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HOMILÍA FONTGOMBAULT =

“EN NUESTROS DÍAS SE PONE EN DUDA


LA FE CATÓLICA.
A UN CRISTIANO NO LE BASTA CON SER
MISERICORDIOSO”

Por RORATE CÆLI - 03/01/2020

MISA DE NAVIDAD:

HOMILIA DEL Rdo. Dom JEAN PATEAU,


ABAD DE NUESTRA SEÑORA DE
FONTGOMBAULT.

Fontgombault, 25 de diciembre de 2019

Et Verbum caro factum est

Y el Verbo se hizo carne (Jn. 1, 14)

Queridos hermanos y hermanas; amados


hijos,

En este momento, los pastores se han ido


ya para volver a sus rebaños. María y
José se encuentran solos en el establo.
María medita en su corazón los sucesos
que acaban de tener lugar y que son ya un
misterio.

La Iglesia, al asignar como lectura para


los fieles los prólogos del evangelio de
San Juan y de la epístola a los hebreos,
nos introduce en la contemplación de un
misterio aún más profundo, la eterna
génesis de la Palabra de Dios en el Padre.
Sin esta primera génesis de la Palabra
eterna del Padre, su Encarnación en el
tiempo no podría haber sido.

La fe en estos misterios es esencial para


responder a la pregunta sobre la identidad
del Niño del pesebre: ¿es Dios? ¿es un
hombre?

La historia de los primeros siglos de la


Iglesia muestra que la afirmación de San
Juan no es evidente en sí. El Verbo se hizo
carne. Y, sin embargo, ¿no era esa carne
una mera apariencia? ¿Y es esta carne la
de un verdadero hombre, es este hombre
Dios al mismo tiempo?

Las fórmulas del Credo, tomadas de los


concilios de Nicea y Constantinopla, son
claras. En lo que se refiere al Hijo de Dios,
a la Palabra del Padre, a la Palabra de
Dios, creemos que Él es Dios, al igual que
el Padre es Dios, luz como el Padre es luz,
Dios verdadero como el Padre es Dios
verdadero. Esto se expresa con la palabra
consubstancial con el Padre. Debemos
alegrarnos de oír esta palabra de nuevo en
la nueva traducción litúrgica de Francia.
La única oposición que permanece entre
el Padre y el Hijo es entre el hecho de
engendrar, propio del Padre, y el hecho de
ser engendrado, propio del Hijo. Son un
único Dios.

En cuanto a la Encarnación, la Iglesia


profesa que, por nosotros los hombres y
por nuestra salvación, el Hijo de Dios
descendió de los cielos y se encarnó y se
hizo hombre. La Palabra de Dios, Dios
verdadero desde toda la eternidad, asume
en el tiempo apropiado la naturaleza
humana, se vuelve encarnado.

Si la fe católica fue puesta en duda


durante los primeros siglos de la Iglesia,
hoy es cierto lo mismo. Y, si no se pone
en duda la fe, es peor porque
simplemente se la ignora. A los cristianos
les gusta describirse como hombres
buenos, misericordiosos, caritativos.
Lejos de nosotros afirmar que un
cristiano no debería tener estas
cualidades. Sin embargo, tenemos que
recordar que no son específicamente
cristianas. Todos los hombres están
llamados a hacer el bien y evitar el mal.

Un cristiano es un discípulo de Cristo.


Cree que Jesús es Cristo, el Hijo
encarnado de Dios, Dios Él mismo, que
murió y resucitó para nuestra salvación.
La fe en Cristo: esa es nuestra marca
distintiva. Un fiel es el que tiene fe.
Compartimos esta fe con los primeros
cristianos. Esta fe no ha cambiado, no
puede cambiar. En el culmen de las
persecuciones, nuestros hermanos en la
fe escribían antes de morir, en la arena de
los circos o en los muros de sus
prisiones, la palabra ichtus, formada con
las iniciales de las palabras que en griego
significan “Jesucristo, Hijo de Dios,
Salvador”, o también un pez estilizado,
pues ichtus en griego significa “pez”.
Nosotros podríamos escribir lo mismo.

