ministros, en torno a
la necesidad de desarticular las estructuras tradicionales de la sociedad
colonial. Sin embargo, se concluye en este trabajo que una contradicción
fundamental en la política real dificultó, desde su origen, el éxito de estos
i
prácticas corporativas de la sociedad colonial, actuaron a modo de ta-
miz ante los lineamientos políticos y simbólicos que pretendía implantar
la metrópoli, e imprimieron un sesgo propio a las reformas borbónicas.
Así es como a los conflictos analizados por Lorandi subyace un proce-
so de formación estatal que, aún en etapa embrionaria, puso en tensión
modelos divergentes de apropiación y prácticas de poder, con nociones
contrapuestas sobre el sentido de la distribución del capital político y
simbólico en la sociedad colonial del Tucumán.
En este trabajo se desatacan también otros aspectos interesantes; en-
tre ellos, una buena síntesis sobre la situación de los indígenas del Chaco
y los asedios españoles durante ese período. En relación con la sociedad
criolla de la Gobernación del Tucumán, se tienen en cuenta los sectores
no pertenecientes a la élite de poder, que conforman buena parte del total
de la población, y que, sin embargo, no emergen claramente en los docu-
mentos históricos. Un acercamiento a esos sectores criollos pobres, mesti-
zos y de castas se presenta en esta investigación en torno a la problemática
de las milicias destinadas a los fuertes de frontera. La perspectiva que adop-
ta Lorandi en esta obra le permite captar cómo estos grupos, reclutados
para la defensa, no parecían sostener lealtades predefinidas, y participaban
en las disputas por los espacios de poder entre los vecinos y el gobernador
rBibliografía
Lorandi, Ana María. “La guerra de las palabras. Córdoba contra el gobernador
Fernández Campero”. Cuadernos de Historia 7 (2005): 97-128. Impreso.
Rodolfo Aguirre
Universidad Nacional Autónoma de México
Sin duda, la salvación de las almas fue una de las más importantes tareas
que el régimen hispánico y la Iglesia se echaron a cuestas en las Indias.
Pero aunque la Corona, los funcionarios reales, las instituciones eclesiás-
ticas y los grupos sociales dominantes coincidieron en ese objetivo, las
formas y los recursos que debían emplearse para lograrlo, según cada uno
de esos actores, fueron diversos. Hoy en día no existe una obra historio-
gráfica que comprenda, aun de manera general, el conjunto de instancias,
materiales o inmateriales, desplegadas en el amplio territorio novohispa-
no para que se lograse llevar a efecto ese objetivo, tan caro al dominio
español, durante los tres siglos de su existencia. Una razón de peso es que,
a medida que durante las últimas dos o tres décadas han ido surgiendo
estudios que han profundizado en las especificidades regionales de las
instituciones eclesiásticas, las antiguas generalizaciones que se hicieron
sobre la historia de la Iglesia han sido rebasadas, y los actuales historia-
dores abocados a su estudio saben que formular nuevas conclusiones
es riesgoso; cuando mucho se han avanzando conclusiones parciales. A
medida que nuevas investigaciones de enfoque provincial se publican, nos
demuestran que aún estamos lejos de conocer todas las variantes y las es-
pecificidades institucionales que se dieron en Nueva España.
