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Entrevista a Alejo Carpentier

Diciembre de 1974*
Por Orlando Castellanos
http://librinsula.bnjm.cu/secciones/254/entrevistas/254_entrevistas_1.html

¿Alejo, quisiera usted referirse a su labor periodística?


Creo que este año cumplo cincuenta y cuatro años de labor periodística. He colaborado en la casi
totalidad de las publicaciones y periódicos de Cuba correspondientes a mi adolescencia y en general
a mi generación, a los años de mi formación. Trabajé como periodista, activamente, en la prensa
francesa, fui columnista del diario El Nacional de Caracas durante más de diez años, totalizando esta
labor –y esto ha sido comprobado por el doctor Alexis Márquez, que ha rastreado mi producción en
Venezuela y piensa publicar un libro sobre ella– digo, publiqué en El Nacional de Caracas más de
cuatro mil artículos y, después del triunfo de la Revolución, pues he colaborado constantemente en
nuestros periódicos y en nuestras revistas.
Cincuenta y tantos años de labor periodística demuestran que, para mí, el periodismo es algo
sumamente importante. Durante mi larguísima carrera literaria, puesto que empecé a escribir a los
diecisiete años, puedo decir que he conocido la casi totalidad de los grandes escritores de esta época,
de América Latina, de Europa y de otros continentes.
Habiendo viajado mucho, habiendo llevado una vida literaria muy intensa –pues he sido puesto en
contacto con casi todos los grandes maestros, con casi todos los grandes poetas de esta época, como
los tuve también con los compositores, con los pintores– me ha llamado mucho la atención, en distintas
ocasiones, comprobar hasta qué punto algunos escritores muy grandes, algunos escritores
evidentemente ya proyectados hacia el futuro y la inmortalidad tenían una experiencia humana
sumamente escasa, eran hombres muy encerrados en sus bibliotecas, en sus estudios, entre sus
libros, muy acostumbrados a una disciplina de trabajo ideológico diario, pero con un desconocimiento
casi infantil de lo circundante ajeno; es decir, de los ambientes, de los medios, de los hombres que no
estuviesen incluidos en el ámbito, en la órbita de su misma profesión. Grandes escritores conozco,
vivos aún, contemporáneos míos, de Europa y de América, que cuando se les habla de ciertas
contingencias de tipo político, de tipo económico, estrechamente relacionadas con la época que
vivimos y por ende con nuestra existencia misma, reaccionan como niños, no tienen experiencia de
ello, no se explican... De repente ante un problema, por ejemplo, cómo diríamos, el problema del
petróleo que se ha planteado en el mundo, pues dicen que no, que no entienden de eso, que ellos no
entienden, que por qué ocurre, en fin, los encuentro completamente desorientados y esto viene del
hecho de que por algún motivo, sea porque disfrutaron de una comodidad económica que les permitía
consagrarse exclusivamente a las labores intelectuales, sea porque vivían demasiado confinados en
sus recintos, en sus claustros universitarios, no salían de la misma órbita intelectual ni salieron nunca
de ella.
Yo he practicado el periodismo desde la adolescencia y considero que, precisamente, el periodismo
no solamente es recomendable para un escritor. Practicado con mayor o menor intensidad, con mayor
o menor asiduidad es una maravillosa escuela de vida, es una maravillosa oportunidad de entrar en
contacto, cada día, con lo contingente, con lo inmediato, con lo político, lo financiero, lo social; con lo
que ocurre en la calle, con lo que dice la gente, con lo que pasa; con eso que trae su variedad,
dramática o a veces dichosa, patética o a veces maravillosa al transcurso de cada veinticuatro horas.
Yo creo que el periodismo es una admirable escuela de vida y observe usted que casi todos los
escritores que admiramos hoy, mirando hacia el pasado o que admiramos hoy, en el presente, por la
vastedad de su experiencia humana, por su conocimiento del mundo en que viven, son hombres que
han hecho periodismo, y el hacer periodismo no les ha impedido recoger esa experiencia adquirida,
darle una forma más duradera, más completa, y hacer con todo ello novelas que podrían calificarse
hoy, como había calificado Cervantes las suyas, de novelas ejemplares.