Tantos de nuestros contemporáneos se


ven desplazados de un hecho presente a
otro, que instantáneamente deja de ser
presente, se desgastan en noticias tras
noticias que se desvanecen. El hecho de
verdad, la noticia verdadera es esta
generación del Verbo en el seno de la
Trinidad, un regalo infinito, totalmente
entregado y perfectamente recibido. El
hecho de verdad, la noticia verdadera es el
amor de Dios por su criatura. ¿No debería
confortarnos oír que “después de haber
hablado a nuestros padres por los
profetas, Dios nos ha hablado por medio
de su Hijo”?

Sin embargo, la afirmación del evangelio,


“vino a los suyos y los suyos no le
recibieron”, lo hace más trágico. El amor
no es amado. Ciertamente, la tierra y la
creación son suyas. Y, si son también
nuestras, es porque son, primero y ante
todo, suyas. Es ilusorio intentar un
diálogo con el medio ambiente si
ignoramos a Dios. ¿No es Dios el que, en
su amor y sabiduría, ha establecido las
reglas para las relaciones entre los
variados seres de la creación? ¿Cómo
podemos desdeñar estas reglas?

Verbum caro factum est. El Verbo se hizo


carne: amor supremo por su creación y
por el cuerpo de su criatura, supremo
vaciarse, suprema humildad, para hacer al
hombre partícipe de su divinidad. Dios se
pone nuestra carne, se hace a sí mismo
Emmanuel, Dios con nosotros.

El hombre es ajeno a Dios y, como para


ocupar un lugar que parece vacío, se pone
a sí mismo como Dios. Suprema
soberbia, supremo desprecio por el amor
y la sabiduría de su hacedor, revisa la
creación y reclama darle forma a su
antojo. La dictadura de los falsos dioses
se hace más opresiva cada día. La justicia
entre los hombres y el respeto por la
libertad de todos reclaman de
reconozcamos la verdad de lo que es el
hombre y aceptar el plan divino.

¿Qué podemos hacer, con lo difícil que


resulta nuestra peregrinación?

Hoy Jesús se hace también peregrino.


Dios está con nosotros. Caminemos a su
lado. Para levantarnos ante una sociedad
que está preocupada exclusivamente con
la violencia o con lo que afecta a sus
intereses económicos, es urgente que los
cristianos se unan y adquieran formación.
Tienen que conocer y aceptar los dogmas
de su fe. No permitamos que Cristo y su
mensaje sean caricaturizados.

¿Es el Niño del pesebre una simple figurita


de escayola que sacamos cada año de su
caja o es el que ha marcado mi vida
entera, hasta el punto de que ahora
extiende su luz y su mensaje? ¿Merece
Cristo ser conocido y proclamado? Es
nuestro deber proclamar al que la mayoría
de los medios siguen ignorando y lo
haremos estando presentes en varios
foros de expresión, al ayudar a los medios
cristianos.

Nos enfrentamos a un vacío abismal.

Lo que les falta a demasiados cristianos


hoy es precisamente lo que le faltaba al
joven rico: la llama de la fe, que nos
permite vivir el día entero con Cristo. El
regalo radical de Dios reclama el regalo
radical del hombre: ¡”Dios o nada”!

Si el mundo se vuelve más violento día


tras día, si se multiplican las situaciones
de odio, es porque el mundo ha decidido
que no hay nada más allá de sí mismo. Lo
único que le falta es aceptar el amor y la
paz de su Dios, que hoy toma los rasgos
de un niño. Mientras la noche es oscura,
el cristiano es un vigía, cuya misión es
abrir el sendero de la esperanza a sus
hermanos.

Hoy, en un pesebre, al lado de María, ha


aparecido Cristo, el Hijo de Dios, nuestro
Salvador, nuestra paz.

Amen, Aleluya

(Traducido por Natalia Rizo. Artículo


original)

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