Está en la página 1de 98

Aún Suenan

Tambores

Alberto Gálvez Olaechea


Marzo 2004 y Diciembre 2012 (Segunda Edición)
A Chana, Maruja, Darío, Himigidio,
Osler, Rodrigo, Roberto, Javier, y todos/as
los/las que ya no están para contarlo.

Ojalá estas líneas tengan la lucidez y la


fuerza que permita hacer sentir sus voces.

Alberto Gálvez Olaechea 2


Vacía las palabras,
haz que callen
límpialas de ellas mismas para contar tu historia.

Cava un pozo de lo que nadie ha dicho


persigue el rumor de las cosas sin nombre.
Pero recuerda siempre esta verdad:
las tormentas de arena
son solo el desierto que avanza hacia el desierto.

Vacía las palabras,


qué más puedo decirte.
Benjamín Prada

Alberto Gálvez Olaechea 3


INTRODUCCIÓN-2012
Ha pasado mucho tiempo desde que algunos de estos textos fueron escritos. La primera
versión en borrador de Aún suenan tambores, que pretendí circular de forma restringida,
escapó de mi control y apareció incluso en alguna bibliografía. Esta es ocasión de presentarlo
de manera oficial, aunque los cambios efectuados convierten a esta edición prácticamente en
otro libro, por lo que quienes dieron la molestia de leer el anterior, no estaría demás que lo
intentaran de nuevo, si tienen el interés y el tiempo.

Al acercarse el décimo aniversario de la publicación del Informe Final de la Comisión de la


Verdad y Reconciliación (CVR) me parecía pertinente que el libro apareciera, a fin de que, con la
perspectiva que da el tiempo, alimentar la discusión de uno de los problemas cruciales de fines
del siglo XX y que concluida la primera década del nuevo siglo no termina de superarse: la
violencia política. A la vez, pretendía realizar, al cabo de una década, una reflexión sobre este
documento trascendente de la historia del Perú, que ayudó a situar el conflicto interno en una
perspectiva global, y es punto de partida obligado para pensar el Perú y en –al decir de Carlos
Iván Degregori—sus “hondos—y a veces mortales—desencuentros”.

El libro está compuesto de cuatro ensayos, cada uno de los cuales tiene su propia historia. Los
dos primeros fueron escritos antes del Informe Final y forman parte de la historia, por lo que
solo cabían retoques formales, para aligerarlos y evitar redundancias. El Capítulo III, “Puntos
sobre las íes”, lo reelaboré radicalmente, pues fue redactado cuando mi acceso al Informe Final
de la CVR era parcial. Aunque resistí la tentación de desestimarlo, debo decir que son tantos los
cambios y añadidos, que se trata de un nuevo documento, tanto en la forma como en el fondo.
El Capítulo IV, “Acerca de la verdad y los extravíos de la memoria”, ha sido escrito para el
presente libro, con la intención de redondear y actualizar algunos de los conceptos y presentar
hasta donde he llegado en mi reflexión de lo acontecido en el Perú, a partir de mi experiencia.

Algunas de mis afirmaciones son controversiales y otras producirán urticaria. En buena hora. Si
este libro logra provocar una discusión habrá logrado largamente su cometido. Como decía
Mariátegui, “el valor de una idea está casi íntegramente en el debate que suscita”.

I
Cuando empecé a redactar estos textos, a inicios del nuevo milenio, sentía que, aún cuando en
el campo de batalla el conflicto armado interno había concluido, en la subjetividad de los
peruanos se mantenía vigente, y las respuestas en todos los terrenos, de la cultura a la política,
de la economía a la religión, estaban marcadas por los reflejos de post-guerra. Es por ello que
titulé al libro Aún suenan tambores, refiriéndome al batir de este instrumento que anuncia los
combates. Una década después el título me parece más actual que nunca.

La guerra siempre deja graves desgarraduras y heridas en el conjunto de la sociedad, no siendo


las menores las que se producen en el campo de los vencedores, a quienes la arrogancia y el
espíritu de venganza suelen extraviarles los caminos. Todos nos hemos empobrecido,
vencedores y perdedores, pero quizá más los primeros, a quienes la sensación de la victoria los
hizo más intolerantes, más soberbios, convencidos de sus méritos intrínsecos. Mientras en
Colombia el presidente Juan Manuel Santos ha empezado a explorar el camino de una
negociación política con las FARC que ponga fin a esa larga y cruenta guerra, en el Perú el
espíritu de cruzada se mantiene. Se anuncian leyes que, como sambenitos, estigmaticen a
quienes habiendo sido condenados por “terrorismo” nos preparamos para salir en libertad.

Alberto Gálvez Olaechea 4


Puedo decir de mí que, al renunciar al MRTA hace más de veinte años, estaba haciéndolo
también a toda forma de acción que no fuera mi palabra desarmada. En mi libro anterior (Desde
el país de las sombras), dejé testimonio personal y una reflexión de mi experiencia, en esta
oportunidad profundizo dentro de la misma línea, pero situándola en un plano más amplio. No
niego la gravedad de mis hechos ni la magnitud de mis errores, pero tampoco reniego de las
opciones esenciales de mi vida. No pretendo aquí defender, minimizar, justificar o negar nada,
solo trato de comprender y explicar. Ustedes dirán en qué medida logré este último objetivo.

II
He cumplido ya 24 años de prisión y falta poco más de dos para cumplir los 27 en que
finalmente se convirtió mi pena. En la condena de 24 años a la que fui sentenciado el año 2006,
no se consideraron los tres años de prisión previos a mi fuga de la cárcel del año 1990. Tampoco
me fue concedido el “beneficio” de libertad condicional solicitado el año 2009 que, tras seguir
el tortuoso recorrido de los expedientes que son “papas calientes”, al cabo de tres años fue
declarado improcedente en marzo del 2012. Dudo que los jueces considerasen que sigo siendo
un sujeto peligroso, sino más bien que temían las consecuencias mediáticas y políticas de una
decisión favorable. Saldré pues cumpliendo el íntegro de mi pena (y algo más), aun cuando hay
desde el poder quienes maquinan fórmulas que les permitan tenernos encerrados aún más
tiempo. Veremos que nos depara este Perú donde la seguridad jurídica se reclama solo para los
grandes capitales.

Me alisto a salir de la cárcel cuando se ha producido un cambio generacional completo. Mi


madre y la mayoría de mis tíos, vivos todos cuando llegué por primera vez el año 1987, ya
partieron. Mi padre, ciego y cada vez más frágil, aún me espera, pero no sé por cuanto tiempo.
En el otro extremo de la cuerda, mi hijo, que nació en una prisión el año 92, ya esta próximo a
graduarse de arquitecto. Llegué aquí a los 33 años (la edad de Cristo decían algunos) y saldré de
61. Un largo recorrido que abarca la mitad de mi vida y que la ha marcado profundamente. He
visto el Perú desde sus tripas, que es también una manera, sino gratificante, sin duda
ilustrativa, de acercarse a la realidad de este país tan complejo y desgarrado.

No me quejo de mi suerte, pues al fin y al cabo anduve el camino que elegí. He pasado las
alegrías y tristezas que pasan todos los hombres y mujeres de esta tierra, con la diferencia que
mis marcos de referencia espaciales fueron más estrechos. Mi ventaja en cambio fue que pude
disponer de tiempo para mis inquietudes intelectuales, aunque a la manera peculiar del
autodidacta. Mi mundo durante las últimas décadas ha girado en torno a los libros y, dado que
laboro en la biblioteca de la Capellanía del penal, ahora en mayor grado. Poder leer en otros
idiomas, además del castellano, ha sido una de mis valiosas adquisiciones de los años recientes.

Como sujetos morales asignamos significado a las cosas y a las situaciones. Como “homo
fabers”, somos hechura de nuestras manos y nuestra inteligencia. Las realidades no existen
fuera de nosotros, impuestas. Aún las prisiones más tétricas pueden convertirse en
“falansterios” o en “kibuts”, como dice mi querido amigo el Padre Juan Dumont, por obra y
gracia de inquilinos dispuestos a hacer florecer hasta el cemento y a no dejar que el encierro les
inocule la tristeza y la desesperanza.

Alberto Gálvez Olaechea 5


III

Cuando el 17 de diciembre de 2010 Mohamed Bouazizi, un joven vendedor de frutas y verduras,


se inmoló prendiéndose fuego en Túnez, tras ver confiscada su mercancía, no imaginó que en
los días siguientes, las manifestaciones se extenderían por todo el país, enfilándose contra el
presidente Zine al-Abidin Ben Ali, quien el 14 de enero de 2011, después de 23 años de gobierno,
huyó a Arabia Saudita. Coreada en las movilizaciones tunecinas, la consigna “¡Fuera!” se
extendió por el mundo árabe. Poco después, el egipcio Hosni Mubarak se vio en el banquillo.
Pese a su resistencia, tras casi tres semanas de dudas entre represión y concesiones a la
multitud, Mubarak abandonó El Cairo el 11 de febrero 2011 dejando el poder al ejército. Luego el
reguero de pólvora se extendió por el Norte de África y Medio Oriente en lo que se ha llamado
la “primavera árabe”. El turno le llegó a Libia, donde el levantamiento de sectores de la
población, apoyados de manera decisiva por las potencias occidentales, lograron derrocar a
Muammar Gaddafi, asesinándolo de manera bárbara, con la complacencia de sus
patrocinadores. Y entonces siguió Siria, en donde Bashar al-Assad enfrenta ferozmente el
levantamiento de facciones rivales, alentadas por sus enemigos del mundo árabe y las
potencias occidentales.

La trama compleja de intereses geopolíticos, diferencias religiosas, rivalidad entre estados


árabes no toca abordarla aquí. Lo que interesa destacar es la manera en que se reacomoda el
mundo y cómo se plasma lo que dijera Marx en El Manifiesto del Partido Comunista: “todo lo
sólido se desvanece en el aire”. Como ocurriera a fines de los 80 en Europa Oriental y la URSS,
regímenes de apariencia todopoderosa no resistieron el vendaval de pueblos deseosos de
construir su propio destino.

Quedaron nuevamente contradichas las viejas convicciones de que las revoluciones pueden
planificarse y organizarse en torno a doctrinas supuestamente científicas. Las revoluciones
auténticas son sorpresivas, originales y excepcionales. Los pueblos saldan cuentas con su
pasado y emprenden caminos impredecibles que los conducen a desenlaces también inciertos.
Esto no invalida nuestros sueños y nuestras esperanzas, sino que las sitúa como grandes
derroteros de nuestra praxis y no como verdades a imponer al mundo.

IV
Quiero expresar mi tardío pero, no por ello menos sentido, reconocimiento a Carlos Iván
Degregori, un intelectual lúcido y honesto en este Perú lleno de oportunismos. Conocí a CID a
fines de los años 70 y militamos juntos unos años en el MIR, poco después nuestros caminos se
hicieron divergentes. Mientras que a él sus reflexiones lo alejaron de la política partidaria y lo
llevaron hacia una propuesta de socialismo democrático, yo seguí el curso que me llevó al
MRTA primero y a la prisión después.

Por dos décadas no lo volví a ver, aunque leí con interés sus escritos y sus entrevistas, pues se
podía estar o no de acuerdo con él, pero era capaz de transmitir además de ideas una enorme
sensibilidad. El año 2002 tuvo la gentileza de entrevistarme en el penal de Huacaríz en
Cajamarca—donde yo me encontraba recluido—como parte de su trabajo para la CVR.

Es sabido que él fue el espíritu que animó la elaboración del Informe Final de la CVR, en el que
dejó, creo, lo más valioso de sus esfuerzos de intelectual comprometido con los destinos del

Alberto Gálvez Olaechea 6


Perú. Es por esto que, en cierta forma, este libro es la continuación del diálogo abierto que
quedó pendiente tras nuestro encuentro en Cajamarca hace 10 años.

V
Recurrentemente se habla en los medios de prensa de la responsabilidad de los gobiernos de
Paniagua y de Toledo en la liberación de “terroristas”, pues cambiaron la legislación y les
dieron indultos. Con una mezcla nada sorprendente de ignorancia y mala fe, entreveran
asuntos que no tienen relación.

Primero, los indultos a los inocentes condenados sin pruebas o pruebas falsas fue una iniciativa
de Fujimori, bajo cuyo gobierno se dieron más de 500 de los casi 800 indultos totales. Esta
figura sui generis de inocentes indultados fue creada por el fujimorismo para corregir algunas
de las aberraciones producidas por sus engendros legales y sus “jueces sin rostro”.

Segundo, los desaciertos legales de la legislación antisubversiva del fujimorismo se cayeron


porque eran insostenibles e incompatibles con los estándares internacionales. El primer
cuestionamiento global vino de la Comisión Goldman, que se conformó por acuerdo entre el
gobierno peruano (Fujimori) y el gobierno de los EEUU (Clinton). Esto fue el año 1993. Las
mutilaciones al derecho de defensa y el debido proceso eran tan groseras que el mismo
Fujimori debió ir modificando su legislación. Después vinieron las sentencias de la Corte
Interamericana de DDHH en los casos Loayza Tamayo, Castillo Petruzzi, y otros, que
destrozaban todo el andamiaje de la legislación “anti-terrorista” peruana y es por eso que hubo
amenazas de retirarse de su competencia contenciosa.

Cuando cayó el gobierno de Fujimori y Montesinos, su legislación “anti-terrorista” no era más


que un montón de harapos malolientes que cualquier gobierno decente tendría la obligación
de mandar a la basura. Sin embargo el gobierno de Paniagua no tocó esta legislación, como
tampoco lo hizo Toledo. Fue entonces que, ante el pedido de 5,000 ciudadanos, el Tribunal
Constitucional hizo con timidez lo que correspondía: derogar ciertos aspectos de la ley 25475 y
plantear al gobierno y al parlamento el establecimiento de un nuevo marco jurídico.

La comisión formada entre diversos poderes del Estado elaboró una nueva legislación que
incluía nuevos juzgamientos acorde a los estándares internacionales, al mismo tiempo que
establecía unos limitados beneficios penitenciarios a los sentenciados por terrorismo, acorde a
los principios constitucionales sobre el objetivo de la pena. Así y todo, los beneficios no duraron
mucho pues el gobierno de García se encargó de eliminarlos.

El real problema no es que el “terrorismo” se haya re-articulado al amparo de estas leyes


“benévolas”. Lo que en verdad se ha re-articulado, con mucha fuerza y capacidad de acción
política, es el autoritarismo, que es capaz de colocar la agenda política y disparar sus dardos
envenenados.

Muchos de los sentenciados por “terrorismo” han salido libres y lo seguirán haciendo los
próximos años, pues a fin de cuentas no hay plazo que no se cumpla. Como trato de mostrar a
lo largo de las páginas que siguen, esto no tiene por qué producir ansiedades ni zozobras, salvo
entre quienes las promueven con fines manipuladores.

Alberto Gálvez Olaechea 7


VI
Este libro circulará en su versión digital hasta que las circunstancias permitan su impresión (me
pregunto si valdrá la pena el esfuerzo). En todo caso, la ventaja de este formato es que las
personas interesadas podrán acceder con facilidad y sin costo a lo que aquí expongo. El resto lo
dirá el tiempo.

Concluyo esta introducción agradeciendo a todas aquellas personas que me ayudaron con sus
comentarios a que pueda terminar esta parte de mi trabajo. Quedo reconocido de Marie, que
llegó al otoño de mi vida trayendo aromas de primavera, por sus críticas e incitación a seguir
mejorando lo hasta aquí escrito.

Penal Miguel Castro Castro, diciembre del 2012

Alberto Gálvez Olaechea 8


INTRODUCCIÓN- 2004
El libro que presento a continuación no es fácil de clasificar, aunque por las circunstancias en
que se escribió y las motivaciones que lo animan, cabe dentro del género testimonio:
testimonio de una praxis y de una etapa de la historia del Perú.

Ha sido escrito en distintos momentos siendo su común denominador ser parte de una no
concluida batalla por poner en su exacta dimensión la violencia política de las últimas décadas
del siglo pasado. Una mirada desde los vencidos, por alguien que no acepta que además de la
libertad le expropien la palabra.

La formación el año 2001, de una Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) me impulsó a


poner en blanco y negro el resultado del largo proceso de reflexión de mi experiencia a la luz
de sus resultados. Cosa tanto más urgente en cuanto los espacios para hacer oír una voz
disidente eran prácticamente nulos. Era, además, una manera de dejar registro de mis puntos
de vista, aunque no tuvieran incidencia en el momento. Expresar mi verdad, aunque sé que “la
verdad” suele dar cuenta de un sentido común tejido sobre una correlación de fuerzas dada.

El primer documento lo redacté como artículo a ser publicado en algún medio de prensa, pero
los consultados declinaron, temiendo quizá ser incluidos en la lista de cómplices del terrorismo.
Clara señal de tiempos de intolerancia y espíritu de cruzada. No tuve voz en un debate que
definitivamente me concernía. Lo consigno aquí como marcador de mi itinerario reflexivo a
pesar de algunas imprecisiones.

El segundo fue presentado a la CVR en abril del 2003 como balance personal y testimonio de mi
experiencia, para que fuera tomado en cuenta para los efectos de su mandato, esto es, llegar a
la verdad respecto a las causas y responsabilidades en el conflicto interno. Tengo que
reconocer – y agradecer – el esfuerzo de la CVR, no sólo por oír lo que tenía que decir, sino por
brindarme una tribuna para expresar ante sectores más amplios de la opinión pública el
resumen de mis conclusiones y autocríticas. Sin embargo, el documento en cuestión circuló
restringidamente. El tiempo dirá cuan acertado o equivocado estuve en mis apreciaciones, pero
reclamo el valor de la honestidad.

El tercero es mi toma de posición luego de la presentación del Informe Final de la CVR en agosto
del 2003. Fue escrito “en caliente”, apenas emitido el Informe Final de la CVR, con las
limitaciones de información del caso. Fue de nuevo una voz inaudible por mi nula posibilidad de
acceder a ámbitos más amplios.

Han sido corregidos y anotados para esta ocasión, que es la primera en que se juntan, lo que les
da cierta originalidad. El haber sido escritos en la prisión les proporciona una perspectiva
singular y un inevitable tono de alegato. La difusión tan reducida produce una desmesura entre
su propósito y sus medios; una auténtica “guerra de la pulga”, diría Robert Taber.

Si al decir de Borges los auténticos caballeros son aquellos que defienden causas perdidas, las
páginas que siguen forman parte de una justa caballeresca. Ojalá que sirvan para introducir

Alberto Gálvez Olaechea 9


algo de sosiego en los ánimos desbordados, pues en el Perú, varios años después de concluido
el conflicto interno, hay quienes tienen interés en seguir tañendo tambores de guerra.

Penal Miguel Castro Castro, 14 de noviembre del 2004

Alberto Gálvez Olaechea 10


I. La palabra del mudo

COMISIÓN DE LA VERDAD (y verdad de la Comisión)


Hace dos mil años el teórico militar Sun Tzu afirmó que el principio básico de la guerra es la
impostura. Winston Churchill sostuvo que en las guerras la primera víctima era la verdad. Más
actual, en Las guerras del futuro, Alvin Toffler dice que la demonización y deshumanización del
adversario es parte esencial de la estrategia. Si esto es válido en general, es más cierto en los
conflictos internos, impregnados de agresividad, rencores y donde los enemigos, al final,
siguen conviviendo. Esto hizo que uno de los corolarios de las insurgencias armadas de las
últimas décadas en América Latina haya sido la conformación de “Comisiones de la Verdad”.

En unos casos, estas comisiones resultaron de la negociación entre los beligerantes, ante el
reconocimiento mutuo de que ninguna de las partes estaba en condiciones de vencer a la otra
(como en El Salvador y Guatemala). En otros casos, surgieron tras la derrota de la insurgencia
armada, en el tránsito de dictaduras militares a regímenes democráticos, cuando los nuevos
gobernantes intentaban saldar cuentas con el pasado, re-legitimar al Estado y afirmar su
autoridad frente a fuerzas armadas sobredimensionadas en el manejo del poder y la lucha
antisubversiva (el caso de Argentina). El Perú está más próximo a la segunda situación.

Y si bien en las cárceles los sentimientos hacia la Comisión de la Verdad, de reciente creación,
oscilan entre la indiferencia escéptica y el rechazo (un sector senderista pide “una auténtica
Comisión de la Verdad con participación de las partes”), lo cierto es que ésta es la única
comisión posible aquí y ahora. No estamos en condiciones de elegir, negociar y menos de
imponer. Sólo queda concederle el beneficio de la duda y esperar que sus miembros tengan la
honestidad, el coraje y la lucidez para escudriñar, esclarecer y comprender los hechos,
determinando las responsabilidades de cada quien, sin quedar aprisionados en los lugares
comunes y las falsificaciones que han abundado en estos años. Veremos si el señor Lerner, de
cuya probidad tengo las mejores referencias, puede llevar su barco a buen puerto, a pesar de
las procelosas aguas en que tendrá que navegar.

1. Algo de historia

El primer paso en dirección de la verdad será la comprensión de la circunstancia histórica que


permitió el surgimiento y desarrollo de la violencia política de los ochenta, que no fue “trueno
en cielo sereno”. Dos décadas de golpes de estado y gobiernos militares, de defraudación de
las esperanzas populares y desbordes sociales, de acres debates ideológicos dentro de una
izquierda en expansión y varios intentos insurgentes abortados, que crearon núcleos de
militantes radicalizados, los que en un determinado momento tradujeron en acción lo que era
un extendido sentido común (¿olvidamos al candidato presidencial blandiendo un fusil de
madera ante una multitud enfervorizada?). No pretendo diluir o eludir la responsabilidad por
nuestros actos, pero no se nos puede ver como extraterrestres, seres alucinados que llegaron
de la nada a trastornar un país que marchaba en calma.

Apostamos por una transformación radical a través de las armas y perdimos. Nos equivocamos,
qué duda cabe. Pero ¿qué decir de las clases dirigentes que han llevado al país de frustración en
frustración? ¿Y qué de las élites oportunistas y corruptas que una y otra vez traicionaron las

Alberto Gálvez Olaechea 11


esperanzas populares? ¿Dónde quedan los grandes evasores de impuestos, los que fugan
capitales y quienes saquearon la hacienda pública en beneficio privado? ¿No ha sido la violencia
oficial contra trabajadores, campesinos, pobladores y estudiantes una constante de nuestra
historia, y cada derecho adquirido no estuvo regado de la sangre de los de abajo? ¿No es cierto
acaso que somos un país hondamente fracturado, solapadamente racista y carente de
solidaridad entre los estratos superiores y los inferiores? ¿No fue, y sigue siendo aún, el “cholo
barato” el principal ingrediente de la riqueza en el Perú?

En una entrevista el escritor mexicano Carlos Fuentes expresó la impresión que sacó de sus
viajes por el Perú, y que me relevan de mayores comentarios: “Perú siempre me pareció el
México de Porfirio, un México sin revolución. Había una diferencia de clases tan marcada que
en México no existe; una altanería y una arrogancia de las clases superiores que en México
1
sería inaceptable.”

Quiero también referirme a un par de acontecimientos internacionales que dejaron huellas


indelebles: el primero fue el golpe militar pinochetista contra el gobierno de Salvador Allende
(1973), que mostró lo inviable del camino pacífico al socialismo, y lo poco apegados a la
democracia que eran los Estados Unidos y las burguesías locales, para quienes también “salvo
el poder, todo era ilusión”; y el segundo fue la revolución popular sandinista (1979), que nos
hizo respirar el aroma de tiempos nuevos, el optimismo de las ilusiones posibles, y volvió a
poner de moda el “verde olivo” entre quienes sentíamos que la resucitada democracia peruana
había sido reabsorbida por “los dueños del Perú”. Que nuestra lectura de estos hechos fue
simplificadora, ahora lo tenemos claro; siempre será más fácil ser historiador que profeta.

2. Que la verdad se abra paso

Pero el trabajo principal de la Comisión no será el histórico-sociológico, sino más bien el


arqueológico-detectivesco. Tendrán que escarbar en tumbas clandestinas y archivos secretos,
entrevistar a víctimas y victimarios, contrastar versiones, armando el diverso y complicado
rompecabezas que fue la violencia política las dos últimas décadas del siglo veinte en el Perú.

No será sin embargo entre los insurgentes donde tendrán que espulgar ni mirar con lupa.
Nuestras acciones, fueron públicas y notorias. Lo que no reivindicamos (en el MRTA esto fue
una política general), la policía se encargó de escudriñarlo. No hay muchos secretos que
develar, y en lo que a mí respecta (y no creo ser el único), estoy interesado en contribuir a que
haya luz donde pudiera haber lugares oscuros.

Fue en el otro campo donde floreció la impunidad al amparo del poder, donde se sembraron las
tumbas clandestinas, donde actuaron el “Comando Rodrigo Franco” y el “Grupo Colina”,
donde todos se pretenden inocentes o incomprendidos defensores de la sociedad.

Cómo no acordarse del ex presidente Fujimori narrando a la prensa, sin producir escándalo,
cómo un mando del MRTA se había ensuciado los pantalones cuando habían hecho el ademán
de lanzarlo de un helicóptero en pleno vuelo (lo cual es una forma de tortura). No dijo el ex
presidente cuántas personas fueron efectivamente lanzadas de helicópteros en vuelo.

1
Alfredo Barnechea, Peregrinos de la Lengua: confesiones de los grandes autores latinoamericanos, (Madrid: Alfaguara,
1997).
Alberto Gálvez Olaechea 12
Hay excesiva mentira pasada como moneda de buena ley. Mario Vargas Llosa en su libro El pez
en el agua, menciona que un oficial de inteligencia de la Marina le informó de un pacto secreto
entre el MRTA y el APRA para atentar contra su vida. Atribuye a esto que aparecieran
explosivos en el aeropuerto de Pucallpa cuando el avión en que viajaba aterrizó. Tal pacto fue
un invento y el “atentado” una patraña. Era sin la menor duda una maniobra envolvente sobre
el candidato Vargas Llosa similar a la que haría Montesinos sobre Fujimori poco después. ¿Es
casualidad que la jefatura político-militar de Ucayali estuviera a cargo de la Marina?

3. ¿Reconciliación?

Con la ampliación del número de miembros de la Comisión de la Verdad se añadió el concepto


de “Reconciliación”. No entiendo la razón de esta inclusión, o para ser más preciso, no
encuentro que exista un efectivo propósito de reconciliación, por lo menos en lo que a
nosotros— habitantes del “país de las sombras”— respecta. Si es creíble que la verdad es meta
de la Comisión— y esto es ya sumamente importante— añadirle la “reconciliación” suena a
exceso retórico.

Quizá idea de “reconciliación” esté dirigida a militares y policías, para que no los inquieten
eventuales hallazgos. Una reconciliación con exclusión de los vencidos. Y esto no depende de
la voluntad de la CVR, sino del contexto en que ésta surge (agravado con los atentados del 11
de setiembre en los Estados Unidos) y la correlación de fuerzas existente.

En un artículo reciente (Caretas Nº 1680), el periodista chileno José Rodríguez Elizondo, citando
a un ex canciller de su país que se refería a la Guerra del Pacífico, dice: “Chile ha mostrado una
actitud psicológica más propia de los vencidos; no ha tenido la generosidad ni la dignidad
propias del vencedor”.

Y si esto sucede en la guerra entre países ¿qué podemos esperar de los conflictos internos,
donde los enconos y las desgarraduras suelen ser mayores?

Ya sabemos que cuando se habla de “cerrar heridas” no se están refiriendo a nuestras heridas.
Nosotros no contamos. Y esto no es una queja; quienes nos conocen saben lo lejos que
estamos del abatimiento y el lamento. Sólo quiero recordar a las gentes que con un poco de
lucidez ven los destinos del Perú —y lo hago con buena voluntad— que en las heridas abiertas
de los vencidos estará por siempre el fermento de las futuras rebeliones.

Cajamarca, septiembre del 2001

Alberto Gálvez Olaechea 13


II. Ensayando explicaciones

DOCUMENTO PARA LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y


RECONCILIACIÓN2
Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición tienen su estilo,
tienen su ternura y durezas peculiares, sus crueldades y bellezas,
consideran ciertos sufrimientos como naturales, aceptan ciertos males con
paciencia. La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero
infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se
entrecruzan. Un hombre de la Antigüedad que hubiera tenido que vivir en
la Edad Media se habría asfixiado tristemente, lo mismo que un salvaje
tendría que asfixiarse en medio de nuestra civilización. Hay momentos en
los que toda una generación se encuentra extraviada entre dos épocas,
entre dos estilos de vida, de tal suerte que tienen que perder toda
naturalidad, toda norma, toda seguridad e inocencia. Es claro que no todos
perciben esto con la misma intensidad.
Herman Hesse, El lobo estepario.

Prólogo
Los hechos y las ideas que a continuación expongo constituyen el balance y las conclusiones de
lo que, a mi juicio, significó la violencia política que durante las dos últimas décadas del siglo
veinte remeció al Perú. No es la mirada neutral y desapasionada de un observador sino el
intento de un protagonista por comprender y explicar su propia experiencia.
La historia muestra que la visión de los vencidos no sólo es necesaria para aproximarse a la
totalidad del proceso sino que puede ser enriquecedora, pues acentúa el afán crítico por hurgar
en las causas últimas de la derrota. Los vencedores, en cambio, suelen ser autocomplacientes y
exhibir sus actos como una sucesión de aciertos, racionalizando incluso a posteriori ciertos
azares, presentándolos como planes magistrales.
Pienso que la insurgencia armada en el Perú empezó a perderse cuando, aplicando los
manuales contra-subversivos, se logró imponer en los juicios y las expresiones populares el
calificativo de “terrorista” para referirse a los alzados en armas.3 De este modo, ya no
estábamos ante la entrega generosa—equivocada o no—a una causa de transformación social
y de rebeldía contra un orden injusto y opresor, sino ante el desenfreno de fuerzas tanáticas, la
manifestación de pulsiones perversas; en definitiva, un asunto más clínico que sociológico.

2
Documento presentado a la CVR respecto al cual Carlos Iván Degregori en su libro Qué difícil es ser dios: El partido
comunista del Perú - Sendero Luminoso y el conflicto armado, (Lima, IEP, 2011) dice: “Sobre el MRTA véase también
CVR-2003, Tomo II, Capítulo 2 y una excelente reflexión autocritica de Alberto Gálvez Olaechea, dirigente nacional
del MRTA hasta 1992, incluida en el anexo X de dicho Informe Final.” (p.111, nota de pie de página Nº 3). Este texto lo
reproduzco con pequeños retoques formales, pues forma parte de la historia. Aunque creo que lo central de las
apreciaciones planteadas siguen siendo válidas, hoy mi valoración del proceso interno del MRTA sería más matizado
y autocrítico.
3
Referirse a los insurgentes como “terroristas” fue una de las orientaciones de los manuales contra-subversivos de
los Ejércitos Latinoamericanos, inspirados en la Escuela de las Américas. A partir de los años ochenta del siglo
pasado, su uso logró imponerse como moneda corriente.
Alberto Gálvez Olaechea 14
Tenemos que reconocer, sin embargo, que muchas de nuestras acciones contribuyeron a fijar
esta impresión en el imaginario colectivo.
Estamos, pues, en un territorio minado, en el que las heridas no han terminado de cicatrizar y
los ánimos, en consecuencia, se erizan cuando el tema, por una u otra razón, se pone a la orden
del día. Por lo tanto, era inevitable que en las líneas que siguen haya un matiz de autodefensa,
sin que éste sea su propósito.
Ojalá esta sea una contribución a los objetivos de comprensión de la CVR.

1
El 30 de abril de 1932 la fuerza pública mató a nueve indígenas comuneros,
entre ellos mujeres y niños, en el pueblo de Pucyura, en la provincia de Anta
[...] Hubo también varios heridos.
Al jefe que comandó la Guardia Civil en la matanza de Pucyura se le otorgó
un premio por su conducta considerada como heroica; y le fue conferido en
forma pública el día de la Policía, 30 de agosto de 1932. Los indígenas
fueron acusados de comunistas.
Jorge Basadre, Historia de la República (tomo XIII)
El intento de presentar a los insurgentes de la década de 1980 como algo exótico, una suerte
de anomalía en un país pacífico, con un pueblo sumiso, no resiste el menor análisis. Nuestra
historia está jalonada de convulsiones y violencia social de magnitudes y características
diversas; desde las montoneras y el bandolerismo social hasta las asonadas y auténticas
guerras civiles. Repasemos algunos de los acontecimientos que dieron forma al siglo veinte.

La revolución pierolista de 1895 que puso fin al militarismo posterior a la guerra con Chile e
inauguró la república aristocrática significó un enfrentamiento cuya dimensión, al decir de
Alfredo Barnechea, se ha perdido de vista:

Durante tres días, en marzo de 1895, hubo más de 2 000 muertos según Basadre, y unos 3 000
según Ulloa. Recordemos que Lima era entonces una ciudad de poco más de 100 000 habitantes,
de modo que esta cifra representa entre el 2% y el 3% de la población de la ciudad. (La república
embrujada)4.

El derrocamiento de Leguía, en el contexto de la crisis profunda del capitalismo mundial,


desencadenó una convulsión social y política de hondas repercusiones. Uno de los
acontecimientos trascendentales fue la conversión del APRA en un movimiento político de
masas, en un proceso que distó muchísimo de ser apacible y sosegado. El cuestionamiento
aprista a los resultados electorales de 19315, y sus ambiguos mensajes insurgentes, produjeron
luchas de inusitada violencia, que Basadre describe con amplitud en el décimo tercer tomo de
su Historia de la República: el 7 de mayo de 1932 se sublevaron los marineros de los cruceros
Grau y Bolognesi, que fueron rápidamente derrotados y los rebeldes sometidos a juicio sumario

4
Según Héctor López Martínez, el 17 de marzo de 1895 Piérola y sus montoneros entraron por Cocharcas a Lima. El
enfrentamiento dejó un saldo de 2,000 muertos. El número total de víctimas de la guerra (1894-95) fue de 10,000,
(El Comercio, 20 febrero 1995). El 2% en la Lima de hoy serían más de 150,000 víctimas.
5
Para Basadre, los resultados electorales fueron válidos y su impugnación injustificada. Lo antidemocrático de esas
elecciones estuvo en la exclusión de la mayoritaria población indígena analfabeta y de las mujeres. Sánchez Cerro fue
vencedor dentro del minoritario universo criollo-mestizo masculino del Perú.
Alberto Gálvez Olaechea 15
en una corte marcial que determinó el fusilamiento de ocho de ellos (ejecutados el 11 de mayo
en la isla de San Lorenzo). El 7 de julio de ese mismo año, masas apristas encabezadas por
Manuel “Búfalo” Barreto asaltaron el cuartel O’Donovan, iniciando la insurrección de la ciudad;
el 8, Agustín Haya y los demás jefes apristas fugaron y Trujillo quedó librada a su suerte; la
madrugada del 10, catorce militares cautivos fueron asesinados (“los cadáveres fueron
mutilados y saqueados y quedaron extraídos el corazón del comandante Silva Cáceda y los
genitales del teniente Villanueva”, cuenta Basadre). Como era previsible, la represalia fue feroz:
el gobierno estrenó su aviación con los insurgentes que, tras la derrota, fueron sometidos a una
corte marcial que condenó a muerte a cuarenta y cuatro presentes (los fusilaron en el acto) y a
cincuenta y tres ausentes; además se realizaron ante los muros de Chan Chan numerosas
ejecuciones extrajudiciales (que hay quienes calculan en cientos y otros incluso en miles). Esta
fue la más importante, pero no la única de las insurgencias del APRA, cuyo ciclo de rebeliones
se cerró en octubre de 1948 con un nuevo levantamiento frustrado de la marinería del Callao.

En este recuento no es posible obviar aquellos crímenes políticos de gran repercusión como el
intento de asesinato de Sánchez Cerro por parte de José Melgar (6 de mayo de 1932), la
consumación de esta muerte por Abelardo Mendoza Leiva (30 de abril de 1933), el asesinato de
los esposos Miró Quesada (propietarios del diario El Comercio), y el crimen perpetrado contra
el director de La Prensa, Antonio Graña (1947). Estos hechos, atribuidos al partido aprista y
negados por éste, dan cuenta de una violencia política de vieja data.

En su libro La tradición autoritaria, Alberto Flores Galindo hace un ilustrativo recuento de la


manera cómo se ha ejercido la política en el Perú del siglo veinte: entre 1900 y 1968 hubo
cincuenta y seis intentos golpistas. De ellos, diez fueron proyectados y ejecutados por civiles;
los demás, por militares. Entre 1895 y 1980 hubo veintiocho gobernantes: quince civiles
(cincuenta y cinco años de gobierno en total) y quince militares (treinta años). De los quince
procesos electorales habidos entre 1895 y 1968, sólo seis merecerían llamarse medianamente
democráticos; y únicamente siete de los gobernantes elegidos durante el siglo veinte (hasta
1980) culminaron su mandato.

Basadre habla de los tres militarismos en la historia de la república: el primero, que siguió a la
Independencia; el segundo, posterior a la guerra con Chile; y el tercero, iniciado la década de 1930
con la crisis de dominación oligárquica, que se mantuvo (salvo paréntesis civiles), hasta el
gobierno militar iniciado el 3 de octubre de 1968. A éstos habría que añadir el cuarto militarismo,
que empezó a germinar a fines de 1982 y conquistó el poder el 5 de abril de 1992, con un carácter
fundamentalmente contrainsurgente.

No hay que ser zahorí para percibir la manera privilegiada en que las clases dominantes han
dirimido sus diferencias y con las clases subalternas. Sin ser maoístas, asumieron que “el poder
nace del fusil”. República sin ciudadanos, dice Flores Galindo siguiendo a Basadre, para
referirse al sistema basado en el racismo y la exclusión, que exudó violencia por los poros. No
hay conquista social que no haya sido regada con sangre: la jornada de ocho horas, la reforma
agraria, la obtención de un lote de terreno y el derecho de organización.

2
A mediados del siglo veinte se produjo en el Perú una fractura radical que cambió
sustancialmente el país en todos sus órdenes (económico-social, político y cultural). La
conversión de un país rural en uno urbano, la invasión del mundo andino a los bastiones

Alberto Gálvez Olaechea 16


criollos, el desarrollo del capitalismo y la modernidad—lo cual sucedía en medio de un
acelerado crecimiento demográfico—, reconfiguró la sociedad, estableció nuevas relaciones
productivas, creó nuevas fuerzas sociales y llevó a una inserción distinta y más dinámica en la
economía mundial que vivía el ciclo expansivo más importante de su historia.

Las viejas instituciones oligárquicas no representaban ni recogían las aspiraciones de los nuevos
actores sociales. Surgirían entonces dentro del estado (en las fuerzas armadas, por ejemplo) y
fuera de éste, proyectos modernizadores. Las clases medias emergentes y en rápida expansión
produjeron nuevos partidos políticos (Acción Popular, Democracia Cristiana) que cuestionaban
el orden oligárquico y proponían reformas modernizantes.

Pero el proceso abierto era demasiado intenso y tumultuoso para que pudiera ser expresado y
canalizado por los nacientes partidos democráticos. El APRA, fuerza de raigambre popular,
había capitulado ante sus antiguos adversarios y no tuvo capacidad de representar y articular
los nuevos movimientos sociales.

Se abrió así la posibilidad para el desarrollo de la izquierda marxista, tanto en su antigua versión
comunista como en naciente “nueva izquierda” (es decir, la que surge al influjo de la revolución
cubana). ¿Hasta qué punto esta izquierda llegó a representar a los nuevos sectores sociales? Es
difícil decirlo, pero es indiscutible que sin el fermento de esta realidad en cambio, nunca
hubiera salido de la marginalidad en la que estuvo constreñida por décadas.

Cierto que el discurso hiper-clasista del marxismo posterior a Mariátegui no permitió a la


izquierda socialista aprehender la singularidad del Perú ni que creara nexos consistentes con las
poblaciones andinas. Sin embargo, las luchas populares requerían un liderazgo y éste, mal que
bien, se lo proporcionaron gentes provenientes del marxismo, como fue el caso de Hugo Blanco
para los campesinos de La Convención y Lares.

Fue el marxismo el instrumento de batalla ideológica —“instrumento” en el sentido estricto


del término— que tuvo a mano una generación de intelectuales y dirigentes populares
radicales para enfrentar la dominación imperialista y el orden oligárquico caduco. Las versiones
del pensamiento crítico de esos años están selladas por el marxismo, el cual era, además, un
propulsor del compromiso político. Pero el marxismo tras la muerte de Stalin, la ruptura chino-
soviética y la revolución cubana, era una hidra de muchas cabezas.

Así, el Partido Comunista, que durante tres décadas fue apenas un cenáculo de cuadros y
activistas con precarios vínculos con ciertos gremios, desde fines de la década de 1950 empezó
a salir de su ostracismo, de manera que la ruptura de 1964 entre pro-soviéticos (“revisionistas”,
en la jerga de la época) y pro-chinos (maoístas) no frenó la expansión de ambos grupos sino al
contrario.

