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Diciembre de 1974*
Por Orlando Castellanos
http://librinsula.bnjm.cu/secciones/254/entrevistas/254_entrevistas_1.html
Eso es difícil de decir, porque en realidad yo creo que el novelista no deba crear personajes
respondiendo a una pulsión de amor o de afecto hacia determinado tipo de humanidad. Debe haber
entre el novelista y el personaje lo que Brecht llama “el distanciamiento”; es decir, el personaje del
novelista debe ser, a mi juicio, para tener validez, en cierto modo arquetípico; es decir, debe
representar un tipo de individuo que, en su acción y con sus actividades viene caracterizando una
época. Yo situé la acción de mi novela El siglo de las luces durante la Revolución francesa, ¿por qué?,
¿fue acaso porque quise hacer una novela histórica? ¡No!, pero al descubrir unas repercusiones muy
especiales de la Revolución francesa en las Antillas, en este caso la acción de Víctor Hugues,
personaje rigurosamente verídico e histórico, amigo de Robespierre, hombre de confianza de
Robespierre, que no aceptó la derrota de Robespierre el 9 Termidor y que mantuvo la ideología
jacobina en una isla del Caribe, llegando, como lo dije hace un momento, en su feliz audacia, hasta a
declararle la guerra a los Estados Unidos. Y a Víctor Hugues le debemos el primer pronunciamiento,
acaso, que se haya escrito: es un discurso de él que ha sido impreso, donde denuncia los apetitos
imperialistas de los Estados Unidos, cuando los Estados Unidos acababan prácticamente de nacer a
una vida independiente de Inglaterra. Pues, al encontrar al personaje de Víctor Hugues, al ver esas
repercusiones de la Revolución francesa en las Antillas pensé que ese tema, por no haber sido tratado,
merecía un tratamiento.
Fue difícil la empresa, fueron años de documentación, años de seguir la pista a Víctor Hugues y en mi
novela todo lo que acontece, desde su llegada a La Habana hasta que lo nombran gobernador en
Cayena, es rigurosamente histórico; es más, los pronunciamientos que salen de su boca están, como
dije hace un momento, impresos en documentos y libros. Entonces, ante esa figura política, verídica,
me pareció interesante contraponer un personaje, que es el de Esteban, que es un personaje que
hemos visto mucho desde los días de la Revolución francesa hasta hoy: aquel, del intelectual que
acepta una acción revolucionaria, no solamente la acepta, la desea, la anhela, quiere ayudar a que se
anticipen los tiempos en que haya de producirse; pero que habiéndose trazado un esquema dado de
lo que a su juicio debe ser una revolución, cuando esa revolución, como toda revolución, rompe sus
propios marcos, se trasciende a sí misma y llega más allá de las metas que se ha fijado; cuando ese
intelectual se siente desbordado por esa revolución más fuerte que él, se retrae y retrocede. Ese
personaje lo hemos visto en siglo y medio reproducirse centenares de veces entre los intelectuales
sobre todo y Esteban, pues, sencillamente, me parece un personaje interesante porque representa
ese arquetipo, que se produce en todos los momentos de grandes transformaciones históricas. Por
ello me pregunta usted que cuál es mi personaje preferido; bueno, sería tal vez en El siglo de las
luces el de Sofía. Sofía, usted conoce la etimología de su nombre, en griego es El Saber, es el Gay
Saber, es el saber intuitivo y que acierta, Sofía al final, es la que en el momento del levantamiento del
2 de mayo en Madrid dice: “Hay que hacer algo” y Esteban, desengañado, le dice “¿Qué” y ella dice:
“¡Algo!”, y en ese algo está su proyección hacia el porvenir, están las revoluciones futuras. En realidad
la que es intuitivamente e instintivamente revolucionaria es ella; ella es la Sofía, es la praxis, es una
encarnación del anhelo colectivo.
Carpentier, ¿y qué ha representado para usted, como escritor, la Revolución?
