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AUTONOMÍA, EXPERIENCIA Y GÉNERO: LA PROTESTA SOCIAL

CONTRA LA VIOLENCIA SEXUAL Y DE GÉNERO EN LA ARGENTINA


CONTEMPORÁNEA

Claudia Bacci1

Abstract: En 2015 y 2016 se realizaron en la Argentina diversas manifestaciones contra la


violencia hacia las mujeres. Los escasos datos oficiales existentes sobre las formas y procesos de
esta violencia (sexual y/o de género) expresan, sin embargo, el carácter político de la misma en su
articulación con formas desigualdad y violencia social persistentes. Impulsadas por organizaciones
sociales, sindicales y barriales autónomas de mujeres y feministas, estas manifestaciones recuperan
tanto las historias personales de las mujeres que han sufrido la violencia como las experiencias en
común de quienes participan en su apoyo. Así, la frase “lo personal es político” expande su sentido
y la protesta “de las mujeres” deviene colectiva y las excede. Estas manifestaciones recolocan las
historias pretéritas de las violencias padecidas por las mujeres asesinadas, y visibilizan el
silenciamiento al que fueron sometidas por los poderes estatales, tanto como a una sociedad
cómplice en su silencio.
Exploro las formas de visualización y circulación pública de las imágenes de la violencia contra los
cuerpos femeninos, las protestas colectivas en respuesta, desde una perspectiva de género,
recuperando la polémica acerca de las condiciones para la autonomía (corporal, personal,
individual) que reemerge cada vez que se cruzan los discursos sociales y las políticas de
visibilización pública de los cuerpos femeninos y sus capacidades reproductivas y sexuales,
afectivas, económicas, sociales y políticas.
Keywords: Autonomía. Experiencia. Violencia de género.

En 2015 y 2016 se realizaron en la Argentina diversas manifestaciones contra la violencia


hacia las mujeres (definida de manera variable como “sexual” y/o “de género”). Estas
manifestaciones retoman experiencias organizativas y expresivas elaboradas desde los movimientos
de mujeres y los feminismos en el país que, tras la recuperación de la democracia en 1983, han
problematizado y visibilizado las violencias y el silenciamiento al que son sometidos los cuerpos
femeninos2 por parte de los poderes estatales responsables de generar las condiciones para una
“vida vivible” (Butler, 2010), así como de una sociedad cómplice en su silencio y desatención.
Exploro aquí algunos elementos de la violencia contra los cuerpos femeninos, la forma en
que es puesta en circulación por los medios a través de imágenes, así como la oleada de protestas
que se sucedieron en los últimos tres años caracterizadas en general bajo la consigna “Ni Una

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Carrera de Sociología, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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Tomo esta forma de enunciar a lxs sujetxs que padecen distintas formas de violencia centradas en su condición de
género, sexualidad y/o sexo, donde se articulan “pedagogías de la crueldad” (Segato, 2016) con la imposición de
condiciones políticamente inducidas de precariedad –precaridad- (Butler, 2010). Sobre la expansión de la precaridad
en sus aspectos socio-económicos: Sassen (2013); Femenías y Souza Rossi (2009).

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menos”. A partir de herramientas conceptuales de la teoría feminista contemporánea, recupero de
manera polémica la cuestión de la autonomía (corporal, personal, individual). Impulsadas por
organizaciones sociales, sindicales y barriales de mujeres y feministas, estas manifestaciones
recuperan tanto las historias personales de las mujeres que han sufrido la violencia como las
experiencias en común de quienes participan en su apoyo. Así, la frase “lo personal es político”
expande su sentido y la protesta “de las mujeres” deviene colectiva y las excede (Butler, 2017).
Reviso la consigna feminista “Mi cuerpo es mío” como una pregunta acerca de las condiciones de
dicha autonomía, así como una indagación en torno a las articulaciones entre los discursos sociales
y las políticas de visibilización pública de los cuerpos femeninos y sus capacidades reproductivas y
sexuales, afectivas, económicas, sociales y políticas, en el marco de las protestas sociales (marchas,
manifestaciones y otras formas de acción en el espacio público). Estas manifestaciones recolocan
las historias pretéritas de las violencias padecidas por las mujeres asesinadas, y visibilizan el
silenciamiento al que fueron sometidas por los poderes estatales, tanto como a una sociedad
cómplice en su silencio. Exploro las formas de visualización y circulación pública de las imágenes
de la violencia contra los cuerpos femeninos y las miradas sobre sus capacidades reproductivas y
sexuales, afectivas, económicas, sociales y políticas.