El PCP-Unidad, alineado con la Unión Soviética, asumió las tesis de la transición pacífica al
socialismo que venían del XX Congreso del PCUS (1956). Sus cuadros experimentados en luchas
reivindicativas y los recursos provenientes de la “patria socialista” les permitieron ganar
influencia en el reactivado movimiento sindical. Junto con otras fuerzas impulsarían la
constitución de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP), de cuya dirección se
apropiaron como coto privado e instrumento fundamental de influencia.

El PCP-Bandera Roja, por su lado, asumió las tesis maoístas de la guerra popular. Aunque a
través de Saturnino Paredes Macedo desarrolló activismo campesino—reconstituyendo la

Alberto Gálvez Olaechea 17


Confederación de Campesinos del Perú (CCP) —, prendió fundamentalmente en el movimiento
estudiantil universitario, donde impulsó el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) que en 1965
derrotaría al APRA en la Federación Universitaria de San Marcos (FUSM) y luego (en 1967) en la
Federación de Estudiantes del Perú (FEP), en duros y violentos enfrentamientos.

Tras el fracaso del intento insurreccional del 3 de octubre de 1948, el APRA empezó a tener
sucesivos desprendimientos por la izquierda, siendo el más importante el que encabezó Luis
Felipe de la Puente Uceda, quien junto a otros jóvenes dirigentes del partido (Carlos Malpica,
Javier Valle Riestra y Luís Olivera) formó el APRA-Rebelde. La revolución cubana sería decisiva
para que se redefinieran los rumbos de la naciente organización, que cambió el nombre a
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), asumió la ideología marxista-leninista y se
propuso un proyecto guerrillero que puso en práctica en el año 1965.

En ese mismo año, un grupo de jóvenes intelectuales socialistas y algunos políticos de diversas
trayectorias constituyeron Vanguardia Revolucionaria. Un intento de sincretismo ideológico de
varias corrientes marxistas cuyo proyecto era la “construcción de un mínimo de partido” previo
al inicio de la lucha armada, a fin de superar las limitaciones del “foquismo guerrillero”.

El bosquejo de los grupos que fueron los troncos de donde se ramificó la izquierda se completó
con el Ejército de Liberación Nacional, organización constituida en Cuba por Juan Pablo Chang,
Héctor Béjar y jóvenes como Javier Heraud; y los grupos trotskistas como el FIR (Hugo Blanco)
y el PROC (Ismael Frías).

Quien conozca las experiencias revolucionarias de otras latitudes no se sorprenderá de la


proliferación de grupos que intentan transformar el mundo: es uno de los síntomas que
anuncian las tempestades.

3
La expansión del sistema educativo a un ritmo veloz a partir de la década de 1960 es un
fenómeno sociocultural de primer orden, entre otras razones por lo que señala Nelson
Manrique en su Historia de la República: “[...] esta explosión educativa fue un elemento
fundamental para catalizar las contradicciones no resueltas de la sociedad peruana”.

La educación ha sido una de las principales reivindicaciones democráticas de los pueblos del
Perú. Su naturaleza ha sido, contradictoria: aprender a leer y escribir era, para las masas
indígenas ágrafas, una manera de acceder a un mundo y defenderse de él, pero también
contribuía a la plasmación de la ofensiva “civilizadora” de occidente. Mientras la modernización
capitalista requería educar a la mano de obra para sus empresas, el estamentalismo y las rígidas
jerarquías oligárquicas y gamonalistas temían los efectos democratizadores de la educación.

Pero fue el enorme crecimiento de la enseñanza superior (universidades y normales de


educación) el acontecimiento que produjo las mayores consecuencias en el plano ideológico-
político, vinculado al crecimiento acelerado de la izquierda socialista y la difusión masiva del
marxismo en su versión vulgarizada. Refiriéndose a este asunto, en su Historia del siglo XX Eric
Hobsbawm afirma:

La consecuencia inmediata y directa fue la inevitable tensión entre esas masas estudiantiles,
mayoritariamente de primera generación, que invadían las universidades, y unas instituciones que
no estaban ni física ni organizativa ni intelectualmente preparadas para esta afluencia [...]Esta

Alberto Gálvez Olaechea 18


multitud de jóvenes, con sus profesores, que se contaban por millones, al menos por cientos del
miles en todos los países, salvo en los pequeños o muy atrasados, cada vez más concentrados en
grandes y aislados ‘campus’ o ‘ciudades universitarias’, eran un factor nuevo, tanto en la cultura
como en la política.

Fue en los campus de las universidades donde se forjó la izquierda peruana, salvo el PCP-
Unidad, y desde allí se expandió hacia los otros sectores populares en un proceso que tuvo
varias rutas : 1) la vinculación directa del movimiento estudiantil con diversas luchas sociales; 2)
por el desplazamiento de activistas estudiantiles que, abandonando sus estudios temporal o
definitivamente, se insertaban en determinadas regiones u organizaciones populares; 3) por el
rol cada vez más importante de miles y miles de jóvenes maestros egresados de universidades
y escuelas normales, quienes esparcían por el país entero nuevas ideas y contribuían a la
organización de las comunidades en las que se asentaban.

Así como suele asociarse a Sendero Luminoso con la Universidad de San Cristóbal de
Huamanga, y particularmente a su facultad de educación, pueden establecerse los vínculos
estrechos de los diversos grupos de la izquierda radical con las más importantes universidades
peruanas. Patria Roja, el grupo históricamente más importante en el movimiento estudiantil,
tuvo bastiones en las universidades del Cuzco y de Arequipa, pero también en Trujillo y
Lambayeque; en San Marcos su presencia fue así mismo significativa. Vanguardia
Revolucionaria en su orígenes está ligada a la Universidad Nacional Agraria, expandiéndose a La
Cantuta, San Marcos (en particular su facultad de medicina) y sobre todo en la Universidad
Católica. El MIR logró algún predicamento en la Universidad Nacional de Ingeniería y en La
Molina. San Marcos, la universidad más numerosa y de raigambre popular alimentó a todas las
tiendas de la izquierda nacional, dando cobijo incluso a un grupo maoísta particularmente
dogmático y circunscrito al activismo estudiantil llamado FER-Antifascista, una corriente
influyente que en más de una oportunidad llegó a hacerse de la Presidencia de la FUSM.

Hay quienes sostienen que esta radicalización del movimiento estudiantil se vincula al hecho de
que el acceso a la educación superior abre expectativas que la sociedad frustra. Esto es
relativo, puesto que nunca las frustraciones de los estudiantes han sido mayores que en este
tiempo universidades despolitizadas.

Lo que hubo en estas décadas (de 1960 a 1980) fue la crisis ideológica y la ausencia de liderazgo
intelectual y moral de las clases dominantes, crisis que el reformismo militar agudizó, creando
las grietas por las que desbordaría la radicalización de gruesos contingentes estudiantiles, que
establecieron lazos más o menos firmes con otros movimientos sociales en ebullición.

4
Mención aparte merece la experiencia del MIR, tanto porque fue el más importante proceso de
lucha armada anterior a la que se produciría en la década de 1980 como porque allí se sitúan las
raíces políticas de la mayoría de miembros de la dirección del Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA).

En su libro Crítica de las armas, Regis Debray califica la guerrilla del MIR de 1965 de manera
lapidaria: “el mayor fracaso de América Latina”. Iniciada el 9 de junio de 1965, para enero de
1966 ya no había rastro de estructura militar y los principales líderes habían sido aniquilados. El

Alberto Gálvez Olaechea 19


único frente que emprendió operaciones militares fue el central, dirigido por Guillermo
Lobatón Milla.

Años de preparativos, decenas de militantes entrenados en el extranjero, armas y pertrechos


laboriosamente obtenidos, se desbarataron en pocos meses. ¿Qué pasó? Muchas evaluaciones
se han hecho, pero podrían señalarse tres factores en este desenlace: haberse iniciado cuando
el movimiento campesino había decaído y el centro del conflicto social pasaba a las ciudades; la
izquierda se encontraba en las fases iniciales de su ciclo expansivo; y la excesiva dependencia
del apoyo internacional para resolver sus necesidades económicas, logísticas y formación de
cuadros.

No obstante, las repercusiones de esta guerrilla efímera fueron mucho mayores de lo que
parece a primera vista. En las Fuerzas Armadas peruanas se fortaleció la convicción de que eran
urgentes reformas estructurales que impidieran que el siguiente brote subversivo encontrara
terreno favorable, de esto se nutrió el proyecto velasquista. En la izquierda suscitó discusiones
y precipitó rupturas: jóvenes del Comité Regional de Ayacucho del PCP-Bandera Roja
rompieron con su partido para integrarse al MIR; el PROC de Ismael Frías propuso también su
integración; dos años más tarde, Bandera Roja tuvo una escisión que, con el lema “El poder
nace del fusil”, dio origen a Patria Roja. Entre los intelectuales progresistas suscitó
sentimientos de solidaridad, como el expresado en la carta abierta suscrita en París por Mario
Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Hugo Neira.6

Los sobrevivientes de la derrota pudieron reagruparse, pero la definición de los rumbos a


seguir precipitó la ruptura entre quienes querían reeditar la experiencia del 65 y quienes
asumieron las tesis maoístas. Esta fue la primera escisión de la prolífica ramificación de pocos
años después.

6
La carta del 22 de julio de 1965, la suscribieron, además de los tres citados, Milton Albán, Francisco Camino,
Humberto Rodríguez, Sigfrido Laske y Alfredo Ruiz Rosas. Está reproducida en Las guerrillas del MIR, de Roger
Mercado. Muestra cómo estas personas veían el Perú:
1º“El movimiento de guerrillas que ha estallado en la sierra peruana no constituye un fenómeno importado,
aberrante o ajeno a nuestra realidad, sino que es la consecuencia natural de una situación secular que se caracteriza
por la miseria, la injusticia, la explotación, el inmovilismo y el abandono que nuestros gobernantes han mantenido
siempre en el país.”
2º “Ciento cincuenta años de vida republicana nos han enseñado que el poder lo han detentado alternativamente
dictaduras militares o representantes civiles de la oligarquía, que no se han preocupado de otra cosa que de
acrecentar sus privilegios o de crear otros nuevos, a expensas de la mayoría del pueblo peruano y que las pocas
mejoras que éste ha obtenido fueron conquistadas al precio de luchas sindicales, de exterminación de obreros y
campesinos, de sacrificios innumerables de vidas humanas y de la sección de grupos minoritarios de intelectuales”.
3º“El actual gobierno, suponiendo que sus intenciones iniciales fueron loables, continuó las líneas generales de los
precedentes; no ha logrado hasta ahora modificar las estructuras del país, se ha contentado con tímidas tentativas
reformistas, destinadas más a paliar el descontento popular que a solucionar realmente los problemas existentes, ha
tolerado una política obstruccionista llevada a cabo por el sector más reaccionario de la nación y ha desperdiciado en
una palabra la ocasión de romper con la tradición de gobernantes venales, entreguistas e irresolutos”.
4º “En estas condiciones, consideramos que para que el campesino disfrute de la tierra que trabaja, para que el
obrero lleve una vida digna, para que las clases medias no vivan bajo un complejo permanente de frustración, par
que el país sea el beneficiario de sus riquezas y para que el Estado sea el árbitro de su destino, no queda otro camino
que la lucha armada.”
5º “Por ello aprobamos la lucha armada iniciada por el MIR, condenamos a la prensa interesada que desvirtúa el
carácter nacionalista y reivindicatorio de las guerrillas, censuramos la violenta represión gubernamental —que con el
pretexto de la insurrección pretende liquidar las organizaciones más progresistas y dinámicas del país— y ofrecemos
nuestra caución moral a los hombres que en estos momentos entregan su vida para que todos los peruanos puedan
vivir mejor.”
Alberto Gálvez Olaechea 20
Esta guerrilla precaria y tempranamente derrotada se convirtió en mito: plasmación de
consecuencia, coherencia entre teoría y práctica, una excepción (salvo el aún más precario
ELN). Y aunque quienes entramos a la militancia política en una de las facciones del MIR a
comienzos de la década de 1970 no tocamos un arma hasta años más tarde, nos alimentamos
de la mística guerrillera, formándonos en los ritos de la clandestinidad y asumiendo el discurso
ideológico estrategista y maximalista. De este modo, un largo periodo hubo una suerte de
esquizofrenia, en la que se yuxtaponían nuestros cotidianos esfuerzos de organización popular,
de difusión de las ideas socialistas, con un discurso que no correspondía con lo que hacíamos,
salvo en un punto: llevar cada conflicto social a la máxima confrontación posible.

5
La irrupción del velasquismo en octubre de 1968 y la puesta en marcha del proyecto reformista
no sólo fue el puntillazo final al viejo orden oligárquico sino también la apertura definitiva de las
compuertas del desborde social. Mientras por un lado exacerbó la conciencia popular sobre sus
derechos y estimuló su proceso de organización, por otro, al agotarse el programa de reformas
y sobrevenir la crisis económica, no hubo forma de satisfacer las expectativas desencadenadas,
produciendo la frustración y el desencanto que llevarían a la efervescencia popular, sobre todo
la segunda mitad de la década de 1970.

Hubo más: la idea de revolución quedó legitimada en la conciencia colectiva, convirtiéndose en


terreno de disputa. No estaba en discusión la necesidad de la revolución, sino su naturaleza y
sus alcances. Los ideólogos del régimen (una amalgama de socialcristianos, ex apristas,
libertarios, social progresistas y marxistas) proponían un “socialismo participativo” como
proyecto estratégico, cuyos primeros pasos eran la afirmación nacionalista, la expansión del
capitalismo de estado y el desarrollo de diversas formas de propiedad asociativa y participación
de los trabajadores en la cogestión de las empresas. Visto en retrospectiva, no parece una
propuesta descaminada; pero la voluntad de imponerla desde arriba, manu militari, provocó
desconfianza y resistencia entre quienes propugnábamos la rebelión popular desde abajo.

El reformismo militar fue un desafío para la izquierda marxista, pues su programa nacionalista y
anti-oligárquico recogía banderas que ésta había enarbolado por largo tiempo. Así, la
caracterización del régimen pasó a ser un aspecto crucial de la identidad y la línea política de los
distintos grupos de la cada vez más fragmentada izquierda.

Hubo quienes, como el PCP-Unidad, definieron al gobierno militar como revolucionario, la


primera etapa de un proceso que conduciría al socialismo y que, por lo tanto, había que apoyar
y hacer avanzar.

Otros lo describieron como reformista-burgués, con contradicciones secundarias con el


imperialismo y, por lo tanto, proponían una táctica ambigua de unidad y lucha. Esta era,
posiblemente, una manera inteligente de afrontar el proceso, pero la dinámica de los
acontecimientos y la polarización la condenó a la irrelevancia.

Para la mayor parte de la izquierda radical se trataba simplemente de un régimen reaccionario


(bonapartista, fascista, etc.) en bloque y sin fisuras. Por lo tanto, la política no podía ser otra
que la confrontación beligerante. Si hubo quienes enfrentaron al velasquismo fueron
precisamente la miríada de grupos de la extrema izquierda peruana. Así mismo fueron quienes
tuvieron el crecimiento más dinámico, a pesar de su fragmentación orgánica y miscelánea
ideológica. Y conforme la crisis social, económica y política se profundizó, este crecimiento se
Alberto Gálvez Olaechea 21
potenció, extendiéndose a todos los sectores y las regiones del país. La lucha contra la
dictadura simplificó la política y la polarizó, no dejando espacio para los matices.

Otros dos hechos derivados de la política del velasquismo influirían en el curso de los
acontecimientos: primero, el afán del régimen por crear una base social propia, y la resistencia
que opuso la izquierda a estos propósitos, generó un proceso intenso de organización y
movilización popular, el más importante de la historia republicana; y segundo, la apertura de
relaciones con los países socialistas permitió la difusión sin precedentes de la literatura
marxista; además, editoriales latinoamericanas (Siglo XXI, Era, Pasado y Presente, etc.) dieron
acceso a textos que, por problemas de traducción o por ser antiguas obras clásicas del
pensamiento socialista, no habían circulado en el Perú. Este fue alimento espiritual de una
generación ávida de teoría revolucionaria que iluminara la acción revolucionaria.

6
Desde fines de la década de 1950, como parte del proceso general de cambios que se producían
en el país, se desplegó un intenso y creciente movimiento social popular, cuyos picos más altos
se alcanzaron en la década de 1970.

El punto de partida fue el campo, donde la lucha por la tierra remeció los Andes peruanos,
quebró el poder gamonal y abrió el camino a la reforma agraria de 1969. Luego el centro de
gravedad se trasladó a las ciudades, donde el sindicalismo se reactivó y adquirió un perfil más
autónomo y militante. Uno tras otro cayeron los bastiones apristas, asumiendo la conducción
de estos gremios los movimientos socialistas: maestros, bancarios, mineros, y así
sucesivamente. Se construía un nuevo liderazgo sindical que desembocó en la formación de la
CGTP. Esta central sindical fue rápidamente reconocida por el gobierno militar, interesado en
debilitar a la CTP aprista.

El PCP-Unidad, avezado en esas lides, se hizo del control de la CGTP y la convirtió en su


instrumento de presencia pública. Su rol fue ambiguo: por un lado favorecía la organización de
los trabajadores y sus luchas reivindicativas, pero su respaldo al gobierno los llevaba a
mediatizar los conflictos. Así, pronto se vieron rebasados por los sectores más radicalizados y
combativos, que se convirtieron en sus mayores adversarios. “Apra, ultra, CIA, la misma
porquería” era el lema de batalla de la “guardia obrera”, mientras la emprendían a palos contra
quienes osaran desafiarlos en las plazas o las asambleas sindicales.

El desborde empezó por los mineros y el magisterio; el año clave: 1971. La huelga de la
Federación de Mineros de la Cerro de Pasco Co. fue rotunda y cruenta. Debió enfrentar una
fuerte represión, cuya secuela fue la muerte de varios trabajadores, entre ellos el líder minero
Pablo Inza. La huelga magisterial, el otro gran acontecimiento, sacudió todos los rincones del
país como no lo había hecho movimiento social alguno; y si bien no obtuvieron logros
reivindicativos, permitió el nacimiento de una nueva y gravitante organización popular: el
Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP). Surgía así una nueva
corriente en el sindicalismo peruano, llamada genéricamente clasismo (por su disposición
combativa y su fundamentación en la lucha irreconciliable de clases).

El conflicto entre la línea moderada y conciliadora del PCP-Unidad y la CGTP por ellos
controlada, y la corriente sindical clasista en la que convergía toda una gama de grupos
radicales, marcó la lucha ideológica en el movimiento sindical.

Alberto Gálvez Olaechea 22


También en el campo se avivaba la movilización popular, estimulada por la reforma agraria. En
Piura, Lima, Andahuaylas, Cuzco, etc., los sectores más pobres del campesinado iban más allá
de los límites impuestos por la ley buscando recuperar sus tierras y fortalecer sus comunidades.
Esto permitió la reconstitución de la Confederación Campesina del Perú (CCP), cuya hegemonía
la obtuvo Vanguardia Revolucionaria. (VR era parte de la izquierda radical, no obstante fue
calificada de “reformista” en el congreso de la CCP realizado en el Cuzco (1977), pues a juicio de
algunos el programa de la organización campesina (cuyo punto principal era “Por la tierra y el
poder”) no era suficientemente radical ya que debía incluir “la guerra popular”.

En los barrios se desarrolló la organización y la lucha reivindicativa, favorecida por la tarea del
Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) de constituir comités vecinales. En este
caso, como sucedió con las comunidades industriales y con la Confederación Nacional Agraria
(CNA), el SINAMOS hizo el juego de “nadie sabe para quién trabaja” pues las organizaciones
que ayudó a formar escaparon a su control.

Durante la segunda mitad de la década de 1970 adquirieron relevancia las movilizaciones


regionales y surgieron los frentes de defensa, que expresaban la convergencia de diversos
sectores populares. Sus reivindicaciones eran, por lo tanto, plurales, expresando una aspiración
democrática y descentralista. Era una iniciativa y exploración que venía de abajo, como las
rondas campesinas. Para la izquierda radical eran manifestaciones de un nuevo poder en
gestación, embriones de la democracia directa. Sin embargo, pese a su papel en importantes
luchas, los frentes de defensa no trascendieron su carácter reivindicativo, y su existencia fue
episódica, vinculada a la agudización de determinados conflictos.

Este movimiento social produjo líderes gremiales de fibra y calidad, como Horacio Zevallos,
Andrés Luna Vargas, Víctor Cuadros, Jesús Riveros, Ronald Gibbons y muchos otros. Una
generación como no hubo antes ni la habría después. Fueron, por eso, el blanco principal de la
contraofensiva patronal-gubernamental que a partir de julio de 1977 (en que se despidió a cerca
de 5 mil dirigentes sindicales del país) en que se propuso—y consiguió—quebrar la vanguardia
sindical. Era el primer paso hacia la imposición de nuevas condiciones de explotación y la
liquidación de conquistas laborales (la estabilidad la primera). El mayor logro de estos años, el
paro nacional del 19 de julio de 1977, que forzó la retirada de las Fuerzas Armadas del gobierno
fue, paradójicamente, el principio del fin de la vanguardia sindical clasista.

Pero la represión fue más allá de los despidos. Muchos trabajadores completaron su ciclo de
instrucción en las cárceles y el exilio. También se vertió sangre obrera en Cobriza, en
SIDERPERÚ y CROMOTEX. Refiriéndose a esta última (que culminó con seis obreros y un
capitán de la policía muertos, decenas de heridos y medio centenar de encarcelados), Alberto
Flores Galindo en La tradición autoritaria afirma: “en todo caso, CROMOTEX fue uno de los
muchos prólogos de la ocupación de Chuschi por una columna senderista”. No es exacto. No
fue el prólogo de Sendero, pero sí, en cambio, del MRTA, por más de una razón.

7
A toda idea nueva, Mahound, se le hacen dos preguntas. La primera, cuando es todavía
débil: ¿Qué clase de idea eres tú? ¿Eres de la clase que transige, pacta, se amolda a la
sociedad, busca una buena posición y procura sobrevivir; o eres del tipo de recondena-
da y bestia noción atravesada, intratable y rígida que prefiere partirse antes de
doblegarse al viento? ¿La clase de idea que casi indefectiblemente, noventa y nueve
veces de cada cien, queda triturada; pero a la que hace cien te cambia el mundo?

Alberto Gálvez Olaechea 23


¿Cuál es la segunda pregunta?, preguntó Gibreel en voz alta. Antes contesta la primera.
Salman Rushdie, Los versos satánicos
Las relaciones complejas entre la izquierda y el movimiento popular están enmarcadas en lo
que he llamado “el espíritu de la época”, esto es, un horizonte ideológico y cultural amplio, que
estaba constituido por cuatro aspectos centrales: 1) la certeza de la proximidad de la revolución
socialista mundial; 2) una visión crítica de la historia del Perú y sus clases dirigentes, planteada
desde la esperanza; 3) un esfuerzo de revaloración de lo andino popular en el universo de la
cultura peruana; y 4) una concepción bipolar y confrontacional de las relaciones sociales, lo que
se llamó “clasismo” y que quizá con más propiedad el sociólogo Gonzalo Portocarrero
denomina idea crítica (“se propaga asociada con un culto a la lucha y a la combatividad, una
desconfianza hacia el diálogo y una presteza para tomar medidas de fuerza”).

Hoy, tras el derrumbe de la URSS y el “campo socialista”, sugerir la inminencia de la revolución


mundial parece descabellado, pero fue premisa y la profesión de fe de los marxista-leninistas
de todos los pelajes hasta avanzada la década de 1980. Dos acontecimientos hicieron
presagiarla: la profunda crisis del capitalismo desencadenada en 1973 a partir del alza de los
precios del petróleo; y el desarrollo de lo que Hobsbawm llama la tercera ronda de
convulsiones del siglo veinte, cuyo acontecimiento principal fue la victoria vietnamita en 1975 (y
que incluye la “revolución de los claveles” en Portugal, la descolonización africana, la
insurrección de los ayatolas en Irán y la revolución sandinista en Nicaragua).

Ahora sabemos que aquella crisis del capitalismo fue la que preparó el camino a su
reestructuración y el desarrollo de la formidable revolución científico-tecnológica que condujo
a la sociedad de la información. Asimismo, podemos apreciar lo limitado del empuje de estas
revoluciones populares en la periferia capitalista y su pronto agotamiento. Y claro, siempre será
más fácil ser historiador que profeta.

La esperanza de la revolución tenía también raíces nacionales. La anunciaba una abundante


literatura de denuncia de la injusticia, tanto en la vertiente indigenista como en la naciente
literatura urbana. Estaba presente en la creciente influencia del marxismo entre los
intelectuales (“El mito de la ayuda exterior”, de Carlos Malpica, tuvo una repercusión que hoy
se ha perdido de vista). Pero sobre todo se manifestó en el crecimiento de la figura de José
Carlos Mariátegui, cuya obra alcanzó una difusión sin precedentes, mientras otros personajes
empequeñecían.

Como todo pensador original, Mariátegui era susceptible de múltiples lecturas, por lo que su
obra sirvió para nutrir todos los discursos ideológicos (de la ortodoxia comunista al
senderismo, pasando por el trotskismo y la socialdemocracia). A nuestra generación el
marxismo le llegó en recetarios ideológicos preestablecidos, por lo tanto, si éramos trotskistas
la revolución tenía que ser “permanente”, y para los maoístas se trataba de la “guerra popular
del campo a la ciudad” y los guevaristas propugnábamos la “guerra de guerrillas”. Era desde la
ideología que asumíamos una postura frente a la realidad y había que mutilar o acomodar
aquellos elementos de la vida que no encajaban en nuestras ideas. Es por ello que no quedó
nada digno de recuerdo de la abundantísima literatura política de esos años. Y es también por
ello que fueron los intelectuales los primeros en abandonar una militancia partidaria que
esterilizaba el pensamiento. Había urgencia de acción y, por lo tanto, la necesidad de certezas.

Alberto Gálvez Olaechea 24


De todas las corrientes ideológicas, el maoísmo se expandió con mayor profusión en las
juventudes estudiantiles de fines de la década de 1960 y la de 1970, lo que hace del Perú un
caso atípico en América Latina, pues en ninguna otra parte logró calar con sus fórmulas
sentenciosas y simplificaciones filosóficas de vocación totalizadora. Es probable que esto tenga
que ver con las características de un país de reciente urbanización, con masas de migrantes
andinos, de donde salió la clientela de estas corrientes maoístas. Aunque habría que acotar que
el maoísmo influyó también en grupos como Vanguardia Revolucionaria y el Partido Comunista
Revolucionario, que poco o nada tenían de migrantes andinos, pero ahí llegó en la elaboración
más sofisticada de las izquierdas italiana o francesa.

No es posible dejar de mencionar la importancia que tuvo en el proceso de radicalización de los


jóvenes de clase media—en especial limeños—de raíces católicas, la llamada “Teología de la
liberación”. Esta corriente proponía la identificación con los pobres y el compromiso político, e
iba más lejos que el tímido socialcristianismo confesional. Así, entre fines de la década de 1960
y comienzos de la de 1970, un numeroso contingente de jóvenes laicos e incluso religiosos
entró a militancia política en la izquierda radical. Por lo demás, si se rastrea en la historia de los
movimientos guerrilleros de América Latina —sobre todo en Centroamérica—, hallaremos la
presencia de innumerables émulos del sacerdote colombiano Camilo Torres.

Pero la apuesta por la transformación social no se circunscribió a lo político; fue una cultura,
una visión del mundo que se nutrió de muchas fuentes: de Serrat a la nueva trova cubana, del
folclore latinoamericano a las tropas de sicuris, de un Vallejo redivivo a los poetas obreros del
grupo Primero de Mayo, de “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara a “Flor de Retama” de
Ricardo Dolorier (que no ven vano dice que “La sangre del pueblo tiene/ rico perfume./ Huele a
jazmines, violetas/ geranios y margaritas./ A pólvora y dinamita”).

8
La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del renacimiento, sino
la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo.
Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la
burguesía se han cumplido sin tragedia. La revolución socialista que mueve
a los hombres sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una
tremenda e incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta
inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución
anestésica, paradisíaca, y es necesario afirmar que no será jamás posible,
porque el hombre no alcanzará la cima de su nueva creación sino a través
de un esfuerzo difícil y penoso, en el que el dolor y la alegría se igualarán en
intensidad.
J. C. Mariátegui, “Preludio de elogio de ‘El cemento’ y el realismo proletario”
¿Puede alguien albergar la menor duda de que esta tesis mariateguista constituyó la
quintaesencia de la “nueva izquierda”? La violencia revolucionaria (en sus diversas formas), la
conquista del poder y la construcción de un nuevo estado democrático y popular —sobre los
escombros del anterior—, eran los lugares comunes de las propuestas programáticas de
aquellos años. Por ello, es absolutamente pertinente la observación de Nelson Manrique (en la
introducción a El tiempo del miedo), de que lo que hay que preguntarse no es tanto por qué
Sendero Luminoso y el MRTA iniciaron la lucha armada, sino sobre aquello que llevó al resto de
la izquierda radical a desistir de la misma, cuando la habían proclamado en todos los tonos por
más de una década. Y en esta afirmación no hay un juicio de valor, pues a la luz de los

Alberto Gálvez Olaechea 25


resultados, fueron más sensatos y anduvieron menos equivocados. Lo que interesa establecer
es que la nuestra no fue una determinación insólita de seres alucinados, una suerte de trueno
en cielo sereno, sino que llevamos hasta sus últimas consecuencias un discurso compartido.

Hobsbawm diferencia la concepción de los socialistas de la etapa previa a la primera guerra


mundial, quienes desarrollaban un pacifismo activo de oposición a la guerra imperialista (“Paz,
pan y tierra” fueron las banderas que llevaron a los bolcheviques al poder), de las concepciones
predominantes al finalizar la segunda guerra mundial, marcadas por la experiencia de la guerra
civil española y la resistencia armada que partisanos y guerrilleros comunistas desarrollaron
contra nazis, fascistas y japoneses, desde Europa hasta China y Vietnam. La antigua concepción
de una violencia más bien defensiva dejó paso a un espíritu ofensivo y belicista. Revolución se
convirtió en sinónimo de guerrilla, sobre todo después de la revolución cubana.

Expresada en los escritos de Mao y el Che, esta orientación parecía ajustarse a las realidades del
tercer mundo, y particularmente de América Latina y el Perú, con importantes poblaciones
rurales. Y la izquierda radical asumió estas premisas estratégicas integrándolas en su discurso,
que no quedó en la mera teoría. Así entre fines de la década de 1960 y la de 1980 se hicieron
varios intentos de dar vida a movimientos armados. Proyectos que si bien quedaron truncos o
abortaron, dan la idea de lo que se fundía en ese magma complejo y diverso de la atomizada
izquierda de esos años. Sin pretender agotarlos, reseño aquellos que puedo traer a la memoria.

1) En 1969, son desarticuladas las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), un grupo de cuadros
maoístas que, encabezados por Omar Benavides Caldas (Chingolo) se encontraba en
plenos preparativos para la lucha armada.
2) En 1971 Vanguardia Revolucionaria Político Militar, una escisión del aparato militar de VR,
es diezmado luego de varias incursiones armadas. Mueren algunos de sus principales
cuadros (Pedro Javier Torres Sánchez y Walter Beizaga, ex-estudiantes de La Molina) y
otros son encarcelados.
3) En junio de 1975 muere en combate Darío Benavides Loayza (también “molinero”) quien
como militante del MIR-Voz Rebelde fuera destacado a participar en la experiencia del
PRT-ERP argentino, con la finalidad de retransmitirla en el Perú.
4) En 1976 es desmantelado el intento de una fracción del MIR por establecer en la zona de
Jaén (Cajamarca) un campamento guerrillero. Es detenida la familia Espárraga Cumbia y se
incauta armamento. Pero la mayoría de implicados logra fugar.
5) En 1977 la policía desarticula el Ejército Popular Peruano (EPP), incauta armas y captura a
Jacqueline Elau de Lobatón (viuda de Guillermo Lobatón), Alberto Ruiz Eldredge (hijo del
jurista y asesor del gobierno militar), Justo Arizapana y Raimundo Sanabria. Los dos
primeros deportados a Francia y los otros dos encarcelados. Sanabria fugó del Sepa y
murió años más tarde en las filas de Sendero Luminoso.

No están todos los proyectos, la mayoría de los cuales quedaron en el papel, enredados en
arduas polémicas e irresoluciones. Y aunque alguna fecha fuera inexacta, los hechos son
ciertos, y dan cuenta de un extenso sentido común. Por lo tanto, que en 1980 apareciera un
nuevo intento de insurgencia no debería llamar la atención, pues era improbable que los
densos nubarrones formados en casi dos décadas de dogmatismo ideológico y radicalidad
política pudieran reabsorberse íntegramente en el nuevo contexto de legalidad democrática
que se estableció tras la retirada de los militares.

Alberto Gálvez Olaechea 26


9
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
Pablo Milanés

Si en América Latina la década de 1960 estuvo marcada por los movimientos guerrilleros que
siguieron a la revolución cubana, cuyo momento crucial fue la muerte del Che en 1967, la
primera mitad de la década de 1970 tuvo como principal episodio la victoria electoral de la
Unidad Popular chilena y el posterior golpe de estado que derribó a Salvador Allende el 11 de
setiembre de 1973.

Los tres años de gobierno socialista produjeron honda repercusión en todo el continente. Era
un ensayo inédito de transición pacífica al socialismo, que generó expectativas y escepticismos,
y también la furiosa reacción del imperialismo norteamericano, que no podía tolerar otra
insubordinación en su patio trasero, y de las clases dominantes chilenas, que desde el inicio
movilizaron todas sus fuerzas para sabotear y destruir el experimento popular. Chile dela
Unidad Popular fue un laboratorio social, un foco de irradiación cultural y escenario de un
intenso y apasionado debate intelectual y político que trascendió fronteras. A través de la
revista Punto Final seguimos el proceso chileno y tomamos partido por el MIR de Miguel
Enríquez que, fuera de la UP propugnaba la construcción de un poder popular desde abajo.

La asonada militar de Augusto Pinochet fue crónica de una muerte anunciada. El mismo día del
triunfo, Estados Unidos y la derecha prepararon las condiciones del golpe. Sobre esto hay
actualmente evidencia de sobra. A escala mundial se desplegó el mayor movimiento de
solidaridad desde la guerra civil española. Pero también se realizaban evaluaciones sobre las
causas de la derrota. Para los comunistas, la causa del golpe era la provocación de la
ultraizquierda (MIR), mientras que para los revolucionarios el problema central estaba en la
irresolución del gobierno de la Unidad Popular para apoyar y respaldar la movilización y
organización de los trabajadores y construir con ellos un poder alternativo.

Para nosotros, en el Perú, dos cosas quedaban claras: que para el imperialismo y la burguesía la
democracia era algo instrumental a la que renunciaban fácilmente cuando sentían—con razón
o sin ella—que sus intereses estaban amenazados; que la transición pacífica era una ilusión
cuyos costos sociales estaban a la vista (muertos, torturados, desaparecidos y exiliados,
además de la destrucción de las libertades y los derechos políticos y laborales).

Por cierto que los movimientos guerrilleros no habían corrido mejor suerte: a las derrotas de
los años sesenta se sumaban las derrotas de los setenta (los tupamaros en Uruguay; el PRT-ERP
y los montoneros en Argentina). Sin embargo los lentes de la ideología sólo permiten ver
aquello que calza con los planteamientos doctrinarios. Hubo que esperar hasta 1979 para que la
revolución popular sandinista insuflara nueva vitalidad a nuestras ideas sobre la lucha armada.

Pero hacia mediados de la década de 1970 la oscuridad de las dictaduras prevalecía en el Cono
Sur de América Latina, cada una más sanguinaria que la otra. Una consecuencia fue la marejada
de exiliados de distintas procedencias nacionales y variadas ideologías que se esparcieron por
el mundo, y también por el Perú. Montoneros argentinos, miristas chilenos y tupamaros

Alberto Gálvez Olaechea 27


uruguayos trajeron consigo su importante experiencia, su tragedia humana, pero también su
voluntad de resistencia.

Hubo entonces el trasiego clandestino de hombres, ideas y armas, que involucró a muchos
peruanos que de esta forma expresábamos nuestra solidaridad. Era incitante y seductor
vincularse con quienes habían compartido jornadas con personajes legendarios como Raúl
Sendic, Mario Roberto Santucho o Miguel Enríquez. Sentíamos que estábamos poniendo las
primeras piedras en un proyecto de revolución continental que recogíamos de Bolívar y el Che.

Y si algo nos acercó a quienes convergimos después en el MRTA fue precisamente este vínculo
ideológico y afectivo con lo que llamábamos movimiento revolucionario latinoamericano.

10
Los acontecimientos históricos siempre son considerados en un ángulo
falso cuando se les juzga desde el cómodo punto de vista de la posteridad,
la cual, al mismo tiempo, ve los resultados; posteriormente es demasiado
fácil llamar insensato a un vencido porque se arriesgó a un combate
peligroso.
Stephan Zweig, María Estuardo
Un proyecto revolucionario no es solo es el producto de ciertas condiciones objetivas (pobreza,
injusticia, exclusiones y frustraciones) sino también, y de manera crucial, la plasmación de una
voluntad. Y esta voluntad se forja en el conjunto de circunstancias que marcan la biografía de
individuos particulares, en el desarrollo de ciertas ideas que constituyen el horizonte ideológico de
determinado periodo, y los acontecimientos históricos concretos que trazan los derroteros de una
generación. Sin embargo, no basta la voluntad para “incendiar una pradera”. Los guerrilleros del
MIR en 1965 apenas sobrevivieron un semestre, y los intentos posteriores fueron aún más
precarios y limitados.
En la década de 1980, por el contrario, las voluntades políticas que pusieron en práctica la lucha
armada lograron una expansión considerable, al punto que se las percibió, con razón o sin ella,
como una amenaza real al poder vigente (sucedió con los especialistas de la Rand Corporación).

¿Qué explica estos resultados disímiles? Sin duda las dos décadas de luchas sociales previas y el
fermento de la radicalidad político-ideológica de la izquierda; pero hay otros tres factores que
actuarían como material inflamable: la frustración que acompañó el retorno al poder de los viejos
partidos políticos que demostraron lo poco que habían aprendido en el largo periodo de doce
años; el vacío de poder existente en vastos sectores rurales, especialmente tras el quiebre del
poder gamonal-terrateniente; y finalmente, nada alimentó tanto la espiral de la violencia política
como la prolongada crisis económica que acompañó a la transición democrática, cuyo meollo
estuviera en la imposición de políticas de ajuste económico para el pago de la deuda externa. La
década de 1980 “se perdió” no sólo en el Perú sino en todo el continente latinoamericano7.

Tras la decisión de los militares de replegarse a los cuarteles (1977) y la convocatoria a la Asamblea
Constituyente, se le planteó a la izquierda radical la urgencia de pasar de la prédica ideológica a la
acción política, del impulso al movimiento social a la formulación de proyectos estratégicos. Se

7
La década de 1980 se bautizó como la “década perdida” de América Latina. La llegada de la democracia significó: 1) el
retorno al poder de la vieja clase política; 2) la crisis de la deuda externa desatada con el cese de pagos de México el 82.
Las democracias nacieron precarias al imponer sufrimientos y sacrificios a sus pueblos.
Alberto Gálvez Olaechea 28
presentaron entonces disyuntivas y encrucijadas individuales y colectivas: ¿hay que participar o no
en el proceso electoral? En caso de no participar, ¿qué hacer? Y si se definía la participación, ¿cómo
y con quiénes? ¿Hasta qué punto debíamos dejar la ilegalidad para asumir los desafíos de la
legalidad?

Estos y otros interrogantes y dilemas produjeron conflictos no sólo entre organizaciones sino
también al interior de éstas. Los mismos individuos empezaron a reevaluar el curso de sus vidas y
sus compromisos políticos, ya que los jóvenes estaban dejando de serlo. Las exigencias de la
clandestinidad resultaban demasiado asfixiantes para la realización personal (profesional, afectiva,
etc.) de muchos militantes, además de ineficientes para los requerimientos de la nueva etapa, en
la cual la política se ejercía a través de la tribuna pública y los medios de comunicación. Otros, en
cambio, sentíamos desconfianza frente a un proceso que desbordaba nuestras experiencias de
ilegalidad, espíritu de círculo y abnegado activismo en “las bases”.