¿Carpentier, nos puede hablar de América Latina en su obra?
<< Ediciones UNIÓN, 1996

En conferencias y en artículos he hablado ya de la importancia que América Latina ha tenido para mí


y las repercusiones que mi estudio y conocimiento de América Latina han tenido en mi propia obra.
He contado varias veces cómo en el año 1928 –habiendo tenido que irme a Europa por razones que
se saben de sobra, mi encarcelamiento en tiempo de Machado, etcétera, el hecho de que no creía que
podía desempeñar una actividad política muy útil en Cuba en aquellos días puesto que estaba
quemado, formé parte del primer grupo de presos políticos de Machado– me fui a Europa. Cuando
llegué a Europa me encontré que estaba floreciendo allá el gran movimiento, el extraordinario
movimiento pictórico, poético, estético en general, que fue el surrealismo. El surrealismo que tantas
cosas nos enseñó a ver, que tanto aguzó la sensibilidad del hombre moderno enseñándole a hallar la
belleza de las cosas que no estaban creadas, con el intento de ofrecer una impresión de belleza, es
decir, belleza de lo cotidiano, belleza del objeto encontrado de manera fortuita, belleza de un contraste
de formas, belleza de un letrero encontrado en la calle, de una canción popular escuchada en un
momento determinado, belleza de lo no artístico, belleza de lo circundante, de lo que nos envuelve y
que, a menudo, no vemos porque tenemos, en cierto modo, los ojos patinados por la costumbre.
Conocí a los surrealistas a poco de llegar a París, unos días después, me invitaron cordialmente.
Como todo movimiento nuevo buscaban reclutas, adherentes a su grupo, me invitaron a colaborar en
sus revistas, colaboré en ellas, anduve mucho con Eluard, con Robert Desnos, conocí a Bretón, con
quien tuve relaciones en realidad muy efímeras y muy breves, muchísimo a Louis Aragón que está ahí
de pie todavía, y que acaba de publicar un libro sencillamente admirable, que encierra alguna de las
meditaciones más hermosas que he leído sobre la vejez del hombre. En fin, anduve con los surrealistas
por París y me invitaron todos a que siguiera la corriente de ellos e hiciera surrealismo; pero yo me
pregunté, de pronto, por los años 1931, 1932, si yo podía añadir algo al surrealismo. Me parecía que
eso de sumarme al movimiento surrealista por vanidad, por decir “ah sí, bueno, hay un cubano también
que figura en el grupo surrealista”, no me conducía muy lejos. El surrealismo había colmado sus
afanes, había hecho obras admirables, había llegado, podíamos decir, a la cumbre de su ascensión,
y yo no iba a añadir nada trascendental ni importante al surrealismo, y en aquel momento, a la vez,
sentí un deseo imperioso de volverme hacia América, esa América que estaba lejos, muy lejos, con
un océano por el medio, en una época, no lo olvide usted, en que no se podía cruzar el Atlántico en
avión en unas pocas horas y en que un viaje a Cuba solamente representaba una navegación, en el
mejor de los casos, de doce días y lo normal eran catorce y quince.
Empecé a mirar hacia América y me dije: “¡No!, me parece que en América hay una cantidad de cosas
que no se han expresado, que no han pasado a la novela...”, específicamente la novela porque no soy
poeta, no porque no me guste la poesía, ni me interese la poesía, por el contrario, considero que la
poesía es la expresión suprema de la creación escrita y por ello mismo le tengo tanto respeto que
nunca me he atrevido a hacer poesía.