Acciones colectivas contra la violencia contra los cuerpos femeninos3

Impulsada por organizaciones sociales, sindicales y barriales autónomas de mujeres y


feministas, la primera manifestación #NiUnaMenos fue realizada el 3 de junio de 2015 en repudio al
asesinato de Chiara Páez (14 años, embarazada de 2 meses) por parte de su novio y quizás con la
complicidad de parte de la familia de éste, en Rufino (Santa Fe) el 11 de abril de ese año.
Convocada a través de las redes sociales –fundamentalmente Twitter y Facebook- por un grupo de
periodistas, artistas y activistas feministas, esta primera movilización bajo la consigna #NUM reunió
a una enorme multitud en la Plaza de los dos Congresos de la ciudad de Buenos Aires, así como en
otras ciudades del país (Buscaglia, 2015). La consigna llamaba a expresar colectivamente el pesar y
el dolor que recorre a la sociedad ante cada nuevo femicidio (Berlanga Gayón, 2016), como forma
de “duelo público” (Butler, 2006), surgió al margen de las organizaciones político-partidarias,
excediéndolas. La asistencia plural y, si se quiere, desorganizada -en el sentido de que no había

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Esta sección recupera aspectos desarrollados en la nota de opinión publicada en el portal Palabrasalmargen.com
(Bacci, 2016).

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mayores indicaciones acerca de qué hacer una vez llegadas al punto de encuentro-, resultó en una
reunión en la que no hubo “marcha”, donde lxs asistentes aguardaron la lectura del documento –una
espera atravesada por emociones que no lograban articular cantos o consignas comunes todavía-,
que sintetizaba posiciones colectivas del grupo que convocaba acerca de lo que llamaron
abiertamente como “femicidios” (Ni Una Menos, 2015).
Esta primera marcha bajo la consigna hoy global procedía del impulso de una actividad
anterior, una “Maratón de lectura” realizada el 26 de marzo de 2015 en la plaza pública que
comunica el Museo del Libro y de la Lengua y la Biblioteca Nacional en esa misma ciudad,
convocada por un grupo de periodistas, artistas y activistas –las escritoras María Moreno, Selva
Almada, Gabriela Cabezón Cámara, las periodistas Agustina Paz Frontera, Hinde Pomeraniec, la
socióloga y entonces Directora del Museo, María Pía López, entre otras-, como acción para
visibilizar no solo los asesinatos de mujeres como problema político (luego del asesinato de la joven
Daiana García ocurrido días antes), sino también como parte de una serie de acciones a diez años de
la desaparición de la joven estudiante Florencia Penacchi en 2005 (Tentoni, 2015).4 Realizada días
después de la Marcha del 24 de marzo que se realiza anualmente en conmemoración del último
golpe militar en el país, la maratón de lectura duró 4 horas y tuvo gran difusión en los medios
nacionales.
Un año después de esa primera marcha, y tras 286 femicidios más, las mujeres volvieron a
las calles el 3 de junio de 2016 para expresar el hartazgo ante la violencia machista. Pocos meses
después, en coincidencia con el 31° Encuentro Nacional de Mujeres5 en la ciudad de Rosario (Santa
Fe), la adolescente Lucía Pérez (16 años) fue asesinada el 8 de octubre en la ciudad de Mar del
Plata (Buenos Aires) por unos conocidos, y la crueldad de su asesinato se viralizó en los relatos
mediáticos sobre el “caso” que implicó al hijo de un personaje poderoso en los círculos políticos y
de negocios de la ciudad balnearia. En respuesta a este nuevo femicidio, otra vez una multitud de