11
Nuestra generación hizo su primer aprendizaje político bajo un gobierno militar, cuando los
escenarios públicos estaban cerrados y los medios de comunicación mantenían sus raigambres
oligárquicas. Pequeños aunque dinámicos grupos de activistas clandestinos, entregados a un
arduo esfuerzo de organización popular e impulso de su acción directa. Esto, sumado al
radicalismo ideológico, alimentaba una profunda desconfianza a la democracia, que se tipificaba
de burguesa y se la consideraba como una vulgar modalidad de dominación. La simplificación
ideológica conducía a la simplificación política8.
Era inevitable, por tanto, que la táctica electoral polarizara a la izquierda radical en dos corrientes
definidas: quienes rechazaban de plano la participación en la Asamblea Constituyente (Patria Roja
y Sendero Luminoso), y quienes propiciábamos el uso táctico de las elecciones y la tribuna
parlamentaria, donde se ubicó el resto de la fragmentada izquierda9.
La necesidad de intervenir en las elecciones produjo las primeras aproximaciones y
reagrupamientos de los sectores radicales, revirtiendo la anterior tendencia a la atomización.
Resurgió entonces el FOCEP y fue creada la Unidad Democrática Popular (UDP).
Los resultados de la elección para la Asamblea Constituyente inclinaron el péndulo a la izquierda
más radical. Las cuatro listas (PCP-Unidad, PSR, UDP y FOCEP) lograron casi un cuarto de los votos,
lo cual era apreciable dada la carencia de recursos, la inexperiencia y la actitud vergonzante con
que fue asumida la campaña. La sorpresa fue Hugo Blanco, quien con un planteo intransigente
(“sin patrones ni generales”) y una leyenda de guerrillero a sus espaldas, obtuvo la preferencia de
los votos a pesar de su minúscula organización trotskista.
Tras la instalación de la Constituyente, el suceso sorprendente, fue la decisión de Patria Roja de
abandonar el campo abstencionista, y con otras dos pequeñas agrupaciones (VR-PC y MIR-Perú),
formar el UNIR. De este modo, Sendero Luminoso quedó solo en la recalcitrante posición anti-
electoral. (Algunos ven en ese aislamiento la razón de su paso a la lucha armada, su “huida hacia

8
La izquierda marxista de América Latina desde sus orígenes cuestionó la democracia. Los primeros en valorarla, por
razones instrumentales, fueron los PC, quienes trazaron estrategias electorales para conquistar el poder. El fracaso
guerrillero en el Cono Sur y el establecimiento de dictaduras militares terroristas, lleva a la reflexión del tema
democrático.
9
Para el grueso de la izquierda, la participación electoral se planteó en términos tácticos: “utilizar los resquicios
democráticos”. Lo táctico devino estratégico. Hubo replanteamientos ideológicos y programáticos sin saldar cuentas
con el pasado. Se actuó como si las propuestas de ayer no hubieran existido.
Alberto Gálvez Olaechea 29
delante”. Discrepo: su proyecto lo los aísla y no al revés. Cierto que la polémica ideológica y el ir
contra la corriente los endureció y los presionó a pasar a la acción).

Entre tanto, el gobierno militar pasaba sus últimos meses enfrentando una situación convulsa, en
la cual las movilizaciones y luchas populares (especialmente por la reposición de los despedidos) y
las huelgas de hambre (de trabajadores, de políticos, de periodistas) se sucedían una tras otra.

Conforme se acercaban las elecciones generales de 1980, los sectores radicales de la izquierda
(UDP, FOCEP, UNIR, trotskistas), jugaban un complicado ajedrez para lograr la candidatura
unitaria. Hugo Blanco y Alfonso Barrantes eran las opciones para la candidatura presidencial, cada
cual con sus adherentes y sus detractores, con sus pros y sus contras. El PCP-Unidad y el PSR
levantaban la candidatura del general Leonidas Rodríguez

Se formó así la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARI), tras la candidatura de Hugo Blanco. Una
alianza parida con fórceps y en precario equilibrio. El trotskismo, sintiéndose dueño de los votos,
había impuesto condiciones leoninas. Pese a ello decidieron romper, en una noche en la cual
acabaron muchas inocencias. Como suele suceder, la historia dejó en manos de gentes pequeñas
enormes posibilidades.

Si hay un momento de inflexión, una circunstancia que frustra inmensas esperanzas colectivas, fue
precisamente éste. De este modo, algunos intelectuales que a través de la revista Amauta habían
impulsado entusiastamente la candidatura de Blanco, empezaron el viraje que los conduciría a la
democracia liberal. Otros emprendimos, en cambio, el camino exactamente inverso, el que nos
llevaría hacia el MRTA. Claro está que el proceso se produjo por etapas, de manera zigzagueante,
con marchas y contramarchas.

12
Los simples, Adso, no pueden escoger simplemente su herejía: se
aferran al que predica en su tierra, al que pasa por la aldea o por la
plaza. Es con eso con que juegan sus enemigos.
Umberto Eco, El nombre de la rosa
Paralelamente al proceso anterior, y en una dinámica diferente, maduraba otro proyecto
absolutamente contrapuesto: el del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL).
Aunque sus primeras acciones fueron pedestres (como quemar ánforas en un pueblito
ayacuchano e incendiar el desguarnecido municipio de San Martín de Porres) y hasta
pintorescas (colgar perros de los postes con letreros que decían “DengXiaoping hijo de perra”),
pronto se hizo evidente que se estaba frente a una inflexible voluntad política, con gran
cohesión y convicción ideológica, cuyo diseño estratégico coherente le permitía una rápida
expansión.

La potencia de una ideología con la redondez e impermeabilidad de una esfera, y la


centralización absoluta en torno al liderazgo de Abimael Guzmán (un culto a la personalidad
construido con delectación) convirtió a SL en una organización dispuesta a, y capaz de,
enfrentarse con todos al mismo tiempo. Las embajadas de China y de la URSS, el presidente del
Jurado Nacional de Elecciones, cooperantes extranjeros, sacerdotes y monjas, organizaciones
no gubernamentales, partidos políticos (sobre todo de la izquierda y el APRA) estuvieron entre

Alberto Gálvez Olaechea 30


sus blancos. No había más instituciones que el PCP-SL y los organismos generados. Todo lo
demás debía ser eliminado10.

Hay abundante literatura y estudios sobre SL. Muchas explicaciones pero un hecho inobjetable:
SL tuvo etapas de crecimiento vertiginoso, llegando a contar en diversos momentos con un
significativo respaldo popular (recordemos que el entierro de Edith Lagos fue una de los
grandes acontecimientos de la historia de Ayacucho). Hubo intelectuales que tuvieron también
su etapa de encandilamiento por lo que percibían como el “levantamiento del mundo andino”.
Y hasta un representante de la izquierda legal como Ricardo Letts llegó a proponer una
“trenza” entre IU, la Asamblea Nacional Popular y SL.

La expansión senderista fue posible porque capitalizaron el vacío de poder en extensas zonas
rurales, nutriéndose de resentimientos y exclusiones ancestrales; porque recogieron núcleos
de militantes radicales de distinta procedencia (en su mayoría maoístas), ofreciendo certezas
cuando la incertidumbre se instalaba en la sociedad, especialmente en la izquierda legal; y
creció también(lo sabemos por experiencia) porque durante un lustro ocupo en solitario el
terreno de la lucha armada, y como dice Eco, los pobres suelen asumir la “primera herejía” que
cruza por su pueblo.

Nosotros, militantes del MIR, grupo con antecedentes guerrilleros y rituales de homenaje a sus
héroes, no quedamos inmunes a un proyecto que nos interpelaba y nos forzaba a definiciones.
El discurso se tornó obsoleto: eran los hechos los que tenían que hablar. A quienes
convergimos después en la formación del MRTA, en cierta medida, SL nos empujó al camino.

13
Pero si el MRTA resultó de una frustración (ARI e IU) y una emulación (SL), también se alimentó
de una esperanza, y esta la proporcionó la Revolución Popular Sandinista de 1979.

Nicaragua revolucionaria nos dio la certeza del triunfo posible. No era una construcción
intelectual ni un acontecimiento remoto. Era un hecho material, producido cerca de nuestros
ojos, palpable, respirable, que hablaba en nuestra lengua11. Nicaragua fue para nosotros, hasta
cierto punto, lo que Cuba revolucionaria (1959) representó para la generación de Luis de la
Puente y Guillermo Lobatón. Digo hasta cierto punto, pues a esas alturas de la historia las
guerrillas habían perdido mucho de su aureola romántica, y porque (a diferencia de Cuba de los
sesenta), Nicaragua sandinista fue extremadamente cauta y defensiva, evitando darle
pretextos a Estados Unidos para una intervención armada directa.

Si la derrota de los años sesenta y primeros años de los setenta fueron de fracasos de vanguardias
armadas, y si Chile de Allende había mostrado la derrota de los pueblos desarmados, teníamos
frente a nosotros el ejemplo de la victoria del pueblo en armas.

Del sandinismo recogimos la necesidad de hundir el proyecto revolucionario en la historia; la


idea de que la radicalidad de las formas de lucha permitía desideologizar el discurso y buscar la
máxima amplitud en las alianzas; pero sobre todo fue una escuela de tenacidad, de terminación
y consecuencia en la búsqueda de los objetivos.

10
Uno de estos enemigos fue el MRTA, el “revisionismo armado”. Guzmán lo acusó de capitulador, que seguiría los
pasos del M-19 de entrar a la legalidad, mientras que ellos, SL, se mantendría intransigente hasta conquistar el poder.
11
Otro atractivo fue el ser una revolución hecha por jóvenes en un país de jóvenes.
Alberto Gálvez Olaechea 31
Varios peruanos, algunos de los cuales formarían parte del MRTA, participaron en diversos
momentos del proceso revolucionario sandinista, constituyendo el vínculo humano con esta
experiencia, de la cual otros disfrutamos más bien como observadores entusiastas de ese
magnífico despelote con que los pueblos empiezan a construir su propia historia.

14
La revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de la realidad: una
revuelta y una comunión, un trasegar de viejas sustancias dormidas, un
salir al aire muchas ferocidades, muchas ternuras y muchas finuras ocultas
por el miedo a ser. ¿Y con quién comulga México en esta sangrienta fiesta?
Consigo mismo, con su propio ser. México se atrevió a ser. La explosión
revolucionaria es una portentosa fuerza en la que el mexicano, borracho de
sí mismo, conoce al fin, en abrazo mortal, al otro mexicano.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad
La fecha de nacimiento del MRTA es tema polémico. La Conferencia Nacional de Unidad
(noviembre de 1986), que selló la convergencia del núcleo del MRTA que dirigía Víctor Polay y el
MIR-Voz Rebelde bajo mi responsabilidad, estableció que aquella reunión era el punto de
partida de una nueva organización, aunque ésta llevaría, las siglas del MRTA. Pero los años
siguientes hubo un esfuerzo sistemático por desvalorizar el significado de esta unidad,
presentándola como un incidente menor, uno de los agregados de militantes individuales o
pequeños grupos que sumaron sus esfuerzos en la construcción del MRTA.
La vertiente del MRTA que encabeza Polay empezó a formarse a fines de la década de los
setenta, cuando una de las facciones de la diáspora mirista (MIR-El Militante) se unificó con el
Partido Socialista Revolucionario-marxista leninista. Aunque realizaban activismo legal,
dedicaban parte de sus esfuerzos (sobre todo desde 1982) a crear un aparato clandestino
(económico y logístico). La muerte de uno de sus militantes (Jorge Talledo Feria) en el asalto a
un banco generó su primera crisis y las primeras deserciones; corría el año 1983. En 1985 es
desarticulado el intento de crear un frente guerrillero en la zona cuzqueña de Paucartambo:
varios militantes fueron capturados y se incautó armamento. Esto precipitó el cuestionamiento
y el relevo del dirigente de entonces (quien tras una breve estadía en prisión abandonó el
MRTA y el país) por Víctor Polay. Lo que quedó entonces fue un pequeño pero cohesionado
grupo de combatientes que entre 1985 y 1986 implementaron un conjunto de acciones
propagandísticas de cierto impacto publicitario. Realizaron también acciones de
aprovisionamiento logístico y económico. Y aunque su radio de acción era esencialmente
limeño, lograron alguna proyección en la región central (donde tenía presencia un ex
guerrillero del MIR de 1965 y líder campesino regional, Antonio Meza Bravo) y en el Alto
Huallaga. Completa este somero recuento la presencia de algunos combatientes en las filas del
M19 colombiano (en el llamado “Batallón América”), que contribuyeron a la formación
posterior de la fuerza guerrillera del MRTA.

La vertiente del MIR-Voz Rebelde se constituyó en 1973, cuando un grupo de estudiantes de La


Molina y el Comité Regional del Norte del MIR nos constituimos en organización autónoma;
una más de la prolífica izquierda. La tarea principal fue el impulso de la organización y
movilización popular. Se desarrolló una presencia importante en regiones como Chimbote y
San Martín, en las que participamos en la conducción de diversas luchas populares. En Lima
nuestros militantes obreros estuvieron al frente de la resistencia de CROMOTEX en la que
muriera Himigidio Huertas. También se ensayaron tímidos pasos en dirección a la lucha armada.
Alberto Gálvez Olaechea 32
En la plasmación de este plan el año 74 murió en Buenos Aires, combatiendo en las filas del
PRT-EPR, Darío Benavides Loayza, quien al retornar el Perú iba a ponerse al frente de las tareas
militares del MIR, lo que truncó su muerte. Los vínculos con otras organizaciones
revolucionarias latinoamericanas (MIR chileno, PRT-EPR argentino, M19 colombiano, etc.)
permitieron el aprendizaje y la transmisión de experiencias. Entre 1977 y 1982 participamos de
los avatares de construir una representación política legal de la izquierda socialista (de la UDP
al ARI; y de allí a la IU). Paralelamente se hizo el esfuerzo de unificar el MIR, pero pronto los
caminos se hicieron divergentes. Desde 1983 dimos los primeros pasos hacia la construcción de
una organización político-militar que, como suele suceder en el paso a otras formas de lucha,
supuso tensiones y rupturas. Se formaron cuadros, se inició el apertrechamiento logístico y la
obtención de fondos. También tuvimos combatientes en las filas del M-19 (donde coincidimos
con el MRTA). En 1985 constituimos los Comandos Revolucionarios del Pueblo (CRP) que
realizaron diversas acciones de propaganda (tomas de emisoras radiales, reparto de alimentos,
etcétera). Paralelo a todo se fue creando las condiciones sociales, organizativas, políticas y
militares para la apertura de un frente guerrillero en las selvas de San Martín (donde después
ingresaría el MRTA unificado). Todo esto lo realizamos tratando de mantener el trabajo político
como centro de nuestra atención, lo cual se tradujo en la publicación de un medio periodístico
(El Nuevo Diario) y la constitución de un movimiento político legal, del cual participaban muchos
de los mejores compañeros.

Estas fueron las dos organizaciones que convergieron. El MRTA era un núcleo más pequeño
pero compacto y dinámico, con un mayor desarrollo militar; el MIR-VR, por su lado, tenía una
mayor presencia nacional y mayor inserción social. Éramos de cierta forma complementarios,
los espacios en que nos movíamos eran los mismos, nuestras raíces las mismas y nuestras
perspectivas, convergentes.

Ambos grupos teníamos delante dos desafíos enormes que, a mi juicio, hacían impostergable la
unidad, pese a los problemas que ésta conllevaba: primero, la compleja situación que generaba
la presencia de una fuerza gravitante, como SL; y segundo, la comprensión de que la dinámica
de los acontecimientos era tan acelerada que había que dar saltos y quemar etapas para
intentar ponernos a la altura de las circunstancias.

15
¿Qué buscaba el MRTA? ¿Cuáles eran sus bases programáticas? Esto es algo que, a pesar de los
documentos publicados, no ha dejado huella, oscurecido por la polvareda de las acciones.
Tres eran los ejes programáticos que estuvieron en los fundamentos de nuestra existencia.
Primero que nada, aspiramos a integrar nacionalismo y socialismo en un solo proceso que,
enraizado en la historia, reivindicando el pueblo indígena, afirmara nuestra identidad (identidad
plural por cierto) y definiera un proyecto nacional orientado al socialismo. El nombre y la
simbología elegidos apuntaban a ello, lo mismo que nuestra política y lineamientos de acción.
La segunda era una propuesta de democracia directa, alternativa y contrapuesta a la
democracia liberal representativa. Creíamos que desde sus organizaciones sociales (sindicatos,
comunidades campesinas, gremios vecinales, etc.), los trabajadores construirían un poder
popular. De ahí que, donde estuvimos presentes, nuestra labor fue fortalecer la organización
popular independiente, respetando las creaciones autónomas y los liderazgos libremente
elegidos. Considerábamos insuficiente la democracia política, y creíamos imprescindible
extenderla al terreno económico y social, particularmente a uno de los reductos del
Alberto Gálvez Olaechea 33
autoritarismo: la empresa, donde debían establecerse formas cogestionarias y autogestionarias
de producción.

Y finalmente, estábamos convencidos de la dimensión continental del proceso revolucionario.


No sólo porque tendríamos que enfrentar a un enemigo común, sino también, y sobre todo,
porque en un mundo en que se constituían poderosos bloques regionales, la única posibilidad
de tener un lugar y fuerza de negociación era integrando nuestros pequeños países atrasados.
Este era el sueño de Bolívar, del Che y —por qué no decirlo— de Haya de la Torre.

16
En el MIR hubo resistencia a la unidad, y si bien la en su mayor parte los dirigentes fueron
persuadidos de esta necesidad, no sucedió lo mismo con un sector de las bases de Lima y San
Martín, que se mantuvieron renuentes hasta romper con el proyecto unitario, generando la
primera crisis interna y los primeros desencuentros sobre la forma de resolverla.

No obstante las dificultades, la unidad permitió potenciar a la nueva organización en diversas


áreas: en la constitución de un movimiento político de mayor envergadura, en la publicación de
otro diario, en la extensión nacional de la organización, pero sobre todo porque con la apertura
del Frente Nororiental, el primer destacamento guerrillero rural, creíamos estarle dando
dimensión estratégica al proyecto.

Mientras consolidábamos la organización, establecimos relaciones con algunos partidos de la


izquierda legal y sostuvimos reuniones con sus máximas direcciones. Y aunque no hubo
acuerdos (pues los puntos de encuentro en el corto plazo eran restringidos), quedó abierta la
posibilidad de alianzas posteriores. En este terreno, uno de los problemas que debimos
afrontar fue el radicalismo de nuestras bases, renuentes a todo compromiso político con el
llamado “reformismo” (cuando en 1987 se determinó el ingreso del movimiento político que
influíamos a la IU, la “rebelión” de las bases no lo permitió). Esta disposición al diálogo y a las
alianzas desde inicios del proyecto del MRTA es clara señal de lo ajenos que fuimos a los
señalamientos de “fundamentalismo terrorista”. Incluso nuestra estrategia de alianzas estaba
pensada más allá de la izquierda legal. Quizá con ingenuidad, creíamos que habría sectores
apristas, de las fuerzas armadas y de las fuerzas policiales, que con el devenir de la lucha
podrían sumarse a un proyecto democrático nacional.

El resultado más importante de la unidad, el nacimiento del Frente Nororiental del MRTA, fue la
culminación de esfuerzos complementarios, pero separados, realizados por los dos grupos
convergentes. Sin el antiguo trabajo político y social del MIR, sin su contingente de
combatientes y mandos lugareños, no se hubiera construido nada, como es evidente que sin la
logística, los medios y la experiencia del MRTA los pasos hubieran sido más lentos y difíciles. La
aparición pública de la guerrilla rural del MRTA, sobre todo luego de la impactante y publicitada
toma de la ciudad de Juanjui (4 de noviembre de 1987) fue un tonificante estímulo interno y un
imán que atrajo a nuestras filas compañeros procedentes de todas las canteras de la izquierda,
que percibían una propuesta combativa distinta a la senderista. El crecimiento se aceleró,
especialmente entre los jóvenes.

Como suele suceder, el salto de los pequeños grupos de propaganda que habíamos sido, a la
organización con presencia en la escena política, con capacidad de incidir en los
acontecimientos, y posibilidad de conducir ciertos sectores sociales, que empezábamos a ser,

Alberto Gálvez Olaechea 34


planteó nuevos y complejos problemas que nos pusieron a prueba.El no resolverlos a
satisfacción sembró gérmenes de la futura derrota. Estos problemas fueron fundamentalmente
tres: lo que atañía a la seguridad y defensa frente a la represión policial; las dificultades que
traía consigo la unidad; y la aparición de una batalla imprevista, al menos en la magnitud en que
se dieron los enfrentamientos: Sendero Luminoso.

Temprano pagamos el precio de la fama, pues al entrar en el ojo de la tormenta nos pusimos en
la mira de la Dirección contra el Terrorismo (DIRCOTE), haciéndose perceptible nuestra
vulnerabilidad. Uno tras otro fuimos detenidos los miembros de la dirección nacional, de tal
modo que al cabo de poco más de dos años estábamos en prisión cuatro de los seis miembros
que la habíamos conformado en los inicios. No nos adaptamos a las exigencias de la
clandestinidad y subestimamos al adversario, que aprendía con más rapidez. El activismo
desenfrenado —y después la lucha interna— abrió flancos que fueron capitalizados por la
policía. A esto hay que añadirle un par de elementos: el exceso de centralización en la toma de
decisiones y la permanencia del grueso de la dirección nacional en Lima (que como suele
suceder con las ciudades, se convirtió en una ratonera en la que quedamos cercados).

Todo proceso unitario es siempre una aventura incierta y llena de dificultades. Lo sabía antes
de emprender la unificación. Abrigaba sin embargo la confianza de que los inevitables
conflictos podrían administrarse con tino. Me equivoqué. Una sobrevaloración de la dimensión
militar del proyecto hizo que quienes formaban parte de las estructuras militares se
consideraran la vanguardia y al resto de la organización como una suerte de complemento
subordinado. Todos convalidamos esta situación. Y aunque en el devenir del MRTA se
produjeron diversas discusiones y discrepancias de toda índole, con uno y otro dirigente en
posiciones distintas, coincidiendo o discrepando con otros independientemente de la vertiente
de origen, finalmente la procedencia pesó de manera decisiva en los rumbos y las decisiones
que se adoptaron. A esto se sumó el hecho de que la aspiración a generar formas de dirección
colectiva (en contraposición al mesianismo senderista) fue progresivamente dejada de lado por
las tentaciones caudillistas.

Con SL las divergencias en el terreno de la polémica ideológica hasta fines de la década de los
ochenta, se torna en una batalla cuando el desarrollo de nuestra fuerza político-militar (sobre
todo en el centro y en la selva de San Martín) chocó con las aspiraciones senderistas de
controlar determinados territorios, eliminando toda otra organización que no se le sometiera.
Enfrentamientos de alto costo, que fueron capitalizados por las fuerzas contrainsurgentes. En
Huancayo el asesinato por miembros de SL del dirigente vecinal del pueblo joven Justicia Paz y
Vida, de apellido Aguilar, vinculado al MRTA, llevó a réplicas y contrarréplicas (alimentadas por
los aparatos de seguridad que hacían su propio juego). En San Martín, la captura de ejecución
de Carlos Arango Morales por una columna senderista ocasionó múltiples enfrentamientos12. La
vida, siempre más compleja que todas las teorías y previsiones, nos colocó frente a una guerra
imprevista, y al mismo tiempo inevitable13.

12
Carlos Arango Morales fue estudiante de la Universidad Nacional del Callao. Encarcelado a mediados de 1987, fugó
en julio de 1990, trasladándose al frente nororiental.
13
Otra de las secuelas no previstas de la guerra interna fue la proliferación de delincuentes comunes que,
individualmente o en bandas, usaron el nombre del MRTA para realizar extorsiones y asaltos.
Alberto Gálvez Olaechea 35
17
César tenía razón al preferir el primer puesto en una aldea que el segundo
en Roma. No por ambición o vanagloria, sino porque el hombre que está en
el segundo lugar no tiene otra alternativa que los peligros de la obediencia,
los de la rebelión y aquellos aún más graves de la transacción.
Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano
Me permito aquí un espacio para la confidencia, para trazar con pinceladas gruesas mi
trayectoria política, a fin de que no aparezcan sólo ideas y hechos descarnados, sino también
vivencias personales.
El punto de partida se sitúa en el Colegio de Aplicación de la Universidad Nacional de Educación
(“La Cantuta”) en los efervescentes años sesenta. La proximidad al medio universitario, con sus
polémicas y campañas electorales para la Federación Estudiantil, encandiló a quienes como yo,
éramos adolescentes inquietos. Fui testigo del enfrentamiento que permitió a la izquierda
marxista desplazar al APRA del control de la FEP. Años de iniciación en los rudimentos de la
teoría marxista en que Politzer con su “Manual de filosofía” encabezaba la lista de lecturas
indispensables. Pero mi hallazgo mayor fue la poesía de Vallejo, especialmente “España aparte
de mí este cáliz”.

Mi decisión de estudiar sociología en la Universidad Nacional Agraria (La Molina) estuvo ligada
a este despertar político. No iba en búsqueda de un título universitario sino de las llaves para el
ingreso a la militancia revolucionaria. Entré al MIR a fines de 1970 (a los 17 años) y en el verano
de 1971 recibí mi primera tarea: reorganizar el Comité Zonal de Chimbote. Era algo para lo cual
no estaba preparado, pero ante lo que no retrocedí. Fue mi primer encuentro con una ciudad a
la que volví una y otra vez a lo largo de la década del setenta.

Mi regreso a Lima implicó un distanciamiento de las aulas de La Molina y de San Marcos. Me


hice visitante ocasional. Era ya un militante a “tiempo completo”.

En 1971 conocí a Jaqueline Elau, la viuda de Guillermo Lobatón, quien era la responsable de mi
célula partidaria. Desde una pequeña oficina que teníamos en el Centro de Estudiantes de
Medicina de San Fernando organizábamos el apoyo a los sindicatos en conflicto, especialmente
los mineros, cuyas marchas de sacrificio y ollas comunes se hicieron emblemáticas.

Recalé en una célula obrera de la empresa “Motor Perú”, cuyos dirigentes sindicales eran
militantes del MIR. Allí compartí militancia con Andrés Sosa Chamamé, y durante cerca de un
año hicimos juntos las clásicas tareas de volanteos madrugadores en la Plaza Unión y pintas de
media noche (tras una larga separación, nos reencontramos en el MRTA el año 90).

Estos fueron años de crisis y lucha interna en el MIR. Los primeros en romper fueron los
compañeros que editaron la revista “Critica Marxista-Leninista”. Pero esta ruptura, lejos de
resolver el problema, lo exacerbó. En 1972 el MIR se quebró en tres: MIR- El Militante, el Círculo
Marxista Oposición Proletaria y el MIR-Voz Rebelde (que conformamos un grupo de
estudiantes de La Molina y el Comité Regional del Norte).

En estos fraccionamientos había diferencias ideológicas, de “métodos y estilos” de trabajo,


pero sobre todo, a mi entender, el desborde de una generación de jóvenes activistas que, con
la arrogancia de la edad y de las lecturas apresuradas, sentíamos que los viejos cuadros no
tenían mucho que ofrecernos.

Alberto Gálvez Olaechea 36


A los 20 años ya era parte del núcleo de dirección de la naciente organización, que tenía sus
células dispersas en Lima y otros puntos del país, especialmente en el Norte. Me convertí en el
organizador del grupo. Viajero permanente que recorría el país de un extremo a otro, en un
activismo que hoy me sorprende, sin dinero y sosteniéndome con lo que facilitaban los
compañeros en el camino.

Los avatares del quehacer revolucionario me colocaron al lado de la huelga minera de 1971, en
que se produjo la masacre de Cobriza, junto a los siderúrgicos en 1973 y 1977 (donde también
hubo desenlaces cruentos), pero sobre todo me ligaron a los trabajadores de CROMOTEX. Que
los muertos siempre los ponía el pueblo no me lo contaron, lo viví.

En 1978 emprendimos la aventura unitaria de la confluencia de cinco grupos de izquierda en el


MIR, constituyendo así una organización gravitante en de la Unidad Democrático Popular y la
izquierda peruana. En el Congreso Unitario del MIR fui elegido secretario general de un partido
que congregaba a una hornada notable de intelectuales, políticos y dirigentes gremiales, entre
los que figuraba Carlos Malpica. Tenía veintiséis años y era significativamente menor que los
demás miembros del Comité Central.

Si la edad, y por lo tanto la experiencia, fue un obstáculo para ejercer un liderazgo efectivo en
esta organización, el problema crucial fue la ambigüedad intrínseca al proyecto, a mitad de
camino entre el viejo discurso estrategista y las prácticas clandestinas y las nuevas exigencias
(teóricas y prácticas) de la lucha política legal. Percibía la importancia y la necesidad de la
actividad en la política formal, pero mi temperamento y mis convicciones me hacían verla con
desconfianza. Veía con aprensión cómo la dinámica de los acontecimientos empujaba por
derroteros cada vez más ajenos a la predica revolucionaria. Me sentía más cómodo trajinando
entre las comunidades campesinas de Huancavelica o en los caseríos de San Martín, que en las
tediosas y agotadoras negociaciones entre los partidos de la izquierda. Nunca me acomodé a la
tribuna pública y conservo hasta hoy una instintiva aversión a todas las formas de figuretismo.

Fue en el MIR- unificado donde empezamos a dar los primeros pasos hacia la lucha armada.
Hicimos algunas escuelas políticas-militares y adquirimos el primer fusil de entrenamiento (un
AR-15, la versión deportiva del M-16). En 1980 viajé al exterior con un grupo de seis compañeros
a recibir entrenamiento, de los cuales dos nos mantuvimos hasta el final: Roberto Cava
(“Juancho”), muerto en Molinos y yo que voy con quince años de prisión a cuestas. Tomamos
en serio por lo que para otros eran apenas un rito de homenaje al pasado, sin consecuencias
para el porvenir.

Los caminos se hicieron divergentes y la ruptura el corolario.

En 1983 el MIR-Voz Rebelde resurgió. La mayoría de los que emprendimos esa aventura a
inicios de los setenta dieron un paso al costado. Por lo tanto, la tarea de reconvertirnos en
organización político-militar hubo que emprenderla con los jóvenes ingresados a la militancia
una década después. Me había convertido en el veterano del grupo.

Entre 1983 y 1985fui el “hombre orquesta”. Recorriendo el país, viajando al exterior, realizando
escuelas político-militares, encarando la solución de los problemas logísticos y económicos,
pero, sobre todo, seleccionando cuadros para la nueva etapa. En este proceso se incorporaron
compañeros como Ósler Panduro, Rodrigo Gálvez, Roberto Cava, Roberto Pérez, Sístero García
y otros varios, la gran mayoría de los cuales actuaron con heroísmo y consecuencia y ya no
están aquí para contarlo. A ellos mi reconocimiento y mi homenaje.
Alberto Gálvez Olaechea 37
En 1985 hicimos públicos los “Comandos Revolucionarios del Pueblo”, una pequeña unidad de
combatientes que realizaron diversas acciones de propaganda armada. Paralelamente
establecíamos condiciones para la apertura de la guerrilla rural en el departamento de San
Martín.

Algo crucial de estos años fueron las relaciones con organizaciones revolucionarias de América
Latina. Primero el MIR chileno, cuyas discusiones y propuestas seguíamos con avidez desde la
época de Miguel Enríquez. También con el M-19 colombiano, que acogió en sus filas a un
puñado de nuestros militantes (Ciro G., murió combatiendo en los Páramos del Cauca).
Salvadoreños, guatemaltecos, hondureños y, en fin, revolucionarios de todos los confines
transmitieron su ánimo y sus experiencias. El lugar de encuentro era Managua. Y en Managua
trabé amistad con Dimas compañero de enorme sencillez y generosidad. El y su esposa (amiga
entrañable de los años “molineros”) hicieron que su hogar fuera también mío.

El año 1986 retomé las relaciones con el grupo de Víctor Polay, con el que manteníamos
conversaciones esporádicas desde años atrás. Esta vez tenía la determinación de impulsar la
unidad. Propiciar y materializarla unidad fue una determinación personal. Acepté las
condiciones del MRTA, que para mis compañeros del MIR eran inadmisibles: que las siglas de su
organización prevalecieron y que uno de ellos asumiera la jefatura. Fue un “sapo difícil de
tragar” en el MIR. De hecho provocó distanciamientos y rupturas.

¿Qué me llevó a dar un paso que me relegaba a un segundo plano? Hubo motivaciones políticas
de fondo, como la necesidad de responder a una coyuntura compleja y exigente y a la
competencia con otros actores políticos. Pero también pesó el hecho de que sentía que las
funciones de “hombre orquesta” habían llegado a su límite. Había que pasar a un nuevo nivel
de dirección colectiva, aunque ello implicará renuncias personales y /o grupales.

Como suele suceder, el camino unitario tuvo luces y sombras. Sin embargo en los momentos
iniciales, avanzamos dentro de lo previsto.

En 1987 sucedió algo cambió mi vida así como la forma como participaría en adelante en el
MRTA: el 7 de agosto, fui detenido por la DINCOTE, cuando abordaba mi vehículo en
Magdalena. Al mando del operativo estaba un nisei trejo, el entonces mayor Marco Miyashiro.

El paso por la DINCOTE me probó en un terreno que no supe hasta ese momento si saldría bien
librado: la tortura. A los quince días me trasladaron a prisión con un voluminoso expediente
(que me valió una condena de 12 años), pero la íntima satisfacción una victoria personal, tal vez
nimia, pero que sólo quien ha pasado por ello sabe de la hondura de su significado.

El penal Miguel Castro Castro, me recibió de noche. En la semi-penumbra sus construcciones


me parecieron inmensas y fantasmales. En el pabellón del MRTA me acogieron entre cantos y
consignas. Era territorio amigo. Fue mi hogar los siguientes tres años.

Fui el primero de los seis miembros del Comité Ejecutivo Nacional del MRTA en caer preso. Esto
me colocó en un rol cuasi-pasivo, una suerte de observador privilegiado, con limitada incidencia
en el curso de los acontecimientos, dedicado a tareas de retaguardia y ardiente de impaciencia
porque no siempre los rumbos adoptados correspondían a mi visión de las cosas.

Antes de mi detención ya teníamos en la dirección el MRTA, la idea de la construcción de un


túnel que liberara a los presos del penal Miguel Castro Castro. Era un proyecto de largo aliento

Alberto Gálvez Olaechea 38


que tenía como referencia el túnel construido por los tupamaros de Uruguay para la fuga del
penal de “Punta Carretas”. Al congregarse un mayor número de compañeros dirigentes en
prisión (Cárdenas, Avellaneda, Polay y yo), las exigencias de la fuga se hicieron mayores, y el
túnel cobró vida.

La madrugada del 9 de Julio de 1990, nos evadimos 47 presos del MRTA. Dos días más tarde
pudo reunirse el Comité Ejecutivo Nacional completo y en agosto se reencontró, al cabo de tres
años, el integro del Comité Central. El MRTA estaba en el clímax de su desarrollo, orgánica y
políticamente había las mejores condiciones para hacer propuestas audaces, pero el
instrumento era poco dúctil para ello.

La nueva situación no nos cohesionó sino al contrario. Salimos del Comité Central rumiando
nuestros desacuerdos. Pero a esto se sumó un agravio personal: tras una parodia de “juicio
interno”, mi compañera de aquellos años fue expulsada del partido por razones mezquinas.

No hubo tiempo para mucho. El 31 de mayo de 1991, a menos de un año de la fuga fui
recapturado. Esta vez el reencuentro fue con Miyashiro, quien era ya comandante. No hubo
tortura: era la ventaja de la “fama” o quizá retribución del general Héctor Yon Caro (jefe de la
DINCOTE) al hecho de que el MRTA hubiera respetado la vida de su hijo (un joven oficial de la
policía capturado durante el incursión a Juanjui en 1987).

Volví a la prisión. Esta vez sin el optimismo y el empuje de cuatro años atrás. De nuevo era el
primero de los mandos del MRTA en ser detenido. De nuevo salía del juego de fuerzas interno,
y esta vez sabía que los tiempos serían largos. La dinámica de los acontecimientos internos
confirmó mis aprensiones.

En enero de 1992 renuncié al MRTA públicamente, rechazando el asesinato de Andrés Sosa.


(Sosa inició su militancia política en el MIR a comienzos de los 70. Pasó luego al PCP Unidad,
llegando a formar parte de su Comité Central. En 1989 encabezó una tendencia radical que se
integró al MRTA. Sin embargo allí no encontró la acogida esperada y con Orestes Dávila Torres
"Germán" formó las Fuerzas Guerrilleras Populares. Su ruptura con el MRTA fue política y su
asesinato un absurdo). Había sido la gota de agua que rebalsó el vaso.

En mayo de 1992 fui testigo del ataque de las fuerzas represivas contra los presos senderistas y
la matanza que le siguió. Nunca antes – ni después –presencié tal despliegue bélico. A sangre y
fuego se impusieron las nuevas condiciones de reclusión.

Como evidencia de que la vida fluye y se renueva, mientras un grupo de presos eran
acribillados, nació mi hijo Paulo. Estas páginas han sido escritas, sobre todo, para él, a quien
debo más de una explicación.

18
Cualquier observador mínimamente imparcial tendría que reconocer que entre 1987 y 1992 el
MRTA tuvo un crecimiento sostenido y significativo, no obstante las bajas producidas–
especialmente en Molinos, donde murió más de medio centenar de los mejores cuadros— y las
capturas policiales. En pocos años, un reducido núcleo de militantes se había convertido en una
organización con centenares de combatientes distribuidos en destacamentos guerrilleros
rurales, comandos y milicias urbanas, y unos miles de activistas y militantes de masas
esparcidos por todo el país.

Alberto Gálvez Olaechea 39


Aunque se hicieron esfuerzos por extenderse a lo largo del territorio nacional, fue en Lima y en
el Nororiente donde se logró el mayor desarrollo político-militar. En el norte hubo avance
político, pero limitada presencia militar. En el centro, los sucesivos intentos de construcción de
una fuerza política y militar, exitosos en los inicios, quedaron truncos, primero en Molinos y
luego en Iscozacín. El sur siempre fue esquivo, pues todos los intentos de levantarse en esa
región fueron rápidamente debelados por las fuerzas de seguridad.

En San Martín, como en Ucayali, cuadros miristas habían desarrollado desde inicios de la
década del setenta un activismo político que, iniciándose en el magisterio, se proyectó hacia
otros sectores, sobre todo juveniles y campesinos. En ambos casos se constituyeron poderosos
frentes de defensa con líderes prestigiados (maestros). En Pucallpa, la Izquierda Unida ganó la
alcaldía provincial gracias a un núcleo de compañeros entre los que destacaba Ósler Panduro
Rengifo. Esta presencia en las masas y las ventajas de la geografía llevó a elegir esta región
como punto de partida de la guerrilla rural. Pesó también el hecho que para quienes
procedíamos del mundo costeño-urbano, resultaba menos complicado aproximarse a los
pobladores de la selva que a los del Ande, y no se estaba descaminado en esto.

La campaña de 1987, con la que se inició las operaciones, que permitió protagonismo
coyuntural, terminó de mala manera meses después. A inicios de 1988 la ofensiva militar había
diezmado buena parte de las fuerzas y capturado a los principales mandos regionales. A ello se
sumó el intento fraccional de “Darío”, un mando del MIR disconforme con la unidad con el
MRTA. En resumen: a mediados de 1988 la situación era grave, pero la campaña había
despertado entusiasmo entre los jóvenes de la región, especialmente del área rural. Esto, y el
esfuerzo de Rodrigo Gálvez García y Ósler Panduro permitieron reconstruir al MRTA, que desde
inicios de 1989 se desarrolló sostenidamente hasta mediados de 1993, en que se produjo la
debacle. En esta región—pese a la escisión de Sístero García Torres (“Ricardo”) en 1992—en
los momentos álgidos de la lucha, hubo seis destacamentos guerrilleros (unos cuatrocientos
hombres-arma), con equipamiento, logística, mando centralizado y comunicaciones tácticas y
estratégicas. Un pequeño ejército capaz de operaciones ofensivas, que tomó prácticamente
todas las ciudades del departamento, enfrentando a la fuerza militar del estado y nunca a la
población civil. El desmoronamiento de este contingente es —para mí— uno de los hechos
desconcertantes, por su celeridad y magnitud.

En Ucayali el proceso fue irregular. El crecimiento explosivo de los años 1988-1989 no fue
consistente y se presentaron problemas de dirección que intentaron ser rectificados en el
campamento-escuela El Chaparral, en la zona de Iscozacín (provincia de Oxapampa), donde se
concentraron más de cien cuadros y combatientes con presencia de la dirección nacional
(diciembre de 1989). Se empeoró todo en lugar de corregirlo, porque—en un arbitrario e
insensato “proceso”—el líder Asháninka Alejandro Calderón fue fusilado por una supuesta
“colaboración” con el ejército en el año 1965 (que condujo a la captura y muerte de Guillermo
Lobatón Milla). Esto enfrentó al MRTA con el pueblo Asháninka, con el que hasta entonces
habían buenas relaciones, y forzó la retirada de la zona. Otro acontecimiento dramático fue el
ataque sorpresivo del Ejército, debido a la negligencia en los dispositivos de seguridad en el
campamento, que dejó decenas de bajas y un nuevo traspié.

La región central (Junín, Cerro de Pasco, Huánuco, Huancavelica) fue definida desde los inicios
del proyecto unificado del MRTA como la prioridad estratégica, por su localización geopolítica,
por su importancia económico-social y por haber sido escenario de la antigua guerrilla del MIR.
La primera dificultad que se debió enfrentar fue la lucha contra Sendero, que también aspiraba

Alberto Gálvez Olaechea 40


al control de la región y con quien no había entendimiento posible. Pero el mayor problema fue
interno: la concepción que priorizaba el protagonismo coyuntural sobre el trabajo más
consistente y a más largo plazo. Concentrar todas las fuerzas para tratar de tomar la ciudad de
Tarma condujo al combate de Molinos (Jauja, 28 de abril de 1989), donde murió más de medio
centenar de los mejores cuadros y combatientes, entre ellos Antonio Meza Bravo y un amigo,
Roberto Cava Corsh (“Juancho”).