Me sentí novelista y tenía la impresión de que debía escribir novelas americanas y, olvidándome
enteramente del surrealismo, me entregué al estudio de una de las asignaturas más difíciles de
estudiar en aquel momento, que yo la llamaría la asignatura América. Había que empezar por conocer
su historia, desde entonces el concepto de la historia en América ha cambiado completamente, ya
contamos con textos serios, contamos con historias, establecidas con un criterio absolutamente
moderno, contamos con trabajos de síntesis, contamos con ediciones críticas de los clásicos
americanos, contamos con todo un instrumental necesario que en los años treinta hallaba difícilmente
y menos en Europa. Sin embargo, me empeñé ybuscando aquí y buscando allá, puedo decir que
durante cerca de diez años viví sin leer nada más que obras de clásicos latinoamericanos u obras
sobre América, o que se refieran, de alguna manera, directa o indirecta, a América Latina. Como me
encontré con un caudal de conocimientos previos, cuando empecé a tener una visión de conjunto de
esa prodigiosa nebulosa que empezaba a dejar de ser nebulosa en mi espíritu que era América Latina,
cuando cobré conciencia de ciertas realidades de América Latina entonces empecé, por así decirlo, a
trabajar sobre el terreno. Fue la época de mi viaje a Haití, del que surgió mi novela El reino de
este mundo, fue la época de mi permanencia en Venezuela, de mis viajes en la selva amazónica, de
mis viajes a la región que se describe en La vorágine, de José Eustasio Rivera, de donde salió mi
novela Los pasos perdidos; fueron luego viajes por el Caribe, permanencias muy largas en pequeñas
islas del Caribe. Para decirle, pues solamente en la isla Barbados, o de La Barbada como la llamaban
los españoles, isla a la que se da una vuelta entera, un periplo completo en tres horas y media,
permanecí un mes, incluso metiéndome en bibliotecas campesinas donde encontré documentos
invalorables sobre la guerra llevada por Víctor Hugues, el personaje de mi novela El siglo de las luces,
amigo y apadrinado de Robespierre, contra los Estados Unidos. Aunque parezca mentira, fue en la
isla de Barbados donde encontré los documentos sobre esa guerra que se llamó “The Brigants War”,
la llamaban los americanos la Guerra de los Brigantes, de los bandidos, de los bandidos porque esos
hijos de la Revolución francesa, en una guerra declarada a los Estados Unidos, sin consultar al
gobierno de París, les tomaron nada menos que seiscientos y pico de buques y en fin de cuentas
fueron esos revolucionarios los que le ganaron la guerra a los Estados Unidos, hecho este que no se
ha estudiado todavía lo suficiente.
Pues bien, del viaje al Caribe salió El siglo de las luces; El acoso, bueno, pues es una novela basada...
toda la documentación de El acoso puede encontrarse en los números de Carteles y de Bohemia de
los días de la caída del machadato; están todos los episodios allí, narrados por los que fueron los
protagonistas. Mis cuentos, “El camino de Santiago”, todos están basados en América; es decir, que
yo hice cristalizar mi conocimiento de América en esas novelas y después de un silencio de unos años,
que no fue silencio tan absoluto, porque durante esos años publiqué el tomo de Tientos y diferencias,
donde intento una teoría de la novela hispanoamericana, publiqué el libro La ciudad de las
columnas en Barcelona, publiqué una novela corta titulada El derecho de asilo, pero durante esos
años, en que muchos amables colegas me enterraron con alegría, diciendo se acabó, se terminó, ya
no produce nada más, ya ha dado todo lo que tenía que dar, es un hombre agotado, es un hombre
terminado, etcétera, etcétera, etcétera, y otras cosas más insidiosas todavía, de esas que ocurren en
la dulce y bien llevada República de las Letras, resulta que ahora me aparezco con tres novelas. Una
de ellas ustedes la conocen, ha sido puesta en venta después de haber sido reeditada en Cuba, El
recurso del método, que es una especie de análisis espectral del dictador latinoamericano, libro en
que aunque parezca mentira no hay un hecho que no sea enteramente cierto, ni un personaje que no
sea verídico. Concierto barroco, que tengo entendido que empezará a circular en La Habana dentro
de muy pocos días y que se debe a mi descubrimiento de una ópera desconocida de Antonio Vivaldi,
sobre la conquista de América, que fue la primera ópera que se escribió en el mundo, en el mundo de
la música, de la gran música europea, sobre un tema americano, y ahora viene, detrás, La
consagración de la primavera, que lo he dicho varias veces, termina con un gran capítulo final sobre
la batalla de Girón.