4
Daiana García fue encontrada asesinada en una bolsa de arpillera el 15 de marzo de 2015, a la vera de las vías del tren
en el conurbano de Buenos Aires, luego de desaparecer tras una entrevista de trabajo a la que la había convocado un
conocido, que se suicidó luego. La desaparición de Penacchi el 16 de marzo de 2005, presumiblemente a manos de
redes de trata con fines de explotación sexual, fue denunciada por las organizaciones estudiantiles de la Universidad de
Buenos Aires donde estudiaba Economía, por sus familiares y amistades, pero hasta la fecha su desaparición no fue
resuelta (Sandá, 2005).
5
Desde 1986, cada año se reúnen en los Encuentros de Mujeres un número creciente de mujeres de todos los sectores
sociales, de diferentes pertenencias partidarias e institucionales, de organizaciones de mujeres y feministas, autónomas
y curiosas, para discutir cuestiones que afectan su vida cotidiana, el acceso a derechos políticos y sociales, y su
participación en la toma de decisiones en instituciones de diferente nivel. La noche del 9 de octubre de 2016, la Marcha
de Cierre en Rosario fue reprimida por la policía en las cercanías de la Catedral para evitar que pintaran consignas
políticas críticas de las políticas estatales en relación a la prohibición del aborto, al igual que fueron reprimidas el año
anterior en el 30° Encuentro en Mar Del Plata luego de los ataques de un grupo fascista de varones.

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mujeres se lanzó a las calles y plazas en todo el país de manera espontánea el 19 de octubre de 2016
para expresar un duelo público: las diferentes convocatorias lanzadas hacían hincapié en la
vestimenta negra junto con el reclamo de poner fin a la violencia contra las mujeres. Ese día se
convocó además a un “paro de mujeres” entre las 13 y las 14 horas. Bajo las consignas
#NosotrasParamos, el paro afectaba las actividades productivas y de reproducción cotidiana
(domesticidad y tareas de cuidado no remuneradas), facilitando la participación y visibilización del
lugar subordinado de las mujeres en la sociedad, la discriminación que sufren en los mercados de
trabajo fuertemente segmentados por sexo, el no reconocimiento de las tareas de reproducción y
cuidado en la constitución de las condiciones sociales de vida: “¡Si mi vida no vale, produzcan sin
mí!” fue una de las frases citadas en carteles y banderas. El “paro de mujeres” espontáneo de 2016
se reprodujo de manera mundial y organizada el 8 de marzo de 2017, Día Internacional de la Mujer
Trabajadora. Finalmente, el último 3 de junio de 2017, una nueva marcha masiva bajo la consigna
#NUM tuvo lugar en diferentes plazas y espacios públicos de la Argentina (y se replicó en otras
ciudades de América Latina), con enorme difusión a través de redes sociales. Las cifras de los
femicidios, cuya contabilidad incluye los femicidios de travestis (transfemicidios) como uno de los
aspectos de la violencia de género que se colocaron en la agenda pública a raíz de estas
movilizaciones, han continuado creciendo (Gaffoglio, 2017).
¿Qué nos permiten pensar estas manifestaciones, además de la potencia de la presencia
pública de las mujeres y sus reclamos y consignas? ¿Cómo podemos articular la rabia y el dolor
expresados en estas marchas, con una forma de duelo que potencie el carácter político de las
manifestaciones colectivas en favor del respeto de los cuerpos femeninos y que revierta la
vergüenza pública a la que son sometidas a través de la circulación de sus imágenes en los medios?

Una muerte de mujeres


La lectura desde los medios de comunicación hegemónicos refuerza la idea de que tras cada
manifestación se producen más casos de femicidios, que la crueldad de estos se intensifica como
una especie de respuesta perversa a la salida de las mujeres a la calle como colectivo con consignas
políticas. Esta lectura acompaña la cobertura mediática ya consuetudinaria de los casos de
violación, desaparición y femicidios, más allá de las circunstancias específicas de cada caso, donde
el largo de las polleras, la vida social, amorosa, y sexual de las mujeres son expuestas como motivos
de su destino trágico (Chejter, 1995). Las imágenes de sus cuerpos, expropiados de la privacidad y
el respeto –primero por sus asesinos y secuestradores, luego por los discursos sociales que en