Después de esto debió reconstruirse la organización en condiciones más desfavorables, pues


SL había aprovechado el tropiezo para afianzar posiciones. El resultadofue la alianza del
campesinado con los militares, lo que generó un viraje drástico del conflicto en la sierra central.
El MRTA debió replegarse a la selva central, donde se levantó nuevamente el frente Juan
Santos Atahualpa, con la inyección de cuadros fugados del penal Miguel Castro Castro en julio
de 1990. Y aunque no adquirió relevancia, este contingente se mantuvo hasta la toma de la
residencia del embajador japonés (diciembre de 1996), para luego desaparecer. De ahí salieron
los mandos y combatientes que participaron en esta acción y fue, según todo lo indica, el
último reducto del MRTA.

En toda la región norte del Perú se desplegó principalmente un activismo político y la presencia
militar fue limitada y episódica. La exploración y las incursiones en la sierra fueron tímidos
ensayos. En 1991 el destacamento del Alto Mayo (San Martín) se desplazó hacia la zona de
Jaén-Bagua-San Ignacio, atravesando el departamento de Amazonas. Al mando estaba un
cuadro experimentado, Abad Zagaceta (“Tony”). Comenzaron las incursiones en pequeños
poblados, con buena acogida de la población. A los pocos meses (julio de 1992), toman la
ciudad de Jaén, tras lo cual no pudieron resistir la ofensiva del ejército, que colocó al
destacamento guerrillero a la defensiva el que finalmente se dispersó.

Lima fue el centro de operaciones de la dirección nacional del MRTA y su trampa, pues todos
los dirigentes fuimos detenidos en la capital y Cerpa murió también en ella. Este centralismo
fue uno de los graves errores en el diseño estratégico del MRTA y su talón de Aquiles. En Lima
se concentraban todos los principales aparatos partidarios. Ahí se iniciaba la red de
abastecimiento y comunicaciones. Era también, con San Martín, la principal cantera de cuadros
y combatientes. La presencia era dispersa en universidades y barrios de la capital. No se creó un
bastión de influencia social y tampoco intentamos imponerlo. El dinamismo de los grupos
milicianos y de comando fue intenso, con acciones de diversa índole, y su contraparte fue
mayores bajas y el incremento del número de presos. La centralización del MRTA en la capital
obedeció al ambiguo equilibrio entre la guerra y la política, que nunca se logró integrar a
plenitud. Pero también hubo cálculos más pigmeos, que pretendían evitar la eventualidad de la
afirmación de otros liderazgos competitivos que pudieran arraigar en alguna región.

Y aunque en este somero repaso se ha puesto énfasis en los aspectos político-militares del
proyecto, la construcción de una fuerza política estuvo entre las prioridades, y no ha sido
debidamente ponderada. No sólo la mayor parte de la militancia del MRTA estaba vinculada a
este trabajo político, sino que en determinados momentos se pudo reconstruir la organización
militar a partir de la fuerza política, como ocurrió en San Martín entre 1988 y 1989.

19
Cuando a medidos de la década de los ochenta el MRTA hizo su aparición pública, el periodista
Víctor Hurtado publicó el artículo “Asientos ocupados”. Hurtado sostenía que, no obstante sus

Alberto Gálvez Olaechea 41


buenas intenciones, el MRTA había llegado demasiado tarde, pues los espacios estaban
ocupados en la izquierda: en el plano legal, por la IU; y en el de la insurgencia armada, por SL.
En los años siguientes, los esfuerzos por escapar a esta profecía fatídica, no tuvieron éxito. El
campo gravitacional de ambas fuerzas, particularmente del senderismo, era demasiado
potente para sobrepasar el impacto de su accionar y sus consecuencias. Peor aún cuando
algunas de nuestras acciones hacían borrosas las diferencias ante los ojos de la mayoría de la
gente (como los asesinatos de Alejandro Calderón, Andrés Sosa y empresario Ballón Vera).
Cuando el MRTA pudo y debió plantear con audacia y claridad propuestas de solución política,
tras la fuga de 1990 o durante la toma de la residencia del embajador japonés, en diciembre de
1996, el radicalismo y la intransigencia impidieron una salida inteligente y digna a un conflicto
cuyo desenlace era predecible, sobre todo en 1997.

El MRTA no puso el coche bomba de Tarata ni realizó un atentado similar, ni mató a María
Elena Moyano, pero aparecía como el socio menor del espiral de violencia, y las dife-
rencias —que por cierto las había—, parecían sutilezas para la mayor parte de la gente. Ni
pudimos ni supimos afirmar una identidad y un espacio propios. Es cierto que la velocidad de
los acontecimientos no permitió que la dirección procesara adecuadamente lo que sucedía, y
esto se hizo más complicado cuando empezaron a producirse nuevas detenciones de dirigentes
y la lucha interna exacerbó la desconfianza.

20
Las elecciones de 1990 sacaron a relucir de hechos de gran significación que no supimos leer en
su momento, y que marcaron el desenlace del conflicto y el fin del MRTA. La inmensa mayoría
de la población había acudido a votar para elegir a un presidente por tercera vez consecutiva
desde 1980. Y esto sucedía a pesar de los intentos de boicot de SL y del planteamiento de voto
viciado hecho por Cerpa a través de un mensaje televisado, difundido como condición de la
liberación de Héctor Delgado Parker. La gente nos seguía diciendo “no”.
Tan importante como lo anterior fue la ruptura de la Izquierda Unida (IU), que puso fin a su
prolongada crisis y sepultó a la izquierda legal, la segunda fuerza electoral de 1985. Esto fue el
inicio de su descomposición, y con ello el de nuestro aislamiento pues, aunque no tuviéramos
entonces suficiente conciencia de ello, y a muchos no gustara (dentro y fuera del MRTA),
nuestro destino estaba indisolublemente ligado al de la IU, de cuyos sectores más radicalizados
nos nutríamos.

La elección de Alberto Fujimori mostraba el desprestigio de los partidos y los políticos


tradicionales, y un pueblo desideologizado y pragmático, desconfiado. Una prolongada crisis
había enseñado a la gente a sospechar de las grandes promesas para el futuro y a exigir
resultados concretos y viables. Esto valía también —y sobre todo— para nosotros.

Finalmente, el desquiciamiento económico generado por la hiperinflación aprista y la


agudización de la violencia política estaban produciendo entre la población un anhelo creciente
de estabilidad, orden y paz. La extensión de las organizaciones campesinas de autodefensa y su
alianza con las fuerzas armadas era el síntoma más importante de ello, pero no el único.

21
El 9 de julio de 1990 se produjo la fuga del penal Miguel Castro Castro, una de las acciones más
importantes y la más controvertida de la historia del MRTA. La decisión de realizarla antes del

Alberto Gálvez Olaechea 42


relevo gubernamental, (pues un gobierno de salida tiene menos reflejos para actuar), ha sido
interpretada por sectores anti-apristas como un favor político de Alan García a Víctor Polay y
una suerte de “presente griego” para un eventual gobierno del FREDEMO. Esto es parte de la
política-ficción que de tiempo en tiempo resucita.

Lo cierto es que se trató de un proyecto de larga maduración, realizado con perseverancia.


Permitió al MRTA protagonismo político y robustecimiento orgánico. Inyectó cuadros y
dirigentes a la estructura partidaria y potenció los planes. Pero también generó un reacomodo
de fuerzas internas que desencadenó la crisis que erosionó al MRTA, haciéndolo frágil y
vulnerable ante lo que vendría después.

La reunión del Comité Central inmediatamente posterior a la fuga (agosto de 1990) en la que nos
reencontrábamos después de varios años, significó la consolidación de la hegemonía de un sector,
pero al precio de abrir un conflicto que culminó con una serie de fracturas que desgastaron a la
organización y la desordenaron, precisamente cuando la coyuntura política se tornaba cada vez
más desfavorable.

Para consolidar su liderazgo orgánico, Víctor Polay se abstuvo de plantear su propuesta de


solución política, vía la apertura de un proceso de diálogo y negociación con el gobierno
entrante. Quiso asegurar la adhesión de los sectores ideológicamente más duros, la corriente
representada por Cerpa y Francisco, y desplazar a la vertiente del MIR. Quizá una maniobra
táctica para después, en mejores condiciones, expresar sus puntos de vista abiertamente—los
había sostenido en privado—; pero el después no llegó. Uno tras otro se produjeron los golpes
que llevaron a la organización a su derrota final.

El MRTA era una creación colectiva de compañeros provenientes de distintas experiencias que
sumaron sus esfuerzos en la búsqueda de un proyecto común. Y esto, que tuvo una virtud
potenciadora en distintos terrenos, se desvirtuó cuando la ambición hegemonista e intentos
caudillistas se impusieron, desbocándose del cauce racional.

Así, la decisión de Orestes Dávila Torres de abandonar el MRTA y crear su propia organización, las
Fuerzas Guerrilleras Populares, fue contestada con el asesinato de este compañero que, en un
determinado momento, había llegado a ser lugarteniente de Néstor Cerpa. Luego sucedió lo mismo
con Andrés Sosa Chamamé.

Después vino el intento frustrado de Sístero García Torres (“Ricardo”) de escindir el frente
nororiental. Este compañero, que había sido mando regional importante, provenía de las filas
del MIR. Capturado en Iquitos en 1990, pasó meses en prisión y salió a inicios de 1991.
Sintiéndose desplazado de su liderazgo regional por Cerpa, intentó recuperar el mando de
algunos destacamentos guerrilleros sin conseguirlo. Perseguido por las tropas de “Evaristo”
(Cerpa) buscó la protección de las fuerzas armadas, convirtiéndose en uno de los primeros
arrepentidos, para vergüenza de quienes lo formamos y sentíamos por él admiración y afecto.

En tercer lugar, todo el movimiento político influido por antiguos militantes del MIR decidió
romper con el proyecto del MRTA y caminar independientemente. El trecho fue breve: luego
del 5 de abril de 1992 se desencadenó una persistente persecución contra ellos.

Fue en estas condiciones de agrietamiento y desorden interno que el MRTA enfrentó la


coyuntura abierta desde el 5 de abril de 1992, cuando el autogolpe fujimorista le dio al régimen
un carácter definitivamente contrainsurgente.

Alberto Gálvez Olaechea 43


22
El autogolpe del 5 de abril vino precedido por una década de militarización del país, resultado
de la estrategia contrainsurgente. Los militares habían ganado crecientes cuotas de poder y
diseñaban estrategias para enfrentar un desborde popular (el “Plan Verde” proponía un golpe
de estado en respuesta a una eventual victoria electoral de la IU en 1990) y/o subversivo.

Si hubo algo que preparó el terreno del autogolpe de 1992 y lo legitimó, fue la determinación
de Sendero Luminoso de imponer voluntaristamente a sangre y fuego su tesis del “equilibro
estratégico”. Esta teoría no era el resultado de una valoración de la correlación de fuerzas
(evaluación que podía ser justa o no, pero basada en los hechos), sino que se desprendía
exclusivamente de la ideología. Fue una suerte de versión peruana del “gran salto hacia
delante” o de la “revolución cultural proletaria” propiciadas por Mao en China.

El “equilibro estratégico” supuso dos decisiones: el traslado del centro de la lucha militar del
campo a las ciudades; y la intensificación de la ofensiva a través de acciones de un calibre
mayor y más indiscriminado. Realizaron “paros armados” en diversas ciudades del país, que
mostraron la extraordinaria habilidad del senderismo para administrar el miedo colectivo, y se
produjeron los más demoledores atentados con coches-bomba de toda la historia del conflicto
interno, como el de la calle Tarata en Miraflores y el lanzado contra el Canal 2.

La decisión de SL de llevar la coyuntura al límite de sus posibilidades, y hasta más allá, puso en
crisis todo el sistema político y creó las condiciones para que la aspiración de paz y orden se
hiciera más intensa que nunca.

Entre tanto, el MRTA seguía un proceso exactamente inverso: traslado del centro de gravedad al
campo, restricción el uso de explosivos, búsqueda de apertura política, etc. Pero la presión de SL
sobre la coyuntura era tan intensa que nos envolvía. Nuestras acciones alimentaban la espiral en
curso. Peor aún, decisiones como la de enfrentar la disidencia interna asesinando a Orestes Dávila
Torres y a Andrés Sosa Chamamé, o la ejecución del empresario Ballón Vera, terminaron de
borrar, en la percepción de la gente, las diferencias entre SL y el MRTA.

El autogolpe del 5 de abril dotó al Estado de una voluntad política y coherencia en la lucha
contrainsurgente que careció durante los gobiernos precedentes. Al mes del autogolpe (el 6 de
mayo de 1992) se efectuó la intervención policial-militar en el penal Miguel Castro Castro contra
los presos senderistas, estableciéndose un desigual enfrentamiento de cuatro días, al final del
cual se produjo la capitulación de los resistentes, que tenían decenas de muertos y heridos
(quizá nunca se sepa cuántos perecieron en la feroz balacera y cuántos fueron ejecutados
luego de rendidos). El 8 de mayo empezó a dictarse la draconiana legislación antisubversiva.

Paralelo a esto se desató la contraofensiva de la DINCOTE, que con planes estratégicos de largo
plazo y técnicas policiacas más refinadas y eficientes, había acumulado valiosa información que
sirvió para dirigir certeros golpes contra SL y el MRTA. En abril de 1992 son capturados Peter
Cárdenas Shulte y una decena de militantes próximos a las estructuras de dirección. En julio cae
de forma fortuita, Víctor Polay; y en julio es intervenido el semanario Cambio y capturado un
gran número de miembros de las estructuras de masas. En el caso de SL, el golpe fundamental
y contundente fue el producido el 12 de setiembre de 1992 con la detención de Abimael
Guzmán y otros miembros de su máxima dirección, lo cual fue seguido de nuevas capturas
(Martha Huatay y otros) de cuadros claves.

Alberto Gálvez Olaechea 44


Desde mediados de 1992, y durante dos años aproximadamente, se procedió a la captura
masiva e indiscriminada de cuanto sospechoso se cruzara en el camino de las fuerzas represivas
(lo que se multiplicó con la ley de arrepentimiento). Miles de gentes fueron encarceladas y
sentenciadas a penas draconianas, en procesos sumarios y sin derecho a la defensa. La
presunción de inocencia se transformó en presunción de culpabilidad, y el in dubio pro reo en in
dubio pro societatis, y otras perlas por el estilo.

Pero el resultado de todo esto fue que, después de más de una década, la insurgencia armada
en el Perú se había colocado a la defensiva, y el crecimiento se trocó en dispersión y hasta en
desbande de sus fuerzas. Y aunque hacia mediados de la década de los noventa SL y el MRTA
estaban aún con vida, su situación era agónica, aislados social y políticamente, desangrados
orgánicamente y, tras la captura de Guzmán, Polay y los principales dirigentes de ambas
organizaciones, con el poder simbólico demolido.

Esta situación resultó de dos procesos que coincidieron en el tiempo: primero—a mi juicio, lo
principal—el agotamiento de ambos proyectos (SL y MRTA), victimas de contradicciones y
conflictos internos inscritos en la naturaleza misma de estas organizaciones, en un contexto
nacional e internacional desfavorable; segundo, la generación de una voluntad política desde el
Estado que se tradujo en estrategias más eficaces.

23
La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda
esa confusión de actos, omisiones, o arrepentimientos y tentativas —obras y
sobras— que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no explicación,
fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y
hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable: ya que no
cambiamos sino para desaparecer, nuestra muerte ilumina nuestra vida. Por
eso, cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: ‘se la buscó’. Y
es cierto, cada quien tiene la muerte que busca, la muerte que se hace.
Muerte de cristiano o muerte de perro, son formas de morir que reflejan
maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera,
todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible
como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue
nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía, como no nos pertenece la
mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad.
En esta sección quiero reseñar brevemente la trayectoria de tres compañeros representativos
de la historia del MRTA, pues creo que ayudará a iluminar el itinerario de esta organización, su
naturaleza y sus contradicciones. En tanto que sólo puedo recurrir a la memoria, dibujaré
apenas grandes trazos que espero basten para mostrar que nacimos de las entrañas del pueblo
y que hubo, entre quienes entregaron su vida a esta lucha la humana generosidad de quien
aspira a un mundo mejor. Me referiré a Rodrigo Gálvez, a Ósler Panduro y a Néstor Cerpa.

Rodrigo Gálvez García fue el principal mando departamental de San Martín entre 1988 y su
muerte en febrero de 1990, cuando tenía sólo 26 años. Había nacido en San Hilarión (provincia
de Picota) en una familia de agricultores acomodados. Hizo sus estudios secundarios en
Tarapoto y continuó luego en el Instituto Tecnológico de esta ciudad. En el colegio había
participado activamente en las movilizaciones estudiantiles de apoyo a las huelgas del SUTEP y
fue uno de sus maestros quien lo reclutó a las filas del MIR a inicios de los ochenta. Dinámico,
Alberto Gálvez Olaechea 45
entusiasta y con un optimismo a toda prueba, el primer recuerdo que tengo de él es cuando
hacia 1984 viajó a Lima por sus propios medios para participar en una escuela político-militar a
la que no había sido convocado. Insistió hasta ser incluido en ella y destacó por su empeño, su
disciplina y sus enormes ansias de aprender. Al regresar a su tierra se entregó plenamente a las
tareas de organización y preparación del futuro Frente Nororiental.

Y aunque no participó en la primera campaña con la que apareció el destacamento guerrillero


del MRTA, sin él esto no hubiera sido factible. Era un organizador nato, tenía a su cargo la
logística y era quien se encargaba de proveer de combatientes a la guerrilla, conseguir casas de
seguridad, depósitos, apoyo médico y todo cuanto hiciera falta. Cuando la ofensiva del Ejército
de fines del 87 e inicios del 88 prácticamente desbarató la fuerza militar del MRTA, y cuando ya
no estaban los dirigentes nacionales, “Juancito”, bajo las órdenes de Ósler Panduro, fue el
espíritu que mantuvo viva la organización, desarrollando una misteriosa ubicuidad que le
permitía estar en muchos lugares, cargando sobre sí la reconstrucción, a pesar de los intentos
divisionistas de “Darío” (un ex-militante del MIR opuesto a la unidad con el MRTA). Hombre
orquesta organizador y orientador del trabajo político. Encabezaba también las acciones
armadas. A inicios de los noventa estaba de nuevo en pie una fuerza guerrillera digna de tal
nombre. Decidieron tomar por asalto el puesto policial de Picota. Luego de un arduo combate
se replegaron sin lograr el objetivo, con un herido. Juan decide evacuarlo personalmente para
su atención médica. Cuando transitaba por la “marginal”, se topó con una patrulla policial que
abrió fuego y, sin saberlo, acabó la vida del responsable del MRTA de San Martín. (Su historia
no culmina aquí. Tres años más tarde su compañera, Tania Cumapa Fasavi, también militante
del MRTA, fue capturada y desaparecida).

Ósler Panduro Rengifo, a quien llamábamos afectuosamente Patrón, por su seriedad y la


energía de su carácter, era el mando político-militar de la región oriental, de Amazonas a Loreto
incluyendo San Martín y Ucayali. Miembro del Comité Central desde la unidad, fue incorporado
al Comité Ejecutivo en mérito a sus cualidades, que hicieron de la región a su cargo, la más
importante del MRTA.

Era maestro. Se convirtió en un importante dirigente del SUTE, primero de su provincia y


después formó parte del Comité Ejecutivo Nacional del SUTEP durante la huelga magisterial de
1979. Dirigente también del Frente de Defensa de la Provincia de Coronel Portillo, estuvo a la
cabeza de las movilizaciones populares de Pucallpa. Miembro de la UDP y de Izquierda Unida,
formó parte de un colectivo de compañeros que hizo posible la victoria electoral de Manuel
Vásquez Valera, el primer alcalde socialista de Pucallpa, el año 1980.

Lo conocí en 1983 cuando el núcleo político del cual formaba parte, y que tenía sus raíces en el
MIR, se integró al MIR-Voz Rebelde. Un año más tarde no dudó en aceptar la participación en
una escuela político-militar en el exterior, luego de lo cual debería que asumir nuevas
responsabilidades. Renunció al magisterio, dejó sus cargos gremiales y tomó el mando político-
militar de la región. Enérgico, firme y parco. Resuelto a la hora de tomar decisiones, pero
sereno y maduro en sus evaluaciones. Detenido por la DINCOTE en 1985, fue sometido a
torturas sin que le extrajeran confesiones; debieron soltarlo. Su trayectoria como dirigente
popular le dio sensibilidad especial para auscultar el ánimo de las masas. Su valor personal lo
puso a prueba dirigiendo personalmente muchas acciones guerrilleras.

Se encontraba precisamente en un campamento cuando le sobrevino una pancreatitis.


Trasladado de emergencia llegó tarde a la sala de operaciones: un paro cardiaco le causó la

Alberto Gálvez Olaechea 46


muerte. Fue una pérdida de graves consecuencias, entre otras razones porque sucedió muy
próxima al deceso de Juan, con lo que se cortó toda la experiencia y la madurez política que
ambos encarnaron.

Néstor Cerpa Cartolini es, sin duda la figura emblemática del MRTA, a tal punto que si bien
puede debatirse la fecha de nacimiento de la organización, la de defunción está claramente
establecida: el 22 de abril de 1997, en la retoma de la residencia del embajador japonés en Lima.

Conocí a Cerpa a medidos de los setenta, cuando se iniciaba en el sindicalismo y se integró


como militante al MIR-Voz Rebelde. Formó parte de una promoción de cuadros obreros de
mucha consecuencia e inquietudes políticas, entre los que destacaba Himigidio Huertas Loayza.

Cuando a fines de 1978 el empresario Antonio Musiris aplicó un lock-out con la finalidad de
liquidar un sindicato incómodo, los trabajadores tomaron la fábrica en defensa de sus empleos.
Néstor Cerpa, secretario general del Sindicato de la Textil CROMOTEX, con otros obreros
miristas encabezó la resistencia. El 4 de febrero de 1979 fue el ataque policial. El saldo: seis
obreros muertos y decenas de heridos, de un lado; en el otro, un capitán de policía fallecido.
Detuvieron a más de medio centenar de trabajadores y los recluyeron en la cárcel del Callao.
Entre los fallecidos estaba el compañero Himigidio, a quien Cerpa rindió homenaje en la última
acción de su vida, al ponerse su apellido como nombre de combate.

Esta experiencia de represión, muerte y cárcel lo marcó hondamente. Su primera


determinación fue romper con el MIR, quizá porque esperaba mucho más de lo que podía
ofrecer nuestra precaria organización de esos tiempos, siempre sin recursos y sin mayores
aparatos. Esto generó un distanciamiento personal que nunca se superó, ni siquiera cuando
años más tarde nos reencontramos en el MRTA unificado.

No tengo información precisa sobre el derrotero de Cerpa entre su salida de la cárcel del Callao
y nuestro reencuentro en 1986. Sé que anduvo cercano a grupos radicales, que se vinculó a
Raimundo Sanabria, lo cual hizo que por un tiempo se sospechara que era senderista. Lo cierto
es que ya a mediados de los ochenta era militante del MRTA y el único que había dado la cara
públicamente por esta organización, cuando con otros compañeros ocupó por varios minutos
el local del diario El Nacional, desmintiendo que fuera militante del SL, como se especulaba.

El Cerpa que encontré en 1986 había desarrollado mucho políticamente. Se lo veía aplomado y
seguro de sí, moviéndose con eficacia en la clandestinidad. Tenía una tenacidad que le permitía
sobreponerse a las adversidades de la vida guerrillera, a pesar de una corpulencia lindante con
la obesidad. Su coraje era indiscutible, lo mismo que su intransigencia. Quizá en el fondo nunca
se sobrepuso a la concepción bipolar del clasismo. Creo que sentía por mí desconfianza y quién
sabe si antipatía, quizá porque no me consideraba lo suficientemente duro para los avatares de
la guerra. A lo mejor tuvo razón, porque yo para los combatientes pasaba por buen
intelectual... aunque para los intelectuales sería un buen combatiente.

Cuando en febrero de 1989 Víctor Polay fue capturado en Huancayo, Cerpa se puso al frente del
MRTA. Lo hizo con decisión, poniéndose a la altura de las circunstancias. La tendencia al
crecimiento no sólo no se detuvo sino que se intensificó. Se resolvieron exitosamente
problemas logísticos y económicos, pero sobre todo se culminó victoriosamente el túnel que
permitió el rescate de los presos del penal Miguel Castro Castro. Desde el punto de vista
operativo, Cerpa fue un administrador cauteloso y eficiente. Desde el punto de vista personal,
un hombre íntegro y corajudo. Pero en lo político-ideológico creo que era rígido y con
Alberto Gálvez Olaechea 47
estrechez de miras. En 1990 la necesidad de la alianza con Cerpa inhibió a Víctor Polay de hacer
una propuesta política de diálogo-negociación, y en 1997 quedó atrapado en el discurso radical
que había dado a sus combatientes, y el saldo final de la obcecación fue la muerte, atrapado en
su laberinto y jugó todo, especialmente su propia vida, en una sola carta. Intentó una huida
hacia delante forzando la coyuntura más allá de sus posibilidades, con el desenlace conocido14.

Refiriéndose a Saint-Just y a Trotsky, Octavio Paz dice, en Hombres de Limo, algo que me parece
absolutamente pertinente en este caso: “Incluso si me conmueve el carácter prometeico de su
pretensión, no tengo más remedio que deplorar su ingenuidad y condenar su desmesura”.

24
Si es cierto que a los insurgentes, como elementos desencadenantes de la guerra interna, les
correspondía la principal responsabilidad en cuanto a proponer caminos de solución política al
conflicto interno, tenemos que afirmar que esto era también responsabilidad del Estado y de la
sociedad civil, que abdicaron de ello.
El único intento solitario y aislado fue el de Javier Valle Riestra. Me viene a la mente la patética
imagen del parlamentario dirigiendo un discurso a rugientes militantes senderistas que detrás
de los muros de la prisión agitaban sus consignas. Tampoco supo elegir a sus interlocutores en
el caso del MRTA. Valle Riestra abandonó su vocación dialogante de mediados de los ochenta, y
durante la toma de la residencia del embajador del Japón estuvo entre los “halcones”, lo que le
valió ser designado efímero premier del fujimorismo.

En México, la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1º de enero de


1994, con acciones armadas de cierta envergadura, con decenas de muertes de ambos lados, fue
respondida casi inmediatamente (el 12 de enero) por el presidente Carlos Salinas de Gortari con
un anuncio de alto al fuego unilateral y el nombramiento del destacado político Manuel Camacho
como comisionado para la paz. La iglesia católica de Chiapas tuvo un papel mediador en el
conflicto y los zapatistas aceptaron la propuesta, iniciándose las conversaciones de paz. El 27 de
enero se firmó el alto al fuego, se liberó a los prisioneros de ambas partes y se inició un proceso
de negociaciones sobre una amplia agenda de reformas políticas, derechos indígenas y demandas
sociales. Menos de un mes de lucha armada dio inicio a nueve años de negociaciones que aún
continúan. El EZLN se convirtió en una guerrilla mediática y simbólica; su arma más importante:las
proclamas y declaraciones del sub-comandante Marcos.

Ciertamente el caso mexicano es singular, pero en general, en la mayoría de los procesos de


violencia política en los que hubo soluciones negociadas, e incluso cuando no las hubo, una vez
terminado el conflicto hubo de parte del poder gestos y medidas tendentes a la reconciliación
con los vencidos. Así, Raúl Séndic, el líder de los Tumaparos uruguayo, fue liberado tras doce
años de prisión, y sus militantes hoy forman parte del Frente Amplio; en Argentina, Eduardo
Firmenich, el máximo jefe montonero, detenido en Brasil, pasó cinco años en prisión, fue

14
La revista Caretas, no. 1471 (26 junio 1997) difundió un diálogo grabado por el Servicio de Inteligencia en la
residencia del embajador japonés el día 19 de abril de 1997. Cerpa plantea a los mandos de la operación (“Árabe”,
“Tito” y “Salvador”) la urgencia de finalizar la toma de rehenes. “Tito” y “Salvador” están contra. El “Árabe” duda.
Propone postergar la decisión para el día siguiente. Se produce entonces la intervención militar. Dos cosas se
desprenden de esta grabación, poco tomada en cuenta: 1) que Cerpa estaba por retirarse y la persuasión a sus
compañeros era cosa de poco tiempo. Se decidió atacar el 22 porque había que adelantarse a un retiro pacífico del
comando; 2) que Cerpa se encontraba solitario; tenía que persuadir a combatientes sin la madurez política que la
situación requería.
Alberto Gálvez Olaechea 48
liberado por el gobierno de Ménem y hoy es (según referencias periodísticas) un próspero
abogado en Barcelona. En el Perú, en cambio, al cabo de tantos años de concluido el conflicto,
no existe en los dueños del poder ni entre la llamada sociedad civil sino animadversión,
revanchismo y paranoia. Es cierto que nosotros somos responsables de las consecuencias de
nuestros actos, pero eso no lo explica todo y hace falta reflexionar más al respecto. A
diferencia de la Argentina, por ejemplo, donde los montoneros eran en su mayoría miembros
de las clases medias que se reconciliaron con su clase de procedencia luego de una aventura
radical, en el Perú la insurgencia surgió de más abajo, no sólo económica y socialmente
hablando, sino también racialmente. No hay muchos militantes del MRTA, y menos de SL, que
tengan clases medias a las cuales reintegrarse.15

25
Ciertamente que es feliz aquel que armoniza su proceder con la calidad de
las circunstancias, y de la misma manera que es infeliz aquel cuyo proceder
esta en discordancia con los tiempos.
N. Maquiavelo, El Príncipe
Si hay algo que explica la derrota abrumadora del MRTA, es precisamente esta “discordia con
los tiempos” a la que se refiere Maquiavelo. Fuimos un proyecto tardío. Aparecimos en el
preciso momento en que todos los factores, externos e internos, evolucionaban en contra,
aunque a ritmos desiguales. Quedamos “colgados de la brocha” diría el humor popular, o como
lo expresa el grafitti de cierta pared ecuatoriana: “Cuando teníamos todas las respuestas, nos
cambiaron las preguntas”.
Los cambios que se dieron en el mundo durante las dos últimas décadas del siglo XX fueron tan
veloces y de tal envergadura que no hubo posibilidad de procesarlos. La dinámica de los
acontecimientos puso en encrucijadas que debían resolverse sobre la marcha, presionados por
la urgencia de una coyuntura particularmente convulsa (las postrimerías del régimen aprista y
los inicios del fujimorismo) y los rigores de la clandestinidad. Reseño estas nuevas realidades de
fin de siglo.

 Primero, mientras manteníamos la premisa del agotamiento y crisis final del imperialismo,
las sociedades capitalistas avanzadas vivían un proceso de transformaciones de
formidables consecuencias, esto es, la constitución del capitalismo global y la sociedad de
la información.
 Segundo, en tanto que el capitalismo se remozaba, la URSS y toda su órbita se derrumbó
estrepitosamente, generando un mundo unipolar, alimentando el capitalismo global,
demoliendo en el camino paradigmas y certezas. Desde su aparición, a mediados del siglo
XIX, las fuerzas del socialismo no se enfrentaban a una circunstancia tan desfavorable, que
ponía en tela de juicio su validez y razón de ser.
 Tercero, la estrategia democratizadora y de defensa de los DDHH puesta en marcha por
los EEUU desde fines de la década de 1970, como parte de su ofensiva contra la URSS, creó

15
En mayo del 2003 el presidente argentino Duhalde indultó a Enrique Gorriarán Merlo, preso desde 1989, cuando su
organización, el Movimiento Todos por la Patria (TPP) atacó el cuartel de La Tablada, (donde murieron once policías
y soldados y veintiocho insurgentes). El “pelao” Gorriarán fue, con Mario Roberto Santucho, Domingo Mena y
Benito Urteaga, uno de los líderes históricos del PRT-ERP, guerrilla de la década de 1970. El año 1980 un comando del
ERP aniquiló en Asunción (Paraguay) a “Tachito” Somoza, el ex dictador nicaragüense allí refugiado. Eraun
personaje legendario de la lucha guerrillera en Argentina. Su indulto fue tema de debate, como era inevitable. Sin
embargo, no hubo ni escándalo ni tragedia nacional.
Alberto Gálvez Olaechea 49
una inversión de roles; los antiguos adalides de la represión y propulsores de golpes de
Estado y tiranías eran hoy abanderadas la tolerancia, la democracia y los DDHH, frente a
revolucionarios intransigentes y desfasados, que terminaron alimentando las fuerzas
oscuras del autoritarismo.
 Cuarto, todo lo anterior favoreció la ofensiva ideológica neoliberal, que pudo imponer su
reforma económica y convertirse en sentido común generalizado. El fracaso de los
populismos nutrió esta tendencia.
 Quinto, y finalmente, la derrota electoral del sandinismo nicaragüense (1990) y el término
de los conflictos centroamericanos por la vía de la negociación política, dejó aisladas a las
insurgencias armadas de Colombia y el Perú.

Y aunque todos estos acontecimientos fueron trascendentales, es en la dinámica interna donde


se encuentran las claves de la derrota. Resumo lo que considero los grandes obstáculos que
debimos enfrentar:

 Primero, no valorar adecuadamente aquello que recalcara el “Che”: que la lucha armada
no fructifica ahí donde se mantiene alguna forma de legalidad democrática. No fuimos
excepción a esta regla. No pudimos conseguir a legitimidad política y la supremacía moral
indispensables para evitar el aislamiento, que es el primer paso a la derrota.
 Segundo, si al decir del Pablo Macera, SL pudo pero no quiso ser la expresión de la rebeldía
andina (tesis discutible y discutida), con el MRTA sucedió ciertamente lo contrario:
hubiésemos querido ser, pero no lo conseguimos, vanguardia de un alzamiento popular
indígena. Salvo inserciones sociales focalizadas en algunos puntos de la selva, nuestro
vínculo con las masas fue epitelial y no pudimos ir mucho más lejos de la pequeña
burguesía urbana de la que procedíamos.
 En tercer lugar, la ruptura y de la izquierda legal nos dejó moviéndonos en el vacío político.
Pero más aún: hacia mediados de la década del 80, la posibilidad de la victoria electoral de
IU en 1990 estaba en mis cálculos estratégicos (y no fui el único en barajar esta posibilidad,
como se desprende del “Plan Verde” de los militares).
 En cuarto lugar, está el factor SL, cuya política de tensionar la coyuntura (especialmente
desde 1991), forzó desenlaces estratégicos. Nos vimos arrastrados por esta dinámica,
sobre la cual incidíamos débilmente.
 En quinto lugar, los efectos disgregadores de una crisis económica prolongada (agudizada
por la hiperinflación) y la ansiedad colectiva producida por la espiral de violencia, provocó
en la sociedad un anhelo de orden y paz, aunque se impusiera por la fuerza de un régimen
autoritario: se abrió así el camino el autogolpe del 5 de abril.

26
En Critica de las armas, Regis Debray, sostiene que un grupo revolucionario encierra dentro de
sí, desde la partida, los factores que harán posible su victoria o su derrota (lo que ahora se
llamaría “código genético”), aún cuando, es indudable que en la historia nada está dicho de
antemano de manera categórica.

Con la perspectiva que da el tiempo veo claramente que no teníamos condiciones para vencer,
pero así mismo estoy convencido de que el desenlace habido –una derrota en toda la línea—

Alberto Gálvez Olaechea 50


no era inevitable, que fueron posibles salidas intermedias, soluciones negociadas16, que
pudieron y debieron proponerse y trabajarse en los pocos momentos estelares que tuvo el
MRTA. Hubo desaciertos y vulnerabilidad que condujeron a la situación actual. Enumero los
que, a mi juicio, fueron los más importantes:

 En primer lugar, nunca se saldó cuentas con la unidad. Siguió pesando entre dirigentes y
cuadros medios los cálculos y la desconfianza de las vertientes de origen. Chocaban,
además, estilos y énfasis que no terminaron de armonizar. Pero la situación se agravó
cuando, tras la fuga de 1990, el grupo de Polay decidió “tupacamarizar” al MRTA (como
llamó en privado a su afán hegemónico). El MRTA se quebró por sus costuras
 En segundo lugar, la rigidez ideológica de un sector de la dirección y cuadros hizo que no
pudieran aplicarse o adoptarse decisiones cruciales: 1) en 1987 las “bases” no permitieron
que se aplicase la decisión de integrar el movimiento político que influíamos a la IU; 2) En
1990, tras la fuga, cuando los medios de comunicación abrieron espacios, Polay se inhibió
de hacer pública su propuesta de negociaciones; 3) y durante la toma de la residencia del
embajador japonés (diciembre del 96 a abril del 97), en lo que fue su última y decisiva
oportunidad histórica por revertir la situación, Cerpa continuó aferrado al estrategismo, en
lugar de plantear con claridad y sin ambigüedad una propuesta de paz.
 En tercer lugar, la tendencia al protagonismo mediático, la tentación por la “cultura de lo
efímero”, llevó a que los desarrollos político-militares no crearan raíces sólidas, careciendo
de consistencia y continuidad en el tiempo. San Martín (1987), Junín (1989) y Jaén-Bagua
(1992), mostraron una política que, antes que un incendio, produjo luces intermitentes17.
 Finalmente, y esto es clave, la negligencia y subestimación del adversario en lo referente a
las medidas de seguridad, creó flancos débiles en los niveles dirección, capitalizados por
los aparatos represivos en momentos cruciales. La consecuencia, además de evidentes
problemas de conducción partidaria, fue la desconfianza de las bases y áreas de influencia
respecto a la solidez y viabilidad del proyecto. Si hubo algo que precipitó el masivo
“arrepentimiento” de combatientes entre 1993 y 1994 en el departamento de San Martín,
fueron los golpes decisivos dados en la dirección regional y nacional. Esto, y la debilidad
ideológica de los combatientes, llevó al desbande de una estructura militar de apreciable
envergadura.

27
Aunque para efectos de la guerra psicosocial y de la legislación, las diferencias entre SL y el
MRTA sean irrelevantes, y que ambas organizaciones han sido colocadas en el mismo cajón de
sastre llamado terrorismo, un análisis sociológico y político serio tendría que establecer las
distinciones, y no solamente en el marco conceptual sino en la forma en que ambos proyectos
se plasmaron en la praxis histórica.

16
La salida negociada desde los inicios estuvo presente como posibilidad en el proyecto del MRTA, lo cual lo
diferencia claramente de la propuesta senderista.
17
En el ensayo Sharp Dressed Men (1993), Gordon H. McCormic, de la RAND National Defense Research Institute,
sostiene: “Túpac Amaru, I will argue, is a “high profile” organization. Since its inception, it has chosen to pursue
short-term operational goals, usually designed to keep the group in the headlines, rather than look to the future and
gradually built the grass roots necessary to pose a long-term institutional challenge to the standing political order.”
(Túpac Amaru, sostengo, es una organización de “perfil alto”. Desde sus inicios se propuso metas operativas de
corto plazo, usualmente diseñadas para mantener al grupo en los titulares de los medios, antes que mirar el futuro y
construir gradualmente una base popular necesaria para plantearse un desafío institucional de largo plazo al orden
establecido.)
Alberto Gálvez Olaechea 51
 Lo primero es que hubo una política de alianzas, lo cual implica el reconocimiento de que
existen otros con quienes era necesario conversar y concertar. Y no solo respecto a los
partidos de izquierda. No hay partido político que pueda acusar al MRTA de victimar ni
hostilizar a sus militantes. Actos como el asesinato del jefe asháninka Alejandro Calderón
merecieron duras evaluaciones y sanciones internas, además de la retirada de la zona para
evitar una confrontación con la población justamente indignada. El MRTA buscó el
fortalecimiento de las organizaciones sociales en general, y en los lugares en los que
actuó, fue la represión la que se encargó de destruir la organización popular.
 En segundo lugar, el MRTA tuvo claro desde el inicio la necesidad de ajustarse a los
convenios de Ginebra sobre la guerra y el derecho humanitario. Esto se manifestó en el uso
de uniformes y distintivos para diferenciarse de la población civil a la que proteger de los
alcances del conflicto; el respeto a la vida y la integridad de los prisioneros y heridos en
combate, como le consta, a un ex-jefe de la DINCOTE a cuyo hijo18, joven oficial de la
policía, se le respetó la vida luego de la toma de Juanjuí de 1987.
 Tercero, como consecuencia de lo anterior, en las zonas de influencia del MRTA no se
formaron rondas u otras organizaciones de autodefensa campesina contrasubversivas. Y
aunque la confrontación, desde el punto de vista militar, fue intensa, las víctimas civiles son
escasas y la responsabilidad de las mismas sólo excepcionalmente atribuible al MRTA. En los
pueblos donde incursionaron los destacamentos guerrilleros fueron recibidos con cordialidad,
cuando no con alegría. Eventualmente las poblaciones eran cautas y desconfiadas. Pero nunca
existió miedo o repudio. Encuentros deportivos y hasta las fiestas eran parte habitual del
contacto con la gente.
 Cuarto, como una reacción al mesianismo senderista, la unidad de las fuerzas que dio
origen al MRTA puso énfasis en la dirección colectiva. Y fue precisamente la tentación
caudillista lo que precipitó la crisis de la organización.