La investigación de Rocher Salas, en ese sentido, se ha centrado en
considerar a las órdenes religiosas como grupos de poder en permanente
relación, ya sea de diálogo o de confrontación, con la sociedad campecha-
na. Cada una de dichas órdenes tuvo ámbitos de acción e influencia deli-
mitados a partir del ejercicio de sus tareas en el seno de la Iglesia, y cada
una desarrolló actividades económicas específicas para lograrlo; todo
Igualmente, debe señalarse que no son muchas las obras sobre el cle-
ro regular del siglo XVIII, en comparación con las dedicadas a los siglos pre-
cedentes. Desde el siglo XIX la historiografía se había ocupado de las órde-
nes religiosas, aunque, sobre todo, de su labor evangelizadora y educativa 269
durante el siglo XVI, o bien, de la biografía de sus principales hombres. So-
i
bre los franciscanos son notables las obras de Lino Gómez Canedo, Fran-
cisco Morales, John Phelan, George Baudot, Elsa Cecilia Frost, Carmen de
Luna, José María Kobayashi, Stella María González Cicero y José Refugio
de la Torre Curiel. Los dos últimos han escrito los pocos trabajos mono-
gráficos de carácter regional sobre las provincias de San José de Yucatán y
Santiago de Jalisco. Sin embargo, aún faltan estudios sobre las otras provin-
cias. El siglo XVIII es el menos estudiado sobre las órdenes religiosas, a pesar
de los profundos cambios que hubo en ellas. Está pendiente de hacerse,
por ejemplo, una investigación sobre el impacto que tuvieron en su orga-
nización interna, durante el período comprendido, las secularizaciones de
las parroquias, iniciadas por Palafox, en Puebla, durante el siglo XVII, y la de
Fernando VI, ordenada en 1749. Faltan también estudios sobre la econo-
mía de los conventos, sus propiedades, sus capellanías y sus rentas, y sobre el
destino de sus capitales, así como sobre la influencia de los conventos, en
su calidad de estructuradores del espacio urbano. De ahí la importancia de
contar con La disputa por las almas…, que muestra un camino por seguir
para el estudio del clero regular dieciochesco. Dividido en cuatro grandes
capítulos, este libro nos descubre la cotidianeidad de las tres órdenes reli-
giosas asentadas en el distrito de Campeche, tanto en su interior como en
su exterior. Franciscanos, jesuitas y juaninos desplegaron toda una labor
i
exclusivo de ellos, trataron de impedir, al menos hasta antes de Carlos XVIII,
la intromisión de cualquier otra autoridad. Pero no solo ello, pues duran-
te la primera mitad del siglo XVIII la sociedad campechana presenció es-
candalosos pleitos por los altos cargos jerárquicos y la distribución de las
doctrinas de indios. Por otro lado, antes de la secularización tuvieron tam-
bién fuertes enfrentamientos con el clero secular, tanto por cuestiones de
jurisdicción con los obispos como por el siempre espinoso asunto de la
potestad sobre las doctrinas. Inmersos en estas dinámicas, los hijos de Asís
fueron incapaces de advertir los graves problemas en su seno: la carencia
de vocaciones religiosas, un deficiente sistema de reclutamiento, la perma-
nente intrusión de otros poderes, tanto civiles como eclesiásticos, en los
asuntos conventuales, y la ambición por conseguir las prelacías más im-
portantes. Todo ello devino en una provincia debilitada internamente, que
buscaba apoyos externos para resolver sus problemas. Con todo, los fran-
ciscanos, en conjunción con el gobernador de Yucatán y los cabildos de
Mérida, Valladolid y Campeche, pudieron detener las reformas del obispo
Gómez de Parada, durante la década de 1720, sobre cómo reglamentar el
pago de obvenciones.
Por el contrario, la autora demuestra que los jesuitas, más que con-
flictos en su interior, los tuvieron en el exterior. Como en otras regiones
novohispanas, los hijos de Loyola tuvieron que ganar su propio espacio
en Campeche, ante la poderosa presencia franciscana. Pero no solo esto,
sino que también tuvieron tensiones con el clero secular. Ante ello, los
padres ignacianos recurrieron también a tejer alianzas, ya fuera con las fa-
milias prominentes de la región o con los obispos, para enfrentar a sus
rivales. En contraste, a causa de que su actividad hospitalaria no conlle-
vaba el poder económico o social, los juaninos no tuvieron disputas en
su entorno, y las autoridades de Yucatán respetaron su autonomía, por
lo cual no tuvieron que preocuparse de la vigilancia de gobernadores,
oficiales reales ni obispos.
272 En el cuarto y último capítulo la autora analiza las especificidades
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fue entregado a la ciudad de Campeche.
Otra problemática a la que se enfrentó la Iglesia yucateca fue el
establecimiento de la Intendencia y de los subdelegados. Los intenden-
tes pretendieron intervenir en asuntos antes privativos de la jurisdicción
eclesiástica diocesana y regular, en lo cual fueron secundados por los sub-
delegados. El choque por la supremacía jurisdiccional no se hizo esperar,
por supuesto. A decir de la autora, el reformismo borbónico tuvo límites
importantes en Campeche, pues ni el clero secular ni las autoridades pro-
vinciales tuvieron la capacidad necesaria para sustituir al clero regular en
muchas de las tareas antes delegadas en este último. Según lo antes expues-
to, La disputa por las almas… viene a confirmar que la historia social y po-
lítica de las corporaciones eclesiásticas regionales es necesaria para poder
profundizar en nuevas líneas de investigación en el futuro.
Información
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