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diferentes registros los exhiben-, llevan apenas algunas líneas que las identifican individualmente
con alguna categoría social ligadas a zonas de degradación social: “de vida ligera”, que mantiene
relaciones afectivas y/o sexuales no monogámicas o que escapan a la norma heterosexual, que “ni
trabaja ni estudia”, que desea separarse o divorciarse, que consume sustancias ilegales de algún
tipo, que gusta de salir por la noche los días de semana, que padece desequilibrios psicológicos, que
usa ropas inadecuadas en diferentes contextos (una fiesta, una entrevista laboral, un paseo por la
playa), cuya familia o su madre no cuidan o controlan, hijas de padres separados o madre soltera y/o
divorciada, que se había escapado alguna de vez de la casa familiar, la que vive en situación de calle
o se encuentra sometida a la explotación laboral y sexual en condiciones de extrema vulnerabilidad
social. Este examen de conductas supuestamente inapropiadas, que cubre el enorme arco de las
experiencias afectivas, sociales, económicas, y sexuales de las vidas de muchas mujeres en el
mundo occidental contemporáneo, apunta de manera expresa a desestabilizar la propia idea de que
las mujeres en Occidente hemos alcanzado una mayor autonomía sobre nuestros cuerpos y nuestros
deseos a lo largo de una historia de avances sociales y políticos producto de luchas colectivas.
Crímenes cometidos por ex parejas, desconocidos, familiares de sangre o políticos, ex condenados
liberados por buena conducta, vecinos del barrio, personas de paso por la zona, hombres de
negocios o sacrificados trabajadores de cualquier sector económico, esposos golpeadores y novios
celosos. La serie de los asesinos de mujeres no tiene tampoco unidad ni configura una identidad
reconocible. Esta heterogeneidad parece indicar entonces que dicha “autonomía” no es así
“nuestra”, que apenas se nos admite que hagamos uso de algunas de sus premisas (económicas,
laborales, sexuales, intelectuales, afectivas) dentro de límites precisos aunque borroneados tras
mandatos sociales y culturales, límites que son permanentemente remarcados por la cosificación de
los cuerpos y la mercantilización de las formas afectivas de relacionarnos socialmente (Segato,
2016).
En su estudio acerca de las formas discursivas de representación de la muerte de las mujeres
en el género trágico en la Grecia Antigua, Nicole Loraux señalaba que “Los hombres mueren en
guerra, cumpliendo rigurosamente con el ideal de civismo; sometida a su destino, la mujer muere en
su cama —o esto, por lo menos, parece lo más verosímil” (Loraux, 1989, 25). Las muertes
femeninas en la tragedia griega son silenciosas e invisibles, ocurren en el ámbito privado, y solo
aparecen a través de las voces de sirvientes y extraños que develaban el suicido de las esposas y el
sacrificio de las vírgenes. Como señala Loraux, “¿a qué palabra cívica iba a ocurrírsele articular un
discurso sobre la muerte de las mujeres?”, si su victoria era la de “llevar sin ruido una existencia