28
Un punto recurrentemente mostrado como la mayor mácula en la trayectoria del MRTA es el
de los secuestros; y éstos, sin duda injustificables, requieren al menos una explicación.
Los secuestros a empresarios estuvieron destinados a obtener fondos económicos, sin los
cuales cualquier declaración sobre la lucha armada devenía retórica. Desde la década de los
setenta, los secuestros fueron incorporados por los grupos revolucionarios de América Latina
como medio de obtención de financiamiento (los Montoneros ostentan un récord de 64
millones de dólares por los hermanos Bunge Born), y el MRTA continuó esa corriente cuya
justificación ideológica era que la misma burguesía debía financiar la revolución.

Este medio se implementó por razones pragmáticas. Estados que en otros tiempos apoyaban
movimientos guerrilleros con entrenamiento, armas y fondos, decepcionados de los resultados, ya
no lo hacían. La experiencia mostraba, además, que la única forma de ser autónomos era generar
recursos propios. Razonamientos instrumentalistas de lógica interna deshumanizadora, que se
materializó en el empresario minero asesinado. Hay medios que terminan desfigurando los fines.

18
Durante el juicio a la Dirección Nacional del MRTA, el capitán James Jhon Crissolini, dio su testimonio al respecto.
Alberto Gálvez Olaechea 52
Es difícil calcular el monto de los ingresos obtenidos, pero no fueron tan abultados como se
especula y siempre anduvieron a remolque de los gastos. Por lo demás, podrá acusársenos de
cualquier cosa menos de una vida dispendiosa.

Los secuestros políticos fueron excepcionales. El parlamentario aprista Manuel Tafur en 1988,
el parlamentario Gerardo López Quiroz19 en 1990, pero sobre todo la toma de la residencia del
embajador japonés en Lima a fines del 1996. Las dos primeras retenciones culminaron sin
incidentes en tiempo breve. La tercera, fue una acción político-militar de formidable dimensión,
en la cual toda la parafernalia inicial y la presión psicológica para forzar la negociación, no
produjeron actos de sevicia, siendo un miembro del comando emerretista, Tito, el único herido
al inicio. Aunque los testimonios han variado con el tiempo, el 22 de abril hubo miembros del
comando emerretista que estuvieron en condiciones de tomar represalias contra los rehenes a
inicios del combate y no lo hicieron; los motivos de esta decisión son discutibles, pero los
hechos están ahí.20

29
No siempre el MRTA pudo actuar de acuerdo con los principios que habían pregonado. Los
Robin Hood de los inicios se endurecieron con los golpes de la guerra y la Ley del Talión fue una
tentación demasiado poderosa. En 1987, José Córdova Vences, joven estudiante sanmarquino
que participaba de un reparto de calzado, fue capturado por la policía. Ya rendido recibió un
balazo en el vientre al cual sobrevivió por azar. El 28 de abril de 1989, a los miembros del MRTA
que participaron en el combate de Molinos se les repasó concluido éste. No sobrevivientes, no
heridos. Algo similar sucedió en la residencia del embajador japonés, el 22 de abril de 1997.
Militantes torturados, lanzados de helicópteros en pleno vuelo o simplemente desaparecidos
son también secuelas del conflicto. Las heridas también las tenemos nosotros.

Por cierto, no es la represión la causa de la derrota. Las revoluciones nunca han podido ser
sometidas por los más despiadados aparatos represivos cuando surgen desde abajo y son la
explosión de una sociedad que salda cuentas con la historia. La eficiente y brutal Ojrana zarista
no pudo con los bolcheviques y Estados Unidos salió de Vietnam con el rabo entre las piernas.

Es indudable que la DINCOTE tuvo un papel destacado en la acción represiva y que el autogolpe
del 5 de abril dio al Estado una voluntad política y coherencia a la acción contrainsurgente. Pero
allí no está la clave de la derrota. El problema político es que, ante el creciente aislamiento de la
insurgencia y la pérdida de la base social que había logrado crearse, el conflicto devino en una
guerra entre aparatos, en la que era inevitable que venciera el aparato más poderoso—y que sí
supo y pudo construir una alianza con el campesinado—: el Estado.

No es mi propósito hablar de los lados oscuros de la acción contrainsurgencia –y vaya si los


hubo—. “Hablen otros de sus vergüenzas, que yo hablo de la mía”, dijo Bertolt Brecht en su
poema a Alemania.

19
Gerardo López Quiroz fue parlamentario de Cambio 90. Retenido unos días, se lo liberó con una carta dirigida al
Ing. Fujimori proponiendo diálogo. El diputado no fue recibido y la carta desapareció en el camino.
20
En su testimonio sobre la toma de la residencia, el padre Juan Julio Wicht, señala los rasgos de humanidad del
grupo armado, cuenta que el día de su cumpleaños Cerpa lo invitó a hacer un brindis. El sacerdote afirma que
entonces tuvo la certeza que no lo matarían a sangre fría. En efecto no lo hicieron, ni a él ni a nadie.
Alberto Gálvez Olaechea 53
Una peculiaridad del Perú, un hecho insólito, es que hay quienes vean a los oficiales la DINCOTE
capturaron a Guzmán como un héroes. Los jefes de las policías políticas suelen ser
despreciados u olvidados. Aquí no. No voy a discutir sus méritos, que deben tenerlos, pero en
éste, como en otros casos, las explicaciones están en nuestro campo.

30
Para ser libres hay que ser radicales, y para ser radicales hay que tener en
cuenta que toda verdad absoluta es sospechosa y es riesgosa.
José Saramago
El balance de mi experiencia y estos años de estudio y reflexión me han llevado a conclusiones
que cuestionan profundamente los supuestos de la doctrina y las estrategias que nos lanzaron
a la pelea hace más de tres décadas. Aprendimos, aunque el precio pagado por ello ha sido alto,
y no sólo en términos personales. Expongo a continuación la síntesis de lo asimilado.

 Que las teorías son falibles. No hay doctrina ni verdad que lo abarque todo. Las verdades
son diversas, parciales, contradictorias y provisionales. Admitir esto es la condición previa
para la convivencia humana, sin que ello implique complicidad o resignación ante la
injusticia y el abuso.
 Que la historia no tiene una direccionalidad, un curso fatal e inevitable. No hay etapas
secuenciales que, como peldaños de una escalera, nos permiten ascender hacia un
mundo feliz. No existe una clase portadora del futuro, capaz de reorganizar el mundo a
su imagen y semejanza. Lo que hay son intereses contradictorios de fuerzas sociales que,
al desplegarse, producen tensiones y rupturas que pueden llevar a avances y retrocesos.
Y en este territorio conflictivo se abre el espacio para la utopía, que es el plus de realidad
que hace posible la lucha por un destino mejor.
 Que las revoluciones son excepciones de la historia y no leyes ineluctables del cambio
social. Son el resultado de una singular e irrepetible combinación de circunstancias y
contradicciones que llevan a la irrupción violenta de las masas explotadas y oprimidas
que reclaman su lugar en el mundo. Sus ondas expansivas alteran la historia de ese
pueblo y la de los aledaños, sin que ello los convierta en acontecimientos exportables o
repetibles. No se las fabrica, y menos aún se las impone desde arriba y desde afuera por
vanguardias autoproclamadas.
 Que exacerbar los conflictos sociales a través del ejercicio de la violencia sistemática,
esto es, intentar transformar la sociedad mediante la lucha armada, abre el camino de
procesos impredecibles, muchas veces perversos y contradictorios con los ideales
enarbolados. Una vez puesta en marcha la maquinaria de la guerra, sus engranajes
pueden escapar al control y adquirir vida propia, estableciendo su propia lógica e
intereses. Esto es particularmente importante países fragmentados y diversos como el
nuestro, donde se corre el riesgo de desencadenar conflagraciones múltiples que
profundicen los desgarramientos y terminen en una sociedad inviable, en Estado fallido.
La historia muestra que la violencia puede ser un recurso extremo para situaciones
extremas, y la larga batalla de la civilización trata precisamente de la búsqueda de vías
pacíficas y razonables en la resolución de los conflictos que acarrea la convivencia
humana.
 Que el voluntarismo vanguardista, la formación de grupos autoproclamados dirigentes
y/o portadores de la “conciencia de clase” o de la “línea correcta”, es no sólo falaz sino
peligroso cuando estos grupos se alzan en armas. La tesis de Franz Fanon sobre el
Alberto Gálvez Olaechea 54
carácter aleccionador y purificador de la violencia es cuestionable, por decir lo menos.
Los grupos armados no sólo son susceptibles de los mismos defectos que todos los
proyectos políticos (caudillismo, oportunismo, arribismo, etcétera) sino el ejercicio del
poder sobre la vida y la muerte que da el uso del arma puede hacer aflorar las pulsiones
perversas de personas emocional o políticamente inmaduras. Esto se agrava porque las
características de verticalidad, compartimentación y clandestinidad no brindan las
condiciones necesarias para el control y la fiscalización.
 Que es plenamente válido lo sostenido por Emil Cioran respecto a que si bien en todas las
circunstancias debíamos estar del lado de los oprimidos, no debíamos perder de vista
que están hechos del mismo barro que los opresores. No existe “la clase”, “el pueblo” ni
“los pobres” en abstracto. Existen pueblos, clases y pobres en concreto, moldeados por
su historia y su cultura, con sus potencialidades y limitaciones. Ni idealizables ni
vituperables. Y esas gentes de carne y hueso tienen que hacer y vivir su propia historia y
no hacerlo nosotros en su nombre.

Epílogo
Finalizo estas líneas que no han sido fáciles de escribir, pues en ellas no sólo se resume el
balance de una derrota sino la comprobación de que la historia, siempre esquiva, marchó por
otro lado y no por donde lo preveía nuestra visión simplificada del mundo y nuestras
impaciencias.

No reniego de mi pasado ni de mis sueños. Hice lo que creí que había que hacer y hoy asumo las
consecuencias de mis actos, serenamente, sin dramatismo. Emprendimos una guerra y, como
dijo el general Mac Arthur, en las guerras no hay sustituto para la victoria.

Joaquín Sabina se define como un marxista... pero de la tendencia de Groucho Marx. Por mi
parte, menos hereje e irreverente, diría que soy ahora un marxista a mitad de camino entre don
Carlos y don Groucho.

Penal de Huacariz, Cajamarca, abril del 2003

Alberto Gálvez Olaechea 55


III. Puntos sobre las íes

EL INFORME DE LA CVR: balance de parte21


No, Aureliano —replicó—. Vale más estar muerto que verte convertido
en chafarote.
No me verás —dijo el coronel Aureliano Buendía—. Ponte los zapatos y
ayúdame a terminar con esta guerra de mierda.
Al decirlo, no imaginaba que era más fácil comenzar una guerra que
terminarla. Necesitó casi un año de rigor sanguinario para forzar al
gobierno a proponer condiciones de paz favorables a los rebeldes, y otro
año para persuadir a sus partidarios de la conveniencia de aceptarlas.
Llegó a inconcebibles extremos de crueldad para sofocar las rebeliones de
sus propios oficiales, que se resistían a feriar la victoria, y terminó
apoyándose en fuerzas enemigas para acabar de someterlas.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

Introducción
Tras dos años de labor, el 28 de agosto del 2003 la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)
presentó al país su Informe Final. Una extensa investigación que constituye el más amplio y
serio enjuiciamiento de la violencia política del Perú de fines del siglo veinte.

Lo primero a decir es que se trata de un documento sólido, esclarecedor, imposible de leer sin
quedar profundamente conmovido e interpelado, especialmente si, como el suscrito, se tuvo
responsabilidades en los acontecimientos de los que allí se da cuenta. No sólo da una idea de la
magnitud y la dureza del conflicto, sino también —y sobre todo— pone de manifiesto el país
que somos, sus dramas y desgarramientos, que la violencia política exacerbó y sacó a flote.

Una segunda constatación es que la virulenta campaña contra la CVR de los meses previos a la
presentación del Informe Final, continuó luego de ésta, reavivándose cada vez que las fuerzas
de la derecha y el autoritarismo han visto la ocasión de sacar ventaja para deslegitimar el
trabajo de la CVR y lograr que su versión de los hechos se imponga. ¿Cuál es en esencia el
discurso de la derecha y el autoritarismo? Que solo hubo un sector de malos peruanos que
atacaron a un país que vivía apaciblemente y que son los únicos responsables de todo lo que
sucedió, que toda interpretación de los hechos más matizada y abarcadora es reputada de
cómplice. El texto subliminal es buscar impunidad para quienes desde el poder asumieron
conductas incompatibles con la democracia y el estado de derecho que decían defender.

Aunque podría apostarse que pocos, si alguno, de los que intervienen en las campañas, han
leído sus casi cinco mil páginas, o parte de ellas al menos, hay tal encono en los detractores,
que no vacilan en mentir, en distorsionar (o inventar) vacíos o fallas, por lo demás inevitables
en un documento tan extenso, elaborado por tantas manos en un plazo tan breve. A la derecha
no le interesa proponer una verdad alternativa (pues no la tiene, ni creo que sea capaz de

21
Texto redactado los primeros meses del 2004. Esta es una versión reelaborada para este libro.
Alberto Gálvez Olaechea 56
articularla), sino simplemente lanzar tanto lodo sobre el Informe Final que quede como un
documento inservible y no sea el punto de partida de un esfuerzo más amplio de reflexión y
reconstrucción de la nación.

Personalmente creo que el enfoque general y enjuiciamiento moral del Informe Final de la CVR
es válido. Creo que hay una gran requisitoria al Perú como nación y que cada quien debería
asumir lo que le toca. Y no lo digo por haber salido bien librado de este proceso, pues lo que se
dice del MRTA es sumamente severo (y a veces excesivo, a mi modo de ver), sino por que hay
un esfuerzo serio de comprender, de ir más allá de las condenas a priori, de situar las cosas en
contextos históricos más amplios, pero sobre todo, por su voluntad de situarse desde la
perspectiva de las víctimas.

Quiero, finalmente, disculparme por la sobrecarga de citas, pero considero necesario que la
CVR, tan mentada y tan poco leída, diga su palabra. No se necesita ser zahorí para darse cuenta
que la mía es una lectura interesada, que reconozco desde el saque, al afirmar que el mío es un
balance de parte.

Penal de Huacariz, Cajamarca, marzo del 2004


Penal Miguel Castro Castro, diciembre del 2012

1. Los enmarañados caminos de la verdad

La CVR nació en una coyuntura peculiar, favorecida por el desmoronamiento de un régimen


autoritario y corrupto al que las Fuerzas Armadas habían unido su suerte. El Gobierno de
Transición dio un paso audaz al crear una Comisión de la Verdad que, siendo reclamo de la
comunidad vinculada a la defensa de los derechos humanos (nacional e internacional), no era
demanda de sector social o político significativo del país. La derecha autoritaria y el militarismo
hubiesen preferido que la vuelta de página fuera irreversible. Sin embargo, la forma en que se
produjo la caída del régimen fujimorista los colocó a la defensiva, aún cuando nunca dejaron de
contar con poderosos resortes de poder (especialmente en la prensa), que les permitió seguir
condicionando la agenda política. Las presiones sobre la CVR fueron intensas. Se les acusó de
pro-senderistas, de ganar suculentos sueldos, de reabrir heridas, etc. Y aunque la campaña no
alcanzó los objetivos de sus promotores, es notoria la ausencia de propuestas tendientes a
incorporar a los ex-insurgentes en un proyecto de reconciliación nacional.

Buscar, hallar y expresar la verdad es siempre tarea espinosa; y lo es más si de por medio hay
intereses y pasiones prontas a estallar cuando ciertas valoraciones y cierto sentido común
pretenden ser cuestionados, con todos los riesgos que ello implica. Así por ejemplo, cuando la
CVR llamó partido al PCP-SL se armó tal escándalo, que el presidente de la CVR, debió asistir al
Parlamento a instruir en el abc de la política.

José Carlos Mariátegui escribió alguna vez sobre el carácter revolucionario y subversivo de la
verdad. Trascender las apariencias y ahondar en la naturaleza de las cosas, en sus conflictos y
en su historicidad, es una de las premisas del marxismo. Sin embargo, en un conflicto armado,
verdad y mentira tienen una trama particularmente compleja; no sólo porque están en juego
subjetividades, sino porque mentir y desinformar son, de un lado, armas de guerra psicosocial

Alberto Gálvez Olaechea 57


y, por otro, mecanismos de defensa y resistencia de los más débiles frente a los más fuertes. La
definición de “verdad” de la CVR es:

La CVR entiende por ‘verdad’ el relato fidedigno, éticamente articulado, científicamente


respaldado, contrastado intersubjetivamente, hilvanado en términos narrativos, afectivamente
concernido y perfectible, sobre lo ocurrido en el país en los veinte años considerados de su
mandato.” “Se trata de una verdad en sentido ‘práctico’ o en sentido ‘moral’, pues lo que nos
toca juzgar son hechos humanos—acciones—indesligables de la voluntad, las intenciones y las
interpretaciones de sus protagonistas. (CVR, Informe Final, Volumen I, p. 49)

La CVR añade que el punto de vista de su reflexión será el de las víctimas. Tarea legítima
aunque compleja, entre otras cosas, porque las fronteras entre víctima y victimario no son
siempre precisas y los roles no son fijos. Escuchando alegatos de personas proclamando
inocencia o haber sido presionadas, me indago cuántas de estas declaraciones son recursos
defensivos. Hay más: el desenlace del conflicto—y la correlación de fuerzas establecida al final
de éste—lleva a que, para algunos, decir su verdad siga siendo riesgoso—cuando no inútil—,
pues sienten que declarar contra los vencedores no los conducirá a ninguna parte, y siempre es
menos complicado denunciar a los vencidos, quienes, inermes, no representan peligro. Por lo
menos así lo entendieron los pobladores del pueblo joven Raucana, tal como lo registra el
Informe de la CVR:

Debemos remarcar que ningún poblador o dirigente quiso decir los nombres de los oficiales que
habían estado destacados en ese lugar. Cuando les pedíamos que los identificaran por su nombre,
nos manifestaban su miedo a que se llegara a saber que los habían señalado y también las
represalias que se podían tomar contra ellos. (“Raucana. Un intento de comité político abierto”.
CVR, Informe Final, Tomo V, p. 449).

La violencia política concluyó22, pero los pobladores en Raucana (como, con seguridad, en otros
escenarios de la violencia) saben que los aparatos del Estado siguen ahí. Como es lógico, tienen
cautela y callan.23 En ciertos pueblos del departamento de San Martín, campesinos que
apoyaron al MRTA hasta el final (1993-1994), se pusieron al frente de las organizaciones auto-
defensa locales. Cuando hubo oportunidad de dialogar con algunos de ellos, la explicación fue
sencilla: el MRTA había desaparecido de la región, porque se replegó o porque hubo masivos
“arrepentimientos”; ellos, en cambio, debían permanecer en sus tierras, con sus familias. La
única forma de protegerse era plegarse a la voluntad estatal—que sospechaba—, para la cual
estos gestos de lealtad eran decisivos. ¿Cuál sería la verdad de estos campesinos si tuvieran las
garantías necesarias para decirla? ¿Cuántas verdades aparecerían?24

22
Al redactar este ensayo (2003) los senderistas del Huallaga estaban en decadencia y los del VRAE en repliegue. Hoy,
capturado “Artemio”, Sendero del Huallaga desapareció. En el VRAE las huestes de “José” mantienen vigencia,
pero no ha cambiado su condición de fenómeno regional focalizado, sin capacidad de articular un proyecto político
nacional.
23
En su libro Memorias de un soldado desconocido (Lima: EP, 2012), Lurgio Gavilán cambia el nombre de su comunidad
llamándola “Punku” para protegerla (¿de qué, de quiénes?) casi tres décadas después de ocurridos los hechos.
24
En el estudio de las comunidades de las alturas de Huanta, la antropóloga Kimberly Theidon cuenta cómo se dio la
toma de posición de los campesinos y de las trampas del discurso simplificado: “Si bien había una creciente crítica de
la violencia indiscriminada de Sendero, también había cambios en la constelación de poder en el campo. Entraron las
Fuerzas Armadas a fines de 1982 y fueron los peores años de la guerra en términos de muertes, violaciones y
desapariciones. Esta represión fue acompañada de una evaluación por parte de los campesinos sobre el poder de
cada sector armado. Aunque Sendero les había asegurado que iban a ganar la guerra con piedras, cuchillos y
huaracas, entró un fuerte elemento de duda. Por supuesto, los campesinos –como cualquier grupo dominado—
Alberto Gálvez Olaechea 58
No cuestiono la validez del Informe Final sino problematizarlo, empezando porque acopiar
información —insumo clave del análisis— es territorio minado y conflictivo. Hay que vencer
desconfianzas de gente que aprendió que una palabra mal dicha o mal entendida, puede
acarrear consecuencias impredecibles.

2. La dimensión del conflicto

Las 171 Conclusiones Generales del Informe Final comienzan con esta afirmación categórica:

La CVR ha constatado que el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y el 2000
constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de la historia de la
República.

Acompañan este aserto cifras que dan cuenta de que estamos ante un hecho mayor y decisivo
de nuestra historia y que, además, señala la CVR, sacó a relucir “brechas y desencuentros
profundos de la sociedad peruana”. El Informe Final expresa que el conflicto no habría
adquirido esas proporciones de no existir el “material inflamable” de la herencia colonial de
racismo y exclusión, y del fracaso de los proyectos de modernización implementados a lo largo
del siglo XX, en especial de su segunda mitad.

De las cifras presentadas, la más notable es la de las 69,260 víctimas mortales. Se duplican los
estimados anteriores y hay quienes la cuestionan aduciendo manipulaciones destinadas a
sobredimensionar la guerra interna. Esto, sin embargo, no ha sido hasta hoy sustentado con
información fáctica, ni existe razón lógica para magnificar un conflicto por demás grave.

Pero el dato más sorprendente—al menos para quienes teníamos determinada valoración de
las fuerzas y considerábamos que los patrones se ajustaban a lo sucedido en otras partes de
América Latina—, es que al PCP-SL se le atribuya el 54% de las víctimas mortales y las
desapariciones, en tanto que lo imputado a las fuerzas del orden y paramilitares sume 44.5%.
Esto explicaría la magnitud de la derrota y del aislamiento político posterior.25 Lo incongruente

están muy atentos a los cambios en las relaciones de poder. Y esta evaluación les hizo ver muy claro quién contaba
con más potencia de fuego… y quién con las huaracas.”
“También hay que agregar el ejemplo de Huaychao, donde los campesinos mataron a siete senderistas en 1983. El
propio presidente Belaúnde loaba la ‘heroicididad’ de estos campesinos por defender el Estado Peruano. Las demás
comunidades de las alturas de Huanta escuchaban y decidieron ‘recuperar su imagen’ tomando posición en contra y
forjando una alianza conflictiva, abusiva, pero estratégica con las fuerzas armadas.”
“En la cronología de la guerra esta etapa consistió en ‘cerrar las brechas’, en comenzar a construir un consenso de
que sus comunidades estaban contra Sendero y no tenían ninguna ‘mancha roja’. Para construir este consenso hubo
que recurrir a ‘limpiar’ las comunidades de los simpatizantes que vivían entre ellas. Esta limpieza sería fatal.”
Kimberly Theidon, “La Micropolítica de la Reconciliación: Practicando la Justicia en Comunidades Rurales
Ayacuchanas.” Revista Allpanchis, 2003.
25
En su libro Muerte en el Pentagonito, Ricardo Uceda observa las cifras de la CVR en este punto: “En un ensayo
próximo a ser publicado que aquí es citado con su autorización (Violaciones a los derechos humanos: cifras y datos de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación, manuscrito, 2004) la abogada y adjunta del Defensor del Pueblo, Rocío
Villanueva, señala ‘vacíos e incongruencias’ en las cifras presentadas por la CVR, que podrían afectar su conclusión
principal: que Sendero Luminoso fue el principal perpetrador de víctimas fatales durante la violencia política en el
Perú. En el trabajo lo demuestra.” (p. 92. Nota a pié de página Nº 2)
Es probable que el ensayo al que Uceda hace referencia tenga relación con el Informe Defensorial Nº 80 de abril del
2oo4, titulado “Violencia política en el Perú 1980-1986”, realizado por Rocío Villanueva a partir de 5,000 expedientes
de denuncias transferidos por la Fiscalía el año 1996. El consolidado de las víctimas por agente perpetrador es como
sigue: EP: 4,285 (45.1%); Policía: 1,062 (11.15%); otros agentes estatales y paramilitares: 1,850 (15.30%); no
determinados: 2,493 (32.19%); SL: 105 (1.1%); MRTA: 7 (0.1%).
Alberto Gálvez Olaechea 59
es que las víctimas correspondieron, dicen las cifras, a la población indígena y nativa que
aspiraban representar. Al MRTA el Informe Final le atribuye el 1.8% de las víctimas fatales26.

En relación a las ejecuciones extrajudiciales, la CVR afirma:

A lo largo de su trabajo de investigación, la CVR ha recibido reportes que dan cuenta de 4,423
victimas de ejecuciones arbitrarias por parte de agentes del Estado en las cuales se ha logrado
identificar el cadáver de las víctimas. Adicionalmente, se han reportado 2,991 personas cuyo
paradero se desconoce a consecuencia de detenciones atribuidas a agentes del Estado. Como se
sustenta en la sección correspondiente, la CVR tiene evidencias que le permiten concluir que, por
lo general, estas personas desaparecidas han sido víctimas de ejecuciones arbitrarias imputables a
agentes estatales. Ello eleva la cifra de víctimas fatales atribuidas a agentes del Estado que fueron
reportadas a la CVR a 7,334 personas. (CVR, Informe Final, Tomo VI, P. 259).

La CVR responsabiliza al PCP-SL de 11,021 ejecuciones arbitrarias, que lo sitúan por encima de las
fuerzas del Estado.

Uno de los actos más graves del conflicto fueron las masacres, es decir, la ejecución arbitraria y
con sevicia de grupos numerosos de personas. Hay nombres emblemáticos: Putis, Accomarca,
Cayara, la Cantuta, Barrios Altos, topónimos que pueblan el imaginario de las matanzas
producidas por la Fuerzas del orden. De las atribuidas a Sendero, Lucanamarca, reivindicada
por Guzmán en la llamada Entrevista del siglo, es la herida abierta. No hay una masacre
señalada al MRTA.

Las masacres fueron una forma particular de ejecución colectiva, concurrente con otras graves
violaciones de los derechos humanos. En los casos donde los cadáveres de las víctimas pudieron
ser ubicados, cerca del 46% de las muertes ocurrieron en ejecuciones colectivas dirigidas contra
grupos de cinco o más personas. El 60% de las mujeres y el 73% de las personas de 15 o menos
años de edad que fueron identificadas y reportadas a la CVR como víctimas de ejecuciones
arbitrarias cometidas por agentes del Estado, murieron en eventos que reúnen las características
de masacres, de acuerdo a la definición adoptada por la CVR.(CVR, Informe Final, Tomo VI, p. 195).

Sobre las “desapariciones forzadas”, tenemos que la CVR:

… ha recibido reportes directos de testimonios que dan cuenta de 4,414 casos de desaparición
forzada de personas atribuidas a agentes del Estado. En el 65% de estos casos, el paradero final de
la víctima permanece desconocido hasta la actualidad.”(Informe Final, CVR, Volumen VI, P. 86)

Más adelante añade que: “Este patrón estadístico le permite a la CVR concluir que la práctica
de la desaparición forzada fue un mecanismo de lucha contra-subversiva empleado en forma
sistemática por los agentes del estado entre 1983 y 1993 (Ibídem, p. 91).27

Respecto a las torturas, el Informe Final señala:

26
Este porcentaje, que equivale a más de 1300 personas, a mi me resulta excesivo y no cuadra con mi percepción de
los hechos. No tengo, sin embargo, posibilidad de proponer datos alternativos.
27
El Informe Defensorial Nº 55 (Defensoría del Pueblo, citado en La República, 4 abril 2004), ofrece algunos datos más
precisos sobre desapariciones forzadas: entre 1983 y 1996 el Ministerio Público recibió 5,525 denuncias de
desaparición forzada; 4,022 personas continúan como desaparecidas luego de la verificación realizada por la
Defensoría del Pueblo; 22% de los casos denunciados no merecieron gestión alguna de la Fiscalía y el 38% de las
denuncias sólo merecieron una o dos diligencias; las fuerzas del orden son responsables de por lo menos 52.8% de las
desapariciones forzadas (ejército: 35.5%; policía: 17.3%), no aparecen en el artículo otras responsabilidades.
Alberto Gálvez Olaechea 60
La CVR ha recibido miles de denuncias sobre actos de tortura y otros tratos crueles, inhumanos y
degradantes producidos durante el período bajo investigación. Sobre 6,443 denuncias registradas
por la CVR, el porcentaje más alto (75%) corresponde a funcionarios del Estado o a personas que
actuaron bajo su autorización y/o aquiescencia (las CAD); el segundo lugar, 23%, corresponde al
grupo subversivo Sendero Luminoso; el tercero, con un porcentaje bastante bajo, lo constituyen
las acciones imputadas al grupo subversivo MRTA, 1%, y el 2% a elementos no determinados. (CVR,
Informe Final, Tomo VI, p. 198)

Con relación a la violencia sexual, la CVR se creyó obligada a explicar ampliamente que, de acuerdo
al derecho penal internacional, ésta también constituye crimen de lesa humanidad, para luego
señalar:

…alrededor del 83% de los actos de violación sexual son imputables al Estado y aproximadamente un
11% corresponden a grupos subversivos (PCP-SL y el MRTA). (CVR Informe Final, Tomo VI, Pg. 287).

Aunque aquí no se discrimina las responsabilidades específicas de SL y del MRTA, el cuadro de


barras adjunto grafica un peso mucho menor al MRTA también en este caso. Este es un delito
dirigido contra las mujeres (98%), campesinas (83%) y quechua-hablantes (75%).28

Los desplazados suman alrededor de medio millón de personas, 70% aproximadamente


procedentes de las áreas rurales, en especial de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica
y Apurímac. Ésta es, sin duda, una grave secuela del conflicto. No queda clara la responsabilidad
específica de cada actor —y en cada escenario—en este fenómeno. Habría sido importante
saber específicamente de quien huían en cada escenario, pues ayudaría a clarificar el tipo de
relación que cada cual establecía con la población.

En el capítulo sobre cárceles se muestra que unas 20 mil personas han pasado por las prisiones
durante dos décadas. El año punta es 1994 con 4,262 internos por terrorismo, para el 2002
quedaban 1,954 (CVR, Informe Final, Tomo VI, P. 480). Aún deduciendo los centenares de
muertos en los motines de 1985, 1986 y 1992, la cifra es significativa y da idea de la envergadura
de la insurgencia. Y si, como se menciona en el citado capítulo, las cárceles fueron centros de
acción política, estamos hablando de procesos de gran amplitud. Es notable que, aun cuando la
mayoría de prisioneros recuperaron su libertad, esto no se traduce en rebrote de la violencia.

Estos datos llevan a la conclusión central del Informe Final:

“Para la CVR, el PCP-SL fue el principal perpetrador de crímenes y violaciones de los


derechos humanos”.

La acusación, que el PCP-SL debería responder, trasciende a esta organización y compromete al


MRTA que, aún cuando aparece de manera marginal en la estadística, es ser considerado en el
mismo paquete. Pero la CVR hace importantes distinciones, como veremos luego.

28
Al respecto K. Theidon dice: “En su investigación sobre las violaciones sexuales en el Perú durante la violencia
política, Falcón y Agüero (2003: 12) constatan que ‘En casi todos los casos, los responsables de cometer violaciones
sexuales habrían sido miembros de las fuerzas del orden, especialmente del Ejército y en menor medida, efectivos
policiales y Sinchis.’ De igual modo, en nuestro trabajo de campo queda claro que aunque los senderistas y, en
algunos casos, los ronderos, violaron, el uso sistemático de la violencia sexual fue una práctica desplegada por las
‘fuerzas del orden’. En pocas palabras, donde había soldados había violaciones.” (Entre prójimos, Lima: IEP, 2004, p.
120)
Alberto Gálvez Olaechea 61
Otra conclusión importante del Informe Final es que la teoría de los “excesos” perpetrados por
las fuerzas del orden es un eufemismo. Más de 30 mil muertos (el 44.5%) atribuidos son
demasiados. Por eso, las Conclusiones 54 y 55 señalan que “Las FFAA aplicaron una estrategia
que en primer período fue de represión indiscriminada” y añaden que:

[E]n ciertos momentos y lugares del conflicto, la actuación de miembros de las FFAA no sólo
involucró algunos excesos individuales de oficiales o personal de tropa sino también prácticas
generalizadas y/o sistemáticas de violación de los derechos humanos que constituyen crímenes de
lesa humanidad así como transgresiones de normas del Derecho Internacional Humanitario.29

En su libro Ojo por ojo, el periodista Humberto Jara glosa el documento alcanzado por el
integrante del Grupo Colina, Carlos Pichilingue Guevara, que da cuenta de una reunión sostenida
por el alto mando del Ejército en el “Pentagonito”, el mes de junio de 1991. En esa oportunidad,
según Pichilingue, los generales asistentes (cuyos nombres detalla) adoptaron unánimemente la
decisión de implementar la “guerra de baja intensidad”. Lineamientos estratégicos que se
concretaron, poco después, en los operativos de Barrios Altos y La Cantuta. Por esto, oficiales de
mediana graduación (Pichilingue Guevara y Martín Rivas) rechazan que se les juzgue
individualmente por lo que fue una política institucional del alto mando.30

3. El Perú hirviente

A fines de los 60, uno de los personajes de Conversación en La Catedral formuló una manida
frase: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La idea del Perú como país jodido, característica
del país oficial (criollo) construido de espaldas y contra del país real (mayoritariamente
indígena) es lugar común del pensamiento progresista, de González Prada en adelante.

José Carlos Mariátegui recusó el papel de la burguesía en los destinos del Perú al afirmar que
había llegado tarde a la historia y que el futuro sería socialista y estaría en manos de los
trabajadores. Éste fue uno de los puntos centrales de su polémica con el APRA de Haya de la
Torre. Posteriormente, el Partido Comunista replantearía tal tesis y durante cuatro décadas
buscó una burguesía nacional a la cual aliarse. La nueva izquierda de los 60 retomó la idea
mariateguista, que el ‘Che’ Guevara resumiría en la consigna: “No hay más cambios que hacer:
revolución socialista o caricatura de revolución”.

Para los revolucionarios de los 60, el fracaso del primer belaundismo, su incapacidad de llevar
adelante su programa reformista y modernizador—cuyo punto clave era la reforma agraria—,
demostraba que la burguesía emergente, no era capaz de asumir el liderazgo en la cons-
trucción del proyecto nacional y democrático.

El golpe militar del 3 de octubre de 1968 complicó el panorama arrojando luces y sombras sobre
el desarrollo del capitalismo peruano, pues: a) las FFAA, situándose a la izquierda del espectro
político, implementaron un ambicioso programa de reforma y modernización, poniendo fin al
país oligárquico; b) la debilidad estructural de la burguesía hizo que el capitalismo de Estado
tuviera vocación hegemónica; c) la burguesía, la principal usufructuaria del proyecto, sacó
ventajas económicas pero lo saboteó políticamente.

29
Ver las 171 Conclusiones Generales del Informe Final, Tomo VIII, Pp.353-384.
30
Las versiones en los procesos judiciales posteriores dan un giro radical: la estrategia de defensa ha llevado negar
sus declaraciones a los periodistas, dadas en momentos de frustración y descontento.
Alberto Gálvez Olaechea 62
La contrarreforma de la llamada “segunda fase” resultó de la alianza de los militares y el poder
económico. Las políticas de ajuste y los “paquetazos” implicaron, además de la redistribución
de la riqueza (mejora relativa de las ganancias paralela a la caída de los salarios reales), una
modificación de las correlaciones de fuerza. La ofensiva patronal para quebrar el sindicalismo y
destruir las comunidades laborales, restableció la dictadura del capital en las empresas (tras el
despido masivo de dirigentes sindicales).

El retorno a la democracia en el Perú, en 1980, coincidió con el inicio de la llamada “década


perdida” de América Latina, provocada por la crisis de la deuda externa, cuyas secuelas cayeron
en las frágiles economías del Tercer Mundo. La frustración y el desencanto que produjo Acción
Popular se ha perdido de vista porque lo que vino después fue peor. El 5% de los votos
obtenidos el año 1985 por el candidato del partido de gobierno (Javier Alva Orlandini), da idea
de lo que significó el segundo belaundismo.

Las elecciones de 1985, más que ninguna otra en la historia, hicieron patentes las aspiraciones
de cambio de las mayorías populares. El gaseoso mensaje del candidato del APRA despertó
expectativas. El caudal cercano al 50% de los votos obtenidos por García y el 20% de la IU de
Alfonso Barrantes, daban cuenta del potencial transformador. La derecha política, entre tanto,
estaba arrinconada.

El eje del proyecto aprista era la alianza con los grandes grupos económicos—“los doce
apóstoles”—, quienes favorecidos con la reactivación del mercado interno que incrementaba
sus ganancias, debían reinvertirlas para apuntalar el frágil ciclo expansivo iniciado en 1986. Los
“apóstoles” no cumplieron su parte, creándose un cuello de botella que el presidente quiso
resolver estatizando los bancos. El tiro salió por la culata. Los banqueros se defendieron con
astucia, respaldados por la amplia movilización de la derecha política que, encabezada por
Mario Vargas Llosa, puso a la defensiva al gobierno. La estatización fue impedida y se inició la
contraofensiva ideológica y política neoliberal cuyos ecos se sienten hasta hoy.

La masacre de los penales de junio de 1986 fue un parte aguas en otro terreno. Como lo señala
el Informe Final, para el gobierno aprista significó la renuncia al esfuerzo inicial de derrotar a
Sendero a través de una política que le disputara su base social con reformas económicas y
sociales radicales y la exploración de salidas políticas. Se retomó el camino de la militarización
(el gesto del MRTA de dar una tregua fue ignorado31). En la izquierda se produjeron actitudes
encontradas: de un lado quienes hicieron la vista gorda y de otro quienes adoptaron una
oposición más visceral. Para Sendero, el sacrificio de sus militantes fue una victoria política que
le otorgó la legitimidad moral del martirio.

Se han cargado las tintas contra el APRA por la crisis general de sus últimos años de gobierno, y
sin duda su responsabilidad es grave. Sin embargo, a los “apóstoles”, corresponsables de la

31
En un artículo publicado en la revista Caretas del 28 de octubre del año 1991, con el título de “¿Dejará las armas el
MRTA?”, el periodista y ex-ministro del Interior, Fernando Rospigliosi sostenía: “Si uno de los dos grupos terroristas
que existen en el país decide dejar las armas e incorporarse a la legalidad, eso no debilitaría al sistema sino que lo
fortalecería. Algunos podrían pensar que esto dejaría el terreno libre a Sendero Luminoso para seguir
desarrollándose. Eso es cierto solo en parte, porque el MRTA incorporado a la legalidad seguiría siendo un enemigo
de SL y sería, en las zonas donde influye, una barrera para el crecimiento de SL.” “Y en este terreno, como en
general en toda su política contra-subversiva, el gobierno viene actuando con una dejadez impresionante. ¿Qué
iniciativas está tomando el ejecutivo? ¿Qué se está haciendo para acelerar la reintegración de los subversivos a la
legalidad? Que se sepa, ninguna.”
Alberto Gálvez Olaechea 63
crisis, nadie les enrostra su papel en el desmadre de fines de los ochenta. Los “vladivideos”,
donde conspicuos empresarios transan con Montesinos, documentan la forma como poder
económico y político negocian y comparten intereses. La diferencia es que los políticos son aves
de paso sujetos a los humores cambiantes e incertidumbres de un país como el nuestro, mientras
los dueños del poder económico continúan manejando tras bambalinas los destinos del Perú.

El autogolpe del 5 de abril de 1992 fue contrainsurgente: autoritarismo para la lucha contra el
“terrorismo”. De pasada legitimó el proyecto neoliberal. En carta a la revista Caretas (Nº1588, 1
agosto 1999), Augusto Blacker Miller (canciller durante el autogolpe) cuenta la reunión del
Consejo de Ministros en la que el ex-ministro de Economía Carlos Boloña aplaudió la decisión de
Fujimori y Montesinos exclamando: “¡Ahora sí, ya podemos deshacernos de la estabilidad
laboral! Debemos promulgar el dispositivo inmediatamente”. Derrotar la subversión fue de la
mano con la imposición de nuevas reglas entre capital y trabajo. Paralelo al establecimiento de
condiciones draconianas de reclusión a los insurgentes, se precarizó el empleo, llevándolo a
situaciones previas a la conquista de las ocho horas en 1919.