Creo que en el pequeño discurso que pronuncié en el Teatro Amadeo Roldán hace pocos días, en el
acto que generosamente organizó para celebrar mis setenta años, que organizaron los compañeros
del Comité Central del Partido, dije unas palabras que a mi juicio lo resumen todo, dije que con la
Revolución el escritor había salido de su aislamiento en que, en nuestro país al menos, había vivido
desde los comienzos de este siglo. Es decir, que el escritor había salido de los tiempos de la soledad
para entrar en los tiempos de la solidaridad.
Los hombres de mi edad –y creo que ellos, todos los que sean hombres de buena voluntad y de
profundo sentir revolucionario, coincidirán conmigo en ello–, los hombres de mi edad podrán decirle
que el escritor era un hombre que antes de la Revolución se sentía, en Cuba, absolutamente solo,
solo porque era menospreciado por la clase burguesa, solo porque no podía alcanzar a una enorme
masa analfabeta que no podía leer sus libros, solo porque no tenía editores, tenía o que editar en el
extranjero o que costearse sus ediciones, y un libro en Cuba no circulaba (aunque tuviese un éxito
relativo) a más de mil, mil quinientos ejemplares, como gran cosa, y eso aun muy difícilmente. No
había estímulo para el escritor, no se le tomaba en cuenta, colaboraba en una revista aquí, una revista
allá, tenía la impresión de vivir en un desierto, de quedar a solas dialogando con su mesa, con su
máquina de escribir y con su papel.
La Revolución ha significado para mí y para todos los escritores cubanos una salida de ese
aislamiento, una proyección hacia un pueblo que hoy lee, que hoy ha sido llevado hacia el libro, que
ha sido ayudado a leer, a entender el libro y a entender lo que los autores del libro le dicen. Hoy el
escritor se siente en Cuba rodeado, acompañado, sabe que lo leen, sabe que lo discuten, ¿por qué
no?, es muy bueno que lo discutan a veces, sabe que lo entienden, hay diálogo en vez de haber
monólogo y esto solamente se logra con un acontecimiento como la Revolución cubana, que cambió
completamente las estructuras no solamente económicas y políticas de nuestra patria, sino las
estructuras mentales e intelectuales del cubano. El paso que ha dado el cubano adelante en estos
años de Revolución es tan enorme como el que otros países han dado en siglos. Creo que fue Lenin
el que dijo que en una revolución el proletariado avanzaba en un día intelectualmente más que en
otros países en años. Bueno, pues esto es una verdad que ha resultado en Cuba. Gracias a la
Revolución cubana, para emplear una expresión muy nuestra, el escritor hoy se siente gente y se
siente gente rodeada y entendida, y cómo, lo repito, hemos salido del tiempo del aislamiento, del
tiempo de la soledad, para entrar en el tiempo de la solidaridad; y agradezco un destino que me hizo
nacer en unos años, que me permitieron llegar hasta el año presente y que me permitieron asistir a
ese admirable acontecimiento de la transformación de un pueblo que no leía, en un pueblo que lee
intensamente.
Esa me parece que es la mejor recompensa que pudo recibir un escritor cubano y, repito, estoy
agradecido a un destino que me permitió presenciarlo, asistir a esa evolución y asistir a un proceso
cultural que se cuenta entre los más interesantes que se han registrado en el mundo en la historia
moderna.
Muchas gracias, Carpentier.
*Este texto no aparece en el volumen Entrevistas, que compilamos y editamos en 1986, en la Editorial
Letras Cubanas, por no tener referencias sobre él. Ya aclaramos en el prólogo del referido libro que
seguramente aparecerían otras entrevistas escapadas del acopio realizado en aquella ocasión. (Nota
del entonces editor de la revista Imán, Virgilio López Lemus)
Tomado de: Imán. Centro de Promoción Cultural. Año III, 1986, diciembre de 1974, pp. 326-333.