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ejemplar de esposa o de madre, junto al hombre que vivía su vida de ciudadano” (Íd., 27). Esta
muerte de mujeres, dice Loraux, “se presta a conjeturas mucho más que las violencias expuestas a la
mirada” (Íd., 12) por medio de una eclosión de palabras que las circunscriben al espacio doméstico,
lejos de todo público.
En aparente contraposición con el recato visual hacia la muerte de las mujeres en la
antigüedad, la cultura contemporánea –dominada por el estímulo de la circulación de imágenes
visuales- expone de manera obscena a las mujeres asesinadas o desaparecidas, y las imágenes de sus
cuerpos muertos, fotografiados a la vera de un camino, de un arroyo, en una calle, 6 son mostrados
de manera que la relación entre espacio público, visibilidad y cuerpos femeninos adquiere un
carácter peligroso, mortal y difuso.
¿Pero acaso no han sido estas imágenes, su brutalidad y obscenidad expuestas, las que nos
hicieron salir a la calle a marchar para detener la violencia femicida, presente también en las
imágenes?
En el ensayo “La tortura y la ética de la fotografía: pensar con Sontag”, referido a la relación
entre ética e imagen de la/s guerra/s como marco de inteligibilidad y reconocimiento de las vidas
dignas de duelo, Butler discute la perspectiva de Susan Sontag respecto de la insuficiencia de la
fotografía para transmitir una interpretación, aunque sea indudable su poder de transmitir afecto.
“ [Así] al enmarcar la realidad, la fotografía ya ha determinado lo que va a contar dentro del
marco, un acto de delimitación que es interpretativo […] la fotografía misma se convierte
en una escena estructuradora de interpretación, una escena que puede perturbar tanto al que
hace la foto como al que la mira. […] La fotografía no es meramente una imagen visual en
espera de interpretación; ella misma está interpretando de manera activa, a veces incluso de
manera coercitiva.” (100-101, 106).
Como parte de los marcos sociales que nos permiten (o impiden) interpretar el sufrimiento
ajeno y reconocer las vidas dignas de duelo, las fotografías de las mujeres asesinadas muestran la
negación del valor de sus vidas al punto que sus cuerpos no merecen ningún respeto, no llaman al
pudor de fotógrafos y editores de medios. Esas fotos, muchas veces tomadas en el marco de las
investigaciones policiales, son difundidas con subtextos que sobreimprimen la vida que se les quitó
con las características estereotipadas que corresponderían a su lugar en la distribución desigual de
las condiciones materiales para la vida y su exposición diferencial a la violencia. Butler establece
así una distinción entre la precariedad como rasgo general de la vida humana, por definición sujeta
a la vulnerabilidad y a su dependencia de las condiciones materiales y afectivas que sostienen su

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A comienzos de julio de este año, los periódicos y noticieros argentinos se refirieron a la muerte de una joven
brasilera cuyo cadáver fue arrojado en una calle de la ciudad de Buenos Aires, denominándola como “mula narco”,
acompañaron la noticia con imágenes que hacían hincapié en esa forma de cosificación desplegando una mirada
“horrorista” de la violencia de la que fue víctima. Cfr. Cavarero (2009).

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supervivencia, y la precaridad, entendida como la “condición políticamente inducida de la
precariedad” que marcará a algunas vidas como “más expuestas a los daños, la violencia y la
muerte” (Íd., 46), condiciones que hacen imposible una vida digna. En este sentido, las fotografías
de las mujeres asesinadas en el momento en que son expuestas como cadáveres, delimitan un marco
general social de no-reconocimiento para la vida de las mujeres como tales, así como la sujeción a
normas y modelos fuera de las cuales la vida de los cuerpos femeninos no pueden ser reconocidos
como una pérdida.
Sujetas al dispositivo de la amenaza de violencia y dominación sexual masculina que nos
enuncia “a disposición”, aunque solo sea de forma metafórica o como invitación morbosa en las
fotos de las mujeres asesinadas que difunde la prensa sin escándalo (Marcus, 1994), detrás de las
fotos y de los titulares amarillistas se borronean las historias pretéritas de las violencias padecidas
por los cuerpos femeninos, y sobre todo se desconocen los pedidos de auxilio ante los poderes
estatales o, pared de por medio, se omite a los vecinos que “no escucharon nada” o “nunca
supieron”.
La larga historia de las acciones contra la violencia sexual y de género en la Argentina
cuenta con hitos relevantes, como la “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar
la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”
(Ley 26.485) promulgada en 2009.7 Por otra parte, en 2012 se modificó el Código Penal a través de
la Ley 26.791 que incluye agravantes por violencia de género y la figura de “femicidio” con penas
de reclusión perpetua. Sin embargo, pese a lo innovador de ambas medidas, las demoras en su
reglamentación y la carencia de presupuesto que asegure su cumplimiento efectivo hacen posible la
continuidad de las violencias que se dice querer prevenir y erradicar.