Por lo tanto, esta es mi trayectoria en lo que se refiere a América y los frutos que, en lo que se refiere
a mí, ha podido dar esa trayectoria.
Carpentier, ha mencionado usted, hace un momento, a uno de los personajes de una de sus
novelas, ¿ahora nos puede decir cuál de sus personajes le gusta más?
<< Ediciones La Mem oria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
La Hab ana, 2 008.

Eso es difícil de decir, porque en realidad yo creo que el novelista no deba crear personajes
respondiendo a una pulsión de amor o de afecto hacia determinado tipo de humanidad. Debe haber
entre el novelista y el personaje lo que Brecht llama “el distanciamiento”; es decir, el personaje del
novelista debe ser, a mi juicio, para tener validez, en cierto modo arquetípico; es decir, debe
representar un tipo de individuo que, en su acción y con sus actividades viene caracterizando una
época. Yo situé la acción de mi novela El siglo de las luces durante la Revolución francesa, ¿por qué?,
¿fue acaso porque quise hacer una novela histórica? ¡No!, pero al descubrir unas repercusiones muy
especiales de la Revolución francesa en las Antillas, en este caso la acción de Víctor Hugues,
personaje rigurosamente verídico e histórico, amigo de Robespierre, hombre de confianza de
Robespierre, que no aceptó la derrota de Robespierre el 9 Termidor y que mantuvo la ideología
jacobina en una isla del Caribe, llegando, como lo dije hace un momento, en su feliz audacia, hasta a
declararle la guerra a los Estados Unidos. Y a Víctor Hugues le debemos el primer pronunciamiento,
acaso, que se haya escrito: es un discurso de él que ha sido impreso, donde denuncia los apetitos
imperialistas de los Estados Unidos, cuando los Estados Unidos acababan prácticamente de nacer a
una vida independiente de Inglaterra. Pues, al encontrar al personaje de Víctor Hugues, al ver esas
repercusiones de la Revolución francesa en las Antillas pensé que ese tema, por no haber sido tratado,
merecía un tratamiento.
Fue difícil la empresa, fueron años de documentación, años de seguir la pista a Víctor Hugues y en mi
novela todo lo que acontece, desde su llegada a La Habana hasta que lo nombran gobernador en
Cayena, es rigurosamente histórico; es más, los pronunciamientos que salen de su boca están, como
dije hace un momento, impresos en documentos y libros. Entonces, ante esa figura política, verídica,
me pareció interesante contraponer un personaje, que es el de Esteban, que es un personaje que
hemos visto mucho desde los días de la Revolución francesa hasta hoy: aquel, del intelectual que
acepta una acción revolucionaria, no solamente la acepta, la desea, la anhela, quiere ayudar a que se
anticipen los tiempos en que haya de producirse; pero que habiéndose trazado un esquema dado de
lo que a su juicio debe ser una revolución, cuando esa revolución, como toda revolución, rompe sus
propios marcos, se trasciende a sí misma y llega más allá de las metas que se ha fijado; cuando ese
intelectual se siente desbordado por esa revolución más fuerte que él, se retrae y retrocede. Ese
personaje lo hemos visto en siglo y medio reproducirse centenares de veces entre los intelectuales
sobre todo y Esteban, pues, sencillamente, me parece un personaje interesante porque representa
ese arquetipo, que se produce en todos los momentos de grandes transformaciones históricas. Por
ello me pregunta usted que cuál es mi personaje preferido; bueno, sería tal vez en El siglo de las
luces el de Sofía. Sofía, usted conoce la etimología de su nombre, en griego es El Saber, es el Gay
Saber, es el saber intuitivo y que acierta, Sofía al final, es la que en el momento del levantamiento del
2 de mayo en Madrid dice: “Hay que hacer algo” y Esteban, desengañado, le dice “¿Qué” y ella dice:
“¡Algo!”, y en ese algo está su proyección hacia el porvenir, están las revoluciones futuras. En realidad
la que es intuitivamente e instintivamente revolucionaria es ella; ella es la Sofía, es la praxis, es una
encarnación del anhelo colectivo.
