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Esta verdad se resume mejor en las doctrinas de la gracia, que son: la depravación total, la
elección incondicional, la expiación definida, el llamado eficaz, y la gracia que preserva.
Estas verdades presentan al Dios trino como el autor de nuestra salvación de principio a fin.
Cada miembro de la divinidad, Padre, Hijo, y Espíritu, juega un papel en la redención, y
trabajan juntos como un solo Dios para rescatar a aquellos que perecen bajo la ira divina.
En perfecta unidad, las tres personas divinas hacen el trabajo que los pecadores destinados
al infierno, quienes son completamente incapaces de salvarse a sí mismos, no pueden hacer.
La única contribución que hacemos es el pecado que fue puesto sobre Jesucristo en la cruz.
Depravación total
Elección incondicional
Mucho antes de que Adán pecara, Dios ya había decretado y determinado la salvación para
los pecadores. En la eternidad pasada, el Padre eligió a un pueblo que sería salvo en Cristo.
Antes de que el tiempo comenzara, Dios eligió a muchos entre la humanidad a quienes se
proponía salvar de su ira. Esta selección no se basó en ninguna fe prevista en aquellos a
quienes eligió. Tampoco fue motivado por su bondad inherente. En su lugar, de acuerdo
con su amor infinito y su sabiduría inescrutable, Dios puso su afecto en sus elegidos.
El Padre dio a los elegidos a su Hijo para ser su novia. Cada uno de los elegidos fue
predestinado por el Padre para ser hecho a la imagen de su Hijo y cantar sus alabanzas para
siempre. El Padre comisionó a su Hijo para venir este mundo y entregar su vida para salvar
a estos mismos elegidos. Del mismo modo, el Padre comisionó al Espíritu para traer a estos
mismos elegidos a la fe en Cristo. El Hijo y el Espíritu concurrieron libremente en todas
estas decisiones, haciendo de la salvación la obra indivisible del Dios trino.
Expiación definida
En la plenitud de los tiempos, Dios el Padre envió a su Hijo a entrar en este mundo caído
con la misión de redimir a su pueblo. Nació de una virgen, sin naturaleza pecaminosa, para
vivir una vida sin pecado. Jesús nació bajo la ley divina para obedecerla por completo en
nombre de los pecadores desobedientes que la habían roto repetidamente. Esta obediencia
activa de Cristo cumplió todas las justas exigencias de la ley. Al guardar la ley, el Hijo de
Dios logró una justicia perfecta, la cual es contada a los pecadores creyentes para que sean
declarados justos (justificados) ante Dios.
Esta vida sin pecado de Jesús lo calificó para ir a la cruz y morir en lugar de los pecadores
culpables y destinados al infierno. En la cruz, Jesús soportó la completa ira del Padre por
los pecados de su pueblo. En esta muerte vicaria, el Padre transfirió a su Hijo todos los
pecados de todos aquellos que creerían en Él. Siendo un sacrificio y cargando el pecado,
Jesús murió como sustituto en lugar de los elegidos de Dios. En la cruz, Él propició la justa
ira de Dios hacia los elegidos. Por la sangre de la cruz, Jesús reconcilió al Dios santo con el
hombre pecador, estableciendo la paz entre ambos. En su muerte redentora, Él compró a su
novia, su pueblo elegido, de la esclavitud del pecado y la liberó.
Llamado eficaz
Con unidad de propósito, el Padre y el Hijo enviaron el Espíritu Santo al mundo para
aplicar esta salvación a los elegidos y redimidos. El Espíritu vino a convencer a los elegidos
de pecado, justicia, y juicio, y a volverse al Hijo, a todos aquellos que el Padre le dio. En el
tiempo divinamente señalado, el Espíritu quita de cada elegido su incrédulo corazón de
piedra, endurecido y muerto en pecado, y lo reemplaza con un corazón creyente de carne,
receptivo y vivo para Dios. El Espíritu implanta vida eterna dentro del alma espiritualmente
muerta. Él concede a los hombres y mujeres elegidos los dones del arrepentimiento y la fe,
lo que les permite creer que Jesucristo es el Señor.
De repente, todas las cosas se vuelven nuevas. La nueva vida del Espíritu produce un nuevo
amor por Dios. Nuevos deseos de obedecer la Palabra de Dios producen una nueva
búsqueda de la santidad. Hay una nueva dirección de vida, vivida con una nueva pasión por
Dios. Estos nacidos de nuevo dan evidencia de su elección con el fruto de la justicia. Este
llamado del Espíritu es efectivo, lo que significa que los elegidos ciertamente responderán
cuando se les dé dicho llamado. Finalmente no se resistirán. Por este motivo, la doctrina del
llamado eficaz en ocasiones se le llama la doctrina de la gracia irresistible.
Una vez convertido, cada creyente se mantiene eternamente seguro por las tres personas de
la Trinidad. A todos los que Dios conoció de antemano y predestinó en la eternidad pasada,
glorificará en la eternidad futura. Ningún creyente abandonará a Dios o se apartará. Cada
creyente está firmemente retenido por las manos soberanas del Padre, el Hijo, y el Espíritu
Santo, y nunca se perderá. Ninguna de las ovejas por las cuales Jesús dio su vida perecerá.
El Espíritu Santo sella de manera permanente en Cristo a todos los que atrae a la fe. Una
vez nacido de nuevo, no podría no haber nacido. Una vez creyente, ninguno puede
convertirse en incrédulo. Una vez salvo, ninguno puede dejar de serlo. Dios los preservará
en la fe para siempre, y perseverarán hasta el fin. Es por esto que la doctrina de la gracia
que preserva a menudo se llama la doctrina de la preservación de los santos.
De principio a fin, la salvación es del Señor. En realidad, estas cinco doctrinas de la gracia
forman un cuerpo completo de verdad con respecto a la salvación. Están inseparablemente
conectadas y por lo tanto se mantienen o caen todas juntas. Abrazar cualquiera de las cinco
requiere abrazar las cinco. Negar una es negar las otras y fracturar la Trinidad, poniendo a
las tres personas en desacuerdo entre sí. Estas doctrinas hablan juntas a una sola voz para
dar la mayor gloria a Dios. Esta alta teología produce alta doxología. Cuando se comprende
correctamente que solo Dios: Padre, Hijo, y Espíritu, salva a los pecadores, entonces toda la
gloria es para Él.
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Steven Lawson