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El Consejo Nacional de las Mujeres (CNM) creado en 1992 en la Jefatura de Gabinete de Presidencia de la Nación,
que tiene por tarea monitorear el cumplimiento de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación contra la Mujer y la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia
"Convención de Belém do Parà”, ambas con rango constitucional desde 1994, recién en 2015 creó un “Registro Único
de Casos de Violencia contra la Mujer” (RUCVM) que articula el trabajo del CNM, el Instituto Nacional de Estadística
y Censos (INDEC) y el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales. Los datos muy limitados de este
Registro se basan solo en denuncias y consultas realizadas ante organismos nacionales (Ministerios y Secretarías de los
tres poderes y jurisdicciones estatales), pese a lo cual confirman de manera consistente los datos recogidos por otras
dependencias estatales (Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y Observatorios
de Violencia de Género de niveles provinciales) y organizaciones de mujeres (La Casa del Encuentro y Equipo
Latinoamericano de Justicia y Género, entre otras) construidos sobre informes de prensa. Luego del cambio de gobierno
en 2015, se creó un ambicioso y necesario “Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la
Violencia contra las mujeres (2017-2019)”, cuyo funcionamiento se ha visto rápidamente limitado en el marco de
políticas de ajuste económico y despidos de equipos técnicos en los Ministerios de Educación y de Salud a cargo de
programas específicos de educación sexual y de procreación responsable. Cfr.:
<http://www.cnm.gob.ar/linea144.php#Est>

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Las vidas de unas mujeres tan diferentes entre sí resultan entonces solo igualadas en esta
muerte de mujeres, donde hay quizás solo un elemento común: las mujeres han enunciado antes un
“no”, se han negado a sostener otro deseo que el suyo propio. Quizás habrá que repensar las formas
en que afirmamos nuestra autonomía a partir de reconocer sus límites, los bordes de nuestra
vulnerabilidad pero también la zona en la que un “no” puede marcar que allí reside el punto en el
que nuestras vidas tienen un valor, que merecen ese respeto, y que no es solo de las mujeres la tarea
de señalarlo, que dependemos de otros/extrañxs para ello, los necesitamos, y así al convocarlos los
interpelamos como co-responsables.

Cuerpos en lucha
Las sucesivas movilizaciones desde 2015 trajeron el eco las “Marchas del Silencio” por el
esclarecimiento del asesinato de María Soledad Morales (17 años), ocurrida en 1990 en San
Fernando del Valle de Catamarca (Bergman y Szurmuk, 2006). Organizadas por compañeras del
colegio religioso al que asistía Morales, por sus padres y por la monja Martha Pelloni (docente del
mismo), las Marchas con su silencio atronador impulsaron la resolución del crimen, ligado a las
prácticas violentas de la élite provincial y a la articulación social del desprecio de clase y de género
imperante. Las Marchas que presionaron por la acción de la justicia generaron una debacle del
Partido Justicialista gobernante, como una muestra más de que “lo personal es político”.
Las manifestaciones y acciones de los años 2015, 2016 y 2017 presentan algunas
particularidades que me gustaría mencionar. En primer lugar, son producto de un proceso de
movilización histórico que excede al movimiento de mujeres o a los sectores que se identifican
como feministas, y se entronca con una historia de movilizaciones populares fuertemente
vinculadas con las luchas de los organismos de derechos humanos. Esta vinculación no es
caprichosa en la medida que los organismos de derechos humanos en Argentina han expandido los
ejes de sus intervenciones, estableciendo alianzas con diferentes sectores sociales y en torno a
distintos reclamos colectivos. En diferentes ocasiones, organizaciones como Madres de Plaza de
Mayo (en sus diferentes líneas) e integrantes de éstas, se han manifestado en favor de causas como
la lucha de organizaciones de desocupados, acompañando a familiares de víctimas de la represión, y
también se han sumado a las manifestaciones de #NUM, al punto que el último 3 de junio el
documento final fue leído por una representante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora,