Carpentier, ¿y qué ha representado para usted, como escritor, la Revolución?
Creo que en el pequeño discurso que pronuncié en el Teatro Amadeo Roldán hace pocos días, en el
acto que generosamente organizó para celebrar mis setenta años, que organizaron los compañeros
del Comité Central del Partido, dije unas palabras que a mi juicio lo resumen todo, dije que con la
Revolución el escritor había salido de su aislamiento en que, en nuestro país al menos, había vivido
desde los comienzos de este siglo. Es decir, que el escritor había salido de los tiempos de la soledad
para entrar en los tiempos de la solidaridad.
Los hombres de mi edad –y creo que ellos, todos los que sean hombres de buena voluntad y de
profundo sentir revolucionario, coincidirán conmigo en ello–, los hombres de mi edad podrán decirle
que el escritor era un hombre que antes de la Revolución se sentía, en Cuba, absolutamente solo,
solo porque era menospreciado por la clase burguesa, solo porque no podía alcanzar a una enorme
masa analfabeta que no podía leer sus libros, solo porque no tenía editores, tenía o que editar en el
extranjero o que costearse sus ediciones, y un libro en Cuba no circulaba (aunque tuviese un éxito
relativo) a más de mil, mil quinientos ejemplares, como gran cosa, y eso aun muy difícilmente. No
había estímulo para el escritor, no se le tomaba en cuenta, colaboraba en una revista aquí, una revista
allá, tenía la impresión de vivir en un desierto, de quedar a solas dialogando con su mesa, con su
máquina de escribir y con su papel.
La Revolución ha significado para mí y para todos los escritores cubanos una salida de ese
aislamiento, una proyección hacia un pueblo que hoy lee, que hoy ha sido llevado hacia el libro, que
ha sido ayudado a leer, a entender el libro y a entender lo que los autores del libro le dicen. Hoy el
escritor se siente en Cuba rodeado, acompañado, sabe que lo leen, sabe que lo discuten, ¿por qué
no?, es muy bueno que lo discutan a veces, sabe que lo entienden, hay diálogo en vez de haber
monólogo y esto solamente se logra con un acontecimiento como la Revolución cubana, que cambió
completamente las estructuras no solamente económicas y políticas de nuestra patria, sino las
estructuras mentales e intelectuales del cubano. El paso que ha dado el cubano adelante en estos
años de Revolución es tan enorme como el que otros países han dado en siglos. Creo que fue Lenin
el que dijo que en una revolución el proletariado avanzaba en un día intelectualmente más que en
otros países en años. Bueno, pues esto es una verdad que ha resultado en Cuba. Gracias a la
Revolución cubana, para emplear una expresión muy nuestra, el escritor hoy se siente gente y se
siente gente rodeada y entendida, y cómo, lo repito, hemos salido del tiempo del aislamiento, del
tiempo de la soledad, para entrar en el tiempo de la solidaridad; y agradezco un destino que me hizo
nacer en unos años, que me permitieron llegar hasta el año presente y que me permitieron asistir a
ese admirable acontecimiento de la transformación de un pueblo que no leía, en un pueblo que lee
intensamente.
Esa me parece que es la mejor recompensa que pudo recibir un escritor cubano y, repito, estoy
agradecido a un destino que me permitió presenciarlo, asistir a esa evolución y asistir a un proceso
cultural que se cuenta entre los más interesantes que se han registrado en el mundo en la historia
moderna.
Muchas gracias, Carpentier.

*Este texto no aparece en el volumen Entrevistas, que compilamos y editamos en 1986, en la Editorial
Letras Cubanas, por no tener referencias sobre él. Ya aclaramos en el prólogo del referido libro que
seguramente aparecerían otras entrevistas escapadas del acopio realizado en aquella ocasión. (Nota
del entonces editor de la revista Imán, Virgilio López Lemus)
Tomado de: Imán. Centro de Promoción Cultural. Año III, 1986, diciembre de 1974, pp. 326-333.

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