4. La construcción del discurso y las encrucijadas

El punto 12 de las Conclusiones Generales del Informe Final dice que:

La causa inmediata y fundamental del desencadenamiento del conflicto interno fue la decisión del
PCP-SL de iniciar la lucha armada contra el Estado peruano, a contracorriente de la abrumadora
mayoría de peruanos y peruanas y en momentos en que se restauraba la democracia a través de
elecciones libres.

Aceptando esta tesis, vale interrogarse por: 1) los eventos y procesos ideológicos que llevaron
a grupos de peruanos a alzarse en armas; 2) lo que permitió que esta insurgencia—a diferencia
de las anteriores—adquiriese la envergadura que da cuenta en el Informe Final. Si levantarse en
armas fue un acto de voluntad, no fue una decisión insólita. Se dio en el contexto de las
transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales producidas en el Perú desde
mediados del siglo veinte; del fracaso sucesivo de los proyectos de modernización, del
despliegue de las luchas populares y de la radicalización de la emergente izquierda marxista.

La afirmación de que el PCP-SL inició la lucha armada “…a contracorriente de la inmensa


mayoría de peruanos…”, da cuenta de la realidad de los años noventa y no, en rigor, de la de
inicios de los ochenta, momento respecto a la cual la aseveración tendría que matizarse. Vale
recordar que:

 El candidato más votado de la izquierda en 1978 fue Hugo Blanco, luchador social con
leyenda de guerrillero quien con su planteamiento intransigente (“Sin patrones ni
generales”), sintonizó mejor con el estado de ánimo del pueblo radicalizado.
 La corriente abstencionista de la izquierda, que rechazaba la participación electoral en
nombre de la acción directa (“La lucha es el camino, y no las elecciones”), fue numerosa e
influyente. El viraje de Patria Roja hacia la participación lo alejó del PCP-SL, pero quedó la
estela de núcleos y activistas radicales, (Pukallacta, Estrella Roja, MIR-Victoria Navarro, etc.)
 La amplísima mayoría de grupos de izquierda que optaron por la participación electoral el
año 1977 lo hicieron en términos tácticos—“usando los resquicios democráticos”—
acumulando fuerzas para la revolución.

Alberto Gálvez Olaechea 64


Por eso, cuando el punto 108 de las Conclusiones Generales señala que “un deslinde ideológico
insuficiente y en muchos casos tardío colocó a la mayoría de partidos miembros de la IU
[Izquierda Unida] en una situación ambigua frente a las acciones del PCP-SL y más aún del
MRTA”, no se explica esta ambigüedad. Es que para los partidos mayoritarios de la IU era
renegar de sus orígenes y abdicar de las banderas con las cuales habían surgido en los años
sesenta: renunciara su identidad.

Los troncos de la ramificada izquierda (MIR, Vanguardia Revolucionaria y el PCP-Bandera Roja)


nacieron con la propuesta de lucha armada, a la que no renunciaron hasta avanzada la década
de 1980, y no de manera homogénea y sin conflictos. Hasta el PCP-Unidad, de línea moderada,
ajena a las veleidades insurreccionales, incubó militantes que se integraron al MRTA.

Lo sucedido con la izquierda marxista los años setenta acaeció con el APRA auroral. La
impugnación de los resultados electorales de 1931 y el llamado a la resistencia desataron la
insurrección de Trujillo de 1932. Luego vino la saga de insurgencias hasta el 3 de octubre de
1948, cuando tras la sublevación de los marineros en el Callao contra Bustamante y Rivero se
inició el definitivo viraje a la derecha del APRA. La alianza con Manuel Prado ocasionó la mayor
escisión del partido: jóvenes militantes encabezados por Luis de la Puente Uceda formaron el
APRA Rebelde, retomando los principios revolucionarios. Tras decantaciones y redefiniciones el
grupo devino en Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). El viraje del APRA generó una
inercia, resultado de la adhesión de un sector de la organización a los antiguos postulados.

Otro ejemplo de esta inercia es la ruptura de Sendero, cuando Guzmán decide las tratativas
para un acuerdo de paz, opción que antes había repudiado. Descubrió Guzmán, como otros
previamente, que es más fácil iniciar una guerra que terminarla. En su enfrentamiento con la
fracción “acuerdista”, los militantes de “proseguir” y los neo-senderistas del VRAE esgrimen
los argumentos de la línea histórica del PCP-SL.

Si esta inercia se presentó en organizaciones tan cohesionadas en torno a ideología y liderazgo


como el APRA y el PCP-SL, ¿qué podía esperarse de la alianza de liderazgos encontrados que
era la IU? Las columnas de la IU la constituían la UDP, el UNIR y el PCP-Unidad. Las dos
primeras, corrientes de la izquierda radical nacida en la década de 1960; la tercera, la más
antigua organización marxista. De trayectorias diferentes, tenían el común denominador del
marxismo-leninismo. El marxismo es una ideología esencialmente subversiva (“Los filósofos no
han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”, reza la Tesis XI sobre Feuerbach). Esta vocación hizo del marxismo la expresión
de esperanzas y rebeldías populares durante siglo y medio. La difusión del marxismo —o,
mejor, de los marxismos— se dio sobre todo en sus versiones vulgarizadas y simplificadas, que
lo hizo eficaz como instrumento de batalla ideológica.32

En el libro Después de la guerra, Alberto Benavides Ganosa da testimonio de su experiencia


universitaria de fines de los años sesenta:

Me consta que el marxismo fue asumido por algunos miembros de mi generación como quien
adquiere un martillo. La doctrina era un instrumento. A las filas del marxismo fueron muchos de

32
Carlos Iván Degregori ha llamado a este proceso de difusión del marxismo simplificado, “la revolución de los
manuales”, que convirtió el marxismo en recetario dogmático.
Alberto Gálvez Olaechea 65
los más honestos y serios. Fue y podría seguir siendo un fácil canal para la rabia. A veces uno
mismo quisiera ser marxista.

Rabia acumulada por injusticias seculares, negativa radical a hacerse cómplice de determinadas
formas de organizar el poder y distribuir la riqueza. José María Arguedas intuyó los tiempos
que se aproximaban cuando las primeras nubes se cargaban. El 22 de octubre de 1969 escribió,
en su “¿Último diario?” (El zorro de arriba y el zorro de abajo) estas premonitorias líneas:

Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú y en lo que él representa. Se
cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los ‘fúnebres
alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes, se
abre el de la luz y el de la fuerza liberadora invencible del pueblo de Vietnam, el de la calandria de
fuego, el del dios liberador. Aquél que se reintegra. Vallejo era el principio y el fin.

El “socialismo amable” que un sector de la izquierda propuso la primera mitad de los 80—
encarnado en la figura de Alfonso Barrantes—, iba contrapelo de las tradiciones, la experiencia
y las concepciones doctrinarias de la “nueva izquierda”, incluso de la concepción mariateguista.

José Carlos Mariátegui y su amigo César Falcón en 1919 tomaron distancia de lo que llamaron el
“socialismo domesticado”, al separarse del proyecto socialista de Alberto Ulloa y Víctor
Maúrtua, e identificarse con la experiencia combativa del naciente proletariado peruano y los
vientos que traía la victoriosa revolución de octubre de 1917.

En su momento, personajes como Héctor Cordero y Luis de la Puente rompieron con el APRA
entre 1948 y 1956, cuestionando el viraje hacia la derecha y reivindicando su pasado
revolucionario, para convertirse al marxismo y participar posteriormente en la formación del
MIR. Napurí, líder histórico del trotskismo peruano, estuvo entre los fundadores de Vanguardia
Revolucionaria, con Ricardo Letts, salido de Acción Popular y Edmundo Murrugarra del PCP. La
ruptura entre el PCP-Unidad (“revisionistas”) y el PCP-Bandera Roja (maoístas) tuvo como
cuestión medular la lucha armada.

Si miramos el proceso político e ideológico del campo popular durante el siglo veinte, desde el
anarco-sindicalismo hasta las izquierdas de los setenta, pasando por el socialismo mariateguista
y el aprismo, constatamos que los intentos de las fuerzas confrontadas al orden vigente de
institucionalizarse en él, produjo desprendimientos por la izquierda de quienes, retomando las
banderas originales, empujaron el proceso político a su radicalización. Sucedió con el APRA en
los años cincuenta; con el PCP en los sesenta; con la Nueva Izquierda en los setenta; y,
finalmente, con el mismo Sendero Luminoso en los noventa.

Desde fines de los años 70 hasta avanzados los años 80 a la izquierda que había nacido con una
perspectiva insurreccional se le plantearon encrucijadas que definieron los rumbos de
individuos y organizaciones. En el libro La batalla por Puno de Jorge Luis Rénique, Dante Vera
Miller, quien como militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR) participó en la toma
de tierras en Anta (Cusco) el año 1977, dice:

[N]os enfrentamos con la policía, logramos tomarles prisioneros y quitarles sus metralletas.
Entonces la gente preguntaba ‘¿y ahora que hacemos con las metralletas?’ Y la verdad es que nos
llevamos un tremendo susto cuando vimos a la distancia que llegaban tres o cuatro camiones de la
guardia de asalto. Entonces decidimos entregar a los policías prisioneros con sus armas. Ese era
el momento en que nuestras tesis se ponían a prueba. Habíamos preparado a la masa, habíamos

Alberto Gálvez Olaechea 66


encontrado una coyuntura propicia, la masa ejercía la violencia, les capturamos las armas y a la
hora de decidir, no dimos el salto de agarrar las armas e irnos al monte. No pudimos. No dimos el
paso.

Dante Vera no pudo dar el paso. Otros sí lo darían poco después.

5. El MRTA en el informe de la CVR

El análisis y enjuiciamiento de la CVR al MRTA es severo. Su peso en el conjunto del Informe


Final es, sin embargo, relativamente pequeño, y no solo porque fue un actor minoritario en el
proceso de la violencia, sino porque no encaja dentro de su tesis central: que el PCP-SL fue el
principal responsable de las violaciones de los derechos humanos durante el conflicto. Frente a
quienes borran de un plumazo las diferencias entre el PCP-SL y el MRTA, englobándolos en el
membrete común de “terrorismo”, el Informe Final permite tener una compresión más cabal y
menos simplificadora, aunque en modo alguno complaciente. Respecto al MRTA la CVR dice:

En 1984, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) inició a su vez una lucha armada
contra el Estado y es responsable del 1.5% de las víctimas fatales que fueron reportadas a la CVR. A
diferencia del PCP-SL, y en forma similar a otras organizaciones armadas latinoamericanas con las
que mantuvo vínculos, el MRTA reivindicaba sus acciones y sus miembros usaban distintivos para
diferenciarse de la población civil, se abstuvo de atacar a la población inerme y en algunas
coyunturas dio muestras de estar abierto a negociaciones de paz. Sin embargo, el MRTA incurrió
también en acciones criminales, recurrió a asesinatos, como en el caso del general Enrique López
Albújar, a la toma de rehenes y a la práctica sistemática del secuestro, crímenes que violan no sólo
la libertad de las personas sino el derecho internacional humanitario que el MRTA afirmaba
respetar. Cabe resaltar también que el MRTA asesinó disidentes de sus propias filas.
(CVR, Informe Final, Conclusiones Generales, Tomo VIII, p. 358, punto Nº 34)

El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) emprendió la lucha contra el Estado peruano
al ver que el PCP-SL había conseguido desencadenar una guerra interna, con lo cual ellos creyeron
llegado el momento para emprender su propio proyecto violento. Sus fines políticos fueron más
abiertos que los del PCP-SL e intentaron demostrarlo respetando las leyes de la guerra, vistiendo
uniforme y dando repetidas señales de estar dispuestos a negociaciones de paz; pero cayeron
pronto en contradicciones, pues trataban como a enemigos a gobiernos que hacían respetar los
derechos básicos y terminaron uniendo fuerzas a las de los criminales. El MRTA se ofreció como el
brazo armado de la izquierda legal, pero tal pretensión fue rechazada por la izquierda legal misma
por que el sistema democrático ofrecía las condiciones básicas para impulsar planes políticos
dentro de la legalidad. En cuanto al modo de combatir, el MRTA, a diferencia del PCP-SL, intentó
ceñirse inicialmente al los requerimientos de las leyes de la guerra, se abstuvo de atacar a
población inerme y concentró sus ataques en las fuerzas del orden. Sin embargo, los últimos años
del conflicto incurrió también en acciones criminales.

En resumen, la ‘guerra popular’ declarada por el PCP-SL, así como la que emprendió después el
MRTA, fueron taques contra la paz, la autodeterminación democrática y los derechos
fundamentales de los peruanos. Por ello, el Estado democrático, aunque quedó enfrentado a un
enemigo interno, surgido de la propia población, tuvo en todo momento derecho a defenderse
con la fuerza de las armas, por que es justo que un gobierno legítimo se defienda de
insurrecciones injustas. (CVR Informe Final, Tomo II, pp. 249-250)

A lo largo de las investigaciones en profundidad se establecen significativas precisiones que no


se reflejan en las Conclusiones Generales. Cabe acotar que la investigación en los diferentes
escenarios las realizaron grupos de trabajo distintos, lo que se percibe claramente pese al
Alberto Gálvez Olaechea 67
esfuerzo por darle uniformidad conceptual y estilística al Informe Final. El aspecto crucial de la
relación con las poblaciones locales, se precisa en los estudios de la Región Central, del Frente
Nororiental de San Martín, y el distrito limeño de Villa El Salvador.

En un inicio, los emerretistas ubicaron dos zonas estratégicas: la selva central, y específicamente
la provincia de Chanchamayo, en Junín, con esporádicas incursiones hacia la provincia de Satipo,
por un lado, y por otro, los espacios geográficos fronterizos entre la sierra y la selva del
departamento de Junín, en distritos cono Pariahuanca, Santo Domingo de Acobamba,
Monobamba y Uchubamba. El MRTA estuvo también presente en algunos distritos de Junín y en
la provincia de Oxapampa del departamento de Cerro de Pasco, con mejor armamento y sin
destruir u hostigar a las autoridades locales y población civil como lo hacía el PCP-SL.

El Ejército Popular Tupacamarista (EPT) era una estructura regular estable, formada por
combatientes y por las milicias campesinas que se unían a ellos para operar y luego se
desmovilizaban y continuaban su vida en las comunidades. Este ejército alcanzó importantes
niveles de convivencia con las poblaciones de la selva central y sus combatientes siempre fueron
campesinos. (CVR-Informe Final, Tomo IV, p. 163)

Quedaba así claro que la tónica del accionar del MRTA—al menos en el Tulumayo—contrastaba
con lo que pusieron en práctica los destacamentos armados del PCP-SL. En primer lugar, no
reemplazaba—ni menos amenazaba—a las autoridades locales. En segundo lugar, exhortaba a
las autoridades elegidas a trabajar en beneficio de sus pueblos y, por último, instaba a la población
a que se defendiera de cualquier ataque que vulnerara sus derechos. Quizá por ello los pobladores
tienen un buen recuerdo de los militantes emerretistas y resaltan las diferencias de su
comportamiento con el de los militantes del PCP-SL. (Ibídem, p. 196)

El estudio sobre ‘El frente nororiental del MRTA en San Martín’ muestra claramente la distinta
lógica de inserción del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en la población. Mientras éste
se valía del trabajo de las organizaciones regionales ya constituidas que no habían satisfecho sus
demandas ante el Estado, el PCP-SL ejerció, en la práctica, un férreo control sobre la vida y el
sentimiento de las personas, que lo llevó incluso a prohibir estados de ánimo que denotaran
hartazgo, tristeza y descontento. (CVR, Informe Final, Tomo V, p. 29)

El MRTA no pretendió mantener una relación autoritaria con el FEDIP-San Martín, sino más bien
buscó articular objetivos comunes y crear vínculos entre su acción militar y las demandas sociales,
políticas y económicas de aquél. Desde entonces los emerretistas fueron consiguiendo el apoyo
de la población y extendieron su ámbito de influencia. (Ibídem, p. 311)

Por su parte, el MRTA también tuvo presencia en Villa El Salvador. Sin embargo se distinguía del
PCP-SL tanto en su forma de relacionarse con las organizaciones populares y la izquierda electoral,
como por su metodología de guerra. En primer lugar, el MRTA concebía su accionar como el
brazo armado de la izquierda electoral, su defensor y representante—aunque la izquierda no
hubiera apoyado tal tesis—, y por tanto buscaba generar simpatía en el sector organizado de la
población. En segundo lugar, los métodos del MRTA (reparto de víveres, actos de propaganda
armada, etc.) no incluían el terror de los asesinatos y atentados contra la infraestructura pública,
ni el acoso de dirigentes y las organizaciones, aspectos centrales de la estrategia senderista.
(CVR, Informe Final, Tomo IV, p. 489)

En el punto 34 de las Conclusiones Generales, el Informe reconoce el uso de uniformes y


distintivos para diferenciarse de la población civil y añade que “se abstuvo de atacar a la
población inerme”. Hubo una política de respeto a los heridos y prisioneros producidos en los

Alberto Gálvez Olaechea 68


combates, los cuales siempre fueron entregados sanos y salvos a las autoridades. Esta actitud,
acorde con los Convenios de Ginebra, no fue recíproca.

Los cargos principales imputados son haber alimentado la espiral de la violencia favoreciendo la
militarización del país, haber realizado prácticas de secuestros y tomas de rehenes, a lo que se
suman ejecuciones como la del general López Albújar y de algunos disidentes. Estos son hechos
innegables, y quienes participamos en el proyecto del MRTA debemos asumir lo que nos toca.
Reprodujimos pragmáticamente el accionar de otras guerrillas, en las que los secuestros fueron
parte de su metodología. Esto no lo valida ni legítima, lo explica33.

Otro señalamiento sobre el MRTA es el de su relación con las autoridades locales, partidos, y
organizaciones de la sociedad civil (laicas y/o religiosas), las cuales fueron respetuosas. Ni
derechas ni izquierdas pueden reprocharle haber actuado contra ellos, y lo mismo vale para los
religiosos de toda confesión. Alcaldes, autoridades locales y dirigentes populares no fueron
victimados o agredidos. Tampoco los medios de comunicación pueden evidencian acción en su
contra. Esto correspondía a una concepción de la política y de las alianzas. No creíamos que
quienes disentían de nosotros fueran enemigos y menos aún objetivos militares. Hubo
disposición al diálogo y a explorar posibilidades de salidas intermedias. No hay aún condiciones
para dar cuenta de las conversaciones con partidos políticos, organizaciones sociales, Iglesias,
ONG, empresarios y personalidades, con quienes se buscó acuerdos y convergencias. La CVR,
reconoce que:

Las relaciones entre el MRTA y las fuerzas de izquierda, en particular la Izquierda Unida (IU),
durante la década de lo 80 puede caracterizarse como la búsqueda incesante de convertirse en su
brazo armado. (CVR, Informe Final, Tomo II, p. 424)

Con el MRTA la situación fue diferente. Aún cuando esta organización criticó permanentemente a
los dirigentes nacionales de la IU por su ‘reformismo’, no existen indicios de que amenazaran de
muerte o asesinaran a militantes de IU o dirigentes de organizaciones populares. (CVR Informe
Final, Tomo III, p. 200)

En el desarrollo en profundidad referido al Frente Nororiental se hace mención del


enfrentamiento entre el MRTA y SL atribuyéndolo a la disputa de territorios por el control del
negocio de la droga. La acusación se apoya en el testimonio de “arrepentidos”.

Diezmado por el PCP-SL el MRTA fue reducido aún más en su enfrentamiento con las FFAA, tras lo
cual sucedió la defección de uno de sus líderes, Sístero García … (CVR, Informe Final, Tomo II, p.
300)

La CVR señala que SL expulsó al MRTA del Alto Huallaga, y añade:

33
“Las más espectaculares hazañas de la propaganda armada en Brasil fueron los secuestros de embajadores
extranjeros para canjearlos por prisioneros políticos. El primer caso, el secuestro del embajador norteamericano
Charles Elbrick por un comando del ALN y el MR-8, el 4 de septiembre de 1969, estableció las reglas que por algún
tiempo presidieron el juego.” (Marcio Moreira Alvez, Un grano de mostaza, Premio Testimonio “Casa de las
Américas” 1972). El M-26 de Julio secuestró al corredor Juan Manuel Fangio en 1958. Los Montoneros hicieron
espectaculares retenciones de empresarios. El M-19 de Colombia tomó rehenes en la embajada de Santo Domingo.
En Uruguay, Nicaragua y el Salvador, partidos hoy el gobierno, lo hicieron en su momento. Esto no valida nada, solo
deja constancia que no fue un hecho insólito.

Alberto Gálvez Olaechea 69


…lo que apareció como una constante en la zona fue la lucha de ambos grupos por la hegemonía
en el Alto Huallaga. (CVR, Informe Final, Tomo IV, p. 397)

Afirmar que Sendero diezmó al MRTA carece de sustento (no hay en todo el Informe Final
registro de estos enfrentamientos y sus desenlaces). Tampoco las FFAA diezmaron al MRTA en
San Martín (a pesar de los operativos de inteligencia). Como lo señalo en otra parte, la crisis y
fracaso del MRTA vino de adentro y no de fuera. De otra parte, el conflicto con Sendero fue
global y no circunscrito a tal o cual región. Tuvo que ver con la naturaleza misma del proyecto
senderista, excluyente y confrontacional. Diálogo imposible y enfrentamiento ineludible. En
ello, no tuvo que ver el narcotráfico. Además la lucha por la hegemonía en el Alto Huallaga se
dio entre SL, los narcos y los militares, y no con el MRTA.

Cuando se puso en marcha el proyecto del MRTA en San Martín (mediados de los 80), en las
zonas donde se asentó (Huallaga Central y Bajo, Mayo Medio y Alto) la producción de coca y al
narcotráfico eran marginales. A fines de la década los cocales y la droga se desplazaron del sur
(Alto Huallaga) hacia el norte del departamento. Se crearon nuevas situaciones y no siempre se
controló todo el accionar en el espacio regional. Al tomar como fuente de información
privilegiada el testimonio de los “arrepentidos”, la CVR incurre en errores:

 Es falso lo dicho por el “arrepentido” Antonio. El III Comité Central del MRTA (agosto de
1991) no acordó cobrar cupos a los vuelos de las avionetas de los narcotraficantes o cosa por
el estilo.
 No fue política obtener recursos económicos o aprovisionamiento logístico del narcotráfico.
Es posible que algunos mandos locales eventualmente lo hicieran.
 La decisión de abandonar la zona de Tocache en 1987 concentrándose al norte del
departamento de San Martín, fue parte de los acuerdos de la unidad del MIR y el MRTA34 y
uno de sus objetivos excluirse de la conflictividad generada por el negocio de la droga.

Puntualizo que no hay dirigente nacional o regional, o mando local del MRTA, a quien se haya
abierto proceso penal por narcotráfico. No sucede lo mismo con otros actores del conflicto.35

Un señalamiento final es el que tiene que ver con la imputación de asesinato de homosexuales
en la selva que hace el Informe Final (Tomo II, p. 432). Rastreando el origen, este cargo proviene
de un comunicado publicado en Cambio en el que MRTA reivindica la ejecución de “personas de
mal vivir”, entre los que se menciona a drogadictos, rateros y homosexuales. Otra fuente es un
comunicado del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) del 6 de agosto de 1993, que
menciona tres casos de homosexuales asesinados supuestamente por el MRTA en Pucallpa así
como unas llamadas amenazadoras contra su organización. Los estudios en profundidad de la
propia CVR respecto a San Martín y Ucayali (Tomo V) no mencionan nada más al respecto. Al
respecto me queda decir tres cosas: primero, que sea la situación que fuere se trató de
acciones inaceptables; segundo, que no se puede afirmar de manera fehaciente que en esas

34
El pequeño grupo del MRTA ubicado en las inmediaciones de Tocache se fusionó con los combatientes del MIR del
norte de San Martín, constituyéndose el destacamento que inició acciones en octubre del año 1987.
35
Sobre el tema la CVR dice: “ ‘Narcoterrorismo’ es un término comúnmente aceptado, pero con los mismos
términos podría hablarse de ‘narco-policía’ o ‘narco-ejército’, luego de conocer la maraña de corrupción surgida a
raíz de la intervención policial y luego militar en el Huallaga. En otras palabras, estas calificaciones son meros
eufemismos y no explican la dinámica de la relación entre el narcotráfico y los actores presentes en el ciclo del
conflicto armado interno.” (CVR, Informe Final, Tomo V, p. 717). Al final del capítulo hay una lista de 63 oficiales del
Ejército Peruano (entre ellos cinco generales y tres coroneles) comprendidos en procesos por narcotráfico.
Alberto Gálvez Olaechea 70
localidades hubiera una política homofóbica; tercero, lo que sí puedo afirmar categóricamente
es que no hubo nunca en la dirección del MRTA políticas homofóbicas alguna.

6. Las diferencias del MRTA y el PCP-SL

Hay la tendencia a equiparar al MRTA con el PCP-SL, calificando a ambos con el adjetivo
homogenizador “terroristas”36. Cuando se legisla y cuando se realizan las campañas
psicosociales no hay distingos. El poder político y mediático ha logrado imponer un sentido
común. No es casual la insistencia asimiladora, pues al cubrir con el halo del senderismo, se
hace más fácil la degradación política y moral de los insurgentes. En América Latina,
organizaciones semejantes al MRTA, con algunas de las cuales éste mantuvo relaciones
políticas, (Sandinistas, M-19, FMLN, URNG, Tupamaros, etc.) están integrados en la vida política
y han llegado incluso (como en Uruguay, Brasil, Colombia, Nicaragua y El Salvador) a asumir las
responsabilidades del gobierno de sus respectivos países. Aunque esta quizá sea una batalla
perdida, dejo constancia de las diferencias entre ambas organizaciones, a partir de lo señalado
en el Informe Final:

Las diferencias radican más bien en el sustento estratégico de sus acciones, la entidad de las
mismas y las consecuencias que produjeron. Por lo menos declarativamente, el MRTA reconoció la
aplicación de ciertos estándares mínimos humanitarios y, en ocasiones, respetó dichas normas.
Como se ha señalado en el caso de los secuestros, no se produjo un patrón de crímenes atribuible
al MRTA. (CVR, Informe Final, Tomo II, p. 239)

El PCP-SL buscaba destruir cualquier organización de base y construir los llamados comités
populares, mientras el MRTA pensaba que el pueblo ya tenía una gran experiencia organizativa y
lo único que tenía que hacer era infiltrar las organizaciones existentes para adecuarlas a sus
lineamientos políticos e ideológicos. Por eso la población temió más al PCP-SL por su práctica
coactiva y de aniquilamiento selectivo y apoyó a los miembros del MRTA porque su discurso era
similar al de los frentes regionales y agrarios. (CVR, Informe Final, Tomo V, p.327)

En realidad las diferencias fueron mucho más vastas, yendo desde el dominio ideológico al
programático, del estratégico al táctico y metodológico. Desenvolverse en la lucha armada
estableció un terreno común, pero no borró las diferencias, al punto que produjeron una
confrontación abierta y total en todos los ámbitos. Solo la legislación y la cárcel los igualó.37

En un plano conceptual, el MRTA nunca propuso la “sociedad de la gran armonía”, ni se


concibió como la culminación de 15 mil millones de años de desarrollo de la materia, ni imaginó

36
Al respecto la CVR sostiene: “…aunque el Decreto Supremo decidió recurrir al concepto de ‘terrorismo’ para
referirse a los crímenes cometidos por las organizaciones subversivas, la CVR no está convencida de que este
término alcance a describir con precisión el amplio rango de conductas desarrolladas por dichos grupos, ni de que
exista un amplio consenso jurídico internacional respecto al término. Su utilización, por el contrario, al cabo de un
prolongado conflicto, está cargada de significados subjetivos que hace difícil el análisis de la conducta de quienes
decidieron alzarse contra el Estado y en ese rumbo cometieron violentos crímenes.” (CVR, Informe Final, Volumen I,
p. 43)
37
En Colombia, donde existen las guerrillas más antigua del continente y las clases dirigentes tienen larga
experiencia en el conflicto armado, se tuvo clara las diferencias entre los distintos grupos armados, recibiendo cada
uno trato específico. Así, los años 90 se llegó a acuerdos políticos con el M-19 y el EPL para su integración a la vida
cívica, mientras que la guerra continuó (hasta hoy) con las FARC y el ELN. El gobierno de Juan Manuel Santos ha
iniciado tratativas con las FARC y ha invitado al ELN a participar de ellas, aún cuando cada organización tiene su
ritmo y sus peculiaridades. Solo fundamentalistas como Álvaro Uribe rechazan esta oportunidad para la paz.

Alberto Gálvez Olaechea 71


el futuro como una sociedad militarizada. Esta visión religiosa de la cual se desprendían la
concepción mesiánica del partido y de su líder, una estrategia política que consideraba
enemigos a los que no se sometían, una relación autoritaria con las organizaciones sociales,
una doctrina de guerra total donde no cabían las soluciones intermedias, etc.

El MRTA estuvo abierto a las salidas políticas. El punto 34 de las Conclusiones Generales dice
que “en algunas coyunturas dio muestras de estar abierto a negociaciones de paz”, afirmación
que, siendo exacta, es insuficiente. Esta apertura, aunque le faltó contundencia, correspondían
a una concepción que incluía política de alianzas, apertura al diálogo y el respeto por las
organizaciones de la sociedad civil. No hubo doctrina de guerra total y esto es clave.

De hecho, solo el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había proclamado su


aceptación de los Convenios de Ginebra y usaba distintivos militares en sus acciones armadas
rurales; pero era evidente que el MRTA era un grupo subversivo pequeño.
En la práctica, salvo el MRTA, los actores principales del conflicto armado interno estaban
inmersos en el objetivo de producir una derrota absoluta del enemigo, con lo cual cancelaban sus
esfuerzos por humanizar la situación. (CVR, Informe Final, Tomo III, pg. 303).

En ningún momento el MRTA implementó una estrategia de destrucción sistemática de la


infraestructura pública y las unidades productivas, como hizo Sendero Luminoso con las redes
eléctricas, el fundo Allpachaca en Ayacucho, las unidades productivas de las SAIS en Junín, o el
IER Waqrani en Puno. Estaba de por medio el respeto a las necesidades de las poblaciones.

No hubo aniquilamiento de autoridades locales ni de dirigentes de las organizaciones sociales.


Es más, la CVR deja constancia de cómo poblaciones buscaron apoyo del MRTA frente al
senderismo.

En 1990, en el valle de Tsiriari, distrito de Mazamari, algunas comunidades colonas tenían cierta
simpatía hacia el MRTA, dado que les ofrecían protección frente al PCP-SL. (CVR, Informe Final,
Tomo V, p. 254)

De la lectura del Informe de la CVR se desprende que la historia de SL es la de la imposición de


su proyecto autoritario, el que si bien contó en las etapas iniciales de un cierto respaldo
campesino, pronto se iniciaría la rebelión y con ella las masacres senderistas, dirigidas contra su
antigua base social que los enfrentaba. Dice del PCP-SL:

Siempre fueron pocos. Quisieron ser pocos... Que siendo tan pocos y estando tan mal armados
hayan causado tantas víctimas fatales, asesinadas frecuentemente con extrema crueldad, nos
habla de su ferocidad excepcional. (CVR, Informe Final, Volumen II, p. 26)

En la historia de los conflictos armados en el mundo, en particular en América Latina, rara vez una
organización subversiva ha sido responsable de un nivel tan alto de víctimas. (CVR, Informe Final,
Tomo VI, p. 28)

Para el PCP-SL el MRTA fue un enemigo encarnizado. Pese a todo la CVR habla de la
“senderización” del MRTA:

Ante su escaso crecimiento y el aumento de la violencia y militarización, el MRTA encontró cada


vez menos margen para desarrollar su propia estrategia armada. Empezó a adoptar tácticas
utilizadas por el PCP-SL, como los asesinatos ejemplarizadores contra personas que no tenían
ninguna función militar en el Estado. (CVR, Informe Final, Tomo II, p. 247)

Alberto Gálvez Olaechea 72


El MRTA se involucró en situaciones sumamente graves que la CVR consigna, pero no debería
perderse el sentido de la proporciones. En el MRTA hubo un militarismo que en ciertos
momentos se desbordó, pero no existió vocación autoritaria y menos el potencial genocida.

7. La derrota de la subversión

En el Tomo VIII del Informe Final, la CVR da cuatro razones que explican la derrota de la
subversión:

1) Emergió en un contexto democrático, lo que redujo es espacio para las propuestas violentas,
quitándoles legitimidad política y superioridad moral; la inclusión de la izquierda legal redujo los
espacios de reclutamiento (“Esto lo padeció especialmente el MRTA, que terminó derrotado
por sus propias contradicciones internas.”); la existencia de autoridades electas, que se
mantuvieron firmes en sus sitios a pesar de asesinatos y amenazas, de ciudadanos humildes
que iban a votar a pesar de presiones y consignas; la prensa independiente acreditaba los
horrores, sus versiones eran creíbles para la ciudadanía; los organismos de DDHH, incómodos
para los gobiernos, pese a todo podían cuestionar la propia acción del Estado.

…a contracorriente de un sentido común que considera de mano dura (léase autoritarismo y


respuesta violenta) como indispensable para acabar con el terrorismo, las investigaciones de la
CVR demostraron que, cada vez que el Estado se acercó al Leviatán que Guzmán describía en sus
pesadillas, le regaló un triunfo a la subversión. (CVR-Informe Final, T. VIII, p. 44)

2) Por el rechazo del campesinado que no aceptó el autoritarismo autárquico e igualitarista del
senderismo. No aceptó tampoco su política de destrucción de la infraestructura pública, ni su
forma de disponer de la vida humana (las ejecuciones sumarias de los “juicios populares”). El
concepto de “guerra prolongada” chocó con la lógica de reproducción campesina ordenada en
torno a la vida familiar y planificada en función del crecimiento y la educación de los hijos.
Cuando SL se propuso el “equilibrio estratégico” tensionando el campo, se masificaron las
CAD. SL era, además, intolerante con las expresiones culturales locales.

3) El viraje estratégico de las FFAA (a fines de los 80) hacia el establecimiento de una alianza
con el campesinado, lo que les permitió aislar a la insurgencia y barrerla del campo. Decisiones
estratégicas del senderismo como la del “equilibrio estratégico” fue una huida hacia delante.
SL no aprendía, las FFAA sí.

Si queremos elegir el factor más importante para explicar la derrota del PCP-SL, éste es su
incapacidad para aprender. Totalmente ensimismado en la construcción y el crecimiento del
Partido y del denominado “ejército guerrillero popular”, el PCP-SL terminó construyéndose un
exoesqueleto muy poderoso para evitar las tendencias centrífugas y mantener cohesionado su
pequeño organismo; pero al mismo tiempo lo blindó contra la realidad. De esta forma, mientras el
Estado a través de sus gobiernos y de las Fuerzas Armadas aprendía y rectificaba los aspectos más
indiscriminados y contraproducentes de su estrategia, en diferentes partes del país, y en
diferentes momentos a lo largo de la década del 80 se constata la repetición del ciclo senderista:
conquistar bases/restablecimiento/contra-restablecimiento/repudio de la población. (CVR, Informe
Final, Tomo VIII, p. 53)

4) El viraje en la situación internacional (“También el contexto internacional se volvió más


adverso para con los grupos subversivos, que actuaban a contracorriente de un cambio de
época”).

Alberto Gálvez Olaechea 73


Razones válidas a las que habría que incluir otros elementos, como el de la Inteligencia
estratégica que permitió capturas decisivas que descabezaron las organizaciones y quebraron
su capacidad de conducción y reproducción: en el lapso de dos años (entre 1992 y 1994) cientos
de cuadros y militantes fueron detenidos y estructuras enteras, construidas en años, fueron
irreversiblemente destroncadas. Sin embargo, debo insistir en lo que ya he señalado antes
respecto al MRTA: el ciclo del PCP-SL, como el del MRTA, estaba inscrito en la naturaleza de sus
respectivos proyectos, en sus ADNs, y que cuando más poderosos y amenazantes aparecían,
más cercano estaba su fin. Ambas organizaciones iban moviéndose en el creciente vacío social
que su propio accionar acrecentaba, y en esas condiciones, su destrucción se convirtió en
cuestión de tiempo.

La fuerza del senderismo reposó, desde el inicio, en la potencia simbólica del liderazgo de
Abimael Guzmán y la cohesión ideológica que construyó en torno a éste. La convicción en su
infalibilidad y clarividencia y la certeza absoluta del anuncio del triunfo inevitable, convirtió al
PCP-SL en una maquinaria de guerra y sus cuadros adquirieron una profunda determinación. Su
mayor fuerza también era su gran debilidad. Eso lo comprendieron sagazmente los policías del
GEIN que, capturándolo produjeron el viraje estratégico en el conflicto, como Pizarro en
Cajamarca al aprehender a Atahualpa. Y el segundo momento del desmontaje de SL se dio
cuando Montesinos y Merino Barnett indujeron a Guzmán a plantear un “Acuerdo de Paz”. Con
ello desmovilizó militarmente a Sendero y aisló a los combatientes que aún mantenían las
armas. La CVR dice que:

Abimael Guzmán identificó sus intereses personales con los de su organización hasta hacerlos
indistinguibles. (CVR, Informe Final, Tomo II, p. 126) Un examen de los documentos elaborados
por Guzmán y la dirigencia senderista en la Base Naval del Callao indica que su actuación fue
extremadamente ingenua. (Ibíd., p. 131)

El MRTA, por su parte, tuvo que enfrentar dos serios problemas que arrastró desde su
constitución: el primero, su conformación como la convergencia de diversos núcleos que nunca
lograron cuajar del todo y que llevó a que se produjeran disensiones internas que pretendieron
resolverse de forma militarista; y la falta de un proyecto de construcción política y social
consistente de largo aliento, privilegiándose el protagonismo mediático de corto plazo. A esto
se sumó que, salvo momentos puntuales, no pudo ser fuerza determinante del proceso
político, a la zaga de un Sendero que teñía la coyuntura política. Oscilando entre estrategismo
y cortoplacismo, no desplegó potencialidades y afloraron los defectos.

Si como dice la CVR, “el PCP-SL fue un enemigo inesperado”, al punto que Guzmán fue
detenido y liberado poco antes del inicio de su guerra popular, la sorpresa se acabó, se generó
un amplio consenso social anti-subversivo—resultado de la misma concepción de “quien no
esta conmigo está contra mí”. Sobre esto el periodista César Hildebrandt hace una apropiada
atingencia:

Si Sendero Luminoso se hubiera parecido a un movimiento como las FARC, no las de ahora sino las
de hace 10 años, nos hubiera costado un trabajo gigantesco separar la paja del trigo y tomar
distancia de ello. (CVR, Informe Final, Tomo III, p. 490)

8. Oteando a las fuerzas del Orden

No pretendo aquí hacer un análisis de la estrategia contrainsurgente en sus múltiples aristas.


Me limito a destacar los aspectos relevantes planteados por la CVR al respecto.
Alberto Gálvez Olaechea 74
La policía fue la primera que sufrió los ataques de la subversión y quien mejor aprendió a
combatirla. Tuvo así mismo los más resonantes triunfos a través de su aparato especializado, la
DIRCOTE, creada el año 1981. El gran acierto fue mantener el grupo que se dedicó durante años
al mismo trabajo con tenacidad, acumulando experiencia e información. La rotación anual no
da continuidad a una misión. El resto fue rutina policiaca: seguimientos, soplonaje,
interrogatorios “científicos”, “chuponeos”, lograr que los detenidos se canjeen, colaboración
a cambio de impunidad, etc.

En su evaluación del rol de la DIRCOTE en el conflicto armado, la CVR menciona que:

Atiborrados de información y encontrando necesario reforzar la preparación de sus miembros la


DIRCOTE pidió apoyo a los norteamericanos para formar analistas. Se organizó, entonces, un
curso con instructores norteamericanos en Lima. (CVR-Informe Final, Tomo II, p. 196)

El curso fue para jóvenes oficiales de la DIRCOTE, muchos de los cuales formaron
posteriormente el GEIN. “Para 1988, la DIRCOTE llegó a tener cerca de mil miembros.” La CVR
cita declaraciones del coronel Javier Palacios quien menciona el apoyo de empresarios y de las
embajadas de España, Israel e Italia (estos últimos donaron un millón de dólares). Los israelíes
probablemente instruyeron las técnicas del seguimiento a presión que, con abundancia de
medios, personal y paciencia que permite, encontrada una punta de la madeja, llegar
infaliblemente a la otra punta.

Es interesante advertir que el surgimiento del GEIN resultó del conflicto entre el nuevo Jefe de
la DIRCOTE, general Edgar Suclla Flores, y Benedicto Jiménez quien, defenestrado, recurrió, por
intermedio de Javier Palacios, al padrinazgo del general Reyes Roca, que lo cobija, dándole una
oficina y medios para trabajar. El aparato policial que le dio los mayores éxitos a la policía
resultó de una iniciativa desde abajo, y no de políticas concebidas desde el alto mando.