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Nora Cortiñas, quien recientemente a declarado que se considera también “feminista”. 8 Además de
estas asociaciones, el crecimiento de la asistencia y participación en los Encuentros de Mujeres año
a año ha generado una visibilidad a los reclamos de reconocimiento por parte de las mujeres, con
debates acerca de esta categoría, por ejemplo, en relación a la participación de mujeres trans y
travestis. Figuras señeras en estas articulaciones, las militantes Diana Sacayán y Lohana Berkins
remarcaron la importancia de estas alianzas centradas en formas de precaridad compartidas en
relación a las pertenencias de clase, etnia y género. Otro elemento importante a considerar es la
creciente movilización en torno a las acciones de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto,
que desde 2005 busca establecer espacios de debate y difusión acerca de la necesidad de cambiar la
actual regulación del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, es decir, por la
despenalización y legalización del aborto que el Código Penal (1921) argentino prohíbe, con las
únicas excepciones de los abortos para evitar un peligro para la salud o para la vida de la mujer,
cuando el embarazo provenga de una violación, o cuando provenga de un “atentado al pudor
cometido sobre una mujer idiota o demente” (sic). La consigna de la Campaña -“Educación sexual
para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”- fue incorporada desde la
primera de las movilizaciones de NUM en 2015, promoviendo un debate enriquecedor acerca del
alcance de las violencias que se buscaba denunciar.
La vitalidad de estas movilizaciones se expresa también en las formas asamblearias que fue
tomando la organización de cada manifestación, replicadas en las diferentes ciudades donde se
realizaron marchas, y en la forma en que diferentes colectivos de activistas –no necesariamente
ligados al movimiento de mujeres o feministas- se sumaron con acciones y performances. Quisiera
entonces referirme brevemente a algunas de las formas expresivas que tuvieron lugar durante las
sucesivas manifestaciones de NUM y del Paro de Mujeres, atendiendo al modo en que proponen
reinventar la visibilidad de los cuerpos femeninos, la violencia que se ejerce sobre ellos y las formas
de reclamar reconocimiento.9
La primera de las acciones que quiero presentar fue realizada en los días previos a la marcha
del último 3 de junio de NUM bajo la consigna “Vivas nos queremos”. Se trató de una performance
callejera que desarrolló la agrupación Fuerza Artística de Choque Comunicativo (F.A.C.C.) bajo la
consigna “Femicidio es Genocidio” frente a en tres locaciones de la ciudad de Buenos Aires: el

8
Cfr.:
<http://www.unsam.edu.ar/escuelas/humanidades/centros/cedehu/material/(34)%20Entrevista%20Corti%C3%B1as.
pdf>
9
En la exposición oral trabajaré esta secuencia a partir de una serie de imágenes de estas manifestaciones.

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Congreso Nacional, la Plaza de Mayo y el Palacio de Justicia de la Nación.10 La acción consistía en
la ocupación de la calle por parte de una orquesta de instrumentos de viento y un grupo de unas 120
mujeres que se acercaban desde diferentes ubicaciones y se concentraban frente a los espacios
señalados. Mientras la orquesta iniciaba una melodía se desnudaban y se agrupaban al pie de los
edificios, hasta que la música se detenía. En ese momento se iniciaba la lectura de un documento de
denuncia de la violencia contra las mujeres “Nombremos a todas”,11 luego del cual las mujeres
desnudas gritaban y caían sobre el asfalto, sus cuerpos amontonados y sin orden. Luego de unos
minutos, las mujeres se levantaban y recuperaban sus ropas, se vestían y se retiraban como habían
llegado, dispersándose entre la multitud de expectadorxs.
La segunda de las intervenciones fue realizada por el colectivo de Mujeres Artistas
A.U.L.L.A. durante el Paro de Mujeres del 8 de marzo de 2017. Este colectivo propuso una acción
previa a la marcha de esa fecha que fue desde la Plaza de los dos Congresos hacia la Plaza de Mayo,
convocando a realizar colectivamente una bandera y marchar “por las que están y por las que no
están”. La bandera fue elaborada sobre la vereda del Cine Gaumont sobre Avenida Rivadavia,
recuperando dos elementos importantes de entre las prácticas desarrolladas por el movimiento de
derechos humanos tras el retorno de la democracia. Una de ellas es la bandera de 80 metros con las
fotos de los desaparecidos que cada 24 de marzo ingresa a la Plaza de Mayo sostenida por
integrantes de diferentes organismos; la otra es la práctica del “siluetazo” realizada por primera vez
durante la III Marcha de la Resistencia convocada por las Madres de Plaza de Mayo el 21 de
septiembre de 1983, que consistía en el trazado de figuras humanas delineadas sobre papeles que
luego eran pegados en los muros del centro de la ciudad (Longoni y Bruzzone, 2008). Retomando
esas prácticas de protesta, A.U.L.L.A. convocó así a participar de la creación de una bandera que
representaba la presencia de las mujeres “que no están” a través de las figuras delineadas con los
nombres de las mujeres asesinadas y las fechas de esos femicidios. Luego el colectivo marchó con
la bandera a la manera en que esta es usada en las marchas del 24 de marzo, extendida a lo largo
para recorrer la Avenida de Mayo sostenida por integrantes del colectivo y participantes de la
acción.

10
Cfr.: <https://jaquealarte.com/2017/05/31/hacia-3j-femicidio-genocidio/>;
<http://www.lavaca.org/notas/femicioesgenocidio-una-accion-poetica-y-un-mensaje-contundente-a-los-tres-
poderes-del-estado/>
11
“Nombremos a todas:/asesinadas, desaparecidas,/abandonadas, golpeadas,/discriminadas,
expulsadas./Nombremos a todas:/trabajadoras, desempleadas,/enfermas, sanas,/locas, no hay cuerdas./Nombremos
a todas:/vivas y muertas. […]”.

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Ambas acciones proponían formas diferentes de visibilización de los cuerpos femeninos y
de la violencia asestada en el espacio público de manera tal que no era la pasividad, el carácter
inerte de los cuerpos muertos, el silencio de las víctimas o sus condiciones singulares de
vulnerabilidad lo que los identificaba, sino su pertenencia a un colectivo que compartía condiciones
de precaridad incluso con diferencias, que en esas acciones las representaba haciendo sentido, que
gritaba, aullaba, corría, se levantaba del suelo y colocaba sus nombres en el espacio público como
parte de la memoria social. Una forma particular de hacer un duelo público representando el dolor
como producción colectiva, donde las imágenes no son puestas en circulación acallándolo, sino que
son producidas para contravenir la violencia. Señalan la violencia sin la crueldad de su circulación
instrumentalizada, como ocurre cuando las imágenes de las mujeres asesinadas son puestas como
foco visual de la mirada. Estas acciones construyen así otro marco para la vida de las mujeres que
representan, “las que están y las que no están”, ponen en entredicho la idea de que la vulnerabilidad
común de lo humano se encuentra en relación directa con la precaridad que puede atravesarnos en
cualquier momento pero no por igual.
Contra la “pedagogía de la crueldad” de la violencia femicida quizás solo podamos oponer
(por ahora) nuestros cuerpos en las calles y los nombres propios, esos nombres que enmarcan un
rostro, una historia que recuerdan quienes las amaron y esperaron y ahora piden justicia por/para
ellas, junto con quienes acompañamos como extrañxs ese dolor públicamente. Existe la esperanza
de que nuestros cuerpos movilizados y denunciando en las calles la violencia que nos rodea resulte
en un cambio que vaya más allá de las leyes, del punitivismo social y su aplicación siempre acotada
a la represión estatal, para conmover a la sociedad como co-responsable en el reconocimiento de las
vidas llorables, aquellas cuya pérdida nos priva de reconocer la pluralidad como constitutiva de lo
humano (Butler, 2017).

References

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Autonomy, experience and gender: the social protest against sexual and gender violence in
contemporary Argentina

Abstract: In 2015 and 2016, different manifestations against violence to women were made in
Argentina. The small existing official data on the forms and processes of this violence (sexual and /
or gender) in Argentina express, however, its political character as forms of inequality and
persistent social violence. Impulsed by social organizations, union organizations, autonomous
women and feminist activists, these manifestations recover the personal histories of women that
have suffered violence as well as the experiences in common of those participating in their support.
Therefore, the phrase "p ersonal is political" expands its sense and the protest "of women"
becomes collective and exceeds them. These manifestations turn their focus to the stories of the
violence suffered by women and visibilize the silence of the state powers that have not protected
them as well as a compliant society.
I explore this stroke of protests from a feminist perspective, recovering previous debates about the
conditions for autonomy in social discourses about feminine bodies and their reproductive and
sexual, affective, economic, social and policy capacities.
Keywords: Autonomy. Experiencia. Gender violence.

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Seminário Internacional Fazendo Gênero 11 & 13 th Women’s Worlds Congress (Anais Eletrônicos),
Florianópolis, 2017, ISSN 2179-510X

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