La estrategia contrainsurgente se desenvolvió en planos diferentes y en buena medida


divorciados. A diferencia de los países del Cono Sur, donde las FFAA lideraron todos los
aspectos de la acción contrainsurgente, en el Perú hubo una fractura que a la larga resultó
provechosa. La policía actúo en el escenario urbano, donde se asentaron las direcciones
estratégicas de SL y el MRTA. En el Perú la insurgencia se movió ambiguamente entre el campo
y la ciudad, estando lo principal de sus aparatos, cuadros y direcciones político-militares en las
ciudades. De ahí el rol protagónico de la policía, cuyos golpes a la cúpula de ambos grupos
pondría punto final del conflicto.

Las FFAA intervinieron en el escenario rural, donde el esfuerzo principal durante la primera
etapa se dirigió sobre la población civil, en el afán de limpiar el territorio de la base social de la
insurgencia. No podían golpear la dirección estratégica puesto que, salvo mandos aislados, esta
nunca estuvo en el campo. De otro lado, les era muy difícil coordinar con la policía.

Casi todos los policías entrevistados a lo largo de nuestro trabajo coinciden en señalar que les fue
muy difícil coordinar acciones con las Fuerzas Armadas, sobre todo en plan de igualdad. (CVR,
Informe Final, Tomo II, p. 200)

Finalmente, es llamativa la conversión de una Fuerza Armada que había implementado un


proceso de reformas de corte radical durante Velasco, en una defensora conspicua del sistema.
Que grupos armados provenientes de la izquierda las enfrentaran, empujó a los militares hacia
la derecha, proceso que se agudizó cuando desde la izquierda legal se levantó la agenda de los

Alberto Gálvez Olaechea 75


derechos humanos, que los militares asumieron como otro frente de ataque. La CVR señala
otra pista.

La semejanza entre la estrategia que detuvo el avance guerrillero en El Salvador y el que derrotó al
PCP-SL en el Perú no son meras coincidencias. Los Estados Unidos de América se encontraban
concernidos por ambos conflictos y estaba decidido a influir en su curso difundiendo los principios
estratégicos del conflicto de baja intensidad. (CVR, Informe Final, Tomo II, p. 311)

Según la CVR el documento que marca el viraje estratégico en el accionar contrainsurgente, y


que resume casi una década de aprendizaje, es el Manual del Ejército Guerra No Convencional
Contrasubversiva ME 41-7, editado por el Ministerio de Defensa en junio de 1989. En él se diseña
una política de aproximación a la organización del campesinado en los Comités de Autodefensa
(CADs), que tuvieron un rol decisivo en la derrota del senderismo rural.

9. Reconciliaciones deseables, reconciliaciones necesarias, reconciliaciones


posibles

Realizado el balance histórico general y escudriñado los hechos (basándose fundamentalmente


miles de testimonios), examinados los escenarios regionales y la responsabilidad de los actores,
la CVR afronta el asunto de la reconciliación. Y allí, creo, se atolla.

En sentido estricto, solo se re-concilia lo que estuvo previamente conciliado ¿Esto vale para el
Perú previo al conflicto armado? En realidad, la “reconciliación” no cabía en los objetivos de la
comisión. Incluso hoy es inviable. Para encontrar una salida se habla de la “reconciliación del
país consigo mismo”. Eufemismo con el que elude afirmar que no hay reconciliación posible
con los ex –insurgentes respecto a los cuales solo cabe la punición. Al hablar de una
reconciliación que no implique el acercamiento de las partes enfrentadas señalando
genéricamente “reconciliación del país con el país” o “reconciliación del estado y la sociedad”
no se toca un problema de fondo. Si en El Salvador, Guatemala o Colombia, se hablase de
“reconciliación” sin tomar en cuenta a los alzados en armas, se consideraría una ligereza o una
broma.

¿Por qué en el Perú la reconciliación excluye a los antiguos insurgentes? ¿Cuál es la diferencia
sustancial entre el MRTA y el FMLN de El Salvador, la URNG de Guatemala o el M-19 de
Colombia, movimientos guerrilleros desmovilizados militarmente que hoy forman parte de sus
sistemas políticos legales? ¿Alguien con un mínimo de sensatez puede hablar de reconciliación
nacional en Colombia y añadir que en este proceso están excluidos las FARC y el ELN?38

En 27 de julio del 2003, el diario El Comercio de Perú publicó la entrevista al analista político
colombiano Juan Manuel Chany, en la que éste hizo aseveraciones ilustrativas:

— ¿Cómo califica a las FARC?


—Son un grupo guerrillero en franca decadencia, que recurrió a métodos que desprestigian, como
secuestros, alianzas con el narcotráfico y actos de terrorismo. Perdió el ideal y terminó
recorriendo las formas de lucha censurables.
—Varios representantes de las FARC estuvieron en Brasil. El hecho de que el gobierno brasileño no
considerara a las FARC como un grupo terrorista, ¿dificulta la lucha?

38
Al momento de corregir este texto, diciembre del 2012, el gobierno colombiano se encuentra en plenas tratativas
de paz con la FARC en Cuba, tras haber realizado un encuentro previo el mes de octubre en Noruega.
Alberto Gálvez Olaechea 76
—Es inconveniente calificar a las FARC como grupo terrorista. Hacer eso sería un error porque,
tarde o temprano, llegaremos a la mesa de negociaciones, la vía más lógica para llegar a la paz.

El meollo del asunto no es, pues, ético o jurídico, sino fundamentalmente político, y esto se
refiere a las características del desenlace del conflicto en el Perú —una derrota en toda la línea
de la subversión— y la correlación de fuerzas establecida desde entonces. A diferencia de El
Salvador o Guatemala donde un conflicto armado de larga duración, en el que cada parte había
ensayado todos los caminos para acabar con el adversario, empantanándose en una guerra que
desgastaba al país, la negociación para acabar la guerra se impuso como salida sensata y viable.
En el Perú no. Aquí la victoria de la contrainsurgencia fue total y fue el mecanismo para
legitimar un régimen autoritario, que obtuvo la coartada perfecta para encubrir fechorías y su
régimen político entero. Esto corrió paralelo a una tendencia internacional hacia el
“seguritismo” y la lucha anti-terrorista, acentuada desde el 11 de setiembre del 2001.

Ejemplo de estos cambios de humor fue el radical viraje en la manera de abordar la cuestión de
los rehenes de la residencia del embajador japonés en Lima tras la retoma del 22 de abril de
1997. Prestigiosos políticos, analistas y periodistas se habían pronunciado reiteradamente por
la negociación, rechazando el uso de la fuerza para resolver el problema. La exitosa retoma de
la residencia por los militares los llevó a subirse al carro de los vencedores. Pocos mantuvieron
la convicción de que la negociación era el mejor camino.

Florentino Eleuterio Flores Hala “Artemio”, desde la década del 90 en que se alineó con las
posiciones de “solución política” de Abimael Guzmán, señaló reiteradamente su voluntad de
dejar las armas. Tuvo entrevistas con los medios de prensa y realizó sondeos a través del
Obispo Bambarén. El Estado desoyó sus llamados, estrechó el cerco finalmente lo capturó el 12
de febrero del 2012. Los seguidores de “José”en el VRAE saben que la única opción que plantea
el Estado es perseverar en la guerra hasta destruirlos. No hay otro desenlace posible,
imaginable o deseable.

El asunto de la reconciliación fue el más controvertido y espinoso de los encargos que tuvo la
CVR. Formada inicialmente como Comisión de la Verdad durante el Gobierno de Transición,
Toledo le añadió el concepto “de Reconciliación” sin que se definieran con claridad sus
alcances. ¿Cumplió la CVR la meta de reconciliación? ¿Ha ayudado al proceso de sanación y
curación de heridas? ¿Cuán profundo y duradero es el trauma del conflicto? ¿Qué hace difícil,
sino inviable, la reconciliación? Veamos el concepto de la CVR.

La CVR entiende por ‘reconciliación’ el restablecimiento y la refundación de los vínculos


fundamentales entre los peruanos, vínculos voluntariamente destruidos o deteriorados en las
últimas décadas por el estallido, en el seno de una sociedad en crisis, de un conflicto violento
iniciado por el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. …[L]a reconciliación no puede
consistir simplemente en restablecer la relación originaria, pues ella fue en cierto modo el caldo
de cultivo del proceso perverso que condujo a su destrucción.

La reconciliación debe consistir, por eso, en la refundación de los vínculos fundamentales,


instaurando una nueva relación, cualitativamente distinta, entre todos los peruanos y peruanas.
(CVR, Informe Final, Volumen I, p. 54)

La propuesta de reconciliación no sólo tiene una dimensión estrictamente política. Existen, más
bien, diversos ámbitos de reconciliación: el personal e interpersonal, el de la sociedad que se
encuentra consigo misma y la refundación entre el Estado y la sociedad. Estos ámbitos no agotan

Alberto Gálvez Olaechea 77


la reconciliación y se entrecruzan permanentemente. Sin embargo, la CVR privilegia el tercer
ámbito—el horizonte político y social, porque enfrenta mejor que los otros las características del
proceso vivido y las expectativas de reconciliación en el Perú. … En un sentido fundamental en
que la CVR entiende la reconciliación es la construcción de ciudadanía, comprendida esta a su vez
como la refundación del pacto social. Reconciliar significa volver a vindicar los derechos de
ciudadanos que fueron atropellados.” (CVR, Informe Final, Tomo IX, p. 113)

Para que la sociedad pueda reconciliarse debe saber la verdad, pero sobre todo debe querer
reconciliarse. Sin asunción de responsabilidades no hay reconciliación posible, y aquí valdría
observar la actitud de cada actor del conflicto. La reconciliación no es posible si hay
sentimiento de injusticia. Es difícil reconciliarse si uno no tiene conciencia de la gravedad de los
actos cometidos. Una colectividad no puede perdonar lo que no puede castigar, pero aquí
también cabe problematizar respecto a los alcances y naturaleza del castigo, puesto que puede
traspasarse la línea, a veces borrosa, de la justicia y de la venganza. Se trata de buscar
reparación y no desquite, humanización y no victimización.

La reconciliación entendida como un proceso que va más allá de la ausencia de conflicto


violento. “La paz—decía Baruch Espinosa—no es ausencia de guerra: es un estado de ánimo,
es una predisposición para la benevolencia, para la confianza, para la justicia.” Necesitamos una
ética y una política que ayude a la restauración de la confianza. Es fundamental, además,
reconocer que hubieron víctimas y perpetradores en más de un lado y qué todas las víctimas
cuentan.39 La CVR en su Informe Final señala responsabilidades no sólo de los insurgentes sino
de las instituciones públicas, los partidos, las organizaciones de la sociedad civil y los medios de
comunicación.

Que una sociedad logre verdad y reconciliación depende también de la cantidad de información
mantenida en secreto. Y ya sabemos donde estuvo el secretismo de los archivos quemados, de
las tumbas clandestinas y la información negada y/o destruida. Los contemporáneos
difícilmente pueden evaluar serenamente los eventos de su propio tiempo, pues ellos están
demasiado próximos y se juegan demasiados intereses.

La CVR tenía límites muy concretos respecto a la reconciliación. La ofensiva de la derecha, y el


militarismo, puso énfasis en negar toda reconciliación “con los terroristas”. Quizá por ello el
tema aparece recién en el capítulo sobre las cárceles (Tomo V) y en las recomendaciones para
la reconciliación (Tomo IX), donde la postura es cauta:

La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) entiende por reconciliación un proceso de


restablecimiento y refundación de los vínculos fundamentales entre los peruanos, vínculos
voluntariamente destruidos o deteriorados por el estallido del conflicto violento iniciado por el
Partido Comunista Sendero Luminoso (PCP-SL) en las últimas décadas, y en la que la sociedad
entera se vio involucrada. El descubrimiento de la verdad de lo ocurrido en aquellos años—tanto
en lo que respecta al registro de los hechos violentos como a la explicación de las causas que los
produjeron—y la acción reparadora y sancionadora de la justicia hacen posible y necesaria la
reconciliación.
Si la verdad es una condición previa de la reconciliación, la justicia es al mismo tiempo su condición
y su resultado. …la reconciliación compromete a la sociedad peruana en su conjunto; es ella la
que debe reconciliarse consigo misma… (CVR-Informe Final, Tomo VIII, pp. 23-24)

39
Hay quienes consideran que las únicas víctimas son los inocentes, que son los únicos sujetos de derechos.
Alberto Gálvez Olaechea 78
La CVR comprende que la reconciliación entre víctimas y victimarios es la más exigente de todas.
Urge por consiguiente evaluar realistamente las posibilidades de restaurar esta relación rota a raíz
del conflicto armado interno. No hay que olvidar que hay internos cuyas penas ya se cumplieron o
se cumplirán en los próximos años y cuyo retorno a la vida social requiere de procesos locales de
reconciliación que faciliten su integración. Pero mientras se mantenga la pertenencia al partido, la
sujeción a los líderes que no han variado su posición y la adhesión a una ideología de muerte y
destrucción la reconciliación no será posible. En una frase, mientras el PCP-SL siga siendo el PCP-
SL, la reconciliación será inviable. Lo mismo en el caso del MRTA. Esto no quita que se pueda
intentar una aproximación personal, lo que implica pasar por una fase previa de desvinculación
que abra el camino de la reconciliación. (CVR, Informe Final, Tomo V, p. 708)

Estos párrafos ilustran la ambigüedad con que se trata el tema de la reconciliación con los ex
insurgentes, y permite entender por qué no hay iniciativas para este fin. Van algunas
acotaciones:

a) Al hablar de reconciliación entre “víctimas” y “victimarios” los roles son: subversivos


“victimarios” y pueblo “víctima”. Se desprende del propio Informe Final que la situación es
cruzada y compleja (subversivos víctimas y victimarios, soldados y policías víctimas y
victimarios, ronderos víctimas y victimarios).
b) La preocupación por los presos que están recuperando su libertad y los que están próximos
es legítima. En estos años centenares de presos del PCP-SL y del MRTA salieron de prisión al
cumplir sus condenas. ¿Qué voluntad anima a quienes trasponen las rejas? ¿Hay algún indicio
serio que muestre que esta excarcelación se tradujo en reactivación de la violencia?40
c) La CVR conocía la posición de los líderes del PCP-SL y del MRTA. Sabía que salvo la reducida
fracción de “proseguir” y los neo-senderistas del VRAE, no hay quien pretenda mantener la
insurgencia, por lo que decir “mientras se mantenga la sujeción a líderes que no han variado su
posición” no venía al caso. Ni el PCP-SL ni el MRTA actuales son los mismos. El tiempo no pasó
en vano. Es entendible el recelo y la desconfianza, pero insinuar que la voluntad no ha
cambiado, es faltar a la verdad.
d) Finalmente, no es evidente que la desvinculación sea condición de reconciliación.
Desvincularse es señal de ruptura con el pasado, pero las colectividades pueden evaluar
experiencias y decidir rumbos. Desde el punto de vista político es bueno que quienes
emprendieron una aventura, contrasten el resultado de sus acciones con los principios
enarbolados y hagan autocrítica abierta de sus errores. La sociedad puede sacar mejor
provecho a los balances colectivos que del repliegue de los individuos en sí mismos.

Un concepto de reconciliación, a mi juicio más sugestivo y abarcador que el de la CVR y que no


se basa en tautologías, es expresado por el filósofo español Manuel Reyes Mate, a partir del
país vasco.

Reconciliación significa recuperar para la sociedad a las víctimas y a los victimarios: a las víctimas,
mediante la realización de su significación política; a los victimarios, mediante un proceso
vertebrado en torno al concepto de ‘perdón político’, un gesto gratuito por parte de la víctima,
pero no gratis, pues presupone, además, un arrepentimiento del victimario. Si de lo que se trata es
de un nuevo comienzo, hay que hablar de la importancia que tiene esta doble recuperación: la de
la víctima y la del victimario. Si importante el grito del inocente que clama justicia por el daño

40
Mientras que en etapas de post-conflicto de otros países, la reinserción de los ex-insurgentes es un capítulo
importante de la pacificación y la reconciliación, en el Perú esto brilla por su ausencia no sólo en el Informe Final de la
CVR sino en todos los organismos oficiales y no oficiales vinculados al tema.
Alberto Gálvez Olaechea 79
recibido, importante es también la experiencia de quien, habiendo practicado la violencia, puede
renunciar a ella y puede ser librado del fondo de la culpabilidad.41

El énfasis de la propuesta de reconciliación de la CVR se centra en el Programa Integral de


Reparaciones (PIR), que constituye un resarcimiento a las víctimas de la violencia y una manera
de establecer justicia histórica, entendiendo que los escenarios del conflicto fueron las áreas de
mayor pobreza en el país. Pero el PIR no es prioridad para el Estado y es poco lo avanzado.

10. La guerra del fin del mundo

Hay guerras y guerras. No son lo mismo los proyectos insurgentes de los 1980, que aquel que
subsiste en el VRAE. Aunque el Informe Final no enfatizó en la posición actual de los actores del
conflicto de los 1980, dio tribuna para expusiéramos al país nuestros balances. Esto era
importante porque hay quienes por ignorancia o mala fe (o ambas, que no se excluyen)
alimentan fantasmas y se esfuerzan por seguir batiendo tambores de guerra. El conflicto
interno terminó42, entendido éste como la realización de proyectos de poder, es decir,
organizaciones que, sea cual fuere el juicio de valor que merezcan, tienen un programa y una
estrategia que intentan plasmar mediante la insurgencia armada. Tras la propuesta de
“solución política” hecha por Guzmán (y sostenida por sus seguidores por dos décadas); y
luego del anuncio de Víctor Polay, en nombre del MRTA, de sumarse al proceso democrático,
queda solo el grupo neo-senderista de los hermanos Quispe Palomino asentado en el VRAE.

El Informe Final sitúa en 1992 el punto de quiebre. El momento del giro estratégico, cuando el
Estado lanzó la contraofensiva decisiva que llevó al final de la guerra interna. Ni SL ni el MRTA
se recuperaron, y los intentos esporádicos fueron manotazos de ahogado. Los golpes de los
aparatos represivos, aunque contundentes, no explican la derrota. Ambas organizaciones se
hallaban internamente agotadas y el ‘combustible’ social y político que los alimentó,
consumido. Aparatos girando en el vacío, sin asidero en una población cada vez más adversa.

En septiembre de 1993, al año de su captura, Abimael Guzmán envió su primera carta


proponiendo tratativas para un acuerdo de paz con el Estado. Leída por Alberto Fujimori en la
Asamblea de la ONU, la iniciativa iba a contrapelo de su línea histórica. Este fue otro momento
crucial en la guerra senderista, casi tan importante como la captura de su jefe. Para el caso, no
es relevante la motivación personal, ni las posibilidades que un líder preso pudiera conducir
negociaciones de este tipo, ni tampoco su pertinencia política. Resaltan dos cuestiones: a) el
“acuerdo de paz” dividió al PCP-SL, enfrascándolo en una lucha interna cuando necesitaba su
unidad y aisló más a los combatientes; b) desactivó a los militantes del PCP-SL en las prisiones,
trocando su línea beligerante por otra dialogante y negociadora que persiste hasta hoy.

A quienes convivimos con los militantes senderistas en el momento del viraje nos consta la
conmoción que produjo y el rechazo inicial. Con el patrocinio del SIN, mandos se reunieron en
la Base Naval con su líder y fueron a las cárceles a cuadrar al partido. El viraje tuvo que venir de
arriba, a iniciativa de Guzmán, o no se hubiera producido nunca. Los senderistas presos se

41
Manuel Reyes Mate, Justicia de la Víctimas: terrorismo, memoria, reconciliación, (Barcelona: Editorial Anthropos,
2008), p. 10.
42
“Hacia 1999, con la captura de Alberto Ramírez Durand “Feliciano”, que comandaba el último grupo armado
importante de SL; y con la práctica desaparición del MRTA luego del descalabro que le significó el asalto a la
residencia del embajador del Japón, el conflicto armado se considera terminado.” Carlos Iván Degregori, Qué difícil
es ser dios, (Lima: IEP, 2010), p. 14.
Alberto Gálvez Olaechea 80
alinearon. Al ser la guerra confrontación de voluntades, la situación cambia cuando al menos
una se modifica. ¿Cuántos años de guerra y cuál hubiera sido su intensidad, si el mensaje de
Guzmán durante su presentación en la jaula en setiembre del 1992 se hubiese mantenido? ¿Qué
habría sucedido las cárceles si el PCP-SL hubiese persistido en su beligerancia histórica?

(Recordemos que en febrero del 2000, cuando el régimen de Fujimori y Montesinos parecía
fuerte y la mano dura era la receta mágica, el penal de Yanamayo fue demolido interiormente,
cuando los presos del sector “proseguir” se amotinaron, tomando policías como rehenes.43 La
fracción “acuerdista” estaba por la moderación y el diálogo. Los de “proseguir”, en cambio,
se mantenían irreductibles.)

Hacen dos décadas el sector del PCP-SL liderado por Guzmán se propuso “luchar por una
solución política”. Tras este largo tiempo de persistente prédica no es razonable pensar que se
trata de una maniobra de distracción. Abimael Guzmán ha reconvertido su partido, que no es ya
la maquinaria de guerra de antaño. Aunque quisiera, no tiene las condiciones, ni la vida le dará
el tiempo para movilizarlo hacia una nueva empresa bélica. Así como no puede enarbolarse
impunemente un discurso belicista, tampoco la prédica pacifista podrá pasar sin dejar huellas.

En el caso del MRTA, su itinerario es más simple. Las capturas de 1992, aunque importantes, no
fueron vitales. Ya Víctor Polay y otros dirigentes habían estado presos sin que esto afectara de
forma decisiva la organización. La crisis del MRTA tuvo que ver con dos hechos. Uno interno:
las discrepancias que arrastraba desde sus orígenes como proyecto unitario (1986) y el otro
externo: los cambios drásticos en un contexto político en el que no era fuerza determinante (a
merced de eventos como la ruptura de IU o la tesis del “equilibrio estratégico” de Sendero).

Desmembrado el Frente Nororiental el año 1993, lo que quedó del MRTA decidió su prioridad
estratégica: el rescate de sus presos. Creyó que así podría revertir su situación cada vez más
precaria. El primer plan (asaltar el Congreso) fracasó en su etapa preparatoria. Se aplicó el plan
alterno, y en diciembre de 1996 Néstor Cerpa tomó por asalto la residencia del embajador
japonés en el Perú. El resto es historia conocida. Desde el 22 de abril de 1997 a la fecha han
transcurrido más de quince años sin que se sepa de una sola acción del MRTA. En su
presentación pública a través de la CVR (junio del 2003), Víctor Polay Campos, en su condición
de jefe máximo del MRTA, expresó de manera clara e inequívoca que el capítulo de la violencia
política estaba ya cerrado, y que sus aspiraciones de cambio social pasaban ahora por la lucha
legal, posición reiterada durante los procesos judiciales. Incluso el año 2006 hubo un intento de
propulsar su candidatura presidencial.

Quienes mantienen intransigente su determinación de proseguir la guerra son los combatientes


del VRAE encabezada por los hermanos Quispe Palomino. Último contingente activo de una
guerra en extinción. “Insurrectos errantes” los denominaría Mao Tse Tung. El neo-senderismo
del VRAE es el resultado de la inercia de un conflicto prolongado. Se resisten a desaparecer
pese a carecer de horizontes que vayan más allá de los valles en que deambulan. Han hecho de
su trajinar armado una forma de vida y de su alianza con el narcotráfico la condición de su
existencia. Alimento para la “guerra mediática”, materia prima de las campañas psicosociales
de quienes utilizan el miedo como herramienta de manipulación política, son una úlcera que

43
La fracción “proseguir” era minoría en dicho penal. Según cifras de la Defensoría del Pueblo, a fines de 1999 en
Yanamayo habían 182 “acuerdistas”, 64 emerretistas, 48 “proseguir”, 10 arrepentidos y 71 independientes.
Alberto Gálvez Olaechea 81
alimenta la reconstrucción del militarismo y el autoritarismo. Los neo-senderistas, a pesar de su
experiencia y osadía militar, difícilmente serán algo más que un fenómeno regional endémico.

La subversión como proyecto de poder terminó, pero sigue gravitando en la política, anclada
en el subconsciente colectivo. Las heridas y las secuelas de conflicto están demasiado próximas
para esperar que la sociedad tenga la serenidad y el equilibrio necesarios para que el asunto
pueda abordarse con cierto grado de objetividad. No obstante, los que asumen liderazgos
políticos y de opinión pública deberían considerar que el revanchismo y la paranoia suelen
terminar produciendo resultados opuestos a los esperados.

11. ¿Y las cárceles?

A dos décadas del inicio del fin del conflicto interno, miles de acusados y sentenciados por
terrorismo han dejado las cárceles, sea por que cumplieron sus condenas, por que fueron
absueltos, o por que se les indultó como inocentes durante los gobiernos de Fujimori, Paniagua
y Toledo. Vemos lo que constató la CVR cuando visitó las prisiones hace diez años:

Pese al predominio del PCP-SL dentro de las cárceles y la presencia menos numerosa y menos
beligerante de integrantes del MRTA—quienes, además, reclamaban para sí un perfil político
propio—, se dieron procesos de desvinculación ideológica y partidaria. Sobre la base de más de mil
testimonios tomados en los penales, se pudo comprobar que aproximadamente el 50% de los
internos se ha desvinculado de las organizaciones subversivas a las que pertenecieron. Se trata de
gente que ha tomado distancia ideológica y partidaria del PCP-SL o el MRTA en algunos casos antes
de caer detenidos pero, en la mayoría de ellos, mientras purgaban sus condenas. Aseguran en sus
testimonios que ahora responden por sí mismos y que están dispuestos a pasar a un nuevo
momento histórico en el que la “lucha armada” ya no tiene lugar. (CVR, Informe Final, Volumen V,
p.702)

El universo de las prisiones, en lo que respecta a los presos por terrorismo, fue y sigue siendo
dinámico y complejo, pero nadie se toma la molestia de tratar de entenderlo. De cuando en
cuando ciertos medios de comunicación pegan el grito el cielo por los presos que salen y, tras
ellos, políticos en busca de notoriedad hablan sin ton ni son de lo que no tienen la menor idea.

De los centenares y miles de personas que pasaron por prisión acusados de terrorismo, el
índice de reincidencia es prácticamente nulo, pero pese a ello se eliminaron los beneficios
penitenciarios. (En diciembre del 2012 permanecen 629 personas encarceladas por este delito
en los diversos penales.44) Si bien existen núcleos de presos que mantienen algún nivel de
vinculación partidaria, los hay también quienes han tomado distancia mucho tiempo atrás.
Quedan personas con altas condenas, las que, sin embargo, se cumplirán los años venideros.
¿Debería asustar esto? Si se conociera la realidad y se tratara el tema de manera serena y
desprejuiciada, no habría por qué.

Se manipula a partir del desconocimiento y la desinformación que propala la prensa derechista.


Creyeron que encarcelando a los “terrucos” habían resuelto el problema. Pero no. Carentes de
política respecto los presos por terrorismo, reaccionan hoy a la defensiva. Los años 1990
juzgaron que poniendo candados el problema estaba resuelto. Luego mandaron psicólogos y

44
Cifra proporcionada por el diario El Comercio del 12 de diciembre del 2012. Habría que diferenciar los internos que
quedan aún de los años 1990, de aquellos que han llegado los últimos años del Alto Huallaga y del VRAE, así como
aquellos campesinos apresados por requisitorias de hace más de dos décadas.
Alberto Gálvez Olaechea 82
asistentas sociales habituados a tratar con presos comunes que no sabían qué hacer con las
personas que les habían encomendado y que, en muchos casos, estaban más preparadas.

Debieron venir filósofos, politólogos, historiadores, antropólogos y sociólogos a debatir, a dar


la lucha ideológica que hoy se reclama, pero nadie se dio la molestia de plantearse siquiera el
tema. El problema era y sigue siendo de orden ideológico y político, intelectual, y eso no se
cambiará con leyes de “negacionismo”. La CVR—ocupada defendiéndose de la derecha bruta y
achorada (DBA)— debió venir a las cárceles a decir sus hallazgos, a hacer sus imputaciones y
señalamientos. Y aunque es difícil saber cuál habría sido el desenlace, sin duda se pisaría un
terreno más firme y no estaríamos en la nebulosa actual que permite todas las manipulaciones
e ignominias.

¿Son aquellos condenados por terrorismo que salen de la prisión tras cumplir sus penas un
peligro? La respuesta uniforme y persistente que viene desde los medios de comunicación y
desde los políticos en el gobierno y fuera de él, es afirmativa y se mantiene incontestada. Se
dibuja un mundo de nosotros los buenos y ellos los malos, que no deja espacio para los
matices, como no lo suele haberlo en la guerra. La prudencia no tiene espacio; toda tibieza es
mostrada como complicidad con el enemigo. Se construye el mundo bipolar y macizo de
tiempos inquisitoriales.

Primero, rebato la machacona afirmación de que de la cárcel salen “terroristas”. Salen


personas que han sido sentenciadas por cierto delito y que, habiendo cumplido sus penas, se
alistan a reinsertarse en su mundo. “Terrorista” no es una condición humana; no es una
mutación genética. Hay personas que en ciertas circunstancia históricas adoptaron ciertas
opciones de las cuales, a la luz de la experiencia, pueden renunciar o no, dependiendo de la
determinación libremente asumida por cada quien.

Segundo, el horizonte mental de los que salen libres es diverso, en función de las distintas
evaluaciones y conductas que vienen desde la prisión. La inmensa mayoría de los liberados
están reconstruyendo sus vidas al margen de toda actividad política. Hay también aquellos que,
habiendo mantenido alguna organicidad al salir pretenden realizar activismo político legal, y su
destino lo deberían definir los electores. Ni siquiera los exiguos sobrevivientes de la fracción
“proseguir” al salir libres se muestran dispuestos a arriesgarse a volver a la cárcel después de
tantos años. La mayoría de los liberados pretenden dejar atrás esta etapa de su pasado y
rehacer sus vidas, lo que se demuestra en el hecho de que en los casos de “terrorismo” los
niveles de reincidencia sean prácticamente nulos.

Sin duda la persistencia del contingente del los hermanos Quispe Palomino, ayuda a mantener
vivos ciertos fantasmas. Es cierto también que el afán del senderismo de pretender incursionar
en la política legal con sus viejas consignas, sus clichés ideológicos y sus viejos estilos, aparecen
amenazadores en un país con traumas de posguerra. Pero también hay intereses que utilizan
este tema para mantener vigencia política manipulando los miedos colectivos.

Alberto Gálvez Olaechea 83


Epílogo
Algunos de los que comentaron el Informe de la CVR coincidieron en comparar la guerra
interna de fines del siglo veinte con la del Pacífico, tanto por las dimensiones del conflicto como
por la profundidad de sus consecuencias. Y así como la Guerra del Pacífico produjo en Manuel
González Prada el origen de la crítica de la República criolla, hay quienes ven incluso en el
Informe Final de la CVR una suerte de punto de partida para la refundación de la República.

En un artículo publicado en la revista Caretas (1791, 25 septiembre 2003), Mario Vargas Llosa
hizo notar la diferencia de las repercusiones del Informe Sábato (Nunca más) sobre la violación
de los derechos humanos en la Argentina de los setenta y el Informe de la CVR peruana. Para el
escritor, la razón es que muchísima gente proba y decente prefiere cerrar los ojos e ignorar el
país que somos, con todos sus conflictos y desgarramientos. Tiene razón: nuevamente el Perú
oficial de espaldas al Perú real.

Pero hay más que esto. La mayoría esas personas decentes respaldaron el gobierno de Fujimori-
Montesinos, los que, de no ser por su pleito fratricida, quizá seguirían enquistados en el poder.
El bloque militar-empresarial-mediático, el espinazo del régimen de los 90, se resquebrajó.
Algunos personajes cayeron en desgracia y pasaron a la cárcel o el exilio. Pero la mayoría se
reacomodó, reconstruyendo del bloque autoritario. Un rápido reciclaje los convirtió en
demócratas. Desde esta nueva postura participan del cuestionamiento del Informe Final de la
CVR, mientras exigen impunidad para los suyos.

Termino reiterando mi valoración del Informe Final de la CVR, el reconocimiento a los esfuerzos
desplegados y mi esperanza de que el debate nacional pueda encontrar cauces razonables,
pues si un capítulo de la violencia política se cerró, el de las condiciones que le abrieron el paso,
en cambio, aún están allí.

Nota Final

Terminado este texto, recibí una buena noticia: la liberación de Rosa Luz Padilla Baca tras cuatro
meses de reclusión en una cárcel argentina, luego de que el gobierno de ese país aceptara su
solicitud de refugio. El gobierno argentino desestimó el pedido de su similar peruano de devolverla
para procesarla nuevamente.

Rosa Luz nunca fue líder ni mando del MRTA, como la presentaban los medios de comunicación. Es
más: luego de la fuga del penal Miguel Castro Castro en 1990, fue expulsada y no mantuvo vínculo
orgánico con este grupo, ni en la cárcel ni fuera de ella. Pero la prensa había creado una imagen, y
los jueces sin rostro le impusieron una pena de veinte años. Tras once años, salió libre en junio del
2002 con libertad condicional, la cual fue posteriormente revocada, ordenándose su captura. Esto
la obligó a salir el Perú.

Hoy, el gobierno argentino con un sentido de equilibrio y justicia del que carecieron las autori-
dades peruanas, ha concedido a Rosa Luz el estatus de refugiada política. Para ella ha terminado el
capítulo de la cárcel, pero ha comenzado el del exilio. Se suma a los centenares y tal vez miles de
compatriotas que no pueden retornar pues se encuentran requisitoriados, y sobre los cuales la CVR
nada dijo.

Cajamarca, 7 de abril del 2004


Alberto Gálvez Olaechea 84
IV. Acerca de la verdad y los extravíos de la memoria
1. Perú: país de una posguerra que no consigue cuajar

En el Perú la guerra interna se mantiene. Y no me estoy refiriendo (solamente) a las huestes del
neo-senderismo de los hermanos Quispe Palomino, sino a la subjetividad, los símbolos,
paradigmas, legitimidades y políticas que se desarrollan hasta hoy. La posguerra no termina de
tomar forma y el ambiente enrarecido persiste, reflejándose en los personajes y los discursos,
en la forma crispada y enconada en que se despliega la política, en los miedos y las posiciones
irreductibles, en la intolerancia, particularmente de quienes creyeron que la izquierda había
sido sepultada y excluida para siempre del espectro político. Derecha Bruta y Achorada (DBA)
es la fórmula con la que de forma ingeniosa se resumió la actitud de las elites dominantes, de
ciertos partidos y de la mayoría de los medios de comunicación. Lo que existe en el país es un
humor bélico, con su vocación de destrucción y aniquilamiento, sino físico, cuando menos
simbólico, que lo envenena todo. No se me escapa la responsabilidad que tenemos en que esta
situación se haya producido.

El único momento en que la paz se esbozó como posible resultado de un diálogo, fue durante
los meses en que el MRTA tomó por asalto la residencia del embajador japonés en el Perú entre
diciembre del 1996 y abril del 1997. En una entrevista con el ex-presidente Fujimori, a instancias
del gobierno del Japón, Fidel Castro se mostró dispuesto a recibir al comando emerretista,
como contribución a una salida pacífica.45

La experiencia histórica muestra que son los diálogos y las salidas negociadas las que permiten
superar las situaciones de guerra y reconstruir la paz en mejores términos, pues permite no
solo la desmovilización militar, sino sobre todo la desmovilización simbólica y psicológica,
permitiendo reconstruir un tejido social y una cultura democrática con mayores
potencialidades. El sectarismo intolerante del senderismo, por un lado, y la ineptitud del MRTA
para capitalizar sus pocos momentos estelares, por otro, imposibilitaron un desenlace de este
tipo, consiguiendo que los sectores más duros del militarismo y la derecha se impusieran, y con
ellos su sentidos comunes y sus maneras de ejercer la política.

Así, la democracia de posguerra heredó un espíritu de cruzada y un rencoroso ánimo vengativo


en más de un lado. La posguerra mantuvo aparatos represivos ensoberbecidos en su victoria,
deseosos de protagonismo y presupuestos. Quedaron los “senderólogos sin chamba”, los
héroes que no se sienten bastante reconocidos, las leyes draconianas, los jueces y fiscales
implacables, los procuradores fanatizados, los policías que por hábito profesional cultivan la
cultura de la sospecha y alimentan a medios de comunicación prestos a darles oído y a provocar
histeria. Peor aún, quedó la experiencia de que la “línea dura” es políticamente rentable, que el
“anti-terrorismo” de opereta paga, y que levantar fantasmas permite instrumentar el miedo
colectivo; esto condiciona el proceso político.

Es llamativo que la segunda vuelta electoral de las elecciones presidenciales del 2011 se
dirimiera entre dos versiones más o menos encubiertas del militarismo: uno de derecha,

45
“El final del drama de la residencia del embajador de Japón se parece mucho a sus inicios. Empezó y acabó con
violencia. Nació con una sorpresa y acabó con otra. Nadie, en efecto, según las encuestas, creía en la solución por la
fuerza que finalmente se impuso.” (el énfasis es mío) (Hugo Neira “Cartas abiertas desde el siglo XXI”, Fondo Editorial
SIDEA, 1997, p. 18)
Alberto Gálvez Olaechea 85
representado por la hija del ex-presidente autoritario, victorioso sobre la subversión, y otro de
izquierda encabezado por un ex-militar que combatió a la subversión y se rebeló en la hora
postrera del gobierno autoritario. Ambos expresaron, a su manera, los polos del espectro
político. Al ser personajes emergidos de la guerra, arrastraban de ésta su legitimidad, su
simbología, sus reflejos y su forma de hacer política. No es casual tampoco que al fin del camino
ambos extremos converjan en más de un aspecto.

También es notoria la manera como últimos años ex-oficiales de alta graduación han
incursionado en la política, logrando predicamento en los diversos partidos. Encarnan
simbólicamente la sapiencia en uno de los problemas cruciales de nuestro tiempo: la seguridad.
Es así mismo patente, en el otro extremo, la aparición como actores políticos de los
“reservistas”—jóvenes ex-soldados de origen andino—, quienes movilizados tras las banderas
de los hermanos Humala, tuvieron su cuarto de hora de notoriedad el primero de enero del
2005 en Andahuaylas, catapultando al mayor de ellos al centro del escenario político. (La
ingratitud por este hecho es algo que Antauro Humala no puede perdonar.)

La posguerra se denuncia en la profusa legislación penal de corte punitivo e inquisitorial y en


los recurrentes intentos por criminalizar la protesta social. En poderes públicos que,
manteniendo la apariencia democrática, están vaciados de contenido, prestos a responder con
reflejos autoritarios a las diversas situaciones. En el uso desproporcionado de la fuerza, que
produce constantes muertes en poblaciones civiles. En medios de comunicación, a los que han
retornado personajes reciclados, que mantienen el sesgo intolerante de épocas que parecían
superadas. El fantasma del “terrorismo” es omnipresente en diversos aspectos del quehacer
político y sirve para legitimar todas las arbitrariedades.

2. La CVR del Perú en la construcción de la posguerra

Para transitar estas complejas realidades y desgarramientos de las etapas del post-conflicto es
que surgieron las comisiones de la verdad. Las comisiones han tenido características diversas,
resultado de la singularidad histórica de cada país, de los desenlaces y las correlaciones de
fuerza establecidas al final del conflicto, que es a fin de cuentas lo que determina quien juzga a
quien.46 En Guatemala, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, auspiciada por la ONU
como parte de los acuerdos de paz entre el Estado Guatemalteco y la URNG47, halló al ejército
responsable de 200,000 muertes y desapariciones, y de 626 masacres, en 36 años de conflicto.
Así, al ser las fuerzas del orden responsables de más del 90% de las violaciones de DDHH, éstas
fueron las procesadas. En la casi totalidad de los conflictos armados ocurridos en América
Latina, a quienes se puso en el banquillo, cuando no judicialmente, al menos moralmente, fue a
los aparatos represivos, tal como sucedió en El Salvador, Uruguay, Argentina y Chile.

Lo peculiar y distintivo del Perú es que una de las fuerzas insurgentes, el PCP-SL, es señalado
como el principal responsable de las violaciones de los DDHH, lo cual cambia completamente la
perspectiva histórica y los enjuiciamientos morales (y obviamente los procesos jurídicos).
Siempre será posible problematizar las cifras, pero es evidente que los señalamientos de la CVR

46
En el documental The Fog of the war, Robert McNamara, el extinto Secretario de Estado de J.F. Kennedy y L.B.
Johnson, reconoce que los EEUU, de no haber vencido en la II Guerra Mundial, habrían sido juzgados por crímenes
de guerra. La Corte Penal Internacional, que procesa con eficacia a dictadores africanos, no hace lo propio los líderes
que masacran palestinos, ni con quienes deciden por cuenta propia emprender guerras e invadir países basándose
en mentiras.
47
Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, alianza de las fuerzas guerrilleras de Guatemala.
Alberto Gálvez Olaechea 86
peruana calzan con un sentido común mayoritario (que los medios de comunicación se
encargan de machacar) y que se sustenta sobre las experiencias de la población. El PCP-SL, al
abrir el espectro de sus enemigos a todo el universo posible (organizaciones populares,
iglesias, prensa, partidos políticos sin excepción, instituciones de la sociedad civil, instituciones
estatales, etc.) unió a todos en su contra. El MRTA, por su lado, careció de la fuerza y la
sagacidad para diferenciarse del senderismo y acabó metido en el mismo saco.

La CVR del Perú, nació inscrita en una compleja transición democrática y reflejó la conflictividad
política en curso. La verdad no sólo era un intento de comprensión cabal de los hechos, sino
también un medio de combatir a un régimen autoritario y corrupto facilitando el proceso de
democratización. Los defenestrados del poder, por su parte, atacaban a la CVR, pues no sólo
era la manera de defender sus pellejos, sino también de evitar que les arrebatasen la fuente de
su legitimidad histórica: la victoria sobre el terrorismo.48 Con el transcurrir de la primera década
del 2000, la rearticulación de las fuerzas del autoritarismo se hizo teniendo como uno de sus
blancos principales el Informe Final de la CVR.

Aunque las CVR han producido controversia en casi todos los lugares donde se crearon, no creo
que en ningún caso hayan llegados a los niveles de que ocurre en el Perú. La composición de la
CVR peruana, donde era notoria la hegemonía de intelectuales provenientes de la izquierda
(que dicho sea de paso, eran los mejores conocedores del tema y los más calificados), ha sido
posteriormente utilizada para intentar deslegitimar su trabajo49. La incorporación del General
Arias Graziani para establecer un contrapeso (quien dicho sea de paso suscribió el Informe Final
con reservas), no modificó la orientación general de una comisión que logró convocar a lo más
avanzado de las ciencias sociales peruanas.

Aun cuando el discurso de la CVR no fue asumido plenamente por ninguna fuerza política
significativa, su trabajo logró cierto consenso ciudadano permitiendo que inicialmente sus
recomendaciones avanzaran, aunque fuese a trompicones, en dos aspectos centrales: el de las
reparaciones y el del juzgamiento a los responsables de las violaciones de DDHH. Sin embargo,
con el paso del tiempo y la rearticulación de las fuerzas autoritarias, dentro y fuera del Estado,
la CVR, su narrativa y sus propuestas, son incómodas para los detentadores del poder, que no
pierden oportunidad para enfilar sus baterías contra ésta.

En lo que respecta a los procesos judiciales, estos marchan de modo errático, debido a la falta
de voluntad política de los gobiernos (que responden a las presiones militares y de la derecha

48
En su ensayo sobre las comisiones de verdad (“The Instruction of the Great Catastrophe: Truth Comissions,
National History, and State Formation in Argentina, Chile and Guatemala”), Greg Grandin da cuenta de las enormes
presiones que éstas recibieron y la forma como fueron acogidos sus informes. Tenemos, por ejemplo, que en el acto
de entrega de los resultados de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico: “Guatemala’s president refused to
climb the stage to accept the report, sitting instead, along with government officials and military officiers, in
stunned silence.” (El presidente de Guatemala rehusó subir al escenario a aceptar el informe, en cambio sentándose
junto a los funcionarios del gobierno y oficiales del ejército, en estruendoso silencio). Las dificultades de las
comisiones de la verdad son resultado de la naturaleza de su encargo.
49
Refiriéndose a la composición de otras comisiones de la verdad de América Latina, Sandrine Lefranc dice: “Dos de
los miembros de la Comisión Rettig eran así considerados próximos a la derecha, incluso al régimen militar: Gonzalo
Vial Correa, Ministro de Educación en 1979, y Ricardo Martín Díaz, antiguo miembro de la Corte Suprema bajo el
régimen militar y senador designado a partir de marzo de 1990. En Sudáfrica, Chris de Jager tenía reputación de
representar a la extrema derecha blanca. En Argentina, el proceso de selección de miembros de la CONADEP preveía
una representación partidaria directa.” Lefranc, “¿Cómo acabar con el desacuerdo? Las Comisiones de la Verdad y
Reconciliación como lugar de reconstrucción disensual de la historia”, Travaux de l’IFEA, (Lima: IFEA, 2004).
Alberto Gálvez Olaechea 87
mediática y política) y a la forma como el poder judicial maneja estos casos.50 No obstante, ha
habido sanciones sobre la cúpula del fujimontesinismo y el Grupo Colina. Cabe acotar que se
juzga únicamente al gobierno fujimorista, más no a los responsables políticos de los 80, época
en la que se produjeron la mayoría de los casos más graves.

Las comisiones de la verdad, como organismos creados por el Estado, pretenden expresar el
discurso y la memoria oficial, estableciendo el sentido común. El voluminoso Informe Final, así
como la abundante documentación existente en los archivos (en especial los testimonios),
deberían ser material y punto de referencia obligado para abordar no solo el conflicto armado
interno. Pero las cosas son más complejas; frente el discurso de la CVR existen otros contra-
discursos, dentro del Estado y fuera de éste, que pretenden deslegitimar su versión. La CVR es
impugnada, tenazmente combatida por sectores de del propio Estado y de la Iglesia Católica,
por la DBA y por un sector significativo de la prensa. La “contra-narrativa”, que busca el
descrédito y la impunidad, ha ido ganado fuerza con el correr de los años, pero sin posibilidad
de construir otro discurso con solvencia intelectual. Toman hechos aislados para denigrar
todo.

¿Y la reconciliación? ¿En qué medida la CVR contribuyó a este propósito? A corto plazo, en
poco. A largo plazo quien sabe. La experiencia muestra que la judicialización en vistas a impedir
la impunidad es excluyente de la reconciliación. Al develar hechos que se pretendía ocultar y al
requerir que la justicia procesara a los responsables de violaciones de DDHH, la CVR estaba
agitando el avispero. Quizá cuando nuevos actores, menos a la defensiva y menos cargados por
las pasiones de un conflicto que no acaba (reviviendo día a día no solo en los alejados parajes
del VRAE, sino también en los tribunales), puedan cerrarse las brechas.

3. El factor Sendero

No es casualidad que Sendero produjese una abundante literatura, tanto en el ámbito


periodístico como en el académico. Hasta apareció un especialista: el “senderólogo”. Era una
insurgencia armada distinta a las acontecidas en América Latina desde la Revolución Cubana.
Su extensión y arraigo en el corazón de los Andes, su ideología hermética, su liderazgo
mesiánico, y su férrea voluntad de matar y de morir, produjeron el atractivo singular que, creo,
siente un patólogo por un tejido extraño. Dice la CVR que fueron pocos, que quisieron serlo, y
que la magnitud del daño causado da una idea de la ferocidad con la que actuaron.51

Su peso específico no debe medirse por su tamaño ni su fuerza militar concreta, sino por su
capacidad de producir una potencia simbólica de envergadura. Los paros armados que
convocó, basaron su éxito no en el consenso activo de las poblaciones, sino en el temor
engendrado por sus acciones ejemplarizadoras. En la sierra, pueblos y comunidades eran
abandonados por sus habitantes al saber de su cercanía. Sendero no tuvo interés en despertar

50
Dos ilustrativos artículos del periodista Ricardo Uceda, publicados en la revista Poder (setiembre del 2012) y en el
diario La República (29 de noviembre del 2012) narran los entretelones que llevaron a la absolución de todos los
procesados en el juicio por las ejecuciones extrajudiciales en el operativo Chavín de Huantar. Es asombrosa la forma
como las más altas autoridades del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial se manejaron para cocinar una sentencia.
¿No había independencia de poderes? ¿No existía autonomía jurisdiccional? ¿No son los magistrados los que deberían
elaborar un sentencia en base a lo que está en el expediente y lo actuado en transcurso del proceso? Hay material
valioso para los estudiantes de derecho.
51
CVR, Informe Final, Tomo II, p. 26.
Alberto Gálvez Olaechea 88
simpatías. Buscaba administrar el miedo, atraer y desmoralizar por la potencia y la dinámica de
su accionar.

Sendero fue hijo del Perú y sus tradiciones. Primero del caudillismo, viejo lastre que se arrastra
desde los inicios de la República y cuyo precedente cercano es el APRA de Haya de la Torre, con
la diferencia que el caudillo aprista siempre soñó con una maquinaria electoral, en tanto que
Guzmán con una fuerza bélica. Segundo, de la intolerancia llevada a su máxima expresión, al
punto de convertir en objetivo militar prácticamente toda institución o persona que
contraviniese la ideología o no se sometiera a los designios del partido.

Sendero fue un proyecto pedagógico que necesitaba del aislamiento y discípulos necesitados
de un discurso simplificado y simplificador. Se movió entre maestros y estudiantes, en un
proceso de retro-alimentación. Su mecanismo de reproducción más eficaz fueron las
instituciones totales, como las cárceles y las residencias estudiantiles.

Una de las dimensiones centrales de la política es la de saber diferenciar los matices y


maniobrar entre ellos. El discurso simplificador, en cambio, la plantea en blanco y negro: si no
estás conmigo estás contra mí. Esto facilita el entendimiento de las mentes simples e introduce
la profunda determinación de quien se siente portador de la verdad. En esto Sendero aventajó
largamente MRTA.

Pero tras la propuesta de “Acuerdo de Paz” hecha por Guzmán Sendero se divide. Los presos
(el grueso de los cuadros) se alinean tras su líder, mientras que los grupos armados en el
exterior siguen operando con una autonomía cada vez mayor, que a la larga permitirá a los
hermanos Quispe Palomino realizar el sueño del partido propio.

Desde 1993, durante las dos décadas siguientes, Sendero ha machacado una y otra vez sus
propuestas de “solución política” sin que nadie los tomara en serio. Como siempre erráticos,
los gobiernos creyeron que el asunto estaba resuelto para siempre. Fujimori en más de una
ocasión dijo que ya había eliminado a Sendero. Paniagua tuvo un gobierno demasiado efímero
e incidental para esperar propuestas de largo aliento. Toledo era demasiado inexperto para
calibrar la dimensión de este asunto y miraba hacia otro lado. Alan García, enamorado de sí
mismo, reaccionaba con mal genio y reflejos represivos contra los presos ante cada incidente o
contratiempo producido por la pervivencia de la insurgencia del VRAE, pero fue incapaz de
enfrentar el tema en su complejidad.

Ollanta Humala es militar y ha combatido a la subversión y la toma en serio, aunque no parece


tener la comprensión integral del problema, como fenómeno político complejo, con realidades
diversas, que requiere estrategias diferenciadas, coherentes y sostenibles en el tiempo. Pues
así como se asimila con facilidad al MRTA con SL bajo el concepto de “terrorismo”, también se
desestima la diversidad del senderismo y sus derivaciones, como si fueran la misma cosa,
cuando no lo son.

Con el pasar de los años, el Sendero que propone una “solución política” ha sido capaz de re-
articularse y, con la salida de centenares de sus cuadros las cárceles, ha podido plasmar su
desarrollo organizativo y su presencia política en el MOVADEF. Como siempre, su territorio ha
sido el espacio educativo, tanto a nivel universitario, como magisterial, y su clientela principal
los jóvenes. A esto hay que sumarle una de las características más notables del trabajo político

Alberto Gálvez Olaechea 89


senderista a lo largo de su historia: su capacidad de movilizar y encuadrar ideológicamente a
sus familiares (en esto también su antecedente más notorio es el APRA).

El Sendero de hoy, si bien tiene en común con el de ayer la fe en la infalibilidad de Guzmán, es


otro. En el camino se ha legalizado, aspira a ser parte del sistema político y ciertamente no creo
que tengan la menor intención de volver a la guerra. Con ellos está funcionando el mismo
mecanismo que con el APRA, que al ser excluido por la oligarquía, mantuvo la aureola
revolucionaria, cuando ya su jefe y su programa no tenían nada que hacer con la propuesta
inicial. Su condición de proscritos de un sistema en el que querían entrar, los siguió haciendo
aparecer como una fuerza transformadora, cuando ya el conservadurismo se había instalado.

Carlos Iván Degregori se refiere a la mentalidad de burócrata del jefe de Sendero, que estuvo
presente desde sus inicios, y que convivió con su rol de profeta de la guerra, lo que se refleja en
su único libro publicado—De puño y letra —así como en la denominación de su frente político:
Movimiento por la Amnistía y Defensa de los Derechos Fundamentales (MOVADEF).

La agresividad mostrada durante la presentación del libro Profeta del odio del sociólogo
Gonzalo Portocarrero muestra viejos reflejos sectarios e intolerantes, pero sobre todo es la
comprobación que han acusado el golpe donde más les duele: la suprema sapiencia de su líder.
Los que mantienen la vieja voluntad insurreccional del PCP-SL son los hermanos Quispe
Palomino, surgidos de la experiencia de su “guerra popular”, y que han declarado
públicamente “traidor” a Guzmán y su disposición a fusilarlo si se le ofrece la ocasión. Los
senderistas de la fracción seguidora de Abimael Guzmán ya no están por la lucha armada, pero
al mantener toda la iconografía, la parafernalia y la retórica heredada de sus épocas duras,
permiten jugar con la imaginación de la gente, retrotrayéndola a un pasado que el pueblo no
quiere repetir. No son pero parecen una amenaza, y en política el parecer es lo que cuenta.

No es la primera vez que una fuerza nacida de las nuevas dinámicas sociales y que puso en
marcha un proyecto subversivo, tras una etapa más o menos prolongada de enfrentamientos y
derrotas, busca insertarse en el sistema (como el APRA en su momento). Esto es lo que quiere
hoy el Sendero de Abimael Guzmán: entrar la legalidad. Sin duda que esta integración no será
fácil (como no lo fue para la oligarquía asimilar al APRA, hasta que finalmente transó con ella) ni
a breve plazo, lo que le seguirá dando al senderismo una aureola anti-sistémica a la cual, creo,
renunciaron.

El gran problema de Sendero (aparte de su propia historia) es que su viraje hacia el “acuerdo de
paz” se produjo a partir de la situación personal de Guzmán y no provino de una evaluación
autocrítica seria de su praxis. De hacerlo, habrían asumido una actitud reflexiva y más humilde.
Al contrario, pretenden simplemente voltear la página como si el desgarramiento nacional no
hubiera ocurrido y sus responsabilidades fueran leves. Esto refuerza que se les perciba como
amenaza por amplios sectores de la opinión pública. Creo que es indefendible que Sendero
pretenda, sin autocrítica, ingresar en un sistema político que pretendió dinamitar. Me parece
políticamente insensato que quiera inscribir una fuerza política que asuma como base
ideológica el llamado “pensamiento Gonzalo”. Pero creo también que las campañas de
proscripción e ilegalización son, a la larga, negativas y contraproducentes. En el Perú hay
quienes socavan la democracia en nombre de la defensa de la democracia. Caro favor a las
fuerzas del autoritarismo.

Alberto Gálvez Olaechea 90


Con la aparición del MOVADEF se visibilizó una realidad que era por demás evidente: que
Sendero existe y que mantiene su decisión de hacer política. Seamos claros, el Sendero-
MOVADEF no va a desaparecer por la represión ni las leyes del “negacionismo”. Una
organización que sobrevivió a grandes episodios y a décadas de cárcel, muestra una voluntad
difícil de quebrar. Cuanto más lo persigan, más se convertirá en referente de los movimientos
anti-sistema que, no lo olvidemos, son los que llevaron al poder a Humala. Los demócratas
tendrían que confiar más en la democracia que dicen defender. En el viraje legal del senderismo
hay demasiado pragmatismo como para no percibir en él alma del acomodamiento. A mayor
persecución más se victimizan haciéndose más atractivos a jóvenes y radicales. Al contrario,
tener algunos parlamentarios o de alcaldes terminaría de hacerlos pasar por el aro de la
democracia. Ya hemos visto mucho de esto en el pasado reciente.

4. MRTA: “el caso distinto”52

Cierto que el MRTA se equivocó. Sin duda se hicieron cosas graves. Gravísimas. Pero ni el más
osado de sus detractores se atrevería a imputarle un hecho equivalente al de Lucanamarca o al
de la localidad campesina de Lucmahuayco53.

Si a los nueve tomos del Informe Final de la CVR (unas 5,000 páginas) le quitaran las referencias
al MRTA, éste se reduciría en pocos cientos de cuartillas, y no cambiarían la evaluación general
ni sus conclusiones fundamentales. No podría hacerse otro tanto con Sendero, pues produciría
una historia diferente. Y esto no resulta del distinto tamaño de ambas organizaciones.

El curso de la guerra interna, su desenlace, y su percepción en la memoria colectiva no es


comprensible sin tomar en cuenta el “factor Sendero” y su singularidad, que ha producido
curiosidad intelectual, rencores profundos y miedos arraigados. En la historia del MRTA no hay
Lucanamarcas o Taratas, pero aparece como socio menor del espiral de violencia. A los errores
propios se suman los ajenos.

El MRTA, pertenecía al universo conocido, más o menos predecible y carente de misterio, a lo


que añadió la sensación de endeblez y falta de consistencia. No pudo sostener ninguno de sus
momentos protagónicos, siendo el más lamentable de ellos, la toma de la residencia del
embajador japonés en Lima el año 1996. Sin espacio político específico, se vio tensionado por la
fuerza gravitacional del senderismo, por un lado, y de la Izquierda Unida, por el otro. Se nutrió
de las formas de acción de sus iguales de otras partes de América Latina, en contextos que ya
las había deslegitimado; la aureola romántica del Che carecía del encanto y la seducción de

52
Este fue el titular que encabezaba el artículo de la revista Caretas en el que daba cuenta del inicio del proceso
judicial a la dirección nacional del MRTA en noviembre del 2004. (Ver Caretas Nº 1852, 9 de diciembre 2004)
53
“Luego de un rato el Sinchi entró en la casa y encontraron que en la casa estaban la esposa de Pahuara, la esposa
de Silvio Delgado y tres o cuatro niños de 10, 8, 6 años y una niña de unos 14 años […] La esposa de Pahuara tenía
cargando un niño de unos dos años, a quien el Sinchi cogió de los pies, luego lo aventó al suelo y le cortó el cuello.”
“Seguidamente asesinó a todos los niños que se encontraban en la casa; estos decían “papá no me mates, aunque
sea córtame mi dedito pero no me mates”, pero el Sinchi no entendía lo que le decían […] A la niña de 14 años se la
llevó al maizal y allí le clavó el cuchillo en su pecho […] A la esposa de Pahuara se la llevaron a la quebrada donde los
Sinchis y los soldados la violan y luego la matan. Igual fue con Jesusa, que era la esposa de Silvio Campana: la
violaron y la acuchillaron.” (Testimonio de Victoriano Camiña Osco, guía de las fuerzas del orden en la masacre de 34
pobladores de Lucmahuayco, La Convención-Cusco, el 26 de noviembre de 1984. CVR, Informe Final, Tomo VII,
Pg.170)
Alberto Gálvez Olaechea 91
otros tiempos. Guerrilleros en otros parajes, desgastados en procesos empantanados se
volcaban a la lucha cívica, con un éxito más resonante que el obtenido como combatientes.54

Resultado de diversas convergencias de pequeños núcleos revolucionarios de la llamada nueva


izquierda que se habían movido en el espacio de la izquierda: acercamiento a un proyecto antes
que a un liderazgo, con una ideología menos ampulosa y pontificadora, enfrentó desde la
partida problemas de disidencia, siendo incapaz de procesar estas diferencias. El militarismo
llevó a ejecuciones que desnaturalizaron la organización y haciéndola aparecer indiferenciada
de SL, a pesar de sus profundas e insalvables discrepancias. Los intentos de aproximación con
ciertos sectores de la izquierda legal nunca cuajaron porque ésta venía arrastrando su propia
crisis que la condujo a la debacle, y porque los espacios de convergencia se hacían más
precarios conforme el país se militarizaba.

Hay la tendencia en el discurso corriente a hablar del terrorismo de Sendero y del MRTA,
incluso de colocar las cifras en bulto, como si fuesen más o menos equivalentes. Ese sentido
común encierra una falacia profunda: que las diferencias no son sólo cuantitativas, sino sobre
todo cualitativas. Y esta ceguera no es inocente; se pretende por esta vía cerrar los espacios a
cualquier posibilidad de reinserción a la vida política, máxime cuando casos como el del
Uruguay o el Brasil muestran que entre los ex-guerrilleros pueden albergarse futuros
presidentes (o como en Bogotá, futuros alcaldes).

El MRTA carece de un balance de su experiencia. En el libro de Víctor Polay (Terrorista o


Rebelde) recoge el interrogatorio durante su proceso judicial. Aunque hay asunción de
responsabilidades, tiene las limitaciones de una intervención ante un tribunal, donde lo
principal es salir bien librado. Son importantes balances claros que cierre el paso a quienes
aprenden poco de la experiencia persistiendo en los errores.

En las elecciones presidenciales del 2011, antiguos miembros del MRTA se aglutinaron en torno
a la candidatura de Ricardo Noriega quien, si bien cumplió un infortunado papel y obtuvo
magros resultados, mostró la voluntad de los ex-combatientes de insertarse en la vida
democrática. No conozco el devenir de los centenares de militantes que alguna vez formaron
parte del MRTA, pero abrigo la esperanza de que habiendo sacado lecciones de la derrota, han
desistido de la lucha armada como opción.

5. No olvidarse de los arrepentidos

Entre los principales actores del conflicto armado, que cumplieron un rol estratégico en su
desenlace final, encontramos a los arrepentidos.

Aunque la delación estuvo siempre presente como fuente de insumos de la labor policial, es a
partir del año 1992 que, con la ley de arrepentimiento, dio un salto cualitativo como
herramienta central de la contrainsurgencia, logrando resultados efectivos y llevando a primer
plano a personajes como Luis Alberto Arana Franco (quien, vale recordarlo, permitió la captura
de Abimael Guzmán) o Sístero García Torres. Contingentes de SL y el MRTA se entregaron a las
autoridades. Poblaciones enteras que tuvieron vínculo ocasional con la insurgencia acudieron

54
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador.
Alberto Gálvez Olaechea 92
en masa a los cuarteles para acogerse a la ley.55 Estas personas estaban convencidas que
zafarse de su pasado reciente era cuestión de supervivencia.

Para que la ley funcionase requirió de condiciones previas: del debilitamiento sustantivo de las
organizaciones (sobre todo por los golpes estratégicos dados a su liderazgo), que en los
cuadros empezara a desarrollarse la duda en la posibilidad de la victoria y que se acentuara en
las poblaciones una sensación de fatiga respecto a una guerra empantanada y de alto costo.

Tenemos el caso ilustrativo de Sístero García Torres, quien inició su vida política en el MIR en
los 80, siendo un joven maestro rural. Participó del proyecto político-militar desde el principio y
en el llamado “Batallón América” con el M-19 de Colombia. Agrupó y adiestró a los primeros
contingentes del MIR en San Martín, y en 1987 estuvo en el destacamento del MRTA que tomó
la ciudad de Juanjuí. Al salir de la región los dirigentes del MRTA, a fines del 1987, se le encargó
un grupo de combatientes, que no pudo dirigir, pues cayó preso. Estuvo recluido un año en la
cárcel de Moyobamba. Su salida de prisión coincidió con la muerte de Rodrigo Gálvez García,
responsable del Frente Nororiental. Asumió el mando de la guerrilla del MRTA, con la cual tomó
las ciudades de Saposoa y Yurimaguas el primer semestre del 90. Se hizo conocido con el
nombre de “Comandante Ricardo”. Tras el Tercer Comité Central del MRTA volvió a caer preso
y llevado al penal Miguel Castro Castro de donde volvió a ser liberado por el Poder Judicial.56
Regresó a San Martín y pretendió formar su propio destacamento con antiguos cuadros del
MIR, rompiendo con Cerpa y el MRTA. Al no cuajar su iniciativa, y acosado por el contingente
de Cerpa, negocia con el Ejército su entrega, convirtiéndose en el primer arrepentido de la
región. Sus lealtades se trastocan. Se convierte en enemigo de sus antiguos amigos, contra
quienes lanza acusaciones y va como testigo de cargo a los tribunales. Incursionó en política
como jefe de la campaña electoral a la alcaldía de Tarapoto del hoy congresista fujimorista
Rolando Reátegui57, escribe un libro y desaparece sin pena ni gloria del escenario político.

Esta gente que canjeó ideales y compañeros a cambio de impunidad, son un sub-producto del
conflicto. ¿Judas o héroes de la pacificación? ¿Merecen el reconocimiento o el desprecio? Una
categoría tan llena de ambigüedad que no mereció mayor atención de la CVR. Su existencia ¿no
es la prueba de que la gente cambia? Ellos demuestran palmariamente que no existe un
mutante llamado “terrorista”, sujeto de identidad inmodificable, situado en los extramuros de
la sociedad. No me interesan los enjuiciamientos morales, sino develar las hipocresías y los
estándares diversos con que se valora a las personas: mientras a unos se los esencializa como
“terroristas” (una mutación genética impermeable al cambio), otros recuperan su humanidad a
partir del acto de traición y delación.

6. La judicialización del conflicto

Mucho de la política peruana se desarrolla en los tribunales y se mueve en torno a las prisiones.
A la ya larga carcelería de los militantes senderistas y del MRTA se vino a sumar la de los

55
“Entre el 27 de febrero y el 4 de abril de 1994, en poco más de un mes, y solo en el cuartel de Tingo María, se
presentaron más de 2000 arrepentidos.” (CVR, Informe Final, Tomo V, Pg. 387)
56
Carlos Gonzales, dueño del hotel las Palmeras de Tarapoto, amigo de Sístero García, tras pelearse con él dijo
públicamente que pagó 10,000 dólares a los jueces para que lo liberaran. La CVR afirma que Sístero García en
“…septiembre de 1994 regresó al Perú y se acogió a la ley de arrepentimiento por recomendación de un amigo
empresario y abogado, Carlos Gonzales.” (CVR, Informe Final, Tomo V, p. 330, Nota 451)
57
Curiosamente, el fujimorismo en San Martín tiene como principales puntales al ex-senderista Carlomagno Pasquel
y al ex-emerretista Pedro Camma. Ambos purgaron prisión en Castro Castro.
Alberto Gálvez Olaechea 93
acusados por violaciones a los DDHH y la de Antauro Humala y los etnocaceristas
posteriormente. Temas espinosos que, como ya sabemos, no se resuelve única—y ni siquiera
principalmente—en los tribunales, sino que son batallas políticas y de opinión pública.

El restablecimiento de la paz, el fin de la violencia política en todas partes de América Latina


fueron seguidas de vaciamiento de las prisiones. Se iniciaba un proceso de normalización
política que suponía una distensión de las fuerzas enfrentadas. En Centroamérica y en América
del Sur, donde se desarrollaron guerrillas poderosas, los ex-insurgentes se integraron al
sistema político y participan de él, en algunos casos con mucho éxito. En el Perú las
circunstancias políticas en las que terminó el conflicto produjo un camino distinto: el de la
judicialización de los actores.

Otro factor es que han entrado a tallar otros conceptos vinculados al desarrollo de los DDHH y
la justicia penal internacional, que reivindican el derecho de las víctimas y que consideran que la
impunidad es lo que permite que los hechos se repitan. Una poderosa corriente emanada de la
sociedad civil ha impuesto un nuevo sentido común y aparecen teorías como la justicia
transicional, a aplicarse en contextos de post-conflicto, que sostienen la convicción de que es la
judicialización lo que permite dar nueva legitimidad al Estado y superar la venganza que podría
anidarse en el ánimo de la víctimas en caso de impunidad.

¿Es éste el camino para propósitos de reconciliación? A la luz de los resultados obtenidos en el
Perú, la respuesta es negativa. Los tribunales son campos de batalla y la cobertura mediática
carga el ambiente de enconos. A fines del año 2004, al inicio de su proceso judicial, acicateado
por los periodistas, Abimael Guzmán tuvo la infeliz ocurrencia de levantar el puño y lanzar
arengas. Esto produjo un terremoto. El presidente de la Sala terminó su carrera judicial,
satanizado y acusado de “pro-terruco” porque no impidió que Guzmán agitara (¿cómo podía
haberlo hecho?) y porque alguna vez defendió a un acusado de terrorismo, cuya absolución
demostraba su inocencia. Pero cuando las pasiones se desatan no hay coherencia ni
razonabilidad. Al otro lado, la reducción de las penas al Grupo Colina desató la ira de los
familiares de las víctimas y las ONG de DDHH. Seamos claros, a la orden del día está la lucha
contra la impunidad y no la reconciliación, que quizá sea tema de un futuro indeterminado.

Los acusados tienen tres opciones en la manera de afrontar un juicio. La primera, una
estrategia de eludir responsabilidades, dando negativas y sembrando dudas que eviten la
certeza del juzgador. Otro camino es asumir responsabilidades, reconocer los errores y dar
explicaciones de los mismos. La tercera opción es la mudez.

“Soy inocente”, gritó de manera destemplada el Ing. Fujimori en los inicios del proceso en el
que le pusieron 25 años. Negarlo todo ha sido la estrategia de defensa de la mayoría de los
procesados por violaciones de los DDHH, su “regla de oro”. Incluso aquellos oficiales y
subalternos, que cuando estaban libres comenzaron a proporcionar valiosa información,
prendiendo explicarse y descargar su rabia contra el abandono de sus superiores (Jesús Sosa
Saavedra fue el informante de Uceda en Muerte en el Pentagonito y Santiago Martín Rivas lo fue
de Umberto Jara en Ojo por ojo), apenas empezaron los juicios y sintieron que la coyuntura
comenzaba a cambiar, modificaron su actitud. Afrontaron los procesos buscando no tanto en
convencer a los jueces, sino mejorar su imagen de cara a su propia institución, blindándose
frente a sus anteriores versiones. Solo recientemente Telmo Hurtado, extraditado de los EEUU,
cansado de cargar solo con una responsabilidad institucional, viene señalando el papel de sus

Alberto Gálvez Olaechea 94


superiores durante los hechos de Accomarca cuando era apenas un inexperto joven alférez del
Ejército.

La estrategia de Guzmán fue la del silencio. Sabiéndose condenado de antemano, no pretendió


siquiera la reivindicación política y la defensa de su proyecto, usando los tribunales como
plataforma. Prefirió callar para no exponerse a mostrar sus vulnerabilidades. No fue la primera
vez que el líder senderista adoptó esta actitud. Cuando la CVR le ofreció una tribuna para
dirigirse al país expresando sus puntos de vista, también optó por la mudez.58 Lo que se conoce
de Guzmán son las cartas en las que propone tratativas de paz al gobierno de Fujimori59 y el
libro De puño y letra.

Oscar Ramírez Durand (“Feliciano”) en cambio habló, y de qué manera. Atacó ferozmente a su
antiguo jefe, y recusó frontalmente el proyecto senderista. No tuvo empacho de ir como
testigo de cargo contra sus ex-camaradas. Se libró así de la cadena perpetua que cernía sobre
su cabeza. El antiguo jefe de la fracción “proseguir” se siente estafado por quien fuera su
omnisciente líder de otros tiempos.

Con matices, los antiguos miembros de la dirección del MRTA han intentado explicarse y
explicar. Primero ante la CVR, que brindó una tribuna para dirigiese al país y luego ante los
tribunales, donde cada quien asumió sus propias responsabilidades. Estas intervenciones, sin
embargo, han carecido de relevancia en un contexto en el que los afanes son punitivos antes
que de comprensión.

Es necesario finalmente acotar que contra los sentenciados por terrorismo, que pasaron por
severas condiciones de reclusión durante casi una década y a quienes el gobierno de García
eliminó beneficios penitenciarios, la procuraduría lleva a cabo una singular campaña de cobro
de las llamadas “reparaciones civiles”. Pero la persecución, se extiende al intento de
proscribirlos de la enseñanza y, según otros más entusiastas, de toda función pública. En las
esferas de poder se maquinan “sambenitos” con los cuales señalar a los “terroristas” liberados.

7. Memorias y lugares de la memoria

Si el Informe Final de la CVR es un poderoso esfuerzo de la memoria contra el olvido y la


impunidad, había algo que faltaba: la memoria de los actores. Sin estos testimonios, sin sus
confesiones y sus evaluaciones, el proceso de evaluación de la violencia política es incompleto.

Es por esto que el libro de Lurgio Gavilán, Memorias de un soldado desconocido (IEP, 2012) ha
suscitado tanto interés. Mario Vargas Llosa, Diego García Sayán, Augusto Álvarez Rodrich,
entre otros, han ponderado un libro breve pero sustancioso.

Una vida notable: niño campesino quechua que a sus 12 años se integra a las filas de Sendero
Luminoso, a los 15 es capturado por el Ejército y deviene soldado, a los 20 estudia para cura y a
los 25 deja todo para iniciar el camino académico como antropólogo. Lurgio narra su historia
con sencillez no exenta de ternura, especialmente de sus duros días de guerrillero senderista,
que es la más intensa y destacable de su vida azarosa.

58
La CVR grabó las intervenciones de tres dirigentes del MRTA y de Feliciano y las emitió el 10 de junio del 2003.
59
Aunque la autoría de las cartas es también reivindicada por Rafael Merino Bartet, agente del SIN en la época de
Montesinos, quien afirma que Guzmán sólo las firmó.
Alberto Gálvez Olaechea 95
Una apretada mirada de esos años dramáticos da cuenta de cómo una generación de niños y
jóvenes y adolescentes ayacuchanos se integraron a un proyecto de transformación social, no
podemos sino persuadirnos que la insurgencia fue una respuesta quizá equivocada a problemas
reales; no podemos menos que conmovernos ante el espectáculo de famélicos niños del
campo batallando por su utopía. Se muestra cómo éste esfuerzo devino en una guerra contra
el propio campesinado que se les había vuelto adverso (aniquilar yanaumas60 se convirtió en el
objetivo principal de los combatientes de Sendero). Estremecen los relatos de la forma brutal
en que se resolvieron las supuestas o reales pequeñas infracciones. Conmueven el hambre que
los acosa, la desesperación que los lleva a pensar en desertar. Asombra la manera como el
senderismo ofrecía la victoria inminente que, así como hizo soñar, produjo decepciones.

Es notable también que a lo largo de una narración llena de cuestionamientos profundos al


proyecto senderista nunca se utilice la palabra “terrorismo”, cosa que probablemente
horrorizaría a los fautores del “negacionismo” y al macartismo instalado en los medios de
comunicación. La aventura de Lurgio Gavilán es la primera de este tipo pero presumo que no
será la última. Se irán llenado las piezas que faltaban del rompecabezas. Aunque es difícil
realizar el esfuerzo en recordar cuando el espíritu de cruzada se mantiene y se corre incluso el
riesgo de ser acusado de “negacionista”, sin embargo creo que en los próximos años otros
textos, con enfoques y miradas diferentes, se irán sumando al camino abierto por la “Memorias
de un soldado desconocido”.

Como parte de su proyecto, la CVR tuvo iniciativas tendientes a construir símbolos y espacios
de la memoria. Parte de esto fue la construcción de un lugar de homenaje a las víctimas de la
violencia a través de la escultura “El ojo que llora”. Se desató entonces un escándalo por parte
de quienes acusaban de que se pretendía celebrar a los terroristas muertos. Incluso la
escultura fue atacada en un rapto de furor.

La CVR planteó también la construcción de espacios de la memoria en plazas y parques


públicos y esto se concretaría en la propuesta de la creación de un museo de la memoria, que
devino en Lugar de la Memoria y cuya realización empezó bajo Vargas Llosa y terminará bajo
García Sayán.

Pero hay muchas memorias entrecruzadas. La DIRCOTE tiene su museo con los trofeos que
capturó a lo largo de su historia, como el Ejército ha construido el suyo con los despojos del
operativo Chavín de Huantar (cuya autoría intelectual se disputaron Montesinos, el general
Hermoza y hasta Kenyi Fujimori) y hace representaciones de regulares de los hechos del 22 de
abril de 1997.

Pero no son solo lugares físicos. También tenemos los libros de memorias, particularmente
respecto a la operación Chavín de Huantar. La saga la empezó el General Hermoza Ríos y la ha
continuado el Cardenal Cipriani, que tuvo un destacado papel introduciendo los micrófonos
que permitieron las comunicaciones, y cuyo rol no ha sido valorado en toda su dimensión, quizá
por que faltan conocerse los detalles.

8. Literatura y esperanza

60
Yanaumas (cabezas negras) es la expresión con el senderismo se refería a los campesinos que colaboraban con las
FFAA, muchos de los cuales habían sido, hasta no hacía mucho, sus propias bases de apoyo.
Alberto Gálvez Olaechea 96
Continuando los esfuerzos memoriosos, recordemos que la literatura peruana a lo largo de la
primera mitad del siglo XX se alimentó de la crítica social y la esperanza. Narradores y poetas,
trasmitían el pulso espiritual de una época. La epopeya de los pobres está presente en libros
emblemáticos como El mundo es ancho y ajeno, en la rebelión de las chicheras de Los ríos
profundos, en el Rendón Wilca de Todas las Sangres y a lo largo de la saga de Manuel Scorza
iniciada con Redoble por Rancas. Por todas partes rezuma la esperanza revolucionaria.

A mediados del siglo XX, la poesía tanto o más que la novela también fue camino para expresar
estas esperanzas y rebeldías. Un poderoso llamado es el que hiciera Alejandro Romualdo en su
poema a Túpac Amaru. El poeta guerrillero Javier Heraud escribió no solo con la pluma sino
con su vida, las más bellas páginas del sueño revolucionario.

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles.

Incluso un poeta tan lírico como Juan Gonzalo Rose osó decir:

Feliz año dolor


rabia del pueblo
odio del justo
cólera del santo;
feliz año nuevo fusil:
enséñame a cantar los años nuevos.

La literatura de la posguerra en cambio da idea de la mutación de las sensibilidades. En la


percepción del conflicto por narradores y poetas hay además de desencanto, distanciamiento.
Se traza una línea demarcatoria respecto a la literatura de la esperanza de los años 50 y 60,
pues ya no solo no encontramos utopía (en todo caso las utopías son más individuales y
fragmentarias), sino que de manera más o menos explícita la violencia, otrora “partera de la
historia” es claramente proscrita. Los poetas, por su lado, se refugian en las islas de la
interioridad.

En su novela Radio ciudad perdida, que da cuenta de una guerra en un innominado país que sin
lugar a dudas es el Perú de los 80, el joven escritor Daniel Alarcón dice:

Antes que la guerra comenzara, la generación de Norma todavía hablaba de la violencia con
respeto y reverencia: violencia limpiadora, violencia purificadora, violencia que engendraría virtud.
Era lo único de lo que todos hablaban, y los que no lo hacían o no la aceptaban como una
necesidad, no eran tomados en serio. Era parte integral del lenguaje que usaban los jóvenes de
aquellos días. Era el lenguaje del que su esposo, Rey, se enamoró.

Ese lenguaje del que Rey “se enamoró” y a consecuencia del cual pasó a engrosar la lista de
desparecidos a los cuales Norma busca cada día en su programa radial. La “utopía” de Norma

Alberto Gálvez Olaechea 97


deja de ser un sueño colectivo y esta ahora empeñada en recuperar a Rey o al menos algo suyo,
un sueño más personal, más íntimo.

En la novela Libro del amor y de las profecías de Edgardo Rivera Martínez, el narrador hace una
confidencia:

Deseo señalar, sí, que la subversión armada me suscitó, alejado del país como estaba, una mezcla
de temor y expectativa, pero después el sistemático uso del terror por el senderismo me produjo
una alarma cercana en ocasiones al espanto.

El personaje retrocede espantado ante el resultado práctico de su expectativa. Se cerró una


época de la historia del Perú. Arguedas avizoró que con él se cerraba una etapa de la historia,
“el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los ‘fúnebres
alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes” y
que se abría el tiempo nuevo “de la luz y el de la fuerza liberadora invencible del pueblo de
Vietnam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador”. Ahora no hay quien, desde la
literatura, afirme el mismo u otro sueño utópico. Hay desencanto y mundos interiores,
universos sin duda válidos literariamente, pero que, a diferencia de los escritores de la primera
mitad del siglo XX no anuncian las grandes esperanzas colectivas. Signos de derrota.

Habrá que esperar que nuevas utopías enseñen a cantar los años nuevos.

Epílogo: cerrando el círculo

En mis años de aprendizaje político e intelectual no estaba de moda el concepto de “memoria”


sino el de “conciencia”, más potente aunque probablemente más equívoco. De los planteos de
“concientización” de Paulo Freire, a la “conciencia de clase” del marxismo, las apuestas de la
conciencia tenían que hacer con el futuro y la esperanza y no con el pasado.

Hoy en cambio se transita por los territorios de la memoria, que escarba en el pasado y aspira a
que no se repita. Memorias y olvidos no son neutros y forman parte de una contienda política
más amplia, en las que unas memorias se imponen y otras se desaparecen. Pero la gran
pregunta es, como lo señala el colombiano Gonzalo Sánchez: ¿Cuánta memoria y cuanto olvido
requiere una sociedad para superar la guerra?

Es para recuperarse de esos extravíos de la memoria que estas páginas han sido escritas.

Lima, diciembre del 2012

Alberto Gálvez Olaechea 98

También podría gustarte